Alguna vez te pasa una imagen por la cabeza y...

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Alguna vez te pasa una imagen por la cabeza y dices: «Conocí a fulano yle pareció algo parecido». Es muy divertido ver algo parecido.

Los relatos que presento en este libro son recopilación de anécdotas,vistas, oídas y vividas en los cortos viajes. Todos los nombres han sidocambiados para no herir la sensibilidad de ningún personaje que puedasentirse identificado con los relatos.

Las temáticas, surgieron en el taller literario al que concurrí con laintensiones de aprender a dar forma a esas historias, por un año asistí a esosencuentros, luego se me planteó la opción de hacerlo a distancia, a la queaccedí. Por ese medio se me planteaban las consignas a las que desarrolléadaptando vivencias propias, de relatos de conocidos que escuche conatención y por último simplemente di rienda suelta a la imaginación.

Xaime Churata

Cuentos BrevesAutito de madera

ePub r1.0Nippurx 03.10.15

PlanetaLibro.net

Título original: Cuentos Breves - Autito de maderaXaime Churata, 2016

Editor digital: NippurxPortada: Xaime ChurataePub base r1.2

Amistades rotas

Se habían conocido el último año del secundario. Uno de ellos era decontextura pequeña, pero robusta; tenía un problema, era tartamudo. El otro,de rulos rubios, era alto y delgado. Éste había crecido en una familia quehabía emigrado al país del norte cuando él era un niño y también teníadificultades para expresarse, le costaba leer con soltura.

No pasó mucho tiempo hasta que se hicieron amigos, las diferencias entreellos hacían que surgieran rencillas y hasta algunas peleas a puño limpio,repentinas.

El pequeño era hábil en muchas cosas cotidianas, la vida rigurosa que habíallevado, había hecho ingeniarse de mil maneras para salir adelante. Quedóhuérfano de padre a los diez años, y nunca había conocido a su madre porquehabía fallecido cuando él era un bebé.

La mayor parte de su vida la había pasado en la casa de sus abuelos, estoseran muy ancianos y dependían de él para todos los mandados. Cuando lacomida escaseaba, siempre se ingeniaba para llevar algo a la casa. Losabuelos le preguntaban: «¿De dónde consigues el dinero para las compras?»,la respuesta que daba era: «Hice un trabajo bien hecho, y el jefe me regalóestas cosas».

Transcurrió el tiempo y con veintiún años estaba terminando el secundario,con simpatía se había ganado la confianza de todos sus compañeros yprofesores. En ocasiones desaparecía por una semana, la explicación era: «Miabuelo se enfermó, me quedé a cuidarlo».

Pero no conocieron realmente a este amigo hasta después de la graduacióndel secundario. Los muchachos se juntaron un domingo para un asado, luegode un partido de fútbol. Uno de ellos había llevado una flamante portátilMacBook, era el regalo de sus padres por haber terminado el secundario conlas mejores notas. Era el traga del curso, pelito corto, anteojos de carey ycamisa impecable. Alguien trajo una peli, pasaron la tarde haciendo pesadasbromas entre ellos. Cuando se puso el sol, dejaron la peli y comenzaron con

el truco. Ahí sí que se pusieron los ánimos fuertes, nadie quería quedar sinuna ronda ganada. Iban y venían las discusiones, entraban y salían de la casabuscando el baño. Hasta que el padre del anfitrión tuvo que poner fin a lajarana, simplemente pidió que se retiraran.

Dos días después, por boca de uno de los chicos, se enteró de que su amigoestaba preso. Quedó paralizado, cuando indagó qué había ocurrido, se fueinformando de que el muchacho simpático no era tal, hacía varios años quecursaba el último año para relacionarse con chicos de cierto nivel económicoa los cuales hacía sus víctimas.

Cuando el traga llegó a su casa, quiso jugar en la flamante MacBook,sorprendido, encontró en la mochila dos tabla de cocina. El hermano menorcon quien compartía la habitación, al verlo lloroso y cara de angustia, alertó asu padre de lo ocurrido. El padre llamó inmediatamente a la policía, fueron ala comisaría para hacer la denuncia de lo ocurrido esa tarde. Cuando fuedando los nombres de los muchachos, uno llamó la atención de los policías,Fabricio Tellenbach; el comisario envió rápidamente una patrulla al domiciliode Fabricio, la desilusión fue mayor que el ver las tablas de cocina en lamochila.

Por el historial policial, conoció que Fabricio había terminado el secundarioen un centro de rehabilitación de menores, donde fue un alumno destacado,había quedado libre por buena conducta. Lo habían llevado a ese lugar poruna larga lista de delitos: hurto de todo tipo de objetos, portafolios y carteras;los lugares eran tan diversos que eclipsaban el arcoíris más luminoso.

En el grupo nadie se atrevía a decir algo, todos estaban tan impactados que nose atrevían a mirarse la cara uno al otro, estaban turbados, en ningúnmomento pensaron que Fabricio pudiera tener semejante prontuario. Entre losobjetos que la policía recuperó estaba un microscopio; cuando lo vieronquedaron descorazonados, todos habían recibido amonestaciones, eran cuatrolos aparados que habían desaparecido del laboratorio de biología.

La policía verificó el número de serie de la MacBook con la boleta decompra, firmaron unos papeles, y el padre y él regresaron a su casa. El joventenía el corazón partido.

Pesca en alta mar

Dos muchachos planearon salir de pesca. Era un fin de semana largo idealpara una aventura.

Francisco era un experimentado pescador. Desde niño había acompañado a supadre, quien sostenía a su familia con el trabajo de pescador. Era el capitán desu propio barco, y sus jornadas laborales podían durar hasta treinta horas.

Lucas había crecido en el campo. Su máxima experiencia como pescador erair a las orillas de un río, que se convertía en un arroyo tan pequeño queapenas llegaba al tobillo, de donde podía sacar bagres. La fantasía de pescaen el mar le había producido una explosión de euforia. Nunca había estado enel océano. Esa madrugada el cielo estaba oscuro, los muchachos con los ojosaún cargados de sueño, se dispusieron a cargar los equipos en una lancha queusaban para pesca deportiva en el mar.

El padre de Francisco estaba esperando que se iniciara la temporada, mientrastanto, dos o tres veces a la semana salía con los amigos de pesca al mar. Esamañana saldría con el hijo y su compañero del colegio. Cuando zarparon eldía parecía prometedor, el mar estaba tranquilo, apenas soplaba una cálidabrisa. Una hora navegando en el bote los había llevado varios kilómetros maradentro. Lucas, tenía el estómago en la garganta; el balanceo de laembarcación le producía una sensación de mareo, sentía que andaba sobre unpiso enjabonado. Pero no quiso alertar al padre se su amigo.

Lanzaron varias veces la carnada, pero con poco éxito, solo picaban pecespequeños. Tras largos intentos de todos, el padre consiguió una presa grande,esta luchaba con mucha fuerza y no se daba por vencida. El hombre le pidió asu hijo que lo sostuviera por el cinto, hacía cuarenta y cinco minutos queintentaba dominar a su captura y no lo conseguía; debido a la oscuridad, noalcanzaba a ver qué tenía en el anzuelo.

La ilusión por un marlín grande los distrajo del temporal que se aproximaba.Una fuerte ráfaga de viento y lluvia comenzó a empaparlos.

La ambición de un trofeo hizo menospreciar al temporal que cada vez eramás intenso. Los picos de las olas comenzaron a entrar en el bote, como viejolobo de mar, no quiso largar su presa.

La euforia había hecho presa de los pescadores, la adrenalina del principiantelo tenía desbordado de agitación, se movía en el bote en círculos dando gritosy escupiendo el agua que tragaba por la lluvia.

Una ola gigantesca los derribó a los tres y los hizo entrar en razón. Estabanen peligro, entonces, temieron por sus vidas. El padre tiró su caña y se fuedirecto al timón, para salvar a los muchachos. Los relámpagos se descargabancon tal furia que iluminaban el cielo de terror, los truenos hacían del mar uncampo de batalla.

Para sorpresa del capitán, el motor no arrancaba. Bajó a revisarlo. Cuandoabrió la puerta, el entrecejo se le frunció, con mirada de incredulidad,expresó: «¿Qué pasó aquí?». La sala de máquinas se había inundado y sehabía mojado el sistema eléctrico.

Un torbellino de furia se desató en el capitán, encolerizado golpeó la puertade acceso de la sala y dejó escapar un quejido de impotencia. Subió a lacabina y prendió el sistema de SOS.

Los pescadores estaban a merced del inclemente temporal.

Secretos de familia

Era un día caluroso, la ruta estaba colapsada. Hacía casi veinte años que nohacia este recorrido, pero no recordaba esta ruta tan llena de vehículos.

Celeste vivía hace dieciséis años en la ciudad. Al partir de su pueblo, cuandoapenas tenía dieciocho años, les había dicho a sus amigos del colegio: «Mevoy a estudiar, seré médico». Fue su despedida. Desde entonces no habíavuelto a la casa de su infancia.

El pueblo era pequeño, todos conocían la vida de los demás, la mitad de lagente vivía en el campo. El abuelo era jubilado ferroviario, había sido jefe deestación por muchos años, la abuela era una mujer dulce y hermosa. Tuvieronsolo un hijo, que prestó el servicio militar en épocas de guerra y fue uno delos cientos que dieron su vida en el conflicto. Los abuelos nunca hallaronconsuelo para esta pérdida. La madre y el padre habían sido compañeros desecundario. La madre, no bien había nacido, decidió dejarla con sus abuelos,quienes la criaron como a una hija; para ella eran sus padres.

Cuando tuvo edad suficiente, el abuelo una noche le contó la historia de suspadres, no quiso aceptar que ella era huérfana antes de haber nacido y que sumadre la había rechazado, y creció con la idea de que sus padres eran ellos.

Terminó el secundario y decidió irse de casa. Desde niña había abrigado unsueño, ser médico. Durante diez años trabajó hasta quedar agotada, no teníatiempo para diversiones ni vacaciones, solo largas noches de llanto. Fueronaños difíciles que sobrellevó.

La abuela nunca dejó de llamarla, juntaba cuanto podía de su escasajubilación para enviarle algún dinero. Era una mujer dulce, delgada, de ojosclaros y alta; Celeste tenía mucho parecido con la abuela, juntas nadie podíadudar de su parentesco: sonrisa amplia, mirada franca, eran iguales.

Hacía seis años había fallecido el abuelo, aun se sentía herida, el abuelo habíaexpresado con aspereza la situación de ella. De niña era juguetona, teníamuchas amiguitas en la escuela y en el vecindario, el secundario fue

complicado porque sentía que era rechazada por sus compañeros, nunca supoa qué se debía.

En la ciudad el tiempo pasó muy rápido, hizo todo tipo de trabajos,necesitaba recursos para vivir en la metrópoli. Estudió por las noches toda lacarrera, cada éxito que alcanzaba era la mejor palmada de aliento que recibía.Pasó diez años hasta ver hechos realidad sus sueños. Todo fue más llevaderodesde entonces, empezó con guardias por muchos lugares, cubriendosuplencias, esto le trajo un mejor nivel de vida, abandonó la residenciauniversitaria y alquiló un departamento, fue todo un acontecimiento, desdeentonces comenzó con sus primeras vacaciones, sencillamente era fabuloso.

Hacía tres meses había recibido una carta de su pueblo, era de un escribano,la tuvo arriba de su escritorio todo este tiempo sin abrirla, solo el ver el lugardel remitente, le producía malestar en el vientre. Hacía mucho tiempo que notenía noticias de la abuela, fue la curiosidad que hizo que abriera el sobre, unsentimiento de angustia se apoderó mientras leía la carta. La abuela habíafallecido, era una notificación legal que la declaraba única heredera, tenía quefirmar unos documentos y tomar posesión. Pequeños hilos de lágrimas lecorrieron por la mejilla. Decidir el viaje al pueblo fue difícil, cientos deimágenes venían a la mente, unas muy gratas y otras que creyó habíaolvidado.

Llevó el vehículo al mecánico para que lo pusiera en condiciones para elviaje. Hacía cuatro meses que había adquirido de un compañero del hospital,un coche. Solicitó una semana libre en el trabajo, hizo algunas compras parallevar en el viaje. Un domingo de verano partió rumbo a su pueblo, pensó queen cinco horas llegaría al pueblo, pero ese día no podía ser el menos indicadopara el viaje, miles de veraneantes salían de la ciudad con rumbo a las playas.Los primeros cien kilómetros le tomaron medio día, terminar loscuatrocientos treinta kilómetros, ocho horas; llegó a la casa de los abuelos alanochecer. Agotada por el viaje, buscó un hotel donde pasar la noche.

Esa semana fue muy agitada con trámites burocráticos. Solicitó ayuda alescribano para que le recomiende un par de personas, para realizar lalimpieza de la casa; el abandono era notable: pisos cubiertos de polvo, vidriosopacos, cortinas grises, maleza en el patio y placares llenos de ropa.

Tres días de intenso trabajo hicieron cambios drásticos en la casa, losrecuerdos de su infancia eran más intensos cada día, en un placar ocultoencontró las muñecas y peluches de su niñez, bellos momentos surcaron sucabeza, cuánta alegría traían esos juguetes. Un día, luego de almorzar, lacuriosidad la llevó a ingresar en el altillo, al que solo el abuelo había tenidoacceso, el lugar había estado prohibido para ella.

El altillo era espacioso. Muebles con cajoneras y baúles cubrían el perímetrodel escondite del abuelo. Un ventiluz iluminaba el lugar, todo parecía habersido clasificado con prolijidad. Una amplia cajonera llamó su atención, allíencontró una colección de álbumes fotográficos, fotos de un niño abrazandoal abuelo que se repetían, nunca las había visto, al dorso de una fotoencontró: «Mamá, papá y Carlitos. 1968». Los abuelos estaban muy jóvenes,el niño no tendría diez años, gruesas gotas de lágrimas corrieron por lamejilla. En un envase metálico de cookies encontró varias cartas, ladestinataria era Julieta Phell, todas eran cartas románticas, expresaban amorpor ella, en un sobre encontró una foto, era la imagen de un joven bienparecido en ropa de soldado: borcegos, casco, campera camuflada, mochila yun rifle en las manos; al dorso decía «Para la más hermosa chica y su bellapancita. Carlos», el parecido con el abuelo era notable, tenía una sonrisaradiante.

En el fondo de la cajonera estaba un pequeño cofre, contenía un diario, latapa decía: «Julieta y Carlos. Diciembre 1981», en la contratapa había pegadauna foto de una pareja joven, eran Julieta y Carlos. Eran sus padres, el diariopertenecía a Julieta, todas las páginas expresaban recuerdos de momentoslindos junto a Carlos. A mitad del diario concluía con un brusco cambio, lapágina estaba arrugada, tenía aureolas de manchas grises: «14 de septiembre,Celeste nació, no puedo soportar la pérdida de Carlos, llevaré a la bebé consus abuelos».

De boca de un mal vecino, alguna vez había oído que a ella alguien la habíadejado en la puerta de los abuelos en un canasto con algunos objetos. Elcorazón se le partió, y sus ojos se llenaron de lágrimas, pasó la nochellorando. Cuando salió el sol, buscó a la pareja que había trabajado en elarreglo de la casa, les pagó, cerró la casa y regresó a la ciudad.

El abuelo tenía razón.

La alarma en la quinta

El ruido de la alarma los hizo salir abruptamente de la casa. Subieron a lamotocicleta y desaparecieron en la oscuridad.

Los propietarios, exaltados, llamaron a la policía. Era una típica casa quintacon escasos vecinos. Fue casual que ese día ellos decidieran pasar la noche aese lugar, solo iban los fines de semana largos o fiestas de fin de año. El lugarera ideal para juntar a toda la familia. Cuando la abuela aún vivía, lasreuniones familiares se hacían todos los fines de semana; la casa estabasiempre impecable. Cuando ella falleció, la casa fue abandonada, nadie sehizo cargo de los cuidados y de los arreglos. Se hacían esporádicas visitas,una vez por mes, solo para pagar las boletas, dejar un encargo paradeterminado trabajo.

Cacho y Tincho eran dos jovencitos que vivían en los ranchos que estaban aun kilómetro de la casona. En varias ocasiones habían estado en ese lugarrealizando algunas tareas: cortando el césped, cuidando los animales ypodando los árboles.

Se venían los carnavales, y los jóvenes buscaban algún dinero extra, deseabanpavonear con las chicas. Los recursos ganados con esfuerzo no eransuficientes para hacer alarde en las fiestas. Entonces pergeñaron un planmalvado. Tomarían alguna herramienta de la casona, luego lo venderían, elplan parecía sencillo, nadie notaría una herramienta faltante. Ambos sabíanque la motosierra de la quinta sería fácil de liquidar.

Decidieron buscar a Carlos, amigo del vecindario, que tenía un taller demotos, para que les prestara una moto vieja, de esas que no podía vender, lepropondrían probarla y, si les gustaba, tal vez se la comprarían. En realidad,solo deseaban usarla para su fechoría.

Pusieron en condiciones la moto, compraron un bidón de combustible y elaceite para la mezcla. El plan de los jóvenes era llegar con la moto apagadahasta la calle de la quinta, dejarla e ingresar por el agujero que ellos conocíanen el alambrado. Tomarían la motosierra y escaparían. Pero no salió como

ellos lo habían pensado.

Ignoraban que la casa tenía alarma, nunca habían visto que alguien fuera ainstalarla. No bien abrieron la puerta del establo, un ruido ensordecedor losoprimió con terror y pánico. Inmediatamente corrieron por el camino por elque habían entrado. Uno de los perros los siguió hasta la calle, pero como losconocía, no les ladró.

Llegaron asustados a la casa de Tincho. Estaban aterrorizados porque desdeel patio oyeron las sirenas del patrullero que se dirigía a la casona. Pasaron lanoche en vela y sobrecogidos, se limitaron a mirarse la cara uno al otro, notenían palabras.

El autito de madera

Los chicos jugaban en el patio de la escuela.

Esa mañana el profesor de taller encargó trabajos en madera: «Lo que se lesocurra chicos, la idea es que presenten una manualidad.»

Uno de los chicos que tenía dificultades para caminar, estaba sentado en unaescalera, mientras los chicos corrían por el patio, él bosquejaba su trabajo decarpintería.

A un años de nacido había sufrido de poliomielitis, las secuelas que le habíaquedado era una parálisis flácida en las extremidades inferiores, simplementeno le respondían las piernas; había aprendido a manejarse con la ayuda de unpar de muletas de aluminio, del tipo canadiense; estos le había dado ciertaautonomía en sus actividades.

Debido a su impedimento físico, había postergado su ingreso a la escuela,tenía dos años más que el resto de sus compañeritos.

El dibujo que había realizado era la de un auto de los años treinta; se veíabien logrado, sus compañeros miraban el bosquejo y decían: «Ah, ¡eso esmuy complicado!»; pero él se sentía seguro de su tarea.

En el aula todos trabajaban con determinación, cada quien deseaba tener lamejor calificación, empeñados realizaban su labor con entusiasmo. Unoselegían madera para tallar, el niño de las muletas elegía madera laminada.

Con una pequeña sierra caladora, daba forma a las piezas del bosquejo;cuando termina la clase los niños llevaron su trabajo a sus casas paracontinuar.

A la siguiente semana, los chicos se presentaron con sus trabajos terminados,todos estaban expectantes a la calificación del maestro; pero cuando vieron elauto del bosquejo terminado, todos quedaron desilusionados de sus trabajos;simplemente miraban boquiabiertos, «¡cómo lo hizo!» se preguntabanalgunos.

El maestro felicitó al chico de las muletas y estimula al resto para un próximotrabajo, «lo que valoró de todo esto, es el esfuerzo que pusieron, me alegraque todos hayan terminado sus trabajos».

En los chicos ese día se producía una especie de admiración por aquel niño,que con ayuda de su muleta asistía a la escuela como cualquier muchachito.

Vida de perro

Tenía tres meses cuando fue apartado de su madre.

Llevaron al pequeño cachorro a una casa de campo, allí le pusieron un collarunido a una pesada cadena que lo ataba a un cajón de madera.

Aislado de la camada de seis cachorros, la vida juguetona se había acabado.Desde entonces lo entrenaban para cazar bajo el inclemente invierno; en laslargas caminatas a las que lo llevaban, Scoty conoció a otro cachorro, Terry.

Ambos eran alimentados en el bosque, con presas que los cazadores matabancon tiros certeros; nevó los días que se quedaron atados a sus cajas, y,simplemente, no tenían nada para alimentarse.En una de esas cacerías, corrieron tras un jabalí malherido por un tiro erradoo porque la dureza del animal soportó el plomo en su cuerpo. Fue una largapersecución; Terry sufrió una herida en el lomo, por una feroz mordida,producto de una arremetida del jabalí; los cachorros lo acosaron con ladridose intentos de captura, pero la fiereza del animal hizo larga la lucha, elhostigamiento fue sin tregua. Cada vez que alcanzaban a morder la cola de lapresa, esta emitía chillidos aterrorizantes que intimidaban a los inexpertoscachorros; la persiguieron hasta un pequeño estanque del arroyo, donde eldespojo, agotado, se cobijó en medio del embalse.

Varios intentos de ahuyentar al cerdo salvaje no tuvieron éxito. Entoncesapareció el cazador, que, con sigilo, se aproximó hasta la orilla del estanque,el animal giró su cuerpo hasta fijar su mirada en el cazador, levantó el hocicooliendo por última vez el aroma del bosque, inclinó la mirada y se rindió a sudestino final. Un tiro inmisericorde de escopeta terminó con el puercosalvaje.

Los cachorros permanecían sentados en la orilla, temblorosos por el frío o elterror que les infundió el fin del jabalí. El cazador, impávido, desentrañó lasvísceras de la presa y se las tiró a los canes; estos acercaron la trompa, lasolieron, con un relamido de sus hocicos se retiraron sin probar bocado,permanecieron sentados hasta que oyeron la orden de regreso.

Hasta ese día, la cacería había sido de pequeñas presas: conejos, liebres yperdices; jugueteaban con sus ellas hasta terminar con el último bocado; estavez el regreso no fue como en otras ocasiones, que tenían un aire de triunfocuando corrían manteniendo la cabeza y la cola en alto, satisfechos de haberaplacado su apetito.

En el momento que llegaron a sus cajas, como nunca, esa noche los perrosquedaron sin la cadena puesta; un ave que hacía su canto nocturno les llamóla atención, sin tener impedimento, caminaron explorando hasta llegar al piedel árbol de donde procedía el ruido; con ladridos espantaron al ave y seaventuraron en una persecución, que les llevó lejos de la casa. Por primeravez en casi el medio año que pasaron atados con cadena, sintieron la libertadde correr por el campo, pasaron varias horas corriendo uno detrás del otro,hasta que llegaron a una ruta con mucho tránsito de vehículos. Buscaron unreparo donde retozaron hasta el amanecer; nunca más volvieron a la casa delcampo.

La gente que conoció a esos cachorros, en el reparo de la parada de colectivo,los llamaron: Scoty y Terry.

Vidas transformadas

Nadie iba a creerle. Había defraudado tantas veces a sus amigos, que en suinterior solo había dolor.

En su mente tenía los recuerdos de un padre tramposo, extorsionador yfraudulento. Su madre los había abandonado cuando él tenía apenas cincoaños. De niño, en su tierno corazón, apenas podía diferenciar lo bueno de lomalo, todo cuanto hacía su padre le producía una extraña sensación deadmiración, él deseaba ser como su padre.

Vivió con él hasta los diez años. Nunca supo qué le ocurrió, simplemente undía no volvió más a su casa. Desde muy pequeño había imitado la conductade su papá, salía a pedir comida en las estaciones ferroviarias. Los añosfueron pasando hasta que se había ganado el respeto de otros niños que, comoél, vivían en la calle.

Una cadena de delitos lo llevó a muy temprana edad a prisión, donde pasaríala mayor parte de su vida. Un día un predicador llegó a la prisión ofreciendo:revistas religiosas y una Biblia. Fue la primera vez que tuvo en sus manos unejemplar.

Nunca había oído de Dios, el hombre que le habló era un exconvicto, al igualque él, este individuo también había pasado su juventud en prisión, habíasalido ya adulto, se había aferrado a su fe, y propuesto en su corazón ayudar alos presos en las cárceles.

La falsa moral reinante lo obligaba a esconderse del mundo. Esta actividad lollenaba de satisfacción. No todos aceptaban sus regalos, pero él persistía conquienes esperaban encontrar una vida diferente a la que habían vivido.Norberto tomó los regalos con la única curiosidad de aprender a leer. Alperder a sus padres a tan temprana edad, nadie se había ocupado de quetuviera una educación escolar como todos los niños. Quedó muyimpresionado porque otros chicos de su edad podían leer cualquier libro.

Con la ayuda de ese hombre generoso, aprendió a escribir y a leer, su mundo

fue cambiando con el paso de los meses, fue otra la visión que incorporabacada día. La realidad de la prisión era lo único que conocía, el mundo quedominaba desde muy pequeño, la violencia era lo que él había empleado paratodas sus fechorías.

La lectura le había enseñado un mundo diferente, «Ama a tus enemigos», erauna de las enseñanzas que taladraba su mente y se preguntaba ¿hasta dónde lollevaría esto? Los guardias también estaban impresionados por el cambio ensu conducta, pero eran cautelosos.

Hizo todo para aprender todo lo que podía, el círculo que lo rodeaba nopermitiría que saliera libre con facilidad, era continuamente hostigado por suscompañeros de celda, pero él tenía el sueño de ser libre un día.

A pesar de todo, nunca volvería a ser el mismo.

Respuesta a un pedido desesperado

Apreciada señora:

Luego de leer con atención su enfático pedido y lo crucial que esta situaciónes para su matrimonio, quiero recordarle que su requerimiento fue atendidocon presteza, a pesar de los años que han transcurrido del envío de su carta.Nuestra oficina conserva todas las cartas que no se han llegado a ubicar aldestinatario ni contienen un remitente al dorso.

No fue difícil ubicar su carta, ya que contamos con un archivador catalogadopor fecha de llegada a nuestra oficina.

Graciela, quiero contarle por qué su pedido nos es imposible de atender: eldía posterior a la llegada de su solicitud, pusieron su carta en mi escritoriopara hacerle el envío. Ese día, al ser caluroso, y por no contar con un sistemade aire acondicionado, mantuvimos las ventanas abiertas, como es nuestracostumbre. Era la hora del almuerzo, y cada uno se retiró a su domicilio.

Fue tal nuestra sorpresa, cuando de regreso en la oficina, no encontramos sucarta en mi escritorio, que le pedí al personal que hiciera una búsqueda entoda el edificio, pero nuestros esfuerzos fueron inútiles. Un niño que jugabaen la vereda, al ver tanto alboroto, preguntó si era una carta lo quebuscábamos. Ante nuestra respuesta afirmativa, el niño nos relató que, ennuestra ausencia, un pájaro color rosa ingresó por la ventana y se llevó sucarta, razón por la cual nos es imposible atender su pedido.

Atentamente.

Jefe Postal.

Ritual sangriento

El aire tenía un agradable perfume veraniego. La brisa era agradable en elacantilado; el horizonte lucía de rojo intenso, en cuestión de minutos laoscuridad cubrió la pradera. Salton y Roger, amigos de aventuras, habíanhecho un viaje de cientos de kilómetros, deseaban observar un espectáculoque solo se repetía una vez al año.

Habían planificado el acecho desde dos puntos: habían notado un montículode rocas en la planicie, el otro tendría una visión desde la altura.

Dos semanas de espera estaban agotando las provisiones, tenían uncampamento instalado donde esperaban la aparición del fenómeno. Doscarpas hacían de dormitorio, donde guardaban aislantes, bolsas de dormir,ropa extra y de abrigo para las noches frías, ocupaba su tienda de formaindividual; para los alimentos tenían otra carpa con utensilios, un quemador,cacerola, alimentos no perecederos y frutos secos.

El montículo de piedras estaba a ochocientos metros de las tiendas, tenía unaforma circular, parecía un lugar que en alguna ocasión estuvo en uso, estabaen medio de la pradera, todas las rocas debieron ser traídas de la montaña queestaba a dos kilómetros, tenían casi setenta centímetros de alto por un metrode largo, el lugar había sido abandonado, las piedras estaban caídas del muro,la trinchera estaba llena de tierra; se podía ver rastros de carbón, quizá fue elrefugio de algún cazador.

Un día mientras almorzaban, un temblor de la cacerola los sobresaltó.Salieron del comedor, a la distancia una nube de polvo en la pradera hizo quese iluminaran sus rostros, tiraron sus platos y se dispusieron a trabajar, elmomento había llegado, extendieron el parapente, ajustaron los seguros,encendieron el motor y uno de ellos se dejó impulsar por las hélices. En solounos minutos había tomado altura, el rostro de Roger estaba extasiado por elpanorama de la manada que corría por la planicie.

Salton corrió y se instaló en el montículo, tenía una cámara lista para capturarel paso de los animales. Cuanto más se aproximaban más intensa sentía la

vibración del suelo, el galope sincronizado de miles de pezuñas eraestremecedor, el ruido se hacía más potente. Instalado sobre una roca, armadode su cámara, esperaba, su agitado pecho no tenía sosiego, puso el linte sobrela roca listo para el paso de la manada.

Roger hizo un giro sobre el campamento y se dirigió a enfrentar la manada, laextensión de la nube cubría cuatrocientos metros de longitud. El polvoalcanzaba la altura del piloto. Venían del otro lado de la montaña, acorraladospor el acantilado del río y las paredes de la montaña, seguían el único caminoposible. Atrás de la manada había una jauría de lobos que corrían, desde laaltura se podía ver la persecución estaba acompasada, una hilera de loboscontrolaban la estampida.

La manada estaba dirigiéndose hacia el montículo de piedras. Salton encuestión de segundos, se vio frente a frente de penetrantes miradas y hocicoscon furiosos resoplidos, todos estaban siendo conducidos hacia él, antes quepudiera huir se tiró al pozo, levantó la mirada y observó pezuñas y panzaspeludas volar sobre su cabeza, se cubrió la cabeza con las manos y laescondió entre las piernas. Estaba estremecido y aterrado.

En la altura, el pavor le hizo que el corazón de Roger palpitara hasta laagitación, el montículo literalmente había desaparecido en el mar de lomospeludos. Con todas la fuerza que el motor podía generar, sobrevoló una y otravez hasta que desapareció la manada, cuando aterrizó, encontró entre lasrocas dos terneros de bisonte aplastados por el tumulto, Salton salió de suescondite, con las piernas aún temblorosas. Se disponían a observar a lasvíctimas cuando sintieron que un círculo de miradas giraba a su alrededor.

El instinto de supervivencia los hizo remontar el parapente, para salir de lapradera hasta el otro lado del acantilado, desde ese lugar, sobrecogidos,vieron como desgarraban a los terneros. Antes de que el sol se pusiera en elhorizonte, no había quedado nada de las víctimas.

La estampida de los bisontes resultó en un ritual sangriento, era la ley de loscazadores.

Familia asfixiante

Era una típica familia de barrio. Norberto había crecido como lo hacen loshijos únicos, aunque no lo era, sus padres habían perdido al primogénitocuando este era un niño.

Cuando Norberto nació, había recibido toda la atención y cuidados de suspadres.

Él solo deseaba un poco de libertad. Como los tiempos eran difíciles y nopodía insertarse laboralmente, había decidido seguir el rumbo, que muchos desus amigos de facultad habían tomado.

Había resuelto irse a Europa, en busca de una oportunidad laboral era supretexto; progreso económico camuflaban la verdadera intención queocultaba. Comunicar a sus padres esta iniciativa sería muy difícil, para ellosNorbertito aún seguía siendo el nene de la casa, aunque ya se había graduadode la facultad.

Esperó un día relajado y tranquilo. Volcar su interés de un viaje traeríacomplicaciones que tendría que pulir. Mientras transcurrían las semanas,había estado haciendo provisiones de los recursos, había preparado: elpasaporte, ubicó un amigo en el lugar de Europa al que llegaría y reservó unboleto aéreo. Entonces calculó el próximo fin de semana largo, para contarsus planes a sus padres.

Tenía todo listo. El día indicado había llegado.

—El asado de hoy fue genial —dijo el padre.

—Sí, esta vez encargué ternerita.

—¿Dónde lo conseguiste?

—Un amigo que tiene campo, me recomendó una carnicería, dijo que sufamilia era su proveedor del ganado.

—Y ¿dónde vive tu amigo?

—En Europa.

—¿Cómo es eso? No me dijiste que era del campo.

—Sí, su familia cría vacunos, pero él consiguió un trabajo allá, ¡está muybien!

—Pero si el ganado es lo que más dinero da en este país —comentó la madre.

—Él trabajó en el campo hasta que se vino a estudiar a la ciudad, se graduóde ingeniero, y pensó que sería una picardía que, con un título bajo el brazo,estuviera cuidando vacas.

—Pero Bertín, hay que ser realistas, se vive cómodo cuando el dinero abunda—Volvió a intervenir la madre.

—Sí, la verdad que de eso quería hablarles hoy.

—¿De qué? Nunca te hicimos faltar algo, te hemos dado todo cuantonecesitaste. —Levantando la cabeza con aire de suficiencia, el padre fijó lamirada en su hijo.

—No papá, no quise decir eso. Mi amigo consiguió un empleo tan bueno quele permitió ahorrar en un año lo que acá no lograría ni en diez años. Cuandovino de vacaciones, se compró una cuatro por cuatro. ¿No les parece buenoeso? —Sus padres se miraron uno al otro con una cara de desconcierto.

—¿Qué es lo que quieres decirnos? —frunciendo las cejas, intervino la madre

—Los quiero tanto, …me gustaría devolverles todo lo que han hecho por mí,ahora el turno para apañar es mío, y me gustaría que no se priven de algunoslujos que el mundo ofrece. …Má te has estado quejando del lavarropas queya no centrifuga. Pá, ya no tendrías que ir al bar para ver el partido de fútbolen la TV LCD. ¡Tendrías una acá! —el tono de voz sonaba tan convincente,pero sus padres no mostraban un pelo de entusiasmo, se los veía hundidos ensus asientos.

—¡Que! Acaso ¿quieres irte? —dijo el padre.

—En esta casa, …no hace falta nada —la madre se resistía admitir lapropuesta.

—Mi amigo habla con su familia todas las semanas, solo habilitó su celularen allá, y lo llaman al mismo número que tenía acá, mientras estuvoestudiando. Fue así que se tanto de él, porque le envió mensajes de texto, y éla mí. —el aspecto de sus padres se fue relajando suavemente.

Para contagiar su entusiasmo, fue a sentarse al sofá en medio de ellos, abriósus brazos y los estrecho; simultáneamente, les propinaba pequeñaspalmaditas.

Ellos se habían rendido. Ahora solo quedaba decirles que su vuelo salía enquince días.

Simpáticas guerreras

Eran tres ardillas juguetonas. Salieron de detrás de los árboles. Pasaban el díaen el parque haciendo piruetas, y esperando que los transeúntes las tirenalguna comida.

Aparecieron en la plaza hace dos semanas, su espíritu travieso, les hizoganarse la simpatía de la gente. Aquellos que frecuentaban esa plazoleta sehabían acostumbrado a estos simpáticos petigrises, estos trepaban los árbolesy bajaban unas tras otra, haciendo ruidosos silbidos, arrancando contagiosassonrisas a los caminantes. Estos, en retribución, llevaban alimentos quedejaban en el asiento más próximo.

Las pequeñas pronto aprendieron a diferenciar entre la bolsa de papel vacíode otro de comida. Las familias del vecindario llevaban a sus niños para quedisfrutaran de las piruetas. Muchos deseaban atraparlas, pero la astucia de losanimalitos era mayor, se escabullían como un rayo trepando el árbol más

próximo.

Otros llevaban sus mascotas para que corrieran tras las vivarachas. Una tarde,luego de un chaparrón veraniego, apareció un individuo con un perrolabrador, el hombre se había propuesto atrapar uno como botín de caza. Elperro era un animal criado en departamento, pero el instinto de cazadorpareció aflorar cuando vio a las ardillas.

El dueño del animal había apostado con un vecino que esa tarde solitariacazaría a esos bribones. Tenía toda su confianza en el labrador. Quitó lacuerda del collar del perro y lo dejó correr tras las pequeñas, que, adivinandola intensión del animal, tomaron diferentes direcciones, se apresuraron entrepar el árbol más cercano, desde una rama, con los ojos saltones observabanal can, entre silbidos bajaban de sus refugios, provocando feroces ataquesque, con mucha destreza, esquivaban, el animal daba aparatosos choquescontra los arbustos.

La tarde de cacería se había convertido en un divertido entretenimiento paralas pícaras, que no paraban de acelerar su juego. El labrado fue arrastradohasta quedar lleno de rasguños; patinó tantas vez en el suelo húmedo, que supelaje quedó lleno de barro por los traspiés y golpes que se había propinado.

Como el can no se daba por vencido, una de las ardillas le hizo desistir de susintentos, dejó que lo corriera por toda la plaza, luego lo llevó justo donde losarbustos tenía un cerco de metal, la ardilla se precipitó en un claro de lasramas, del impacto se oyó un fuerte golpe, el labrador soltó un quejido dedolor. Con la nariz cortada por el golpe contra la baranda, salió todomagullado, la cabeza gacha y una pata coja, el retriever blanco se retiró conel rabo entre las piernas.

Fue la última vez que lo vieron.