Alfredo Fressia-Álvaro Figueredo

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1 ÁLVARO FIGUEREDO EL INOLVIDABLE POETA SECRETO Alfredo Fressia

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De su coterráneo (Uruguay 1907-1966), Fressia recupera estas palabras de Jorge Albistur: ”El país no fue generoso con él y pagó con el silencio su elegante soledad aldeana”.

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ÁLVARO FIGUEREDO

EL INOLVIDABLE POETA SECRETO

Alfredo Fressia

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LA OTRA De los varios

enigmas que rodean la obra

del poeta Álvaro Figueredo

(Pan de Azúcar, Uruguay,

1907-1966), uno es siempre

reiterado por los asedios

críticos, a saber, la

inexplicable distancia que

se estableció siempre entre

esa obra, admirable, y el

reconocimiento público,

demasiado precario, al

menos para una obra

poética estupenda como fue

la suya. En el Prefacio de su

Poesía (1974), el crítico

Arturo Sergio Visca decía:

“Álvaro Figueredo es, sin

duda, uno de los mayores

poetas uruguayos, aunque

su obra, todavía poco

difundida, no ha alcanzado

aún el amplio

reconocimiento (o, mejor,

conocimiento) que se le

debe”. Más de treinta años

después, en cierta

Antología poética del

autor, prologada por Jorge

Albistur se lee: ”El país no

fue generoso con él y pagó

con el silencio su elegante

soledad aldeana”.

Se ensayan

explicaciones para esa falta

de repercusión. Para Visca,

Figueredo “vivió siempre

obsedido por el acto

creador, que es lo

sustantivo, y no por la

ambición publicitaria, que es

lo accesorio”. La reserva

que sería propia de su

carácter –humildad y cierta

comprensible soberbia,

agrega Albistur- explicaría

que el poeta haya publicado

sólo dos libros, y con una

distancia de veinte años

entre sí (Desvío de la estrella en 1936 y Mundo a la vez en 1956). Los otros

muchos poemas quedaron

desperdigados en diarios y

revistas. Hasta ahora las

publicaciones póstumas han

sido la poesía para niños de

El ABC del Gallito Verde,

de 1977, los cuentos

reunidos en la Revista

Nacional en 1976 y algunos

ensayos de temas literarios,

y porque Figueredo fue

efectivamente maestro y

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profesor de Literatura, en

Maldonado. La Poesía que

Visca organizó en 1974 y la

mencionada Antología…

remedian en parte esa

escasa difusión, o aparente

incomprensión o

indiferencia uruguaya frente

a su obra.

SIEMPRE

RECORDADO

Si se le permite un

testimonio personal a este

reseñista añoso, podría

hablar de una experiencia

diferente sobre la

repercusión de la poesía de

Figueredo. Hace cuarenta

años, cuando este reseñista

estudiaba Literatura en el

Instituto de Profesores (IPA)

de Montevideo –y es útil

recordar que Figueredo

había fallecido poco antes,

en 1966- ya hablábamos de

esa incomprensión, pero

paradójicamente, sus

poemas circulaban entre

nosotros en copias –hechas

a máquina o a mano,

incluso porque entonces era

engorroso hacer fotocopias.

Entre aquellos estudiantes

por lo menos uno le dedicó

un trabajo crítico, y algunos

de ellos recitaron de

memoria durante décadas

poemas de Figueredo

(Graciela Míguez

Ackermann era una de

ellos). En 1985, cuando

este reseñista pudo volver a

su país, entró en contacto

personal con los miembros

de la generación llamada de

UNO, y se sorprendió con el

entusiasmo de aquellos

jóvenes por “un poeta

olvidado”, “que nadie lee” -

decían indignados- y del

que hacían fotocopias o

copias a mimeógrafo –hablo

de poetas como Macachín,

Héctor Bardanca, Castrillón,

y muchos más, en aquel

local que alquilaban para

sus conspiraciones

culturales en la calle Pérez

Castellano, junto al puerto

de Montevideo.

Admirado en los ´60,

editado en los ´70,

literalmente copiado y

divulgado en los ´80,

siempre recordado y

reeditado en los años 2000,

parece difícil hablar de

escasa difusión o aun de

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silencio. Más bien,

Figueredo fue y es un poeta

“de culto”. El Uruguay, una

sociedad de fuerte

formación positivista, nunca

fue “generoso” con sus

poetas. Y, considerando las

veces en que fue

aparentemente pródigo

(recordar a Juana de

Ibarbourou), uno

definitivamente desea a los

grandes poetas, que de

hecho el país ha dado, el

curso “subterráneo” de los

buenos lectores, que casi

parecen elegidos por la

obra (y no al contrario),

antes que esa temible

prodigalidad “oficial”,

escolar, propia de

apresurados programas de

literatura.

Naturalmente,

críticos de la inteligencia y

la sensibilidad de Visca y

Albistur no están pensando

en los pueriles oropeles de

la gloria escolar, más bien

se escandalizan al

comprobar que un poeta

como Figueredo no ocupe

en mayor grado el interés

de nuestra academia, pero

se puede aventurar que esa

carencia concierne a toda la

poesía uruguaya, y a casi

todos los buenos poetas

nacionales. Sin duda es

verdad que la calidad

estética de la obra de

Figueredo nos desafía aun

más, en el sentido de que

uno querría que todos

estudiaran esa obra, con

esa especie de urgencia por

compartir un placer estético

de la que hablaba Carlos

Real de Azúa.

Sin embargo, los

buenos lectores de poesía

no se miden

cuantitativamente. No es

demérito para nadie decir

que hay una historia secreta

de la poesía uruguaya, y

que Figueredo figura entre

los primeros poetas en esa

historia indiferente al bronce

y a dudosos premios

ministeriales. Se trata de

una rica, densa, compartida

tradición de lectores

entusiastas, y es en esa

historia, íntima, y no en la

“oficial“ que todo poeta

desea tomar parte.

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EXIGENTE Y

GENEROSO

Por otro lado, hay

que admitir que Figueredo

no es un poeta que acepte

lecturas obvias, ni siquiera

sencillas. Por el contrario,

se trata de un poeta muy

sofisticado, que exige

mucho de la inteligencia, de

la sensibilidad y de la

cultura del lector. Su obra

tiene por cierto muchas

zonas. Organizada por

temas, y con algunas partes

cronológicas, la

Antología… de la

intendencia municipal de

Maldonado en 2007 exhibe

las siguientes partes, o

“movimientos”: “Desvío de

la estrella”, “Mis otros”,

“Fábula y paisaje”,

“Históricos y regionales”,

“Las flechas”. “El poeta; los

poetas”, “Umbral a ´Mundo

a la vez´”, y “Poemas

posteriores a ´Mundo a la

vez´” (se excluye Mundo a la vez por ser objeto de una

edición separada).

Pues bien, si alguien

imaginara que los poemas

“Históricos y regionales”

pudieran ser de lectura más

“simple”, se equivocaría de

entrada. “Canto a

Iberoamérica”, “Canto a

Artigas”, “Exaltación de

Bartolomé Hidalgo”, por

mencionar algunos, son

soberbios objetos

idiomáticos, poemas en

alejandrinos muy cuidados,

llenos de alusiones,

bordados sobre campos

semánticos inesperados,

regiones que exigen un

lector por lo pronto

informado (algo que la

educación en el Continente

garantiza cada vez menos,

o muy precariamente).

Afortunadamente la edición

contó con un prefacista

como Albistur para poder

aclarar, por ejemplo (y para

muestra baste este botón),

que el verso en cuestión es

“propio del mester de

clerecía”, e iluminar así un

verso de la “Exaltación…”

que ve a Hidalgo “voceando

tu dramático mester de

gauchería”.

Lo mismo se podría

decir de los poemas de la

parte “Fábula y paisaje”,

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que se abre con la

memorable “Fábula del

toro”, la de “El toro estaba

muerto, y no quería/ morir al

mediodía”. Ni que hablar de

los tres sonetos de “Las

flechas”, que constituyen un

desafío a la inteligencia (y a

la información: es casi

imposible leerlos sin

conocer a Virgilio o las

ideas de Zenón de Elea).

YO, EL

FRAGMENTADO

Pero tal vez la región

de la obra de Figueredo que

más instiga a sus lectores, y

que garantiza su

modernidad, es la que se

centra en el tema de la

“fragmentación” del yo -

poemas que aquí entran en

“Mis otros”-, llamado

también “tema de la

alvaridad” (y frente a los que

la revista La Otra no podía

por cierto ser indiferente).

“Así me encontré una vez/

con Álvaro Figueredo,/ en

un rincón de mi casa/ un

crepúsculo de invierno.” “El

mar estaba sin ojos/ ese

miércoles de enero,/ y se

trenzaba la barba/ con los

olvidos del tiempo”. Son

todos versos del “Romance

a Abel Martín”, que

introduce al tema del yo

fragmentado, la otredad, el

tiempo y la muerte, situados

entre un niño, casi

constante, y un miércoles,

curiosa premonición de su

muerte que de hecho

ocurrió el miércoles 19 de

enero de 1966. Por lo

demás, quien quiera ver en

esto un indicio que pueda

propiciar una lectura

ocultista de la obra de

Figueredo no equivocará el

rumbo. Hay, en efecto, todo

un tejido oculto y astrológico

en esta obra al mismo

tiempo exigente y generosa.

El más célebre de los

poemas del yo fragmentado

(dentro de la “celebridad” de

un poeta de culto en la

“historia secreta” de la

poesía) parece ser –en la

experiencia de este

reseñista- “Narciso

enlutado”, de 1947, el

soneto que empieza: “Abro

el umbral del Álvaro en que

moro,/ junto en mi voz el

Álvaro a que aspiro./ Doy un

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Álvaro al aire, si suspiro,/ y

arrojo al mar un Álvaro, si

lloro.” Como mera opción

personal, es posible que se

prefiera “Tenis”, el elegante

poema del “Malabarista de

Álvaros” (“Lanzo un Álvaro

al cielo y lo abandono”).

Figueredo fue el

poeta uruguayo más radical

en esa fragmentación del

yo, y no sorprende que

generaciones de lectores de

Rimbaud, Robert Browning,

Charles Baudelaire, W.B.

Yeats, Valéry Larbaud o

Fernando Pessoa adhieran

inmediatamente a esta

experiencia poética

poderosa y perturbadora.

Si es imposible, a

esta altura, no recordar el

soneto de Mallarmé a Edgar

A. Poe (“Tel qu´en Lui-

même enfin l´éternité le

change”), un lector

latinoamericano

definitivamente deberá en

adelante tener en cuenta a

Álvaro Figueredo, nuestro

poeta moderno, secreto,

entrañable y, para su bien,

olvidado del “Uruguay

oficial”: “Si tanta rosa de

Álvaro que he sido,/ cabe

en mi mano, vuélvanse, en

mi mano,/ el aire sueño, y la

razón olvido,/ cuando la

muerte; innumerable y

breve,/ lea en mi pecho –

rosa sin verano-/ un tiempo

abierto en página de nieve.”

(“Asidua muerte”).

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Otros míos, les mando “Mis

otros”, los poemas que

Álvaro Figueredo reunió

bajo ese nombre. Pienso

que La Otra tiene que

publicar algunos, es

cuestión de honra! Quieren

que elija unos 10?

MIS OTROS

Romance a Abel

Martín

Señal en la niebla

Niño y reloj de arena

Niño y racimo de

uvas

Niño y luces astrales

Dejad que los niños

hagan el canto

Tennis

Si, Polícrates…

Alvaro nupcial

Si, pero no…

Nocturno del

miércoles

Vergüenza de morir

Asidua muerte

Narciso enlutado

Mis otros

El momento

Elegía del ser

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ROMANCE A ABEL MARTIN

Hace mil años, un día al pie del mar de un espejo, me quedé muerto mirando la sinrazón de mi sueño. Desde mi voz descendían gaviotas de pecho negro, y el mar estaba de pie temeroso de mi aliento. Se ahogaba un niño de miel en su fulgor pasajero, y me lloraba el cristal donde yo me estaba viendo. Mi mar era un niño azul vestido de terciopelo, con dos ojos desvelados mirando mis ojos ciegos. Le pregunté quién vivía del otro lado del viento, y el mar se burló de mí, con sus razones de espejo. Así me encontré una vez con Alvaro Figueredo, en un rincón de mi casa un crepúsculo de invierno. Mi sombra estaba detrás de la pared del espejo, y era el espejo un carruaje llevándose un niño muerto

Otra vez me puse a hablar con Alvaro Figueredo. Era un miércoles amargo y al pie del mar verdadero. Un ancho toro de espuma con las pezuñas de fuego, iba quebrando el crepúsculo donde yo me estaba viendo. El mar estaba sin ojos ese miércoles de enero, y se trenzaba la barba con los olvidos del tiempo. Yo estaba solo y miraba al mar con ojos ajenos. Mis ojos lloraban lentas gaviotas de pecho negro. De mar en mar se escuchaba el llanto de un campanero. El mar estaba en el mar y el mar estaba en mis sueños. Le pregunté quién vivía del otro lado del viento, y el mar se burló del mar como si fuera un espejo. Los dos quedamos al pie del mar que nunca sabremos: mi voz un poco más fría y el mar un poco más negro. El mar estaba dormido soñando un miércoles muerto pero yo estaba soñando durmiendo un miércoles ciego. Ya nadie sabe quién soy y en cuanto soy, sólo veo un mar que mira sin ver las hojas de un mar eterno. Si yo no fuera quien soy pensara que era un espejo. 1948

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SEÑAL EN LA NIEBLA De un nebuloso toro que se convierte en lluvia, se apea un niño, y llora, y sacrifica un ave mágica, en libra, al año mil novecientos siete. Crece y te grita: "Escuálida!", se oculta en los silencios del tiempo donde nacen los objetos, y alguien le asusta con el mal, lo sienta en sus rodillas, y le arma con las cinco espadas capitales. Ve tus fugaces túnicas, sus ojos se evaporan ante tu adusta ausencia, furtivamente busca tus infelices muslos de limo calumniado, te llama por tu nombre heroicamente frío, —oh, necesaria y última!—, asume tus insignias, tus huellas reconoce, iguales a las suyas. ¿Qué olvido nos separa? ¡Qué páramo nos une! Me invitas a la danza nocturna mientras tocas mi efímera envoltura de resignada nieve... Desesperadamente procuro repetirme, entre glaciales cactos te acompaño, te nombro: "Escuálida!", y me duermo sobre el costado diestro 1938

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NIÑO Y RELOJ DE ARENA (UMBRAL. -- Sin niebla ni dificultades, recuerdo la hora: la siesta, y casi, la mano del niño: mi propia mano. Después de los habituales juegos con las incandescentes caracolas, regresaba yo a casa. Aquella siesta enderecé mi curiosidad infantil hacia un reloj de arena que vi apoyado en la mesa de mármol. Volvía yo del mar, y el tiempo se me reveló, de pronto, como una esencia del mar. Me devolvió la arena muerta del reloj y lo invertí. Me olvidé de todo. Menos del mar, es decir, del tiempo caído en aquella hora de arena desvalida, indicando no se qué hora de las olas o de la arena abundante y calcinada que venía de pisar. Y estrellé el reloj. Y salvé la arena.) Huevo del tiempo, lo miró sin pena, soñando un mar recién sobrevenido: si le azoró una edad de niño herido, fue un verde tacto entre su mano ajena. Vio adelgazar las alas de la arena y se olvidó del aire y del olvido; porque amustiaba el tiempo un desvalido sueño, él soñó un momento de azucena. Cristal y mármol: trizas... Desventura de verde piel y arena eterna: coro que indujo al pez de arena al ansia pura. (—¿Cuál es el mar, Polícrates?)

Vacío cristal. El tiempo al mar. ¡ Qué instante de oro la arena y yo, su sinsabor y el mío!

1944

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12 NIÑO Y RACIMO DE UVAS

(UMBRAL. --La calle de mi casa conducía a las viñas de mi abuelo. Aquel verano, en hondos cuévanos de mimbre, se amontonaban los prietos racimos en sazón. Un negro viejo, todo violeta de uvas y de vino, me ofrendó el racimo más denso de la vendimia con estas mascujadas palabras: "Come de él que te dará el amor. Cómelo y las muchachas irán por tí". Bajo algún árbol, caviloso, me di el hartazgo de aquellas uvas mágicas. A aquellas uvas las reencontré mil veces, en paisajes sin viñas ni Jacinto, —que éste era el nombre del negro—, en paisajes que no debo contar. Que canto y lloro a veces ¡cuántas veces!)

De vid me invisto y pámpanos asumo de ayer, y al aire —¡Acuario o Piscis!— velo, por celebrarte, oh viña de mi abuelo, tiempo y lagar de escarmentado zumo. Si aquel racimo apeñuscado exhumo, —más que de vid, de fábula—, oigo: “Cómelo, que te dará el amor..." Y en un trascielo yerto, a Jacinto con su mota de humo. Qué antiguo río de ojos me atraviesa! Yo apenas sé. Lo que murió en mi mano torna al azar, con su vendimia espesa. (—¿Cuál es la tierra, Ulises?)

Vid oscura, racimo eterno: amor... ¿En qué verano me acribilló tu munición madura?

1944

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3. - NIÑO Y LUCES AUSTRALES (Aquel anochecer miraba yo hacia el sur, cómo se desmoronaba el horizonte en súbitas cenizas .Vi danzar, tras el seto habitual, no sé qué luces mágicas, lindísimas. Me pareció ya entonces, un excesivo lujo del azar, que tan efímero espectáculo estuviese destinado a mis ojos solos. Pensé, conjeturé, que, de golpe, y como un trueno fino iba a brotar desde el villorrio recién adormilado, un grito enorme, parecido al cielo o al campo. Nadie respondió. Entonces pretendí gritar yo, con el júbilo de la voz de todos, y el grito, tan grande, se me evaporó distintamente como transformándome el pecho, un dulce pecho de hoja de palma .Me han dado explicaciones desde entonces a hoy: —ejercicio de tiro de alguna escuadra—, qué sé yo cuántas cosas. Pero no, aquello no fue eso. Era otra cosa. Acaso este soneto…

Danzar las vi y morirse allende el seto de cina-cina al sur... Su trayectoria de calcinado trébol. Lumbre. Historia de lumbre muerta al pie de mi respeto. Tres... dos... una... ninguna... Su esqueleto de aire sin deudos, ¿dónde? Palmatoria en mi esternón. Y al sur de mi memoria, un volatín austral. Un ¡ay! secreto. Debí gritar lo que ahora clamo. Ramo, bengala al mar, efímero desierto del ser sin nombre, en que me encuentro y amo. (—¿Cuál es el fuego, Prometeo?)

Advierto cuanto he olvidado: llama o tiempo, y clamo... Y no sé a cual ceniza me convierto. 1944

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14 DEJAD QUE LOS NIÑOS HAGAN EL CANTO

Un niño azul de encajes, viene a su nido sobre mi mano, y dice, con miel y llanto, que a socorrerme viene, desde el olvido de no sé cuántos Alvaros que ya no canto. Nombró su pena y lloróla, porque me asombro de su extranjero llanto que no quería; mas por nombrarlo tanto, tan sólo nombro el mar que me separa de la poesía. Un niño verde de olas, junto a mi oído exprime lentas flautas de desencanto; y yo no sé, a su sombra, si estoy herido de él o de mí allí donde yo soy mi canto. Miro mi sombra densa, miro mí escombro de sombra y ser, lloviendo de noche y día, mas con verme en mi sombra, tan sólo nombro la deshojada sombra de la poesía. Un niño lila y oro que acaso he sido, baila a mi vera y baila... mas baila tanto que yo no sé quién mueve tan afligido talón de lila y oro sobre mi canto. Voy con la muerte al lado, y, hombro con hombro, le disputo su párpado de agorería; mas cuando acaba el aire tan solo nombro la experiencia infinita de la poesía. Un niño rojo y blanco, recién nacido, me averigua las leyes que hacen su encanto, y yo no sé quién juega su desmedido juego que miro y lloro, festejo y canto. Quien haya visto niños, diga mi asombro con la asombrada fábula de mi agonía: que treinta y siete Alvaros sobre mi hombro llúevenme el tiempo puro de la poesía... Pan de Azúcar, Noviembre 4 de 1945

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15 TENNIS

Lanzo un Alvaro al cielo y lo abandono -pompa del ser- al giro más liviano, mas otra vez al turno de mi mano vuelve, volante azul que no perdono. Alvaro en dos, llorando lo destrono de mí y lo boto al cielo meridiano pero otra vez – alumno del verano – torna a caer al cuenco de mi encono. Malabarista de Alvaros, afino el aire azul con mi suspiro bueno si con mi mal suspiro lo importuno, y al aire infiel del alto desatino me doy ( Leonor, ¡el tennis!) tan sereno que miento al cielo un Alvaro ninguno

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16 SÍ, POLICRATES... Álvaro, adiós... anillo descuajado, echo a la mar este Álvaro y lo olvido: de mar en mar más Álvaro perdido, cuando en mi adiós más Álvaro ganado. Ah, pero el viento... anillo rechazado, vuelve a la mar el aire, arrepentido, un Álvaro de sal que nunca he sido.

Ah, pero el viento.... anillo rechazado, echa la mar a un aire sin sentido, un Álvaro de sal que nunca he sido, anillo azul aunque Álvaro varado. Álvaro, ¿quién es Álvaro? A mi dedo sacrificado vuelvo - Álvaro todo – la sierpe fiel con que el amor anudo. ¿Quién es el mar, Polícrates? Me quedo sin Mariblanca.... Adiós, niño del yodo. Viuda la mar de mí, yo de ella viudo.....

Conviene recordar que Polícrates, el tirano de Samos, arrojó al mar un anillo de gran valor, temeroso del celo de los dioses. Pero la joya reapareció en el vientre de un pescado y fue devuelta a su dueño. Uno de los originales del poema recoge esta anotación: “Cielo del Greco. Carta de bitácora. Sábado 1º de febrero. Las 11 y 20. Mar gris. ¿Un trueno? Polícrates y yo. Pasa un barco. ¿Será Mariblanca? ¡Qué tedio! Sí, el baño… ¿Y qué hago ahora con mis lentes negros?”

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ALVARO NUPCIAL Junto en mi voz un Alvaro y lo alejo —hacha de miel— a darme el dulce gajo donde pende el poema en que trabajo mi eternidad con dócil entrecejo. Junto en mi voz un Alvaro y lo dejo —guija de miel— rodar, Alvaro abajo, hasta la flor de Amalia en que agasajo mi eternidad con amoroso espejo. Si más poema que Alvaro, me escojo, si más Amalia que Alvaro, me elijo, junto en mi voz un Alvaro y lo empujo hasta el celeste niño en que me alojo, y vuelvo a hablar del termino del hijo mi eternidad con inocente lujo.

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SI, PERO NO… Sí, pero no. . . Ni pájaro ni espada, empuñaré muriéndome del cielo. Sí, pero el áspid. . . Sí, pero el ciruelo... Sí, pero tanta vida separada. Sí, la paloma sí, pero quemada de vendaval y llanto y desconsuelo. El rayo sí, pero su lirio en vuelo. —Hamlet, decidme, cuál es mi morada? El lirio sí, pero su rayo mudo. La muerte sí, mas nunca dividida. El rayo sí, pero su lirio agudo. Sí, la paloma, amor que me desmaya. Sí, desamor, la espada de la vida. Sí, pero no... Ni rosa ni batalla...

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NOCTURNO DEL MIÉRCOLES Muerta la luz, inscríbeme en tu muro —noviembre 4 y tiza pasajera— sin otro yo que el viento en la escalera y sin más tú que yo, cáliz oscuro. Si muerta tú, de mí, yo tan prematuro cuánto de tí mi muerte te aligera. Grávida luz si y Sirio y primavera renazco en un ex-miércoles futuro. Futuro ¿quién? ¿El aire macerado? ¿La noche en flor? ¿El árbol recluido? ¿Esta inscripción de tiza transitoria? Ya nadie es más que miércoles segado. Yo, no... Que aún puede un viernes distraído, firmar como a una rosa esta memoria… 1948

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VERGÜENZA DE MORIR A cara o cruz me moriré sin gana ni vocación para atizar mi duelo, con mi gallitoverde en el pañuelo, y el callejón al sur de Cantarrana. Quiéralo o no, al trasluz de la mañana, con mi corbata verdepinta al vuelo, me moriré sin cátedra en el cielo donde dictar el son de la campana. Algún amigo, algunos, y el vecino empujarán mi sombra hacia el collado último, mío, hacia mi propia brizna. Y yo, sin ver el miércoles ni el pino, ocultaré mi muerte, avergonzado, bajo un disfraz de césped y llovizna. 1954

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ASIDUA MUERTE

Si en sucesiva muerte me abandona la poca flor que en acto despabilo,

de Álvaro tanto, ¿en qué seguro estilo y tiempo, iré fundando mi persona?

Si, apenas flor, mi ser se desmorona -naipe de espuma, eternidad en vilo-

¿dónde, oh memoria, invocaré tu asilo, pues sólo un fiel instante me corona?

Si tanta rosa de Álvaro que he sido,

cabe en mi mano, vuélvanse, en mi mano, el aire sueño, y la razón olvido,

cuando la muerte; innumerable y breve,

lea en mi pecho – rosa sin verano – un tiempo abierto en página de nieve.

NARCISO ENLUTADO

Abro el umbral del Alvaro en que moro, junto en mi voz el Alvaro a que aspiro. Doy un Alvaro al aire, si suspiro, y arrojo al mar un Alvaro, si lloro. Cae del cielo un Alvaro, si imploro, nace en mi sombra un Alvaro, si expiro, y, Alvaro solo y sin razón, me miro, si Alvaro tanto, a solas, atesoro. D e Alvaro tanto, más que dueño, avaro, me voy llorando al Alvaro más duro para olvidar al Alvaro en que muero. Mas, sin quererlo, al Alvaro más claro, le brindo el cáliz del Alvaro que apuro, para escuchar los Alvaros que espero 1947

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22 MIS OTROS El caballo del sur las andrajosas nubes de hojas últimas vienen a mí les digo un número un adiós sé que me aman sin duda siempre vienen días palomas llamas días? polvorientas vacías renaciendo olas actos y leyes que me nombran desmesuradas cosas suavemente violentamente distraídamente me palmean al hombro vienen vienen alguna vez el ángel es él es él acaso un eco suyo vienen en grupos solos me enamoran los riño los espanto me arrepiento el sueño recomienza como un naipe y se transforma en mito vienen vienen los acompaño hasta el último límite del pueblo los empujo hasta la muerte les digo innobles acidas palabras y vienen otra vez por la ventana no la mujer no viene

está llorando.

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El MOMENTO Aunque ejerciera el aire un lirio astuto,

no me asistieran ya, no me alcanzaran su teléfono azul, su breve escala.

Talado el claro tiempo, “estoy más solo”, “nubes adiós”, un sueño enrarecido

me irá incluyendo en su desnudo albergue, y corro a un ser intemporal, y usurpo

al propio ya su póstuma moneda. Sí ayer, sí ya, sí ahora, sí mañana el momento es igual a su destino

(llega y se esparce, todo y nada es nuevo), ya mi cerilla froto contra el muro

y a su fulgor sucinto me encomiendo. Desnudo estoy y solo la memoria

cubre mi amor con su extasiado lienzo. Aunque un frondoso siglo comenzase,

nada cambiara, nada aconteciera, sino como ahora cambia y acontece. Testamentario y frío está el cochero,

y los caballos negros y el carruaje (estos conceptos frágiles que ardían bajo los cautos focos de la cátedra), por mi culpa de golpe envejecieron, varados como un dedo en la tiniebla.

Si antes de ser mis Alvaros, fui. Entonces,

he de volver a mi inocente nombre. No bien se incline el coche hacia el Oeste,

me buscarán pausadamente, a ciegas, hasta que el eco arrepentido vuelva

como un ladrón. Llamadme (Todavía).

A qué elegir adioses. Cuando escoja -estrella, copa, libro, calle, huerta-

sombra será nomás de cuanto quiera, sombra nomás, que apenas elegida me desoirá (¡no huerta, calle, libro, copa o estrella, nada!) sólo deuda de la palabra, andamio desvalido, breve cordel de un infinito ahora.

Atravieso palomas, abedules, un 6 en flor, un 4 de llovizna,

grises y grises, este debe ser Juan de Mairena, piensa, y una voz

(es la madre de Antonio) me ilumina: “¿Dónde tienes los ojos?” Atravieso nuevos grises antiguos, me extravío

entre sinuosas ráfagas, y cuando toco al fin el momento y olvido todo

un tribunal de lunes me procesa.

Page 24: Alfredo Fressia-Álvaro Figueredo

24 ELEGIA DEL SER

Si ésta que escucho, entre laurel y río, martirizada piedra donde muero, al aire doy, al aire, al aire frío, vedme llorar mi pecho pasajero, vedme enmendar el dulce desafío, vedme a merced del eco lastimero. Ay, si del propio sueño me retracto, vedme morir en este valle abstracto. De lo posible vuelvo sin sentido, a lo posible vuelvo sin cuidado. Turbado está mi ser desposeído: oigo fluir un mirlo a mi costado, miro un laurel creciendo hacia el olvido, pulso en la luz el arpa que he pensado. Ay, pero ya del mundo me arrepiento: cárcel de miel, farándula del viento. Si osado el sueño, el tiempo me enajena; si cauto el tiempo, el sueño me aprisiona. Sueño en el tiempo, ¡oh cúspide de arena!, tiempo en el sueño, ¡oh, mísera persona! Si el tiempo escojo, el sueño me condena, si el sueño amparo, el tiempo me abandona. Ay sí, del sueño al tiempo, el ser escala su vasta escena y desvalida sala. Solo, y sin mí, y en soledad muriendo, alma sin deudo, al serafín aspiro: mi voz excluyo, el mundo desatiendo, mi voz escondo, arraso mi suspiro, mi nombre apago y mi razón ofendo, abro mi llanto y cierro mi retiro. Ay, que sin mí la luz me está olvidando, cuando mi amor y tiempo voy llorando. Aire sin nadie, póstuma escalera, línea del aire, elemental y oscura, fallido alfil, burbuja de la esfera, monte de sal, velero sin ventura, herrumbre azul, serpiente mensajera, cima mortal, espina de la altura. Ay, si entre el ay y el Alvaro que canto decir pudiera el nombre de mi llanto. Diga el laurel mi turno. El agua diga mi voluntad de lágrima. Mi suerte de jaramago, el valle que me hostiga. El valle diga el nombre de mi muerte. El verde valle –el templo de la espiga-, diga la luz que en nadie me convierte. Ay, que en mi verde valle estoy oscuro,

pidiendo al sueño el ademán futuro. Mi valle es éste, oh cuenco de mi llanto, oh perdurable instante de la frente, oh breve ley del ansia y del encanto, oh tornasol, oh trágica simiente, oh ser en vilo, oh condición del canto, ¡oh delicada torre inexistente! Ay, ¡mi dorado río y verde rama! Ay, ¡cuando el ay su cántaro derrama! Del valle abstracto vuelvo a la teoría del valle, y de ella voy al aposento de mí cordura, al ay de la poesía, al mito grave, a su mortal sustento. Y héme en la paz de la heredad vacía, niño del ay, deshabitado invento. Ay, si en mi lengua arrepentida ardiera la brevedad de un pájaro cualquiera. Sillar del aire múltiple, me veo, sobre el probable suelo, sin morada. La luz derriba el sí de mi deseo; borra la sombra el ay de mi mirada. Del suelo dudo, y mi penumbra leo; dudo del ala, y cavo mi jornada. Ay, cuando el ay sotierro o enarbolo, y ay cuando el ay me deja azul o solo. Valle de encaje, muerte cristalina, teatro en flor donde la luz me mueve. Ay, el amor y su fugaz neblina, ay, la razón y su tapiz de nieve, ay, la locura, máquina divina, óleo del ser, inmemorial y breve. Ay, si su voz me nombra y me levanta, ¡Ved cómo el tiempo nace en mi garganta! Uruguay, Octubre de 1949