Ameghino CIENCIA HOY 47 - ARTICULO - Frente a La Tumba Del Sabio - 1

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1 1/10 /12 CIENCIA HOY 47 - ARTICULO - Fren te a la Tu mba d el Sab io - 1 1/4 Volumen 8 - Nº47 - Julio/Agosto 1998 Revis ta de Divu lgación Científica y Te cnológica de la Asociación Ciencia Hoy ARTÍCULO Frente a la Tumba del Sab io Máximo Farro Universidad Nacional de La Plata Dpto Científico de Arqueología del Museo de La Plata La tendencia a hacer de los grandes sabios una especie de santos laicos tienen un ya lejano antecedente en la Francia del siglo XVII. El tratamiento dado a la figura de Florentino Ameghino en el seno de una fuerte corriente cultural argentina desde fines del siglo XIX en adelante, es analizado aquí como interesante caso de tal fenómeno. "En todos los siglos se ha visto a los príncipes gustar de las ciencias, incluso cultivarlas, atraer a los sabios a sus palacios, y recompensar por sus favores, por su amistad, a los hombres que les ofrecian un recurso seguro y constante contra el aburrimiento, especie de malestar que parece particularmente ligado al poder supremo. Pero ¿no es sino en el último siglo que se ha sentido que era del interés del gobierno acordar a las propias ciencias una protección constante, porque la gloria ligada a sus trabajos se refleja en el imperio donde ellas son honradas, y le dan una grandeza de opinión más halagüeña, y frecuentemente también más útil que el poder real?" (Condorcet, Etogio de los académicos de la Academia Real de C iencias Muertos desde 1666 hasta 1699, Adver tenci a, en Obras de Condorcet, tomo segundo, Paris, 1874, pág.1)  Museo Nacional de Buenos Aires, esquina de Perú y Alsina, ca. 1920 La Francia de fines del siglo XVII fue testigo de la emergencia del elogio público de los sabios y de la entronización del científico como héroe civil. Dentro de la tradición francesa, el estudioso fallecido empezó a ser merecedor del elogio público por parte de quienes se consideraban sus herederos. Fue entonces, y en el género del "elogio", que aquellas cualidades morales atribuidas hasta ese momento a una imagen idealizada del filósofo estoico, se transfirieron al "filósofo natural" o científico. En estas piezas de oratoria se honraba al muerto y, fundamentalmente, se promovía un programa que reconstruía al objeto de homenaje transformándolo en presagio del lugar de la ciencia y del conocimiento del porvenir. En este sentido, el elogio del académico o sabio fallecido se constituyó en uno de los modos de definir públicamente el papel del científico en la sociedad. Bernard Bovier de Fontenelle (1657-1757), secretario de la Académie Royale des Sciences de París, fue el primero en propender a suprimir el hiato entre la comunidad de académicos y una audiencia más amplia, a través de sus elogios póstumos de los sabios. Los elogios escritos por de Fontenelle elevaron al científico a un rango que, por entonces, sólo compartían generales y hombres de estado.  Asimism o, est ablecieron un modelo que siguieron qu ienes ocuparo n su lugar e n la Ac adémie:  Dortou de Marain, Grandjean de Fouchy y el Marqués de Condorcet. Con de Fontenelle, el "elogio académico" perdió su carácter de encomio acrítico para adoptar la forma de una biografía estudiada

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Volumen 8 - Nº47 - Julio/Agosto 1998

Revista de Divulgación Científica y Tecnológica de la

Asociación Ciencia HoyARTÍCULO

Frente a la Tumba del Sabio

Máximo FarroUniversidad Nacional de La Plata

Dpto Científico de Arqueología del Museo de La Plata

La tendencia a hacer de los grandes sabios una especie de santos laicos tienen un ya lejano

antecedente en la Francia del siglo XVII. El tratamiento dado a la figura de Florentino Ameghino en el 

seno de una fuerte corriente cultural argentina desde fines del siglo XIX en adelante, es analizadoaquí como interesante caso de tal fenómeno.

"En todos los siglos se ha visto a los príncipes gustar de las ciencias, incluso cultivarlas, atraer a lossabios a sus palacios, y recompensar por sus favores, por su amistad, a los hombres que les ofrecianun recurso seguro y constante contra el aburrimiento, especie de malestar que pareceparticularmente ligado al poder supremo. Pero ¿no es sino en el último siglo que se ha sentido queera del interés del gobierno acordar a las propias ciencias una protección constante, porque la glorialigada a sus trabajos se refleja en el imperio donde ellas son honradas, y le dan una grandeza deopinión más halagüeña, y frecuentemente también más útil que el poder real?"

(Condorcet, Etogio de los académicos de la Academia Real 

de Ciencias Muertos desde 1666 hasta 1699, Advertencia,en Obras de Condorcet, tomo segundo, Paris, 1874, pág.1)

 

Museo Nacional de Buenos Aires, esquina de Perú y Alsina, ca. 1920

La Francia de fines del siglo XVII fue testigo de la emergencia del elogio público de los sabios y de laentronización del científico como héroe civil. Dentro de la tradición francesa, el estudioso fallecidoempezó a ser merecedor del elogio público por parte de quienes se consideraban sus herederos. Fueentonces, y en el género del "elogio", que aquellas cualidades morales atribuidas hasta ese momentoa una imagen idealizada del filósofo estoico, se transfirieron al "filósofo natural" o científico. En estaspiezas de oratoria se honraba al muerto y, fundamentalmente, se promovía un programa quereconstruía al objeto de homenaje transformándolo en presagio del lugar de la ciencia y delconocimiento del porvenir. En este sentido, el elogio del académico o sabio fallecido se constituyó enuno de los modos de definir públicamente el papel del científico en la sociedad.

Bernard Bovier de Fontenelle (1657-1757), secretario de la Académie Royale des Sciences de París,fue el primero en propender a suprimir el hiato entre la comunidad de académicos y una audienciamás amplia, a través de sus elogios póstumos de los sabios. Los elogios escritos por de Fontenelleelevaron al científico a un rango que, por entonces, sólo compartían generales y hombres de estado. Asimismo, establecieron un modelo que siguieron quienes ocuparon su lugar en la Académie: Dortoude Marain, Grandjean de Fouchy y el Marqués de Condorcet. Con de Fontenelle, el "elogioacadémico" perdió su carácter de encomio acrítico para adoptar la forma de una biografía estudiada

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para exaltar las virtudes morales de las ciencias postrenacentistas y de sus practicantes.Destaquemos que la Académie Royale des Sciences fue establecida en 1666 durante el reinado deLuis XIV por su ministro Colbert, bajo los principios de patronato del gobierno y de una ciencia útilpara el estado, ideal que los secretarios se ocuparon de defender en los años que siguieron alestablecimiento de la institución.

Entre los elogios más estudiados en la historia de las ciencias y de las ideas se cuentan los de deFontenelle y los que en 1773, Marie-Jean-Antoine-Nicolas Caritat de Condorcet publicó como Élogesdes Académiciens de l' Académie Royale des Sciences Morts depuis l'an 1666 jusqu'en 1699.

Condorcet, con esta obra, demostraba ante los académicos sus dotes para asumir el cargo deSecretario, que a fines del siglo XVIII, ya había empezado a presuponer, entre otras obligaciones, lade honrar a los miembros fallecidos. El elogio del sabio fue una tradición que continuó en la Franciarepublicana. Así, por ejemplo, en 1800 Jean Léopold Nicolas Fréderic' Georges-Cuvier recordó aDaubenton, su antecesor en la cátedra de Historia Natural en el Collége de France, proclamando elprincipio de apoyo del estado a los científicos carentes de recursos. Con este elogio, Cuvier definió lanecesidad de contar con colecciones de fósiles formadas y costeadas por el erario público,oponiéndola al diletantismo de los ricos y poderosos.

Los elogios resultaron también en una idealización de los sabios como personajes iluminados que,armados únicamente con las herramientas de la razón, se enfrentaban a las tinieblas de la ignoranciay de la superstición. Isaac Newton, Benjamín Franklin, Galileo Galilei, Vesalius, Alexander von

Humboldt, Charles Darwin fueron algunas de las figuras consagradas por la "santidad" emanada de laciencia. En la segunda mitad del siglo XIX, a muchos de ellos se les adscribieron cruzadas y penuriasbiográficas que los aproximaban al martirio del santo cristiano. La asociación entre ciencia y naciónllevó a la celebración de los sabios ya no sólo de parte de sus pares, sino también del país que loshabía cobijado.

En la cultura argentina, los primeros sabios en ser celebrados como promesas del destino de laciencia en el país fueron Francisco Javier Muñiz y Charles Darwin. Domingo F. Sarmiento se ocupóde ambos: homenajeó al segundo poco después de su muerte en una conferencia pública organizadapor el Círculo Médico, en el Teatro Nacional de Buenos Aires. Honró a Muñiz en 1886, recopilandosus escritos y publicando su biografía para "restaurar a un hombre argentino ilustre". Bartolomé Mitrey Florentino Ameghino se sumaron a Sarmiento en su valoración de Muñiz y Darwin, entretejiendo lagloria de sus predecesores con la de ellos mismos y con aquella grandeza de la patria que se veíademostrada por los ricos depósitos fosilíferos de las pampas argentinas.

Sin embargo, y ya en las primeras décadas de este siglo, fue Florentino Ameghino quien setransformó en uno de los emblemas más realizados del "santo laico". Poco después de su muerte, el6 agosto de 1911, el culto civil al sabio argentino se promovió mediante el elogio público póstumo através de los diarios y de las revistas educativas, científicas, de divulgación y de interés general. Laimagen de Ameghino se acuñó con los rasgos de un estudioso aislado y con los del excepcionalautodidacta. Asimismo, en la retórica sobre la ciencia en la Argentina, Ameghino tomó el lugar de lavíctima de la indiferencia y de la inquina de los poderosos, como también el de uno de los resultadosmás sobresalientes del suelo y de la historia nacional. La obra de Ameghino dio fama al país en elmundo entero y, en los años de la primera guerra mundial, se pudo proclamar que nuestros"grandiosos mamiferos fósiles habían despertado al genio de Darwin y alimentado a un sabio nacido enel desierto pampeano. Por otro lado, la figura de Ameghino se erigió como la de un arquetipomoralizador para niños y maestros, y en símbolo de la grandeza y las capacidades de los argentinos,resultantes de la fusión de suelo, ideales laicos e historia.

Uno de los aspectos más interesantes de este fenómeno, consiste en analizar los grupos quepropusieron y que se opusieron a la consolidación de este prototipo de argentinidad. Ameghino, quiena su muerte ocupaba el cargo de Director del Museo Nacional de Buenos Aires, fue canonizado como"santo moderno" en el contexto de una época en la cual la paleontología y la antropología ocupabanun importante lugar en la mentalidad del público. Pero subrayemos que esos mismos añoscorresponden al momento en que en la Argentina, como en el resto del mundo, la práctica de laciencia pierde parte de su retórica universalista para afirmarse en los límites de una ciencia nacional.En este marco, Ameghino desempeñó el papel de icono, tanto para los propulsores del movimiento de

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regeneración social a través de una cultura científica popular, como para los mismos científicosdeseosos de c lausurar el período de importación de sabios extranjeros.

Quienes proclamaron la "santidad" del Director del Museo Nacional fueron, en principio, algunos delos miembros de su círculo de amigos de La Plata: el periodista socialista Alfredo Torcelli utilizando eldiario El Pueblo, y dos profesores de la Sección Pedagógica de la Universidad Nacional de La Plata,Victor Mercante y Rodolfo Senet, desde la revista universitaria Archivos de Pedagogía. En Buenos Aires, se hicieron eco de tal idea el diario La Nación y el periódico socialista La Vanguardia, con Ángel M. Giménez como portavoz. Carlos Gutiérrez publica en La Nación una página íntegra con el

articulo necrológico de Ameghino, con su retrato casi de tamaño natural. Años después, el mismodiario editó como folletín el "Elogio" que Lugones escribió en 1915, a la vez que Caras y Caretasrecordaba religiosamente el 6 de agosto de cada año. Senet y Mercante, quienes antes de formar parte de la universidad de Joaquín V. González, habían sido maestros de escuela de provincia einterlocutores postales del "sabio", propusieron la "santidad" de Ameghino para niños y maestros.Victor Mercante -en esos años, director de la Sección pedagógica de la Facultad de Humanidades yCiencias Jurídicas y Sociales de la Universidad de La Plata- había sugerido durante el sepelio de Ameghino levantar el recuerdo al sabio "en Luján, frente a la casa misma donde vio la luz, para que la juventud argentina en caravana, el 18 de septiembre de cada año, rehaga la niñez de este hombreextraordinario, como la juventud inglesa rehace la de Shakespeare y la toscana la de Galileo, y recibael fortificante efluvio del ambiente que hizo al gran hombre". En 1916 la casa natal ostentaba lasplacas de homenaje al muerto colocadas por la Sociedad Luz y por la biblioteca Florentino Ameghino

de Buenos Aires. Sin embargo, no fue la casa del sabio sino la tumba en el cementerio de La Plata laque se constituyó en el destino de las peregrinaciones anuales de las federaciones estudiantiles de laprovincia y de la ciudad de Buenos Aires, realizadas en los años que siguieron a su muerte (ver "Descripción de la ornamentación del funeral civil"). Asimismo, el 18 de septiembre de 1911,aniversario del nacimiento de Ameghino en Luján, se organizó en el Teatro Argentino de La Plata ungrandioso funeral cívico al que concurrieron los estudiantes, profesores y maestros de la ciudad. Losdiscursos estuvieron a cargo de José Ingenieros, Eduardo Holmberg, Victor Mercante, Rodolfo Senety, casualmente, Jean Jaurés. En este funeral de resonancias romanas (ver "Ameghino como ejemplomoral y cívico"), la omnipresencia del "espíritu de Ameghino" se combinaba con la del gremio de losdocentes a quienes sus hermanos Juan y Carlos habían entregado el cuerpo. En efecto, el féretro, envez de deposítarse junto a sus padres y esposa, se guardó en el panteón de los maestros de laprovincia de Buenos Aires en el cementerio de La Plata. De esta manera, Florentino Ameghino, sin

descendencia ni familia que lo precediera, aparecía en su muerte como una figura emergida de lavoluntad de educación asociada al gremio de los maestros argentinos. La identidad de Ameghinocomo maestro y seguidor de la tradición del autodidactismo sarmientino, recordemos, fue la queperduró en la representación popular del paleontólogo. En 1913 el Consejo nacional de Educacióndeclaró el 6 de agosto como la "fecha de Ameghino", para que fuera recordada todos los años por losprofesores y maestros en clases especiales, actos públicos o privados, con la presencia de todos losalumnos, pequeños y grandes. La Sociedad Argentina de Ciencias Naturales Physis a través de suBoletín, celebraba tal decisión dado que "el nombre de un naturalista, modestísimo como hombre, havenido por este solo hecho, a quedar colocado al lado del de las más altas glorias de la patria, queson tales, porque precisamente, han entrado a la conciencia nacional por medio de las almasplásticas de los niños, a quienes se ha enseñado a admirarlas. Y ha sido por cierto un espectáculoconmovedor para quien ha tenido oportunidad de presenciarlo, el de esos millares de niños que

depositaban ante la efigie de un hombre de estudio las flores que hasta hoy no habían llevado sinoante tres o cuatro figuras... tampoco podía verse sin emoción las tiernas y torpes manos, inhábilesaún para los palotes, trazando a su modo la biografía del "señor sabio", cuyas obras e ideas eran,desde luego, tan incapaces de comprender como capaces de admirar". Cabe destacar aquí que laSociedad Argentina de Ciencias Naturales fue creada en 1911. Entre sus objetivos se contaban,además de la consolidación de la práctica de las ciencias naturales en el país, alentar a losinvestigadores radicados fuera de Buenos Aires y La Plata, y difundir las ciencias argentinas entre losdocentes. En 1916, la Sociedad adquirió la personeria jurídica y realizó su primera reunión nacionalen Tucumán como parte de los festejos del centenario de la declaración de la independencia. En estareunión, Mercante, entonces Inspector general de enseñanza secundaria y especial, fue el presidentede la sección "Enseñanza e historia de las ciencias naturales" y procuró la participación en ella delos profesores de educación media a través del apoyo del gobierno nacional. Los naturalistas de la

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Sociedad promovían y aplaudían estas iniciativas de asociar el amor a la ciencia con el conocimientode la patria y del territorio a través de los niños y los maestros, que -a su parecer- ayudarían acimentar la necesidad de una ciencia natural nacional.