Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

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UNIVERSIDAD CENTRAL DE VENEZUELA FACULTAD DE HUMANIDADES Y EDUCACIÓN ESCUELA DE FILOSOFÍA DEPARTAMENTO DE LÓGICA Y FILOSOFÍA DE LA CIENCIA DUALIDADES FILOSÓFICAS Referencia y Predicación en P.F. Strawson Trabajo especial de grado para optar al título de Licenciado en Filosofía Tutor: Autor: Prof. Ezra Heymann Alessandro Moscarítolo Caracas, Mayo de 2008.

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UNIVERSIDAD CENTRAL DE VENEZUELA

FACULTAD DE HUMANIDADES Y EDUCACIÓN

ESCUELA DE FILOSOFÍA

DEPARTAMENTO DE LÓGICA Y FILOSOFÍA DE LA CIENCIA

DUALIDADES FILOSÓFICAS

Referencia y Predicación en P.F. Strawson

Trabajo especial de grado para optar al título de Licenciado en Filosofía

Tutor: Autor:

Prof. Ezra Heymann Alessandro Moscarítolo

Caracas, Mayo de 2008.

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Up to a point, the reliance upon a close examination of the actual use of words is the best, and indeed the only sure, way in philosophy. But the discriminations we can make, and the connexions we can establish, in this way, are not general enough and not far-reaching enough to meet the full metaphysical demand for understanding.

P.F. STRAWSON

Individuals

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4

ÍNDICE

Pág. INTRODUCCIÓN………………………………………………………….... 4 CAPÍTULO I STRAWSON Y EL ANÁLISIS FILOSÓFICO…………….. 18

I.1. Análisis y reducción………………………………. 19

I.2. Reduccionismo ontológico y reduccionismo semántico……………………………………..... 29

I.3. Análisis y conexión………………………………... 42 I.4. Análisis y conceptos básicos……………............. 58

II PARTICULAR Y UNIVERSAL.......................................... 68

II.1. Ontología y epistemología................................... 76 II.2. Tres dualidades básicas...................................... 90

III REFERENCIA Y PREDICACIÓN..................................... 103

III.1. Criterio gramatical............................................. 107 III.2. Criterio categorial.............................................. 115 III.3. Criterio de completud…................................... 123

III.4. Análisis último de la noción de particular, o estudio de las condiciones de introducción de particulares en general…………………….. 134 III.5. Ontología sustancial y ontología del acontecimiento………………………………..... 142

IV LÓGICA Y ONTOLOGÍA……………………................... 154

CONCLUSIONES............................................................................... 171

BIBLIOGRAFÍA.................................................................................. 178

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INTRODUCCIÓN

Ellos [Russell y Johnson] suponen una antítesis fundamental entre sujeto y predicado; suponen que si una proposición consiste de dos términos copulados, los dos términos deben estar funcionando en formas diferentes, uno como sujeto, el otro como predicado. F.P. Ramsey, “Universals”.

Es obvio que las fórmulas del tipo F(x) resultan absolutamente

fundamentales en la notación de la lógica de predicados. Su presencia en el

cálculo es indispensable, sea a través de expresiones en las que la variable

se halla ligada a un cuantificador, como xFx o xFx, sea a través de

expresiones en las que se presenta libre, o simplemente a través de

expresiones en las que su lugar es ocupado por constantes, como Fa.

Respecto de lo que representan, en principio no hay margen para la duda: la

letra F representa a una expresión predicativa, que consiste en, al menos, un

verbo en modo indicativo, en tanto que la variable (o la constante) representa

a una expresión nominal, cuya función es hacer referencia a algo. La fórmula

completa representa, pues, el tipo de proposición más simple que podemos

formar, en la que de un término, el sujeto, se predica algo.

Ahora bien, ¿qué significa ser sujeto, en contraste con ser predicado?

Frege explicaba la diferencia con base en una cierta oposición entre

expresiones completas e incompletas. El sujeto, al que llama “objeto”, sería

completo o saturado, mientras el predicado o función, incompleto o

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insaturado: “no todas las partes de un pensamiento pueden ser completas; al

menos una debe ser ‘insaturada’ o predicativa; de otro modo, no

ensamblarían”1. Pero hay quienes se preguntan, como F.P. Ramsey2, en qué

sentido uno de los componentes de la proposición sería efectivamente más

“completo” que el otro, por cuanto ninguno es por sí mismo el todo.

Volveremos en un momento sobre esto.

El campeón del carácter canónico de la notación de la lógica de

predicados, W.V. Quine, piensa que la distinción se explica en términos de

accesibilidad a posiciones ocupadas por variables cuantificables. A este

respecto, sentencia que “cuando esquematizamos una oración en la forma

predicativa ‘Fa’ o ‘a es un F’, nuestro reconocimiento de una parte ‘a’ y una

parte ‘F’ depende estrictamente de nuestro uso de variables de

cuantificación; la parte ‘a’ representa una parte de la oración que está donde

podría estar una variable cuantificable y la ‘F’ representa el resto”3. Así, en

una oración como “Einstein es sabio”, será “Einstein” la parte a ser sustituida

por la variable (o la constante), y por tanto el sujeto, en tanto “es sabio”, el

predicado.

1 Frege, G., “Sobre concepto y objeto” en G. Frege, Escritos de semántica y filosofía de la

lógica, Madrid, Tecnos, 1997. (Citado por Alfonso García Suárez, Modos de significar, Madrid, Tecnos, 1997, pág. 117) 2 Cfr. Ramsey, F.P., “Universals” en F. P. Ramsey, The Foundations of Mathematics and

other essays, Londres, Routledge and Kegan Paul, 1931. Cfr. también P.F. Strawson, Individuals, Londres, Methuen, 1959, págs. 160-163, y Alfonso García Suárez, ob. cit, págs. 115-116 3 Quine, W.V., “Existencia y Cuantificación” en W.V. Quine, La relatividad ontológica y otros

ensayos, Madrid, Tecnos, 1974, pág. 126

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Al margen de otras objeciones menos generales, hay quienes

argumentan que ambos criterios adolecen de una insuficiencia sustancial,

por cuanto, en el fondo, parecen apelar a diferencias puramente

gramaticales4. Se señala que la metafórica oposición completud/incompletud

bien podría interpretarse como sugiriendo que el predicado (o función) sería

“incompleto” sencillamente porque, al llevar consigo el verbo, sólo podría

completarse de una única manera, a saber, con la formación de una

proposición. Resultaría entonces natural considerar “completo” al sujeto (o al

objeto designado por éste), pues al consistir en una expresión nominal,

puede completarse de cualquier manera (su aparición podría ser parte, por

ejemplo, de meras listas de términos). Por su parte, el origen gramatical de la

propuesta quineana quedaría en evidencia al preguntarnos cuáles

expresiones del lenguaje natural serían equivalentes a los cuantificadores y

variables ligadas. Limitándonos al cuantificador existencial, tendríamos a

este respecto: “hay algo (alguien) que…” y “no hay nada (nadie) que…”. Por

cuanto estas expresiones terminan en un pronombre relativo desprovisto de

la respectiva cláusula subordinada, constituyen simples expresiones

nominales de cara a la formación de la oración completa. En cuanto a las

letras predicativas, ya sabemos que corresponden a expresiones verbales,

como “…se llama Einstein”, “…es sabio”, etc. La diferencia, de nuevo, se

establecería entre una expresión que lleva consigo el verbo y otra de tipo

nominal.

4 Cfr. P. F. Strawson, ob. cit., págs. 142-158.

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De ser plausibles estas interpretaciones, ¿no despiertan la sospecha

de que las definiciones de Frege y Quine realmente no nos hacen avanzar

mucho desde la definición meramente operativa de la notación, es decir, la

indicación del tipo de expresión representado por las letras “F” y “a”? Habría,

por supuesto, un problema mucho más serio. Si cuando se afirma que una

proposición consta de dos elementos, en realidad se pretende diferenciar

uno del otro atendiendo a cuál de ellos lleva consigo el vínculo proposicional,

el verbo, ¿cómo se nos va a convencer de que la dualidad sujeto-predicado

posee importancia sustantiva en lógica y filosofía? Exactamente éste, y no

otro, es el fundamento del escepticismo de autores como Ramsey, quien al

efecto afirma: “recordemos que la tarea de la que nos ocupamos no es

meramente de gramática inglesa; no somos niños de escuela analizando

oraciones en sujeto, extensión del sujeto, complemento y demás”5.

No sería completamente injusto objetar que el tratamiento brindado

hasta ahora a la distinción fregeana resulta, cuando menos, parcial e

insuficiente. No hemos explotado la metáfora de la completud en toda su

extensión, ni pretendido hacerlo. Pero si aceptamos al menos que la idea de

dividir la proposición en dos componentes distintos, y de formular tal

asimetría en términos de “completud” y de “incompletud”, tiene que ver con

que sólo uno de ellos lleva consigo el vínculo proposicional, hay buenas

razones para dudar de que la distinción sea relevante. Primero, porque nada

obliga a asociar el vínculo proposicional con un componente específico de la

5 Ramsey, F.P., ob.cit, págs. 116-117 (citado en P.F. Strawson, ob.cit., pág. 160.)

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oración, sea gramatical o funcional. Se ha mostrado con éxito cómo sería

posible que aquél fuera indicado por un recurso distinto tanto al sujeto como

al predicado, o tanto a la expresión referencial como a la expresión

predicativa6. Segundo, porque como el mismo Frege advirtió, podemos

expresar una misma proposición, un mismo “contenido judicable”, con dos

oraciones diferentes, de tal suerte que si el criterio para distinguir un

componente del otro fuera la ubicación del vínculo asertórico, tendríamos

que admitir la fatal consecuencia de intercambiar las designaciones de sujeto

y predicado al pasar de una oración a otra. Se trata de la situación

ejemplificada por Ramsey con las oraciones “Sócrates es sabio” y “la

sabiduría es una característica de Sócrates”: en la primera oración,

“Sócrates” es la expresión completa, el sujeto; en la segunda, pasaría a ser

parte de la expresión incompleta, del predicado.

Con todo, ¿es realmente correcta la conclusión que Ramsey infiere de

estos hechos, en el sentido de que “no hay ninguna diferencia esencial entre

el sujeto de una proposición y su predicado”7? ¿No debería examinarse

primero si hemos formulado las preguntas correctas, y si hemos buscado las

respuestas en el lugar adecuado? Quizás de forma inadvertida, las

perspectivas anteriores confían demasiado en consideraciones

esencialmente lógico-lingüísticas. Y cuando en efecto apelan a

consideraciones de otro orden -ontológico, por ejemplo- éstas se hallan

6 Cfr. P.F. Strawson, ob.cit., págs. 162-166. En el capítulo III, sección 1 de este trabajo

reseñamos brevemente el argumento en cuestión. 7 F.P. Ramsey, ob.cit, pág. 116.

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ulteriormente subordinadas a las primeras. Como Ramsey hace notar con

justicia, da la impresión de que quienes parten de la pura dualidad lógica

para asociarle después las nociones de particular y universal, o

análogamente de objeto y concepto, o de término singular y término general,

pretendieran ilegítimamente “tomar por una característica de la realidad lo

que es meramente una característica del lenguaje”8.

De nuevo, puede pensarse que el error de fondo consiste en

preguntarse por el sentido de dos conceptos a todas luces básicos,

indispensables en la teoría de la proposición, sin atender realmente a sus

relaciones con el resto de la estructura conceptual que utilizamos en

nuestros intercambios cognoscitivos, y vitales en general, con el mundo.

Aunque si se trata en verdad de un error, es un error ampliamente difundido,

pues ¿quién ignora la siempre vigorosa popularidad de la idea de que el

cálculo lógico es absolutamente independiente de la manera en que

concebimos la realidad a efectos del conocimiento?

Ideas semejantes revelan, no hay duda, un fuerte talante aislacionista,

heredado seguramente de aquel desprestigiado proyecto general de reducir

conceptos complejos a su mayor simplicidad. Hemos de reconocer, no

obstante, que la creencia de que el análisis filosófico busca aislar un sentido

ulteriormente unívoco de los conceptos que trata, un sentido que guarda

poca o ninguna relación con el sentido de los conceptos de otras áreas,

8 F.P. Ramsey, ob. cit. en A. García Suárez, ob.cit., pág. 116.

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anima el trabajo de muchos, entre quienes se cuentan algunos de los

representantes de la ortodoxia actual.

Sin embargo, el muy razonable aborrecimiento del Wittgenstein tardío

a la univocidad semántica, en beneficio de la idea de que el significado de los

conceptos se comprende atendiendo a las situaciones en que se emplean,

así como a los espacios lógicos a los cuales pertenecen, por fortuna no ha

sido completamente ignorado. El pensamiento de Sir Peter Frederick

Strawson así lo atestigua con singular claridad.

Strawson piensa que la explicación filosófica de un concepto no

consiste en algo distinto a describir sus usos, sus funciones en la experiencia

vital humana. Piensa además que la idea de análisis como exposición de las

condiciones necesarias y suficientes de la aplicación de un concepto es

mucho menos fecunda que el esfuerzo por poner de relieve las conexiones

de un concepto con otros con los que se halla naturalmente vinculado, las

relaciones de implicación y exclusión que efectivamente se establecen en los

espacios lógicos que ocupan los conceptos.

Aplicada a la pregunta acerca de qué implica ser una expresión usada

para hacer referencia, en contraste con ser una expresión predicativa, es

decir, qué implica ser sujeto por una parte, y ser predicado por la otra, esta

idea pareciera prometer resultados interesantes. Porque sobre semejante

base Strawson podrá insistir en la insuficiencia de todo estudio de esta

dualidad, incuestionablemente fundamental en la estructura de nuestro

discurso acerca de la realidad, que ignore las conexiones lógicas que la

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relacionan, de facto, con ciertos conceptos indispensables en nuestra

posibilidad de pensar y conocer el mundo. Podrá insistir en que sujeto y

predicado son conceptos cuyo lugar en el estudio de las formas de la

proposición está firmemente asegurado, por cuanto desempeñan una función

clave en la comunicabilidad de la experiencia: transmitir al plano discursivo la

necesaria dualidad entre el caso particular y la clasificación general que está

a la base de la experiencia.

En este trabajo recorreremos, pues, el tratamiento de Strawson a la

pregunta por el sentido de los conceptos de referencia y predicación, o al

menos parte de tal tratamiento. A partir de lo dicho hasta ahora, lo mínimo

que puede esperarse de ese procedimiento son unas definiciones tales que

justifiquen de manera suficiente la importancia lógica y filosófica de la

dualidad en cuestión; unas definiciones que pongan de relieve sus

tradicionalmente defendidas relaciones con la dualidad ontológica

individuo/propiedad, así como con la dualidad epistemológica objeto de

percepción/concepto.

Digamos ahora algo sobre la manera en que se organiza la

investigación. Comenzamos en una clave baja, reflexionando en el capítulo I

sobre las prescripciones metodológicas que Strawson expone especial,

aunque no exclusivamente, en Análisis y Metafísica. Las primeras dos

secciones podrían considerarse una suerte de retrato, ni de lejos detallado,

de los representantes pasados y presentes del espíritu “reduccionista” en la

Filosofía Analítica. En la tercera sección, titulada “Análisis y conexión”,

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confrontamos especialmente el problema de encontrar un sentido definido

para la metáfora strawsoniana que representa a la filosofía como la

“gramática del pensamiento”. En la sección final, “Análisis y conceptos

básicos”, observamos por qué comprometerse con un análisis funcional no

implica renunciar a la idea de lo conceptualmente último, pero sí implica

admitir el carácter polisémico de las nociones que integran nuestro equipo

conceptual básico.

El objetivo inicial que nos animó a ensamblar lo que hoy constituye el

capítulo II era entender en la práctica en qué consistía el modelo

strawsoniano de análisis filosófico, considerando al efecto un caso

evidentemente notable: la pregunta por cuáles son los recursos conceptuales

fundamentales mediante los que concebimos la realidad, la pregunta por

cuáles son nuestros conceptos ontológicos básicos. En un análisis que

involucra rastrear las conexiones de la ontología con la epistemología y la

lógica, y que evoca a cada paso la doctrina kantiana de la experiencia,

Strawson concluye que los particulares son las entidades principales de

nuestra ontología, porque son los principales sujetos de nuestras

predicaciones, los principales objetos de referencia de nuestras oraciones.

Fue al llegar a este resultado cuando comenzamos a percatarnos, realmente,

de que la teoría del ser y la teoría del conocimiento en verdad informan la

comprensión strawsoniana sobre los conceptos de sujeto y predicado, y que

por lo tanto tener conciencia clara de la ontología y la epistemología de

Strawson sería cuando menos útil, si no indispensable, para entender su

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posición en torno a nuestro problema. Esto justifica el interés de las

consideraciones desarrolladas en la primera parte del capítulo, titulada

“Ontología y Epistemología”. En la segunda parte, “Tres dualidades básicas”,

regresamos a la idea de que la filosofía articula la “teoría” subyacente a

nuestra práctica conceptual, la “gramática de nuestro pensamiento”,

proponiendo interpretarla a la luz de la recién descubierta unidad profunda de

la epistemología, la lógica y la ontología. Así, proponemos que por cuanto la

distinción entre lo particular y lo general resulta absolutamente necesaria

tanto para la experiencia como para el discurso, al menos parte de la teoría

implícita en nuestro uso de conceptos, si realmente existe tal cosa, consiste

en enfatizar el carácter protagónico de semejante dualidad.

Como era de esperarse, el capítulo III, “Referencia y predicación”, es

el alma del trabajo. Allí ponderamos con Strawson tres perspectivas distintas

para definir nuestra dualidad lógico-lingüística: una que atiende a diferentes

estilos de introducción de términos en la proposición, a diferencias

mayormente gramaticales; otra en la que se subrayan más bien las

diferencias entre tipos de términos introducidos en la proposición, es decir,

asimetrías ontológicas; y una tercera, que constituye una suerte de síntesis

entre las dos primeras. Esta última evoca la propuesta fregeana de explicar

las diferencias en cuestión a través de la dualidad completud/incompletud,

aunque parece conferirle a la metáfora un sentido mucho más profundo,

basado tanto en consideraciones lógico-semánticas como ontológicas. En

contraste con la incompletud de las expresiones que introducen universales,

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Strawson señala que las expresiones que introducen particulares, que hacen

referencia a ellos, poseerían cierta completud, pues presuponen

proposiciones empíricas. Así, estas últimas constituirían los principales

sujetos lógicos.

Sin embargo, Strawson se da cuenta de que semejante completud

descansa ulteriormente en proposiciones que presentan hechos empíricos

con el solo recurso a ciertos tipos de universales. De esto infiere que la

posibilidad de un discurso con particulares, como el que en efecto tenemos,

descansa en un nivel donde operamos solamente con clasificaciones

generales, en un nivel donde la noción de particular no desempeña ninguna

función. Sobre esta base ofrece razones para cuestionar la primacía absoluta

de nuestra cotidiana ontología sustancial, que gravita en torno a particulares

y sus propiedades. Discutimos estos temas en las dos últimas secciones del

capítulo III. Son las más densas del trabajo, aunque al final compensan con

creces el esfuerzo, pues actualizan ideas muy importantes cuya centralidad

pareciéramos olvidar a veces.

Las protestas de Strawson contra el nominalismo no son infrecuentes.

Justamente por los resultados recién indicados, tampoco parecen

infundadas. Pues si bien comparte con Quine la idea de que existe una

identidad entre ser objeto de referencia, ser sujeto de predicación, y ser

aquello cuya existencia se reconoce, ser una entidad, se resiste a admitir que

los únicos miembros legítimos de nuestra ontología sean los particulares. En

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el capítulo IV examinamos el realismo strawsoniano y reflexionamos acerca

de sus posibles implicaciones.

El trabajo forma una unidad coherente, cuyas partes, estrechamente

interrelacionadas, fueron presentadas en una secuencia tal que cada una

condujera naturalmente a la otra. Más que un mérito nuestro, es del propio

Strawson, porque en su tratamiento de los temas estudiados aquí siempre

termina manifestándose, en grados variables de explicitud, su convicción de

que el análisis de un concepto supone entender sus conexiones con otros

con los que se halla relacionado. Esto no impide que reconozcamos la

importancia claramente decisiva del capítulo III. Ahora bien, aunque ciertas

secciones de los demás capítulos pudieran parecer demasiado familiares

para algunos, debemos advertir que en medio de recordatorios casi triviales

acechan discusiones que no pueden despacharse tan fácilmente. Así ocurre,

por ejemplo, en el capítulo I, donde tras ilustrar con ciertos casos bien

conocidos en qué consiste el estilo reductivo de análisis filosófico, nos asalta

sorpresivamente la inquietud por la posibilidad de un análisis filosófico

“sistemático”, posibilidad en la que Strawson insiste en diversos lugares.

Aunque confrontamos consistentemente ese asunto a lo largo del trabajo,

aún ahora carecemos de una respuesta definitiva, de manera que las

sugerencias del lector atento serán muy valoradas. Situaciones parecidas

ocurren en los demás capítulos, donde indicaciones familiares son seguidas

intempestivamente por preguntas que nos siguen pareciendo acuciantes.

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Estas observaciones no son sino una manera de anhelar en voz alta

que quienes han de juzgar este trabajo me honren con una crítica rigurosa y

sin concesiones. Así se expresa, quién lo duda, el más grande halago que

puede concedérsele a un investigador, o a un aspirante a serlo. Confío en

que su bien entrenado ojo crítico no dejará rincón alguno por escudriñar.

Asumiendo plenamente este trabajo como lo que en efecto es, un ejercicio

formativo, sabré agradecer de la manera más viva todas las correcciones y

observaciones, tanto de forma como de fondo. Anticipo la primera: una prosa

con tendencias inflacionarias. Sobre esta deficiencia tuve noticia tras releer

los primeros dos capítulos, y traté, con éxito variable, de corregirla al escribir

las partes restantes, e incluso al revisar las primeras. Sigo con esta otra: una

innecesaria minuciosidad, originada no tanto por pretensiones de

exhaustividad como por mi falta de madurez para discernir lo sustantivo de lo

accesorio. De nuevo, estaré ansioso por recibir sus recomendaciones sobre

éstos y otros asuntos.

Terminemos. No quiero privarme de compartir mi satisfacción tras

pasar estos meses, casi un año, aprendiendo a pensar correctamente de la

mano del profesor Strawson y el profesor Heymann. La pasión docente del

primero, reseñada por él mismo y por otros en varios lugares9, seguramente

explica el estilo singularmente didáctico de muchos de sus escritos, un estilo

9 Cfr. a este respecto Strawson, P.F., 1998, “Intellectual Autobiography” en L.E. Hahn (ed.) ,

The Philosophy of P.F. Strawson, Chicago, Open Court Publishing Company, 1998, págs. 3-21. También cfr. los obituarios con ocasión de su fallecimiento en febrero de 2006, como el siguiente, disponible en la red: http://www.timesonline.co.uk/article/0,,60-2040505,00.html

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que pareciera haber sido premeditado para decirnos a nosotros, sus

estudiantes de ayer y hoy, algo así como “síganme y aprendamos juntos

cómo se trabaja en filosofía”. No hay duda de que, aparte de mí mismo,

infinidad de estudiantes agradecieron y agradecen su influencia decisiva en

su formación. La pasión docente del segundo y su influencia decisiva en la

formación de muchos de quienes pertenecemos a esta comunidad es historia

conocida. Sin embargo, entre sus enseñanzas hay una en particular que a

todos, me parece, nos conviene tener siempre presente. Se trata de su

énfasis en que nuestro trabajo como investigadores consiste en hacer un

seguimiento cuidadoso de los argumentos, en explorar la obra de un autor

sin prejuicios, sin esquemas preconcebidos que más bien deforman su

pensamiento, en entablar con él un diálogo minucioso y pausado. Sé que,

aparte de mí mismo, hay muchos otros que agradecieron y agradecen este

llamado heymanniano a la rigurosidad, entre quienes se cuentan valiosos

profesores de nuestro pequeño entorno filosófico, que por fortuna multiplican

esta y otras importantes enseñanzas suyas.

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CAPÍTULO I

STRAWSON Y EL ANÁLISIS FILOSÓFICO

Preguntémonos qué es la explicación de significado de una palabra, pues lo que esto explique será su significado. Ludwig Wittgenstein Cuaderno Azul

“P.F. Strawson: (…) uno de los más destacados e influyentes

‘miembros’ del llamado ‘grupo de Oxford’, es decir, de los cultivadores de la

titulada ‘filosofía del lenguaje corriente’” 10. Así comienza el artículo que una

popular obra de referencia en filosofía le dedica a Sir Peter. Como quiera que

nuestro primer paso en la investigación es entender la concepción del

ejercicio filosófico que anima la obra strawsoniana, nos asimos de inmediato

a esta clasificación historiográfica. Para avanzar más, no obstante,

aprovecharemos las muy oportunas indicaciones a este respecto que el

mismo Strawson hace explícitas en varios escritos. No hay duda de que

Análisis y Metafísica11 destaca por el propósito manifiesto de asumir, y

mostrar, una posición en este tema. Aquí, por tanto, se concentrará nuestra

atención en lo sucesivo. Pero en Análisis… su respuesta no se desarrolla

meramente bajo la forma de una exposición acerca del método; no es, por

así decirlo, una respuesta exclusivamente teórica. Como veremos, una parte

10

José Ferrater Mora, Diccionario de Filosofía, Barcelona, Editorial Ariel, 2001, tomo IV, pág. 3382. 11

P.F. Strawson, Analysis and Metaphysics, New York, Oxford University Press, 1992 (Traducción castellana: Análisis y Metafísica, Barcelona, Paidós, 1997.)

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esencial del trabajo en la obra en cuestión consiste, para usar una frase

cotidiana, en “enseñar haciendo”: la exposición del método desarrollada en

términos más o menos abstractos durante los primeros capítulos va

adquiriendo una forma más definida a medida que se ilustra su

funcionamiento con el estudio de temas filosóficos particulares, en un terreno

que va desde una respuesta, o esbozo de respuesta, a la pregunta por

cuáles son los tipos básicos de entidades hasta un examen del concepto de

libre albedrío, pasando por problemas centrales en epistemología y filosofía

del lenguaje, como son los conceptos de verdad y significado. Por esto

nuestro estudio en el presente capítulo se extenderá a dichos casos

particulares.

I.1. Análisis y reducción

Partiendo de la clasificación historiográfica del comienzo, admitiremos

que Strawson es un “filósofo analítico”. Si nos preguntamos qué hemos de

entender por “filósofo analítico”, o por “filosofía analítica”, la respuesta

sugerida de forma inmediata por los términos sería “análisis conceptual”12.

Aunque en apariencia escueta, nos ofrece material para trabajar: podemos

evaluar su plausibilidad preguntándonos, junto a Strawson, qué está

implicado en las palabras “análisis” y “conceptual”.

Comencemos por el calificativo “conceptual”. Y aquí tendríamos que

aclarar por qué el nombre “filosofía analítica” sugeriría, si en realidad lo hace,

12

Ibíd., pág. 2.

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la idea de que su objeto de estudio son los conceptos. Como muestra el

recurso a los usos del concepto de “análisis” en distintas áreas del

conocimiento humano, a éste no es de ninguna forma intrínseco el que su

objeto sean los conceptos: por nombrar sólo un ejemplo, considérese el

análisis químico, cuyo objeto de estudio son las sustancias químicas. La

asociación debe provenir, entonces, de lo que está implicado en el concepto

de “filosofía”. Y, en efecto, la afirmación de que la filosofía se ocupa de

conceptos reverbera en los oídos de algunos de nosotros desde que

tomamos nuestro primer curso en la universidad. Pero no parece estar claro

que el carácter conceptual de la filosofía sea universalmente reconocido. O

mejor: aún cuando sea en principio reconocido, hay razones para sospechar

que en el trabajo de algunos filósofos, entre los que, se dice, pudieran

incluirse algunos de los más ilustres, la conciencia inicial de la naturaleza

conceptual de su empresa pareciera diluirse, de tal suerte que el resultado

final revela, entre otros rasgos, un desvanecimiento más o menos notable de

la frontera entre la investigación propiamente filosófica y la empírica, sea ésta

psicológica, fisiológica, física, lingüística, etc. Si nos guiamos por los

intérpretes y críticos de esos filósofos, seguramente la lista no sería corta.

Pero, para evitar alejarnos demasiado del objetivo central, quizás basten

para ilustrar el punto las denuncias de nuestro propio autor contra las

desviaciones, o al menos la insuficiente firmeza para mantenerse

inequívocamente dentro de los límites de lo conceptual, que distorsionarían

el trabajo de, entre otros, Immanuel Kant y G.E. Moore.

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En relación con Kant (a quien Strawson profesa, en general, una

profunda admiración, no menor a un frontal e incisivo repudio a ciertas partes

específicas de su obra13), el meollo de la crítica aparece expuesto en el

siguiente pasaje de Los Límites del Sentido, obra en la que Strawson

examina la Crítica de la Razón Pura:

La manera de trabajar del mecanismo perceptivo humano, la manera según la cual nuestra experiencia depende causalmente de tal trabajo, son temas que pertenecen a la investigación empírica y científica, no a la filosófica. Kant era muy consciente de esto; sabía muy bien que dicha investigación empírica tenía un cariz muy distinto de la que él se proponía: estudiar la estructura fundamental de las ideas en aquellos términos en los que únicamente podemos hacer inteligible para nosotros mismos la idea de la experiencia del mundo. No obstante, y a pesar de darse cuenta de ello, concibió esta última investigación en forma de una estrecha analogía con la primera. Allí donde encontrara características generales limitantes o necesarias, manifestaría que su origen estaba en nuestra propia constitución cognitiva; esta teoría, además, la consideró indispensable en cuanto explicación de la posibilidad de conocer la estructura necesaria de la experiencia. No hay duda, no obstante, de que esa teoría es incoherente y que enmascara, en vez de explicar, el carácter real de su investigación.

14

Se ha argumentado contra esta manera de interpretar el recurso

kantiano a la llamada “Psicología Trascendental”, y parece que la justicia de

la acusación de Strawson es dudosa; por lo menos, queda como un asunto

abierto. Pero se trata sólo de mostrar lo que, a los ojos de nuestro autor,

sería un conspicuo ejemplo de que el discurso filosófico no siempre se

desarrolla, en la práctica, como un estudio exclusivamente conceptual

(quizás sin que el autor esté consciente de la desviación).

La confusión de lo conceptual con lo empírico en Moore es mucho

más evidente. Podríamos estar tentados a decir que es tan evidente que el

13

Cfr. P.F. Strawson, “Intellectual autobiography” en Lewis E. Hahn (ed), The Philosophy of P.F. Strawson, Chicago, Open Court Publishing Company, 1998, págs. 20-21 14

P.F. Strawson, Los límites del sentido, Madrid, Ediciones de la Revista de Occidente, 1975, págs. 14-15. Las cursivas son mías.

Page 23: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

23

hecho de que haya pasado desapercibida para una respetada personalidad

de la filosofía analítica (cuyo estilo “absolutamente claro” merece un especial

comentario por parte de Strawson15) casi podría parecer más alarmante que

la confusión misma. En efecto, al ofrecer su comprensión general de la

filosofía en su obra Some Main Problems in Philosophy16, Moore afirma: “me

parece que lo más importante e interesante que los filósofos han tratado de

hacer no es sino esto: dar una descripción de la totalidad del Universo,

mencionando todas las clases de cosas más importantes que sabemos que

hay en él, considerando cuan probable sea que haya en él clases

importantes de cosas cuya existencia ignoramos y considerando también las

maneras más importantes en las cuales estas variadas clases de cosas se

relacionan entre sí”17. La tarea de ofrecer tal descripción correspondería al

departamento llamado “Metafísica”, nombre que bien podría considerarse

equivalente a “Ontología”.18

Hay varias cosas que señalar aquí. Algunas de ellas las

desarrollaremos más adelante, cuando exploremos justamente la

comprensión de Strawson acerca de la ontología. Por ahora limitémonos a

registrar el hecho de que, a primera vista, con esta manera de hablar de

Moore parece que él y nosotros estaríamos en dificultades para separar el

discurso específicamente filosófico del de cualquier ciencia empírica. Peor

15

Cfr. P.F. Strawson, Analysis and Metaphysics, New York, Oxford University Press, 1992, pág. 29. 16

Citada por Strawson. Cfr.: Ibídem. 17

Ibídem. 18

Ibíd., pág. 30

Page 24: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

24

aún: parece que se nos invita a hacer el mismo trabajo que éstas, que

cuentan con herramientas refinadas y especializadas, pero con instrumentos

singularmente toscos. No obstante, en esencia parece que esta curiosa

concepción de la filosofía, y en particular de la ontología, es compatible con

la comprensión “correcta”, a saber: que nos ocupamos, no directamente de

las cosas del mundo, sino de los conceptos altamente generales a través de

los cuales podemos pensarlas y conocerlas. Esto se debe a que, señala

Strawson, “es completamente inconcebible que estos conceptos tengan este

empleo penetrante o universal a no ser que diéramos por sentado que

existen en el mundo cosas a las cuales se aplican dichos conceptos”19.

En todo caso, el objetivo principal de nuestro rápido tránsito por el

pensamiento de Moore y Kant ha consistido en ilustrar, con el recurso a

casos concretos, que no es una trivialidad, una perogrullada, la afirmación

del carácter conceptual de la filosofía. No es, entonces, de ninguna manera

escasa la importancia que debe merecer en nuestra atención el recordatorio

de Strawson de que “al hablar acerca de nuestra estructura conceptual, la

estructura de nuestro pensamiento acerca del mundo, en lugar de, por así

decir, directamente acerca del mundo, poseemos una comprensión más

firme de nuestro propio procedimiento filosófico”20.

Volvamos a la pregunta acerca de qué hemos de entender por

“análisis conceptual”. Al efecto, concentrémonos en las implicaciones del

19

Ibíd., pág. 33 20

Ibídem.

Page 25: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

25

término “análisis” por sí solo, acudiendo a la definición lexicográfica como

punto de partida. Según el Diccionario de la Lengua Española de la RAE, la

primera acepción de análisis es “distinción y separación de las partes de un

todo hasta llegar a conocer sus principios o elementos”21. Esta acepción

coincide con el uso que se hace del término en la mayoría de las disciplinas

especializadas: en áreas del conocimiento que van desde la química y la

física hasta la lingüística se habla de análisis en este sentido22. Si

proyectáramos esta comprensión al análisis filosófico, diríamos que el filósofo

perseguiría descomponer ideas o conceptos complejos en ideas o conceptos

simples: “el objetivo sería tener una comprensión clara de significados

complejos reduciéndolos, sin residuo, a significados simples”23.

En la historia de la filosofía este impulso en pos de los principios

últimos, absolutamente simples, a partir de los cuales se articula la estructura

conceptual humana, se ha manifestado en diversas formas y con variables

grados de fidelidad al impulso reduccionista24. Parece que Strawson, al

menos en Análisis y Metafísica, considera a Russell y su atomismo lógico

como el principal interlocutor entre los que profesaron las formas “extremas”

de análisis reductivo (posiblemente tenga que ver, en parte, con cierto interés

en mostrar el contraste de su propia propuesta con el empirismo británico en

21

Diccionario de la Lengua Española, Madrid, Real Academia Española, 2001, pág. 145. 22

Cfr. P.F. Strawson, ob.cit., pág. 17. 23

Ibíd., págs.16-17. 24

Cfr. Ibíd., págs. 18-20, 71-76

Page 26: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

26

sus distintas manifestaciones25). De todas maneras, con su caracterización

del reduccionismo logicista queda clara la inclusión de los positivistas lógicos,

pues para los filósofos reduccionistas en general, señala Strawson, se trata

de considerar que “todas las nociones que constituyen la estructura general

de nuestro pensamiento, además de los elementos admitidos como básicos,

son (…) ‘construcciones lógicas’ a partir de esos elementos básicos; es decir,

todas las otras nociones, si son efectivamente admisibles, pudieran en

principio ser definidas en términos de los elementos básicos y de aquellas

relaciones de las que tales elementos fueran intrínsecamente susceptibles”26.

Los “elementos básicos” en cuestión son los datos subjetivos provenientes

de la experiencia sensible.

Un examen minucioso acerca del origen, características y fracasos

del empirismo lógico seguramente no carece de interés, pero su relevancia

en este contexto particular es escasa27. Sólo con el propósito de ilustrar,

siquiera con una imagen aérea, la manifestación posiblemente más radical

de análisis filosófico guiada por el paradigma de la reducción a lo elemental,

tengamos presente el precepto básico del “Círculo” de que los linderos del

discurso significativo estarían estrictamente acotados por dos tipos de

enunciados, definidos de la siguiente forma: los enunciados analíticos, que

comprenden los de la lógica y la matemática, y que “sólo determinan algo

25

Cfr. Ibíd., capítulo 6. 26

Ibíd., pág. 72 27

He estudiado en mayor detalle este tema en el artículo “Sobre la distinción entre el lenguaje teórico y el lenguaje observacional en el positivismo lógico”, UCV, 2007.

Page 27: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

27

acerca de la manera como queremos hablar acerca de los objetos”28, pero no

se refieren directamente a ellos, y los enunciados sintéticos, fuente de todo

conocimiento del mundo empírico e indefectiblemente conectados, directa o

indirectamente, con la experiencia sensible. Esta última afirmación es

esencial, porque una parte, al menos, del trabajo de los empiristas lógicos

consistió en explicar en qué consistiría, y cómo sería posible, un “criterio

empirista de significado”: la idea era probar que la condición suficiente de la

atribución de sentido a cualquier concepto, excepto los de la lógica y la

matemática, descansaba en la posibilidad de reducirlo, ulteriormente, a una

proposición conectada sin mediaciones con la base empírica29. Obviamente,

la idea de ausencia de mediaciones implicaba creer en la existencia de un

lenguaje puramente observacional. Sin embargo, esto es imposible, como

demuestra, entre otros, Karl Popper30: no hay tal cosa como un grupo

privilegiado de enunciados, del que dependería la atribución de sentido al

resto de los enunciados del lenguaje, que pudiera formularse con el exclusivo

recurso a la experiencia, o cuyo sentido se reduzca a los datos sensibles.

Porque lo que pasaron por alto los empiristas lógicos es la “trascendencia

inherente a cualquier descripción”, es decir, el hecho de que toda

presentación de las percepciones en formato lingüístico requiere una carga

teórica que, de suyo, es diversa respecto de la experiencia que organiza:

28

Hans Hahn, 1933, “Lógica, Lenguaje y Conocimiento de la Naturaleza” en A.J. Ayer, El positivismo lógico, México, Fondo de Cultura Económica, 1965, pág. 159 29

Cfr. Rudolf Carnap, “La superación de la metafísica mediante el análisis lógico del lenguaje” en A.J. Ayer, ob. cit., págs. 66-88 30

Cfr. Karl Popper, The logic of scientific discovery, New York, Basic Books, 1959

Page 28: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

28

“toda descripción usa nombres universales (o símbolos o ideas); todo

enunciado tiene el carácter de una teoría, de una hipótesis. El enunciado

‘aquí hay un vaso de agua’ no puede verificarse mediante experiencia

observacional alguna. La razón consiste en que el universal que aparece en

ella no puede correlacionarse con una experiencia perceptiva específica”31.

Más adelante volveremos con Strawson sobre este asunto, en el contexto de

una discusión diferente.

Strawson observa que el impulso reduccionista en filosofía ha tratado

de imponerse por otros caminos. Uno de ellos, que algunos filósofos

continúan recorriendo con mayor o menor fidelidad, es el que Strawson llama

“externalismo” o “fisicalismo desenfrenado”32. Hay una notable semejanza

formal entre el externalismo y la postura opuesta, el internalismo, del cual el

atomismo lógico sería una forma extrema: en esencia se trata, también, de

reducir ciertas nociones a otras, consideradas elementales. Sólo que la

reducción se desarrolla desde los conceptos en dirección no a los datos

sensibles, sino a los cuerpos físicos ubicados en el espacio; los cuerpos

físicos, entonces, serían los elementos, los principios básicos en términos de

los cuales explicar todo lo demás. Strawson se concentra en dos de las

áreas en las que los defensores de este fisicalismo reduccionista han creído

conquistar sus mayores éxitos, para ofrecer razones contra tal entusiasmo.

Primeramente, se incurre en un error al creer, como hacen los fisicalistas

31

Ibíd., págs. 93-94 32

Cfr. P.F. Strawson, ob.cit., págs. 74-77

Page 29: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

29

extremos, que por cuanto los cuerpos ubicados en el espacio parecen exhibir

un comportamiento perfectamente definible, la solución a las dificultades

para precisar el concepto de experiencia sensible consistiría en reducir la

explicación a las propiedades de sus objetos, es decir, a los cuerpos

materiales:

Supóngase que estamos examinando, observando, una escena física rica y compleja; contemplando, quizás, una extensión de la campiña. Nótese luego que la experiencia perceptiva de observar, de abarcar la escena, no es menos rica y compleja que la escena física misma como la vemos. Tratar de efectuar una reducción externalista de la experiencia perceptiva no sólo es intrínsecamente absurdo; es contraproducente, porque golpea en el terreno mismo en que el externalismo es atractivo: es decir, la naturaleza satisfactoria y definidamente observable de la escena pública y física. Así, una receta útil para corregir dudas acerca de lo interno es no mirar adentro sino mirar afuera. La descripción plena y rica del mundo físico como es percibido produce casualmente, y a la vez, una descripción plena y rica de la experiencia subjetiva de quien percibe.

33

Otro asunto en el que el fisicalismo está en aprietos tiene que ver con

la articulación de una teoría del significado, y en particular con la explicación

de la tradicional distinción entre enunciados analíticos y enunciados

sintéticos (o necesarios y contingentes). A Strawson le parece una

consecuencia inaceptable que cualquier teoría semántica digna de tal

nombre pretenda erradicar la dualidad en cuestión (o, considerarla un

“dogma”, como diría Quine); una dualidad que es, a su manera de ver,

intrínseca a nuestra capacidad de comprensión lingüística: “como usuarios

del lenguaje, sabemos suficientemente bien lo que queremos expresar con

aquello que decimos y dicen los otros, como para reconocer algunas

inconsistencias y consecuencias, necesidades e imposibilidades, que son

33

Ibíd., págs. 75-76

Page 30: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

30

atribuibles solamente a los significados, el sentido, de nuestras palabras”34.

Para el filósofo del lenguaje que estudia este asunto desde la perspectiva

externalista, nociones como las de significado y sentido son peligrosamente

sospechosas, en contraste con el carácter perfectamente observable de, por

ejemplo, ejemplares de oraciones o patrones de aceptación o rechazo de

expresiones lingüísticas. Las primeras son execradas por su tinte

“mentalista”35. Sin embargo, Strawson piensa que “por esa misma razón,

también reconoceremos -a menos que estemos bajo el hechizo del

externalismo- que estos términos son inadecuados para explicar nuestra

propia comprensión del lenguaje (…) Si estas nociones [significado y sentido]

están en verdad ‘infectadas’ con mentalismo -y es plausible el decir que lo

están- entonces una cierta medida de mentalismo es tan inevitable en la

teoría del significado como lo es en la teoría de la percepción”36.

I.2. Reduccionismo ontológico y reduccionismo semántico

Hemos visto dos formas extremas de reduccionismo filosófico, dos

intentos de aplicar, de la manera más consecuente, esa idea de reducción

tan íntimamente asociada al concepto de análisis. Podemos decir que son

propuestas reductivas altamente generales, en el sentido de que serían

susceptibles de aplicación a la totalidad, o a buena parte, de los conceptos

sobre los que reflexiona el discurso filosófico. Así, por ejemplo, en el caso del

34

Ibíd., pág. 77. 35

Cfr. Ibíd., págs. 76-77 36

Ibíd., pág. 77.

Page 31: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

31

empirismo lógico, parece que se pretendió haber encontrado una manera, no

de explicar, sino de hacer desaparecer del dominio del discurso significativo,

al menos algunos de los conceptos de los que se ocupa la filosofía (¿no es

esto lo que sugiere Carnap en “La superación de la metafísica mediante el

análisis lógico del lenguaje”37?). Pero cierto ánimo reduccionista sobrevive en

programas menos generales, o podríamos decir también locales, en el

sentido de que proponen, no un método de aplicación más o menos universal

al quehacer filosófico, sino maneras de examinar conceptos o problemas

específicos. Por cierto, uno de estos programas apunta también a la teoría

del significado, o a un problema central en ella. El otro se ocupa, podemos

decir evocando el título del ensayo de W. V. Quine, de reflexionar “acerca de

lo que hay”. Entre ambos se distingue, además, una curiosa coincidencia: el

papel protagónico que ocupa la lógica formal. Sería conveniente no olvidar

esta observación a lo largo de los párrafos inmediatamente siguientes.

Comencemos por el segundo, el llamado “criterio de compromiso

ontológico”, propuesto por Quine para aclarar cuál es la ontología implícita en

nuestro discurso. La celebérrima frase “ser es ser el valor de una variable” 38,

que se nos ofrece como una indicación de en qué consiste el criterio, poco o

nada nos dice si no tenemos presente el trasfondo general en el que se sitúa

Quine. De esto último encontramos un generoso indicio en el título mismo del

libro en que se desarrolla el criterio: Desde un punto de vista lógico. En

37

Cfr. Rudolf Carnap, ob. cit., en A.J. Ayer, ob. cit., págs. 66-88 38

W,V. Quine, “Acerca de lo que hay” en W.V. Quine, Desde un punto de vista lógico, Traducción de Manuel Sacristán. Barcelona, Paidós, 2002.

Page 32: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

32

efecto, una de las tareas que asume Quine es la regimentación del lenguaje

natural mediante la lógica de predicados de primer orden, en la cual, como

sabemos, los conceptos básicos involucrados son los de cuantificación,

composición veritativo-funcional, predicación e identidad. Estos conceptos, o

mejor, las formas proposicionales que con ellos pueden obtenerse, se

representan simbólicamente mediante una notación (cuantificadores,

conectivas, variables individuales y letras predicativas, signo de identidad,

paréntesis, etc.), que es llamada por Quine “notación canónica”. ¿Por qué se

le califica así? Porque esta notación “revela o encarna un marco claro y

absolutamente general que es adecuado para todo nuestro pensamiento

proposicional, cualquiera que sea su contenido”39. Pues bien, la

regimentación consiste en la paráfrasis de las oraciones del lenguaje natural

mediante la notación canónica. Así se lograría una comprensión más clara

de nuestro esquema conceptual, en especial el esquema conceptual sobre el

que se construyen las teorías científicas40. ¿Y la conexión de esto con el

criterio de compromiso ontológico? Puede comenzar a apreciarse si

renunciamos al impacto lapidario de la primera formulación, y nos

concentramos en esta otra: “nuestra ontología comprende sólo las cosas que

las variables de cuantificación deben recorrer, o tomar como valores, si

39

P.F. Strawson, ob. cit, pág. 41. 40

Cfr. Liza Skidelski, “Análisis filosófico: Strawson entre Wittgenstein y Quine”, en Revista Dianoia, volumen XLVIII, número 51, Instituto de Investigaciones Filosóficas, UNAM, México, noviembre 2003, pág. 48

Page 33: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

33

nuestras creencias han de ser verdaderas”41. Recordemos, entonces, que se

había propuesto que la condición necesaria para alcanzar una mejor

comprensión de nuestro esquema conceptual consistía en la paráfrasis de

las oraciones que expresan nuestras creencias sobre la realidad en términos

de la notación canónica. Y, por su parte, una consecuencia evidente de este

procedimiento es la obtención de expresiones en las que se alude a los

objetos de referencia mediante variables bajo el control de un cuantificador.

Así, para una oración del tipo ”algunos reyes son europeos”, obtendríamos la

siguiente expresión: x(Rx Ex)42. Por otro lado, para una oración en la que

se hace una referencia individualizadora, como “El rey de Francia es sabio”43,

su paráfrasis en notación canónica también es muy sencilla: x[y(Ry x =

y) Sx]44, donde la referencia a sólo un individuo queda garantizada por el

uso del signo de identidad.

El sentido de la frase “ser es ser el valor de una variable” se vuelve

más claro: estamos comprometidos con la existencia de aquellas entidades o

clases de entidades comprendidas bajo el dominio de las variables

cuantificadas, porque, de no ser así, nuestras oraciones acerca del mundo

41

P.F. Strawson, ob. cit., pág. 42 42

Donde las letras “R” y “E” representan, respectivamente, los predicados “ser rey” y “ser europeo”. 43

Como se recordará, este es un ejemplo de Strawson (a partir de cierto ejemplo de Russell) al servicio de una discusión diferente, el problema del carácter significativo de aquellas oraciones que carecen de denotación. Al respecto, Strawson argumenta, contra Russell, que el significado de una oración no puede reducirse a su interpretación veritativo-funcional, es decir, a consideraciones meramente formales. Posiblemente este asunto no sea, después de todo, absolutamente ajeno a nuestra investigación. Cfr. P.F. Strawson, 1950, “Sobre el referir”; G. McCulloch, The Game of the Name, New York, Oxford, 2003, págs. 84-95 44

Donde las letras “R” y “S” representan, respectivamente, los predicados “ser rey de Francia” y “ser sabio”

Page 34: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

34

no podrían ser verdaderas. Esta idea es intrínseca al concepto mismo de

función proposicional: para que una función “Fx” sea susceptible de tomar

“verdadero” como valor, la condición necesaria es que exista al menos un

individuo que cumpla la propiedad señalada; de lo contrario, como se

acostumbra decir, la función no se saturaría, quedaría “hueca” -F( ), donde el

espacio entre los paréntesis quedaría vacío- y, simplemente, no podría

siquiera ser candidata a verdad45.

Si reflexionamos sobre lo dicho hasta ahora, notaremos que la

aplicación del criterio, exactamente en estos términos, no parece ser de

verdadera utilidad, porque no incorpora un principio de selección entre las

infinitas clases de cosas que las variables de cuantificación pueden tomar

como valores. Podemos emitir una oración del tipo “el sol es una estrella”, de

fácil paráfrasis en notación canónica: x[y (Sy x = y) Ex], la cual sería

verdadera sólo si nos comprometemos con la existencia de los elementos del

rango de x, es decir, sólo si asumimos que existe el sol. Pero también

podemos emitir una oración del tipo “la nada nadifica” (frase de Heidegger en

su artículo “¿Qué es metafísica?”, y que constituye, a los ojos de Carnap en

“La superación de la metafísica mediante el análisis lógico del lenguaje”, una

“pseudoproposición”46), expresable en notación canónica con la misma

45

O, ni siquiera, a tomar valor veritativo alguno, ni verdadero ni falso. Esto es lo que parece indicar Frege, Cfr. Gottlob Frege, “Sobre el sentido y la referencia”, y después enfatizar Strawson en “Sobre el referir”. 46

Rudolf Carnap, ob. cit.

Page 35: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

35

facilidad: x[y(Ny x = y) Mx]47, y que sería verdadera sólo si nos

comprometemos con la existencia de la nada. El problema que este ejemplo

pone de relieve no consiste en que, al estilo del empirismo lógico, el

comprometerse con la existencia de la nada sea de suyo inaceptable, sino

que si el único criterio que regula la entrada de cosas a nuestra ontología es

la necesidad de garantizar la verdad de las oraciones en que tales cosas son

sujetos gramaticales, nuestra ontología terminaría admitiendo todo aquello a

lo que podemos referirnos mediante sustantivos o frases nominales y cuya

existencia es necesaria para que las oraciones en que aparezcan sean

verdaderas o, al menos, candidatas a serlo.

El problema desaparecería si el criterio inicial se aplicara en

conjunción con otro criterio que limitara, de alguna manera, la extensión de

nuestros compromisos ontológicos; un principio de “economía ontológica”.

Para Quine, entonces, el problema ahora es que “restrinjamos nuestra

ontología al mínimo que sería teóricamente suficiente para la expresión de

nuestras creencias, aún si el precio en conveniencia práctica por respetar tal

restricción fuera inaceptablemente alto”48. Su implementación se apoya en un

tercer criterio, el de la utilización de un vocabulario suficientemente preciso

desde un punto de vista científico. En realidad, podríamos fundir estos dos

preceptos en uno solo, al que llamaríamos “criterio de admisibilidad

ontológica”, el resultado de cuya aplicación se nos ofrece con otra frase

47

Donde “N” representa el predicado “ser nada” y “M” la propiedad “nadificar” 48

P.F. Strawson, ibíd., pág. 45

Page 36: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

36

célebre: “no hay entidad sin identidad”49. Lo que se propone es no incluir en

nuestra ontología a aquellas entidades que carecen de principios claros de

identidad, entre las cuales estarían las entidades intensionales, como

propiedades, relaciones, acontecimientos, etc.50. Llegaríamos, pues, a la

conclusión de que nuestra ontología se reduce a los particulares espacio-

temporales, principales objetos de referencia y poseedores, aparentemente,

de un criterio claro de identidad (aunque el que esto último sea así no resulta

completamente claro; en su ensayo “Entidad e identidad”51, Strawson ofrece

razones para albergar tal escepticismo).

¿Podemos afirmar que nos encontramos aquí ante una forma de

análisis reductivo? Presentábamos antes al atomismo lógico de Russell y al

empirismo lógico del Círculo de Viena como paradigmas de la reducción

conceptual. Al hacerlo, apuntamos que el objetivo básico de la reducción era

revelar cómo la fuente última de sentido de todos nuestros conceptos residía

en los datos sensibles. La tesis de Quine difiere, obviamente, en ese alcance

universal: su área de influencia se limita a los conceptos de tipos de

entidades. Difiere también en el objetivo de la reducción: no se plantea el

descomponer conceptos complejos en sus elementos básicos, los datos

sensibles, garantes de la correspondencia de los primeros con el mundo, ni

execrar a todos aquellos en los que esta descomposición sea imposible.

49

Liza Skidelski, ob. cit, pág. 20 50

Cfr. W.V. Quine, 1990, “Comment on Strawson” en Robert Barrett y Roger Gibson, Perspectives on Quine, Oxford, 1990, págs. 319-320 (citado en Liza Skidelski, ibídem) 51

P.F. Strawson, 1976, “Entity and Identity” en Entity and Identity and Other Essays, New York, Oxford, 1997, págs. 21-51.

Page 37: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

37

Pero Strawson piensa que hay una cierta “semejanza formal”, pues en la

propuesta de Quine “ciertos tipos de entidades parecerían ser fundamentales

en la estructura de nuestro pensamiento porque la necesidad de referirse a

ellos sobreviviría a la presión de la paráfrasis crítica. Otros desaparecerían

bajo esta presión. Hemos de explicarlos, en realidad explicarlos hasta

hacerlos desaparecer, mostrando que podemos prescindir de ellos, y cómo

podemos hacerlo”52.

Hay otro asunto en la propuesta de Quine que podría sugerir, acaso

oblicuamente, una impulso que merecería ser calificado de reductivo. Tiene

que ver con el recurso exclusivo al discurso científico (en particular, el de la

física), pero, sobre todo, con la premisa inicial de que con el aparato de la

lógica formal se puede reproducir exhaustivamente, y con mayor claridad, el

funcionamiento del lenguaje natural. Nos hallamos aquí a las puertas de un

desacuerdo profundo, sustancial, entre Strawson y Quine (la denominación

“filósofo del lenguaje ordinario” que, como veíamos al principio, acompaña

generalmente al nombre de Strawson, insinúa de qué se trata). Pero de esto

nos ocuparemos más adelante. Lo hemos mencionado porque otra

manifestación local del espíritu reductivo en el análisis filosófico comparte

esta idea de que el recurso más o menos exclusivo a la lógica formal es el

camino a seguir. Se trata de ciertas corrientes en la filosofía del lenguaje

52

P.F. Strawson, Analysis and Metaphysics, New York, Oxford University Press, 1992, pág. 46. Sin embargo, es importante admitir que nuestras referencias a Quine provienen de la interpretación de Strawson y que, por consiguiente, dejan abierta la cuestión sobre la justicia de esta imagen.

Page 38: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

38

para las que los problemas relativos a la teoría del significado, y en particular

a la comprensión lingüística, pueden y deben resolverse así.

Como recuerda Strawson, es un asunto comúnmente aceptado el que

en la comprensión de una oración está involucrado un conocimiento de sus

condiciones de verdad: “entender una oración es saber qué pensamiento

expresa, y saber esto es saber qué estaríamos creyendo si asumiéramos que

ese pensamiento es verdadero”53 Teniendo presente esta idea, veamos una

manera de explicar, por medio de recursos lógicos, cómo poseemos la

capacidad de comprender un número potencialmente infinito de oraciones.

Pártase del supuesto razonable de que el hablante entiende, al menos

implícitamente, el concepto de condiciones de verdad de una oración

atómica, de lo que hace que una oración en la que un concepto se aplica a

un caso particular sea verdadera o falsa. A partir de este caso básico, la

semántica formal (Tarsky) permitiría explicar, mediante algunas reglas

recursivas, cómo las condiciones de verdad de un número ilimitado de

oraciones dependen de las condiciones de verdad de la oración atómica. Si

se asume el supuesto, además, de que existen plenas equivalencias entre

todas los tipos de oraciones semánticamente significativas del lenguaje

natural y las fórmulas disponibles en lógica, y se supone, por último, que el

hablante posee un dominio tácito de dichas equivalencias, se habría

alcanzado una teoría exhaustiva de la comprensión lingüística.54

53

Ibíd., pág. 99. 54

Cfr. Ibíd., págs. 99-100

Page 39: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

39

Sin embargo, no está claro que el supuesto de las plenas

equivalencias entre las oraciones del lenguaje natural y las expresiones

obtenidas por paráfrasis en notación canónica sea plausible. Esta idea se

enfrenta con dificultades sustantivas, piensa Strawson. Entre otros, un

ejemplo decisivo lo proporcionarían las oraciones de acciones y eventos,

como “Ana vio a Luis en la universidad” o “Blanca se va de viaje mañana”.

Tenemos aquí ejemplos de oraciones que entendemos perfectamente bien.

Parte de esta comprensión involucra saber, al menos de manera tácita, que

de la oración “Ana vio a Luis en la universidad” puede inferirse de forma

válida que “Ana vio a Luis”, así como de “Blanca se va de viaje mañana”

podemos concluir simplemente que “Blanca se va de viaje”, es decir,

podemos deducir de las oraciones originales otras en las que se prescinde

de las referencias espaciales y/o temporales. El problema reside en que, en

principio, la lógica formal no respaldaría estas inferencias, aun cuando

sabemos de antemano que son válidas, porque son parte de lo implicado en

nuestra comprensión de las oraciones en cuestión. Para resolver el problema

se ha propuesto una paráfrasis en notación canónica tal que se cuantifique

sobre eventos. Así, la oración “Ana vio a Luis en la universidad” se

transforma en “Hubo un evento que fue un ver por parte de Ana a Luis y que

ocurrió en la universidad”, mientras que “Blanca se va de viaje mañana”

quedaría como “Hay un evento que es un viaje por parte de Blanca y que es

mañana”55. A partir de estas oraciones las inferencias de las otras oraciones,

55

En notación canónica, tendríamos, en el primer caso, x(Vx,a,l Ux) y en el segundo,

Page 40: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

40

en las que se prescinde de las indicaciones espacio-temporales, se pueden

verificar con la correspondiente prueba formal de validez.56.

Si bien el problema técnico es corregido, hay razones para pensar que

una maniobra de esta naturaleza es poco realista y, sobre todo, innecesaria.

Primeramente, implica suponer que el hablante del lenguaje natural tiene un

dominio, al menos implícito, de nociones lógicas complejas como la lógica de

predicados. Pero no sólo esto. En la medida en que se cuantifica sobre

eventos, hay que introducir nominalizaciones derivadas de los verbos de

acción -en lugar de “Ana vio a Luis”, diríamos “hubo un ver por parte de Ana

a Luis”. Ahora, si se espera que las oraciones del segundo tipo expliquen

nuestra comprensión de las del primer tipo, parece extraño el que, no

obstante, provengan de ellas, Y, sobre todo, parece una operación

innecesaria, porque espacio y tiempo son dos rasgos básicos de nuestra

manera de concebir el mundo: asumimos que las cosas ocurren en un

tiempo y en un lugar, y no, por así decir, en un limbo atemporal. Entonces, la

comprensión de los tipos de oraciones que hemos venido considerando, al

igual que de la posibilidad de aquellas inferencias aparentemente

problemáticas, podría explicarse atribuyendo al hablante el dominio implícito

de la función que poseen las frases adverbiales de tiempo y lugar en la

construcción semántica total, que no es otra sino la de especificar dos datos

x(Vx ,b Mx) 56

Cfr. Ibíd., págs. 99-103

Page 41: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

41

intrínsecos a cualquier acontecimiento del mundo57. A quien se mostrara

poco satisfecho por la sencillez de la solución propuesta, Strawson le

respondería que “la idea de que necesitamos más, y en particular de que

necesitamos una solución en los términos considerados, comienza a parecer

un síntoma de un empeño carente de razón por forzar todos (o la mayor

parte posible) de los principios de combinación de la semántica estructural,

para que entren el marco de la lógica estándar”58.

Algunas sugerencias específicas para articular una alternativa a la

semántica formal aplicada al lenguaje natural forman parte de otra obra de

Strawson, Sujeto y Predicado en Lógica y Gramática59. Por ahora sólo nos

interesa retener, digamos, el espíritu general de la propuesta.

Encontraremos que el mismo está impregnado de la sospecha, o el rechazo,

a una creencia muy frecuente en algunas corrientes de la filosofía analítica:

la creencia no sólo de que la lógica, gracias a su independencia de todo

contenido, es algo así como una llave maestra que abre puertas en los más

diversos edificios filosóficos, sino especialmente de que con la sola

excepción de esa llave maestra, esos edificios no tienen nada en común, no

se relacionan entre sí. Porque, como se sugirió hace un momento, para

Strawson hay algo extraño en el propósito de analizar nuestra capacidad

ilimitada de comprensión lingüística de espaldas al contenido de ese

57

Para estudiar con detalle la propuesta de Davidson recién considerada, la crítica completa de Strawson y otras dificultades de la semántica formal, cfr. Strawson, ob. cit, págs. 100-106. 58

Ibíd., pág. 104. 59

P.F. Strawson, Subject and Predicate in Logic and Grammar, London, Methuen, 1974.

Page 42: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

42

discurso; un contenido que, necesariamente, ha de estar informado,

modelado, por la estructura conceptual que subyace a nuestro pensamiento

y conocimiento del mundo y, en esta medida, también al discurso, a la

expresión de ese pensar y conocer: “Al reflexionar (…) sobre los rasgos

básicos de la situación del hombre en el mundo -lo cual es, en el fondo, lo

mismo que reflexionar sobre los rasgos básicos de su (nuestro) esquema

conceptual- es posible que nos percatemos fácilmente del hecho de que las

categorías básicas en términos de las cuales piensa acerca de su mundo

tendrán un cierto carácter, el cual se reflejará en los tipos básicos de

elementos semánticos que figurarán en su discurso y en los tipos básicos de

combinación semánticamente significativa de lo que serán susceptibles” 60.

Aparte de su utilidad en relación con el problema particular de la

comprensión lingüística, estas palabras iluminan un horizonte mucho más

amplio. Podemos encontrar aquí una pista para responder a la pregunta

“¿qué entiende Strawson por ‘análisis conceptual’?”. Porque, con este

ejemplo, ¿no nos acaba de sugerir que la explicación filosófica de un

concepto involucra investigar, de alguna forma a aclarar, sus posibles

interrelaciones con otros conceptos fundamentales de nuestro esquema de

ideas?

60

Ibíd., pág. 107.

Page 43: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

43

I.3. Análisis y conexión

Las críticas de Strawson a las anteriores propuestas sugieren

fuertemente que su comprensión del análisis filosófico privilegia una actitud

anti-reduccionista. En su “Autobiografía Intelectual”61, un ensayo que posee

singular atractivo no sólo por el valor intrínseco de la mirada retrospectiva,

sino por la franqueza y la lucidez con las que Strawson decanta los

resultados de su trabajo, encontramos una indicación explícita sobre este

asunto. Veamos.

Señala Strawson que la actitud general entre los filósofos del siglo XX

frente al legado de sus antepasados es notablemente distinta al optimismo, o

la vanidad, que animaban a estos últimos a comenzar sus propias reflexiones

desdeñando el camino abierto por sus predecesores, a fin de inaugurar uno

propio, nuevo, con la convicción de estar sentando las bases definitivas,

inexpugnables, sobre las que, tomando las palabras de Kant, se lograría que

la filosofía “tome el camino seguro de la ciencia”. Actualmente habría mayor

modestia, se dice, para reconocer los méritos de quienes recorrieron antes

estos terrenos y tratar de aprovechar al máximo sus enseñanzas. Pero esta

apropiación constituye además un ejercicio crítico: se admite el valor de las

respuestas de nuestros ascendientes y se aprecia la genialidad del esfuerzo,

pero también se separa lo que merece ser retenido, de lo estéril o lo

61

Cfr. P.F. Strawson, “Intellectual Autobiography” en L.E. Hahn, ob. cit, págs. 3-21.

Page 44: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

44

abiertamente equivocado62. (El trabajo del mismo Strawson, por cierto, es

ejemplo vivo de esto)

Wittgenstein es una de las grandes figuras que, según reconoce

Strawson, ha tenido la mayor influencia en su pensamiento. Al respecto,

señala:

Comparto hondamente el criterio [de Wittgenstein] de que nuestro trabajo esencial, si no el único, es obtener una visión clara de nuestros conceptos y su lugar en nuestras vidas. Esa depuración de la imagen, liberándola de las ilusiones seductoras de cuya fascinación él mismo estaba vívidamente consciente, fue promovida por Wittgenstein en su trabajo tardío más que por ningún otro. Sin embargo, al mismo tiempo, la fuerza misma de su resistencia a los mitos y ficciones de la teoría parece haber conducido, a mi manera de ver, a una cierta pérdida de equilibrio (…) Los conceptos y categorías más generales del esquema conceptual humano en efecto forman, en sus interconexiones e interdependencias, una estructura articulada que es posible describir sin falsificación; y la desconfianza de Wittgenstein en el teorizar sistemático en general parece guiarlo a descartar esta posibilidad

63.

En esta caracterización del trabajo filosófico destacan al menos dos

aspectos en los que debemos detenernos. El primero tiene que ver con la

afirmación de que el objetivo de la filosofía es “obtener una visión clara de

nuestros conceptos y su lugar en nuestras vidas”. Esta formulación, el hablar

del “lugar” de los conceptos, ¿no indica claramente que de lo que se trata es

de entender para qué sirven, o qué función tienen, los conceptos que están

presentes en los distintos planos de la experiencia vital de cada uno de

nosotros, seres capaces de acción en, y percepción de, un mundo espacio-

temporal? Tendríamos, entonces, la indicación de que el análisis conceptual

que es propio de la filosofía es un análisis funcional. El segundo aspecto

consiste en la idea de que este análisis funcional produce alguna forma de

62

Cfr. P.F. Strawson, “Intellectual Autobiography” en L.E. Hahn, ob. cit, pág. 20. 63

Ibídem.

Page 45: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

45

“teoría”. Como Strawson admite, esta posibilidad está expuesta a sospecha,

cuando no a abierto rechazo. De algunas razones que avalan tal

desconfianza nos ocuparemos más adelante. Por ahora, limitémonos a

preguntarle a Strawson qué significa la afirmación de que el análisis filosófico

es una “teoría” que “describe una estructura articulada”.

Una primera aproximación, un primer intento para llenar de contenido

la idea altamente general de análisis funcional, se presenta bajo la forma de

una analogía. A pesar de su natural vaguedad, irónicamente las metáforas

no resultan ajenas a la escuela analítica a la hora de explicar en qué consiste

la filosofía. Gilbert Ryle hablaba de “trazar la geografía conceptual” o de

“elaborar mapas conceptuales”64. Wittgenstein, veremos en un momento, se

refiere al filósofo como “el terapeuta que cura la enfermedad de la

confusión”65. Quine, por su parte, ilustra su tesis acerca de la continuidad

entre la filosofía y la ciencia diciendo: “veo a la filosofía y a la ciencia en un

mismo bote; un bote que, volviendo a la figura de Neurath como a menudo

hago, sólo podemos reconstruir en el mar mientras flotamos en él”66.

Strawson, por su parte, nos propone concebir la filosofía en analogía con la

gramática de un lenguaje natural.

Todo aquel que domina un lenguaje domina también su gramática.

Pero obviamente no tiene que ser, y pocas veces en efecto es, un dominio

explícito: la mayoría de nosotros maneja su lengua nativa con absoluto grado

64

Cfr. Ibíd., pág 65

Ludwig Wittgenstein, Investigaciones Filosóficas, § 255, en Liza Skidelsky, ob. cit, pág. 38. 66

W.V. Quine, “Natural Kinds” en Liza Skidelsky, ob. cit, pág. 56.

Page 46: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

46

de corrección gramatical, a pesar de que la aprendimos en la práctica y de

que nos costaría mucho, o simplemente no podríamos, formular

sistemáticamente las reglas que seguimos al hablar de forma correcta. Se

trata, como dice Ryle al servicio de una discusión diferente, de la diferencia

entre “saber hacer” y “saber que” (“know how” y “know that”) 67. El dominio de

una práctica no implica el dominio de la teoría subyacente a esa práctica: así,

por ejemplo, está claro que las personas pensaban lógicamente antes de que

Aristóteles formulara la primera teoría lógica de manera explícita; también es

evidente que la absoluta mayoría de quienes, desde entonces hasta nuestros

días, articulan un razonamiento, o son capaces de seguir los razonamientos

de otros, no desarrollan esta habilidad tras asistir a cursos de lógica (muchos

de ellos acaso jamás sepan en sus vidas que existe una disciplina que

estudia las formas correctas de razonar)68. También es fácil representarse el

caso propuesto por Ryle de un talentoso académico, quien tras haber

estudiado exhaustivamente la gramática de una lengua distinta a su lengua

nativa, no la hable tan bien como un niño de cinco años69. Este último, a su

vez, casi con toda seguridad no podría señalar las reglas gramaticales de las

que posee un dominio implícito al hablar correctamente. Y podríamos

extendernos un largo rato en la enumeración de otros tantos ejemplos, pero

confiamos en que el punto esté claro. Se trata de que en estos, y en otros

67

Cfr. Gilbert Ryle, “Saber hacer y saber que” en G. Ryle, El Concepto de lo Mental, Buenos Aires, Paidós. 68

Ibíd., pág. 29. 69

Ibíd., pág. 31.

Page 47: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

47

casos similares, “hemos dominado una práctica, pero no podemos formular la

teoría de nuestra práctica. Conocemos las reglas porque las seguimos y, sin

embargo, no las conocemos, porque no podemos decir cuáles son. En

contraste con la facilidad y exactitud que se manifiestan en nuestro uso están

la vacilación y el desatino que caracterizan nuestros primeros intentos por

describir y explicar nuestro uso”70.

Strawson afirma que existe una semejanza formal entre la capacidad

para hablar una lengua y la capacidad para manejar ese núcleo de

conceptos que está presente en las distintas facetas de nuestra relación con

el mundo, ya que en ambos casos el manejo práctico no presupone el

manejo de la teoría correspondiente (Si quisiéramos ser muy precisos,

entonces deberíamos agregar, como sugirió uno de los ejemplos de Ryle,

que el dominio teórico tampoco presupone la habilidad práctica

correspondiente. Por cierto, así ocurre en filosofía, o al menos en el campo

en que convergen la filosofía y la ciencia: es posible que un filósofo de la

ciencia llegue a entender la “teoría” -si existe tal cosa- que subyace al uso de

nociones generales como causa, evento, hecho, demostración, prueba,

hipótesis, entre otras; que llegue a entender, además, cómo se usan en una

disciplina particular. Pero, sin duda, esto no lo convierte en un científico). El

trabajo del filósofo consistiría, pues, en formular lo que metafóricamente

Strawson llama la “gramática de nuestro pensamiento”: “así como el

gramático, y especialmente el gramático modélico moderno, trabaja para

70

Strawson, ob. cit, pág. 7.

Page 48: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

48

elaborar una explicación sistemática del sistema de reglas que seguimos sin

ningún esfuerzo cuando hablamos gramaticalmente, el filósofo moderno

trabaja para producir una explicación sistemática de la estructura conceptual

general de la que nuestra práctica muestra que tenemos un dominio tácito e

inconsciente”71. Así, el trabajo del filósofo involucra sacar a la luz la “teoría”

de nuestra práctica conceptual.

Que nuestro dominio ordinario de esos conceptos, de esa estructura -si

existiera, en efecto, una “estructura” de conceptos, un sistema- es

meramente tácito se prueba teniendo presente que, si bien damos y

recibimos enseñanza explícita acerca de los significados de conceptos como

“identidad”, “conocimiento”, “significado”, “explicación” o “existencia”, la

misma es “estrictamente práctica en la intención y en el efecto. Su objetivo es

permitirnos entender y usar expresiones en la práctica. Presupone el dominio

anterior de una estructura conceptual preexistente y usa cualquier técnica a

mano para modificarla”72. Además, aun cuando es cierto que aprendemos a

dominar los conceptos de las disciplinas especializadas a través de

enseñanza teórica explícita, la posibilidad de que efectivamente tengan algún

sentido par nosotros descansa en otros conceptos, de gran generalidad, que

no aprendemos a manejar estudiando primero, por decirlo así, la teoría de su

uso:

Así como nosotros, en nuestras relaciones ordinarias con las cosas, hemos dominado una práctica pre-teórica sin tener necesariamente la capacidad de

71

Ibídem. 72

Ibíd., pág. 8.

Page 49: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

49

formular los principios de esa práctica, así el científico especializado pudiera haber adquirido lo que llamaríamos una práctica teórica sin poder formular los principios de uso, dentro de esa práctica, de términos que no son peculiares a la misma, términos que tienen un uso más general. De esta forma, por ejemplo, un historiador podría ofrecer explicaciones históricas brillantes sin poder decir, en general, qué se considera una explicación histórica. Un científico natural podría ser fecundo en hipótesis brillantemente confirmadas, pero estar desorientado a la hora de dar una explicación general acerca de la confirmación de una hipótesis científica, o aún de la naturaleza general de las hipótesis científicas mismas

73.

Un aspecto de la mayor importancia insinuado por la metáfora

gramatical tiene que ver con el papel protagónico que desempeña la práctica

-la manera como efectivamente hablamos una lengua, o usamos los

conceptos- en la formulación de la explicación teórica. El gramático no

“inventa” nada. Su trabajo consiste en describir sistemáticamente lo que

ocurre en la práctica. En un sentido, no agrega ningún conocimiento nuevo,

ya que su estudio, si ha de tener algún valor, debe limitarse a reflejar

fielmente aquellos principios y reglas que los hablantes conocen de

antemano, como se evidencia por el hecho de que su práctica está guiada

por tales reglas y principios. Y, en efecto, el filósofo estaría en una situación

similar. Este es el sentido de la advertencia de Strawson de que “el filósofo

analítico -al menos como yo lo concibo- no promete una visión nueva y

reveladora”74. Apuntábamos hace poco que la preocupación básica de

Strawson, en comunión con la de Wittgenstein, es la de entender la función

de nuestros conceptos. ¿Y de qué otra manera podría entenderse esto sino

estudiando cómo los usamos? A este respecto, al comparar su concepción

con la de Wittgenstein, Strawson observa que “claramente, tienen mucho en

73

Ibíd., págs. 11-12 74

Ibíd., pág. 2.

Page 50: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

50

común. Ambas dan gran peso al uso efectivo de los conceptos en las esferas

que son propiamente suyas -bien se trate de los conceptos comunes de la

vida cotidiana, bien de de los que atañen por su profesión a ingenieros,

fisiólogos, historiadores, contadores o matemáticos-. Ambas sugieren que la

verdad salvadora reside ahí, en la utilización real de los conceptos”75. El

filósofo, pues, describe nuestra práctica conceptual, examina cómo usamos

los conceptos acudiendo a los contextos en que tal empleo ocurre.

Hemos visto, entonces, que una primera respuesta a nuestra pregunta

sobre en qué consistiría una “teoría” de los conceptos que estudian los

filósofos, se nos ofrece estableciendo una comparación con el tipo de teoría

encarnado por la gramática de una lengua, la cual se caracteriza

principalmente por ser un tratado sistemático de la materia que trata. Según

esto, el análisis filosófico sería una descripción sistemática de ciertos

conceptos, de la función de ciertos conceptos. Se trata de una descripción

porque el objetivo es retratar la fisonomía de nuestra estructura conceptual.

Ahora, ¿en qué podría consistir el carácter “sistemático” de una descripción

tal? ¿Debe entenderse lo “sistemático” como sinónimo de “sistémico”? De

ser ese el caso, ¿no sería ésta una idea extraña? Porque, bueno, al

preguntarnos por la función de un concepto de nuestro esquema básico de

ideas -por ejemplo, el de libre albedrío, el de causalidad o el de verdad, por

nombrar aleatoriamente algunos- y proceder al análisis respectivo, es obvio

que nos ubicamos en un punto ocasional, contingente, que no tiene por qué

75

Ibíd., págs, 8-9

Page 51: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

51

presuponer la existencia de un sistema, ni proponerse ofrecer una

explicación sistemática. Si, teniendo esto presente, observamos el espíritu y

los objetivos de las discusiones contemporáneas acerca de los temas que

indicábamos, y de posiblemente cualquier otro en filosofía, ¿no

concluiríamos que cuesta ver un propósito de sistematización? Así las cosas,

quizá debamos precisar algunos posibles sentidos de “sistema”, para luego

explorar cuál sería el que Strawson tendría en mente.

En su artículo “¿Puede y debe ser sistemática la filosofía analítica?”76,

Michael Dummett distingue dos sentidos en que el análisis filosófico podría

ser sistemático. Uno de ellos es el encarnado en los grandes sistemas

filosóficos, que ofrecen, o intentan ofrecer, una imagen total, o totalizante, de

nuestra forma de concebir y experimentar el mundo77. Es obvio que ni la obra

de Strawson, ni de la mayoría, por no decir la totalidad, de los filósofos

analíticos (o de los filósofos contemporáneos en general) pretende un

objetivo tan ambicioso (tan poco realista, estaríamos tentados a decir),

aunque tan familiar, no obstante, a muchos filósofos de otras épocas

(recuérdense las observaciones de Strawson hace unos instantes acerca de

cómo en el siglo XX hay un rechazo bastante extendido a aquella vieja manía

de los filósofos de comenzar “nuevos caminos”, enviando al basurero todo el

trabajo de los predecesores; caminos que deberían conducir a una imagen

76

Michael Dummett, 1990, “¿Puede y debe ser sistemática la filosofía analítica?” en La verdad y otros enigmas, México, FCE, págs. 334-356 (citado por Liza Skidelsky, ob. cit, pág. 41) 77

Liza Skidelsy, ob. cit, pág. 41

Page 52: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

52

totalmente nueva de nuestra estructura conceptual78) El otro sentido de

“sistematicidad” tiene que ver con la utilización de criterios aceptados de

forma general por la comunidad correspondiente, tanto en el desarrollo de la

investigación como en la valoración de los resultados79. Pero Strawson

tampoco está pensando en esto: no sólo porque, según se señala, rechaza

explícitamente esta comprensión80, sino porque es obvio que la práctica

filosófica no procede así; no hay “criterios aceptados de forma general” por la

comunidad filosófica al modo de cánones para evaluar el trabajo de sus

miembros.

Hay quien señala que la idea de sistema en Strawson tiene que ver

con la “obtención de principios generales que subyacen a la práctica

conceptual”81 . Este es un sentido polémico y bastante difuso, que nos será

útil retomar más adelante. Porque hay un sentido mucho más obvio que, a fin

de reforzar la sospecha inicial descartando otras posibles interpretaciones,

habíamos dejado de lado intencionalmente; un sentido sugerido por aquel

pasaje de la autobiografía intelectual de Strawson en que sitúa su propio

método en comunión parcial con el de Wittgenstein. En particular,

concentremos nuestra atención en estas líneas: “los conceptos y categorías

más generales del esquema conceptual humano en efecto forman, en sus

interconexiones e interdependencias, una estructura articulada que es

78

P.F. Strawson, “Intellectual Autobiography” en Hanh. L, ob. cit., pág. 20 79

Liza Skidelsky, ob. cit, pág. 41. 80

P.F. Strawson, Skepticism and Naturalism: some varieties, London, Methuen, 1985, pág. 23, en Liza Skidelsky, ob. cit, pág. 41, nota al pie. 81

Liza Skidelsky, ob. cit, pág. 42

Page 53: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

53

posible describir sin falsificación”. ¿No está claro que se afirma que la

explicación es sistemática porque refleja, por así decir, el hecho de que lo

explicado, los conceptos, forman por sí mismos un sistema? Pues, a fin de

cuentas, ¿qué significa el término “sistema”? ¿No alude a la idea de una

“estructura articulada cuyos elementos se relacionan entre sí y son

mutuamente dependientes”?

Advertíamos al comienzo que para entender realmente la concepción

strawsoniana del análisis conceptual hay que prestar atención tanto a su

discurso metafilosófico (sobre qué es la filosofía) como a su discurso

propiamente filosófico (su examen de conceptos y problemas particulares).

En una frase, hay que estudiar, por así decir, tanto su teoría como su

práctica. De la primera, que naturalmente posee un carácter más o menos

abstracto, la formulación más precisa que se ofrece en Análisis y Metafísica

es la siguiente:

Abandonemos la noción de simplicidad perfecta de conceptos; abandonemos incluso la idea de que el análisis debe proceder siempre en la dirección de la mayor simplicidad. En lugar de ello, imaginemos el modelo de una elaborada red, de un sistema, de elementos conectados entre sí, de conceptos, un modelo en el que la función de cada elemento sólo puede entenderse apropiadamente desde el punto de vista filosófico captando sus relaciones con los demás, su lugar en el sistema. Todavía sería mejor sugerir la imagen de un conjunto de sistemas de este tipo formando todo él un dispositivo mayor

82.

Entonces, se afirma que el análisis filosófico es sistemático porque el

objeto del que se ocupa no consiste en una colección de elementos

inconexos, que pueden estudiarse de manera aislada. Ahora, ¿esto es todo

82

P.F. Strawson, Analysis and Metaphysics, New York, Oxford University Press, 1992, pág. 19 (el énfasis es mío)

Page 54: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

54

lo que Strawson quiere decir al hablar del carácter sistemático de la filosofía?

¿En esto consiste su propuesta de que la filosofía puede y debe articular la

“teoría de nuestra práctica conceptual”, la teoría a la que, según ha insistido,

Wittgenstein opuso resistencia? ¿El término “explicación sistemática” debe

entenderse simplemente como sugiriendo que entre distintos conceptos hay

relaciones de dependencia e implicación a ser explicitadas? Tomando en

cuenta que Strawson escoge a Wittgenstein como su principal interlocutor en

esta cuestión, exploremos qué interpretación de este último le ha llevado a

esa postura, con la esperanza de que su comprensión de “teoría de la

práctica conceptual” o de “explicación sistemática” esté definida a partir de tal

interpretación.

El meollo de la polémica con Wittgenstein se podría resumir en una

frase de las Investigaciones Filosóficas: “el filósofo trata una pregunta como

si fuera una enfermedad”83. A los ojos de Strawson la idea detrás de este

lema constituye una fuerza determinante del pensamiento del Wittgenstein

tardío. Por eso afirma, respecto de su concepción de la filosofía, que puede

entenderse en analogía con un ejercicio terapéutico: para Strawson, el

nombre de Wittgenstein ocupa uno de los lados de una identidad en cuyo

otro extremo se ubica la idea de que la filosofía es únicamente una técnica

que cura trastornos intelectuales84. Una identidad estricta, sin matices: “La

función del filósofo analítico es, entonces, la de poner orden en nuestras

83

Ludwig Wittgenstein, Investigaciones Filosóficas, § 255 en P.F. Strawson, ob. cit, pág. 3 84

Cfr. P.F. Strawson, ob. cit, pág. 3.

Page 55: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

55

cosas o la de ayudarnos a hacerlo; la de liberarnos de las confusiones

obsesivas, de los falsos modelos que dominan nuestro pensamiento, y

permitirnos ver con claridad lo que tenemos delante de nosotros mismos”85.

Más adelante agrega: “de acuerdo con esta concepción, el filósofo no explica

nada excepto, quizás, la fuente de nuestras confusiones, cómo surgen (…)

Entonces, el problema filosófico es resuelto de la única forma posible:

desapareciendo. Wittgenstein pregunta: ‘¿de dónde obtiene nuestra

investigación su importancia, puesto que parece que sólo destruye todo lo

interesante, es decir, todo lo que es grande e importante?’ Y responde: ‘lo

que estamos destruyendo no son sino castillos de naipes’”86.

En distintos momentos hemos enfatizado la notable afinidad entre

Strawson y Wittgenstein: ambos comparten, como ha señalado Strawson, la

idea de que el objetivo profundo del análisis filosófico es entender la función

de nuestros conceptos, a través del recurso a las maneras en que los

empleamos en la práctica. La divergencia pareciera estar relacionada, más

bien, con la manera de valorar y organizar los resultados obtenidos. Se dice,

aparentemente con razón, que es un asunto meramente de talante o

actitud87. En efecto, así lo sugiere Strawson cuando, al comparar la

formulación de su propuesta en términos de la metáfora gramatical con la de

Wittgenstein en términos de la metáfora terapéutica, señala: “es evidente que

el espíritu y los objetivos de las dos analogías son significativamente

85

Ibídem. 86

Ibíd., pág. 9 87

Cfr. Liza Skidelsky, ob. cit,, págs. 10-12

Page 56: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

56

diferentes. En la analogía gramatical hay la sugerencia de un sistema, de

una estructura general subyacente a ser descubierta, incluso de explicación

(…) La analogía terapéutica, por otra parte, parece ser concebida en un

espíritu más negativo. No hemos de construir un sistema, sino ‘compilar

recordatorios’ para un propósito particular. Y ese propósito es el de

liberarnos de las confusiones y perplejidades en las que caemos cuando

nuestros conceptos vagan ociosos en la mente (…)”88

El que esta conclusión se base en la interpretación de Strawson

acerca de Wittgenstein invita a examinar la justicia de la imagen

strawsoniana (hay quienes dudan de que, en efecto, sea justa). Pero para

nuestro objetivo presente podemos asumirla así, pues hemos introducido la

alusión a Wittgenstein con el propósito de aclarar, por vía negativa, qué

entiende Strawson por “explicación sistemática”, al modo de una “gramática

del pensamiento”. Y, según se desprende de lo anterior, tiene en mente la

idea de una explicación que, de una forma todavía no indicada, unifica el

análisis de conceptos particulares. Una explicación que sustituiría el “espíritu

negativo” de quienes se rehúsan a ver en el estudio del sentido de nuestros

conceptos algo más que la disolución de una confusión, por un “espíritu

positivo o constructivo”, una teoría general de la estructura conceptual

mediante la que concebimos el mundo y nos relacionamos con él. A este

respecto, en el siguiente pasaje el mismo Strawson insinúa una definición de

su modelo por contraste con el de Wittgenstein:

88

P.F.Strawson, ob.cit, pág. 9.

Page 57: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

57

De las dos analogías, podríamos considerar más atractivo el espíritu positivo y constructivo de la analogía gramatical. Así, ciertamente, lo considero yo. Sin embargo, podríamos pensar que, a este nivel por lo menos, la concepción negativa posee cierta ventaja, siquiera por la aparente modestia de la propuesta (…) Con respecto a las implicaciones o sugerencias positivas de la otra analogía, por otra parte, bien podría haber dudas. ¿Puede haber realmente una cosa tal como una teoría explicativa, o un conjunto de teorías conectadas, de nuestra práctica conceptual? ¿En qué términos, después de todo, debería ser formulada? (…) Quizás se nos invita a asumir una estructura, una posibilidad de teoría, donde en realidad no hay nada sino una colección de usos inconexos. Quizás la razón por la cual no podemos indicar fácilmente la teoría de nuestra práctica aquí es que no hay nada que indicar. Nada que hacer excepto señalar la práctica misma”

89.

¿Qué conclusión sugieren estos comentarios? Al menos la siguiente:

que cuando Strawson caracteriza su modelo como la formulación de la

“teoría de nuestra práctica conceptual”, o la “gramática de nuestro

pensamiento”, está contemplando y rechazando la idea muy familiar,

atribuida a Wittgenstein, según la cual las funciones que desempeñan los

conceptos pertenecientes a una cierta parcela del discurso y la experiencia

vital humana están esencialmente desvinculadas de las funciones de los

conceptos de otra parcela. Que debe estar proponiendo la existencia de

vasos comunicantes entre cada uno de estos contextos, los cuales el análisis

filosófico podría revelar.

Tras esbozar otros rasgos de su modelo, Strawson confronta

nuevamente el escepticismo “terapéutico” a la posibilidad de una teoría

sistemática en filosofía. Parece que apunta, con explícita claridad, en la

dirección que hemos sugerido arriba. Por la importancia que reviste aclarar

este asunto, reproducimos el pasaje en su totalidad:

89

Ibíd., págs. 9-10

Page 58: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

58

Evidentemente, se puede esperar que los [seguidores extremos de la analogía de la terapia] vean con sospecha el proyecto de sacar a la luz una estructura conceptual subyacente. Porque el mensaje es: no busque nada subyacente. Observe los conceptos que le causan perplejidad al ser efectivamente usados en los variados quehaceres humanos (‘formas de vida’, en palabras de Wittgenstein) que le dan todo su carácter significativo. Obtenga una imagen clara de eso y será libre. No trate de encontrar una teoría general. Ese es el mensaje. Pero podría decirse: ¿no es esta doctrina, de una forma ligeramente paradójica, una doctrina acerca de lo que es básico desde el punto de vista filosófico, a saber, ‘formas de vida’? En efecto, Wittgenstein mismo dice: ‘lo que tiene que ser aceptado -lo dado- es, podríamos decir, formas de vida’ (Investigaciones Filosóficas, II. xi. 266). Y ahora estaríamos tentados a preguntar: ¿significa esto que no podemos decir nada acerca de las conexiones entre formas de vida? Sería difícil encontrar una buena razón para eso. Por tanto, dejemos de lado esta clase de escepticismo

90

Proponemos tener presentes estas ideas en lo sucesivo, a fin de

verificar si, a medida que bajamos desde estas alturas aéreas hasta el

terreno donde transcurre, por así decir, la cotidianidad filosófica,

Strawson logra darle un sentido claro a la propuesta de construir una

teoría general de nuestra estructura conceptual. De nuevo, un sentido no

sólo en este nivel metafilosófico en que nos ha mantenido hasta ahora,

sino en la práctica filosófica misma. Debemos examinar, entonces, si el

compendio de su pensamiento revela algo que pudiera siquiera

asemejarse a una teoría sistemática. Pero pospondremos

momentáneamente esta tarea para dar cabida a la consideración de

otros rasgos generales del modelo strawsoniano de análisis conectivo.

90

Ibíd., págs. 27-28

Page 59: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

59

I.4. Análisis y conceptos básicos

Desde sus orígenes, es común definir la tarea filosófica como

“búsqueda de principios”. En la filosofía británica, o en ciertas vertientes muy

influyentes de ella, se acoge esta idea con una vehemencia especial. El

empirismo, tanto el clásico (Berkeley, Locke y Hume) como el lógico (Russell

y el positivismo lógico) proclama encontrar en los datos sensibles los

elementos básicos a partir de los cuales se constituye la estructura de ideas

con la que concebimos el mundo; los datos sensibles son, pues, básicos

desde el punto de vista conceptual. Todos los demás elementos de esa

estructura conceptual se derivan, de diferentes maneras (según la variante

empirista de que se trate) de tal fundamento último.91

Es obvio que Strawson no concibe el ejercicio filosófico en estos

términos. Su propuesta se formula en oposición a ese empirismo dogmático,

recalcitrante, ulteriormente reduccionista. Pero esto no implica una renuncia

a la idea de lo conceptualmente básico. Decíamos al comienzo que la

filosofía según Strawson consiste en análisis de conceptos. Y ahora

podemos agregar: análisis de conceptos básicos. ¿Cuáles son esos

conceptos básicos? ¿Cuál es el criterio para considerar un concepto como

“básico”? Las respuestas están insinuadas en la metáfora gramatical.

Subrayamos en su momento que la metáfora es plausible prima facie porque

respecto de algunos de los conceptos que manejamos sí es cierto que

91

Cfr. Ibíd., págs. 20, 71-72

Page 60: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

60

tenemos un dominio meramente práctico (así como de la gramática de

nuestra lengua), en contraste con otros, como los de las disciplinas teóricas

especializadas, que aprendemos a utilizar tras un proceso de enseñanza

teórica explícita. Los primeros son los conceptos pre-teóricos, del discurso

ordinario. Entonces, tendrían que ser estos los conceptos de los que se

ocuparía la llamada “gramática del pensamiento”.

Pero, ¿por qué reclamar para los conceptos pre-teóricos la condición

de básicos, fundamentales, para nuestra estructura general de ideas? Pues

bien, su prioridad procede del hecho de que la posibilidad de emplear

efectivamente los conceptos teóricos, especializados, presupone la posesión

de los primeros, pero no viceversa. Aprendemos cuáles son las condiciones

de aplicación de los segundos mediante enseñanza explícita. Pero ésta “no

ocurre en un vacío intelectual. Deben establecerse conexiones con el equipo

conceptual que los estudiantes ya poseen. Nuestro dominio de los conceptos

de las disciplinas especializadas debe, de alguna forma, surgir a partir de los

materiales conceptuales que ya dominamos”92.

Según Strawson habría tres criterios para aislar los conceptos básicos

respecto de la infinidad de conceptos que empleamos en el discurso pre-

teórico. Aquellos se caracterizarían por ser altamente generales, no

descomponibles y no contingentes. Conceptos como “cuerpo”, “tiempo”,

“verdad”, “identidad”, “conocimiento”, ejemplifican de forma obvia qué debe

entenderse por la idea de generalidad de un concepto. El carácter no

92

Ibíd., pág. 21

Page 61: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

61

descomponible, por su parte, no alude a simplicidad, sino a resistencia a una

definición reductiva. Por ejemplo, conceptos como “carro”, “guitarra”,

“concierto”, “nieve”, “piedra”, “calle”, “gato”, pueden ser definidos, sin

circularidad, en términos de otros conceptos más generales. Con el concepto

de cuerpo, o el de tiempo, o muchos otros conceptos básicos, la situación es

diferente: no pueden ser reducidos a otros conceptos sin que vuelvan a

aparecer en alguna parte de la operación, solapada o manifiestamente. 93

Un sentido fuerte del término “conceptos básicos” involucra

preguntarse si las ideas que consideramos pertenecientes a esa estructura

fundamental no serían más bien el reflejo de meros accidentes históricos,

culturales, fisiológicos; o si, por el contrario, constituyen “la estructura mínima

que podemos considerar inteligible como una estructura posible de la

experiencia”94, es decir, si son nociones sin las que el pensamiento,

conocimiento y discurso sobre el mundo serían imposibles. En este sentido,

nos interrogamos por la necesidad de los conceptos que consideramos

básicos. La filosofía de Kant representa un ejemplo, posiblemente el más

notable, de en qué consistiría preguntarse esto95. Pero el trabajo del mismo

Kant suscita serias dudas acerca de la viabilidad de probar con argumentos

que ciertas nociones, claramente prioritarias en nuestra manera de concebir

y experimentar el mundo, poseen en efecto un tal carácter necesario.

Insinuábamos al comienzo que el sostén de la necesidad atribuida por Kant a

93

Cfr. ibíd., págs. 22-24 94

Ibíd., pág. 26 95

Cfr. Ibídem.

Page 62: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

62

ciertas nociones consiste en lo que, a los ojos de Strawson, no es sino una

fatal confusión de los planos conceptual y empírico. A este respecto, el

análisis de Strawson en Los límites del sentido alerta contra el recurso

kantiano a la configuración del equipo cognoscitivo humano para probar que

la experiencia sería imposible sin la convergencia de intuiciones espacio-

temporales y conceptos en los que éstas se subsuman96.

Por estas dificultades, Strawson propone ocuparse “de nuestra

estructura conceptual, como de facto existe, aunque no sea posible

demostrar la necesidad de esos elementos”97. El análisis filosófico se

ocuparía, pues, de los conceptos fundamentales que efectivamente

empleamos en nuestra interacción con el mundo; de describir el uso que

hacemos de ellos, “su función en nuestras vidas”. Esto no implica, advierte

Strawson, una renuncia a la pregunta acerca de cuáles, entre todos ellos,

son imprescindibles en la explicación de cómo acontecen nuestras

transacciones con el mundo98. Es importante no perder de vista esta

observación cuando examinemos la manera en que el método de Strawson

se desarrolla en la práctica, aplicado al análisis de conceptos particulares, ya

que podríamos apreciar un camino para, si no afirmar, al menos sugerir con

cierta fuerza el carácter necesario de algunas nociones de nuestro equipo

básico de ideas. En cualquier caso, la conclusión que debemos retener

96

Cfr. P.F. Strawson, “Espacio y Tiempo” en Los Límites del Sentido, Madrid, Ediciones de la Revista de Occidente, 1975, págs. 43-64 y P.F. Strawson, “Objetividad y Unidad” en ob.cit, págs. 64-104 97

P.F. Strawson, Analysis and Metaphysics, New York, Oxford University Press, 1992, pág. 27 98

Cfr. Ibídem

Page 63: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

63

consiste en que “si nos encontramos forzados a abandonar la concepción

más fuerte de la estructura fundamental -y no digo que debamos o queramos

hacerlo- podemos optar, sin sentirnos desalentados, por la menos fuerte”99.

Un ejemplo singularmente iluminador de en qué consistiría realizar un

análisis funcional de nuestros conceptos básicos, un examen cuyo objetivo

sería presentar una descripción de los usos que hacemos de ellos en la

práctica, sin la pretensión de probar a ultranza su necesidad, puede

encontrarse en el ensayo de Strawson titulado “Causalidad y Explicación”,

publicado en el libro Essays on Davidson: Actions and Events100 .

Strawson señala ahí que el escepticismo humeano acerca del

concepto de causalidad se origina al ignorar impúdicamente lo que no es

sino “un lugar común en filosofía”: el carácter plenamente disposicional de

nuestros conceptos de objetos sustanciales. Se trata, pues, de que a nuestro

dominio de dichos conceptos es inherente el conocimiento de las

posibilidades de acción y reacción de los objetos correspondientes:

Es posible, por supuesto, que observemos o nos enteremos de la acción o reacción de una cosa sin saber cuál entre un conjunto característico de circunstancias promotoras de acción o reacción operó en un caso particular, o sin saber los detalles de esas circunstancias (…) En todos estos casos se pide una explicación. Se trata de una petición para llenar los vacíos de nuestro conocimiento. Pero los vacíos, se está tentado a decir, son como espacios en blanco en un formulario ya preparado. Sabemos de antemano el campo de posibles respuestas, porque sabemos con qué clase de objeto estamos tratando. No se trata de que primero adquirimos los conceptos de tipos de objeto, y sólo entonces, y sólo por observaciones repetidas de conjunciones similares de eventos y circunstancias, llegamos a formar creencias acerca de qué clases de reacción pudieran esperarse bajo cuáles variedades de

99

Ibídem. 100

Vermazen y Hintikka (eds.), Essays on Davidson: Actions and Events, Oxford, 1985. Aquí citaremos la versión publicada en Análisis y Metafísica.

Page 64: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

64

condiciones antecedentes. Más bien, tales creencias son inseparables de nuestros conceptos de las cosas

101.

Sobre esta base Strawson sostiene que la noción de causalidad tiene

un lugar claramente definido en el esquema conceptual que de facto

utilizamos, en el que la idea de particular, y en especial de particular con un

cuerpo físico y una identidad a lo largo del tiempo, capaz de acciones y

reacciones, ocupa un rol estelar. Pero aquí no termina la historia. Como

Strawson nos recuerda de manera muy oportuna, el concepto de causalidad

desempeña una función evidentemente protagónica en las explicaciones

sobre acontecimientos que ofrecemos a nivel ordinario. Además, Strawson

piensa que estos modelos explicativos ordinarios son una suerte de

paradigma para las explicaciones teóricas. Strawson se refiere aquí, sobre

todo, a la centralidad de las acciones de tipo mecánico, al carácter

paradigmático que posee nuestra explicación pre-teórica de estas acciones:

Las acciones mecánicas (…) son fundamentales para nuestras propias intervenciones en el mundo, para que produzcamos los cambios deseados: llevamos los hombros a la rueda, las manos al arado, oprimimos botones, halamos palancas. Al participar nosotros mismos en ellas, encontramos allí el origen de las ideas de poder y fuerza, compulsión y constricción (…) No debe entonces sorprender que tales transacciones ofrezcan un modelo básico para la búsqueda teórica de causas; que busquemos ‘mecanismos’ causales; que, aún cuando es claramente metafórico, el lenguaje del mecanismo impregne el lenguaje de causa en general, como en las frases ‘conexión causal’, ’vínculos causales’ y ‘cadena causal’

102.

Sin embargo, aun cuando las explicaciones teóricas se apoyen de

este modo en nuestras maneras imprecisas de rendir cuenta ordinariamente

de lo que ocurre, Strawson reconoce que la presencia del concepto de

101

P.F. Strawson, Analysis and Metaphysics, Oxford, 1992, pág. 121. 102

Ibíd, págs. 118-119.

Page 65: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

65

causalidad en el teorizar riguroso tiene límites: “es cierto, no hay duda, de

que en la evolución de la teoría física sofisticada el uso y la utilidad de

nuestros modelos más vulgares disminuyen y finalmente, quizás, se agotan

completamente. En este punto también la noción de causa pierde su rol en la

teoría, como Russell dijo que ocurriría y debería ocurrir”103.

Como sugieren estas esquemáticas consideraciones sobre la función

del concepto de causalidad en distintos niveles de la experiencia y el teorizar

humanos, la fisonomía de nuestro esquema fundamental de ideas no es

estática, así como tampoco es única o universal, idéntica en todos aquellos

niveles. Aquella creencia en la posibilidad de formular una comprensión

definitiva, necesaria, de cuáles son nuestros conceptos básicos, y de qué

función desempeñan, tiende a mostrarse poco plausible. Strawson piensa,

más bien, que esa comprensión está expuesta a modificaciones paralelas al

avance del conocimiento sobre el mundo que logramos a partir de ella: “[la

estructura conceptual básica] puede ser modificada de adentro por el avance

del conocimiento ganado desde adentro. No quiero decir meramente que

ganamos más conocimiento del mundo, aunque desde luego hacemos esto.

Más bien, quiero decir que nuestra concepción misma de la estructura básica

de ideas dentro de la cual se realiza este aumento de conocimiento puede

ser refinada como resultado de tales aumentos”104 (este pasaje evoca, por

cierto, aquella metáfora de Neurath en la que compara a la filosofía con un

103

Ibíd., págs. 116-117 104

Ibíd., pág. 64

Page 66: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

66

barco, que también es cara a Quine al hablar de la continuidad entre la

filosofía y la ciencia, y que citamos al comienzo).

Otro ejemplo que ilustraría esta sugerencia tiene que ver con ciertas

posibles modificaciones en nuestra manera de entender el concepto de

realidad objetiva promovidas desde una perspectiva científica. Primero,

observemos que nuestro concepto de experiencia sensible implica que

adquirimos a través de ella una imagen espacial (y temporal) de una realidad

objetiva que es, en sí misma, espacial (y temporal. La razón de por qué esto,

un lugar común en filosofía, efectivamente es así, se mostrará más adelante).

De aquí se sigue que los conceptos empleados en formular juicios acerca de

esa realidad objetiva tendrán que ser, por lo menos, conceptos de modos de

ocupación de espacio. Serán conceptos de relaciones espaciales

(posiciones) y propiedades espaciales (forma y tamaño). Ahora, como hizo

notar Berkeley, estas son nociones relativamente abstractas, que sólo

podemos identificar en la percepción de objetos particulares a través de un

determinado modo sensible (vista, tacto u otro)105. Esto implica que “el rango

relevante de conceptos de cualidades esencialmente visuales o táctiles está

tan íntimamente asociado con aquellos conceptos de objetos espaciales que

participan en nuestros juicios de percepción como lo están los conceptos

espaciales más abstractos. Si digo que he comprado un caballo, usted bien

puede preguntar de qué color es, así como dónde está o cuan alto es”106.

105

Cfr. Ibíd., pág. 96 106

Ibídem.

Page 67: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

67

El problema aparece cuando se examinan estas conclusiones desde

la perspectiva de las teorías físicas y fisiológicas. Porque entonces se

señalará que las cualidades sensibles mediante las que percibimos los

objetos espaciales son “subjetivas”; no son intrínsecas a los objetos, sino que

son la consecuencia de nuestra constitución subjetiva y la manera como son

realmente esos objetos107. Esto implicaría que a través de la percepción no

tenemos acceso a la realidad objetiva como tal, a las cosas como son en sí

mismas: “ninguna de las cualidades sensibles, como normalmente las

entendemos, pertenece real o intrínsecamente a las cosas que ocupan el

espacio; estas cosas realmente poseen sólo las propiedades físicas que les

son adscritas por las teorías físicas en términos de las cuales se explican los

mecanismos psico-fisiológicos de la percepción”108 (Filósofos como Locke y

Russell habrían adherido a esta comprensión109).

Tendríamos aquí un concepto que está siendo usado en niveles

diferentes con funciones, sentidos diferentes. Y la idea strawsoniana de que

se trata de describir esas funciones como efectivamente se presentan,

permite zanjar un conflicto aparentemente irreconciliable mostrando que, en

tanto se tenga conciencia de la distinción, no hay incompatibilidad entre

ambas maneras de entender el concepto de realidad objetiva, ya que en

ambos contextos nos referimos a los mismos objetos (pues la asignación de

propiedades espaciales es común a ambos niveles, lo cual garantiza

107

Cfr. Ibídem. 108

Ibíd., págs. 65-66 109

Cfr. P.F. Strawson, Los Límites del Sentido, pág. 35

Page 68: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

68

identidad de referencia). El concepto de cualidades sensibles ocupa un lugar

en nuestro esquema conceptual en la medida en que color o tacto son

indispensables para la experiencia perceptiva de los objetos en el espacio;

no es, sin embargo, imposible que nos formemos una idea de la realidad

objetiva (no de nuestra percepción de ella) en la que tales cualidades estén

ausentes.

En este debate, ni Strawson ni nosotros evaluamos la coherencia de la

idea de que el concepto de realidad objetiva es perfectamente reducible al de

objetos con las cualidades que les adscriben las teorías científicas. En

efecto, es una tesis que, en el contexto de la crítica a la noción kantiana de

“cosa en sí”, Strawson presenta como una alternativa a la intrínseca falta de

inteligibilidad que, a su juicio, empaña la propuesta kantiana; una alternativa

que, si bien es inteligible, tampoco le parece satisfactoria110. El único motivo

para hacer referencia a este asunto es mostrar en qué consistiría una

concepción del análisis filosófico en el que la descripción de los usos, o

posibles usos, de los conceptos sea el objetivo principal.

110

Cfr. P.F. Strawson, Los límites del sentido, págs. 34-35

Page 69: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

69

CAPÍTULO II

PARTICULAR Y UNIVERSAL

Para entender en acto su propio objeto, el intelecto debe recurrir a impresiones que le permitan estudiar la naturaleza universal existente en lo particular. Santo Tomás de Aquino Summa Teologica

Buscando indicaciones en Análisis y Metafísica acerca del sentido de

la pregunta ontológica, encontramos que la ontología investiga “cómo

concebimos efectivamente el mundo”111; esclarece nuestras ideas sobre

“aquello que, en el fondo, asumimos que existe”112. Examinar la manera en

que Strawson proporciona contenido a esta fórmula general es muy

importante, no sólo porque la pregunta involucrada resulta, de suyo, de la

mayor relevancia, sino porque la manera como se propone responderla

ilumina los rasgos esenciales de su método con singular intensidad. Veamos.

En la estrategia expositiva de Análisis y Metafísica el recurso a la

concepción metafilosófica de Moore resulta fecundo. Veíamos al comienzo

que Strawson aprovechó la imprecisión, o el error, de aquella manera en que

Moore definía la ontología, como “descripción de las cosas más importantes

que hay en el mundo”, a fin de delimitar el campo de acción del trabajo

filosófico en general, y de la investigación ontológica en particular, en los

linderos de lo conceptual. Se revelaba así lo equivocado de la creencia, nada

111

P.F. Strawson, Analysis and Metaphysics, pág. 35 112

Ibíd., pág. 42

Page 70: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

70

infrecuente, de que la ontología se ocupa de elaborar un registro de las

cosas del mundo, un “inventario” de lo que hay113. Pero de las indicaciones

de Moore en Some Main Problems in Philosophy hay otras cosas que

aprender, y no sólo, por así decir, por vía negativa. Por ejemplo, de su

registro de las tareas filosóficas principales, y de su clasificación en cuatro

departamentos: Ontología, Epistemología, Lógica y Ética. Sobre en qué

consistiría el trabajo del primero de ellos ya hemos hablado. Por su parte, la

Epistemología comprendería problemas relacionados a los fundamentos del

conocimiento, así como a la Filosofía de la Mente. El departamento llamado

“Lógica” abarcaría no sólo lógica formal, sino temas contemporáneamente

asignados a la Filosofía del Lenguaje. Acerca del objeto de la Ética Moore no

hace alusión alguna, presumiblemente por haber ventilado el asunto en otro

texto, Principia Ethica. En Análisis y Metafísica también se omitirá la

consideración de la Ética (con la excepción del último ensayo del libro, en el

que se examina el concepto de libre albedrío, especialmente en su relación

con la idea de acción moral)114.

Strawson se hace eco plenamente de tal tripartición del trabajo

filosófico. Sobre esta base, sin embargo, propone una hipótesis muy peculiar

acerca de las relaciones entre cada área: “veremos que la teoría general del

113

El título mismo del ensayo clásico de Quine, “Sobre lo que hay” podría avalar, como en efecto ocurre a veces, esta comprensión incorrecta. Sin embargo, es dudoso que Quine cometiera este error. Como la tesis de Strawson en ontología se desarrolla tomando a Quine como principal adversario, en las páginas siguientes algo se insinuará, indirectamente, acerca de por qué su concepción sobre la ontología se mantiene en los límites de lo conceptual 114

Cfr. Ibíd., pág. 31

Page 71: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

71

ser (ontología), la teoría del conocimiento (epistemología) y la teoría general

de la proposición, de lo que es verdadero o falso (lógica) no son sino tres

aspectos de una investigación unificada”115. Pero, ¿qué quiere decir esto?

¿En qué consiste tal unidad? A fin de aclarar el asunto, Strawson nos invita a

seguir su respuesta a la pregunta por los tipos de entidades que asumimos

que existen, a la pregunta ontológica.

Al efecto, Strawson propone tomar a la lógica formal como punto de

partida. Se señalan al menos dos razones para justificar esta operación.

Veamos la primera. Comencemos notando que una manera de indicar de

qué se ocupa la lógica sería afirmando, como hace Strawson, que “estudia

las formas generales de la proposición y sus relaciones”116. Por “proposición”

se entiende “el significado lingüístico o sentido de una oración”117; es decir, el

contenido objetivo, susceptible de ser comprendido de la misma forma por

distintos receptores. Ahora bien, las proposiciones pueden utilizarse en la

expresión de distintas “actitudes proposicionales”, es decir, para expresar

juicios, suposiciones, deseos, etc. Pero la lógica, según hemos dicho, hace

abstracción de esas actitudes proposicionales específicas. Sin embargo, esto

no introduce una ruptura entre éstas y la proposición, porque la principal

propiedad de una proposición es la de ser portadora de un valor de verdad,

115

Ibíd., pág. 35 (el énfasis es mío) 116

Ibíd., pág. 36 117

Alfonso García Suárez, Modos de Significar, Madrid, Tecnos, 1997, pág. 152. Éste es uno de los sentidos del término, pero no el único. García Suárez distingue al menos tres: las proposiciones en el sentido “tradicional”; las proposiciones como contenidos de los actos ilocucionarios y las proposiciones como significados de las oraciones (el que hemos adoptado aquí, siguiendo a Strawson)

Page 72: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

72

el cual posee en la medida en que es usada para expresar juicios,

suposiciones, deseos, etc. 118

Por otra parte, recuerda Strawson evocando a Kant, el uso de los

conceptos se produce en los juicios, es decir, en el registro de cómo son las

cosas en el mundo. Así, admitiremos que la lógica, el estudio de las formas

generales de la proposición, también nos indicará las formas generales de

los juicios, pues los juicios expresan proposiciones. De esta manera, podría

pensarse que la lógica nos suministraría esos conceptos mediante los que,

como diría Aristóteles, “decimos el ser”. En efecto, si se considera el asunto

apresuradamente, podría pensarse que filósofos como Quine avalan esta

comprensión. Recordemos su propuesta de que la notación en términos de la

cual se simbolizan las formas distinguidas en la lógica proposicional y la

lógica de predicados ofrece una estructura apropiada para todo nuestro

pensamiento proposicional, una notación canónica. Y ahora prestemos

atención a esta afirmación en Word and Object: “La búsqueda de un patrón

de notación canónica lo más simple y claro posible no ha de distinguirse de

una búsqueda de categorías últimas, un retrato de los rasgos más generales

de la realidad”119

Pero para Strawson esa sugerencia no debe pasar de ser “una

exageración”120, tomando en cuenta que la tesis quineana del compromiso

ontológico involucra mucho más que las meras formas representadas por la

118

Cfr. P.F. Strawson, ob. cit, pág. 36. 119

W.V. Quine, Word and Object en P.F. Strawson, ob. cit, pág. 41. 120

Cfr. P.F. Strawson, ob. cit, pág. 41

Page 73: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

73

notación canónica. Sin duda, debe ser una exageración, porque la lógica sólo

muestra las formas de la proposición, con independencia del contenido

particular que con esas formas puede expresarse, y no se ve cómo un

estudio meramente formal pueda tener relación con la ontología.121 Por el

contrario, en el carácter abstracto de la lógica hay una buena razón para

buscar los conceptos ontológicos básicos en un lugar diferente

La otra indicación de Strawson para avalar la escogencia de la lógica

como punto de partida seguramente no fue concebida como un argumento

per se, pues de lo contrario deberíamos desecharlo de inmediato como una

obvia falacia de autoridad. Se señala que, a pesar de que la lógica se ocupa

sólo de las formas del pensamiento, algunos de los más ilustres filósofos de

la historia han albergado la idea de su muy estrecha vinculación con la

ontología (Los nombres conspicuos de Aristóteles, Leibniz, Kant, Frege,

Russell, Wittgenstein y Quine destacan en la lista). Se propone, entonces,

recurrir a la lógica considerándola un simple “punto de partida”, a ser

enriquecido con aportes de otras fuentes.122

Antes de considerar qué indicaciones ontológicas podríamos obtener

de la lógica, contemplemos otra posible razón para acudir a ella. Es una

razón que Strawson no señala explícitamente, pero que podríamos proponer

sobre la base de uno de los rasgos generales de su modelo de análisis.

Recordemos la observación de que la filosofía estudia “la función de los

121

Cfr. Ibíd., págs.36-37 122

Cfr. Ibíd., pág. 37

Page 74: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

74

conceptos en nuestras vidas”123. A su vez, recordemos que describir la

función de un concepto implica acudir al contexto en el que se usa, el

contexto en que adquiere todo su sentido124. Y ahora, ¿no podríamos pensar

que el recurso a la lógica en la elucidación de los conceptos ontológicos

respondería a esta misma prescripción, es decir, que la función de aquellos

conceptos altamente generales que subyacen a todo discurso sobre la

realidad se verificaría en el estudio de las formas generales de la

proposición? Porque la forma de la proposición más simple que contempla

nuestra lógica, representada simbólicamente como “Fa”, es aquella en la que

de un término sujeto se predica otro, el término predicado. Y esta forma

elemental, atómica, ¿no responde ulteriormente a los conceptos mediante los

que describimos la realidad? ¿No está impregnada por los conceptos

ontológicos? Confiemos en que el curso de la investigación nos suministrará

mayores indicios para avalar o desechar esta interpretación.

Regresemos a la idea de que la lógica nos proporcionaría un punto de

partida en la investigación ontológica (cualquiera sea la razón de esto). Y

ahora notemos que hablar de “la” lógica es sumamente vago, porque al

amparo de ese nombre general coexiste una multiplicidad de sistemas, no

necesariamente afines. Al respecto, y en semejanza con Quine, Strawson

considera que si de lo que se trata es de establecer cuál es nuestra

ontología, basta limitar nuestra comprensión de la lógica a la lógica

123

Cfr. pág. 28 y ss. de este trabajo 124

Cfr. pág. 34 y ss. de este trabajo

Page 75: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

75

proposicional y a la lógica de predicados de primer orden. En consecuencia,

los conceptos principales a considerar serían los de composición veritativo-

funcional, cuantificación y predicación.

El primero, en cuanto no se relaciona con la estructura interna de las

proposiciones atómicas involucradas en la composición de proposiciones

moleculares, sino que se ocupa de explicar, justamente, cómo se determinan

los valores de verdad de los compuestos a partir de los valores de verdad de

los elementos, no puede vincularse con la respuesta a la pregunta sobre los

conceptos mediante los cuales pensamos y hablamos sobre la realidad125.

Entonces, la respuesta debería hallarse examinando la estructura

interna de las proposiciones atómicas. La notación que revelaría esa

estructura es, ya se adelantó, del tipo Fa, donde “F” representa un predicado

y “a” una variable individual. El contenido asociado a este esquema

puramente formal comienza a apreciarse sustituyendo las letras por las

expresiones del lenguaje natural a las que representan. “F” representa

expresiones predicativas, como verbos atributivos o relacionales, mientras

que “a” representa sustantivos singulares definidos (nombres propios,

pronombres o descripciones definidas -como “la mesa gris” o “el Rey de

Francia”-). Notemos a continuación que esta dualidad gramatical revelaría, a

su vez, una dualidad funcional, ya que los sustantivos singulares definidos se

usan para hacer referencia a individuos particulares, y los verbos

correspondientes se usan para la predicación de determinada propiedad

125

Cfr. Ibíd., pág. 38

Page 76: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

76

respecto de tales individuos. Recordemos ahora que el objetivo de todas

estas consideraciones es encontrar en la forma lógica del discurso alguna

indicación o indicio de cuáles son nuestras categorías ontológicas

fundamentales. Al respecto, la formulación de la dualidad funcional parecería

apuntar a una dualidad ontológica, a una distinción entre tipos de entidades:

una distinción entre individuos por una parte, a los que hacemos referencia

mediante los sustantivos singulares definidos, y propiedades o relaciones,

por la otra, representados por las expresiones predicativas.126

Esta sugerencia de Strawson puede parecer extraña. Sin duda,

genera preguntas. La primera podría provenir de Quine. Porque hasta ahora

Strawson sólo ha dicho que la categoría “individuo” comprende, sin más,

aquello a lo que nos referimos mediante sustantivos singulares definidos; es

decir, comprende a los objetos de referencia o sujetos de predicación. Pero,

como veíamos al comentar el criterio de compromiso ontológico127, una

ontología que abarque todo lo que puede ser objeto de referencia tendría que

admitir la existencia de propiedades, acontecimientos y muchas otras

entidades abstractas. Y, en efecto, esta conclusión parece estar implicada en

la idea strawsoniana de que nuestra ontología está atravesada por la

dualidad entre individuos y propiedades. ¿Es esto aceptable? Nos dimos

cuenta de que para Quine no lo es. Y, como el mismo Strawson reconoce,

este rechazo no es fruto de un capricho: tiene mucho que ver con el temor de

126

Cfr. Ibíd., págs. 38-39. 127

Cfr. págs. 18-20 de este trabajo

Page 77: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

77

que, al incorporar entidades abstractas a nuestra ontología, terminemos

tratándolas de una forma peligrosamente análoga a las entidades espacio-

temporales128. Así las cosas, ¿puede encontrarse algún criterio, si no de

exclusión al estilo de Quine, al menos de orden jerárquico del infinito

conjunto de lo que tratamos como objetos de referencia? Y, en relación con

lo anterior, ¿qué quiere decir Strawson al sugerir que nuestra ontología

comprende propiedades? ¿Qué quiere decir al proponer, según parece, el

reconocimiento de su existencia?

II.1. Ontología y epistemología

En efecto, en Análisis y Metafísica, sin mencionar otros trabajos que

recorreremos más adelante, hay al menos dos argumentos que indican el

fundamento de un tal criterio de prioridad o jerarquía ontológica. Seguirlos

con toda atención es de la mayor importancia no sólo porque nos enseñan

las bases sobre las que se construye la ontología de Strawson, sino también

porque ilustran singularmente en qué consiste un examen filosófico del

sentido de nuestros conceptos básicos que atienda a las conexiones entre

ellos. Además, es natural pensar que deberían arrojar luces acerca de

aquella peculiar propuesta de que la filosofía es esencialmente una

investigación unificada, de tal suerte que sus “departamentos” no son sino

perspectivas diferentes para considerar un mismo objeto.

128

Cfr. P.F. Strawson, ob. cit., pág. 58

Page 78: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

78

Los dos argumentos en cuestión tienen en común el recurso a ciertos

conceptos centrales de la epistemología. En particular, tienen por objeto

explorar las conexiones entre lo que está implicado en el concepto de

experiencia cognoscitiva y la pregunta por los conceptos ontológicos básicos.

Y aquí, así como acabamos de hacer cuando Strawson apeló a la conexión

con nociones lógicas, debemos preguntarnos qué justifica esta operación.

Porque, ciertamente, se ha planteado que el análisis filosófico no puede

precisar el sentido de los conceptos de los que se ocupa sin atender a las

relaciones del concepto explicado con los demás del “sistema”. Pero, al

menos hasta donde se ha desarrollado la idea, esto no parece implicar nada

acerca de cómo proceder para el rastreo de esas conexiones. Habría que

recordar una vez más la insistencia de Strawson en el sentido de que, por

cuanto se trata de describir la función de los conceptos, es menester acudir

al contexto en el que los usamos. Así, uniendo esta idea con la propuesta de

aclarar los conceptos ontológicos acudiendo a la epistemología, podríamos

pensar que, de manera implícita, se sugiere que los conceptos ontológicos

tienen una función cognoscitiva. Que acudimos al discurso epistemológico

para elucidarlos porque ése es su contexto de uso, el contexto que les da su

sentido. Plantearíamos entonces una nueva conjetura, a ser probada o

desechada en el curso del trabajo, la cual consiste en que la pregunta misma

acerca de cuáles son nuestros conceptos ontológicos surge como resultado

de la pregunta acerca de la naturaleza y las condiciones propias del

conocimiento.

Page 79: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

79

Consideremos el primer argumento. Comienza en una clave baja,

recordando ideas muy familiares en filosofía. La primera es la observación de

Kant, ya comentada antes, acerca de que el uso de los conceptos se

produce en los juicios. La segunda consiste en que el objetivo de éstos es

proporcionar creencias verdaderas acerca del mundo. Se trata de destacar,

por una parte, que la actividad judicativa constituye el ejercicio cognoscitivo

básico, mediante el cual estabilizamos nuestras creencias acerca de la

realidad empírica. Por la otra, de propiciar la pregunta por lo que está

implicado en el concepto de “verdad”, en la idea de “creencias verdaderas”.

Observaremos con Strawson que el sentido inmediato de este último es el de

una correspondencia de los juicios respecto de la realidad acerca de la que

versan129.

La noción de verdad como correspondencia saca a la luz el hecho de

que la actividad cognoscitiva se constituye sobre la base de una cierta

dualidad: la dualidad entre, de un lado, la capacidad judicativa de quien

posee los conceptos y los aplica en tales juicios, y del otro, el mundo, la

realidad, objeto de aquellos, y que determina su verdad o falsedad130. Se

trata, en una frase, de “la dualidad del Sujeto que juzga y la Realidad

Objetiva acerca de la cual juzga”131.

Aquí es donde hace su entrada el concepto de experiencia

cognoscitiva, a manera de bisagra, por decirlo así, que articula los dos lados

129

Cfr. ibíd., pág. 51. 130

Cfr. Ibíd., pág. 52 131

Ibíd., pág. 53

Page 80: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

80

de la dualidad. Porque a la pregunta acerca de qué hace posible que el

sujeto, mediante el empleo de conceptos, forme creencias verdaderas sobre

el mundo, la respuesta inmediata consistiría en apuntar a la idea de

experiencia, como el puente que concede al sujeto un acceso a cómo son las

cosas en realidad.

Pero la experiencia hace mucho más que eso. Proporciona a los

conceptos no sólo su contenido, el estado particular de cosas al que se

aplican, sino también su sentido. Como señala Strawson, es sobre todo a

Kant a quien debemos nuestra posesión de una clara conciencia acerca de

esto. En Los Límites del Sentido denomina a esta idea “principio kantiano de

significatividad”, y la define en estos términos: “se trata del principio según el

cual no puede haber ningún uso legítimo, ningún uso con sentido, de ideas o

conceptos si no se los pone en relación con las condiciones empíricas, las

condiciones en la experiencia, de su aplicación. Si lo que deseamos es

utilizar un concepto de una cierta manera, pero somos incapaces de

especificar el tipo de situación de experiencia a la que se aplicaría el

concepto, (…) realmente no estamos haciendo ningún empleo legítimo del

concepto en cuestión”132. Ahora, ¿cuáles son, al menos según Kant, las

“condiciones en la experiencia” de la aplicación de un concepto? Esto se

respondería preguntándonos primero cuáles son las condiciones necesarias

de cualquier experiencia perceptiva posible, con independencia del contenido

particular que proporcione la sensación. Al respecto, el propio Kant señala

132

P.F. Strawson, Los Límites del Sentido, pág. 14.

Page 81: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

81

que, en lo que se refiere a nuestro modo de percibir, “el espacio y el tiempo

son sus formas puras; la sensación es su materia. Las primeras, en tanto que

puras, podemos conocerlas sólo a priori, es decir, previamente a toda

percepción efectiva, y por ello se llaman intuiciones puras. A la segunda se

debe, en cambio, lo que en nuestro conocimiento se llama a posteriori, es

decir, intuición empírica. Aquéllas son inherentes, simpliciter, a nuestra

sensibilidad, sean cuales sean nuestras sensaciones, que pueden ser muy

diferentes”133 Entonces, los dos rasgos básicos y necesarios de nuestra

experiencia sensible serían su carácter espacial y temporal. Por lo tanto, las

condiciones mínimas implicadas en el uso efectivo de un concepto en la

experiencia serían que los objetos a los que se aplica estén ubicados en el

espacio y el tiempo.

Retengamos con el mayor celo esta conclusión, mientras

profundizamos en aquella sugerencia de que a la dualidad lógica entre

función referencial y función predicativa podemos asociar una correlativa

dualidad ontológica, entre individuos y términos generales. Al efecto,

recordemos que la distinción funcional sobre la que se articula la proposición

atómica no indica sino el hecho de que un concepto se predica de un caso

particular. Así, puesto que se trata de probar la sugerencia explorando las

conexiones entre estas nociones lógicas y la noción epistemológica de

experiencia, la siguiente pregunta a responder no podría ser distinta a ésta:

133

Immanuel Kant, Crítica de la Razón Pura, B 59-60, A42-43. México, Taurus, 2006, pág. 83

Page 82: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

82

“¿qué hemos de entender, en conexión con la noción de emitir un juicio

acerca de una realidad objetiva, por la noción de un caso particular en el que

se aplica un concepto general?”134

Esto nos obliga a precisar la noción de “concepto general”. Lo primero

que está implicado en ella sale a la luz a través del adjetivo “general”: un

concepto es general “si es susceptible, en principio, de ser ejemplificado en

cualquier cantidad de casos particulares”135. Pero, como nos enseñó Kant,

esto no es todo. Para que esos conceptos tengan algún sentido, deben

aplicarse a objetos en la experiencia. Pues bien, si unimos ambas

condiciones, la idea de “concepto general” involucraría “encontrar en la

experiencia diferentes casos particulares y distinguirlos como diferentes,

reconociéndolos a la vez como semejantes en cuanto todos son casos

apropiados para la aplicación del mismo concepto”136. En otras palabras, nos

las vemos aquí con el problema de explicar la posibilidad lógica de las

instancias de un concepto dentro de los límites de la experiencia posible;

dentro de “los límites del sentido”, como diría Strawson.

Sobre cómo es esto posible ya adelantamos bastante al comentar lo

que Kant llama “formas a priori de la sensibilidad”, es decir, las

características necesarias de la experiencia sensible. Nuestra experiencia del

mundo es espacio-temporal: todo lo que percibimos está ubicado en un

determinado punto espacial y temporal (o, al menos, temporal, como

134

P.F. Strawson, Analysis and Metaphysics., pág. 54. 135

Ibídem. 136

Ibídem (el énfasis es de Strawson)

Page 83: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

83

ocurriría, según el ejemplo de Strawson, con las diferentes instancias de un

mismo sonido: tómense por caso las campanadas de un reloj). Así, la

posibilidad lógica de las instancias de un concepto general descansa en el

hecho de que espacio y tiempo constituyen factores de individuación. En

otras palabras, un concepto puede aplicarse a infinidad de casos particulares

diferentes porque la garantía de tales diferencias reside en las distintas

ubicaciones espacio-temporales (o al menos temporales).

Esto nos conduce a una conclusión sumamente importante.

Recordemos que, tomando como guía la distinción lógica entre referencia y

predicación, se propuso que nuestra ontología comprendería individuos

particulares y términos generales predicados de éstos. Al respecto, hicimos

notar la excesiva vaguedad del término “individuos particulares”, en virtud de

la cual todo aquello que tratáramos como sujeto de predicación parecería

caer bajo esa categoría. Pero, apelando a la forma básica del juicio, (aquélla

en la que se reconoce que un objeto encontrado en la experiencia es una

instancia de una clase), la cual no es sino el correlato epistemológico de la

dualidad lógica y de la presunta dualidad ontológica, encontramos que el

particular básico es aquel con una ubicación espacio-temporal. En otras

palabras, entre todos los posibles objetos de referencia que podemos

encontrar en nuestro discurso, los particulares espacio-temporales ocupan

Page 84: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

84

un lugar preeminente; son, afirma Strawson, los objetos fundamentales de

referencia (o, lo que es igual, sujetos fundamentales de predicación)137.

A la misma conclusión se llega por otra vía, que también involucra

examinar las relaciones de los planos lógico y ontológico con el

epistemológico. Se trata, en esta ocasión, de analizar con mayor detalle el

concepto de experiencia, de percepción sensible, como fuente de juicios

verdaderos sobre el mundo. Este argumento, el segundo de los prometidos,

también refuerza la idea de “análisis conectivo” en la práctica misma.

Indicábamos, siguiendo a Kant, que nuestra experiencia del mundo es

espacio-temporal. Pero esta afirmación amerita mayor desarrollo. Para

comenzar, atendamos a lo que está implicado en las palabras “aquí” y

“ahora”, aplicadas a nuestra percepción sensible de la realidad. Notaremos

que hacen referencia a un punto particular (espacial o temporal) al interior de

un mundo objetivo que se extiende en el espacio y el tiempo. Pero también

reconoceremos que carecerían de esa capacidad referencial objetiva si no

estuvieran relacionados a la ubicación espacial o temporal de sujetos

particulares. Se trata, entonces, de que el sujeto percibe el mundo objetivo,

que es en sí mismo espacio-temporal, desde un lugar y tiempo particulares,

desde puntos particulares al interior de ese marco objetivo138. En palabras de

Strawson: “la experiencia subjetiva del mundo se concibe tanto como algo

en, al interior del mundo, una parte del mundo y su historia, y también

137

Cfr. Ibíd.. págs. 57-58 138

Cfr. Ibíd., págs. 59-60

Page 85: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

85

genuinamente como una experiencia respecto del mundo y, por tanto, la

fuente de juicios objetivos acerca de él”139.

Pero a Strawson le interesa examinar la idea de que la experiencia

sensible está a la base de nuestros juicios verdaderos acerca del mundo.

Esto ya se afirmaba antes, al indicarse que la capacidad judicativa del sujeto

encuentra en la experiencia el medio que le conecta con la realidad objetiva

y, por tanto, le permite formar juicios verdaderos. Sin embargo, de lo dicho

también debe inferirse que la experiencia sensible depende causalmente de,

y se orienta por, cómo son las cosas objetivamente. De no aceptar esta

última implicación, sería imposible explicar por qué nuestros juicios de

percepción son verdaderos, es decir, se corresponden con la realidad. La

correspondencia discurso-mundo sería una mera coincidencia.140

Prosigue Strawson observando que al concepto de experiencia

también es inherente la presencia de contenido conceptual. Que el registro

perceptivo humano respecto del mundo involucra clasificación conceptual de

los estímulos sensibles es un asunto sobre el cual, aparte de Strawson,

también insiste Sellars, por ejemplo141. Al indicar esto, Strawson está

dialogando sobre todo con las corrientes representacionalistas más radicales

en su empirismo, para cuyos miembros la formación de juicios sobre la

139

Ibíd., pág. 59 140

Cfr. Ibíd., págs. 60-61. 141

Se señala que la diferencia entre la respuesta a los estímulos sensibles de quien articula reportes en formato lingüístico de la experiencia, y la respuesta de un animal entrenado o una máquina sensible a su entorno, reside justamente en la clasificación conceptual de la que sólo es capaz el primero. Cfr. Sellars, Wilfrid, “Empiricism and the Philosophy of Mind” en Robert Brandom, Articulating Reasons, Cambridge, Harvard University Press, 2000, págs, 47-49

Page 86: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

86

realidad consta de dos etapas independientes: la primera, la experiencia

sensible propiamente dicha, que no consiste sino en la huella o impresión

recibida en los sentidos a partir de los estímulos externos, sin más. Y luego,

sólo después, acaecería la segunda etapa, en la que sí se emplearían

conceptos en la formación de juicios, a partir de los datos obtenidos en

aquella experiencia sensible “desnuda”. Esta comprensión es errada, sugiere

Strawson, porque ambas “etapas” en realidad se entreveran estrechamente.

Aparte de que los conceptos obtienen su sentido en relación con las

condiciones de su aplicación en la experiencia, el “carácter” de esta última es

determinado por los primeros: “el carácter de nuestra experiencia perceptiva

misma, de nuestra experiencia sensible misma, se halla enteramente

condicionado por los juicios acerca del mundo objetivo que estamos

dispuestos a formular cuando tenemos esta experiencia; se halla, por decirlo

así, enteramente impregnado -saturado, podría decirse- por los conceptos

empleados en tales juicios”142. El punto decisivo, pues, radica en que

describimos la experiencia sensible en términos de dichos conceptos143.

Pero al concepto de experiencia es inherente una tercera noción, rica

en consecuencias. Es inherente, además, en una forma muy obvia: la

posibilidad de que nuestros juicios sean verdaderos requiere que los

conceptos empleados en ellos sean conceptos relativos al mundo objetivo,

142

P.F. Strawson, ob. cit, pág. 62 143

Cfr. Ibíd., págs. 62-63

Page 87: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

87

es decir, “conceptos de clases de cosas que hay efectivamente en el mundo,

y de propiedades que esas cosas efectivamente tienen”144.

Concentrémonos con Strawson en esta frase: “conceptos del mundo

objetivo”, e inmediatamente recordemos que el sujeto percibe el mundo

desde su particular ubicación espacio-temporal, pero que ese mundo

también es espacio-temporal en un sentido objetivo. Ahora pensemos en qué

implicaciones, relacionadas con los tipos de conceptos que debemos tener

para que nuestros juicios sean verdaderos, podemos extraer del hecho de

que el mundo objetivo se extienda en el espacio. No podremos evitar la

conclusión de que, entre ellos, debemos tener conceptos relativos a

posiciones y propiedades espaciales; en una palabra, conceptos de “modos

de ocupación de espacio”145. Sobre esta base Strawson está autorizado a

afirmar que “nuestros conceptos del mundo objetivo serán, sobre todo,

conceptos de cosas que tienen tanto propiedades como posiciones

espaciales”146.

Pasemos a continuación al aspecto temporal. Como era de esperarse,

la conclusión anterior se aplica también aquí, mutatis mutandis. Si la realidad

es temporal, los conceptos mediante los que emitimos juicios sobre sus

objetos deberán incluir conceptos de ubicación en el tiempo de los mismos.

Pero hay más. Acabamos de reiterar que el sujeto tiene experiencia de los

objetos que se extienden en el espacio desde un cierto punto particular al

144

Cfr. Ibíd., pág. 63 145

Cfr. Ibíd., pág. 64. 146

Ibídem.

Page 88: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

88

interior de ese marco. Como es obvio, este punto es de suyo contingente;

puede variar a lo largo del tiempo. Y, precisamente por esto, la idea misma

de distintos puntos de vista, de distintas perspectivas espaciales acerca de

un mundo objetivo, un mundo que es como es con independencia de los

juicios acerca de él, tiene que presuponer el concepto de identidad a lo largo

del tiempo de los objetos percibidos desde esos distintos puntos de vista (o

al menos de algunos de ellos). Por tanto, esta noción tiene que ser inherente

a los conceptos de los objetos acerca de los que versan nuestros juicios de

percepción.147 Así las cosas, y recordando la advertencia acerca de cómo los

conceptos informan, modelan la percepción, podemos entender por qué

Strawson afirma que “percibimos algo o mucho de lo que percibimos como

entidades que ocupan un espacio y son relativamente permanentes,

entidades de tales clases que retienen sus identidades cuando percibimos

diferentes aspectos de ellas desde diferentes puntos de vista o cuando,

como resultado de una u otra clase de cambio, dejan de estar dentro de

nuestro campo perceptivo inmediato”148. Por consiguiente, el concepto de

este tipo de entidades será fundamental en nuestro esquema básico de

ideas:

A lo largo del tiempo cada uno de nosotros construye unan imagen detallada del mundo. Pero todas las imágenes detalladas, construidas a lo largo del tiempo por diferentes sujetos de experiencia, tienen una estructura básica común: son todas imágenes de un mundo en el cual cada uno de nosotros ocupa, en un cierto momento, algún punto de vista perceptivo; y en el cual los individuos que ocupan un espacio, distinguidos o distinguibles como tales bajo los conceptos

147

Cfr. Ibíd., págs. 67-68 148

Ibíd., pág. 68.

Page 89: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

89

correspondientes, tienen, como nosotros, historias pasadas, y quizás un futuro

149.

Recordemos la inquietud que nos acompañaba antes de recorrer

estos dos argumentos: que la definición inicial de la categoría ontológica de

individuo, emprendida en forma estrictamente paralela a la noción lógica de

función referencial, implicaba la automática incorporación en la ontología de

todo lo que pudiera ser objeto de referencia. Apuntábamos además que esa

inquietud sería compartida, no digamos ya por Quine, sino por el mismo

Strawson. Y entonces pasamos a preguntarnos en qué podría consistir un

criterio de distinción o prioridad entre todos los objetos de referencia. Tras el

recurso a la perspectiva epistemológica hemos encontrado la cabeza de una

tal jerarquía ontológica: los particulares espacio-temporales. Éstos son, como

se mostró, los principales objetos de nuestros juicios sobre la realidad. Son,

por consiguiente, los principales objetos de referencia, o sujetos de

predicación, de las oraciones de nuestro discurso. Y si nos concentramos

exclusivamente en el lenguaje llegaremos a la misma conclusión: notaremos

que los particulares espacio-temporales son los referentes primarios de

nuestros sustantivos y frases nominales150.

Pero, ¿qué diremos sobre la situación ontológica de todos los demás

objetos de referencia? ¿Qué diremos, para enfocarnos en un caso particular,

acerca de las propiedades que predicamos de los objetos primarios de

referencia, las cuales son, en efecto, objetos de referencia de infinidad de

149

Ibíd., págs. 68-69. 150

Cfr. pág. 69.

Page 90: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

90

oraciones? Quine, vimos tiempo atrás, propone excluirlas de nuestra

ontología, negarles existencia, junto con todas las “entidades abstractas” (En

efecto, en Word and Object llega al punto de desarrollar una propuesta de

sustitución de entidades abstractas151). Pero Strawson, como se anticipaba,

se opone a esta reducción. Aunque reconoce que “los atributos o

propiedades son ontológicamente secundarios respecto de los objetos a los

que se les atribuyen, en la medida en que la referencia a las propiedades

presupone referencia a los objetos, pero no viceversa”152, no encuentra en

esta subordinación referencial razones que autoricen a excluir de la ontología

a las propiedades y, en general, a las entidades abstractas. Nos invita más

bien a concebir a los miembros de nuestra ontología dispuestos en una

jerarquía, un orden de prioridad. Se trata, entonces, de contrastar el objetivo

de una máxima economía en nuestros compromisos ontológicos con un

enfoque “menos austero” y “más tolerante”153. Pero la “tolerancia” ontológica

no sería, digamos, una mera preferencia estética o una impostura. La

insistencia de Strawson parece sobre todo alertar acerca del

empobrecimiento de nuestro sistema de creencias que resultaría de creer,

seriamente, en la posibilidad de prescindir de las entidades abstractas, y en

particular de las propiedades, como objetos de referencia154.

151

W.V. Quine, Word and Object, Cambridge, The MIT Press, 1960, capítulo 6, en Liza Skidelski, ob. cit, pag. 20. 152

P.F. Strawson, ob. cit, pág. 46 153

Cfr. Ibídem. 154

Cfr. Ibídem.

Page 91: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

91

II.2. Tres dualidades básicas

Repasemos rápidamente el punto al que hemos llegado. Tras

proponer la hipótesis de que los tres “departamentos” de los que consta el

trabajo filosófico (lógica, epistemología y ontología) constituyen sólo

“aspectos diferentes de una investigación unificada”, e indicar que la manera

de probar esta sugerencia consistiría en elucidar los conceptos básicos de

cada área rastreando sus conexiones con los de las demás, Strawson ha

tomado a la lógica, y en particular a las nociones funcionales de “referencia”

y “predicación”, como punto de partida para responder a la pregunta por

cuáles son nuestros conceptos ontológicos fundamentales. Como resultado

de esta operación, se propuso que a tales nociones se asociaran las de

“individuo” y “término general” (o “universal”) como sus correlatos en el plano

ontológico. Por su parte, del análisis de las ideas implicadas en la noción de

experiencia cognoscitiva se concluyó que los particulares espacio-temporales

constituyen los individuos básicos de nuestra ontología cotidiana.

Terminábamos reseñando la advertencia muy general de Strawson contra la

eliminación de los universales del dominio de lo existente, apoyada

aparentemente sobre la base de su condición de objetos de referencia

(aunque secundarios).

Estas conclusiones abren nuevas preguntas. Una de ellas tiene que

ver con la comprensión de los conceptos lógico-semánticos de función

referencial y función predicativa, representados de forma habitual por el

Page 92: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

92

sujeto y el predicado, respectivamente; con el desarrollo in extenso de esa

comprensión. Limitándonos a Análisis y Metafísica no parece que

encontraremos ninguna indicación explícita al respecto. Sin embargo, con la

propuesta de postular los candidatos a conceptos ontológicos básicos a

manera de correlatos de aquellas nociones, Strawson debe querer decirnos

algo.

Una advertencia explícita de que en las propuestas anteriores hay

más señales de orden lógico de las que habíamos notado proviene de otra

fuente, un pasaje que inaugura el primer capítulo de Los Límites del Sentido,

en el que se alude a la insistencia fundamental de Kant sobre la necesaria

concurrencia de intuiciones y conceptos con miras a la posibilidad del

conocimiento:

La dualidad de las intuiciones y los conceptos no es, de hecho, más que un aspecto de una dualidad que puede reconocerse en cualquier filosofía que trate seriamente el conocimiento humano, sus objetos o su expresión y comunicación. Son éstas tres direcciones distintas de la tarea filosófica más que tres tareas diferentes. No pueden separarse realmente la teoría del ser, la teoría del conocimiento y la teoría de la proposición; y nuestra dualidad aparece necesariamente en las tres, bajo diferentes formas. En la primera, no podemos evitar la distinción entre los ítems concretos y las clases generales o características que aquellos ejemplifican; en la segunda, debemos reconocer la necesidad tanto de poseer conceptos generales como de conocer las cosas en la experiencia, cosas que no son conceptos, y que se subsumen en ellos; en la tercera, debemos reconocer la necesidad de aquellos recursos lingüísticos, o de otro tipo, que nos permitan tanto clasificar o describir en términos generales y nos indiquen a qué casos particulares se aplican nuestras clasificaciones o descripciones.

155

155

P.F. Strawson, Los Límites del Sentido, Madrid, Ediciones de la Revista de Occidente, 1975, pág. 43

Page 93: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

93

En su ensayo “La Teoría Metafísica de Strawson de Sujeto y

Predicado”156, Chung Tse señala que nos encontramos aquí frente al “alma”

de la filosofía de Strawson157: la idea de que el pensamiento y conocimiento

humanos, así como su comunicación, descansan sobre la base última,

profundamente enraizada, de una cierta “dualidad”. Una dualidad que, por sí

misma, no recibe ningún nombre, sino sólo a través de sus manifestaciones

en ontología, epistemología y lógica. Notaríamos, entonces, las respectivas

dualidades de particular y universal; objeto de percepción y concepto; y

sujeto y predicado.158

Ahora bien, ¿cómo justifica Strawson su postulación de “la dualidad”?

¿Por qué, refiriéndose a esto, observa que “hay categorías y conceptos que,

en su carácter fundamental, no cambian en absoluto”?159. Según Chung,

Strawson asume la dualidad como un primer principio general (como una

suerte de hipótesis, estaríamos tentados a decir) a partir del cual explicar

coherentemente los conceptos básicos de cada uno de los tres grandes

“departamentos” filosóficos. A la vez, por “explicación coherente” debe

entenderse la exposición de las relaciones íntimas entre esos tres grupos de

conceptos; la revelación de la unidad que conforman la ontología, la lógica y

la epistemología.160

156

Cfr. Chung M. Tse, 1997, “Strawson’s Metaphysical Theory of Subject and Predicate” en Lewis Hahn, ob. cit., págs. 373-382 157

Cfr. Ibíd., pág. 373. 158

Cfr. Ibíd., págs. 375-376 159

P.F. Strawson, Individuals, London, Methuen, 1959, pág. 10 (citado en Chung Tse, ob. cit, pág. 379) 160

Cfr. Ibíd., pág. 376.

Page 94: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

94

Parece que se va aclarando aquella afirmación enigmática acerca de

que las tres áreas son aspectos diferentes de una misma investigación: se

trataría de perspectivas distintas, puntos de vista diversos, a partir de los

cuales se considera un mismo objeto, es decir, “La Dualidad”. Pero esto no

es todo. Porque no son modos de estudiar un mismo objeto que, salvo por

ese objeto común, no guardan otra relación entre sí. Se trata, apunta Chung,

de que “las tres formas (o aspectos) están interrelacionadas internamente, en

cuanto cualquiera de ellas conduce a las otras”161. Pensándolo bien, esta

conclusión no debe sorprendernos, porque a ella ya nos guiaba el análisis de

Strawson acerca de los conceptos ontológicos básicos, en el cual se hizo

manifiesta aquella precoz prescripción según la cual examinar

filosóficamente un concepto involucra revelar sus conexiones con otros

conceptos con los que se halla relacionado.

Pero esta conciencia de que reflexionar sobre el sentido de los

conceptos básicos de una de estas áreas acarrea explorar sus relaciones

con los de las otras dos tendría más consecuencias. Para considerar la

primera, recordemos nuestra advertencia previa162 acerca de cierta otra

manera de comprender la insistencia de Strawson en el carácter

“sistemático” del análisis filosófico; una comprensión más “fuerte” de lo que

está implicado en esta idea. Según aquella línea de interpretación, la misma

metáfora gramatical indicaría que el objetivo del análisis de nuestros

161

Ibídem. 162

Cfr. pág. 37 de este trabajo.

Page 95: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

95

conceptos básicos consiste en alcanzar una comprensión de los “principios

generales que rigen la práctica conceptual”163. Así, cuando Strawson sugiere

que la filosofía es una “explicación sistemática”, estaría invitándonos a

considerar una imagen construida a semejanza mucho más fiel, mucho

menos metafórica, de la idea de la gramática de una lengua, de lo que

habíamos presumido hasta ahora. Tal interpretación se sirve justamente de

esta indicación strawsoniana sobre la gran Dualidad, sobre la existencia, en

las propias palabras del autor, de “un núcleo macizo del pensamiento

humano que carece de historia”164. La tricéfala dualidad sería, entonces, el

principio, o conjunto de principios, que rige nuestra práctica conceptual.

Tomando en cuenta los análisis de conceptos específicos que hemos

considerado hasta ahora, no parecería irrazonable reconocer cierta

plausibilidad en esta propuesta. Buena parte del trabajo de Strawson parece

involucrar el rastreo de conexiones que, se diría, desembocan tarde o

temprano en los conceptos de alguno de los tres tipos de dualidad. Pero

habría que precisar si efectivamente estos presuntos “principios generales”

son comunes a toda nuestra práctica conceptual y, en consecuencia,

subyacen a toda explicación de esa práctica. Así, entre otras cosas, habría

que mostrar que la señalada necesidad del pensamiento, conocimiento y

discurso humanos de proceder ulteriormente sobre la base de la

discriminación entre lo particular y lo general es intrínseca a la idea de

163

Cfr. Liza Skidelsky, ob.cit, págs. 42-43 164

P.F. Strawson, Individuals, pág. 10. (citado por Chung Tse, ob. cit, pág. 8)

Page 96: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

96

estudiar un concepto mostrando sus relaciones de implicación y exclusión

respecto de otros conceptos; mostrando, como dice Robert Brandom en la

misma línea, sus relaciones inferenciales165.

Podemos imaginar al menos dos maneras de dilucidar esto. Una de

ellas consistiría en un estudio exhaustivo, caso por caso, de los análisis de

Strawson sobre aquellos conceptos básicos de los que se ocupó, a fin de

averiguar si, aún donde el concepto involucrado tiene prima facie poco o

nada que ver con las funciones cognoscitivas y discursivas básicas, es

posible aislar su vínculo con estas últimas. Al respecto, un trabajo

especialmente descollante podría ser “Libertad y Resentimiento”166, el

célebre ensayo de Strawson que representa una de sus contadas

incursiones en filosofía moral. Por muy tentador que resulta el plan,

ejecutarlo con la debida seriedad nos desviaría mucho, y por mucho tiempo,

del objetivo central de la investigación. Pero para no desecharlo sin tener

siquiera una vaga idea de lo que podríamos encontrar, prestemos atención a

algunas indicaciones muy generales de Strawson acerca del sentido del

concepto de acción, desarrolladas en el capítulo 6 de Análisis y Metafísica,

bajo el título “Empirismo Clásico. Lo Interno y lo Externo. Acción y

Sociedad”167. Se señala ahí que el concepto tradicional de acción racional,

limitado a la combinación de deseo y creencia, es inadecuado en al menos

165

Cfr. Robert Brandom, ob. cit. 166

Cfr. P.F. Strawson, “Libertad y Resentimiento” en Libertad y Resentimiento y otros ensayos, Barcelona, Paidós, 1982, págs. 37-68. 167

Cfr. P.F. Strawson, Analysis and Metaphysics, págs. 71-81 (Cfr. especialmente págs. 78-81)

Page 97: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

97

dos sentidos. Primero, porque no destaca el hecho de que a nuestros

conceptos de los diferentes tipos de cosas que hay en el mundo son

inherentes las posibilidades de acción que las mismas ofrecen:

No aprendemos primero qué hay en nuestro mundo y cómo nos ubicamos en relación con lo que hay en él, así como qué cambios o regularidades han de esperarse, para luego, y de manera independiente, aprender cómo podemos modificar las cosas o nuestra posición perceptiva en relación con ellas de maneras que se ajusten, tanto como sea posible, a nuestras actitudes de preferencia o rechazo. Las dos clases de aprendizaje son, por el contrario, indivisibles. Al conocer la naturaleza de las cosas, conocemos las posibilidades de acción; al conocer las posibilidades de acción, conocemos la naturaleza de las cosas

168.

Segundo, porque la relación entre los conceptos de acción y creencia

también resulta soslayada. Tomando en cuenta el vínculo entre nuestros

conceptos de objetos y sus posibilidades de acción, Strawson hace notar, en

primer lugar, que creer algo “frecuentemente involucrará el darse cuenta de

los posibles modos de actuar para evitar lo que se desea evitar y alcanzar lo

que se desea alcanzar.”169 Pero de inmediato sugiere que la conexión es

mucho más profunda: “En los hombres, o en realidad en cualquier ser

racional, los tres elementos de creencia, valoración (o deseo) y acción

intencional pueden ser diferenciados de los demás; sin embargo, ninguno de

estos tres elementos puede comprenderse apropiadamente, o incluso ser

identificado, excepto en relación con los otros”170.

Estas pistas podrían bastar para dejar abierta la pregunta acerca de si,

al proponer que la filosofía consiste en una “explicación sistemática” de los

conceptos, en una suerte de “gramática del pensamiento”, Strawson está

168

Ibíd., pág. 78 169

Ibíd., pág. 80. 170

Ibídem.

Page 98: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

98

realmente pensando que existen “principios generales” sobre los que

descansa todo uso de conceptos que podamos hacer en cualquier esfera de

la vida. Porque, acaso no sin sorpresa, podríamos apreciar que la triple

dualidad estaría a la base incluso de nuestras nociones morales, a través del

concepto de creencia. Pero hablábamos de una segunda forma de ventilar

este asunto. Consistiría en entender qué avala a Strawson cuando afirma

que nuestra manera de concebir, conocer y hablar sobre el mundo se basa

ulteriormente en esa gran distinción entre lo particular y lo general.

Planteando este curso de acción nos percatamos, aquí y ahora, de la

escasa atención que le hemos prestado al otro miembro de la presunta

dualidad ontológica. En la sección anterior notábamos el interés de Strawson

por presentar su ontología en términos que acentuaran el contraste con el

reduccionismo quineano. En este sentido, se insistió mucho en la idea de

una “jerarquía ontológica”, y se expusieron argumentos a favor del carácter

prioritario de los particulares espacio-temporales como principales objetos de

referencia, como entidades básicas de nuestra ontología. Pero también se

pretendía enfatizar que esta conclusión no autoriza la exclusión de

propiedades, relaciones y otras entidades “abstractas” del dominio de lo

existente. Se sugería que la condición de entidad debía reclamarse también

para los universales, en la medida en que constituyen igualmente objetos de

referencia, si bien objetos secundarios de referencia171.

171

Cfr. págs. 77-78 de este trabajo.

Page 99: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

99

Sin embargo, esto no puede ser el fin de la historia. Recordemos de

nuevo cómo hizo su primera aparición la idea de que nuestra ontología está

atravesada por la distinción entre particular y universal: considerando la

dualidad de función referencial y función predicativa que se manifiesta en la

forma básica del juicio, donde un concepto se predica de algún caso

particular. Y de inmediato puede apreciarse que, en esta aproximación, la

incorporación de los universales a la ontología no alude a su condición de

objetos de referencia. Alude, en realidad, a cierto tipo de relación con los

particulares. Una relación que pareciera apuntar a nuestra manera de pensar

y conocer los casos individuales.

Esta interpretación adquiere más fuerza recordando que la dualidad

entre particular y universal no sería sino el correlato ontológico de la

distinción básica en teoría del conocimiento, entre objetos de percepción y

conceptos (o, análogamente, entre objetos de percepción y objetos de

pensamiento, entre lo que se percibe de los objetos y lo que se piensa de

ellos). Una distinción cuya necesidad reconocemos especialmente por la

insistencia de Kant172, con quien Strawson coincide plenamente en este

punto, como se señala en Los Límites del Sentido mediante formulaciones de

172

“Nuestro conocimiento surge básicamente de dos fuentes del psiquismo: la primera es la facultad de recibir representaciones (receptividad de las impresiones); la segunda es la facultad de conocer un objeto a través de tales representaciones (espontaneidad de los conceptos). A través de la primera se nos da un objeto; a través de la segunda, lo pensamos en relación con la representación (como simple determinación del psiquismo). La intuición y los conceptos constituyen, pues, los elementos de todo nuestro conocimiento, de modo que ni los conceptos pueden suministrar conocimiento prescindiendo de una intuición que les corresponda de alguna forma, ni tampoco puede hacerlo la intuición sin conceptos” (Immanuel Kant, ob. cit, A50-51, B74-75, págs. 92-93)

Page 100: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

100

este tipo: “seguramente reconoceremos que no podemos formar concepto

alguno de la experiencia, del conocimiento empírico, que no nos permita

conocer, en la experiencia, ítems particulares que podamos reconocer o

clasificar como casos de tipos o características generales. Debemos tener la

capacidad de hacer tales reconocimientos y clasificaciones, es decir,

debemos tener conceptos generales; y debemos tener ocasiones para

ejercitar y desarrollar esta capacidad, es decir, debemos tener lo que Kant

denomina intuiciones”173.

Proponemos ahora que, para Strawson, esta necesidad cognoscitiva

se refleja en nuestro discurso sobre el objeto de ese conocimiento, en

nuestro discurso ontológico. Se trataría, como dice Chung, de que “si bien el

particular y el universal son claramente diferentes, deben estar conectados a

fin de constituir un hecho”174. Nuestra capacidad de concebir la realidad

requeriría, pues, que uno y otro se relacionen de cierta manera.

Precisar esta manera, que ha de ser nuestra próxima tarea, involucra

encontrar en Strawson muchas más indicaciones acerca de la naturaleza de

los universales de las que hemos comentado hasta ahora. Así que de

rastrear estas indicaciones también debemos ocuparnos en lo sucesivo.

Al comienzo de esta sección advertíamos que nuestra lectura de

Análisis y Metafísica nos dejaba extrañando algunas indicaciones explícitas

acerca de la dualidad lógica entre función referencial y función predicativa, o

173

P.F. Strawson, Los Límites del Sentido, págs. 43-44. 174

Chung Tse, ob. cit, pág. 377.

Page 101: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

101

entre sujeto y predicado; indicaciones acerca de la naturaleza de los

términos de esta dualidad. Propusimos entonces incorporar la idea de la

tricéfala dualidad y las mutuas interrelaciones entre sus miembros. Habiendo

sugerido, de una forma muy esquemática, en qué consistirían las relaciones

entre la dualidad ontológica y su correlato epistemológico, podríamos tratar

de hacer algo parecido con la dualidad lógica, es decir, preguntarnos por sus

posibles relaciones con sus homólogas de los otros dos planos.

Y seguramente podríamos predecir la dirección general de la

respuesta con sólo detenernos un instante en el título del artículo de Chung

al que hemos recurrido últimamente: “La teoría metafísica strawsoniana de

sujeto y predicado”. ¿Por qué es “metafísica” u “ontológica”? El mismo

Strawson, en su respuesta al artículo de Chung, lo explica: “si hay un tema, o

grupo de temas, que pueden considerarse centrales a mi pensamiento, es

precisamente el de los fundamentos metafísicos y epistemológicos de la

familiar distinción lógico-gramatical entre referencia y predicación, o sujeto y

predicado. Así pues, como dice el Profesor Chung, he sostenido, sobre

bases metafísicas y epistemológicas generales, que es la distinción

ontológica entre particular y universal la que proporciona el fundamento

subyacente de la distinción lógica estándar”175.

Strawson quiere decir que el esquema formal sujeto-predicado,

representado con la notación “Fa”, es el reflejo de nuestras maneras de

175

P.F. Strawson, “Reply to Chung M. Tse” en Lewis Hahn, ob. Cit, pág. 383 (Énfasis nuestro)

Page 102: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

102

concebir y conocer la realidad, respecto de las cuales las distinciones entre

particular y universal, y entre objeto de percepción y concepto general, son

condiciones necesarias. En una línea: nos comunicamos así porque

necesariamente pensamos y conocemos el mundo así. Por tanto, la

distinción entre sujeto y predicado constituiría una condición necesaria de la

significatividad de nuestro discurso sobre la realidad. No sería posible hablar

con sentido sobre el mundo sin la posibilidad lingüística de referirnos a casos

individuales, junto con la posibilidad de predicar de ellos ciertas

características generales. Aquí posiblemente resida la razón profunda detrás

del sostenido rechazo de Strawson a reducir el tratamiento filosófico de

ciertos temas a su consideración desde la lógica, cuando es concebida como

un sistema puramente formal, aséptico, cuya sintaxis y semántica no tienen

nada que ver con cómo es el mundo. Este es un asunto de la mayor

importancia porque, como señala Chung, Strawson quiere recordarnos que

“la lógica, incluso al ser considerada como pura manipulación de símbolos,

todavía es pensamiento humano en términos formales, pues la manipulación

misma es pensamiento en símbolos abstractos (…) Con la teoría de

Strawson, la distinción de sujeto y predicado tiene una suerte de necesidad

metafísica; no es un hecho meramente histórico, contingente, y no puede ser

eliminada ni manipulada arbitrariamente”176.

Tenemos, pues, una indicación altamente general de cómo explicar la

naturaleza lógica de las categorías sujeto y predicado. Pero, obviamente,

176

Chung Tse, ob. cit, pág. 379.

Page 103: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

103

necesitamos más. A semejanza de la atención que le estaremos prestando a

la dualidad ontológica (y su relación con la dualidad epistemológica), nos

interesa esbozar un perfil detallado de la dualidad lógica. De esta tarea nos

ocuparemos en el próximo capítulo.

Page 104: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

104

CAPÍTULO III

REFERENCIA Y PREDICACIÓN

Los estoicos creen que la lógica debiera ser llamada no sólo un instrumento de la filosofía, sino una parte suya. Dicen que la filosofía misma da lugar a la lógica, y por eso sería una parte suya. Ammonio. Aristot. Anal.

Hemos visto, sobre bases epistemológicas, por qué los particulares

han de ser los principales objetos de referencia de nuestro discurso. Una

conclusión que, recordábamos, se halla firmemente enraizada en la filosofía

al menos desde Kant.

Sin embargo, existe otra perspectiva desde la cual podemos, y

debemos, considerar el asunto. Ella se insinúa concentrándonos en el

sentido del término “objeto de referencia”. Notaremos de inmediato que alude

a, o se define a partir de, una dualidad funcional básica en la articulación del

discurso, una distinción inherente a la estructura de toda proposición: la

dualidad entre expresiones que se emplean para hacer referencia y

expresiones que se emplean para predicar algo de las primeras, o

análogamente entre sujeto y predicado. Alude, pues, al estudio de las formas

de la proposición, es decir, alude a la Lógica.

Y entonces resulta inevitable que reverbere con fuerza aquella

advertencia de nuestro autor, fuente de perplejidad al principio, acerca de la

unidad profunda de las tres direcciones de la investigación filosófica.

Page 105: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

105

Apreciamos, aquí y ahora, que el buscar una respuesta exhaustiva, o

siquiera suficientemente adecuada, a la pregunta por el sentido de nuestros

conceptos ontológicos básicos, nos obliga en realidad a rastrear sus

conexiones con las nociones lógicas básicas. En efecto, en las páginas que

siguen acompañaremos a Strawson en un recorrido cuyo término habrá de

ser la consecución de un sentido de los conceptos lógicos de sujeto y

predicado que rinda cuenta del papel preeminente de los particulares, como

los principales sujetos lógicos. Un sentido que, además, justifique el papel

predicativo tradicionalmente reservado a los universales. Un sentido que, por

último, explique satisfactoriamente la objeción reiterada de Strawson contra

el nominalismo reduccionista, recordando al respecto que los universales

también pueden ocupar la posición de sujetos lógicos. En suma, un sentido

de los conceptos de sujeto y predicado ulteriormente inseparable de los

conceptos ontológicos de particular y universal.

Para comenzar, reconozcamos con Strawson que hay varias maneras

de formular la dualidad lógica que nos ocupa. Puede considerarse, primero,

como una distinción entre dos funciones o actividades complementarias

ejecutadas en la articulación de una proposición: así, identificaríamos por

una parte una función referencial, y por la otra una función predicativa.

También puede estudiarse como una diferencia entre expresiones o

componentes lingüísticos, como una diferencia gramatical: el contraste se

Page 106: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

106

produciría entonces entre expresiones referenciales y expresiones

predicativas, o entre sujeto y predicado177.

Sin embargo, los términos “sujeto” y “predicado” también son

empleados para marcar la diferencia en una esfera distinta. Se les utiliza

para aludir a objetos no lingüísticos que se combinan para dar como

resultado una proposición: hablamos así de un objeto que predicamos, el

predicado, y otro objeto del que predicamos aquel, el sujeto.

Esta última manera de formular la división tiene el mérito de

acercarnos a un criterio que atienda a diferencias entre tipos de términos178

y, por consiguiente, que atienda ulteriormente a diferencias ontológicas. Pero

adolece de cierta carencia que, al notarla ahora, atrae incidentalmente

nuestra atención hacia un rasgo asociado por tradición a la dualidad

referencia-predicación o sujeto-predicado; un rasgo al que Strawson hará

justicia en la formulación de su propio criterio. Tiene que ver con cierta

exclusividad en las funciones que puede desempeñar cada elemento de la

dualidad. Pues se acepta generalmente que una expresión referencial no

puede convertirse en expresión predicativa (si bien una expresión predicativa

sí podría ocupar el lugar del sujeto lógico de la oración). El problema con la

última división reside, entonces, en que no garantiza esta exclusividad, pues

las señaladas diferencias entre términos son, a fin de cuentas, relativas a

una cierta proposición dada. En una proposición como “Einstein es sabio”,

177

Cfr. P.F. Strawson, Individuals, Londres, Methuen, 1959, págs. 139-140 178

En lo sucesivo seguiremos la prescripción de Strawson de emplear “término” al hablar de objetos no lingüísticos. Cfr. ibíd., pág. 154

Page 107: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

107

podemos fácilmente distinguir el término sujeto del término que se predica de

él, pero esta distinción no prejuzga nada sobre el rol que correspondería a

los términos “Einstein” o “ser sabio” en cualquier otra proposición. En efecto,

podemos emplearlos de tal suerte que asuman los roles opuestos, como en

la proposición “Hawkins es un Einstein”, o en la proposición “ser sabio es una

virtud”179.

La distinción propuesta por Frege entre “objeto” y “concepto”

prometería una solución satisfactoria a este problema, ya que, aludiendo

igualmente a términos, objetos no lingüísticos, garantizaría no obstante la

exclusividad funcional que se buscaba, al combinar la división entre términos

y roles en una sola categoría. Así, se obtendría un criterio independiente de

casos particulares: el mismo objeto puede aparecer en distintas

proposiciones, pero no en un papel distinto en cada caso. Se nos ofrecería

aquí, pues, un correlato no lingüístico de la distinción entre tipos de

expresiones que consideramos antes180.

Así las cosas, contamos con indicaciones muy generales acerca de

cómo se concibe tradicionalmente la dualidad que nos interesa. El siguiente

paso consistirá en llenarlas de contenido. Al efecto, seguiremos a Strawson

en la exposición de tres criterios: el criterio “gramatical”, el criterio “categorial”

y el criterio de “completud”.

179

Cfr. Ibíd., págs. 140-141. 180

Cfr. Ibíd., págs. 141-142.

Page 108: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

108

III.1. Criterio gramatical

Detengámonos en esta idea de la mutua exclusividad funcional de las

expresiones referenciales y predicativas, y preguntémonos cómo podríamos

utilizarla para nuestros propósitos. Comencemos precisando las maneras en

que se formula comúnmente. Frege, por ejemplo, la presenta en estos

términos: “un nombre propio nunca puede ser una expresión predicativa,

aunque puede ser parte de ella”181. Geach, por su parte, afirma que “el

nombre de un objeto puede (…) usarse como sujeto lógico de una oración

acerca de un objeto (…) No puede ser, sin un cambio radical de sentido, un

predicado lógico”182. Pues bien, incorporemos tan prominente característica

al esbozo de las definiciones buscadas.

Venimos hablando de diferencias funcionales entre los dos tipos de

expresiones, pero ¿no existen semejanzas a tener en cuenta? La respuesta

afirmativa aparece al recordar aquella perspectiva en la que tratamos, no con

expresiones, sino con objetos no lingüísticos, términos. Si la conectamos con

la primera, podremos decir que las expresiones referenciales y las

expresiones predicativas tienen en común el hecho de que ambas introducen

términos. Sus diferencias funcionales serían entonces diferencias en la

manera de introducir sus términos: en un caso se les introduce haciendo

referencia a ellos; en el otro, predicándolos.

181

Frege, G., “On Concept and Object” en P.F. Strawson, ob.cit., págs.142-143. Como aclara Strawson, por “nombre propio” Frege alude a lo que en nuestros términos corresponde a “expresión referencial”. 182

Geach, P.T., “Subject and Predicate”, en ob. cit, pág. 143.

Page 109: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

109

Es aquí donde Strawson propone acudir a la gramática, porque “un

libro de gramática de una lengua es, en parte, un tratado sobre los diferentes

estilos de introducción de términos en una expresión mediante locuciones de

esa lengua”183. En particular, Strawson piensa que las diferencias entre los

estilos nominal y verbal de introducción de términos proporcionarían el

criterio buscado, el cual pasa a formular así: “una expresión referencial es

una expresión nominal singular; una expresión predicativa contiene al menos

una forma finita de un verbo en el modo indicativo, la cual, dentro de los

límites de la expresión predicativa, no forma parte de una oración o cláusula

completa. Y un requisito general aplicable a expresiones referenciales y

predicativas consiste en que una expresión de cualquiera de los dos tipos dé

como resultado una oración asertórica al ser combinada con alguna

expresión adecuada del otro tipo”184.

Esta formulación garantiza, como se pretendía, la mutua exclusividad

funcional de ambos tipos de expresiones; así mismo, avala la prescripción

adicional de que una expresión referencial pudiera ser parte de una

expresión predicativa. Sin embargo, se requieren algunos ajustes para que

nos ofrezca condiciones suficientes, y no sólo necesarias. Al efecto,

agregaremos la condición de que ambas expresiones deben introducir

términos, para evitar que sustantivos como “nada” sean admitidos como

sujetos lógicos. Además, tendremos que limitar el sentido de la frase

183

P.F. Strawson, ob.cit., pág. 147 184

Ibídem.

Page 110: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

110

“expresión que introduce un término” para que sólo aluda a aquellos casos

en los que éste sea identificado definidamente. Esto asegura la exclusión de

descripciones indefinidas como “un rey”, o sustantivos como “todo” y “algo”,

del campo de candidatos a sujetos lógicos. 185

Consciente de que la naturaleza gramatical del criterio pudiera suscitar

justificadas dudas sobre su importancia filosófica, Strawson nos advierte

sobre la necesidad de encontrar su justificación lógica. Tenemos, pues, que

preguntarnos por las implicaciones profundas de esas diferencias

gramaticales. Comencemos considerando una expresión referencial, como

“Einstein”, y preguntémonos si su uso implica algo acerca del tipo de locución

en la que se introducirá su término. Ciertamente, podemos usarla en

oraciones asertóricas, preguntas o cláusulas condicionales, pero también en

meras listas de términos. Consideremos ahora el caso de una expresión

predicativa, como “es sabio”. ¿No resulta incuestionable que introduce su

término, la cualidad “sabiduría”, en una proposición? A diferencia de una

expresión como “Einstein”, “es sabio” introduce su término en un estilo

definido, el estilo proposicional. Así, el uso de un verbo en modo indicativo,

en una locución que introduce un término, determina el tipo de expresión en

la que se introduce, mientras que una locución nominal sola no ofrece tales

indicaciones: “la expresión ‘es sabio’ no sólo introduce el ser sabio, también

lleva consigo el vínculo asertórico o proposicional; o, en terminología aún

185

Cfr. Ibíd., págs. 158-159

Page 111: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

111

más vieja, no sólo introduce su término, también lo copula”186. Este criterio,

del mismo modo que el criterio puramente gramatical, del cual sería una

suerte de justificación o fundamento, garantiza la mutua exclusividad de

ambos tipos de expresiones, así como la posibilidad de que una expresión

referencial sea parte de una expresión predicativa.

Además de la distinción funcional, de la distinción entre tipos de

expresiones y de la distinción entre objetos no lingüísticos, indicábamos que

la comprensión fregeana recurría a los términos “objeto” y “concepto”. Como

en los otros casos, uno y otro son mutuamente exclusivos: un objeto no

puede ser un concepto, ni viceversa. No obstante, Frege explica la diferencia

de una forma extraña: indica que los objetos son “completos”, mientras los

conceptos son “incompletos” o “insaturados”187. Pero gracias al contraste

entre expresiones que introducen su término en el estilo proposicional, a

diferencia de las que no introducen su término en ningún estilo en particular,

podemos precisar el sentido de la metáfora. Las primeras, correlatos de los

conceptos de Frege, serían “incompletas” porque llevan consigo el estilo

particular en que deben completarse, es decir, sólo admiten completarse

para formar una proposición. Por otra parte, notábamos que las expresiones

referenciales, correlatos de los objetos, pueden completarse en cualquier

186

Ibíd., pág. 151. 187

Cfr. Frege, G., ob.cit. en P.F. Strawson, ob.cit., págs. 152-153

Page 112: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

112

estilo, pues no introducen su término de ninguna forma definida. Es este el

sentido en que serían “completas”.188

En su artículo, “Universals”189, F. P. Ramsey cuestiona esta distinción.

Se trata, comenta Strawson, de que no se entiende “por qué una parte de la

proposición debiera considerarse más incompleta que otra: cualquiera de las

partes por igual no es la totalidad”190. Pero las objeciones de Ramsey tienen

un origen más profundo. Como acabamos de señalar, la dicotomía fregeana

entre elementos completos e incompletos de una proposición no es sino una

analogía para ilustrar, a fin de cuentas, la distinción gramatical entre estilos

de introducción de términos. Y, en efecto, la crítica de Ramsey apunta en esa

dirección.

Lo primero que nota Ramsey es que la naturaleza gramatical de las

categorías empleadas basta para activar las alarmas: “recordemos que la

tarea de la que nos ocupamos no es meramente una tarea de gramática

inglesa; no somos niños de escuela que vamos a analizar oraciones en

sujeto, extensión del sujeto, complemento y demás”191. Esta primera

sospecha puede conducirnos al núcleo mismo del criterio, a la idea de que la

posesión del vínculo proposicional marca la diferencia entre expresiones

referenciales y expresiones predicativas. Porque, si pudiéramos explicar la

188

Cfr. P.F. Strawson, ob.cit., pág. 153. 189

Ramsey, F.P., “Universals”, en F.P. Ramsey, Foundations of Mathematics. Citado en P.F. Strawson, ob.cit. 190

P.F. Strawson, ob.cit., pág. 153 191

Ramsey, F.P., ob.cit., págs. 116-117 en P.F. Strawson, ob.cit., pág. 160.

Page 113: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

113

introducción de aquél con independencia de cualquiera de estas

expresiones, la distinción entre sujeto y predicado simplemente se disolvería.

Como Strawson expone prolijamente, una explicación tal puede

articularse sin mayores dificultades. Dadas dos expresiones que introducen

términos, la sucesiva introducción del vínculo proposicional se podría explicar

por un recurso ajeno a cualquiera de ellas, como, por ejemplo, un paréntesis

que las abarque a ambas. Así, dadas las expresiones “Einstein” y

“Sabiduría”, representaríamos el resultado como una proposición, en vez de

una mera lista de términos, de la siguiente forma: (Einstein Sabiduría). El

hecho de que desde un punto de vista gramatical se asocie el verbo a una de

estas expresiones no sería sino una mera convención a partir del recurso

general, compatible con él. Equivale a establecer la regla de que el

simbolismo proposicional se represente con un paréntesis que, en lugar de

abarcar ambos términos, abarque sólo a uno. En el ejemplo anterior, la

proposición se indicaría como sigue: (Einstein) Sabiduría, o también Einstein

(Sabiduría).

Así las cosas, si el único aval tras la descomposición de las

proposiciones atómicas en sujeto y predicado es la distinción gramatical,

parece que carecemos de buenas razones para seguir sosteniéndola. Ahora

bien, recordemos qué nos condujo hasta aquí en primer lugar. ¿No fue la

inquietud por investigar la idea de que los particulares son los principales

sujetos de nuestras predicaciones, preguntándonos qué significa ser sujeto,

en contraste con ser predicado? ¿Y a esta idea no se halla asociada esta

Page 114: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

114

otra: que los particulares sólo pueden ser sujetos, mientras que los

universales pueden ocupar cualquiera de las dos posiciones? Queríamos

investigar, en resumen, cierta asimetría entre las nociones ontológicas de

particular y universal asociada a cierta asimetría lógica, entre las nociones de

sujeto y predicado. Según Ramsey, al haber disuelto la asimetría lógica, por

extensión se disolvió también la asimetría ontológica: no habría ninguna

diferencia ulterior entre particular y universal192.

¿Pero esta conclusión es correcta? Lo sería si se presupone que la

distinción ontológica se basa en la distinción lógica. Sin embargo, en el

capítulo anterior se hizo evidente el hecho de que el tipo, o los tipos, de

recursos conceptuales de los que disponemos para concebir el mundo -es

decir, los conceptos que integran nuestra ontología- responden

esencialmente a necesidades cognoscitivas. En ningún momento se podía

siquiera vislumbrar la idea de que las necesidades ontológicas respondieran

a necesidades puramente lingüísticas. Y ahora tampoco se ve cómo tal cosa

podría ser el caso.

A pesar de esto, la denuncia de Ramsey es de la mayor importancia.

Aunque, claramente, no nos obliga a renunciar a la distinción particular-

universal, sí nos compromete a buscar el fundamento de la dualidad lógica a

la que se le asocia en otro lugar. Curiosamente, por este motivo terminará

siendo para nosotros un muy feliz acaecimiento, a blessing in disguise, como

dicen los angloparlantes. Porque el hecho de que una manera tan extendida

192

Cfr. P.F. Strawson, ob.cit., pág. 161

Page 115: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

115

de comprender el sentido filosófico de los conceptos de sujeto y predicado

adolezca de esas deficiencias estructurales incidentalmente orienta las

candilejas, una vez más, hacia la pregunta por el método de la filosofía. Y

así, es inevitable que regrese a nuestra atención la constante insistencia de

Strawson acerca de la manera más apropiada de elucidar el sentido de

nuestros conceptos básicos: rastreando cuidadosamente las conexiones que

existen entre ellos. El criterio gramatical, atendiendo exclusivamente a

diferencias en estilos de introducción de términos, se formula de espaldas a

los tipos de términos, es decir, a los tipos de entidades introducidas; se

formula de espaldas a una dualidad ontológica básica, entre particular y

universal. Si aquella prescripción abstracta, aérea, que recibimos de

Strawson al comienzo de este trabajo es correcta, la manera adecuada de

explicar la distinción sujeto-predicado consistiría, más bien, en seguir sus

vínculos con otros conceptos con los que se halla relacionada. Y bien, ¿no

se ha advertido también que, a través de la tricéfala dualidad de objetos y

conceptos, particulares y universales y sujeto y predicado, los tres grandes

departamentos de la filosofía forman ulteriormente una unidad? En el

capítulo anterior reconstruimos con Strawson, al menos en parte, el puente

entre la dualidad epistemológica y la dualidad ontológica. Veamos ahora

cómo haríamos algo semejante con la dualidad lógica.

Page 116: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

116

III.2. Criterio categorial Strawson observa que “cualquier término, particular o universal, debe

poder vincularse asertóricamente con otro término o términos, a fin de

producir un resultado significativo, una proposición. Un término puede

concebirse como un principio de reunión de otros términos. Puede decirse

que reúne a aquellos términos tales que, cuando se vincula asertóricamente

con cualquiera de ellos, el resultado es no sólo una proposición significativa,

sino también verdadera”193. Ahora bien, ¿no es una forma un poco extraña

de expresarse esa referencia a “reunir términos”? ¿Qué se quiere decir

exactamente? Al menos en parte, Strawson en realidad alude al hecho de

que, como dice en otro lugar, “la idea de individuo es la idea de una instancia

individual de algo general. No hay algo así como un puro particular”194. La

frase “reunir términos” no sería sino una metáfora para explicar la idea de

“subsumir otra entidad, u otras muchas entidades, en un universal”195. Pero,

siendo así las cosas, resulta evidente su origen epistemológico. Resulta

evidente que se trataría de un intento más o menos acertado por traducir a

lenguaje ontológico la necesidad de disponer no sólo de objetos de

percepción, sino también de conceptos, para que sea posible formular juicios

sobre el mundo, es decir, para que sea posible el conocimiento196.

193

Ibíd., pág. 167. 194

Strawson, P.F., 1953, “Particular y General” en P.F. Strawson, Ensayos Lógico-Lingüísticos, Madrid, Tecnos, 1983, pág. 48. 195

Chung Tse, ob.cit., en Lewis Hahn, ob.cit, pág. 377. 196

Cfr. Ibíd., págs. 377-378.

Page 117: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

117

Aclarado este asunto, siquiera parcialmente, notemos ahora que

Strawson distingue varios vínculos asertóricos, o principios de reunión de

términos, atendiendo a diferencias en los términos involucrados. Al punto,

comienza indicando que los términos universales se clasifican en dos

grandes categorías: universales de especie y universales caracterizadores.

Los define de este modo: “un universal de especie ofrece un principio para

distinguir y contar los particulares individuales que reúne. No presupone

ningún principio o método anterior de individuación de los particulares que

reúne. Los universales caracterizadores, por otra parte, si bien ofrecen

principios para agrupar e incluso para contar particulares, ofrecen tales

principios sólo para particulares previamente distinguidos, o distinguibles, de

conformidad con algún principio o método anterior”197. Tomemos en cuenta,

para futura consideración, que sin proponérnoslo vamos acopiando algunos

datos para formular la caracterización del otro miembro de la dualidad

ontológica, los universales, acerca del cual admitíamos nuestra ignorancia al

final del capítulo anterior.

Sobre esta base se postulan al menos dos principios de reunión de

términos, que involucran a universales y particulares198 y toman sus nombres

de los primeros. Así, tendremos en primer lugar el vínculo de especie, o de

instanciación. El mismo comprende, por un lado, el caso en que un particular

197

P.F. Strawson, ob.cit., pág. 168. 198

Strawson postula también un tercer principio de reunión de términos, el vínculo atributivo, que asocia dos particulares, en lugar de un particular con un universal. Al respecto, cfr. págs. 168 y 170. Sin embargo, una reseña detallada de este último no resulta demasiado relevante para nuestros propósitos.

Page 118: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

118

reúne varios universales de especie: Einstein, por ejemplo, reúne los

universales “físico”, “hombre”, “ser vivo”. Por el otro, el caso en que un

universal de especie reúne varios particulares: el universal “físico” reúne a los

particulares Einstein, Bohr y Heisenberg. Pero, si bien existen obvias

semejanzas, hay que advertir asimetrías entre los principios de reunión en

cada caso: “podríamos indicar esta diferencia empleando, además de la

fórmula simétrica ‘x está vinculado de forma instanciadora con y’ (donde x o y

pueden ser tanto particular como universal, mientras cada una sea de un tipo

diferente), también la fórmula asimétrica, ‘x es una instancia de y’ (donde x

debe ser un particular, mientras que y debe ser un universal)”199.

El segundo principio de reunión de términos se denomina vínculo

caracterizador. Abarca, de igual modo, dos casos. Por una parte, aquél en el

que un particular reúne varios universales caracterizadores: se puede decir

de Einstein que es sabio, perseverante, etc. Por la otra, aquél en el que un

universal reúne diversos particulares: decimos que, por ejemplo, Einstein,

Galileo y Kant son sabios. Análogamente al primer vínculo, no obstante,

también existen asimetrías entre la manera en que particulares y universales

reúnen sus términos:

El principio a partir del cual un particular reúne diferentes universales caracterizadores en momentos diferentes es ofrecido por la identidad continua del particular (…); el principio a partir del cual un universal caracterizador reúne diferentes particulares, al mismo tiempo o en diferentes momentos, involucra una cierta semejanza característica entre dichos particulares en dichos momentos. Podríamos indicar esta diferencia añadiendo a la fórmula simétrica

199

Ibíd., pág. 169.

Page 119: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

119

‘x está unida por un vínculo caracterizador a y’, la fórmula asimétrica ‘x está caracterizado por y’ (donde x debe ser un particular, en tanto y un universal)

200.

Repasemos los señalamientos recibidos, y preguntémonos qué podrían

aportar con miras a la articulación de un criterio para distinguir sujeto y

predicado basado en diferencias ontológicas. Pues bien, ¿no resulta obvio

que existe semejanza entre la manera en que los universales de especie y

los universales caracterizadores reúnen a los términos particulares; una

semejanza que, además, se limita exclusivamente a estos casos? Strawson

se percata de esto, y propone una primera aproximación a las definiciones

buscadas como sigue: “el sentido primario de ‘y se predica de x’ es ‘se afirma

que x está vinculado con y bien como una instancia de y o como

caracterizado por y’. En vista de los sentidos que hemos dado a ‘es una

instancia de’ y ‘está caracterizada por’, esto equivale a establecer como regla

que los universales pueden predicarse de los particulares, pero no

viceversa”201.

Pero recordemos que la tesis sobre la presunta asimetría de funciones

lógicas entre particulares y universales postula no sólo que los particulares

son los principales sujetos lógicos, y que únicamente los universales pueden

aparecer en posición predicativa. También postula que estos últimos podrían

aparecer en posición referencial, y admite que los particulares sean parte de

200

Ibíd., págs. 169-170. 201

Ibíd., pag. 171.

Page 120: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

120

lo que se predica. Así las cosas, quedaría por ver si el criterio puede

ajustarse para dar cabida a estas condiciones.

En efecto, Strawson muestra cuan fácil es la operación. Tomemos por

caso la siguiente lista de universales de especie, a los que infinidad de

particulares se relacionan como instancias suyas: violín, violoncelo, guitarra,

mandolina. Obviamente, estos a su vez son instancias de otro universal de

especie, como “instrumento musical”. Notamos, entonces, que se manifiesta

una analogía entre la forma en que un particular es reunido por un universal

como instancia suya y la forma en que un universal es reunido por otro

universal como instancia suya. A semejantes resultados llegaremos

considerando el vínculo caracterizador: ser codicioso, envidioso o intrigante

son universales caracterizadores que pueden, por su parte, ser

caracterizados por otros universales. Así, sobre esta base analógica

podemos extender sin peligro el criterio inicial, a fin de reconocer que los

universales sean sujetos de predicación. Finalmente, para admitir que los

particulares sean parte del predicado, basta con ajustar ciertas

prescripciones sobre las fórmulas ‘X es una instancia de Y’ y ‘X es

caracterizado por Y ’. Indicaba Strawson que, en ambos casos, Y debía ser

un universal. Puede afinarse la condición estableciendo que Y debe ser un

universal, si bien puede incluir adicionalmente el nombre de un particular,

como en la oración “Carlos es hijo de Luis”202.

202

Cfr. Ibíd., págs. 171-172.

Page 121: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

121

Echemos una mirada panorámica sobre las conclusiones de esta

sección y la precedente. Hemos asistido a la exposición de dos enfoques

para definir los conceptos lógicos de sujeto y predicado: uno que se

concentra en el estilo gramatical de introducción de términos en la

proposición, y otro que va más allá, prestando atención más bien a los tipos

de términos introducidos. Tomando en cuenta las certeras críticas de

Ramsey, así como las prescripciones metodológicas de Strawson, el

segundo se muestra, a todas luces, digno de mayor confianza. Sin embargo,

hemos destacado el hecho de que ambos integran plenamente aquella

advertencia, tan frecuente desde Frege, en el sentido de que las expresiones

referenciales no pueden desempeñar una función predicativa (aunque

pudieran ser parte de una expresión que sí lo haga). Por cierto, no parece

haber razones para suponer que la correspondencia entre uno y otro criterios

no sea plena. En efecto, generalmente lo es. Desde el punto de vista

gramatical, las formas lingüísticas que corresponden a expresiones

predicativas serían, entre otras, las siguientes: un verbo en modo indicativo

(“…estudia”) o una locución verbal compuesta por el verbo “ser” en modo

indicativo y un adjetivo (“…es sabio”) o un sustantivo (“es [un] científico”).

Así, con la expresión referencial “Einstein”, obtendríamos proposiciones

como “Einstein estudia”, “Einstein es sabio” o “Einstein es [un] científico”,

respecto de las cuales la aplicación de ambos criterios ofrece las mismas

formas de marcar la distinción. Y la misma correspondencia se mantendrá en

Page 122: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

122

la medida en que los nombres propios de particulares no aparezcan en

dichas locuciones verbales203.

Pero en la práctica los nombres de particulares sí pudieran aparecer

en locuciones verbales que, desde el punto de vista gramatical, constituyen

expresiones predicativas: pueden aparecer bien bajo formas adjetivadas (“…

es einsteniano”, “… es stalinista”, etc.) o directamente en su forma original,

precedida por un artículo (“… es un Einstein”, “…es un Stalin”). ¿Revela esto

un antagonismo profundo entre ambos criterios? Curiosamente, no.

Percatémonos de que al emplear así el nombre de un particular, lo que

introducimos en la proposición no es en realidad un particular, sino un

universal de especie o caracterizador al que el primero ha cedido su nombre.

De todas maneras, esta situación sí atrae nuestra atención hacia un asunto

importante. Para comenzar, nos ayuda a notar que “el lenguaje permite

libremente el uso de nombres propios de particulares en formas predicativas

gramaticales sólo en aquellos casos donde el uso de dichas formas no tiende

a hacernos pensar que estamos predicando el particular, en casos, en

efecto, donde podemos decir que el término introducido por la expresión

predicativa gramatical es un universal”204.

Pero hay más. Podemos ver de qué se trata considerando dos

oraciones que Ramsey emplea para ilustrar su tesis de que no existe

ninguna diferencia última entre sujeto y predicado: (1) “Sócrates es sabio” y

203

Cfr. Ibíd., pág. 173. 204

Ibíd., pág. 174.

Page 123: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

123

(2) “La sabiduría es una característica de Sócrates”. Si aplicamos tanto el

criterio gramatical como el criterio categorial a la oración (1), obtendremos el

mismo resultado: Sócrates es el sujeto, del que se predica el término

“sabiduría”. Al considerar la oración (2), notemos primeramente que el

recurso al criterio categorial evita la inaceptable consecuencia, proclamada

por Ramsey, de tener que invertir la distinción lógica que hicimos en la

oración (1): ya que el término particular y el término universal siguen siendo

los mismos, el sujeto y el predicado de la oración siguen siendo los mismos.

Pero, aunque la situación es diferente al aplicar el criterio gramatical,

observemos que el resultado no consiste, propiamente, en invertir la

asignación de las categorías de sujeto y predicado: si bien el sujeto pasa a

ser “sabiduría”, no afirmaremos que “Sócrates”, el particular, es el término

que se predica, sino más bien “ser una característica de Sócrates”. Lo que

ocurre, señala Strawson, es que el lenguaje introduce un “falso universal”

para evitar un choque abierto entre ambos criterios205.

El hecho sustantivo que este caso y el anterior sacan a la luz consiste

en que hay “una suerte de esfuerzo por parte del lenguaje para mantener en

armonía dos criterios aplicables a algo que se predica, o que aparece como

predicado (…) Es como si se sintiera que el que haya correspondencia entre

estos dos criterios, el que produzcan el mismo resultado, es de alguna forma

correcto”206. La siguiente tarea será, pues, estudiar cómo funciona el

205

Cfr. Ibíd., págs. 174.175 206

Ibíd., págs. 178-179

Page 124: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

124

lenguaje cuando introducimos términos en proposiciones, a fin de explicar el

origen profundo de una tal correspondencia.

III.3. Criterio de completud.

Sigamos, entonces, las indicaciones de Strawson acerca de las

condiciones que deben satisfacerse para la efectiva introducción de

particulares y universales en una proposición. Al punto, tengamos presente

que “introducir un término” en este contexto implica identificarlo: “la expresión

que introduce un término indica, o se emplea para que indique, qué término

(cuál particular, cuál universal) se introduce a través de ella”207.

Para que un hablante introduzca un particular o, análogamente, para

que se refiera a él208, y un oyente entienda tal referencia, deben satisfacerse

al menos tres condiciones, a saber:

1. Que haya un particular al que el hablante haga referencia.

2. Que haya un particular al que el oyente asuma que el hablante se

refiere.

3. Que el particular al que se refiere el hablante sea idéntico al que

asume el oyente.209

Consideremos la primera. Lo mínimo que implica, obviamente, es que

“haya un particular que responda a la descripción que usa el hablante, o a la

207

Ibíd., pág. 181. 208

Strawson aclara que, al discutir las condiciones para la introducción de un particular, hablará más bien de “hacer referencia” a él, por ser esta última una locución consagrada por el uso, sin que la sustitución acarree modificaciones sustanciales. Por nuestra parte, acogeremos en lo sucesivo esta sugerencia. 209

Cfr. Ibíd., pág. 181.

Page 125: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

125

descripción por la que está preparado a sustituir el nombre que usa, si usa

un nombre”210. Pero, en vista de que el hablante se refiere a un solo

particular, y de que, no obstante, pudiera haber más de uno que satisfaga la

descripción que efectivamente usa, la unicidad de referencia se garantizaría

estableciendo que “debe haber alguna descripción que [el hablante] pudiera

ofrecer, aunque no tiene que ser la que efectivamente ofrezca, que se

aplique únicamente a aquel en el que está pensado, y que no incluya la frase

‘aquel en el que estoy pensando’”211. En otras palabras, la introducción de

un particular requiere que el hablante conozca una proposición empírica

verdadera relativa a aquél, que garantice que la descripción que pudiera

ofrecer aluda sólo a ese particular. Podemos decir, para irnos familiarizando

con la jerga de Strawson, que el hacer referencia entraña presuponer un

hecho empírico acerca de su objeto. Por su parte, la segunda condición

simplemente reitera esta necesidad desde la perspectiva del oyente. La

tercera, por último, no implica que las descripciones del hablante y del oyente

sean idénticas, sino que sean aplicables a sólo un particular, el mismo en

ambos casos.212

La situación es distinta en el caso de términos universales. Como

Strawson advierte, para introducir un universal en una proposición no se

requiere conocer una proposición empírica que declare su instanciación. Sólo

se necesita conocer el significado de las palabras que lo identifican. No se

210

Ibídem. 211

Ibíd., pág. 182. 212

Cfr. pág. 183.

Page 126: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

126

necesita, pues, conocer el mundo, sólo se necesita conocer el lenguaje.

Ciertamente, es posible que tales palabras, o algunas de ellas, adquirieran

su significado cuando los universales a los que identifican resultaron

ejemplificados en casos particulares. Pero notemos que, tras haber adquirido

su significado, ya no es necesario que sus usuarios conozcan una

proposición empírica que afirme su instanciación: “Los usuarios sabrán o

pensarán esto, en general. Pero el que debieran hacerlo no es una condición

necesaria para que las expresiones en cuestión desempeñen su función

identificadora. Todo lo que se necesita es que los usuarios sepan lo que

significan las expresiones, no que adquirieron su significado en virtud de

alguna proposición empírica”213.

Sin embargo, hay un caso peculiar en el que la introducción

identificadora de términos universales sí presupone una proposición empírica

verdadera. Es aquél en el que se les identifica mediante una descripción: en

lugar de usar el adjetivo “longevo” para introducir el universal “longevidad”,

podríamos emplear una descripción como “la cualidad por la que es famoso

Matusalén”. Así, para que la descripción cumpla su función, debe

presuponerse el hecho empírico de que hay sólo una cualidad por la que es

famoso Matusalén. Veremos de inmediato la importancia de esta

observación, al proyectar los resultados recién obtenidos al estudio de

nuestro tema principal.

213

Ibíd., pág. 185.

Page 127: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

127

Recordemos rápidamente cómo llegamos hasta aquí. Seguimos a

Strawson en su interés por proporcionar una explicación firme de los

conceptos de sujeto y predicado, o de referencia y predicación; una

explicación que justificara su tradicional importancia lógica y filosófica contra

el sólido escepticismo al que quedan expuestos cuando se les define desde

una perspectiva mayormente gramatical. El resultado fue un criterio en el que

la distinción lógica aparece como la manifestación de una distinción,

digamos, más profunda; de una distinción ontológica. A continuación,

advertimos la correspondencia, a veces real, a veces un poco forzada, que

se verificaba entre ambos criterios. Finalmente, atendimos a la presunción de

Strawson de que si investigábamos qué condiciones hacen posible la

introducción de particulares y universales en el discurso, explicaríamos tal

correspondencia. Pero ahora es imposible resistirse a la pregunta sobre si,

inadvertidamente, estuvimos reuniendo material para una comprensión

acaso más fina, más depurada, de nuestra dualidad lógica. Una comprensión

que, si bien emergería del terreno ontológico como el criterio categorial,

emergería de una parcela distinta; una parcela que no sólo colinda con el

terreno lógico, sino que se cruza con él. Se trataría, quizá, de una

comprensión que no sólo atendería a las conexiones que existen entre los

conceptos de ambas áreas, como la que obtuvimos en la sección anterior,

sino que afloraría en la intersección misma entre la investigación por los

recursos conceptuales mediante los que organizamos nuestro pensamiento

Page 128: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

128

de la realidad y la investigación por las condiciones conceptuales que hacen

posible su comunicación.

Para ensayar esta posibilidad, podríamos traducir la asimetría entre

particulares y universales respecto de las condiciones de su introducción en

la proposición al lenguaje de asimetrías entre tipos de expresiones. Esto nos

permitiría operar en el marco común a los dos criterios anteriores. La

dualidad se plantearía, entonces, entre “expresiones tales que no puede

saberse qué introducen sin saber (o notar a partir de su uso) un hecho

empírico distintivo acerca de lo que introducen, y expresiones tales que

puede saberse muy bien qué introducen sin saber ningún hecho empírico

distintivo acerca de lo que introducen”214.

Ahora percatémonos de que esta manera de plantear la dualidad

enfatiza un contraste en términos de completud. Si bien ambas expresiones

son incompletas, en el sentido de constituyen sólo uno de los dos

componentes de una oración, en otro sentido es evidente que las

expresiones que introducen particulares, y no así las que introducen

universales, poseen cierta completud. Se trata de que las primeras “aunque

no enuncian hechos explícitamente, desempeñan su función sólo porque

presentan o representan hechos, sólo porque presuponen, o encarnan, o

llevan consigo de forma encubierta, proposiciones que no afirman

explícitamente. Necesariamente llevan consigo una carga fáctica al introducir

sus términos. Pero las expresiones [que introducen particulares] no llevan

214

Ibíd., págs. 186-187.

Page 129: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

129

consigo una carga fáctica al introducir sus términos. Sólo pueden ayudar a

transmitir un hecho, e incluso esto sólo pueden hacerlo (…) uniéndose con

alguna otra expresión en un enunciado explícito”215.

Cuando acompañamos a Strawson a recorrer la perspectiva

gramatical, la perspectiva que se basa en el criterio de estilos diferentes de

introducción de términos, observamos que una forma de explicar la distinción

aludía a la oposición completud-incompletud. En relación con esto se dijo,

evocando a Frege, que por cuanto las expresiones predicativas introducen su

término llevando consigo el vínculo proposicional, y por consiguiente sólo

pueden completarse formando una proposición, eran incompletas al

comparárselas con las expresiones referenciales, las cuales, al no introducir

su término en ningún estilo en particular, pueden completarse de cualquier

forma. Sin embargo, recordemos que más adelante, al volver la atención

sobre una perspectiva que atendía solamente a diferencias ontológicas, esta

manera de entender el asunto quedó relegada por la oposición entre tipos de

de términos. No obstante, al ubicarnos ahora en una tercera perspectiva que,

según sugerimos, parecer situarse en la convergencia de las otras dos,

encontramos el curioso resultado de que la noción de completud reaparece,

con un sentido que involucra tanto consideraciones ontológicas como

consideraciones lógico-lingüísticas. Así las cosas, ¿no tenemos ya

suficientes elementos para articular un nuevo criterio explicativo de la

distinción sujeto-predicado, un criterio que bien podría rendir cuenta de

215

Ibíd., pág. 187.

Page 130: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

130

aquella curiosa correspondencia entre los criterios gramatical y categorial,

porque surge de la fusión de las esferas sobre las que ambos se basan?

En efecto, a partir de estos resultados Strawson propone las

siguientes definiciones de sujeto y predicado: “una expresión sujeto es

aquella que, en un sentido, presenta un hecho por sí misma, y es en esa

medida completa. Una expresión predicativa es aquella que, en ningún

sentido, presenta un hecho por sí misma, y es en esa medida incompleta”216.

Como esperábamos, puede probarse que el nuevo criterio constituye una

suerte de bisagra entre los otros dos, siendo compatible con ambos. Es

compatible de una manera obvia con el criterio gramatical, según el cual la

expresión incompleta, la que lleva el vínculo proposicional requiriendo ser

completada, es la expresión predicativa, ya que, con el nuevo criterio, se ha

postulado que la incompletud de la expresión predicativa es tal que sólo

puede completarse al unirse a otra expresión en una proposición. También

es compatible con el criterio categorial, que señala que los particulares sólo

pueden sujetos, pero no predicados, por cuanto con el nuevo criterio la

completud intrínseca a toda expresión referencial, a toda expresión que

introduce particulares, excluye de antemano el que pudiera desempeñar la

función opuesta.

Pero aún no hemos probado suficientemente la compatibilidad

¿Admite el criterio de la completud el que los universales podrían ocupar no

sólo la posición predicativa, sino en ocasiones la referencial? Sin duda.

216

Ibíd., págs. 187-188.

Page 131: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

131

Porque un término universal podría introducirse mediante una descripción

(como en nuestro ejemplo anterior, con el universal “longevidad”) y, en tal

caso, para que la introducción sea efectiva, es necesario que el hablante y el

oyente conozcan cierto hecho empírico relevante. Así, como la expresión que

lo introduce es completa, pues presupone una proposición empírica, la

misma posee efectivamente las condiciones para desempeñar una función

referencial217.

Con todo, quedan algunos asuntos por precisar. Uno de los más

acuciantes es el sentido exacto de “presuposición” de proposiciones

empíricas, en relación con expresiones “completas”. ¿Qué proposiciones

debemos considerar como presupuestas en el uso de los distintos tipos de

expresiones referenciales? Como señala Strawson, no existe una respuesta

única, justamente por esa diversidad. En un caso simple de descripciones

con demostrativos, como “la persona que está allá”, la proposición empírica

presupuesta en la efectiva referencia al particular respectivo sería,

claramente, “existe una y sólo una persona allá, donde estoy señalando”218.

Pero consideremos ahora el caso de los nombres propios. Aquí la situación

se complica. Sería insatisfactorio responder que el uso referencial de

“Einstein” presupone la existencia de una y sólo una persona que posee ese

nombre. Así mismo, sería insatisfactorio pensar que su uso presupone una

única descripción: como indicábamos antes, para que la referencia en

217

Cfr. Ibídem. 218

Cfr. pág. 190.

Page 132: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

132

general sea efectiva, se requiere que hablante y oyente conozcan un hecho

empírico sobre el particular introducido, pero no necesariamente el mismo:

en la oración “Einstein es sabio”, el hablante podría presuponer, digamos, la

proposición: “existe una y sólo una persona que propuso la Teoría de la

Relatividad y se llama Einstein”, mientras que el oyente podría presuponer

esta otra: “existe una y sólo una persona que recibió el Premio Nóbel de

Física en 1921 y se llama Einstein”. Y, desde luego, el mismo hablante

pudiera usar el mismo nombre presuponiendo descripciones distintas en

distintos actos de referencia, para no hablar siquiera de la multiplicidad de

descripciones involucradas en el uso de un nombre propio por parte de

distintos hablantes. Así las cosas, Strawson sugiere la idea de un “sistema

de proposiciones presupuestas” en el caso de los nombres propios. ¿Cómo

se configura este sistema? Es evidente que “ni los límites de tal sistema, ni la

pregunta de qué constituye una proporción razonable, o suficiente, de sus

miembros se hallará fijada de manera precisa para ningún nombre propio

candidato a introducir un término. Esta no es una deficiencia en la noción de

un sistema de presuposiciones; es parte de la eficiencia de los nombres

propios”219.

Sin embargo, estos dos casos no agotan ni remotamente las vastas

posibilidades que ofrece el lenguaje para introducir particulares, para hacer

referencia a ellos. Esto se debe, piensa Strawson, a que no es posible

ofrecer una explicación general, única para todos los casos, de la noción de

219

Ibíd., pág. 192

Page 133: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

133

presuposición. Pero de inmediato aclara que “no es parte de mi tesis el que

tal explicación pueda ofrecerse”220. La importancia del comentario, y de la

situación que lo genera, trascienden nuestra presente discusión local. Atraen

nuestra atención hacia una característica realmente prominente de la filosofía

de Strawson. Una característica respecto de la cual nunca sobrará la

insistencia, pues se manifiesta de forma vívida en su trabajo, y seguramente

está a la base del ánimo “tolerante” que se reconoce en su pensamiento. El

mismo Strawson alude a ella con exactitud insuperable en la Introducción de

Individuos:

Se admite frecuentemente, en el tratamiento analítico de un concepto relativamente específico, que es menos probable que el deseo de comprensión se satisfaga mediante la búsqueda de una exposición estricta y única de las condiciones necesarias y suficientes de su aplicación, que mediante una consideración de sus aplicaciones –con el asentimiento de Wittgenstein- formando una familia, los miembros de la cual pudieran, quizás, agruparse en torno a un caso central paradigmático y vincularse a este último mediante diverso vínculos directos o indirectos de conexión lógica y analogía

221.

Notamos, pues, que mientras avanzamos en la respuesta a nuestra

inquietud lógico-ontológica, vamos adquiriendo, con la práctica misma, una

conciencia más definida de lo que significa el análisis conectivo

strawsoniano.

Otro asunto que amerita ser aclarado se relaciona con la pregunta de

si las proposiciones empíricas presupuestas en el uso de una expresión

completa, de una expresión que introduce un particular, podrían contener, a

su vez, expresiones que introduzcan particulares. Plausiblemente, Strawson

220

Ibídem. 221

Ibíd., pág. 11.

Page 134: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

134

responde que sí. ¿Por qué? Primero, porque el previsible temor a una

regresión infinita resulta infundado: “siempre podemos contar con que

llegaremos, al final, a alguna proposición existencial, la cual bien podría

contener elementos demostrativos, si bien ninguna parte de ella introduce, o

identifica definidamente, a un término particular, aunque puede decirse que

la proposición en conjunto presenta un término particular”222. Pero hay una

segunda razón, que a la vez nos alerta sobre cierta limitación de los

resultados obtenidos hasta ahora. Se trata de que, al hablar de condiciones

de introducción de términos particulares, Strawson ha investigado esas

condiciones en relación con una proposición particular, en relación con una

cierta parcela definida del discurso. En otras palabras, las condiciones

obtenidas no pretenden explicar la introducción de particulares en el discurso

en general, y por esta razón no hay circularidad en el hecho de que las

oraciones presupuestas en la introducción de un particular en una

proposición contengan también expresiones que introducen particulares223.

Con todo, nos queda ahora la inquietud por cuáles podrían ser estas últimas

condiciones.

222

Ibíd., pág. 193. 223

Cfr. Ibíd., págs. 193-194.

Page 135: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

135

III.4. Análisis último de la noción de particular, o estudio de las

condiciones de introducción de particulares en general224.

El camino para resolverla aparece casi simultáneamente con aquello

que la estimuló, es decir, con la aclaratoria de que la explicación sobre las

condiciones de introducción de particulares individuales no restringe el tipo

de proposiciones presupuestas a las que no introduzcan a su vez

particulares. En efecto, esto indica que la explicación que buscaremos ahora

no podría presentar la introducción de particulares en general, de clases de

particulares, presuponiendo proposiciones que, a la vez, introduzcan tales

particulares, ni los universales de género de los que aquellos son instancias.

¿Cómo podría articularse una explicación de este tipo? Bueno, en el

caso de ciertas clases de particulares, introducidas en nuestra experiencia

del mundo a través de las disciplinas teóricas especializadas, la solución es

fácil. Porque, como se trata de tipos digamos “sofisticados” de particulares,

podemos admitir que su introducción descansa en proposiciones acerca de

tipos más “primitivos”. Por ejemplo, la posibilidad del discurso en teoría

224

Bajo la forma de un “análisis de la noción de particular”, Strawson examina este mismo problema en un ensayo de 1953 que precede a Individuos, titulado “Particular y General” (Cfr. P.F. Strawson, Ensayos lógico-lingüísticos, Madrid, Tecnos, 1983, págs. 40-66). En nuestro seguimiento del asunto, no obstante, atenderemos más bien a la exposición de Individuos, porque, si bien repite las ideas principales del ensayo, nos ahorra detalles que más bien oscurecen una tesis por sí misma complicada (inusualmente complicada, habría que agregar, en comparación con el estilo llano que distingue el trabajo de Strawson)

Page 136: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

136

económica acerca de consumidores presupone, de una forma obvia, el

discurso acerca de hombres, seres humanos225.

Pero a medida que nos acercamos a esas clases básicas, primitivas

de particulares, la situación comienza a complicarse notablemente. Porque,

en el último nivel de este regreso, es obvio que las proposiciones

presupuestas no podrían contener universales de género ni caracterizadores,

pues su uso presupone de suyo la introducción de particulares. ¿Puede

cumplirse este requisito? ¿Cuáles podrían ser estos universales, y estas

proposiciones que los contienen?

Strawson se percata de que la respuesta podría estar en cierto tipo de

universales que llama “universales de rasgo”. Está pensando en nombres de

clases generales de materiales, como petróleo, agua, lluvia o tierra. No es

difícil advertir por qué piensa esto. Los universales en cuestión no son ni

universales de género ni caracterizadores. Pues, por una parte, no

proporcionan criterios de distinción e identidad para particulares, aunque

contienen el fundamento para hacerlo: las palabras “petróleo” o “agua” no

introducen particulares, a diferencia de las descripciones “barril de petróleo”

o “botella de agua”. Por la otra, no introducen propiedades predicables de

225

Cfr.Ibíd, pág. 201. No carece de importancia la aclaratoria de Strawson, en el sentido de que esta idea no es, de ningún modo, equivalente a la desacreditada aspiración de “reducir” ciertos tipos de entidades a otros. Se trata, en realidad, de una jerarquía conceptual, idea que ya notábamos al comentar en qué sentido el modelo conectivo de análisis se ocuparía de conceptos “básicos”. Cfr. págs. 45-46 de este trabajo.

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137

particulares (aunque, de nuevo, frases compuestas como “estar lleno de

petróleo” o “estar lleno de agua”, sí lo hagan)226.

Los universales de rasgo serían introducidos por las llamadas

“oraciones localizadoras de rasgos”, como “aquí hay petróleo” o “aquí hay

agua”. En ellas se indica la incidencia de un rasgo mediante la combinación

de las circunstancias de la emisión con elementos demostrativos y

modificaciones en el tiempo del verbo. Sin embargo, resulta claro que no

introducen particulares, ni expresiones que presupongan esa operación. En

este sentido, satisfacen parte de los requisitos exigidos. También satisfacen

la otra parte, a saber, que estén presupuestas en la introducción de clases

de particulares. La introducción de particulares a través de las descripciones

“este barril de petróleo” o “esta botella de agua” presupone los hechos

contenidos en las proposiciones “aquí hay petróleo” o “aquí hay agua”.

Además, como se señaló antes, las oraciones localizadoras de rasgos

suministran la base para los criterios de distinción de instancias particulares.

La posibilidad de localización múltiple de un rasgo, como cuando decimos

“aquí hay petróleo, y aquí y aquí” puede considerarse presupuesta en la

posesión de criterios para distinguir un particular de otro227.

Suponiendo que estas ideas nos resulten plausibles, debemos

reconocer, no obstante, que están lejos de ofrecer una explicación

suficientemente completa. Porque hasta ahora se ha propuesto un análisis

226

Cfr. Ibíd., págs. 202-203. 227

Cfr, Ibíd., págs. 203-204.

Page 138: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

138

de la complejidad o la completud únicamente de ciertas clases específicas de

particulares, como “barriles de petróleo”, “botellas de agua” o “lingotes de

oro”. Pero éstas, advierte el mismo Strawson, no constituyen una muestra

representativa de la clase de particulares con una ubicación en el espacio y

una identidad relativamente invariable a lo largo del tiempo, sobre cuya

posición protagónica en nuestra ontología ya hemos insistido228. Una

muestra representativa de estos “particulares básicos”229 la constituirían más

bien los llamados “particulares sustanciales”, instancias de universales de

género como “hombre”, “perro”, “mesa” o “árbol”. Sin embargo, ¿realmente

puede concebirse una explicación de la introducción de estas últimas clases

de particulares con el recurso a los universales de rasgo y a las oraciones

localizadoras de rasgos? En estos casos resulta dudoso, o al menos muy

difícil de concebir, que dispongamos de un universal de rasgo genuinamente

distinto al universal de género correspondiente. Al tratar con particulares

como “barriles de petróleo”, es singularmente fácil aislar el universal de rasgo

presupuesto en la introducción de la clase a la que pertenecen, por cuanto

sus nombres incorporan nombres de clases de materiales, los cuales se

prestan a la perfección para la idea de que podemos formular enunciados

sobre hechos empíricos con un universal que no incluye criterios de

distinción e identidad para instancias particulares. Pero los nombres de

228

Cfr. págs. 63-74 de este trabajo. 229

El término “particulares básicos” se emplea especialmente en la primera parte de Individuos, para aludir a particulares con una ubicación espacial y un cuerpo material (es decir, que mantienen una relativa identidad en el tiempo)

Page 139: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

139

particulares sustanciales no pueden separarse en un nombre de material y

una división particularizadora como los primeros230.

Strawson desarrolla un ingenioso argumento para probar la posibilidad

lógica (es decir, el carácter no contradictorio) de la idea de un nivel de

pensamiento sobre el mundo en el que dispusiéramos solamente de

universales de rasgos sustanciales, sin los criterios de distinción y

reidentificación para instancias particulares proporcionados por los

universales de género correspondientes. Consiste en imaginar una actividad

lingüística a la cual, bajo la sombra del concepto de “juego de lenguaje”,

propone llamar “juego del nombrar”. Sobre sus características, señala que

“participar en el juego del nombrar podría compararse con una de las

primeras cosas que hacen los niños con el lenguaje, cuando profieren el

nombre general de una clase de objeto en presencia de un objeto de esa

clase, diciendo ‘pato’ cuando hay un pato, ‘pelota’ cuando hay una pelota,

etc.”231. Pero, ¿estamos seguros de que estas expresiones no presuponen

otras que sí introducen particulares? Porque la expresión “pato” podría

considerarse equivalente a “hay un pato”, y esta última introduce claramente

la idea de instancia particular del universal de género. Strawson admite esto,

pero no lo considera una objeción decisiva:

Alguien para quien estas expresiones tengan este valor no está participando en el juego del nombrar. Es verdad que esta observación me priva del derecho de recurrir al presunto hecho de que el juego del nombrar se desarrolla [efectivamente]. Pero tal recurso no es necesario. Todo lo que se requiere es admitir que el concepto del juego del nombrar es coherente, admitir que la

230

Cfr. Ibíd., págs. 204-205 231

Ibíd., pág. 206.

Page 140: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

140

capacidad de efectuar referencias identificadoras a cosas tales como pelotas y patos incluye la capacidad de reconocer los rasgos correspondientes, mientras que es lógicamente posible que se reconozcan los rasgos sin poseer los recursos conceptuales para referirse de forma identificadora a los particulares correspondientes

232.

Esta respuesta invita a regresar, para enfatizarla con el ejemplo, a

nuestra temprana reflexión233 acerca de la naturaleza estrictamente

conceptual de la investigación filosófica y de la fidelidad a esta idea que

caracteriza al trabajo de Strawson. Pues con su propuesta del juego del

nombrar también nos recuerda, ahora en la práctica, en qué consiste el

trabajo del filósofo: se trata de proponer una comprensión no contradictoria

de cómo funcionan los conceptos que debemos suponer involucrados en la

posibilidad de hacer lo que efectivamente hacemos, al conocer, pensar y

hablar acerca del mundo. Por esto último, por cierto, el trabajo del filósofo no

se desarrolla a espaldas de la dimensión fáctica, pues no consiste en meros

sofismas, ejercicios retóricos, sino que estudia ciertas actividades nuestras

en relación con el mundo. Pero no las estudia como el científico, sea

neurólogo, psicólogo o lingüista, cuyas explicaciones serán efectivas en la

medida en que sean susceptibles de verificación en la experiencia. Las

estudia para proponer explicaciones cuya plausibilidad dependerá más bien

de su posibilidad lógica. En efecto, tras la exposición del juego del nombrar,

encontramos esta interesante reflexión de Strawson:

He hablado de la introducción de nociones, de pasos o transiciones conceptuales, como si estuviera hablando de un desarrollo en el tiempo, de pasos que tuvieran un orden temporal. Quizás hay tales niveles en la historia

232

Ibídem. 233

Cfr. págs. 3-7 de este trabajo.

Page 141: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

141

del desarrollo conceptual de la persona individual. Quizás no. No lo sé, y no importa. Lo que está bajo discusión no es un orden de desarrollo temporal, sino un orden de explicación; lo que, sobre la base de argumentos, nos parece a nosotros, los usuarios del esquema conceptual, un ordenamiento coherente e inteligible de sus elementos

234.

Suponiendo que consideremos coherente e inteligible la idea de un

nivel de pensamiento y discurso en el que nos conducimos únicamente con

rasgos sustanciales, como el “rasgo hombre”, el “rasgo perro” o el “rasgo

árbol”, todavía no se despeja la duda sobre si éstos son verdaderamente

diferentes de los respectivos universales de género “hombre”, “perro” o

“árbol”. Un procedimiento con el que podríamos obtener una respuesta

definida a esto consistiría en preguntarnos si los presuntos rasgos

sustanciales de Strawson incluyen o no criterios de distinción e identidad

para instancias particulares. Por cuanto estos últimos son

característicamente proporcionados por los universales de género, si

aquéllos los incluyeran la supuesta diferencia sería ilusoria.

Comencemos con los criterios de distinción. A diferencia de los

universales de rasgo de materiales (“petróleo”, “agua”, “oro”), Strawson

admite que los universales de rasgo de géneros sustanciales “deben incluir la

idea de una forma característica, un patrón característico de ocupación del

espacio”235. Esto se debe a que es inherente a un rasgo sustancial, como

“perro”, el no poder dividirse en diferentes formas para dar como resultado

diferentes universales de género, mientras que en el caso de rasgos de

materiales una división tal sí es posible (el rasgo “petróleo”, por ejemplo,

234

P.F. Strawson, ob.cit., pág. 209. 235

Ibíd., pág. 207.

Page 142: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

142

puede dividirse en los universales de género: “barriles de petróleo”, “litros de

petróleo”, “gotas de petróleo”, etc.). Pero en esta advertencia debemos ver,

según Strawson, no la conclusión de que los universales de rasgos

sustanciales son indistinguibles de los correspondientes universales de

género, sino sólo que incluyen la base de los criterios de distinción de

instancias particulares, proporcionados por estos últimos de manera explícita

y definida236.

Notemos que el hecho de que el universal de rasgo sustancial incluya

la idea de una forma característica proporciona también la base para los

criterios de reidentificación, porque la idea de un patrón definido de

ocupación del espacio se vincula naturalmente con la idea de una trayectoria

seguida por ese patrón en el tiempo, que es la esencia del concepto de

identidad de particulares espacio-temporales237. Pero, de nuevo, sólo

proporcionaría la base, no los criterios mismos. En el nivel del “juego del

nombrar” no se indica la incidencia de un rasgo en términos de la idea de su

identidad en el tiempo:

Al operar con la idea de gatos particulares reidentificables, distinguimos entre el caso en el cual un gato particular aparece, se marcha y reaparece, y el caso en el cual un gato particular aparece y se marcha y aparece un gato diferente. Pero puede participarse en el juego del nombrar sin hacer esta distinción. Alguien que participe en el juego del nombrar puede decir correctamente ‘más gato’ o ‘gato de nuevo’ en ambos casos, pero alguien que opere con la idea de gatos particulares cometería un error si dijera ‘otro gato’ en el primer caso, o ‘el mismo gato otra vez’ en el segundo”

238.

236

Cfr. Ibíd., págs. 206-207 237

Cfr. Ibíd., pág. 207. 238

Ibídem.

Page 143: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

143

Así las cosas, habiendo mostrado que las oraciones que indican

demostrativamente la incidencia de un universal de rasgo están a la base de

la introducción de particulares sustanciales, podemos unirnos a la confianza

de Strawson y esperar que, en el caso de otras clases de particulares

básicos, el análisis de su completud procedería conforme a este modelo239.

III.5. Ontología sustancial y ontología del acontecimiento

Superada la densidad de las últimas dos secciones, conviene delinear

el panorama que se nos presenta tras haberlas recorrido.

Con el fin de encontrar un sentido de los conceptos de sujeto y

predicado que articulara las indicaciones lógico-gramaticales por una parte, y

ontológicas por la otra, proporcionadas por las dos primeras perspectivas

estudiadas junto a Strawson, lo acompañamos en la exploración de una

tercera, a partir de la cual se formularon las definiciones buscadas sobre la

base de la oposición entre completud e incompletud. Este contraste emergió

al atender a las asimetrías entre particulares y universales respecto de las

condiciones para su introducción en la proposición. Así, tras apreciar que las

expresiones que introducen particulares, en contraste con las que introducen

universales, son completas, poseen cierta complejidad pues presuponen

hechos empíricos, se concluye que el sujeto lógico de una proposición está

constituido por una expresión completa, en tanto que el predicado por una

expresión incompleta. Estas definiciones garantizan, entre otras

239

Cfr. Ibíd., pág. 209.

Page 144: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

144

consecuencias, el que los particulares sean los objetos de referencia por

antonomasia de nuestro discurso; garantizan también el que las expresiones

que introducen universales sean paradigmas de expresiones predicativas y,

en ciertos casos, (cuando dichas expresiones contienen descripciones)

sujetos de predicación por sí mismas. La notable importancia de este

resultado destaca recordando que se trata, justamente, de la tesis cuya

plausibilidad lógica quisimos probar con el recorrido que nos trajo hasta aquí.

Pero también destaca al percatarnos de cómo lo alcanzamos: siguiendo la

idea de que comprender el sentido de los conceptos básicos de un área de la

investigación filosófica involucra atender a sus conexiones con otros

conceptos con los que se relacionan. En especial, siguiendo la idea de que,

en el nivel último de análisis, nuestra posibilidad tanto de conocer la realidad,

como de pensar y hablar sobre ella, presupone la convergencia de, dicho con

la mayor amplitud, el caso particular y la clasificación general. Dos

prescripciones distintivas de nuestro autor, que presiden este trabajo desde

el comienzo y reaparecen tras cada paso.

Sin embargo, este primer análisis de la complejidad, la completud del

particular resulta insuficiente, por cuanto la clase de proposiciones empíricas

sobre las cuales descansa tal completud incluye proposiciones que, a su vez,

introducen particulares. Un análisis más profundo revela que la base última

de la introducción de particulares en general, de la introducción de clases de

particulares en el discurso, está formada por cierto tipo de proposiciones

empíricas, los enunciados localizadores de rasgos, que no introducen

Page 145: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

145

particulares, ni tampoco universales cuya introducción implique

implícitamente tal operación, sino un tipo especial de universales, los

universales de rasgo. Estos serían genuinamente distintos de los universales

de género porque no incluyen criterios de distinción y reidentificación para

instancias individuales, si bien en ciertos casos proporcionan la base para los

mismos.

De ser así las cosas, parece que la posibilidad de disponer de un

discurso como el que efectivamente empleamos para comunicar nuestra

experiencia de la realidad, en el cual la noción de particular desempeña una

función protagónica, se fundamentaría en un nivel puramente conceptual, un

nivel donde aquélla no tiene ninguna función. La propuesta de Strawson

parece sugerir que, al menos en el orden del análisis, este último nivel sería

anterior, básico, respecto al nivel en el que nos referimos a particulares, en la

medida en que el pensar y hablar de particulares presupondría un ámbito en

el cual sea posible enunciar hechos empíricos con el solo recurso a cierto

tipo de conceptos. A su vez, esto implicaría que la dualidad funcional

característica de la proposición atómica, entre una expresión que sirve para

hacer referencia a algo y una expresión que se emplea para predicar algo de

lo primero, no constituye realmente el núcleo conceptual “irreductible” (en el

sentido strawsoniano de esta palabra) de la lógica, del estudio de las formas

generales de la proposición. Aquél se encontraría ahí donde todavía no se

habla de individuos y sus propiedades, sino solamente de acontecimientos.

Dicho de otra forma: la ontología sustancial que se halla implícita en las

Page 146: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

146

proposiciones sujeto-predicado se basaría, a fin de cuentas, en lo que

llamaríamos una “ontología del acontecimiento”. Al respecto, apelando al

recuerdo de aquella idea estelar en la filosofía analítica de las primeras

décadas del siglo XX, a saber, la idea de que existirían proposiciones

“atómicas”, absolutamente fundamentales, a partir de las cuales se articularía

todo nuestro pensamiento, conocimiento y discurso de la realidad, Strawson

desliza un comentario que reafirma nuestra interpretación: “si algún hecho

merece, en términos de esta imagen, ser llamado atómico o último, es el

hecho, o los hechos, enunciados por las proposiciones que indican

demostrativamente la incidencia de un rasgo general”240.

Muy bien, pero ¿existe, al menos teóricamente, la posibilidad de un

discurso sobre la realidad empírica, y por consiguiente sobre los particulares

espacio-temporales (que ocupan un lugar protagónico en el esquema

conceptual mediante el que nos relacionamos de facto con ella) que no

involucre llegar a introducir estos últimos, hacer referencia a ellos, gracias al

mero recurso a oraciones localizadoras de rasgos? Si hemos de tomar en

serio la idea de una ontología del acontecimiento, esto es lo mínimo que

debe probarse. Y en efecto, movido por el propósito de examinar qué implica

la posesión de nuestro lenguaje con particulares, Strawson propone que se

responda cómo sería posible un lenguaje sin particulares (o, al menos, sin

particulares que sean instancias de universales de género) que tuviera una

fuerza expresiva muy cercana, si no igual, a la del primero.

240

Ibíd., pág. 212.

Page 147: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

147

Strawson se da cuenta de que el principal problema a solucionar es el

de la sustitución de los criterios de distinción e identidad para particulares

individuales (proporcionados por los universales de género correspondientes)

por dispositivos con una función parecida que, sin embargo, no involucren

introducir estos últimos de forma implícita. Pero tenemos una solución a

mano: introducir de forma identificadora, referirnos a términos espaciales y

temporales; distinguir un volumen de espacio, o un período de tiempo, de

otro volumen de espacio o período de tiempo. En las oraciones localizadoras

de rasgos propiamente dichas, si bien hay indicaciones de tiempo y espacio,

los demostrativos usados al efecto no identifican, no delimitan, extensiones

espaciales ni temporales. Actúan como simples señales de la incidencia de

un rasgo241.

Ahora bien, para distinguir extensiones de espacio y tiempo en este

nivel en el que sólo empleamos universales de rasgo, habría que atender

justamente a la incidencia de los segundos en las primeras. Porque, aún

cuando disponemos de universales de cantidad de espacio o cantidad de

tiempo, como “metro” u “hora” (y “es posible que pudiéramos encontrar una

función para éstos”, admite Strawson), el hecho es que el diferenciar

genuinamente una instancia particular de, digamos, el universal “centímetro”,

respecto de otra, exige apelar ulteriormente al rasgo que ocupa esa

extensión de espacio. Así las cosas, surge la pregunta acerca de cómo

entender estos enunciados, en los que se afirmaría que un rasgo está en

241

Cfr. Ibíd., pág. 216.

Page 148: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

148

cierto lugar en cierto momento. Una pregunta que, de nuevo, no surgía en el

nivel de localización de rasgos, porque no se pretendía identificar los lugares

y los tiempos242.

La respuesta más obvia sería que “un rasgo está en un lugar en un

tiempo si no hay ni una parte de ese lugar que no esté ocupada por ese

rasgo en ese tiempo”243. Pero esto se presta a más de una interpretación244.

Hay, sin embargo, una en particular que nos permitiría disponer, como

buscamos, de criterios de distinción para lugares individuales, a partir de los

universales de rasgo introducidos. Sería la siguiente: siendo φ una expresión

que introduce un rasgo, en tanto l y t extensiones de lugar y tiempo,

respectivamente, una oración en la que se afirme que un rasgo está en un

lugar en un tiempo implicaría que los límites espaciales marcados por el

rasgo φ son coextensivos con los límites espaciales de l en el tiempo t. Así,

“en la medida en que nos interese meramente distinguir particulares en un

instante o a lo largo de un período durante el cual sus posiciones y límites no

cambien, no nos encontraremos mucho peor hablando de lugares y rasgos

que hablando de los particulares mismos”245.

¿Qué se dirá sobre los sustitutos para los criterios de identidad?

Strawson se percata de que las cosas se complican, ya que con una

242

Cfr. Ibíd., pág. 218. 243

Ibídem. 244

Otra interpretación posible, sobre todo en el caso de rasgos “sustanciales”, rasgos con un patrón definido de ocupación del espacio, sería que los límites espaciales del lugar l meramente forman parte de los límites espaciales marcados por el rasgo φ en el tiempo t, sin implicar que sean coextensivos con ellos. Cfr. Ibíd., pág. 219. 245

Ibíd., pág. 219.

Page 149: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

149

operación análoga a la anterior no podemos obtenerlos. Más bien, habría

que “hacer explícitas, en los términos a nuestra disposición, todas aquellas

consideraciones acerca de continuidades y discontinuidades espacio-

temporales que están implícitas en el significado de los universales de

género ordinarios, y que son lógicamente relevantes para la identidad a lo

largo del tiempo de los particulares que están comprendidos en ellos”246. De

los detalles que rellenan este bosquejo general, sin embargo, Strawson no se

ocupa, afirmando que se trata de “un proyecto que dejo a aquel cuyo gusto

por el ejercicio del ingenio por el ingenio mismo sea mayor que el mío”247.

De cualquier manera, con el panorama que tenemos resulta

suficientemente inteligible y admisible la idea de que, por lo menos en el

orden del análisis, un discurso construido sólo mediante cierto tipo de

recursos conceptuales, universales de rasgos, permitiría comunicar nuestra

experiencia de la realidad con un grado de precisión similar al que ofrece el

discurso con referencia a particulares que efectivamente empleamos. Así

pues, la idea de un nivel de pensamiento y lenguaje acerca del mundo que

gravita en torno a acontecimientos aparece como condición de posibilidad de

ese otro nivel ordinario, en el que nuestro pensamiento y lenguaje gravitan

en torno a individuos. Sin embargo, gozando el primero de este carácter

fundamental, básico, ¿por qué hacemos el tránsito hasta el segundo?

246

Ibíd., pág. 221. 247

Ibídem.

Page 150: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

150

La pregunta es útil no sólo en relación con el asunto que estamos

tratando ahora, sino también en relación con una inquietud explorada al

comienzo de este trabajo, acerca del sentido en que el análisis filosófico se

ocupa de conceptos “básicos”. Advertíamos entonces248 que la filosofía

estudia ciertas nociones muy generales presupuestas en la posibilidad de

emplear conceptos altamente precisos y refinados, como los que usan las

disciplinas teóricas especializadas. Y ahora, al considerar las condiciones

presupuestas en la posesión de un discurso con referencias identificadoras a

particulares, apreciamos aquella prescripción en pleno funcionamiento. Dicho

con una fórmula no demasiado simplista, apreciamos que lo que hacemos en

filosofía en general, y lo que acabamos de hacer en las páginas precedentes

en particular, es preguntarnos por las condiciones conceptuales cuya

presencia explica lo que de facto hacemos al tener experiencia cognoscitiva

del mundo y, en el último caso, al comunicar tal experiencia. En esto consiste

la importancia de advertir que un discurso sobre acontecimientos está a la

base de nuestro discurso sobre individuos. Pues, así como los conceptos

básicos, si bien prioritarios en el orden del análisis, son no obstante

prescindibles en el orden digamos práctico (es decir, ahí donde se trata de

pensar y conocer la realidad empírica) a favor de conceptos especializados,

también al considerar el contraste entre el discurso sin particulares y el

discurso con particulares nos encontraremos en una situación parecida. De

nuevo, ¿por qué hacemos el tránsito al segundo? Porque, como dice el

248

Cfr. pág. 46 de este trabajo.

Page 151: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

151

mismo Strawson, “dada nuestra situación efectiva, y dado el que deseamos

decir cosas con una fuerza aproximada a las cosas que efectivamente

decimos, entonces la recompensa por la introducción de los particulares

concretos ordinarios es enorme, y las ganancias en simplicidad

arrolladoras”249. Siendo lapidarios, porque el orden de explicación conceptual

no prejuzga nada acerca del orden de la acción. Una conclusión ya apuntada

junto al tratamiento de otros asuntos, respecto de la cual el énfasis nunca

podría ser excesivo.

No podríamos terminar estas observaciones finales sin asegurar otro

resultado que se sigue claramente de lo expuesto. Se relaciona con la

punzante pregunta acerca de las razones tras la insistencia de Strawson en

la entificación de los universales. Al final del capítulo anterior protestábamos

contra la respuesta con la que pretendería resolverse el asunto en Análisis y

Metafísica, a saber, con la alusión a su condición de objetos de referencia,

de sujetos lógicos, de muchas de nuestras oraciones. No dudábamos de que

parte de la respuesta estuviera ahí -y efectivamente, de explorar esto nos

ocuparemos en el próximo capítulo- sino sólo de que con ella se agotara la

pregunta. Proponíamos entonces que las razones buscadas aludirían

también a algún tipo de relación con el otro polo de la esfera ontológica, los

particulares; a este respecto, nos concentrábamos en el aspecto cognoscitivo

de dicha relación, en cierta necesidad subyacente a la posibilidad de la

experiencia. Sobre este trasfondo epistemológico seguiremos reflexionando

249

Ibíd., pág. 225.

Page 152: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

152

después. Porque lo que se nos ha aparecido en este capítulo es un aspecto

de la relación entre lo particular y lo universal que apunta, más bien, a cierta

necesidad lógica, discursiva: a la necesidad de suponer la anterioridad de lo

conceptual en la posibilidad de comunicar la experiencia, en la posibilidad de

un discurso sobre la realidad objetiva. Pues, ¿no acabamos de aceptar que

la posibilidad de un lenguaje como el que en efecto tenemos, cuyos

enunciados resultan de combinar una expresión que hace referencia a un

término particular con otra expresión que adscribe una propiedad al primero,

presupone un lenguaje con enunciados empíricos en los que sólo

empleamos universales? Y entonces, ¿no hay en esto una razón poderosa

para admitir que nuestra ontología, es decir, el conjunto de recursos

conceptuales mediante los que pensamos y hablamos sobre el mundo,

abarca, además de la noción de particular, también la noción de universal, en

la medida en que sin esta última sería imposible hablar sobre los primeros?

Al sopesar la pregunta anterior, conviene despejar cierta ambigüedad

muy frecuente que ya notábamos al principio, acerca del objeto de la

ontología. El interlocutor con quien más polemiza Strawson en estos temas,

Quine, ofrece en su ensayo “La lógica y la reificación de los universales”250

una formulación sobre el asunto con la que Strawson no podría estar en

desacuerdo. Inmediatamente después de presentar una síntesis de su teoría

250

Quine, W.V, “La lógica y la reificación de los universales” en W.V. Quine, Desde un punto de vista lógico. Traducción de Manuel Sacristán. Barcelona, Paidós, 2002, págs. 157-189

Page 153: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

153

del compromiso ontológico, en la que, como reseñamos mucho antes251,

destaca la idea de que hemos de admitir en nuestra ontología sólo aquellas

entidades cuya existencia es imprescindible para que nuestras creencias

sobre el mundo sean verdaderas, Quine afirma: “no estoy sugiriendo con

esto una dependencia del ser respecto del lenguaje. No estamos, en efecto,

considerando la real situación ontológica, sino el compromiso, la implicación

ontológica de un discurso. Lo que hay en el mundo no depende de nuestro

lenguaje, pero sí depende de éste lo que podemos decir que hay”252.

Con la distinción entre la “real situación ontológica” y la “implicación

ontológica de un discurso”, Quine demuestra entender que la pregunta

ontológica involucra no un inventario de lo que hay, sino un inventario de

nuestros modos de concebir lo que hay; involucra, evocando una familiar

respuesta pionera, investigar “de qué maneras se dice el ser”. Si perdemos

esto de vista no entenderemos realmente el meollo de la polémica. Pero, así

las cosas, ¿no resulta paradójico el que Quine afirme esto, y a la vez niegue

que la “implicación ontológica” de nuestro discurso comprenda no sólo a los

particulares, sino también a los universales, sin los cuales la presencia en el

discurso de los primeros sería imposible? Como quiera que un estudio serio

del pensamiento ontológico de Quine trasciende nuestro propósito actual, no

estamos descartando que haya razones dignas de consideración tras su

austeridad ontológica, entre las cuales probablemente esté su interés en

251

Cfr. págs. 15-20 de este trabajo. 252

W.V. Quine, ob.cit., pág. 158.

Page 154: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

154

esclarecer la ontología implícita no en nuestro discurso en general, sino

únicamente en el discurso de la ciencia. Pero la pregunta clave es si

aceptamos o no el análisis de Strawson sobre la noción de particular, sobre

las condiciones de su introducción en el discurso. Si lo hacemos, ¿por qué

no habría de quedar zanjado el fondo de la controversia, reconociendo la

función fundamental de los universales en nuestras “maneras de decir el

ser”? ¿Qué debería disuadirnos de que poseen un lugar en nuestra

ontología, un lugar entre las entidades con cuya existencia nos

comprometemos? ¿Quizá el temor a una hiperinflación ontológica, a una

proliferación de entidades demasiado cercana al mito? Entre otras,

consideraremos estas preguntas en el próximo capítulo.

Page 155: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

155

CAPÍTULO IV

LÓGICA Y ONTOLOGÍA

Un concepto es una figuración de la mente, que no es algo ni tiene una cualidad, sino que en cierto modo es algo y en cierto modo tiene una cualidad. Diógenes Laercio

Un rasgo común a las perspectivas recién consideradas en torno a los

conceptos de sujeto y predicado, o de función referencial y función

predicativa, consiste en la atención prioritaria al caso llamado “básico”, en el

que la expresión que funge de sujeto lógico introduce un término particular,

en tanto la expresión predicativa introduce un término universal. En efecto, a

partir de este modelo hemos enfatizado repetidamente que los particulares

constituyen “paradigmas de sujeto lógico”. Una conclusión que no nos ha

tomado por sorpresa, pues conocíamos sus fundamentos epistemológicos

desde mucho antes.

Por otro lado, las definiciones de Strawson hacen justicia al hecho de

que también los universales son sujetos de buena parte de nuestras

predicaciones, tanto a nivel ordinario como teórico. Esto es posible porque

su explicación del caso básico es susceptible, en sus propias palabras, de

“generalización trans-categorial”253: como reseñamos antes254, se trata de

que hay una analogía entre el modo en que un particular es subsumido por

253

Cfr. P.F. Strawson, “Reply to Chung M. Tse” en Lewis Hahn, ob. cit, pág. 383. 254

Cfr. pág. 107 de este trabajo.

Page 156: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

156

un universal caracterizador o de especie -el caso básico- y el modo en que

ciertos universales son a su vez subsumidos por otros universales. Entonces,

así como formamos el enunciado “Einstein es sabio”, también formamos otro

como “la sabiduría es una virtud”.

Sin embargo, esta extensión del concepto de sujeto lógico no goza de

aceptación unánime. El rechazo es manifiesto sobre todo entre los filósofos

nominalistas. Pero, ¿por qué? Se trata de la cuestión que en “Entity and

Identity” Strawson insinúa así: “narramos la historia cotidiana del mundo,

describimos las posturas cambiantes de sus estados de cosas,

esencialmente a través de predicaciones de las cuales tales objetos [los

particulares] son los sujetos, y no podemos imaginar seriamente ningún

modo alternativo de hacerlo”255. ¿Qué relación hay entre una cosa y la otra?

Se trata de que, por cuanto los particulares son los objetos por antonomasia

de nuestros juicios, los sujetos por excelencia de nuestras oraciones, resulta

natural pensar que han de ser los únicos. Parte de la explicación de este

salto ha sido suficientemente discutida al comentar las condiciones

necesarias para que nuestros conceptos puedan aplicarse en la

experiencia256. Pero hay más. Para entender de qué se trata, basta con

reflexionar sobre el lema quineano “ser es ser el valor de una variable”, el

cual no hace sino comprimir la idea de que admitiremos en nuestra ontología

los valores recorridos por las variables de cuantificación. Pues bien,

255

Strawson, P.F., 1976, “Entity and Identity”, en P.F. Strawson, Entity and Identity and other essays, Oxford, 1997, pág. 55. 256

Cfr. págs. 63-75 de este trabajo.

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157

considérese una proposición atómica, de la forma Fa, cuya generalización

existencial se expresaría como x Fx. Notaremos que la variable ligada al

cuantificador existencial sustituye al sujeto de la proposición. Ésta es la

cuestión clave, pues justamente los valores que pudiera tomar esa variable

constituyen, según Quine, aquello que es, aquello con cuya existencia

estamos comprometidos, aquello que consideraremos una entidad. Es decir,

nuestra ontología está formada por los posibles sujetos de nuestras

oraciones257. Resulta inevitable concluir que, según esta comprensión, el

término “entidad” es sencillamente idéntico al término “objeto de referencia”.

Muy bien, pero ¿qué tiene esto que ver con la presunta necesidad de

eliminar la referencia a no-particulares?

A lo largo de este capítulo encontraremos, no sin sorpresa, que la

comprensión strawsoniana es afín a la de Quine a este respecto. A decir

verdad, este resultado ya podía entreverse mucho antes, cuando se

reclamaba la inclusión de los universales en la ontología apelando a su

condición de objetos de referencia258. Pero no parece que los motivos de uno

y otro para admitir la señalada identidad sean coincidentes. Veamos.

Frente a la generalización existencial x Fx, Strawson se pregunta de

dónde proviene la convención de interpretarla como una afirmación de la

existencia de los valores de la variable, y no como una afirmación de la

existencia del predicado. En otras palabras, se pregunta por qué leerla como

257

Hablando exactamente (en el caso de Quine), por aquellos sujetos de predicación indispensables para la articulación del discurso, específicamente el discurso científico. 258

Cfr. págs. 76-77 de este trabajo.

Page 158: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

158

“Existe algo que F” en vez de “Existe F”. El asunto consiste simplemente en

que cuando afirmamos, tómese por caso, que Einstein es sabio, sería

absurdo afirmar a la vez que no hay hombres sabios. Pero, advierte con

razón Strawson, también sería absurdo afirmar que no hay algo tal como la

sabiduría259 (para ser exactos, que no hay algo tal como la sabiduría en

cuanto ejemplificada en un caso particular).

Así pues, si consideramos las implicaciones de existencia que se

siguen del enunciado completo, no parece haber razones para favorecer una

opción sobre la otra. Pero si consideráramos la cuestión atendiendo a sus

partes, parece que encontraríamos la razón de la preferencia por la

expresión referencial, porque, como se ha insistido, el que ella introduzca

efectivamente su término presupone una proposición acerca de hechos

empíricos, mientras que la función análoga de la expresión predicativa sólo

requiere comprender el significado de las palabras correspondientes. Ahora,

¿por qué esto inclinaría la balanza, en buena lid, para el lado del sujeto?

Strawson se percata de que, en el fondo, lo que está operando aquí es un

prejuicio naturalista: “una fuerte disposición natural a entender por la noción

de existencia lo mismo que existencia en la naturaleza; a pensar que

cualquier cosa que existe efectivamente, existe en la naturaleza, y que

cualesquiera relaciones que se produzcan entre las cosas son relaciones que

259

Cfr. P.F. Strawson, Individuals, Oxford, 1959, págs. 237-238.

Page 159: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

159

se ejemplifican en la naturaleza”260. Es importante aclarar, para futura

referencia, que Strawson nunca deja de reconocer la función protagónica de

esta idea al interior de nuestro esquema conceptual; que, siendo fiel a su

prescripción de atender a las nociones que efectivamente empleamos en las

funciones que de facto desempeñan, está muy lejos de sus propósitos el

preguntarse cuáles, entre ellas, ameritan ser sustituidas o abandonadas.

Este último tipo de reflexión filosófica, al que Strawson llama “metafísica

revisionista”, está en las antípodas de su propio trabajo, que consiste en una

“metafísica descriptiva”261.

Pues bien, comienza a entenderse por qué un filósofo como Quine

equipara la condición de objeto de referencia con la condición de entidad. En

el caso básico de oración sujeto-predicado, el primero es un término

particular, cuya introducción involucra un hecho empírico. Por consiguiente,

si al pensar sobre las “implicaciones ontológicas de un discurso”, sobre qué

entidades admite nuestra ontología, conferimos una importancia prominente

a la máxima naturalista, no podremos evitar la conclusión de que es la parte

de la proposición que entraña un hecho empírico la única candidata

aceptable para el puesto de entidad. Pero además, si nos ubicamos en esta

perspectiva, ¿puede resistirse la desconfianza, o el abierto rechazo, a la

260

Strawson, P.F., 1979, “Universals” en P.F. Strawson, Entity and Identity and other essays, Oxford, 1997, pág. 59. 261

La introducción de Individuos, que en su conjunto contiene interesantes indicaciones sobre esta tensión, alude a ella desde su primera línea: “la metafísica frecuentemente ha sido revisionista, y de manera menos frecuente descriptiva. La metafísica descriptiva se da por satisfecha describiendo la estructura efectiva de nuestro pensamiento acerca del mundo, la metafísica revisionista se ocupa de producir una estructura mejor” (P.F. Strawson, Individuals, Oxford, 1959, pág. 9)

Page 160: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

160

posibilidad de que los no-particulares sean objetos de referencia? Sin

embargo, habiendo asegurado la identidad sujeto-entidad en el primer nivel,

¿qué impide su extensión por analogía al nivel en que conceptos,

propiedades, etc., aparecen como sujetos de predicación? El naturalista se

da cuenta claramente de esto. Para no verse obligado a claudicar, afirma la

posibilidad de una paráfrasis de aquellas oraciones en las que no-

particulares aparecen como sujetos en términos de otras en las que sólo se

haga referencia a particulares. Llegamos aquí al núcleo mismo, al motor, de

aquel reduccionismo ontológico que estudiábamos antes como ejemplo del

estilo de análisis filosófico con el que Strawson está en desacuerdo.

Sin embargo, Strawson muestra que la confianza nominalista en la

paráfrasis reductiva está mal fundada. Es verdad que en ciertos casos, como

los de cualidades, relaciones, estados y procesos, la reducción no resultaría

muy forzada. Por ejemplo, respecto de esta máxima de Schopenhauer: “La

cortesía se funda en una convención tácita para no notar unos en otros la

miseria moral e intelectual de la condición humana”262, una paráfrasis como

“las personas convienen tácitamente en ser corteses para no notar unos en

otros la miseria moral e intelectual de la condición humana” preservaría, de

forma obvia, el potencial expresivo de la original. Pero, en otros casos, la

situación es diferente: “la sugerencia de que, por ejemplo, oraciones acerca

de palabras u oraciones deberían parafrasearse como oraciones acerca de

262

Arthur Schopenhauer, Arte del buen vivir y otros ensayos, Madrid, Editorial Edaf, 1998, pág. 241

Page 161: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

161

‘rótulos’ no produce, excepto en el seno del nominalista realmente fanático,

otra cosa sino náusea”263. Se trata, piensa Strawson, de que ciertas clases

de no-particulares están mejor “atrincheradas” que otras como sujetos

lógicos. Además de tipos de oraciones y tipos de palabras, otras clases que

no se prestan a la reducción son aquellos no-particulares que podrían

considerarse una suerte de “particulares modelo”, en el sentido de que

constituyen prototipos a partir de los cuales se producen sus ejemplares:

tómense por caso los modelos de equipos mecánicos, eléctricos o

electrónicos en general (como el nuevo modelo de avión Airbus 380, del cual

existen varios ejemplares, si bien el modelo como tal no es un particular).

Están bien atrincherados porque “describir un no-particular de esta clase es

especificar un particular, con un alto grado de precisión y elaboración

interna”264. En general, Strawson considera que hay razones lógicas y

psicológicas por las que el impulso reductivo nunca prosperará en ciertos

casos: bien porque el concepto mismo no es susceptible de la paráfrasis,

bien porque la reducción no parece perentoria.265

Además de la posibilidad de parafrasearlos en términos de

particulares, los nominalistas avalan su pretensión de eliminar los no-

particulares del discurso y de la ontología alegando que las clases a las que

pertenecen carecen de principios claros de identidad. Aluden al criterio que

Quine resume en el lema “no hay entidad sin identidad”, cuyo sentido

263

P.F. Strawson, ob.cit., pág. 231 264

Ibíd., pág. 233. 265

Cfr. Ibíd., pág. 232.

Page 162: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

162

consiste en que “nada ha de contar como entidad a menos que haya un claro

principio general de identidad para todas las cosas de su clase”266.

Es fácil darse cuenta de que los particulares lo satisfarán a plenitud.

Como ya estudiamos267, los universales de especie de los que son instancias

proporcionan sus principios de identidad. No ocurre así con los universales y

no-particulares en general, pues, salvo quizás en el caso de las figuras

geométricas, no existen principios de identidad comunes para todos los

universales de una clase: “amarillo”, “verde” o “marrón”, que pertenecen a la

clase de los colores, no comparten un principio común de identidad; lo mismo

se dirá de “sabiduría”, “honestidad” o “nobleza”, pertenecientes a la clase de

cualidades humanas, y así en casi todos los demás casos.268 Sin embargo,

Strawson muestra, para decepción de los nominalistas, que este resultado no

implica de ninguna manera la automática exclusión de tales objetos del

discurso y la ontología. El asunto es éste: a diferencia del particular, el

principio de identidad del universal coincide con el sentido de su nombre. Es

decir, mientras que para distinguir un particular de otro, o para identificarlo

como el mismo a lo largo del tiempo, necesitamos un principio de identidad

común a la especie a la que pertenece, para distinguir un universal de otro

basta con comprender el significado de la palabra que lo designa.

266

Strawson, P.F., 1979, “Universals” en P.F. Strawson, Entity and Identity, and other essays. Oxford, 1997, pág. 55. 267

Cfr. pág. 104 de este trabajo. 268

Para un prolijo examen de este asunto, y en general de la polémica acerca de la relación entre la condición de entidad y la posesión de principios de identidad para la clase correspondiente, cfr. Strawson, P.F., 1976, “Entity and Identity” en P.F. Strawson, Entity and Identity and other essays, Oxford, 1997.

Page 163: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

163

Sencillamente, pues, es innecesario que haya un principio de identidad

común para todos los universales de una clase269. El criterio quineano sería

aceptable en tanto su aplicación se restringiera a particulares. Insistir en

aplicarlo a no-particulares “sería fijar arbitrariamente las reglas del juego, de

tal suerte que sólo los particulares espacio-temporales y algunos tipos

favorecidos de objetos abstractos, como conjuntos y números, pudieran

ganarlo”270.

A pesar de estos notables desacuerdos, Strawson comparte con

Quine la idea general de una identidad entre ser sujeto de predicación y ser

un objeto cuya existencia se reconoce, es decir, ser entidad. En efecto,

piensa que la operación que está a la base del criterio de compromiso

ontológico, a saber, la traducción de oraciones del lenguaje natural a

expresiones en notación de lógica de predicados con cuantificador

existencial, es un procedimiento plausible, que responde “a un deseo

altamente respetable de trabajar con un concepto formal y unívoco de

existencia”271. Recordábamos hace poco que tal traducción implica

reemplazar el sujeto lógico por la variable ligada al cuantificador. Así, una

oración como “El ganador del Premio Nobel de Física en 1921 es sabio” se

expresaría como x (Gx Sx)272, de tal suerte que la descripción “El ganador

del Premio Nobel de Física en 1921”, aparecería ahora como predicado.

269

Cfr. Strawson, P.F., “Universals” en P.F. Strawson, ob.cit., págs. 56-57 270

Ibíd., pág. 56 271

P.F. Strawson, Individuals, Oxford, 1959, pág. 239. 272

O simplemente mediante la expresión sin cuantificación “Se”

Page 164: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

164

Pero Strawson tiene razón al insistir en que esta operación no involucra, de

suyo, el que los objetos no-particulares de referencia tengan que ser

eliminados a favor de particulares. Si bien en el caso básico de oración

sujeto-predicado la variable cuantificada reemplaza a una expresión que

hace referencia a un particular, el procedimiento puede extenderse

perfectamente a otros casos en los que, a partir de una analogía con aquél,

el sujeto lógico no sea necesariamente un particular. Al hacerlo, se afirmaría

la existencia de estos sujetos no-particulares273.

Pero debe haber razones sustantivas, y no meramente formales, tras

la defensa de la condición de sujetos lógicos, luego entidades, de los objetos

no particulares de referencia. Una pista muy reveladora a este respecto la

ofrece cierta observación de Strawson que ya apuntábamos en el capítulo

anterior: “la idea de individuo es la idea de una instancia individual de algo

general. No hay algo así como un puro particular”274. Es decir, la

convergencia tanto del caso particular como de la clasificación general es

necesaria para que sea posible pensar, conocer y hablar sobre particulares.

Una idea de nuestro esquema conceptual cuya centralidad ya conocemos.

Por su importancia, Strawson no se cansa de remacharla en pasajes como el

siguiente: “no podemos pensar en, o percibir en un sentido pleno, ninguna

cosa natural, sea objeto o evento, sin pensar en ella, o percibirla, bajo algún

aspecto general; como siendo de esta o aquella forma o una tal o cual cosa;

273

Cfr. Ibíd., págs. 239-242. 274

Cfr. pág. 103 de este trabajo, o también Strawson, P.F., 1953, “Particular y General” en P.F. Strawson, Ensayos Lógico-Lingüísticos, Madrid, Tecnos, 1983, pág. 48

Page 165: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

165

como teniendo alguna característica general o siendo de alguna clase

general”275.

Aquí Strawson dirige certeramente nuestra atención hacia la debilidad

profunda del nominalismo. Porque, siendo así las cosas, es inevitable

preguntarse esto: “si el reconocimiento práctico de las cosas particulares

entraña el reconocimiento práctico de las cosas generales, ¿por qué el

reconocimiento teórico, otorgado tan fácilmente a las primeras, habría de ser

concedido con tanta renuencia, si acaso se concede finalmente, a las

últimas?”276. Nos las vemos aquí nuevamente con la constante insistencia

strawsoniana en las estrechas relaciones entre la ontología, la epistemología

y la lógica. En esta formulación volvemos a comprobrar que su ontología

responde a necesidades cognoscitivas, que su respuesta a la pregunta sobre

lo que hay se informa a partir de la manera en que conocemos lo que hay.

No obstante, Strawson admite que la intransigencia del nominalista

tiene un fundamento plausible. Pues, ¿por qué la aceptación de que no

existen “puros particulares”, sino que pensamos y conocemos las cosas del

mundo como necesariamente subsumidas en clases generales, tendría que

implicar la aceptación de la existencia de algo más, aparte de los particulares

mismos? En todo caso, cuando afirmamos, como en efecto hacemos, que

existen clases a las que pertenecen distintos particulares, y propiedades que

distintos particulares comparten, ¿hay razones para ver en esto algo distinto

275

Strawson, P.F., “Universals”, en P.F. Strawson, Entity and Identity and other essays, Oxford, 1997, págs. 58-59. 276

Ibíd., pág. 52.

Page 166: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

166

a una forma de hablar, a la posibilidad de clasificaciones meramente

lingüísticas para rendir cuenta del hecho de que distintos particulares son de

la misma clase o tienen la misma propiedad?277

Al término del capítulo anterior nos preguntábamos si, tras la

resistencia a reconocer en los universales algo distinto a nombres más o

menos prescindibles, estaría el temor a una proliferación injustificada de

entidades, a un “universo superpoblado”, como se acostumbra a decir. Pero,

¿cuál es el fundamento de ese temor? Seguramente, el riesgo de que

reconocer la “existencia” de no-particulares en general implique concebirlos

en equivocada analogía con los particulares, implique concebir sus

relaciones con estos últimos a errónea semejanza de las relaciones que se

establecen entre las entidades espacio-temporales. En efecto, ¿no ilustra la

teoría platónica de las Formas los peligros de hablar tan libremente de la

existencia de los universales?

Es obvio que cuando Strawson habla de extender a los universales el

reconocimiento de existencia, la condición de entidad, de la que gozan los

particulares, no puede estar pensando que las implicaciones, o el sentido278

277

Cfr. Ibíd., págs. 53-54, 61. 278

Empleamos la alternación para hacer justicia a cierta advertencia del mismo Strawson, incluida en su respuesta al ensayo de Chung: “el profesor Chung advierte correctamente que admito la existencia de dos categorías de entidad, a saber, particular y universal, pero añade la salvedad ‘si bien no en el mismo sentido de existencia’. Tengo ciertas dudas acerca de la salvedad, por cuanto no es de ninguna manera claro que requiera yo un sentido diferente de la palabra ‘existir’ en los dos casos. Desde luego, es posible que el profesor Chung no tenga la intención de sugerir esto. Es posible que no tenga la intención de decir otra cosa sino que la vasta diferencia entre las dos categorías lleva consigo una diferencia similarmente grande en las implicaciones de existencia de cada una de ellas” (Strawson, P.F.,1997, “Reply to Chung” en L. Hahn (ed.), ob.cit., pág. 384.). Aunque dejamos constancia de la aclaratoria,

Page 167: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

167

de existencia de unos y otros sean ni remotamente análogos, salvo en la

posesión de una cierta “estabilidad”. Acerca de esto último hablaremos en un

momento. Pero ahora la pregunta acuciante es: ¿qué quiere decir Strawson

con su peregrina insistencia en que “existen los universales”? Su respuesta

es precisa: “la existencia de un particular implica su posesión real de alguna

ubicación espacio-temporal. La existencia de un universal no implica sino la

posibilidad lógica de que posea instancias”279. Sin embargo, suscita una

duda: ¿puede entenderse por “posibilidad lógica de poseer instancias” algo

distinto a que el ser ejemplificado en distintos casos ubicados en espacio y

tiempo no resulte contradictorio con el sentido mismo del universal en

cuestión? Y, de ser así, ¿no implica esto que prácticamente cualquier

concepto pasaría a considerarse una entidad? Por nombrar sólo un

conspicuo ejemplo, ¿no nos obliga lo anterior a aceptar la existencia del

universal “unicornio”, pues el que posea instancias resultaría lógicamente

posible?

Dejemos de lado momentáneamente estas preguntas, a fin de

explorar si la presunta aplicación de la noción de existencia a los universales

acarrea otras implicaciones. A este respecto, quizás conviene evocar una

explicación problemática, como la de Platón, para ver si Strawson contempla

maneras de salvar sus aporías.

dudamos de su pertinencia, pues ¿qué diferencia hay entre “sentidos” e “implicaciones” de existencia? 279

Ibídem (el énfasis es nuestro)

Page 168: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

168

Un problema central de la teoría de las Formas consiste en la relación

entre el universal y los particulares que son instancias suyas. ¿Qué solución

propone Strawson? Una que, si bien esquiva los resultados inaceptables de

la solución platónica, no contribuye a disipar las sospechas nominalistas:

Si los universales, en caso de existir, están fuera de la naturaleza, ¿como se relacionan con los objetos naturales que los ejemplifican o instancian? Repetir los términos profesionales ‘ejemplificación’ o ‘instanciación’ pareciera no dar respuesta alguna a esta pregunta. Pero es la única respuesta que el creyente en los universales puede dar con seguridad. Porque la pregunta, la exigencia de una explicación de la relación, realmente incorpora el prejuicio naturalista –si puedo llamarlo así sin prejuicio. De manera que Platón, si bien acertó al ubicar los universales fuera de la naturaleza, se equivocó al buscar en la naturaleza incluso una analogía sugestiva –por ejemplo, copia y original (…)- para la relación de ejemplificación

280.

Comentábamos antes281 que, además de una ubicación espacial,

otro rasgo inherente a los paradigmas de lo existente, los particulares,

consiste en una trayectoria a lo largo del tiempo. ¿Qué diremos a este

respecto de los universales? ¿Habrá una respuesta mejor a que

simplemente no siguen tal recorrido temporal, a que son atemporales? Para

beneplácito del nominalista, no la hay: “los predicados temporales no tienen

aplicación a los objetos abstractos, [los cuales] ni entran en existencia en un

cierto momento ni existen sempiternamente, [pues] no están en el tiempo. Y

aquí el creyente tiene que resistir la presión naturalista en su sentido más

fuerte, el sentido de que cualquier cosa que existe, existe en el tiempo”282

Vistas apenas algunas de las dificultades para ofrecer una explicación

coherente de la presunta existencia de los universales, una explicación

280

Strawson, P.F., “Universals”, en P.F. Strawson, Entity and Identity and other essays, Oxford, 1997, pág. 59. 281

Cfr. págs. 64-75 de este trabajo. 282

Strawson, P.F., ob.cit., págs. 60-61.

Page 169: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

169

impermeable a la sospecha de que este realismo no es sino ilusionismo, es

imposible no preguntarse por qué Strawson insiste en este asunto. Para

decirlo llanamente: ¿qué se gana entificando a los sujetos abstractos, no

particulares, de predicación?

Quizás la respuesta se vincule con cierta insinuación previa, en el

sentido de que el reconocimiento de la “existencia” de algo implicaría, por

encima de cualquier otra consideración, conferirle cierta “estabilidad”.

Porque, después de todo, ¿alude el concepto de entidad exclusivamente a

los objetos de experiencia, a los particulares espacio-temporales? ¿Creer

esto no implica confundir lo empírico con lo filosófico, confundir, como

intachablemente recordara el mismo Quine, la “real situación ontológica” con

las “implicaciones ontológicas de un discurso”?

Proponemos que el sentido de “entidad” que maneja Strawson alude,

razonablemente, a objetos de razón, a objetos de pensamiento. Alude a

aquello que, en la medida en que posee estabilidad, en que se resiste a ser

concebido arbitrariamente, constituye objeto de estudio y de predicación. Y

bueno, ¿acaso el sentido de entidad que subyace a la máxima nominalista

“ser es ser el valor de una variable” es distinto a éste?

Puede sostenerse, no sin razón, que en parte lo es. Porque si bien

Quine piensa que la ontología con la que estamos comprometidos

comprende los sujetos de nuestras oraciones sobre el mundo, los objetos de

nuestros juicios, no menos importante es la aclaratoria de que se trata de los

sujetos indispensables de las mismas. Volvemos, pues, a aquella idea de

Page 170: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

170

que hay ciertos objetos de referencia que son más bien pseudo-entidades,

que no son sino atajos lingüísticos para hablar de aquello que existe en el

mundo natural, que es lo único cuya existencia podemos aceptar sin

perdernos en desvaríos metafísicos.

¿Puede Strawson contrarrestar este escepticismo respecto de su

sentido más amplio, más “tolerante”, del concepto de entidad?

Ecuánimemente, se da cuenta de que no es posible. Pero no porque el

nominalismo tenga razón. Se trata más bien de ambos tienen parte de razón.

Gracias a su insistencia en que el análisis filosófico se ocupa del conjunto de

nociones que en efecto desempeñan una función en nuestra experiencia,

admite que tanto el realismo como el nominalismo responden a ideas

igualmente fundamentales de ese esquema conceptual básico. Por un lado,

a partir de la idea de que tanto el caso particular como el término general son

condiciones de posibilidad del conocimiento y discurso acerca del mundo, “es

natural que al menos tengamos la impresión de que podemos distinguir, en el

pensamiento, entre los objetos y eventos particulares de la naturaleza y los

tipos y características generales que esos objetos ejemplifican, así como de

que realmente podemos extender nuestro pensamiento para abarcar tipos y

características quizá no ejemplificados por cosas particulares, o complejos de

cosas, en la naturaleza”283. Pero, por otro lado, Strawson reconoce lo que

llama una “predisposición natural” a equiparar existencia con lo que existe en

la naturaleza, lo que tiene una ubicación espacio-temporal. Se trata, además,

283

Ibíd., pág. 59.

Page 171: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

171

de una idea tan firmemente asegurada en nuestra visión del mundo como la

primera.

Por cuanto las ideas que están detrás de esta tensión son igualmente

dominantes y, por consiguiente, cualquier respuesta a la pregunta “¿qué tipo

de entidades admite nuestra ontología?”, presupondrá siempre un sesgo

determinado por la perspectiva que se privilegie, Strawson propone ver la

polémica realismo-nominalismo más bien como el resultado de enfatizar

partes distintas de nuestro esquema conceptual, de considerar el asunto

desde puntos de vista diversos, aunque igualmente válidos:

Si tengo razón en esto, entonces la imagen de un desacuerdo metafísico profundo debería ser reemplazada, idealmente, por la de una elección: entre la adopción de una postura naturalista, con una consecuente restricción de la noción de existencia a lo que se encuentra en la naturaleza; y una inclinación contraria a extender la noción a objetos de pensamiento, ejemplificables, pero no localizables, en la naturaleza. Todavía hablando idealmente, no debería importar mayormente cuál opción se elige, pues cualquier grupo de filósofos de creencias opuestas (o, en este asunto, quizás de temperamentos) debería poder apreciar el valor de los ensayos mutuos sobre los problemas menos generales y más sustanciales que los confrontan.

284

No precisamente por casualidad, esta respuesta nos envía de regreso al

punto de partida de este trabajo. Recordamos, ahora en la práctica, la

temprana insistencia de Strawson en que, por cuanto explicar correctamente

el sentido de los conceptos básicos consiste en describir sus distintos usos,

sus distintas funciones en los variados ámbitos de la experiencia vital

humana, la pretensión de imponer una comprensión única y definitiva de

ellos, que desdeñe la complejidad por el ilusorio refugio en lo simple, en lo

claramente definido, está condenada al fracaso.

284

Ibíd., pág. 63.

Page 172: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

172

CONCLUSIONES

If metaphysics is the finding of reasons, good, bad or indifferent, for what we believe on instinct, then this has been metaphysics. P.F. Strawson Conclusiones de Individuals

Examinando retrospectivamente su trabajo en un escrito postrero285,

Strawson sentencia lo siguiente: “ciertamente, si algún problema, o grupo de

problemas, puede considerarse central en mi pensamiento, es precisamente

el de los fundamentos metafísicos y epistemológicos de la familiar distinción

lógico-gramatical entre referencia y predicación, o sujeto y predicado”286. En

efecto, se trata de un tema estelar en su filosofía, porque le permite proyectar

hacia el ámbito lógico-lingüístico, foco de sus inquietudes filosóficas, la idea

de una necesaria dualidad entre el caso particular y la clasificación general.

Seguramente heredada de Kant, se trata de una idea cuyo protagonismo en

la teoría del ser y la teoría del conocimiento está bien asegurado en el credo

strawsoniano. Por otra parte, su tratamiento mismo del problema ejemplifica,

de forma notable, la posición que asumió en otros temas recurrentes en su

trayectoria, desde la pregunta por el método de la filosofía hasta su

resistencia frente al nominalismo. A manera de articulación de los resultados

de los capítulos previos, hagamos algunas indicaciones al respecto.

285

Strawson, P.F., 1998, “Reply to Chung Tse” en Lewis Hahn, ob.cit., págs. 383-385 286

Ibíd, pág. 383

Page 173: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

173

Se nos decía al comienzo que la filosofía se ocupa de describir las

funciones de ciertos conceptos fundamentales en los distintos ámbitos del

teorizar y actuar humanos. A tal fin, atiende a las conexiones entre ellos, vale

decir, a sus mutuas relaciones de implicación y exclusión, a sus relaciones

inferenciales. Guiado por esta idea, Strawson es capaz de mostrar que la

dualidad sujeto-predicado, característica de la proposición atómica, responde

en el fondo a la necesidad de transmitir al plano del discurso una dualidad

inherente al objeto de éste: la dualidad entre los casos particulares que nos

son dados en la percepción y los conceptos mediante los que los

convertimos en conocimiento nuestro. Así, los conceptos de sujeto y

predicado ocuparán un lugar prominente en nuestro esquema básico de

ideas en tanto su sentido se defina, razonablemente, a partir de la clara

función que desempeñan en la comunicabilidad de la experiencia. Por cierto,

esto probaría nuestra temprana conjetura acerca del papel de la lógica como

contexto significativo de los conceptos ontológicos.

En el capítulo I insinuábamos que, pese a las ostensibles dificultades

para demostrar argumentativamente el carácter necesario de ciertos

conceptos básicos, dificultades que en parte explican la prescripción

strawsoniana de limitarnos a estudiar la estructura conceptual que de facto

tenemos, el análisis funcional podría incidentalmente sugerir que hay ciertas

nociones sin cuya presencia sería imposible el pensamiento, el conocimiento

y el discurso acerca de la realidad. El análisis de Strawson sobre la dualidad

referencia-predicación ejemplifica vívidamente esto. Al proponer una

Page 174: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

174

explicación vinculada a necesidades ontológicas (las cuales a su vez

responden a necesidades cognoscitivas) se muestra con claridad el carácter

indispensable de estos conceptos en la posibilidad de hablar sobre el mundo.

La metáfora gramatical con la que Strawson se aproxima a la pregunta

acerca del método de la filosofía sugiere, apuntábamos, la imagen de una

suerte de teoría sistemática de los conceptos básicos. En los capítulos I y II

ya tomábamos nota de varios pasajes en los que parece proponerse tal cosa,

pero bien podemos agregar ahora uno más, proveniente de la Introducción

de Individuos:

Cuando preguntamos cómo usamos esta o aquella expresión, nuestras respuestas, aunque reveladoras a un cierto nivel, son susceptibles de asumir, y no de exponer, aquellos elementos estructurales generales que el metafísico quiere revelar. La estructura que éste busca no se muestra fácilmente en la superficie del lenguaje, sino que yace sumergida. Debe él abandonar su única

guía segura cuando la guía no puede llevarlo tan lejos como desea ir. 287

¿En qué está pensando Strawson cuando habla de “elementos estructurales

generales que el metafísico quiere revelar”? En el capítulo 2 sugeríamos

interpretar esto al modo de una búsqueda de principios generales que

subyacen a la práctica conceptual, de tal suerte que Strawson estaría

refiriéndose, decíamos, a la dualidad general entre lo particular y lo universal

y su presencia en la epistemología, la ontología y la lógica bajo las formas

correspondientes. No obstante, es preciso hacer ahora cierto ajuste.

Siguiendo al mismo Strawson, notemos que el desarrollo efectivo de una

“práctica conceptual” implica dos ideas básicas: por una parte, la idea de que

cada concepto de la red se constituye a partir de sus relaciones de

287

P.F. Strawson, Individuals, Oxford, 1959, pág. 10.

Page 175: Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas

175

implicación y exclusión con los demás; por la otra, la idea de que la legítima

aplicabilidad de los conceptos en la experiencia requiere ciertas condiciones.

La dualidad particular-universal sólo responde a la segunda. Así, si hemos de

postular candidatos a aquellos “principios metafísicos” con cuya consecución

Strawson dice reiteradamente estar comprometido, deberíamos añadir a

aquélla la idea de la naturaleza relacional de los conceptos.

Otro tema constante en las obras de Strawson que hemos estudiado

es su inconformidad con el nominalismo. Strawson sospecha que hay algo

profundamente insatisfactorio en la creencia de que los particulares son los

únicos objetos legítimos de nuestros juicios, los únicos sujetos genuinos de

nuestras predicaciones. Aunque no ahorra esfuerzos para asegurar el papel

protagónico de los particulares en nuestra experiencia y discurso, en tal

preeminencia no encuentra buenas razones que avalen la reducción de

propiedades y relaciones, entre otros objetos abstractos de referencia, a la

condición de simples nombres para aludir a colecciones de casos

particulares. Pues ¿no resulta muy significativo a este respecto precisamente

el que se admita, como sólo muy pocos se negarían a hacerlo, que sin

universalidad no hay experiencia ni discurso sobre particulares?

Reiteramos: la supremacía de los particulares no está en discusión.

Rastreando sus conexiones con los conceptos epistemológicos básicos,

Strawson ya nos recordó por qué son los principales objetos de

conocimiento. Su idea del análisis conectivo también es decisiva para

mostrar por qué son los principales sujetos lógicos. En realidad, es

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justamente su énfasis en las interrelaciones de los conceptos lo que

garantiza un papel para la noción misma de sujeto lógico, superando así el

razonable escepticismo sobre su importancia filosófica que surge cuando se

la considera sin atender a sus conexiones con necesidades epistemológicas

y ontológicas. Pero con este procedimiento también afloran las dudas en

torno a la legitimidad de la autocracia nominalista. La definición de los

conceptos de sujeto y predicado en el punto de convergencia del plano

lógico-semántico con el ontológico (y, por consiguiente, el epistemológico),

basada en la oposición entre completud e incompletud, terminará

desembocando en la inevitable conclusión de que un discurso sobre

particulares presupone un nivel puramente conceptual, en el que hablamos

sobre el mundo sólo con ciertos universales, los universales de rasgo. De

esto se seguiría el que la ontología sustancial (individuos particulares y sus

propiedades) implícita en las oraciones sujeto-predicado presupone una

ontología de mera ubicación de propiedades y, eventualmente, lo que

podríamos llamar una ontología de acontecimientos.

Siendo así las cosas, ¿no habría que admitir que el tipo de experiencia

y discurso que efectivamente tenemos acerca del mundo, centrados en

objetos con una ubicación en el espacio y una cierta identidad a lo largo del

tiempo, involucra recursos conceptuales, nociones ontológicas, diferentes a

la sola noción de particular?

La muy plausible resistencia de Strawson al nominalismo, o a ciertas

implicaciones inaceptables del nominalismo, parece conducirlo a cierto

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compromiso realista. En el último capítulo vimos su interés en abogar por la

admisión de los universales en la ontología, en abogar por el reconocimiento

de su “existencia”. Pero también insinuamos que la propuesta era

problemática, por decir lo menos. Las explicaciones de Strawson no dejan

suficientemente claro qué significa afirmar que existen particulares y también

universales. Su distinción entre dos sentidos, o dos implicaciones de

existencia, aunque oportuna y aceptable, plantea preguntas de no poca

importancia, a las que sólo podríamos responder con conjeturas sin respaldo

definido en su filosofía. Con todo, quizás debamos ponderar a partir de tal

omisión la importancia misma que tiene el asunto a los ojos de Strawson.

Proponemos, pues, que la sugerencia strawsoniana de que “existen” objetos

no particulares sea vista, ante todo, como un recurso más o menos acertado

para enfatizar una idea que sí es indiscutiblemente sustantiva en su

pensamiento, una idea en la que Strawson cree ciegamente con toda razón:

que el pensamiento, la experiencia y el discurso acerca de la realidad serían

imposibles sin la concurrencia no sólo de lo particular, sino también de lo

general. Especialmente, como un recurso para enfatizar que en la

delimitación misma de un particular, en su constitución como objeto, está

involucrado un universal. Así, la noción de existencia se aplicaría a

particulares en tanto instancias de universales, o lo que es lo mismo, a

universales ubicados espacio-temporalmente. Y bien, ¿quién puede decir

que recordar esto es llover sobre mojado? ¿Estamos seguros de que en la

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ortodoxia analítica hay una conciencia siempre vívida respecto de la absoluta

centralidad de tal idea?

Una notable insuficiencia de este trabajo consiste en haber examinado

las críticas de Strawson a dos de sus grandes interlocutores, Wittgenstein y

Quine, abrazando despreocupadamente a tal efecto las interpretaciones del

primero acerca de los segundos. Aunque la gravedad de la falta se mitiga

porque el objetivo expreso de la investigación siempre fue estudiar el

pensamiento de Strawson, o más bien una parcela relativamente pequeña de

él, se admite la necesidad de complementar estos resultados estudiando el

pensamiento de Wittgenstein y Quine en toda su complejidad.

Para terminar donde comenzamos, digamos una última palabra sobre

el talante general encarnado por la filosofía de Strawson. Por cierto, se

acostumbra a resumirlo literalmente con una sola palabra: tolerancia. A estas

alturas una valoración semejante no nos toma por sorpresa, pues si alguna

idea se infiere claramente de las páginas previas, no será distinta a ésta: que

el pensamiento de Strawson descansa en la convicción hecha obra de que

explicar correctamente el sentido de nuestros conceptos básicos equivale a

describir sus distintos usos, sus distintas funciones en los variados planos de

la experiencia vital humana. En esa medida, constituye una vigorosa defensa

del carácter polisémico de los mismos, y por consiguiente una inequívoca

apología de la tolerancia en el análisis, en contraste con la no poco habitual

aspiración a respuestas perfectamente definidas y unívocas para las

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preguntas filosóficas. Porque, ¿no es tal aspiración, al menos en parte, el

motor de nuestra ciega fe en la lógica? ¿Hemos realmente abandonado la

fantasía de que funciona como una llave maestra que abre cualquier puerta?

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