Alcublas relatos acla-7

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certamen de RELATOS 2009 / 2010 ASOCIACIÓN CULTURAL LAS ALCUBLAS Diversos autores 2009 / 2010 ALCUBLAS ESCRIBE Ayuntamiento de Alcublas Andreu Gil

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certamen de

RELATOS2009 / 2010

ASOCIACIÓNCULTURAL LAS ALCUBLAS

Diversos autores

2009 / 2010

ALCUBLASESCRIBE

Ayuntamientode Alcublas

An

dr

eu

Gil

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Certamen de Relatos

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© AsociAción culturAl lAs AlcublAs

EditA: AyuntAmiEnto dE AlcublAs

colEcción AlcublAs EscribE

dEpósito lEgAl: ilustrAción dE portAdA: rosA rosElló

ilustrAcionEs: rosA rosElló, AliciA gArrigó, J.l. AlcAidE, J. blAnco, rAfA cAsAñA, AmpAro civErA, mAnuEl giménEz, JAndro

disEño y mAquEtAción: J. blAnco pAz

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ÍNDICE

PRESENTACIÓN 7

CERTAMEN DE RELATOS DE 2009

LETRAS DESDE EL ALMA 11LA EXCURSIÓN 17LA BALANZA DE LA JUSTICIA 21INFANCIAS VIVIDAS E IRRECUPERABLES 26LA JOVEN QUE AMABA LAS PALABRAS 29VISIONES 33LA ROCA Y EL AGUA 37CUANDO ERA PEQUEÑA 41EL BORREGO 44ELLA 47EL LOBO 51AVE, EVA 53EL RINCÓN DEL BAJÁ 55LA LEYENDA DE LOS ALVAS 57

CERTAMEN DE RELATOS DE 2010

LA ROSA DEL AZAFRÁN 63EN ESTA CASA NO ESTAMOS PARA MÚSICAS. 67A LA VIDA 70NUNCA ME GUSTARON LAS ESDRÚJULAS 72¿TÍO ME RUEDA LA CARGA? 75EL MIRADOR DE SOLIMAN 79LA HABITACIÓN DEL POETA 83UNA CARTA PARA BALTASAR KÜRGEN 87CIEN POR CIEN ALCUBLANOS 91HOY QUE YA NO ESTÁS 95DE LA CIUDAD AL CAMPO: UN DÍA EN LA OLIVA 99UNA MALA NOCHE EN EL NAVAJO ROYO 103SENDAS MUSICALES. 107EL HUERTO DEL TÍO LUCERO 110TREN DE CERCANÍAS 112EL VINO 115LA GOTA "MARIANA" 118ARRIERO DE MULA TORDA 121

GLOSARIO 125

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SALUDA DE LA CONCEJALA DE CULTURA

M Desamparados Civera Domingo

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La Colección ALCUBLAS ESCRIBE llega a su numero siete con la publicación de estelibro, de lo que nos sentimos muy orgullosos.

Cuando desde el Ayuntamiento nos planteamos conseguir un número importantede obras y de autores relacionados con Alcublas para nuestra Colección, nos pro-pusimos editar un libro por año, pero ante la demanda de tantos escritos hemostenido que aumentar el numero de libros que han salido, una cultura que quedarápara nuestro futuro.

Creemos que esté libro es fiel reflejo del trabajo realizado. Se trata de un trabajofruto del esfuerzo de muchas personas, fruto de la ilusión de muchos autores, queverán plasmada su obra en un ejemplar que seguro que cuando tengamos en nues-tras manos, no vamos a poder resistirnos a terminar de leer.

Este libro es el resultado de la recopilación que desde la Asociación “Las Alcublas”se ha llevado a cabo a través de su Concurso literario “Relatos Breves” y que en susdos ediciones, dos años consecutivos, ha contado con gran participación, llegandorelatos de lugares lejanos. Enhorabuena a todos los autores.

La edición de este libro es un compromiso que desde el mismo Ayuntamiento ysu Concejalía de Cultura tenia con la Asociación “Las Alcublas”. Sirvan, desde aquí,estas palabras como homenaje y reconocimiento de la gran labor cultural que estadesarrollando esta Asociación en todos los ámbitos: etnológico, ambiental, históri-co...

¡Ánimo, y a seguir así!

Enhorabuena a todos.

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Cuando en el otoño del año 2007 nació la Asociación Cultural Las Alcublas, unade las muchas líneas de trabajo que se plantearon fue la promoción de la literatura.Como medio para hacerlo se pensó en celebrar un Certamen de Relatos Breves, queefectivamente se convocó en la primavera de 2008.

Los objetivos que perseguíamos con esta convocatoria eran diversos, pero esen-cialmente se buscaba promocionar la escritura como medio de expresión y la lectu-ra como entretenimiento, dar a conocer historias que estuviesen relacionadas dealguna manera con la localidad o con el entorno y la cultura rurales y, en definitiva,generar en la sociedad alcublana la ilusión por participar en el desarrollo de activi-dades culturales.

El equipo responsable de la actividad se encargó de elaborar unas bases en lasque establecía mecanismos para garantizar el anonimato de los relatos, y en las quese dejaba el certamen abierto a todo tipo de temas, pero se valoraba de forma espe-cial las referencias al mundo rural en general y a Alcublas en particular, y en las quese establecía otros detalles y la forma de acceder al concurso.

Fueron quince los relatos presentados a esta primera edición del certamen, algu-nos de ellos recibidos desde otras provincias, y para elegir los relatos premiados seformó un jurado compuesto por Mª Desamparados Civera Domingo, concejal decultura del Ayuntamiento de Alcublas, Mª Pilar Comeche, bibliotecaria de la locali-dad, y por José Antonio Martínez Pérez y Joaquín Sanz Ibáñez. El fallo otorgado fueel siguiente:

- Primer Premio para “Letras desde el alma”, de Arantxa López Ortiz (Gijón).- Segundo Premio ex-aequo para los relatos “La balanza de la justicia” y ”La excursión”, de José L. Alcaide y José R. Casaña respectivamente.

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PRESENTACIÓN

Serafín Martínez Marz

Presidente de la A.C.L.A.

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Viendo el éxito obtenido, así como la buena acogida y aceptación por parte delpúblico, se convocó la segunda edición del certamen en la que participaron veinti-dós relatos, que fueron presentados de manera anónima a un jurado formado pornuestro querido paisano y escritor Alfons Cervera, por el escritor y actor Juan JesúsValverde, por Mª Pilar Comeche y por Mª Desamparados Civera. El fallo del juradofue el siguiente:

- Primer Premio para “La rosa del azafrán”, de José L. Alcaide Verdés.- Segundo Premio para “En esta casa no estamos para músicas”, de SerafínMartínez Marz.- Tercer Premio a Pilar Climent Corbín por su relato “A la vida”.

La entrega de premios de esta segunda edición se acordó celebrarla dentro delmarco de la Semana Cultural que organiza y patrocina el Ayuntamiento de Alcublas,y así, el domingo 25 de Julio tuvo lugar un emotivo acto en el salón de plenos denuestro Ayuntamiento. Fue precisamente en este acto donde la Concejala deCultura se comprometió, en nombre del Ayuntamiento, a la publicación de los rela-tos presentados en las dos ediciones y que ahora presentamos en este volumen.

Del primer concurso se han editado todos los relatos presentados, mientras quedel segundo se ha llevado a cabo una selección: Relatos con trasfondo histórico,relatos autobiográficos, relatos de intriga, costumbristas, fantásticos…, muchos deellos ambientados en Alcublas, algo que contribuye a prestarles una cercanía queinvita a seguir leyendo.

Queremos agradecer al Ayuntamiento de Alcublas todo el esfuerzo que está rea-lizando por los temas culturales, sin su ayuda y colaboración, puede que estas histo-rias y relatos no hubiesen visto la luz y estarían en el baúl de los recuerdos a la espe-ra de una mejor oportunidad.

Desde la Asociación Cultural Las Alcublas, nos comprometemos a seguir promo-viendo la escritura y la lectura como lo estamos haciendo en estos tres años de exis-tencia, esperando que cuando tengamos este libro en las manos el Tercer Concursode Relatos Breves sea ya una realidad.

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PRIMER CERTAMEN

2008 / 2009

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LETRAS DESDE EL ALMAArantxa Ortiz López

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En la última entrevista que me realizaron tras la publicación de mi última nove-la, alguien, tal vez un periodista me preguntó cuándo había decidido hacerme escri-tor, de manera automática le respondí que mi afición venía desde mi época univer-sitaria, momento en que escribí mi primer relato con cierto éxito, respuesta que lle-vaba dando desde hacía varios años, pero cuando la entrevista tocó a su fin, caí en lacuenta de lo errónea que era mi respuesta. No había decidido dedicarme a laLiteratura en la Universidad; allí tan sólo había conseguido mi diploma; mi voca-ción, realmente había comenzado muchos, muchísimos años antes, aunque hastaese momento no me había dado cuenta.

Nací en una mala época, era mala porque entonces no sólo no contábamos con elmundo tal y como lo conocemos ahora, que ya es bastante terrible de por sí, sinomala porque me tocó criarme en una guerra y su consecuencia, la postguerra, que alfinal se cobró casi tantas vidas como la contienda en sí. Entonces yo era un chico pri-vilegiado, aunque no me daba mucha cuenta de ello; mi padre sabía construir, tantocarreteras como puentes, e incluso castillos de mina; se puede decir que era lo másparecido a un ingeniero de los de entonces, y por ello se había librado en su día dealistarse; era necesario para un país que no podía prescindir de las comunicaciones;debido a su trabajo, toda la familia (mis padres, mi hermana Eva de entonces tresaños y yo) nos mudábamos continuamente; donde hiciese falta una carretera, uncamino o un nuevo trazado de un puente, allá íbamos, lo que hacía que habitual-mente sintiese inseguridad; curiosamente, los demás chicos de mi edad sentían unainseguridad mucho más adulta que la mía, y sus temores eran más terribles que losmíos; a mi me preocupaba dejar a mis amigos, compartir mi cuarto con Eva, que lanueva casa fuese pequeña o no hacer nuevos amigos, por no contar el visceral terrora las nuevas escuelas. Los terrores de los demás muchachos se basaban en la guerra;que a sus padres no los matasen; que a sus hermanos no los reclutasen; que a susmadres no las detuviesen. En uno de tantos traslados destinaron a mi padre a laComarca de Los Serranos, Valencia, a un pueblecito cualquiera, exactamente igualque uno de esos pueblos que todos conocemos, al menos de oídas, en los que apenashay diez casas, de las que tres son de un mismo dueño, donde la escuela, reciente-mente inaugurada queda a más de tres kilómetros del núcleo y por iglesia se tieneuna pequeña ermita en la parte más alta del monte donde se produjo uno u otromilagro. Yo nunca había vivido en una aldea, y menos tan pequeña; el número de

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habitantes no sobrepasaba los treinta, y la primera vez que vieron un camión delejército, los vecinos trataron de alimentarlo con heno; los chiquillos de mi edad,nueve años entonces, no tenían juguetes y mataban las horas libres haciendo diver-sas maldades, que en ocasiones les costaban la vida. Me costó muchísimo adaptar-me, tanto que el primer mes lo pasé encerrado en la oscura y pequeña casa, releyen-do los seis libros que entonces conformaban mi biblioteca: Vidas de Santos,Barbazul, La isla del tesoro, Un capitán de quince años y la Biblia. El primero y elúltimo no eran mis favoritos, pero tenía sed de conocimientos y ausencia de mate-rial, así que bebía estos volúmenes una y otra vez, sin que nadie lograra hacermesalir de casa; sólo al ser obligado a acudir al colegio aquel otoño, comencé poco apoco a integrarme; como todo el mundo supondrá, el comienzo fue difícil; los chi-cos de mi clase (las niñas por entonces no acudían a la escuela; el presupuesto segastó en la escuela de niños, dejando a cero las arcas y a las niñas, que crecieron enla ignorancia), me hacían la vida imposible de mil maneras diferentes y se mofabande mí; les extrañaba que supiese restar o dividir, y se reían disimuladamente cuan-do leía de corrido mientras ellos titubeaban al unir una vocal con una consonante.Tras la escuela, generalmente me iba a casa, pero con el paso de los meses el buentiempo llenaba mi alma y poco a poco me obligaba a salir; seguían sin aceptarme, ydurante meses fui espectador de las vidas de los demás; cada tarde me sentaba enuna redonda piedra que hacía las veces de cruce de calles y parapetado tras uno demis libros observaba lo que ocurría, empapándome de la cotidianidad de los demás,sin que nadie reparase ya en mi presencia. La guerra estaba en cada casa, en cadaesquina y el ambiente bélico se respiraba por doquier; cada quince días llegaba alpueblo el cartero; era un hombre que recorría a lomos de su burra veinte kilómetrosde inhóspitos pueblos, y de palabra daba recados a tal o cual persona, el hombrenunca dejaba cartas, algo que a mi me intrigaba; una mañana, mientras una doce-na de personas se amontonaban alrededor de la burra, yo me acerqué y a media vozle pregunté al cartero por la correspondencia, a lo que me respondió un sepulcralsilencio; todos me miraron fijamente, y una mujer vestida de negro de los pies a lacabeza me espetó: -¿Dónde crees que estamos chico?¿en...? Aquí nadie escribe nilee; no sabemos ¿Es que tú si sabes muchacho? –Perplejo, le contesté que sí, queclaro que sabía, y avergonzado me fui de allí. La tarde siguiente, cuando ya casi seme había olvidado el asunto y me hallaba de nuevo sentado en mi mirador particu-lar observando como Ramón, uno de los chicos más matones del pueblo trataba dedesplumar al gallo del cura que vagaba suelto por las calles, sentí una mano en mihombro. Pude comprobar que doña María, una viuda que tenía un hijo en el frentese hallaba detrás de mí; nerviosa, y sin darme explicaciones me arrastró a su oscuracocina y allí, sacó un cajón que colocó a modo de mesa, me entregó un pequeño lápizy una hoja de calendario y me pidió que le escribiera una carta a su hijo. Sintiendolástima por la mujer y sin nada mejor que hacer, le pregunté qué quería decirle almuchacho, y sorprendida me dijo: -No sé, escribe una carta; ¿no eres acaso “escri-bidor”? pues una carta. Yo le dije que sí era “escribidor” pero no adivino, y ella seencogió de hombros, apremiante; recuerdo el comienzo como si lo hubiese escritoayer.

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Querido hijo: Espero que al recibo de ésta te encuentres bien; -“di que se escon-da de los tiros, díselo; y que se abrigue por las noches” –me interrumpía la mujer; -me gustaría saber que te estás cuidando – continué-, protegiéndote en las trinche-ras y abrigándote en las heladas noches; -”Dile que vuelva cuanto antes, y que cuán-do termina la guerra” –apostillaba mientras en la cocina entraba otra mujer y unode los muchachos que venían a mi escuela.- “y que la Rosa quiere saber de Fermín”-yo pacientemente anotaba los datos y seguía redactando en voz alta: Aquí te echa-mos mucho de menos, no sólo yo, sino también todo el pueblo; la señora Rosa estápreocupada por Fermín, y se tranquilizaría al saber de él – “qué pico tiene el chico,sigue, sigue,” –decía Rosa que acababa de entrar. Por otro lado, las cosas aquí estáncomo cuando te has ido; sopla un fuerte viento casi de continuo y las nubes no sehan parado a dejar el agua que tanto necesitamos, pero así y todo la cosecha ha sidobuena. –“pregúntale a cuántos ha matao y si tiene un fusil, ¡pam, pam!” –gritaba elniño, emocionado. Marcelino hijo quiere saber si te han dado fusil y si lo has usadoya; también estarás interesado en saber que la semana pasada quedó campeón enlas carreras; ganó a todos, hasta al Viti que ya tiene doce años. –Mientras tanto elniño se hinchaba de orgullo, lo que aproveché par a congraciarme, y hacer un amigo.Lo que no se le da tan bien es sumar; en la escuela, don Mateo le pega con la varacuando no acierta, pero cuando el maestro se da la vuelta, le hace una mueca –“sí,eso hago, escríbeselo grande, que lo lea. Y dile también lo de Marcos” –Marcos, elhijo mayor de Gerardo el molinero ha estado enfermo; quiso irse a la guerra comosu hermano muerto y se lanzó al monte donde le sorprendió la helada; estuvo per-dido dos días y volvió con pulmonía; la madre llamó al médico que recorrió todo elcamino a pie para ponerle una inyección. Ahora está mejor.

Haciendo uso de mi conocimiento oculto del pueblo redacté una carta simpáticay llena de anécdotas que los presentes iban coreando con risas, sermones y anota-ciones, hasta que la hoja estuvo tan llena que tuve que despedirme con brevedad.Quince días después, el cartero, a su paso por la aldea depositó once cartas, las decada uno de los destinados del pueblo, entre quienes se había corrido la voz de quehabía un “escribidor” en el lugar; todos escribían a sus casas cartas llenas de ansie-dad, de nostalgia, de esperanza, de sangre y de batallas, y todos esperaban respues-tas. Las madres orgullosas paseaban los sobres sin abrir de calle en calle, esperandomi llegada para que se las leyese, lo que hacía en voz alta, sentado en mi piedraredonda con todo un pueblo alrededor.

Queridos padres: Me ha dado mucha alegría recibir noticias suyas; qué bien quehaya en… alguien que pueda leerles mis noticias, y mandarles mi cariño. La guerrano es tan mala como la pintan, así que no se alarmen…

Queridísima Rosita: Espero que al recibo de esta te halles bien de salud; yo pormi parte no me puedo quejar, aunque espero ansioso el día que pueda regresar paracasarme contigo…

Yo por mi parte respondía a todas y cada una, añadiendo todo lo que mis ojosveían e intuían.

Querido Miguel: Cuánta alegría ha sentido mi corazón al saber que te hallas bien

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y a salvo; por aquí las cosas están bien también, y el tiempo mejora, lo que ya noshacía falta. Tampoco yo veo el día de tu regreso, y te echo a faltar terriblemente –“no,eso no se lo digas” –decía la chica apurada, sin que yo le hiciese caso; no quería queel chico fuese herido sin saber que su Rosita bebía los vientos por él, y que cada tarderezaba tres rosarios en la Ermita- Apenas transcurre una tarde sin que rece por ti ypor tu feliz regreso…

Querido hijo: Ahora que sé que estás bien duermo más tranquila por la noche, almenos sé que queda menos para tu vuelta, algo que todos deseamos; me preguntaspor las fiestas patronales y te diré que se han celebrado como cada año; la procesiónha sido más larga que otros años debido a que el camino principal estuvo inundadode barro durante tres días; Antonia, la que tiene un hijo que “no está bien” (aquícambié la palabra “loco” empleada por la mujer, y que hacía referencia a un chicocon retraso mental) lo llevó ofrecido como promesa a la procesión vestido deNazareno, para ver si así se curaba de su mal. Se pasó todo el camino gritando y que-riendo escaparse, aunque Antonia se lo impedía. Cada vez que los chicos tiraban unpetardo, se arrojaba al suelo chillando. Ayer lo hemos visto y no se ha curado, así queha sufrido para nada. Durante la verbena un hombre tocaba el acordeón y hubomuchas parejas que bailaron, pero se echó de menos a todos los jóvenes que tanvalientemente lucháis por los demás.

Invariablemente cada dos jueves el cartero a lomos de su burra iba dejando susonce cartas, las cuales eran cada vez más largas; eran cartas preciosas, en las queapenas se percibía que quienes las escribían se hallaban en una guerra y que en cual-quier momento podrían caer. Poco a poco en la aldea dejó de hablarse de la contien-da que asolaba el país, hasta tal extremo que a veces ni nos acordábamos que está-bamos en lucha... Yo me cuidaba de mencionar cualquier detalle bélico y las misivasse convirtieron en una verdadera crónica cotidiana de un pueblo casi feliz. Narrabalos sinsabores de la sobrina del cura, enamorada de un hombre casado y vecino deotra aldea que no hacía mucho caso a la moza, las audacias del chico del molinero,que cada vez era más travieso y descarado, describía los progresos de los niños en laescuela si es que los había y los arreglos hechos en una u otra casa; contabilizaba losnacimientos y obviaba las defunciones, entreteniéndome en describir el aspecto detodo y de todos bajo mi mirada acostumbrada a observar en soledad. Todas las car-tas se escribían y leían en voz alta y la gente se marcaba el jueves casi como un díasagrado, el día en que llegaban las esperadas noticias de los hijos, padres, novios ohermanos, y el día en el que el “escribidor” estrujaba su cerebro y empuñaba el lápiz(hasta que le dolía la muñeca) para alimentar las esperanzas y los recuerdos de losmuchos soldados que habían sido reclutados a la fuerza.

No tardé mucho en darme cuenta de que era indispensable para esas gentes, y nosólo por poder leerles las cartas, sino porque con mi lápiz, transformaba las vidas detodos ellos en algo a lo que agarrarse. Convertía a la sobrina del cura en una diosadel amor, a Rosita en una heroína enamorada, al hijo del molinero en un futuroRomeo, al chico del herrero en el mejor pescador del mundo, comparable al capitánAhab de Moby Dick, a la señora Antonia en una santa viviente y a su pobre hijo en

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un mártir; todos tenían su protagonismo y se sentían bien con ellos mismos. Conmis descripciones los soldados volvían a sentir sus hogares, a oler sus tierras, adegustar los tomates maduros de sus huertas que sabían a sol, y ello les daba unmotivo para cuidar sus vidas, para desear vivir y volver a sus casas. A las madres,hermanas o novias les trasmitían esa sensación, la de saber que todos volveríanalgún día.

Durante más de un año viví con mi familia en… y me disgusté enormemente eldía que mi padre terminó su trabajo. Días antes de nuestro traslado se firmó la pazen la región, y así supe que en cuestión de semanas aquellos a quienes había escritodurante tanto tiempo volverían a sus hogares, aunque yo no me quedaría para cono-cerlos; sobrevivieron todos, de hecho el pueblo de… fue casi el único de la provinciaque no acusó bajas en batalla, y sé que tengo que ver algo en el asunto; mi lápiz llevóesperanzas donde casi no las había, y mis letras hicieron renacer sus ganas de vol-ver, de vivir. Desde que me dí cuenta de que algo tan sencillo como la unión de cier-tas palabras y frases pueden ayudar a alguien a huir de la muerte, decidí que seríaescritor; quería salvar vidas, como los médicos, pero con otro instrumental másapropiado a mí persona. Es entonces cuando decido ser lo que soy y hacer lo quehago.

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Allá por el año 1932 apareció por Alcublas una joven maestra, que llegaba cargada deilusión y buenos proyectos, eran años muy convulsos.

Esta joven maestra se encontró con un pueblo, como lo eran la mayoría de España, enun estado de abandono cultural enorme. Pero era tal su entusiasmo y dedicación que nose amilanó por ello, se empeñó en conseguir que las niñas aprendiesen aunque fuese can-tando, y así lo hizo. Les enseñó Geografía de España, al ritmo de "La Marsellesa", hoy endía, algunas de sus alumnas aún recuerdan la canción, y la tararean.

Un buen día les dijo a sus alumnas que al día siguiente irían de excursión, a lo quetodas a coro replicaron que ¡¡qué era eso de irse de excursión!! ; la necesidad de ayudaren casa y las múltiples obligaciones que tenían reservadas las niñas, les hacía desconocerlo que era marcharse de excursión.

-Bueno -dijo la maestra-, irse de excursión es, ir al monte a disfrutar y no tener quehacer nada por obligación. Así que cuando volváis a casa les decís a vuestras madres quemañana os pongan llanta para todo el día.

Al salir de escuela les costo a las 51 alumnas mucho más de lo habitual el llegar a suscasas. Se paraban, cuchicheaban, una contaba la imposibilidad de ir pues tenia que ir aescardar garbanzos, otra decía que tenia que cuidar a su hermano chico, la de más allápensaba que su madre no le pondría llanta, otra que ese día tenía horno su madre y teníaque ayudarla. La cantidad de dificultades que se planteaban las niñas mucho antes decomentarlo en casa era un síntoma claro de cómo andaban los tiempos y las necesidades.Cada niña llegó a su casa con el corazón encogido, maquinando cual sería el mejormomento para decírselo a su madre, si cuando la mandase a por paja al pajar, o cuandotuviese que acompañarla a la cambra, para coger cebada para el macho o el burro, por-que claro si se lo decían a su padre la iba a poner de malfatana para arriba o tal vez algúntozolazo, si es que no la castigaba a subir a dormir sin cenar.

Pero era tal la ilusión que les había despertado y el respeto que había conseguido gran-jearse D ª Consuelo, que encontrarían la forma de convencer a sus padres. Aunque tuvie-sen que cargarse de más trabajos, para congraciarse con sus padres por esa aventura queera irse de excursión.

Esa noche las que consiguieron el permiso de sus padres, les costó mucho dormir ensu cama de pellorfas de panoja, sus mentes no paraban de darle vueltas a lo que les podía

LA EXCURSIÓN

José Rafael Casaña Martínez

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deparar la excursión.Por la mañana el trajín fue de las madres, para ver que les podían poner en saco

de tela.No es que hubiese mucha variedad, pero claro ese día la comida era compartida con

todas y ni se podía poner mucho, ni poner poco. En fin dilema, que se resolvía con la rea-lidad cotidiana, la necesidad.

Por fin se reunieron en la plaza de los Olmos y Dª Consuelo observó contenta que eranmuchas más de lo que pensó, emprendieron la marcha calle Mayor abajo, siendo obser-vadas por algunas a las que sus padres no les habían dado licencia, entre las risas y cuchi-cheos de las niñas, ante la emoción del día que les esperaba.

En el Mesón siguieron hacia Despeñaperros, el día era claro y el verdor de La Hoyadañaba los ojos por su belleza, los campos llenos de mies y las amapolas tardías poníansu contrapunto de colores.

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Siguieron por La Hoya y al llegar a la Balsa Calzón se pararon para almorzar, fue elmomento mágico de ver lo que guardaban esos saquitos de tela, que sus madres habíanpreparado con todo su amor; también llevaban múltiples recipientes para transportaragua, botellas, botas, pequeños botijos, cualquier cosa valía.

Siguieron andando por el monte, siendo de tanto en tanto observadas, aquella curio-sa cuadrilla, por los labradores que hacían su trabajo en los campos, moviendo la cabezay pensando en su interior, cómo cambian los tiempos. La maestra saluda a todos los quese encontraba y al mismo tiempo recababa información, dado el desconocimiento quetenía de las partidas. Alguna niña se encontraba a algún familiar y la cara se le ilumina-ba de alegría, que la viesen de excursión con la maestra.

La maestra aprovechaba para contarles a las niñas aspecto de botánica, de la cual susconocimientos tampoco eran muy grandes.

De pronto vieron unas clotxas, son depresiones del terreno que recogen agua de lluvia,la maestra siguiendo las normas de higiene que le habían enseñado, dijo a las niñas queno se podía beber de ellas.

Las niñas al oír, lo dicho por la maestra, no se lo pensaron dos veces y se pusieron aorinar en las clotxas.

Después de este curioso hecho siguieron la excursión y al poco pararon a comer, bus-caron la sombra de unos árboles, pues el sol ya se había enseñoreado de todo.

La comida transcurrió entre risas e intercambios de la comida que llevaban las niñas,después la maestra les explico, con la ilusión de su juventud cosas, que las niñas escucha-ron con gran atención.

Después de coger algunas hierbas y plantas medicinales, la maestra consideró, que yaera hora de retornar.

Pero al poco de iniciar la vuelta los botijos y las botellas, que contenían la bebida, agua,se acabaron, por lo que las niñas empezaron a pedirle a la maestra insistentemente quequerían beber. En la zona que se encontraban no había fuentes, por lo que la maestradijo:

- Bueno a ver si encontramos algún labrador o algún pastor y nos dice donde hay unafuente.

Siguieron andando y las niñas siguieron insistiendo que tenían sed. Más tarde vieron en la lejanía un rebaño y su pastor, con sus perros. Aceleraron el paso

y cuando se encontraron con él su primera pregunta fue:- ¿Dónde hay una fuente?El pastor miró cachazudamente a esta curiosa reunión y mirando a la lejanía dijo:- Fuente lo que se dice fuente, por aquí no hay ninguna hasta el pueblo, pero desde

aquí podéis ver esas clotxas, de las que mi ganao acaba de beber, que esta muy bien y elagua está limpia y clara.

La maestra y las niñas se miraron y empezar a reír.Ya lo dice el dicho cuando la sed aprieta…

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CARA

Están tocando a vísperas y ya debo de ir pensando en apagar mi candil y acostar-me a dormir, mañana me espera un largo viaje y debo descansar.

El día ha sido intenso. Me he despertado con las primeras luces, y una vez vesti-do he comido un poco de pan y queso antes de acercarme a la iglesia de San Martín:siempre, cuando tengo un nuevo encargo, necesito prepararme ante Dios, porque séque Él entiende lo que hago y que me juzgará con benevolencia, no como hacen nor-malmente las personas a mi alrededor.

No, decididamente no les gusto, y quizás eso me ha hecho como soy, solitario,silencioso y seco en el trato. Pero no me importa que miren de reojo al pasar por milado, o que los niños se escondan tras sus padres y señalen con el dedo al verme, por-que yo soy lo que soy, antes que yo lo fue mi padre, y sé que las personas como yotenemos un papel en este mundo, un papel importante, un papel necesario, y eso mehace fuerte y me ayuda a vivir.

Después de confesar, oír misa y comulgar, he salido hacia el barrio de las cuchi-llerías, donde tenía que recoger algunas herramientas que dejé para arreglar, y luegoa la Posada del Rincón, cerca de la Taula de Canvis, donde debía adelantar el dine-ro por el préstamo de dos buenas mulas para el viaje de mañana y para los otros dosdías que tardaré en regresar. No me gusta mucho trabajar fuera de Valencia, perohay trabajos que se deben de hacer, aunque no resulten cómodos. Por la tarde heestado preparando mi equipaje, guardando cada una de mis herramientas en susfundas de cuero, y todas ellas en un saco que siempre llevo conmigo. Mi capa deinvierno, mi sombrero, una manta y algo de comida y vino para el viaje completanel equipo: viajar en esta época del año puede ser duro si no vas bien preparado…

* * *Hemos parado a descansar algo en la villa de Lliria, transcurrida casi la mitad del

camino. He tenido suerte, y poco después de salir por la Puerta de los Serranos hecoincidido con dos viajeros que se dirigían por negocios a Bexís, y hemos decidido

LA BALANZA DE LA JUSTICIA

José Luís Alcaide Verdés

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hacer juntos el camino. No, no es que tenga ningún problema en viajar sólo, dehecho, por el camino ellos iban delante en sus caballerías, y yo un poco más retrasa-do. Luego, almorzando junto a la hoguera, apenas hemos intercambiado unas pocaspalabras al ofrecernos por cortesía tocino o vino, mientras de tanto en tanto loscomerciantes miraban furtivamente el saco con mis herramientas e intercambiabanentre sí miradas de entendimiento. Pero es que, algo más adelante, subiendo LesYàcubes, está la zona que llaman La Guarida, y un poco más a la izquierda Gea y laCañada del Trabuco: no son raras las partidas de bandoleros que saliendo de esosmontes bajan al llano, actúan y regresan rápidamente a sus guaridas, sin dar tiem-po a los Justicias a que organicen partidas para perseguirles. Yo soy buen mozo y sémanejar un arma con soltura, pero pasar por su territorio no deja de ser una teme-ridad, y el ir acompañado siempre da más confianza. Por esta misma razón hemosdecidido subir las rochas en compañía de un carretero que marcha a les Alcubles arecoger una carga de nieve para la Ciudad de Valencia.

Les Alcubles, mi destino.

* * *Sus moradores llaman Las Alcublas a esta villa que se rige por los fueros de

Valencia y que es considerada “calle” de la capital del Reino, motivo por el cual hoyhe llegado a ella a ejercer mi oficio.

Al entrar en la población, a la izquierda del Camino de Valencia, está el mesónjunto a unos corrales. He llegado a buena hora, todavía queda un buen rato de sol yhe decidido conocer la villa guiado por un muchacho: siento cierto nerviosismo, yrecorrerla me ayudará sin duda a aplacarlo.

No es muy grande, pero tampoco es pequeña. Un poco más arriba de los corralesse encuentra la villa propiamente dicha, con dos accesos en las tapias: uno, apenasun portillo, por el que se entra a un callizo que desemboca en una plaza con un por-che, donde me dice el muchacho que se reúne el Consejo de la Villa; el otro, en laque llaman la calle de Roque Ximeno, es la puerta principal por la que entra elCamino de Valencia.

El bullicio en la población sorprende, porque uno no espera este movimiento depersonas: en el porche de la plaza el carnicero y su ayudante desollan un carneromientras un corro de chiquillos en cuclillas y varios perros observan la operación.Algo más arriba unos obreros seleccionan unas piedras para la nueva Casa de la Villaque se está obrando, con un amplio arco de piedra sobre el que se asienta, sencillopero orgulloso, el escudo de la villa. Junto a ella, el olor a leña quemada se intensi-fica al pasar junto al horno que hace esquina con la plaza de la Iglesia. Allí, entre laCasa del Bayle y la puerta de la Iglesia, los carpinteros ultiman el cadafal para laceremonia de mañana.

Mañana… Bueno, mañana Dios proveerá…Un muchacho se ha acercado corriendo y le ha dicho algo a mi guía sin dejar de

mirarme con unos enormes ojos, mezcla de temor y de curiosidad: parece ser que el

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Jurado Mayor y el Justicia de la Villa quieren darme la bienvenida. Hemos dado lavuelta al pequeño cementerio tras la iglesia, donde un olmo viejo parece pelear conun joven llatoner por cubrir con sus ramas las sepulturas. Allí cerca, a la puerta deuna casa con arco, me esperan las autoridades para comentar los detalles del nego-cio que mañana debemos concluir. Será a las diez, y el pago al acabar.

El martillo del herrero parece repetir la hora mientras me vuelvo hacia el mesóndispuesto a cenar y descansar: a las diez, a las diez, a las diez… Aunque pueda sor-prenderos sé que no tardaré en dormirme.

* * *Hoy me ha despertado el mesonero a la hora convenida, y mientras como algo

junto a la chimenea escucho a lo lejos la campana de la iglesia llamando a misa: medice el mesonero, hombre parlanchín, que quieren hacer una nueva torre más alta yampliar la iglesia, porque de unos años a esta parte la villa no para de aumentar elnúmero de habitantes y se ha quedado pequeña. Luego, al ver que no le contesto sealeja hacia las cuadras. Yo tengo la mente en otras cosas. Hace frío afuera y me enro-llo bien la capa.

Hoy la gente no ha ido a trabajar. La plaza está llena a más no poder y los que hanido a misa no han regresado a casa después. Mi guía, el hijo del mesonero, me ayudaa cruzar entre la muchedumbre cargado con mi saco. Un alguacil impide que losniños suban al cadafal a jugar, y junto a él un carro vacío espera para llevar su cargaa los cuatro puntos cardinales, para exhibir ante todos el poder de la villa. Yo prepa-ro mi cuerda y quito de sus fundas las herramientas, mientras se escucha el murmu-llo expectante del público. Pero pronto su atención se desvía hacia otro lado, latrompeta anuncia la llegada de la comitiva y también yo, como la muchedumbre,debo dejar de pensar, he de concentrarme sólo en hacer bien mi trabajo. A partir deahora vuelvo a estar sólo, vuelvo a ser yo.

La Justicia de Dios y de los hombres debe cumplirse. Mi mano es la mano de la Justicia.

(INTERMEDIO)

Desde enero de 1611 estuvo detenido en la cárcel de la villa Joan Montañés, acu-sado de asesinato. Su juicio se retrasó por el pleito acerca de a qué villa, Alcublas oAltura, correspondía la jurisdicción. En el libro de defunciones de la Parroquia deAlcublas del año 1612 aparece el siguiente registro:

“Joan Montañés, natural de la Puebla de Valverde del Reyno de Aragón, encarce-lado en las cárceles comunes del presente lugar de las Alcublas por averle sentencia-do a muerte, confesó a catorze de febrero de 1612, y a quinze de los dichos mes y añorecibió en la misma cárcel, en la Sala, el Santo Sacramento de la Eucaristía, y a diezy seis de los dichos mes y año, jueves a las diez horas de la mañana, lo mandó ahor-

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car la Justicia en la plaça común del dicho lugar en una horca de madera que se hizopara este efecto, y le hizieron quartos, los quales pusieron en los caminos”.

Ese mismo año, en los libros de cuentas de la villa aparecen reflejados varios gas-tos por el jornal del trompeta durante la ejecución, “de hazer la forca de la plaça” yde “hazer el mojón de la Chupidilla para los quartos”. También se pagó cuarentasueldos “a maese Joan, Verdugo de Valencia, por las dietas de execución de muertey quartos en la persona de Montanyés”.

CRUZ

Hay un refrán popular que dice que de los errores se aprende, pero lo que no dicees que, en la mayoría de las ocasiones, por mucho que aprendas no hay vuelta atrás.En mi caso, los errores que cometí han traído parejas consecuencias demasiado gra-ves, demasiado severas como para no tenerlas en consideración, y mentiría si dijeraque no he aprendido algo.

Pero también mentiría si dijera que me arrepiento de lo que hice. Si, he tenido más de un año para aprender, para reflexionar sobre lo ocurrido,

para arrepentirme una y mil veces, y para luego, acto seguido, borrar ese arrepenti-miento de un plumazo, restañar las heridas a base de orgullo, a base de rabia, a basede odio…

Si, de odio, de mucho odio, de un odio que nace de un amor roto por capricho,por un capricho bárbaro que me ha costado demasiado caro.

Cuando aquel mediodía de diciembre regresé a casa y hallé muerta a mi esposajunto al corral sólo sentí, sólo noté un dolor blanco que me cruzaba por los ojos ybajaba hasta el pecho para hacerme caer al suelo llorando, y allí me quedé, enrosca-do sobre mis piernas hasta que la mano de mi hijo sobre el hombro me hizo regre-sar desde muy lejos…

No, ella no había podido soportar el dolor y la vergüenza, había preferido ponerfin a su vida; yo tampoco pude dominar el ansia de venganza.

Hace catorce meses que me hallo encerrado en esta cárcel de la Casa de la Villa,convertido en moneda de cambio para unas villas que buscan reafirmar su poder,que buscan exhibir la una ante la otra su fuerza, y así poder sacar mejor tajada antela Cartuja en el reparto de prebendas. Hoy son los derechos sobre los pastos, maña-na sobre la leña o quizá sobre la nieve: una villa fuerte puede exigir con más fuerzala cesión de derechos a Valdechristo, a su Señor. A principios de enero la Audienciade Valencia falló a favor de las Alcublas y en contra de la sentencia que otorgaba ala villa de Altura los derechos para juzgarme: ahora deberá pagar, según dicen, másde 150 reales por las costas de la apelación. Pero lo realmente importante para mi esque por fin va a concluir esta tortura de saberme acabado pero no acabar.

En ocasiones los obreros que trabajan en los pisos superiores de la Casa de la Villahablan sobre mí: sé que deliberadamente lo hacen donde yo pueda oírlos, pero a mí

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nada de lo que puedan decir me duele ya. Así he sabido que hoy, a boca tarde, ha lle-gado el verdugo, el hombre que mañana a las diez ceñirá en mi cuello la larga cuer-da que ahogará mi dolor, que no mi vida. Mañana, en una mesa sobre el entabladoestarán dispuestos los cuchillos y el hacha con los que separará los miembros de micuerpo, y al lado el carro con el que los repartirán por los límites del término exhi-biéndolos de una forma casi obscena.

Si, la ejecución de mañana tendrá algo de comedia, será un acto grotesco en el quese unirán la muerte y el espectáculo, en el que lo de menos será el por qué de mi suer-te, en el que lo importante será el cómo y el para qué. Lo que me hagan mañana serálo de menos, porque yo ya he pagado mis culpas, he tenido el mayor castigo que se mepodía infligir: durante un año he vivido encerrado con mi silencio, mi odio, mi deses-peración y mi pérdida. Y es que no siempre hay equilibrio en la Balanza de La Justicia,una balanza que se suele inclinar del lado de los poderosos, de los señores, de quieneshacen las leyes… Su peso hace ya tiempo que cayó sobre mí.

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El pueblo como casi todos los del mundo, en medio del campo; el nombre único:Alcublas.

Quien lo quiera visitar puede llegar por el norte desde la carretera de la Cueva Santa,desde el sur por la carretera de Valencia, por el este desde el camino de Santa Lucía ydesde el oeste por la carretera de Villar del Arzobispo. Todos estos accesos no hace muchoeran caminos de tierra por los cuales circulaban cada día cerca de mil caballerías entrecaballos, burros y machos ó mulos.

Y aquí es dónde empieza la historia de un montón de niños cuyo oficio entre los 8 y los14 años, era el de “recogedor de boñigas”.

Casi todas las mañanas después de tomar las sopas de pan y malta, cogían su capazoy salían a los caminos en busca del tan preciado tesoro, que serviría de abono en las viñasque sus padres trabajaban.

Qué importantes se sentían aquellos niños que con tan corta edad ayudaban a suspadres en el mantenimiento de la casa. Qué alegría cuando volvían a casa con elcapazo lleno. Cuántas veces engañaban, o creían engañar a sus padres cuando porno encontrar bastantes boñigas llenaban el capazo de paja y caminaban con él alhombro haciendo ver que no podían con él. Qué ilusión el día que encontraban lasrastreras y haciendo montones como juego de niños decían “todo pillao”, mientrasbuscaban escondites secretos dónde guardar el tesoro hasta el día siguiente.

Al regresar a casa y después de lavarlos y peinarlos las madres los mandaban a laescuela no sin antes haberles preparado el sabroso “bollicao” de aquel tiempo, que con-sistía en un cantón de pan y media barra de chocolate redondo Monte Sión. Aquel sabortan peculiar que incluso hoy, después de tantos años, seguro que recordarán los que tuvi-mos la suerte de compartir los caminos. Inconfundible el tacto terroso en la boca, y sobretodo la satisfacción cuando a algún amigo despistado le hacíamos unas cantareras.

Hoy ya no se escuchan los sonidos de las caballerías por los caminos que fueron testi-gos de aquellos días que forjaron hombres fuertes que se juntaban cada mañana compar-tiendo juegos, sueños y experiencias, ayudándose fieles los unos a los otros cuando senecesitaban.

Sólo unos pocos recordarán ya aquellos tiempos, en que al contrario de lo que se puedapensar crecimos niños sanos y alegres. Hoy cualquiera diría que un niño de esa edad sólo

INFANCIAS VIVIDAS E IRRECUPERABLES

Joaquín Sanz Ibáñez

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debe pensar en estudiar y jugar, y pensaría espantado que ningún pequeño debe trabajar.Pero yo, como uno de los muchos protagonistas de esta historia también tengo algo

que decir. En aquellas mañanas de mi infancia, muchos aprendimos valores como elesfuerzo, la constancia, el compañerismo, la ayuda a los demás, el respeto a los padres ola responsabilidad. En aquellas mañanas de mi infancia yo me sentía orgulloso y útil. Enaquellas mañanas de mi infancia yo reía y corría por los caminos con mis amigos. Y lomás importante, hoy después de muchos años, recordando aquellas mañanas puedodecir que tuve una infancia feliz.

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Era una adolescente inquieta y entusiasta. Estaba enamorada de las palabras. Ellacreía que las palabras tenían vida eterna, nacían y una vez nacidas ya existían para siem-pre. Por eso no podía comprender que algunas palabras murieran y ya está. Quería res-catarlas del desuso y por eso estudiaba filología y se esforzaba en profundizar en las pala-bras viejas para comprenderlas y hacerlas vivir de nuevo. Pasaba los veranos en Alcublas,el pueblo de su madre, y cuando tenía ocasión hablaba con las viejas del pueblo que leregalaban un léxico increíble, un manjar de palabras viejas que colmaban de alegría suespíritu investigador. Un día, paseando por la calle, saludó a un anciano de más de 90años que conservaba una memoria estupenda y una simpatía en la mirada que convida-ban a conversar con él.

- ¿Cómo va tío Rafael?- ¿Cómo quieres que vaya, chiquilla? Tengo el cuerpo lleno de alifaques, he trabajadomucho en esta vida. Ahora soy muy viejo y alifacao; pero aquí me tienes.- Sería pesado el trabajo en el campo. Entonces no había tractores. Tenían que traji-nar con los machos y el carro de aquí para allá.- Yo no tenía muchos bancales cerca de la carretera, así que iba con el burro a jalmapor caminos malos y andando siempre. No sé cómo me quieren llevar aún estas pier-nicas.

Continué mi charla y después mi paseo sin olvidar el tesoro de las tres palabras que mehabía regalado el tío Rafael: Alifaques, alifacao, jalma.A la noche tuve un sueño, que luego expliqué a mi madre.

- Madre, he soñado que estaba hablando con un anciano sobre el significado y la his-toria de las palabras alifaque y jalma.

Dijo mi madre:- Yo esas palabras las oí usar a mis padres muchas veces y en Alcublas había una calleque se llamaba Calle del Jalmero.

Y continué relatando mi sueño. Le dije al anciano que quería saber la historia de esaspalabras y me dijo que él no la sabía, pero que en una montaña había un rabino, un maes-tro que vivía escondido y dedicado a la sabiduría. Que fuera allí a preguntarle.

LA JOVEN QUE AMABA LAS PALABRAS

Rosario Santolaria

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- Lo que pasa es que el rabino vive escondido en su casa y no abre a nadie. Yo nuncahe hablado con él, así que no sé cómo podrás preguntarle tú. Mira, aquí viene mi espo-sa Magdalena que puede decirte alguna cosa más.Magdalena era una viejecita de rostro amable y ojos vivos que nada más verme com-

prendió que buscaba saber por encima de todo, y me dijo:- El Rabino vive en una cueva en una peña a unos tres cuartos de hora del pueblo. Parallegar allí has de atravesar bancales con cultivos de almendros y viña, después habrásde caminar por la roca y cuando toques a la puerta de su casa te hará unas preguntaspara ver si tu intención es saber cosas, porque él sólo da explicaciones a las personasque buscan el saber por encima de todo.- Y ¿Qué preguntas me hará?- Prepárate nombres de plantas, de rocas, de partidas, de todo lo que se encuentra alnorte de la población y él, si ve que tienes interés, te aclarará la historia de las palabras.

Llena de emoción comencé a preparar mi memoria. Tenía que responder bien para queel rabino me abriera la puerta y se conformara a explicarme...La primera cosa que me vino a la cabeza es en qué peña tendría la casa el rabino y dije:-¡Ya está! Mi madre siempre me decía que el mejor poleo estaba en la Peña Ramino-.Pensé: - Allí yo sé ir. Iré a la Peña Ramino a ver si encuentro la casa del sabio. Me enca-miné por el camino de la Salud a la Cueva de la Arena. Subí hacia la Peña la Jipe. Seguísubiendo. Encontré algún fósil y algunos pedacitos de cerámica que guardé en los bolsi-llos y seguí caminando hasta la cima. El sol me calentaba la espalda y antes de comenzarla última exploración, me giré de cara al pueblo que se extendía, precioso, al sureste,rodeado de campos de almendros, viñas y frutales que en ese momento estaban en flor.¡Qué hermoso paisaje! Aquí nacieron mis padres y mis abuelos; hasta cinco o seis gene-raciones de antepasados habían vivido allí y el corazón me dio un vuelco de emoción.Busca que buscarás encontré la boca de la concavidad, traté de mirar al fondo y saludécon un “¡Buenos días!”. Oí una voz que me decía:

- ¿Qué vienes a buscar aquí?La voz no era severa, sino dulce y firme a la vez; no me dio nada de miedo.- Busco saber la historia de dos palabras que ya no se usan nunca: ALIFAQUES yJALMA.- Yo te explicaré su historia si me respondes tres preguntas que te haré por cada pala-bra, así sabré si eres una persona interesada por la lengua o si simplemente eres unacuriosilla sin verdadero interés.

Yo comencé a ponerme nerviosa; pero no tanto como para dejar de concentrarme en lamemoria.

- Dime ¿Cómo se llama la rambla que tenemos aquí al lado, al poniente?- La Rambla Andrés.- ¿Qué clase de fósiles se encuentran principalmente en esa rambla?- Ammonites.

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- Ahora dime una cosa, la cerámica que te has encontrado, ¿a qué pobladores perte-nece?- A los Iberos.- Veo que estás interesada por las cosas. Veamos otras tres preguntas para que puedayo confiar en ti. ¿Sabes si en esta montaña hay un aljibe antiguo?- Sí, por eso se llama la partida Peña la Jipe.- Si siguieras por la rambla adelante, ¿a qué pueblo podrías llegar?- A Canales.- Bien. Por último, ¿sabes qué es un rabino?- Rabino quiere decir maestro en hebreo. Yo supongo que cuando expulsaron a losjudíos del Reino de Valencia, usted se refugiaría aquí para que no le persiguieran. Aquíse dedicaría a investigar y a escribir sobre cosas de interés. Por eso nadie del pueblo leharía daño. De ahí el nombre de la Peña Ramino o Rabino.- Bueno he visto que estás enterada de muchas cosas. Ahora te diré que “Alifaque” esuna palabra valenciana del catalán “alifac” que significa achaque, dolencia, y que lapalabra viene del árabe y “jalma” significa carga con albarda y serón, procede del latíny ambas palabras las encontramos estudiadas en el diccionario del señor Coromines yde la señora Moliner.

Me despedí, me cogió por los hombros, me dio un beso en la frente y me dijo:- Aprender es lo mejor de la vida y el esfuerzo que pones en aprender es el más recom-pensado; vete y sigue aprendiendo palabras para comprender el espíritu de las gentesque construyeron la cultura del pueblo.

Cuando desperté del sueño fui corriendo al diccionario de Coromines y encontré:

Alifac(sXV; de l´àrab al-náfab, id)m.1 VETER Bubeta o tumor sinovial localitzat a les sofrages dels cavalls, les mules, etc.2 Nafra, xacra.

Jalma(Del latín “Sagma” del griego “ságma” carga, guarniciones)f.*Albarda ligera, enjalma, ensalma, salma, sobresalma.

Alcublas, diciembre de 2008Fdo: Escoba de Boja

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VISIÓN I

No estoy loco. No soy violento. Si lo hice fue por ser coherente, por probar mi honra-dez, por autentificar mis convicciones… si le pegué un puñetazo fue porque no tuveopción, porque era la única vía para alcanzar la bondad, esa esencia tan íntimamente des-estimada por todos.

Si antes no lo hice no fue porque mi integridad me lo impidiera, fue por cobardía, porfalta de voluntad, por estar sumido en la extraña certeza de que es mejor el más quedo,el que más desapercibido pasa, el que menos daño hace. Tuve mil oportunidades, milocasiones en las que una agresión hubiera estado sobradamente justificada. Pero nuncafui capaz de responder a ningún tipo de provocación; ya fuera una mala mirada, un insul-to o una mano en mi pecho, mis reacciones no fueron más que livideces y paroxismoscomo torrentes: voz temblorosa, rigidez, tiempo que pasa como una losa. Después la ver-güenza, las palabras que se quedan por decir, la dignidad por los suelos y una incandes-cencia de puños cerrados a destiempo.

Después de mucho pensarlo llegué a la conclusión de que la única vía para convencer-me de la autenticidad del bien que hacía a los demás era hacer el mal. Sé que resulta para-dójico, extraño, cosa de alguien que no está muy bien de la cabeza o intenta justificar loinjustificable. Pero no. Saberme capaz de todo convierte mis actos en una convicción. Laviolencia ya la conozco y la rechazo porque sé lo que es, porque he sentido la insana satis-facción de sentirse poderoso, el dulce dolor que envuelve al puño agresor y la mirada delque desprecia al otro.

No hice mi elección al azar, mi víctima debía ser lo más desvalida posible, indefensa,pusilánime, incapaz de contrarrestar mi ataque… Fue fácil encontrarla, andaba agarradoa su mochila, con paso tenso y apresurado y un gesto de contenida resignación en la cara.Mi acto debía ser miserable, así que no sólo elegí a un apocado, sino que además, despuésde cruzarme con él, me di la vuelta para abordarlo por la espalda.

Mi nula experiencia en lo que a endiñar derechazos se refiere hizo que me limitara acerrar el puño para dibujar con mi brazo un semicírculo e impactar de lleno en su pómu-lo derecho.

Un gemido. Sangre. El chico en el suelo y yo mirándolo como no había mirado nunca a

VISIONES

Daniel Doblado Cortés

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nadie, sin ira, sin que las pulsaciones se alterarán, totalmente tranquilo, henchido del domi-nio que en ese momento estaba imponiendo sobre lo que en ese instante era un ser inferiora mí, sometido a mi capricho. Él me miraba como asqueado, turbado, preguntando sindecir palabra el porqué de la hinchazón que estaba comenzando a sentir en su cara.

Aún quedaba una humillación más: viendo que no se atrevía a levantarse del sueloopté por ofrecerle mi mano para ayudarle a levantarse, lo hice con un gesto rápido y deci-dido, de manera que no tuvo elección. Yo no pensaba volver a pegarle, pero estoy seguroque él pensó que si no aceptaba mi mano volvería a hacerlo. Así, que acertó a asir, con sumano temblorosa, la mía firme. Me agarró con tibieza, temeroso. Yo le ayudé a acrecen-tar su pánico con la rabia que parecía desprender el calor de mi mano, una rabia que enrealidad no era más que el ardor de quien se sabe libre. Una vez alzado, mi mano siguióen su mano, y mi mano libre fue a posarse en su hombro derecho. Yo tenía la seguridadde que no iba a pasar nada, de que si así lo hubiera deseado, nos hubiéramos mantenidohoras en esa posición, él en su parálisis y yo en mi férrea dictadura de ojos taladradores.Por comprobar su pusilanimidad, mantuve la escena un par de minutos, hasta que porfin destensé mi apretón de manos y deslicé lentamente mi mano izquierda por su hom-bro hasta perder el contacto con su brazo a la altura del codo. Noté cierto alivio de suparte, se sentía levemente liberado de lo que para él había sido una tenaza. Ahora quesólo había aire entre nuestras epidermis, lo único que me permitía mantener el manda-to era el contacto ocular. Así estuvimos, sin pestañear. Ya no había ni miedo ni resigna-ción en su cara, él no estaba, se había ido, parecía estar en otro lugar. Entregado a la pará-lisis más absoluta, su rostro inexpresivo no dejaba de mirarme.

“Escúchame”. Le dije en un golpe de voz que intenté convertir en exabrupto. “Ahora yalo sabes: el bien de nuestras vidas no puede convertirse en simple imposibilidad del mal.”

VISIÓN IIMi primer impulso, que no llegó a materializarse en ningún tipo de movimiento, fue

revolverme para encarar al anónimo agresor. Sabiendo que tal acto de valentía podía cos-tarme otro doloroso golpe, me quede en el suelo. Contuve mi rabia, mis ganas de insul-tar a ese desconocido que sin mediar gesto, señal o palabra, me había dejado tan aturdi-do. Turbado como estaba, sólo alcancé a mirarlo a los ojos pero sin mirarlo, como quienmira a un muerto y sabe que no va a recibir respuesta alguna. Él, férreo y extrañamentedesprovisto de toda violencia, me miraba metálicamente; parecía que había descargadotoda su violencia en mi rostro y no le quedaba más, incluso alcanzaba a desprender paz,y esto fue, precisamente, lo que más miedo me dio.

Coger la mano que me ofreció me proporcionó una sensación tan reconfortante comoaterradora. No sé cuanto tiempo permanecimos así, no me atrevía a hablar. Su mano, sinapretar mi mano, transmitía una tensión que me inmovilizaba. Su otra mano vino aposarse en mi hombro y mi miedo devino en ese respeto que sólo es capaz de infundirquien no necesita de la violencia para imponerse. No parecía arrepentido, tampoco orgu-lloso, sus manos dejaron de estar en contacto conmigo en el mismo momento en que yocomenzaba a sentir que mi dolor nunca fue deseado por él. Si en ese preciso instantehubiera decidido cogerme por la solapa de la camisa y amoratar el único pómulo que me

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quedaba sano, lo hubiera admitido con la misma cobardía de la primera agresión.Estando frente a frente, me pareció absurda la humillación y la quemazón que en un

primer momento había brotado en mí. Yo, que nunca había sido capaz de agredir a nadie,me veía víctima de una violencia que siempre había deseado practicar. Estaba avergon-zado, no por haber sido maltratado sin ofrecer la más mínima resistencia, sino por nohaber sabido comprender antes lo que con unas pocas palabras me explicó mi agresor.

Ahora sé que siempre odié la violencia por inercia y no por convicción, porqué no tuvedonde elegir, porque siempre tuve miedo al dolor, a no saber reaccionar con los suficien-tes arrestos. Estas pulsaciones, que siento en mi cara como si fueran agujas, me lo confir-man. La bondad, en ocasiones, no es más que la cara visible de la cobardía.

VISIÓN IIICreo que la caída de aquel muchacho me dolió porque me imaginé a mí mismo recibien-

do tal sopapo. Lo de sentir el dolor ajeno no son más que absurdas filantropías. Sólo nosduele lo que creemos que es posible también en nuestras vidas. Por eso no duele la hambru-na en el mundo, porque nadie contempla la falta de alimento como algo que puede mate-rializarse en nuestro entorno. Pero una hostia, siempre es posible y siempre duele.

Yo estaba tranquilamente sentado en mi banco de siempre, devorando las páginas deLa vida sexual de Catherine M.; buscando con avidez las páginas que describían condetalle orgías y demás actividades sexuales. Levanté la cabeza un segundo para tomaraire, ¡maldito segundo! La erección que llevaba un rato disimulando y aplastando con mimochila se vino abajo. Dejé de sentir las pulsaciones en mi pene y comencé a sentir unaleve punzada de dolor en mi cerebro, una especie de martilleo que enviado por la con-ciencia me conminaba a intervenir en pro de aquel chaval que, en contra de todo pronós-tico, estaba aceptando la mano que le ofrecía su agresor.

Por un lado, quería dejar de mirar, ya que si la agresión se reanudaba yo no tendríamás remedio que dejarme llevar por las intromisiones de mi conciencia. Por otro lado,algo me empujaba a mantener la atención, a seguir mirando como quien no tiene muchointerés pero en realidad no quiere perderse ni un detalle. La violencia, esa experienciaque nadie quiere vivir, pero que pocos se abstienen de contemplar. Apartar la mirada. Nohay porqué. Eso me dije, y cerré el libro por la página 69, dejando a Catherine en mediode una riesgosa felación en la que el beneficiario estaba conduciendo. Pudo más la exci-tación de las carnes que se golpean que el ardor de las que se rozan con fines hedonistas.

La previsión de un nuevo puñetazo se vio aumentada por la nueva posición que habí-an adquirido víctima y verdugo, este había colocado su mano izquierda en el hombroderecho de aquel. Yo pensé que para hacerle una llave espectacular y colocarlo de talmanera que al más mínimo movimiento pudiera partirle el brazo. Pero nada. Acabaronpor separarse. Cuando ya parecía que los ánimos estaban totalmente calmados, unafrase, que intuí incendiaria y no llegué a escuchar, reavivó la poca esperanza que tenía depresenciar un desenlace contundente. “Como vuelvas a… te mato”, seguro que algunaexhortación de este tipo sirvió para confirmar la pasividad del que había recibido sinrechistar. Mejor así. Hubiera sido un contratiempo tener que entrometerme a defender

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al débil, aunque en tal caso, y con el fin de proteger mi físico, podría haber recurrido aprofesar con vehemencia, -sólo por unos segundos, por supuesto- las teorías del Calíclesque defendía con naturalidad la ley del más fuerte. Y es que es tan cómodo alternar lasconvenciones sociales que nos protegen con las leyes no escritas que nos favorecen.Aunque tales disquisiciones, hechas ahora en frío, habrían sido difíciles de engarzar enaquel momento. Seguramente, si en vez de un solo impacto, se hubiera dado un despro-porcionado intercambio de golpes entre aquellos dos desconocidos; yo, viéndome inca-paz de saber si podía reducir al fuerte, habría optado por abrir de nuevo la página 69 paracomprobar como se puede compatibilizar la conducción y el placer.

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Marina era feliz en el valle, con su pequeño riachuelo que, juguetón y cantarín, la des-pertaba cada mañana con una melodía distinta, aunque le asustara cuando tras un díalluvioso le gritaba y reñía; ella no sabía porqué lo hacía, por eso, cuando el río no la que-ría se iba a la otra ventana y contemplaba la montaña, mirando cómo se mecían sus árbo-les y escuchando sus murmullos que parecían sugerirle mil cuentos de hadas y brujas.

Apenas una veintena de casas, como si de un broche se tratara, resaltaban en la partebaja de la ladera, separándolas del río pequeños huertos que lo acompañaban en su dis-currir por el valle. A medio camino entre el pueblo y el paso montañoso por donde sedejaba caer el río, entre setos y pinos, se escondía una casa de techo bajo, negro de piza-rra superpuesta y rojas paredes. En un amplio patio delantero, su verde color herbososólo se veía interrumpido por un viejo cobertizo de madera, los juegos y cantos de unaniña y el paso lento y cansado de una mujer vestida de negro: era Marina y su madreFrancisca.

Con el paso del tiempo el río había diseñado en la montaña una salida al valle, pordonde se escapaba como vulgar picarón entre callejuelas, al final de la ladera de unaredondeada loma y al inicio de un cortado labrado en piedra con multitud de salientesrocosos. Casi en la cima de la loma había una pequeña atalaya que servía como miradordel desfiladero y junto a él pasaba el camino, más que carretera, que comunicaba la aldeacon el pueblo vecino del otro lado.

A Marina, ya desde pequeña, le gustaba escabullirse por la montaña, entre los pinos,y desde una torrentera, a mitad de ladera, sobre una roca que llevaba años aguantandolos embistes de las frías aguas que por allí discurrían, recogiendo sus piernas entre losbrazos se sentaba y se quedaba como boba mirando el cortado sobre el río. ¿Qué le hacíapasarse tantas horas extasiada contemplando aquel puñado de piedras?, ¿qué imán ejer-cía sobre ella el murmullo del agua bajo aquella alta muralla?

Cuando a los doce años tuvo que ir a estudiar fuera y perdió contacto cotidiano con suvalle, cayó en lo que era aquello y porque le atraía tanto. Tumbada en la cama, mirandoel techo, con los ojos cerrados veía claramente como aquellas rocas colgadas en el corta-do, antes inertes y mudas, iban cobrando vida y transformando sus perfiles o encajandosus quebradas líneas hasta formar…¡si! era una nariz, ahora… los ojos…la boca…Ya lotenía claro: era la cara de un hombre maduro, de rasgos viriles, nariz pronunciada algoaguileña, boca grande donde apenas se dibujaba los labios, barbilla recta y redondeada,

LA ROCA Y EL AGUA

Abel Chiva

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frente ancha con surcos y pelo corto y ensortijado. Se quedó quieta sin atreverse a moverun músculo, un escalofrío le recorrió toda la espina dorsal y un nudo comenzó a hacersepaso por su garganta, realmente la estaba ahogando de emoción. No se lo podía creerpero era cierto, aquella cara la había llevado siempre con ella pero nunca había salido desu subconsciente, la fascinación que siempre sintió por aquel lugar era en realidad por-que contenía algo muy suyo, ¡ya lo sabía!, aquella cara era la de su padre, el que nuncaconoció, del que nadie le había hablado, del que ni siquiera llegó a saber de su existencia.Como si de un pacto se tratara, el silencio y el olvido presidió cualquier relación con eltema paterno: por parte de la madre y por parte de ella nunca hubo la menor mención altema ni nunca tuvieron necesidad, y por parte de los vecinos se respetó el pacto tácito, elsilencio fue total, incluso en las fechas en las que podría haber habido alguna mención oinsinuación casual inocente o perversa.

Su fantástico descubrimiento le acarreó un nuevo sufrimiento ya que si bien se sentíaenormemente atraída a contemplar aquellas rocas de cerca, sintiendo nuevas sensacio-nes, algo en su interior le decía que no era el momento y mejor esperar a madurar sunueva situación, no precipitando acontecimientos que quizás le causaran más dolor quealegría. Pero todos los fines de semana, cuando volvía a la casa del valle, sentada en supeña, contemplaba ya claramente aquella cara que permanecía inmutable; tan sólocuando se acercaba su cumpleaños aparecían como dos sombras junto a los ojos…comodos lágrimas.

Marina se fue haciendo mayor guardando en su corazón su preciado secreto y fiel a sucita semanal. Cumplió sus dieciocho años viviendo en la ciudad ya que estaba en la uni-versidad. No tenía demasiados amigos, dos o tres, y su vida transcurría junto a Francisca,sus recuerdos, los estudios y la vida social propia de una jovencita de su edad reservada yempollona aunque, eso sí, cada día más bella.

Ese mismo verano su madre cayó enferma repentinamente, el médico llamó a laambulancia y antes de partir su madre le dijo:

- Hija, no puedes venir conmigo, pero en cuanto puedas, en el hospital, tengo que con-fesarte ciertas cosas. No te inquietes y quédate tranquila, pero es necesario que lo sepasporque sólo así partiré en paz.- ¡No, mamá, no digas eso! – gimió Marina.- Tranquilízate y no temas nada que luego hablamos…La ambulancia partió y Marina con su coche la siguió con el corazón en un puño. A su

llegada a urgencias las noticias fueron más bien escasas, y pese a su insistencia en ver asu madre todo el mundo la remitía al médico de guardia. Cuando al final la llamaron porlos altavoces, la timidez de sus pasos reflejaban el temor a un fatal desenlace, era dema-siado el tiempo transcurrido desde su ingreso. Se lo dijeron muy claro: su débil corazónno había podido con tanta tristeza acumulada y silenciada en tantos años.

* * *Se vio sola, mil preguntas le acechaban en su interior, ni se imaginaba las últimas pala-

bras que su madre le podría haber dicho, sentía un profundo vértigo ante la nueva situa-

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ción que se le presentaba como asomada al mas alto rascacielos, pero en su cabeza seestaba produciendo un extraño fenómeno: como si al cerrar el capítulo de su madre seestuviera haciendo un barrado que liberaba memoria produciendo un hueco, hueco queun nuevo vendaval intentaba rellenar.

Pasaron varios días y en su interior un vacío le desgarraba las entrañas, su vida se lerepresentaba como un absurdo silencio ahora que empezaba a entender, ¡a no entendernada!.Ningún sentimiento especial dirigía sus pasos, pero una intuición especial la llevoa coger el coche y dirigirse directamente al valle, bajo del mirador, junto al río, enfrentede aquella cara que le atormentaba y de aquellos ojos que ya no lloraban.

Algo se movió en aquella mole de piedra cuando una paz la empezaba a inundar. Deaquellos labios pétreos empezaron a surgir sonidos que extrañamente entendía:

- Hija…hija mía…- Dime… ¿papá..?.- Perdóname hija… yo soy el culpable de todo, fue mi egoísmo, fueron los celos los queme cegaron. Yo maldije a la tierra, al aire y al agua; maldije a los dioses, a los hombres,a tu madre y el día en que tú naciste. Todo me hizo merecedor del castigo que arrastrotantos años: permanecer encerrado en la piedra hasta que en tu corazón haya un sitiolibre que yo pueda ocupar. Hija… perdóname…- Pero… papá…Los sollozos ahogaron sus palabras y unas lágrimas resbalaron sobre sus mejillas, cada

una que caía en el agua producía unos círculos de ondas más intensos, y del centro deellas se oyó una voz femenina:

- ¡Querida hija mía!, ¡por fin puedo hablarte!A Marina todo le daba vueltas, ¿qué madre le hablaba?, ¿qué estaba pasando?, ¿por

qué quería salir corriendo y algo muy fuerte la aferraba de esa forma a las piedras de laorilla? Poco a poco la roca y el agua, el agua y la roca le fueron desgranando la historiaque ocurrió dieciocho años atrás, historia que comenzó entre sus sollozos y que a medi-da que avanzaba la iba tranquilizando y despertando su interés y admiración. Esto fue loque le contaron:

Cuando tú naciste nos sentimos los padres más felices del mundo, vivíamos juntos contu tía Francisca. Con las tierras, el ganado y la madera del bosque gozábamos de buenaposición y éramos respetados por la gente del pueblo. Pero el vivir absortos en nuestrafelicidad provocó la envidia de algunos vecinos que empezaron primero a murmurar y,ante nuestro silencio, después a acusar y a calumniar. Tu padre, Pedro, y tu madre, María,en vez de hablar se encerraron cada vez más en si mismos y, lo que es peor, a hacer casode las habladurías. La relación, por días, fue empeorando llegando a situaciones insoste-nibles, pero lo peor de todo fueron los conatos de violencia que se empezaban a dar porlas dos partes. Descuidamos y maltratamos todo y a todos los que nos rodeaban y llega-mos a maldecir tu llegada a este mundo.

Entonces – prosiguió la madre- , cuando peor estaba la situación una fuerza des-conocida nos arrancó del suelo, y mientras nos zarandeaba por el aire nos fue dic-tando su sentencia: “a partir de hoy viviréis en forma de roca y agua, uno a los pies

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de otro, condenados a rozaros día tras día y a contemplar como vuestra hija crece sinvuestro cariño al lado de su tía, que hará el papel que vosotros no supisteis desem-peñar. Su corazón no tendrá sitio para vuestro recuerdo, y sólo cuando la necesidadde cariño le lleve a vosotros podréis ser rescatados. Solamente os dejo elegir la formade castigar a aquellos que tanto mal os hicieron una vez seáis redimidos”. Luego todoha sido silencio, tristeza y sufrimiento.

Un silencio abrumador corrió por las montañas, los boques y el valle. Marina no fueconsciente de cuanto tiempo permaneció pegada a las piedras, pero al final lentamenteescaló la ladera y se sentó en el mirador al lado del camino. La gente del pueblo empezóa desfilar delante de ella cargados con todas sus pertenencias y enseres. Cuando lo hacíael último, el más anciano se paró frente a ella y con voz queda y cabeza baja le dijo:

- Este día tenía que llegar.Ya no podía resistir más. Tantos años de ignorancia, tantos años de falta de una fami-

lia completa le hicieron estallar, una vez la gente se perdió el camino, en un grito desga-rrador: “¡Madre!, ¡padre!”.

Con un gran estruendo, la cara de rocas se precipitó contra el agua y en este gigantes-co beso de amor de padres quedó sellada la salida del río. Las aguas ascendieron anegan-do el pueblo hasta el nivel de la casita, el camino y el mirador. Marina no sabía si echar-se al agua o saltar sobre las rocas, algo le decía que estaba próximo el reencuentro, perocuando volvió la cara hacia el valle su cara se iluminó y echo a correr como una loca bus-cando la definitiva felicidad: de su casa salía humo de la chimenea y en la puerta dos per-sonas la estaban esperando.

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Cuando era pequeña, esperaba las fiestas de Navidad, como algo excepcional, no habíacolegio y ¡venían los Reyes Magos!

Mi casa siempre estaba llena de gente, también es verdad que éramos muchos herma-nos, cada uno iba a un colegio, teníamos muchos amigos y nos daban permiso para invi-tar a alguno de ellos a jugar y pasar la tarde en casa.

Esos días sucedía un hecho invariable que marcaba el inicio del año.La familia siempre se reunía el día de Año Nuevo. Entonces aún era una niña que veía

lo que sucedía a mí alrededor con ojos infantiles y una gran alegría. A mi casa acudían tíos, tías, primos, abuelos, amigos y algún que otro conocido de mis

padres; era el santo del cabeza de familia y todos venían para celebrarlo.Ese día, desde bien temprano la casa se transformaba, se guardaban las cosas que

mi madre llamaba “inútiles”, quería decir que los muchos niños que acudían, podí-an romper. Se sacaban sillas, aún no puedo explicar ni saber, de dónde salían tantas,pero allí estaban, una por comensal. Se Montaban dos grandes mesas una para lachiquillería y otra para los mayores. Cuando llegaba la hora de la merienda, comen-zaban a llegar, al rato ya estaban todos sentados, hablando, comiendo, bebiendo yfumando.

Los niños permanecíamos sentados, esperando el momento de irnos a jugar por lacasa. Al rato, entrábamos una prima y yo, a gatas en el comedor, nos escondíamos en unrincón donde nadie nos viera y permanecíamos quietas, muy calladas, atentas a lo quehablaban, aunque entonces no entendíamos nada, sólo percibíamos que eran cosassecretas o casi.

Nos enterábamos de todas las novedades familiares que habían pasado o estaban apunto de suceder, era una gaceta, repasaban todo lo sucedido (siempre y cuando el inte-resado no estuviera allí).

“El primo Luis cambió de trabajo, pero creo que no le va muy bien”, pobre.“A la prima Elena, le han pedido la mano de su hija Carmencin” (comentario)La pobre viuda de guerra, con tres hijas a su cargo, en edad de merecer, como lo ten-

drá que estar pasando, caras de congoja y pena, pobre…………, pero seguían……..“La hija de Garcés, sí el de Buñol, tío abuelo de Amparin (que era mi madre) está

embarazada después de tantos años, ahora que ya no lo esperaban” pobre…….

CUANDO ERA PEQUEÑA

Pilar Climent Corbín

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El resto de la tarde seguía por estos derroteros. Siempre nos descubrían cuando esta-ba la conversación en lo más escabroso y nos mandaban a jugar, muy enfadados, a otrahabitación.

Cuando se marchaban, la casa se quedaba vacía, silenciosa, con mucho humo y unfuerte olor a tabaco de puro (desde entonces no lo aguanto), así, hasta el año siguiente.Por la mañana al despertar todo estaba limpio y en su sitio, hasta las sillas que tanto meintrigaban, habían desaparecido, nunca le pregunte a mi madre de dónde las sacaba, eraotro misterio para mi y aún lo guardo en el inconsciente, me gusta tener muchas sillasguardadas por si las necesito para que nadie se quede de pie.

Los días festivos seguían con paseos, ir a ver los belenes de la familia, de los escapara-tes y de las iglesias, entonces aún no existía Papa Noel para los niños españoles.

Los Reyes se iban acercando al pesebre, cada día un poco mas, hasta bajarlos de loscamellos y llegar al portal de Belén.

Pero el día cumbre de las fiestas llegaba por fin, con gran expectación, emoción,muchos nervios, risas, llantos y unas sensaciones difícilmente entendidas por los adultos.

¡Era la cabalgata de Reyes!Acudíamos por la tarde cuando anochecía a la calle de la Paz, cogidos de la mano de

nuestro padre (nunca que recuerde vino mi madre) pegados a él, con los abrigos, losgorros y las bufandas, porque entonces hacía mucho frío.

Todo era mágico, las antorchas, los pajes, las calles iluminadas, por donde transcurríala cabalgata y el griterío de todos nosotros, luego, las bocas abiertas por el estupor y eltemor de algunos niños que pensaban que habían sido malos y no tendrían regalos, erauna mezcla de emociones e ingenuidad, que aún hoy perdura cuando la contemplo yacudo a la calle a verla pasar. Cuando llegaban las altas carrozas con los Reyes Magos allíarriba, con sus ropajes, las barbas, las coronas, eran de verdad los Reyes Magos. Los mirá-bamos desde las aceras en silencio, casi como un milagro, cuando tiraban caramelos, nosmatábamos a cogerlos, eran los únicos que íbamos a comer en todo el año.

Luego volvíamos a casa rápidamente, cenábamos y elucubrábamos sobre lo que trae-rían, nos acostábamos. Dejábamos unas copitas de mistela con pastas, para endulzarlesla parada y nos dejaran más cosas, pero todos los niños hacían lo mismo, tenían querepartir. Creo que aún era de noche cuando nos levantábamos sigilosamente a ver lo quenos habían traído.

Gritábamos tanto por la sorpresa, que toda la casa se despertaba; nos reñían por la hora,pero era igual, seguíamos jugando con todo, los coches, el tren, las arquitecturas, un año medejaron mi primera muñeca, no de trapo, ni de cartón, una muñeca de plástico, la sujeta-bas por la cintura y las piernas se movían, parecía que andara, era “la Güendolin”, quedó enmi memoria como la más bella y real de todas las que después he tenido, nunca la olvidaré.

Al día siguiente, otra vez al colegio, íbamos con alegría para contar a nuestros compa-ñeros nuestros regalos y todo lo que habíamos hecho.

Cuando era pequeña todo me parecía más grande y más hermoso……Lolita.

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Hacia una noche de perros. Un viento gélido barría el llano y la balsa que estaba en suextremo sur permanecía helada. Dos sombras jadeantes con un pesado fardo a la espal-da apenas la rodearon y se precipitaron por el incipiente barranco que se abría ante ellos.

Eran dos hombres, uno de ellos fuerte, atlético y cuarentón, el otro unos años mayor yde perfil más grueso venía jadeando, deteniéndose para recolocar el fardo y recuperarseaunque procuraba no perder de vista a su compañero.

Esquivando aliagas y sorteando zarzas, llegaron a unos olmos, bajo del ventisquero, ydejando la carga sobre unas piedras tomaron dos tragos de la bota. El pueblo lo tenían alalcance de la mano y su propósito era entrar lo antes posible para evitar ser vistos.

- Manuel, hemos de decidir como repartimos los borregos para que no nos echen elguante – dijo el más joven-.- Mira, José, aunque el tuyo sea más grande las ganancias tienen que ser a medias,en cuanto a dónde repartirla, yo ya la tengo colocada y ni se te ocurra ir a los mis-mos sitios que yo…- Pero Manuel, sé razonable…- A mi no vengas con hostias, y aunque me convenía hacer el viaje contigo, no mevengo jodiendo más veces que tú para que ahora me vengas con las memeces de igual-dades y demás tonterías ¡faltaría más!- Mira si te pones así, a partir de aquí cada uno se apaña con lo suyo y si te he visto nome acuerdo.- ¡Pero serás canalla! A mí con esas no ¡eh! Que no sabes con quién te la juegas…Aun no había acabado de hablar cuando le clavó el cuchillo que llevaba en la faja y lo

dejaba tieso al pie de un olmo. Sin perder un minuto arrimó el cadáver a un tronco caídoy lo tapó con piedras, ya volvería a por él al día siguiente y lo tiraría a una sima que cono-cía más allá del Codadillo, donde los pastores tiraban las ovejas muertas y nadie sospe-charía nada, ahora lo urgente era llevar la carne a buen recaudo.

La misma tensión de la situación vivida le hizo hacer los dos viajes en un tiemporecord, bajó por el barranco hasta el puente y entrando por la Mena guardó en el corrallas dos reses, aparejó el macho y el carro y se fue a labrar como si nada hubiera pasado.

En el pueblo hubo comentarios sobre la misteriosa desaparición de José, más de unole miraba distinto desde entonces, pero por una parte la falta de pruebas que lo acusaran

EL BORREGO

Abel Chiva

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y por otro lo clandestino y arriesgado del estraperlista, hizo que todo el pueblo corrieraun tupido velo de silencio y olvido.

* * *Doce años más tarde….Un sábado noche, en el reservado del casino cinco hombres miraban concentrados las

cartas que tenían en sus manos, ocho o diez mirones contenían la respiración esperandoel desenlace de la partida más fuerte de la noche. Manuel estaba algo mareado puesnunca había dejado de beber copa tras copa, el ambiente cargado del humo del tabaco lehacía estar pegajoso pese al frío que hacía. Tres jugadores iban restados y tan sólo unoaguantaba sus apuestas, toda la seguridad que tenía al principio se iba esfumando y lasdudas le empezaban a agobiar. Si perdía se le iban las ganancias y un buen pellizco de sudinero, si seguía apostando se podía quedar sin nada. Su rival subió de golpe cien pese-tas y en ese momento supo que estaba perdido…retirarse era de cobardes por eso sacó elbillete de la cartera y dejó hablar a su orgullo embotado por el alcohol:

- Voy, pero que conste que no me gustan nada los faroleros.- Todos han visto que los únicos faroles de la noche han sido tuyos a base de dinero.-le contestó.- ¡Boca arriba las cartas!, ¡fanfarrón!Su cara cambió de color, todo el orgullo que antes demostraba se convirtió en una

mueca de rabia y odio, había perdido. Haciendo un verdadero esfuerzo se levantó brus-camente derribando la silla por el suelo, apoyando las manos por los nudillos en la mesase inclinó hacia delante y mirando fijamente a la cara del otro, a escasos centímetros leespetó arrastrando cada sílaba:

- Eres un maldito tramposo y esto me lo vas apagar, te va a pasar lo mismo que al delborrego. Manuel salió pegando un portazo. La habitación quedó en silencio y en la cara de

asombro de los presentes se vieron reflejados los hechos de doce años antes.

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“¿Amparo dónde está la bufanda?”“Mira a ver si está en el perchero, que no encuentras nada.”Mariano reconocía que cada día andaba más despistado, pero claro, se decía, “cosas de

la edad, ya voy para los 80…”“¿Te falta mucho?” Inquirió Mariano.“Ché que pesat eres, ja no me falta res.”Ella, a pesar de su edad seguía conservando la coquetería de sus años jóvenes; era inca-

paz de salir a la calle sin “recomponerse”, como siempre decía.La esperaría en el balcón, aunque cada vez le daba más miedo salir. Eran también

demasiados los años de la finca. Situada a espaldas de la Lonja, allí había nacido ella ytambién su madre.

Sabía que ambos estaban al final del camino, largo camino… Estas fechas siempre lesumían en un estado de tristeza, desde su niñez, desde aquella Navidad en la posguerraque fue la que le marcó. Habían pasado años desde la guerra, pero aún así, una nochevinieron a por su padre y ya no lo volvió a ver; lo encontraron en el cementerio de Paterna,fusilado… Los años pasados no habían borrado su odio.

Asido a la barandilla recordaba las penurias pasadas, trabajando desde los quinceaños, junto a su madre, ayudados por amigos, pero aún así, poco disfrutó de juventud,de juego, de amigos… Se le iluminó la cara al recordar como conoció a Amparo, al finalde la guerra. Los frecuentes bombardeos les hacían buscar cobijo en un refugio, allá porla calle… ¿Alta? No lo recordaba bien.

Estaban apiñados, con miedo; cada vez eran más frecuentes los bombardeos y un díaallí estaba Ella, tan escuálida como la mayoría, con aquellos hermosos ojos, sonriente.

Al contrario de todos, sonreía, a todos daba ánimo, ayudaba en cualquier cosa, se des-vivía por los demás y seguía igual, bondadosa, dando de si todo su ser.

Sí, se considera el hombre más afortunado, nunca había tenido dinero, propiedades,nada, pero la vida a su lado había sido y era más de lo que podía aspirar. El ir con ella asu lado por la calle, el tenerla…lo tenía todo…bueno, casi todo….

No tardaron mucho en casarse. Tenía un trabajo como ebanista y ella cosía. No eramucho pero para los dos poco hacía falta. Se vinieron a vivir a esta casa, con su madre;no podían comprar otra, daba igual, intentarían pasar y no tener mucha familia…

ELLA

José Antonio Martínez

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Ala, ya estoy-. Oyó como Amparo le llamaba, ¿has cogido las bolsas?-. Que sí…He oídoahora en radio Valencia lo de la cesta del Mercado Central ¿quieres que vayamos a verla?-. Si no hay más remedio…iremos-.

Salieron a la calle, la Navidad estaba en todos los sitios, escaparates, gente con bolsas,regalos…cogido de la mano de Ella su pasado le acompañaba…

Tuvieron un niño, sólo uno, ¿para qué mas? Ya eran tres a pasar estrecheces… Nochesde coser Ella, él cocinando, lo de siempre. Todo por el hijo, por intentar que fuese supe-rior en todo a sus padres, que tuviese una vida mejor, un futuro… Una vida mejor… Unatriste sonrisa le marco el rostro, ¿pudieron darle? Así se decía, si darle unos estudios, elchaval servía, había que sacrificarse. Pocos cafés había tomado en esta vida en un bar,pocos lujos, ¿pocos? Ninguno… Bueno sí, el lujo de estar al lado de esta mujer, nadie selo podía permitir más que él. Sí, mirar mi ropa pasada de moda, ¿vieja? Si, pero limpia.Me da igual, esta mujer que va a mi lado vale por todo lo que me rodea. Ella es mi rega-lo, pero no como los vuestros que sólo se hacen en estas fechas… Es mi regalo continuo…

Pensaba en Pepe, su hijo, en la vida mejor que le habían proporcionado… Acabóla carrera, era trabajador, valía…Valencia se le quedaba pequeña…. y se fue, lejos,demasiado lejos, al otro lado del mar… América, tan grande, tan lejos, por un ladouna gran tristeza, por el otro, un orgullo. Que hijo tan deseado, tan amado, quetanto había costado de criar. Les llenó de orgullo, se fueron haciendo a la idea… Élreconocía estar anclado en un tiempo en que las relaciones entre las personas noeran como ahora, la amistad, la honradez, la ética… Tú eres de otro tiempo Mariano-, le decían los amigos… Sí otro tiempo.

Se casó Pepe, se separó, se volvió a casar y así, no sabía ya, creo recordar que ya va portres. Será ésta la última, pensaba, los nietos... ¿Qué nietos? Tres o cuatro. Sólo conocíanal primero, pero de eso ya hacía años… Ella era su familia en estas ¿entrañables fiestas?Ella eran sus nietos. Ella era su hijo. Ella era… su vida…

Como cada mañana que salían, daban una vuelta por la Virgen, por la Plaza de La Reina…Era una forma de andar, de no estar parados, de salir, hacer la compra… La compra… La eter-na lucha por malvivir, por estar, y luego al Mercado Central, a ver la dichosa cesta.

Después de casi cincuenta años trabajando tan sólo le quedó una reducida pensión, unreloj de bolsillo y el respeto de los compañeros. Esto último lo más apreciado por él… Lasestrecheces seguían cada vez en aumento. Pepe en la distancia siempre quiso ayudarles,pero ahí tropezó con la sangre de Mariano, hijo de aragonés, tozudo hasta la saciedad,siempre rechazó la ayuda de su hijo. Bastante tenía él con ir pagando pensiones a sus res-pectivas parejas. Pero la verdad, a Amparo a pesar de sus artes en la administración de lacasa, le costaba llegar a fin de mes… ¿A quién le importa las penurias de un tipo así?

Dio su vida por un trabajo honrado, cumplió con creces; ¿su recompensa? Pues… su casatenía más de cien años pero estaba en el centro de Valencia; contribución urbana, calle deprimera… “Pague usted y si no le embargamos...” ¿Sabían acaso que necesitaba la pensiónde un mes para pagar este impuesto? ¿A quién le importan estas personas?... Llegan losfríos… hay que calentarse… ¿brasero? Mariano sabía de los ancianos fallecidos por losdichosos braseros; Mariano sabía tanto… pero callaba, le hervía la sangre, como en sujuventud… poco más podía hacer. Y Ella ¿qué podía hacer? Pocos milagros… o muchos…

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Un día Amparo salió sola a la compra, raramente lo hacía pero ese día… “¿Esta ensa-lada?”, inquirió. Sabía de los precios de la verdura fresca, de las frutas, tan sólo cuandobajaban bastante de precio se podían permitir esos… ¿lujos?... Hasta que los almacenesno podían más no bajaban los precios… Siempre así, miseria para el campo y riquezapara el intermediario. A pagarlo el de siempre. “¿Te han salido los iguales Amparito?”Ella se reía, como siempre, esa risa tan hermosa… “Ya me contarás”-. Seguía él. “Valepasado mañana te vendrás conmigo”.

Llegó el día, Amparo cogió el carrito de la compra y ale, camino del mercat… “Marianopor favor prométeme que no hablarás, déjame hacer ¿vale?...” Qué iba a decir si Ella sebastaba en todo… No entraron dentro, Ella se dirigió a espaldas del mercado entre el pes-cado y los Santos Juanes y con toda naturalidad se dirigió a los contenedores de la basu-ra… Sí, los contenedores donde los vendedores del mercado tiraban esas frutas algo toca-das, esas verduras un tanto tocadas, esas piezas que hacían bajar del precio las mercan-cías… Eso que parece sobrarnos a todos. “Amparo yo…” “Calla por Dios y ayúdame, suje-ta esa tapa”. Él no sabía donde mirar, de vergüenza…de rabia… “¿Los ves?” Decía Ella…“Si tiran lo mejor de las lechugas, en lo blanco no hay vitaminas, ya verás que caldohago”… Cargó frutas, verduras, medio carro, luego entraron al mercado y Amparo, consu desparpajo de siempre, “póngame esos espinazos para el perro”… Tan sólo un canariotenían y regalado…

Volvieron sin hablar hasta llegar a casa… “¿y esto lo vas a repetir?”, le preguntó. “Puessí, mientras a unos les sobra a otros nos falta ¿te parece bien?...” Se tragó su orgullo, comotambién se lo tragó alguna vez que otra cuando no hubo más remedio que ir algún día acomer a la Asociación Valenciana de Caridad… Si cabía, esto le hizo admirarla aún más,sus recursos, su forma de afrontar tan penosa situación. Ella era su tesoro, su más precia-do tesoro…y era sólo de él.

Ya habían llegado al Central, vieron aquella apabullante cesta, vaya con los de radioValencia… En fin tampoco la ambicionaba, al fin y al cabo de estas fiestas lo que más legustaba eran los pastissets de moniato que Ella le hacía, y ningún mortal, ninguno dis-frutaba de ellos… “Vale vamos fuera y enseguida a casa… ¿sabes que te digo?” le espetóElla, “¿Qué íbamos a hacer nosotros con tanto embutido que hay en esa cesta? no esbueno para el colesterol, ale vamos a por lo nuestro…”

Pepe a pesar de su cierto éxito profesional no se quitaba de la cabeza su terreta, susveranos de niñez con su abuela materna en Alcublas, las discusiones con su padre, siem-pre tan reivindicativo, siempre tan… tan… superior a él… Nunca comprendió y sigue sincomprender cómo pudo sacar adelante la familia, sus estudios, nunca… Lo tenía comoalguien tan superior a él, tan distante de las necedades de la sociedad… Sabía que nuncallegaría a su altura. Se veía ya como padre, un fracaso, sin familia, sólo ellos allá… o aquí…Se había tomado unos días. Necesitaba verlos y más en estas fechas, sabía que no volve-ría, sabía que a estas edades cualquier día…

Cogió un taxi en Manises; “al Mercado Central”, dijo; “así hago una compra y les doy lasorpresa…” Le pidió al taxista ir por la zona vieja, calle Baja, etc… “Páreme en los SantosJuanes…” Pagó, se giró y allí enfrente, con toda la dignidad del mundo una pareja de ancia-nos husmeaba en los contenedores… “No pot ser… no pot ser… Pare… Mare…”

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El día había sido gris y el sol estaba totalmente oculto por las nubes, así que en aque-lla meseta daba la impresión de no existir línea de separación entre el cielo y la tierra, sololas montañas muy lejanas, casi invisibles.

Estuve despierta hasta media noche, quería oír el sonido de los lobos en la montaña,sus aullidos eran largos y profundos, suponía que serian una llamada para las hembras;daba miedo escucharlos, me hacían sentir acompañada.

Se oían muy lejos, venían de donde comenzaba el bosque, era una zona llena de altospinos, con mucho monte bajo, que poco a poco se había ido extendiendo y adueñandohasta ir cerrando las sendas, por donde antes las personas caminaban de un pueblo aotro.

Ahora era terreno de lobos. En el pueblo todos se encargaban de recomendarme, nopasear ni salir sola, a partir de las cinco de la tarde, ya que el anochecer favorecía lasincursiones de estos animales más cerca del pueblo, para conseguir comida. No teníamiedo, mi vivienda estaba a las afueras del pueblo y desde las ventanas veía el paisaje delas montañas muy lejanas.

Una mañana cuando desperté, oí un sonido, me pareció que arañaban la puesta demadera, no le hice mucho caso, pero seguía y seguía, querían llamar mi atención. Abrí lapuerta, el impacto fue duro. Era una cría de lobo, pero lo raro, fue ver a un lobo adultocorrer hasta desaparecer de mi vista.

Supuse que sería la madre, todo era irreal, nunca había leído ni escuchado nada pare-cido. Recogí al lobezno, estaba temblando quizás por el miedo, lo observe por si teníaheridas o algo roto. Nada de esto le ocurría, por lo menos aparentemente, entonces llaméal veterinario del pueblo, para que le hiciera un chequeo.

No tenía nada sólo hambre.Recordé que tenía un biberón, de cuando mi nieto era pequeño, fui a buscarlo, lo pre-

paré con leche, como no sabía la cantidad que debía darle lo llené del todo, le duró unosminutos.

Estaba perdida, inquieta, no era de risa la situación, tenía que pensar, reflexionar ytomar una decisión.

El veterinario me había dicho que no era bueno tener a un animal salvaje en casa, yolo sabía, cuando se hacen adultos sus instintos afloran y no son como los perros, aunquelo parezcan, nunca podría domesticarlo.

EL LOBO

Pilar Climent Corbín

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Mi instinto maternal me aconsejó cuidarlo, hasta que pasara el duro invierno y llega-ra la primavera, entonces sería más grande y estaría más fuerte.

Serían unos meses duros para los dos, ya que nos teníamos que acostumbrar y acoplaruno al otro. Así comenzamos el largo invierno, un día detrás de otro, me hacia todas las“perrerías” imaginadas, yo le hablaba, le explicaba las cosas que no hacía bien y las quehacía bien. Me miraba, parecía que entendía mis razonamientos o eso creía yo.

Era feliz, me servia de compañía, iba detrás de mi, siempre dormía sobre mi cama.Habíamos pasado de la leche, a las galletas, después a trozos de pan y ahora comenzába-mos con la carne, mi jubilación no daba para mucho.

Algunos vecinos me miraban mal, tenían miedo del animal, decían que cuando fueragrande se acercaría al pueblo a buscar comida.

Nada de esto me importaba.Pasó el invierno, la primavera, llegó el verano y un día desapareció.La sensación de soledad se acrecentó, me había acostumbrado a el.Y para recordarlo me comí un trozo de turrón “El Lobo”.

Nube Blanca.

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Aún recuerdo la primera vez que me comí un ratón vivo. Mi madre, siempre supuseque con la mejor intención, me lo preparó como manjar. A mí me pareció un rito de ini-ciación un tanto cruel, aunque enseguida comprendí que en la familia mi extrema sensi-bilidad no estaba bien vista y que más bien era percibida con asombro y preocupación.

- Serás adulta de verdad el día en que seas capaz de tragarte una víbora.Pero este tipo de sentencias, lejos de calmarme, me atemorizaban todavía más, hasta

el punto de que llegaba a echar los nervios por la boca cada vez que se acercaba la horade comer.

- Esto no puede seguir así, cada día estás más delgada.Papá, a modo de coda, siempre tenía la última (y prescindible) palabra en las reunio-

nes familiares. No fue un tiempo feliz. Quizá dos semanas que me parecieron dos años.Por aquel entonces, vivíamos junto a los López, en el costado de un camino que llevabahasta una urbanización de chalés en hilera. Gente acomodada que transitaba entre el tra-bajo de la oficina, un merendero con charca y arboleda que estaba a quinientos metrosde casa, y un gran centro comercial, a cinco minutos en coche. No faltaba la comida niabundaba la esperanza. Lo importante es tener salud. Por fin es viernes. Quedamos a las8. Y otras cosas que, por banales o por zafias, no quiero reproducir aquí.

He de confesar que, si bien sufrí desde pequeña estas (y otras) inadaptaciones socia-les, la causa de mi malestar nunca fue indeterminada. La culpa es de la sociedad. Y esascosas que se dicen. Buena parte de mi desajuste emocional tenía nombre y apellidos:Pablito López, un pelirrojo de seis años que no contribuía a la paz de espíritu ni a la tran-quilidad del cuerpo. El hijo de los vecinos, azuzado por las historias que le contaba supadre, decía que traíamos mal fario a la comunidad, nos llamaba bichos funerarios, y seempeñaba en resolver el conflicto a pedradas. Arrastré años de desconfianza. Yo tambiéncreí, como tantas otras, que el trigo era agua, que había un puñal oculto en cada espiga yque los hombres eran lobos no sólo para el hombre; aceituneros altivos que se matabanentre sí, envenenaban los ríos y dejaban los árboles sin pájaros en la cabeza.

Me fui. Allí la vida era un sin vivir, así que marché en busca de un lugar sosegado. Mishermanas se burlaron de mí y me llamaron cursi, mi madre envejeció de golpe y mi padredijo que el tiempo pone a cada uno en su sitio. Desde entonces este cerro observa cómoalzo el vuelo cada mañana. En esta tierra he aprendido a no ponerle puertas al campo, a

AVE, EVA

Isidro Catela Marcos

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predecir la primavera en un nevero preñado de almendros. He aquí lo que los sabios (ylos sencillos) conocen como belleza.

Mi familia me reprocha que me haya ido a vivir tan lejos, pero lo cierto es que cada vezencuentran más excusas para venir a verme a menudo. Mis hermanas revolotean de aquípara allá, sin posarse en ningún sitio, tal y como siempre han hecho. Mi madre me diceque le gusta la luz que arroja el cielo, pero que ella no podría vivir en medio de tanta tran-quilidad. Mi padre suspira y dice que no sabe a dónde iremos a parar.

He aprendido a abrir bien los ojos y a reconocer que un día pude no tener razón. Meequivocaba. Hay piedras que edifican, amores que no matan. Hay niños jugando con pie-dras que un día fueron caracoles. No siempre hay un ciprés (o una docena) abrazando aun cementerio. Hay hombres que levantaron las piedras y luego, como si de un milagrose tratara, convirtieron las piedras en pan. Puro progreso.

Me he olvidado de los López. Ahora no tengo vecinos, aunque me visitan con frecuen-cia gentes de la villa que aman, rezan, siembran y se abrazan. Con la madurez, he sabo-reado la mansedumbre de esta arcilla.

Hay quien dice, quizá por ponerle un pero a tal felicidad, que estoy muy sola. No locreo. Hoy, sin ir más lejos, ha venido un muchacho a compartir mi soledad.

- Ave, bonita, ave bonita. Despierta, Eva ...No sé por qué me llama así, ni por qué me acaricia. Sólo sé que este lugar es el mayor

paraíso al que puede aspirar una lechuza como yo.

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Un viento helado soplaba aquella noche, como de costumbre, la abuela Ulana me traíaun gran vaso de leche casi hirviendo para combatir así aquel frío que se colaba por lasmuchas rendijas que tenía la gran casa en que vivíamos.

Y allí, sepultado bajo cuatro mantas que pesaban como el plomo, caía rendido despuésde un gran día de juegos y risas, de esos que sólo uno tiene en la niñez.

Ahora, desde mi retiro, un soplo de viento me trae recuerdos de una casa fría, del panrecién horneado, del estiércol de las cuadras, del ladrido de Montaña, de mi amigo Julián,del olor a tierra mojada, de tantas cosas…

No añoro nada, sonrío con el recuerdo, disfruto al cerrar los ojos y viajar al lugar que paramí era un refugio, donde inventaba historias, compraba y vendía, me transformaba en espa-dachín y guerrero que salvaba princesas y perseguía dragones en países encantados.

Recuerdo las tardes de aquellos veranos que parecían no tener fin, los nubarrones sur-caban repentinamente el cielo, los truenos y relámpagos estallaban con fuerza, y en lascasas se rezaba el rosario y se aclamaba a Santa Bárbara coreando los chiquillos “Amén”.

Asomados a las puertas observábamos un gran río que bajaba la calle que decían laNueva, sorteando las piedras y surcos que las caballerías dejaban a su paso.

Al anochecer empezaban a llegar, cual un enjambre, los hombres del campo, duros ycurtidos, con raíces muy profundas en la tierra a la que día a día trataban de arrancar losfrutos que un buen año de cosecha regalaría.

A veces a lo lejos se veía una gran nube de polvo que me hacía imaginar a un ejércitode caballeros con espadas y armaduras relucientes, cabalgando a la conquista del castilloque todo pueblo creía yo debía tener. La nube se acercaba y los caballeros poco a poco setransformaban en un ejército de ovejas que, capitaneadas por su alférez, atravesaban elpueblo a su encuentro con el Real camino que las llevara a tierras cálidas y fértiles en lasque pasar el largo invierno.

Los juegos se sucedían sin descanso: ahora indios, batallas de cruzados, caravanas decamellos, palacios con princesas, jardines colgantes, lugares de magia que la imaginaciónhacía realidad, sueños que se fueron sucediendo…

Y ahora, desde el Mirador de la Torre vuelvo la vista atrás, la Rosa de los Vientos sigueahí, indicando el rumbo a los viajeros infatigables, señalando el norte, el rincón de missueños, los que no se cumplieron, los que siguen ahí, en el Rincón del Bajá.

Martín. Abad del Monasterio de Santa Margarida

EL RINCÓN DEL BAJÁ

Charo Alcaide Verdés

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De las cuevas conocemos su entrada, pero ¿conocemos su interior?Junto a esa historia que se enseña en las escuelas, junto a esa historia oficial del

mundo, dicen que existe otra paralela, una historia secreta que se va trasmitiendo sóloentre los iniciados, como si de una religión oculta se tratara. De vez en cuando, por acci-dente, se produce alguna filtración y algunos retazos afloran hasta el público, que inca-paz de interpretarlos los trasforma en leyendas. Precisamente sobre uno de estos retazosvamos a hablar en las líneas que siguen, pero vamos a hacerlo como se merece, no comouna leyenda, sino como un trocito de esa otra realidad que por lo general nos pasa des-apercibida. La aventura que voy a contaros me la contaba mi abuela de pequeña, y suabuela le decía que a ella, a su vez, se la contó su abuela y así sucesivamente durantemuchas generaciones…

Hace mucho, mucho tiempo, antes de los íberos y de los romanos, vivieron en estastierras unas gentes que no se relacionaban con otros pueblos, que vivían aisladas en losmontes y a las que raramente se veía fuera de su territorio. Su modo de vida era un tantopeculiar, puesto que no vivían en casas sino en cuevas, al estilo de los trogloditas, y aun-que cultivaban alguna pequeña porción de tierra subsistían principalmente de la recolec-ción de frutos y plantas silvestres, y de algunas cabras que criaban, pero sobre todo viví-an de las ofrendas que les hacían aquellos que solicitaban sus servicios. Y es que el pue-blo de las cuevas vivía de la sanación de enfermedades y de la adivinación del futuro, eranlos llamados alvas, palabra que era la unión de los términos “al”, que significa blanco/a obueno, y la palabra “vas”, magia: los magos blancos o magos buenos, a los que algunos,por su forma de vida, llamaban también los magos de las cuevas, los “al-cu-vas”.

Además de tener su residencia en cuevas, los alvas tenían varios lugares sagrados, enlos que celebraban sus reuniones y ritos colectivos. En su culto, relacionado con la madrenaturaleza –la cueva, al fin y al cabo no es más que una especie de útero, de espacio decreación y generación, el vientre de la madre naturaleza- el ritmo de las celebraciones ibaunido a los fenómenos naturales, al Sol, la Luna, los astros y las Estaciones del año.

Precisamente con las Estaciones estaban relacionados directamente cuatro de loslugares más sagrados para este pueblo, todos ellos situados en el Monte del Sol, el queellos llamaban la cumbre del Sol, el “Sol Ana”: cada una de las estaciones del año estabarepresentada por una cueva, de la que debían nacer todos los bienes para el pueblo alva

LA LEYENDA DE LOS ALVAS

José Luís Alcaide Verdés

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para ese periodo del año, y en ella celebraban una serie de ritos propiciatorios.Así, al Norte estaba la Cueva del Invierno, en cuya entrada el saúco se extendía con

enorme vigor: de sus frutos macerados obtenían una especie de licor que utilizaban enlas ceremonias dentro de la cueva a la luz de las antorchas, y de sus hojas, flores y raícesobtenían remedios para diferentes males; al Este se encontraba la Cueva del Otoño,situada junto a una fuente que brotaba entre las rocas, cuyas aguas tenían poderes mági-cos si eran acompañadas del ritual adecuado; al Sur la Cueva del Verano, situada junto auna charca en la que celebraban rituales de purificación. Los extranjeros llamaban a estabalsa la Balsa del Silbido, porque cuando soplaba viento de la cercana gruta salía un sil-bido que muchos consideraban sobrenatural. Finalmente, en el lado Oeste, se encontra-ba la Cueva de la Primavera, en la que se celebraba el ritual de iniciación de los alvas, elnacimiento a la magia.

El otro lugar mágico de este pueblo estaba junto al Monte del Sol, en la que llamabanLa Silla, un mirador que dominaba el valle de las cuevas blancas, en el que una enormepiedra monolítica con forma de silla servía de trono al maestro de los magos durante lascelebraciones y bendiciones de los solsticios y equinoccios.

La vida de este pueblo era sencilla y relativamente tranquila, lo era hasta que ocurrióalgo que las antiguas profecías venían anunciando desde hacía siglos: el día que el arcoiris se rompiese en dos, algo más se rompería en el mundo de los alvas. Un día de marzo,durante una fuerte tormenta acompañada de granizo, nació en la Cueva del Duende unniño recio, un niño moreno con una gran mancha en el brazo derecho con forma, decíala matrona, de cría de lagarto de agua, y así le llamaron: “Ran-Co”. Ese día, bajo la tierra,se pudo sentir un leve pero prolongado temblor. Ese día nació también la bestia.

Ranco creció como un niño más, y al alcanzar la mayoría de edad fue iniciado en lamagia como cualquier otro alva. Pronto se destacó como un gran mago de aptitudesexcepcionales, pero pronto también empezó a hacer gala de una soberbia que con fre-cuencia le enfrentaba con el resto de los magos, hasta que un día pretendió con malasartes que se le nombrara Maestro Mayor, sin respetar la edad ni la jerarquía establecidas.El mal uso de la magia provocó que el Consejo de Magos decidiera que debía ser deste-rrado durante cinco años para que reflexionara, y que luego, si demostraba un cambió ensu actitud, podría regresar y ser uno más de los magos.

Los cinco años pasaron y Ranco regresó, pero lejos de volver humilde lo hizo conver-tido en un “ne-va”, un mago negro dispuesto a vengarse, cabalgando sobre un espantosodragón alado. La bestia, cabalgada por el neva como si de un terrible caballo de guerra setratara, agarró entre sus garras una inmensa roca y volando se elevó por encima de laCueva del Invierno para, con un gesto furibundo, arrojarla con fuerza sobre la cavidad,aplastando la gran bóveda. Al disiparse la enorme polvareda levantada por el impacto, elneva comprobó que había fallado en sus propósitos ya que los magos habían huido poruna galería hacia el interior de la montaña. Agarrando de nuevo la enorme roca se diri-gieron hacia la Cueva del Otoño, siguiente lugar en el que los magos podían ocultarse,repitiendo el lanzamiento y fallando de nuevo. La tercera cueva, junto a la Balsa delSilbido quedó también destruida.

A pesar de la terrible pérdida de sus cuevas sagradas, los alvas consiguieron ganar el

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tiempo necesario para preparar el conjuro con el que intentar detener al monstruo, yalcanzaron la Cueva de la Primavera. Allí se ocultaron en la segunda cámara, esperandola llegada del malvado neva: en la primera cámara habían creado una red de energíacomprimida que sólo esperaba a ser liberada para atrapar a todo ser vivo que se le pusie-ra por delante. Y esa liberación se produjo precisamente gracias al impacto de la roca lan-zada por la bestia.

El malvado mago negro fue destruido por el conjuro y la bestia fue atada con una grue-sa cadena de eslabones de oro y encerrada en la Cueva de la Iniciación, la más mágica detodas, en la hoy llamada Cueva del Moro, en la pared de la Peña Ramiro, y allí permane-ce silenciada e invisible gracias a un poderoso encantamiento para el que fue necesariounir las fuerzas y saberes de todos los alvas. El resto de grutas, comunicadas entre sí a tra-vés de la Cueva Madre de la Sol Ana, fueron selladas por los magos con piedras y con unconjuro para evitar que la energía maligna pudiera escapar, y que ningún humano pudie-ra nunca penetrar en ellas. Después abandonaron estas tierras y se dirigieron hacia elNoreste, hacia el Monte Mayor, y alrededor de este fundaron su nuevo Reino de lasCuevas Blancas, el que llamaron “Cu Al On” lo suficientemente alejado de las Alcuvas,pero al mismo tiempo lo suficientemente cerca como para vigilar que no escapase nuncala bestia.

Aún así, en la noche del solsticio de verano, la hoy llamada Noche de San Juan, dicenque en el momento en el que la Luna se encuentra en su punto más alto, un pálido rayode luz penetra por un agujero de la montaña y hace relucir los eslabones de la cadena,que se presentan fríos e intocables, como la invisible criatura a la que sujetan. Cerca, enuna pequeña ladera del monte de inverosímil acceso, en lo que las gentes llaman ElHuerto, esa misma noche florece una misteriosa flor de extraño aroma: dicen que quienla corta, si pronuncia las palabras ocultas, pasa a ser uno de los magos de las cuevas, pasaa ser uno de los alvas.

Yo desconozco lo que de real pueda haber en esta historia que me relataba mi abuela,pero parándome a pensar un poco, alrededor de mi pueblo puedo contar hasta doce cue-vas: la Sabuquera, la de los Abuelos, la del Duende, la de la Roza, la del Moro, la de laHiedra, la de la Campana, la de la Dotora… Lo cierto es que nunca he penetrado muchoen ellas, pero en todas hay piedras que parecen cerrar un camino…

… Y quién sabe, a lo mejor ese es el camino que lleva hasta la bestia, hasta el reino ocul-to de las Alcuvas, el reino de las cuevas de la magia blanca.

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SEGUNDO CERTAMEN

2009 / 2010

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El fresco de la mañana la hizo temblar momentáneamente cuando salió de lacasa. A los pocos pasos de alejarse ya se había acostumbrado y saboreaba aquellahumedad tan poco usual en las mañanas de junio. La neblina empezaba a desapa-recer, pero el sol tardaría un rato en salir, justo más o menos lo que tardarían en lle-gar al bancal.

Sus hermanas Mariem y Nuzeya intentaban seguir sus largos pasos medio dormi-das, con los ojos legañosos y dando trompicones con los canastos llenos sobre suscabezas.

- ¡Llevad más cuidado o tiraréis todos los bulbos por tierra! No quería que nada las retrasase, porque hoy tenían muchas tareas: primero el

trabajo en el campo, luego con los animales, preparar la comida, por la tarde denuevo los animales, y por fin al anochecer, después de la cena, podría ir a ver a suabuela.

Todos los atardeceres del año iba a visitarla y le hacía compañía durante un tiem-po que siempre se le hacía corto allí, escuchando boquiabierta sus historias, apren-diendo sus oraciones, descubriendo las palabras que se escondían tras cada hierba,tras cada signo, tras cada forma…

Lo cierto es que las tareas del día eran más o menos las de un día normal de fina-les de primavera, solo que ella estaba especialmente nerviosa, aquella noche le habíaprometido algo. Debían plantar todos los bulbos de azafrán antes de que el sol estu-viese alto, y la dura tarea en cuclillas se les hizo sin embargo dulce porque les hacíailusión, porque era la primera vez que se plantaba algo en aquel bancal, construidoese mismo invierno por su padre y sus hermanos con mucho esfuerzo. Una cosechade azafrán era una buena forma de estrenarlo.

Aquella noche la habitación olía a tomillo y a salvia, y en el hogar un fuego vivole dio la bienvenida. Su abuela la esperaba cubierta con un extraño velo de color rojointenso que nunca antes le había visto puesto. La sentó frente a ella y cogiéndole lasmanos le habló con esa suavidad que dan los años y la sabiduría:

- Zayda, dentro de poco me sustituirás y te convertirás en “los ojos” de la familia.Tuya será la responsabilidad de interpretar los signos para saber tomar las decisio-nes adecuadas… Toma, esto te ayudará a no equivocarte-, y de una pequeña bolsa

LA ROSA DEL AZAFRÁN

José Luís Alcaide Verdés

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que escondía en el pecho sacó la brillante piedra azul que tantas veces le había vistoacariciar entre los dedos, y se la entregó, cerrando con fuerza la mano que la recibía,como asegurándose de que iba a estar allí durante mucho, mucho tiempo.

- ¡Pero abuela, tú vas a seguir siendo nuestros ojos durante muchos años más!-,protestó, aunque sabía que los ojos de la abuela Sarai brillaban cada día más débil-mente, como la luz gastada y tímida de un candil poco antes de apagarse, un candilcuya luz se extinguió a los pocos días.

El verano llegó y con él comenzó un tiempo de incertidumbres: las “razzias” de loscristianos eran cada vez más frecuentes y las tropas invasoras más numerosas. En elambiente la preocupación era cada vez mayor ante la inseguridad que se vivía y antelas noticias que llegaban de la cada vez más desdibujada y cercana frontera, de modoque fue convocado el Consejo de la aldea. Reunidos los ancianos en la mezquita sediscutió sobre qué debían hacer: ellos no eran guerreros para luchar, y tampoco ibana huir de las tierras en las que ya vivían sus tatarabuelos, esas tierras que con tantoesfuerzo habían robado al monte… Entre los vecinos de la aldea la resignación fuela actitud más generalizada, la mayoría decían que los cristianos eran tolerantes yque si no se les oponía resistencia todo seguiría igual. Se acordó que, llegado el caso,se mostrarían sumisos y colaborarían con los guerreros cristianos. Pero los signos nodecían eso, Zayda sabía que era cuestión de tiempo, que sólo serían tolerantes con-sigo mismos y que ciertas cosas cambiarían y mucho.

* * *El viento soplaba con fuerza junto al manantial mientras bajaba los escalones de

la cava hasta llegar al agua. Agachándose llenó el cántaro que llevaba. Desde allí elaire se escuchaba silbar agudo afuera y se le iban a una las ganas de salir, sólo laoscuridad y el repentino frío húmedo parecían empujarla hacia el exterior.

La oscuridad y el repentino frío, sí, pero también aquella pequeña piedra queguardaba en su bolsillo y que de tanto en tanto tocaba con gesto mecánico, comopara asegurarse de que seguía depositada allí. Entrecerró los párpados para evitarque le entrase polvo en los ojos y salió del pozo con decisión hacia la casa.Empujando el portillo entró con un golpe de aire que removió el interior e hizo tem-blar la luz del candil y las llamas del hogar. En una mesilla sus dos hermanas peque-ñas se afanaban en moler trigo para preparar sémola. Ella se refugió en un rincón,a escondidas de sus miradas. Aquella mañana había ocurrido el último de los hechosque la empujaron a tomar su decisión: al mediodía un gavilán dio varias vueltas encírculo sobre la aldea y de repente cayó fulminado frente al pozo. Eran ya demasia-dos signos para ignorarlos, así que sería “los ojos” de la familia.

Sin querer pensarlo mucho estiró la mano con la palma hacia arriba e hizo unbreve corte con un cuchillo en la yema de su dedo corazón. Breves gotas empezarona caer, tintando de bermellón el agua del recipiente: una, dos,…quince… Tras ven-dar la herida con una tira de tela, retiró con cuidado el pequeño lebrillo y lo sacó dela casa. El aire había cesado y desde un cielo limpio y claro la luna casi llena ilumi-naba con fuerza los campos. Las piedras alineadas de los bancales parecían hilos de

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una enorme telaraña plateada, y en su centro la casa con su porche, y el corral conla era. En medio de ésta colocó con cuidado el cuenco, y hurgando entre las ropassacó la piedra azul y la dejó caer con triste suavidad dentro del agua. Después se reti-ró a dormir.

Apenas clareaba cuando se despertó y salió apresuradamente a la era, esperandoque nadie la viese. Introdujo la mano en el agua fría y sacó la piedra sin mirarla,guardándola en su bolsa. Arrojó el agua al barranco y volvió a casa. La mañanatranscurrió como de costumbre: después de avivar la lumbre y tomar algo para des-ayunar, preparó un hatillo con comida para los hombres y marchó con sus herma-nas al corral para sacar las cabras. Las acompañó durante un rato y luego volvió apreparar la comida. Ese día el guiso sería sencillo, porque quería preparar pan paratoda la semana y amasar y preparar el horno le iba a quitar bastante tiempo.

Después de comer aprovechó la calidez de la tarde para hacer un viaje al pozo apor agua: en secreto confiaba en tener la soledad necesaria para leer en la piedra elresultado del sortilegio de la noche anterior. Lo podría haber hecho a lo largo de lamañana pero deseaba hacerlo con tranquilidad, lentamente, para tener la certeza deinterpretar sin lugar a dudas los signos, tal y como le había enseñado su abuela. Enel fondo retrasaba el momento a conciencia, porque sabía que las otras señales quehabía observado las últimas semanas eran inequívocas.

Sentada de medio lado levantó la piedra al sol, y el tono rosáceo algo lechoso quehabía adquirido por la noche dejó entrever unas líneas rojas entrelazadas. A los

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pocos segundos cerró los ojos y las líneas permanecieron en sus pupilas con muchaclaridad, inmóviles y destacadas entre destellos amarillos que se movían alrededor.Ella se concentró un buen rato y permaneció así, con los ojos cerrados, hasta que laslíneas desaparecieron por completo y mucho más, hasta que el fresco del atardecerla hizo volver en sí. El final estaba próximo y era ineludible.

Una tarde, aproximadamente al mes de la reunión del Consejo de la Aldea, llegócorriendo el hijo de Ibn Kasim, vecino de Zayda: jadeaba y apenas se entendía lo quedecía aceleradamente. Una nube de polvo se aproximaba a la aldea por el camino deXérica. No podía ser nada bueno. Los ancianos se reunieron aprisa y decidieronesperar en la entrada a la aldea, mientras el resto de la gente se encerraba expectan-te en sus casas. Al cabo del rato llegó el sonido de caballos acercándose e hicieron suaparición al galope ocho jinetes sin armadura ni escudo, con lanza y una larga espa-da colgada al costado de su cabalgadura: eran la avanzadilla de un gran grupo queya estaba próximo, a juzgar por la nube que se acercaba. Tras hacerse una rápidacomposición de lugar, el que mandaba a los exploradores dio un par de órdenes ycinco de los jinetes se desplegaron por la aldea al tiempo que los otros tres se acer-caban al Consejo. De ellos uno era un renegado al servicio de los cristianos quecomunicó con altivez que las tropas del rey Jaime de Aragón iban a pasar la nocheen aquella aldea, y que nada malo ocurriría si les ayudaban en todo lo que necesita-sen. Al poco unos ciento cincuenta guerreros a caballo y un gran número de escude-ros y porteadores con mulos comenzaron a llegar, una multitud ruidosa que montósu campamento en torno al pozo, invadiéndolo todo. En las casas los niños llorabanasustados en brazos de sus madres, temerosas de que el llanto pudiese molestar a losinvasores. Aquel día la palabra guerra dejó de ser una noticia traída de vez en cuan-do por algún viajero, para convertirse en una realidad temblorosa.

* * *El sol del amanecer surgía desde el mar entre Dàniyya y Xàbea cuando, acabada

la oración, Zayda y sus hermanas comenzaron a recoger en cuclillas las pequeñasflores. Trabajar como jornaleras era duro, pero sabían que no siempre sería así, queera algo transitorio, como transitoria era su presencia en aquel reino. Hacía casi dosaños que habían abandonado su casa en la Alqubba y habían comenzado su viajehacia el Sur, y un año desde que los cristianos conquistaron Balansiya. La guerraparecía haber concluido, pero todos sabían que era algo momentáneo, como el ins-tante de respiro que el corredor se toma antes de volver a iniciar con más fuerza sucarrera.

Si, en cierto modo existía un paralelismo entre el ritmo de la guerra y su viaje, suhuida hacia una nueva tierra donde no sentirse amenazadas. De momento todosería provisional, todo sería efímero salvo sus esperanzas y sus recuerdos, salvoaquellos hermosos sueños de futuro que una vez tuvieron sembrando bulbos en unpequeño bancal, aquellos sueños que ningún invasor podría nunca arrebatarles, quepervivirán para siempre encerrados en el color violeta de cada nueva rosa de aza-frán.

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Era la década de los años treinta, en esa casa de un pueblo del interior de La Serraníatodo transcurría conforme a los nuevos tiempos que habían llegado. La familia era decarácter liberal y demócrata, tenían varios hijos, y una buena hacienda para lo que habíapor aquellos años. Los padres se preocupaban que todos sus hijos tuviesen cultura, quefueran a la escuela y a repaso nocturno, eran amantes de la lectura. A uno de los hijosmedianos le dio por ser músico, así que llegó a tocar en una de las bandas existentes enla localidad, (en aquellos años habían dos bandas de música en el pueblo, La llamadaMúsica Primitiva y la que salió de la escisión de esta, La Santa Cecilia).

El hijo mayor se preocupó por todas las noticias que iban llegando de la ciudad, sobretodo en lo referente a política, empezó a bajar a Valencia, así como a desplazarse aMadrid, para ver y escuchar a los grandes oradores de aquella época, (hacer estos despla-zamientos en esos años sería bastante costoso, tanto en el tiempo, como en lo económi-co). Decirle a los padres, mañana me voy a Madrid a un mitin de Azaña, ya volveré,supongo que sería un poco fuerte, así como ellos tener muy claro el sentimiento, perso-nalidad e ideas de ese hijo.

Dicen aquellos que los conocieron, que la cuadrilla de amigos de este hijo en aquellosaños fueron la envidia de propios y extraños, participaban en todo, se lo pasaban genial,se prepararon en una partida un poco alejada del pueblo, una caseta para ir de cacería ytener sus buenas juergas y no molestar a nadie. Hasta una novia que tuvo, le bordó unabandera. Participaban en los carnavales, vamos que los vientos de libertad que les llega-ron, supieron aprovecharlos y subirse al tren de lo que pasaba y llegaba desde la comar-ca, la capital de la provincia y otras latitudes un poco más lejanas

Compraron tierras, las pusieron en producción, eran una familia reservada, no les gus-taba ir dando la nota, pero fueron vanguardistas para aquellos años. Me han contado queel padre ya optaba por la diversificación de productos, es decir, tener de todo un poco, sila tierra creía era buena para la viña, pues a plantar, y así con olivos, algarrobos, almen-dros, sembradura, etc. Hasta se permitía tener un trozo cerca del pueblo para plantartomates, lechugas, patatas, cebollas, etc. Por descontado tenían un buen trul donde obte-nían uno de los mejores vinos de la localidad. La madre y las hermanas se encargaban delas labores propias de la casa, pero también solían echar una mano en los momentos dela recogida.

EN ESTA CASA NO ESTAMOSPARA MÚSICAS

Serafín Martínez Marz

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Fueron unos años de bonanza, tanto en lo económico, social, cultural y todo aquelloque estuviese relacionado con el desarrollo y crecimiento del pueblo, todo era felicidad yarmonía en aquella familia. El hijo músico seguía con sus ensayos, salidas a los pueblosvecinos a tocar con la banda, eran contratados para amenizar las fiestas en localidadesdonde no había banda de música. El hijo mayor se afilió a un partido político republica-no, (normal en aquel ambiente que se respiraba en aquella casa).

Pero llegó lo que nadie quería que llegase, la sublevación de parte del ejército contra elgobierno elegido democráticamente por el pueblo. En aquella casa, como en tantas de lacomarca, ya nada fue igual, todo quedó paralizado y roto por los acontecimientos que seiban produciendo. El hijo mayor tuvo que marcharse al frente, quedándose el padre conlos más pequeños llevando la hacienda adelante, pero el siguiente también fue llamado afilas, (los llamados de la quinta del biberón).

Termina la contienda y tienen suerte de volver los dos sanos y salvos. Pero ahora escuando de verdad comienza el calvario para esta familia. Al hijo que se había incorpora-do tarde, por ser más joven, lo llaman para realizar el servicio militar, destinándolo a undestino lejano, y al mayor, (que era un trozo de pan incapaz de hacer daño a nadie) esacusado por sus ideas políticas y encarcelado. Así que toda la alegría que había en aque-lla casa desaparece, dando paso a unos momentos de tensión e incertidumbre por la penaque le podía caer al hijo que estaba preso. La familia se vuelca buscando e intentando porconocidos hacer todo lo posible para sacarlo, pero de momento no dan el fruto esperado.

Siendo por esos días cuando las autoridades locales deciden reorganizar la banda demúsica local, presentándose algún responsable de la mencionada banda en esta casa parahablar con los padres y decirles que vuelva el hijo músico a la banda. Es entonces cuan-do la madre coge el instrumento, (que era bastante grande) y les contesta: “ahí tenéis elinstrumento, en esta casa en estos momentos no estamos para músicas.”

Ya nada volvió a ser como era, ni el músico volvió a tocar, ni el otro cuando salió de laprisión tuvo ganas de nada. Como recuerdo y homenaje a todas aquellas familias denuestra comarca que quedaron rotas y destrozadas para siempre, por los acontecimien-tos que les tocó vivir.

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Durante muchos años el mundo para mí fue doloroso, tenía el corazón cansado ysin fuerzas. Luchaba para que en mi entorno, no se notara el agotamiento que pade-cía y los que me querían no sufrieran por mi enfermedad.

Cualquier cosa me afectaba y hacía de mi un ser enfermo y quebradizo, sin ganasde hacer muchas cosas que requerían un gran esfuerzo y dejando de realizar otrasque representaban un sacrificio añadido a mi cuerpo. Aunque siempre encontrabauna justificación muy apropiada para no declarar abiertamente de lo que era inca-paz de hacer, porque mi apariencia no se correspondía con la realidad.

Cada día que pasaba era peor notaba que el deterioro se aceleraba rápidamente.El camino de regreso hacia mi hogar era largo y tortuoso, esa caminata me amar-

ga siempre el final de cada día, pensaba que no sería capaz de llegar y tendría quepedir ayuda; esto me hacía llorar y reflexionar sobre el valor de la salud, porque eraalgo de lo que yo no poseía.

Sólo el simple hecho de hacer una cama, me resultaba muy penoso. Sentía cierta envidia por todos aquellos que veía correr, bailar en una palabra

vivir sin agotarse, sin sentir que las fuerzas te van abandonando poco a poco.Un día despierto en una habitación llena de cables y aparatos, sin ventanas, no

podía distinguir si era de día o de noche, la luz era blanca de tubos de neón y el silen-cio sólo era roto por el sonido de las muchas máquinas que se encontraban a mí alre-dedor.

Mi cuerpo estaba conectado a ellas, por infinidad de cables, gomas y parches,sentí como si formara parte de este decorado.

Estaba inmovilizada, el dolor era terrible, sólo respirar requería un gran esfuerzopor mi parte y el menor movimiento lo acrecentaba, aunque la ayuda externa eramuy valiosa, sabía que aquellos aparatos hacían un gran esfuerzo por mantenermecon vida.

Permanecí en esa sala mucho tiempo, interminable y angustioso, sólo pensando yreflexionando.

Fueron pasando las horas, los minutos, los segundos, cada día me sentía mejor ynecesitaba menos ayuda.

A LA VIDA

Pilar Climent Corbín

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Un día me incorporaron, contemplé el mundo que me rodeaba, descubrí todo loque tenía alrededor ¡Era tétrico! Aparatos, aparatos, camas, máquinas, máquinas…

Entonces descubrí que respiraba por mi misma, que podía moverme, hablar, sen-tir el gusto, el frío, el calor, llorar, reír, sudar, quejarme y amar.

Lo descubrí en unos segundos de dolor, estaba viva, había nacido otra vez y mimundo era el mismo, nada había cambiado, sólo yo.

Lo contemple agradecida, entonces percibí el soly soñé con la vida.

Mafalda.

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Quizás no sea el mejor momento de mi vida para escribir. Aquí estoy, solo, como siem-pre lo he estado. Recuerdo los días en que no estaba solo o pensaba que así era. Aunquela soledad siempre me ha acompañado durante toda la vida, incluso cuando creía que erafeliz.

Quiero remontarme unos cuantos años atrás, cuando no era tan viejo aunque en elfondo siempre lo fui. Siempre dijeron de mí que era un niño introvertido, después queera un joven tímido y cuando llegué a ser un adulto se conformaban con decir que erararo. Si te encasillan estas perdido, sobre todo en un pueblo tan pequeño como este en elque todos nos conocemos o eso creemos.

Mi historia la verdad no es nada interesante, aunque a lo mejor por ese mismo moti-vo si que lo sea.

Crecí en una casa cerca de la plaza de San Agustín en una época que la verdad no fuemuy prospera. Aun así, nunca nos falto comida ni a mis cuatro hermanos ni a mí, peroen casa se podían contar lo muebles con los dedos de una mano.

Yo era el mayor de los cinco sin embargo para mi desgracia soy el único que vivo.La tristeza entró en mi casa cuando cumplía diez años. Mi madre murió en el parto

del que seria su sexto hijo. Con la muerte de mi madre entré en un pozo oscuro. Mucho más oscuro de lo que

podéis imaginaros. Soñaba con la muerte, pero no con temor sino con excitación. Ya nopodía controlar mis pensamientos, solo faltaba un empujoncito para pasar a los hechosy así fue.

Solo tenia veinte años cuando en las fiestas de San Antón conseguí que una moza delpueblo me acompañara a dar una vuelta por la noche. Fue uno de los momentos más feli-ces de mi vida. Con la mano izquierda la sujetaba del cuello para que no gritara y con laotra la apuñalaba una y otra vez, la sangre me salpicaba la cara y a ella en el fondo creoque le gustaba. Después la troceé en pedacitos y nos la comimos.

A la muerte de mi madre decidí encargarme de mis hermanos y también de la cocina,por eso ninguno se extrañó cuando prepare una caldereta con una carne exquisita.

Con el paso de los años el comer carne humana se convirtió en algo cotidiano perocada vez mas sofisticado.

NUNCA ME GUSTARON LASESDRÚJULAS

Juan A. Pérez Melgar

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Las víctimas tenía que buscarlas en los pueblos de los alrededores. Algunas eran deVillar o de Casinos, incluso alguna vez llegue a bajar a Valencia.

Pasaron los años y murió primero mi padre y después uno detrás de otro mis cuatrohermanos. Solo quedo yo. La policía nunca sospechó de mi, ni sospecha.

Ahora cuando ya casi no tengo fuerzas ni para levantarme, me he enterado que en elpueblo hay una Asociación Cultural, quizás un poco progre para mi gusto, la cual va ahacer una especie de concurso literario. Entonces decidí mandar este escrito. Espero queperdonéis mis faltas de ortografía ya que lo único que recuerdo de mi maestro DonAntonio se remonta a una noche que intente contarle lo que me pasaba. Él sobresaltadome dijo que era un antropófago. Yo lo miré de una manera indiferente y le contesté: -Nunca me gustaron las esdrújulas- . Me lo comí ese mismo día. Sin buscar el morbotengo que decir que para ser un viejo su carne estaba bastante tierna.

Dicho esto no quiero que malinterpretéis mis intenciones, mi objetivo no es el perdónni la condena. Simplemente es para que estéis alerta, porque tengo hambre y se estáhaciendo de noche.

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¡Chiquilla, mañana por la noche no cenaremos abadejo!Mi padre venia contento, con su vieja escopeta de un solo cañón, había matado dos

conejos, dejaríamos el abadejo y comeríamos cazera.Yo, mientras mi padre se había ido a cazar, me había quedado a la puerta de la bode-

ga, viendo pasar a la gente que volvía del campo.Mañana tengo que ir al pueblo con una carga de olivas, tengo miedo, pero mi padre

me ha dicho que tengo que ir.Cenamos en silencio, mi padre no era muy hablador, sé que sabía hacer de todo, pero

conmigo hablaba poco, la mayoría de veces era para decirme lo que tenía que hacer. Peroyo le quería mucho, siempre estaba procurando por madre y por nosotros, sus hijos.

¡Bueno, ya tienes cargao el macho!, padre si es de noche, pues claro que es de noche.Así como vas cara el pueblo, te encontrarás a los hombres de cara y les puedes pregun-

tar si te rueda la carga.Entonces, padre, cuando vea a un tío, ¿tengo que preguntarle si me rueda la carga?

Eso mismo, y así de claro me lo dejó ver.El macho llevaba cuatro sacos repletos de olivas que habíamos cogido mi padre y yo;

en aquel tiempo que relato yo tenía seis años, salimos del pueblo el lunes, cuando clare-aba el día, y nada más llegamos a las bodegas de las Veinticuatro, nos pusimos a plegarolivas, la tierra estaba helada, mi padre encendió una hoguera para así de cuando encuando acercarnos a calentarnos las manos.

La escarcha blanqueaba los bancales y las piedras se me clavaban en las rodillas ymuchas veces, a escondidas de mi padre lloraba, no quería que me viese llorar, porquedeseaba con toda mi alma parecerle muy fuerte a mi padre.

En las Veinticuatro la familia tenía muchos bancales o a mi me lo parecía, y aunquemi padre los tenía muy bien arreglaos, las piedras siempre aparecían debajo de mis rodi-llas. ¡Y los dedos!, Dios mío, no sé como se las arreglaban las piedras para hacerme tan-tos padrastros, por las noches mi padre con aceite de oliva me untaba las manos, las teníallenas de sabañones, quebrazas y padrastros.

Después de recibir las últimas instrucciones de mi padre, salí de las bodegas y enfilé elcamino hacia el pueblo, llevaba más capas de ropa que una cebolla, pero daba igual tenía

¿TÍO ME RUEDA LA CARGA?

José Rafael Casaña Martínez

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mucho frío, al poco de caminar, solté el ronzal del macho, pues las manos no me las sen-tía, pero claro él empezó a caminar más rápido, por lo que tuve que volver a coger el ron-zal, estaba por Guantero, nada más que había comenzado el camino.

Mi cabeza no paraba de pensar, ¿y si me sale una zorra? ¿Y si se me escapa el macho?,¿y si me rueda la carga? Estos pensamientos hacían que no pensará en el intenso frío quehacía. También pensaba lo bien que estaría en casa con mi madre.

Pero no, estaba en Navajo Royo, como su nombre indica, allí la tierra es roja, peroseguía haciendo mucho frío y yo no sabía donde ponerme las manos.

Al llegar a la Cañá Ladrero, ví a lo lejos un macho, un hombre y un chico, que bajabanla Rocha Juliana, al poco rato nos cruzamos y ¡claro yo lance la orden dada por mi padre!:¿Tío me rueda la carga? , a lo que me contesto: No chiquilla no te rueda.

Ni un solo comentario a mi temprana edad; pero de que me extrañaba, si el chico quele acompañaba, que era su hijo, apenas tenía un mes más que yo. Ya empezaba a clarearel día.

El macho sabía lo que le esperaba, la Rocha Juliana, pues empezó a desbarrarse,pederse y bufar, yo me asuste. En eso estaba, cuando me crucé con otro tío, que me acon-sejó: Háblale al macho para que no se te desbarre, y yo qué le contaba al macho, si conmis miedos ya tenía bastante, qué sabía yo, si a lo más que llegaba era a querer jugar a lasmonjas (1).

Pesá, sí que era pesá la Rocha Juliana, pero también sirvió para entrar algo en calor,yo le iba contando al macho las cosas que hacíamos en la costura, los juegos con los ami-gos de la calle y cómo iba, yo solica a la fuente de San Agustín a por agua, no creo que seenterase mucho, con llevar la carga ya era pro (2).

Al acabar de subir la Rocha Juliana empecé a ver más hombres que iban en direccióncontraria a la mía, el ritual se repetía ¡Tío me rueda la carga! No, chiquilla, la llevas bien.Tampoco me servía a mí esa confirmación para evadirme de mis temores, pero era lo quehabía y nada más.

Al entrar en la Hoyuela de los Cabreros, se hizo más de noche, lo cual me asusto, hastaque eche la vista atrás y vi la imponente mole del Cerro Pedroso, que luchaba con el Sol,para mantener la oscuridad.

El macho después de la subida, templó el paso y yo ya no tenía que ir prácticamentecorriendo, el miedo hacía que tuviese mucha saliva en la boca, en todo el camino no habíabebido de una botella que mi padre me había puesto en el serón. Claro la botija se quedócon él.

No se por qué pero pasando por la Hoyuela, pese al frío, me sentí mejor, bueno el Solle había ganado la batalla al Cerro Pedroso. Curiosamente cada vez veía menos tíos porel camino y si que empezaba a verlos laborar en sus bancales, ahora no tenía a nadie parapreguntar, por lo que me dí una vuelta alrededor del macho para asegurarme que la cargano rodaba. Y, efectivamente, no rodaba.

Yo soñaba con llegar a casa, aunque tuviese que ayudar a mi madre a subir las olivas ala cambra y extenderlas, según me había recordado mi padre en uno de sus últimos reca-

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dos. Allí sola, ya sin hombres a los que preguntar por la carga, cada paso se me hacia máspesado y empezaba a estar muy cansada, el macho pareció que adivino mis pensamien-tos y con su cabeza iba empujándome, de pronto apareció el pueblo a mi vista estaba enel Codadillo, desde él se veía todo el pueblo y ahora sí que era rocha abajo el camino.Solamente me quedaba llegar al pueblo. Cuando estaba cruzando la Ramblilla, despuésde pasar la ermita de Santa Lucía, pasó por mi lado un hombre ya muy mayor, que de tantapado que iba no le conocí, solamente oí que decía ¡Ao, chiquilla!

Mi llegada a mi calle, bien entrada la mañana, no significaba que hubieran acabadomis tareas, mi madre me dijo: Chiquilla, coge un cántaro y veste (3) a por agua a la fuen-te, hoy lo menos que tendremos que hacer es lavarte las piernicas y las orejas, mientrasyo subiré las olivas a la cambra (4).

Después de la cola para coger agua, llegué a casa y mi madre ya me estaba esperandocon el estropajo en ristre, para cumplir su promesa de limpieza. Ella ya había subido yextendido las olivas en la cambra. También tenía preparado el hato que me tenía que lle-var de vuelta: sí, tenía que volver.

Comimos en silencio, junto a mi hermano pequeño, mi madre al acabar empezó adecirme todas las cosas que le tenía que decir a mi padre al llegar, también hizo repasode todas provisiones que llevaba en el hato, yo tenía mi cabeza en otro lado, en la vuelta.

Chiquilla parece que estés alelá (5), me gritó mi madre.Yo resignadamente le dije que no, que la había oído todo lo que me decía, le mentí.Al poco, ya sin el peligro de que me rodase la carga, emprendí el viaje de regreso a Las

Veinticuatro. Seguía haciendo frío y aunque mi madre me había puesto más capas queuna cebolla, hasta bien mediado el camino de regreso, no entré en calor. Los tíos cuandome los cruzaba emitían un ¡Ao! de saludo y seguían su camino. El tiempo seguía igual,con la diferencia que ahora, era de día.

A mi llegada, nadie me esperaba en la bodega, mi padre estaría en el monte, plegan-do olivas, descargué como Dios me dio a entender el macho y le dí de beber y lo até alpesebre. No recuerdo más, hasta que una voz profunda y fuerte me dijo:

¡Chiquilla que la cena ya esta! Me había quedado dormida.

(1) Juego popular en Alcublas, de niñas, que utilizaban cinco fósiles.(2) Bastante, mucho.(3) Ves del verbo ir(4) Almacén, normalmente situado en la parte superior de las casas, para grano.(5) Tonta, embobada

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En mala hora se le ocurrió unirse a la rebelión. La verdad es que no tenía otra alterna-tiva aun sabiendo que estaba condenada al más absoluto de los fracasos: ni podía aban-donar a sus hermanos los moriscos en una situación tan trágica y desesperada, ni podíaolvidar que el cabecilla, Zelim Almanzor, era parte directa de su familia.

Pero él tenía mujer y un hijo que el próximo otoño vendría a este mundo y seguir enun empeño inútil poniéndolos en peligro tampoco estaba entre sus planes. Él ya habíacumplido y aguantado más de lo que razonablemente era exigible, aunque aquello sepodía prolongar algo al final la cosa quedaría muy mal para ellos y sus familiares.Abandonó la sierra y sus compañeros al atardecer, a escondidas, pero con la cabeza muyalta y a toda prisa sabiendo que era cuestión de días, quizás un par de meses, que las tro-pas reales sofocaran la revuelta. Llegó jadeando a casa, tomó a su mujer despertándolacon la delicadeza propia del hombre enamorado y feliz. Dejó atrás la casucha de unaestancia y todo lo que tenía. Casi anochecía cuando llamó a la puerta de la cartuja, dondehabía trabajado toda la vida para hablar con el hermano Bonifacio.

Desde muy niño, ayudando a su padre, Soliman se había criado en la Cartuja, mejordicho, en las tierras de los cartujos. En un principio como simples agricultores pero pron-to su padre aportó sus conocimientos en cuanto a la utilidad de las hierbas y fue impres-cindible para surtir la herboristería del convento.

Suliman, despierto e inteligente, no tardó en aventajar a sus maestros, por ello y antela exigencia de su presencia en el establecimiento sus visitas a los campos fueron cada vezmás esporádicas. El hermano Bonifacio era como el comodín, hacía de todo un poco.Pronto entablaron fuertes lazos de amistad, aconsejó y bien a su padre y a él. Cuando,hacía aproximadamente tres meses, le había comentado lo de la rebelión, el hermanoBonifacio lo entendió y se limitó a decirle:

“Mira, cada hombre viene a este mundo con una misión que cumplir, pero los cami-nos para realizarla se van descubriendo conforme uno va andando. En realidad, quieresque yo te diga lo que tú quieres oír. Haz lo que tu cabeza te dicte y pase lo que pase te esta-ré esperando.”

Y ciertamente que cumplió su palabra. Antes de llegar la puerta se abrió y los hizopasar a la portería con el mayor sigilo posible, ayudando a Zulema que entre su estado yla carrera no estaba para demasiados saltos y escaleras. Sin sentarse se hablaron entre

EL MIRADOR DE SOLIMAN

Abel Chiva

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susurros para no despertar a nadie:“Hermano, temo que una vez disueltos se persiga a los moriscos hasta sus casas. Mi

mujer corre peligro, por mí no habría venido pero tenemos que poner tierra de pormedio, si pudiéramos ir a un sitio donde pueda nacer mi hijo con un poco de seguridadte estaría eternamente agradecido”.

Como ya tenía todo preparado, no le costó mucho darle una carta para un ex-cartujoque se había colocado de capataz en una masía al norte de las Alcublas. Les indicó elcamino que tenían que seguir, les recomendó que caminasen tranquilos ya que al albapodían llegar. Le dio la mano a Zulema, un abrazo a Soliman y partieron amparados porlas sombras de una noche oscura.

Cansado y con Zulema agotada, asomaron por lo alto de la montaña. La luna lucia enlo más alto y en el fondo, destacando entre los perfiles de unas oscuras montañas, un bri-llante mar de plata le emocionó. Poco faltaba para el amanecer.

En ese mismo momento supo que ya no había vuelta atrás, que aquel mar que habíavisto llegar a su padre un día, más o menos lejano, a alguien de su familia incluso a élmismo, le vería partir para no regresar jamás. Estaba a punto de iniciar la última etapade su linaje en la Península Ibérica y abarcando a su mujer con sus fuertes brazos comen-zaron el descenso hacía la masía que tenían los cartujos en la vaguada de la izquierda,bajo un manantial de agua fresca.

Una vez bajo, calmada la sed en la charca, con medio sol en el horizonte, volvió la vistahacia la cumbre y prometió, en su interior, no olvidar jamás aquel mirador, aquella ven-tana hacia su mundo, añorado suelo de sus antepasados, ya que en esta tierra eran tanmaltratados y aborrecidos. Se les había negado durante demasiado tiempo la posibilidadde echar raíces y sentirse verdaderamente españoles, para todos eran simplemente unosparias; personas que ni son de Alá, porque no practican su religión ni la conocían real-mente, ni de “aquí” porque nunca les habían dado la oportunidad y siempre habían sidoacusados de estar de parte de los bereberes invasores. Cuando apenas tenían andado unkilómetro se encontraron con un hombre a caballo que los esperaba en una loma plaga-da de carrascas y sabinas:

- Seguidme, os estaba esperando.Pasaron por delante de un pequeño convento encima de la fuente y bajaron directa-

mente hacia la masía donde les acomodó en una caseta junto a la era y el pajar. Antes deirse les dijo:

- Bonifacio es para mí como un hermano. Ya me ha dicho que llegarías a estas horas,por eso os estaba esperando y aunque la verdad es que nos hacen falta manos, el hechode que varios moriscos se hayan ido sin avisar más que favorecer el que os quedéis vienea complicar la cosa, seguro que tarde o temprano os van a estar buscando por todos lossitios. Quedaros aquí sin salir y cuando pase el peligro ya os coloco en un sitio donde nose note demasiado y los del pueblo no sospechen.

Pasaron varios días escondidos hasta que un atardecer apareció el capataz para decir-les que esa noche los iba a tener que trasladar. La era se iba a ocupar con la trilla y tení-an que dejar la masía pero los había colocado en una caseta en el campo. Más tarde,

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mientras abandonaban la masía, les explicó que había un terreno en la falda de la mon-taña, entre dos balsas (una era la que habían bebido el día de su llegada y la otra junto auna mina de yeso) y allí es donde los llevaba en plena noche. Ocuparon una cabaña reciénpreparada que había pertenecido a uno de los moriscos huidos, en ella estaban todos losaperos de labranza necesarios para cultivar la tierra y en una cuadra anexa un viejo mulorumiaba plácidamente la paja que tenía en el pesebre.

Se iba acercando el momento de nacer el hijo, un calor de finales de agosto los man-tenía inactivos dentro de casa pero ya tenía Suliman dispuestos los campos para la reco-gida de la cosecha. El capataz, Gregorio, les hacía continuas visitas y les indicó la conve-niencia de cambiarse los nombres ya que él había extendido el rumor de haber contrata-do un matrimonio que venía de Aragón para hacerse cargo de las cañadillas de la Solana.Se llamarían Tono y Pilar y como cualidad que le abriría las puertas de la localidad habíadicho que era un experto en el conocimiento de las propiedades medicinales de las hier-bas. Nadie más debía saber la verdadera identidad de los dos y naturalmente cuandonaciera del hijo debía bautizarlo. En los primeros días de Septiembre había fiestas en lalocalidad y ese sería el momento elegido para su presentación a la gente del pueblo o almenos dejarse ver.

Transcurría el año mil quinientos veintiséis. El niño nació a finales de Septiembre yaunque sabían que se llamaría como su padre le pusieron Bonifacio. Con el tercio de lacosecha, pues debía entregar un tercio a la masía y otro al cabildo del pueblo, les dabajusto para mal vivir, pero había puesto una parada de venta de hierbas los días de merca-do y la gente le compraba no sólo para las personas, para lo que más vendía era para lasenfermedades y llagas de los animales. Como ellos no podían hablar del tema y su rela-ción con la gente no era mucha, aún tardaron en saber como había quedado la rebeliónen la sierra de Espadán. Por lo que unos y otros les contaron, en diciembre, los pocos quesobrevivieron al ataque de las tropas reales huyeron y las posesiones de todos ellos fue-ron confiscadas y sus familias desperdigadas.

El imperio con Felipe II estaba en todo su apogeo y en él nunca se ponía el sol. A lospies de una pequeña montaña al norte de la villa de Alcublas una pequeña familia todoslos viernes por la mañana subían a lo alto de la montaña, a su pequeño mirador, y con-templaban a la salida del sol el inmenso mar de plata, como un espejo mágico, que leshacía soñar con un horizonte en paz y libres.

La cantidad de impuestos y las dificultades no impidieron que la pequeña familiaviviese feliz y con el niño creciendo fuerte y sano.

Soliman, Tono, llegó a adquirir fama de curandero y herbolario, ello le facilitó las rela-ciones con la gente, pero aunque nunca fueron acusados de moriscos, el recelo siemprelo detectó en toda la gente del pueblo. Pasados catorce años, dos años de mala cosecha,aumento de impuestos para mantener el imperio y menos tierra que cultivar hizo quesufrieran privaciones, Zulema que llevaba una temporada con fuertes dolores se resintióy empeoró. En el pueblo había cada vez más gente y la comodidad o avaricia de algunasfamilias hizo que reclamaran las tierras que hasta entonces habían sido consideradascomo tierra de nadie, las autoridades apoyaban estas reivindicaciones pues temían quese las anexionara la cartuja o las reclamara Andilla, seguro que se quedaba sin tierras

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pero Gregorio le había dicho que en la cabaña se podrían quedar. Zulema cayó enfermay una fría noche de enero murió.

Solimán nunca superó la muerte de su mujer, su único consuelo era subir todos losdías al mirador y ver el mar azul, solo él le hacía soñar y le consolaba. También compren-dió que nunca vería la tierra de sus abuelos, por ello se propuso firmemente que su hijodebía volver, que debía encontrar su identidad y recuperar su pensamiento y tradición,aquí nunca llegaría a ser feliz. Pero aún tendrían que pasar muchos años y padre e hijovivieron más de diez juntos hasta que murió el padre. Habían vivido de sus hierbas y doscabras junto con unas colmenas que tenían por la ladera fuera de las tierras de cultivo ysobre todo los había mantenido el mirador, sin cuyo consuelo hubieran sucumbido a ladesesperación.

Desilusionado, en soledad, decidió confesar su verdadero origen un día de mercado ala autoridad, pero el alguacil le confesó que en realidad no le importaba ya que hacíatiempo que en Alcublas dejó de haber moriscos y nunca admitirían lo contrario, simple-mente era considerado como un vagabundo que vivía como las cabras. Pero a partir deaquel día todo el mundo le comenzó a llamar por su nombre: Soliman.

Aguantó unos años más, dudaba entre irse o quedarse. La tierra de nadie pasó a lla-marse “las cañadillas de Soliman”. Pero la soledad, el sentirse preso e ignorado pudo alfinal más que el encanto de su mirador y una bonita mañana de primavera partió andan-do en línea recta de su montaña al mar.

Ya en el barco, la última mirada fue para las montañas de Alcublas, giró la cabeza haciael sur y no la desvió hasta encontrar a lo lejos, en un nuevo horizonte su nuevo mirador.

El cronista MOHAMED

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Suciedad y miseria, paredes amarillentas, descolchadas, sucias y enmohecidas, donde,pegados como sellos, aparecían algunos coloridos carteles anunciando funciones de tea-tro y algunos recortes de prensa; la única ventana, siempre entreabierta, ofrecía el espec-táculo desazonador de un patio interior de ladrillos rojos, en el que se acumulaban oscu-ros charcos de agua de lluvia...; olor dulzón y espeso, a humedad y tisis, y una única puer-ta sin cerradura que comunicaba con el patio superior del edificio, donde se encontrabanlos baños compartidos.

Entre los escasos muebles que se permitía en aquel lugar, destacaba la cama ancha yde patas alargadas, de sábanas descosidas y mantas escasas, que se adueñaba indecente-mente de casi un tercio del espacio disponible, y que resaltaba a la vista por su colchóngrueso y rasgado. También un carcomido y viejo arcón de madera de roble, de aire seño-rial y distinguido, con una cerradura de hierro negro y oxidado, que su propietario creíaprocedente del siglo quince, si no fuera impensable lo ostentoso y digno de poseer unaverdadera antigüedad… Pendida de una pared, una estantería astillada donde reposabanvarios libros polvorientos, la mayoría de ellos prestados. Y el resto del mobiliario lo cons-tituía una jarra ornamentada con dos líneas rojas, a la que faltaba un trozo de barro en elborde, y una jofaina de porcelana tosca y esmaltada, resquebrajada y vuelta a pegar,donde reposaba, sobre el soporte de madera, el único espejo de la habitación, un trozo delatón pulido y reluciente que sustituía al original...

Y esto era cuanto poseía el poeta, al margen de su pretendido talento y de su incues-tionable espiritualidad, que últimamente se alimentaba de aires místicos orientales y devapores de absenta. Ninguna otra comodidad, no había espacio para más licencias, peroel poeta amaba su reducido cuartucho, su reino decadente, porque se encontraba en elcentro de París y podía acercarse por las tardes a los cafés, y compartir con los mejoresartistas que escuchaban sus problemas y le invitaban a una copa de vino caliente y a algode sopa aguada. Y con esto había sobrevivido durante varios meses, y se consolaba pen-sando que pronto el éxito literario llamaría a su puerta.

Pero todo se transformó cuando los rigores del invierno le forzaron a admitir el rega-lo de uno de sus escasos admiradores, que modificó, por sí solo, el ambiente arruinado desu pequeño tabuco. Se trataba de una vieja estufa eléctrica, con su rejilla de hierro, dosbotones anaranjados y una barra incandescente, que el poeta acató como indispensableen el rigor gélido de París…

LA HABITACIÓN DEL POETA

Santiago Cabanes Gabarda

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Pero pronto estableció con ella una extraña relación pasional que acabó por admirar-le. En un principio, aquella anacrónica estufa eléctrica le evocó ensoñaciones de añoran-za por la tierra perdida, pues su calor, aunque artificial y aséptico, le recordaba la atmós-fera cálida de su Latinoamérica natal. Y creyó encontrar en su fuego un sol radiante, chis-pas ocasionales, aromas instintivos de naturaleza en carne viva y en su crepitar desacom-pasado los ecos lejanos de un ritmo de bolero, visiones fugaces de imponentes praderasy un vasto horizonte, de ríos rabiosos y bosques vírgenes… Y acudió conmovido y ansio-so a acurrucarse junto a ella, tarde tras tarde, mientras se dedicaba a la lectura y expri-mía su torturada creatividad, desparramada sobre un papel que apoyaba sobre sus rodi-llas. Y no tardó en hablar con ella y en preguntar su opinión sobre este o aquel verso,sobre esta o aquella persona, y alguna tarde de furia desatada, mantuvo alguna discusiónencendida con su estufa animado por el alcohol y por su imaginación delirante, desgañi-tando su garganta en una habitación vacía…

Y a raíz de estas trifulcas, sus humildes vecinos, que ya le tenían por excéntrico, nodudaron en apartarse de él y le tomaron por loco. De esta forma, el poeta se encontró mássolo que antes y se refugió en su nueva amistad con mayor frecuencia, y reservó para ellaen exclusiva sus más íntimos pensamientos. Finalmente, un día en que sus desvaríos fue-ron más acusados, dedicó un verso anhelante a una hermosa criolla de ojos oscuros ylabios ardientes, cuando en realidad reflejaba el cariño hacia su nueva y radiante compa-ñera, la única que le proporcionaba esa compañía, ese calor que despreciaba pero a la vezprecisaba…

Lo único que reprochaba a su suerte, y esta sensación le atormentaba y le provocabala más sincera contrición, era la naturaleza de su estufa, pues se trataba de un productoindustrial, fabricado en serie, moderno, que había precisado renovar la deficiente insta-lación eléctrica de su pequeño reducto. Representaba, precisamente, esa mediocridad sinespíritu y esa degeneración burguesas contra las que siempre se había alzado. Y en algu-na ocasión, cuando las punzadas de su conciencia se hicieron más intensas, intentórenunciar a ella, intentó apartarla de su vida, y, una tarde vaporosa y de rabia desafora-da, a punto estuvo de arrojarla por la ventana y comprobar cómo su cuerpo metálico seestrellaba sobre los charcos embarrados del sórdido patio, y sus incontables piezas dimi-nutas se esparcían desmembradas.

Pero no ocurrió así, nuestro moderno Diógenes no supo renunciar a la única comodi-dad que había aceptado, y continuó dependiendo de ella. El rigor del frío, su nariz enro-jecida, sus pies entumecidos y su carácter enfermizo e hipocondríaco, siempre sometidoa toses convulsivas, le convencieron que necesitaba el moderno aparato, y acabó por for-malizar un trato con ella. Se propuso educarla, elevar su espíritu, sacarla de su espuriamediocridad acomodada, y aceptó por vez primera un trabajo como profesor particular.Y descubrió, para su asombro, que su estufa era buena en música.

De esta forma, ambos compusieron dos canciones tristes. El poeta añadió las letrasmelancólicas, apagadas, de hojas amarillentas que se desprendían para siempre de larama desnuda, y ella colaboró con un ritmo obsesivo de voces agudas y afiladas, polifoní-as exaltadas que parecían provenir directamente de otro mundo. Y sintió recelo al com-probar que, en algunos aspectos, su alumna aventajaba al maestro, y que se despertaba

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en ella una creatividad inédita que jamás hubiera soñado…Finalmente, una tarde de febrero, el poeta escuchó un traquetear inusual, y no le cupo

ninguna duda de su significado. Y se adueñó de su ánimo un terror aciago y, después, leembargó el más agudo de los pesares. El poeta entendió que aquel chispazo, ese minús-culo estallido, eran las últimas palabras, los últimos estertores, de su amada estufa. Y, enefecto, el aparato fue apagando su brillo en una suave languidez, y pronto dejó de emitircalor, de palpitar. Todo había acabado.

Y, por primera vez en mucho tiempo, los sentimientos del poeta se desataron y apren-dió a escribir, lloró, rasgó sus vestiduras, imploró y suspiró. Y no se asombró de que suestufa se hubiera despedido de él, que le hubiera dedicado sus últimas chiribitas, pues eralo más natural que aquel pequeño aparato hubiera presentido su propia muerte... Eraobvio que aquella pequeña estufa eléctrica tenía alma.

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Un barrio oscuro, una calle desierta, una vivienda huraña, un salón lúgubre, una mesaañosa, un cajón que no cierra bien, una carta sin abrir.

- No lo sé… no… no, no lleva remite… ¿yo que sé?... pues no lo sé porque nadie sabeque estoy a… no es para mí, ¡yo no soy Baltasar Kürgen!... sí, ya te diré… adiós Silvia.

¡Chof!Baltasar Kürgen. Es todo lo que decía esa maldita carta. Y no es que pudiera haber

muchos Baltasar Kürgen en el mundo. El sobre había aparecido dentro de su apartamen-to, en el cajón de la mesa, de la noche a la mañana.

- ¿Cómo la han metido aquí? ¿Quién…?No era posible. Él mismo era la única persona que conocía su paradero. Durante los

dos años de exilio sólo habló con una persona, un par de conversaciones con su casera.Además para registrarse utilizó el nombre de Arturo Díaz Maestre, con lo cual, la únicapersona que sabía que estaba allí no sabía realmente quién era. Ella no pudo ser.

Rutinariamente preparó café y tostadas. Se sentó junto a la ventana y encendió uncigarrillo. Le dio unas chupadas y lo apagó. Comenzó su desayuno. Rutinariamente seahogó en sus propios pensamientos, en su propia miseria. Escrutaba diariamente susrecuerdos en busca de algo que le diera ánimo para seguir adelante. Había fracasadocomo Baltasar Kürgen y por mucho que buscara un aliento, sólo se le representaba, unay otra vez, la misma escena. Nunca debió dar una paliza a aquella chica. Nunca debióenfrentarse a su novio y, desde luego, nunca debió acabar con la vida del chico. Ya habí-an pasado dos años desde aquello. Vendió su piso y su coche, anuló las tarjetas de crédi-to, la cuenta de correo electrónico, el contrato de teléfono y se despidió voluntariamentede la tienda. Falsificó su DNI con las letras del listín telefónico. Abandonó a BaltasarKürgen.

Quién, cómo, para qué… no vislumbraba ninguna posibilidad. La opción de que lachica le hubiera encontrado era muy remota. ¿Habría sido ella? Pero qué sentido teníaque se colara en su apartamento para dejarle una carta. ¿Para amenazarle? Habría sidomás lógico acabar con su vida mientras dormía (cuántas veces había soñado con esto -…sería todo más fácil… -se decía al despertar).

UNA CARTA PARA BALTASAR KÜRGEN

Rubén Gimeno Domingo

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- ¿La abro? –se preguntaba– ¡pero es que yo no soy Baltasar Kürgen!Todos los días durante dos años estuvo solo. La soledad del anonimato. De día con

gafas de sol y gorra negra, de noche con barretina de fieltro y bufanda hasta la nariz. Estocuando salía del apartamento, únicamente en caso de extrema necesidad. La mayoría deltiempo lo pasaba en el salón, con una luz tenue y las cortinas corridas parcialmente. Noescuchaba música, no veía la televisión. A menudo se preguntaba cuánto tiempo iba asoportar esta situación. El hastío, la ansiedad. Setecientos treinta días sin conciliar elsueño. Dormía apenas dos horas seguidas y ni siquiera llegaba a descansar. En ocasionesse despertaba con lágrimas en los ojos, otras con mechones de pelo entre los dedos o tem-blando, echado en el suelo como un perro.

Avanzaba la mañana y se dejaba ver algún rayo de sol por entre las cortinas.Atravesaba la línea luminosa proyectada en el suelo, una y otra vez. Meditando, los pen-samientos iban y venían, sin rumbo, como su enfermizo andar.

- ¡Claro! Aquella estafa en la tienda… se han enterado, ¡lo saben! Pero no entiendocómo me han encontrado…

Unos años atrás, él y unos compañeros de la tienda, consiguieron abordar un camióncargado de electrodomésticos a unos kilómetros de la ciudad. La carga iba a ser dispen-sada en el almacén esa misma noche. Una operación intachable. Cobraron el seguro porrobo. Vendieron las unidades arrebatadas y también las que reponían la pérdida. Un grangolpe. Se le ocurrió que había una persona que podía ayudarle. Guillermo Mezcua habíaestado trabajando durante años con él, y había participado en la estafa. Un amigo de losque no hacen demasiadas preguntas y buscan soluciones. Eso era lo que quería. Su menteya le había asediado con un infinito bombardeo de preguntas, todas ellas sin respuesta.Si la carta era por algo relacionado con aquel timo, sería lo primero que le contaría.Uniformado de calle, cogió algo de dinero y bajó a comprar un teléfono. Este era el méto-do que utilizaba para comunicarse con quien dejó atrás Baltasar Kürgen. El psicóticoconfinamiento le obligaba a ser especialmente cuidadoso con todo aquello que pudieradar pistas sobre dónde estaba. Compraba un móvil, llamaba y lo tiraba al río.

- ¿Guille?... Hola, soy… oh, sí, veo que lo recuerdas… pues deambulando… me salió unpuesto de trabajo lejos de… no, no creo que vuelva nunca… pues es que no estoy pasan-do una época muy buena… no te preocupes. Escucha, necesito tu ayuda… pues resultaque he encontrado una carta en mi escritorio destinada a Baltasar Kürgen… sí bueno, notiene sello postal ni remite, tú no… ya, ni sabes si alguien… comprendo, ¿no ha habidonoticias de la noche de la luna blanca?... mierda… no claro, me alegro… gracias Guille,volveré a llamarte si averiguo… no, no, mejor te aviso yo, gracias… adiós Guille.

¡Chof!Llorando, no por el aire. Temblando, no por el frío. Corriendo, no por la prisa. Volvió

a su apartamento completamente descompuesto. Ya nada tenía sentido.- ¿Y si la abro? –Por mucho que se lo repitiera, no reunía el valor suficiente– Voy a

abrirla –No lo hizo. Era volver a aceptar la vida que había dejado atrás. Suponía enfren-tarse con aquello que alguien de manera misteriosa quería decirle a Baltasar Kürgen.Significaba que había alguien que sabía quién era y dónde estaba. Y no sólo eso, sino que

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había algo que quería comunicarle y no lo quiso hacer de manera directa, no quiso verle.Le dejó una misteriosa carta.

- Qué asco de vida, qué asco de vida… -Repitiéndose esto cayó dormido en un profun-do sueño.

* * *

- Dice usted que el señor… Arturo Díaz no era muy hablador, ¿verdad?- Sí agente, apenas sé nada de él – La casera estaba nerviosa.- ¿Y no le oyó discutir con nadie?- No agente, su habitación siempre había sido muy silenciosa –y quiso matizar– había

momentos que ni siquiera sabía si estaba dentro.- Comprendo, gracias por su colaboración, manténgase disponible por si…- ¡Agente Robles! –Un muchacho que escudriñaba los recovecos de la habitación inte-

rrumpía el interrogatorio- ¡Agente Robles! Aquí hay un sobre cerrado… Baltasar Kürgen,es lo único que dice… mire.

- Baltasar Kürgen, ¿sabe usted quién es? –tanteó a la casera.- No lo había oído nunca agente.- Veamos… -El agente Robles insertó el dedo índice por debajo de la tira de pegamen-

to, lo deslizó recorriendo la longitud del sobre y éste quedó abierto, dejando ver el conte-nido. Era un papel blanco doblado en tres segmentos y escrito a mano–. Vamos a ver quédice.

Querido Baltasar Kürgen

Te odio. Me has convertido en un ser sin vida. Me has robado todo cuanto tenía. Micuerpo proyecta tu sombra, y siempre lo hará. Me despierto en sueños para sufrir por tusacciones. Cada día intento distanciarme de tu alma, pero me persigues.

Una noche como esta acabaré contigo, aunque me cueste la vida.

Arturo Díaz Maestre

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Recordaba aquel paraíso de su inocente infancia, donde las moscas en los veranoscálidos se ponían muy pesadas, y atontadas se posaban como una pesadilla en todaspartes, perseguirlas era como una tarea inútil y requería de una paciencia inagota-ble. Recordaba las voces del cabrero, cada mañana haciendo tertulia con sus paisa-nos, aquellas voces la despertaban siempre.

Tampoco le importaba, entonces aún tenía energía para levantarse pronto y madrugar,era feliz trasteando en la cocina, preparando los desayunos de los afortunados que dormíanen otro lado, le gustaba disponerlo todo en bandejas, con las tazas de porcelana blanca.

Las tostadas se le quemaban a menudo y las rascaba, hasta que quedaban crujientes ydoradas, las ponía sobre el plato blanco de loza, aquel plato tenía unas venitas azules ogrises de viejo que estaba, pesaba mucho, pero le daba la sensación que contribuía a unaespecie de recuerdo de otros momentos, en que aquel plato, con los otros once, llenabanla mesa, el mantel de cuadros verdes sobre fondo blanco y los cubiertos de alpaca con losmangos gruesos y robustos.

Ni una miga de pan sobre la mesa ni antes, ni durante, ni después, era como unamanía maniática que la superaba, mientras la familia desayunaba ella observaba quetodo estuviera conforme tocaba, lo cierto es que además disfrutaba, viéndolos juntos,explicando sus planes del día, sus proyectos efímeros y pequeños, de las criaturas de ciu-dad que visitaban el pueblo y gozaban como nadie con una longaniza y un par de huevosfritos de las gallinas de casa.

Aquellos señoritos le caían simpáticos de estiraos y bobos que los veía, la señora, una florde pitiminí, preocupada por un gramo de más y con qué modelito escandaloso iba a pase-arse por el pueblo, la abuela tocaba la campana, pero el paso de la cocina al comedor, pasan-do por la despensa era un circuito tan largo, y siempre sonaba la campana; dos veces.

Cuando llegaba, los morros de la ama de la casa eran fijos, pero los chiquillos que la adora-ban siempre sonreían cuando ella secándose las manos con aquel delantal, aparecía, faltabaazúcar, más tostadas, otra cafetera, aquello era como un hotel en aquella comarca serrana.

Tenía diecisiete años y en el pueblo mal porvenir le quedaba, no había trabajo, suspadres no podrían mantenerla mucho tiempo más, fue por eso, que cuando le propusie-ron irse a Barcelona con ellos, no le quedó más remedio que pensárselo muy en serio.

Por una parte le hacía mucha ilusión su novio estaría contentó, habían pensado tantoen que juntos se irían lejos de Alcublas a hacer fortuna y con los años regresarían a tener

CIEN POR CIEN ALCUBLANOS

Alicia Garrigó i Giralt

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una cuadrilla de chiquillicos guapos, o que con suerte, en Valencia, en la Horchatería el“Siglo” encontraría trabajo y poco a poco y ahorrando mucho, ella se haría un ajuar dignode una princesa, bordaría sus sábanas con sus iniciales y seria la envidia de todo el pue-blo, él en el campo, labrando las tierras de sus padres sacaría un buen jornalico y entrelos dos, se montarían la casa, y poco a poco…

Pero por otro lado le daba miedo, ella sola, en casa de aquella señora tan mandona yexigente…

Cuando se lo explicó a su madre, se acabaron los peros, ella estaba encantada, aquellafamilia de bien, reconocida por toda la comunidad la habían escogido porque era la másprudente limpia y educada, no había nada más que hablar.

Fue a casa de la prima a recoger aquella maleta de cartón tan fea, no tenían otra y sacódel armario el traje de invierno, el abrigo gris largo, heredado de su tía y todo lo fue col-gando en la recámara, para que se fuera oreando.

Cogió la libretita, aquella libretita donde estaban las direcciones de toda la familia y delos amigos emigrados por razones parecidas y en la hoja de un cuaderno las fue transcri-biendo, explicándole a la par los mil y un milagros de aquella gente, que ella ni sabía queexistían. Sintió que su madre estaba muy feliz de quitársela de en medio, de dejar demantenerla, de que se fuera del pueblo y además le enviase el dinero.

Por la tarde se asombró, aún más, cuando su madre invitó a las vecinas a un cortadito encasa y les explicaba, con todo lujo de detalles el gran futuro que a su hija le esperaba.

Fijaros, decía: -Mi niña -si lo sabré yo-, es la más limpia, la más cuidadosa ¡Claro quese la llevan...! Porque saben mucho estos señoritos, de lo que es bueno.

Se sintió profundamente triste, y no le quedó duda alguna, de que se iba a servir le gus-tará o no a aquella ciudad y con aquella familia.

Se fue a Barcelona, al empezar septiembre.Al principio las novedades y aquel pequeño tiempo de libertad, sin la sombra encima

de todo el pueblo le hicieron de buen llevar todo el cambio. La casa era pequeña, los niñosempezaron el colegio y la señora era más divertida de lo que la había imaginado.Barcelona le pareció una ciudad espléndida, en sus correrías visitó lo más concurrido. Lemaravillaron las Ramblas y el puerto, qué bonito era el mar, los barcos aparcados en elmuelle, y todo aquel tumulto de gente desconocida que no saludaba a nadie y que corríamás que andaba de un lado a otro.

A los tres meses regresó a Alcublas. En la Chelvana, de camino a casa, iba pensando entodo, repasando en su cabeza, lo que diría, lo que callaría, se sentía más perdida que nunca.

Bajó del autobús y su madre con pocas palabras le ayudó a recoger el equipaje, solocon gestos y sin besos se fueron a casa, una delante de otra y ella en la cola.

A la mañana siguiente el cielo estaba gris, el frío se le arrapaba al cuerpo, con la hume-dad de la lluvia, tenía los pies fríos y la lumbre no prendía bien, se frotaba las manos “jun-tico” al fuego y estiraba el mantón negro para crecerlo y cubrirse el pecho.

Sentía el frío fuera, pero dentro, tenía el corazón roto y le crujían los sesos, cansada dedormir mal y arrebujarse en las sabanas, de tirar de la manta para darla de sí, a ver si

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calentaba un poco más.Estaba nubla y de mal genio, quería su malta de la mañana y tiritando calentó el agua.

No tenia pan, no quedaba ni un “trocico” del pan de rollo, ni un mendrugo que tirarse alcuerpo aquella puñetera mañana.

Cogió el cociol del agua y llenó la palangana, se lavó la cara, el agua estaba fría y ara-ñaba la piel, renegó de su mala suerte, después alertada por el miedo, se santiguó y miróel crucifijo, deseando por lo bajo, que Dios si en algún sitio estaba, se acordará un pocode ella, que ya le hacía falta un empujoncito.

Se peinó, mirándose a trozos, entre el espejo y la ventana, tenía que salir de casa… conaquel tiempo. Subió la rocha hasta el Planillo y en la “esquinica” del horno, lo vio, allí esta-ba él, como un señor, vestidito de domingo, “afeitaó” y “engominaó”, había hecho cola enel barbero. Tieso, engreído, con el meneíto, de a los que no tose ni dios, “plantaó”, con susamigotes a ritmo de carcajada.

No podía mirarle sin sentir que se rompía toda, se agarró con fuerza el chal y estiran-do el cuello como una dama erguida, paso por delante.

Callaron, se hizo silencio, mientras ella pasaba y al instante, un cuchicheo hiriente yperverso con una sonrisa ahogada, se escucho bajito, como un viento mal intencionado.

Ella no respiró. Y no perdió el arte de mover las caderas… hacia ninguna parte.El silbó. Aquel silbidito que dice: que si… y que no.Cogió el pan y empezaba a chispear, sin parar de pensar con la cabeza hecha un lío iba

repasando el recuerdo de aquella maldita noche de agosto: La fiesta, el baile...aquellaspalabras susurradas al oído, aquellas manos ligeras en aquel portal, esas estrellas cómpli-ces de una oscuridad propicia para los amantes, la fuente de San Agustín…

Entró en la iglesia, Don Alejandro no estaba, mejor así.En el fondo, no quería explicarle nada al cura, que vergüenza contarle aquellas

cosas, cogió y de rodillas, juntando las manos, como con rabia, empezó a “AvesMaría”, hasta que quedó exhausta.

La Virgen no respondía, la iglesia vacía, los bancos en fila, el olor de las velas y las flo-res marchitas, la oscuridad, aquel olor. Se sintió muy sola, muy pequeña, muy perdida.Sintió un gran mareo, cayó, notó una humedad que se deslizaba entre sus muslos, un flui-do viscoso parecido al agua, se desparramaba desde sus entrañas sin ensuciar nada, y unolor dulzón desconocido acompañaba a aquel líquido imparable, a un adiós definitivo.Cerró los ojos, sabía qué pasaba, se había roto por dentro de tanto desearlo, de tanto rezara la Virgen se había hecho milagro, no quedaba nada por lo que esconderse. Se sintió tantriste, tan vacía, tan muerta. Nunca creyó que el corazón doliera hasta aquel punto rom-pió a llorar, pero por dentro, sin que nadie supiera que su corazón exhalaba tantas ganasde morirse, de dejar la vida.

En aquella iglesia todo se convirtió en olvido...Las malas lenguas explican, que: Él vino en un barco, con nombre extranjero… y entre

sus labios, se dejó olvidado, el beso de amante… que la envenenó.No saben que los besos hurtados de un mal amor, una noche de agosto, bajo las estre-

llas, cerca de la Plaza de San Agustín, en un no saber… decir que... no.Fueron cien por cien alcublanos.

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A veces, sólo a veces, salen las cosas como uno quiere. La gran mayoría, nunca salencomo uno quiere. Queremos creer que somos dueños de nuestro destino, pero la verdades que es totalmente al revés. Somos marionetas desmadejadas al antojo de furiosos vai-venes que impone la divina providencia.

En mi caso, tengo comprobado que si cuento mis planes, siempre se me tuercen y sino te los cuento, me salen de maravilla, eso sí, manejando sigilosamente desde la som-bra.

Anteayer, por desgracia, sin haberle contado a nadie mis planes, se me fue al garete elplan más importante de mi vida. Y estoy desolado, créeme, que lo estoy cuando víctimadel dolor y falto de cordura, te escribo estas líneas aún a sabiendas de que no las vas a leer,ni hoy, ni mañana, ni nunca, pero escribo como lo haría un loco, convencido de su únicaverdad.

Yo, idiota de mí, pensando que todo lo tenía bajo mi control, me doy cuenta de quenunca lo he tenido ni lo tendré, pues he sido el más ciego de todos, aquel que nunca quisover. Te has ido, así tan de repente, sin despedirte, sin un abrazo, sin un beso de despedi-da. Te has ido y punto. Hablan del destino como algo metafórico, y sin embargo, he des-cubierto que de alguna manera tiene algo de real, pero no lo quiere decir para no estro-pear las sorpresas como la que me llevé yo. ¡Qué ironía!

Tú sabes que en nuestro mundo sólo hay tres tipos de personas, las que simulan escu-char pero no lo hacen, los que escuchan de verdad, aplicando sensatez y los que nuncaescuchan, estrellándose ellos solos. Bien, pues yo he sido de los últimos o de los primeros,como quieras verlo, el caso es que he sido un completo energúmeno. El daño está hechoy sé que no tiene arreglo, al menos de momento. Queremos ser tan perfectos, que roza-mos la imperfección absoluta, de otra manera, queremos ser tan pasotas, que somos laimperfección absoluta y personificada. Pues entonces habrá que ser como el agua del ríoque corre libre y siempre va a parar al mar, por lo tanto he llegado a la conclusión de quenos complicamos demasiado la vida mirando siempre por encima del hombro y creyén-donos absolutamente perfectos. Me estoy volviendo loco, ahora quiero romper con todaslas reglas y con todo aquello que me ata a ti. Rabioso es lo que estoy, rabioso con todo ytodos, negándome lo más evidente: ¡Que ya no estás!

Yo escribo esto con la moribunda esperanza de que lo leyeras y a ser posible, que me

HOY QUE YA NO ESTÁS

Javier Albalat

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respondieras. Sería lo ideal. ¡Pero si no lo lees, me trae sin cuidado! Entre aporrear elteclado, maldiciéndote a la mínima que asomas por mi mente y el alcohol que fluye pormis venas gracias a la botella de güisqui que tengo al lado, te maldigo a ti sin querer, mal-digo al destino bromista, maldigo a la falsa compostura llena de hipocresía, maldigoaquello en lo que me hicieron creer y maldigo el curso de mi vida. Todo lo maldigo porlos siglos de los siglos, amén.

Estoy recordando sin venir a cuento, en el pueblo aquella noche estrellada, tumbadoslos dos, divagando al oído sin ton ni son sobre cosas banales, juntando estrellas para crearformas y nunca contarlas para no caer en el incómodo silencio de pareja. Tú siempreveías dragones, gatos, perros, dos personas besándose... Viéndote soñar despierta mehacía ver que nada era imposible si había fe de por en medio, y yo, ingenuo y perdida-mente enamorado de ti, me lo creí. ¿Fe? ¿En qué? Ahora se supone que debería poner laotra mejilla, para ser más santo o más idiota, según con que prisma socio-religioso se vea.Es eso contra lo que yo me rebelo, contra lo que descargo mi biliosa rabia a falta de nadaen lo que yo pueda pagar los platos rotos, o en este caso, vidas rotas. Pero aquello contralo que me ansío rebelar es invisible, lo que aumenta más aún si cabe mi desesperación enforma de lágrimas que ruedan y ruedan, cayendo sobre el teclado para luego aplastarlascon mis dedos furiosos y enérgicos.

Me niego rotundamente a creer que te hayas ido, así sin más. No, no y no. Te llamo almóvil, una y otra vez. Me sale el buzón de voz con tu cantarina broma de que ya sé lo quetengo que hacer. Cuelgo. Vuelvo a llamar otra vez con el mismo resultado. Lo mismo.Ahora me cabreo con el móvil. ¿Por qué no lo coges? ¡Sé que estás ahí! Solamente quie-ro decirte todo aquello que más de una vez me callé por vergüenza de que adivinarascomo te amaba, de una forma infantil, pueril y posesiva como los puños de un niño edi-poso asiendo la falda de su madre. Así te amo yo, sin condiciones y sin miramientos,mirándote a los ojos sin miedo de lo que pudieras encontrar en los míos, pero con el mal-dito miedo de que tú te asustaras con el infinito amor que yo guardaba para ti. ¿Qué hagoyo ahora con este amor? ¿Lo regalo? No, me tomarían por loco e irrespetuoso. Venderlono lo puedo vender. ¿Qué hago con él? ¿Lo reciclo? Es una carga demasiada pesada queya no puedo compartir, solamente contigo, pero ya no estás... ¿Qué hago, Dios mío?Inmenso amor yo poseía para ti, pero ahora que me dado cuenta, después de un golpellega siempre el dolor, cambiando, como lo hace el tiempo, pasando a ser dolor, ni físiconi psicológico, sin dolerme nada lo llaman dolor. Quizás lo llamen así por ponerle algúnnombre, porque yo no sé como llamarlo. Me duele pero no me duele. Me duele cuandome acuerdo de ti, pero duele otra cosa, el alma, el ánima, mi espíritu o lo que sea, perodoler te aseguro que duele.

Recuerdo que me decías muchas veces que si un problema tenía una solución, ¿porquéme preocupaba tanto? y que cuando no la tenía, ¿porqué me preocupaba tanto? Y yo, milveces idiota, te miraba como si te perdonara la vida con una sonrisa en los labios, pero sinquerer entender del todo tus enigmáticas palabras filosóficas. Pues uno de los objetivos deeste correo, es decirte que ya lo he entendido. Lo entendí de repente, sin más. Entendí aun-que tarde, que qué mas da todo, entendí que eras muy feliz y yo no, pero ahora, aunqueentro en contradicción con lo que te he escrito antes, me siento un poquito feliz. Quiero son-

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reír y casi lo consigo. Te fuiste y sin querer, te dejaste la llave puesta en el contacto.Estoy releyendo todo lo anterior, y me avergüenzo de mí mismo, por la tristeza que

rezuma cada palabra, la rabia que escondo por ahí, escondidas como trampas para atra-par al culpable de todo esto, las frases que solo tú y yo entendemos. Te has ido y sólo unospocos lo sabemos, pero el resto del mundo sigue rodando, cuando mi mundo se ha para-do y desmoronado. Cuando lo leas, si es que lo lees, no me vas a reconocer con tantañoñería por mi parte, pero no soy yo quien escribe: Es la amargura diluida en alcohol laque escribe sin mi permiso, mientras yo me dedico a recordarte una y otra vez, recordan-do quizás nuestro primer beso al que yo dediqué una poesía que tanto te gustó, aquellaque parafraseabas tantas veces. El "dolor" no me deja recordarla bien, recuerdo si acasoel principio...

A lo mejor lo habré soñadonuestro primer besoaún no pertenece al pasadoni soy tan viejo.Es un recuerdo ya tan usado,aún estando tan lejosapareces a mi ladollenándome de nuevos besos...

Recuerdo tu carita cuando la leíste por primera vez, como un amanecer express, levan-tando tu mirada hacia la mía hasta que pude contar los latidos de mi corazón.

El alcohol se está empezando a disipar de mi cuerpo y caigo inexorablemente en lacuenta, otra vez, por decimosexta vez en lo que va de noche, que ya no estás en estemundo.

Recuerdo sin querer que ayer te enterré en aquel lugar que tú me pediste más de unavez, en aquel lugar sin tener nada que ver contigo, pero del cual estabas totalmenteembrujada y yo, feliz de que reposes en mi tierra, que tampoco es mía, para acabar pose-yéndola en un futuro a tu lado. Como un niño que se despierta en medio de la noche sinsaber porqué buscando desesperadamente a su madre. Así es como más fielmente puedoexplicarte como me siento.

Me acuerdo cuando me regalaste “Cinco horas con Mario”, la mujer aquella que consu inacabable diatriba, se desgañita a gusto con el cuerpo presente de su marido falleci-do. Pues busco aquí un poquito de lo mismo. Yo, al igual que la mujer de la novela, que-remos creer que aún nos escucháis, que aún estáis aquí, falsa esperanza que se desvane-ce cuando pasan las horas.

Pero sin embargo, tú, querida mía, antes de irte me has dejado un regalo. Un regaloque colma mi desazón por tu ausencia, que borra un poquito esa tristeza que no me dejaescribir con total lucidez. Es un regalo hecho con tanto amor, tanta dulzura, que es impo-sible describirlo. Un regalo que te ha costado la vida, pero a ti no te ha importado, te hasido con una sonrisa en los labios, sabiendo lo que me dejabas. Me cuesta reconocer que

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fui un poco egoísta al principio, pues te quise retener a toda costa, pero tú ya sabías deantemano que estabas sentenciada, así pues, ¿para qué luchar contra algo a lo que no sele podía hacer frente? Si un problema no tiene solución, ¿para qué preocuparse…?

Nuestra hija Isabela duerme ajena a todo. Ni siquiera sabe que su madre renunció asu propia vida para dársela a ella, en un acto de generosidad y de amor sin parangón.Cuando tenga edad para razonar y entender, se lo explicaré a mi manera y sé que se sen-tirá orgullosa de su madre. Yo ahora mismo estoy abrumado, no bien por la responsabi-lidad, sino por tu generosidad, acostumbrado como estoy a este mundo egoísta, que solomira por sí mismo y por nadie más. Y por si fuera poco, antes de que el puñetero cáncerse cebara contigo, me dejaste una carta, escrita de tu puño y letra, la cual acabo de leer,trastornándome hasta puntos insospechados, ingiriendo alcohol irresponsablementepara asimilar tanta emoción.

Un sinfín de emociones que no pueden salir todas a la vez, como dos personas no pue-den cruzar una puerta al mismo tiempo. Una carta que yo esperaba larga, pero, ¡qué va!,fiel a tu estilo como siempre, dejando la guinda puesta dentro mi alma, pues si ya te echode menos, como será cuando me acueste en nuestra cama…. con tu carta entre mis dedos,releyéndola una y otra vez y riéndome en la tenue penumbra. Llorando en silencio, parano despertar a la niña, esa niña traducida a una prolongación de tu vida.

Si el mundo entero tuviera solo una cuarta parte de tu generosidad, otro gallo canta-ría, no por ser tú ni por hipocresía, sino por lo impactante que es a veces la vida o la muer-te, según como se vea. ¿Es necesaria la muerte para comprender?

Después de tantas horas sin dormir, empiezo a notar un sueño pesado, contagiado qui-zás por la criatura que duerme impasible en su cuco. Se me cierran los ojos sin querer,pero tu imagen sonriente en la oscuridad gana la batalla….

-Adiós, cariño, hasta pronto….- me despido en un susurro antes de caer totalmentedormido.

Y la carta cayó de mis manos al suelo, desvelando su contenido:

Querido marido:Cuando se me vaya la vida,creo que estaré en el cielo.Allí te añoraré mientras te esperoa que te llegue tu hora sufrida,mas no vivas con desespero,ni mires hacia arribacon miedo y recelo,pues no soy alma perdida:Soy amor que te revelo

al oído de tu alma herida.Y en la vida postreraquisiera enamorarme otra vez de ti:Para desnudar tu alma guerrera,para ser lo que nunca fui,para decir la palabra certeraque nunca supe concluir.Con todo mi amor para ti.Cuida de Isabela.

Adiós.

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CAPÍTULO 1: CÓMO IR A LA OLIVA Y “NO MORIR EN EL INTENTO”

¡Hola! Soy una joven profesora que un día se casó con un agricultor y se fue a vivir aun pueblo, en las montañas, y a él, sus gentes y sus costumbres tuvo que adaptarse, y creoque lo consiguió, haciendo uso de su buen humor y luciendo siempre una sonrisa.

Voy a contaros cómo es un día recolectando aceitunas en la zona de La Serranía de laComunidad Valenciana, más concretamente en Alcublas, una pequeña población en lamontaña.

Existen varios requisitos indispensables que ahora pasaremos a enumerar:1º El vestuario: Ir disfrazado. Todo cabe, todo es válido, gorros, pañuelos en la cabeza

o cuello, delantales, botas, guantes, incluso batines debajo de la chaqueta. También sonmuy usadas las “bragas” tapando cara y cuello (aunque nunca entendí por qué no se lla-man…tapabocas. En cuanto a los pañuelos, existen varios modelos: de pirata (frentetapada y atado detrás), a lo “pasiego” (frente tapada y atado atrás con el nudo escondidoy el pico a vistas), y de ancianita o castañera (frente descubierta y atado al cuello). Todosellos cubriendo la cabeza.

2º La herramienta: Es preciso aquí hacer un pequeño inciso, recuerdo que un díahablando del tema con una amiga me dijo: “sí que es pesada la oliva, cuando yo erapequeña muníamos las ramas con las manos y… ¡qué daño! y… ¡qué frío!”. Perplejaquedé al oír sus palabras, levanté las cejas con cara de asombro y le expliqué que aquellopasó a la historia, que ahora se coge “a saco”, “en plan industrial”. Las armas de defensautilizadas pueden ser, perfectamente, mochos, ¡sí!, palos de mocho, de escoba…y… ¡avarazo limpio, sin piedad! Algún tallo cae pero olivas también. El inconveniente es quecon tal fuerza algunas salen lanzadas al bancal (campo) de arriba o abajo, o inclusoentran directas al remolque o a la furgoneta, otras, menos afortunadas, son deshuesadasen el acto. Es como jugar al golf pero seguido, “cascándole” sin parar. Un problema deesta técnica puede ser recibir un olivazo en la cara o un varazo en la mano, todo ello porgentileza del compañero de “batalla”. También hay que andar con cuidado para no pisarlas olivas de la lona (del suelo), si no ya llevas el aceite fabricado.

3º El “rancho”: No hay jornada campesina que se “precie” sin una buena torraeta, esetocino, esas “chullas”, ese embutido… Una buena hoguera y a zampar, y si hay ajoaceite

DE LA CIUDAD AL CAMPO: UN DÍA EN LA OLIVA

Maribel García

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mejor. Luego un buen café con leche del termo, unas pastas y, para soportar el largo y fríodía, una buena mistela, no del terreno pero da igual. La garrafa del agua, si hace buenatemperatura, va menguando, pero si hace frío no es que bebamos mucho, pero la pasea-mos.

4º El temporal: Comienza la recolección con días soleados, en los que incluso acabasen manga corta trabajando y cuando ya te has confiado ¡zas! dos bajo cero a las ocho dela mañana. Puede caerte nieve, granizo… Comienzas con guantes a coger olivas del suelo,congeladas, tal cual cubitos de hielo, así que, cuando llevas un rato, los guantes se hanmojado, tus manos también y comienzas a no sentir que llevas dedos en los pies y aga-chas la cabeza y dices “¡sí!, sigo llevando los pies ahí bajo”. Y no digamos si hace viento,en cuyo caso además de arrastrar las lonas con las olivas has de llevar contigo una piedrapara ir colocándola en la esquina. Pero ya hablaremos otro día de los vientos, que danmucho de sí.

5º La forma física: El primer día que pasas cogiendo, a mano, una a una las olivas delsuelo acabas destrozado, el segundo no puedes ni levantarte de la cama, pero el tercero…

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ya eres todo un veterano, puedes cruzarte el bancal a cuclillas avanzando ágilmente(Aclaración: un bancal es un pequeño campo, arriba uno de otro, separados por paredesde piedra). Y ya puestos en el tema: La primera vez que les dije a los chiquillos-as deAlcublas que había pasado el día en el campo cogiendo olivas, se rieron, me dijeron queen Alcublas ir al campo es ir de camping, de fiesta, y que ir a trabajar era ir al monte.

6º Los Aseos: Hay que armarse de valor y encontrar un lugar oportuno donde no apa-rezca, de repente, un cazador que te diga “¡Buenos días!”. Eso sí, no hace falta tirar de lacadena, el papel higiénico es perfumado y el abono es ecológico, muy ecológico.

Por último otro aspecto a discutir es la denominación de los árboles. Sí, sí, existenárboles pequeños, recién plantados, que se llaman plantones y luego están las legenda-rias, las milenarias oliveras, aquellas que entre varias personas, con los brazos abiertos,no abarcan el tronco. Pero ¿qué sucede con los árboles cuyo tronco no lo abarco yo sola?Pues… los autóctonos lo llaman “plantón” y resulta que cuando llevas un cuarto de horadándole varazos y otras dos personas están haciendo lo mismo, al mismo tiempo, tú tepreguntas “¿Esto no será una olivera?”, y lanzas la pregunta al aire y te responden: “¡Quéva, esto es un plantón!”, y tú dices ”pero… tendrá muchos años”, y te contesta una perso-na de sesenta años “No tantos, éste lo vio plantar el abuelo”. Podéis imaginar mi cara:boca abierta, cejas levantadas y ojos asombrados, y contesto con ironía: ¡AAAhhh! Sólotendrá unos ochenta y cinco años, pero es plantón”.

Una vez todo esto tenido en cuenta es muy sencillo. La jornada comienza cargando lafurgoneta de ropa, comida, cajas (para llenar de olivas), varas, máquina del suelo, máqui-na recolectora de arriba, gasolina, lonas, capazos y… ¡gente! Luego todo es muy fácil, lle-gas, sacas todo, te pasas el día cogiendo, con ganas, para que cunda, media hora paraalmorzar y una hora para comer (incluido el tiempo de “torrar”). Finalmente comienzasa mirar al cielo a ver si el “puñetero” sol ya se esconde y… ¡Por fin! Ahora viene lo másdivertido ¿Todo lo que hay esparcido por el suelo estaba dentro del vehículo? Comienzaa cargar las cajas llenas de olivas, mantas, capazos, agua, ropa, gente…pero…si no cabe lamáquina recolectora, a la cual primero hemos tenido que quitar el brazo tras reniegos yesfuerzos (que no sale, que si aprieta, que lo haces al revés) ¡Por fin! ¡Furgoneta llena!¡Salgamos hacia el pueblo!

Por otro lado ahora llegas y…” ¡Cambio de pareja!”, cambias de marcha pero sigues“currando”: los niños, la casa… y lo peor de todo es que al día siguiente tienes que volver.El capataz o cabeza de familia vacía lo innecesario y ¡ale! A hacer tres horas de cola paradescargar en la Cooperativa, eso si hay suerte, si no pueden ser más horas o incluso pue-des volverte a casa sin descargar.

Pero… tomas el aire y el sol, haces músculo, no se pierde la tradición y dicen que essano, muy sano, vivir en un pueblo.

¿Te vienes?

Firmado: “Sonrisa” Alcublas (Valencia), 25 de enero de 2010

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Saltaban a la vista los cambios evidentes que se habían producido en el pueblo,tal como el asfaltado de las calles, que durante casi toda su juventud Santiago habíatransitado con pavimento de tierra, la mayor parte de las veces convertidas en barri-zales o llenas de moscas que acudían a la suciedad que las cubría, debido a los ori-nes y excrementos de las caballerías y a las "aguas menores" que se arrojaban desdelas ventanas o los balcones de las casas, carentes en su mayoría de agua corriente yretretes, al grito de "¡Agua va!". Todos los caminos, por los que antes no podían cir-cular los carros, y que solo permitían el paso de una caballería con sus alforjas tra-jinando haces de mies a las eras para la trilla o con los aperos de labranza y de labo-reo del campo, ahora estaban asfaltados y en tractor, en coche, o en motocicleta lagente se desplazaba por ellos a una velocidad que no era de extrañar que se estuvie-ra acabando con la caza.

- Nosotros los andábamos en el caballito de San Fernando: "unos ratitos a pie yotros andando". Tardábamos tres o cuatro horas en ir desde el pueblo a las bodegasde "Las Veinticuatro” o a las de "Gea" para cazar aquellos montes y ahora puedenhacer estos desplazamientos en quince minutos- añadió Santiago.

- Es verdad. Ya queda muy poca caza por estos montes, por no decir ninguna -asentía Agustinón-. ¿Te acuerdas de lo puta que va a pasar esta noche el Señorito? -añadió socarronamente.

Pasaron por el recuerdo de ambos amigos las largas caminatas que debían hacer porlas noches para llegar al alba a los alrededores de "Las Veinticuatro”, o de "Gea" o alNavajo Royo, o el Navajo del Fraile, La Pedrosa, La Solana de Guerri, el Barranco delAljezar, la Balsa Silvestre, El Collado Herrero, la Peña Ramiro, etcétera, lugares inol-vidables que habían sido escenarios de innumerables lances de caza menor de sucurruca. Eran horas de caminar a oscuras la mayoría de las veces con negra noche y,en otras, a la tenue luz de la luna. Estos desplazamientos eran un espectáculo pues loscazadores caminaban en la noche seguidos de una jauría de perros -en alguna ocasiónhabía alcanzado el numero de cuarenta-, que a la vez cazaban por el camino y levan-taban algún que otro conejo o liebre provocando, a esas horas de la noche, unos baru-llos enormes, ya que, a excepción hecha de los perros, nadie veía más allá de su nariz ytodo el personal gritaba y corría de un lado a otro sin orden ni concierto no consiguién-dose, en tales circunstancias, cobrar pieza alguna.

UNA MALA NOCHE EN EL NAVAJO ROYO

Santiago Garrigó

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Ahora los desplazamientos, para los que en los tiempos de referencia se necesitabanvarias horas, se podían realizar en pocos minutos sobre una moto, o en automóvil.

La partida de caza menor de los años jóvenes de Santiago en Alcublas, habitual-mente estaba integrada por nueve de sus mejores amigos del pueblo (El Cano,Agustinón "Mollitas", Baltasar, Rafael el Zapatero, Salvador el Rey, Baltasar, MiguelBarrales, El Geldo, y Tono "Guija"), completándola aproximadamente una treinte-na de perros de caza; algunos propiedad de los concurrentes y la mayoría prestadospor sus dueños. En el pueblo las distintas cuadrillas de amigos practicaban la cazamenor en grupo, provistos solamente de cayados, cortos y muy corvos en su partesuperior, desprovistos de escopetas o de arma alguna -salvo contadas excepciones-,y acompañados de buenas jaurías de perros; forma de cazar a la que denominaban"caza en curruca", seguramente porque hombres y perros desarrollaban el mismocometido en similares condiciones -correr todos detrás de los conejos y las liebres-constituyendo todos juntos una autentica "curruca"; y de ahí que a la "partida" se ladenominara también por los lugareños "curruca"; términos que se usarán en losucesivos indistintamente en referencia a "la partida de caza". Los miembros de lacurruca por toda arma iban provistos de un cayado -bastón corto y muy curvado ensu empuñadura, usado habitualmente por los pastores-, siendo la escopeta quemanejaba Santiago la única arma de fuego de que disponía la curruca. En la ocasiónde la célebre frase que recordaba Agustinón, acababa un día agotador en el quehabían andado muchas horas por el monte y la curruca fue a hacer noche a un "refu-gio" de campo, situada al lado del Navajo Royo; una gran balsa natural, que recogíalas aguas pluviales, ubicada en un hondo rodeado por altas y frondosas montañas.Refugio construido con piedras unidas con barro y cubierta de techo de tejas sobrevigas de troncos de árboles, de escasa superficie, con un habitáculo de entrada parauna chimenea de hogar con su gran campana de obra, con reducido espacio paracomedor-estar, provista de un camastro; espacio que se comunicaba con una peque-ña cuadra en la que se estabulaban las caballerías empleadas en las labores delcampo y el inseparable animal de compañía: uno o varios perros. Su cometido eraacoger, en las más elementales condiciones de habitabilidad, a los campesinos parapasar la noche próximos a las tierras de cultivo alejadas del pueblo cuyo cuidado exi-gía más de una jornada de trabajo, y evitar así largas e inútiles caminatas de vueltaa sus hogares y de regreso inmediato al "tajo".

Estos refugios se usaban también por los transeúntes de los montes para prote-gerse de cualquier inclemencia del tiempo que se presentase de improviso.

Entraron en la "bodega" la impedimenta de los cazadores con todos los útiles decaza y la única escopeta que acompañaba a la curruca. Se dispuso todo lo necesariopara cocinar la cena, se recogió leña por los alrededores del monte y se encendió elfuego en el hogar. Santiago se distrajo con los perros dándoles de beber y cuando sedispuso a entrar en la bodega, al abrir la puerta se derramó sobre su cuerpo un cubode agua, dispuesto a propósito sobre su dintel, empapándole toda la ropa, de la quetuvo que despojarse, quedarse en cueros y soportar el correspondiente jolgorio desus amigos que le habían preparado tan "ingeniosa y civilizada" broma. La ropa se

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acercó al fuego para que se secara y "el señorito", completamente desnudo, fue echa-do a empujones fuera de la barraca de la que le cerraron la puerta desde el interioral tiempo que le gritaban:

"¡Qué puta va a pasar esta noche el señorito!"Por más que Santiago rogó, apeló a los humanitarios sentimientos de los compa-

ñeros, exigió y pataleó para que le abrieran la puerta y le dejaran entrar no lo consi-guió y se vio forzado a dormir desnudo a la intemperie, aguantando el frío y el relen-te de la noche cuya crudeza, afortunadamente para él, fue suavizada por la inespe-rada protección de las podencas Perrota y Minerva, que él había aportado a la"curruca". La primera era propiedad del "Tío Miguel El Curro", y la segunda propie-dad suya; regalo de un amigo de Ibiza desde donde se la envió con tres meses deedad y fue criada en casa del nombrado propietario de Perrota. Las dos perras setumbaron muy apretadas a ambos lados del cuerpo de Santiago, a modo de manta,proporcionándole el calor que le permitió aguantar hasta el alba, no sin pasar unaincomodísima noche y cierta dosis de miedo, motivado por los ruidos y las voces queen el silencio de la misma se escuchaban por alejados parajes de las montañas, enun tiempo en que se tenían noticias de que "el Maquis" estaba escondido por aquelcontorno. Llegó a la postre la madrugada, hora en la que comenzó de nuevo la movi-da de la partida de caza con el final, para Santiago, de la brutal broma que celebra-ron con gran jarana aquellos "¡amables!" compañeros de caza. Suerte para el"Señorito" de la impagable compañía de las insólitas compañeras de cama y que elclima del Octubre de aquel año fue benigno. Pero las bromas de la "curruca", porduras que fueran, se perdonaban y por la mañana se inició con toda cordialidad lanueva jornada de caza, después de devolverle la ropa seca, vestirse y desayunarsecon "patatas acantonadas" -es decir patatas fritas sin ningún acompañamiento-.¡Así eran las bromas que se gastaban los mozos del pueblo! Y Agustinón con granregocijo se la recordó a Santiago que, como es lógico, no la había olvidado.

Los compañeros de la "curruca" eran todos músicos y formaban parte de la bandade música de viento del pueblo: "La Unión Musical". Cada uno tocaba un instrumen-to distinto a excepción de Rafael el Zapatero, que no tocada nada más que zapatos.

Agustinón tocaba el trombón, Baltasar el clarinete, El Rey la trompeta, Geldo elsaxofón, Tono Guija los platillos, Miguel Barrales la flauta; El Cano tocaba el flautíny -cuando no actuaba en la Banda-, las partes pudendas de todos los de la cuadrillacon sus pesadas bromas, y con especial predilección las de Santiago al que no deja-ba nunca tranquilo.

No eran malos músicos y La Unión Musical sonaba muy bien dirigida por VíctorAlbalat, alias "Maneta", que era un gran profesor y director, prácticamente autodi-dacta, con una gran sensibilidad musical y un carácter idóneo para la dirección, consentido de la disciplina indispensable para concertar y armonizar a los treinta músi-cos de que aquella se componía. Ensayaban en un local vetusto, ubicado en el calle-jón denominado "de la música", del que al parecer todos los componentes de labanda disponían de las llaves de su puerta ya que, cuando Santiago llegaba al pue-blo, sus mencionados amigos, "cazadores-músicos" algunas noches entraban en el

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local, extraían sus instrumentos y se constituían en banda musical, con sólo sietecomponentes, para iniciar improvisadamente las serenatas a las mozas del pueblo,con unos pasacalles nocturnos que despertaban a todo el paisanaje que debíamadrugar para atender las faenas del campo. En tales ocasiones la Banda, como seha dicho, quedaba reducida a los elementos de que se componía la curruca, que eranlos compañeros de las juergas que organizaba Santiago en sus años mozos, y sona-ba con los instrumentos que antes se han enumerado, ¡que si sonaba! Se agregabana la "Serenata" además de algún noctámbulo del pueblo, el ya mencionado Rafael elZapatero, y el Tío Ivernón, Alguacil y Sereno del pueblo, que se "enganchaba" a cual-quier juerga que le pudiera proporcionar de balde bebida y, si acaso, un poco decomida. El Tío Ivernón en tales ocasiones representaba la máxima Autoridad delpueblo y acreditaba que la serenata en marcha estaba debidamente autorizada porel Sr. Alcalde, quien, ignorante de la juerga musical nocturna, en algunas ocasionesse hallaba en su casa durmiendo como un tronco y en otras en el bar de la "Caleta"bebiendo cazalla, mistela, anís o alguna otra "barrecha" de las que acostumbraban atomarse la mayoría de los varones del pueblo para acumular calorías en verano, quequemaban con el trabajo diario, o para combatir el frío en el duro invierno.Contribuía el Tío Ivernón, a la buena armonía de los "rondadores" y participaba ensus bromas, sin que faltase en ninguna ocasión la exhibición de su gigantesco testí-culo- padecía elefantiasis -que constituía un número muy celebrado por la concu-rrencia; el Sereno a pesar de estar integrado plenamente en la juerga no dejaba alolvido anunciar la hora al pueblo medio dormido, con la indicación de si el tiempoestaba sereno o nublado, gritando a toda voz y muy entonadamente:

- ¡Ave María Purísimaaaa...! ¡Las treeeeees........y sereno! - o bien: ¡Las treee-ess...... y nubladooo...!

Barcelona Marzo de dos mil diez

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Por aquel tiempo habíamos terminado la escuela, en el pueblo no había muchasalida que digamos, así que para ir ayudando a la economía familiar, teníamos queir cogiendo todo aquello que buenamente saliera.

Nos dijeron que si queríamos ir a coger las almendras a la Masía de Cucalón, nonos lo pensamos dos veces y allí que nos encaminamos la cuadrilla de amigos unlunes por la mañana, cargados con nuestros sacos de provisiones y manta para dor-mir. Creo recordar que vino Mario el casero a por nosotros con el tractor de la Masía.

Yo no había estado nunca allí, así que al ver la majestuosidad del portón de entra-da, con un perro guardián a cada lado atado con su cadena, ya me impresionó unpoco todo aquello.

La puerta estaba situada en lo que era el recinto amurallado, con sus mirillas enel muro, para defenderse de forajidos y bandoleros en otros tiempos, dando accesoal gran patio central, donde se encontraba uno de los aljibes, así como el paso aotras zonas de la casa.

Situada frente a la anterior, se encontraban los soportales con la puerta principalde entrada a la casa, (los sillares de piedra utilizados, supongo serían de alguna can-tera existente en las cercanías), entrando a la izquierda se encontraba la capilla, a laderecha la entrada a las dependencias de la casa principal. En la parte trasera esta-ban las cuadras y corral de ganado, así como en un lateral se ubicaba el horno moru-no para la elaboración de su propio pan.

A nosotros nos aposentaron en una cuadra muy grande, donde teníamos que dor-mir en una especie de pajera. Para las comidas teníamos una cocina en la partesuperior de la casa, adonde se accedía a través de una escalera y allí nos reuníamosdespués de haber estado todo el día recogiendo almendras.

El almuerzo y la comida lo solíamos hacer en el “tajo“, así no perdíamos tiempoen los desplazamientos, (las tierras pertenecientes a la Masía estaban alrededor deella, pero algunos campos ya quedaban un poco lejos).

Recuerdo que como éramos unos críos un poco revoltosos, ( además todos juntosy fuera de casa ), el dueño nos puso a modo de controlador, al suegro de los caseros,era un Sr. de Gátova, el cual aparecía a lomos de un machico pequeño y se pasabacasi todo el día con nosotros. Una anécdota simpática de aquellos días fue la siguien-

SENDAS MUSICALES

Serafín Martínez Marz

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te: después de comer descansábamos un rato, y él se dejaba caer en la manta, peroa mí se me ocurrió que empezásemos a pegar una piedra contra otra, para que pare-ciese que estábamos rompiendo almendras, al oírlo se levantaba y venía hacia nos-otros para echarnos la bronca, pero no veía ninguna cáscara y se lo llevaban losdemonios al ver que no podía decirnos nada.

Otro día apareció Salvador con una liebre en la mano, la había cogido mientras dor-mía, (este era muy cazador, y lo sigue siendo), así que esa noche tuvimos buen arroz, puesel tío Pepe el Cacalo, se encargaba de hacernos la cena. También como estábamos en zonarebollonera, solíamos coger alguno, todo servía para enriquecer nuestra sencilla y humil-de gastronomía, (la verdad sea dicha que hambre no pasábamos).

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Como detalle especial, recuerdo que alguna noche nos proporcionaban un pocode vino para la cena. Había al entrar en la casa, en el pasillo a la derecha, un granbanco de piedra, con una garrafa siempre llena del buen vino que se cosechaba ensus tierras, con la transmisión oral que había dejado algún maestro vinatero, (sesupone debía de ser algún cartujo de la Cartuja de Vall de Crist), que dejó su selloparticular por aquellas buenas viñas. La bodega era un encanto, con sus grandesbotas, fabricadas allí mismo en el interior, sus prensas y demás utensilios utilizadospara la elaboración de aquel caldo tan exquisito. La almazara que usaban para elaceite era una maravilla, allí no faltaba de nada, tenían todo lo básico para poderobtener productos de calidad.

Una noche, el juego consistió en ver quien aguantaba mas rato bebiendo en labota y diciendo la palabra “Cu-ca-lón”, (habíamos tenido una pequeña recompensapor descargar un camión de abono). Así íbamos pasando las noches de aquel lejanomes de septiembre.

Pero llegó un día que teníamos que ir a ensayar al pueblo, la banda de músicatenía que ir a participar en un festival en Riba-Roja del Turia y entre los amigos queallí nos encontrábamos había algunos que éramos músicos. Al medio día empecé amoverlos para así poder marcharnos antes, pero ellos no parecía que estuviesen porla labor de ir al ensayo, cuando llega la hora de ponernos en marcha, empiezan quesi por aquí no es, que es por allá, ( teníamos que ir andando y volver al día siguien-te para estar a la hora de empezar la jornada laboral), todo eran excusas, algunos seconocían muy bien el terreno, pero tampoco querían decir, no queremos ir al ensa-yo. Así que viendo la situación y que el tiempo apremiaba les dije, no preocuparos,si no queréis venir no pasa nada, vosotros volveros a la Masía, yo me voy al ensayo ymañana ya volveré.

Y así lo hice, me recorrí la “senda“ hasta llegar al pueblo, acudí al ensayo y podéisimaginaros las voces del director, (si es que no puede ser, ni tocan su papel, ni vie-nen a ensayar, así no se puede salir a ningún sitio). A todo esto yo callado y con miinstrumento preparado para empezar el ensayo, ensayé y me fui a dormir, pues demadrugada en compañía del tío Julio con su macho, nos pusimos en camino parallegar a la hora de comenzar la marcha con todos.

Al día siguiente, cuando acudía a la Masía para cambiarme y asearme un pocopara acudir otra vez al ensayo, allí me estaba esperando el dueño de la Masía al ladode su coche, (por lo visto se había enterado de lo del día anterior). Solamente medijo: hoy no te vas andando, sube que te llevo, esto que tú haces tiene mucho méri-to, se nota que la música te gusta mucho.

Terminamos la semana y el Domingo nos desplazamos a Riba-Roja, donde tuvi-mos una actuación bastante digna, dado los escasos recursos con los que en aquellostiempos contaba la banda.

En este relato, todos los nombres son ficticios, cualquier parecido con la realidades pura coincidencia.

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A mamá, a la niña que fue.Dejaba la llave rota puesta en la cancela de la verja, se sentaba a dormitar en una silla

baja de enea, casi coja, apoyada contra el centenario árbol y se tapaba la cara con el viejosombrero que había traído de Cuba.

Junto al pozo de la cava el huerto del tío Lucero semejaba un pequeño oasis que con-trastaba con la tierra dura y áspera de la serranía. Era el huerto de las prunas y las man-zanas una gran tentación para la chiquillería del pueblo.

En la clocha del pozo manaba el agua y las niñas acompañadas por algún mozalbeteguardaban turno para llenar el cántaro que pesaba más que ellas. Pero se entretenían consus juegos y acababan lanzándose una mirada de complicidad en dirección al huerto.

Cecilia transportaba el cántaro a duras penas. No se percató de la zancadilla quePedrico le había puesto a traición y cayó al suelo. El agua formó un charco del que partióun hilillo hasta que la tierra sedienta lo absorbió. La niña miró los trozos de barro rotosy su vestido de florecillas manchado y no sintió el dolor de sus ensangrentadas rodillas.Pensaba con terror en la reprimenda y las sonoras bofetadas que recibiría de su madre,que tenía muy mal genio.

Unas manos grandes y ásperas la alzaron del suelo. La mirada del hombre era serenay su barba blanca otorgaba bondad a su rostro.

Cuando miró alrededor encontró que las demás niñas y el pequeño travieso estabansentados en corro comiendo manzanas debajo de la higuera. El tío Lucero le curó lasheridas y le dio un caramelo. A continuación les deleitó con uno de sus cuentos o chasca-rrillos como él decía. Pasó raudo el tiempo y había que regresar a casa.

Esa noche Cecilia no podía conciliar el sueño. Las pellurfas del colchón picaban y cru-jían a cada movimiento. La habitación se pobló de sombras y la llama de la vela crepita-ba como si fuera movida por una corriente de aire furiosa. La niña estaba sola y sabía queno podía llamar a su madre aunque tenía miedo. Recordaba la fantasmagórica visión deunas noches atrás cuando estaba con otros niños y sus padres en la era y vieron pasar lafigura lenta del penitente. Llevaba en la cabeza una colmena con un farol encendido y secubría con una sábana. Sus pies descalzos arrastraban cadenas y estaba dando sus habi-tuales tres vueltas al cementerio. Había escuchado comentar a su padre que el cura delpueblo solía poner esta penitencia a sus feligreses como ofrenda por algún favor conce-

EL HUERTO DEL TÍO LUCERO

Andrea Gallardo Domingo

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dido por la divinidad, pero ella no le creía. Se trataba sin duda de un fantasma.El trigo depositado en la era brillaba bajo la luna llena y parecía un altar de la antigüe-

dad preparado para realizar ritos paganos. Entre juegos y risas los niños habían visto alte-rada su tranquilidad con la figura macabra y esperpéntica del penitente, residuos de laEspaña negra y profunda condenada a continuidad por el gobierno fascista.

Cecilia rememoraba los cuentos del tío Lucero. Se acordaba sin querer de aquellaplaga de saltamontes que en el verano de 1910 invadió todo el término municipal y causóun daño tremendo a las cosechas. Sentía picor en todo el cuerpo y se revolvía inquieta.

Entornaba los ojos y veía la imagen de la avarienta madre enterrada con unas sayas enlas que había cosido doblón a doblón de oro toda su fortuna dejando a sus hijos en lamiseria. No podía dormirse y se entretenía haciendo figuras chinescas con sus manos.Los animalillos aparecían en la pared y con sus fauces la amenazaban. Nerviosa se tapóla cabeza con la almohada y se prometió a sí misma que cuando fuera mayor y tuvierauna hija le contaría cuentos con final feliz para que pudiera dormir tranquila y le daríabesos tiernos todos los días de su vida.

Pasó el tiempo y Cecilia dejó el pueblecillo serrano para buscar trabajo en una granciudad hacia el norte, fría y gris, poblada de gentes atareadas y con rudo acento. En lasnoches de invierno Martita se acurrucaba a su lado y le susurraba al oído historias de otrotiempo, "érase una vez que existía un huerto de prunas y manzanas. Cuando el tío Lucero,propietario del huerto, murió, todo el pueblo asistió a su entierro y....".

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Las estaciones de ferrocarril tienen encanto, concentran sueños, transportan ilusiones,el tradicional reloj que preside el andén, impertérrito, marca las horas sin inmutarse,indiferente al ajetreo que existe a su alrededor. Viajeros que van y vienen, conversacionesocasionales, abrazos de bienvenida, despedidas nostálgicas, risas y pesares, el pulso de lavida parece que anida en las estaciones de tren.

A uno de estos lugares emblemáticos se dirigía Amador, un hombre entrado en edad decabello níveo, buenos modales, atento, acostumbrado, con espíritu paciente, al trato con losviajeros. Amador era empleado en una línea de cercanías donde ejercía de revisor.

Esa tarde, como tantas otras, llegó para cumplir su turno, llevaba cogido por el asa elcuadrado cesto de mimbre a modo de maletín, en cuyo interior había colocado las vian-das de la cena y un termo para mantener caliente el café, reparador de monotonías queproducen los trayectos de ida y retorno entre los pueblos que conectan la periferia con lacapital.

Algo intrascendente, pero amable, truncó su rutina. Pidió los billetes a una pareja dejóvenes que viajaban juntos y que mostraban una actitud enamorada, se cruzaron unas son-risas de cierta complicidad que propiciaron una empatía, en principio ocasional, pero grata.

A diario comprobaba sus billetes, los veía congeniar con entusiasmo en aquel tren delas nueve de la noche; en una ocasión los sorprendió dándose un beso, las hormonas y lanecesidad de calorías en las frías noches de diciembre, pusieron el resto.

Apenas asomó la primavera, la pareja, le escogió como confidente contándole sus pla-nes de boda; se sintió útil, le venían a la mente épocas de su juventud, también fue en eltren donde conoció a Rosa, su mujer, él marchaba a complementar sus estudios de con-tabilidad a una academia de la capital y ella a servir pasteles en una acreditada confite-ría, se casaron tuvieron dos hijos y vivían felices.

Halagado por la confianza que le demostró la joven pareja se permitió aconsejarles sobrela letra pequeña de algunas hipotecas, y hasta les recomendó un maestro albañil, de su ente-ra confianza, para reformar el ático amplio y muy soleado, que acabaron comprando antela oferta tenaz, a la par que seductora, de una inmobiliaria en apuros de capitalización.

Con una sonrisa de complicidad, se saludaban los tres todas las tardes a las nueve. Yacasados, le dijeron que habían pensado ponerle su nombre al hijo que esperaban, mien-tras el marido situaba la mano, ilusionado, en el abultado vientre de su mujer.

TREN DE CERCANÍAS

Francisco Ponce Carrasco

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Dos veranos más tarde se divorciaron. El naufragio se convirtió en una clara ofensivaplagada de hostilidades. Seguían viajando a la misma hora, ella en el primer vagón, él enel vagón de cola.

- Billetes por favor. — solicitaba el funcionario maduro de pelo blanco.- No sabe el monstruo de marido que ha llegado a ser - el revisor callaba.- Billetes por favor.- Vaya víbora que me tocó como mujer - el revisor callaba.Al día siguiente.- Billetes por favor.- Dígale, al indeseable de mi ex-marido, que el niño tiene fiebre - le rogaba ella, agota-

da, después de una noche en vela.- Billetes por favor.- Contéstele, que ya ingresé la pensión - le pedía él.El pobre revisor pasó de ̀ cupido' a mensajero del diablo. Tuvo suerte y por azar lo des-

tinaron a una línea de largo recorrido. Allí, visiblemente alterado, llamaba la atención acuantas parejas encontraba haciendo manitas. Le era imposible controlarse, perdía sucompostura y se ponía como un energúmeno...

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- ¡Anda, aparta de ahí!- Bueno, ¿y tengo que ser yo?- ¡Claro que sí, tú!- Que sea otro, que yo no me aparto.- Ya empezamos como todos los años…- ¡No! Este año va a ser diferente.- Al comienzo de la primavera tenemos todo el sitio que queremos, mas cuando

Lorenzo empieza a calentar, vienen las acaloraciones y las restricciones de CO2.(Seguramente vosotros, si tú, jurado, que viene de juez, tienes que decidir qué relato

es el mejor. Tienen que catarnos).- ¡Como si fuéramos un vino!- Pues anda, que si los efectos de estos relatos son como los del vino que llevamos den-

tro, apañadicos vamos a estar.- ¡Claro!- Son gente de pluma, y de estos qué te puedes esperar. Si comieran lo que producen,

a nuestros amos otro gallo les cantaría. Lo primero que los alcublanos no abandonaríanlas viñas. Y el vino que estos se beben, bien que lo pagarían.

- Si no hubiera tanto chupa-tintas…- Como que a estos de la pluma no les cuesta tanto trabajo ganar el jornal como a nues-

tros amos, sin embargo son ellos los que entienden cuando beben nuestros caldos.- ¿Hasta cuándo tenemos que esperar aquí, cada día más estrechos y aguantando las

presiones de los vecinos?- Creo que hasta el otoño.Entre los muchos granos de uva que formaban aquel racimo tan hermoso, unos cuantos

decidieron abandonarlo, se dejaron caer entre las hierbas y emprender una nueva singladura.Comentaban:- Total, para que vengan a recogernos y nos traten con tan poca delicadeza.Aquel grupo de formas redondeadas alcanzaron el camino más próximo y vieron el

Paraíso. Allí pasaron la noche. A la mañana siguiente estaban cubiertos por el rocío, y

EL VINO

Rafael Vicente Gimeno

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junto a los cabecillas del motín miles de ellos, millones, con ánimos de apoyar a aquellosvalientes que intentaban salir de la esclavitud.

- ¡Ya estamos hasta las semillas! –se expresó uno en representación de todos.- Sí, como que siempre espuntan las vides cuando más nos hace falta respirar… no se

puede aguantar el consumo de tantas sales minerales de la tierra sin mezclarlas con elCO2 del aire.

- ¡El CO2 los va a matar! Tienen demasiado y sin nuestras hojas no podemos reciclarlo.La comunicación entre aquellas formas redondas era misteriosa.¿Cómo era posible tanta empatía?El secreto lo guardan en un ancestral va-y-ven, el va-y-ven de la SALUD, de la comu-

nicación perfecta, el va-y-ven de las emociones, el de la vida. El nombre de este movi-miento suena algo así como Yatyrs. Ya que el relato tiene que hacer referencia al terreno,vamos a llamarlo movimiento alcublano. Dicho movimiento lo guardan las plantas y losanimales en sus genes. Los humanos también. Aunque ya lo abandonamos hace muchosaños, en ocasiones tenemos alucinaciones que nos llevan a remembrar lo que somos.

Un caracol pasaba por aquellos lares y les preguntó:- ¿Cuál es el motivo de semejante manifestación?- Es un acto para dar al hombre una lección.El caracol, ni corto ni perezoso, su camino siguió.Estaba comenzando el éxodo de este rodar de las uvas hacia el Paraíso. Hacia el

Paraíso que hace unos años abandonaron los humanos por querer “Ser como Dioses”.Dicen los teólogos que dios expulsó a los hombres del paraíso, y así fue. Aunque se tratóde un juego que se llevan entre manos dios y el demonio, que viven juntos y el demoniole propuso a dios que no sería capaz de expulsar del paraíso al ser que había creado a suimagen y semejanza. Dios, para demostrarle al demonio lo flamenco que era, aceptó lapropuesta del demonio, lo expulsó del paraíso y lo condenó a pasar toda clase de calami-dades, despropósitos y situaciones incomprensibles. Dios nos castiga, no se entiende queun ser tan bondadoso castigue a su obra.

Este éxodo de los granos de uva fue causado por la presión que ejercen los humanossobre sus inmediatos inferiores “las plantas”.

(El hombre, al igual que dios, también quiere jugar para demostrar que la naturalezapuede aguantar cualquier maltrato. Así, demuestra su poder y entra en el mismo juegoque su creador. Otra vez el demonio tiende su mano invisible).

Los granos de uva ya les habían dado a los hombres muchas oportunidades, aunqueellos no cambiaban nunca, siempre movidos por el afán de enriquecerse, no escuchaban.

- Los agricultores solamente que están interesados en nuestra explotación, sólo quie-ren kilos de uva, y no les importa nada nuestro proceso natural, que les aportaría másbeneficios, haciendo vinos de calidad.

Y emprendieron la subida al Parque Natural de La Solana. Paraíso del que fueronexpulsados los hombres hace años por la mano del dios justiciero. Allí encontrarían algo

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de tranquilidad y se olvidarían del término explotación, que tanto les mareaba. Alcanzado El Paraíso de La Solana se encontraron con Segismundo, el que vivía en el

Planillo con su hermano Modesto; también estaba de paso el Tuertoelhornero y algúnotro, que por ser de otros países no los personificamos. Había muchos más. Estabanexpectantes ante manifestación tan inusual, y elaboraron un plan: con la materia primaque se les presentaba hicieron un vino como en sus tiempos mozos. Vamos, que resucita-ba a los muertos y a los vivos que estaban medio muertos.

La SALUD inyectada en vena.No hacía falta para colocarse tomar estas cosas que toman hoy los jóvenes y los menos

jóvenes, entre los que me incluyo (me estoy refiriendo a los porros), aunque primero unbuen vino.

Como dios se entera de todo, inmediatamente envió a sus dos ángeles de confianza,con el fin de retirar unas cuantas botellas por semana en concepto de impuestos, por ocu-par un parque natural que en tiempos fue El Paraíso Terrenal.

El éxodo de los granos de uva desde los campos de vid hacia La Solana fue tal, quedesde la cocota de La Solana hasta la carretera que une Sacañet-Alcublas, se formó unmanto de formas redondas con romero, espliego, tomillo y otras plantas cubiertas todasellas por los caldos afrodisíacos que estos vegetales, granos de uva desertores, mostrabancomo un cálido roce bajo el nórdico de los sueños.

Fue tal la mezcla, al contacto, que la embriaguez producida por el mosto y el aroma delas plantas durante tantos siglos reprimidos, junto con los insectos, experimentaron talborrachera

De:Amor y sexo,De amor,De energía,Comprensión y tolerancia, De compañerismo y amistad, De entrega,Y de tantas otras sensaciones que te levantan como una mascletá de San José en la

puerta de correos de la plaza del Ayuntamiento de Valencia.Semejantes acontecimientos provocaron en dios una reflexión,Dios dijo:¡Peligro!Si el hombre descubre esta metamorfosis, puede peligrar mi hegemonía sobre ellos.Y concluyó:El demonio seguirá siendo mi aliado y la iglesia, junto con la economía, la vía para

mantenerlo enfrentado con el medio natural.Mientras tanto que no falte un buen vino y un porro pa liar.

En LAS ALCUBLAS a 14 de febrero de 2010-09-29. Firmado: VIDACLAVIP

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- ¡La gloria será solo para mí! -, decía ufana la gota Mariana y añadía:- Cuando aparezca el frío subiré a una nube y me convertiré en un enorme copo de

nieve y de esta forma cubriré de fulgente blanco el pueblo de Alcublas que como una her-mosa postal, lucirá cercana a la sierra Calderona.

El invierno, como cada año, se hizo presente. Ufana y henchida de vanidad se dejó caerconvertida en albo copo de nieve, estaba feliz por el éxito que le aguardaba, mientras sebalanceaba al compás del viento sólo pensaba en su triunfo y en lo importante que seríaa partir de ese momento. Pero la hazaña no se produjo puesto que al llegar al suelo y pasa-dos unos segundos, de nuevo se convirtió en una gota de agua.

Maldijo su suerte y su rebeldía se hizo más intensa contra todos y contra todo. Envarias ocasiones más un rayo de sol la evaporó y de nuevo subió a las nubes, se vistió deinmaculado copo de nieve y se volvió a lanzar, tantas veces como lo hizo fracasó en suintento por cubrir de nieve la localidad de Alcublas.

En una última tentativa, fue a parar a una gran nube, donde millones de gotitas deagua se agrupaban unas con otras, se organizaban y con disciplina cumplían las consig-nas, esto le molestaba pues ella se creía superior a todas.

- ¡Las gotas más gruesas bajo!, ¡Las delgadas arriba! ¡Adelante no tenemos tiempoque perder!...- Se escuchaba por unos potentes altavoces.-

Mariana pensó en dejarse caer de nuevo, por su cuenta y a punto estuvo de hacerlo,pero otra gota amable y divertida, la frenó diciendo:

- ¿Dónde vas? ¿Acaso no quieres participar con todas nosotras? –El gesto de Mariana fue altivo y despreciativo, por lo que la gota amiga se vio precisa-

da a razonarle diciéndole:- A todas las gotas que estamos aquí nos encanta ser copos de nieve durante muchos

días, por eso nos hemos juntado en esta nube. Hace años, intenté varias veces nevar pormi cuenta, hasta que descubrí que no podría hacerlo sola. Fue una suerte encontrar estanube donde todas unidas colaboramos, sumamos esfuerzos y conseguimos hacer todoslos años, las mejores nevadas.-

Mariana pareció convencerse y poco después ambas gotitas volaban por el cielo enforma de copos de nieve, rodeadas de millones y millones de compañeras que cubrieron

LA GOTA "MARIANA"

Francisco Ponce Carrasco

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toda la localidad y caseríos de la zona, donde fueron recibidas con gran contento, puesera muy bueno para los extensos campos de viña y otros cultivos de la comarca. Los niñosy algunos mayores, gozosos, jugaban haciendo muñecos de nieve y lanzándose pelotones,mientras en el Barranco de Lucia los pinos carrascos elevaban descarados sus penachoshacia el cielo pintados de blanco.

Mariana aprendió la lección de no ser individualista, y comprendió que el trabajo enequipo produce logros que ella sola no podía conseguir.

Los ideales y objetivos que se comparten, logran hacer posible objetivos que puedenparecer imposibles.

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Cuando a los tres días de nacer me subieron en una calesa en brazos de mi madre,con mi abuelo en la parte alta junto al conductor, no hubiese podido ni imaginar elpeso sentimental de esta acción. Quizás relacionase esta rapidez en bautizarme, conla coincidencia de que mis padres cumplían y celebraban con mi bautizo su primeraniversario de boda. Pero más tarde, pasados los años me di cuenta, que a pesar dela coincidencia, para mi abuelo yo era su ahijado y primer nieto, y este camino desdemi casa en la carretera de Liria en Burjassot a la Iglesia de San Miguel donde meiban a bautizar, era parte del camino que tiempo atrás él recorría con su carro todaslas semanas cuando como ordinario bajaba semanalmente desde la Serranía aValencia.

El orgullo que mostraba en el montante, solo podría ser compartido por otrosarrieros que como él se esforzaron y dejaron la vida por esos caminos perdidos deDios, traqueteando con sus carros y pernoctando en ventas mugrientas y faltas detodo alivio para su descanso.

Prescindiendo del modo de transporte utilizado, el nombre de arrieros viene deri-vado de la voz con que se comunicaban con sus ganados de tiro, ¡arre!, voz arrieriluniversal que es entendida y obedecida por los animales que eran los mejores cola-boradores de este oficio.

Creo que no lo dije, mi abuelo se llamaba Cecilio y nació en 1880 en Canales, peropor todo este recorrido desde Canales de la Bellida a Valencia le conocían por “El tíoMaura”. También de segundo nombre “el cojo” pues en uno de esos viajes se cayó delcarro y paso la rueda por encima de él con el peso añadido de unas tinajas de miel.

Era asiduo en las posadas de paso donde jugaba al guiñote como nadie, hasta elpunto que la mayoría de las veces arreaba el macho que como asiduo y viejo compa-ñero se sabía el camino a ciegas y él junto a otros carreteros se quedaba jugando alas cartas y como no, tomando alguna cazalla o chato de vino. Más tarde y sin nin-gún problema, por los atajos y a paso ligero alcanzaba el tiro.

Las posadas, los mesones y, sobre todo las ventas, eran los puntos de encuentrode este abigarrado mundo de hombres. El dinero fácil de los arrieros dominaba elambiente de estos sitios de paso, donde la animación y la gresca eran acontecimien-tos frecuentes. La tradición arriera ha durado muchos siglos y por eso tuvo una larga

ARRIERO DE MULA TORDA

Miguel Esplugues

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tradición en la vida española a través de caminos de herradura, carreteras, trochas yveredas, por ventas, posadas y mesones.

El bacalao en salazón era la vianda que mejor podían transportar los arrieros, deahí sus muchas aplicaciones en las ventas. Era más apreciada la carne de carneroque la de vaca, los platos más complejos tenían como base las aves, otros animalesde corral y la caza.

Como todas las semanas, desde la posada de la calle Las Coronas en Valencia, trasla comida se disponía a enfilar el camino de Liria una vez cruzado el río, saludandoa los consumeros de la Parreta que bien le cobraban a su llegada semanal desde laBellida. La barra del carro era el lugar preferido para echarse la siesta, pues el reco-rrido se presentaba largo. La pedrera “el güalo” le señalaba que dejaba los términosde Burjassot y Godella enfilando hacia La Pobla de Vallbona.

Dejando Casinos, el camino no solo se presentaba largo sino lleno de zinglos ylosas mal asentadas en las rochas, haciendo que el carro traqueteara hacia Alcublasdonde tras pasar la calle larga, y doblar la Balsilla para llegar a las “Dueñas” necesi-taba que un par de caballerías de refresco le ayudasen a subir al alto de la cuevaSabuquera.

Los caminos hollados por tan múltiples pies de caballería solían estar mal conser-vados porque su mantenimiento corría a cargo de los municipios, aunque la utiliza-ción era de todos, por eso se había extendido el cobro de cantidad de peajes y tasaslocales.

Con tantas horas de camino a pie o arrastrado en el carro, tenía mucho tiempopara pensar y darle vueltas a lo visto y escuchado por tabernas y posadas, haciéndo-le un hombre si no culto, si conocedor de la vida y los adelantos que aparecían porlas ciudades, siendo impulsor de modernidades e importador de nuevas simientescomo la del pipirigallo que trajo en uno de sus viajes a Aragón.

Me dijeron los viejos de la zona, que de su ingenio y observación le venía el apodode Maura. “Eres más listo que Maura” le dijeron en una ocasión cuando trillando atóel ramal del macho sobre una vara sujeta al trillo, para que el animal rodara solomientras él realizaba otros menesteres. Este parece ser el motivo, quedándole esteapodo mientras vivió

En aquellos tiempos, este era uno de los trabajos envidiados por parte de los veci-nos que por casi trescientos poblaban la aldea de Canales. Mi abuelo, un hombretranquilo pero forjado en estos lugares de la Serranía y Alto Palancia, recogía en sucasa, encargos y productos del campo que cambiaría por sardinas saladas, bacalao,productos de la huerta y latas de conserva en su próximo viaje.

Pasaron los años y el frente de guerra establecido al pie de El Resinero, La Belliday lomas colindantes, desplazaron a mi abuelo y su familia hacia la capital, a lugaresmás tranquilos. Y fue en Burjassot donde encontraron ese asentamiento migratorio,que siendo provisional se convirtió posteriormente en definitivo.

Ya más tarde, viviendo y negociando con huevos, pollos y todo lo que le bajabande la zona de Los Serranos y yo con pocos años de edad, conocí a algunos carrete-

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ros. Estos "arrieros" que con sus recuas y reatas de mulas paraban en mi casa dondedescargaban y cargaban sus productos y fardos que irían entregando y recogiendopor el camino. La parada en mi casa y la conversación con mi abuelo, parecía nece-saria para estos hombres fornidos.

Unos carreteros asiduos todas las semanas y que bien recuerdo, eran Luis yLorenzo, también más tarde Abelardo, alcublanos y gente amable que bromeabancon mi abuelo y nos bajaban agua de la fuente de la Salud en garrafas de cristalforradas con caña y mimbre, pues mi abuelo no quería beber el agua de Burjassotque a pesar de ser de un pozo artesano local decía que no le gustaba.

Siempre tuve cierta añoranza por los carros y caballerías, pues también por partede mis otros abuelos campesinos y mis tíos tratantes de animales en Agullent, (LaVal de Albaida), tuve la suerte de disfrutar de paseos en calesa y carro con tiros devarios animales donde siempre dirigía la reata alguna pequeña haca. En las cuadrasde casa de mis abuelos hubo carros y calesas hasta casi los años ochenta, pues a mitía María, portadora de la obligación de conservar la casa familiar, se le hacía difícildesprenderse de todos estos recuerdos.

Hoy, cuando paso por las “dueñas” siempre tengo un recuerdo para mi abuelo, ycon él para todos esos hombres que nos forjaron estos tiempos que hoy disfrutamos,hombres acostumbrados a luchar contra las inclemencias escupiendo palabras mal-sonantes para arrear a sus caballerías, peleando con la lluvia y la nieve más frecuen-te y problemática en su tiempo que hoy.

Somos en este sentido una generación desagradecida, pues no encuentro en nues-tros pueblos reconocimientos para esta casta de hombres sacrificados, hombres quecon su esfuerzo nos acercaban las grandes ciudades en sus carros, cargados de pro-ductos necesarios pero también de experiencias, portadores de noticias y como no,el saber de los familiares emigrados por necesidad o trabajo. No se ha hecho un estu-dio concreto sobre el tema, pero sería muy interesante analizar los efectos que unoficio como el de los arrieros tuvo en el trasiego e intercambio de elementos en elcampo y ciudades del interior. Estos hombres en su constante ir y venir conocieronotras costumbres, otras canciones, dichos, cuentos, formas de entender la vida,maneras de actuar diferentes que luego muchas veces sin pretenderlo e inconscien-temente trasplantaban a su tierra o las tierras por donde pasaban, modos y mane-ras, usos y costumbres, narraciones, cuentos, canciones que habían aprendido, oídoo adquirido en los lugares por donde habían pasado. En el trato con las gentes conlas que se encontraban por los caminos, mesones, ventas y posadas aprendíandichos, frases, refranes, etc. que después iban sembrando por donde pasaban.Quizás aquí esté el secreto de hallar en el folklore de unos pueblos, regiones ocomarcas elementos comunes a otras regiones más o menos lejanas.

Quizá hoy estemos más sensibilizados con la protección de sus caballerías, criti-quemos el esfuerzo que se les exigía, las horas de caminata, los trabajos en el campo.Pero puedo asegurar, que nadie cuidaba estos animales como ellos, pues en muchasocasiones llegaban a darles el pan de su comida o el agua que les quedaba, para queno pasasen sed en esas largas caminatas, dormir en las cuadras junto a su caballería

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era normal y asiduo en los carreteros sobre todo en invierno aprovechándose de sucalor. El dar el justo valor del esfuerzo, debe ser equitativo del hombre con la bestia,pues al igual que el hombre le facilita su alimentación, la bestia le ayuda con elesfuerzo. El aprovechamiento de su estructura muscular y su fuerza es algo natural.

Los caballos son una parte importante en el desarrollo de la humanidad, puessiempre acompañaron al hombre en sus trabajos y desplazamientos, siendo el hom-bre a su vez el responsable de su cuidado.

Creo estar viendo la cara de mi abuelo, escuchándome hablar sobre si él maltra-taba o no a su “Canelo” y me estoy haciendo atrás por miedo al garrotazo que mearrearía por solo pensar en que el maltrataba su “macho”. Su “Canelo” era el másmimado de su casa, cosa que a mi madre no le gustaba mucho, pues era bastantearisco y tenía que llevarlo a abrevar los días que no trabajaba y se quedaba en casa.La síntesis de unión entre el carro y la caballería era el medio del abastecimiento delas familias en todas las aldeas y pueblos del interior, siendo los carreteros los due-ños y señores de este trabajo.

¿Por qué me miras tan serio, carretero?Tienes cuatro mulas tordas, un caballo delantero, un carro de ruedas verdes, y la carretera todapara ti, carretero. ¿Qué más quieres?

(Rafael Alberti)

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GLOSARIO

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A boca tarde: expresión local para referirse al comienzo de la tarde.Acaloraciones: familiarmente usado en lugar de “acaloramiento”Alifaques: del valenciano “alifac” que significa achaque, dolencia.Ao: más frecuentemente “au”, voz usada familiarmente a modo de despedida osaludo breve.Apañadicos: diminutivo de apañados, arreglados.Balansiya: Valencia.Barrecha: del valenciano “barreja”, mezcla.Cadafal: palabra valenciana que significa cadalso, patíbuloCañá: contracción de la palabra “cañada”, vía para ganados trashumantes.Cazera: por cacera, producto de la caza, conjunto de animales muertos en la caza.Chelvana: compañía de autobuses originaria de la localidad de ChelvaChiquillicos: diminutivo de “chiquillos”.Chullas: chuletas de cordero.Cambra: en casas rurales, estancia alta en la que se guarda granos y otros productosagrícolas.Cantareras: en referencia a la forma curva que deja un bocado en un pan, similar a lade la madera que en las casas servía para apoyar los cántaros.Chiquillico: diminutivo cariñoso de “chiquillo”.Clocha: del valenciano “clotxa”, pequeña concavidad en la piedra, en la que seacumla agua de lluvia. Cociol: lebrillo alto y más ancho en su parte superior que en la base, con un agujeroen la parte inferior para permitir su desagüe. Se usaba para lavar la ropa o paraalmacenar agua para fines diversos.Codadillo: nombre popular por el que se conoce la partida de la localidad de Alcublasque se denomina el Colladillo.Curruca: conjunto de perros que en una cacería levantan las piezas, y por extensiónconjunto de hombres y perros que forman una partida de caza.Dàniyya: Denia. Desbarrarse: de “desbarrar”, deslizarse, escurrirse, resbalar.Ediposo: derivado de Edipo, persona con complejo de Edipo.Espuntan: por despuntan. Acción de cortar la punta tierna de los sarmientos parafavorecer el engorde de la uva.Flamenco: chulo, bien plantado.Jalma: carga con albarda y serón, procede del latín.Jornalico: diminutivo de “jornal”.Llanta: del latín “iantare” y del castellano “llantar”, almorzar, comer.Llatoner: almez, latón (variedad de olmo).

Certamen de relatos breves - ACLA / 127

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Machico/macho: mulo pequeño/mulo.Malfatana: voz valenciana muy usada antiguamente en Alcublas que significa“holgazana”.Muníamos (las ramas de la olivera): repasar las ramas de la olivera con las manosmedio cerradas, arrancando al pasar las olivas.Nubla: nublada, con la cabeza embotada.Pajera: camastro que por colchón tiene un lecho de paja.Partida/-as: especie de distritos agrícolas.Pellorfas o pellurfas: hojas que envuelven las panojas o mazorcas de maíz.Peña Ramino: denominación incorrecta de la Peña Ramiro, cercana a Alcublas.Piernicas: piernecitas.Quebrazas: grietas o pequeños cortes en la piel, especialmente en los pies.Rancho: comida que se hace para un grupo numeroso de personas.Rastrera: de rastro, se usaba para denominar la fila de boñigas que una caballeríadejaba por donde pasaba.Razzias: palabra francesa de origen árabe que designa los ataques por sorpresa rea-lizados sobre un territorio para obtener botín, esclavos, con fines punitivos… Rebollonera: propia de los “rebollones”. Castellanización del valenciano “rove-lló”, niscalo.Rocha: cuesta, pendiente muy pronunciada. Sabuquera: del valenciano “sabuquer”, saúco, tipo de arbusto.Solica: solita, diminutivo de solaTaula de Canvis: institución de la ciudad de Valencia en la que se realizaba el cambiooficial de moneda de diferentes países o zonas geográficas, y que dio nombre a lacalle junto a la Lonja en la que estaba ubicada.Torraeta: diminutivo valencianizado de “torrar”, tostar algo directamente sobre lalumbre. Tozolazo: derivado de “tozuelo”, parte dorsal del cuello, se usa para denominar elgolpe o manotazo dado en esta zona.Trul: deriva del valenciano ”trull”, lagar.Valdechristo o Vall de Christ: cartuja creada en 1385, a la que perteneció la localidadde Alcublas hasta la desamortización de bienes eclesiásticos en el siglo XIX. Ventisquero: derivado de ventisca. Dícese de los muros de piedra que antiguamentese construían para favorecer la acumulación de nieve durante las ventiscas y poderrecogerla luego para su almacenamiento y venta.. Por derivación se aplicó estemismo nombre a un tipo de depósitos artificiales para almacenar nieve, abundantesen Alcublas.Zinglos, cinglos: deriva del valenciano “cingle”, risco o peñasco.

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