Alfonso Chase. Los Relojes.

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LOS RELOJES A Dory Steimberg, que tanto sabe del tiempo. Lo primero que se llevaron fueron los muebles de la sala. (Todo esto antes de que nosotros viviéramos en Hatillo). Luego empezaron a registrar en los cuartos y lo que les gustaba más lo iban amontonando a la orilla de las puertas. Mamá andaba como loca. De allá para acá y papá en la finca, lejos de la ciudad. Yo le dije que si podíamos esconder algunas cosas en el altillo que daba a la calle y al que sólo yo podía subir, pero Isolina, entre lágrimas decía: ––Muchacho más tonto, muchacho más ocurrente... Y ellos amontonaban las cosas en la orilla de la puerta. Armarios, sillas y hasta los colchones. Mamá no decía nada. Sólo se restregaba las manos y se las volvía a restregar. Muy nerviosa, la pobre... ––Si al menos estuviera tu papá sería más fácil dejarles llevarse las cosas, porque él sabe lo que sirve y lo que no. Yo no decía nada. Entre las faldas de mi madre y las de Isolina los veía contar en voz alta: ––Ciento veinte el colchón, setenta la mesilla, cincuenta la cortina rosada... Y la casa se iba amontonando ante las puertas. La casa se iba cayendo ante nuestros ojos. Se arrugaba entre números y objetos y entre los pasos de mi madre y los de Isolina, que detrás de mamá, se enjugaba con el delantal el sudor de la frente. Y entraron ahora al cuarto mío. Mi madre hizo un ademán de entrar pero se detuvo. Y yo vi cómo amontonaban el velocípedo, la cama, el tren eléctrico... ––El tren: doscientos, el mecano: veinticinco, los libros: nada, los libros no entran... Y yo sólo tenía ojos para mi madre y para Isolina que era como la sombra de mamá. Y los hombres seguían amontonando la casa adentro de la casa, en las esquinas se amontonaban todas las cosas que habíamos comprado. Y yo estaba seguro que a mamá sólo le dolía la falta de mi papá y a Isolina la falta de todo lo que ella amaba y que sabía lo que había costado el irlo comprando. ––Lo sentimos, señora. Los embargos son así. Es muy duro pero: ¿qué se le va a hacer? ¡Órdenes son órdenes...! Y seguían como obsesionados en su labor. Volvían sobre lo que ya habían seleccionado y lo rechazaban ahora. Sustituyéndolo por cosas nuevas o de más valor. Nosotros estábamos, no voy a decir que 1

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Cuento costarricense.

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LOS RELOJES

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LOS RELOJES

A Dory Steimberg,

que tanto sabe del tiempo.

Lo primero que se llevaron fueron los muebles de la sala. (Todo esto antes de que nosotros viviramos en Hatillo). Luego empezaron a registrar en los cuartos y lo que les gustaba ms lo iban amontonando a la orilla de las puertas. Mam andaba como loca. De all para ac y pap en la finca, lejos de la ciudad.

Yo le dije que si podamos esconder algunas cosas en el altillo que daba a la calle y al que slo yo poda subir, pero Isolina, entre lgrimas deca:

Muchacho ms tonto, muchacho ms ocurrente...

Y ellos amontonaban las cosas en la orilla de la puerta. Armarios, sillas y hasta los colchones. Mam no deca nada. Slo se restregaba las manos y se las volva a restregar. Muy nerviosa, la pobre...

Si al menos estuviera tu pap sera ms fcil dejarles llevarse las cosas, porque l sabe lo que sirve y lo que no.

Yo no deca nada. Entre las faldas de mi madre y las de Isolina los vea contar en voz alta:

Ciento veinte el colchn, setenta la mesilla, cincuenta la cortina rosada...

Y la casa se iba amontonando ante las puertas. La casa se iba cayendo ante nuestros ojos. Se arrugaba entre nmeros y objetos y entre los pasos de mi madre y los de Isolina, que detrs de mam, se enjugaba con el delantal el sudor de la frente. Y entraron ahora al cuarto mo. Mi madre hizo un ademn de entrar pero se detuvo. Y yo vi cmo amontonaban el velocpedo, la cama, el tren elctrico...

El tren: doscientos, el mecano: veinticinco, los libros: nada, los libros no entran...

Y yo slo tena ojos para mi madre y para Isolina que era como la sombra de mam. Y los hombres seguan amontonando la casa adentro de la casa, en las esquinas se amontonaban todas las cosas que habamos comprado. Y yo estaba seguro que a mam slo le dola la falta de mi pap y a Isolina la falta de todo lo que ella amaba y que saba lo que haba costado el irlo comprando.

Lo sentimos, seora. Los embargos son as. Es muy duro pero: qu se le va a hacer? rdenes son rdenes...!

Y seguan como obsesionados en su labor. Volvan sobre lo que ya haban seleccionado y lo rechazaban ahora. Sustituyndolo por cosas nuevas o de ms valor. Nosotros estbamos, no voy a decir que resignados, pero s ms tranquilos. Isolina fue hasta la refrigeradora y al abrirla se las record. Y dijeron:

Dos mil, la refrigeradora, dos mil...

Isolina no pudo aguantar ms y se puso a llorar, con mucho nerviosismo, temblando toda. Mam le dio un traguito de cognac y esto les hizo reparar en el barcito de caoba.

Doscientos este barcito de madera. No: doscientos cincuenta, dijo el ms gordo.

Mam estaba plida y yo me escabull para ver cmo haba quedado mi cuarto. Casi vaco. El colchn tirado en el suelo, cubierto apenas por las cobijas. Algunos juguetes regados por all, bueno, las cosas que uno ms quiere y nadie se atreve a llevarse en un embargo, ya sea porque lo sospechen o porque en realidad para las otras gentes no tienen ningn valor.

Ellos seguan valorando y extendiendo todo. Frenticos y sudorosos en su labor.

Isolina, por favor, una limonada para los seores. Y se la bebieron, atragantndose. Con el vaso apretado fuertemente, limpindose con la otra mano el sudor de la frente.

Y cuando no qued nada que no hubiera sido visto o tentado por los dos hombres, empezaron a hacer una lista, inmensa, de todas las cosas y an as faltaba para completar la suma que debamos pagar. Y mam volvi con el cofre de las arras y los anillos y los aretes. Y todo eso tambin se fue en la lista. Menos las arras que Isolina se ech en el delantal. Yo sub al cuarto de pap y me guard los relojes en el bolsillo del overol.

Como a las cuatro de la tarde ya haban completado la suma y mam les dio caf con leche y luego los acompa a la puerta.

Maana venimos por todo, seora. Dispense la molestia...

Nadie saba en casa qu hacer. Pap en la finca. Mam encerrada llorando y llorando. Isolina en su cuartillo rezando y yo con los relojes en el bolsillo del overol. Para decirle a mam a la hora de comida:

No ve mam: los relojes. Lo nico que no nos pudieron quitar fueron los viejos tiempos. Los de usted y pap, los de nosotros tres. Y hasta el de Isolina...

Eso deca yo enseando el reloj redondo de pap, el de pulserita negra de mam, el mo de Mickey Mouse y el de Isolina, que haba sido antes de mam, y al que pap le haba mandado a grabar, alrededor de la cartula: Quisiera tan slo marcar horas felices, y que nosotros se lo regalamos a ella cuando cumpli sesenta aos... Una antigedad, que decamos...

Alfonso Chase.