Alejandro Farnesio

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Alejandro Farnesio (duque de Parma) Este artículo o sección necesita referencias que aparezcan en una publicación acreditada , como revistas especializadas, monografías, prensa diaria o páginas de Internet fidedignas . Este aviso fue puesto el 3 de diciembre de 2014. Puedes añadirlas o avisar al autor principal del artículo en su página de discusión pegando: {{subst:Aviso referencias|Alejandro Farnesio (duque de Parma)}} ~~~~ Para otros usos del término, véase Alejandro Farnesio . Alejandro Farnesio Duque de Parma , Plasencia y Castro Retrato de Otto van Veen en (1585) Información personal Nombre secular Alessandro Farnese Reinado 15 de septiembre de 1586 3 de diciembre de 1592 Nacimiento 27 de agosto de 1545 Roma ( Estados Pontificios ) Fallecimiento 3 de diciembre de 1592

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siglo xvi

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Page 1: Alejandro Farnesio

Alejandro Farnesio (duque de Parma)

Este artículo o sección necesita referencias que aparezcan en una publicación acreditada, como revistas especializadas, monografías, prensa diaria o páginas de Internet fidedignas. Este aviso fue puesto el 3 de diciembre de 2014. Puedes añadirlas o avisar al autor principal del artículo en su página de discusión

pegando: {{subst:Aviso referencias|Alejandro

Farnesio (duque de Parma)}} ~~~~

Para otros usos del término, véase Alejandro Farnesio.

Alejandro Farnesio

Duque de Parma, Plasencia y Castro

Retrato de Otto van Veen en (1585)

Información personal

Nombre secular Alessandro Farnese

Reinado 15 de septiembre de 1586 – 3 de diciembre de 1592

Nacimiento 27 de agosto de 1545

Roma ( Estados Pontificios)

Fallecimiento 3 de diciembre de 1592

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Arrás ( Artois)

Entierro Catedral de Parma

Religión católica

Profesión militar

Predecesor Octavio Farnesio

Sucesor Ranucio I Farnesio

Familia

Casa real Casa de Farnesio

Padre Octavio Farnesio

Madre Margarita de Austria

Cónyuge María de Avis

Descendencia Véase descendencia

Carrera militar

Apodo Rayo de la Guerra

Lealtad Monarquía católica

Unidad Tercio español

Condecoraciones Caballero del Toisón de Oro

Mandos Capitán General delEjército de Flandes (1578)

Capitán General del ejército invasor de Francia

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(1590)

Conflictos Batalla de Lepanto

Guerra de Flandes

Guerra Anglo-Española

Guerras de Religión de Francia

Escudo de Alejandro Farnesio

[editar datos en Wikidata]

Retrato del joven Alejandro durante su estancia en Madrid (c.1561), atribuido a Sofonisba Anguissola.

Alejandro Farnesio (italiano: Alessandro Farnese) (Roma, 27 de agosto de 1545 – Arrás, 3 de

diciembre de 1592), tercer duque de Parma y Piacenza, hijo de Octavio Farnesio y Margarita de Parma, hija

ilegítima deCarlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico, sobrino de Felipe II y de Juan de

Austria. Desarrolló una importante labor militar y diplomática al servicio de la corona española. Luchó en

la batalla de Lepanto contra los turcos y en los Países Bajos contra los rebeldes holandeses, así como en

Francia en las guerras de religión del lado católico contra el protestante.

Índice

[ocultar]

1 Biografía

2 Matrimonio e hijos

3 Árbol genealógico

Page 4: Alejandro Farnesio

4 Curiosidades

5 Referencias

6 Bibliografía

7 Enlaces externos

Biografía[editar]

Acompañó a su madre a Bruselas cuando fue nombrada gobernadora de los Países Bajos. Alejandro había

crecido en España con el príncipe Carlos, hijo de Felipe II, y su tío Juan de Austria; los tres estudiaron en

laUniversidad de Alcalá.

Pasaron varios años antes de que pudiera demostrar su talento para las operaciones militares. Durante ese

tiempo, los Países Bajos se habían rebelado contra Felipe II, señor de Flandes y rey de España y, tras la muerte

de Luis de Requesens, Juan fue enviado como gobernador en 1576. En otoño de 1577 Alejandro Farnesio fue

enviado en su ayuda, llegando como comandante del ejército al frente de los tercios, con los que en enero de

1578 derrotó a un ejército protestante en la batalla de Gembloux. En octubre de 1578 Juan murió de tifus.

Previamente había solicitado a Felipe II que se nombrara a Alejandro gobernador de los Países Bajos, a lo que

el rey accedió.

Demostró sus dotes como diplomático a los tres meses, en enero de 1579, cuando consiguió, mediante la Unión

de Arras, llevar de nuevo a la obediencia a Felipe II a las provincias del sur que se habían unido aGuillermo de

Orange en rebeldía. Por el contrario, las provincias rebeldes abjuraron definitivamente de la soberanía de Felipe

II unas semanas más tarde mediante la Unión de Utrecht.

Tan pronto como obtuvo una base de operaciones segura en la provincia de Hainaut y Artois, se dispuso a

reconquistar las provincias de Brabante y Flandes. Una ciudad tras otra fueron cayendo bajo su control hasta

llegar frente a Amberes, a la que sitió en 1584. El asedio de Amberes exigió todo el genio militar y fuerza de

voluntad de Alejandro para completar el cerco y finalmente rendir la ciudad el 15 de agosto de 1585. El éxito

militar de Alejandro volvió a poner en manos de Felipe II todas las provincias del sur de los Países Bajos, pero la

orografía y situación geográfica de las provincias de Holanda y Zelanda hacían imposible su conquista sin

contar con el dominio del mar, en manos de los rebeldes.

En 1586 se convierte en duque de Parma por la muerte de su padre y solicita permiso al rey para ausentarse y

visitar el territorio del ducado, permiso que no le es otorgado, ya que el rey lo considera insustituible.

En preparación al intento de invasión de Inglaterra con la Armada Invencible, Alejandro marchó contra las

ciudades de Ostende y Sluis y conquistó esta última, donde llegó la Armada en 1587. Después de la derrota de

la Armada, Alejandro se instaló en Dunkerque.

Tras el asesinato del rey francés Enrique III en diciembre de 1589, Alejandro fue enviado con el ejército a

Francia para luchar con el bando católico opuesto al rey Enrique IV. En el asedio de Caudebec, el 25 de abril de

1592, resultó herido de un disparo de mosquete.1 Se retiró con su ejército a Flandes. Posteriormente su salud se

agravó, y murió la noche del 2 al 3 de diciembre de 1592 en la Abadía de Saint-Vaast de Arrás. Sus restos

reposan en la iglesia de Santa María de Steccata en Parma (Italia).

Matrimonio e hijos[editar]

En 1565 se casó con María de Portugal, boda celebrada en Bruselas con gran esplendor. Tras su matrimonio se

instaló en la corte de Madrid. De ese matrimonio nacieron:

Margarita Farnesio (1567-1643), casada con Vicente I Gonzaga.

Ranuccio I Farnesio (1569-1622), su sucesor y uno de los posibles herederos al trono portugués durante

la crisis sucesoria portuguesa de 1580 (por ser bisnieto de Manuel I de Portugal).

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Eduardo Farnesio (1573-1626), fue cardenal.

Después de la muerte de su mujer tuvo una hija natural con Catalina de Roquoi, una señora principal

de Flandes de la Casa de Roquoi:

Isabel Margarida Farnesio (Luxemburgo, 1578 - Lisboa, 1610), casada en Rouen en abril de 1592 (algunos

dicen que no hubo matrimonio) con el portugués Juan de Meneses, el Rojo (el

Púrpura), señor delmayorazgo de Penamacor, coronel del ejército español, maestre de campo en

los Países Bajos Españoles, único hijo de Simón de Meneses, con quien tuvo una hija llamada Leonor de

Meneses.

Árbol genealógico[editar]

¿Era Alejandro Farnesio un temerario?

Genio militar y astuto político, Alejandro Farnesio fue el único capaz de vislumbrar una solución al

laberinto de Flandes, también el único con suficiente carácter como para plantar cara al testarudo Felipe

II. A todas estas cualidades que le alzaron a la gloria, El Rayo de la Guerra sumaba una virtud que otros

consideran su mayor defecto: era un temerario.

Etiquetas> héroes del Imperio

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Autor: Duque de Alba

Hijo de Octavio Farnesio, nieto del Papa Pablo III, y de Margarita de Austria, hija bastarda del Emperador

Carlos V, Alejandro pasó su adolescencia en Madrid bajo invitación de su tío materno, Felipe II. Tras estudiar en

Alcalá de Henares junto al infante don Carlos –luego llamado el príncipe maldito– y de don Juan de Austria, sus

vínculos con la corona hispánica quedaron fuertemente arraigados. No obstante, las obligaciones con el ducado de su

padre, Duque de Parma, le alejaron por el momento de la esfera hispánica. En 1571, cuando su tío y gran amigo don

Juan de Austria fue puesto a la cabeza de la Santa Liga, Alejandro Farnesio acudió a su lado.

Si bien a mediados del siglo XVI cada vez se hacía más imprescindible proteger la integridad física del comandante

del ejército, aún había generales –incluso monarcas, como Carlos V– que continuaban encarnando la tradición

medieval de colocarse en primera fila durante la batalla. El Gran Capitán no había dudado en enfundarse su armadura

en múltiples ocasiones; el duque de Alba había protagonizado acciones en su juventud a pie de campo; y cuando la

costumbre medieval empezaba a extinguirse, una pareja de jóvenes generales, hambrientos de combate, se empeñaron

en sostenerla por última vez. Su leyenda comenzó a escribirse en Lepanto.

Conocemos pocos detalles del ejercicio de Alejandro Farnesio en Lepanto, pero nos consta que acompañó aJuan de

Austria en la galera La Real. Probablemente, como bisoño en el combate y dadas las circunstancias de la lucha entre

galeras, la integridad de Farnesio debió quedar expuesta repetidas veces; el propio don Juan de Austria estuvo cerca

de ser herido y por pocos metros evitó cruzar acero con el comandante turco. La experiencia de Farnesio debió ser

similar puesto que las galeras dejaban escaso espacio para guarnecerse.

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Alejandro Farnesio en su adolescencia

Otra vez alejado de los intereses hispánicos, en 1578, Alejandro Farnesio fue reclamado por donJuan de Austria,

junto a los Tercios Castellanos, para acudir a Flandes. El héroe de Lepanto, que había tratado de alcanzar una

solución por la vía pacifica, acabó pidiendo, hastiado de las falsas promesas rebeldes, el regreso de los Tercios viejos.

En el primer encuentro, la batalla de Gembloux, 17.000 soldados del bando hispano se impusieron a 25.000 rebeldes

holandeses –en realidad era un mosaico de nacionalidades, como los propios Tercios–. No obstante, la batalla había

comenzado en contra de los intereses hispanos, cuando un capitán español se excedió en sus órdenes y avanzó en

demasía, auspiciando que los rebeldes los flanquearan. Alejandro Farnesio, al frente de la caballería, se encargó de

alejar las dudas.

Antes de iniciar la carga que determinó la batalla, Farnesio se dirigió a su paje:

“Id a Juan de Austria y decidle que Alejandro, acordándose del antiguo romano, se arroja en un hoyo para sacar de él, con

el favor de Dios y con la fortuna de la casa de Austria, una cierta y grande victoria hoy”.

La victoria fue de entidad, con 34 banderas capturadas y 10.000 bajas holandesas. Sin embargo, don Juan de Austria

no estaba nada contento con la actuación de Alejandro Farnesio que había arriesgado su vida en las repetidas cargas

“como si fuera un soldado y no un general”. El Rayo de la Guerra replicó a su tío que “él había pensado que no podía

llenar el cargo de capitán quien valerosamente no hubiera hecho primero el oficio de soldado”. Y así lo hizo en

posteriores intervenciones, siempre a la vanguardia del ejército, acompañado de la infantería de elite: los soldados

castellanos.

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Don Juan de Austria

La amistad de Farnesio y Juan de Austria continúo hasta la inesperada muerte del segundo en Namur. El héroe de

Lepanto dejaba tras de sí una carrera militar en ciernes, y un rompecabezas en forma de país. Felipe II confirmó a

Alejandro Farnesio como Gobernador de Flandes, el cual acertaría en las dosis correctas de mano dura y

diplomacia. La solución definitiva nunca pareció más cerca que bajo su gobierno

Para desplegar sus planes de pacificación, el general italiano primero necesitaba alcanzar una posición de altura a

través de una implacable campaña, que vería su punto álgido en la conquista de la provincia de Brabante. Durante

ésta se volvió hacer evidente la “temeridad” de Farnesio en al menos 3 ocasiones que le pudieron arrancar la vida.

La primera de ellas se produjo durante el largo sitio a la ciudad de Maastricht. Tras las obras de asedio de rigor,

Farnesio, suponiendo menor resistencia, lanzó a la infantería española –para los asaltos y operaciones complicadas

siempre la requería– contra las fuerzas sitiadas que la rechazó con un alto coste en vidas para los asaltantes. Entre las

bajas se encontraba un pariente de Alejandro Farnesio, Fabio, lo cual provocó la ira del joven general: “Yo voy allá.

Yo mudare como general la fortuna del asalto, mudando el orden de asaltar; o como soldado más con mi sangre que

con el mando”. Aunque sus oficiales próximos consiguieron que desistiera de sus palabras –más tarde, Felipe II le

reprendería por su actuación colérica–, no consiguieron apaciguar su determinación de alcanzar la victoria.

Con estos ánimos se intensifico el asedio; en las obras, que pronto darían sus primeros frutos, Alejandro ocupó

posiciones muy expuestas –estuvieron cerca de herirle– y colaboró, pala en mano, con los soldados. Tras un nuevo

asalto, esta vez exitoso, el General Farnesio cayó enfermo de lo que todos suponían la pesta. Luego de recuperarse

milagrosamente, la infantería le rogó que entrara en desfile triunfal sobre la ciudad, cuyos defensores habían rendido

la ciudadela interior. Una importante lección dejaba el asalto: las obras de ingeniería pueden reducir al mínimo los

riesgos de un asalto. En Amberes, donde volvería a exponer su persona, se pondría especial énfasis en este aspecto.

Por el momento, las prioridades militares debían claudicar ante las necesidades políticas. Alejandro Farnesio había

logrado aunar a las provincias católicas en una misma empresa, la Unión de Arrrás, cuyo primer punto exigía, de

nuevo, la retirada de los Tercios Castellanos. Tras conformar un bisoño ejercito con los nativos, Alejandro Farnesio

realizó sendas acciones militares; la principal, el asedio de la ciudad de Tournay. Las tropas valonas –los católicos–-

se comportaron con disciplina durante las obras de asedio pero titubearon a la hora del asalto. Cuando una compañía

valona de 50 soldados alcanzó el primer baluarte defensivo, en vez de atrincherarse, los soldados se quedaron

festejando la acción; los holandeses abrieron fuego causando un baño de sangre. Mientras, Alejandro Farnesio,

furioso por los retrasos, instaba a los artilleros a acelerar sus labores. En esas estaba cuando un ráfaga de artillería

enemiga bombardeo su posición. Debajo de tres cadáveres apareció el general bañado en sangre, herido en la

cabeza y el hombro. A su vez, los asaltos posteriores se saldaron con idéntica suerte hasta que la ciudad se rindió

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más por cansancio que por miedo. Alejandro Farnesio, herido y frustrado, echaba en falta a su infantería más

dispuesta.

Alejandro Farnesio en plena madurez

Alcanzado este punto, fueron los nobles valones quienes pidieron el regreso de los Tercios. Pero antes de que estos

llegaran, el malogrado asalto a la ciudad de Ooudenarde, volvió a colmar la paciencia y la salud de Farnesio. Durante

el asedio, los mercenarios alemanes organizaron un motín –algo que los españoles jamás hubieran hecho, nunca

mientras la batalla estuviera en curso–, obligando a Alejandro a ocuparse en persona. “Ve que no apaciguándose en

presencia de su general, dos soldados, arrebatándole de la mano al alférez la bandera, la estrellaron contra el suelo.

Entonces, Alejandro, ardiendo en coraje, partió en carrera con el caballo, y apartando con la espada las picas

alemanas, rompiendo por el escuadrón, esparciendo a entrambas manos, terror y heridas, penetró hasta alcanzar al

soldado que estaba más cerca del alférez, lo sacó arrastrando fuera del escuadrón, y mandó al punto que lo

ahorcasen”. Aquella jornada, otros veinte soldados fueron ahorcados y las protestas quedaron mudas; no obstante, la

campaña aun depararía un hondo sobresalto. Mientras Alejandro Farnesio y sus oficiales comían al aire libre, un

cañonazo arrancó la cabeza de uno de los comensales, otro perdió un ojo, y otro recibió graves heridas en el rostro.

Salpicado de sangre, el general imperial se negó a mudar su posición: “Estoy a tiro de cañón mas no a tiro del

temor”.

Asedio a la ciudad de Amberes

Con la vuelta de los españoles la causa católica recobró la senda de victorias. A tal punto se elevó el entusiasmo que

Alejandro Farnesio eligió una presa de mayor calado para su siguiente movimiento. A principios de siglo XVI, la

ciudad de Amberes, puerta del comercio americano, había sido una de las principales urbes de Europa; a finales de

siglo, la ciudad, tras ser asolada en el famoso saqueo de 1576, había quedado en un segundo plano económico, pero

seguía contando con un sistema de fortificaciones que no conocía parangón en todo el continente y que tenía por

objeto proteger a una población de 100.000 personas. Una presa a la medida de un cazador temerario.

Sería complicado desarrollar en pocas líneas los pormenores de un asedio que se considera, junto al de Breda por

Ambrosio Spínola, una de los cercos más esforzados de la historia de la guerra. Basta resumir –quizás en otra ocasión

escribamos un artículo en exclusiva- que 10.000 soldados acometieron una monumental serie de obras: empezando

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por un canal de 14 millas de longitud para drenar parte de las aguas que rodeaban la ciudad; y siguiendo por el

célebre puente, compuesto de 32 barcos unidos entre sí, que permitió a los españoles acceder a la muralla principal de

Amberes. Si cabe mencionar un desagradable incidente que, una vez más, por poco cuesta la vida del intrépido

general. Estando la construcción del puente en su última fase, los defensores lanzaron tres barcos-mina hacia él, de

los cuales solo uno alcanzó a encallarse contra el puente. La explosión causó la muerte de 800 soldados católicos y

la onda expansiva envió a Alejandro Farnesio varios metros despedido. Con todo, las heridas no revistieron

gravedad.

Como era frecuente en Flandes, el asedio a Amberes deparaba nuevos contratiempos a la vuelta de la esquina. El

último de ellos fue el temible contraataque rebelde que arrojó con furia sus mejeros tropas y sus 160 barcos restantes

para evitar la pérdida de la ciudad. El ataque estuvo cerca de alcanzar su objetivo, pero de nuevo la infantería

castellana, secundada por la italiana, reprendió el ataque. El propio Alejandro Farnesio, con espada y broquel, se unió

a la primera línea de combate entonando: “No cuida de su honor ni estima la causa del rey el que no me sigue”. La

jornada terminó con los holandeses huyendo en desbandada, muchos encallados a causa de la marea baja, lo cual

auspició la captura de 28 navíos enemigos.

Ilustración del puente construido por los ingenieros de Farnesio

Finalmente, en agosto de 1585, las tropas españolas entraban en Amberes. Los gobernadores habían decidido rendir

la ciudad unos días antes; amén de las generosas condiciones que el general Farnesio planteaba. La noticia corrió por

Europa. “Nuestra es Amberes” anunció un emocionado Felipe II a su hija Isabel Clara Eugenia a altas horas de la

noche; en pocos episodios se recuerda al monarca tan exultante.

El Rayo de la Guerra, premiado con el Toisón de Oro por Felipe II, continúo con las hostilidades en Flandes los

siguientes 7 años, donde su mayor avance fue de carácter político. Para muchos historiadores, lo que hoy conocemos

como Bélgica tiene su origen en este periodo, gracias a las maniobras políticas de Farnesio, que bien puede

considerarse el padre de la patria belga.

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A pesar del esfuerzo, Alejandro nunca pudo ver acabada su proyecto político, y con su muerte, el Imperio Español

desperdició su última oportunidad de derrotar militarmente a Holanda –ya entonces llamada Provincias Unidas-. Gran

parte de culpa la tuvo Felipe II, siempre empeñado en encontrar empresas mesiánicas donde arrojar los recursos que

tanto se requerían en Flandes. La conquista de Portugal de 1580 obligó a desviar tropas y fondos, la Armada

Invencible forzó al ejército de Flandes a abandonar numerosas guarniciones; y en 1593, la Guerra Civil de Francia se

llevó la vida de Alejandro Farnesio que había acudido en contra de su voluntad, mientras sus enemigos aprovecharon

para recuperar ciudades en Flandes. Como no podía ser de otra forma, la muerte de Farnesio, el 3 de diciembre

de 1593, por hidropesía, fue motivada por la herida, mal curada, de un disparo de arcabuz que recibió

mientras supervisaba el asedio en la ciudad francesa de Caudebech.

Alejandro Farnesio no podía evitar arriesgar su alma, disfrutaba de todos los aspecto de la vida militar. Nada se le

puede reprochar, no era la mejor decisión militar, pero iba impresa en su carácter, y daba cuenta de la clase de coraje

que gastaba. Temerario en la batalla, desprovisto de complejos ante su monarca, un descaro de talento al servicio del

Imperio español.

Fuentes:

- Tercios de España: la infantería legendaria, Fernando Martinez Lainez

La vida del gran Alejandro Farnesio

Alejandro Farnesio;http://images.encarta.msn.com/xrefmedia/sharemed/targets/images/pho/t291/T291958A.jpg La vida de Alejandro Farnesio esta marcada por hechos y batallas militares, una vida por y para lo militar, así pues la vida del duque de Parma esta envuelta de acontecimientos bélicos, de luchas, entre las más importantes las referidas a los Países bajos y a la batalla de Lepanto contra los turcos.

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Alejandro Farnesio nace en Roma el 27 de agosto de 1545 y muere en Arras ( Francia) el 3 de

diciembre de 1592 con 47 años de edad. Será el tercer duque de Parma entre el 1585 y 1592. Hijo de Octavio Farnesio y Margarita de Parma ( hija natural e ilegitima de Carlos I, que una vez convertido en emperador pasara a convertirse en Carlos V). En 1556 fue enviado a Bruselas ( Bélgica) donde se encontraba la corte de Felipe II que estuvo allí situada des del 1556 hasta el 1598, la razón de este viaje es que Farnesio se educara en la corte española, acto que garantizaba y demostraba la fidelidad de su padre hacia la corona española. En 1559 se trasladó a Madrid donde permaneció hasta 1565; estudiando en la Universidad de Alcalá de Henares, situada en Madrid junto a Juan de Austria y el príncipe Carlos. Este mismo año regresó a Bruselas, donde su madre ejercía como gobernadora de los Países bajos y se casó con María de Portugal, nieta de Manuel I el afortunado, y seguidamente se estableció en Parma ( Italia).

No obstante su carrera militar, que lo acredita como uno de los más grandes generales de la Corona Española del s.XVI se iniciará en 1571, al participar como lugarteniente de Juan de Austria en la Batalla de Lepanto. Desde 1571 hasta 1577 tuvo una etapa de inactividad y estuvo establecido en Parma, no obstante seis años después de aquella batalla de Lepanto, una vez Juan de Austria se había convertido en gobernador de los piases bajos, para que lo socorriese en su lucha contra los protestantes Juan de Austria puso a Farnesio al frente de los tercios de Italia, con los cuales emprendió la campaña de flandes. Así Farnesio al mando de la batalla de Gembloux derroto a los protestantes, lo cual significo la recuperación de las provincias catolicas meridonales de dominio español. Luchó también en la conquista de Nivelle y en la toma de plazas de Diest, Suhem, Limburgo y Dalhem. En octubre de 1578 muere Juan de Austria de tifus, no obstante poco antes de morir, eligió a

Farnesio como su sucesor en el gobierno de los países bajos, cargo que posteriormente por Felipe II y a partir del cual Farnesio se consolidara como un talentoso militar de grandes cualidades no solo militares sino también diplomáticas, consiguiendo en 1579 la obediencia a la corona española de la provincia del sur mediante la Unión de Arras y consiguiendo unas semanas más tarde que los rebeldes abjuraran la soberanía de Felipe II, mediante la Unión de Utrecht. Montó una base de operaciones seguras en Hainaut y Artois y se dispuso a conquistar las provincias de Brabante y Flandes, que fueron cayendo bajo su contao hasta llegar al frente de Amberes que finalmente llego a conquistar en 1584, despues de un gran asedio a Amberes que requirio todo su ingenio militar rindiendo la ciudad el 15 de agosto de 1585 bajo su dominio, tal éxito de Alejandro Farnesio devolvio a la corpona Española todas las provincias de los Paises Bajos. No obstante en las provincias de Holanda y Zelanda necesito para su conquista, por

necesidades geográficas, el dominio del mar, que se encontraba en manos de los rebeldes. No será hasta 1585 cuando se convertirá en duque de Parma, pues sucede la muerte de su padre, del que heredó Parma,Plasencia y Guastalla, pero cedió la administración a su hijo Ranuccio, pues en tal situación pedirá al rey permiso para austentarse y visitar el ducado, petición que el rey no aceptara, por considerarlo necesario e insustituible en la batalla de Flandes. Un año más tarde, en el intento de invasión de Inglaterra se enfrento con éxito a la fuerza inglesa bajo las ordenes del duque Leicester, Farnesio contaba con el apoyo de la armada invencible , no obstante Alejandro iniciara la conquista de Ostende y Sluis, conquistando esta ultima donde llegara la armada en 1578, y tras la derrota de la armada invencible, Farnesio se establecerá en Dunkerque. En tales contextos de campaña militar española, muere el rey de Francia Enrique III en diciembre del 1589, y subirá al trono de Francia Enrique IV, Alejandro fue enviado con el ejercito a Francia

para luchar con el bando católico opuesto a Enrique IV. Farnesio, que se había negado a ceder el poder político a su madre, según el deseo de Felipe II, no pudo mantener el sitio de Cambrai y cedió Amberes al año siguiente. La larga guerra que siguió, durante la cual fue asesinado el duque de Orange, concluyó en 1585 con la ocupación de Bruselas y Gante y la recuperación de Amberes por las fuerzas de Farnesio. Pero inmediatamente debe acudir para ayudar a Nimega, tras liberarla sigue la situación bélica y hostilidades entre ambos frentes, haciéndose cada vez más difícil mantener el dominio de los territorios debido a la ayuda de los ingleses al bando rebelde y al agotamiento de sus tropas. Finalmente 1592, su ejército liberó Ruán, cercada por el ejército francés de Enrique IV, al que venció de nuevo en la batalla de Aumale, con lo que aseguró el abastecimiento de París. En el asedio de Caudebec de 1592 resultó herido de un disparo de mosquete, falleciendo durante la campaña militar en Arras en 1592.

1 comentario.

Los peculiares antecedentes de Alejandro Farnesio »

Manuel

Comentario on septiembre 5th, 2011. MARGARITA DE PARMA – María Teresa Álvarez

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Publicado por Ariodante | Visto 18677 veces

Margarita de Parma (1522-1586) es todo un personaje, «rarísimo ejemplo de mujer», como figura en el epitafio de su tumba; quizás no demasiado conocido, que forma parte de esa larga lista de mujeres fuertes,

mujeres que han gobernado países mientras los hombres (los reyes) estaban en guerra. Mujeres que siendo reinas

consortes, o sin ser reinas, formaban parte de la familia real y jugaron un papel determinante en la política de los

países, los reinos y los imperios. La autora ha escrito anteriormente sobre más mujeres de este temple.

Esta es una biografía novelada, que no solo nos cuenta la vida de esta hija bastarda de Carlos V, sino que a la vez nos

recuerda la convulsa historia de toda una época. Porque además, los personajes que rodean a Margarita de Parma son

brillantes: Carlos V, su padre; su tía, Margarita de Austria, gobernadora de Flandes mientras el emperador movía

tropas de una parte a otra (y su esposa, Isabel de Portugal, gobernaba España); sus dos hermanastros, Felipe II y

Juan de Austria; su hijo, Alejandro Farnesio, que educado junto a Juan de Austria combatió en Lepanto y también

gobernó, más tarde, Flandes; el terrible Duque de Alba; varios papas, ilustres familias nobiliarias italianas: los Farnesio,

los Médicis, los Gonzaga…. artistas, humanistas como Vittoria Colonna, Miguel Ángel, en fin, que con esta obra

recorremos la Europa renacentista y las primeras manifestaciones de las guerras religiosas, la Reforma y la

Contrarreforma. Margarita de Parma es desposada con Alejandro de Médicis, duque de Florencia y tras su muerte (por

asesinato), con Octavio Farnesio, duque de Parma, porque a Carlos V le convenía en sus tratados internacionales establecer alianzas. La relación de Margarita con ese padre poderoso y lejano, al que conoce cuando apenas tiene diez

u once años, pero con el que crea unos lazos muy especiales ―según nos describe la autora del libro― es una parte

muy interesante del texto. La otra relación es con su secretario, consejero, compañero en todas sus misiones políticas,

el capitán Francesco de Marchi, que la acompañará toda su vida, como un servidor pero también como un amigo fiel. Es

interesante en la medida en que Margarita mantiene una gran distancia en sus relaciones con los dos esposos a que se

ve obligada a casarse, por razones de estado. Esto lo expone bastante claramente la autora del libro. Destaca también

María de Mendoza es una mujer que la acompaña, ayuda, aconseja…ante la práctica ausencia de padres, Margarita se

apoya en estas figuras que vienen a sustituir las necesidades de compañía y cariño que ella como persona necesita. La

otra relación importante la mantiene con su único hijo, Alejandro Farnesio, al que ama con locura, y por el cual abandona una segunda etapa como gobernadora de Flandes, para no enfrentarse con él, prefiriendo enfrentarse a

Felipe II.

Observamos un tema que se repite en la historia de estas mujeres: la bastardía, y el abandono de los bastardos

de grandes hombres por parte de las madres, que renuncian a sus hijos para que el poderoso señor (rey, emperador,

noble) que les ha procreado se ocupe de su educación y asegure su futuro. Margarita es bastarda, Juan de Austria es

bastardo, Octavio Farnesio también. Es curioso el interés casi morboso de Margarita por conocer a la madre de Juan de Austria y, sin embargo, no desea conocer a su propia madre.

Margarita de Austria y Parma es, pues, una mujer muy independiente que asume su papel en la vida pero a su vez

intenta mantener un espacio propio, y prefiere la soledad a la vida social, la naturaleza a los salones palaciegos, y este

retrato lo deja muy claro Mª Teresa Álvarez. En suma, una mujer fuerte que supo cumplir con las obligaciones que

requerían su rango y posición, pero también supo mantener dignamente su independencia personal.

La historia está novelada de modo lineal, sin altibajos, aunque también evitando dramatismos y emociones fuertes, al

modo de reportaje. Seguimos la vida de la protagonista como desde un balcón o palco privilegiado, pero no llegamos a

emocionarnos en ningún momento. No es propiamente una novela, sino, como advertí, historia novelada. Relata la

historia tal cual los hechos suceden, introduciendo diálogos imaginados, o cartas, pero en general, mantiene un tempo

uniforme, ordenado y ajustado a la documentación en que Álvarez se basa. En un Comentario final, la propia autora

reconoce que su acercamiento a un personaje que al principio no le atraía, paulatinamente fue ganando su interés.

Añade a este comentario una nota sobre los personajes más destacados, con información sobre ellos, y un árbol

genealógico de la familia austríaca, así como una cronología de la vida de Margarita.

María Teresa Álvarez (Candás, Asturias-1945) Licenciada en Ciencias de la Información, fue la primera mujer cronista

deportiva en la radio asturiana y la primera presentadora del programa regional de TVE en Asturias. En 1987 se

trasladó a Madrid para conducir la Subdirección de Cultura y Sociedad de los telediarios de TVE. Un año más tarde dejó

la información diaria para realizar documentales histórico-divulgativos. En esta línea ha dirigido: Viaje en el

tiempo,dedicado a desvelar los enigmas e incógnitas sobre Cristóbal Colón; La pequeña española, Viena 1791-

1991, que recreaba la vinculación de Mozart con España; Sefarad, la tierra más bella, sobre el pasado y el presente de los judíos sefarditas; y Mujeres en la Historia, un tema que siempre le ha interesado y sobre el que, además de escribir,

da cursos y conferencias. En 1999 publicó su primer libro, La pasión última de Carlos V. A éste le han seguido: Isabel

II. Melodía de un recuerdo, El secreto de Maribárbola, Madre Sacramento, El enigma de Ana, Ellas mismas. Mujeres que

han hecho historia contra viento y marea, La comunera de Castilla, Catalina de Lancaster y La infanta Paz de Borbón.

Technorati Tags: María Teresa Álvarez, Margarita de Parma, de Austria

Page 17: Alejandro Farnesio

Ayuda a mantener Hislibris comprando MARGARITA DE PARMA de María Teresa Álvarez en La Casa del Libro.

Esta entrada fue enviada el Viernes, 22 dUTC marzo dUTC 2013 a las 11:03 am y está archivada bajo Biografías, Novela histórica. Puedes seguir las respuestas a esta entrada a través de la fuente RSS 2.0. Puedes dejar una respuesta, o trackback desde tu propia página.

5 Respuestas a “MARGARITA DE PARMA – María Teresa Álvarez”

1. Taipan Dice: 22 dUTC marzo dUTC 2013 a las 11:40 am

Me gustan mucho tus reseñas, Ariodante. Tanto, que vas a tener la culpa de que me lo compre esta misma tarde (si

lo venden en El Corte Inglés; espero que sí).

2. Davout Dice: 22 dUTC marzo dUTC 2013 a las 20:59 pm

Margarita, mi paisana Maria Teresa y Ariodante. ¡ Vaya trío de mujeres interesantes !. Muchas gracias por la reseña.

3. ARIODANTE Dice: 22 dUTC marzo dUTC 2013 a las 23:26 pm

Vaya, os agradezco las flores…

4. TIGLATH Dice: 24 dUTC marzo dUTC 2013 a las 12:48 pm

Muy buena reseña!

La verdad es que la obra tiene pinta de tener un caracter divulgativo importante para aprender sobre la époc

Un magmifico militar que con ls mejor infanteria del mundo defendio a españa hasta su muerte, causada por las heridas en combate, que mas se puede pedir de un ejemplar soldado. Hoy se honra so nombre con el Tercio ALEJANDRRO FARNESIO.

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<code> <delJulia Farnesio – Otra amante de

Alejandro VI Posted on 21 enero, 2012

Julia Farnesio, también llamada “Giulia la bella”, era una de las numerosas amantes

del papa Alejandro VI. durante él era cardenal y futuro papa de la Iglesia Católica. Ya de jóvenes era querida de

Page 18: Alejandro Farnesio

Rodrigo Borgia. Junto con Vanozza Cattanei era una de las amantes más conocidas de Rodrigo Borgia, pero se dice

que no alcanzó ella tanta importancia como Vanozza Cattanei. Además deberían tener una hija, conocida como

Laura, pero se dudó que esta hija realmente es hija de Alejandro VI.. Julia estaba casada con Orsino Orsini, hijo de

Adriana de Mila.

Su relación amorosa clandestina fue muy ventajosa para su hermano Alejandro Farnesio. Cuando Rodrigo Borgia

llegó a papa Alejandro VI., Julia utilizó su influencia y posibilitó a su hermano un ascenso en la Iglesia Católica.

Alejandro Farnesio ascendió a cardenal y futuro incluso papa (Paulo III.).

Además Julia Farnesio tuvo gran amistad con la hija de Alejandro VI. Lucrecia Borgia, la cual vivió con ella en un

palacio.

Un día dejó el palacio para hacer una visita a su hermano enfermo. Esto tuvo lugar cuando existió el peligro de una

invasión francesa por Carlos VIII. de Francia. Cuando regresó, la capturó y Alejandro VI. pagó un rescate para

liberarla. Se dice que el papa habría pagado mucho para su liberación.

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Pasiones de familia Los Borgia, una de las dinastías más odiadas de la historia

De origen español, marcaron una época de la Iglesia y de los Estados italianos

Derribaron príncipes y principados, utilizaron el poder del papado como arma personal

Forjaron una leyenda basada en la corrupción y en los más perversos crímenes

MANUEL LEGUINECHE Madrid 24 ABR 2005 - 00:00 CET

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Alejandro VI

Nicolás Maquiavelo

Roma

Manuel Leguineche

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Page 20: Alejandro Farnesio

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El cardenal valenciano Rodrigo Borgia, vicecanciller del Vaticano, tenía la mente puesta en el cónclave, a punto

de abrirse en la Capilla Sixtina, y los dedos y los labios en la piel de Julia Farnesio, de 19 años, tendida

voluptuosamente en el lecho cardenalicio.

Borgia, el llamado "cardenal faldero", había rescatado a Julia la Farnesina, apetitosa de cuerpo y de vocación

mercenaria, de la miseria de la campiña romana.

Rodrigo Borgia era el cardenal más rico del Sacro Colegio y también el más ambicioso. Fue su hija Lucrecia la

que, a los 16 años, vendió a Julia, compañera de juegos infantiles, a su padre. Como obispo de Oporto, Borgia

tenía el monopolio del comercio del vino. En España, además de Valencia, su feudo, controla 16 obispados y una

decena de abadías que pagan regios impuestos y alcabalas.

El cardenal Rodrigo Borgia tenía la mente puesta en el cónclave y los dedos y los labios en

la piel de Julia Farnesio, de 19 años. Había pasado de los olivares y campos de naranjos de su Xàtiva natal, donde los árabes españoles fabricaron el

primer papel que se conoció en Europa -una familia aislada en la España islamizada-, a un suntuoso palacio

romano. Todo gracias a su mente aguda, su rapidez de reflejos y a una dosis inicial de fortuna. La fortuna y el

instinto de supervivencia de los Borgia, traducción al italiano de Borja, nombre de la ciudad aragonesa de la que

procedían.

Julia Farnesio Orsini puso la mano del cardenal Rodrigo, de 61 años, sobre su vientre:

-¿Lo notas, lo sientes? Es tuyo.

-O del simplón de tu marido.

-No, no, es tuyo -insistió la cortesana.

Rodrigo Borgia era padre de siete bastardos, cuatro de ellos de la misma mujer, Vanozza Cattanei. En 1492 es

cuando empieza la historia de Rodrigo Borgia, como la de Cristóbal Colón, que se dispone a zarpar con sus

carabelas rumbo al Nuevo Mundo. Vannozza, su amante, contaba 50 años y estaba casada con Carlo Canale. El

cardenal adoraba a sus cuatro hijos, César, Juan, Lucrecia y Jofré, la base de la dinastía borgiana. Un amor que

fue a todas luces absorbente, posesivo, abrasador. Fernando el Católico nombró a los cuatro, ciudadanos

españoles por decreto.

A los siete años, César es nombrado canónigo de Valencia, rector de Gandía y archiduque de Xàtiva. Los que

rodeaban en Roma al cardenal eran españoles; catalanes los llamaban. Rodrigo se sentía español hasta la última

gota de sangre, y hablaba con sus hijos en valenciano y en castellano.

Rodrigo Borgia, sobrino de Calixto III, estaba seguro de que el hijo era suyo. La niña nació meses después,

cuando el cardenal valenciano ocupaba la silla de Pedro. "Con sólo mirar a las mujeres nobles", escribió uno de

sus contemporáneos, llamado Gaspar de Verona, "enciende en ellas el amor con maravilloso modo, y las atrae a sí

más fuertemente que el imán atrae el hierro".

Todo gracias a su mente aguda, su rapidez de reflejos y a una dosis inicial de fortuna. La

fortuna y el instinto de supervivencia de los Borgia.

-¿Te van a elegir papa? -preguntó Julia de pronto.

Page 21: Alejandro Farnesio

-Depende de cómo actúe en los próximos días, de lo que diga y de lo que haga.

Todo se compraba y se vendía al mejor postor en Roma; hasta el papado, sobre todo el papado.

Pedro Calderón, llamado Perotto, el camarlengo favorito de Borgia, llamó a la puerta de la alcoba.

-Vuestra eminencia, es hora de acudir al cónclave -dijo con la cabeza inclinada en señal de respeto.

-¿Alguna novedad?

-Vuestra eminencia tiene motivos para sentirse optimista.

-¿Cuántos son los cardenales que no estarán presentes en el cónclave?

-Cuatro, vuestra eminencia.

-Entonces deberé asegurar 14 votos. ¿Qué se sabe del cardenal De la Rovere?

-Se dice que Carlos, el rey de Francia, le ha ofrecido 200.000 ducados para comprar el trono de Pedro.

-Una bonita suma que nunca me hubiera ofrecido a mí, como español que soy.

-Ahora, querida, deberás perdonarme, tengo que ir a trabajar -dijo a Julia mientras la estrechaba en sus brazos y

en su rojo vestido cardenalicio de anchas mangas.

Trabajar significaba comprar votos -las bolsas de ducados pasaban en aquella época de mano en mano-, dominar

voluntades, hacer promesas: un cargo para ti, una catedral para ti, unas tierras para tu amante, una promoción

para tu hijo… La corrupción era tal que un judío romano anunció que se convertía al catolicismo con este sólido

argumento: "Esta Iglesia ha llegado a tal punto de mierda y degradación que es indestructible".

Había tenido Rodrigo la suerte de traer a Roma la lanza con la que Longinos atravesó el costado de Cristo en la

cruz. En realidad era una lanza cualquiera comprada en un zoco a los turcos en Constantinopla, pero Borgia, el

mistificador, la hizo pasar por buena y auténtica.

Rodrigo Borgia era padre de siete bastardos, cuatro de ellos de la misma mujer, Vanozza

Cattanei. La peste, el turco, el lobo, la malaria (del italiano mal aire), el mal francés o napolitano, que contagió a papas,

cardenales y al pueblo llano, a reyes y mendigos, eran los enemigos de Italia. Rodrigo Borgia ya lo había

intentado a la muerte de Sixto IV, pero fallaron sus cálculos y sus alianzas. Ahora, con la desaparición de

Inocencio VIII, se le presentaba una nueva oportunidad, la definitiva. El médico hebreo de Inocencio hizo todos

los esfuerzos posibles para salvarle, incluida la administración en vena, según los rumores, de sangre joven de

niños asesinados para ese menester.

Las campanas de Campidoglio tocaron a difunto. Rodrigo Borgia se puso a maniobrar con rapidez y suma

habilidad, a su estilo. Era un hombre lleno de energía y vitalidad; de cuerpo rotundo y gran nariz aguileña, ojos

oscuros, piel olivácea y una vistosa tonsura entre los cabellos grises. Se sentía en la mejor edad para la política,

para la caza, para el amor; sobre todo para el amor.

En el curso de los siglos, el nombre de los Borgia, una de las familias más odiadas de la historia, se ha convertido

en sinónimo de crueldad y de bajeza, de pasiones, incestos (era vox pópuli que Rodrigo Borgia y su hijo César se

acostaban con su hija y hermana Lucrecia), de toda clase de delitos y faltas. Durante 10 años, Rodrigo y su hijo, el

temido César, escandalizaron a lo que quedaba del mundo civilizado persiguiendo sus objetivos de ambición

dinástica: utilizaron el poder del papado como arma personal; derribaron príncipes y principados; se sirvieron de

Lucrecia para su política de alianzas matrimoniales; eliminaron sin escrúpulos a sus rivales, familiares o no;

enfrentaron al rey de España, Fernando el Católico, y al de Francia, el feo, contrahecho y tardo de palabra Carlos

VIII, el primer invasor de Italia en 1494.

Los enemigos de los Borgia, el terror bajo la tiara, probaron el veneno, el arsénico, la daga o el lodo del Tíber.

Cada familia tenía un alquimista de cámara encargado de ensayar nuevas pócimas para matar. La familia

valenciana llevaba siempre en el zurrón una dosis de cantarella, el mortífero polvo blanco, eficaz, fulminante.

Page 22: Alejandro Farnesio

-¿Te van a elegir papa? -preguntó Julia de pronto.

-Depende de cómo actúe en los próximos días, de lo que diga y de lo que haga.

Buscaron con ahínco una Italia a su medida con la violencia y las maniobras de poder que caracterizaron este

importante periodo del Renacimiento. Italia en esa época (mediados del siglo XV) estaba formada por una serie

de Estados independientes, como Venecia, Florencia o Milán, que asombraban a Europa por su cultura, por su

progreso artístico o tecnológico. Un mosaico de ciudades-Estado regidas por señores feudales que eran parientes

entre sí, que vivían en una magnificencia y un lujo interrumpido a veces por explosiones de violencia. Este

mundo aristocrático se vendría abajo con la aparición de las pasiones y las ambiciones de los Borgia, ávidos de

poder.

Durante el año que Rodrigo Borgia pasó en España como embajador del Vaticano dio unas fiestas y recepciones

en carnaval que deslumbraron a los severos prelados españoles. Quiso hacer como en Roma, donde las misas

eran menos frecuentes que las francachelas carnavalescas. "E tutto festa". Esas mismas fiestas atraen todavía hoy

a los turistas.

Durante aquella estancia en España, el joven cardenal arregló el matrimonio entre Fernando el Católico e Isabel

la Católica, y más tarde, ya como papa, resolvería con el Tratado de Tordesillas el contencioso entre Portugal y

España. Será, además, padrino del primer hijo de la reina Isabel.

Era una mañana plúmbea de agosto del año 1492, iluminada por relámpagos intermitentes. Bocaccio, embajador

de Ferrara, fue el único que adivinó la elección como papa del cardenal de Xàtiva. El pueblo romano se hallaba

congregado y expectante en la plaza de San Pedro -otros historiadores señalan que no había público- cuando se

abrió una ventana: "Habemus pontificem", dijo una voz. "Su eminencia Rodrigo Borgia ha sido elegido papa con

el nombre de Alejandro VI" (escogió el nombre de Alejandro llevado de su admiración por Alejandro Magno). El

pueblo estalló en vítores hacia el nuevo papa, al que tenían por jovial y generoso. Fue el último papa español

después de Dámaso I, BenedictoXIII y Calixto III, este último también de la cepa borgiana.

Rodrigo Borgia era el cardenal más rico del Sacro Colegio y también el más ambicioso. Fue

su hija Lucrecia la que, a los 16 años, vendió a Julia, compañera de juegos infantiles, a su

padre. "¡Soy papa, soy el pontífice, el vicario de Cristo!", exclamaba un Rodrigo Borgia, alias Valenza, la casulla blanca,

la mitra bordada en oro, fuera de sí de gozo. Por fin había logrado su sueño, aunque hubiera sido a costa de

dinero, favores y títulos.

Oro, sangre y orgías. Los Médicisdejaron a Italia el Renacimiento clásico; los Borgia, el lujo bizantino, la perfidia,

la lujuria, el veneno como una de las bellas artes. Alejandro VI escribió que quería darle a Roma el esplendor de

Córdoba. Pero Roma era entonces más un burdel que una ciudad santa, rendida al evangelio del placer, a la

satisfacción de todos los apetitos. Alejandro VI sin duda contribuyó con entusiasmo, y con su ejemplo, al

nacimiento y desarrollo de la reforma protestante.

Un gran conocedor de aquella hora y de aquellos días, Eneas Silvio, sostenía que "en nuestra Italia, tan gustosa de

mudanzas, donde no hay nada seguro, ni soberanía arraigada de antiguo, fácilmente pueden los siervos

convertirse en reyes". Esa circunstancia estaba hecha a la medida de César Borgia, obispo de Pamplona, que se

hallaba cazando con halcón en las colinas de Siena a la espera de que sonaran las campanas anunciando la

elección del papa. Era alto y musculoso, un atleta; aficionado a la equitación, a la esgrima y a toda clase de

ejercicios gimnásticos. Participaba en carreras de caballos como la del famoso palio de Siena, y se batía con los

campesinos en pruebas de fuerza. César Borgia estaba considerado como "el hombre más guapo de Italia".

Maquiavelo, que era consciente del terror y los odios que el bello César despertaba, hizo de él el modelo del

Príncipe por su determinación, su oportunismo, su rápida capacidad de ejecución, su falta de escrúpulos. Tras la

elección del nuevo papa, le había seguido como embajador florentino en la campaña de 1499, en la conquista de

Forli e Imola; luego en la de Rímini, Pésaro y Faenza; posteriormente en la de Urbino. Fueron batallas menores,

si se quiere, que César libró con el dinero papal y las armas francesas. Tampoco llegó a ser un hombre de Estado

ni un mecenas de las artes, aunque Leonardo da Vinci trabajó para él como inspector de fortalezas. Su lema, "o

César, o nada", da idea de sus ambiciones y del concepto que tenía de sí mismo.

Page 23: Alejandro Farnesio

La peste, el turco, el lobo, la malaria, el mal francés o napolitano, que contagió a papas,

cardenales y al pueblo llano, a reyes y mendigos, eran los enemigos de Italia.

Guicciardini, que odiaba a los Borgia, sobre todo a Rodrigo-Alejandro VI, dijo de ellos que eran de "índole regia,

hermosos de cuerpo, sensuales y altaneros". En Rodrigo, nombrado cardenal por su tío Calixto III a los 20 años,

reconocía "una rara prudencia y vigilancia, madura consideración, maravilloso arte de persuadir, y habilidad y

capacidad para la dirección de los más difíciles negocios". César, inteligente y sagaz, luchaba siempre por ser el

ganador, el número uno. En su escudo de armas lucía un toro bermejo en campo de oro, el lema de los Borgia,

símbolo de la acometividad y el ardor guerrero, un precedente del toro de Osborne. Reaccionaba mal a la derrota.

Tenía escasa vocación por la carrera eclesiástica, aunque su padre le hubiera destinado a ella como trampolín

hacia otras empresas. Eso sí, el arrogante César, a ratos taciturno y a ratos extravertido, gustaba de vestirse a la

moda con los más excéntricos ropajes, cubierto de brocados y piedras preciosas, rubíes en el penacho y oro en las

botas. Su sonrisa era de rencor, vindicativa frente a sus aristócratas compañeros de estudios en Perugia y Viena,

los Médicis, los Orsini, los Colonna, los Este, que le miraban por encima del hombro. Los batió a todos en las

aulas y en el campo de batalla.

No había tiempo que perder: entregó el halcón a su cetrero y subió a su caballo para picar espuelas con dirección

a Roma. Empezaba la saga de los Borgia, pero su padre, el papa, le frenó en Espoleto. Le pidió que esperara allí

para evitar cualquier problema con un joven caballero tan impetuoso, tan imprevisible en sus humores, pronto a

ajustar cuentas.

Juan, el segundo hijo, el preferido del padre, encantador e indolente, estaba destinado a ser el capitán general del

ejército del papa. A César se le llevaban todos los demonios por esta elección paterna a favor del hermano. Con el

orgullo herido esperó a que le llamaran a Roma. Jofré, príncipe de Esquilache, era aún muy pequeño, y aplaudía

a su padre con entusiasmo mientras el nuevo papa acariciaba a Julia Farnesio.

¿Y Lucrecia? Lucrecia sí, lloraba de alegría. A los 12 años estaba a punto de casarse con Juan Sforza de Aragón,

señor de Pésaro. Un trato que fue el precio del papado. El pontífice y César Borgia sentían celos uno del otro con

respecto a Lucrecia. "Es bella de cara, tiene hermosos ojos despiertos. El rostro, más bien largo; la nariz, bella y

bien perfilada; los cabellos, dorados; los ojos, blancos", tal como la describía un contemporáneo. En la fuerza

singular de su mirada residía uno de sus atractivos. El poeta Hector Strozzi lo cantaba en versos latinos. Venía a

decir, con la hipérbole propia de estos vates, que quien miraba al sol se quedaba ciego, quien miraba a Medusa se

quedaba convertido en piedra y quien miraba a los ojos de Lucrecia Borgia quedaba primero ciego y petrificado

después.

La figura de Lucrecia fascina a los poetas y escritores, desde Víctor Hugo, en tiempos más o menos recientes,

o Blasco Ibáñez, el valenciano que saca la cara a los Borgia y los defiende en su obra A los pies de

Venus, hastaMario Puzzo, el autor de El padrino, la obra en la que se inspira la película de Coppola.

Durante aquella estancia en España, el joven cardenal arregló el matrimonio entre

Fernando el Católico e Isabel la Católica. "Los Borgia eran hombres de su época", se justifica uno de los personajes de la novela de Blasco Ibáñez. "Vivieron

con arreglo al ambiente de entonces". En cuanto a Lucrecia, que murió de parto como princesa reinante de

Ferrara, el escritor valenciano la describe de esta guisa: "Usaba cilicio, vivía devotamente, fue la admiración de

sus contemporáneos y jamás le atribuyó nadie envenenamiento alguno, ni los más encarnizados enemigos de su

familia", se lee en A los pies de Venus. Blasco Ibáñez puso en marcha el proceso de revisión de Lucrecia, a la que

pinta como una especie de Lady Di avant la lettre; algo casquivana, pero auxiliadora de los desvalidos.

Lucrecia nació de la relación entre Vanozza Cattanei y Rodrigo Borgia. La Vanozza se casó tres veces, pero sólo

tuvo un amante, el cardenal Borgia. El futuro papa y la Vanozza se conocieron y enamoraron en el Concilio

deMantua. Fue el cardenal el que, para salvar las apariencias, le buscó casa y maridos, dos ancianos con dinero.

Rodrigo Borgia tuvo otros tres hijos, Pedro Luis y dos niñas, Jerónima e Isabel. Los tres murieron muy jóvenes.

Pedro Luis falleció nada más llegar a Roma. Nadie dio explicaciones sobre la causa, pero el crimen llevaba la

etiqueta Borgia. Su hermano Juan se quedó con el título de duque de Gandía, y Lucrecia, con su fortuna. "Más

vale perder un marido muerto que un amante vivo", señala el Satiricón. Cuando Carlos VIII ataca Italia -entraría

en Roma en 1494-, el papa mira a su alrededor, descubre el vacío y no se le ocurre otra cosa que pedir ayuda a los

Page 24: Alejandro Farnesio

turcos, sus grandes enemigos. El ejército de Carlos, formado por arcabuceros y alabarderos suizos y gascones,

arqueros franceses y 50 pesados cañones, avanza hacia los Alpes. A aquella guerra la llamaron "de la fornicación".

Motivos había. En Lyón, el rey francés pasaba la noche con una prostituta mientras su esposa, Ana de Bretaña,

esperaba en la habitación de al lado, y sus soldados lo celebraban en la calle con vino y mujeres.

Borgia se desespera: los turcos del sultán Bayaceto no llegan en su ayuda. Cuando le informan de que el rey

Carlos se encuentra ya en Milán, se atrinchera en el castillo del Santo Ángel. Antes pronunció un discurso a los

romanos que le había preparado su hijo César: "Vosotros, mis súbditos fieles -solloza Alejandro- no os someteréis

a las despóticas órdenes de estos franceses extranjeros; al igual que yo, moriréis antes que rendiros…", según

escribe Claude Mossé. ¿Morir por el Borgia? En lo que pensaban era en abrirles a los franceses las puertas de

Roma.

En Florencia, el monje Savonarola se encarga de azuzar a las masas diciendo que Carlos VIII se precipita sobre

Roma "con la espada de Dios". Alejandro VI juró que lo enviaría a la hoguera, "después de escoger él mismo los

leños". Así fue.

Los Médicis dejaron a Italia el Renacimiento clásico; los Borgia, el lujo bizantino, la

perfidia, la lujuria, el veneno como una de las bellas artes.

Hasta Julia Farnesio huye de Roma. La detienen los franceses, y Alejandro VI se imagina a su rubia amante

pasando de soldado en soldado. El rey Carlos se siente magnánimo y libera a Julia, a cambio de que el papa

entregue a su hijo César. Lucrecia -"una perla en este mundo", como la llamó un admirador- y la nuera del papa,

la esposa de su hijo Jofré, sustituyen a Julia en el lecho del papa mientras la Farnesio está presa. La hija del

pontífice es libre de elegir sus vicios y sus otros amantes. Presume de ello. Desde que se casaron, su marido, el

señor de Pésaro, ni la ha tocado.

Fue entonces cuando Juan, el elegido de Rodrigo, volvió a Roma tras una larga estancia en España. César sufrió

de nuevo un ataque de celos. Juan, que ha entrado de lleno en la degradación de los Borgia, huele a cadáver. Una

mañana de junio, su cuerpo, acuchillado, apareció en las redes de un pescador en las fangosas aguas del Tíber, el

desaguadero de la dinastía. El papa, en una crisis de llanto, se acercó al cuerpo desfigurado del hijo, con la

garganta seccionada, y lo besó en la boca. Luego se refugió en sus aposentos e hizo propósito de enmienda. El

asesinato de su hijo Juan, a manos o no de César -no está demostrado, el difunto tenía muchos enemigos-, era la

consecuencia de sus pecados. Se rasgó las vestiduras, pero el arrepentimiento le duró pocas semanas.

César, entre el amor, las campañas militares y algún asesinato que otro, incluida la ejecución en masa de los

conspiradores, tenía tiempo para encerrarse con ocho toros en los jardines del Vaticano. El duque del

Valentinado hacía alarde de su físico y exhibición de sus lujosos vestidos, el Beau Brummel del Renacimiento, el

"más elegante de su tiempo". Los romanos, ansiosos de diversiones, de pan y toros, agradecían a César Borgia su

desprendimiento y alegría de vivir.

Al hijo de papa le correspondían los dos primeros toros. Al primero lo despachó de un lanzazo en la garganta y al

segundo lo toreó a pie con la capa y lo dejó en la arena muerto de una innoble cuchillada. No era Curro Romero.

El público aplaudía enardecido a "nuestro César".

En 1498, César colgó los hábitos: dejó el cardenalato para casarse -otra boda de conveniencia- con la hermana del

rey de Navarra, Carlota de Albret. Logró superar la firme oposición de su suegro: "¿Mi hija casada con un

bastardo del papa? Jamás". Accedió el padre, y Luis XII, entonces rey de Francia, le otorgó el título de duque del

Valentinado. Según la carta que el novio envió a su padre, la noche de bodas fue un éxito. La luna de miel duró

pocas semanas, porque "la guerra estaba a las puertas de la cámara nupcial".

El papa, en una crisis de llanto, se acercó al cuerpo desfigurado del hijo, con la garganta

seccionada, y lo besó en la boca. De los múltiples crímenes que se le atribuyen a César Borgia, el de su cuñado Alfonso, duque de Bisceglie, casado

con Lucrecia, es de los más ominosos. Fue más una venganza que un asesinato político. Alfonso bajaba una noche

de junio por las escaleras de San Pedro cuando fue asaltado por un grupo de sicarios que se hacían pasar por

mendigos. El duque pide socorro a los catalanes de la guardia, que le salvan del espadazo de gracia. Pero está

Page 25: Alejandro Farnesio

malherido. Para rematar la faena, César enviará a un embozado a la habitación en la que convalece Alfonso: es el

verdugo del castillo del Santo Ángel, que lo degüella con impecable profesionalidad.

¿Quién mató al segundo marido de Lucrecia? Hay quienes apuntan al papa, por los celos, y hasta a la propia

Lucrecia, que harta de él se lo quería quitar de en medio. Con los Borgia, nunca se sabe. Sin embargo, todos los

dedos acusadores señalan también en esta ocasión a César.

Después de la segunda campaña de la Romaña -domina el centro de Italia del Mediterráneo al Adriático-, César

se disponía a conquistar la Toscana de los temibles Médicis, su sueño adorado, pero la muerte de su padre el

papa, el 18 de agosto de 1503, interrumpió ese y otros proyectos.

Otra vez los enigmas, la novela de serie negra. A Alejandro VI ¿lo mató la peste, la malaria o fue envenenado por

los propios Borgia? También César ha caído enfermo. Los dos, padre e hijo, han acudido al banquete, una tórrida

noche de agosto, ofrecido por el cardenal de Corneto, que se habría adelantado a los acontecimientos: el papa y el

hijo prepararían un atentado contra su vida. Pero César se encierra desnudo en las entrañas de una mula -otros

dicen que de un toro-, se reboza en la sangre del animal y luego lo sumergen en agua helada. Mano de santo. ¿Se

puso César enfermo de verdad o fue una argucia para encubrir el parricidio? Antes de morir, Alejandro VI, el

214º sucesor del apóstol Pedro, pedía más tiempo: "Ya voy, ya voy. Espera todavía un poco".

El pueblo romano desfila ante el catafalco de Alejandro. El cadáver aparece putrefacto, horriblemente hinchado,

lo que abonaría la teoría del envenenamiento. El embajador de Venecia certifica: "Es el más horrible cuerpo de

hombre que jamás se haya visto". Maquiavelo, citado por Jacques Robichon, escribe: "Se encargó de la oración

fúnebre: 'El espíritu del glorioso Alejandro fue transportado entre el coro de almas bienaventuradas, teniendo a

su lado, apretujadas, a sus tres fieles seguidoras, la Crueldad, la Simonía, la Lujuria". Para redimir tantos

pecados, un Borgia bueno llegó a la Iglesia, el jesuita Francisco de Borja. Nacido en Gandía en 1510, nieto de Juan

Borgia y biznieto de Alejandro, fue canonizado en Roma en 1671.

A Alejandro VI ¿lo mató la peste, la malaria o fue envenenado por los propios Borgia?

El nuevo papa, Julio de la Rovere, Julio II, dejó caer a tierra la estrella de César Borgia. Le despojó del título de

duque de Romaña y capitán general de la Iglesia, y le encerró en Ostia. En Nápoles fue detenido por Gonzalo de

Córdoba, el Gran Capitán, que lo vendió por un plato de lentejas. Le envió a España, desembarcó en el Grao de

Valencia y fue hecho prisionero en el castillo de Chinchilla, en Albacete, y más tarde en Medina del Campo, de

donde se evadió en 1506. Mientras, lleno de melancolía, contemplaba el vuelo de los halcones comprendió que se

había convertido en un peón de la partida que disputaban Castilla y Aragón.

Después de una peripecia sin cuento por Castro-Urdiales, Bilbao y Durango, el proscrito en Italia y perseguido en

España, el que había sido obispo de Pamplona, murió como un valiente en una escaramuza en solitario contra 20

jinetes, rebeldes navarros de Beaumont, cerca de Viana. El rey de Navarra, Juan de Albret, descubrió el cadáver

de su cuñado, desnudo, mutilado y herido de muerte, en un barranco con 23 golpes de lanza. En la iglesia de

Viana, el cuerpo del hombre que casi llegó a reinar en Italia recibió cristiana sepultura.

En 1937, en el curso de la Guerra Civil española, el alcalde de Pamplona mandó levantar un monumento en Viana

en honor de César Borgia. Pero la victoria franquista puso en tela de juicio la reivindicación que los republicanos

hicieron del hijo del papa. El cuerpo de César volvió en 1954 a su sitio natural en la iglesia de Viana.

Y ADEMÁS...

Lucrecia Borgia

(Lucrecia Borja o Borgia; Subiaco, 1480 - Ferrara, 1519) Noble y mecenas italiana a la que

tradiciones poco fundamentadas atribuyen toda clase de crímenes y vicios, hasta el punto de

haber sido erigida en prototipo de maldad. Último miembro influyente de la poderosa y

corrupta estirpe de los Borgia, en su corte de Ferrara favoreció el mecenazgo de escritores y

artistas y acogió a sus familiares tras la caída de su padre. Mujer extraordinariamente

hermosa (su belleza angelical fue inmortalizada por Pinturicchio), Lucrecia Borgia creció en

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aquellas exquisitas y también depravadas cortes donde era común servir pócimas

envenenadas a los invitados con elegante ademán y también sonrisa obsequiosa.

Su familia procedía de Borja, una región española situada en los confines orientales de la

sierra del Moncayo, en la actual provincia de Zaragoza, aunque en el siglo XIII se estableció

en Valencia. Uno de sus antepasados, el obispo Alonso de Borja (1378-1458), pasó de Játiva

a Roma y se convirtió en papa con el nombre de Calixto III, practicando desde entonces un

descarado nepotismo que tuvo su principal beneficiario en su sobrino Rodrigo, padre de

Lucrecia. Rodrigo, tras sortear la animadversión desatada por los romanos contra los Borja

tras la muerte de su tío, se valió de su fortuna para hacerse 1492 con el papado,

convirtiéndose en el papa Alejandro VI.

Lucrecia Borgia (detalle de un supuesto

retrato de Bartolomeo Véneto)

La familia se escindió en dos ramas cuando el mayor de los hijos de Rodrigo de Borja, Pedro

Luis (1458-1488), compró el ducado de Gandía a Fernando el Católico y casó con una prima

de éste, María Enríquez. Pronto ducado y esposa serían heredados por su hermano menor,

Juan, mandado asesinar en 1497 por otro de sus terribles y envidiosos hermanos, César

Borja, aunque los duques de Gandía permanecerían desde entonces ajenos a los asuntos de

Italia, dando origen a una casta jalonada de personalidades notables entre las que destacan

San Francisco de Borja, nieto de Juan, y el virrey del Perú Francisco de Borja y Aragón

(1577-1658).

Mientras tanto, entre la fecha en que Alejandro VI fue promovido a la dignidad pontificia y la

de su muerte, que le acaeció en 1503, los Borja, que habían italianizado su apellido

convirtiéndose en los Borgia, se fortalecieron en el poder hasta el extremo de que, por un

momento, pareció que se podían adueñar de toda Italia, suscitando con su actitud la

unánime inquina de las familias patricias de Roma.

Además de Pedro Luis y Juan, Alejandro VI fue el progenitor de César, nacido en Roma en

1475, y de Lucrecia, cinco años más joven que éste, todos ellos nacidos de su amante

Vanozza Catanei. El escudo de su familia llevaba un toro de oro sobre terraza recortada de

sinople con bordura de gules cargada de ocho llamas también de oro. A pesar de la

acomodación de su apellido a la lengua del país de adopción, padre e hijos mantenían en su

correspondencia privada el catalán, dando con ello origen a una estrafalaria leyenda sobre el

lenguaje cifrado utilizado por los Borgia, naturalmente alimentada por sus capciosos

enemigos.

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Veraz es sin embargo el recurso frecuente que se les atribuye a un veneno secreto,

probablemente arsénico, con el que despachaban expeditivamente a sus contrincantes

políticos, pero esta apelación a los bebedizos ponzoñosos era relativamente habitual en

aquella turbulenta y poco escrupulosa época, y no patrimonio exclusivo de los Borgia, como

se ha pretendido maliciosamente. Baste recordar que Alfonso el Grande recibió una

advertencia de sus galenos para que no leyera el libro de Tito Livio que Cosme de Médicis le

había regalado, porque las páginas estaban impregnadas de un polvillo tan invisible como

letal; que la silla de mano del papa Pío II apareció untada de un extraño veneno, y que toda

Italia estaba intrigada por la composición del tósigo líquido con que fue asesinado el gran

pintor Rosso Fiorentino.

Alejandro VI, cuya actividad diplomática más relevante fue sin duda la célebre bulaInter

caetera (1493), que repartía las tierras del Nuevo Mundo entre España y Portugal, casó a los

trece años a su hija Lucrecia con Giovanni Sforza, pero cuatro años más tarde logró deshacer

el compromiso alegando impotencia del marido. En realidad, su propósito era unirla, como

así haría en agosto de 1498, con su segundo cónyuge, Alfonso, príncipe de Bisceglie,

bastardo de la familia real de Nápoles, con quien tuvo un hijo, llamado Rodrigo, en

noviembre del año siguiente.

Lucrecia Borgia (supuesto retrato en

La disputa de Santa Catalina, de Pinturicchio)

Por aquel entonces César Borgia, que, como era de esperar, había tenido una fulgurante

carrera eclesiástica, siendo nombrado obispo de Pamplona a los dieciséis años (1491) y

arzobispo de Valencia y cardenal a los veinte, abandonó su condición sacerdotal y se casó

con Catalina de Albret, hermana del rey de Navarra. En su cuerpo comenzaban a advertirse

los estragos de la sífilis, pero ello no le impidió aliarse con el rey Luis XII de Francia y, tras

recibir el título de duque de Valentinois, acompañarle en su conquista del Reino de Nápoles

en 1501. Como prueba de buena voluntad, previamente había hecho estrangular en las

gradas mismas de las escaleras de San Pedro al esposo de su hermana, Alfonso de Aragón,

en agosto de 1500. Se cuenta que la víctima venía de asistir a un espectáculo muy poco

edificante protagonizado por cinco meretrices.

Éstas habían sido detenidas, acusadas de diversos crímenes y condenadas a la horca, pero

se les ofreció la gracia de que se les conmutaría la pena si se prestaban a actuar como

estatuas de la Voluptuosidad en la arena durante una corrida de toros. Ante la alternativa de

una muerte segura, naturalmente aceptaron y aparecieron en la plaza desnudas sobre un

pedestal y cubiertas por un barniz dorado. Los astados mataron a dos de ellas, que se

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movieron presas de pánico, antes de que los señores acribillasen con sus flechas a la bestia,

pero las otras tres, que salieron ilesas de aquella fiesta atroz y fueron paseadas

triunfalmente en el mismo carro que transportaba a los toros muertos, no corrieron mejor

suerte, porque a pesar de los esfuerzos que hicieron por la noche para desprenderse del

indeleble barniz que las cubría, fallecieron en medio de espantosas agonías.

Fue entre esta fecha y la de su posterior y postrero matrimonio, en diciembre de 1501, con

Alfonso de Este, primogénito del duque de Ferrara, cuando la vida disoluta de la Lucrecia

veinteañera dio pábulo a la leyenda negra que se cierne sobre ella. Durante este período de

alegre viudez se entregó a todos los excesos y orgías en el escenario corrompido del

Vaticano, dando a luz un hijo fruto de amores incestuosos con su propio padre y llegando

incluso a desempeñar por tres veces la máxima dignidad en los asuntos de la Iglesia.

El eximio poeta vanguardista y desaforado pornógrafo francés Guillaume de Apollinaire

noveló aquellos festines, desmesuras, obscenidades y escándalos en una obra maldita y poco

conocida que se tituló La Roma de los Borgia, publicada en 1913 y raramente reeditada. Aunque

el relato se centra sobre todo en las perfidias maquiavélicas de César Borgia, ofrece

asimismo numerosos pasajes en los que describe las perversiones de su deslumbrante

hermana. La novela atribuye, por ejemplo, los amores entre Lucrecia y Alejandro VI a una

mala jugada de César. Fue en el curso de una de esas locas y licenciosas fiestas a las que se

entregaban con gran pasión los romanos de la época. Estaban en ella presentes, junto a una

multitud selecta de cortesanos, además del papa, sus dos extraordinarios hijos y la que, por

entonces, era su amante preferida, Julia Farnesio.

Después del banquete, amenizado con música de laúd, arpa, rabel y violón, y bien surtido de

exquisitos vinos de Capri, Sicilia y moscatel de Asti, los regalados cuerpos sintieron llegada

la hora voluptuosa. César Borgia, que actuaba siempre de maestro de ceremonias, organizó

entonces el juego de las candelas, un divertimento consistente en que, mientras se

apagaban las luces, los convidados se entrelazaban libremente y se besaban a su sabor. Las

bocas de las mujeres eran copas donde los hombres bebían vinos generosos, al tiempo que

las aliviaban de sus rasos y terciopelos y soltaban sus cabellos para que cayeran libremente

sobre los senos desnudos.

El juego, en el que estaba prohibido hablar y que servía de pretexto para desatar los apetitos

febriles en una apoteosis orgiástica, consistía en mantener en la boca una candela ardiendo

mientras todo el mundo hacía esfuerzos para apagarla, y era obligatorio caminar a cuatro

patas. Por lo común las cortesanas reemplazaban enseguida las bujías por confituras que los

hombres trataban de atrapar en la misma boca y nunca se tardaba demasiado en que la

oscuridad se hiciera completa. Alejandro VI buscaba a su amante, a la que apenas podía

reconocer por su collar, pero en el remolino de cuerpos César había quitado esa joya a Julia

Farnesio y la había puesto al cuello de Lucrecia. Alejandro VI creyó tener así entre sus brazos

a su amante cuando en realidad poseía a su adorable hija. La lasitud sobrevino tras los

jadeos, y una luz tenue reveló la figura yaciente y encantadora de Lucrecia que dormía con

placidez. Lejos de arrepentirse de aquella indeliberada monstruosidad, tras sobreponerse de

la sorpresa inicial, el papa acarició los bucles sedosos de su linda niña.

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Detalle de un supuesto retrato de Lucrecia

Borgia atribuido a Dosso Dossi (c.1518)

En otra ocasión, cuenta también Apollinaire, un tal Eliseo Pignatelli ofendió de palabra a

Lucrecia, siendo sus invectivas acogidas con agrado y sonrisas por los presentes. Indignada

por esta afrenta pública, la hija del papa concibió una horrible venganza, y para ello se

aprovechó de una de las fiestas habituales que ofrecía en el lujoso palacio de Santa María, en

Roma, adonde acudían las damas más nobles y las más hermosas cortesanas.

Durante los espectáculos que se representaban en el jardín, sus invitadas se acompañaban

de delicados pajes de labios pintados de rojo y perfumados con algalia, almizcle y ámbar,

cuya misión consistía en ofrecer a las mujeres, sentadas sobre los tapices que las protegían

del fresco contacto con la hierba, trozos de torta, mazapanes y refrescos en bandejas de

plata. Pero entre todos destacaba uno, admirable por su moldeado torso desnudo y sus

blancos brazos de Narciso, que la anfitriona confió deferente a la encantadora cortesana

Alessandra.

La representación comenzó con la lectura de poemas de amor mientras el jardín iba siendo

invadido por una completa oscuridad, a la que siguió una comedia con escenas mitológicas,

amenizada por grotescas máscaras, disputas de locos y jorobados que se propinaban golpes

con vejigas de cerdo. Pero antes de que la farsa concluyera las embriagadas damas habían

hallado mejor distracción en los cuerpos flexibles y serviciales de los mancebos, quienes

desarreglaban entre risas las sedas y encajes y dejaban la huella bermeja de sus labios en

los rostros complacientes de sus frenéticas compañeras. Estando muy avanzada la velada y

los cuerpos molidos y saciados, se convino en repetir aquellas orgías, y las alegres mujeres

se despidieron envidiando sobre todo a la agraciada Alessandra. Pero la más feliz aquella

noche era sin duda Lucrecia, sabedora de que la satisfecha Alessandra, amante del ahora

cornudo Eliseo Pignatelli, no tardaría en contagiar a su detractor la ponzoñosa sífilis que su

joven paje le había transmitido.

Sea o no cierta esta cruel travesura y las anteriores circunstancias que rodearon el incesto

que los historiadores parecen haber confirmado, la depravada Roma, que asistía impasible a

que el Vaticano se hubiera convertido en un lupanar y a que en su seno proliferaran los

crímenes sin tasa, difícilmente podía condenar la inmoralidad de Lucrecia Borgia, víctima de

un tejido perenne de conspiraciones y de una época en que la vida humana apenas poseía

ningún valor.

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Lo cierto es que Lucrecia celebró después su tercer matrimonio con el heredero del ducado

de Ferrara y que, cuando se trasladó a su nuevo hogar, en febrero de 1502, apenas contaba

veintidós años. Al año siguiente moría su padre y el ilusorio poder omnímodo de los Borgia

se desmoronaba a manos de otras familias igualmente desalmadas y expeditivas. Algunos de

los bastardos de César Borgia se refugiaron en la corte de su tía, en Ferrara, mientras que

Jofre, uno de los hermanos menores de Lucrecia, se retiró a Nápoles, donde ostentó el título

de príncipe de Squillace.

Por su parte, el artero César Borgia sobrevivió muy poco tiempo al descalabro general, y

después del breve pontificado de Pío III, desde el 22 de septiembre al 18 de octubre de

1503, la elección como sucesor del peor de sus enemigos, el cardenal Giuliano della Rovere,

que adoptó el nombre de Julio II, acabó de un plumazo con sus ambiciones. Julio II no tuvo

empacho en faltar a la palabra que le había dado a César y mandarlo detener en Ostia,

obligándole a abdicar de todas sus posesiones en la Romaña, y en perseguirle más tarde con

saña hasta que consiguió que Gonzalo Fernández de Córdoba le arrestase y le enviase a

España. Allí padeció prisión durante dos largos años en los castillos de Chinchilla y de la Mota

hasta que, en un nuevo alarde de astucia, determinación y temeridad, logró evadirse de este

último. Murió, no obstante, poco después, a consecuencia de las heridas sufridas en una

escaramuza en Navarra, en cuya corte se había refugiado.

A partir de 1505, Lucrecia se convirtió, tras la muerte de su último esposo, en la duquesa de

Ferrara, y durante algunos años por su brillante corte desfilaron artistas famosos como

Ariosto y Pietro Bembo, que se consagraron a cantar su belleza y sus visibles encantos.

Misteriosamente, por algún motivo inexplicado, en 1512, con sólo treinta y dos años y sin

que su lozanía se hubiese aún marchitado, comenzó a gustar de la soledad y se apartó de los

fastos cortesanos y de las pompas ceremoniosas. Se mostraba retraída y como si fuera la

contramoneda misma de la dulce, alegre y desaprensiva joven que había sido, y esta actitud

inopinada, lejos de delatar un carácter voluble y tornadizo, no hizo sino acreditar su

obstinación y su firmeza, porque permaneció en ella hasta el fin de sus días, durante siete

interminables años.

Todas las especulaciones son válidas para explicar tan extraña actitud, incluso las de quienes

suponen un tardío arrepentimiento y un recogimiento encaminado a rumiar las culpas y

excesos de la vida pasada. Pero aunque esta beatífica e improbable versión de los hechos

sea cierta, no podrá nunca creerse que Lucrecia se encerró en sus últimos años en una

intransigente castidad, porque murió en 1519, desgarrada por los dolores, a consecuencia de

un aborto.