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Amanecer en Irlanda.©Todos los derechos reservados.©Martina Leiva1ªEdición: 2020, MarzoEs una obra de ficción, los nombres, personajes, y sucesos descritos son productos de laimaginación del autor. Cualquier semejanza con la realidad es pura coincidencia.No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, sin el permiso del autor.

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Capítulo 1

Capítulo 2Capítulo 3Capítulo 4Capítulo 5Capítulo 6Capítulo 7Capítulo 8Capítulo 9Capítulo 10Capítulo 11Capítulo 12Capítulo 13Capítulo 14Capítulo 15Capítulo 16Capítulo 17Epílogo

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Capítulo 1

Nunca olvidaré la primera vez que Ronan McLaughlin puso sus ojos en mí. Jamás hasta entonceshabía sentido un rubor semejante. Mis mejillas ardían, no literalmente, pero casi. Y es que estabaa un tris de comprobar que el dueño de aquella inflamable mirada era un mago del amor.

Corría el primer día de un curso del que yo esperaba lo mismo que del resto, es decir, un montónde adolescentes inmersos en un festival de hormonas alborotadas, muchos de los cualesterminaban convirtiéndose en mis personas preferidas. Pero lo que no tenía previsto, pese a ser delo más organizada, era la aparición estelar de aquel irlandés, rubio y con los ojos azul zafiro másbonitos del mundo.

Lo primero que me llamó la atención, aparte de un evidente atractivo físico que nos dejó a Fany ya mí trastocadas, fue aquella sonrisa cautivadora que daba claras muestras de que estábamos anteun seductor nato. Los cuchicheos tras su marcha de la sala de profesores no se hicieron esperarentre ambas, dado que ella me animó a que atacara, obvio que debió confundirme con un sabueso.

¿Qué me pareció su propuesta? Pues si he de ser sincera, creí que se trataba de un absolutodespropósito, porque, aunque mi autoestima gozaba de buen estado de salud, me pareció queRonan jugaba en otra división.

Me presento, mi nombre es Valeria, tengo treinta y dos años y soy profesora de matemáticas en uninstituto de un pueblecito de Salamanca, donde nací y del que me confieso absolutamenteenamorada. Elegí esta profesión gracias a la pasión que vi a mi madre verter en ella, pues tambiénse especializó en la misma disciplina. “Las García somos un hacha en lo que a números serefiere”, nos solía repetir a mi hermana Irene y a mí de pequeñas.

Mi madre nos crio a ambas en el mejor de los ambientes, salvo un pequeño paréntesis del quenormalmente prefiero no acordarme, pero que al que ahora haré referencia. A los veinticinco años

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y, ejerciendo ya de maestra del pueblo, se quedó embarazada del hijo de una familia de renombre,que venía a pasar las vacaciones desde Madrid. Para mi pobre madre, el embarazo, aunque lecogió por total sorpresa, fue inicialmente un regalo del cielo, el fruto del que creía un amor purodonde los hubiera, el que había nacido en aquellas bonitas tardes estivales con Matías.

Un camino de rosas, así interpretaba la buena de mi progenitora, cuyo nombre era Cecilia, la vida,hasta que esta vino a demostrarle que no hay rosas sin espinas. El mismo día que le confesó aMatías su estado de buena esperanza, su felicidad se diluyó por las rendijas de la indiferencia deaquel niño bien, que todavía no había terminado sus estudios de Medicina en la capital, y queestaba llamado a dirigir la clínica de su padre y a sellar un compromiso matrimonial con algunaseñorita de la alta sociedad madrileña.

De resultas de aquella, mi madre vio cómo su particular cuento de hadas se reducía a cenizasmientras su barriga crecía. No obstante, la guerrera de ella sacó su coraza y se prometió queresurgiría de sus cenizas como el Ave Fénix, capeando el temporal y poniendo al mal tiempo,buena cara. En ese escenario me dio a luz como madre soltera, y siguió con aquellas clases enunas aulas en las que se le iluminaba el aura.

Los primeros cinco años de mi vida transcurrieron como una balsa de aceite. Había unanimidadentre mis familiares y amigos en que yo era la niña más risueña que habían conocido. Por miparte, sentía tenerlo todo en la vida, pues la grandeza de mi madre hizo que nunca reparara en laausencia de mi padre, cuya familia, por cierto, no volvió a poner los pies en el pueblo desde quetuvo conocimiento del embarazo de mi madre. Todo un ejemplo de valentía y generosidad por suparte.

Si he de ser honesta, lo único que eché en falta durante mi más tierna infancia fue un hermano,cuestión que repetía con tal insistencia a mi madre que ya solía decirme que yo era lo másparecido en persona a un disco rayado. Pero es que la idea de tener un compañero de juegosperenne en casa, me podía. Y sí, el universo debió escuchar mis súplicas porque, cuando yocontaba con siete años, llegó mi hermana Irene, a la que recibí con los brazos abiertos y en la quevolqué todas las dosis de cariño que mi pequeño corazón pudo reunir.

El “pero” de la cuestión tenía que ver con el padre de Irene, Esteban, que conquistó a mi madre

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con malas artes. A ver, la pobre mujer se había dedicado en cuerpo y alma desde mi nacimiento amí y a su labor docente, por lo que digamos que en cuestión de amores estaba verde como unapera.

Esteban encontró en ella a la perfecta víctima y, como el lobo con piel de cordero que era, lemostró una fingida cara hasta que el anillo que colocó en su dedo la hizo caer en sus redes. Paracuando Irene vino a nacer, mi madre ya había comprobado que él no era el hombre que ella habíaidealizado. Y lo hizo bofetada va y bofetada viene, a las que seguían unas cuantas lágrimas decocodrilo a la mañana siguiente, con la sempiterna promesa de que no lo volvería a hacer.

Cuando mi hermana contaba con cinco meses de edad, el referido matrimonio se saldó con doscostillas de mi pobre madre partidas de una patada. Ocurrió en una noche en la que aquelmiserable se refugió más de la cuenta en su único amigo, el alcohol.

La última vez que lo vimos, salía esposado de nuestra casa por una pareja de la Guardia Civil, loque hizo que mi madre quedara al cuidado de dos niñas y diera definitivamente por cerrada suetapa amorosa, que jamás retomó, hastiada como quedó de los asuntos del corazón.

Finalmente, y por aquello de que parece que los mejores son los primeros en partir hacia el otrobarrio, un cáncer se la había llevado cuando yo contaba con veintiocho años, tras una titánicalucha en la que volvió a dejarnos muy claro a sus hijas de la pasta de la que estaba hecha.

Irene y yo continuábamos siendo uña y carne. Yo no podía imaginar la vida sin aquella personitaque había sido mi protegida y mi alma gemela desde su nacimiento, por lo que sentí horrores sumarcha a Asturias. Tal acontecimiento estaba cantado y llegó tras terminar sus estudios deVeterinaria, pues unió su vida a un compañero de estudios, Alonso, marchando con la familia deél, que tenía un negocio de granjas en las que ambos tenían asegurado el trabajo.

Por desgracia, me había quedado bastante sola en la vida, pues mis abuelos ya habían fallecido ysolo tenía en el pueblo a mi tía Marcelina, hermana de mi madre, y a mis primos, Enrique yManuel, a los que visitaba de vez en cuando, pero ya se sabe que cada uno tiene que atender losuyo.

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En cuanto a mi currículum amoroso, no había sido para tirar cohetes, la verdad. Algunas historiasesporádicas antes de los veintitrés, y un novio a partir de esa edad, con el que conocí el amor. Noobstante, lo dejamos cinco años después, en la mejor de las sintonías, por incompatibilidad decaracteres. Aquello en la práctica venía a traducirse en que él era muy bueno, pero aburrido comouna ostra, y yo aspiraba a una pareja con la que sentir que había vida más allá de unos cuantosprogramas de televisión de gusto común.

Cuatro años después de mi ruptura con Guzmán, el amor seguía sin llamar a mi puerta, pero yo,como ávida lectora de lectura romántica que era, hacía gala de una fértil imaginación y de unasanta paciencia que indicaban que algún día germinaría en un amor de esos de leyenda.

Mientras tan extraordinario acontecimiento llegara, me sentía plena con mis clases en un institutoen el que desde el primer día mis compañeros me acogieron como una más y en el que conocí aFany, profesora de Educación Física. Desde el minuto cero descubrí en ella a un portento de mujercuya amistad me sirvió en parte para paliar el agujero que dejó en mí el traslado de Irene aterritorio astur.

Con Fany, que tampoco tenía pareja más allá de algún rollo ocasional, que solía contarme conpelos y señales, salía los fines de semana. También con ella hacía planes para escaparnos encualquier momento por la península, aunque igualmente nos habíamos dado alguna vuelta pornuestras islas y recorrido buena parte de Europa.

Ya eran varios los cursos que yo llevaba allí, pues pese a no ocupar todavía plaza fija, año trasaño había recibido como agua de mayo aquella carta que, en pleno verano, me traía la buenanueva de que volvería a impartir clases en el mismo centro docente. ¡Al menos en lo profesionalla suerte estaba de mi lado!

Así eran las cosas y así las he contado hasta el glorioso día en el que lo que quiera que haya ahífuera, tuvo a bien poner a Ronan en mi vida. Y es que el que estaba destinado a ser mi rey decorazones, era un celta que yo no podía dejar escapar y que pertenecía a un programa deintercambio de profesores extranjeros, que lo tendría en el instituto durante dos cursosconsecutivos.

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—¿Sois profesoras o alumnas? —fue lo primero que nos espetó en español con aquel acento quevalía para que quisiéramos crearle in situ un club de fans.

—Profesoras, profesoras—reíamos ambas.

—Soy Ronan, el nuevo profesor de inglés y, aunque no lo parezca, no soy de aquí, soy irlandés—bromeó.

—Pues fíjate que yo creí que eras del mismo barrio de Triana—le dio dos besos Fany, que erasevillana.

—¿Y tú? —preguntó con aquella mirada curiosa que me hizo derretir como un helado en agosto,provocando que toda la sangre de mi cuerpo se concentrara en mis mejillas.

—¿Yo? Yo no soy irlandesa—le devolví la broma—. Me llamo Valeria y soy profesora dematemáticas.

—¿De matemáticas? Nunca pude con ellas, los números eran para mí como un jeroglífico. Lasrecuerdo como la gran pesadilla de mi infancia. Y no me vayas a decir eso de que seguramente notuve buena base, porque lo intenté todo. Créeme—sacó a relucir aquella ristra de perlas que teníapor dientes.

—Bueno, ya sabes que la matemática es solo un tipo de las muchas inteligencias que existen, atodos no se nos da bien lo mismo. Deduzco que lo tuyo son las lenguas…

—Sí y eso que solo tengo una—y en ese momento la sacó a pasear, enseñándonosla.

—Ya, ya vemos —me sorprendió su gesto, por espontáneo, y enrojecí todavía más, si cabía.

—Bueno, pues nada, voy a coger, ¿cómo decís por aquí? El toro por los cuernos y a enfrentarme alos chavales. ¡Os veo pronto! —exclamó.

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—¡Y en los bares! —Fany no conocía el rubor ni lo pretendía.

—Anda que te ha faltado el tiempo para tirarle la caña, jodida — la admiraba, era puro impulso.

—La estoy tirando, pero no es para mí. Ese pececillo va a morder el anzuelo de la tuya, créeme—afirmó con la mayor de las rotundidades.

—¿Estás loca? ¿Qué te hace pensar eso? —tenía en mente que se lo iban a rifar y que yo no iba aser la afortunada.

—Digamos que mi intuición y el hecho de que se ha quedado prendado de ti, ni más ni menos.

—Lo dicho, estás rematadamente loca, yo no he notado nada de eso.

—Eso es porque no estás en lo que tienes que estar, que mira que te lo he dicho muchas veces, quecomo sigas así no voy a poder venderte…

—Déjame en paz, anda, que los chicos ya nos esperan…

—¡Qué cruz! Un año más—resopló.

Subimos las escaleras y nos dirigimos a nuestras respectivas aulas. Al pasar por la de Ronan,escuché las risas de los alumnos. ¿Era posible que en menos de cinco minutos se estuvierametiendo a aquella caterva en el bolsillo?

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Capítulo 2

A media mañana, estaba yo dándole a mi vicio favorito, esto es, sacando un café de la máquinapara sentarme en la sala de profesores, cuando lo vi venir revestido de aquel halo de seguridadque intuía que le caracterizaba.

—Objetivo conseguido. Creo que ya tengo a esos bribonzuelos en el bote—me sonrió.

—¡Pues mira que los de primero de Bachillerato de letras tienen fama de ser huesos duros deroer! —no tardé en devolverle la sonrisa.

—Me apunto esa expresión para mi lista, no la conocía—y lo hizo, sacando su móvil.

—¿En serio tienes una lista de expresiones? —me eché a reír, no lo hubiera imaginado en la vida.

—Claro, para ti es muy fácil dirigirte a ellos, pero piensa que yo me muevo en aguas movedizas.La primera impresión es la que cuenta y me he empapado bien de la jerga juvenil, “al loro”, “enplan”, “del palo” —me lo demostró.

—Pero bueno, bueno, tú has venido a robarnos el protagonismo a los demás profesores. Nos van aodiar y van a querer que los acompañes tú al viaje de fin de estudios—concluí, poniendo losbrazos en jarra.

—¡No exageres! Además, si a ti te odian, no será culpa mía, será de esas endiabladas matemáticas—rio a carcajadas y su risa resonó en toda la sala—. Aunque, a decir verdad, no creo que nadiepueda odiarte—el corazón me dio un vuelco.

—¿Qué se cuece por aquí? —nos interrumpió Amalia, la directora del centro, una señora amabledonde las hubiera, ya a punto de jubilarse.

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—Soy Ronan—le dio dos besos—. Espero que la presencia de un forastero este año no os resultedemasiado incómoda.

—¿Cómo incómoda? Nos encantará tenerte entre nosotros. No es por presumir de centro, perocreo contar con un equipo de lo más hospitalario. Además, estoy segura de que también te va agustar la gente del pueblo. Por cierto, Valeria podrá presentarte a muchos vecinos y hacerte unaruta por los mejores lugares de los alrededores.

—¡Lo veo una idea excelente! —voló a contestar.

—¡Bien! Pues entonces ya quedaremos. Por cierto, ¿acabas de llegar al pueblo? ¿Has encontradoya casa? —me interesé, al tiempo que Amalia salía.

—Me temo que no, todavía tengo esa cuestión que solventar, piensa que apenas llevo aquí un parde días.

—Me hago cargo—encogí los hombros.

—¿De qué te haces cargo, taruga? — Fany entró y se desplomó en la silla.

—Parece que vienes de la guerra—reí con ganas.

—Ya te digo, como tú no tienes que liarte a dar carreras por el patio… Yo, sin embargo, noto lascervecitas de este verano más de la cuenta, tengo que ponerme a dieta.

—¿A dieta? Vamos hombre, no me hagas reír, si estás estupenda. Bueno, lo que comentábamosRonan y yo es que todavía tiene por delante la papeleta de buscar piso.

—Pues no es moco de pavo, chaval—concluyó ella.

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—¿Moco de pavo? —se extrañó él y, cuando se la explicamos, otra frase para su lista.

—Sí que, en el pueblo, entre que esto no es Manhattan y no hay tantas viviendas vacías, y quemuchas son segundas residencias, no te creas que vas a tener mucho donde elegir.

—Pues sí que me lo estás pintando bonito, voy a tener que coger una borrachera cuando loconsiga.

—Ah, pues beber solo es muy triste. A esa nos apuntamos mi amiga y yo, que lo sepas—ya volvíaFany de nuevo a la carga.

—Será todo un placer, necesito socializar un poco.

—Pues el sábado por la noche socializamos y te enseñamos los pubs del centro—le soltó y a míno me dio tiempo a soltar prenda, ni falta que hacía, estaba fascinada con la idea.

Al mediodía Fany y yo quedamos para comer. Nos dirigimos a la casa de la señora Ana, unpequeño local en el que servía aquella comida casera que sabía a gloria bendita y que tanto merecordaba a la de mi madre, que en paz descanse.

—Este fin de semana te quiero sacándote el máximo partido posible, que a ese te lo ligas tú antesde que cante un gallo.

—¡Para el carro! ¿Qué sabemos nosotras de si tiene algún compromiso en su tierra?

—¿Tú estás tonta? Debe tener unos… ¿cuarenta, puede ser?

—Más o menos—calculé por encima.

—Pues con esa edad, para acogerse a este programa, o es soltero o divorciado. Nadie deja dosaños a su pareja, así como así, y se va a miles de kilómetros, anda ya…

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—Ahí puede que tengas razón, ya nos enteraremos…

—Eso dalo por hecho. Y te iba a decir una cosa, aunque, conociéndote, me vas a dar con el perolde las alubias en la cabeza, pero yo la tengo que soltar.

—Tira ya, anda, que me haces temblar…

—¿Por qué no le alquilas tú una habitación?

—¿A ti se ha ido la chota? —me quedé perpleja, era lo último en lo que podía haber pensado.

—Pues yo no lo veo tan extraño. Te sobra casa y él necesita un lugar donde vivir. Lo que te pagueva a la hucha y tienes para hacer un viaje impresionante en verano. O, en su defecto, para quehagamos.

—¿Y por qué no se la alquilas tú?

—Porque mi piso es mucho más pequeño, solo tengo mi dormitorio y mi despacho y, porque,además, la que le gustas eres tú…

Mi amiga acababa de dejarme de una pieza con una disparatada propuesta que, en puridad, meresultaba de lo más tentadora. Ese pensamiento duró unos segundos en mi cabeza, hasta que bajéde la nube y recordé la mujer práctica pero realista que yo era.

Cierto que seguía viviendo en la que había sido nuestra casa familiar. Incluso que la mismacontaba con tres dormitorios y dos baños, uno de ellos en el dormitorio principal, por lo que solotendríamos que compartir las zonas comunes, pero yo no lo veía. Había sido un buen intento por suparte, lástima que no hubiera colado.

A partir de ahí, los acontecimientos desencadenaron el periplo que llevó a que, una semana más

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tarde, Ronan estuviera entrando con sus maletas en mi casa; con sus maletas y con aquella sonrisade galán que era su mejor carta de presentación.

Lo que ocurrió no es difícil de imaginar. Conseguir piso se había convertido para él en los últimosdías en una especie de misión imposible. Ante semejante premisa y, dado que no había hora de lamañana en la que Ronan y yo no coincidiéramos y termináramos riendo a brazo partido encualquier rincón del instituto, el sábado por la noche, cuando Fany y yo salimos de marcha, se loofrecí, con una copita de más en el cuerpo.

No voy a decir que el domingo me arrepintiera de ello, pero sí que me daba cierto vértigo laconvivencia con un total desconocido, por mucho que su sonrisa reviviera a un muerto y quepareciera de lo más detallista.

Esos eran mis temores, que pronto me dijeron adiós, cuando comprobé que la diosa Fortuna mehabía bendecido, dándome un compañero de piso de lo más solícito, atento y generoso. Que valeque mi vida anterior a Ronan no había sido gris ni de ninguna tonalidad parecida, pero sí que él ledio un toque de color de lo más alegre.

—Este es tu dormitorio—le indiqué mientras soltaba las maletas y su ordenador portátil—. Lo headaptado un poco y he comprado esta mesa de estudio, espero que todo sea de tu agrado. Ahora teenseñaré tu cuarto de baño.

—Está todo fantástico, mucho mejor de lo que pudiera haber imaginado. Créeme que cuando meempezaron a poner tantas trabas para alquilar, me veía viviendo debajo de un puente. No tengopalabras para agradecerte—de nuevo aquella sonrisa que encendía todas mis alarmas.

—¿De veras? Me alegra saberlo—me salió una sonrisa amplia.

—¡Claro! Solo espero no ser un estorbo para ti. Soy ordenado, limpio, cocino bien y no ronco.

”No ronco”, ¿eso había dicho? ¡Cielos, era lo de menos! Por mucho que me molara, solo éramoscompañeros de piso. Fany en ese momento me habría dado una colleja para que espabilara, pero

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bueno… Luego pensé que había personas cuyos ronquidos afectaban a todos los que con ellasconvivían, ya estaba yo divagando, para no variar. A eso se estaría refiriendo aquel Adonis, puesjuntos no íbamos a dormir.

—¿Un estorbo? No, hombre. Estoy muy contenta. Incluso he pensado que me va a venir fenomenalpara practicar mi inglés, que lo tengo bastante olvidado.

—¿Sí? Pues entonces te propongo una cosa, podemos hablar un día en inglés y otro en español, asínos ayudamos los dos, ¿qué te parece?

Y a mí me pareció genial. Y eso que no sabía lo mucho, mucho que íbamos a hablar, y lo que noera hablar… Resulta que el muchacho no tenía pareja y estaba libre como el viento, igualito queyo…

Dos semanas después de que Ronan estuviera en mi casa, sus pertenencias permanecían en eldormitorio que yo le había alquilado, pero él ya dormía en mi cama. ¡Fany no se habíaequivocado! Ronan estaba por mí y yo… Yo moría por seguir conociendo al hombre que dio unnuevo sentido a mis mañanas y a mis noches.

En la cama, Ronan y yo fundíamos nuestras pieles como nadie, aunque no era dado a los “tequiero”. Para eso estaba yo, que los soltaba de tres en tres a partir de nuestro segundo mes deconvivencia. A decir verdad, Ronan era más de demostrármelo que de decírmelo, pero erahabitual que me cocinara, me mimara y me llevara al extremo en lo sexual cada día, por lo que yome sentía tremendamente querida y atendida en todos los sentidos.

Cuando llegaron las Navidades y volvió a Cork para pasarlas con su anciana madre, lo eché demenos hasta decir basta. Él tenía justo los cuarenta y era el último hijo de una familia numerosa.Llegó en uno de esos descuidos que tienen ciertas mujeres a las puertas de la menopausia, por loque su madre contaba con cuarenta y cinco años al darlo a luz.

Ronan me explicó que la buena señora era ya una adorable anciana con ochenta y cinco años yademás profundamente religiosa, por lo que no vería con buenos ojos que su hijo llevara a su casa

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a una mujer con la que estuviera viviendo en pecado, sin pasar por la vicaría y sin que, por tanto,ninguna divinidad hubiera bendecido una unión que a mí me tenía feliz como una perdiz.

Entendí perfectamente sus argumentos y yo me trasladé a pasar tan entrañables fechas a la tierra deDon Pelayo, con Irene, Alonso y su familia.

El nuevo año me trajo a un Ronan al que cada vez veía más como el hombre de mi vida. Ya loimaginaba sentado en bodas, bautizos y comuniones de mi entorno. Y, hablando de bodas, soñabadespierta y dormida con el hecho de que, si nuestra relación seguía por el mismo camino y llegabaa buen puerto, algún día sonaran campanas que anunciaran la nuestra, lo mismo me daba el rito yel lugar.

Puedo prometer que, de enero a junio, el curso pasó en un soplido, salpicado de innumerablesmomentos con Ronan, con el que cada vez me sentía más a gusto. Tal circunstancia me confirmabaque, finalmente, Cupido se había acordado de mí y me había lanzado las flechas adecuadas.

Aunque inicialmente la idea era que Ronan y yo pasáramos la mayor parte del verano juntos, aexcepción de un par de semanas que fuera a visitar a su madre a Cork, un giro inesperado de losacontecimientos me dejó en mi pueblo, compuesta y sin novio hasta su vuelta en septiembre. Laanciana había enfermado y él debía acudir a su lado. Yo lo entendía, solo que me partía el alma nopoder acompañarlo.

¿Lo intenté? Pues sí, pero también comprendí que imperara el sentido común por su parte, dadoque me confesó que le parecían las peores circunstancias para unas presentaciones que igual a sudesvalida madre le chirriaban un poco en la cabeza en tan dolorosos momentos. Por ende, miúnica ilusión serían las videollamadas y alguna escapadita que pudiera hacer con Fany, pues comoque lo de un gran viaje, prefería dejarlo para más adelante con el irlandés que me tenía el corazóna rebosar de amor.

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Capítulo 3

El mes de julio se me hizo más lento y tedioso de lo que jamás podía haber imaginado. Suerte quela primera semana de agosto sentí el abrigo de la visita de mi querida hermana y cuñado, que sedejaron caer unos días por el pueblo y que no paraban de decirme lo mucho que deseaban conocera Ronan.

—Yo no veo la hora de que vuelva, hermanita. No te lo voy a negar—me puse las manos en lacara mientras tomábamos a solas el primer café mañanero.

—¿Y por qué no vas a verlo? Su madre ya está un poco mujer. No me cabe la menor duda de quele darías una gran sorpresa si apareces por allí unos días.

—Mira que lo he pensado muchas veces, pero como te digo una cosa te digo otra, y me parece untanto cuadriculado para contradecir sus deseos. Él conoce a su madre mejor que nadie y apuestaporque es mejor esperar antes de que yo aparezca por allí.

—¿Y notas que te echa de menos? —siguió interesándose por el tema.

—Mucho—suspiré—. Cierto que no podemos hablar tanto como quisiéramos porque debeatenderla, pero cuando tenemos nuestros momentos, los disfrutamos a rabiar. Piensa que, aunquetiene varios hermanos, casi ninguno vive en Cork y en estos dos meses recae en él todo el cuidadode su madre.

—Ainss, si es que debe ser un amor mi cuñadito. Ve a verlo, tonti.

—¿Y cómo lo hago? ¿Me cuelo en casa de mi anciana y enferma suegra diciendo “tachán” y le doyel disgusto del siglo?

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—No seas boba. Lo que digo es que te acerques un fin de semana, te hospedes en un hotel y pasescon él las horas del día que puedas. Al menos así, te quitas un poco el mono.

—No le va a parecer buena idea. Estoy segura de que se sentiría mal de no poderme atender comole gustaría y enseñarme su tierra y tal.

—Pues por eso mismo no tienes que decirle nada. Vas, lo sorprendes y vuelves. ¿Dónde vive?

—En Cork. Tengo incluso su dirección exacta por cierta documentación del instituto.

—Entonces es pan comido. Te vas un viernes y pasas el fin de semana. Te instalas en un hotel, loavisas y le das la sorpresa de su vida. Caerá rendido a tus pies por un gesto tan bonito y todavíase enamorará más de ti, aunque ya lo debe estar hasta el tuétano.

—Hermanita, me has convencido. No puedo más.

—Pues pilla un vuelo para el viernes de la semana que viene, que ya vamos a dejar de darte lalata y disfruta, cariño.

Dicho y hecho. Media hora después tenía comprado el vuelo y mis sueños ya ponían rumbo aIrlanda. Temblaba de la emoción.

… Y como todo llega, llegó el emocionante día en el que Fany me llevó en coche al aeropuerto.Yo iba provista de mi recién adquirida maleta de equipaje con diseño de corazones de colores,con la que ambas nos hicimos un montón de selfis antes de embarcar.

El vuelo se me hizo eterno. Más que a Irlanda, parecía que estaba haciendo el trayecto ida y vueltaa Australia. Los anteriores días había tenido que echar mano de mi arsenal más farandulero parahacerle creer a Ronan que todavía eran varias las semanas que nos separaban hasta que por finpudiera estrecharme en sus brazos.

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—¿Vas a ver a un amor? —me preguntó una entrañable ancianita que ocupaba el asiento contiguoal mío.

—Sí, señora, creo que al amor de mi vida—acto seguido le relaté mi historia.

—Mi marido también era irlandés. Le conocí hace sesenta años cuando vino de vacaciones aEspaña y finalmente nos casamos y nos quedamos a vivir en su país. Él ya falleció, pero tengo tresmaravillosos testigos de ese amor, que son mis hijos, y siete nietos.

—¿Y ha estado de vacaciones en España?

—Sí, todos los veranos vengo a visitar a mi hermano, pero te voy a contar un secreto; Irlanda mecautivó hasta el punto de que ya no puedo estar fuera. La llevo en la sangre.

—¿Me lo dice en serio?

—Sí, cariño. Es una tierra que tiene algo que te atrapa desde el primer momento. no sé cómoexplicarlo—había mucha emoción en sus ojos.

Un ratito después la señora se quedó dormida. En cuanto a mí, agradecí al cielo la conversaciónque me dio, pues no podía dejar de mirar el reloj.

Cerraba los ojos e imaginaba la cara que pondría Ronan cuando me viera. Yo sabía que él, pese aser un cielo, tenía un carácter fuerte y quizás inicialmente le chocara un poco que me hubierasaltado a la torera sus deseos. Pero también sabía que sus ganas de verme estarían muy por encimade eso.

Miré por la ventanilla mientras el avión aterrizaba. De algo tenía una certeza absoluta y era de quemi corazón nunca había latido tan fuerte como en ese momento. Y es que lo notaba tanto, tanto, queincluso mi respiración se volvía dificultosa; síntomas evidentes de que iba a ver a mi amor y, ¡ano tardar mucho!

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Reconozco que lo primero que pensé al bajar del avión fue que, quien había dicho que Irlanda eraverde, debía hacérselo mirar. Y es que, a primera vista, la icónica Isla Esmeralda se me antojógris, encapotada y lluviosa.

No obstante, bastó un simple traslado hasta mi destino, Cork, para comprobar que estaba enterritorio verde. Y no solo eso, pues aquel camino me sirvió para tomar conciencia de que, sihabía un sitio ideal en el mundo para rescatar a la niña que llevaba dentro, ese era Irlanda.

Observando por la ventanilla del taxi, soñé y lo hice no solo con el reencuentro con mi queridoRonan, sino con la imaginación a flor de piel. Rescaté mi alma lectora y a mi mente aflorarontantas y tantas imágenes que un día cobraran forma en mi cabeza, referentes a aquellas tierras demisterios, fantasías, mitos y cuentos de hadas.

Irlanda siempre había sido un lugar que llamó poderosamente mi atención. Me sucedió desde niñay ahora pensaba que era posible que, de alguna forma para mí desconocida, yo ya hubiera estadoligada a aquella exuberante tierra que en ese instante se mostraba ante mí. ¿Quizás en otra vida?Puede…

Leyendas por descubrir, fascinantes paisajes por explorar y el portador de mi corazón allí. Sinduda un compendio único en el que la ilusión y la magia eran infinitos. Allí, en el lugar en el queen cada rincón habita un duende y un hada, me sentía profundamente feliz.

Inmersa en mis pensamientos, llegué a Cork, la ciudad en la que mi chico vio la luz. Me resultócurioso pensar en el paralelismo de que en aquel lugar hizo el Titanic su última parada y allí eratambién donde me quedaba yo.

En algunas ocasiones, Ronan me había comentado que los lugareños de Cork consideraban que erael mejor lugar del mundo. Yo tenía algunos datos en mente, como que se trataba de una ciudadcosmopolita, caracterizada por la despreocupación y que inspiraba auténtica devoción entrequienes la habitaban, como acabo de indicar.

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Camino de un hotel en el que alojarme, comprobé que la Cork que ocupaba con orgullo una isla enmedio del río Lee, era además un perfecto repertorio de cafés de moda y pubs que saltaban a lavista ya desde su exterior. Por esa razón, ya me veía allí sentada tomando algo con mi chico.

Tenía tanta emoción como planes. En los momentos en los que no pudiera estar con él, tambiénmoría por echar un vistazo a sus originales museos y a sus vibrantes galerías de arte.

Recorriendo Cork tuve la sensación de que, pese a que me encontraba en una ciudad, la vida enella no parecía diferir mucho de la de mi salmantino pueblo. La gente paseaba de un modorelajado y el conjunto me resultaba de lo más armonioso. Acogedora y compacta, así la percibí. Yes que ya Ronan me había avisado de que allí las cosas se hacían a su manera, y daba igual que setratara de una artesanal cerveza o de un festival de jazz. También me había comentado que muchosvecinos contaban con un particular y mordaz humor que, sin duda, haría mis delicias.

Aquel pequeño motel me estaba llamando. Ni un ápice de lujo ni ostentación, ni falta que hacía.Me recordó a una casa de huéspedes que, según me había descrito mi madre, había en mi pueblocuando ella era una niña y que regentaba su abuela Nicolasa, donde vivió muchos de los mejoresmomentos de su infancia. Con tan bonito pensamiento, entré.

—Hola—sonreí al chico que estaba en la recepción. Suerte que llevaba muchos meses hablandola mitad del tiempo con Ronan en inglés y me sentía preparada para afrontar una conversación sintemor.

—Hola, ¿qué querías? —su sonrisa me pareció amable donde las hubiera.

—Deseaba una habitación individual para tres noches, por favor, ¿la tendrías?

—Has tenido suerte. Normalmente solemos tener el cupo lleno, pero acaba de salir un chico queha cancelado sus dos últimas noches de estancia por una urgencia. Si esperas quince minutos, laestán preparando.

—Claro, es ideal. Bueno, no que al chico le haya pasado algo, por supuesto, que espero que no

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sea nada. Me refería…

—Te referías a no tener que seguir dando vueltas como un volador para encontrar hospedaje, teentiendo—su grácil gesto me inspiró confianza.

—Exacto, y menos con esta maleta tan llamativa, que no me hace pasar precisamentedesapercibida—bromeé.

—¿Qué le pasa a tu maleta? Yo la veo muy alegre, me encanta. Creo que hace juego contigo—soltó y después lo noté ligeramente descolocado, creo que lo pensaba, pero que lo dijo en alto sindarse cuenta.

—Gracias, lo cierto es que me enamoró cuando la vi. Eso sí, el día está un tanto gris, parece quedesentono con él.

—No creas, aquí el tiempo es muy cambiante. Niebla solemos tener para parar el tren, eso no te lovoy a negar, pero también es una de las localidades irlandesas más soleadas, así que no podemosquejarnos. En cualquier caso, la niebla afecta más en las mañanas de invierno. Ahora bien, encuanto a la lluvia, esa sí que es abundante desde ya, por lo que debes hacerte con un paraguas conurgencia.

—Bueno es saberlo, no vengo demasiado preparada en ese sentido—agradecí su consejo.

—En cualquier caso, si llega, que hoy amenaza con hacerlo, solo es agua. No te preocupes, que noencoge—era muy bromista.

—Eso espero. Por cierto, me llamo Valeria.

—Yo soy Connor y te doy la bienvenida a una de las ciudades más animadas de Irlanda y a mihumilde motel.

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—¿Es tuyo? —no sé por qué me asaltó la curiosidad.

—Bueno, en realidad lo fundó mi abuela, que ya es mayor y es la dueña también de aquella casa—desde la recepción me la señaló—. Mis padres, que viven en Dublín, no quisieron hacerse cargo ya mí me pareció que aquí estaba mi sitio.

—¿En serio? Mi madre también tenía una abuela que regentaba una casa similar a esta en mipueblo.

—¿De dónde eres? —puso los codos sobre el mostrador y se relajó mientras me escuchaba.

—De un pueblecito de Salamanca, en España. No creo que lo conozcas—me eché a reír. Ya seríacasualidad que aquel chico hubiera estado en mi tierra.

—Estuve en España una vez. Visité Andalucía, concretamente Sevilla, y no pudo parecerme másalegre.

—De allí es mi amiga Fany o, dicho de otra manera, el personaje más gracioso sobre la faz de latierra.

—¿Vienes por turismo? Si no te importuna la pregunta, claro.

—Vengo por amor. Voy a darle una sorpresa a mi chico. Su madre está enferma y hace más de unmes que no nos vemos.

—Lo vas a dejar maravillado. Creo que es un gesto para valorar.

—Eso espero. Ardo en deseos de verlo—la sinceridad por delante, estaba ya tan nerviosa porqueme diera la llave, instalarme y salir en busca de Ronan, que mis uñas tamborileaban sobre elmostrador.

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Charlamos unos minutos más antes de que me dijera que ya podía subir a la quinta habitación a laderecha de la segunda planta. Nos despedimos y lo hice. Lo que vi al abrir la puerta me dejó muybuen sabor de boca. Sencillo, pero escrupulosamente limpio y cien por cien confortable. Aquellugar reunía todos los ingredientes para hacer sentir bien al viajero. Y si encima tenían tan buensentido del humor como yo aquel día, mejor que mejor.

Minutos después volví a bajar y, pasando por delante de Connor, me despedí de él con aquellasonrisa que me sacaba el hecho de saber que en breve estaría volviendo a saborear las mieles delamor. Ello no era óbice para que sintiera un cierto escalofrío, pues lo último que deseaba en elmundo era molestar a mi chico, pero ¡qué diablos! Él no iba a tomar a mal mi visita.

Decidí ir andando y, cuando estuviera cerca de su casa, le enviaría un mensaje para que meindicara si podía salir en ese momento. El abrazo que nos daríamos en la puerta sería de cine.

Como cualquier otro turista, recorrí el centro urbano a pie, siguiendo las indicaciones del GoogleMaps. Ni siquiera había almorzado, pero en el aeropuerto pillé un sándwich que todavía meservía de sustento, el nudo que sentía en el estómago no me permitía probar bocado.

Por fin llegué a aquella preciosa casa de piedra en lo que parecía un pasadizo de otras muchas.Era la suya, yo tenía documentación que lo acreditaba. Le puse un mensaje y, ¡cielos, tenía quehaberlo previsto! Podía pasar, estaba fuera de cobertura. ¿Podía pasar? Bueno, digamos que desdeque estaba fuera de España, había pasado en un par de ocasiones. Y había durado varias horas.Esperaba que no fuera el caso porque los nervios comenzaban a apoderarse de mí.

Reconozco que sentí tentaciones de llamar a la puerta, pero me parecieron palabras mayores. Si sumadre aún no sabía de mi existencia, yo no podía ser una intrusa descarada que llegara con pastaspara tomar el té como si tal cosa. Mejor esperar a que mi chico diera señales de vida.

¡Vaya fastidio! En la puerta de su casa y sin poder contactar con él. Como quien lava y no enjuaga,me dediqué a dar una serie de paseos por delante de las ventanas. ¿Quién decía que no sonaba laflauta, me venía y salía a la calle a cogerme en volandas? El caso era que allí no había ni rastro deninguna persona, pero parecía ser un salón. Igual estaban en las habitaciones interiores, mi suegraquizás permaneciera en cama.

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El revoloteo de los niños alrededor de aquella plazoleta me hizo sonreír. Me senté en un banco ysaqué un libro que llevaba al efecto en el bolso. Me puse a leer sin quitar ojo al móvil. El mensajeseguía sin entrar, esperaba que no fuera para largo. Deseaba con ansia ese visto y comunicarle ami chico que estaba sentada a escasos cinco metros de él. Iba a necesitar más paciencia de lainicialmente prevista.

Una hora después seguíamos en las mismas y mi estómago empezaba a recordarme que apenashabía comido nada. Presa de los nervios, pensé que quizás el WhatsApp no le funcionara, pero leentrara una llamada. A la de una, a la de dos y a la de tres… Llamé y de nuevo el intento decomunicación fue infructuoso. ¡Qué mala pata!

Di una vuelta por los alrededores. No quería apartarme demasiado, precisaba estar a un tiro depiedra para, tan pronto me devolviera la llamada, volar hacia él. Seguro que, a más tardar, en unahora. Al fin y al cabo, estaba en una ciudad digna de visitar y la lluvia amenazaba con hacer actode presencia, pero nos iba dando algo de tregua.

Paseando, llegué hasta el Mercado Inglés y no tardé en sumergirme en aquel edén de quesosartesanos, cremosos chocolates, exquisitos pescados ahumados y un enorme repertorio deproductos locales que invitaban a ser degustados. Piqué un poco por aquí y por allá y comprobéque todas se trataban de auténticas delicias para el paladar.

Media hora después, deshice el camino y volví a la misma plazoleta en la que nuevamente meinstalé con mi libro. Sin novedad en el frente, volvería a tener que echar mano de esa virtud queen mí tanto escaseaba, la paciencia…

No habían pasado demasiados minutos cuando el palpitar de mi corazón a punto estuvo de hacerque este traspasara mi pecho. Jamás, desde que yo había tenido uso de razón, había bombeado tanfuerte. Y es que no hablo de un bombeo cualquiera, hablo de uno que me hizo marear por laintensidad. El palpitar se hizo extensivo a mis sienes, que parecían ser taladradas por lo fuerte dela visión. Calle abajo, y cargado de bolsas, venía un sonriente Ronan, pero no lo hacía solo… Conla mano en su hombro en señal de absoluta familiaridad, una mujer y junto a ellos… Un niño deunos cuatro años que era la viva imagen de mi enamorado.

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¡Tranquilidad en las masas!, pensé. Yo era muy dada al drama y lo mismo la vista me estabajugando una mala pasada. Quizás esa mujer fuese una de sus hermanas y el parecido del niñoestuviera justificado porque fuera su sobrino. Eso me decía mi angelito, el que me hablaba desdela derecha. Pero pronto el diablito que me hablaba desde la izquierda no tardó en regodearsecuando vio mi gozo en un pozo. Justo al entrar en la casa, Ronan y la mujer, entre risas, se dieronun beso en los labios…

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Capítulo 4

Las lágrimas que comenzaron a resbalar por mis mejillas se fusionaron con las gotas que ya caíandel cielo, que parecía solidarizarse con mi pena. Ronan no me había visto y, pese a ello, habíatenido la habilidad de arrancarme el corazón de cuajo con un solo beso, un beso dirigido a otroslabios… ¿De quién? ¿Su mujer? ¿De verdad me había mentido con tanta vileza? Cielo santo…Esposa e hijo, mi vida junto a él había sido una mentira de pe a pa, una burda patraña.

Noté que mis piernas no me sostenían. Y es que, por mucho que yo quisiera sacar fuerzas deflaqueza, Ronan me acababa de dar una puñalada trapera que iba a requerir largo tiempo yesmerados cuidados para sanar. Vi cómo las gotas comenzaban a empapar las páginas de aquellanovela romántica que yo devoraba con avidez antes de aquella fantasmagórica visión. Porque esoes lo que me parecía, haber visto un fantasma. ¿Aquello me estaba pasando a mí?

—¿Estás bien? —sentí cómo aquella chica tan mona y de cuidado aspecto me sostenía por elbrazo. A su lado, un pequeñín de unos seis años con síndrome de Down que me miraba con totaldulzura.

—No, no estoy bien, pero gracias—sentía deseos de abrazarla, me estaba recordando a Irene.¡Cuánto necesitaba a mi hermana! Si no hubiera sido porque estaba de vacaciones con Alonso,habría pillado un billete de avión para aterrizar directamente junto a ella.

—¿De veras? Podemos ayudarte, yo soy Adara y este renacuajo es Kevin.

—Hola, Kevin—comencé a frotarme los ojos, pensando que el pequeño no merecía ver tanlamentable espectáculo.

—Hola—me saludó con la manita y, de haberme quedado algo de corazón, le hubiera entregado un

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pedazo, pero por desgracia ya lo tenía fuera de mi cuerpo. Ronan se lo acababa de echar a losleones.

—No sé qué decirte, Adara. No me encuentro bien—me confesé con ella como si fuera una amiga.

—¿Alguien te ha hecho daño? ¿Eres turista? Puedo llevarte a hablar con la policía…—sugirió.

—No, gracias, sí me han hecho daño, pero me temo que no precisamente porque hayan cometidoun delito—volví a sollozar sin poderme contener.

—¿Estás así por un hombre? —encontré cariño en su mirada.

—Sí—de nuevo los sollozos no me dejaron continuar.

—Yo soy un niño, voy a ser un hombre de mayor—se empinó Kevin como indicando que estabacreciendo.

Extendí mi mano y le revoloteé aquel flequillo que caía graciosamente sobre su frente. Era unpelirrojo pecoso ideal, un irlandés de libro, con aquellos ojos verde esmeralda que hacían juegocon la isla a la que llegué con la máxima de las emociones y de la que me iba a marchar con unapena indescriptible.

—¿Dónde te hospedas? —se interesó Adara—. Podemos acompañarte.

—¿Haríais eso por mí? —pregunté y hasta yo misma me sorprendí. No me gustaba molestar anadie, pero es que necesitaba compañía.

—Claro, y si compramos unas chuches, todavía podemos ir más contentos—añadió un Kevin queterminó de conquistarme en ese instante.

—¡Ábrase visto el descarado este! —lo miró con resignación cristiana su madre—. No le hagas

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caso, ¡qué bochorno!

—¿Bochorno por qué? —lloraba yo con el pecho encogido, me salían una especie de gorgoritosque me sonrojaban—. Déjalo, mujer, las penas con dulce, son menos.

—Venga, pues dinos dónde te acompañamos…

Le dije el nombre del motel y la risa de Adara se fundió con la de su hijo.

—¿Qué pasa? —pregunté intrigada.

—Ese es el motel de mi tío Connor—respondió Kevin con más orgullo que un pavo real.

—¿No es broma? ¿Connor es tu hermano? —miré a Adara con las manos en la boca.

—Eso parece, desde que nacimos—cogidas del brazo salimos andando.

Nunca hubiera pensado que la compañía de dos desconocidos podría proporcionarme tantoconsuelo en unos momentos en los que sentía que, de la pena, la cabeza se me iba. No queríapensar, pero tenía que hacerlo. De acuerdo con sus hábitos diarios, Ronan no iba a tardar enaparecer con algún falso mensaje en el que me preguntara cómo me estaba yendo el día.

—¿Chuches o chocolate? —puse a Kevin en tan difícil tesitura al ver una tienda de golosinasdesde la que ya se divisaba el motel.

—Mi mamá dice que soy muy indeciso, no me puedes pedir que elija eso—movió él su cabecita,en total señal de nervios.

Minutos después salimos de la tienda cargados de golosinas. Kevin parecía rematadamente feliz,¡alguien tenía que serlo en ese momento!

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Connor se sorprendió mucho al vernos llegar a los tres juntos.

—¿Os habéis conocido? ¿Te ha ocurrido algo? —salió a interesarse.

—Digamos que, donde había una madre enferma, hay en realidad mujer e hijo—me eché a llorarsin demora.

—¡Cielos! No puedo creerlo. Vaya imagen te vas a llevar de nosotros—me ofreció un clínex.

—¿Tienes más? —fue lo único que acerté a preguntarle y, cuando me acercó otros dos paquetes,me despedí de ellos y subí los escalones como si tuviera plomo en los pies.

Caí en la cama, cerré los ojos y lloré durante horas….

Por la noche, debía tener como dos docenas de mensajes de Ronan, alarmado por mi repentinadesaparición del mapa. No sabía el muy ingrato lo mucho que yo deseaba que se convirtiera en unholograma para mí, que pasara a ser solo un mal recuerdo y, sobre todo, que no doliera.

Antes de acabar su turno, pues me había comentado que por la noche lo cubría otro chico, Connorpicó varias veces en mi puerta, hasta que abrí.

—Estoy bien, estoy bien, no te preocupes—me sequé las lágrimas con el dorso de la mano.

—Necesitas comer algo, baja por favor.

—Te lo agradezco de corazón, pero tengo el estómago como un acordeón, encogido.

—Pues tienes que intentar cenar algo o te va a dar un vahído y no vas a tener la oportunidad deconocer esta tierra.

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—Créeme que, por lo poco que he visto, es realmente magnífica, pero voy a salir de aquí comouna bala.

—Entiendo, ¿aceptas una pequeña ayuda extra? —era la amabilidad en persona.

—Dime—en el fondo necesitaba contacto humano.

—¿Tomas una sopa conmigo? Si tú no cenas, yo no ceno—rio.

—¿Has dicho una copa o una sopa? —me asaltó la confusión y pensé que una copa me vendríamejor, pero él hablaba de cenar.

—Una sopa, una sopa…

—¿Sopa? ¿Quieres ponerte a cocinar sopa? Ve a tomar unas cervezas con tus amigos y no te dejesdeprimir por mí…

—No me deprimes, hazme el favor. Lo cierto es que no lo hago por ti, lo hago por mí, no quieroque te lleves un mal recuerdo de mi motel—sí que tenían sentido del humor por allí.

—Tarde, rematadamente tarde, pero sabes que no es de tu motel de lo que me llevaré un malrecuerdo.

—Pues deja que lo suavice, por favor—imploró.

—¿Y para que yo esté mejor tienes que ponerte a cocinar? Me parece demasiado—me estabahasta convenciendo, por absurdo que pareciera.

—¿Quién ha hablado de cocinar? Para eso soy un absoluto desastre, rozo la perfección, peroalgún defectillo debía tener—volvió a echar mano de su humor para intentar sacarme una sonrisa.

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—¿Y entonces? —mi intriga asaltándome.

—Te dije que mi abuela Cara vive aquí al lado, ¿qué clase de abuela sería si no tuviera siemprepreparada una cacerola de sopa?

—¿Una moderna? —pregunté intentando dejar de llorar.

—¿Moderna? No, mi abuela puede ser muchas cosas menos eso. Es mayor y dice que latecnología no está hecha para ella, por lo que cocina a fuego lento, para regocijo de mi hermana ymío.

—Tu hermana es un encanto—confesé.

—No podemos evitarlo, viene de familia—al final me sacaba una sonrisa—. ¿Traigo esa sopa?

—Vale—no sabía cómo, pero me había convencido. Necesitaba un hombro en el que llorar, por loque al pobre chaval le había caído la monumental. ¡Para mí que no había calibrado la que se levenía encima!

—Pues te veo en la recepción en cinco minutos.

Me lavé la cara, ¡qué vergüenza! Debía tener el rímel corrido desde mi encuentro con Ronan. Porcierto, que cogí el móvil, comprobé que no había ningún mensaje de Irene, ni de Fany, ni nada queurgiera contestar, y lo apagué, dejando en visto los del irlandés que había pasado de ser ese leónque me encendía el alma, a una vil lombriz que me provocaba arcadas.

Me reuní con Connor, que venía con un perol de humeante sopa que, aunque era verano,inesperadamente me apetecía más que nunca. Reflexioné y pensé que debía ser porque sentíamucho frío en mi interior. Pasamos a una sala contigua, que estaba muy bien acondicionada para eldescanso.

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—Lo esperé en la puerta de su casa, porque tenía el móvil fuera de cobertura, y llegó con mujer ehijo—le espeté mientras sorbía la primera cucharada de sopa.

—Ya me dijiste antes. Apenas pude dar crédito cuando me lo contaste. No tenemos que hablar deello si no te apetece.

—Para mi desgracia, ahora mismo no puedo hablar de otra cosa—el llanto volvió a visitarme, seve que me había cogido cariño.

—Entiendo. ¿Piensas que te ha mentido todo este tiempo?

—Hombre, más bien sí. Tú sabes, hay ligeros indicios—el sarcasmo se asomó a mis labios.

—Perdona, vaya pregunta la mía—pareció consternado.

—No, perdona, solo faltaba que no pudieras expresarte. Es que estoy de una mala leche que no meaguanto. Siento que ha jugado con mis sentimientos, que me ha utilizado como a un juguete a suantojo.

—Ahí tengo que darte la razón. En lo único que puedo ayudarte es en recomendarte que piensesque el problema lo tiene él.

—No entiendo muy bien a lo que te refieres—espesita estaba yo y mucho. La cabeza no me dabamás.

—Por lo poco que puedo ver desde fuera, y que me hace pensar que dentro hay mucho más, eresuna gran mujer. Y él debe ser un miserable que juega con los sentimientos de las personas. Hoy túestás dolida, pero, conforme pase el tiempo, el dolor se irá y cada uno de vosotros seguirá siendolo que es, ni más ni menos. Y yo no me cambiaba por él.

—Yo tampoco y mira que lo tenía en un pedestal—bajé la mirada, pues sentí algo de corte al

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reconocer hasta qué punto me la había dado con queso.

—No eres tú quien debe avergonzarse—su sonrisa transmitía más calor que la sopa.

—Lo sé, pero es que ahora me siento una pardilla…

—No te preocupes, que mañana también amanecerá.

—¿Con niebla? —pregunté con mi labio inferior temblando por el puchero.

—Eso no puedo saberlo, ¿apostamos?

—No, porque con mi suerte, ya sé que sí—lo de Ronan me había minado la moral.

—Venga, cabeza alta. Tú no tienes mala suerte, solo tenías a tu lado a una persona que no tevaloraba y que…

—Justo lo que llamamos en mi tierra un grano en el culo—reí y me cagué mentalmente en la listade expresiones de Ronan y en todo lo que le rodeaba.

Un rato después me dirigí a mi habitación, después de agradecerle a Connor la sopa, que estabadeliciosa, y la compañía, que también lo fue, y no solo por necesitarla.

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Capítulo 5

Mi despertar fue aquel sábado todo lo contrario a lo que yo hubiera esperado. Con lo felices queme las prometía, el mazazo había sido de categoría, y yo sentía que me desangraba por las heridasdel desamor.

Me asomé al espejo y la imagen que me devolvió me hizo pensar que había tenido días mejores,muchos mejores. Me sentí desconectada del mundo y fui a descorrer las cortinas. Para misorpresa, no solo no había niebla, sino que el sol parecía sonreírnos desde lo alto. Encendí elmóvil y me quedé estupefacta, ¡las doce del mediodía! Tenía su lógica, aquella noche había dadovueltas durante horas y debí caer rendida rozando el alba, por lo que el cansancio acumulado porel llanto me hizo dormir hasta tarde.

Me di una reconfortante ducha y me puse unos shorts tejanos, con una camiseta blanca y misConverse rosas. Pillé una chaqueta por si acaso refrescaba, que yo era un pelín friolera, y allí sesabía que el tiempo era un poco traicionero. Sería para hacer juego con Ronan.

Inspeccioné el móvil y vi que sus mensajes pasaban de cincuenta. Lógico, acostumbrado comoestaba a que yo pareciera tener un alambre en el culo que me impulsara a responder volando a susmensajes, debía estar flipando después de no saber de mí en tanto tiempo. Por su cabeza estaríanpasando distintas teorías, que irían desde la abducción extraterrestre, hasta el secuestro al uso…Sin embargo, no me parecía probable que acertara la verdadera causa de mi desaparición, esto es,el apuñalamiento.

Tenía que zanjar el tema pues, de otro modo, era probable que comenzara a indagar y pedir aalgún compañero de instituto el teléfono de Fany, por ejemplo, que nunca había agregado, igualque tampoco anotó el de mi hermana. Yo siempre pensé que se explicaba porque no era mucho decontactos telefónicos, igual que tampoco le interesaban las redes sociales. A él se ve que le ibamás la interpretación, que esa sí que se le daba bien. Cada uno tiene sus gustos…

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Bajé deseando una dosis de cafeína en vena y me encontré con un sonriente Connor.

—¿Has logrado descansar? —se acercó a mí.

—Creía que iba a ser imposible, pero el cansancio terminó pudiendo más que yo. Por cierto, ayerno te pregunté por la clave del wifi.

—Claro, te la paso ahora mismo. ¿Necesitas algo urgente? —preguntó solícito.

—Billete de vuelta, para esta misma tarde, a poder ser.

—Pero tú traías uno—enarcó las cejas.

—Para el lunes por la mañana, pero ese ya no me sirve. Necesito una vuelta exprés.

—¿Y por qué no te quedas un par de días y aprovechas el viaje? —siempre tan atento.

—Porque de lo único que tengo ganas es de tomar sal de heno a cubos de las ardentías que tengo.En cualquier caso, necesito un café. Eso sí que es urgente—le indiqué—. Pensándolo bien, mirarémientras lo tomo lo del billete.

—Mira, ahí tienes una cafetería, te indico dónde—salió y señaló una que había en la acera deenfrente.

—Ok, pues me tomo un café y luego te informo. Por cierto, con independencia de que encuentrevuelo, quiero pagarte las tres noches pactadas, por las molestias.

—De eso nada y no sé de qué molestias me hablas—se hizo el tonto.

—Pues entonces, por la sopa, que estaba realmente buena. Dale las gracias a tu abuela.

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—No hay de qué. De todos modos, yo de ti estudiaría el quedarme. Adara puede enseñarte unmontón de cosas y yo otro montón, que para eso libro a partir de hoy al mediodía hasta el lunes.

—De veras que sois únicos, pero lo que yo necesito es salir de aquí volando, y nunca mejor dicho—esbocé una leve sonrisa.

—Lo entiendo, pero aun así deberías estudiar otras posibilidades. Si te quedas un par de días,habrá más sopa.

—No sé si necesito más sopa o una copa—ya era por la mañana y me atreví a decirlo. Sentía quenecesitaba coger una cogorza de esas que convierten las penas en alegrías como por arte debirlibirloque.

—Eso también podemos arreglarlo, no sabes la cerveza que tenemos en Cork y las sirven en unospubs que son para conocer, yo no es por ser pesado.

—Tendremos que esperar a otra ocasión, en esta no tengo el horno para bollos, lo siento—meencogí de hombros y enfilé la calle.

Tomando aquella taza de café, en la que intenté sin resultado ahogar parte de mi pesar, comprobécon terror que no había vuelos disponibles ni para ese día ni para el siguiente, por lo que me habíaquedado momentáneamente anclada a una ciudad en la que pensaba que ya no se me había perdidonada.

Presa de la ira, saqué al monstruo que moraba en mi interior a la hora de escribir aquel mensaje aRonan.

“Deja de preocuparte por mí y hazlo por tu mujer e hijo. Entrañable estampa familiar la vuestrallegando ayer de compras. Te deseo un bonito sábado y, una cosita más, a poder ser, que te partaun rayo”.

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Su respuesta llegó a la velocidad de la luz.

“No tengo palabras, pero puedo asegurarte que todo tiene una explicación”.

Él se había quedado sin palabras, pero a mí me sobraba agilidad en los dedos para hacer lo quehice, o sea, bloquearle. A partir de ese momento, no volvería a recibir ni un mensaje ni unallamada de aquel cínico. Tampoco contestaría ninguna que llegara de un número desconocidoporque Ronan se iba a reír de otra, que su función conmigo ya había acabado. Bajé el telón y medispuse a olvidarme de una historia que me había dejado destrozada. Luego pensé en mi madre yen lo doloroso que debió ser para ella comprobar cómo mi padre se alejó al quedarse embarazaday entendí que, con más vera, yo tenía que pasar página. Lo mío, a su lado, debía ser jauja.

Un rato después, volví cabizbaja al motel. Me sentía como aprisionada en aquella tierra decuentos de hadas, que para mí se había convertido en cuento de terror. Tremendamenteapesadumbrada, crucé el umbral de la puerta con un solo destino, cual era meterme en la cama yno salir hasta el lunes. Lo tenía decidido y, es que, a poder elegir, me taparía la cabeza y todo.

—¿Tienes ya vuelo? —me preguntó Connor al llegar.

—Parece que no, creo que los astros se han aliado para que Adara y tú me contéis mitos yleyendas irlandesas hasta que despegue.

—¿Lo dices en serio? Pues prepara esos oídos, ya que vamos a llenar tu cabeza de cuentos.

—¡Más cuentos chinos no, por favor! —rogué en broma, tapándome las orejas.

—No, mujer. Esos los dejo para los “vendeamores”.

—Curiosa palabra, yo he sido víctima de uno, y de los profesionales.

—¿Almuerzas con Adara y conmigo? Huelga decir que también estará el pequeño Kevin y le

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encantará que vengas—cambió el tercio con maestría.

—Madre mía, ese sí que es un Don Juan, ¡qué labia tiene!

—Sí, ¡menudito es mi sobri! Entonces, ¿eso es un sí? —me hizo un gesto gracioso.

—Pero solo si os invito yo, que siento que cada vez os debo más—cambié de opinión, ¿qué iba ahacer llorando en la cama?

—¿Invitarnos tú en nuestra tierra? No me ofendas, ¿eh? Eso déjalo para cuando vayamos avisitarte.

—Si es así, de acuerdo, pero os quiero ver por la mía.

—Mira te cogeremos la palabra y luego lo vas a lamentar—me sonrió con ternura.

—Lo realmente lamentable es que no haya más personas en el mundo como vosotros—suspiré.

—Oye, que tampoco es que los pelirrojos seamos una especie en peligro de extinción—bromeó.

—Sabes muy bien a lo que me refiero—me costaba hasta sonreír, el varapalo de Ronan me habíadejado K.O.

En ese momento, en el que me dejé medio caer un tanto lacia sobre el mostrador, caí en la cuentade que Connor no tenía solo bonito el interior, sino que era de lo más atractivo. Y es que sucuidada barba rojiza, que combinaba a la perfección con su pelo, era uno de los rasgoscaracterísticos que lo hacían merecedor de un premio a la sonrisa más seductora. Ese mismo colorde pelo era el que compartían Adara y Kevin, igual que sus ojos verde esmeralda. A decir verdad,parecían tres muñecos…

Y a esos tres muñecos parecieron darles cuerda esa tarde, cuando fuimos a almorzar frente al

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puerto de Cobh, donde me deleité fotografiando aquel colorido frontal de casas, sobre las que seelevaba una catedral neogótica. Sin duda que la vista era fascinante.

—No me podíais haber traído a un sitio más bonito—les sonreí—, y eso que mi plan para hoy erabastante más casero, no pensaba salir de la cama, si os soy sincera—confesé mientras el pequeñoKevin se levantó a jugar con un niño que también estaba en la misma terraza.

—Eso no podíamos permitirlo—rio con franqueza Connor y le siguió Adara—. Tienes que saberque nosotros somos muy obstinados, de hecho y, para tu información, a los de Cork nos conocencomo “los rebeldes del país”.

—Vaya, no lo sabía. Yo ayer, después del pastel que me encontré, reconozco que os puse unadjetivo un tanto menos decoroso, pero pronto me hicisteis comprender que no todos sois así, solo“el innombrable”, que es como me voy a referir a él a partir de ahora.

—Oye, ¿y ya sabe que lo has descubierto? —Adara opinaba que lo mío era de guion de serietelevisiva.

—Sí, ya le he hecho saber que estoy al corriente de sus andanzas y que, si es capaz, que intentemolestarme, que hasta entonces no va a conocerme.

—¿Y crees que lo va a respetar? —detecté preocupación en la forma de preguntar de Connor.

—Pienso que sí. Yo siempre le he dicho que las García somos mujeres de armas tomar, así queespero que no me venga con lágrimas de cocodrilo.

Lo cierto es que, aunque yo me tenía por una persona sociable, me sorprendí a mí mismaabriéndome en canal ante dos personas que hasta el día anterior no había visto en mi vida.Pensándolo bien, parecía como que con su presencia el universo me hubiera querido compensarde la mala onda que me había transmitido Ronan. Y es que, si llegar al motel de Connor había sidocasi una bendición para mí, por lo abrigada que me sentía en tan dolorosos momentos,encontrarme en otro punto de la ciudad a Adara y a Kevin rozaba ya lo providencial.

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Los chicos me estuvieron dando datos concretos de aquello que yo ya sabía, o sea que, en esepuerto, hizo su última escala el Titanic,

—Subieron ciento veinte pasajeros y bajaron otros siete. Uno de ellos le hizo la última foto albarco—soltó con aire de presentador de informativos un Kevin que acababa de acercarse a lamesa, pidiendo un helado.

Y helada me dejó a mí, porque no podía imaginar la cantidad de datos que a partir de ese instantevertió el chiquitín sobre la travesía del mítico trasatlántico.

—Es que es un enamorado de los barcos y la historia del Titanic le apasiona—me contó Adaramientras lo abrazaba.

Kevin era un chico inteligente y vivaracho donde los hubiera y se notaba en su salsa siendo elcentro de atención.

—¿Quieres que nos hagamos un selfi juntos? Es que voy a presumir mucho de mi pelirrojofavorito cuando llegue a España—le guiñé el ojo.

—Bueno, bueno, acabas de darle carrete para toda la tarde, no sabes lo que le gusta posar—advirtió su madre.

—Venga, yo os hago la foto—fue a coger su móvil Connor.

—Tío Connor, que ha dicho un selfi, ¿cómo nos vas a hacer tú un selfi? —rio Kevin y noscontagió a todos.

—Ahí tiene el niño toda la razón—miré como diciéndole “¿dónde vas, alma de cántaro?”

Me hice varios selfis con Kevin y luego invité también a Adara y a Connor, que se unieron a la

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sesión y nos sacamos varios de lo más simpáticos.

—¿En serio tengo esta mala cara y nadie me había avisado? —les recriminé en broma.

—No tienes mala cara, eres guapa—me señaló Kevin con su dedito e hice ver que le iba a dar unbocado en él, gesto que provocó que se apresurara a guardarlo.

—Tú sí que eres precioso, ya verás cómo vas a enamorar a todas mis amigas cuando te vean—sucarita de felicidad, helado en mano, no parecía tener límite.

—¿Dónde te apetece ir esta tarde? —me preguntó Connor.

—Yo creo que por hoy ya he cubierto el cupo de salidas, en serio, no tengo cuerpo para nada,chicos. De veras que estoy muy agradecida por cómo os estáis portando conmigo.

—De eso nada, tú no te encierras, ¿o no ves que el sol invita a disfrutar del día en la calle? —Adara no parecía tener dudas al respecto.

—Sí, el sol está radiante, la que está apagada soy yo. Sé que me entendéis—puse carilla de pena.

—Te entendemos, Valeria, pero no vas a arreglar nada encerrada entre cuatro paredes, haz unesfuerzo.

—Eso, haz un esfuerzo y nos vamos a ver el Castillo de Blarney—Kevin acompañó su propuestacon una sonrisa zalamera.

—¿Dónde? —le pregunté mientras le hacía cosquillas en la barriga.

—Al Castillo de Blarney, es otra de sus debilidades—me puso al día Adara, mirándolo a babacaída.

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—Sí, tenemos que subir a besar la Piedra de Blarney, que es la que utilizaban los reyes escocesesdurante la Edad Media en sus coronaciones—vomitó Kevin.

—Pero bueno enano, ¿tú cuándo te has tragado una enciclopedia? —yo no había visto una cosaigual en niño.

Una hora después, ya estábamos en el castillo que tanto le gustaba, en un bonito entorno con granjardín y visitando las ruinas de un castillo del que apenas quedaba algún recinto y la denominadaTorre del Homenaje.

Después de subir a lo alto de dicha torre y, como mandaban los cánones, terminamos besando lasusodicha piedra, ¡que no se dijera que nosotros no éramos cumplidores! Y no fue fácil, vive Diosque no lo fue, pues para lograrlo nos dimos una auténtica paliza. No en vano, nos tuvimos que tiraral suelo y casi colgarnos hacia el precipicio, para lo que echamos mano de nuestras dotes cuasicontorsionistas.

De vuelta al motel, sentí que aquellas personas valían su peso en oro, pues jamás podría haberpensado en estar de excursión después de recibir el palo amoroso de mi vida. Había que tenermucha sensibilidad y tacto para lograr algo así. Por mi parte, no es que Ronan se me hubiera caídodel pensamiento ni un solo momento en todo el día, pero al menos había podido dejar un tantoaparcado un dolor de un calibre que, cuando lo encaraba, me petrificaba.

—Chicas, ¿a qué hora salimos esta noche? —preguntó Connor según íbamos llegando.

—¿Salir? ¿Esta noche? Eso sí que no—negué con la cabeza, de lo más convencida.

Para mí, había sido una auténtica proeza salir a la calle y pasar un montón de horas fuera en un díaen el que me seguía pareciendo que llevaba piedras en mis Converse.

—Pues claro que sí, la noche es joven—se echó un bailoteo Connor al que no tardó enincorporarse Kevin, que por lo que yo veía, se apuntaba a un bombardeo.

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—Claro, Valeria, debéis salir un ratito—me animó Adara.

—¿Qué es eso de “que debemos”? —preguntó Connor—. Que yo sepa, he dicho de salir los tres.

—No, no, eso lo dejo para vosotros. Sabes que, aunque en ocasiones haga una excepción, no suelosalir de noche, prefiero quedarme con Kevin.

—Pero Nana Cara puede quedárselo, ya sabes que ella siempre te lo dice—replicó él.

—Y yo sé que lo hace de mil amores, pero me cuesta.

—¡Hola! Chicos, que estoy aquí—les hice una señal con la mano—. ¿Qué parte de que yotampoco voy a salir esta noche es la que no entendéis? —me eché a reír.

—No, no, dos desplantes el mismo día no puede ser, mi corazón no lo resistiría—Connor se pusodelante de mí con un gesto de lo más cómico.

—Huy, huy, huy, que me parece a mí que eres un liante—hice como que lo apartaba y entraba en elmotel.

—Liante no diría yo, pero terco, eso como una mula—afirmó Adara—. Date por emborrachadaesta noche.

—¿Emborrachada? —eso ya me sonaba mejor. Sabía que el alcohol no quitaba las penas, pero,puntualmente, podía ayudar a enmascararlas.

—El plan es sensacional y tú ya te vas el lunes, por lo que es el único sábado que puedesaprovecharlo, yo no digo nada más. Y de paso, te advierto de que la mejor música tradicionalirlandesa regada con una cerveza artesanal de aúpa no es un plan que debieras rechazar, a no serque quieras quedarte sin historias que contarles a tus nietos—volteó los ojos Connor.

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—No estoy muy segura de que una borrachera sea el mejor plan para contarles, pero admito pulpocomo animal de compañía.

—Entonces paso por ti en un par de horas, no se diga más—hizo ademán de irse.

—Eh, ¡que yo todavía no he aceptado! —exclamé.

—¿Y qué estás esperando para hacerlo? ¿Un permiso de las autoridades? Anda Valeria, vive, queen cien años estaremos todos calvos—me animó Adara mientras su hermano ya se daba poracompañado.

—¿Yo también me voy a quedar calvo, mamá? —fue lo último que le escuché decir a Kevinmientras se iban y yo entraba en el motel, aprovechando para enviarles sendos mensajes a Fany ya Irene. En ellos “maquillé un poco” la verdad. Les dije que todo estaba bien y que ya lescontaría. No quería preocuparlas de antemano.

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Capítulo 6

Increíble pero cierto. Si un pajarito me hubiera dicho que esa noche de sábado me iba a poner lafalda plisada que tanto me gustaba, para salir de marcha no con mi irlandés sino con otro, hubieradicho que el mencionado pajarito venía hasta las cejas de vodka. Pero yo misma lo estabacomprobando con mis propios ojos.

Divina de outfit, salí pisando fuerte, con aquellos zapatos de salón, que eran mis preferidos parabeberme la noche, y un top de encaje que me hacía un busto irresistible. Total, para lo que me ibaa servir…

Saludé a Sullivan, el chico que se quedaba en la recepción por las noches y le di el encuentro aConnor, que acababa de aparecer por allí como un pincel.

—¿Preparada para conocer la noche irlandesa? —me ofreció su sonrisa que era prácticamente loque viene llamándose en mi pueblo una revolución.

—Eso parece, para conocerla y para bebérmela, que es mayormente la finalidad de que salgamos,creo—murmuré reflexionando en alto.

Sentí vértigo. Y no a las alturas. Sentí que mi vida acababa de dar un giro demasiado inesperado,de ciento ochenta grados, y que yo me tenía que agarrar fuerte y adaptarme o podía terminarsiendo lanzada sin rumbo. No era plan. Pensé en que Irene siempre decía aquello de “renovarse omorir” y yo no solo iba a tener que renovarme, sino sacar la mejor versión de mí misma y a todapastilla, si no quería quedarme presa de la frustración que me producía el amor fallido de Ronan.

Connor llegó demostrándome que su cuerpo sabía que era sábado, por lo que se permitió dejarmever desde el saludo un alma fiestera que me venía muy bien para olvidarme del mal trago queestaba pasando. Reí para mis adentros pensando que muchas chicas debían tener puestas sus miras

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en él y que yo iba a ser la envidia de todas ellas. Qué cierto es aquello de que a veces, las cosasno son lo que parecen.

—Estás sencillamente sensacional—sonó franco, como siempre, y me hizo una especie depequeña reverencia que llamó a mi sonrisa.

—Gracias, tú también—correspondí con gracia.

—Pues te voy a hacer un recorrido por los pubs que no olvidarás.

—Por mí, como si quieres que nos quedemos toda la noche en el primero en el que entremos. Yolo que quiero es beber—me sinceré.

—No te preocupes, que beber vamos a beber, pero también vamos a reír, ya lo verás.

—Vale, yo me río lo que tú quieras, pero tengo que beber, como los peces en el río—le canté elestribillo del villancico en español y, al traducírselo, le dio la risa.

—Además y, aunque esté mal que yo lo diga, vas con un guía de primera, así que no te voy a llevara lo más trillado ni turístico, obvio que esta noche vas a conocer el Cork más auténtico yprofundo.

—Tiene buena pinta—era justo lo que necesitaba. Eso o quedarme en la cama, pero al menos asípodría decir que había visto algo de Irlanda a mi vuelta. De otra manera, hubiera sido para que metiraran huevos en la plaza de mi pueblo.

—Claro, pero antes tenemos que hacer una paradita para cenar algo—propuso.

—Lo que tú digas—tenía razón en que, si no, iba a ponerme al borde del coma etílico en cero condos. Llevaba horas ya sin comer.

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Paramos en un bar en el que pude comprobar que Connor era súper popular y muchas chicas seacercaron a él como si fuera un personaje público. Me quedé un tanto alucinada.

—Veo que estás muy solicitado—reí cuando nos pusieron aquellos sándwiches tostados queinvitaban a hincarles el diente.

—No tengo ni idea de lo que me hablas—se hizo el sueco, debió equivocarse de nacionalidad.

—Me van a querer arañar. Si ellas supieran la verdad…—hice como que me desplomaba sobre lamesa.

—¿Cómo lo llevas? —me lanzó una mirada de comprensión que agradecí.

—¿La cruda realidad? Como el culo. Me siento pateada y vapuleada. No sé ni expresar laimpotencia, pero llega hasta a oprimirme el pecho.

—Siento mucho lo que te ha pasado. No te lo mereces—parecía tener un nudo en la garganta enese momento.

—¿Alguna vez te pasó algo parecido? —me salió del alma preguntarle.

—A mí no, pero sí a Adara—sonó extremadamente apenado.

—Vaya, se ve que estamos todas apañadas. ¿Hay algún hombre decente por ahí? Con perdón porla parte que te toca—bromeé, haciendo como si lo estuviera vociferando.

—A Adara la dejó el padre de su hijo, con el que estaba casada, cuando nació Kevin.

—Maldito hijo de la…—me paré en seco porque no iba a decir nada elegante ni bonito.

—Sí, de hecho, él y yo tuvimos más que palabras. Fue la primera vez en mi vida que he llegado a

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las manos con alguien, pero no me arrepiento.

—Lo siento—entendí lo doloroso de la situación.

—Sí. Adara es mi hermana pequeña, nos llevamos cuatro años. Yo tengo treinta y seis y ellatreinta y dos.

—Pues entonces como yo, somos ambas de la misma quinta.

—Sí. Puedo presumir de que siempre nos hemos protegido mucho y el que fue mi cuñado no supoestar a la altura de las circunstancias, ni nada parecido…

—Imagino. ¿Fue porque naciera con Síndrome de Down?

—Exacto, el muy inepto no supo asimilarlo y cargó las tintas contra Adara, quien lo hizo a laperfección, demostrando la madraza que es. Para nosotros Kevin es…

—Una bendición, debe ser una bendición el muy bandido…

—Tú lo has dicho… Y finalmente, se quitó de en medio.

—¿No ha dado la cara nunca? —me consternó saber aquello.

—Nunca. Se divorciaron y le perdimos la pista. Por suerte, porque Kevin no necesita un referenteasí en su vida.

—Por supuesto. ¿Y qué me cuentas de la tuya? —aproveché para preguntarle.

—Pues mi historial amoroso se resume pronto. Algunas relaciones esporádicas y una sola chica,Eyna, hace unos años. Nos quisimos, pero lo nuestro llegó a un punto de no retorno, pues teníamos

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intereses diversos.

—Explícate un poco mejor—me parecí a un psicoanalista.

—Pues yo quería vivir la vida y ella no es que estuviera pensando en hacer calceta todo el día,pero tampoco es que la alegría le saliera a chorros precisamente, y aquello se desgastó.

—Te entiendo a la perfección. Me pasó lo mismo con mi primer novio. Apenas hacíamos planesya de últimas y eso me sobrepasó por completo. Luego llegó Ronan y con él me pareció que teníaun universo por descubrir.

—Creíste que era especial, claro…

—Sí y que tenía mucho por dar, mucha vida, mucho amor… A la vista está, no me equivoqué, teníatanto que lo estaba repartiendo—resoplé.

—Es un estúpido, él se lo pierde. Vamos, come, que la noche nos espera—me animó.

De allí nos fuimos a un pequeño pub del que no me hubiera movido ni con una grúa. ¡Qué monada!Y es que tenía un encanto sin parangón, con un grupo de música celta en directo que conectaba conel público de un modo espectacular y con un staff de lo más ameno, ya que sus miembros eransimpatía pura.

—Me encanta, te lo prometo. ¿Y esas cervezas? ¿No llegan o qué? —lo piqué un poco para queempezara a correr el alcohol.

Yo procuraba cuidarme bastante y no era de beber demasiado, por mucho que aquella nochepudiera estar dando la impresión de que tenía alcohol en las venas en vez de sangre, pero es quela ocasión lo requería. Bueno, no voy a negar que con Fany había terminado más de una vez comouna cuba, pero solo en ocasiones puntuales.

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—Claro que sí, voy a por ellas—lo vi moverse entre la gente.

La chica que estaba a mi lado se giró.

—¿Eres española? —me preguntó cerveza en mano.

—Sí, ¿cómo lo has sabido? —vaya con mi pregunta.

—Digamos que nuestro acento denota que muy de aquí no somos—rio—. Me llamo Sheila.

—Encantada, yo soy Valeria.

—¿De vacaciones o es tu chico? —miró a Connor.

—No, ni lo uno ni lo otro. Estoy en el fin de semana más raro de mi vida—la puse al día en unminuto.

—¡Madre del amor hermoso! Vaya recuerdo raro que te vas a llevar de Irlanda, hija mía.

—Ya, ¡qué remedio! ¿Y tú?

—Mi novio es aquel, el que está intentando pedir también en la barra. Él es de aquí, nosconocimos hace dos años en Madrid y me tiene loquita, no te lo voy a negar.

—Guay, normal. Te comprendo perfectamente, yo estaba así hasta ayer—me salió el más hondo delos suspiros—. ¿Y cómo lo hacéis? —lo de las relaciones a distancia como que yo no lo veíamucho.

—Pues yendo y viniendo. Yo el año que viene me quiero trasladar ya aquí.

—Me alegro por ti, ojalá yo hubiera llegado al punto de que hubiéramos tenido que tomar una

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decisión de ese estilo.

—Chica, pues yo sé que ahora se te hará muy cuesta arriba, pero anímate, que hay muchos pecesen el mar.

—Ya, lo que pasa es que ahora soy yo la que se retira. Voy a pedir tiempo muerto del amor duranteuna temporada—reí.

—Por eso no lo digas, que cuanto más escupas para arriba, antes te cae. ¿O es que no te ha pasadonunca?

—A mí no, porque creo de corazón que he sido una pazguata del amor. Y así estoy, que me dan lasbofetadas de dos en dos—volví a reír, aunque la procesión iba por dentro.

—Pues yo de ti le echaría un ojito al irlandés ese tan mono que viene contigo—lo señaló.

—¿A Connor? ¡No fastidies! Lo conocí ayer, me hospedo en su motel.

—¿Ayer? Pues créeme, que yo entiendo de esto, y he visto a pocos chicos mirar así en veinticuatrohoras. Y te repito que tengo un máster en el comportamiento de estos cabroncetes.

—¿Me estás vacilando? Eso lo dices por animarme…

—Sí, lo digo porque me ha pagado él porque lo haga, ¡no seas tonta! Yo tengo un radar para estascosas y el tal Connor está interesado en ti.

—Calla, por Dios, que por ahí viene.

—Venga, guapa. ¡Suerte!

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¿Suerte? No me dieran a mí más tormento que tener que pensar en un nuevo amor, antes me tirabapor la ventana. Mi parcela amorosa acaba de cerrarse a cal y canto y, conociéndome, iba a tardarmucho en abrirse la veda. Yo no era de rollos ni de historias de verano. Menos de un “aquí tepillo, aquí te mato”. A mí me iba el amor de la gran pantalla, ese que te eclipsa desde el primermomento, no permitiéndote comer, dormir ni dejar de pensar a todas horas en el ser amado durantelas primeras semanas.

—¿Haciendo amigos? —me preguntó Connor en referencia a Sheila.

—Eso parece. Es española también—contesté mientras daba el primer trago a la cerveza.

El condenado tenía razón. Tenían una cerveza que era para plantearse el traslado allí y yo pensabadar buena cuenta de ella aquella noche.

—¿Nos estáis invadiendo? —me hizo un cariñoso gesto en el moflete.

—Igual así, pero no te preocupes, que a mí me perdéis de vista en breve…

—No es que me alegre, desde luego, pero supongo que tendrás ganas de llegar a casa…

—Sobre todo por ver a Fany. Ya te conté que mi hermana Irene no vive en la misma zona y ademásahora está de vacaciones, ni siquiera anda por Asturias.

—¿Por qué tanta prisa por marcharte entonces?

—Pues eso, por mi amiga y porque tengo que volver a casa, allí me esperan… Bueno, no es queme espere nadie—me encogí de hombros—, aunque no sé si te he contado que tengo una colecciónde cactus…—menos daba una piedra.

—Creo que podrán vivir un poco más de tiempo sin ti. ¿Por qué no te quedas unos días? —sugiriómientras yo me empapaba de aquella armoniosa música que animaba el alma.

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—No se me ha perdido nada aquí, Connor, entiéndelo. Me siento como de luto por dentro, lonormal es que pase este duelo en casa. No soy la mejor compañía…

—¿Y quién quiere amigos solo para salir de fiesta? Oye que también, pero los amigos son muchomás que eso….

—Pero si os acabo de conocer ayer, no soy nadie en vuestras vidas… Tengo que irme, de veras.

—Ah, pues si no eres nadie, paso de hablar contigo y me voy con aquel grupo de chicas que…—hizo como que caminaba hacia ellas y después volvió conmigo.

—Vaya chasco se habrán llevado, te estaban mirando desde hace rato—le dije al oído.

—Me da exactamente igual, estoy en la mejor compañía. Y no bebas tan deprisa que al final te voya tener que llevar a casa en brazos, lo estoy viendo—era no un encanto, sino lo siguiente.

Y no, porque después de recorrer un par de pubs más y de que cayeran un buen puñado decervezas, llegué a casa por mi propio pie. Eso sí, diciendo unas cuantas tonterías por suerteininteligibles, entre las que creo destacaban ciertos piropos dirigidos a Ronan, y a su generaciónal completo.

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Capítulo 7

¿Quién me habría mandado a beber tanto? Ahora tenía dos problemas: la pena en el alma y eldolor en la cabeza. Eso me pasaba por lista. Miré el reloj y eran las once y media de la mañana.Me incorporé y llegué medio a rastras a darme una ducha. Salí, me dejé secar el pelo al aire ypensé que un cubo de café sería lo único que me ayudara a parecer más persona y menos guiñapo.

Me senté en la cafetería del día anterior, sola con mis pensamientos, y no tardó en llegar Adaracon Kevin. Ellos vivían allí al ladito, en casa de la abuela Cara, por lo que su relación erasimbiótica; Adara se ahorraba el alquiler y la yaya se sentía acompañada. En cuanto a Connor, éltenía un pequeño apartamento a menos de cinco minutos a pie.

—Voy a ponerle un WhatsApp al tío Connor para que venga a desayunar con nosotros—cogióKevin el teléfono de su madre.

—Míralo, ya está disponiendo, es lo más grande—puso ella los ojos en blanco.

—Igual al tío no le apetece ahora, pequeñuelo. Ayer estuvimos hasta tarde en la calle—suflequillo volvía a llamarme y se lo dejé un poco alborotado.

—A él le gusta desayunar en la calle, ¿verdad mamá? Y, además, así nos podemos ir otra vez hoyde excursión—me espetó.

—Lo que yo te diga, si lo dejamos, este nos organiza la vida en un pis pas—rio ella—. Y, porcierto, ¿qué tal anoche?

—Muy bien. ¿No ves la cara de zombi que llevo? Efecto de vuestra cerveza. Debería estarprohibido que la hicierais tan buena—le advertí con el dedo.

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—Imagino. ¿Te duele el coco? Tengo alguna pastilla en el bolso, creo.

—Mi vida a cambio de ella—sonreí.

—No hace falta, mi madre te la da gratis, es muy buena—hizo Kevin una exposición de su tiernainocencia y me dieron ganas de comérmelo.

Quince minutos después aparecía Connor por la cafetería.

—Mirad, el tío Connor—salió corriendo a su encuentro y le dio un abrazo.

—Chaval, ¿tú qué comes por las noches? Cada día estás más fuerte, ¡qué barbaridad! —lo cogióen brazos.

—Eso viene de familia hermano, estás hecho un toro—le comentó Adara.

—Pues a ti te veo algo canija últimamente, como no te pongas las pilas, subo a decirle a la yayaque debería darte más caña con la comida—le guiñó el ojo.

—¡Y no te miro más! Ya sabes que con la comida es mortal. Si no nos atiborramos, no estácontenta.

—¡Buenos días a todo esto, chicas! —se sentó con Kevin en su falda. La estampa no teníadesperdicio, me pareció de lo más dulce y familiar.

—Buenos días, Connor. Lo pasé muy bien anoche, quería darte las gracias. Además, no tengo nimuy claras las tonterías que pude decir de vuelta al motel.

—¿De veras? Pues yo lo pasé fatal—me sacó la lengua—. Y eso por no contar las cosas que medijiste sí, tan subidas de tono—aprovechó que Kevin se fue a pedir un vaso de agua a la barra.

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—¡¡No!! Me muero—me puse las manos en la boca.

—¡Es broma, boba! Decías cosas de Ronan, vamos que no lo dejaste en muy buen lugar.

—¡Santo cielo! Qué susto—el corazón me había dado un aviso de alarma por bocazas, palpitandomás fuerte de lo normal.

—¿Dónde nos vamos hoy? —me preguntó, dando por hecho que pasaría el día con ellos.

—Me vais a odiar a este paso, qué tía más pelmaza soy…

—Sí, en realidad estamos contando las horas para que te vayas, pero mientras hacemos el papel—me volvió a sacar la lengua.

—¿Te gusta el marisco? —me preguntó Adara.

—¿Y a quién no? —le contesté, al mismo tiempo que la boca se me empezaba a hacer agua.

—Pues entonces está decidido—Connor tomó la iniciativa mientras miraba a su hermana—, nosvamos a Kinsale.

Un rato después ya estábamos en aquel pintoresco pueblo que me decían que no me podía perder.Situado en la desembocadura del río Bandon, era eminentemente pesquero.

—Aquí vienen muchos estudiantes a perfeccionar su inglés—me contó Adara camino delrestaurante.

—Yo vendré aquí de mayor—soltó Kevin, sin pensarlo mucho.

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—Tú no vas a necesitar mejorar el inglés, pequeñajo. Eso es para los forasteros—le informóAdara.

—Tu mami tiene razón, pero siempre podrás venir a España para aprender español, ¿cómo lo ves?Yo estaría encantada de que me visitaras—le hice cosquillas.

—Para eso, mejor te quedas y me lo enseñas aquí, y estoy con los tres a la vez—concluyó contotal convencimiento. A rápido pensando no había quien le ganara.

Desde que nos habíamos bajado del coche, el paseo por las calles de aquel pueblo me dejórealmente anonadada y es que por algo decían que era el más colorido de Irlanda, ¡no hacía faltaque lo juraran! Con gran estilo propio, bien podría decirse que en él se coordinaban a laperfección los colores del mar con las infinitas tonalidades de verde existentes en Isla Esmeralda.Sus vecinos me transmitieron mucha alegría y recorrer sus callejuelas fue toda una experiencia.No en vano, allí parecían proliferar unos rincones de lo más coquetos.

—Me quedo con la luz y el color de estas calles—les comenté a los chicos.

—Sí, ¿y que me cuentas de las fachadas? Son todas de foto—me señalaba Connor a las deaquellas librerías, pubs, tiendas de alimentación o de flores, cada una más hermosa que laanterior.

—Son únicas. Me las quiero llevar todas en fotos—no podía parar de hacerlas.

Llegamos a la puerta de un café que exhibía en la calle unas enormes ruedas de carromato en rojo,y Kevin y yo corrimos a posar con total postureo, provocando las risas de su madre y de su tío.

Se me antojó entrar en una pequeña tienda de artesanía y cerámica, donde pillé un detalle paraFany y otro para Irene.

—¿Qué puede gustarle a vuestra abuela? —les pregunté mirando aquel amplio surtido de cerámicaque incluía un buen puñado de utensilios de cocina.

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—No hace falta, por favor—me indicaron ellos.

—Pues entonces me obligáis a elegir por mí misma, aun a riesgo de equivocarme. Eso se llamacomprar por comprar—concluí con salero.

—Es verdad mamá, y tú siempre dices que hay que comprar con cabeza. Le voy a decir yo unacosita que le gustaría a Nana Cara—comenzó a inspeccionar pieza por pieza Kevin.

Finalmente, y como si de una labor de Sherlock Holmes se tratara, terminó decantándose por unacolorida vasija que a mí también me había saltado a la vista y nos la llevamos.

Más tarde, nos sentamos en la Plaza del Mercado, que estaba de lo más concurrida, y degustamosun marisco que era bocado de cardenal, ¡cielo santo cómo estaba aquello!

Después de comer, emprendimos rumbo a Charles Fort, una fortaleza en forma de estrella decinco bastiones, en la que había no pocos visitantes…

—Asómate—me colocó Connor en el mejor lugar para que quedara impresa en mis retinas laimagen de las más impresionantes vistas de Kinsale, así como de Old Heald of Kinsale, unacantilado sin par donde se encuentra su famoso faro.

—¿Te ha gustado lo que has visto? —me preguntaba Kevin de camino a casa.

—No me ha gustado—hice una pausa y un redoble de tambor mental—, me ha encantado.

—¡Qué susto! Creía que no te había gustado de verdad.

—¿Sí? Te has quedado blanco, parece que has visto un fantasma—me gustaba mucho escucharlo.

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—No, porque hay un tour de fantasmas en Kinsale, ¿no lo sabías? Pero mami dice que tengo queser mayor para hacerlo.

—Sí, lo único que me faltaba sería que no durmieras por las noches, con la energía que tienes,bichito—le contestó ella.

—Mamá dice que le agoto las baterías—era de lo más risueño.

—¿No me digas? Oye una cosa, ¿le darás tú a la Nana Cara el regalito por mí?

—Yo se lo puedo dar, pero se lo deberías dar tú, es tu regalo—afirmó de lo más convencido.

—Sabias palabras—dijo Connor, que estaba al volante del coche—. Deberíamos subir todos ycenar con ella.

—¿Así sin avisar? —no sabía yo si era buena idea.

—Sin avisar y sin anestesia ni nada. Ella no es una mujer de formalidades, no hace falta—merespondió.

—Tienes que venir y así te enseño mi dormitorio, que es de Harry Potter—se vino arriba Kevin.

Puede parecer exagerado decir que cené en familia, pues prácticamente acababa de conocerlos,pero así me hicieron sentir. La abuela debía ser lo más parecido posible a un ángel con los pies enla tierra, porque derrochaba cariño por los cuatro costados y sus nietos mostraban auténticadevoción por ella.

Después de la cena me despedí de ambas mujeres y de Kevin.

—Tienes que volver pronto, que tengo muchos más sitios para enseñarte—me dio un abrazotegordo el chiquitín.

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—Te lo prometo, pelirrojillo—le saqué la lengua y aguanté el llanto, que estaba de lo mássentimental.

Bajé con Connor, quien se había empeñado en llevarme a la mañana siguiente al aeropuerto, y esoque era lunes.

—De corazón te digo que no hace falta, tú tienes que atender mañana tu trabajo—le dije mientrasnos acercábamos a la puerta del motel.

—Lo sé, pero lo hago porque me apetece. Sullivan puede cubrirme ese rato. Créeme que me vienebien despejarme, necesito algo de tiempo también para mis cosas.

—Y seguro que vacaciones, ¿desde cuándo no te tomas unas?

—Pues desde el verano pasado—tenía pocas cuentas que echar.

—Pues si coges una semana, te podrías pasar por mi pueblo, también te gustaría.

—No creas que es mala idea, me vendría bien tomar un poco el aire.

—Pues el ofrecimiento está hecho, a mí tampoco me vendría mal algo de compañía. ¡Vaya dospatas para un banco que estamos hechos!

—Lo estudiaré, bonita. Espero que descanses, ¿vale? Mañana te veo para llevaros a ti y a tudiscreta maleta al aeropuerto.

Mientras me cepillaba los dientes, pensaba que Irlanda me había dado lo último en lo quepensaba, es decir, una decepción amorosa de esas que hacen historia, pero también tres amigoscomo tres soles, y casi hasta una abuela postiza, ¡ahí es nada!

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Capítulo 8

—¿Estás lista? —me preguntó Connor a la mañana siguiente cuando me vio salir del motel, con lacabeza alta y el corazón roto.

—Eso parece, pero antes tomemos un café—propuse. Íbamos con tiempo de sobra, ambos éramosprevisores.

Nos sentamos y pedimos dos desayunos completos, todavía me quedaban un buen puñado de horashasta llegar a casa.

—¿Te recogen cuando llegues? —se interesó.

—Sí, lo hará Fany, ya tengo ganas de ver a esa petarda. Se va a quedar trastocada cuando lecuente cómo han sido mis días aquí. Ya está escamada por el hecho de que no le haya envidadoningún selfi ni nada desde que llegué.

—Vaya, cuando estéis por allí, mándame uno y así compruebo que has llegado bien—me sugirió,de lo más cariñoso.

—Lo haré, y no te preocupes que me cuidaré. Ha llegado el momento de encarar el futuro eincendiar el pasado—reí.

—Eso está bien, pero prométeme que no vas a dejar que esto te afecte más de lo estrictamentenecesario. Si sacas un aprendizaje, ganas tú. Si te quedas tocada del ala, gana él.

—Es curioso, no me lo había planteado así. Pues fíjate que a mí no me gusta perder ni al parchís,de modo que te prometo que intentaré recuperarme lo antes posible. ¿Nos vamos ya? —miré lahora en el móvil y me pareció lo prudente.

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—¿Un poco de música celta para despedir a mi mejor amiga española? —me preguntó cuando nosabrochamos los cinturones.

—No tienes otra, tengo que serlo por fuerza—me sacó la sonrisa.

Por la carretera, pretendía empaparme de aquel verde que parecía esparcido a puñados por unaIrlanda en la que su exuberante naturaleza se mezclaba con una rica historia y con el hondo caladode la tradición celta, que hacían de ella un extraordinario compendio de mitos y leyendasconsideradas el origen del halo de misterio que acogía el país. No obstante, aquel día la nieblaquiso salir a despedirme, engalanando el ambiente.

—Tenéis unos bosques que parecen dibujados, son de cuento, lo sabéis—afirmé mientras aquellasimágenes pasaban a formar parte de la colección que me llevaba en las retinas.

—Mira allí—me señaló con rapidez.

—¿Qué hay? —me quedé un tanto fuera de juego.

—¿No lo has visto? Había una Leprechaun—bromeó en un tono muy serio en referencia aaquellos pequeños seres con barba y pelos rojizos, ropas verdes y marrones y medias a rayas, quetrabajan duro arreglando zapatos…

Cuenta la mitología que después de un buen día de lluvia, puede encontrárselos tras un arcoíris,por lo que pensé que debían estar a la vista cada dos por tres, a juzgar por lo que allí llovía.

—Dicen que esos pequeños seres tienen muy mal humor, nada que ver con lo que he conocido envosotros—suspiré.

—Ya, se les conoce por tener un humor de perros, por tomar el pelo a los humanos y por serindomables. En eso último sí que me siento un poco identificado con ellos, fíjate.

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—¿Sí? —me llamó la atención que llegara a esa conclusión.

—Sí, me considero muy entregado, pero siempre que no detecte que alguien intenta manipularme.No me gustan las personas que llegan al corazón de los demás subrepticiamente. Es algo que meecha para atrás.

—A mí también, por completo. Me gusta la gente que viene de cara, es lo que más valoro en laspersonas. Y después de lo que me ha pasado, mucho más todavía.

— Valeria, ¿no escuchas un ruidillo raro? —afinó el oído.

—¿Un ruido? ¿Del exterior?

—No, del motor. No lo había escuchado nunca. Tampoco es que esté excesivamente familiarizadocon el coche, que apenas tiene seis meses, pero esto me parece raro. En cualquier caso, siendonuevo, no creo que vaya a dejarnos tirados…

Pero se equivocó. El destino a veces saca su lado más sorpresivo y ese día parecía haberselevantado caprichoso. Diez minutos después de que Connor me preguntase, nos quedamos paradosen plena cuneta. Puedo afirmar sin temor a equivocarme que mi nuevo amigo hizo todo lo posibley lo imposible porque llegáramos a tiempo al aeropuerto, pero nadie contaba con aquello. Nitampoco con el hecho de que la grúa tardase bastante más tiempo de lo normal porque por lo vistoun accidente múltiple la había entretenido mucho rato.

—Lo veo y no lo creo—puso Connor los ojos en blanco cuando por fin, tras aquella inesperadaconcatenación de acontecimientos, llegamos al aeropuerto justo a tiempo de ver despegar al aviónque habría de llevarme de vuelta a España.

—¡Cáspita! Pues sí que me está resultando sorprendente Irlanda—me quedé paralizada antesemejante estampa.

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—¿Y ahora? —me miró él.

—Ahora supongo que debo reservar billete para el próximo que salga.

—O para el otro, o para el otro—murmuró él.

—¿Cómo? —yo estaba un shock por lo impactante de la situación.

—Pues chica, que yo creo que deberías considerarlo como una señal del destino. Si Irlanda noquiere que te marches tan pronto, por algo será.

—¿Y ahora me vas a decir también que quién soy yo para contradecirla? —me eché a reír por nollorar.

—Exactamente, yo es que soy mucho de pensar que todo ocurre por algo.

—Pues, ¿sabes lo que te digo? —sufrí un repentino cortocircuito mental.

—Dime—era todo oídos.

—Que, ya que estoy aquí, me quedo unos días más. Total, supongo que mis cactus podrán esperar.

—Y yo digo que esa decisión bien vale unas buenas cervezas esta noche.

—Pues tampoco me considero nadie para decir que no a eso.

Sin pensarlo y con renovado impulso, me vi volviendo con Connor al coche de sustitución que nosterminaron prestando en el taller al que acudimos con la grúa.

—Mira la mariposa del capó—me acerqué y salió volando. Era de lo más llamativa y me quedé

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perpleja mirando la elegancia con la que emprendió el vuelo.

—¿Ves? Otra señal…—había convencimiento en sus palabras.

—¿Y eso? —no entendí a qué se refería.

—Te cuento. Es que para los celtas las mariposas tienen una fuerte carga simbólica.

—No tenía ni idea. Sigue, sigue, que me interesa mucho.

—Pues son, ni más ni menos, que el símbolo de los “Sidne”, y representan una metamorfosis, unaspecto transformador. Igual tiene algo que ver con lo que te está sucediendo—enarcó las cejas,era muy profundo él.

—¿Todo esto es para llamarme oruga? —yo lo que me consideraba era una taruga mental porhaber caído en las redes de Ronan, pero hasta ahí, reí para mis adentros.

—No, mujer. Se supone que anuncian noticias.

—¿Noticias? —mi interés crecía por momentos.

—¿De qué color era la que has visto? —preguntó mientras ponía el coche en marcha con una poseciertamente seductora.

—A ver, que no la he mirado yo con una lupa, pero diría que predominaba el verde en sus alas.

—¿Estás segura? —también parecía él bastante interesado.

—Sí, ¿por? Venga, suéltalo, que ya me tienes en ascuas—reí.

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—Porque las mariposas con alas verdes hablan de amor. Concretamente tanto de amores nuevoscomo de recuperación de amores pasados.

—Eso sí que no—afirmé taxativamente—, vamos que yo no miro para atrás ni para coger impulso,fíjate.

—Y me parece muy bien, porque tanto se refieren a reconciliaciones y acercamientos con ciertaspersonas que ya se han alejado de tu vida, como a nuevas oportunidades.

—Sí, hombre, para eso estoy yo ahora, ¿y no puede ser que la pobre tuviera ganas de posarse en elcapó y punto? —apunté esa posibilidad riendo.

—Ainss, mujer de poca fe—rio conmigo.

—Oye, y hablando de otra cosa, voy a llamar a mi amiga Fany, que todavía no sabe nada de lo queha pasado.

—Sí, sí, llámala anda, que va a flipar.

La llamé desde el coche y, en cuestión de dos minutos, le resumí atropelladamente cuanto mehabía pasado en los últimos días, pérdida de avión incluida, por lo que debí dejarla más o menosloca.

—Eres una auténtica capulla, no me puedo creer que hayas pasado todo esto sin contarme nada denada. Madre mía con el Ronan, que parecía tonto cuando lo compramos.

—Pues se ve que la tonta soy yo, amiga—concluí y quedamos en que hablábamos en los siguientesdías.

De vuelta a Cork abordé la siguiente cuestión.

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—¿Crees que habrá alguna habitación disponible para mí esta semana? —me referí al hostallógicamente.

—Pues siento no ser portador de buenas noticias, pero lo tenemos todo ocupado—soltó con totaltranquilidad.

—¿Y entonces? Ay, madre mía, que, según está todo de turistas, me veo durmiendo en la calle.

—Esa es una opción, pero la veo demasiado bohemia para ti, otra puede ser que aceptes elofrecimiento de este humilde servidor—le salió la misma vena zalamera que a su sobrino Kevin.

—Y ese ofrecimiento, ¿en qué consiste? —miedito me daba.

—A ver, mi casa no es demasiado grande, pero tengo un pequeño dormitorio de invitados, quetambién hace las veces de despacho. Creo que estarás cómoda en él.

—Eso ya me parece demasiado, no quiero importunar. Me estoy colando descaradamente envuestras vidas. Vosotros tenéis que trabajar y…

—Sí, sí, en mi caso me siento ya acosado. Estoy por llamar a la policía, ¿quieres relajarte ya ydejar el mundo correr? —te voy a poner música, anda, me dedicó una de aquellas sonrisas demedio lado que tanta gracia me hacían.

—Vale, vale—ya me pongo una cremallerita en la boca.

Y, sin comerlo y sin beberlo, me instalé en casa de Connor y me olvidé de coger billete de vueltapor el momento. Ya lo haría unos días después, cuando volviera a ponerle fecha a mi retorno acasa.

Mientras él se reincorporaba a su trabajo, yo me fui a buscar a Kevin, que estaba con su abuela.Adara trabajaba por las mañanas como dependienta en una tienda de complementos.

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—Mira quién está aquí—abrí los brazos cuando entré en la casa para que me diera la bienvenida.

—¡No te has ido! ¡No te has ido! —chillaba él mientras me llevaba corriendo de la mano por todala casa.

Por la noche, tras almorzar y pasar la tarde con Adara y Kevin, acepté la propuesta de Connor deque saliéramos a cenar y a tomar aquella cerveza que había apuntado por la mañana.

—¿Qué se sabe del coche? —le pregunté mientras tomábamos uno de aquellos sándwiches a losque tanto me estaba aficionando.

—Pues que me lo tienen en unos días, pero mientras me dejan el de sustitución. Nada grave y alfinal me ha venido hasta bien—rio.

—¿Sí? A mí casi me da un infarto esta mañana cuando vi que no llegábamos, creo que todavíatengo el corazón acelerado.

—Pues yo en el fondo me alegro, fíjate—se aventuró a decir.

—¿De que se te estropeara el coche? —bromeé.

—No, de que te quedaras. Incluso he tenido una idea, a partir del fin de semana me voy a tomarunos días de vacaciones.

—¡Brindo por eso! Me parece una idea estupenda.

Y brindamos esa y un par de veces más, porque allí la cerveza estaba demasiado buena y lacompañía de Connor cada vez me resultaba también más agradable. Y todo pese a que yo seguíatriste, rematadamente triste por la mentira de Ronan, respecto a la cual mis sentimientos eran de lomás encontrados. Por un lado, le odiaba a él por llevar una vida paralela a la chita callando. Porotro lado, no me perdonaba que no hubiera visto en su actitud nada que me hubiera impulsado a

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dudar de sus intenciones para conmigo.

Había demostrado que no era más inocente porque no entrenaba. Desgraciadamente, el granperdedor de esa amarga historia no era otro que mi dolorido corazón, que no estaría dispuesto adar otra oportunidad a ningún hombre en mucho, mucho tiempo…

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Capítulo 9

El martes por la mañana por mi cabeza parecía haber pasado un huracán. Y no porque la nocheanterior hubiéramos bebido demasiado que, para nada, sino porque, pasados los primeros días, yoempezaba a tomar conciencia de que el temporal que había azotado mi vida la había cambiado porcompleto.

—Buenos días, preciosa, ¿un café? —me ofreció Connor cuando entré en su cocina.

—No, gracias. No te molestes. Tendrás que irte ya a trabajar.

—Salgo en breve, pero el primero siempre me lo tomo en casa.

—Entonces no voy a decirte que no—me apoyé en el borde de la mesa—. Fíjate que yo pensé quelos irlandeses eráis más de té.

—Y teóricamente lo somos, pero yo no soy demasiado convencional en ese sentido. Hasta que nome tomo un café, no me espabilo.

—Entonces eres de los míos. Si te parece te acompaño ahora cuando salgas. Me gustaría dar unpaseo mañanero y más tarde iré a buscar a Kevin, que seguro que le apetecerá que lo saque porahí.

—Eso no lo dudes. Al enano no se le cae el techo encima, le encanta salir de parranda. No vas aencontrar nadie que te enseñe Cork como él.

Un rato después ya estaba yo paseando por la conocida como la ciudad más rebelde de Irlanda,que estaba calando hondo en mí. Y la cosa tenía miga, porque yo le tenía bastante cariño antes deconocerla por ser la cuna de Ronan, el hombre que tanto rechazo me causada tras saber de su

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doble vida. Sin embargo, mi amor por la ciudad continuó intacto y, ahora que la estabaconociendo, disfrutaba de cada uno de sus rincones.

Mirara donde mirara, la gente caminaba despacio. Allí no sonaban bocinas, no habíaembotellamientos de peatones y los coches te permitían cruzar aun cuando la luz estuviera verdepara ellos.

Un señor mayor que se percató de que yo era turista, bromeó sobre que, aunque la rebeldía de laciudad proviniera de su lucha y de su espíritu de supervivencia frente al poder británico, en estostiempos consistía en sonreír siempre pese a que el cielo se empeñara en estar gris. Me parecióque tenía lógica. Tras recorrer sus calles y comprobar que por fin el día iba abriendo, me dirigí arecoger a Kevin.

—Chiquitín, ¿te vienes conmigo a dar un paseo? —le propuse.

—Claro y te enseño lo que quieras si me compras un helado—provocó que saliera corriendo detrás de él por toda la casa mientras daba grititos—. Nana Cara, dame la ropa, que me voy de paseo con Valeria.

—A este niño no le gustan todas las personas, hija—me explicaba ella al mismo tiempo que lebuscaba la vestimenta. Él parece que ve el interior, y el tuyo debe ser muy bonito, porque te adora—me confesó.

—Seguro que ni la mitad que el tuyo, abuela—le di un beso en la mejilla y peiné al pequeño, queya soñaba con salir.

Con Kevin de la mano, como cicerone de excepción, recorrí varios de los puentes hacia el sur delcasco urbano y llegamos a uno de los emblemas de la ciudad, que no era otro que la Catedral deSan Finbar, una maravilla gótica que él me enseñó al detalle, mostrándome cada una de sus torresy gárgolas.

—Mira, el ángel es de oro—apuntó a un angelito dorado que por lo visto lo era.

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—De oro tienes tú el pico, enano—le contesté.

Después de hacer el recorrido, me senté con él en una terraza y, como lo prometido es deuda, nostomamos ese helado.

De vuelta a casa, me pasé a saludar a Connor por el motel.

—¿Comes en casa de mi abuela? —me preguntó como si fuera lo más normal del mundo.

—No, hombre, creo que ya he abusado bastante de su hospitalidad.

—Paparruchas, aunque espera, voy a avisar a Sullivan y hago yo una escapadita para almorzarcontigo.

—Pero solo si me dejas cocinar a mí algo—propuse.

—¿Puedo fiarme? —me guiñó el ojo.

—Hombre, claro. ¿Por quién me has tomado? Yo tengo buena mano con la cocina. Eso sí, metienes que dar un rato.

—Vale, pico algo por aquí y tú me avisas cuando lo tengas listo.

—No te vas a arrepentir chaval, te voy a dejar sentado de culo—intentaba estar de mejor humor,que la actitud es la mejor medicina para los males del corazón.

—Para eso no tienes que hacer demasiado—y la que se quedó sentada de culo fui yo. ¿Qué habíaquerido decir?

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Me acerqué a un pequeño mercado y me hice con diversas verduras que parecían estaresperándome, siempre de la experta mano de Kevin, a quien después dejé con su yaya.

A continuación, me fui para casa de Connor y preparé una parrillada de lo más llamativa, pues elsurtido de verduras era contundente.

—Te prometo que en esta cocina no ha olido así en la vida—dijo tan pronto como apareció por lapuerta, después de que yo lo avisara.

—Me alegro, tome usted asiento—había preparado la mesa con mimo.

—Esto está que levanta a un muerto—comentó tan pronto como lo probó, pero no quiero que temolestes. Eres mi invitada, estás de vacaciones.

—Algo tengo que hacer, no es ninguna molestia. Necesito entretenerme y no estar todo el díadándole vueltas al coco, que se va la pinza.

—Vale, acepto que me cocines de vez en cuando si me permites que haga planes para los dos elfin de semana—propuso y me cogió totalmente por sorpresa.

—¿Para los dos? ¿El fin de semana? —repetí en plan autómata.

—Oye, eso no es muy original, ya lo he dicho yo—rio.

—No sé qué decir, me estaba planteando la vuelta…

—¿Tan pronto? ¿Y en fin de semana? Ni en broma… Permítete pasarlo bien. No me lo tomes amal. Somos dos amigos de vacaciones por una tierra de ensueño. ¿De verdad vas a rechazar eseplan?

Y no, desde luego que no iba a hacerlo.

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La tarde la pasé con Adara y Kevin, paseando y charlando. Por último, fuimos a buscar a Connorcuando terminó su jornada, que nos invitó a cenar a los tres. Tras la cena, ellos se marcharon ynosotros volvimos a casa de Connor. Decidimos no darle a la cerveza, que nos liábamos yterminábamos más tarde de lo aconsejable para alguien que tenía que trabajar al día siguiente.

Connor se reveló como un gran anfitrión y se deshizo en atenciones hacia mí, por lo que meencontraba muy cómoda en su casa, a pesar de que en principio la situación me chocaba un poco.Antes de ir a dormir, nos sentamos un rato en el sofá, donde me estuvo contando ciertos aspectosde su infancia, como que su madre era una mujer un tanto distante y extraña, natural de Dublín, yque por eso sus padres terminaron trasladándose allí. Según supe, ella era muy tendente a ladepresión y su marido se había pasado la vida intentando que su situación mejorase.

—Los mejores recuerdos de la infancia de Adara y de la mía los tenemos con Nana Cara, por esono dudamos en quedarnos cuando mis padres se trasladaron a Dublín—me contó con ciertaresignación.

—Es una gran mujer, con ella seguro que no os faltó nunca el cariño, lo mismo que nos sucedió aIrene y a mí con mi madre—recordé a aquella mujer a la que tanto y tanto echaba cada día demenos, ¡cuánto daría porque siguiera entre nosotros!

—Lo es, lo es. Mi madre solía estar muy en su mundo y mi padre intentando sacarla de él. NanaCara, aunque hacía frente como una jabata a su trabajo en el motel, siempre buscaba tiempo y erapura entrega con nosotros. Ella nos cocinaba, nos llevaba de paseo los domingos, y nos preparabalas fiestas de cumpleaños. Enviudó joven y se centró mucho en sus nietos.

En aquel contexto, no pude evitar hacer el paralelismo con Ronan y la supuesta historia de sudesvalida madre. Me sentía absolutamente ridícula, porque ni siquiera sabía si esa señora estaríaviva o todo habría formado parte de esa sucia estratagema inventada por él para estar al lado desu pichoncito y vástago. Cierto que me había enseñado fotos de la anciana, pero ¿quién me decíasi eran actuales o ya tenían un tiempo?

Mientras escuchaba las amables palabras de Connor pensaba incluso que cómo podría haber

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mantenido tanto tiempo aquellas dos historias sin dejar ni siquiera un cabo suelto del que yohubiera podido tirar y llegar hasta la verdad. O Ronan era más astuto que un zorro o yo más tontaque Pichote. Solo me cabían esas dos posibilidades.

Al menos y, contra todo pronóstico, en Irlanda había encontrado a aquellas personas que meestaban sirviendo de bálsamo en tan dolorosos momentos. Porque, aunque yo intentara disimularlodía y noche, el dolor seguía y con tanta intensidad que a veces me daba la sensación de que Ronanhabía clavado una daga en mi pobre corazón, cuyos latidos parecían apagarse por la pena.

—Estás pensando en él, ¿verdad? —elevó Connor mi mandíbula con sus dedos y mis ojosencontraron los suyos. Yo vi en ellos solidaridad, mientras que él debió ver abatimiento.

—No puedo evitarlo, perdona, es demasiado pronto—me eché a llorar.

Connor me abrazó y me sentí querida y protegida. Aquel chico se estaba erigiendo como misalvador en un momento en el que yo necesitaba más que nunca un paño de lágrimas.

—No tienes que sentir absolutamente nada. Solo si el dolor se manifiesta y lo encaras, podrásganarle la batalla. Si lo dejas dentro, se hace fuerte, bonita—la suavidad en sus palabras, laserenidad en su rostro.

—Es que duele, mucho, mucho. Jamás pensé que se estuviera mofando de mí, yo creí que mequería—desde el día que descubrí el golpe bajo de Ronan no había vuelto a llorar así—. Me damucha vergüenza que me veas como una Magdalena, lo siento—y, antes de que me quisiera darcuenta, me estaba ahuecando en su pecho.

—No tienes que sentir nada, tonta. Hay momentos para todo, siempre me río mucho contigo, siesta noche nos toca llorar, pues lloramos—lo veía emocionado a él también.

—¿Qué dices? —lo miré entre sollozos—. Si te pones a llorar tú también, me cuelgo de un pino—apreté los lagrimales intentando contener el río de lágrimas que procedían de ellos.

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—Lo siento, no veo ninguno por aquí, te vas a tener que conformar con uno de estos—me dio unbeso en la frente y me sentó muy bien, pese a mi sorpresa.

—¿Pueden ser dos? —la pena se mezclaba con el ansia de mimos.

—No sé, tengo que pensarlo—empezó a achucharme con fuerza.

—Eres muy bueno conmigo y yo muy tonta por llorar por quien no se lo merece—confesé.

—Uno no elige de quien se enamora. Recuerda que, la primera cachetada, es culpa del otro. Esosí, no te aficiones a lo de poner la otra mejilla, que no mola nada. Esto te va a hacer más fuerte,Valeria.

—¿Y para qué quiero yo ser más fuerte? Yo lo único que quería era ser feliz, tener mi casa, michico y… Por el amor de Dios, ¡si hasta ya me veía vestida de novia!

—Y te vestirás algún día, ya lo verás… No era la persona adecuada—llevó mi pelo detrás de mioreja con delicadeza.

—¿Yo? ¿Con el radar que tengo? Me declaro en huelga de hombres, vamos. No quiero quevuelvan a hacerme un daño así nunca. No se lo voy a permitir a nadie. En este—me señalé elcorazón—no vuelve a entrar ni uno.

—Pues lo de cambiarte de acera como que tampoco lo veo. Tenemos un problema…—me sonrió eiluminó el salón con aquella sonrisa.

—¡No te rías de mí! —mezclé la risa con el llanto y le di con un cojín que tenía a mano.

—¡Eso ha sido una agresión en toda regla! —me devolvió el cojinazo y llegó la guerra. Al finalterminé tumbada en el sofá con Connor, ¿demasiado cerca? Quizás sí, pero me sentírepentinamente bien. Por unos instantes pensé que, en sus brazos, nada malo podría pasarme.

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Supuse que, incauta como era, acababa de ver otro espejismo.

El miércoles y el jueves fueron más de lo mismo. Mis horas transcurrieron paseando, gozando dela compañía de mis amigos, y terminando las noches en el sofá de Connor, lugar en el quecompartíamos confidencias y en el que parecíamos jugar a ver quién decía el disparate mayor.

A todo esto, yo tenía al tanto de los acontecimientos a Fany e Irene, quien también alucinó encolores cuando volvió de sus vacaciones y le conté lo peculiar que estaba resultando mi escapadairlandesa.

El viernes al mediodía, Connor había instaurado ya oficialmente la costumbre de escaparse aalmorzar conmigo y ambos disfrutamos de una lasaña de carne que yo había dejado preparadaantes de irme a pasear con Kevin, que era otro de los grandes momentos del día.

—No es por nada, pero me estás malacostumbrando—gimió al probarla. Tener una compañera depiso que cocine así de bien es un lujo—me acarició la mano por encima de la mesa en señal decariño. Cada vez tenía más gestos de ese tipo y, yo, necesitada como estaba de él, los agradecíaenormemente.

—Pues siento decirte que la semana que viene tengo que volver a mi casa. Ya no falta demasiadopara el momento en el que me incorpore al trabajo—mis ojillos transmitían tristeza.

En casa de Connor me sentía como en una burbuja, pero sabía muy bien que volver a la mía, elescenario donde había vivido con Ronan, me iba a costar Dios y ayuda.

—¿Qué día? ¿Lo tienes decidido ya? —su tono sonó apesadumbrado.

—No, ya veremos—le sonreí con pesar.

—Bueno, cambiemos el chip y disfrutemos del momento. Esta noche salimos a tomar unascervezas, pero sin pasarnos, que el fin de semana nos espera un destino que creo que va afascinarte.

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—¡Quiero saberlo! Por favor, por favor—le puse ojitos.

—Nada de eso, es una sorpresa, y espero que grata—la ilusión en sus ojos.

Por la noche salimos, cenamos, bebimos y reímos, todo a partes iguales. Haciendo un ejercicio desinceridad, probablemente fue la primera ocasión en la que Ronan no vino a mi mente más que encontados flases. Lo pasamos de miedo y regresamos a casa achispados y cantando por las calles,como dos adolescentes que viven por primera vez la magia de la noche.

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Capítulo 10

Llevaba días pensando cuál sería el destino elegido por Connor y fui consciente de que no habíadado ni una cuando nos montamos en aquel ferry camino a las islas Aran. Yo conocía suexistencia, había leído sobre ellas y, sin embargo, en ningún momento asomaron a mi mente comolas escogidas por él para que ambos desconectáramos un par de días.

Lo profundo de aquel mar gris azulado que nos llevaba hasta las islas nos hizo entrar en otradimensión y, de repente, vi cómo mi cuerpo abrazaba fuertemente el suyo, camino del que ya sabíaque iba a ser un lugar de asombrosa belleza.

—Estoy emocionada—solté desde el fondo de mi ser.

—Ya te veo, bonita. Y no imaginas lo que me alegra. Tienes que saber que estas islas llevanatrayendo a aventureros desde hace miles de años—se metió mucho en su papel.

—¿Quieres decir que vamos a vivir aventuras en ellas? Mira que yo estoy para sopitas y buenvino—suspiré, pensando que no tenía demasiado afán explorador en ese momento.

—Haremos lo que te apetezca y cuando te apetezca, sin formar la máquina en ningún momento.Tenemos dos días formidables por delante, preciosa—me hacía sonreír el hecho de que no solíaterminar una frase sin dedicarme algún adjetivo agradable. Era un cielo—. Además, también atraea soñadores, poetas y artistas—añadió.

—De todo eso que has dicho, más bien me identifico con lo de soñadora, pero me parece que yahe puesto los pies en la tierra. Antes mi imaginación volaba mucho y me han terminado abatiendode una pedrada. ¡Menudo testarazo me he dado! —ya hablaba del tema con más entereza, sin quelas lágrimas amenazaron con salir en centésimas en segundos.

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—Pues no dejes de soñar nunca, mi niña—sonó hasta convincente, lástima que yo fuera a haceroídos sordos.

—Ya veremos—desvié el tema—. Son tres islas, ¿no?

—Sí, esta vez vamos a conocer dos, una hoy y otra mañana. Y ya, si eso, queda pendiente quevolvamos para conocer la tercera—dio la posibilidad por segura, sabía mucho.

—¡Buena idea! —claro que volvería a verlos. ¡No pensaba olvidarme de mis chicos irlandeses!

Llegamos a un pequeño hotel, cómodo y agradable, en el que ya Connor tenía hecha la reserva ysubimos nuestro escaso equipaje.

—Te va a tocar que durmamos en la misma habitación, espero que no te importe—buscó miaceptación con su mirada.

—No sé, no sé. Lo mismo te dejo durmiendo en el pasillo—saqué una graciosa venilla maléficaque le hizo reír.

—Lo que te haga sentir más cómoda—abrió la puerta de aquella habitación doble con dos camas yme pareció una monada.

—¿Te gusta? —hacía todo lo posible por agradar y lo conseguía.

—¿Es broma? Estoy en un hotel ideal, enclavado en un lugar paradisíaco y en la mejor compañía.No sé si me merezco tanto—reí mientras daba saltitos en el colchón de la cama que me habíaautoasignado.

—¿Y esos saltitos? —se quedó frente a mí mirándome.

—Es como un TOC de verificación de colchones que tengo. Siempre que llego a un hotel me da

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por saltar. Fany dice que soy muy rarita. Ella siempre mira si hay minibar, pues dice que es lorealmente interesante.

—¿Y es de tu gusto el colchón? —no dejaba de mirarme saltar.

—¡Mucho! —asentía con inusitada felicidad.

Hechas mis comprobaciones, salimos del hotel con dirección a picar algo.

—Cuando comamos vamos a alquilar unas bicicletas. Montas, ¿verdad?

—¿Me tomas el pelo? Claro que monto, nací pedaleando chaval, ¿qué te has creído? —bromeé—.¡Menudas carreras hacíamos los niños de mi pueblo!

—Pues entonces, maravilloso—vi que le tranquilizó mi respuesta.

—Tengo un hambre que me comería una vaca rellena de pajaritos—me desplomé sobre la mesa.

—Y yo sed, vamos a ir pidiendo unas cervezas. ¿Puedo hacerte una sugerencia para la comida? —hasta para eso era prudente y educado.

—¡Cómo no! —que me trajeran lo que fuese, pero ya. Era el primer día, tras el disgusto del siglo,en el que notaba que un hambre voraz volvía a mí.

—Pues entonces tienes que probar la caballa fresca de Inis Oírr y la vamos a acompañar con unaensalada de huevo de gallina y con una sopa de verduras para chuparse los dedos. Aquí lasverduras son de cultivo propio y eso se nota.

—Tenías razón, está todo para chillarle—soltaba yo rato después mientras daba buena cuenta deello.

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—¿Cómo para chillarle? —me miraba fijamente un Connor al que le expliqué a qué me referíaexactamente y que terminó riendo a placer.

El almuerzo fue realmente delicioso y tras él comenzó nuestro recorrido en bicicleta, en el quedescubrimos caminos flanqueados por muros de piedra y salpicados por unas flores tan coloridascomo silvestres.

—¡Esto es de postal! —exclamaba yo por aquellos caminos que me hicieron olvidarme de dóndevenía y centrarme solo en la extraordinaria belleza de los paisajes que tenía por delante.

—Ya imaginaba que te iba a gustar—sonreía él que iba monísimo conduciendo su bici—. Peromira para adelante, por Dios, que te vas a comer un muro—me indicaba.

Nuestra siguiente parada fue en una playa de arena blanca y finísima que bañaban unas aguascristalinas a las que nos asomamos y en las que nos salpicamos sin darnos tregua. Inclusoterminamos haciendo carreras olvidados de las preocupaciones mundanas.

A continuación, volvimos a coger las bicis y llegamos a las ruinas del castillo de O’Brien, para loque tuvimos que hacer un sobreesfuerzo, que para eso estaba en uno de los puntos más elevados dela isla.

—Esto le gustaría a Kevin—le dije, mientras notaba que, desde atrás, me cogía por la cintura.

—Sí, hay unas vistas imponentes—soltó, mirándome con una sonrisilla.

—¿Y ahora es cuando me dices que las del paisaje también lo son? —me tiré por un momento a lapiscina, pues su gesto me divirtió y sorprendió al cincuenta por ciento.

—Más o menos—dejó caer y debimos permanecer así unos cinco minutos, inmóviles, ydisfrutando de un momento único con el que además no le hacíamos daño a nadie.

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Digamos que yo, aunque no es que hubiera demostrado mucho ojo con los hombres, tampoco habíanacido ayer y notaba el acercamiento de Connor. ¿Lo que me provocaba? Me resultaba de lo máscariñoso y aunque ya había levantado una muralla ante las relaciones, me dejaba querer. Lógicoque, si Connor fuera a saco, pues como que le hubiera parado los pies, pero no era el caso. Susgestos para conmigo eran extremadamente dulces y me acariciaban un alma que no podía dejar desuspirar.

—¿Te apetece una merienda espectacular? —me preguntó cuando volvió a sentir hambre.

—Eso no se pregunta, ya estamos tardando, vamos—le reté con la bici. Había descubierto, graciasa aquel cojinazo que le asesté días atrás, que éramos de lo más competitivos.

—Un bollo esponjoso y un trozo de tarta de cerveza negra para compartir, con dos cafés, por favor—pidió sin siquiera preguntarme.

—¿Tarta de cerveza negra? ¿Va en serio? —los ojos se me salían de las órbitas.

—Y no habrás probado nunca una delicia igual. Vas a flipar—parecía seguro de lo que decía.

Tenía motivos para hacerlo. No se equivocó ni un ápice. La tarta estaba tan buena que terminamospidiendo otro trozo en aquella cafetería tan cuqui.

Eso ocurrió antes de ver la puesta de sol que me dejó el mejor de los sabores de boca. Y no soloporque la viéramos desde el faro de Inis Oírr, que nos ofrecía unas vistas de los acantilados deMoher que suponían un auténtico espectáculo para los sentidos, sino porque la forma en la queConnor me miró en aquel idílico escenario fue igual de efectista.

Después de cenar nos fuimos de copas y las risas y el buen rollo volvieron a adueñarse de unasituación en la que cada vez notaba a Connor más cercano. Antes de empezar a devanarme lossesos por las posibles consecuencias del portazo que yo daría a sus sentimientos, decidí vivir elmomento, pues iba a ser verdad eso de que solo se vive una vez.

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Cerveza tras cerveza, baile tras baile y risa tras risa, las horas fueron pasando y caímos rendidosen la cama.

—Cuando les cuente a Fany y a Irene con detalle todo lo que estoy viviendo, van a decirme queIrlanda me ha cambiado. Yo siempre he sido de lo más cabal—le confesé a Connor, un tantoperjudicada por el alcohol, al tumbarme en la cama con aquel pijama tan gracioso de pantalonespirata y camiseta de mangas cortas de Bambi.

—¿Cabal con ese pijama? ¿Tú qué has fumado? —me preguntó él, que se había puesto algo deropa deportiva para dormir.

—¿Lo dices por mi Bambi? —me señalé al pecho—. Esto es una premonición, ya venía provistade cuernos para Irlanda—por primera vez me reí del tema, aunque el alcohol tuvo que ver muchocon ello.

—No te señales más ahí, por lo que más quieras, que no soy de piedra—suspiró Connorarrancando de nuevo mi risa.

Debimos dormir como lirones, pues no recuerdo nada más hasta que él me despertó a la mañanasiguiente diciéndome que nos íbamos a trasladar a la mayor de las islas, la de Mór.

—Pero será después de mi café, ¿no? Piensa que es eso o buscarme un exorcista urgente, ¡y nohables fuerte, que me taladras las sienes! —la confianza, que ya se sabe que da asco.

—Perdón, perdón—se apartó como indicándome que yo estaba de lo más brava y no le faltabarazón. No volví al mundo de los vivos hasta que no desayunamos y tomé café en ingentescantidades.

Un rato después, ya estábamos en aquella nueva isla y con renovadas ganas de pasarlo bien.

—Podía haber elegido Inis Meáin—me contó Connor—, pero me pareció mejor idea venir aquí.Es más grande, pero también nos permitirá estar a nuestra bola, ¿ok?

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—Sí, sí, creo que es una idea estupenda. Bueno, como todas las que tú tienes—me pareció honestodecirlo. Él estaba de lo más empecinado en que lo pasáramos bien y yo lo valoraba.

Al ver los enormes acantilados de la parte occidental de la isla, terminé de darle razón.Estábamos allí, los dos solos, y hubiera jurado que nadie más moraba en el mundo. Connor, unavez más, había acertado de pleno, dándome justo lo que yo necesitaba.

De Mór me llevaba aquella costa que esculpían las olas, su numerosa colonia de focas, quesirvieron de improvisados modelos para mis fotos, así como también lo hicieron los patos, loscisnes salvajes y todo tipo de aves raras que nos íbamos encontrando.

Después de almorzar, estuvimos dando un paseo por el muelle del pueblecito de Kilronan, dondevolví a llevarme en mi móvil el recuerdo de aquellas tradicionales barquitas de pesca, lasconocidas como “currraghs”, complementadas por las embarcaciones de Galway Hooker que medejaban embelesada al mecerse con suavidad en el puerto.

Más tarde, al borde un acantilado y por tanto en un lugar muy poco accesible, descubrimos la quepara mí era la auténtica joya de la isla, o sea, El Fuerte Negro, donde Connor y yo tuvimos laoportunidad de disfrutar en soledad de unas vistas tan impresionantes que me erizaban la piel.

—¿En qué piensas? Te veo muy profunda—yo llevaba unos minutos en silencio.

—¿La verdad? En que me quedaría aquí un año, alejada del mundanal ruido. Sin trabajo, sinobligaciones y sin reloj—mi voz salió pausada.

—¡Pues hazlo! —exclamó con brío.

—Vale, lo voy a intentar. Llamaré al instituto y les preguntaré si me siguen ingresando la nóminasin dar palo al agua. ¿Te imaginas?

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—No seas boba. No hablo de que te quedes aquí en esta isla, pero sí podrías tomarte un añosabático y venirte a Irlanda.

—¿Un año sabático? —semejante idea no había pasado en la vida por mi cabeza.

—Sí, no es tan descabellado…

—Madre mía, que yo creo que un poco sí te están patinando las neuronas, ¿cómo me voy a veniryo un año a Irlanda? —me sonó a chiste.

—Tampoco necesitarías nada del otro mundo. En mi casa te podrías quedar y quizás te serviríapara abrir un nuevo capítulo en tu vida.

—Es que ese es el problema, Connor; la mía es una vida, no una novela. Yo tengo que volver a micasa, a mi trabajo y con mi gente. He de recoger todos mis pedazos e ir pegándolos poco a poco.Nadie dice que vaya a ser fácil, pero ya no puedo aplazarlo más.

—Entiendo. De todos modos, si alguna vez cambias de opinión, la oferta seguirá en pie—mevolvió a coger por la cintura como el día anterior y, ante aquel majestuoso escenario, mi alma seelevó por encima de mi cuerpo.

Camino de la cafetería en la que merendaríamos, tomé conciencia de lo bucólico de unas islascaracterizadas por los típicos jerséis de punto, los paisajes naturales y aquellas típicas casasrurales con techos de paja que parecían de cuento. También me quedaba prendada del hablairlandesa de sus gentes y de todo lo que rodeaba a un lugar en el que hubiera pagado por detenerel tiempo.

Por la noche estuvimos en un pub, donde nos tomamos un sándwich de pan tostado con una pintacremosa. Al mediodía sí nos habíamos puesto las botas degustando los muchos productos detemporada orgánicos, tanto locales como silvestres, que nos sirvieron.

Cantamos, reímos y bromeamos hasta que el cuerpo aguantó, momento en el que volvimos al lugar

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en el que nos íbamos a alojar en esa segunda isla, minimalista, y que ofrecía unas vistas sin parincluso de noche.

En el balcón terminamos de empaparnos de un ambiente que realmente nos había cautivado.Aquella escapada me había insuflado aire fresco y ya me sentía más fuerte para afrontar unasemana presidida por la vuelta a casa.

—Mañana tengo que sacar el billete para el miércoles o el jueves. Ya no puedo aplazarlo más—pensé en alto—. Lo haré cuando lleguemos a Cork.

—¿Y quién te ha dicho que mañana llegamos a Cork? —subió súbitamente una de sus cejas.

—¿No? Yo creía que tenías que comenzar a trabajar el martes.

—Quien dice el martes dice el miércoles o el jueves… Sullivan puede cubrirme.

—¿Y nos vamos a quedar aquí? —yo ya no sabía a qué carta quedar.

—No, hay más Irlanda por ver, Valeria—él estaba situado detrás de mí y, al volverme, mis labiosse encontraron con los suyos.

Cuando me tumbé en la cama, pensé que no podía haber sido fruto de la casualidad. Como si de unimán se tratara, nuestras bocas se habían fundido en un tierno beso de apenas unos segundos, quehabló por nosotros. Y es que, tras él, no comentamos nada al respecto.

En el momento en el que me quedé dormida, seguía sintiendo el sabor de Connor en mí. Su besohabía sido tan suave, delicado y sutil como él mismo. No obstante, también me supo a miedo,miedo a fallarle, como me habían fallado a mí, dado que mi corazón tenía la baraja echada y no seabriría en una buena temporada.

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Capítulo 11

De nuevo en el ferry que nos llevaría hasta el coche, iba un poco ensimismada en mispensamientos.

—¿En qué piensas? —me abrazó tan fuerte que sentí que oprimía mis costillas.

—En nada—esquivé la que podía ser una respuesta incómoda, pues quería evadirme de larealidad y disfrutar de aquellos días inolvidables.

—Tomo nota, estamos entonces ante una cabeza hueca oficial—hizo una especie de toc-toc sobrela mía.

—Eso mismo—reí con ganas por su ocurrencia. ¿Una cabeza hueca? Eso lo explicaría todo.

Una vez que nos abrochamos los cinturones, la pregunta estaba cantada.

—¿Se puede saber hacia dónde vamos? —él acababa de poner música y ya me estaba animandocon el codo.

—Hombre, digo yo que tendrás que conocer Dublín, ¿no?

—Digo yo, o sería realmente para matarme a escobazos—yo reí, pero él carcajeó.

En Irlanda descubrí que, cuando las ruedas del coche se ponen en marcha, la cabeza tiene que salirpor la ventanilla. La encontraba realmente irresistible y el frescor en la cara mientras pasábamospor aquellos valles repletos de historia y ante nosotros aparecían relucientes vías fluviales, hizoque incluso en un par de ocasiones nos paráramos antes de llegar a nuestro siguiente destino.

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—Vamos a tardar más en llegar, pero es que merecía la pena—recibí un nuevo abrazo por parte deConnor en aquel mirador al que llegamos después de que girara a la izquierda por aquí y a laderecha por allá.

—No te preocupes, esto no nos lo podíamos perder—¡iba a volver con tanto!

Llegamos a Dublín a la hora de comer un delicioso estofado con Guinness que me dejó patidifusa.A partir de ahí, nos fuimos a buscar alojamiento y nos dispusimos a vivir una tarde que, si lascircunstancias hubieran sido otras, podría haberse calificado de lo más romántica…

Teníamos la panza a reventar, por lo que decidimos bajar todo aquello caminando por el parquede St. Stephen’s Green, que me pareció realmente magnífico.

—¡Guau! —exclamé mientras eché a correr como una loca por aquel fabuloso espacio verdesituado justo en el centro de Dublín.

—Esta ciudad tiene mucho que ver, pero yo ya te voy conociendo, a ti te gusta lo natural—me dijoun Connor que llegó a mi altura y, por primera vez, me agarró por la cintura.

¿Lo había hecho? Sí, vale que ya nos habíamos besado la noche anterior, pero eso fue unsegundo… ¿Ir cogidos por la cintura? ¡Qué diablos! Carpe diem…

—¿Quieres que nos sentemos a tomar un poco el sol? —me ofreció.

—¿Cómo los lagartos? Claro, ¿quién podría rechazar un ofrecimiento así? —me senté de golpe,causando una carcajada en él.

Lo hicimos frente a un laguito, disfrutando de la colorida exposición de flores que saltaba a lavista. Connor se situó detrás de mí y, tras apartarme el pelo, me dio un cariñoso beso en el cuelloque me hizo estremecer.

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—Se te ha puesto la piel de gallina—apuntó, riendo y mirando mis brazos.

—¡Tú has tenido la culpa, así que cállate si no quieres cobrar! —me revolví como un bicho y, alempujarlo, volví a caer sobre él. Y, ¿cómo no! Debió ser que el imán ese que había actuado el díaanterior volvió a ponerse en marcha, porque de nuevo sus labios y los míos se quedaronmomentáneamente pegados, eclosionando en un dulce beso que duró unos segundos.

Tras él, nos incorporamos y, con sus brazos protectores por encima, nos quedamos allí como dospasmarotes durante un tiempo indefinido. Cuando nos pusimos de pie, cruzamos unos puentes enlos que nos tomamos unos selfis que enviamos a Adara y a Kevin.

Más tarde, paseando por Grafton Street, entendí por qué Dublín es una ciudad abierta al mundo.Creo que no me equivoco si digo que volví a tocar la felicidad con la punta de las yemas enTemple Bar, ese barrio antiguo que al atardecer se llenó de vida y en el que no faltaban numerososartistas callejeros, que para eso dicen que allí se inicia la maquinaria que marca el pulso culturalde la ciudad.

Disfrutamos de sus pubs históricos, en la mayoría de las cuales se escuchaba música en directo, yal final elegimos uno en el que tomar unas pintas. Pero eso fue después de correr aquel entramadode calles estrechas que me apasionaron. Suerte que no era demasiado tarde cuando lo hicimos,porque un rato después pudimos comprobar que ya era toda una odisea entrar en algunos deaquellos pubs de lo atiborrados que estaban.

La vida nocturna del barrio me resultó tan bulliciosa como atrayente.

—¿Otra más? —me preguntó Connor cuando ya llevábamos dos o tres pintas…

—¿Quién dijo miedo? ¡Cielos, si es que entraban solas! No era nuestra culpa…

—¡Mira esos! —me señaló a unos chicos que iban totalmente desmadrados y que estabancelebrando una despedida de solteros.

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Allí ya no cabía ni un alfiler, pero el ambientazo, la música de fondo, la charla y las risas,invitaban a estirar la noche como un chicle. Connor y yo estábamos de lo más animados y nuestroscuerpos querían marcha, por lo que bebimos más de la cuenta y volvimos al hotel abrazados.

—Amenazo con contarte un chiste—le advertí, un tanto pasada de copas.

—Venga, que ya estás tardando.

—¿Sabes la diferencia entre este árbol y nosotros, que vamos borrachos? —señalé uno.

—Ni idea—se encogió de hombros.

—Pues que él empieza en el suelo y termina en la copa, y nosotros empezamos en la copa y vamosa terminar en el suelo—pegué un traspiés aposta.

—Muy bueno, quiero más, eres muy graciosa…

—Pues si yo te parezco graciosa, tendrías que escuchar a mi amiga Fany, esa tiene público en elinstituto…

—¡Pues dile que venga! —propuso a lo loco.

—¡Claro que sí! Le voy a decir que se coja un año sabático de esos que dices tú, y yo otro, y nosvamos a venir a darte morcillas a tu casa—exploté de risa.

—Mira, pues no estaría mal…

Todavía estábamos haciendo planes disparatados cuando caí dormida, y es que la almohada debíatener un somnífero o algo, porque me estaba llamando a gritos…

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Martes y yo todavía sin fecha de vuelta. Y eso que el lunes de la semana siguiente tenía queincorporarme al instituto para ir preparando el curso.

—Pues te puedes ir el sábado—me propuso Connor desde su cama.

—O, ya puestos, el mismo domingo por la noche, ¿te falta un tornillo, loquito? Yo necesito llegar acasa y poner en orden mis cosas, chaval—le tiré mi almohada y fue una declaración oficial deguerra.

—¡Tú lo has querido! —vino hacia mí y me dio dos o tres almohadazos, tras lo que comenzó ahacerme cosquillas.

—¡¡¡No!!! Eso sí que no, por favor—empecé a patalear de los nervios. No las soportaba.

—Te has ganado un beso—se abalanzó sobre mí y me besó despacio, dejándome tan inmóvil yperpleja, como extasiada.

—Tengo que buscar vuelo—fue lo único que acerté a decir cuando me incorporé.

—De lo más romántica, ha sido una respuesta de lo más romántica—bromeó él—. Hagamos unpacto. Déjalo para mañana, olvidémonos por hoy de la cuestión, ¿no te apetece?

—¿Por qué? En realidad, lo tendría que dejar listo hoy y…—puso él sus dedos sobre mis labiospara sellarlos.

—Porque, sin fecha de vuelta, nos hacemos la ilusión de que nos quedan más vacaciones pordelante—me dio la impresión de que prefirió zanjarlo así, bien sabía él que yo no estaba parahistorias más profundas.

Después del desayuno, en el que no paramos de tontear y gastarnos bromas, nos dispusimos a salir

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de Dublín no sin antes dar un paseo en coche con alguna que otra paradita para contemplar porunos instantes lugares tan emblemáticos como el Trinity College o la catedral de Christ Church.

—La próxima vez que nos visites, volveremos a Dublín, que todavía tenemos que ir juntos a laFábrica de cerveza Guinness, que lo sepas.

—¿Y por qué no fuimos ayer? Nos hubiéramos emborrachado gratis, tonto—le di un codazo.

—Enana, porque cierra a las cinco de la tarde, y como que hubiera sido un numerito andar por ahíborrachos a esas horas, que todo tiene un límite—rio.

—¿Enana yo? Pero si mido 1,70, ¿qué culpa tengo yo de que tú seas el Gigante del Maíz Verde?—traté de picarlo.

—¿Cómo me has llamado? —se ve que comía ajos, porque sí que se picó—paró el coche ycomenzó a hacerme cosquillas de nuevo.

—¡Si es que es verdad! Eres muy grande… Debes medir por lo menos tres metros, tirando porcorto—volví a la carga.

—1’90, no seas jodida, tampoco es que juegue yo en la NBA…

—No, no, pero reconoce que cuando te comes un yogur, te llega caducado al estómago—le estabaempezando a coger el gustillo a eso de darle caña.

Al salir de Dublín, pensé que era una ciudad que verdaderamente engancha y, con ese pensamientodije adiós a sus cuquis casas victorianas de colores, con un nuevo rumbo que volvía a ser unenigma para mí.

—Te voy a llevar a un sitio especial—me cogió de la mano mientras conducía. Eso sí, no esprecisamente para ir de tiendas.

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—¿De tiendas? Ya no sé lo que es eso. Me vine con ropa para tres días y ya debo llevar aquí, nosé, ¿tropecientos? Los he calculado así por encima—reí.

Cuando ambos pusimos nuestros pies descalzos en la Colina de Tara, pensé que ningún otro lugaren el mundo como aquel para pensar en verde, porque ese era el color que nos regalaba pordoquier el que se conocía por ser el lugar más sagrado de toda Irlanda.

—No me quiero ir de aquí. Montemos una caseta de campaña—ahuequé mi cabeza en su pecho yme sentí libre.

—¿Por qué no? En este lugar se coronaban reyes y era símbolo de poder.

—Pues por el poder que Dios me ha otorgado—me puse muy solemne—, declaro esta colinacomo nuestra y al mismo Dios pongo por testigo de que no voy a mover mi culo de ella—reí.

—¡Tira, loca! Que tenemos mucho por ver, te voy a llevar a la Piedra del Destino. Vas a flipar,dicen que gritaba cuando un verdadero rey la tocaba.

—¿Sí? Pues la que va a gritar voy a ser yo como pretendas moverme de aquí, estoy vaga…

—¿Vas a hacer que tenga que cogerte en brazos? —me sacó la lengua.

—Mira que para eso hay que tener mucha fuerza—volví a practicar el que se estaba convirtiendoen mi deporte favorito, el de picarlo.

—¿A ti y a cuántas como tú tengo que coger? —preguntó cuando me llevaba en volandas a lacarrera.

Correr, volar, ir en sus brazos… Fue un momento mágico en el que comprendí cuál es el auténticosignificado de la libertad y en el que nuestras risas resonaron con fuerza en Tara, la antigua capital

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del reino perdido de Atlantis. ¿Dónde si no podía experimentarse aquella magia?

A la hora de almorzar ya estábamos recorriendo las calles de Kilkenny, un lugar lleno de encanto,donde después de comer visitamos la catedral y el castillo con sus jardines, en los que hicimoscantidad de fotos.

—Te advierto que la marcha nocturna de aquí es sensacional, no tiene nada que envidiarle a la deDublín, así que esta noche deberíamos comportarnos. Mañana tendremos que ir volviendo a Cork—me comentó con cierta penilla.

—Sí, sí, o voy a llegar a mi pueblo con el hígado hecho polvo. ¿Por qué hacéis una cerveza tanbuena? ¡Sois malos! —reí.

Sellamos un pacto y lo cumplimos. Después de cenar, nos tomamos un par de cervezas cada uno ya la cama.

—Ey, ha sido otra noche más inolvidable, ¿verdad? —se acercó a la mía y me tocó el pelo antesde meterse en la suya.

—Totalmente. Quiero que sepas que me llevo los mejores recuerdos de Irlanda, de los tuyos y deti—le sonreí.

Creo que en ese momento Connor pensó que aquello él lo veía y lo doblaba, porque se acercóirrefrenablemente a mí y me besó. Fue un beso de esos que anuncian que viene segunda parte; unbeso que me indicó que Connor me deseaba a mí tanto como yo lo estaba deseando a él, pormucho que me mintiera a mí misma, ignorando mis apetencias.

Me dejé llevar, era demasiada la tensión sexual que se había acumulado entre nosotros. Total, ¿aqué me comprometía fundir mi piel con la suya durante una noche? Lejos de hacerme mal, eraposible que me hiciera bien, y que aquel acto borrara las huellas que Ronan había dejado en mí.

Lentamente me quitó la camiseta y sentí en mi pecho el aire que soltó al verme con menos ropa.

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Tumbada como estaba, elevé un poco la cadera para ayudarle a despojarme de mis pantalones depijama. Expuesta ante él en ropa interior, sentí un rubor que no tardó en reflejarse en mis mejillas,que se tiñeron de rojo.

—A tu ritmo, ¿vale? —me besó de lo más cariñoso, haciéndome flotar, mientras también sedesprendía de su ropa y me mostraba un torso que parecía que habían fabricado por encargo. ¡Nopodía estar más bueno!

Sus fuertes brazos apoyados en la cama, aquellas piernas torneadas y un abdomen duro como elacero…me hacían estremecer. Y eso por no hablar de sus labios carnosos, que merecían uncapítulo aparte.

La sutileza de Connor en todo se dejó ver también en sus artes amatorias. Después de ofrecermeun repertorio interminable de apasionados besos, comenzó a bajar por mi cuerpo, demostrándomeque su lengua también sabía hacer su trabajo, ¡y cómo! Ni un recodo de mi piel dejó sin recorrercon la destreza que caracteriza a los mejores amantes.

—¿Estás a gusto? —me preguntó acariciándome cuando hubo terminado de saborearme.

—Estoy en el cielo, le contesté—cerrando momentáneamente los ojos por el estremecimiento quecomenzaban a causar en mí las caricias de sus dedos, que en ese momento estaban diciendo adiósa mi sujetador, dejando mis senos al aire.

He hablado de estremecimiento, pero el placer, en esencia, y servido en dosis concentradas, llegócuando un cada vez más excitado Connor empezó a lamer mis senos al tiempo que su respiraciónse agitaba para hacer juego con la mía.

No tuvo que preguntar nada al respecto. Sabía que estaba disfrutando y pensó que era hora dehacerme llegar al límite por lo que, sin abandonar mis senos, apartó mis braguitas e, introduciendoun par de dedos, llamó al placer. Mi cavidad, ya húmeda hasta la extenuación, los recibió conansia, para descubrir que Connor sabía muy bien cómo sacarle partido a aquel juego…

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En cuestión de un par de minutos, el galope del caballo que hizo acto de presencia en mi pecho meindicó que el gran momento estaba a punto de llegar, y yo dejé salir aquel gemido que tenía unnombre propio y que no era otro que Connor. Llegué al sumun mientras mis extremidadesinferiores se encorvaban y mi cintura parecía partirse por la fuerza de un intenso orgasmo que medejó laxa.

La cariñosa forma en la que me miró a continuación me hizo desear más que nunca tenerlo dentro.Quería sentirlo en mis entrañas, no había duda.

Cien por cien seductor, Connor me despojó definitivamente de mis braguitas y mandó a paseo subóxer, dejando ante mí una prominente virilidad que me encendió todavía más, si es que eso eraposible.

Acariciando cuidadosamente mis senos con una mano, me agarró por la cintura con la otra en elmomento en el que, tras colocar su miembro en la entrada de mi cavidad, que echaba fuego, fueentrando para aplacarlo. Sentirlo dentro de mí me hizo alcanzar otro nivel. Me sentía turbada, missentidos potenciados al máximo… Su forma de moverse hablaba de sugerencia, Connor sabía muybien lo que yo necesitaba en ese momento…

—¡Dios, así, así! —mis labios reprodujeron lo que mi cabeza pensaba.

—Tranquila, disfruta—acarició mi cara al mismo tiempo que incrementaba la potencia, sin dejarde dedicarme las más penetrantes y significativas de las miradas.

Su potencia me estaba volviendo loca, y eso que Connor se mostraba muy condescendienteconmigo. El calor procedente de mi interior se incrementaba por momentos. Me agarraba a lassábanas con fuerza mientras notaba que un nuevo orgasmo iba a llamar a mi puerta. Agarré susbrazos y casi me columpié en ellos en ese segundo momento en el que casi entré en trance y en elque sus besos y sonrisas me indicaban cuánto le complacía aquello.

Ahora le tocaba a él, pero no había prisa. Me lo demostró bajando de nuevo el ritmo para despuéssentarse sobre la cama y ponerme sobre él, dejándome caer delicadamente y besando mis senos

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sin cesar.

—Disfruta, preciosa—me decía con aquella voz que me elevaba al séptimo cielo y hacía que mispesares se diluyeran.

Y lo hice y él lo hizo también. En el instante en el que noté que su final estaba cerca, me contrajeal máximo para provocarle un placer que se reflejó en sus ojos; unos ojos en los que vi tambiénreflejada la llama de la pasión cuando, saliendo poco a poco de mí, me siguió besando.

Esa fue la cara bonita de una noche que recuerdo con sus luces y sus sombras. Después de aquello,poco sentido tenía que él cambiara de cama, por lo que se quedó abrazado a mí y ahí empezaronmis miedos. No obstante, intenté sortearlos. Había estado muy bien, no lo negaba, pero aquellahabía sido la fruta de la pasión de una sofocada noche de verano. Y en eso debía quedarse. Conesa firme idea en la cabeza, llamé al sueño y por fin me hizo caso. La respiración de Connor fue loúltimo que sentí antes de caer rendida en una noche contradictoria, dado que mi cabeza no admitíamás líos.

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Capítulo 12

No podía aplazarlo ni un segundo más. El miércoles me desperté antes que Connor y, ¡bingo! Tuvesuerte y encontré vuelo para el jueves por la mañana.

—¿Qué tal has dormido preciosa? —me preguntó justo cuando acababa de cerrar la aplicación.

—Bien, muy bien—solté una mentirijilla piadosa. La noche había sido regular tirando a mala. Mecostó conciliar el sueño, con Connor abrazado a mí y la sensación de estar creándole falsasexpectativas.

—¿Qué hacías con el móvil? —clavó su mirada en la mía.

—Pillar vuelo, me voy mañana a primera hora—me costó desanudar el nudo de mi garganta parapoder contestar.

—Vaya—murmuró—, solo espero que lo de anoche no haya acelerado tu marcha—me cogió lacara con ambas manos, no tenía ni uno de sus pelirrojos pelos de tonto.

—No, debía irme de todos modos, ya lo sabes…

El camino de vuelta a Cork fue algo más silencioso de lo esperado. Menos bromas, menos risas,menos alegría… La despedida estaba a la vuelta de la esquina y eso pesaba en el ambiente.

Adara y Kevin nos esperaban en la calle según llegamos, y almorzamos con ellos.

—¿Me has traído algo, tío Connor? —le preguntó el pequeñín agarrado a su cuello cuando locogió en brazos.

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—Puede que te haya traído una cosita y, a lo mejor, solo si me dice tu mami que te has portadobien, te la doy…

—Luz verde—nos miró ella resignada—. Movidito, pero bien, es un torbellino—rio.

—Entonces, a lo mejor te mereces que yo también te dé una cosita—le hice cosquillas.

—¿Dos regalos? ¿Voy a tener dos regalos? —se echó para atrás con la mano en la frente en planteatrero.

Ver su cara al descubrir aquella capa y la varita mágica de Harry Potter no tuvo precio, comotampoco lo tuvo contemplar el show que nos montó en directo en la terraza en la que almorzamos.

Por la tarde dimos un último paseo los cuatro y después me despedí de los chicos y de Nana Cara,a cuya casa subimos. A la vuelta, Connor y yo nos preparamos unos sándwiches ligeros en la suya.

—Hoy has estado más callada de lo habitual—me echó el brazo por encima en el sofá.

—Digamos que no me gustan las despedidas…—bajé la mirada.

—Pues igual yo no te ayudo mucho, porque necesito decirte algo—carraspeó para aclararse lavoz.

—Me están entrando sudores fríos—esbocé una tímida sonrisa porque me lo veía venir.

—Tranquila—me cogió de la mano—. Sé que lo que pasó anoche no te compromete a nadaconmigo, no estoy en la inopia, pero…

—El “pero” es lo que me da miedo, dale ya—cerré los ojos.

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—Yo no estoy en tu cabeza y Dios me libre de pensar por ti, por lo que no tengo ni idea de lo quesignificó para ti…

—No me pongas en la tesitura de tener que contestar a eso, por favor, no me siento cómoda—erala primera vez que me pasaba con él.

—Lo entiendo y no quiero forzarte a nada, sé por lo que estás pasando. Lo único que quiero quesepas es que, si cuando llegues a España me echas de menos, a mí me estará pasando lo mismo.Lo dejo ahí.

—Pero ¿cómo puedes decir eso? No lo sabes, todavía estoy aquí.

—Será porque todavía no te has ido y ya te estoy echando de menos…

Al día siguiente, sentada en el avión, aquellas palabras seguían azotando mi mente. ¿Y si yotambién lo echaba de menos?

Lo de Fany cuando me vio no tuvo nombre. Esa es una manera como otra cualquiera de decir quese volvió majara, dando saltos y gritando mi nombre en el aeropuerto, como si yo volviera de laguerra.

—Insensata, que nos está mirando todo el mundo—la abracé hasta casi asfixiarla.

—¡Me importa un bledo! Tenemos mucho, mucho que contarnos…

De camino a casa tuvimos un buen rato en el que yo la puse al día de todas las novedades.También ella había vuelto justo la noche antes, después de pasar unos días en Sevilla con susprimas.

—¿Y crees que va a volver al instituto? —me preguntó y algo se me removió por dentro,

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encolerizándome.

—¡No creo que tenga narices! —yo no quería ni pensarlo.

—Pues yo no las tengo todas conmigo, amiga. Si ya estaba casado el año pasado y nuestra teoríade que ese plan de trabajo era de un soltero o divorciado se ha ido a la mierda, bien podía repetireste año…

—Te prometo que solo de pensar en tener que encontrarme con él por los pasillos y en la sala deprofesores todo el curso, me provoca náuseas.

—Bueno, no pensemos ahora en eso. El muy desgraciado no nos va a fastidiar la que tengopensada para este fin de semana, es decir, la madre de todas las juergas…

—Quita, quita, que no tengo yo el cuerpo para jotas…

—Vaya por Dios, la niña no tiene ahora el cuerpo para jotas, pero para estar recorriendo Irlandacon un maromo pelirrojo, y terminar hasta empotrándoselo, para eso sí que lo ha tenido.

—¡Eres una zopenca! Estás utilizando la información que te he dado en mi contra. Eso no vale—reí—. Oye y hablando de todo, ¿tú no te has empotrado a nadie?

—Bueno, digamos que uno de los días bajé con mis primas a Los Caños de Meca y conocía a unchico que se ha aficionado a darme los buenos días y las buenas noches, no sé si esa es unaseñal…

—Pues yo diría que de las luminosas. Pero ¿hubo tomate?

—Me temo que no, lo estamos reservando. Me ha dicho que se encaja aquí uno de estos fines desemana.

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—¿Vive en Cádiz? —pensé que había un buen trecho.

—No, en Madrid. Trabaja de copy, así que vive cerca y tiene flexibilidad horaria, vamos lo queviene siendo una joyita.

Al llegar al pueblo, nos fuimos a comer donde la señora Ana y allí, después de saludar a variosvecinos, algunos de los cuales me pusieron mal cuerpo sin pretenderlo al preguntarme por Ronan,Fany me enseñó fotos de su Nicolás y yo a ella de mis amigos irlandeses, esos que me había traídoen el corazón.

—A ti te gusta ese chico, a mí no me la das—me señaló en plan brujilla cuando aparecieronalgunas de Connor y mías juntos.

—Anda ya, ha sido un rollo de verano… estuvo bien, pero hasta ahí.

—Claro, claro, y porque no fue antes, que si no me dirías que es un rollito de primavera. A robarvas a venir tú a la cárcel, anda ya, que te conozco como si te hubiera parido—rio.

—Yo no estoy para más historias, amiga. Bastantes palos me han dado ya, ¿no te parece?

—Claro y ahora van a pagar justos por pecadores, me parece una soberana idiotez, pero tú misma.

Antes de llegar a casa, pasé por el supermercado y me aprovisioné de todo. Me sentía cansada,muy cansada, tanto física como mentalmente. En los últimos días, Connor y yo no habíamos paradoy el cuerpo empezaba a pasarme factura. Además, mi mente parecía una olla exprés. Era hora devolver a la normalidad y de pensar que lo que había ocurrido en Irlanda, se quedaba en Irlanda.

Claro que se ve que todos no pensábamos igual, porque un par de horas después, y cuando mehallaba en medio de una plácida siesta, llamaron a mi puerta. Abrí y mi labio inferior debiódescolgarse, así como medio metro. Era Ronan.

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—O te quitas para que pueda cerrar la puerta o te doy mi palabra de que te la cierro en toda la jetay te parto la nariz—afirmé con voz firme.

—Valeria, necesito que me escuches—sentí arcadas.

—Espera, espera. Tiene que haber truco. Esto tiene que ser un mal sueño, una pesadilla. No mepuedo creer que hayas tenido la desfachatez de poner los pies en mi casa, sinvergüenza,aprovechado, malnacido—cerré la puerta y me senté detrás.

Pero no, no debía ser un mal sueño porque, horas después, cuando miré por la ventana, seguíahaciendo guardia en la calle. ¡Aquello no podía estar pasando!

Llamé a Fany quien me dio un consejillo de esos de ella, que me provocó la risa.

—Tírale un cubo de agua desde el balcón, ya verás lo bien que le sienta, que hoy está apretando elcalor—concluyó, de lo más tranquila.

—No puedo soportarlo, no puedo creer que haya venido…

—Sí, hija, ahora te dirá que viste visiones, o que eres muy mal pensada, al saber. Si quieres voypara allá como un tiro y lo entero de lo que vale un peine, que le tengo unas ganitas que válgame,Dios.

—No, no vamos a entrar en su juego. Por mí como si lo parte un rayo.

A la hora de acostarme Ronan seguía apostado en la calle, dejado de caer sobre un coche, con lamirada perdida. Su apariencia era de cachorro desvalido y yo estaba más ofuscada por momentos.Todavía iba a querer darme pena.

En la soledad de mi hogar, recordé las noches pasadas con Connor y lo mucho que desvariábamosantes de dormir, broma va y broma viene. Haberme topado con él había sido santa medicina para

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un corazón que sangraba irremediablemente…

Justo me iba a la cama cuando reparé en aquel papel. Ronan debía haberlo echado por debajo dela puerta. ¿Era una carta? La tomé en mis manos y enseguida salí de dudas.

“Querida Valeria,

Ante todo, quiero que sepas que enamorarme de ti ha sido lo mejor que me ha pasado en lavida. Si pudiera dar marcha atrás, créeme que nada de lo sucedido se repetiría. Cuando teconocí, yo acababa de separarme. Tengo un hijo, Rory, ya lo viste, aunque en las peorescircunstancias. Sé que te he mentido, pero no en todo.

Reconozco mi cobardía, no fui capaz de confesarte mi paternidad. En ese momento, mi ex sehabía trasladado con su nuevo amor a New York y había puesto al niño en mi contra, por lo quepensé que las posibilidades de seguir manteniendo una relación padre-hijo, serían ínfimas. Nisiquiera conocía su dirección ni podía telefonearle. Hablar de él me dolía y aparqué el temapor completo.

En tales circunstancias, mi madre enfermó y, para mi sorpresa, cuando volví a Cork mi extambién estaba de regreso. Su relación había finalizado y por fin pareció acceder a que el niñoy yo nos viéramos con regularidad. Pero pronto caí en la cuenta de que aquello tenía un precio,ella buscaba un acercamiento conmigo y, si yo no lo propiciaba, el acceso a mi hijo me seríanuevamente vetado.

Fui débil, Valeria, y ahora tengo que apechugar con las consecuencias. Hace unos días,descubrí que el precio que iba a pagar por ceder al chantaje de mi ex era demasiado alto. Noquiero perderte y, si he de luchar ferozmente por mi hijo en los tribunales, lo haré, pero contigoal lado.

Te quiero, por favor, permíteme volver a tu vida”.

Destrozada, así me quedé después de leer aquella carta. Cierto que lo que me contaba no lo

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convertía en un santo, sino que más bien seguía siendo un villano. Pese a ello, no me habíamentido en lo de su madre. Eso sí, en cualquier caso, llevaba un año ocultándome un antiguomatrimonio y, sobre todo, un hijo, algo que me resultaba tan inconcebible, como imperdonable.

Lloré amargamente en una noche en la que Ronan seguía bajo mi balcón, probablemente esperandoalguna señal de clemencia por mi parte, mientras Connor me mandaba el más positivo de losánimos en forma de mensaje de buenas noches. En cuanto a mí, yo solo quería dormir y olvidarmepor completo de que mi ordenada vida estaba momentáneamente patas arriba.

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Capítulo 13

El viernes me levanté con los buenos días de Connor y me desplacé reptando hasta la cocina.Aunque en realidad el gusano era Ronan, ese infeliz que ahora me venía con milongas. Ex mujer,un hijo…pero claro, como lo de su madre era cierto, ¡ya tenía yo que bailar por bulerías!

A media mañana, y todavía con aquella sensación de que me había pillado un tranvía, quedé conFany, que estaba de lo más dicharachera.

—Huy, huy, huy, a ti te pasa algo, loqui—le dije mientras me llevaba cogida por el brazo y noparaba de reír.

—Lo mismo es que mi Víctor se nos planta aquí mañana por la noche, ¿cómo lo ves?

—Lo veo fenomenal, señal de que está encoñado contigo, y además eso me exonera de salir dejuerga, que ya sabes que no estoy muy por la labor.

—Eso se lo cuentas a otra, bonita. Tú te vienes con nosotros como que me llamo Fany. Si tú nosales, yo no salgo y, por ende, no sale tampoco Víctor.

—Ea, pues nada, te has empeñado en que vaya de “sujetavelas”, me encanta—crucé los brazos yle pedí paciencia al señor.

—Tú lo que tienes que hacer es animarte. Mira, al final Ronan ha venido a buscarte con el raboentre las piernas y te ha dicho que te quiere. Sigue siendo el mismo bicho inmundo, pero al menosen versión arrepentida y suplicante, gustazo al canto que te debe dar—rio con ganas.

—Sí, sí, me ha hecho una ilusión que estoy alegre como unas castañuelas. Cuidado con la cartitaque me ha escrito…

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—Este no tiene perdón de Dios, ¡anda y que le den por donde amargan los pepinos! Nosotrastenemos un curso muy bonito por delante, ya verás lo bien que nos lo pasamos…

—Sí, sobre todo cuando me encuentre “al innombrable” por todas las esquinas. La idea me haceuna gracia que no puedo dejar de reír, tú—saqué mi vena más irónica.

—Si me hubieras hecho caso ayer…

—¿Con lo del cubo? Ganas no me faltaban, pero era una idea de atún, reconócelo.

—De eso nada, era una idea genial, como todas las que se me ocurren a mí, envidiosilla—me hizoburla.

—Sí, sí, anda, que Dios te lo manda…

Sentada en aquella terraza con Fany me acordaba de Adara, de Kevin, de Nana Cara y, cómo no,de Connor. Habían sido como mis ángeles de la guarda, sobre todo él…

—Hoy comes en mi casa, que voy a comprar unos solomillos de esos de los dibujos de losPicapiedra y nos vamos a poner púas…—propuso Fany.

—Ya veo que a ti el amor no te quita el hambre—reí.

—¿Quitarme el hambre? ¿Por qué? Si mi Víctor es un bomboncito no un saciante…

—Total, que estás deseando probarlo—reí.

—Hombre claro, tú, como vienes harta de todo de Irlanda, no piensas que las demás hemos estadoa pan y agua, guarri—volteó los ojos.

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—¿Harta de todo? ¡Qué mala lengua tienes, jodida! —me quejé.

—¿Mala? Pues ninguno se me ha quejado hasta ahora—me guiñó el ojo.

—¿Y qué se supone que vamos a hacer mañana? ¿Cuál es el plan?

—Pues mira, tu suerte está cambiando. Víctor no viene solo, me lo está diciendo por mensaje—hablaba conmigo mientras chateaba con él.

—¿Y con quién viene? A mí no me líes, ¿eh? Que ya te veo venir a kilómetros y no—advierto.

—Mujer, tiene un amigo muy mono, Asier. Y siempre van juntos a todas partes, no lo puede dejartirado. Ellos son dos, nosotras somos dos…

—¿Pero qué parte de que no quiero nada con ningún hombre es la que no entiendes? Mira que tegusta un cachondeo…

—¡Ni que te hubiera dicho que te tienes que casar con él! Salimos con ellos, bebemos, bailamosy…

—Y después te los llevas a los dos a tu casa, que te conozco, a mí no me enmarronas que yo estoyde bajón.

—¿Por cuál de los dos irlandeses? —tiró a la yugular.

El caso es que me sorprendió porque hasta ese momento no había caído en que a esas alturas delpartido prácticamente me dolían los dos por igual. Ronan por lo mucho que lo había querido y porel dolor que me causó su traición y Connor por lo que pudo ser y no fue. ¡Ojalá lo hubieraconocido en otras circunstancias! Pero en aquellas…yo solo quería olvidarme de los hombres, pormucho que Fany se empeñara en lo contrario.

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Almorzamos en su casa y después holgazaneamos a placer durante toda la tarde. Por la nochesalimos un rato a tapear y nos encontramos a Juan, un compañero del instituto.

—Valeria, ¿es verdad que Ronan y tú ya no estáis juntos? —me preguntó mientras nos ponían unascervezas.

—Eso parece, supongo que la noticia habrá corrido ya como la pólvora entre los compañeros.

—Sí, él llegó hace unos días solo y tú estabas en paradero desconocido. No sé los motivos, peroos vais a convertir en la comidilla del curso, eso te lo puedo garantizar. Si es que hacíais muybuena pareja, ya nos veíamos todos de boda, ¿no tiene arreglo? —me preguntó un tantoconsternado.

—Imposible, Juan—le confesé con pena.

—No hay nada imposible, mujer, seguro que habrá sido una tontería de nada…

Fany estaba encendida y yo le hice un gesto, intentando contener lo incontenible.

—Sí, una tontería de, ¿cuántos años tiene el niño? —contestó a lo loco y yo cerré los ojos. Veníancurvas.

—¿Tenía un hijo y tú no lo sabías? —se quedó pálido como la cera.

—Un hijo y mujer o ex mujer, que no lo tenemos muy claro, con la que se morreaba por su pueblo.Es muy completo él, no le falta ni un perejil.

Así era ella, un terremoto que no sabía tener la lengua quieta. Noté un sofoco que tuve que ahogaren un trago de cerveza que, aunque buena, no se parecía ni por asomo a la irlandesa.

—¡No jodas! Pero si parecía un tío muy transparente, a mí me has dejado loco.

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—Pues imagínate cómo me quedé yo, que me enteré de la noticia en vivo y en directo—volteé losojos. Ya el mal estaba hecho y el chisme de mis cuernos iba a ir de boca en boca, así que al menosme daría el gustazo de despotricar un poco.

—Pues va a empezar calentito el curso, va a parecer el guion de una serie de Netflix. Y hablandodel Rey de Roma—miró para un lado y me hizo un gesto que no dejaba lugar a dudas, ¡vaya suertela mía!

—Hola, Ronan—dijo Juan, que sabía disimular la tensión regular tirando a mal.

—¿Qué tal, tomando algo? —hablaba en general, pero buscaba desesperadamente un gesto por miparte, y lo encontró; lo miré con todo el asco que pude.

—Sí, mira, y ya de paso, quitándote las tiras de pellejo—soltó Fany con sarcasmo—. Huy mira,esa es una expresión muy mía, la puedes apuntar en tu lista; esa y otra que tengo en la punta de lalengua, ¿cómo es? Ya caigo, por ahí te pudras, chaval.

—Bueno, me voy, espero que lo paséis bien—comprendió que estaba de más entre nosotros. Sutono reflejaba pena y arrepentimiento, pero yo no debía bajar la guardia.

—En cuanto te esfumes seguro que sí, ahora es que has viciado un poco el aire, pero eso pasapronto. Viene a ser como el tema de los traidores, que pasan sin pena ni gloria por la vida de laspersonas—se regodeó mi amiga.

—Ya está bien, Fany, Ronan, te pediría por favor que te marcharas —zanjé la polémica antes deque la sangre llegara al río.

No pude evitar sentirme fatal tras su marcha. Si me había hecho tanto daño, ¿por qué la heridaseguía sangrando? Al final iba a tener razón Fany en que lo que yo necesitaba era buena marcha.

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Sábado por la noche y yo intentando aparentar absoluta normalidad. Víctor y mi amiga hacían unapareja de cine, pero desprendían más calor juntos que una sopa de tomate. En cuanto a su amigo,Asier, se veía a tres kilómetros que venía por mí enflechado, pero le puse por delante una señal de“stop” para pararlo en seco. ¡Otro más para la ecuación, iba a ser que no! Que sí que era muymono y se deshacía en atenciones conmigo, pero mi corazón ya estaba a rebosar de sentimientos,unos mejores y otros peores…

Y es que sí, Connor tenía razón y aunque me costase dar mi brazo a torcer era hora de reconocerque lo echaba de menos. Elegante como él era, se mantenía en ese discreto lugar a caballo entrerecordarme cada día y cada noche que seguía estando ahí y darme mi espacio para no atosigarmeen absoluto.

Cuestión aparte era lo de Ronan, que me removía el interior hasta el punto de que sintiera unaúlcera en el estómago cada vez que lo veía. ¿Hasta cuándo? No quería sufrir más…

En ese escenario, como que meter a Asier iba a ser que no, de modo que fui agradable con él,bailamos y reímos, pero, cada vez que intentaba avanzar un paso, yo ponía un muro entre ambos ypunto.

—¡Ya estamos todos! —me dijo en el oído Fany mirando a la puerta.

¡Maldita sea mi estampa!, pensé para mis adentros. Que vale que, como bien le había dicho ellacuando llegó al pueblo, aquello no era Manhattan, pero encontrarme a Ronan en cada esquina meprovocaba unas ardentías que me iban a llevar por delante.

—Si yo fuera tú, me daba el lote ahora mismo con Asier en todas sus narices—siguió diciéndomepor los bajinis.

—Sí, sí, lo estaba pensando. Y así me quito un problema de encima y me echo otro, ¡no digassandeces!

—Madre mía, conmigo tenía que haber topado ese, le iba a quitar hasta las ganas de vivir—lo

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fulminaba ella con la mirada.

—A ti no creo que te lo hubiera hecho, me eligió a mí porque me vio cara de idiota.

—Hombre, ahí te tengo que dar un poco la razón—bromeó ella.

Ronan llegó solo. A decir verdad, tenía pocos amigos en el pueblo. Conocidos muchos, pero nohabía profundizado más en aquel año que llevaba, algo lógico si tenemos en cuenta que se habíadedicado a darme coba a tiempo completo.

Aun así, verlo con aquella pinta de derrotado, bebiendo solo en la barra, no me resultaba plato debuen gusto. De no haber estado acompañada, habría salido pitando de allí, pero Fany me mataba sila dejaba con los dos, pues me necesitaba para distraer a Asier mientras pelaba la pava conVíctor. Y es que entre ambos iba a haber tomate, pero fijo.

Mirara donde mirara, Ronan tenía puesta su mirada de cordero degollado en mí y aquello meestaba resultando de lo más violento. Que sí, que tenía la posibilidad de demostrarle que dondelas dan, las toman, con Asier, pero que yo no iba del palo de fingir. Ese papel se lo dejaba a él,que tenía estupendas dotes de actor.

Total, que la salida del sábado más que para cargar pilas y desconectar, me dejó emocionalmentebaldada. A la hora de despedirnos, Fany me pidió por activa y por pasiva, que me quedara aAsier. Dicho así sonaba un poco mal, pero vaya que, aunque ya lo habíamos hablado, al final metocaba a mí cargar con el muerto.

En ese momento yo le había perdido la pista a Ronan, quien probablemente acabara de salirtambién. Ya iba siendo hora de cerrar.

No volví a ver su mirada clavada en la mía hasta que, ya en la calle, nos despedimos de Fany yVíctor y me dirigí a mi casa con Asier, al que alojaría en el cuarto de invitados. Si mi ex hubiesesido un dragón lo hubiera dejado carbonizado, pues era fuego lo que vi en su cara cuando nos vioechar a andar juntos.

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El domingo por la mañana, sin ánimo de ser descortés, procuré darle el pasaporte pronto a miinvitado, al que envié a desayunar con los chicos. Yo me quedé en casa. A un día del comienzo delcurso, me sentía como un trapo y necesitaba resetear. Al menos los buenos días de Connor mesacaron una sonrisa, pero yo sabía que aquellos mensajes tendrían fecha de caducidad. ¿Qué seríade mí después?

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Capítulo 14

Antiojeras a kilos me estaba aplicando el lunes por la mañana. Poniendo las cosas en su sitio, lamayoría de mis compañeros eran mis amigos y seguro que iba a notar su abrazo y abrigo. Algunode ellos era posible que incluso diera algo de calor, como Juanjo, de quien Fany tenía la teoría deque estaba colgado de mí. Y existía la posibilidad de que, al verme libre, pensara que todo elmonte era orégano, ¡chiquita patada le iba yo a dar!

En la otra cara de la moneda, estaba el club de fans de Ronan, capitaneado por Caro, una harpíade tomo y lomo que me la tenía jurada desde que comencé a salir con él y que ahora quizásincluyera entre sus planes el de convertirme en el hazmerreír del centro, e iba a ser que no.

Por si sí y por si no, yo iría muy digna y mona. Me había propuesto que, aunque mi interiorestuviese negro, en mis mejillas no faltaría el color.

No voy a decir que aquello pintara fácil. La primera en la frente porque, poco después de estarcon Fany en la sala de profesores, llegó Ronan. ¡Qué diferente era todo ahora! Parecía quehubieran pasado siglos desde que mi amiga y particular celestina se hubiera empeñado en unirnos.En el escaso minuto que los tres permanecimos allí, volví a notar su mirada interrogante, comoqueriendo descubrir mi talón de Aquiles para volver a colarse por los resquicios de mi corazón.¡La llevaba clara!

Afortunadamente, aquella mañana no volví a coincidir con él, aunque sí escuche las risasprocedentes de su aula de los chicos que se estaban examinando para recuperar. Y es que elcarisma le salía por la punta de las orejas. Eso hacía que, con las mujeres, donde ponía el ojo,ponía la bala. O al menos eso era lo que yo quería pensar para no sentirme tan mal por habercaído en sus redes.

Unos días con más encuentros y otros con menos, la semana fue pasando con dificultad. Cuando

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había alguien más delante, yo le dirigía un escueto y frío saludo, por aquello de guardar lasformas. Cuando nos encontrábamos a solas, mis ojos se convertían en rayos hirientes y él losesquivaba con gesto afligido.

Desde que nos reincorporamos, subimos que el sábado por la noche teníamos todos loscompañeros una cita obligada. Amalia, la antigua directora del centro, ya se había jubilado, ydaríamos una fiesta en honor a su intachable trayectoria.

—¿Ya sabes lo que te vas a poner el sábado? —me preguntó merendando Fany el jueves por latarde.

—¿Para la fiesta? —respondí con desgana.

—No, para limpiar el wáter, bonita. ¿Para qué va a ser? Es que estás de un espeso últimamenteque vaya…

—Para ti es muy fácil, tú estás en lo bonito de los comienzos con tu Víctor y todo te apetece, peroyo no tengo ganas de gaitas.

—Te dejas ya de tonterías o le digo el próximo día a Asier que ataque, que lo tengo entrenado—me advirtió con el dedo, causando mi risa.

—Mira que eres… No sé, me pondré algún vestido de los que tengo por casa.

—Tengo una idea mejor, mañana por la tarde nos vamos de shopping, que tengo a mi tarjetademasiado parada y no sea que se me vaya a malacostumbrar, que después son los problemas…

El sábado por la noche me encontraba favorecida con aquel vestido blanco y estrecho que mehabía comprado con Fany. Todavía era principios de septiembre y como que no desentonaba conese color que tanto me gustaba. Antes de salir de casa, Connor me había escrito y se habíaempeñado en que le mandara una foto, que me alabó hasta la saciedad. ¡No podía ser más lindo!

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Tan pronto como llegué y reparé en que Ronan ya estaba allí, tomé conciencia de que la noche ibaa ser demasiado larga, y de que iba a necesitar no una, sino varias copas para hacerla másllevadera. El muchacho debía tener complejo de geolocalizador porque, allá donde me movierapor el salón, me seguía observando como quien admira una obra de arte. ¡Me ponía de losnervios!

Fany estaba ojo avizor y, cada vez que podía, se ponía por delante, de modo que le chafaba elcontacto visual, vamos que le cortaba el rollo. Era un poco surrealista todo, pero lo cierto es quecuando lo hacía yo me sentía aliviada. Notar cómo me seguía con la mirada me molestaba y medolía.

Copa por aquí y copa por allá, mi amiga y yo estábamos de lo más achispadas, lo mismo que lamayoría de nuestros compañeros, lo que incluía a Ronan. Aquella primera semana estabasuponiendo una prueba de fuego para mí, seguro que ya después sería coser y cantar. O al menosera lo que yo quería pensar para taponar la herida que seguía sangrando.

En su defensa diré que Caro le estuvo atacando toda la noche y que él se la quitaba de encimacomo podía. Ni ella ni ninguna otra parecía importarle un pimiento, el objetivo era yo. En cuanto amí, Juanjo también hizo su papel de mosca cojonera, como era de esperar y Fany, muy graciosa,me ayudaba a librarme de él.

Bebimos demasiado, esa fue la realidad. En varios momentos de la noche, sentí una ciertadebilidad ante la mirada de un Ronan que hacía mucho que ya no cantaba victoria. Y, una vez más,el juguetón destino pareció posicionarse de su lado.

Todo sucedió tan rápido, y yo llevaba tantas copas encima… Sin embargo, cada uno de losmomentos vividos a partir de la fiesta los recuerdo como a cámara lenta. En el pueblo todos nosconocemos y, si de algo estoy segura, es de que nunca los había visto por allí. Los vi llegar en elcoche por el rabillo del ojo y no me resultó extraño cuando me dijeron que se habían extraviado yque necesitaban saber si había alguna gasolinera cerca. Me escamé un poco más cuando, trasdarles yo las oportunas explicaciones de aquella que estaba a la salida del pueblo, insistierontanto en que los acompañase. Y más aún cuando uno de ellos se bajó del coche, haciéndome dudar

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por completo de sus intenciones y provocando que el pánico se desatara en mí.

Inmóvil y pensando que iba a quedar a su merced, sentí que me mareaba, y entonces escuchéaquella voz que tan familiar me resultaba. Un iracundo Ronan llegó hasta ellos, propinandopuñetazos a diestro y siniestro. Aquellos malditos bastardos no tardaron en huir más tiempo delque les llevó zafarse de él. La cólera en el rostro, eso fue lo que percibí en mi ex cuando amboshuían y yo prácticamente caí desplomada en sus brazos.

No puedo describir lo encontrado de mis sentimientos en aquellos minutos. Los nudillosensangrentados de Ronan dieron la voz de alerta; se había jugado el pellejo por mí. Al menosdebía reconocerlo, al margen de que nuestra relación se hubiera ido a pique, él no había dudadoen protegerme y yo, como mínimo, debía curar aquella mano.

Prácticamente me llevaba en volandas, pues la tensión se me debió bajar a los pies. Tenía laimpresión de que la vida se me iba.

—No sé si estás en condiciones de ejercer de enfermera esta noche—cogió algodón y Betadinede mi botiquín y empezó a aplicárselo en el salón de mi casa.

—Quería hacerlo yo, pero igual va a ser peor el remedio que la enfermedad—me había pasadodemasiado con el alcohol y no estaba acostumbrada.

—Es lo mismo, te lo agradezco de corazón—la tristeza volvió a asomar a sus ojos.

—Soy yo quien tengo mucho que agradecerte, no sé lo que hubiera pasado de no ser por ti—bajélos ojos—. Solo dime una cosa, ¿cómo me escuchaste?, ¿por qué estabas tan cerca de mí? —aquello escapaba a mi entendimiento.

—Bueno, digamos que esta noche volvías sola, y yo quería asegurarme de que estabas bien, te visalir un tanto…lo siento, no me sale un término suave para definirlo.

—Un tanto borracha, puedes decirlo. Todo esto se me ha ido un poco de las manos…—me volví a

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abrazar a él y me sentí protegida. Yo lo había querido demasiado y comprobé que las distanciascortas no favorecían nuestro distanciamiento. Su boca estaba demasiado cerca de la mía…Y lamía, acabó por ir a buscar la suya.

“Jamás, nunca, en la vida…”, eran palabras que yo me había repetido una y otra vez sobre laposibilidad de volver con él y que, una a una, fueron quedando en el olvido al compás de aquellosbesos; unos besos que, sin saber explicar cómo, dieron paso a un festival de caricias queterminaron con la respiración agitada, los cuerpos encendidos y la pasión a flor de piel.

Sin pensarlo ni por un solo momento, me dejé llevar. Ronan había significado para mí demasiadoy yo no supe ni quise frenarlo. Cuando lo tuve dentro ya fue demasiado tarde. Por mucho que me lohubiera negado una y mil veces, yo todavía no había pasado página y aquella noche la maquinariadel frenesí se puso en marcha antes de que la razón llegara a tiempo de darle al botón del “off”.Fue… profundamente extraño pues, entre jadeos, no reconocí la piel de Ronan; su piel me supo aotro nombre y ese no llevaba impreso el sello de la traición. Aquel sexo me supo a Connor y esome indicó que yo estaba perdida, nadando entre dos aguas… Me sentí náufraga de mis propiossentimientos y, una vez hubimos terminado, y Ronan se durmió abrazado a mí, lloré amargamente.

El domingo amaneció gris. Nuevamente el tiempo quiso hacer juego con mi estado de ánimo, puesnada más despertarse Ronan le pedí por favor que se marchara y las lágrimas volvieron a ser misúnicas compañeras durante horas. Fue un día en el que la confusión se hizo la dueña de mi cabezay no estuve para nada ni para nadie. Por no atender, ni siquiera atendí los mensajes de Connordeseándome un feliz domingo.

“¿Feliz?” Pensé que no volvería a estarlo en la vida. Lo único que había sacado en claro deaquella aciaga noche fue que tenía que dar por definitivamente cerrado el capítulo de mi vida conaquel hombre. Sí, Ronan me había salvado, pero eso no lo convertía en el candidato idóneo paravolver a ocupar mi corazón. Además, mientras lo hacíamos, era Connor quien estaba en mi mente.No obstante, Ronan me había demostrado que le importaba lo suficiente para protegerme cuandomi vida corrió peligro, ¿estaba eso por encima de unos cuernos? Quizás lo que sentía por mí eraverdadero, pero haberme mentido como lo hizo, y durante tanto tiempo, no hacía que me fueraimposible volver a confiar en él.

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Y Connor, ¿había llegado de verdad a mi corazón o era solo un parche que sirvió para contener miprofunda herida? Yo estaba demasiado tarumba como para dar por válido aquello que habíasentido junto a él en unos días en los que realmente me hubiera agarrado a un clavo ardiendo. Quizá comenzaba a sentir algo auténtico por él o quizá simplemente había bailado al son de unacara bonita y de una sonrisa amable. De locos, era de locos…

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Capítulo 15

Las siguientes semanas me sirvieron para ayudarme a comprobar que había tomado una decisióncorrecta respecto a Ronan. Cierto que yo no era nadie para negar que, a su manera, me hubieraquerido, y siempre le agradecería que me salvara esa noche, pero, me daba a mí en la nariz que ami ex le gustaba demasiado una falda.

Y es que cuando el río suena, agua lleva. De hecho, desde que le pedí que se fuera de mi casa eldomingo, se empezó a comentar que entre Carol y él estaba surgiendo algo más que una amistad,lo que yo misma comprobé con mis propios ojos.

En conclusión: había tratado de recuperarme, pero el intento le había durado lo justo. En cuantovio la aguja mareada, corrió despavorido a los brazos de otra, demostrando que lo único que leimportaba era tener compañía femenina. Que lo hubiera intentado primero conmigo no decíamucho en su favor, más allá de que yo era la perfecta tonta que había puesto la mano en el fuegopor él desde el día que lo conocí, ¡ya me valía!

Así las cosas, me centré en mi trabajo, me apunté con Fany a un buen gimnasio que acababan deabrir en una población cercana y, algún que otro sábado quedé con ella, Víctor y Asier. Eso sí, yopuse las cartas encima de la mesa y con este último solo había una bonita amistad.

Una tarde de lunes de primeros de octubre, mientras merendaba con Fany, me llegó un mensaje deAdara.

“Hola guapa, probablemente sea una locura y no puedas, pero el fin de semana que viene es elcumple de Kevin y sé que a él le haría una increíble ilusión que pudieras venir. ¿Me prometes queal menos lo pensarás?”.

—Ve, tonta—me aconsejó sobre la marcha mi amiga.

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—¿Ir la semana que viene a Irlanda? ¡Es una locura! —sacudí la cabeza.

—¿Una locura? Estás un poquito pava últimamente y así no te voy a poder colocar en ningunaparte. Me preocupas—rio.

—Desde luego que eres más petarda…

—Ve Valeria, es una ocasión perfecta para despejarte. Al niño le hace muchísima ilusión, a titambién, y estoy segura de que a Connor le va a encantar…

—Ya sabía yo por dónde iban los tiros, tú no das puntada sin hilo, puñetera.

—Mira guapi, que tú lo sigues echando de menos lo sé yo y lo saben hasta los hebreos—se echó areír y me contagió.

—No te voy a contradecir, pero sabes que no quiero meterme en más líos del corazón,seguramente no saldría bien y otra vez a sufrir.

—Claro, claro, es mucho mejor no sentir nunca nada y vivir sin amor, no vaya a ser que te vuelvana hacer daño. Porque claro, como uno te ha salido rana, ahora todos los demás están en la mismacharca—añadió con toda la sorna.

—Pues sí, no confío en los hombres. Connor es maravilloso, pero igual también oculta algo o esotro mujeriego o…

—Sí, porque como además no conoces nada de su familia, ni de su trabajo, ni de su entorno, espara estar escamada—me iba a dejar sin argumentos.

—Pero es que… ¡es muy guapo! —exclamé sin pensarlo y lo hice tan fuerte que me miraron los delas mesas de alrededor.

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—Muy bien, bonita, pues ahora que ya nos has enterado a todos, te digo que, ¿dónde está elproblema? A ver si vas a querer uno más feo que Picio, te pegará eso a ti, que eres una muñeca—rio.

—Pero es que no veas cómo le miran todas—bajé los ojos en señal de tristeza.

—¿Y él las mira a ellas? —me preguntó con su característico saber.

—No, él me mira a mí—tuve que volver a darle la razón, pues la muy cabeza de alcornoque aveces la tenía.

—Valeria, él sabe la complicación de una relación a distancia y, aun así, te dijo que estaríaesperándote y lo está cumpliendo.

—¿Y quién te dice que lo está cumpliendo?

—¿Quizás el dato de que todos los días sabes de él y varias veces? ¿Cuántas le has escrito ollamado tú desde que volviste?

—Ninguna—volví a dirigir mi mirada al suelo.

—¿Y él a ti, sopotocientas, más o menos? —me tuve que reír.

—´Más o menos.

—Pues mira, el chaval ha tenido suerte, el finde que viene hay aquí puente, con eso de las fiestasdel Pilar, así que saca el móvil, que vamos a reservar vuelo antes de que me termines de poner delos nervios.

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Y ni corta ni perezosa, lo hizo. A continuación, le escribí a Adara y le dije que me guardara elsecreto, quería darle la gran sorpresa al precioso cumpleañero y a Connor. Me esperaban tres díasen Irlanda y, de repente, mi rostro se iluminó.

Aquel jueves por la mañana el corazón se me salía de la caja torácica cuando me monté en elavión. Iba a ser verdad que, cuando pierdes los miedos, la cabeza se expande, pero también lohace el corazón. Camino de un reencuentro que había intentado negarme a mí misma una y milveces que deseaba con toda mi alma, sentí por fin una paz que ya ni siquiera recordaba.

Nunca olvidaré mi sensación cuando el taxi entró en Cork, pues respiré y supe que estaba en casa.¿Algo inexplicable? Sí, pero yo continuaba pensando que existía algún lazo invisible que me habíaligado antes a esa tierra; por alguna extraña razón que seguía sin acertar a comprender, yo la sentíamía.

Recé porque estuviera en la recepción del motel, aunque era lo más probable. Y la suerte me diola mano.

—¿Valeria? —Connor se frotó los ojos y, para mi sorpresa, saltó el mostrador para abrazarme.

—¡La misma! —abrí los brazos e hice un gracioso gesto más o menos como de que estaba allíporque había ido.

—¡Bonita, no puede ser, no puede ser, dime que no estoy soñando! —yo sí que me estremecícuando vi que sus ojos no podían evitar que se le escaparan las lágrimas.

—¿Creías que me iba a perder el cumpleaños de mi chico favorito? —le pregunté compungida,presa también de las mismas lágrimas.

Después de aquel interminable abrazo, lo miré y me miró. La pasión se desbordó entre nosotros y,antes siquiera de que me diera cuenta, había llamado a Sullivan e íbamos como dos locosenamorados corriendo hacia su casa, para hacer lo único que nos apetecía. Lo acababa dedescubrir entre sus brazos, lo quería.

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Fue cerrar la puerta y cogerme en volandas. Recuerdo cómo las prendas salían disparadas;recuerdo el envoltorio de nuestras risas; recuerdo el suave tacto de sus manos recorriendo todo miser y llegando hasta mi alma; recuerdo la forma en la que me la acarició: recuerdo aquel “tequiero” que sonó tan sincero como él mismo, y recuerdo que, cuando lo sentí dentro de mí, penséque la suya era la única cara que yo deseaba ver en ese momento.

—¿Y ahora qué? —le pregunté risueña cuando, una vez ambos nos hubimos saciado del otro, nosbesábamos y acariciábamos.

—Ahora solo hay que encontrar la forma Valeria, porque lo que yo siento por ti, no lo habíasentido nunca por nadie—confesó.

—¿Me lo dices de verdad? —lo abracé fuerte.

—No, fea, te lo digo de mentira, ¿no ves que como pasatiempos me coges a un tiro de piedra?Será que para distraerme no tendría ninguna más cerca, tontuela—me dio un toquecito en la narizde esos que me alegraban el día.

—Yo también te quiero, Connor. Lo sé porque, antes de subirme al avión de vuelta, también tehabía empezado a echar de menos—sonreí.

—¿Entonces lo vamos a intentar? —me apretó tan fuerte que sentí que el aire no podía entrar enmis pulmones.

—¿Tú que crees? Pero que no lo hago por ti, ¿eh? Que lo hago por no perderme ese sobrino queme tiene embelesada—reí.

Aparecimos por casa de Nana Cara justo a tiempo de escuchar la algarabía de peques quechillaban y saltaban cuando vieron salir la tarta con aquel siete que venía chispeando.

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—¡Has venido! ¡Has venido! Se tiró Kevin en mis brazos. ¡Es mi cumple, es mi cumple!

—Ya lo sé peque, y eso no me lo perdería por nada del mundo.

Abrazada a Adara y a Nana Cara, canté con todos los presentes mientras Kevin soplaba la vela desu cumpleaños, ante la amorosa mirada de Connor.

—Ha sido una fiesta preciosa, Adara. Muchas gracias por invitarme—le di un beso cuando huboterminado.

—Gracias a ti por venir, a Kevin le ha hecho una ilusión tremenda. De veras que te lo agradezcode corazón, para nosotros ya eres una más, y lo sabes.

—Y ya intentaré yo que cada vez más, hermanita—le guiñó el ojo y ella se llevó las manos a laboca.

—Os invito a todos a cenar y, cuando digo a todos, es a todos, tú también Nana Cara—insistí enque se viniera y accedió.

—Ese plan es perfecto, pero yo te dije que ya pagarías en tu tierra—Connor era un caballero delos pies a la cabeza.

—¿Y eso cuándo será? —pregunté un tanto intrigada.

—Antes de lo que piensas, guapa—me acarició él la barbilla.

Después de aquella cena en familia, Connor y yo volvimos agarrados de la cintura a su casa.

—No te imaginas la de veces que he soñado despierto con esto—se tumbó boca arriba en la cama.

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—Yo tengo algo que contarte—necesitaba construir con él algo puro y limpio desde el principio yno quería que se me quedara nada en el tintero.

—Por lo que veo en tu cara, me va a doler un poco—tenía mucha psicología.

—Quizás te escueza, pero es importante que no haya ningún secreto entre nosotros, ya sabes dedónde vengo y creo que las relaciones solo pueden construirse desde la sinceridad total.

Vi dolor en los ojos de Connor cuando le comenté lo que me había pasado aquella noche caminode casa y lo que ocurrió posteriormente entre Ronan y yo, pero también detecté comprensión portu parte.

—No puedo reprocharte nada, mi niña. Nosotros no éramos nada y yo sabía que tú tenías quecerrar definitivamente esa puerta para poder abrir otra—suspiré al escuchar sus palabras.

—¡Eres un cielo y no te preocupes porque te voy a compensar por ello! —quise restarlesolemnidad a aquel capítulo tan espinoso de mi vida.

—¡Pero me vas a tener que compensar mucho, mucho! —rio y, entre risas y pataleos, volvimos ahacernos uno. Ver a Connor entrando lentamente en mí, con sus ojos en los míos, y aquellos fuertesbrazos apoyados en la cama, se iba a convertir en mi imagen favorita; una imagen que se repetiríamuchas, muchas veces antes de que días después tuviera que coger la maleta de vuelta a España.

Pero antes de eso, disfruté hasta el límite de su compañía y de la del resto de los chicos. Connordejó a Sullivan a cargo del motel e hicimos distintas escapadas, algunas de ellas con Adara yKevin, y otras solos.

La tarde anterior a mi vuelta, Connor y yo visitamos los acantilados de Moher, donde disfrutamosde un atardecer que me pareció espectacular donde los hubiera. Apoyada en su hombro, me sentífeliz y, por primera vez en mucho tiempo no sentí miedo. Dejé allí todo el que me acompañabahasta entonces, diciendo adiós a mis temores mientras contemplaba los colores del cielomezclados con el mar, teniendo como testigos a aquellas sublimes moles de roca.

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—Te veo en unas semanas—me prometió—. Esta vez me toca a mí ir a visitarte.

—Ya lo estoy deseando—lo besé con el ímpetu de los enamorados, a sabiendas de que en unashoras dejaría allí un pedacito de mi corazón, ese que día a día empezaba a recuperarse.

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Capítulo 16

De vuelta a mi casa, contaba los días para volver a ver a Connor. Mientras, mi vida transcurría enla mayor de las normalidades. Incluso la presencia de Ronan en el instituto llegó un momento en elque dejó de hacérseme cuesta arriba. El amor de Connor supuso para mí un bálsamo que metranquilizó hasta el punto de que algunos días le preguntaba a Ronan por su hijo y por su contiendalegal con su ex. Eso sí, era frecuente que Caro llegara y se metiera por medio, pensando queaquello me chinchaba o que yo representaba un peligro en su relación, ¡para ella enterito!

A mediados de noviembre, yo estaba como un manojo de nervios, pues Connor venía a pasar elprimer fin de semana a mi casa. En el aeropuerto, me descubrí a mí misma pegando saltitos.

—¿Creías que no iba a verte? —me preguntó cuando llegó a mi altura, riendo y cogiéndome enbrazos.

—Es verdad, se me olvidaba que a esa altura lo tienes todo a la vista—ya iba yo a la carga, peroes que era muy largo…

No cupe en mí de gozo cuando recorrí con él de la mano mi pueblo; ni cuando almorzamos en lacasa de la señora Ana; ni cuando le presenté a Fany, que se unió para el café con nosotros.

—Bueno, bueno, por fin te conozco, cuñado—bromeó ella, porque tienes que saber que estacenutria es para mí como una hermana. Y no veas si ha dado calor hasta que se ha asentado, queme tenía de penurias ya hasta el moño—le dio un trago al café.

—¡Eh, tú, cierra el pico! Que me lo vas a espantar—reí.

—No, no, si ha aguantado hasta ahora, con lo especialita que eres, este ya está garantizado, te lodigo yo—afirmó con la cabeza como quien está en posesión de una verdad universal.

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—No se lo voy a poner tan fácil, no te preocupes que no me va a perder de vista, así como así…—le confesó él entre risas.

Y eso era justo lo que yo no quería, perderlo de vista. Esa noche, antes de dedicarnos a nuestraocupación favorita, la de amarnos con frenesí, hicimos una videollamada para que Irene, Alonso yél se conocieran.

—Hermana, os veo genial—me decía ella profundamente convencida—. Y a ti, cuñado, lo únicoque te pido es que le eches un poco de paciencia, que de vez en cuando le da la neura y se pone unpoco tontorrona—no paraba de reír ella desde su casa, abrazada a su chico, y con una copita en lamano.

Fue una bonita noche familiar, propiciada por la tecnología, en la que Connor no paraba de reírdiciendo que le salían cuñadas hasta debajo de las piedras y yo le decía que él lo había querido,¿no quería novia? Pues ahí lo llevaba, con todos sus condimentos.

El resto del tiempo pasó demasiado rápido y, en nada, después de pasar unos días inmensamentefelices, Connor volaba de nuevo a su casa y yo contaba los que faltaban para las Navidades.

El veintidós de diciembre era la fecha clave, y no solo por ser la de mi vuelta a Cork, sino porqueen aquella ocasión lo hacía acompañada de mi hermana Irene y de Alonso, de modo que mifelicidad era completa, pues no tendría que dividirme entre mis seres queridos.

—Hermana, no te imaginas lo que significa para mí que me hayáis acompañado en estas fechas tanentrañables—la besaba yo por la terminal mientras buscaba con la mirada a Connor, que nosesperaba impaciente.

Después de que ellos dejaran sus cosas en el motel, donde se alojarían, nos fuimos a buscar alresto de la que ya era mi familia. Kevin se los metió a ambos en el bolsillo desde el primermomento y decía que mi hermana era Valeria 2, por nuestro evidente parecido físico.

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—Nana Cara, en menudo embolado te hemos metido— le comentaba yo abrazándola, pero no tepreocupes que nosotros te vamos a ayudar en todo, faltaría más—se lo decía con el mismo cariñoque si fuese realmente mi abuela.

—Para mí no es trabajo, hija, va a ser motivo de alegría ver a toda mi familia alrededor de lamesa—su sonrisa así lo confirmaba.

—Tenemos que ir al mercadillo de Navidad, os va a encantar y allí me podéis comprar un regalito—exhibía Kevin una mella que le quedaba divina.

—No te asustes—le decía Adara a mi hermana, él es así de descarado, parece que le ha hecho laboca un fraile. No he visto en mi vida una cosa igual, no para de pedir…

—Tú déjalo que pida, que de ningún tonto se ha dicho nada—Irene se integró perfectamente yenseguida le comenzó a gastar bromas a Kevin, quien estaba como loco saltando y brincando portoda la casa.

Antes de irnos, el pequeñajo nos enseñó el árbol navideño y un pequeño pesebre que él mismohabía hecho artesanalmente en su cole.

—Es el más bonito que hemos tenido nunca, lo vamos a poner cada año—le decía Nana Cara, y élengordaba tres kilos.

—Sí, lo ha hecho muy bien, ahora solo falta que se porte igual para que Santa le traiga muchosregalitos—le recordaba su madre.

—Solo se los trae a los niños buenos, por eso Kevin es bueno—se refirió a él en tercera personay su mirada de pillo nos hizo reír a todos.

Con la dicha de ver la perfecta armonía que reinaba entre los nuestros, Connor y yo nosdispusimos a pasar nuestra primera Navidad juntos. Al día siguiente al de nuestra llegadadescubrimos un ambiente mágico, en el que imperaba el bullicio y los villancicos no cesaban; lo

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hicimos en el mercadillo navideño de Cork, que nos dejó embobadas a mi hermana y a mí.

Por suerte, Alonso y Connor se hicieron grandes amigos y continuamente Kevin les daba la mano aambos, porque decía que los tres estaban hablando de “cosas de chicos”. Nos partíamos de risacon él y eso también le daba algo de cuartelillo a Adara para que las chicas fuéramos un poco anuestro aire.

En Nochebuena, Connor y yo disfrutamos hasta no poder más ayudándole a poner el pastel decarne picada y un vaso de Guinness para Santa.

—Falta la zanahoria para Rudolph—decía el enano sin poder dejar de saltar por la emoción.

Ni que decir tiene que debió portarse muy bien y que Santa fue de lo más generoso, porque recibióuna oleada de regalos que Adara comentaba que no iba a saber ni dónde meter.

—Hacía años que no pasaba una Nochebuena así—me ahuequé en el pecho de Connor cuando nosmetimos en la cama.

—¿Eh? ¿Acaso crees que la noche ha acabado? —bromeó.

Y no, a ninguno de los dos nos apetecía darla por zanjada sin volver a sentir a qué sabía la pieldel otro. La pasión no hacía sino crecer entre ambos y la química parecía estar en el ambiente,porque a Connor y a mí nos apetecía hacerlo a todas horas.

—No sé lo que va a ser de mí cuando te vayas. Tenerte aquí tantos días es un regalo maravilloso,pero luego me va a costar tela—me miró una vez hubimos terminado. Algún día le tendremos quedar una solución a esto, lo sabes, ¿verdad?

—Yo he pensado que puedes trasladar el motel a mi pueblo, lo colocamos en las afueras yfuncionará que no veas—reí.

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—Sabes que, si pudiera hacerlo, no lo dudaría ni un instante—me miró con pena.

—Lo sé mi amor, yo he pensado que, si eres bueno y solo eres bueno; a lo mejor y solo a lo mejor,yo podría pedir un año de excedencia el próximo curso—miré sus ojos y lo que vi en ellos sellamaba emoción.

—¿Lo dices en serio? ¿Un año sabático? ¿Al final me vas a hacer caso? —rio.

—Yo no he dicho exactamente sabático, ya encontraré algo que hacer. Y mientras, se me ocurreahora otra cosita en la que seguir entreteniéndonos—volví a meterme entre las sábanas.

La Nochevieja la preparamos también con especial esmero. Las chicas estuvimos ayudando aNana Cara hasta la hora del almuerzo y así tendríamos la tarde para arreglarnos y tomar unascopichuelas tranquilas. Además, ese día fue el que conocí a mis suegros, pues no habían llegadoantes a Cork, dado que mi suegra se encontraba pachucha.

A la hora de la cena, Irene y Alonso quisieron agradecerles a todos las muchas atenciones quehabían tenido con ellos. Se marchaban para Asturias al día siguiente, mientras que yo me quedabahasta Reyes.

—Yo también quería aprovechar para deciros a todos una cosita, aprovechando que es la últimanoche que vamos a pasar juntos—se levantó Connor y me provocó un parpadeo que no podíacontrolar—. No sé si se me va a dar muy bien, porque lo de hablar para todos a la vez como quees algo a lo que no estoy muy acostumbrado. Y tampoco es que lo esté a lo que me dispongo ahacer ahora mismo. De hecho, es la primera vez que le pido a una mujer que se case conmigo, yespero que sea la última, porque estoy deseando que me digas que sí, Valeria—me miró y mederritió al mismo tiempo.

—¿Me lo dices a mí? —me tapé la cara, la emoción hizo que las lágrimas asomaran y, por lo quecomprobé, se habían empeñado en salir todas de golpe.

—¿A quién si no, o es que hay otra Valeria por aquí? —miró él a todos los lados.

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—Valeria dile algo al tito Connor—apuntó sin poder dejar de moverse en la silla Kevin.

—Pues sí, claro que sí. No sé ni cómo, ni cuándo, pero que me caso contigo, ¡dalo por hecho! —nos besamos apasionadamente.

Aquella noche, Connor y yo no pudimos dormir. Después de notar que nuestras pieles se unieronmás que nunca y de rozar el cielo juntos, amándonos como si no hubiera un mañana, hicimos unsinfín de cábalas sobre cómo podríamos materializar nuestro sueño de casarnos.

Los siguientes días nos sirvieron para darle forma. Después de mucho pensarlo y consultarlo conla almohada, llegué a la conclusión de que él, motel no tenía más que uno, mientras que yo no teníaplaza fija de trabajo, por lo que podría terminar dando clases en Cork. Mi traslado allí seríadefinitivo y no temporal.

—¿De veras harías eso por mí? —me rodeaba él con sus fuertes brazos cuando se lo comuniqué lanoche de Reyes, sabiendo que era el mejor regalo que podía hacerle.

—Ya te he dicho que sí te portas bien, sí—reía con ganas—, pero si te cojo en un solo renuncio tebloqueo por todos lados, ¡que ya voy espabilando! —reí.

—Sabes que a mí no me vas a coger en un renuncio, que seas mi mujer es que lo más deseo en estemundo y voy a estar contando las horas hasta que eso pase.

—¿Sí? Pues yo he pensado que nos podíamos casar en el mes de julio—propuse—, a no ser quelo consideres demasiado precipitado.

—¿Demasiado precipitado? Si por mí fuera nos casaríamos mañana mismo—me comió a besos.

Pero no, no era eso lo que tocaba, sino que vinieran los Reyes, jornada que tuvimos la suerte derevivir la tremenda ilusión de la infancia de la mano de un Kevin que parecía una locomotora,

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yendo de allá para acá.

El día siete tuve que volver a casa y llegué al aeropuerto con el anillo de compromiso por delante.

—¿Eso significa qué…? —me preguntó Fany, totalmente impresionada, pues quise darle la noticiaen persona.

—Eso significa que te cogido la vez y me caso este verano, para que veas—le saqué la lengua—.Pero con una condición, me tienes que prometer que vendréis a vernos a menudo.

—Y tú a nosotros, majadera, ¿o es que piensas olvidarte de tu pueblo?

—Eso nunca, le aseguré camino del coche mientras le contaba al detalle todo lo que ya teníadecidido sobre la boda, y le pedía consejo sobre lo que me faltaba por decidir. ¡La cuenta atráscomenzaba!

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Capítulo 17

El sol nos iluminaba y el tiempo parecía poner su granito de arena, pues, a cuarenta y ocho horasdel gran día, las predicciones meteorológicas eran excelentes.

—¡Corre, Connor! Que no puedo con los nervios.

—Mi vida, ¿pero no eres tú la que dice que no por mucho madrugar amanece más temprano? —separtía él de la risa.

—Pero es que hoy es cuando vienen todos, ¿no te acuerdas? —lo miré con gesto apresurado.

—Me voy a casar, no me he quedado tonto, mujer. Bueno un poco tonto sí que me he quedado,pero por ti, ¿o sería más bien loco? —me llevó hacia a él y comprobé que le iba a ser muy difícillevantarse sin esos buenos días que solíamos darnos, en forma de homenaje sexual.

—¡Hoy no hay tiempo, no hay tiempo! —yo corría sin ton ni son por su casa, en la que ya llevabainstalada dos semanas.

Esperé la llegada de aquel avión como espera un niño la piñata de chuches en su cumple.Conforme los vi llegar, los conté como si me faltase alguno: Irene, Alonso, Fany, Víctor, mi tíaMarcelina, con mis primos, Enrique y Manuel, y de rebote, hasta a Asier se habían traído, quepara eso seguía siendo muy amigo nuestro. ¡Ya estábamos todos!

Los alojamos en el hotel, salvo a mi tía, que se quedó en casa de Nana Cara, pues se cayeronfenomenal desde que las presenté. Además, así ambas por la noche se quedarían con Kevin, que¡el resto nos íbamos de despedida de solteros! Un peligro, porque solo faltaban dos días para laboda, pero es que aquella era una cita ineludible.

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Las ganas de pasarlo bien nos salían por la punta de las orejas y fue una noche inolvidable en laque las pintas parecían evaporarse, porque duraban muy poco en los vasos. Y las chicas… laschicas estábamos tan dicharacheras y parlanchinas que ellos nos decían que habíamos comidolengua. Es más, cuando ya fue oficial que nos habíamos achispado, nos animamos a improvisar unbaile celta que arrancó los aplausos de todo el pub, auspiciadas por una Fany que había llegadode lo más revolucionada y por Adara, que se reveló como toda una estrella en ese tipo de danza.

—Ahora vosotros—los retaban y algunos de ellos deseaban que se los tragara la tierra.

—Huy, huy, muy chulitas os veo yo, hermana—le decía Connor.

—Anímate, que la vas a enamorar más todavía—yo no sabía a lo que se refería mi cuñadita—. Y,además, hace mucho que no te veo bailar…

Y sí, me enamoré todavía más, porque el muy bribón no me había dicho que de pequeños Adara yél ganaron varios premios de danza irlandesa y verlos bailar juntos fue todo un espectáculo.

—¡Te como esa cara, guapo! —exclamaba yo desde lejos, provocando las risas de los míos y delresto del pub.

Al día siguiente, con la paliza en el cuerpo, nos levantamos tarde, y fue de relax total. Ya loteníamos todo listo para el enlace, por lo que pudimos salir tranquilamente con los nuestros aalmorzar y enseñarles algo más de Cork y sus alrededores, disfrutando al máximo.

Al llegar a casa, Connor y yo nos fundimos en un interminable abrazo. Estábamos a punto decumplir un sueño y la emoción nos embargaba a ambos. Sobra decir que, después del abrazo,llegaron los besos y que, en nada, ¡ya estaba de nuevo el lío!

Amanecer en Irlanda tuvo esa mañana sabor a miel. Miré por la ventana y chillé que el día parecíade encargo, y lo era, ¡era el día de nuestra boda!

—Me voy, me voy, me voy—dije atropelladamente después de salir de la ducha, en la que me

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entretuve un rato.

—¿Sin darme un beso? No te lo has creído ni tú—me llevó hacia él y, si no lo impido, hubieracomenzado de nuevo la función.

Pero no, para función la que teníamos ese día por delante en casa de Nana Cara, que fue el sitioque elegí para salir vestida de novia. Allí nos reuniríamos todas las chicas, mientras que, a loschicos, incluidos a Kevin, los mandaríamos a casa de Connor, que ya era también mi casa.

Por supuesto que nuestro adorable sobrinito portaría los anillos, mientras que Irene, Fany y Adaraserían mis damas de honor; las tres llevarían trajes azules para seguir la tradición gaélica.

En cuanto a mí y, para el gran día del amor, elegí un fantástico vestido de encaje cuyo escoteestaba adornado por una onda de pedrería; sensual y con espalda ilusión. Se trataba de unaverdadera maravilla que nos dejó fascinadas a Adara y a mí el día que lo vimos en aquelescaparate. Con transparencias y de corte sirena entallado, me sentaba como un guante. Mientrasque desayunábamos, todas lo mirábamos con entusiasmo.

—Este es uno de los días más bonitos de mi vida—me dijo Nana Cara besándome con cariño—.Yo ya soy muy mayor, no creo que vaya a vivir muchos más así, hija, gracias.

—Pero ¿qué dices Nana Cara? —intervino con gracia Fany—. ¡Anda que no nos queda nada porcelebrar! Cada vez que haya un fandango de estos, aquí estaremos todos.

La mañana transcurrió en un periquete y yo contaba los segundos para encontrarme con Connor.Miré al espejo y la foto no tenía desperdicio, ya que mi vestido blanco lucía espléndido entre elazul de las chicas. Entre todas componíamos un bonito ramillete y yo iba a juego con ellas en loscomplementos, pues tanto mi ramo de novia como mis zapatos eran también azules.

—Toma hija—me dijo la abuelita al salir y metió entre las flores una pequeña herradura deporcelana, en señal de suerte.

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—Gracias, Nana Cara, es un detalle precioso. No me vayas a hacer llorar, que estoy muy sensible—reí.

—No, no, hija, No quiero que llores, ríe, que es tu gran día.

—Yo también tengo algo para ti—me sorprendió mi tía.

—¿Y esto? —le pregunté extrañada cuando me colocó aquel precioso broche.

—Tu madre me lo regaló el día de mi boda. Seguro que le encantaría que también lo llevaras tú—miré a Irene y las tres nos fundimos en un fuerte abrazo. Mi madre, sin duda, también nos estabaabrazando desde el cielo.

—Bueno, te vamos a cargar de cosas, toma este es el “pañuelo mágico” —me lo puso Adara en elvestido y salimos porque ya íbamos algo justas de tiempo.

Según lo hacíamos, llegaron los padres de Connor y Adara, que no eran muy dados a lasreuniones. Habíamos decidido que él fuera el padrino y mi tía Marcelina la madrina.

Nuestra boda se celebraría al aire libre, en un ambiente rústico que enamoraba a primera vista.Camino del altar, con aquella decoración floral que hacía que el camino de la comitiva nupcialfuera de cuento, me encontré la sorpresa de una chica, también ataviada de azul, que tocaba unarpa. La estampa era ideal y fue idea de mi chico.

Con los ojos amenazando dejar correr un río de lágrimas, divisé a Connor en el altar, que estabaguapo a rabiar. Durante toda la ceremonia estuvimos cogidos fuertemente de la mano y el momentodel intercambio de los anillos, que Kevin nos entregó con todo el arte del mundo, fue emotivodonde los hubiera.

… Y luego llegó el beso, un beso único, largo e intenso que dio la señal de alarma; ya éramosmarido y mujer, y ambos amenazábamos con el hecho de que fuera para siempre.

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Tras el beso escuchamos las “campanas del maquillaje”, que hicieron sonar nuestros invitados,como era típico allí, con el fin de alejar los malos espíritus y restaurar la armonía entre la parejaen caso de discordia.

Detrás de una coqueta valla, nos hicieron nuestra primera foto de casados, en la que Kevintambién apareció. Y es que se le fue a Adara de las manos y cruzó delante de ella, por lo quequedó de lo más simpática. Allí mismo, hicimos nuestro primer brindis con un cóctel “BlackVelvet” exquisito de champagne y cerveza Guinness, al mismo tiempo que ambos gritábamos“¡Sláinte!”

Mientras nos tomaban las fotos por aquel escenario que no podía ser más ideal, comenzaron aservir un aperitivo que encantó a nuestros invitados, y que consistía en ostras y cerveza. Lapráctica totalidad de los cincuenta asistentes que debían ser, lo alabaron.

La nuestra era una boda íntima, pero nosotros no necesitábamos más. Los más cercanos eran losfieles testigos del amor que acabábamos de sellar y que nació entre nosotros desde el mismo díaen que nos conocimos, por mucho que yo tardara algo más en detectarlo.

Aquel último año había sido el más bonito y romántico de mi vida y Connor me había enseñado elsentido de la lealtad en estado puro. Pese a que nuestra historia la habíamos tenido que vivir en ladistancia inicialmente, la confianza entre nosotros reinó en todo momento y no hubo una solaocasión que pudiéramos hacerlo que no aprovecháramos para vernos. Por fin, habíamos dejadoesa etapa atrás y comenzábamos otra con la mayor de las alegrías y la expectación; la de laconvivencia.

El banquete fue una auténtica delicia y un rato después nos sirvieron el té, como mandaban loscánones. Junto a él, una tarta en tonos verde menta y rosa palo que fue un auténtico regalo para elpaladar, junto con unos macarons decorados con el trébol de cuatro hojas, simbolizando la buenasuerte y la fortuna.

La hora del baile fue divertida a raudales. Comenzamos con música celta, en la que yo ya hacíamis pinitos, y después dimos un repaso a todos los géneros musicales. Hasta unas sevillanas

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pusimos en honor a Fany y allá que ella intentaba enseñarnos los pasos, arrancando las risas detodos.

—¡Qué boda tan bonita, por fin te he colocado! —vino ella a abrazarme y detrás mi hermanaIrene.

—¿Qué le dices a mi hermanita? —me abrazó también.

—Que por fin la he colocado, oye, que mi trabajito me ha costado. Tú no tenías que aguantarlatodos los días—Por cierto, todavía tienes que tirar el ramo, ¿no? —me preguntó un tanto a laexpectativa.

—¿Qué os parece si en vez de tirarlo se lo doy a Adara? Vosotras vais a pasar por el altar encualquier momento, pero ella no tiene pareja y vive por y para Kevin.

—A mí me parece lo suyo—mi hermana era un encanto—. Pero eso sí, cero amenazas, que yo nosoy de papeles. Por el altar no paso ni loca, yo renuevo mi consentimiento con Alonso cada día ypunto.

—Muy bien, muy bien, así no me robarás protagonismo a mí, que sí me está entrando el gusanillo.Si esta se ha casado—me señaló Fany—, ya sabemos que hay esperanza para todas. Y otra cosaestoy pensando, Adara parece muy contenta bailando con Asier, ¿os imagináis si…?

Nos reímos y pensé que sería estupendo. Adoraba a mi cuñada y sabía que le vendría genialcontar con un compañero de aventuras en la vida, que además fuera también un puntal en la deKevin, ese niño en el que todos estábamos tan volcados.

Cuando nuestros invitados se fueron, caí en la cuenta de que no le había preguntado a Adara quésignificaba el “pañuelo mágico” y me reí.

—¿De qué te ríes? —me preguntó Connor viendo cómo hacía aspavientos y ella no me escuchaba.

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—Pues de que voy a contarte una cosa, pero antes siento curiosidad por saber qué significa estepañuelo que me ha dado tu hermana. Es lo único que no he entendido de la ceremonia.

—Vale, vale, es un símbolo de fertilidad. La tradición dice que deben llevarlo las novias y que seusa también en la capota del bautizo del primer hijo—me sonrió.

—¿Un símbolo de fertilidad? Pues entonces ha llegado tarde—me eché mano al vientre y la carade felicidad de Connor se me quedó grabada para siempre.

—¿Me estás diciendo que vamos a ser padres, cariño? —las lágrimas le empezaron a caer comopuños.

—Mucho me temo que sí, probablemente de un pelirrojillo o de una pelirrojilla que pronto estécorriendo por estas tierras…—me hice la prueba esta mañana mientras me duchaba. Eres elprimero en saberlo.

—No creo merecer tanto. Es imposible que me hubieras hecho un regalo mayor—negaba con lacabeza y me abrazaba fuerte, muy fuerte…

—Te mereces eso y más. Eres el hombre más guapo que conozco, y no solo por fuera, también pordentro—lo besé con ansia—. Y eso sí, también el más alto—bromeé y él reía y lloraba al mismotiempo, mientras sus lágrimas de dicha llamaban a las mías…

Cogidos de la mano, nos fuimos paseando hasta casa, saludando a todos los vecinos que nosencontrábamos a nuestro paso. Al día siguiente, volvíamos con los nuestros a España, cada uno deellos a sus respectivas casas, y mi flamante maridito y yo a dar una vuelta por toda la penínsuladurante quince días. Quería enseñarle mi país, al que seguiría adorando y añorando, pero asabiendas de que mi futuro estaba con él en Cork. Mirando a todos los lados, supe que aquella erala mejor decisión que podía tomar; Irlanda me había atrapado sin remedio y yo moría con suverdor.

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Epílogo

3 años después…

—¿Estás nerviosa? —me preguntó Connor según nos metimos en la cama. Mejor que lerespondiera pronto, porque ya me conocía la canción. Saltaba la chispa y sobraban las palabras.

Yo me reía de aquellos que decían que te casas y el sexo disminuye. Enamorados como estábamoshasta la médula, Connor y yo seguíamos devorándonos vivos en cualquier rincón cada vez queteníamos oportunidad. Lógico que, para eso, teníamos que esquivar a nuestra hija Cara, aquelregalo que nos anunció su venida al mundo el mismo día de nuestra boda. Y es que así ella, todoun carácter. Elegimos aquel nombre en honor a la adorable Nana, que se nos fue al cielo cuatromeses después de nuestro enlace.

—Sí, por fin voy a tener una plaza de trabajo como Dios manda—le respondí a Connor—. Lo míome ha costado, que no me ha llovido del cielo, ya lo sabes—suspiré aliviada.

Y es que en ningún lado atan los perros con longaniza y yo tuve que sudar tinta hasta volver aocupar un puesto de profesora acorde con el que tenía en España. Desde mi boda, había dadoclases en academias privadas e incluso algunas particulares por las casas, pero yo luchaba porprosperar y, en cuanto la peque tuvo seis meses, me propuse lograr un puesto de calidad. Y eraahora cuando por fin conseguía de nuevo una plaza en un instituto.

—Estoy orgulloso de ti, ¿te lo he dicho alguna vez? —me guiñó Connor el ojo.

—¿Unas cien cada día? —le saqué la lengua.

—¿Es que uno no puede hacerle cumplidos a su mujercita o qué? —vi su intención de hacermecosquillas y salí disparada, chillando.

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—Buena la hemos liado, creo que se ha despertado. Tu culpa es—lo miré con cara de “la vas adormir tú”.

Pero no, el destino fue benévolo con nosotros y nos permitió disfrutar de uno de aquellos ratosíntimos que me seguían encendiendo el alma y cargando las pilas. Tener a Connor dentro meseguía recordando por qué había cambiado mi mentalidad con solo aparecer en mi vida y cómoera capaz de llenarla con su sonrisa.

Por la mañana, me levanté con la intranquilidad propia de no saber exactamente a qué meenfrentaba. Lo nuevo siempre me había costado un pelín, pero Connor estaba al pie del cañón,como era habitual, para ayudarme y animarme.

—Yo la dejo en la guarde, tú vete tranquila. Te deseo toda la suerte del mundo—mañana de lunesy yo estrenaba trabajo.

—¿Estás seguro de que vas a poder con todo? —le pregunté sin pensar demasiado.

—Tira anda, no me ofendas—le di un beso a la pequeñita, otro a él y salí volando mientras mepellizcaba el culo y provocaba la risa de la niña. Nunca perdía oportunidad de hacerlo, decía quemi trasero era su debilidad.

Aquel fue el primer día de una semana totalmente distinta. Volver a las aulas supuso para mí unasensación de lo más gratificante. Además, hacerlo en un momento en el que ya mi hija meempezaba a dar algo de tregua, era lo mejor que me podía haber pasado, un regalo de la vida. Yno era el único, pues desde la vuelta de nuestra luna de miel encontré mi lugar en Cork y jamás mehabía arrepentido ni un solo segundo de mi decisión. Connor era un compendio de virtudes quelograba sorprenderme a cada momento y nuestro amor no hacía sino ir en aumento.

Llevaba impartiendo clases un par de días cuando conocí a Maire, una chica con la que conecté ala perfección y que me hizo pensar que quizás pudiera convertirse en la versión irlandesa de miquerida Fany. Ojalá fuera así, porque de mi amiga guardaba grandes recuerdos también en la

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parcela profesional, que con tanto cariño compartimos.

La semana pasó volando y por fin llegó el viernes.

—Amor, tenemos que ir corriendo a casa de Adara—me comentó Connor a la salida de mitrabajo, recogiéndome con el coche, y con la peque sentada en su sillita.

—¿Ya? —el vello se me erizó.

—Sí, me acaba de llamar Brendan, parece que ha roto aguas. Vamos a recoger a Kevin.

Llegamos a tiempo de darle un beso a mi cuñada, que estaba de lo más tranquila y risueña, así eraella. Yo, sin embargo, me había puesto un tanto histeriquilla cuando llegó la hora de mi parto, perocada una era cada una.

La vida de Adara había dado también un giro de ciento ochenta grados. Por mucho que bailara conAsier durante nuestra boda, de allí no salió nada. Pero unos meses después, la tienda decomplementos en la que trabajaba cambió de dueño y, con ese cambio, llegó su amor. De momentono se habían casado, pero vivían juntos casi desde el principio y Brendan era un padrazo conKevin, por lo que se ganó nuestro cariño a pulso.

—Va a nacer mi hermanito, tita Valeria—se subió con la mirada brillante en el coche mientrasabrazaba a su primita, por la que sentía devoción.

—Sí, cariño, en nada la vas a tener en casa y serás el mejor hermano mayor.

—Vale, pero la primita también va a seguir siendo como mi hermanita, tú no te preocupes que yolas voy a cuidar a las dos por igual—hizo que se me saltaran las lágrimas.

A excepción del fallecimiento de Nana Cara, que supuso un duro golpe para todos nosotros, lavida nos llevaba sonriendo en todos los aspectos desde que los conocí. En cualquier caso, la

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anciana no sufrió nada, porque pasó a mejor vida una noche mientras dormía plácidamente en sucama.

También Fany y mi hermana tenían novedades, porque por nuestra edad estábamos en esos años enlos que al reloj biológico le dio por sonar…

Mi amiga y Víctor se habían casado en una ceremonia divertidísima en Sevilla y tenían una niña,Lucía, de un añito, a la que considerábamos también nuestra sobrina. La peque era un torbellinocomo su madre, por lo que verlas a las dos juntas era todo un numerito. Él, por su trabajo de copy,no tuvo problemas en trasladarse a vivir a mi pueblo, donde ella seguía dando clases.

Y hablando de mi pueblo, allí conservaba yo mi casa, y así seguiría siendo, porque eso nospermitía visitarlo un par de semanas al año con todas las comodidades. Me fascinaba volver devez en cuando a mis raíces y propiciar que mi hija también las conociera, por lo que aquellapelirrojilla de mis amores se había dado ya alguna carrera por sus calles.

Mi hermana Irene y Alonso seguían sintiendo aversión por las firmas, pero también habíanrecibido la visita de la cigüeña y ella estaba embarazada de seis meses. Su peque iba a ser niño ytodavía estaban barajando nombres, dado que ella se decantaba por Alonso y él decía que nanai,que luego iba a ser un lío. Se llamara como se llamase, yo estaba deseando verle la carita.

Cuando nosotros íbamos de vacaciones al pueblo, también procuraban hacerlo ellos y en esosdías, las tres parejas disfrutábamos a no poder más. Además, ellos solían visitarnos en Irlanda enNavidades y estrenábamos juntos el Año Nuevo, entre copas y buenos deseos. Total, que pormucho que nos separaran los kilómetros, siempre había unos días en el año para compartir y esome hacía inmensamente feliz.

Aquel día los nervios eran evidentes, pues la familia iba a crecer y yo estaba loca porque sonarael teléfono. Por fin recibimos la llamada de Brendan diciendo que la pequeña Anna ya estaba en elmundo y jamás habíamos visto a Kevin más revolucionado, chillando como un loco. Nuestrapequeña Cara le seguía sin entender ni media palabra, pero es que ella imitaba a su primo a cadapaso…

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—¿Cuándo la voy a poder conocer, tita? —se abrazó a mí dando saltos.

—Esta tarde iremos a verla un momentito, y ya en dos días estará en casa, cariño—le di un beso.

—¿Cuántas horas faltan? Voy a estar mirando el reloj todo el rato…

Más o menos fue lo que hizo. Y más, que menos, porque en realidad se pasó todo el díapreguntándonos cuánto tiempo faltaba cada cinco minutos y Connor y yo no podíamos evitar la risacada vez que nos veíamos venir la dichosa preguntita.

—Mira qué bonita es la chiquitina, cariño—se la enseñó Adara cuando llegamos a la habitacióndel hospital y él la tomó amorosamente en brazos, repitiendo su nombre sin cesar.

—Hermana, la niña se parece a…—comenzó a decir Connor.

—A la Nana Cara, papá también me lo acaba de decir. Les he enviado una foto y ya vienen decamino—acabó la frase la feliz mamá.

—Es un parecido asombroso—me quedé embelesada mirando a aquella ricura.

—Te sienta de lujo, cuñada, ¿para cuándo repites? —me preguntó Adara que no solo estabarecuperada, sino súper guapa.

—Es que no sé dónde acudir, cuñada, ahora con el trabajo nuevo… tendremos que hacer hueco, yase verá—me estaban entrando ganas.

—Nada, nada, para eso pongo yo un jardín de infancia allí en la recepción del motel y os loscuido a todos—bromeó Connor.

—¿Sí? Pues prepárate que vienen curvas. Piensa que en Navidades ya están aquí tus dos cuñadas,la real y la postiza, y que vienen con sus mochilas también…

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—Yo puedo con todos estos enanos a la vez, no me dan miedo—lo decía convencido.

Yo no lo dudaba. Si algo me había enseñado Connor era que sabía cómo gestionar las emociones.Mi marido me tenía sorbido el seso y con nuestra hija era sencillamente inmejorable. Juntossacábamos el máximo jugo a cada uno de sus momentos y él siempre estaba en primera línea paraatenderla. No conocía el cansancio.

Viendo aquella estampa tan familiar, entre el bullicio y las risas, pensé que bendito el día que puselos pies en Irlanda, donde buscaba a un hombre y donde encontré a otro que vino a alumbrar misdías. Y es que daba exactamente igual que hiciera o no niebla, pues Connor añadía la másluminosa de las notas a cada uno de mis amaneceres.

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