América, América

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América, América es una road movie literaria, en la que los elementos clásicos de la cultura estadounidense como gasolineras polvorientas, moteles astrosos, casinos deslumbrantes o comida-basura van tejiendo complicidades entre dos maneras de ver el mundo, la de un cuarentón y unas quinceañeras. Por primera vez en formato digital, con enlaces a Internet de todas las canciones y conciertos que se citan en el texto.

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MAPA DEL ITINERARIO

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CAPÍTULO 1

Flores en el pelo

Que San Francisco es una ciudad diferente queda claro desdeel primer control de la aduana. Los policías no llevan flores en elpelo, pero casi. Sonríen. Y no solo eso, sino que te dirigen frasesamables y se excusan cuando hacen preguntas demasiadoincisivas. Nada que ver con la agresividad de Nueva York, dondelas colas se eternizan y donde los policías te tratan como si fuerassospechoso de haber matado a Kennedy o de intentar introduciruna bomba nuclear en el país. O de ambas cosas.

Mientras formamos una cola civilizada y sonriente para cumplircon los trámites de la aduana, me viene a la memoria una canciónde la década de 1960, San Francisco. La cantaba Scott MacKenziey decía:

If you 're going to San FranciscoBe sure to wear some flowers on your hairIf you 're going to San FranciscoYou 're gonna meet some gentle people there... 1

Todo muy hippy, por supuesto, muy de finales de 1960. Floresen el pelo, gente encantadora ...

–¡Estás cantando! –me advierte mi hija María. Mejor dicho: melo echa en cara con una pose de adolescente cabreada con elmundo.

Intento negarlo, pero la evidencia se acaba imponiendo, sobre

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todo cuando, después de subrayar que “desafinabas, comosiempre”, María tararea una sintonía muy parecida a la cancioncillade McKenzie. Observo de reojo a mis otras dos compañeras deviaje: Teresa, mi mujer, y Nuria, una amiga de María. Por suerte nome han oído. Es terrible: te documentas a fondo antes deemprender un viaje, lees libros im-pres-cin-di-bles, escuchas lamúsica adecuada, repasas las películas que mejor captan elambiente de California ... y todo para acabar entrando en el paíscon un hit tópico y caducado en los labios.

Conecto la máquina de la memoria. Yo estudiaba bachillerato afinales de 1960 y escuchaba a menudo San Francisco. Laeducación sentimental, así la llaman, una educación que cada vezva más acompañada de una banda sonora made in USA, como silas multinacionales compraran los derechos de las piezas cuandonacemos y nos fueran marcando los cambios de edad con discosadaptados a la ocasión. Yo estudiaba e intentaba dejarme el pelolargo. Sin flores, pero largo. Tal vez fue entonces la primera vezque oí hablar de San Francisco. O por lo menos la primera vez quetuve ganas de ir. Leía cosas sobre los hippies, el amor libre, lacontracultura, Berkeley, la psicodelia ... Lo cierto es que noentendía muy bien en qué consistía todo aquello, quizás porque lacensura franquista filtraba “los hechos degenerados” concuentagotas, pero estaba claro que algo estaba pasando enCalifornia, muy lejos.

If you come to San Francisco Summertime will be a love-in there ... 2

Llegamos a San Francisco a principios de julio de 1998, pero esevidente que el famoso Summer of Love –¡El Verano del Amor!–queda muy lejos. Han pasado treinta años desde que los hippiesconvirtieron San Francisco en ciudad-bandera del amor libre, de loscolores, de la psicodelia y de las flores en el pelo. O sea, que llegopor lo menos con treinta años de retraso.

El taxista que nos lleva hacia el centro es un mexicano quetambién se apunta al gremio de gente encantadora, sector sinflores en el pelo. Tiene un coche desvencijado y solo habla dedeportes. Para él, San Francisco es una ciudad importante porquetiene a los Giants y a los 49ers.

–¿Tienen equipo de fútbol? –interviene María. Estos días se

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está jugando en Francia el Mundial y lamenta perdérselo. –¿Soccer? –el taxista encoge los ojos y suelta una carcajada–. Aquíno interesa. ¿Qué deporte es ese en el que pueden quedar 0 a 0tras dos horas de juego?

Convencido de que las opiniones de taxista son siempre unmaterial a tener en cuenta (que les pregunten a los corresponsalesde prensa), saco el tema del San Francisco turístico y le preguntoal mexicano qué opinión tiene de la ciudad. El hombre se rasca lacabeza y, después de pensarlo un buen rato, expone susconclusiones:

–Es una ciudad ... grande. –¿Grande? –Sí –se toma untiempo–. Eso ... grande.

Teresa y yo nos miramos, convencidos de la trascendencia dela palabra. Cuando volvamos a Barcelona y los amigos nospregunten cómo es San Francisco, ya sabemos lo que hay queresponder: “Es una ciudad... grande”. Al cabo de unos minutos,consciente de su definición minimalista, el taxista amplía lainformación.

–Nunca entenderé por qué edificaron la ciudad en un lugardonde hay colinas... ¡Hay más de cuarenta! A quién se le ocurre...Yo me estoy haciendo una casita y lo primero que procuré es queel terreno fuera llano... Resulta más barato. Parece unaobservación lógica, pero es obvio que una ciudad amenazadaconstantemente por terremotos no puede aspirar a sostenerse concriterios lógicos.

Escepticismos de taxista al margen, la aproximación a SanFrancisco tiene algo de ritual iniciático. Si en este mismo momentome preguntaran si he estado antes aquí, la respuesta correctasería: “Físicamente, no”. O, lo que es lo mismo: “Mentalmente, sí”.No, no me refiero a viajes astrales ni psicodélicos, pero dicen queCalifornia, más que un estado, es un estado mental, y es desdeeste punto de vista que siento como si ya lo hubiera visitado. Porlos ecos que despierta. Un viaje por los EE UU está forzosamentelleno de referencias al mundo de la música, al del cine y al de loslibros.

Llevamos tantos años mamando cultura americana que a laque te das una vuelta por el país no paran de asaltarte flashesculturales de todo tipo. Llegas a San Francisco y te extasías con la

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ciudad de postal, como todo el mundo, pero también te vienen a lamemoria los escritores de la Beat Generation, los hippies, ypelículas como Vértigo de Hitchcock, ¿Qué me pasa, doctor?, dePeter Bodganovich y Sueños de un seductor, de Woody Allen.Puestos en plan catastrofista, la lista se amplía con San Francisco,de Clark Gable y, si pensamos en persecuciones de coches, lamemoria selecciona dos títulos: Bullit y Las calles de SanFrancisco.

–Y Sra. Doubtfire, apunta María.En fin, que cada generación aguante a sus mitos, si es que

Robin Williams disfrazado de mujer tetuda puede aspirar a ser unmito consistente.

El paisaje de la ciudad –espléndido desde el primer Momento–comporta una banda sonora propia, con los Grateful Dead ySantana o con Otis Redding cantando Sitting on the dock of thebay a la sombra del Golden Gate. O con Scott McKenzie y su SanFrancisco... O, como dice María, con Chris Isaak y San FranciscoDays.

La ciudad entra bien desde el primer momento. Tal vez por lodel estado mental..., pero también porque el escenario es perfecto:con el Pacífico a un lado y la bahía al otro. Cuando llegas desde elaeropuerto, el paisaje es más bien seco y pelado, con una sucesiónde colinas redondeadas y estallidos esporádicos de vegetación alos lados de la autopista. Palmeras, sobre todo. Las casas, en sumayoría bajas y blancas, recuerdan el Mediterráneo en algunosmomentos –Grecia, quizás–, hasta que aumenta la densidad ycomienza la ciudad de verdad, con rascacielos en el centro,puentes a ambos lados y colinas cubiertas de casas. –Es...grande– repite el taxista.

Pues sí es grande, por supuesto, pero es mucho más que eso.A los pocos minutos te das cuenta de que San Francisco es unaciudad acogedora, con calles anchas de casas bajas, sindemasiado tráfico, con una luz especial y con una personalidadmuy acentuada. La versión encantadora de la ciudad americana,en definitiva.

El taxista nos deja ante el hotel –céntrico, más viejo queantiguo, encajonado entre dos fast food– y se despide con unasonrisa de oreja a oreja que, a pesar de todo, no convence a

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María.–Era un inútil– concluye con desprecio cuando él se aleja.–Pues yo lo he encontrado simpático– opina Teresa.–Pero, ¿qué dices?–se indigna María–. ¿Qué puede esperarse

de alguien que se carga el fútbol como él?Entro en el hotel arrastrando la maleta y silbando San

Francisco. El recepcionista me mira y sonríe. Teresa también.María y Nuria me censuran con la mirada. Seguro que haymaneras más dignas de entrar en una ciudad, pero qué le vamos ahacer. La memoria, a veces, te la juega.

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CAPÍTULO 2

Beat Generation

–¿Por qué no vamos en tranvía hasta el puente de Padresforzosos?– propone María.

Repaso la ciudad con la memoria. Hay un Golden Gate y unBay Bridge, pero estoy seguro de que no hay ningún puente conese nombre tan extraño en San Francisco.

–Es este– Nuria señala una foto del Golden Gate en una guía.–¿Y cómo lo habéis llamado?-El puente de Padres forzosos.–¿Y qué es eso?–Una serie de la tele –aclara María con un gesto cansado que

indica que los padres nunca saben nada–. Pasa en San Franciscoy siempre empieza con una imagen de este puente.

Considero que es una trivialización indigna llamar así al GoldenGate, pero la cosa empeora cuando, dándoselas de experta, Maríaañade que también se lo conoce como Puente Mapfre, ya que saleuno muy parecido en el anuncio de esa compañía de seguros. Laeducación sentimental de las adolescentes, por lo visto, seencuentra a años luz de la mía. Donde yo veo una novela deVikram Seth sobre los yuppies de San Francisco – The GoldenGate-, o una escena de Vértigo o la canción de Otis Redding ellastan solo ven anuncios y series. Televisión, en definitiva.

Salimos a la calle con el itinerario planeado –pertrechados deun exceso de mapas y guías– y no tardamos en llegar a la puerta

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de Chinatown, en la esquina de Grant y Bush Street. Es una puertachina –con tejas verdes y dragones dorados en la parte superior–,como corresponde a un barrio donde todos los letreros, incluso losde McDonald's, están en chino y en el que viven más de 20.000chinos. Empezaron a llegar a California en el siglo XIX para trabajaren la construcción del ferrocarril y el alud migratorio sigue vivo,hasta el extremo de que un 75% son de primera generación.Letreros chinos, por tanto, plenamente justificados.

El problema de Chinatown es habitual en los barrios invadidospor el turismo: las tiendas de especias y cachivachesgenuinamente chinos han acabado cediendo su lugar a las derecuerdos, rebosantes de jerseys y camisetas con dibujos y frasessanfranciscanas más o menos ingeniosas, matrículas de Californiacon todos los nombres propios posibles, ceniceros, jarrones,gorras, postales y todo lo necesario para satisfacer al turista y paradesesperar a los destinatarios de los regalos.

Tras un zigzagueante callejeo por el barrio, hacemos un alto enuna fábrica de galletas de la fortuna que parece surgida de otrostiempos. En una sala desordenada, dos chinas encorvadas ysilenciosas fabrican galletas con una parsimonia proverbial y vanintroduciendo en su interior mensajes escritos en unas pequeñastiras de papel. Compramos un paquete y el problema surge alromper la primera galleta.

–“Fu Ling Yu dice” –leo el mensaje en voz alta–: “El mejor viajees el que no va a ninguna parte”.

–¡Vaya parida!–exclama María.Y estoy a punto de darle la razón. Si la sentencia de Fu Ling Yu

es correcta, ¿qué sentido tiene gastarse el dinero en un vuelointercontinental? Pienso en un viejo amigo hipioso de Barcelonaque siempre dice, en tono trascendente, que todo viaje acabasiendo un viaje interior. Más barato, seguro. Bajas las persianas decasa, te sientas en la alfombra en la posición del loto y te dedicas ala meditación. Te quedas sin fotos y sin recuerdos, eso sí, perosegún él te lo pasas la mar de bien.

Nuria lo interpreta de otro modo.–Ya decía yo que no teníamos que salir del hotel... –

refunfuña–. Estoy cansada.El destino, por suerte, se apiada de mí y me ofrece un regalo

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inesperado: justo donde termina Chinatown, cerca del cruce deGrant Street con Columbus Avenue, se encuentra la librería CityLights. O sea: el paraíso. Juro que no lo tenía previsto (por lomenos, no tan pronto) , aunque desde el primer momento se meconsidera sospechoso y las niñas me apuñalan con miradasacusadoras. Lo siento: hay gente que aprecia las ciudades por subelleza o por sus museos o monumentos; yo lo hago por suslibrerías.

–Aquí se reunían los de la Beat Generation– comento, casiemocionado.

–¿Biqué?–Los poetas beats –me pongo didáctico–. Eran unos poetas y

novelistas que defendían la escritura conectada a la gentemarginal, la noche, el jazz, los viajes ... La Beat Generation... ¿Noos suena?

–La única generación que conozco es la Next Generation, la delanuncio de Pepsi.

De nuevo la televisión. Y por el lado de la publicidad, que es loque más duele.

El escaparate de la City Lights es justo como lo habíaimaginado. Grande, sin ser enorme, un poco caótico, con letrasdoradas en los cristales, madera negra y con ese aire antiguo quesuelen tener las buenas librerías. Pacto media hora de tiempomuerto con el resto de la expedición y entro dispuesto a curiosear ya extasiarme.

Fundada en junio de 1953 por el poeta Lawrence Ferlinghetti, laCity Lights Books es una librería distribuida en tres plantasirregulares, con rincones entrañables y un montón de libros bienclasificados, con mayoría de paperbacks y con una buena secciónde literatura y de obras de izquierda, revolucionarias y anarquistas.En las paredes, además de libros, hay fotos de Jack Kerouac, NealCassady y otros ilustres miembros de la Beat Generation. En unade ellas, de 1965, se ve a Bob Dylan con Allen Ginsberg y MichaelMcClure.

–¿Los libros de la Beat Generation, por favor?– pregunto.–La tercera planta es toda beat– me responde uno de los

vendedores.Como si estuviéramos en unos grandes almacenes. Segunda

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planta: lencería fina; tercera, Beat Generation... Cosas así solopasan en San Francisco.

Para favorecer la ambientación beat, un par de butacas invitana la lectura reposada en la última planta. Parece que te digan.“¿Comprar libros? Vamos, hombre, no seas vulgar. ¿Por quéhacerlo si los puedes leer sentado en una butaca en la mismalibrería?”. Teniendo en cuenta el horario de apertura, de las diez dela mañana hasta medianoche, hay que reconocer que da para leerbastantes libros sin pasar por caja.

Por si había alguna duda, un letrero escrito a mano proclamaque la City Lights no es una librería cualquiera, sino más bien algoasí como “Una especie de biblioteca donde también se vendenlibros”. Y así es, en efecto, hasta el extremo de que parece queesté mal visto que compres alguno. De hecho, tienes que insistirpara que el vendedor te cobre, y cuando lo hace te dirige unamirada teñida de cierto desprecio. “Si como mínimo los robaras...” ,debe de pensar.

Confieso que hace tiempo que tenía mitificada la City LightsBooks. Cuando era estudiante de Filología Inglesa en laUniversidad Autónoma de Barcelona, alguien apareció un día conun catálogo de City Lights Books que nos pasábamos de mano enmano con devoción. Nos impresionaba ver reunidos en sus páginaslos nombres de Ginsberg, Kerouac, Bowles, Artaud, Burroughs,Cassady, Michaux y Ferlinghetti. También estaba Bukowski, pero aeste lo decubriríamos más tarde. Recuerdo que un compañerollamado Lluís fue el más listo y mandó una carta al editor y libreroLawrence Ferlinghetti en la que le explicaba, de colega a colega,que era poeta como él y que, dada la imposibilidad de conseguir enBarcelona libros de su apreciado catálogo, se atrevía a molestarlepara pedirle que le mandara algunos ejemplares como favorpersonal. Pasaron varias semanas y, cuando todos pensábamosque la vía abierta hacía aguas, Lluís recibió el paquete de libros sincargo de City Lights. Recuerdo que su favorito era Mishaps,Perhaps, de Carl Salomon, el poeta a quien Ginsberg dedicó Howl.Comprobado el éxito de la operación, intenté apuntarme al método.Redacté una carta en la que expresaba mi admiración por laeditorial, la librería y el poeta Ferlinghetti y en la que me describíacomo un pobre estudiante sin recursos que admiraba la literatura

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norteamericana. Dudo que Lawrence Ferlinghetti la llegara a leer,pero en cualquier caso ya debía de estar alertado ante laproliferación de estudiantes catalanes sin medios y decidiómandarme como único obsequio un catálogo de la editorial con losprecios subrayados e indicando en una nota a mano que conmucho gusto me mandarían los libros que quisiera tan pronto comoles hiciera llegar una lista y un cheque con el importe, sin olvidar un10% para gastos de envío. Este último detalle me pareció cruel. Nilos sellos me perdonaba.

Pero volvamos al presente. Tras examinar a fondo todos losrincones de la librería, me acerco al mostrador y me atrevo apreguntar por Lawrence Ferlinghetti. No espero que recuerde micarta de veinte años atrás, pero he leído que a menudo va a lalibrería y me gustaría conocerlo.

–La verdad es que ya tiene 79 años y no suele venir tantocomo antes– me aclara un vendedor desconfiado con aspecto deGinsberg joven. –¿Para qué quieres verlo?

Podría decirle que para hablar de nuestra corta aunque intensacorrespondencia, pero me parece que es hincharlo demasiado. Ledigo que lo olvide y me compro algunos libros de la BeatGeneration, una guía del San Francisco de Hammett -The DashiellHammett Tour, de Don Herron– y On the Bus, una crónica del viajedesmadrado que en 1964 hicieron el escritor Ken Kesey y susMerry Panksters por Estados Unidos, en un autobús desvencijadoy con Neal Cassady al volante. Una buena base teórica paraemprender el viaje por EE UU.

La Beat Generation, vista con la perspectiva de los años, escomo un movimiento con dos delegaciones: Nueva York y SanFrancisco. Tal vez por ello, de tanto ir de un lado para otro,mitificaron los viajes y convirtieron en bandera la novela En elcamino (1957) de Kerouac. Cuando se cansaban de Nueva York,iban a San Francisco. Y viceversa. Conclusión: se pasaban el díaen la carretera.

Hay que reconocer que el objetivo de nuestro viaje no coincideexactamente con el de los beats. Ni con los de los hippies, claro.Nuestro plan consiste en recorrer durante un mes la zona oeste deEE UU, más concretamente los estados de California, Nevada,Utah y Arizona, una parte del mapa suficientemente amplia como

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para abarcar paisajes y gente muy variados. El cuaderno de rutaprevé ir de San Francisco al Valle de la Muerte y Las Vegas y deMonument Valley y el Cañón del Colorado hasta Los Ángeles y lasplayas de Santa Mónica, Venice y Malibú.

–Una librería excelente– felicito al chico del mostrador mientrasme envuelve los libros.

–El mérito es de Ferlinghetti –sonríe–. Hizo la guerra en Europay, una vez terminada, se quedó en París para estudiar en laSorbona. De regreso a Estados Unidos, quiso crear una librería “ala francesa”, un lugar en el que se encontrara gente y que fuera almismo tiempo un foco de cultura.

Ferlinghetti (Nueva York, 1919), poeta además de librero, tieneuna obra extensa que incluye unas cuantas novelas, poemas deamor, poemas de combate escritos para recitar en público (a ritmode jazz si hace falta) y una lírica que repasa su biografía y susviajes. De su paso por Barcelona da testimonio en el extensopoema Authobiography:

I have seen the statues of heroesat carrefoursDanton weeping at the metro entranceColumbus in Barcelona [ . . . ]pointing Westward up the Ramblas,toward the American Express ... 3

En su faceta de editor, Ferlinghetti tiene una fecha clave: 1956.Fue ese año, con la publicación del tercer volumen de la PocketPoet Series de City Lights Books, cuando llegó el escándalo y lafama. Se titulaba Howl ('Aullido') y lo firmaba Allen Ginsberg. Eraun poema largo, el grito de rabia de una generación. Ginsberg loleyó por primera vez en San Francisco, en la Six Gallery, enoctubre de 1955. Kerouac se encontraba entre el público, pero noquiso participar en la lectura, a pesar de que ya era conocido comopoeta por Mexico City Blues. La lectura de Ginsberg, en cualquiercaso, fue un éxito total, de esos capaces de lanzar a un poeta a lafama.

I saw the best minds of my generation destroyed by madness,starving hysterical naked.dragging themselves through the negro streets at dawnlooking Jor an angry fix .. 4

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Ginsberg era muy consciente de lo que tenía entre manos: elaullido de una generación que decidía plantar cara.

–Seguro que Howl es uno de los libros más vendidos de CityLights.

–Sí, claro –asiente el vendedor–. Ahora ya ha superadoampliamente el millón de ejemplares, pero cuando se publicó no lotuvo nada fácil. A “los biempensantes” (pone las comillas con losdedos) no les gustan los libros que hablan de homosexualidad yque utilizan un lenguaje considerado ordinario y poco literario, llenode fucks y shits. Hubo una denuncia y un proceso por obscenidad,la policía confiscó 250 ejemplares y detuvo a Lawrence Ferlinghettipor ser su editor. Al final, por suerte, lo declararon inocente y ellibro se benefició de un gran succès de scandale.

Si paseas por el barrio de North Beach –subidas y bajadas,casas bajas, con un inequívoco sabor italiano– es difícil noencontrarse cada dos por tres con el rastro de los beats. En laesquina de la City Lights hay una calle dedicada a Jack Kerouac,con un gran mural inspirado en Baudelaire, y al otro lado hay otrolocal mítico: el bar Vesubio, en el que se reunían los beats después(o antes) de pasar por la librería y donde también se dejaba caer elpoeta Dylan Thomas. Un bar con un buen pedigrí alcohólico, porsupuesto. Al final de su vida Kerouac se bebía unos catorcewhiskies con cerveza por hora y Dylan Thomas no se quedabacorto. Quizás por eso no permiten la entrada a los niños.

–¿Vienen muchos seguidores de los beats?– le pregunto alcamarero mientras me sirve una Budweiser.

–Los que más.–¿Y cómo los reconoce?–Van con un libro de Ginsberg o de Kerouac bajo el brazo–

sonríe; debe de estar harto de verlos–, o con un paquete de la CityLights, como tú.

–¿Y qué hacen?–Contemplan las fotos y los recortes de prensa– indica con

desgana los cuadros de la pared: papeles beats amarillos por elpaso del tiempo– y después piden una cerveza y se sientan en unade las mesas.

–¿Nada más?–Al cabo de un rato sacan papel y bolígrafo y se ponen a

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escribir. No falla.En estos momentos hay cuatro clientes sentados en mesas

distintas. Todos tienen pinta de extranjeros. Beben cerveza yescriben. Tal vez pretenden contagiarse del viejo espíritu beat, deuna literatura pegada a la vida, a las mesas de los bares, a loslocales de jazz, a la noche y a todo lo que huela a marginal.

Antes de terminar la cerveza, yo también me pongo a escribir.Quizás por fidelidad al guión del camarero. Tomo notas delVesubio, del ambiente, de la gente que hay, mientras pienso quelos otros clientes deben estar haciendo lo mismo. Una literaturainteractiva: cada uno describe al otro, como las manos de Escherque se dibujan a sí mismas. Al anochecer, antes de cenar,hacemos una ronda rápida por otros bares del barrio que aúnconservan algo de los beats: el Spec's, el Enrico's, el Tosca ... Enese último suena ópera a todo volumen.

–¿No sería mejor programar jazz? –sugiero–. Por fidelidad alespítitu beat. Charlie Parker, por ejemplo, el músico preferido deKerouac.

El camarero se encoge de hombros. Está claro que le da igual.Un poco más allá, sin salir de North Beach, se encuentra la

zona erótica, con un bar que reivindica para sí el honor de habersido el primero en poner en práctica el topless –el Condor Club, en1964– y, un poco más allá, en la esquina de Broadway con KearnyStreet, el edificio que fue sede de la Zoetrope, la productora deFrancis Ford Coppola, otro hijo ilustre de San Francisco y unhombre que siempre ha confesado su interés por los beats.

Cenamos temprano en un restaurante italiano: ensalada ypasta, el menú favorito de Kerouac, según explica su biógrafoGerald Nicosia. Supongo que las limitaciones presupuestariasdebían influir, pero en cualquier caso está claro que la cocinasofisticada no forma parte de los gustos de la Beat Generation.

Para que no olvidemos que estamos en el corazón del barrioitaliano, el camarero –gordo y con barba rala; estilo Pavarotti, paraentendernos– de vez en cuando se lanza a cantar un fragmento de“Volare ... “.

–¿Es una canción beat?–No exactamente.–Lástima. Me empezaban a caer bien estos colgados.

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CAPÍTULO 3

El halcón maltés

Me despierto a las seis de la mañana por culpa del jet lag.Intento volver a dormir, pero es inútil. Ojos como platos y ni rastrode sueño. Me pongo a leer para no obsesionarme. El halcón maltésprimero, que me he traído de Barcelona; después The DashiellHammett Tour, una de mis recientes adquisiciones en la CityLights. Al cabo de unos minutos, me encuentro inmerso en elmundo negro de Hammett. La guía, con direcciones de lugares deSan Francisco que han representado algo en la vida o en la obradel autor de Cosecha roja, es una clara invitación a pasear por laciudad en clave hammettiana, una invitación que no sé resistircuando descubro que cerca del hotel se encuentra precisamente lacalle Dashiell Hammett. Despierto a Teresa –no me cuesta mucho,también sufre las consecuencias del jet lag–, nos vestimos en unsantiamén y abandonamos la habitación tras dejar una nota a lasniñas. Por si se despiertan. En la recepción está lo que queda delportero de noche, medio dormido, con ese aire de pasar de todoque tienen siempre los porteros de noche, como si solo esperaranla hora del relevo para traspasar los problemas al titular.

–¿Es prudente salir a esta hora?– le consultamos, conscientesde que las ciudades americanas tienen fama de peligrosas.

–Lo único seguro es quedarse en la habitación... –murmura–,siempre que no haya un terremoto, claro.

Cuando salimos a la calle, la parte superior de los edificiosqueda oculta tras una niebla espesa. Llueve. Una lluvia finísima,

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desagradable: chirimiri. Andamos un par de esquinas y enseguidalocalizamos nuestro objetivo: Dashiell Hammett Street.

–Un lugar ideal para cometer un asesinato– comenta Teresacon una sonrisa.

Sam Spade no tardaría en encontrar al asesino. La ciudad estávacía a estas horas. Solo hay un hombre muy delgado apoyado enuna farola, con la cabeza baja. ¿Es un ladrón, un atracador osimplemente un figurante de la Asociación de Amigos de Hammettpara mantener vivo el ambiente de sus novelas?

Uno de los edificios de la calle tiene un nombre grabado en lapuerta: Dashiell Hammett Place, la dirección ideal para cualquierescritor de novela negra. Ningún editor que reciba un original coneste remite puede permanecer indiferente.

Me imagino la casa llena de escritores en blanco, mirando porla ventana para ver si San Hammett les inspira y rezando para quese produzca algún crimen– comento en voz baja. No sé por quésusurro, pero parece que esto me acerca más al género negro.

–No tienen suerte –sonríe Teresa–. El hombre delgado de lafarola ha desaparecido. No hay ningún sospechoso a la vista.

Como no lo seamos nosotros... Muy cerca de la calle Hammettestá el túnel de Stockton, precisamente el lugar donde empieza laacción de El halcón maltés.

En la esquina de Bush Street con Stockton, antes de iniciar lasubida de la colina hacia Chinatown, Sam Spade pagó la tarifa ydejó el taxi. La niebla nocturna de San Francisco, fina, húmeda ypenetrante, llenaba la calle...

Perfecto. Por un momento me siento Sam Spade, paseando demadrugada por la ciudad. Lástima que no lleve gabardina nisombrero. Me gusta, de todas maneras, comprobar que laspalabras de El halcón maltés se mantienen fieles a San Francisco,se adaptan como la piel a la carne, a pesar de que fueron escritasmuchos años atrás, en 1930, antes incluso de la construcción delGolden Gate. En Burritt Street, al otro lado de la calle, una placacolocada por admiradores de Hammett rinde homenaje a suspersonajes, y en especial a Sam Spade:

On approximately this spot Miles Archer, partner of Sam Spade, was done inby Erigid O'Shaughnessy.

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O sea: "En este lugar, aproximadamente, Miles Archer, sociode Sam Spade, fue asesinado por Brigid O'Shaughnessy".

–Una placa muy traidora– apunto, en plan Sherlock Holmes.–¿Qué quieres decir?–Primero, en ningún momento se indica que se está hablando

de una obra de ficción. Segundo, no sale el nombre de DashiellHammett. O sea, que un despistado puede llegar a creer que sehabla de un asesinato real.

–Existe una tercera transgresión –observa Teresa, pensándoloun momento–: la delación del asesino.

Es verdad. El lector incauto que esté a medio leer la novela oque se disponga a hacerlo sabrá gracias a una información situadaen la vía pública que la asesina es la rubia Brigid, cosa que SamSpade no consigue descubrir hasta el final de El halcón maltés.

Torcemos hacia Union Square, el centro de la ciudad, paradirigirnos a la próxima estación de la ruta hammettiana: el hotel St.Francis. Las calles– anchas, de casas señoriales, como sihubiéramos retrocedido a los años 1920– se van llenandolentamente de gente que camina deprisa, en medio de un silencioroto tan solo por la campanilla de los tranvías. La niebla se resistea retirarse.

Entramos en el Hotel St. Francis, que Hammett disfraza con elnombre de St. Mark en El halcón maltés. Es en su impresionantevestíbulo –techos altos, columnas de mármol, muchas butacas yun bar con piano– donde el socio de Sam Spade, Miles Archer (elde la placa de Burritt Street), espera a la sanguinaria Brigid.

–“Cuando ejercía de detective, antes de escribir novelas,Hammett trabajó en la Agencia Pinkerton –leo en la guía– y le tocóhacer de detective en el St. Francis. Por lo tanto, sabía de quéhablaba”.

Hammett debió pasar horas y horas en este vestíbulo, peroahora no se ve ningún sospechoso en el St. Francis. Las tiendas –de lujo– están cerradas y el bar no tiene previsto su momentoestelar hasta el té de la tarde. En una vitrina hay expuesta una fotode Ingrid Bergman en Casablanca y una nota al pie indica que fueuna de las huéspedes ilustres del hotel. También hay fotos de otrosfamosos, pero no las de Hammett y de Bogart.

–¿Por qué no hay ninguna foto de Hammett?– pregunto al

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portero, un hombre que parece vivir a disgusto dentro de ununiforme de botones dorados.

–¿De quién?–De Hammett, un escritor de novela negra– le explico,

avergonzado de su ignorancia.–¿Crímenes en el St. Francis? –tuerce el gesto–. No queremos

asustar a los clientes.Nos vamos antes de que avise al detective del hotel. La historia

de Dashiell Hammett, renovador de la novela negra, es interesante.Nacido en 1894, empezó a trabajar a los 21 años como detectivede la Agencia Pinkerton. Entre 1915 y 1921 viajó por EstadosUnidos en distintas misiones. Cuando la agencia cerró, Hammettsupo describir como nadie lo había hecho los ambientes negros,con un estilo seco, sin concesiones, que se convirtió en prototipodel sector duro americano. En los años 1920, afectado detuberculosis, Hammett se casó con su enfermera y se instaló enSan Francisco, donde tuvo sus dos hijas. Vivió allí un total de ochoaños. En 1922 empezó a escribir para la mítica revista Black Mask.Publicó cinco novelas –Cosecha roja (1929), La maldición de losDain (1929), El halcón maltés (1930), La llave de cristal (1931) y Elhombre delgado (1932)– y más de ochenta relatos, siempre delgénero negro. A los 40, Hammett dio su apoyo al Congreso deDerechos Civiles de Nueva York y en 1951, en plena época depersecución de izquierdosos, se negó a dar nombres decomunistas y lo encarcelaron durante seis meses. En 1930 conocióa Lilian Hellman y la relación con esta escritora, que FredZinnemann llevó a la pantalla en Julia, duró hasta la muerte, congrandes cantidades de alcohol de por medio. Murió de cáncer depulmón en 1961.

Abandonamos el St. Francis por una puerta lateral y nosdirigimos al Teather Geary, otro punto de atracción de mitómanoshammettianos. La fachada conserva un aire señorial, con unamarquesina antigua y carteles que parecen de época.

–En estas taquillas el actor Peter Lorre, en el papel de Cairo,compra entradas en la película de Huston– comento.

–Lo siento, pero yo solo recuerdo a Bogart– sonríe Teresa.La bogartmanía no tiene límites. ¿Hay alguna mujer que no

suspire por Bogart?

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John Huston, que se estrenó como director con El halcónmaltés en 1941, hizo una buena versión del libro, y una buenaopción al elegir a Bogart para el papel principal. Bogart, a partir deentonces, sería siempre Bogart, el hombre duro que habla con lacabeza ladeada, se pellizca el lóbulo de la oreja y lleva siempre elcigarro en los labios. Existen otras versiones de El halcón maltésen el cine –Dangerous Femate, de Roy del Ruth (1931); Satan Meta Lady, de William Dieterle (1936); y The Black Bird, de David Giler(1975), pero ninguna aguanta el paso de los años como la deHuston. La versión es muy fiel, aunque se permitió añadir dosfrases que se han hecho famosas y que no estaban en el libro:“¿De qué está hecho el halcón? Del material con el que se hacenlos sueños”. Lapidario.

Hacemos una última visita antes de volver al hotel, al 620 deEddy Street, donde Hammett vivió cinco de los ocho años que pasóen San Francisco. Una escalera de incendios cruza la fachada enzigzag.

Cuando Wim Wenders hizo una película sobre la vida delescritor –Hammett, producida por Francis Ford Coppola– alquilódurante un tiempo un apartamento de San Francisco en el quehabía vivido Hammett, para impregnarse del mundo del escritor.¿Qué debía sentir al mirar por la ventana?

Regresamos al hotel a las siete de la mañana. Las chicas aúnduermen. Cuando se levantan, les explicamos el paseo que hemosdado de madrugada por la ciudad, pero no nos hacen caso. Esnormal. Hammett y El halcón maltés les suenan tan a chino comoChinatown.

–Menos mal que no nos habéis despertado... –nos felicitan–. Apartir de ahora podrías hacerlo siempre así. Visitáis vuestras cosasmientras dormimos y cuando nos levantemos vamos de turistasnormales.

–¿Y qué se supone que hacen los turistas normales?–Pues ir en tranvía, visitar la ciudad, monumentos...–... ¿museos?Las chicas se miran y responden:–¿Museos? ¡No, gracias! Eso es para los viejos.Qué remedio. Hacemos cosas de turistas normales durante el

día, cogemos el tranvía en Powell Street y vamos hasta los

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muelles, admiramos la ciudad desde la Coit Tower, nos atrevemoscon las subidas y bajadas, comemos una hamburguesa,contemplamos el Golden Gate envuelto en una niebla que noacaba de disiparse y paseamos por tiendas llenas de camisetas, eluniforme del turista de finales de siglo. Al atardecer un aire fríoprocedente de Alaska nos ayuda a comprender una frase de MarkTwain: “El peor invierno de mi vida fue un verano en SanFrancisco”.

Propongo ir a cenar a un restaurante próximo: el John's Grill,en el 63 de Ellis Street, el único que sobrevive de los que Hammettmenciona en El halcón maltés.

–¿Y por qué no vamos al Bubba Gump? –contrapropone María.–¿Bubba qué?–Lo he visto anunciado. Es un restaurante inspirado en la

película Forrest Gump. En el menú hay gambas como las que TomHanks pesca en la película.

–¡Pero si no te gustan las gambas!–Pero me gusta Forrest Gump.Nuevo choque de referentes generacionales. Teresa y yo

vamos de los años 1930 y las chicas ya están en los 1990. Paraintentar hacer las paces, Teresa argumenta que de El halcónmaltés se hizo una película de éxito.

–Seguro que era en blanco y negro– dispara María.–Ello no impide que sea una obra de arte.–¿Y Forrest Gump no lo es? Le dieron seis óscares. ¿Cuántos

tiene la vuestra?–Ninguno, pero... eso no quiere decir nada.–Ya.En fin...El John's Grill, fundado en 1908 y situado en pleno centro de la

ciudad, se anuncia con uno de esos grandes neones a laamericana. Steak, Seafood y Cocktails conforman la oferta. Elinterior es oscuro, con un aire antiguo, mesas muy juntas y fotosde famosos en las paredes.

–¿Es un restaurante o el túnel del terror?– oigo a una de laschicas.

Un retrato de Hammett indica, a media escalera, que el viajero

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va por buen camino. Enseguida encuentra una vitrina llena de librosdel autor y una estatuilla que reproduce la figura del inquietantepájaro de Malta. En el segundo piso está la sección específicadedicada a Hammett y El halcón maltés. Las paredes estandecoradas con fotogramas de la película de Huston, con HumphreyBogart, Mary Astor y Peter Lorre. El ambiente es sombrío y un tríode jazz formado por tres negros toca con desgana una música querecuerda a Chet Baker.

Todo remite a los años 1930, excepto los precios. ¿Cómo selas apañaba Sam Spade para llegar a fin de mes comiendo amenudo en John's? Elegimos un plato cada uno. María pidelenguado; Nuria, canelones; y Teresa y yo, dispuestos a hacer unhomenaje completo, pedimos consejo a la camarera sobre cuál esel plato más hammettiano.

–Las Sam Spade Chops– responde con la lección bienaprendida.

Son costillas de cordero, con patatas al horno y rodajas detomate. Sam Spade las pide en la novela.

Spade fue al John's Grill, pidió al camarero que le sirviera rápido sus costillascon patatas al horno y rodajas de tomate... Y estaba fumando un cigarrillo conel café cuando...

–Les puedo servir el cóctel de la casa mientras esperan–propone la camarera; y, jugando una carta segura, añade–: Sellama Bloody Brigid, en honor de la protagonista de El halcónmaltés, y consiste en vodka, lima, granadina y una mezcla muyespecial.

–Sangre por sangre, prefiero el Bloody Mary.–¿Cómo dice?–Déjelo.El público del restaurante es variado: parejas que susurran,

admiradores de Hammett solitarios que comen las costillas decordero como si estuvieran en el séptimo cielo, grupos de turistasjaponeses que ni saben quién es Hammett ni les importa uncomino, alguna rubia teñida con aspecto de Brigid O'Saughnessy yhombres pretenciosos que juegan a hacer de Bogart.

Cuando la camarera nos sirve los platos, comprobamos que lasraciones son generosas y la guarnición, abundante. Todos estamossatisfechos, excepto Nuria, a quien le han servido sólo un canelón.

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EL OTRO VIAJE:LIBROS, DISCOS Y PELÍCULAS

l. FLORES EN EL PELOLibros• Herron, Don. The Literary World of San Francisco and itsEnvirons. City Lights, 1985.• Maupin, Armistead. Historias de San Francisco. Anagrama, 1997.

- Nuevas historias de San Francisco. Anagrama, 1997.

Discos• Carlos Santana. Santana. CBS, 1969.

- Abraxas. CBS, 1 970.• Chris Isaak. San Francisco Days. Time Warner. 1993.• Scott McKenzie. The Voice of Scott MacKenzie. Ode, 1967.

Películas• Bullit. Peter Yates. 1968.• De repente, un extraño. John Schlesinger. 1990.• Las calles de San Francisco (serie TV). Walter Grauman. 1972.• ¿Qué me pasa, doctor? Peter Bogdanovich. 1972.• San Francisco. W.S. Van Dyke. 1936.• Sra. Doubtfire. Chris Columbus. 1994.• Sueños de seductor. Herbert Ross. 1972.• Vértigo. Alfred Hitchcock. 1 958.

2. BEAT GENERATIONLibros• Barnatán , M. R. Antología de la Beat Generation. Plaza y Janés,1970.• Burroughs, William. El almuerzo desnudo. Anagrama, 1989.• Cook, Bruce. La generación Beat. Ariel, 2011• Dylan, Bob. Tarántula. Global Rythm Press, 2007.• Ferlinghetti, Lawrence. El amor en los días de furia. Ollero yRamos, 1998.

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- Pictures of the gone world. City Lights, 1995.• Gifford, Barry (con Lawrence Lee). Jack 's Book. An OralBiography of ]ack Kerouac. Da Capo Preess, 2005.• Ginsberg, Allen. Aullido y otros poemas. Anagrama, 2006

- Kaddish y otros poemas. 1997.• Kerouac, Jack. En el camino. Anagrama, 1989.

- Los vagabundos del dharma. Anagrama, 2000.- Poemas dispersos. Visor, 2011.- Los subterráneos. Anagrama, 1993.

• McNally, Dennis. Jack Kerouac. América y la generación beat.Una biografía. Paidós, 1992.• Nicosia, Gerald. Jack Kerouac. Circe, 1994.

Discos• Bob Dylan. TheFreewheeling. CBS, 1963.

- Highway 61 Revisited. CBS, 1965.- Blonde on Blonde. CBS, 1966.- The 30th Aniversary Concert Celebration. CBS/SONY, 1993.

• Charlie Parker. The Complete Charlie Parker on Verve. Verve,1988.

Películas• Bird. Clint Eastwood. 1988 (vida de Charlie Parker).• El padrino I. Francis Ford Coppola. 1972.• El padrino II. Francis Ford Coppola. 1974.• El padrino III. Francis Ford Coppola. 1990.• Heart Beat. John Byron. 1980.• La conversación. Francis Ford Coppola. 1974.• La última vez que me suicidé. Stephen Kay. 1997.• The Subterraneans. Ronald MacDougall. 1960.

3. EL HALCÓN MALTÉSLibros• Hammett, Dashiell. El halcón maltés. RBA, 2012.

- La llave de cristal. Alianza, 2011.- Cosecha roja. Alianza, RBA, 2012.- El hombre delgado. Seix Barral, 2005.

• Hellman, Lillian. Pentimento. Argos Vergara, 1981.• Herron, Don. The Dashiell Hammett Tour. City Lights, 1991.

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Discos• Chet Baker. My Favourite Songs. Enja, 1988.

Películas• Dangerous Female. Roy del Ruth. 1931.• Forrest Gump. Robert Zemeckis. 1994•• Hammett. Wim Wenders. 1983.• Julia. Fred Zinnemann. 1977.• The Black Bird. David Giler. 1935.• The Glass Key. Stuart Heisler. 1942.• The Maltese Falcon. John Huston. 1941.• Satan Met a Lady. William Dieterle. 1936.

4. LA COSA HIPPIELibros• Crumb, Robert. Bring me your love. Black Sparrow Press, 1983.

- There is no business. Black Sparrow Press, 1984.• Kesey, Ken. Alguien voló sobre el nido del cuco. Anagrama, 2006.• Perry, Paul. On the Bus. Forewords by Hunter S. Thompson,Jerry Garcia y Ken Kesey. Thunder's Mount Press,1990.• Shelton, Gilbert. The Freak Brothers (varios albums). A partir de1968.• Tolkien, J. R. R. El Señor de los anillos. Minotauro, 2012.• Wolfe, Tom. Ponche de ácido lisérgico. Anagrama, 2000.

Discos• Creedence Clearwater Revival. Creen River. Fantasy, 1969.• Jefferson Airplane. Surrealistic Pillow. RCA , 1967.• Steve Miller Band. Sailor. Capitol, 1968.• The Buffalo Springfield. Last Time Around. 1968.• The Grateful Dead. American Beauty. WEA, 1970.

Películas• Alguien voló sobre el nido del cuco. Milos Forman. 1975.• Hair. Milos Forman. 1979.

5. GOLDEN GATE Y BERKELEY

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Libros• Cohn Bendit, Daniel. La revolución y nosotros, que la quisimostanto. Anagrama, 1 998.• Hoffman, Abbie. Steal this book! Buccaneer Books, 1995.• Huxley, Aldous. Las puertas de la percepción. Edhasa, 2006.• Marcuse, Herbert. Eros y civilización. Ariel, 2010.• Maupin, Armistead. Historias de San Francisco. Anagrama, 1997

- Nuevas historias de San Francisco. Anagrama, 1997.• Roszak, Theodore. El nacimiento de una contracultura. Kairós,1984.• Rubin, Jerry. Do it! Ballantine Books, 1970.

- We are everywhere. Harper and Row, 1971.• Seth, Vikram. The Golden Gate. A Novel in Verse. Vintage Books,1991.• Watts, Alan. El camino del zen. Edhasa, 2003.

Discos• Bob Dylan. The Times They Are a-Changing. CBS, 1964.• Otis Redding. Dreams to Remember. Rhino, 1994.• Simon and Garfunkel. Banda sonora original de The Graduate.Columbia, 1968.

- Bridge Over Troubled Waters. CBS, 1970.

Películas• El graduado. Mike Nichols. 1967.• Golden Gate. John Madden. 1994.• La fuga de Alcatraz. Don Siegel. 1979.• La roca. Michael Bay, 1996.• Panorama para matar. John Glen. 1985.• Superman. Richard Donner. 1978.• Vértigo. Alfred Hitchcock. 1958.

6. MILLAS Y MOTELESLibros• Kerouac, Jack. En el camino. Anagrama, 1989.• Least Heat Moon, William. Blue Highways. A journey into America.Fawcett Cress, 1982.• Miller, Henry. Pesadilla de aire acondicionado. Siglo XX, 1963• Muir, John. The Eight Wildernees. Diadem, 1992.

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1 Si vas a San Francisco/ comprueba que llevas flores en el pelo. Si vas a San Francisco/encontrarás gente encantadora ... www.youtube.com/watch?v=bch1_Ep5M1s.

2 Si vienes a San Francisco, el verano será encantador... www.youtube.com/watch?v=bch1_Ep5M1s.

3 He visto las estatuas de los héroes / en las esquinas / Danton llorando a la entrada delmetro / Colón en Barcelona apuntando hacia el oeste, Rambla arriba / hacia AmericanExpress...

4 He visto a los mejores de mi generación destruidos por la locura, muriéndose de hambre,histéricos, desnudos. / Arrastrándose de madrugada por las calles de los negros buscandouna dosis rabiosa ... a las mentes cuadradas y a una sociedad anquilosada y apostaba porlos marginales, por los locos, por los colgados de la sociedad...

5 ¿No quieres amar a alguien? / ¿No necesitas amar a alguien? / ¿No te encantaríaencontrar a alguien a quien amar? / Será mejor que busques a alguien a quienamar... www.youtube.com/watch?v=YIkoSPqjaU4.

6 Sentado al sol de la mañana / allí estaré cuando llegue el atardecer / Mirando cómo entranlos barcos / mirando cómo los barcos se van / Sentado en el muelle de la bahía / Mirandocómo baja la marea / Estoy sentado en el muelle de la bahía / perdiendo el tiempo / Me fui demi casa, Georgia / Me fui a la bahía de San Francisco / Porque no tenía nada por lo que vivir/ Y parecía que no tuviera que pasar nada... www.youtube.com/watch?v=UCmUhYSr-e4.

7 Venid padres y madres de todo el país / y no critiquéis lo que no entendéis / A vuestroshijos e hijas ya no los podéis controlar / Vuestro camino está envejeciendo / Por favor,apartaos del nuevo / si no nos podéis ayudar / Porque los tiempos estáncambiando... www.youtube.com/watch?v=t3xJf8t_hK0.

8 Daniel Olivella ejerce hoy en el restaurante B44, en el número 44 de Belden Place, enpleno centro de San Francisco.

9 www.youtube.com/watch?v=q4dZw5ozFn8.

10 Estoy enamorado de todo lo que crece al aire libre. / De los hombres que viven con elrebaño o prueban el sabor del océano y de los bosques. / De los constructores yconductores de barcos y de los que utilizan las hachas o guían los caballos / Puedo dormir ycomer con ellos semana tras semana...

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11 www.youtube.com/watch?v=W90GSX-V6FY.

12 www.youtube.com/watch?v=UftowLtrFVc.

13 www.youtube.com/watch?v=XuEiwrISIiU.

14 www.youtube.com/watch?v=1e3m_T-NMOs.

15 www.youtube.com/watch?v=6GfWoHafFp4.

16 www.youtube.com/watch?v=Lu7hxguhFfI.

17 Ya hace tanto tiempo, casi ni me acuerdo / de cómo me hacía sonreír aquella música / Ysabía que tendría posibilidades / de hacer bailar a aquella gente / y quizás hacerlos felicesdurante un rato. / Pero febrero me hizo temblar / con cada periódico que repartía / Malasnoticias en la puerta / No podía aguantar más / No recuerdo si lloré / cuando leí lo de la viuda/ Pero algo me emocionó muy adentro / el día que la música murió. / Así que... adiós, adiós,Miss Pastel Americano / Tiré el Chevrolet en el dique / pero el dique estaba seco. / Despuéslos buenos y viejos compañeros / bebieron whisky / el día que... la música murió...

18 Dentro de un momento encontraré tiempo para hacer mía la luz de sol / En una sonrisa viuna aguja en el cielo / rodando, subiendo, planeando / En una colina, un hombrecillo conmuchas cosas que brillan / un charco que brilla, un coche que brilla y anillos de diamantesque brillan /un rey bien alimentado y muy brillante… www.youtube.com/watch?v=YNkYrVUL_fo.

19 www.youtube.com/watch?v=rZ6Ec7ag4gk.

20 Alrededor de 600 euros.

21 Tienes un coche rápido / Yo quiero un billete para cualquierlugar... www.youtube.com/watch?v=Orv_F2HV4gk.

22 Llévame de viaje / en tu barco que da vueltas / He perdido los sentidos / las manos no meresponden... www.youtube.com/watch?v=OeP4FFr88SQ.

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Primeraedicióndigital:marzo2013

©EcosProduccionesPeriodísticasSCP,2013

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©Fotodeportada,BryanBusovicki-Fotolia.com;pictogramas,PrintingSociety-Fotolia.com

©Mapa:EcosTravelBooks

ISBN:978-84-15563-32-7

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