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LYRA MINlMA: DEL CANCIONERO MEDIEVAL AL CANCIONERO TRADICIONAL MODERNO AURELIO GONzÁLEZ MARrANA MASERA MARÍA TERESA MIAJA (editores) I EL COLEGIO DE MÉXICO UNIVERSIDAD NACIONAL AUT6NOMA DE MÉXICO 2010

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LYRA MINlMA: DEL CANCIONERO MEDIEVAL

AL CANCIONERO TRADICIONAL MODERNO

AURELIO GONzÁLEZ

MARrANA MASERA

MARÍA TERESA MIAJA

(editores)

I EL COLEGIO DE MÉXICO

UNIVERSIDAD NACIONAL AUT6NOMA DE MÉXICO 2010

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PASTORAS, SERRANAS Y MUJERES SALVAJES

CARLOS ALVAR

Université de Geneve

Sorprende que antes de 1150, apenas iniciada la andadura de la li teratura en lengua romance, un

trovador gascón de marcado tono popularizante -Marcabrú- escriba la primera composición que debe representar e! género denominado "pastore!a" . Se trata de L'autrier jost'una sebissa y

en ella se plantea e! diálogo entre una pastora y un caballero; e! carácter burlesco de lo que allí ocurre queda de manifiesto por e! desenlace final, pues a pesar de los requerimientos de! noble,

la villana no accede a las proposiciones ni acepta los regalos que el caballero le ofrece, pues

... per un pauc d'intratge

no vue!h mon despiuze!hatge

camjar per nom de putayna.'

De este texto liminar se desprenden varias consideraciones, que afectan tanto a la forma

como al contenido. Quizás la primera de ellas sea la de! encuentro de dos mundos diferen­tes: frente a los nuevos modos de la cortesía impuestos por el lirismo trovadoresco, la pastora

representaría la tradición antigua, menos elaborada. Es natural que e! caballero, seguidor de los modos corteses, se burle de la pastora; pero e! texro reúne narración y diálogo, y e! narrador

-¿Marcabrú?- no parece estar tan decididamente de! lado de las nuevas modas. Por otra par­te, también llama la atención la desenvoltura con la que se plantean los intentos seductores de!

caballero: parece que se ha olvidado de las enseñanzas de la jin'amors, a no ser que al tratarse de una pastora -y, por lo tanto, de una dama de clase inferior- no la crea digna de semejantes

delicadezas. Esta posibilidad nos llevaría en otra dirección: ¿la jin'amors, e! amor cortés, sólo se aplica a las damas de alta condición'

Andreas Capellanus, en su tratado, considera que el amor se puede dar "en toda persona

duena de sí misma, que sea apta para realizar los trabajos de Venus ... , a menos que se lo impidan la edad, la ceguera o la obsesión por el placer", 2 pero la pastora no parece estar ran convencida

1 Marcabrú, L'autrierjostuna sebissa, vv. 68-70 : "[ ... ] a cambio de un pobre portazgo no quiero cambiar mi desAoramiento por el nombre de puta". El texto completo en Martín de Riquer, Los trovadores. Historia literaria y textos, Planeta, Barcelona, 1975, r. 1, pp. 180-184; la traducción es mía. Véanse, además, S. Gaunt, R. Harvey y L. Parerson, Marcabru. A Critical Edition, D. S. Brewer, Cambridge, 2000, pp. 375-387, aunque no comenta la tradición literaria; yA. Biella, "Considerazioni sull'origine e sulla diffusione della pastorella", Cultura Neolatina, 25 ('965), pp. 236-267·

2 Andreas Capellanus, De Amore, ed. y trad. Inés Creixell, Vidal-Quadras, Quaderns Crema, Barcelona, 1984, lib. 1, cap. V; entre la casuística de cómo se obtiene el amor (cap. vi) se encuentra el diálogo posible de un noble y una plebeya.

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de la movilidad entre los disrintos estratos sociales y de ahí que reivindique sus ptopios oríge­nes humildes. 3 El intento de seducción del caballero choca con la integridad moral y la actitud realista de la pastora, en un daro enfrentamiento de modos de ver el mundo: Marcabrú estaría adornando literariamente lo que no es más que una propuesta carnal, en contraste con las doc­trinas corteses, que empezaban a abrirse paso en una sociedad que intentaba buscar un refina­miento mayor y un trato de la dama más alejado del simple instinto animal.

La idealización es una característica bien conocida de la poesía de los trovadores y el encum­bramiento de la dama corre parejo a esa idealización. Esto no quiere decir que no exista otra forma de ver las cosas. El propio Guilhem de Peitieus, primer trovador de nombre conocido, no siente empacho en mostrar un insultante desenfado cuando habla de las dos yeguas que le gusta montar, aunque la una no tOlera la presencia de la otra ... 4

Marcabrú escenifica un encuentro campestre de una pastora y un caballero. Éste también es un aspectO digno de tener en cuenta. Frente al ámbito habitual de los trovadores, que es la corte, Marcabrú sale del poblado y va a encontrarse lejos de la civilización -junto a una sabi­na- con una joven que está cuidando ganado. El choque de dos culturas (cortés y "populat") se va a reforzar ahora con la colisión de dos ámbitOs diferentes: el mundo civilizado, de las normas establecidas y de las situaciones previsibles, que es el poblado y más aún la corte, queda lejos, sustituido por el mundo del yermo, cerca del bosque, donde no existen leyes preestablecidas y donde la Naturaleza se expresa con tOda su fuerza.

No extraña la actitud del caballero, que sin más miramientos requiere de amor a la joven pastora. Quizás debamos plantearnos cuál es el origen de esta situación y si Marcabrú, en un momento de genial oposición a los modelos, ha tergiversado la escasa tradición anterior, si ha inventado una situación nueva, si se ha limitado a dar forma poética a un hecho real (incorpo­rando el diálogo) o si ha reelaborado poéticamente diversos elementOs de una tradición oral.> No resulta fácil responder a estas cuestiones, y menos aún en una época en que las literaturas en lengua romance apenas habían comenzado a dar sus primeros pasos6

El género iniciado por Marcabrú tendrá amplio éxito provenzal y, más aún, en francés, hasta el punto de que no han sido pocos los estudiosos que se han planteado la posibilidad de que nuestro trovador no hubiera hecho sino poner en lengua d'oc una tradición ampliamente difundida por tOda Francia y, especialmente, en las tierras de oi/, aunque las primeras pastorelas francesas conservadas son medio siglo posteriores a las provenzales.

La desenvoltura del diálogo y los planteamientos amorosos, que se avanzan en la composi­ción de Marcabrú y en otras posteriores resultan ajenos a la moral cristiana. Surge así una nueva

3 Erich K6hler, "Marcabrus L'atltder jos/'una sehissa und das Problem der Pasrourclle", RomanistischesJahrhu­eh, 5 (19 52), pp. 256-268; rambién en Sociologia della jinamor. Saggi trobadorici, ed. M. Mancini, Liviana, Padova,

1976, pp. 195~21 5, véase especialmente p. 198. 4 Véase al respecro Rica Lejeune, ''L'extraordinaire insolence du uoubadour Guillaume IX d'Aqui tain e", en

Mélanges de Langue et de Littérature médiévales offirts ti Pierre Le Gentil, S.E. O.E.S, Paris, 1973 . pp. 485-5°3. reco­gido en Littérature et société ocátfine 4U Moyen Age, Marche Romane. Liege, 1979. pp. 121-139.

5 En realidad, los únicos precedentes de pasrorela en legua romance de los que tenemos noricia serían las "pas­

toretas a la usanza amiga" que compuso Cercamón, maestro de Marcabrú, según recoge la Vida provenzal de aquél,

pero no se debe olvidar que las vidas son muy posteriores}' que no todas las informaciones que nos transmiten son

absolutamente fidedignas; así, la "usanza amiga" podría tomar como referencia la época en que fue escrita la biografía de Cercamón, no la del propio trovador, como ya indicó Alfred Jeanroy; véase al respecto, JI trovatore Cercamon, ed.

critica a cura di V. Tortoreto, STEM-Mucchi , Modena. 1981 , pp. 46-48.

6 Michel Zink , La pastourelle. Poésie et folklore au Moyen Áge, Bordas, Paris, 197 2, pp. 97- 103.

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cuestión, pues si estas pastorelas no responden a la ética cortés y tampoco a la moral cristiana, sólo pueden reflejar una situación trovadoresca de cuño pagano.

Tal vez lo que menos sorprenda es que el encuentro del caballero y la pastora tenga lugar en un ambiente primavera!. Y no llama especialmente la atención porque todas las canciones de amor necesitan de la llegada de la primavera para flotecer, o dicho de otro modo, porque es habitual que las canciones amorosas de trovadores y trouveres inicien con un exordio primaveral, que justifica los sentimientos del poeta. Y aunque el encuentro del caballero y la pastora no es exactamente un encuentro amoroso, también participa de las circunstancias habituales.

Así, el delicado diálogo de la pastora y el noble se sitúa lejos de la corte, en un ambiente agreste, en primavera, y sobre todo, ese delicado diálogo, oculta unas formas y unos propósi­tOS que nada tienen que ver con las doctrinas del amor cortés, tan características de la poesía trovadoresca. En realidad, son los modales los que resultan más extraños, pues por lo genera! los poetas aspiran al concubitu cum o sine actu, sin respetar el largo proceso que significa amar cortésmente, según se atestigua en los tratadistas .?

Por su parte, las serranas parecen estar directamente emparentadas con las pastorelas. Se ha pretendido que las serranas vienen a ser una versión hispánica del género y que frente a la deli­cada desenvoltura de las pastoras -tan apegadas al mundo moral y a los impulsos de la natura­leza-, las serranas dejaban de manifiesto una actitud más bruta!, pues, a! fin y a! cabo, habrían cambiado las verdes praderas por las escarpadas montañas y los tiernos corderos, por las más peligrosas alimañas. Y aún más, estas serranas desconocen o desprecian la suave brisa primaveral, pues su ambientación exige las adversidades del frío y la nieve8

Dejemos al margen la conocida serrana de Á1varo Alfonso recogida en el Cancioneiro da Biblioteca Vaticana (410), cuya protagonista asusta al caballero en la Sierra de Cintra:

Acerca de Sintra, o pé desta serra vi éa serrana que braadava guerra: - Vós treedes comigo: dece-vus aterra, pois allá tangem e qua ora soa! Pero de sa vista eu foss' espantado qual me ella par' ceo tam resanhuda ... 9

7 Para las características formales y la tipología del género de la pastorela, véase Pierre Bec, La fyrique franfaise au Moyen-Age (XiJe-XJ!!e site/es), Picard, Paris, 1977, c. J, pp. 119-136, donde además se enconrrará un resumen de las disrintas teorías acerca de los orígenes de la pastorela.

8 Pierre Le Gentil, La poésie fyrique espagno/e et portugaise a la fin du Moyen Age, 2 vols., Plihon, Rennes, 1949-1953; utiliw la reimpresión de Slatkine, Geneve-Paris, 1981, t. r, pp. 521-591, donde habla de la pastorela francesa y provenzal, de la gallego-portuguesa, de las cánticas de serrana de Juan Ruiz, de las serranillas del Marqués de Santi llana y de sus contemporáneos y sucesores, y concluye con las serranillas del cancionero musical. Para los texros en cascellano urilizo Margit Frenk, Corpus de la antigua lírica popular hispánica (siglos XV a XV!l), Castalia, Madrid, 1987 (citado en adelante como Corpus).

9 "Cerca de Sintra, al pie de la sierra, vi a una serrana que lanzaba un griro de guerra". Tomo el texto de Luciana Stegagno Picchio, "Pour une hisroire de la serrana péninsulaire: La serrana de Sinrrá', publicado en italiano en Cultura Neolatina, 26 (1966), pp. 1°5-128 yen francés ------es la versión que urilizo- en La méthode philowgique, Funda¡;;:áo Calouste Gulbenkian, Paris, 1982, t. r, pp. 91- 1 I9. La traducción es mía.

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La dejaremos al margen por ser una muestra tardía incorporada a la tradición gallego-por­tuguesa en la primera mitad del siglo xv.IO Así, resultaría que Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita, habría sido el primero en aludir a este modelo de mujeres. Y de ahí la importancia que adquieren los episodios serranos del Libro de buen amor como inicio de una tradición, en la que estarían inserros los villancicos del mismo género de final es del siglo xv y del siglo XVI," algunas serrani­llas del Marqués de Samillana o el romance de la Serrana de la Vera. Menéndez Pidal podía ver en esta cadena una "tradición de remota antigüedad", que, en definitiva, remitiría a ((un género de villancico o camarcillos populares que cantan temas de viajes", "camos propios de caminan­tes", inspirados directameme en la realidad y ametiores a la difusión de la pastorela provenzal o francesa. 12 Ni que decir tiene que las palabras del ilusrre maestro carecen de apoyo textual y que más bien parecen inspiradas por el espírítu posrromántico del que da muestra en numerosas ocasiones.

Tenga razón o no Menéndez Pidal, la cuestión que se plamea es similar a la preguma que formulábamos al hablar de la pastorela. ¿Cuál es el origen de las serranas? ¿Había mujeres en la montaña dispuestas a guiar a los caminantes perdidos' Si así fuera, ¿por qué habían de ser vio­lemas y no compasivas? En efecto, las serranas de Juan Ruiz sólo parecen existir para satisfacer sus propios deseos sexuales y otros caprichos difíciles de colmar lejos de la civilización.

Es obvio que la hipóresis de Menéndez Pidal no podía convencer a los estudiosos, y promo se alzaron algunas voces que establecían paralelismos posibles con figuras análogas o amitéticas: por analogía se señalaba la figura de las mujeres silvestres o salvajes; por antítesis, las pastoras de la tradición francesa y provenzal, que podrían haber sido parodiadas por el Arcipreste de Hita en sus cuatro creaciones monstruosas, representadas por la Chata, Gadea de Riofrío, Menga Llorente y Aldara o Alda.

Las serranas del Libro de buen amor son mujeres que viven en la momaña, rodeadas de animales, conocen las sendas que llevan a los puercos y, por eso, son la mejor guía para cual­quier caminame perdido. El tamaño desmesurado de estas mujeres, acompañado de una fuerza descomunal, les permite cargar con los viajeros, si es necesario, para atravesar ríos o coronar las cimas más escarpadas. Como atriburo y, también como utensilio de trabajo, tienen un bastón proporcionado con su tamaño, que no dudan en emplear comra quienquiera que no cumpla sus deseos o pretenda alejarse sin pagar los servicios prestados: la comraprestación que suelen pedir estas mujeres es de carácter sexual (naturalmente, podemos pensar que la desmesura exigirá servicios hiperbólicos), lo que resulta especialmeme desagradable al caminame, pues se trata de mujeres monstruosamente feas. 13

10 Luciana 5tegagno Picchio, "Para una nueva inrerpretación de la pastorela gallego·portuguesa", en José Manuel Lucía Megías, Paloma GarcíaAlonso y Carmen Martín Daz.a (eds.), Actas. II Congreso de la Asociación Hispá· nica de Literatura Medieval, Universidad de Alcalá de H enares, Alcalá de Henares, I992, pp. 89.102, especialmenre

pp. 92-93 . 1I "¿A dónde tan de mañana, I hermosa serrana?" (Corpus. 1000), "Paséisme ahora allá, serrana I que no

muera yo en esta montaña" (Corpus, 987); "Salteóme la serrana, juntico al pie de la cabaña" (Vélez de Guevara, La Serrana de la Vera, III; Corpus, 994 A Y B); "En el monte la pastora I me dejó" (Corpw, 986) y m ras similares. Véase

Corpus, pp. 468 Y ss. 11. Ramó n Menéndez Pidal , "La primitiva poesía lírica española", en Estudios literarios, Espasa·Calpe, Madrid.

I957, pp. 197-269. aunque la pri mera versión del (rabajo es de 1919. I} Para las características. véase por ejemplo, M. Zink, loe. cit., pp. 88-89.

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Ya Spitzer veía en estos vestiglos una representación de cuento no realista ("eine ganz unrea­listische Marchen Figur");" el "hombre salvaje" o la "mujer salvaje", demonios de la vegetación o de la fertilidad ("ein Vegetations oder Fruchtbarkeitdamon") eran comparables al villano al que encuentra Calogrenant delante de la fuente en el bosque de Brocelianda, según cuenta Chrétien de Troyes en el Yvain o Caballero del león. '5

Irrumpen así, de la mano de Spirzer, las mujeres salvajes. Alda es, sin duda, su tipificación en el Libro de buen amor: fea, fuerte, agresiva y lujuriosa; no le falta ninguna de las características que sirven para identificar a estos seres, ni siquiera la exaltación del mal tiempo. ,6

Sin embargo, y a pesar de las similitudes, los estudiosos no llegan a un acuerdo unánime: por una parte, los seguidores del "realismo" de Menéndez Pidal (como Le Gentil, y tras su estela Zink, aunque con posiciones atenuadas), incluyendo a Calleja Guijarro;' 7 por otra, los partidarios de Spirzer (Hart, Deyermond o Kirby);'S en fin, quienes acercan a la mujer salvaje al hombre salvaje para concluir que no tienen relación con las serranas, pues éstas son, fundamen­talmente, una parodia de la pasrorela cortés (así Gybbon-Monypenny, Joset o López-Ríos) ... '9

Creo que se hace necesaria una revisión del asunto; para ello hay que partir de un par de consideraciones básicas:

1. La serrana podría ser una forma concreta de mujer salvaje, independiente de la figura masculina del hombre salvaje. En este caso habría que identificar el origen del personaje feme­nino.

2. Por otra parte, habrá que buscar la existencia de otros personajes femeninos que presen­ten características similares a las de las serranas.

Parece evidente que para nuestro análisis no tiene mayor importancia que existieran en la realidad mujeres que ayudaran o atacaran a los caminantes, o que fueran excelentes guerreras:

14 Leo Spitzer, "Zur Auffassung der Kunst des Arcipreste de Hita", Zeitschrift litr romanische Philologie, 54

(1934), pp. 237-270; traducido en Lingüística e historia literaria, Gredos, Madrid, 1955, pp. 103-160. 15 Véase Carlos Alvar, El rey Arturo y su mundo. Diccionario de mitología artúrica, Alianza, Madrid, 1991, S. v.

"Fuente Peligrosa", y la bibliografía allí citada. 16 Richard Bernheimer, Wild Men il1 the Middle Ages. A Study in Art, Sentiment and Demonology, Harvard

Universiry Press, Cambridge, 1952.

17 R. Menéndez Pidal, "La primitiva poesía lírica espanolá', op. cit.; véanse, además, las precisiones del mis­mo en De primitiva lírica española y antigua épica, Espasa-Calpc, Madrid, 1968 (la ed., 1951) , pp. 119-122. P. Le Gentil, La poésie Iyrique espagnole et portugaise lz la fin du MOJen Age, op. cit., especialmente p. 550, n. 58. M. Zink, La pastourelle, op. cit., p. 88, n. 2. Tomás Calleja Guijarro, "¿Era el Arcipreste de Hita segoviano?", en Manuel Cria­do de Val (ed.), El Arcipreste de Hita. El libro, el autm; la tierra, la época, SERESA, Barcelona, 1973, pp. 371-388,

especialmente pp. 373-379. 18 L Spitzer, "Zur Auffassung der Kunsr des Arcipresre de Hita", op. cit.; el sabio alemán se apoyaba en un

comentario de Wilhelm Giese de 1932 ("Zum 'wi lden Mann' in Frankreich", Zeitschrift for franzOsische Sprache und

Literatur, 56, 1932, pp. 49 I -497, en especial, p. 492). Thomas R. Han, La alegoría en el Libro de Buen Amor, Revista de Occidente, Madrid, 1959, pp. 89-92. Alan D. Deyermond, "El hombre salvaje en la novela sentimental", en Tradiciones y puntos de vista en la ficción sentimental, Universidad Nacional Autónoma de México, México, 1993, pp. 17-42. S. D. Kirby, "Juan Ruiz's Serranas: The Archipriest-Pilgrim and Mcdieval Wild Women", en J. S. Mile[Ích (ed.), Hispal1ic Studies in HOl1or 01 Alan D. Deyermond. A North American Tribute, The Hispanic Seminary of Medie­val Studies, Madison, 1986, pp. 151-1 69.

'9 Arcipreste de Hita, Libro de buen amor, ed. G. B. Gybbon-Monypenny, Castalia, Madrid, 1988, p. J2I. Juan Ruiz, Arciprestc de Hita, Libro de buen amor, ed. Jacques Joset, Taurus, Madrid, 1990, p. 436, Castalia, Madrid, 1988 ° Santiago López-Ríos, Salvajes y razas monstmosas en la Literatura Castellana Medieval, Fundación Universi­taria Española, Madrid, 1999, pp. 83-85.

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lo que intentamos analizar es un concepto o, si se prefiere, una creencia más o menos arraigada. Basta que la gente creyera en su existencia para que adquirieran vida.

Dejemos por un momento a las pastoras y centrémonos en las mujeres salvajes y en las serranas. La identificación de unas y otras se vincula con frecuencia, ya desde Giese y Spitzer, a la existencia del hombre salvaje, de acuerdo con un silogismo que se podría resumir del modo siguiente: si hubo hombres salvajes o silvestres, también debieron existir las mujeres salvajes, con características análogas o parecidas a las de las figuras masculinas (que fueron establecidas por Bernheimer). Las serranas del Arcipreste de Hita forman parte del grupo de las mujeres salvajes, según atestiguan sus rasgos físicos y su comportamiento: siendo así, la descripción de las serranas viene a enriquecer con algunos detalles los retratos que tenemos de mujeres salvajes.

Pero deberíamos considerar a las serranas en sí mismas, independientemente de los hom­bres salvajes y de las posibles mujeres salvajes: no se trata de establecer el equilibrio --{) des­equilibrio- de los sexos: el mundo de las creencias desconoce ciertas adquisiciones culturales posteriores, y por eso no extraña la presencia de brujas o hadas, sin su correspondiente masculino; y, cuando lo tienen, e! rendimiento literario y folclórico de estas figuras es bastante limitado.

Los estudiosos se han esforzado en buscar el rastro medieval de las mujeres salvajes, y desde mediados del siglo XIX consideraron tener una pista segura gracias al testimonio contenido en e! Poenitentiale Vigilianum, penitencial de la Iglesia hispana escrito por el monje Vigila en el siglo VIII e inspirado en fuentes francas; en efecto, el editor F.W:H. Wasserschleben transcribía el fragmento en cuestión de forma indudable: "Qui in saltatione femineum habitum gestiunt et monstruose se fingunt et majas et orcum et pelam et his similia exercent, I ann. penit".20

Sin embargo, otras copias de! mismo penitencial hacen que se esfumen los hallazgos, pues los tres manuscritos que contienen e! penitencial leen de forma unánime "majas et arcum et palam", lo que vendría a atestiguar la existencia de bailes con palas y arcos, que pervivían aún seiscientos años más tarde, según corrobora el Libro de las confosiones de Martín Pérez (1316), quizás dejándose arrastrar por la tradición de los viejos penitenciales hispanos:

En esta manera de estriones se cueman los que menean palas que fazen algunos, e los que menean

arcos e algunos Otros ames e mugeres que andan con ellos. OtrosÍ, ay Otros e otras que sin palas e

sin arcos fazen juegos torpes e locos e muchas juglarias e muchos cantares vanos, de que se sirve el pecado e que pesa a Dios con el mucho e a los sanros, e pre<;ianse destas cosas e usan dellas en bodas

e en vanaglorias e en vigilias e en otros ayuntamiemos de los ames.

[ ... ] Mas ay otra cosa que es peor, que algunos son venidos a tan grand ,eguedat de las sus almas que cuydan e dizen que por el uso de los arcos e de las palas e de los <;aharrones e de otras tales vanidades vienen los buenos tenporales e los buenos años, e esto es peor de heregia.:2.1

2.0 Wilhelm Wasserschleben, Dü Bussordnungen tÚr abmdliindischm Kirche, Halle. 18 51. p. 533 . "Quienes bailando llevan vestido femenino y se disfrazan monstruosamente haciendo de mayas. orco y pela y sus semejantes. hagan penitencia durante un año". Para los penitenciales españoles. véase Francis Bezler. Les pinitentiels espagnols. Conrribution a l'tturk rk la civilisation rk l'Espagne chritienne du haut Moyen Age. Aschendorff. Münster. 1994.

2.I Marrín Pérez. Libro rk las confesiones. Una radiografia ck la sociulad medieval española. ed. crítica. ¡mr. y notas A García y García. B. Alonso Rodríguez y F. Camelar RodríguC"L.. Biblioteca de Autores Cristianos. Madrid. 1001, p. 446. El epígrafe siguience del Libro está dedicado a "los salvajes. que son mra manera de estriones". Véase a propósito de los penitenciales citados el trabajo de F. Bezler. "¿ El ogro y el niño o el arco y la pala?", Revista de Literatura Medieval. 4 (1992). pp. 43-46. cuyos planteamientos y conclusiones he utilizado. Para encender el signifi.~ cado del arco. basrará leer al obispo Burkhardt de Worms: "¿Has hecho esos arquitos para chicos u Otros juegos para

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Nos hemos quedado sin un texto que hasta ahora se había considerado fundamental para atestiguar la presencia de mujeres salvajes en la Península Ibérica.

El otro texto, aunque es más explícito, nos aleja geográficamente de los territorios recorri­dos por el Arcipreste de Hita. Se encuentra en la colección de decretales de Burchard de Worms (siglo xl:

Credidiste, quod quidem credere solent, quod sint agrestes feminae, quas silvaticas vocanr, guas

dicunt esse corporeas, et guando voluerinr, oscendanr se suis amaroribus et cum eis dicunr se oblec­

tasse et icem quando voluerine abscondant se ee evanescanr. 22

Las mujeres salvajes, «agrestes feminae , quas silvaticas vocant", son de naturaleza diabólica, viven en los bosques y tienen amantes con los que al parecer satisfacen sus apetitos sexuales; pero el obispo no alude a figuras masculinas equivalentes.

Sin caer en el hipercriticismo y sin extraer conclusiones excesivamente rápidas, hay que admitir la existencia de creencias en mujeres vinculadas a los bosques y entregadas al amor; se puede añadir, además, que para la Iglesia estos seres eran representaciones del demonio. Nada de esto resulta nuevo.

La Materia de Bretaña está llena de doncellas y damas que pululan por los bosques en busca de caballeros andantes o que se distraen a orillas de las fuentes. Se trata de mujeres extraordina­riamente bellas, que no dudan en ofrecer sus encantos a los caballeros, siempre y cuando éstos se comprometan a mantener en secreto la relación; a cambio, reciben todo tipo de riquezas y bienes. 2

) En pleno apogeo de las doctrinas del amor cortés, estas doncellas y estas damas se olvidan de las normas y aceptan de inmediato los avances de sus repentinos enamorados, o son ellas mismas las que los conducen sin mayores prorocolos hacia las relaciones más íntimas.24 La ruptura de una promesa, generalmente un secreto, por la indiscreción del caballero, hace que la hermosa dama desaparezca o que se convierta en un ser monstruoso, como ocurre con Melu­sina: la metamorfosis propia y los defectos físicos de sus descendientes dejan patente el origen demoníaco de la mujer. Son tan abundantes los ejemplos que los estudiosos no han dudado en establecer claras relaciones entre las damas y las doncellas de lagos y bosques y lejanos modelos de divinidades semejantes a las náyades y a las ninfas. Se ha llegado a pensar, incluso, que la dama principal, señora de las demás jóvenes es la transformación de Diana, diosa de la caza, de

niÍ10s y los has echado a la bodega o al granero para que jugasen con ellos los rrasgos y los gnomos, los cuales, como recompensa, te (raerían las provisiones de OtrOS y (e enriquecerías?", en O. Giordano, Religiosidad popular en la afta Edad Media, Gredas, Madrid, 198), p. 267.

22- El tCX(Q es bien conocido; emre Otros, lo cican R. Bernheimer, Wild men, op. cit., p. 195, n. 29. M. Zink, La pastourelle, op. cit., p. 93 yO. Giordano, Religiosidad popular, op. cit., p. 268; "¿Has creído lo que suelen creer algunos, que hay mujeres agrestes llamadas 'si lváticas', las cuales, cada vez que los desean, se aparecen a sus amantes y gozan con ellos, o bien, aunque son de carne y hueso, se ocultan y desaparecen?"

23 Marie-Luce Chenerie, "Le motif de la fontaine dans les romans arthuriens en vers des XIIe et xIIle siecles", en Mélanges Ch. Foulon, L Plihon, Rennes. 1980, pp. 99-1°4.

24 Basta recordar los fais de Guigemar y de Lanval, ambos de María de Francia (¡nrr., rrad. y notas de Carlos

Alvar, Alianza, Madrid, 1994, pp_ 29-51 Y 82-97) o los ¡ais anónimos de Graelenr y Guingamor (Nueve lais bretones y La sombra, de lean Renart, inrr. y rrad. Isabel de Riquer. Siruela, Madrid, 1987, pp. 31-44 y 45-57). Fuera del ámbito artúrico, el ejemplo más conocido es el de Melusilla, según narra Jean d' Arras.

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la fertilidad y de la renovación de los campos; diosa sincrética, sin duda, bajo cuya advocación se ocultarían una multitud de divinidades locales de menor alcance. 25

Por otra parte, el carácter violento de ciertos personajes femeninos vinculados con la tradi­ción mitológica de Diana, y sus inclinaciones lujuriosas hacen pensar en cultos a la fecundidad, relacionados naturalmente con la primavera. 26

No es necesario considerar que las serranas violentas y guerreras estén vinculadas a alguna variante de Diana, pero los ejemplos de la Materia de Bretaña y de las leyendas de Melusina pue­den servir para dejar claro que no siempre van juntos en el folclor los personajes masculinos y los femeninos, y pueden servir también como testimonio de que las raíces de las creencias popu­lares se hunden en un pasado muy remoto.

Así las cosas, la cuestión no es si hubo en la Península Ibérica una tradición literaria o folclórica relacionada con las muj eres salvajes, sino qué tipo de mujer se oculta detrás de las serranas.

Es obvio que la respuesta inmediata nos lleva a la parodia del amor cortés y a la burla de los consejos que Amor ha dado al Arcipreste. Resulta tan evidente que cualquier otra hipótesis es arriesgada y carecerá del poder de convicción que aporta la evidencia. Además, la inexistencia de testimonios directos en cualquier otro sentido reduce el valor de todo planteamiento alter­nativo.

Sin embargo, quedan siempre algunas preguntas sin respuesta: ¿qué necesidad tenía el Arcipreste de ir a la Sierra' ¿Por qué se dirigió a Segovia? Si iba buscando mujeres feas, probable­mente podría haberlas encontrado en terrenos más familiares. Y si necesitaba una ciudad como marco de nuevas correrías, Toledo no estaba lejos y, seguramente, ofrecería mejores oportunida­des al ser una ciudad más grande y más variopinta que Segovia.

Hay que pensar que a Juan Ruiz le interesaban las posibilidades temáticas que le ofrecía la montaña, entre otras razones porque ya (o todavía) debían existir en el siglo XlV tradiciones folclóricas o literarias relacionadas con la Sierra. De ser así, las serranas del Arcipreste podrían reflejar un mundo de creencias en seres monstruosos: el viaj ero - sorprende que vaya a pie­desempeñaría el papel de los caballeros andantes en las narraciones de la Materia de Bretaña.

Las pastoras y, más aún las serranas, representan la más clara expresión del deseo sexual, sin paliativos de ningún tipo; en este sentido, pueden ser consideradas antagonistas de las damas cantadas por los trovadores que, aunque también son objeto de deseo, con frecuencia se salvan gracias a la idealización subyacente en las doctrinas del amor cortés. Pero, además, quizás no resulte ocioso recordar que la dama -frente a la pastora y a la serrana- adquiere la categoría de señor feudal; las otras, como villanas que son, no encajan el sistema construido por los trovado-

25 Véase Jean d'Arras, Melusina o La noble historia de Lusignan, trad. y pról. Carlos Alvar, Alianza, Madrid, 1999 (la ed., Siruela, Madrid, 1982), pp. 13-1 7; Laurence Harf-Lancner, Les fées au Moyen Age. M01gane et Mélusine. La naissance des fées, Cliges-Chétien de Trojes, Paris, 1984. Jacques Le Goff y Emmanuel Le Roy Ladurie, "Mélusine maternelle ee défricheuse", Annales Économies-Sociétés-Civilisations, 26 (1971), pp. 587-622; J. K6hler, Der Ursprung de MeLusinensage. eine ethnoLogische Untersuchung, Berlín, 1895 .

26 Como referencia, basten tres libros clásicos, de carácter muy distinto: James George Frazer, La rama dora­da. Magia y reLigión, Fondo de Cul tura Económica, México, 1944; Ju lio Caro Baroja, La estación de amor: (fiestas populares de mayo a San Juan), Taurus, Madrid, 1979 y Eugenio Asensio, Poética y realidad en eL cancionero peninsular de la Edad Media, 2a ed. aumentada, Gredos, Madrid, 1970, especialmente pp. 230 Y ss. Añádanse, además, con mucha precaución las consideraciones de J. F. Burke, "Juan Ruiz, rhe Serranas, and the rites of spring", lhe }ournal ofMedieval and Renaissance Studies, 5 (1975), pp. 13-35·

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res, que en unos casos expresan unos sentimientos a través de modelos con alto grado de forma­lización y, en otros casos, se limitan a poner en escena situaciones ficticias en las que afloran las fantasías eróticas masculinas, como indica M. Zink. 27

Siendo así, la mujer salvaje podría ponerse en relación con pastoras y serranas por la locura de su deseo; un deseo y una locura que nunca llega a alcanzar a la dama del amor corrés. Y esa locura desenfrenada es la que caracteriza a la estación del amor, al mayo festivo, a la llegada de la primavera y - con ella- a los ritos de ferrilidad.

Volvamos al Libro de buen amor. Los episodios serranos se desarrollan a lo largo de casi cien estrofas (de la 950 a la I04Z), lo que constituye una notable extensión dentro del conjunto (unas 1700 estrofas). El arcipreste ha abandonado su cómoda vida urbana, sujeta a las normas de la civilización, para ir al mundo desconocido, ajeno a esas normas, como ya he indicado. En este sentido, el viajero puede identificarse con un caballero andante, lo que abre la puerra a todo tipo de especulaciones, enumeradas de forma esquemática por Zahareas y Pereira: 28 la sierra, ajena a las normas, está llena de tentaciones y pruebas; si se considera de forma alegórica habrá que concluir que tras eila se oculta un sentido religioso cristiano. ¿O será una metáfora de la salvación humana? Las tempestades y ventiscas podrían representar todo tipo de pecados y locuras ... Pero con otra perspectiva se podría hablar del aspecto popular, carnavalesco, que se opone al tono serio de las culturas dominantes (eclesiástica y feudal). Aunque nada impediría que se interpretara como expresión de la doble vida del Arcipreste ...

La riqueza de significados es grande, a pesar de que muchos de ellos pueden resultar com­plementarios y no necesariamente antagónicos. ¿Ha ido el Arcipreste a la sierra en busca de la fe? Al fin y al cabo, al subir la montaña va elevándose hacia Dios,29 pero fracasa y peca de envidia, gula y lujuria; quizás por eso va a rezar a la ermita de Santa María del Vado.

Algunos estudiosos han llamado la atención acerca del hecho de que el protagonista del Libro de buen amor se pusiera en marcha el 3 de marzo, "dia de Sant Meder" (951 a), viernes, lo que haría pensar en el año 1329. En dicha festividad, las casadas pedían a San Emeterio ya su hermano San Celedonio "la gracia de la fecundidad".l°

Por otra parte, los episodios de la sierra muestran un mundo al revés, en el que la mujer domina al varón y éste sucumbe a sus exigencias sexuales . El orden natural está invertido, e impregnado de alusiones eróticas. No cabe duda de que nos encontramos en la celebración de la llegada de la primavera y, con ella, del carnaval; es el período que transcurre entre el final de Adviento (Epifanía, 6 de enero) yel inicio de la Cuaresma (Miércoles de Ceniza, que es móvil). Es rambién el tiempo de fiestas como el "obispillo" o el "Rey de la faba" (todavía en Adviento), o como las de las alcaldesas y las mayordomas (Zamarramala en Segovia y Frades en Salamanca): el día 5 de febrero, festividad de Santa Ágata, Águeda o Cadea, las mujeres toman el poder en una inversión de roles, que podría ser pervivencia de las "Matronalia" romanas o de celebraciones similares más antiguas aún. 31

27 M. Zink, La pastourelle, op. cit., p. 99. 28 Anthony N . Zahareas y Carolina Pereira, Itinerario del "Libro del Arcipreste": Glosas críticas al "Libro de buen

amor", Seminary of Hispanic Medieval Studies, Madison, 1990, pp. 263 Y ss. 29 Giorgio Del Vecchio, "Le voyage a la Sie1Ta", en Rica Amran (coord.), Autour du "Libro de buen amor",

Indigo & Coré-femmes, Paris, 2005, pp. 195-214, especialmente pp. 2°9-210. 3° Luis Belrrán, Razones de buen amor, Fundación Juan March-Casralia, Madrid, 1977, p. 264. J! Véase Julio Cara Baraja, El Carnaval. Análisis histórico-cultural, Taurus, Madrid, 1965 , pp. 367-381.

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Las Matronalias eran fiestas primaverales con las que se buscaba la fecundidad de las muj e­res; estaban consagradas a Juno y se celebraban en las "kalendae" de principios de año (cuando el año empezaba en marzo)Y

Santa Ágata es venerada por las mujeres como protecrora de la lactancia. En su festividad, las mujeres piden dinero y regalos, especialmente a quienes no son de la localidad: si las donacio­nes no son suficientes, maltratan al forastero. Si, por el contrario, los regalos son aceptados, las mujeres se muestran contentas y agasajadoras con él. Luego, se prepara una gran comida y hay bailes más o menos desenvueltos, que según algunos llegaban a convertirse en una "verdadera orgía dionisíaca")J Este tipo de celebraciones en la festividad de santa Águeda se daban en una amplia zona del centro de la Península Ibérica: Rioja, Zamora, Salamanca, Ávila, Segovia, Soria y Guadalajara; la fiesta es poco conocida en el resto de España.

Un hilo débil, pero bien visible, une las Matronalias romanas con los festejos dedicados a santa Águeda a través de los siglos. Algunos detalles, espigados en época pagana o cristina, coin­ciden con las situaciones vividas por el Arcipreste en la sierra. La individualización de la mujer nos aleja de celebraciones sociales y más parece conducirnos hacia santuarios solitarios; pero los hombres, salvajes o no, están siempre ausentes .

Juan Ruiz, el autor del Libro de buen amor, conocía las celebraciones carnavalescas de comienzos de la primavera y sabía que en la región de Segovia las mujeres se convertían en protagonistas de unos festejos en los que se imponía la presencia femenina sobre la figura del hombre: era una imposición lúdica, pero real, y por ello, para conseguir la victoria recurrían simbólicamente a la fuerza, año tras año, todos los años. Y todos los años el orden social se res­tablecía después de las fiestas y de los excesos carnavalescos, de regalos, de comida y, también, de sexo, pues no en vano se estaba celebrando la llegada de la primavera y se estaba invocando la fertilidad. Lo sabía Juan Ruiz y probablemente lo sabía todo su auditorio.

El modelo de la fiesta corresponde al de las Matronalias romanas, como se ha indicado; y los episodios de la sierra se construyen sobre ese modelo. La figuta femenina deriva de las Artes poéticas y es parodia evidente de la descriptío puellae: la burla literaria para que sea efectiva no puede abandonar en ningún momento las normas de construcción del discurso literario; puede alterarlo, pero tiene que mantener las mismas bases.

La larga tradición de fiestas carnavalescas llegaba de la Antigüedad; la Iglesia intentó acabar con ellas superponiendo figuras como la de santa Ágata, ya desde el siglo I1I , pero las creencias paganas encontraron buen acomodo en las celebraciones por el martirio de la santa siciliana, y gran parte de los riros pertenecientes a Juno simplemente cambiaron de nombre, pero conserva­ron su esencia en ciertos lugares de la montaña y en algunas localidades del centro peninsular.

Las Matronalias y sus celebraciones fueron censuradas por la Iglesia. Es posible que los cánticos de esas fi estas (no hay fies ta sin cantares) se transformaran y que en el siglo XI I o quizás antes, dieran lugar a las pastorelas. De ahí que las pastoras vivan al margen de la moral cris-

}1. [bid., p. 370. Hay que recordar que Juno ---especialmeme Juno Lucina- comparte con D iana su rele­vancia en el momentO del parco; en este semido, recuerda más a la Árremis que a la Hera griegas. En (Odo caso, es frecuente que las divinidades más primitivas presenren una vertieme de mujeres cazadoras, señoras de los animales (y aquí coinciden con las serranas), e impulsoras de la fenil idad, de los partos y la lactancia; véase al respecto el libro clásico de Erich Neumann, 7he Grra: Mothn: An Analysis 01 the Archetype. Princeton Universiry Press, Princeton,

19 55, pp. 268 Y ss. especialmente, p. 27 5 Y p. 280. }3 J. Caro Baroja, El Carnaval, op. cit., p. 373-375. En general, las mujeres escogen con quién van a bailar y

el hombre tiene que acep(ar de grado o a la fuerza.

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tiana y de los comportamientos corteses; se explicaría así, también, el marcado carácter sexual que domina el diálogo del caballero y la joven que está cuidando el ganado; y quizás se pueda explicar así también el prurito de los trovadores y de los trouveres en indicar el lugar exacto del encuentro.

Si mi hipótesis fuera cierta, habría que pensar que Menéndez Pidal se equivocó al señalar que las serranas reproducían antiguos cantares de viajeros y caminantes. Por su parte, Spirzer creó una pista falsa al comparar a las serranas con la figura de Calogrenant: debería haber optado por un personaje femenino, que no faltaban en el mundo artúrico. Además, sería innecesaria la interpretación religiosa, o al menos, no debería ser considerada sino como un referente más en la parodia; Juan Ruiz se está divirtiendo a costa de las mujeres y de sus fiestas. Por último, el debate acerca de la relación entre serranas y pastorelas quedaría sin fundamento , pues hay una dependencia mutua: las pastorelas no pueden ser entendidas sin la preexistencia de cantares femen inos de celebración de la primavera y de invocación de la fecundidad, apoyados en fórm u­las agresivas contra los varones. Pero las serranas del Arcipreste no podrían existir sin las enseñan­zas de la retórica y de la tradición cortés, incluyendo en esta tradición las pastorelas provenzales y francesas. Luego, el mismo Arcipreste será modelo para arras autores. 34

Creo que no hay duda de la existencia de las mujeres salvajes en el imaginario colectivo del Occidente medieval: la Iglesia se esforzó en advertir de los peligros de la mujer y atacó con dureza a estos engendros imaginados, obra del diablo, y a quienes creían en ellos; pero parece claro que los seres malditos se abren paso bajo el menos agresivo disfraz de dulces pastorcillas, que a pesar de haber sido domesticadas y reducidas a jardines llenos de flores o a verdes prados con corderos, mantienen el espíritu lascivo y lujurioso de cuando habitaban las zonas inhóspitas de bosques y montañas.

Cuando el Arcipreste va a la sierra aprovecha unas tradiciones anteriores para crear nuevas aventuras y, a la vez, burlarse del género pastoril: al llevar a cabo su parodia, deja al descubierto la verdadera faz de primitivas matronas paganas, habitantes de lugares deshabitados, de tierras yermas: seres monstruosos y lascivos, auténticos vestiglos.

34 Véase Nicasio Salvador Miguel, "Las serranillas de don fóigo López de Mendoza", en Juan Casas Rigall y Eva María Díaz Manínez (eds.), Iberia cantat. Estudios sobre poesía hispánica medieval, Universidade de Sanciago de Compostela, Santiago de Compostela, 2002, pp. 287-306.