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ÍNDICE

Presentación 2

El pintor de los puertos 3

Elvira Rawson 6

Sábato, la gran estrella escritora 9

Ellas pueden lograrlo todo 14

El orador de Mayo 19

La primera feminista, revolucionaria y educadora

de las Provincias Unidas del Río de La Plata 22

Las hazañas de Ignacio Pirovano 24

Las aventuras de Alicia Moreau de Justo 27

Aimé Painé: su música, su arma 31

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PRESENTACIÓN

Siempre nos preguntamos: - ¿Qué sentido tiene aprender esto o aquello?

Frente a este interrogante existencial: HISTORIA Y LENGUA se propu-sieron trabajar en un proyecto en común.

Para ello los chicos de 3º año:

Seleccionaron personajes que formaron parte de nuestra historia nacional y de su cultura, pero que generalmente no aparecen en los libros de historia.

Investigaron sobre sus vidas personales, su contexto his-tórico, trabajos, logros, valores, etc.

Leyeron diferentes tipos de Biografías, realistas o ficcio-nales, realizadas por autores conocidos.

Reconocieron la diferencia entre Biografía, Retrato, Anécdota.

En base a lo aprendido, escribieron nuevas biografías de esos personajes que hacen al acervo cultural.

Utilizaron las nuevas tecnologías realizando videos o Po-werpoint para reflejar el espíritu de los mismos.

Armaron un libro virtual para que puedan disfrutar desde sus casas o compartiendo un cafecito… buena lectura!

Las Profes

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Benito Quinquela Martín (1890-1977), pintor argentino.

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EL PINTOR DE LOS PUERTOSPor Franco Janczewski y Marcos Questa

Estaba caminando por el puerto, lugar donde

paso la mayor parte de los días de mi vida ya que

este es mi lugar de trabajo, cuando de repente vi

a lo lejos algo que me llamó la atención. Era un

hombre que se encontraba pintando. Luego de

verlo por primera vez se me hizo imposible seguir

trabajando sin darme vuelta para ver si el pintor

seguía estando detrás de mí. Cuando tuve la opor-

tunidad de descansar, me acerqué lentamente

para intentar ver quién era este personaje. Mien-

tras acortaba la distancia me di cuenta de quien

se trataba. ¡Era Benito Quinquela Martin! Tome coraje y fui a hablarle.

-¿Qui… Quinquela?- Pregunté con los nervios a flor de piel.

-El mismo ¿y usted?- Me preguntó el mismísimo Benito Quinquela.

-Mi nombre es Giovanni, soy un gran admirador de su obra- Agregué.

-Me es magnífico encontrar alguien que aprecie mi obra- Me contestó con

una sonrisa de oreja a oreja.

Entre mis nervios y mi timidez comenzamos a hablar y me tomé el atrevi-

miento de preguntarle cuándo comenzó a pintar, y por qué había elegido los

puertos como paisaje para sus cuadros. Benito me contó que comenzó a pintar

cuando era chico con carbón inspirado por las escenas de los puertos, y que a

los 14 comenzó a asistir a la escuela nocturna de pintura en la Sociedad Unión

de la Boca, donde conoció a su amigo Juan de Dios Filiberto. Mientras estudia-

ba, luego de trabajar, visitaba frecuentemente la biblioteca, para cubrir su fal-

ta de educación. De todos los libros que leyó le llamó la atención fue “El arte

del escritor” de Agusto Rodin, que decía que el arte debía ser sencillo y natural

para el artista, y tomó una frase que decía: “Pinta tu aldea y pintarás el mun-

do”, por eso eligió pintar a su barrio, La Boca.

Su respuesta fue increíble, una sonrisa dibujada en su rostro demostraba

su amor y cariño por el barrio de La Boca; también demostró públicamente su

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cariño con sus importantes donaciones para el vecindario, como la escuela en

Pedro de Mendoza, el Jardín de Infantes número 6, el Lactario Municipal Nº4, la

Escuela de Artes Gráficas y el Instituto Odontológico Infantil.

Le comenté cuánto me habían gustado sus primeras obras presentadas

en el Salón Nacional de las Artes, y que a partir de ese momento comencé a

admirar su obra. Benito me preguntó si tenía tiempo para escuchar una anéc-

dota sobre esa exposición. Esto me produjo una alegría enorme y obviamente

le dije que sí. Me comentó que luego de enviar varias de sus obras durante

mucho tiempo, el jurado del Salón Nacional de las Artes, principal galería de la

ciudad, aceptó una de las dos obras que había enviado. Esto enojó mucho tan-

to a Benito Quinquela como su amigo Filiberto. Tanto que este último le propu-

so que se presentaran armados con cuchillos para robar lambas pinturas y lle-

varlas al Salón de los Recusados, galería dedicada a los artistas que no esta-

ban admitidos en el Salón Nacional. Él aceptó, pero al llegar al Salón se encon-

traron con que las obras de Benito ya habían sido expuestas, ya que su amigo

Eduardo Talladrid les había ganado de mano y había convencido a sus influen-

cias de presentar las dos obras.

Su relato me había atrapado a tal punto que olvidé que faltaba poco para

que mi descanso terminara. Mientras me contaba su anécdota sobre el Salón

Nacional de las Artes recordé que una noche mientras caminaba por las calles

del barrio me pareció verlo vestido con un traje extraño, como el de un capitán

de un barco, invitando a entrar, a lo que supuse que era su casa, a un gran

grupo de personas. Esperé a que terminara para preguntarle si había sido él y

cuál era el motivo de esa reunión. A lo que él contestó:

-Muchos de mis amigos artistas se juntaban en el Café Tortoni y cuando

regresé de Paris me uní a ellos. Decidí fundar la Peña del Tortoni y el dueño del

café nos ofreció el sótano de su negocio para nuestras reuniones. La finalidad

de La Peña era fomentar la protección de las artes. Las peñas se realizaron por

casi dos décadas hasta que el dueño del café decidió clausurar el sótano don-

de estas se hacían. Tiempo después de esto mis amigos me ofrecieron organi-

zar reuniones en mi taller. En una oportunidad mi amigo Lucio Rodríguez me

regaló un tornillo atado con un cordón. Ya que él consideraba que los locos de-

bíamos ser merecedores de honores y agasajos. Gracias a esto se me ocurrió

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fundar la “La Orden del Tornillo”. Donde los locos, aquellas personas cultoras

de la verdad, del bien, y de la belleza de espíritu, son agasajados y homena-

jeados.-

Cuando termino de contarme la anécdota se oyó un grito que llamaba a

todos los trabajadores para retomar la jornada.

-Veo que tiene que continuar con su deber- Me dijo Benito.

-Muchas gracias por este tiempo y por las historias- Agregué.

-Gracias a usted por escucharme, son pocos los que quieren escuchar a

un anciano- Me contestó y me dio la mano cordialmente.

Le di la mano y asentí con la cabeza agradeciendo nuevamente por el rato

del que tuve la suerte de disfrutar. Todavía recuerdo la energía que me trans-

mitió. Me di media vuelta y con una sonrisa volví a trabajar.

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Elvira Rawson de Dellepiane (1867- 1954), segunda médi-ca en recibirse en la Argenti-

na

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ELVIRA RAWSONPor Florencia Chacón y Manuel Müller.

Primero viene la ignorancia, esa de la que na-

die tiene la culpa, pero todos son responsables. De

esta sale la injusticia, siempre acompañada de los

injustos. Por cada injusticia hay una víctima, los

cuales mueren cada día. Algún día las víctimas

igualarán a los injustos y entonces vendrá la guerra.

¿Fue la ignorancia lo que hizo que sus padres

la desconocieron al enterarse que se inscribiría en

la facultad de medicina? ¿O acaso fue su “amor”?

Su enojo no le dejaba distinguirlo.

El ruido atropellaba los pensamientos de Elvira

Rawson. Mientras estudiaba, trataba de mantener

su mente clara, sin embargo, últimamente no podía conseguirlo, por alguna

razón esta se trasladaba a la Revolución del Parque. Imaginó por un momento

los cuerpos sangrientos de civiles y militares; sus boinas blancas caídas en el

suelo manchadas de sangre, estallidos de mosquete saturando el aire… La

imagen se tornó muy dura. Las directivas de sus superiores eran simples; no

podía atender a ningún herido en el Hospital Rivadavia.

No la estaba pasando bien. No le importaba que sus padres le cortaran los

víveres al enterarse de que se había inscripto en la facultad de medicina. Tam-

poco le importaban las miradas torcidas y las malas maneras. Incluso no le im-

portaba la risa del decano al admitir su inscripción. “Otra Grierson…” le dijeron.

Pero lo que no podía dejar pasar, lo que no podía llevar en su conciencia, eran

inocentes muriendo, y eso era lo que estaba pasando, había civiles peleando.

Era de mañana. No podían ser más de las diez. Elvira estaba cambiándole

las sábanas a una mujer que acababa de tener un hijo. Un niño sano, por suer-

te, pensó mientras se llevaba la vasija con agua. También la mujer sobrevivió.

Se nota que hoy es un buen día para estar vivo. Esas palabras retumbaron en

su cabeza. “Estar vivo”.

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Había quien decía que la revolución estaba en las calles, buscando quien

la dirija. Tal vez de manera ingenua, ella esperaba que no hubiera guerra. Y

sus pensamientos volvían a los ojos del recién nacido.

Entonces, un salto a la realidad. Un estallido de voces, un manojo de gritos

pelados…. Entre los “Muerte a Cellman”, Elvira encontró su misión. La frase

parecía llegada del cielo, pidiendo que alguien interviniera. “Tomaron el Parque

de Artillería”. El tiempo se detuvo, el sonido cesó, el reloj murió. Estos fenóme-

nos escaparon de la atención de Elvira, puesto que ella estaba corriendo hacia

la puerta. En el camino encontró a un hombre entrado en años, de bata blanca

al igual que su poco pelo.

— ¿A dónde Rawson? –le preguntó con impertinencia.

— ¡Al Parque de Artillería! Esa gente se muere.

—Por eso es que usted se queda, para atender a los heridos del gobierno.

¿Se cree acaso la dueña, que sale y entra cuando quiere? Que novedad, una

mujer que se va a pasear. No se preocupe, que yo me quedo cerca de la puer-

ta, me fijo que no pase nadie que no merezca ser atendido.

Sentir la hiel subir del estómago, dejando un amargo sabor en la garganta,

en su camino hacia la cabeza, era algo a lo que Elvira estaba acostumbrada. Lo

miró muy fijo, como queriendo encontrar una salida a su problema. Entonces,

un milagro. Muy distraída y corriendo como corrió, olvidó dejar las sábanas del

parto en la lavandería. Esbozó una sonrisa pícara, casi macabra, justo antes de

tirar las sábanas inmundas sobre ese imponente hombre, dejando nada más

que un alto y mugroso fantasma. Entre que el hombre peleaba con la pegajosi-

dad de la tela, Elvira pasó por su lado hacia la puerta. Se hubiera ido, pero no

resistió la tentación. Se dio media vuelta en los escalones de que iban a la ca-

lle, y encarando el hospital gritó con todas sus fuerzas: “¡Los hospitales son del

pueblo, no del gobierno!”. Como su corazón era más fuerte que su cabeza, de-

sobedeció las órdenes arriesgando su propia vida, y aunque adhería a la Unión

Cívica Radical, ayudó a ambos bandos.

Dos años después, se transformó en la segunda mujer en graduarse de la

facultad. En el futuro guardaría su título junto al reloj de oro que el Sr. Alem le

había dado por su ayuda en el Parque de Artillería.

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Al poco tiempo, su tesis “Apuntes sobre la higiene de la mujer” le otorga-

ría su doctorado. Este trabajo marcaría un comienzo en lo que sería una larga

carrera dedicada a la mujer.

En esta se puede destacar el año 1907 en el cual fundó el Centro Feminis-

ta, cuyos propósitos eran propender a la emancipación intelectual, moral y ma-

terial de la mujer cualesquiera sean sus condiciones sociales; sería una falta de

respeto olvidarse de la Liga Feminista Nacional de la República y del Primer

Centro Feminista del Libre Pensamiento.

Cinco años más tarde, de modo paralelo a sus numerosas luchas y activi-

dades, encontró el tiempo para casarse con Manuel Dellepiane Sasso con quien

tuvo siete hijos. Esto apoyaba su postura contra el casamiento precoz y los da-

ños fisiológicos que causaba en las mujeres inmaduras, ya que se casó a los

treinta y tres años. En el mismo año milito en la Unión Cívica Radical Yrigoye-

nista, aunque sólo contó de ella de modo episódico e inorgánico.

En 1912 el Sufragio Universal Masculino en la Ley Sáenz Peña no pasó

desapercibido por ella, debido a que siete años después fundó la Asociación

Pro Derechos de la Mujer, la cual llegó a tener once mil afiliados.

Entre los innumerables congresos de los cuales participó, estalló la guerra

civil española, esto la llevó a ser impulsora de una importante cantidad de acti-

vidades solidarias para con España.

Durante una época repleta de presidentes de facto y ya entrada en años,

no descansó hasta que en un gobierno constitucional vio concretada su pelea

por el voto femenino en 1951.

Después de una vida plena viendo crecer a sus hijos y luchando por las

mujeres, falleció a los ochenta y siete años en Buenos Aires.

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Buenos Aires, 31 de diciembre del 2010Señor Héctor RodríguezEntrevistador de ClarínAsunto: Entrevista

Nos comunicamos con usted con el fin de ofrecerle la oportunidad de entrevistar a un famoso escritor de nuestro país, Ernesto Sábato, celebrando así sus casi 100 años. Esperamos contar con una buena crítica y desde ya Ud. tendrá un merecido reconocimiento.

El domicilio es: Langeri 3135 en Santos lugares, Provincia de Buenos Aires. Al llegar al lugar lo atenderá su secretaria, Raquel. Deberá pre-sentarse el día 26 de enero del 2011 en el horario de las 15:00 hs.

Esperamos su grata concurrencia.Saludos cordiales,

Roberto Alaya,Representante de la revista Clarín.

Ernesto Sábato (1911-2011), escritor argentino

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SÁBATO, LA GRAN ESTRELLA ESCRITORAPor Ian Álvarez y Juan Manuel Tomaselli

Estaba tranquilo en mi sala de estar leyendo,

como de costumbre, has ta que un ruido molesto

perturbó mi lectura. Era el timbre de mi casa el cual

estaba averiado y debía arreglarlo. Coloqué el seña-

lador, me levanté del sillón, caminé hacia la puerta,

miré por la perilla y observé a mi vecina vestida for-

malmente para irse al trabajo con cara de enojo. Le

abrí la puerta y me dijo:

-¡Basta, basta!, no se lo digo más o arregla ese

timbre o vas a tener que vivir a golpe de palmas

Reaccioné de forma indiferente-bueno, luego lo

arreglo.

De repente, se acerca a mí y estira su brazo de-

recho en el cual sostenía un sobre de mi actual trabajo, Clarín. Un silencio in-

cómodo nos molestaba, hasta que cerré la puerta de un portazo. Tranquilo me

senté en una silla en la mesa del comedor y la abrí:

Al terminar de leer la carta la solté y salté de la alegría ya que era un gran

seguidor de él. Tomé papel y lápiz y rápidamente les respondí de forma afir-

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mativa. Preparé los materiales para realizar la entrevista y su libro más famoso

“El túnel” para que lo autografiara. Llegó el día de la entrevista, fui a la esta-

ción Retiro y tomé la línea San Martin con rumbo a Santos Lugares. Bajé del

tren y me dirigí hacia su hogar. Cuando llegué a la dirección lo único que veía

era una gran cantidad de vegetación y apenas unas manchas blancas y amari-

llas que mientras atravesaba el gran follaje tomaba forma de casa. Toqué el

timbre y me abrió la puerta una bella mujer de unos 20 años de cabello rubio y

hermosos ojos celestes, su belleza me atontó.

-Usted es quien viene a entrevistar a Ernes ¿Me equivoco?

-No se equivoca- le respondí con la vista perdida.

-Pase.

Al poner un pie en la casa me asombré por la gran cantidad de libros que

poseía, los premios que él había ganado y una gran cantidad de hermosas pin-

turas con gran cantidad de tonos de grises, algo que solo él hacía.

-Preparé los materiales, yo ya lo traigo- Me dijo la hermosa Raquel.

Tomé asiento, tome papel y lápiz y mantuve cerca de mí su libro. Levante

la vista y observé un gran paquete, el cual me llamó la atención. La joven mu-

chacha llegó con Sábato trayéndolo por el codo y él con un bastón. Tomó

asiento, ella se retiró y me presenté.

-Buenas tardes, me llamo Héctor y soy corresponsal del diario Clarín; afor-

tunadamente he sido seleccionado para entrevistarlo en una fecha tan espe-

cial… cumplir 100 años no es algo de todos los días- le dije conteniendo la

emoción. Estaba vestido de traje, pelo hacia atrás y unos anteojos oscuros.

-Sólo Dios sabe cuánto tiempo me queda por vivir. Mucho gusto Héctor,

ya veo que me debe conocer, he visto el libro que trajiste, con la poca vista

que me queda pude observarlo-me contestó- Dame que te lo firmo. Y agregó: -

¿perdón puedo tutearte? ¡Podés ser mi hijo!

Se lo acerqué con una felicidad que no podía contener y le contesté:-¡cla-

ro es un honor!

-Antes de comenzar, le podría ¿preguntar qué es ese gran paquete? Ten-

go curiosidad desde que puse un pie en esta habitación.

-Es una moderna computadora con una gran pantalla para que yo pudiera

ver, que me mandó una editorial que ya no recuerdo el nombre, pero la voy a

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devolver porque no hay como escribir en mi vieja Olivetti donde ya conozco las

teclas como a mi casa. ¿Empezamos con las preguntas?- me dijo entusiasmado

mientras tocía.

-¡Cómo no!- le respondí- ¿Cómo llega al movimiento surrealista?

- Una pregunta muy típica. Cuando estaba en Curie tuve contacto con un

grupo de artistas surrealistas tales como Domínguez y Breton, con el que tuve

una gran amistad, con los cuales firmé el primer manifiesto donde veíamos a

la expresión del pensamiento sin la necesidad de la intervención de la razón

esto lo transmití mucho en “El túnel”, “Antes del fin”, “Abbadon el Extermina-

dor”.

-¿Qué es lo que lo llevo a escribir “El túnel”?

Quería mostrar lo oscuro del alma y lo que el hombre quiere conocer

como la verdad. En el amor no hay esperanza, no se puede alcanzar el amor

absoluto a nivel humano, la escribí de forma pesimista.

-Esta pregunta poca gente se la debió hacer. ¿Qué lo llevó a cambiar la

Ciencia por la Literatura?

-¡Es la primera vez que me hacen esta pregunta!- cambiando a una cara

de asombro y hablándome de forma irónica-Fue una crisis existencial, en el

laboratorio Curie me sentí vacío de sentido. Golpeado por el descreimiento,

seguí en la ciencia por inercia. Veía a la ciencia como moral y que llevaría al

mundo hacia el desastre. Esto, en parte, lo demuestro en mi primera publica-

ción “Uno y el Universo”.

-Interesante. ¿Cuáles fueron sus inicios en la política?

-Fui militante del movimiento de reforma universitaria la cual tenía ten-

dencia comunista, donde conocí a mi mujer-cambiando su cara a una más tris-

te- fui enviado a Moscú como delegado del partido comunista, empecé a tener

dudas sobre seguir este partido y me escapé a París.

- Manteniéndonos en el tema político ¿Qué lo hizo escribir “El otro rostro

del Peronismo”? ¿Por qué se dice antiperonista?

Muy poca gente se interesa en esta cuestión. Con este libro quería demos-

trar mi antipatía por el General Perón, ya que me molestaba sus injusticias, su

despotismo, pero sí quería defender la tarea social de Evita. Me llamó la aten-

ción todo su trabajo y el amor que cosechó con su pueblo. Defendí el anhelo

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de justicia y de dignidad para su pueblo, hecho que fue criticado por muchos

intelectuales de aquel tiempo. Estoy en contra del peronismo por sus defectos,

no por sus privilegios; no soportaba la expulsión de maestros y profesores por

no someterse a las directivas del gobierno, cosa que luego les ocurrió a ellos

en 1955.

-Todos sabemos que tuvo algunas peleas con otro gran escritor, Jorge Luis

Borges, pero ¿Por qué su pelea eterna?

- Si bien los dos estábamos en contra del peronismo, él no me perdono el

que yo en una entrevista radial haya difundido los aprietes a los obreros y mi

simpatía por toda la obra de su esposa, Eva.

-Hagamos un cambio, vayamos a lo familiar. ¿Cómo era su vida en el pue-

blo de Rojas? ¿Cómo era usted de chico?

- Soy hijo de Juana María Ferrari y Francisco Sábato, el décimo de once

hermanos. Tengo pocos recuerdos de aquellos tiempos ya más de 90 años pa-

saron de aquel entonces-riéndose-. Tengo el triste recuerdo de cuando de pe-

queño me escondía por temor a mi padre. Era un niño tímido y cerrado, pasa-

ba las tardes observando a los otros chicos cómo se divertían por la ventana,

aunque siempre me vi como un niño-problema.

-¿Qué importancia tuvo su esposa Matilde en sus obras?

Ella fue mi compañera de toda la vida-mientras miraba al cielo recordán-

dola-, fue la que me obligaba a escribir cuando no tenía ganas. Fue mi correc-

tora, mi sostén y la que revisaba todo aquello que yo tiraba, ya nadie ve los

dibujos que tiro. Ella muchas veces llevaba mis escritos para presentarlas en

las editoriales. Yo siempre creí que debía aparecer su nombre junto al mío en

los libros, pero ella nunca lo aceptó.

-Hablando de esas tan interesantes pinturas ¿Qué lo llevo a comenzar a

pintar?

-Fue mi primera pasión desde mi niñez. Por cuestiones médicas me vi obli-

gado a dejar las letras, mi falta visual hizo que las pequeñas letras ya no las

vea entonces volví a mi primer amor, la pintura, que me calma los nervios y

me volví autodidacta.

-Me contaron que usted es muy obsesivo por el orden. ¿Es cierto?

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Le cuento para que me conozca un poco más que soy muy obsesivo con el

orden, mis nietos se ríen porque en este mueble-señalándolo- tengo todo clasi-

ficado. En cada cajón guardo cartas de lectores, en otro declaraciones políticas

traducciones, trabajos, entre otras cosas, y me molesta de sobremanera que

toquen mis cosas. El orden suele tranquilizarme.

-Última pregunta, señor. ¿Qué sintió el momento de la muerte de su hijo?

Su cara de interés cambio a una cara larga y llena de tristeza, se produjo

un silencio que parecía eterno hasta que me dijo:-Podríamos omitir esta pre-

gunta. Por favor retírese, le agradezco el haber venido. Sentí que mi pregunta

había arruinado los recuerdos cuando vi que una lágrima caía de sus ojos- y

agregó:- Raquel guie al joven a la salida.

Tomé mi equipo y Raquel me llevó afuera. Con vergüenza agregué: no

quise ser cruel. Ella me miró e hizo una mueca irónica, entendí. Le pedí su nú-

mero de celular para poder estar en contacto con ella, me lo dio y me retiré.

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Cecilia Grierson (1859-1934), primera médica argentina.

14

ELLAS PUEDEN LOGRARLO TODOPor Milagros Canedo Pero y Fernando Niño Rodríguez Bontem-

pi

Había imaginado este día en mi mente. Lo ha-

bía pensado más como una fantasía imposible,

como un anhelo inalcanzable, una alucinación. Esa

misma palabra había usado mi padre:-Estas aluci-

nando-.

Nos encontrábamos sentados en el comedor,

compartiendo una cena con la familia lejana de mi

madre, aquella de gran linaje a la cual veíamos solo

escasas veces al año. En esas ocasiones la fina pla-

tería era colocada en la mesa, mi madre se vestía

con uno de sus mejores vestidos de Europa y se co-

cinaban las más exquisitas delicias. Mi padre me

había suplicado que me comportase como una señorita y que no dijera cosas

inadecuadas, sin duda esto se debía a las fuertes discusiones que habíamos

adquirido los últimos meses por mis pensamientos “inmensamente liberales y

de carácter feminista” para esta sociedad. No entiendo todavía porque, luego

de tales advertencias, creí que era el momento indicado para soltarle lo que

me estaba guardando en mi interior desde hace mucho tiempo:-Quiero estu-

diar medicina- dije, y las palabras salieron de mi boca como un grito, con orgu-

llo. La charla ligera que se estaba llevando a cabo hace unos minutos sobre la

increíble inauguración de la Avenida de Mayo y el último terremoto en San Juan

ahora se convertía en un silencio lúgubre.

La Escuela de Enfermeras del Circulo Medico Argentino era, extrañamente

para la sociedad del momento, un mar de mujeres. Estudiar enfermería no era

mi gran aspiración en la vida, pero en defensa de la carrera, la infraestructura

del lugar era decente, los educadores grandes expertos y a decir verdad, el

pensamiento de socorrer y auxiliar al prójimo cuando lo precisaban me cautiva-

ba y atraía. Además mi padre no me había dado mucha opción. Él era un hom-

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bre cordial y cariñoso pero también, muy recto y estricto, a quien le concernía

mucho lo que pensaran los demás. Aun así valoraba el esfuerzo que había rea-

lizado para que yo ingresara a la escuela; esta era la única en el país y al ser

escasos los cupos, eran pocos los afortunados en recibir esta educación. Él

tampoco vacilaba en machacarme con esto a todo momento. Pero era cierto

detalle el que le irritaba como piedra en bota. –Es delirante que a una señora

se le encomiende la tarea de dirigir una escuela tan importante, no quiero que

Amelia tome estúpidas ideas feministas- eso había escuchado un mes antes de

incorporarme a la escuela, con la oreja pegada a la puerta de mi habitación,

mientras mi padre discutía con mi madre. De la misma manera pude oír el ulti-

mátum: – Aceptare que ingrese a la escuela pero a la primera tontería que sur-

ja de su boca, analizaremos las posibilidades de otra universidad en el exterior.

Así se hará, sin alteraciones- había expresado firmemente luego de la insisten-

cia de mi madre.

Estábamos en las clases de preparación de Obstetricia cuando una noticia

nos asombró y emociono a todas:–Este mes gozaremos del honor de contar con

cinco cursos dictados por la virtuosa Doctora Cecilia Grierson, honrada funda-

dora de la escuela y especialista en la Catedra- había anunciado el profesor

con entusiasmo. Esto me produjo mucha intriga, había oído sobre esa gran mu-

jer y las hazañas que había realizado: ser la primera mujer con un título univer-

sitario en toda Latino América, haber participado de la primera cesárea en el

país y claro de lo que todos estábamos al tanto, había fundado esta escuela

aun antes de consagrarse como doctora. Pero, ¿Qué haría mi padre al enterar-

se? Grierson y sus ideologías no le agradaban en absoluto… Debía mantener

esto en secreto, bajo todas las circunstancias.

Era lunes en la mañana y me encontraba en la entrada de la sala de Obs-

tetricia, donde se llevarían a cabo los cursos. Aguardaba la llegada de las de-

más estudiantes y claro, de la mismísima Doctora Grierson. No lograba ocultar

mi emoción; había pasado todo el fin de semana cuestionándome que nos en-

señaría esta mujer o si nos platicaría de sus proezas. Hasta me había tomado

la precaución de repasar los temas primordiales de la catedra ya que, me ate-

rraba la idea de lucir como una ignorante frente a tal importante persona. Ya

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estábamos ubicadas en la sala, cuando un portazo nos tomó por sorpresa a to-

das. Entro una mujer que rondaba los treinta y tantos años, de cara redonda,

cabello castaño recogido y penetrantes ojos azules vestida en un uniforme de

enfermera. Tenía una expresión severa y se había apresurado a sentarse en su

escritorio de manera alborotada. No parecía de ánimos para saludar o presen-

tarse, parecía casi obligada a estar allí. Repentinamente sus ojos se desviaron

hacia mí con una cara de disgusto–Usted- dijo- parece que se ha tomado la li-

bertad de asistir sin uniforme de enfermera a los cursos de la misma persona

que ha reglamentado su uso obligatorio en esta escuela-. Mi rostro adquirió un

rojo escarlata de la vergüenza. ¿Cómo no había notado que todas se hallaban

con sus uniformes excepto yo? No fue, en definitiva, un gran comienzo. Apa-

rentemente no fui la única que no adoptó una mueca de su parte, parecía ser

que su mal genio se debía a su resultado en el concurso para cubrir el cargo de

Profesor Sustituto de la Cátedra de Obstetricia para Parteras. Así lo expresó

con disgusto durante la hora transcurrida:-Fue únicamente a causa de mi con-

dición de mujer, según refirieron oyentes de los miembros de la mesa examina-

dora, que el jurado dio en este concurso de competencia por examen, un extra-

ño y único fallo: no conceder la cátedra ni a mí ni a mi competidor, un distin-

guido colega.- Luego nos pidió que leyéramos los capítulos Uno y Dos del Volu-

men Uno de Obstetricia y allí concluyo la primera clase. Debo aceptar mi de-

cepción en aquel momento, no era lo que me había imaginado, en absoluto.

La segunda clase, el lunes siguiente, Grierson se presentó de mejor hu-

mor, probando que, la hipótesis de que el tiempo sana gran parte de los eno-

jos, era verdadera. Esta vez comenzó con más optimismo y algún que otro re-

cuerdo melancólico: -Creo que nací para ser maestra, recuerdo algunas esce-

nas desde los dos años de edad, donde siempre en mis juegos era una maes-

tra- había comentado con una sonrisa en el rostro- Sin embargo, un penoso

episodio transformo mi deseo. Tenía una amiga, Amelia Kenig, distinguida com-

pañera, de noble espíritu, cuyo organismo se hallaba minado por una lenta en-

fermedad. Creía que podría salvarla poseyendo los conocimientos necesarios,

es decir, siendo médica ¡Vana ilusión! Murió algunos años después que obtuve

el diploma anhelado.- Aquel hecho me había llegado al corazón y también com-

prendí porque Cecilia había sonreído cuando le dije mi nombre al principio de la

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clase. Esta mujer era realmente sabia, era extraordinaria la inmensidad de co-

nocimientos que poseía, de igual forma exigente, a la tercera clase ya contába-

mos con más de la mitad de los conocimientos de la Catedra.

En la cuarta clase compartió con nosotros sus experiencias vividas a prin-

cipios de 1886, cuando la ciudad de Buenos Aires fue azotada por la tercera

epidemia de cólera del siglo y la Asistencia Pública requirió la colaboración de

todos los estudiantes de medicina. En la Casa de Aislamiento Cecilia había tra-

bajado como ayudante junto al Dr. Penna y el Dr. Estévez:-"Los días agotadores

pasados en la casa de Aislamiento me hicieron concebir la idea de educar a

enfermeras, puesto que no había quien respondiera a las necesidades de los

enfermos.- dijo. Había resaltado también que el mejor medio de proporcionar

alivio a los que sufren era colocar a su lado personas comprensivas, afables y

capacitadas que puedan colaborar con el médico en la lucha por recobrar la

salud. En la sexta clase Cecilia había fomentado su pensamiento sobre la posi-

bilidad de que las mujeres pudiesen disponer de sus propias ganancias o for-

masen parte de sociedades civiles o mercantiles, lo que me parecía muy cohe-

rente. Admiraba la valentía que poseía para dialogar y discutir sobre lo que na-

die se animaba a hablar. Yo había comentado al pasar sobre estos pensamien-

tos en la cena y a mi padre no pareció agradarle mucho el hecho. Me había ful -

minado con la mirada y mi madre se había mostrado indiferente mientras se

levantaba para dirigirse a su habitación.

Era la última clase y todos nos descubríamos con cierta nostalgia, funcio-

nábamos bien como grupo y finalmente, a pesar de haber iniciado con el pie

incorrecto nos habíamos encariñado con la presencia de Grierson. Ya habíamos

entregado nuestros trabajos finales y cada uno tomaba sus materiales para re-

tirarse cuando Cecilia me llamo a su pupitre: ¿Hay algo mal en el reporte?- pre-

gunte preocupada. –No- contesto ella sonriendo- es solo que quería decirte

algo importante antes de que te retiraras. Amelia, eres buena como enfermera,

pero, ¿Es eso lo que verdaderamente anhelas? Yo creo que tienes la valentía

necesaria para lograr ser una médica, aunque no te prometeré que será un ca-

mino fácil, yo veo en ti, un reflejo de mí, yo misma sufrí la ridiculización y el

aislamiento por ser la única mujer de la Facultad y hasta el día de hoy sigo pa-

Page 19: Algo habrán hecho...

18

sando por esto, intenté inútilmente ingresar al Profesorado de la Facultad en la

sección en la que podía enseñar pero ya sabes, para las mujeres esto es una

batalla y yo creo que tú puedes vencerla. ¿Por qué no lo intentas?- Se me llena-

ron los ojos de lágrimas, solo logre decir gracias y retirarme.

María Amelia del Valle. Es entonces cuando oigo mi nombre y eso me trae

de vuelta al presente, a donde estoy ahora. Me aterro, mis piernas comienzan

a temblar y no comprendo cómo estoy llegando al escenario. Es allí donde me

encuentro con rostros conocidos, los cuales he visto repetidas ocasiones en los

últimos meses. Allí está el director de la Universidad, varios de mis profesores

y para mi sorpresa, la Doctora Grierson. No puede ser, pensé, ella se encontra-

ba en Europa desde hace mucho tiempo participando de Congresos de Mujeres

y desempeñando cursos de perfeccionamiento allí; froté mis ojos, talvez las

largas noches de estudio estos últimos días estaban afectando mi vista. Pero

no, Cecilia estaba allí verdaderamente y ahora extendía su brazo hacia mi en-

tregándome mi diploma. Lo tome con mis manos temblorosas, lo tome con to-

das mis fuerzas, con desesperación, como si de eso dependiese mi vida. En

parte así lo era, la medicina y todo lo que brotaba de ella era parte de mí, el

hecho de sanar a los demás, el maravilloso acto de salvarle la vida a una per-

sona era lo que llenaba mi espíritu. Cecilia me abraza con alegría y puedo no-

tar el orgullo en su mirada, me habla el oído para que solo yo pueda oírla:

“Amelia del Valle, enfermera y médica, nosotras, las mujeres, sí que podemos

lograrlo todo”.

Page 20: Algo habrán hecho...

Juan José Castelli (1764- 1812), abogado y político argentino.

19

EL ORADOR DE MAYOPor Mora Antunez y Tomás Moirón

Mi nombre es Pedro Castelli y vengo a con-

tarles un poco de la vida de mi padre, Juan José

Castelli.

Él nació en Buenos Aires el 19 de julio de

1764. Fue el primero de los ocho hijos de mis

abuelos Ángel Castelli Salomón y Josefa Villa-

rino, a través de la cual estaba emparentado

con Manuel Belgrano, de quien era primo.

Se casó con mi madre María Rosa Lynch

con quien tuvo seis hijos.

Mi padre, un hombre culto y polifacético,

entró en contacto con los patriotas revolucionarios y colaboró en el Semanario

de Agricultura, en la Sociedad Patriótica y en la Real Sociedad Universal de la

Argentina. Se lo reconocía como el “orador de mayo” por una fuerte participa-

ción en dicha revolución. Cuando llegó la noticia de la caída de la Junta de Sevi-

lla en poder de los franceses, el grupo de mi padre y Belgrano dirigió el proce-

so que llevaría a la nombrada como “Revolución de Mayo”. Él y Saavedra eran

los líderes más notorios de esos días, lo que hicieron en primer lugar fue des-

cartar la idea de expulsar a Cisneros por la fuerza.

Esa semana de Mayo testigos y protagonistas de esos días lo menciona-

ron en multitudes de distintos lugares y actividades, negociaron con los hom-

bres del Cabildo en casa de los Rodríguez Peña participando de la planificación

de los pasos a seguir por los criollos, en los cuarteles arengando a las milicias,

visitaron el Fuerte para que su presencia sirviera como presión a Cisneros. El

mismo Cisneros, al describir los acontecimientos al Consejo de Regencia, lo lla-

mó “el principal interesado en la novedad”, es decir, en la revolución.

Mi padre, insistía en todas sus reuniones con la idea de que, a falta de

una autoridad legítima, la soberanía regresaba al pueblo y este debía gober-

narse a sí mismo. Más adelante se impuso la idea de destituir al virrey, pero

como Buenos Aires no tenía autoridad para decidir unilateralmente la nueva

Page 21: Algo habrán hecho...

20

forma de gobierno, se elegiría a un gobierno provisorio, en tanto se solicitaban

diputados a las demás ciudades para tomar la decisión definitiva. Sé que hubo

diferencias sobre quién debía ejercer ese gobierno provisorio, algunos soste-

nían que debía hacerlo el cabildo, y otros que debía elegirse una junta de go-

bierno. La tensión crecía, el mal humor y la desconfianza enarbolaban la ban-

dera del fracaso. Para unificar criterios en dichos momentos desesperantes, mi

padre se plegó a la propuesta de Saavedra de formar una junta, pero con el

añadido de que el síndico procurador del cabildo, Julián de Leiva, tuviese voto

decisivo en su formación. Con esto buscaba sumar a los antiguos partidarios de

Álzaga, como Mariano Moreno, Domingo Matheu y el propio Leiva.

Sin embargo, el poder que recibió Leiva le permitió realizar una maniobra

que mi padre no había previsto. Aunque se aprobó el cese de Cisneros como

virrey, Leiva conformó una Junta con Cisneros como presidente. Los otros

miembros habrían sido el cura Juan Nepomuceno Solá, el comerciante José

Santos de Inchaurregui, del partido español, y Saavedra, junto con mi padre en

representación de los criollos. El grueso de los criollos rechazó el proyecto, no

aceptaban que Cisneros permaneciera en el poder aunque fuera bajo otro títu-

lo; desconfiaban de las intenciones de Saavedra y estimaban que mi padre,

solo en la junta, poco y nada podría lograr. Él y Saavedra renunciaron ese mis-

mo día y la Junta organizada por Leiva no llegó a gobernar.

Recuerdo que una noche los dirigentes criollos se reunieron en la casa de

Rodríguez Peña y redactaron una lista de integrantes para una junta de go-

bierno que se presentó el 25 de mayo, mientras que French, Beruti, Donado y

Aparicio ocuparon con gente armada, la plaza y sus accesos. La lista agrupaba

a representantes de las distintas extracciones de la política local. Lezica infor-

mó finalmente a Cisneros que había dejado de mandar. En su lugar asumió

la Primera Junta, Saavedra.

Mi padre y Moreno se habían vuelto grandes amigos ya que juntos encabe-

zaron las posturas más radicales de la junta.

Siempre contaba que la primera medida que tomaría en la junta seria ex-

pulsar a Cisneros y a los oidores de la real audiencia diciéndoles que sus vidas

corrían peligro, enviándolos de regreso a España.

Page 22: Algo habrán hecho...

21

Esto fue un poco de su participación en la Revolución de Mayo, ahora solo

me queda contarles un breve y triste fin de esta historia, o por lo menos yo lo

escribo así.

Lamentablemente, por la noche del 11 de octubre de 1812, en la parro-

quia de la Merced, recibió todos los sacramentos, pidió papel y lápiz y escribió:

“Si ves al futuro, dile que no venga”. Así, “el orador de la revolución” murió de

cáncer de lengua en las primeras horas del 12 de octubre.

Page 23: Algo habrán hecho...

Juana Paula Manso (1819- 1875), escritora y activista del

feminismo en la Argentina

22

LA PRIMERA FEMINISTA, REVOLUCIONARIA Y EDUCADORA DE LAS PROVINCIAS UNIDAS DEL RÍO DE LA PLATA.

Por Martín Castro y Daniela Hammerschmi-dt

Juana Manso falleció el 24 de Abril de 1875 y

sus dos hijas Eulalia y Herminia, en 1885 (a diez

años de su fallecimiento), quisieron rendirle home-

naje a su madre organizando una reunión, en la

casa de su hija mayor, Eulalia. Concurrieron familia-

res, discípulos, conocidos e incluso Sarmiento; quie-

nes buscaron exaltar las virtudes maternas: amor a

la educación y libertad de la mujer, que hasta esa

época no se tenían en cuenta.

Sus hijas en dicha reunión, decidieron narrar

los hechos más destacados de su madre.

-Ella dedicó toda su vida a mejorar la educa-

ción.- Expreso Herminia, mientras servía té a los

invitados. –creía que con una escuela limpia, alegre y luminosa, ayudaría a

despertar el interés por aprender, a los niños.

-Cuando se exilió a Brasil, luego de haber estado en Montevideo, dictó cla-

ses a familias acomodadas, como la mía.- Explicó unos de los discípulos de Jua-

na.

-Cuando nos conocimos, fui quien la ayudó y apoyó, nombrándola directo-

ra de una escuela de niños y niñas.- expresó Sarmiento, mientras buscaba al-

gunos papeles que había traído con él.

-También le presentó a Domingo nuevos planes de estudio y la idea de

crear jardines infantiles y bibliotecas populares, para así ayudar a los niños en

su estudio.- Explicó Eulalia luego de sentarse en uno de los sillones libres.

-Escribió libros, como “El compendio de la historia Argentina del Río de la

Plata”, y tradujo obras de educación.

Page 24: Algo habrán hecho...

23

-Dirigió los “Anales de la Educación Común”, que fue una publicación que

había creado para fomentar la educación.- dijo Domingo estirando, unos ya

doblados, recortes de diarios.

- Creó un periódico, de poco éxito, “El Álbum de Señoritas”, donde expre-

só sus ideas de educación, igualdad de sexo, libertad religiosa y defensa de los

pueblos originarios.- comentó la menos de las hermanas mientras mostraba

algunas de las publicaciones.

- Desde joven fue independiente y participaba de reuniones con escrito-

res, donde exponía sus opiniones e ideas.- opinó unos de los familiares más

cercanos a ella.

-Cuando ya faltaban pocos días para que falleciera y aunque ya no tuviese

fuerzas, nos leyó y escribió, en una ya vieja hoja que todavía guardamos, las

palabras que quería que grabásemos en su lápida:”Aquí yace una argentina

que, en medio de la noche de la indiferencia que envolvía a la Patria, prefirió

ser enterrada entre extranjeros antes que profanar en santuario de su cons-

ciencia”.

- Dos días antes de su muerte, el mismo día en que le pidieron que negara

su fe, a lo cual ella rechazó, prefirió ser enterrada en el Cementerio Inglés, nos

volvió a recordar aquellas palabras…, con una sonrisa se despidió involuntaria-

mente de nosotras.

Juana Manso, maestra por excelencia, la cual tuvo que luchar con enjun-

dia para imponer sus ideas.

Page 25: Algo habrán hecho...

Ignacio Pirovano (1844- 1895), cirujano argentino.

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LAS HAZAÑAS DE IGNACIO PIROVANOPor Constanza Ferraro y Fabricio Pastor

Todas las tardes se desarrollaban con tran-

quilidad, el sol escondiéndose tras los árboles de-

jando sus últimos rayos sobre la terraza, los infal-

tables mates, las anécdotas y largas charlas; pero

esta tarde, las cosas no fluyeron con normalidad.

Había pasado unos veinte, veinticinco minu-

tos intentando tranquilizarlo, rescatarlo de aquella

situación. Alcanzó altas temperaturas de fiebre,

tuvo alucinaciones, pasó largos períodos llorando,

gritó hasta cansarse, realizó movimientos brus-

cos… estaba bajo un comportamiento que, si mi

memoria no falla, jamás había tenido, exceptuando la muerte de su madre,

pero ese es mi único recuerdo de un estado semejante. Claro que tras haber

compartido con él años de trabajo, estudio, además de observaciones y conoci-

miento acerca de cómo tratar este y muchísimos tipos de problemas respecto

a la salud, y teniendo en cuenta toda su sabiduría que me compartía diaria-

mente yo, era quien mejor que nadie, sabía tratar la situación manifestada.

Mi cariño hacia su persona era inmenso, y por todos aquellos motivos y

este, era que había aceptado este tan importante papel en su vida que llegaba

a su fin con el paso de los días; ser quien cuidara a Ignacio Pirovano hasta que

llegara su momento final. Lo cierto es que tras grandes épocas de trabajar jun-

tos, yo sabía perfectamente la forma en la que hubiese reaccionado él frente a

un hecho de este tipo, pero aún así, no comprendía qué podría llegar a estar

pasando en su interior que le causase tal malestar. Y es que era exactamente

en esos momentos en los que en mi mente transcurrían los pensamientos que

justificaban todas mis preguntas, ya que fue uno de los médicos más prestigio-

sos de nuestro país, y al haber tenido que retirarse tras el cáncer que lo ator-

mentaba día a día, y el cual ya había debilitado toda esperanza posible por re-

cuperarse, no me quedaban dudas acerca de su actitud, y su visión negativa

ante la situación que estaba viviendo.

Page 26: Algo habrán hecho...

25

Lo entendía, respetaba e intentaba de ayudar como pudiese. Realmente,

quien quiera que lo piense, es irónico cómo un médico de su clase, que dedicó

todos y cada uno de sus días buscando un avance, un progreso, un nuevo des-

cubrimiento para la ciencia, una ayuda hacia los demás, una nueva cura, una

persona que no pasó ni un momento sin encabezar un nuevo estudio, que con-

tó con el apoyo de su familia, quien consiguió innumerables premios y distin-

ciones, el que tuvo el apoyo del gobierno para poder realizar avances y estu-

dios en otros países, en fin e intentando de resumirles una pequeñísima por-

ción de todo lo que logró Ignacio, alguien que se dedicó exclusivamente a lo

que amara, se encontrara luchando por el resto de su vida, con el peor final

anunciado posible para un médico; morir por una enfermedad terminal, incura-

ble, irreversible. Al fin y al cabo, logre tranquilizarlo, como acostumbraba a ha-

cer, recordándole todo lo que le había dejado a este mundo y todos los logros

que había conseguido.

Sentía ir y venir las palabras y pensamientos que fluían por mí, como en

microsegundos, hasta que, de repente, fueron interrumpidos por un extraño y

fuerte ruido. Inmediatamente, salí disparado del comedor, subí la escalera lo

más rápido que pude y abrí la puerta de la habitación principal, su habitación.

Mi instinto me decía que se había roto algún objeto, o caído alguna vasija, y

que mi compañero continuaría durmiendo con tranquilidad. Fallé. Al ingresar a

la habitación, me encontré con una situación que realmente me paralizó; se

había caído de la cama, estaba llorando desconsoladamente, recuerdo ese mo-

mento como uno de los más tristes que viví. Sinceramente, pensé que no había

marcha atrás. Lo tomé entre mis brazos, lo acomodé nuevamente en su cama,

e inicié otra de nuestras largas conversaciones, esta vez le pregunté qué le es-

taba ocurriendo con sus comportamientos, a lo que me respondió:

“¿Cómo? ¿Cómo me voy a sentir? Si pasé cada día de mi vida entregándo-

lo todo por mi meta, mi sueño, mi carrera. Llegué al país en busca de trabajo, y

traigo conmigo muchísimo más que eso. Lo que estoy pasando es de lo más

complicado que he pasado, luego de entregarlo todo, e incluso habiendo alcan-

zado muchos de mis sueños, tener que renunciar a ellos por una enfermedad

de la cual no puedo hacer nada al respecto, me mata más que ella en sí. Siento

una gran presión por salir adelante, lo necesito. Es una gran responsabilidad

Page 27: Algo habrán hecho...

26

para mí poder seguir logrando beneficios en las personas, curándolas, salván-

dolas, o mínimamente apoyándolas. Que tanto mi padre como mi abuelo hayan

sido médicos aumenta este deseo aún más, me da más auto exigencia, pero

todo es inútil, nada puedo hacer ya. Hice todo lo que tuve a mi alcance a lo lar-

go de toda mi vida, desde trabajar como farmacéutico, hasta llegar a ser prac-

ticante del Doctor Francisco Muñiz en la Guerra del Paraguay en 1865, incluso

durante las epidemias de cólera y fiebre amarilla.

Lo que más marcó mi vida fue mi logro de perfeccionar la utilización

de la asepsia en la cirugía argentina y realizar la primera laparotomía del país,

y haber educado y formado como personas a un gran número de gente, lo que

me valió el título de ser el “Padre de la Cirugía Argentina”. Cada vez que cuen-

to esto se me llena de orgullo el alma.

Mi mayor agradecimiento, además de a mi familia y personas cerca-

nas, se lo debo a las instituciones que me enseñaron y formaron, a el Colegio

Nacional de Buenos Aires, y a la Facultad de Ciencias Médicas de la Universi-

dad de Buenos Aires, en donde realicé mis estudios.

Me especialicé en cirugías de cabeza, cuello y extremidades, pero mi

trabajo no solo trascendió en quirófanos, sino en mi vida en sí.

No tengo nada que reprochar en tanto a mi estilo de vida, mis lo-

gros, mi desarrollo. Considero haber tenido una vida muy exitosa y ejemplar,

claro que antes que se haya manifestado mi cáncer. Conté con todo el sostén

posible de muchísimas personas, hasta del Estado, que me garantizó becas y

permisos para realizar estudios en Europa, donde también logré avances…”

No dejaba de pensar por qué me estaba contando fragmentos de su vida

sin parar, ya estaba comenzando a creer que había perdido la razón, especial-

mente porque yo ya sabía absolutamente toda su vida, y no lograba compren-

der lo que estaba ocurriendo. Y sí…no lo pude evitar, me emocioné, un lagri-

món recorrió mi mejilla sin disimulación. Para procurar aclarar mis dudas, in-

quieto le pregunté si se sentía bien, por qué estaba tan emocionado, hasta le

coloqué mi palma en la frente para asegurarme que no tuviera fiebre. Lamen-

tablemente, las historias felices no siempre tienen un final feliz, y esta resultó

ser una de ellas.

Page 28: Algo habrán hecho...

Alicia Moreau de Justo (1885 Londres- 1986), médica y política argentina.

27

Volteó su mirada hacia mí, era un nuevo recuerdo, estaba perdido en otro

tiempo. Sus pupilas cambiaron de rumbo y se perdieron en mi mirada. De re-

pente cayó en mis brazos. Lo perdí debajo de una lágrima.

LAS AVENTURAS DE ALICIA MOREAU DE JUSTOPor Carolina Rodríguez y Matías Pacheco

Era una fría mañana de invierno en

Buenos Aires. En una pequeña casa pero

cálida, vivía Alicia y sus tres hijos, Juan,

Luis y Alicia; con María y Jorge, ambos

nietos de su única hija.

Hacía muchos años ya que Juan

Bautista Justo, su esposo, había fallecido,

así que los únicos hombres de la casa

trabajaban desde muy temprano hasta el anochecer, todos los días,

exceptuando los domingos.

Ali, su hija menor, se encargaba de

cuidar a su madre, limpiar la casa. Se levantaba bien temprano para preparar

el desayuno. Aunque para ese entonces ya la mayoría sus vecinos ocupaban

las modernas cafeteras de la época, Juan prefería no gastar sus pocos ingresos

en bobos electrodomésticos; por lo que Ali ponía el café molido en la media, la

colocaba en una hermosa jarra de porcelana, heredada de su madre, y la

colaba con agua caliente. Y sobre la mesa, junto al café, un gran paquete de

galletitas Chocolinas, las preferidas de los hombres de la casa.

Cuando Juan y Luis se marchaban, Alicia preparaba en una mesita

plegable, un termo de agua caliente, una bombilla y un mate, que cebaba con

la mejor de las yerba comprada por sus hermanos; dos tarritos de azúcar y un

gran platón con bizcochitos de grasa, completaban la mesita que subía,

rutinariamente, al cuarto de su madre.

Pasaban horas hablando de varias cosas sin sentido y tomando mate. Era

algo que ambas tenían en común y les encantaba.

Un día, María, buscando una pelota para jugar con su hermano encontró

una caja en el sótano de la casa con varias revistas del nombre Socialista

Page 29: Algo habrán hecho...

28

Internacional. Donde Alicia, su abuela, había publicado artículos sobre

educación y política. También había un título en medicina y muchos diarios con

el titulo de: “El voto femenino ya es legal” en los cuales aparecía el nombre de

su abuela y ella no entendía por qué. Así que muy intrigada se levantó del

suelo, limpió sus pantalones llenos de polvo, y, rápidamente tomó la caja. Bajó

por las escaleras, y corriendo hacia el cuarto de Alicia, entró sin pensarlo, sin

previo aviso. Alcanzándole a su abuela la vieja caja, muy curiosa, preguntó

sobre las revistas que había dentro. Y fue cuando notó que una sonrisa más

emocional de lo normal, se reflejaba en su rostro.

Alicia, con una mirada orgullosa, la incentivó a sentarse a un costado de la

cama. Con los ojos iluminados, sacó las cosas de la caja y empezó a contarle

un sin fin de historias…

“En el año 1890 con mi familia nos mudamos de Londres y partimos hacia

argentina. Con tan solo once años, participé en el primer congreso

internacional del libre pensamiento con un trabajo sobre “educación y

revolución”. Obviamente era un caso especial, pero mi padre quien inició un

negocio en una biblioteca, me daba acceso a los libros que quisiera, era una

oportunidad única, por lo que me pasaba mi tiempo leyendo y aprendiendo.

Ingresé a la Facultad de Medicina, siguiendo el ejemplo de Cecilia Grierson

la primera médica argentina.

Publiqué varios artículos sobre educación y política en la Revista Socialista

Internacional, como habrás visto.

Obtuve el título de médica graduándome con honor con mi famosa tesis:

"La función endócrina del ovario". A pesar de que no fue uno de mis mayores

logros, fue una meta más que pude cumplir, y algo de lo que estoy muy

orgullosa.

Me desempeñé como ginecóloga y profesora de la Universidad Nacional de

La Plata. Luego, me convertí en cofundadora de la Unión Feminista Nacional

que tenía como idea organizar a las mujeres para obtener la igualdad de

derechos que los hombres. Cree el Comité Femenino de Higiene Social, con el

fin de combatir la trata de blancas. Este progreso me hizo muy feliz, era un

logro más, cada vez más cerca de mis expectativas.

Page 30: Algo habrán hecho...

29

Me casé con tu abuelo en el año 1921, Juan Bautista Justo, todo un

hombre. Aunque no llegaste a conocerlo puedo asegurarte que era un gran

hombre y hubiera sido también, un gran abuelo, contento de compartir

recuerdos con su hermosa nieta.”

Sonriendo muy contenta, acarició la delicada y bella cabellera de su nieta,

quien había enrojecido de felicidad con apenas unos cariños de su abuela.

María con una cara de intriga tratando de imaginar a su difunto abuelo, se

atrevió a preguntar cuántos años habían estado casados.

Alicia cerró los ojos, como si la nostalgia la perdiera en la realidad e hiciera que

olvidara la pregunta de su nieta pero al cabo de unos segundos contestó:-

Fueron tan solo siete cortos años, pero los mejores de mi vida y aunque esa

felicidad haya sido corta, me ha dejado al cuidado de tres hermosos ángeles.

Se quedó pensando con la mirada perdida y agregó:

“Comencé un proyecto, que fue presentado por el socialista Mario Bravo,

en la Cámara de Diputados para establecer el sufragio femenino, pero fue

rechazado por la amplia mayoría de los conservadores.

En mi lucha pacífica, viajé a París, en representación de Argentina, a las

Primeras Conferencias Internacionales de Mujeres por la Paz. Ese mismo año se

aprobó la Ley que permitía el voto femenino. Al fin, había logrado mi principal

objetivo y mis ideales como cofundadora del Unión Feminista Nacional.”

“Y esa fue una breve historia sobre mi larga vida”, comentó Alicia.

María quien con dificultad había logrado entender toda su historia, había

quedado maravillada y orgullosa de tener a una abuela tan intelectual e

importante para la historia y la sociedad igualitaria, de la que ahora disfrutaba

y nada más y nada menos, gracias a ella.

En un día caluroso, exactamente el 12 de mayo de 1986, Alicia dio su

último suspiro y sus palabras finales dirigidas sus amados nietos. Ellos no

supieron qué pasaba en el momento, pero al ver su rostro de satisfacción y su

reposo en la cama, donde no salía desde hace meses, sonrieron agradecidos y

orgullosos de su abuela. Así, dejando la mesita plegable al lado de su lecho,

con el típico desayuno, se retiraron de la habitación esperando volver a verla al

despertar de una siesta de la cual, aunque no supieron en ese entonces, jamás

despertaría.

Page 31: Algo habrán hecho...

30

Años más tarde, la ciudad de Buenos Aires la homenajeó dando su nombre

a una de las avenidas más importantes de Puerto Madero y otorgándole el

título de Ciudadana ilustre de la Ciudad de Buenos Aires.

La Fundación Alicia Moreau de Justo estableció el premio Alicia Moreau de

Justo para la Mujer del Año, que se ha transformado en uno de los más

prestigiosos del país.

En la actualidad, múltiples organizaciones, entidades, escuelas y

hospitales llevan su nombre.

Moreau es consideraba como una «luchadora incansable» por los derechos

de las mujeres.

En un reportaje a la revista Gente en mayo de 1974, el entrevistador le

preguntó:-¿Qué le gustaría que le escribieran algún día como epitafio?, a lo que

Moreau respondió: «Aquí yace una gran luchadora contra molinos de viento».

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Aimé Painé (1943-1987), cantante mapuche-argentina

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AIMÉ PAINÉ: SU MÚSICA, SU ARMAPor Maite Alvarez y Erik Klausch

En una región de la provincia de Río Negro, se

daba origen a una antigua tribu mapuche, donde vi-

vía Aiwé, quien se destacaba por sus artesanías, viu-

da y madre de dos niños, tejía recostada sobre una

pila de paja.

Su día se desarrollaba con normalidad, sus hijos

corrían de un lado a otro, junto a los demás peque-

ños de la tribu y los hombres se distribuían cada uno

en sus tareas.

No esperaba que nada la sorprendiera aquella

tarde, pero cerca del atardecer recibió una visita

inesperada.

Aimé Painé, su prima, regresaba de Bueno Aires.

Aiwé permaneció en silencio unos cuantos se-

gundos. Inmediatamente la hizo pasar a su choza.

No sabía qué decir, su curiosidad la abrumaba, que-

ría saber todo sobre la vida de su prima en Buenos Aires, pero también desea-

ba conocer el motivo de su visita.

-¡Siéntate prima querida! - Exclamó Aiwé todavía asombrada - ¿Cómo has

estado todo este tiempo? A esta antigua tribu han llegado muchos rumores so-

bre tus andanzas, me alegra que estés aquí y espero que me cuente todo, ya

que, si te acuerdas, no pude hablar mucho contigo la primera vez que viniste,

debido a que tuve que asistir al funeral de mi marido..

Aimé se acomodó en un viejo banco y comenzó su relato:

-Tú sabes, luego de ser adoptada, a los tres años, mi vida cambió su rum-

bo y fui criada en Buenos Aires, en la ciudad de Mar del Plata.

Aquella era una pequeña ciudad, atestada sus calles de, si mal no recuer-

do, Fords modelo T, los autos más populares en ese entonces, ¡Hasta mi padre

tenía uno!. En los días libres, los adultos se reunían en Riñas de Gallos, donde

realizaban apuestas. Mi padre siempre asistía a esos eventos. Por otro lado, mi

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madre y yo concurríamos a diario al Almacén Lafranconi, que era muy popular

en aquella época. Pero esta ciudad cambiaba considerablemente cuando era

Enero o Febrero; se podía ver muchas personas caminado sobre la nueva ram-

bla con sus sombrillas japonesas y visitando el Hotel Bristol en donde se brin-

daban conciertos a los turistas que visitaban esta ciudad.

En un momento Aiwé interrumpe y pregunta con un tono de intriga:

-Pero… ¿Qué es Rambla y dónde queda el Hotel Bristol?

Aimé respondió esbozando una pequeña sonrisa:

-Bien, la rambla es un paseo donde hay comercios de ropa, lugares para

comer y también para tomar algo, un lindo paseo para disfrutar y, retomando

la pregunta del Hotel Bristol, es un hotel muy famoso que queda muy cerca de

la playa, pero antes de llegar a ella uno tiene que atravesar una gran avenida.

Aiwé la interrumpe nuevamente y, por un tema que la aqueja, pregunta:

-¿Cómo era tu relación con tus padres y amigos? .Porque he sabido que la

gente de afuera nos margina

Por lo que Aimé responde:

Con mi familia éramos unidos y pasábamos buenos momentos, pero a

medida que crecía, en el colegio todo cambiaba.

Mis compañeros me aislaban por ser aborigen, de lo cual yo estaba orgu-

llosa, pero para una niña tan pequeña recibir ese maltrato era agobiante. Por

mucho tiempo me sentí ahogada en mí misma, hasta que recibí la ayuda de

Sor María y descubrí que mi refugio se encontraba en la música, más específi-

camente en los cantos gregorianos.

Cuando terminé mis estudios, a los 29 años, viajé a la capital de Buenos

Aires, en donde formé parte del Coro Polifónico. Pensé que aquella, sería la me-

jor etapa de mi vida, ya que mi sueño siempre había sido poder dedicarme a la

música.

Sin embargo, no fue así, Los demás integrantes del coro, me despreciaban

por mis raíces mapuches, pero ello nunca me afectó, me daba fuerzas y me

alentaba a querer saber más sobre mi familia biológica.

Fue entonces cuando emprendí mi primer viaje a estas tierras ¿recuer-

das?. Ese año supe que mi abuelo, perdón, nuestro abuelo, era el gran Cacique

Lonco Painé. También te conocí a tí, a tu maravillosa familia y me sentí orgullo-

Page 34: Algo habrán hecho...

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sa de ser una más de ustedes. Todos los días agradezco su aceptación y su dis-

posición a enseñarme sus costumbres. Luego de esto, cambié mi nombre de

Olga a Aimé. Quería llevar siempre conmigo algo que me identificara como lo

que verdaderamente era, una integrante de la tribu mapuche.

Lamentablemente ,tuve que regresar a Buenos Aires, en tiempos difíciles

para el país..

-¡Cierto! - Interrumpe Aiwé con el ceño fruncido - Fue la época de la dicta-

dura militar, en el año 1970 si mal no recuerdo. Tiempos complicados para

nuestra tribu...Tú sabes las injusticias que vivimos…

-Claro que lo sé Aiwé, por eso mismo me enfrenté a ellos con mi música,

no podía quedarme de brazos cruzados sabiendo que nos quitaban nuestras

tierras y faltaban el respeto a nuestras culturas. - Añadió Aimé.

Un profundo silencio ahogó aquel cuarto, justo cuando entraron Newén y

Suyay, los hijos de Aiwé, que peleaban por quien había ganado en el Awarken,

un antiguo juego mapuche.

-¡Niños, basta ya! ¿No ven que hay visitas? -Exclamo Aiwé enojada.

Los niños se disculparon y salieron rápidamente.

-Discúlpalos - Aiwé vuelve la vista a Aimé - aún son pequeños...

-No te disculpes, son adorables - se reincorpora Aimé - ¿En qué estába-

mos?

-No lo recuerdo. Cuéntame sobre tus viajes -Dijo Aiwé emocionada.

-En el año 1987,si mi memoria no falla, emprendí un gran viaje a Europa,

allí visité las ciudades de Ginebra en Suiza y Londres, para debatir sobre las

poblaciones indígenas. Fue una gran experiencia ya que nunca había salido del

país. -Cuenta Aimé

-Qué increíble que puedas representarnos por todo el mundo de esta for-

ma, es un verdadero orgullo para todos nosotros -Interrumpe Aiwé -y dime

¿qué te trae hoy por estos rumbos?

-Además de que extrañaba estas tierras, vine a contarte que fui convoca-

da para hacer un programa en Paraguay -Explica Aimé - y no me han dicho por

cuánto tiempo debo quedarme. No quería irme sin despedirme de ti.

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A los 44 años, Aimé Painé muere grabando un programa en Asunción, Pa-

raguay, debido a una hemorragia cerebral.

Cuando su prima Aiwé, recibe esta dolorosa noticia, pide que sea sepulta-

da junto a la tumba de su padre, Don Segundo Painé. En los últimos tiempos,

los mapuches continúan su lucha por el reconocimiento de sus legítimos dere-

chos sobre su territorio, por la protección de sus costumbres tradicionales y por

la recuperación de su identidad como pueblo indígena.

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3°año INSCAlgo Habrán Hecho- 1° ed. Buenos Aires, INSC, 2014.ISBN XXX-WWW-BBB-ZZZ-AAA

1. Antología literaria

2014, INSC Ediciones SAEdición al cuidado de Solange Bartos y Patricia GolanDiseño de Tapa: Solange Bartos

ISBN: XXX-WWW-BBB-ZZZ-AAA

Impreso en Impresiones INSC// Roque Pérez, Coghlanen el mes de noviembre de 2014.

Hecho el depósito que marca la ley 00.000Impreso en Argentina