ALARCÓN - Notas en Página 12 - 2001

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    INFORME ESPECIAL: EL ASESINATO DE CHICOS RATEROS POR EL QUE INVESTIGAN A UNGRUPO DE POLICIAS BONAERENSESEl germen de los escuadrones

    Los encontraron con 6 y 11 balas, uno conuna bolsa en la cabeza colocada comomensaje. “Si participaron policías, estamosante un escuadrón de la muerte”, dice undefensor de menores. Página/12 estuvo en lazona y habló con otros chicos, los que

    piensan que son los próximos.

    Por Cristian Alarcón

     Primero los ataron, después los amordazaron, al final, cuando estaban ya indefensos, en plena noche, les dispararon. Al Monito Galván, el de 14 años, le dieron 11 tiros. Sietefueron como una ráfaga, uno tras otro, de frente, en el torso. Al Piti Burgos, 16 años, ledieron 6 tiros, todos por la espalda, distribuidos hasta el colmo de dejarle uno en cada

     planta de sus pies, como clavos cristianos. Al Monito le pusieron, cuando todo había

    terminado, una bolsa transparente en la cabeza, una corona funesta. Los forenses nodetectaron síntomas de ahogo. Se trató de un símbolo. Era seguramente parecida a la quetantas veces había mojado con el vapor de su respiración desesperada, cuando pasó por loscalabozos en los que el “submarino seco” es la más clásica de las torturas. Los asesinatosde dos niños rateros en Bancalari, San Isidro, por los que es investigado un grupo de

     policías bonaerenses, tienen las marcas de un fenómeno que vendría a coronar la políticade seguridad del “meter bala a los delincuentes”: el accionar de escuadrones de la muerte.Así lo entiende el defensor de menores de ese distrito, Carlos Bigalli: “Si participaron

     policías, estamos ante un escuadrón de la muerte”. Así lo considera una alta fuente de laSuprema Corte bonaerense: “La limpieza social es más fácil de hacer con escuadrones de

    la muerte”. Página/12 estuvo en el barrio Bancalari, habló con los sobrevivientes, con los padres, con las novias, con los niños que se saben los próximos, nunca los primeros, jamás privilegiados.Es viernes 27, son las cuatro y diez de la tarde. El Monito, Gastón Galván, lleva tres díasmuerto. Los sepultureros de verde furioso terminan de cubrir la tumba de flores; losdeudos se desparraman hacia una corta fila de autos deshechos. Busco a los amigos. Sobreuna lápida está sentado el Chino. No mide más de metro cuarenta, se parece a los pibesque compran los cigarros de los mafiosos en las películas. Habla con la voz gruesa,

     buscando seriedad. Evita los falsetes de sus 14. Es uno de los que estuvo hasta antes queanocheciera, el martes de la desaparición de los pibes. Esa tarde junto al Monito y aMiguel Burgos, el Piti, compartieron una latita de Poxi que habían ido a comprar a la

    ferretería en bicicleta. Habían caído muchas veces, sobre todo con el Monito. Tambiénhabían corrido de las balas policiales, metiéndose siempre en esos senderos de yuyos,hechos entre las vías, por donde escabullirse al barrio, después de un robo fallido. Ahoraestá fuera de circulación. Recibió el mensaje. “Nos fueron liquidando. Ya cayeron dos

     pibitos hace seis meses, el Kity y otro más. No tenían caños, se los pusieron, los mataron.

    6 de mayo de 2001

    http://www.kiosco12.com/http://www.pagina12.com.ar/2001/satira.htmhttp://www.pagina12.com.ar/2001/cash.htmhttp://www.pagina12.com.ar/2001/futuro.htmhttp://www.pagina12.com.ar/2001/libros.htmhttp://www.pagina12.com.ar/2001/turismo.htmhttp://www.pagina12.com.ar/2001/no.htmhttp://www.pagina12.com.ar/2001/radar.htmhttp://www.pagina12.com.ar/

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    Mandaron a decir que quedamos seis, que nos toca a nosotros.” –¿Qué vas a hacer entonces? –Correr cuando vemos al patrullero –dice el Chino, ya montado a un camión arenero rojo.En la caja vuelven a Bancalari los pibes del fondo.Levanto la mano y ellos responden espantando el aire con desgano.Morir o volar El Piti vivía con Mirta en esta pieza de cartón, bajo este techo ladeado, y dormía en esacama, arrumbada ahora contra la pared, como un bártulo más entre los televisores blanco y

    negro y los amplificadores de aluminio que arregla de vez en cuando Eduardo Saucedo, el padre. El patio es como un depósito de chatarra. Al fondo, rancho con sus pisos de tierra.El techo esta cubierto de plaquetas electrónicas oxidadas, tubos de rayos catódicos, asuntosinconclusos de Eduardo que ahora se refriega la cara con las manos, odiándose. Lamentano haber escuchado a su hijo cuando le contó la amenaza de los de la Patrulla de calle de lacomisaría 3ª de Don Torcuato: “Algún día te voy a cazar, te voy a poner el fierro en lacabeza y te voy a tirar como un perro en un descampado”. No quiso creerle. “Dejá devolar”, le dijo. Debería haberlo hecho. No sólo porque hace un año mataron también aVíctor Hugo Saucedo, el hermano menor del Piti,tirándolo al vacío desde las alturas de lasvías, atrás de Bancalari. Sino también porque hace dos años la policía mató de demasiados

    tiros a su madre, María Burgos. “Dicen los testigos que bajaron a tiros al Negro Chocolate,a Fabiola Manito, y que María les gritó ‘¡no disparen, tengo siete chicos!’”, cuenta lanueva mujer de Saucedo, tomando mates dulces.“Volar” significa hablar pavadas, según Mirta, la novia del Piti. Y eso es lo que se la

     pasaban haciendo los pibes. Por lo menos desde que ella se declaró enamorada, hace comoseis meses, justo el día que él se había escapado de un instituto de Menores en La Plata.Enseguida Mirta dejó la casa de sus padres, donde vivía con diez de sus dieciséishermanos. Y dejó la escuela, repitiendo octavo. De ahí en adelante fue llenando unacarpeta con figuritas de los Backstreet Boys y con inscripciones de amor que al Piti lomolestaban porque le daba vergüenza. De ahí en más se dedicó a largas esperas cuando él

    se colgaba de la bolsita. Fue ése su combate diario. ¿No venía? Allá iba ella a buscarlo y lotraía a la rastra. “Piti, a vos no te pega tu papá y te pegan los canas. ¿A vos te gusta eso?”,lo punteaba. Así se tuviera que pelear a las trompadas con uno de los más grandes, que sequedaba en la oscuridad del fondo gritándole “¡eeeeeeh, Piti, vos me dejás tirado. Soscualquiuieeera!”. Y el Piti volvía, culposo, y ella otra vez a “rescatarlo”, que ésa es la

     palabra que se usa para decir “que alguien saca a alguien de la bolsita”. Hay una especie deomnipresencia de la palabra bolsita. Todos insisten, Nélida también, en que los chicosintentaban dejarla. Dejarla implicaba robar menos, también. “Eran rateritos que robaban

     para la latita”, ha dicho Eduardo Saucedo.La bandita arruinadaLa cuadra del Monito es la última de esta parte de Bancalari, allá donde termina el asfalto

    de un barrio mezcla de casas de material con rancherío.Más allá de un graffiti que habla de un amor apasionado: “Ceci, tus ojos me emputecen.Por vos mataría una ballena a chancletazos”. El jueves del velorio en esa calle su madrecontó de las torturas, costumbre de la comisaría 3ª. La mayoría de las veces el submarinoseco. Otras, patadas de karate de un experto que acostumbra a entrenar con los chicosdetenidos. Una noche fueron doce horas de estar parado, hasta que los pies se le llagaron.Culatazos de nueve milímetros en las costillas, varias veces. También ocurrió en laseccional de Pacheco. Ya tenía los pulmones afectados por el pegamento químico, pero losgolpes en la espalda lo dejaron con dolores insoportables. Cada vez que era golpeado, elMonito volvía a tener convulsiones. Como esa vez que lo metieron al patrullero frente a su

    casa y dale que gritar su madre, pero nada, se lo llevaron. Ella buscó el DNI, la partida denacimiento, los medicamentos para los pulmones y llegó sudando a la 3ª. Lo habíanllevado atrás de la estación a que se le pasaran los estertores y ya lo habían largado.La 3ª de Don Torcuato y la comisaría de Pacheco habían sido denunciadas por apremiosilegales a Galván y a Burgos. Así lo confirmaron fuentes judiciales a Página/12. “Buchón,

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    nos mandaste al frente con la jueza”, le dijeron más de unavez al Monito los de la 3ª. Su madre le había contado aDiana Bocaccio de Pincardini sobre los tormentos. Aunqueél no quiso jamás firmar una denuncia por temor a lamuerte. Tampoco lo hizo nunca el Cali, más pequeño aúnque el Chino, de 15 años. Está escondido tras un cuello

     polar, un gorro de lana y una capucha, tiene apenas los ojosde hombre viejo a la vista. El Cali es otro de los

    condenados. “Nos arruinaron la banda”, lanza, mirandosiempre para otro lado, hacia la puerta del rancho. Loacompaña un chorro más grande, fugado del barrio hacemeses porque la misma policía le advirtió que se retiraba oera boleta. “Hace seis meses mataron al Kity y a otro másen la villa, allá arriba. Eran tres que se estaban haciendo unauto y los agarraron. Uno corrió. Los dejó a los otros conla cana, vivos y sin caños. Aparecieron como ‘muertos enun tiroteo’, pero los mataron. El otro nunca habló, andarecatado.” Recatado y rescatado se van turnando al sonar 

    diferente en cada boca, como si fueran sinónimos, pero no. El testigo del que habla el Calino pudo ser ubicado. Pero fuentes judiciales confirmaron la muerte del Kity en unsupuesto enfrentamiento. Se llamaba Héctor Antonio Sánchez. Tenía 16 años. El Cali lorecuerda como un buen pibe. Juntos, como con el Monito, iban a la ferretería a comprar lalatita de Poxi –“2 pesos la de cuarto, 3,50 la de medio; 5,50 la de kilo”–, o marihuana, o devez en cuando cocaína.Claro que el pegamento es la manera más barata de flashear. “Metés la mano con una

     bolsa en la lata y agarrás. Lo aspirás así –por la boca– y te dura cinco minutos fuerte. Perocomo le dábamos tanto de última ya ni nos pegaba, ya no podíamos flashear más nada.Flasheábamos de vez en cuando nada más”, me dice el Cali, con sus ojos esquivos, pura

     pesadumbre. –A veces íbamos relocos a robar. –¿Y por eso a veces son más violentos? –Eso dice la gente porque no conocen la locura. Cuando vas a robar te rescatás. Es más para que tengan miedo. Algunos ven la bolsita y corren. –¿Cuándo salían a robar? –Cuando no teníamos más plata, cuando necesitás para comer, para droga, cuando ya notenés para nada. Pero ahora estoy recatado, me fumo un faso, pero no me agarro más conla bolsita. Además una señora vino a avisar, lloraba porque según la cana faltamos seismás –dice el niño y, con los dedos que le aparecen apenas bajo las mangas, cuenta sunombre y el de los que, según todo Bancalari repite, están en la lista de los escuadrones.

    AL MENOS CINCO POLICIAS YA SON INVESTIGADOS EN EL CASOEl mensaje que dejó el doble asesinato

    Por C. A.

     Durante toda la semana, la noticia publicada en exclusiva por este diario se volvió cadavez más palmaria: los únicos sospechosos del doble crimen de Bancalari son policías.Ayer, una fuente judicial admitió a Página/12 que son por lo menos cinco uniformados losinvestigados por el asesinato de Gastón “El Monito” Galván y Miguel “Piti” Burgos.“Pertenecen a más de una comisaría y entre ellas están la 3ª de Don Torcuato y la dePacheco”, dijo el vocero. El fiscal Héctor Scebba se muestra aún reacio a brindar información, celoso de un trabajo complejo. Pero en los pasillos de la Justicia bonaerenseya es claro que este caso no es ni será uno más en la historia del gatillo fácil de la “maldita

     policía”. “Nunca habíamos tenido un cuerpo formado por gente de más de un lugar para

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    ultimar mafiosamente a dos chicos enviando este mensaje de limpieza”, le dijo a estediario un alto funcionario de la Justicia de la provincia gobernada por Carlos Ruckauf.“Estamos ante la puerta de lo que ya hicieron en Brasil, son los primeros caídos de losescuadrones”, sostuvo una fuente de la Suprema Corte Bonaerense.Los dos chicos muertos eran ciudadanos bonaerenses y de San Isidro. Allí vivían y allícayeron presos la mayoría de las tantísimas veces que los levantó la policía, o por estar conuna bolsita de pegamento en la mano, o por estar a punto de robar algo, casi siempre sinarmas de fuego. Sin embargo, sus cuerpos fueron tirados en el límite entre José León

    Suárez y La Horqueta, distrito judicial de San Martín: esa práctica, la de arrojar loscadáveres a los vecinos, ya es antigua en la fuerza ahora dirigida por el flamante jefeAmadeo D’Angelo. Así ocurrió, por ejemplo, con José Luis Cabezas, cuando fue tiradomás allá de Pinamar, en Madariaga. Quizás haya sido la aversión que la policía de SanIsidro y los intendentes de la zona norte del Gran Buenos Aires le tienen al defensor demenores del distrito, Carlos Bigalli, lo que los puede haber motivado a los supuestosasesinos. Lo cierto es que Bigalli conoce demasiado de cerca la metodología utilizada por la Bonaerense con los menores. Fue él quien denunció las torturas en las comisarías de lazona en agosto de 2000.

     –¿Es posible que exista un escuadrón de la muerte? –le preguntó este diario.

     –Lo de los escuadrones de la muerte es una cuestión semántica. Si los caracterizamoscomo un grupo de personas que pertenecen a órganos de seguridad del Estado y actúanocultándose y sin representar a la fuerza, habría casos que ocurrieron así. En principio,hasta que se investiguen estos hechos, es evidente que es un mensaje y es mafioso, sinlugar a dudas. Si esto es violencia institucional, tiene peculiaridades que hacen al casototalmente diferente a los anteriores. Los casos que uno ha podido advertir a lo largo deltiempo son presentados como enfrentamientos con la policía, no se oculta la circunstanciade que hubo una fuerza de seguridad presente. En esto no sólo aparecen ocultos el autor yla participación en cualquier modo que sea, sino que además hay claramente un mensajeintimidatorio. En este caso, si participaron policías, estamos ante un escuadrón de la

    muerte.Así como lo indica la experiencia del defensor de menores, las cifras sobre la cantidad deniños muertos por la policía en la provincia han crecido al ritmo con que se intensificó eldiscurso de tolerancia cero. Según el relevamiento de la Suprema Corte Bonaerense,fueron 40 los niños asesinados en 1999 en supuestos enfrentamientos, tres veces más quelo registrado en años anteriores. Las estadísticas de 2000 no están cerradas porque lainformación no termina de llegar de los juzgados de menores, pero ya van 25 casoscontabilizados. El drama es mayor si se tiene en cuenta que los números son un pálidoreflejo de la realidad porque sólo se cuenta a los chicos que estaban bajo la tutela delEstado. El Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS) tiene como indicador la

     publicación en los diarios de mayor circulación. Así, durante 2000,registraron 42 muertes

    de menores. En los tres primeros meses de 2001 fueron ocho. Llegan a diez con El Monitoy El Piti.

     

    PRINCIPAL

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    LA JUSTICIA INVESTIGA LA EXISTENCIA DE UN ESCUADRON DE LA MUERTE

    Una organización para meter bala

    Un fiscal confirmó que investiga a policías por el asesinato mafioso de doschicos en Don Torcuato, tal como reveló

     Página/12. También hay civiles en lamira. La subsecretaria de Derechos

     Humanos pide que la comisaría local no intervenga en casos de menores.

    La familia del Monito Galván, de 14años, muerto con seis balazos el 25de abril pasado.

    Por Cristian Alarcón

     La existencia de un escuadrón de la muerte es investigada por la Justicia como posibleexplicación del asesinato mafioso de dos chicos de 14 y 16 años en Don Torcuato. Talcomo adelantó Página/12 en una investigación publicada hace tres semanas, ayer el fiscalque investiga las causas –en una nota de respuesta a la Subsecretaría de DerechosHumanos de la Nación– confirmó que la hipótesis “en cuya virtud se atribuiría la autoríadel suceso a integrantes de la fuerza policial” tiene “sustento”. Fuentes judiciales le dijerona este diario que no sólo están en la mira policías de la comisaría de Don Torcuato, sinotambién civiles que integrarían el grupo que asesinó de 6 y 11 disparos a Gastón Galván y

    Miguel Burgos. Los cuerpos de los chicos aparecieron con las manos y los pies atados, yuno de ellos tenía la típica bolsa del submarino seco en la cabeza, símbolo de una torturacon el sello de la Bonaerense.Ayer, la subsecretaria de Derechos Humanos, Diana Conti, quien intervino en el casoluego de la publicación de este diario, le solicitó al ministro de Seguridad de la provincia,Ramón Verón, que los policías de la comisaría 3ª de Don Torcuato “se abstengan deintervenir en actuaciones o averiguación de hechos en los que estén vinculados menores deedad”. Conti había enviado una nota con varios interrogantes sobre la situación de lainvestigación por la muerte de los niños a la Comisión de Minoridad de la Cámara deDiputados provincial, a la subsecretaría de Derechos Humanos bonaerense, y al fiscal

    Héctor Scebba. Esa nota se basaba en la investigación de Página/12 en la cual el defensor de menores de San Isidro, Carlos Bigalli, aseguró que “si en este crimen intervinieron policías, estamos ante los escuadrones de la muerte”. Al mismo tiempo, una alta fuente delSuprema Corte de la provincia sostenía que “la limpieza social es más fácil de hacer conescuadrones de la muerte”.Desde el mismo 25 de abril por la mañana, cuando bajo el Puente Negro o Puente Muerte,en el límite entre José León Suárez y La Horqueta, aparecieron los cadáveres de Galván yBurgos, el fiscal Scebba fue reacio a dar información sobre el avance de lasinvestigaciones. Este diario conoció la larga historia de persecución, golpes y torturas

     padecida por los dos chicos a manos de policías de la Comisaría 3ª de Don Torcuato através del testimonio exclusivo de sus padres, y de varios chicos del barrio Bancalari quecompartieron calabozo con los asesinados en esa seccional. Ahora, en la respuesta a Conti,Scebba informa que “ambos cuerpos presentaban múltiples heridas producidas por 

     proyectiles de arma de fuego de grueso calibre y se hallaban atados de pies y manos concuerda náutica”. Además, da cuenta de que uno de los niños “tenía una bolsa de nylon

    1º de junio de 2001

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    EN UNA VILLA VENERAN A UN ADOLESCENTE MUERTO POR LA POLICIA

    El santo de los ladrones

     A él se encomiendan los ladronesdel barrio antes de salir “a un

    hecho”. A él le adjudicancuraciones milagrosas, fugas

    de la cárcel, asaltos exitosos. Sellamaba Víctor Manuel Vital, pero

    lo conocieron como “Frente”.Cuentan que era un pequeño Robin

     Hood, que repartía con generosidad el producto de sus

    robos. Tenía 17 años cuando murió,baleado por la Bonaerense. Hoy su

    rostro aparece en las remeras de sus admiradores.

    Junto a la tumba del Frente, sus amigoscon la camiseta que lleva su nombre y

    más allá, Mary, su amiga.

    Por Cristian Alarcón

     Aquellos que se ven entre las tumbas grises vestidas de flores, al fondo del cementeriode San Fernando, ese grupo de chicos que se recorta contra el paredón que da a la VillaSanta Rosa “parece una patota”, a los ojos de una reciente viuda. Y así lo denuncia lamujer al sepulturero, que la mira y sonríe para tranquilizarla. Está acostumbrado a la visitade pibes de camisetas y pantalones anchos, con ese estilo del Conurbano que incluye las

     Nike o las Fila, imprescindibles como los tatuajes. Los muchachos rodean la lápida deVíctor Manuel “Frente” Vital, un ladrón de 17 años. Según los testigos cayó fusilado por un policía, cuando estaba escondido y sin armas bajo una mesa en un rancho de la villaSan Francisco, mientras gritaba “¡no disparen, nos entregamos!”. Cuando “perdió”, hacemás de dos años, ya era famoso en la zona norte, una de las más violenta del Gran BuenosAires: gozaba de la celebridad de un Robin Hood villero, capaz de regalar lo que llevaba

     puesto, de enviar “bagallos” para los compañeros presos, asistir a sus familias o “hacer” uncamión de La Serenísima para repartir yogures y quesos en carritos tirados por caballos.Después de tanto su popularidad persiste en los jóvenes ladrones: lo consideran milagroso.A él le atribuyen el éxito de curaciones de balazos fatales, fugas de institutos de menores,asaltos cuantiosos y sin heridos. Sus contemporáneos se encomiendan a él antes de salir “aun hecho”. Por eso cada visita a su tumba, los chicos rocían cerveza sobre las flores, y enla trompa de un elefante de porcelana colocan las últimas briznas de un porro, fumado en

    círculo, como una ofrenda al ángel caído que, según dicen, puede doblar el rumbo mortalde las balas bonaerenses.Fue poco antes de las once de la mañana del sábado seis de febrero de 1999. Teníanfichada una carpintería de San Fernando, a unas ocho cuadras de la esquina de French yGuillermo Pinto, donde vivía el Frente. Sus compañeros eran de la villa Santa Rita, dos delos miembros de lo que se conoció como la banda de los Bananita. Antes de salir le dejó eloro -pulseras, anillos, cadenas, cruces, medallas– a un amigo de la otra cuadra que no pudoconvencerlo de que el lugar era peligroso porque tenía un mulo: en la jerga un custodio

     privado. Pero lo hicieron. “No puedo más, no puedo más”, decía Coqui, que venía al final,mientras corrían atravesando un barrio de monoblocks que limita con la villa. Frente iba

    adelante, riéndose con picardía del otro. Alcanzaron a meterse en un pasillo. En el caminodescartaron las armas y se guarecieron en el rancho de doña Inés Vera, un lugar de dos por dos, en el que apenas entraban un aparador, una cocina y una mesa. Su generosidad con los

     botines que hacía no le había zanjeado uno, sino cientos de escondites.Luisito alcanzó a escuchar que el Frente murmuraba “callate, que zafamos”, cuando vio

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    que pateaban la puerta y una mujer policía y dos hombres entraban al rancho. Entonces seescucharon los gritos, querían entregarse. Pero enseguida sonaron cuatro disparos. Era,según las pericias, la pistola del cabo Héctor Eusebio Sosa, alias el Paraguayo. A Luisito,cuenta, le disparó otro policía, pero él alcanzó a volar hacia la puerta y la bala le rozó elcuero cabelludo. Quedó tirado con medio cuerpo fuera del rancho, haciéndose el muerto.De todos los pasillos salió la gente. Y en menos de diez minutos habían rodeado el rancho.La noticia de que Frente Vital había muerto se esparció como el viento. El Chaías, unchico que fue de los mejores amigos de Víctor, sentado en la casa del Frente, recién

     bañado, de camisa de jean abrochada al cuello, y peinado con esmero, cuenta cómo llegócorriendo cuando se llevaban a Luisito. “Iba llorando en la camilla, me agarró la mano yme dijo `El Víctor, fijate el Frente`. Nadie sabía nada. Hasta que llegó la madre y sentimosel llanto. Ahí se pudrió todo con los vigilantes, empezaron los tiros y los piedrazos.”Entonces, nació la leyenda. Estalló como un combate.

    Plata sucia, corazones limpios

    Fue una batalla como no hubo otras en el Norte. Mujeres, viejos, niños, chorros,traficantes, agarraron a las patadas a los patrulleros, a los cascotazos y a las patadas

    voladoras a los del grupo GEO. La policía reprimió con itakazos. Pero tuvo dos bajas, unocon una clavícula rota. El cielo se puso negro y al mediodía se desató una tormenta que no paró hasta el día siguiente. Por el campito caminaba el Chaías, quebrándose por lasráfagas, bajo una sombrilla de colores. En esa época él todavía no bardeaba, como dice quelo hizo luego, y esta misma semana bajo la protección del Frente. “Antes de salir a laburar le doy un beso a la foto que tengo en un marco con los colores de Tigre.” Lo que sí hacíanera disfrutar juntos la plata de los robos. A poco de comenzar el largo relato sobre su hijo,su madre, Sabina Sotello, lo explica no sin cierto pudor: “Yo trabajaba bien como cocineray ganaba 900 pesos, todo para él, pero era inútil. Ni su hermano ni yo le aceptábamosnada. `Sacá tu plata sucia, metétela en el culo`, le decía. Quise vender mi casa para irme

     para otro lado. Me dijo `yo me vuelvo`. Después hice un curso de seguridad, para vigilarlo.Trabajaba y trabajo de seguridad en un supermercado. El se reía: `mi vieja botona y el hijochorro”. Amaba la villa y el placer de robar para darles a los demás. De nene me cortó lacama de arriba de una cucheta y la regaló. Después, ya con su plata, cuando un chico notenía zapatillas, cuando un chico quería un yogur, ahí estaba él”.Víctor Manuel era el hijo menor de Sabina. Los dos mayores ya eran grandes cuando élcomenzó con el “negocio” de las bicicletas de aluminio que robaba a los trece años, enBelgrano, para vender después a 200 pesos. Pato, encargado de un supermercado y atletade triatlón donde corre con una remera en la que se lee Frente, dice que aun cuando éltenía dinero en el bolsillo “no podía dejar de bardear”, como si Víctor hubiera padecidocierta cleptomanía que lavaba regalando sus frutos. “Ahora tengo repositores a cargo y no

     pueden creer que sienta orgullo. Por ahí no puedo estar orgulloso de lo que robaba, pero síde lo que hacía con la plata.” ¿Qué hacía con la plata? “Acá todo el mundo tiene la foto enla casa, bien enmarcadita, y con él tomando la comunión. Pero además todo el mundo tienealgo que le dio el Frente, o se comió, o se tomó, o se drogó con algo que le dio el Frente”,dice un chico de gorra dada vuelta y tatuajes que le asoman por el cuello de la remera. “El,acá en el barrio, pum, venía con plata: ¿qué queré tomar? ¿Queré fumar? Pum. Tomá.Capaz que le hacía falta plata a alguien, pum, tomá. Acá en el barrio, él andaba sin plata,¿no me prestás 20 pesos? Pum, sí, Víctor, tomá, ¿entendés? Ahora el barrio, esta villa,desde que se fue él cambió un montón.”Suena rara, pero es frecuente, la palabra solidaridad o solidario en la boca de estos jóvenes

    ladrones. Las anécdotas se coleccionan. Aquella vez que habían robado con los chicos deSanta Rita, y se largaban a lo que más le gustaba, que era ir a comprarse ropa. Partieron alCarrefour de Boulogne. Chaja, el que habla siempre susurrando, ligó una chomba UFO.De hecho hubo una vez en que se hicieron de dos bolsas con ropa Lacoste, “y la villa se

     puso cheta”. “Todos andaban con sus chombitas”, ríen, llenos de sarcasmo. Pero nunca la

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    alegría fue tanta como cuando hicieron ese camión repartidor de La Serenísima. Estabaestacionado en la casa del dueño, en San Fernando. Lo vaciaron y cargaron todo en uncarrito de los que usan para levantar cartones los cirujas del barrio, de allí a los pasillos.“Nunca se comió tanto yogur, tanta leche cultivada, tanto queso, fue un fin de semanahermoso y además para cada uno que estaba adentro él mismo se encargó de que lesmandaran un bagayo. Esas hormas se comieron en Olmos, en la Nueva, y hasta en SierraChica”, cuenta Mary, madre de sus compañeros de ruta, y madre alternativa a la legalistaSabina Sotello, la que le escupía la plata sucia.

    Milagros tumberos

    ¿Cómo comenzó la leyenda del Frente? Como si sus beneficiados sintieran una devocióninmediata, apenas oyeron ese alarido de Sabina Sotello en la puerta del rancho donde ledieron muerte, se sumaron al combate “con la yuta”. Fueron dos días de vigilia hasta quele devolvieron el cuerpo, y hasta que eso no ocurrió, la lluvia no se detuvo. Entoncescientos, venidos de Los Troncos, Santa Rita, Santa Rosa, Bajo Alvear, Del Carmen, LaCava, la 25, y hasta de más allá del Tigre, se reunieron en la esquina de French y Pintos.Pasaba un auto policial allá lejos, y cualquiera de los pistoleros disparaba en la noche.

    Sabina intentaba sofrenarlos. Les rogó que no lo hicieran. Los hijos de Mary, presos ese 6de febrero, no pudieron venir porque las madres temían que los policías fueran linchados.Uno de ellos, Carlos, le escribe incesantes poemas desde la cárcel. Uno de ellos,larguísimo, está escrito con prolijidad sobre una plancha de bronce pegada a un mármol,en la tumba: “Ya hace un año que te marchaste y que te mataron gente uniformada degatillo fácil que llamamos criminales (...) Porque cierro mis ojos y te veo, te sueño cadavez que te nombro y me conformo con soñarte (...) Yo sé que él no nos abandonará,

     porque él nos ayudará y luchará con nosotros desde el más allá (...)”.Esa lápida, esa cruz de mármol con su base de cemento y sus flores de tela multicolor, ysus placas hechas en granito, con corazones de Boca diseñados por las chicas que morían

     por el Frente, es lugar de peregrinación. Mary, la mujer que en los últimos tiempos loesperaba en su casa y lo acompañaba hasta la puerta después de cada robo, porque él lehabía confesado que se la tenían jurada y que lo iban a poner –”si me agarran, Mary, queme hagan una corona con los colores de Boca”–, se persigna y piensa en silencio. Uno desus hijos se refugió en esa tumba cuando en una guerra desatada con los Toritos, de la villaSanta Rosa, su hermano se desangraba después de cinco balazos en el abdomen. Ahora hanmontado un paredón de hormigón armado que separa el silencio de los sepulcros del

     bullicio de la miseria del otro lado. Pero en ese entonces toda la división era un alambrado por el cual pasaban las balas, que a él, tras la cruz del Frente, no lo tocaron.En el carácter sagrado de Frente Vital se juegan las condiciones materiales del Conurbanode los últimos tiempos. Antes de hablar de favores concedidos, los ladrones que lo han

    sobrevivido hablan de respeto. “No hay más el respeto que había antes. Antes te tenía quedar la sangre para robarles a los que tenían plata.” Así, si el Frente se enteraba que unladrón se había hecho de un secarropas de una vecina, allá iba, “cacheteaba al gil y ése noaparecía más por el barrio”. O si a sus oídos llegaba que le pidieron un fierro a un señor 

     para un robo y se lo “habían dormido”, él decía: “¡Vos sos un atrevido, así no!”. “¡No,Frente, pum, pará!”. “Qué no, tomátela guacho! No te quiero ver más acá!”. “No se viomás el pibe. Después de que murió el Frente entró a parar otra vez en el barrio”.Así como había un orden que el Frente ayudaba a mantener con códigos que por eseentonces ya estaban perimidos en la mayoría de las villas, así mismo ahora se establececierta protección contra el peligro desmadrado del gatillo fácil. “A mí de las balas me

     protege el Frente, tengo nueve y no me mataron”, cuenta Mary que uno de sus hijos legrita a la policía.“Es como que vos elegís un ángel –dice Mary, en la tumba–. Más ellos, que andanrobando. Cuando al mío le ponen un tiro en el hígado, que fue un fusilamiento igual que elde él, le hablaba y se salvó.” Cuando Chaías cayó en un robo a una panadería de Victoria y

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    le dijeron que iba a un instituto cerrado, rogó y fue a Abasto, de donde se pudo escapar.Corrió tres horas hasta las vías del Roca pensando en él, y llegó. Cuando Laura, una pibaque iba a verlos cuando caían presos, le hablaba al cuadro de la primera comunión, la luzdel rancho se apagaba. Y Mary, que sueña que la eleva por el aire, y ve desde la altura asus nietos, durmiendo, mientras a ella le dan ganas de ir al baño. Y él que le dice, andá,guacha, andá que yo te cuido. Acaso se comprenda la dimensión del fantasma delFrenteescuchándolos, eternamente aferrados a la idea de que su muerte les da la protecciónque no existe en otro lugar que en esa ferocidad solidaria que parece haberlo sostenido

    durante sus 17 años. Acaso se comprenda así el campeonato de 42 equipos de fútbolvillero que disputaron esas camisetas que dicen “Frente” en la espalda, y el chocolate decada 28 de julio, que es su cumpleaños, y la salva de balazos que un centenar de ladronesle dedicaron desde ese estrecho pasillo donde se reunían, y donde él recibió las balas de laBonaerense, carente de un ángel, aunque tantos hubieran dado sus vidas por protegerlo.

     

    Cronista de las muertes

    A un lado el campito, el mismo donde se jugó el campeonato para juntar dinero para latumba del Frente Vital, a un mes de su muerte. Cuarenta y dos equipos jugarondurante dos fines de semana, y el último partido fue entre el equipo de San Francisco yel de la villa Alvear Abajo. Los finalistas estaban tan ansiosos que no quisieronesperar a un tercer domingo para ver quién se quedaba con el juego de camisetas

     pintadas con el nombre del Frente en la espalda. Así que se entregaron al gambeteocuando ya era de noche. Los vecinos pusieron los pocos autos de la villa con las lucesaltas frente a la cancha. Y cuando la pelota cruzaba la línea central, allá se movían lasluces estacionadas en la esquina de French y General Pinto. En esa misma esquinasigue la casa del Frente; y la de Carlos P., un morocho de pelo largo, trencitas y

    colgantes peruanos venidos de la Plaza Francia donde él cada fin de semana trabajacomo “el robot de los chicos”. Carlos se presenta, se entera el motivo de la presenciade los desconocidos y pide que al final del recorrido lo visiten en su casa. “Tengo unalista para darles”, dice. En una casa decorada con todo tipo de adornos artesanales,

     posters de bailanteros, una foto con Gilda, la cantante también elevada a leyenda,muestra un montón de hojas de carpeta cuadriculadas escritas a mano. Son sus notas,las que ha ido tomando a lo largo de 15 años, y guardan las historias de veinte chicosmuertos en los límites del barrio. Estremece leerlas. Son caídos por balas policiales,

     por balas de otras bandas, por balas suicidas, por balas perdidas, por balas siempreinjustas, sobre víctimas siempre jóvenes.

     

    HAY UN POLICIA PRESO POR LA MUERTE DE VITAL

    Las pruebas del gatillo fácil 

    Por C.A.

     El caso de Víctor Manuel “Frente” Vital tiene varias particularidades. Primero, si bienes uno de los casi 500 casos de gatillo fácil que cuenta la Coordinadora contra la RepresiónPolicial en sus estadísticas, en éste la víctima era un ladrón como otros tantos en elConurbano. “Yo no niego que mi hijo haya sido delincuente, claro que lo fue. Pero no por eso podían fusilarlo como a un perro”, dice su madre, Sabina Sotello. Segundo, en lainvestigación del crimen hubo pruebas para procesar a un policía por “homicidio simple”.El cabo Héctor Sosa, alias El Paraguayo, está preso desde el 26 de julio de 2000. Sosa

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    espera el juicio oral que comenzará cuando se termine la “instrucción suplementaria”. Ladefensa del policía solicitó que se remitan al tribunal todas las causas en las que Vital o elchico que lo acompañaba pero que salvó su vida, uno de los famosos Bananita, aparecenimplicados en toda la provincia de Buenos Aires: nadie sabe cuántas, pero son suficientescomo para que el trámite demore.¿Cómo fue posible demostrar ante el fiscal del caso y el juez de garantías que el cabo Sosalo asesinó a sangre fría? Parte importante de las pruebas recolectadas por los abogadosMaría del Carmen Verdú y Daniel Stragá, de la Correpi, son los testimonios de Inés Vera,

    la mujer dueña del rancho en el que los dos ladrones se refugiaron; el de su yerno RubénDarío Núñez, y el de Alicia del Castillo, la vecina que caminaba por el pasillo de un metrode ancho por el que entraron corriendo a la villa Vital y su amigo Luis. Vera declaró tresveces en la causa, la primera en la comisaría. En ella se afirmaba que era alfabeta y quehabía escuchado “intercambio de disparos” desde afuera del rancho. En la fiscalía, y endos oportunidades, la mujer aclaró que no sabía leer, que la policía le leyó una versióndiferente a lo que había dicho, y en que definitiva lo que sí oyó fueron cuatro disparos.Esos cuatro disparos también los escucharon Núñez y Luis, quien recibió un balazo que lerozó la cabeza. Del Castillo dijo que Vital la corrió con las dos manos para poder pasar ensu huida por el estrecho pasillo: iba desarmado, había descartado las armas. Lo definitivo

     para la prisión de Sosa fue una pericia multidisciplinaria teniendo en cuenta que Vital teníacinco orificios de bala, uno de ellos en la mano, y que el policía aseguró que se tiroteó conel ladrón frente a frente. La versión de Luisito es que su amigo estaba escondido bajo lamesa, que Sosa la pateó y que le tiró cuatro veces a la cabeza mientras el chico se tapaba lacara. La bala le cruzó la mano y le entró por el pómulo. Otra le dio en la sien izquierda.Teniendo en cuenta las dimensiones de la habitación, de los muebles y la altura de Sosa, de1,65, los peritos de la Suprema Corte concluyeron en que para que Vital hubiera estado

     parado, le deberían haber disparado desde una altura de 3,30 metros. La policía jura queencontró un revólver 22 con una sola bala percutada al costado del cadáver de Vital. “Si lahubiera tenido –dice Sabina Sotello– mi hijo le vaciaba el cargador y el policía estaba

    muerto.”

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    LA CORTE BONAERENSE DENUNCIA LAMUERTE DE SESENTA CHICOS A MANOS DE LA POLICIA

    Cuando la ejecución es usada como política

     Por lo menos 60 menoresmurieron en presuntos

    enfrentamientos con la policíaen 1999 y 2000. Muchos

    habían denunciado amenazaso presiones de la fuerza.

    “Podría tratarse de 60 casos Bru o un escuadrón de lamuerte”, dijo Irma Lima.

    Por Cristian Alarcón

     Sólo en 1999 y 2000 fueron “al menos” sesenta los niños y adolescentes –bajo la tuteladel Estado gobernado por Carlos Ruckauf– que murieron acribillados por las balas de laBonaerense. Así lo denunció ayer la Suprema Corte de Justicia provincial en unaresolución firmada por todos sus ministros. En ella dan cuenta de que muchos de esos

    chicos asesinados habían “expuesto con anterioridad amenazas y/o tratos lesivos” por partede personal de las comisarías bajo cuya misma jurisdicción terminaron muriendo. Esainformación fue interpretada ayer por varias fuentes judiciales consultadas por Página/12como la comprobación institucional de que la Policía Bonaerense ejecuta a menores ysimula que mueren en tiroteos. A tal punto es dura la resolución que Irma Lima, la

     presidenta del Consejo del Menor, opinó que “esto podría tratarse de 60 casos Bru o de unescuadrón de la muerte”. La figura de los escuadrones reaparece después de que este diario

     publicara varias investigaciones sobre cómo fueron fusilados dos chicos de 14 y 16 añosen Don Torcuato, en el mes de marzo, por un presunto escuadrón integrado por integrantesde la maldita policía. El documento elevado por la Corte es un fuerte llamado de atención

    a las políticas de Seguridad del gobierno. Sin embargo, el ministro Ramón Verón apelóayer a la soberbia para responder al reclamo de la Justicia: es “casi un deporte de losmenores denunciar apremios ilegales”, dijo.Si hay alguna certeza con la que se sale de una villa miseria después de hablar con loschicos que sobreviven robando paupérrimos botines es que es imposible saber si se volveráa verlos, más cuando recibieron amenazas. Así ocurrió en el caso de Gastón “Monito”Galván y de Miguel “Piti” Burgos, cuyos amigos le dijeron a este cronista en su propiofuneral que estaban en una lista negra y que no serían ellos los últimos (ver aparte). Asíocurrió también con el ladrón Víctor Manuel “Frente” Vital, que a los 17 años habíallegado a ser el chico más popular de la Villa San Francisco, en San Fernando. La policíase la había jurado, dicen decenas de testigos. Y como la mayoría, había sido golpeado encomisarías. En un intento de robo lo persiguieron por los pasillos de la villa hasta unrancho en el que se escondió junto a su compañero, bajo una mesa. Gritó: “¡No disparen!¡Nos entregamos!”, pero el cabo H

    26 de octubre de 2001

    http://www.kiosco12.com/http://www.pagina12.com.ar/2001/satira.htmhttp://www.pagina12.com.ar/2001/cash.htmhttp://www.pagina12.com.ar/2001/futuro.htmhttp://www.pagina12.com.ar/2001/libros.htmhttp://www.pagina12.com.ar/2001/turismo.htmhttp://www.pagina12.com.ar/2001/no.htmhttp://www.pagina12.com.ar/2001/radar.htmhttp://www.pagina12.com.ar/

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    que representan a la familia, detalló un hematoma, un desgarro en el cuello “con esquirlaósea” y los balazos: uno ingresó por el omóplato, el segundo por una costilla, el tercero enla parte superior del brazo derecho, el cuarto en un muslo. Cuando lo velaron “el cuerpoestaba tan golpeado que quisimos ponerle un rosario en una muñeca pero la mujer de lacochería dijo que no lo tocáramos porque estaba todo moreteado”, cuenta Silvia.

    Peligros

    En su versión la policía dijo también que una vecina había visto que Fabián y sucompañero, un chico de Carapachay, habían dejado en marcha un Renault 12 en el que sesupone que escaparían. Pero todos los que los conocen aseguran que ninguno de los dossabía manejar un auto. “De hecho en la causa consta que en realidad lo que habían robadoera una garrafa y veinte pesos de una casa de la villa”, le dijo Página/12 la abogada AndreaSajnovsky, de Correpi. Sajnovsky cree que las armas que la policía dijo haber secuestrado,un revolver calibre 38 y una pistola 9 milímetros, fueron plantadas, como suele ocurrir cuando la policía “dibuja” los enfrentamientos. Además en la crónica policial se sostieneque el compinche de Fabián se rindió cuando se vio rodeado. En la causa, según laabogada, figura que en realidad el chico pudo escaparse. El expediente porla muerte fue

    caratulado al comienzo “intento de robo automotor, abuso de armas y homicidio”. Elhomicidio le fue imputado al chico que salió vivo.En el expediente se han acumulado luego las denuncias que el mismo Fabián hizocontando cómo había sido torturado y amenazado. Por eso el Tribunal 3, secretaría 6 deSan Isidro, determinó en una resolución que figura en la causa que los chicos “norepresentaban un peligro para terceros” lo que hace inexplicable los balazos a quemarropaque tiene su cadáver.Silvia, una mujer cuyo marido está detenido, y que intenta sobrevivir con sus hijosvendiendo productos de Avon, tardó casi un día entero en saber que habían matado aFabián. La noche del 1 lo buscó, hizo que sus hermanos lo buscasen, dio vueltas por lavilla, fue hasta Bancalari donde solía refugiarse, pero recién el 2 a las cinco de la tardecuando sus hijos menores volvieron de la escuela, le dijeron que una maestra les habíadicho: “A Fabián lo mataron”. Entonces uno de los mayores llamó a la comisaría. Leordenaron que se presentaran con el DNI y la partida de nacimiento. Después de muchasvueltas le preguntaron si el chico tenía un tatuaje. Tenía dos: “Madre”, en un mano. Y“Fabián” en una pierna. Fabián, tal como lo habían anunciado los policías que allanaronilegalmente y a los tiros su casa, había sido acribillado.

    La mugre de los escuadrones

    La escena del 24 de octubre vuelve a la memoria de Silvia con la violencia de los balazos

    que escuchó mientras lavaba ropa en el fondo de su casa. “De repente siento que correnadentro de mi casa, y escucho un disparo en el portón, después escucho otro en el terreno,y veo por la ventana de la cocina que Fabián corre. Salgo por la puerta de adelante y veoun coche parado y los policías que lo persiguen”. Los policías de civil entraron a su casa alos gritos. Hacía poco que había nacido el menor de sus hijos. Los niños y el bebé lloraban.“Revisaron todo para ver si estaba adentro, también donde estaba el bebe acostado”,cuenta. Cuando Fabián ya se había escapado saltando los cercos de los vecinos, Silvia salióa la calle. Uno de los hombres quiso volver a entrar, pero ella se paró en el portón.

     –¡Vos no vas a pasar! –cuenta que le dijo. –¿Que no voy a pasar? –¡No! –¡Callate, mugrienta! –¡Quién habla de mugrienta, que las veces que viniste a hacerme allanamientos siempreviniste con la misma ropa! –le dijo ella.El policía le dio una patada y volvió a entrar en su casa.

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     –¡A tu hijo te lo vamos a matar! ¡Mas vale que no lo encontremos! -repetía el miembro dela patrulla de calle.Entonces, uno de ellos, un rubio alto, salió a pedir refuerzos. Llegó un patrullero yrastrillaron las casas vecinas.

     –Si lo encontrás pegale un tiro –ordenó el rubio a uno de los recién llegados.Los policías que se tirotearon valerosamente con los dos ladroncitos eran de la mismaseccional que quienes lo habían amenazado: la comisaría tercera de Don Torcuato,conocida como “la Crítica”. Esa es la misma comisaría cuyos agentes habían sido

    denunciados por apremios por Gastón Galván, “el Monito” y Miguel Burgos, “el Pity”, loschicos de 14 y 16 años que el 24 de abril aparecieron en José León Suárez con 11 y 6 tiros

     por la espalda, asesinados por un posible escuadrón de la muerte. En esa seccional, en ruta202 y Riobamba, había estado preso Fabián cuando, según contó en una denuncia, los

     policías tiraron agua al suelo de un calabozo, lo obligaron a acostarse sobre el piso mojadoy le pasaron corriente eléctrica por el cuerpo. Silvia recuerda aún cuando en la puerta de latercera lloraba la muerte de su hijo y “un montón de policías que estaban ahí me miraban yse reían entre ellos”.

     

    PRINCIPAL

    http://www.pagina12.com.ar/2001/01-10/01-10-28/index.htmhttp://www.pagina12.com.ar/2001/01-10/01-10-28/index.htm

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    SEPARARON A POLICIAS INVOLUCRADOS EN LA MUERTE DE CHICOS

    Sospechosos de formar un escuadrón

    Son cuatro, investigados por los crímenes. Prestaban

     servicio en la comisaría tercerade Don Torcuato, como

    anticipó este diario.

    El comisario de la seccional 3ra,

    Eduardo Dolan, con los legajosde los sospechosos en la mano.

    Por Cristian Alarcón y Horacio Cecchi

     Sospechados de ser los matadores de chicos de entre 14 y 16 años, señalados en unalarga lista de denuncias como quienes golpeaban y torturaban en la comisaría 3ª de DonTorcuato, conocidos en la zona norte del Conurbano como la patota más temida de laBonaerense, los primeros nombres de las sombras del escuadrón de la muerte ayer fueron

     puestos en disponibilidad preventiva. La Crítica, como se conoce a la seccional en la que

    decenas de veces estuvieron detenidos Gastón “el Monito” Galván y Miguel “Piti” Burgos,los niños asesinados por un supuesto escuadrón parapolicial, se quedó sin el sargento HugoAlberto Cáceres, el sargento Carlos Horacio Icardo, y los suboficiales Miguel AngelLemos y Marcos Bresán. Juan José Alvarez, el ministro de Seguridad que intenta despejar el tufo a maldita policía que dejó la administración Verón, nombró ayer un nuevo“segundo” de la fuerza –el comisario mayor Ricardo De Gastaldi– y enseguida lo envió enhelicóptero a la mismísima 3ª, que nunca antes tan crítica, vio como sus “pesados” pasabana quedar “afuera”. Esa misma es la comisaría que en sucesivas investigaciones Página/12señaló como la que albergaba a los hombres investigados por el crimen de Galván yBurgos.

    Si cualquier interesado en saber cómo se distribuye el poder fáctico en la zona de DonTorcuato, e incluso llegando al Tigre, pregunta por quién merece el mote de “sheriff” dellugar, nadie dudará: “el Hugo Beto”, la popular manera en que se ha hecho famoso elsargento Cáceres. Ese nombre ha sido repetido a Página/12 durante los últimos dos meses

     por más de media docena de fuentes. Lo nombran los padres de los chicos asesinados enlos supuestos enfrentamientos que la semana pasada denunció la Suprema Corte de Justicia

     bonaerense. Lo menciona una altísima fuente de la Corte. Ayer una fuente judicial tambiénconfirmó a este diario que por lo menos tres de ellos aparecen en el secreto expediente de“el escuadrón” que lleva en San Martín el fiscal Héctor Scebba. Las vinculaciones de los

     policías no terminarían en su pasión por la golpiza, el apriete, las amenazas en público, las persecuciones a los tiros y la venganza como método. Por lo menos el sargento Cácerestambién es un hombre vinculado a los negocios de la seguridad en el partido donde viven,

     junto a los más pobres, los más ricos bonaerenses: San Isidro. Cáceres, además, es el únicode los cuatro que por ahora zafa de la sanción por cuestiones administrativas. Ayer unatribulado comisario de la 3ª, Eduardo Dolan, le dijo a Página/12 en su despacho que el

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    http://www.kiosco12.com/http://www.pagina12.com.ar/2001/satira.htmhttp://www.pagina12.com.ar/2001/cash.htmhttp://www.pagina12.com.ar/2001/futuro.htmhttp://www.pagina12.com.ar/2001/libros.htmhttp://www.pagina12.com.ar/2001/turismo.htmhttp://www.pagina12.com.ar/2001/no.htmhttp://www.pagina12.com.ar/2001/radar.htmhttp://www.pagina12.com.ar/

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    hombre está con licencia por enfermedad desde el 21 de abril de este año. “Qué tiene”, fuela pregunta. “Depresión profunda.”En La Plata “Juanjo” Alvarez designó al comisario De Gastaldi, hasta ayer director deInvestigaciones, como segundo de la fuerza, en reemplazo de Carmelo Impari. Imparihabía sido quien firmó la polémica circular que a principios de agosto ordenaba la“limpieza” de los niños mendigos. Alvarez también desplazó a Daniel Rago de ladepartamental de Lomas de Zamora (ver aparte). En su defensa clamaron sin suerte losintendentes de Lanús y de Almirante Brown, Manolo Quindimil y Hebe Maruco. Junto a

    Rago, fue removido Claudio Smith, director de Investigaciones de Lomas, enviado a ladepartamental de Morón. Smith había sido un entrañable nexo entre el ex comisario Mario

     Naldi y Mario “Chorizo” Rodríguez. En Morón, estaba a cargo Alberto Sobrado, que fueelevado de rango, como director de Delitos Complejos y Narcocriminalidad. Sobradoaparece como un leal al nuevo ministro: coincidieron ambos en Hurlingham.De Gastaldi fue quien ayer aterrizó en “la Critica” para comunicar oficialmente la medidacontra el grupo sospechado, acompañado de un equipo de Asuntos Internos. A las seis dela tarde había recibido el nombramiento. A las seis y media firmó. A las siete subió a unhelicóptero hacia Torcuato. De todas maneras, Alvarez no tiene todo resuelto. Fuentes

     judiciales revelaron ayer a Página/12 la preocupación existente en la Corte y en los más

    altos cargos del poder judicial sobre la desidia queestaría siendo la marca distintiva sobretodo entre los fiscales del distrito judicial de San Isidro. Allí se tramitan la mayoría de lascausas por homicidio que reveló la Corte. Entre ellas están los crímenes de Fabián Blanco,cuya historia fue publicada en exclusiva por Página/12 el último domingo y la de JuanSalto, un chico de 16, que murió acribillado cuando intentaba esconderse abajo de un auto.Tanto a Fabián como a Juan los habían amenazado de muerte. Los dos vivían aterrorizados

     por la patota de “Hugo Beto”. Sus amigos y sus madres reconocen a la distancia los perfiles de los hombres de la patrulla. Y sus autos.La causa en la que se investiga el asesinato de Galván y Burgos es casi la única que setramita en el distrito de San Martín. Los cuerpos, baleados con 11 y 6 tiros, ambos

    rematados con un disparo en la nuca, atados, y uno de ellos con la cabeza cubierta con una bolsa que no fue usada para asfixiar sino para emitir un mensaje policíaco, fueron tiradosmás allá de la jurisdicción de San Isidro –a la que pertenece Torcuato–, en un descampadode José León Suárez. Ayer, por primera vez desde que los mataron el 24 de abril de esteaño, una alta fuente judicial le reconoció a Página/12 que Cáceres, Icardo y Lemosaparecen como sospechosos. Esos mismos nombres son los que se repiten en las denunciasque los chicos muertos hicieron contando cómo eran sometidos en la tercera a diferentestipos de tortura. Allí, según los relatos de los padres, era común que uno de los oficiales,conocido como el karateca, se dedicara a practicar con los menores detenidosgolpeándolos con patadas de experto en el pecho. Al Monito Galván –le contó su madre aeste diario apenas lo asesinaron– lo obligaron poco antes del ajusticiamiento a permanecer 

     parado más de doce horas en un calabozo. “Salió con los pies llenos de llagas y deampollas -dijo Zunilda Galván– pero él me pedía por favor que no denunciara porque letenían jurado que lo iban a matar.”

     

    DESTITUYERON AL JEFE DE LA DEPARTAMENTAL DE LOMAS

    El coletazo de las torturas

    Por H.C.

     Siguen los remezones en la Bonaerense. Esta vez, y con tono de señal por elevación, ladecisión del nuevo ministro de Seguridad, Juan José Alvarez, tocó la cabeza de la

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    cuestionada Departamental de Seguridad de Lomas de Zamora: el comisario Daniel Ragofue relevado del cargo y colocado a la espera de nuevo destino, lo que en términos de larígida y vertical estructura policial significa quedar sutil pero lisa y llanamente destituido.Las causas: ocho uniformados, entre oficiales, suboficiales y agentes de la comisaría 7ª, deVilla Centenario, dependiente de Lomas de Zamora, fueron detenidos por picanear a undetenido el 21 de octubre pasado. Rago desplazó al jefe de la 7ª. Ayer le tocó a el turno aél, en un movimiento que algunos interpretan como señal fuerte: en un caso comprobadode torturas, no alcanza con la cabeza de la seccional.

    El 21 de octubre pasado fue detenido Javier Villanueva, con 24 años y un auto ajeno. Fueconducido a la comisaría de Villa Centenario, donde el dueño del vehículo reconoció suauto y al que se lo había robado. El fiscal Oscar Acevedo, de Lomas de Zamora, ordenóentonces su detención. Al tomarle declaración, comprobó marcas que le parecieronextrañas. Villanueva negó todo, pero de las pericias médicas que ordenó surgió que,efectivamente, había sido picaneado.La seccional fue allanada: en una gaveta hallaron un cable eléctrico. Según Villanueva, fueel que usaron para pasar corriente por su cuerpo. “Era un cable con el que se ahorcó otra

     persona, y era guardado como prueba”, aseguró Rago en aquel momento. El jefe de laseccional fue removido, y todo el plantel desplazado a otros destinos. Once uniformados

    quedaron detenidos. Tres fueron liberados porque no se encontraban ese día en laseccional. Ayer, otros dos siguieron el mismo camino. Las acusaciones quedaronconcentradas sobre el subcomisario Oscar Djurazek, el oficial inspector Eduardo Castillo,los cabos primero Walter Fidel Franco y José Melchor Hidalgo, y los agentes Víctor Pérezy Gustavo Pereyra.Según reveló un investigador a Página/12, “surgieron nuevos elementos y en los próximosdías es probable que haya nuevas detenciones”. Los nuevos elementos son losreconocimientos médicos truchos realizados sobre el amoratado cuerpo de Villanueva, queolvidaron mencionar las lesiones.Daniel Rago quedó señalado en el vértice. “Es una señal rápida y fuerte a los jefes de todas

    las departamentales –confió una fuente reservada–. En un caso así, no basta con la cabezadel comisario.” Rago había sido nombrado por el ex ministro Osvaldo Lorenzo, en unadesignación muy cuestionada. Su departamental es la que enfrentó más denuncias detorturas de toda la provincia.

     

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    INVESTIGACION ESPECIAL: EL ESCUADRON BONAERENSE.HABLAN CHICOS CONVERTIDOS EN TESTIGOS PROTEGIDOS

    “Ellos nos bajan como pajaritos” 

     La semana pasada, la SupremaCorte bonaerense denunció la muertede menores a manos de la policía; al 

    día siguiente caía Ramón Verón. Página/12 cuenta aquí cómo matabael escuadrón policial. Dos chicos que

    vivían escondidos y amenazados fueroncontactados con la ProcuraciónGeneral y desde ayer son testigos

     protegidos. Ahora relatan su historia.

    Por Cristian Alarcón

     ¿De qué profundidad puede ser el oscuro pozo del pánico? ¿De que tamaño es eltemblor, el insomnio, la angustia de saberse condenado a muerte? ¿Cómo puede ser todoeso cuando cala en los huesos de dos chicos? Sólo ellos lo saben: Damián y Joaquín R.,dos hermanos de 15 y 17 años que, cuando se llega a buscarlos, están escondidos bajo la

    cama de uno de los ranchos del fondo de la villa Bayres porque la muerte acecha y nadiees digno de confianza. Viven hace tres meses ocultos, “guardados” en la jerga de la villa,de la saña de un escuadrón de la muerte. Un grupo de policías de la zona norte delconurbano bonaerense los busca, sin perder oportunidad, a plena luz, en la noche, durantelas mañanas, en las esquinas cercanas, para completar la lista de crímenes por el que estánsospechados. Damián y Joaquín, de profundos ojos verdes y modales de señores, tardanmedia hora en creerle al hombre que llegó hasta el rancho donde viven con su familia,hasta que bajan la guardia y deciden, pausadamente, contarle al desconocido sus historiasy las de sus amigos víctimas de las balas policiales. Amenazados ellos, sus padres, sushermanos, golpeados y torturados en la comisaría 3ª de Don Torcuato, conocida como “la

    Crítica”, han denunciado esa mala vida a la que los condenan, aunque ya ni siquiera puedan asomar la nariz a la calle por el miedo a ser fusilados. Damián y Joaquín son losúltimos y milagrosos sobrevivientes de la saga de los escuadrones. Esta es su historia. Asívivían hasta anoche cuando, luego de que Página/12 los contactara con la ProcuraciónGeneral de la Suprema Corte, ingresaron junto con su familia completa en el programa de

     protección de testigos que les asegura vivir lejos del miedo, en un punto desconocido de la provincia de Buenos Aires.El camino que lleva a Damián y Joaquín ha sido de largos meses, sinuoso como los

     pasillos de las villas. Desde el asesinato de Gastón Galván y Miguel Burgos, el Monito y elPiti, el 25 de abril de este año, Página/12 ha seguido el rastro de la relación entre losmenores ladrones -técnicamente “en conflicto con la ley penal”– y grupos de la PolicíaBonaerense. Los once tiros del Monito, los seis de Piti, se revelaron desde el comienzo,aunque brutales, como el orillo de una saga de la que fue muy difícil encontrar las señasanteriores. Jamás el cronista pudo imaginar que esa serie criminal continuaría tambiénhacia adelante (ver nota aparte). Grande ha sido la dificultad para comenzar a rearmar el

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    rompecabezas que lleva a un escuadrón de la muerte, no sólo para este diario, sino para la joven abogada Andrea Sajnovski, de la Correpi: es que las puertas de la Justicia de SanIsidro han estado para estos excluidos entre los excluidos cerradas a cal y canto.

    Chamamé en “la crítica”

    Son casi las cinco de la tarde al llegar a la casa de la familia R. Los perros afuera ladran.Joaquín cuenta con la amabilidad con la que se le habla a una directora cuando está por 

    asestar amonestaciones al alumno bonaerense, que los primeros días de agosto, poco antesde que su amigo Juan Salto fuera acribillado cayó preso porque lo agarraron con un dineroque dijeron era robado. No tenía armas y lo levantaron a las trompadas, lo tiraron en “lalancha” –la camioneta de la 3ª–, lo bajaron como a un bulto en el mercado. Su hermana, P,un chica con cuerpo de niña, de tono más vehemente que los varones, dice que llegócorriendo a la seccional de la ruta 202. Y vio las huellas de la golpiza; enfureció, increpóal oficial: ¿por qué le pegaste?” Y él: “¡Correte negra de mierda!”. Ella tenía a su hija en

     brazos, como ahora, al costado de la cadera. Igual el policía le quiso pegar. “¡Pegame –legritó ella– y vamos a tribunales!” “Sí –desafió él–, vamos donde quieras”, seguro, impune.Pero fue peor: adentro continuó la pateadura a Joaquín. Recién a la madrugada llamaron al

     padre, un correntino que se las rebusca con changas de albañil, y lo hicieron pasar a unaoficina. “Me empezaron a dar conpalos. Mi papá lloraba y ellos lo insultaban. Y le dijeronque me iban a devolver pero en un cajón la próxima vez. ‘Mirá que en cualquier momentote los matamos a los dos’, decía el oficial”, cuenta Joaquín. La silla en la que habla sedestartala, hay niños de la casa y de las casas vecinas que pasan, la beba de P. que habla defondo, una cama, una prolijidad obsesiva en el rancho. Aun cuando la madre de los chicoscuenta la humillación a su marido cuando los valerosos agentes –sospechados en casitodos los casos de asesinatos pero jamás citados por un fiscal a declarar- lo obligaron acantar un chamamé para liberar a Joaquín. “Y lo tuvo que cantar él porque ya erademasiado como le pegaban.”El guía de este cronista en la villa Bayres, el chaqueño Oscar Ríos, era padre de José, unchico de 16 que el 11 de mayo de 2000 cayó con tres tiros –disparados por Hugo AlbertoCáceres, el “Hugo Beto” y el oficial Marcelo Puyo de la 3ª– cuando supuestamente iba enun auto robado, aunque nunca supo manejar. “El mío venía y me decía ‘papi, voy a unvelorio’. Pasaba una semana, ‘papi tengo que ir a un velorio’.” Ríos, que no sabía que suchico robaba de vez en cuando con otros de la villa San Pablo y de la bandita de losPetaca, no se explicaba cómo tanto joven muerto. Hasta que lo mataron al suyo y comenzóa desandar el camino de esas bajas en lo que él mismo dice “es una guerra campal”. Loschicos de la familia R lo dicen a su manera. “Es como una cadena, primero con uno,después, cuando ya eliminaron a ese siguen con el otro”, según Joaquín. “Como si fueraque nosotros, así como ellos quieren y nos amenazaron tanto, ya fuimos, ponele, y

    entonces ya no estamos más, y ellos seguirían con los de al lado, y después con los de másallá”, suma su hermano. “Claro –aclara P.-, para ellos somos pajaritos que bajan, y asísiguen con el otro, con el otro, con el otro.” “Sí, ellos agarran la gomera y entran a

     bajarnos”, dice Joaquín.

    Una cruz en la espalda

    Primero fue José Ríos, el 11 de mayo de 2000, con un balazo en la espalda. El 1 denoviembre –este jueves se cumplió un año– llegó, también anunciada, la muerte paraFabián Blanco, íntimo amigo de los hermanos R. y cuyo caso fue revelado hace unasemana en Página/12. Lo habían perseguido disparándole y –gritando que tenían orden deun juez para matarlo– los policías Horacio Icardo, Marcos Bressán y Miguel Angel Lemosde la 3ª, justo seis días antes de que lo bajaran de un árbol con cuatro tiros por la espalda.En el funeral de Fabián, la noche que los deudos lloraban al chico, llegó un grupo deuniformados con armas largas. “¡¿A ver quién va a disparar?”, dijo uno blandiendo la

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    escopeta recortada y acompañado por una mujer policía. Esa escena fue entoncesdenunciada ante la UFI 1 de San Isidro, del fiscal Mirabelli. Allí, y cumpliendo con lateoría de los pajaritos, comenzó la persecución a Juan Salto, de 16, otro de los amigos delos R., un chico de orejas como las de los gnomos, testarudo y famoso en su villa como “ElDuende”. Desde entonces vivió condenado a muerte. Primero le hacían llegar las amenazasa través de un conocido, preso en la 3ª, al que en cada golpiza, en cada tortura, lerecalcaban que la vida del Duende no valía nada. “Decile al Duende que tiene la cruz másgrande que la espalda”, era la muletilla. Después lo buscaban. “Le preguntaban a la gente,

    daban los números de las taquerías para que les avisara si andaba por ahí pero no teníacaptura. Estuvo nueve meses que parecía preso, como ahora nosotros”, acuerdan loshermanos. Cómo no tomar en serio las amenazas de la patota si el mismo día queaparecieron los cadáveres del Monito y El piti, Icardo y Bressán llegaron a la puerta de lacasa del Duende y le dijeron a su madre que buscara el DNI y la partida de nacimiento

     porque lo habían bajado, aunque él todavía estaba vivo. “Deben haber matado a otro que loconfundieron”, pensó ella. Pero el Duende duró poco. Cayó el 15 de agosto cuando ledieron dos disparos por la espalda y uno de adelante en un supuesto enfrentamiento.¿Figura en las silenciosas investigaciones esta evidente conexión entre los crímenes?El 16 de agosto cerca de las dos de la tarde Damián R. junto a dos amigos, también

    menores, caminaba cerca de su casa haciendo la colecta para comprar el cajón de su amigoJuan. Entonces aparecieron, cuenta, dos hombres de seguridad privada que “trabajan parael Hugo Beto” (Cáceres),mandamás y sheriff de la zona de clase media de Don Torcuato,el barrio Los Dados. Damián sintió que su resto de vida, tan enorme a sus 15 años, seestrechaba. Ya lo había amenazado Icardo, cuando estaban a punto de trasladarlo a unInstituto, del que luego escapó. Estaba en la oficina de la 3ª a solas con él. “Mirame, sucio

     –le dijo apuntando a sus ojos, de cerca–. Vos sos otro que no llega a los 17, como elfinadito Fabián”, por Blanco. Entonces, cuando los dos vigiladores de Cáceres bajaron delauto con Itakas en la mano, corrió. “Dijeron que me quedara quieto, porque me queríanllevar. Había muerto el Duende, seguíamos nosotros. Yo asustado, porque me apuntaba,

    salí para la calle de tierra. Ese día estaban mis dos amigos que andaban ayudando para lacolecta. Y los dos hermanitos chicos de Fabián.” Todos dicen que uno de los hombres ledisparó a matar un escopetazo hacia la espalda. La marca de los perdigones quedó en una

     pared de la villa, a dos cuadras de su casa, como si hiciera falta a esta altura una muesca para señalar la muerte que los persigue. Ni los chicos ni sus padres pueden contar con lasmanos las veces que los autos de la 3ª han pasado frente al rancho. Pero solo ellos sabencuál es el tamaño del temor, la profundidad del oscuro pozo del pánico.Desde anoche, puede que tengan nuevos sueños, si en un punto menos violento de la

     provincia consiguen volver a caminar por las calles sin la persecución del escuadrón de lamuerte, que acecha.

     

    El juego perverso Por C. A.

    Lo perverso puede asumir muchas formas. Aquel chamamé acaso, que obligaroncantar al padre de Joaquín para dejarlo libre, o la manera en que los chicos dicen queles han pegado en la 3ª, como cuando a Damián lo tuvieron dos horas arrodillado en el

     pasillo; o en la cocina mientras los policías ponían la pava y tomaban mate; o en laoficina de los golpes: porque la coincidencia entre los testimonios de los niños presos

     –no sólo los hermanos R.– es que “la Crítica”, tal el nombre también perverso de laseccional, era toda ella una sala de torturas. Y sus efectivos, amantes del “deporte” degolpear. “Estás arrodillado, en el pasillo y el que pasa te pega, hasta las mujeres

     policías. Además saben pegar, con la mano abierta, que no te queden tantas marcas, pero vos sentís las orejas que las tenés así”, describe Joaquín, y se las inflama con la

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    mano como las de un dibujo animado, marcando con el cerrar de puños el latido sordoque deja el golpe. A Damián, dice, sentado, desgarbado en sus 15 años en plenodesarrollo, preocupado porque en la foto le salgan las zapas nuevas que le quedaron decuando todavía podía salir a la calle a hacer unos pesos, lo tuvieron desnudo, tambiénde rodillas, con las “marrocas”, las esposas, bien arriba, y su campera nueva en el pisoa un costado. “Mirá este sucio, lo que tiene”, le dijeron. Y entonces se dedicaron afumar y a apagar las colillas en ella, quemándola de a poco, ante sus ojos.

     

    LOS CRIMENES, CASO POR CASO

     Asesinatos de chicos que nadie investigó

    Por C. A.

     La primera vez que este diario habló de la existencia de un escuadrón de la muerte fueapenas aparecieron los cuerpos de Gastón Galván y Miguel Burgos, en abril. La policíadivulgó la “versión” de un ajuste de cuentas entre banditas rivales, historia decenas de

    veces repetida cuando un menor aparece baleado por la espalda. La otra gran “versión” esla de los “enfrentamientos”, sobre los cuales la Corte Suprema de Justicia emitió laacordada que le costó el cargo al ministro de Seguridad, Ramón Verón. En el funeral losladroncitos amigos de los dos chicos de Don Torcuato aparecidos en un descampado deJosé León Suárez le dijeron a este cronista que ésos no eran los primeros, y que no seríanlos últimos porque ya había llegado la amenaza del escuadrón: “Ahora les toca a los quequedan”. Una investigación de Página/12 reveló que esas muertes no eran casuales, sinoun hito más en una serie de crímenes, tras los cuales hay un sistema de eliminación física.En una primera ojeada por los resultados de las investigaciones judiciales de los crímenes,algunos precedidos por amenazas denunciadas, aparece también la sombra de la

    complicidad judicial, en lo que una altísima fuente de la Procuración General de SupremaCorte, describió como “el gorilismo de los que quieren a los chicos muertos” y una de laCorte, como “la idea de que es correcto dejar que sean eliminados porque así se limpia lasociedad”. En estas líneas, un resumen de los casos relacionados con el escuadrón de lazona norte.

     Gastón Galván y Miguel Burgos: Es el único caso de la lista en la que los sospechososson los posibles miembros del escuadrón de San Isidro, que se tramita en otro distrito, SanMartín. La investiga el fiscal Héctor Sceba, quien en su momento le comunicó a lasubsecretaria de Derechos Humanos de la Nación, Diana Conti, que las versiones

     periodísticas que señalaban como sospechoso a un grupo de policías de la comisaría 3ª deDon Torcuato, o sea la información de este diario, tenían asidero. Sin embargo, Página/12

     pudo conocer un documento en el que Sceba le respondió un pedido de informe al exministro Verón, el 4 de octubre del 2001. Allí le dice lo contrario: “En respuesta a susnotas de fechas 5/7/01 y 5/9/01 a fin de hacerle saber que, en principio, identificadosindividualmente, no se encuentra empleado policial alguno imputado en forma concretadel hecho que origina lo actuado”. Sin embargo, apenas asumió el nuevo ministro, JuanJosé Alvarez, paso a disponibilidad preventiva a los policías de la 3ª acusados de torturar yamenazar a los chicos antes de que los mataran.

    José Guillermo Ríos: Los policías que lo mataron son Hugo Alberto Cáceres –el BetoCáceres– y Marcelo Anselmo Puyo, de la comisaría 3ª. Aseguran que el chico se bajó deun Monza para robar. Lo persiguieron hasta el patio de una casa, donde le dispararon por 

    la espalda. Sostienen que los combatió con un pistolón, que no servía. Una testigo escuchósólo tres disparos. Cáceres tiene otro hermano policía, Mario Juan Cáceres. Es, segúncoinciden las fuentes, el capo de la zona de Don Torcuato, está vinculado con el negociode la seguridad y una mujer de nombre Irma es su “recaudadora”. El padre de Ríos, Oscar,

     pegaba carteles el último enero “escrachándolo”, cuando junto a Puyo e Irma, se le acercó,

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    lo amenazó, y arrancó los afiches. “Lo maté yo y voy a matar muchos más”, les dijo.Luego el policía denunció por amenazas al padre del chico. Lo sorprendente en la causa es,según los abogados de Correpi, que primero el fiscal adjunto, Federico Schumacher, de laUFI 1 archivó la causa, pese que tanto el juez de garantías, Juan Mackintach, como laCámara, negaron el sobreseimiento de los policías. Luego la Fiscalía General reabrió lainvestigación, pero no ha avanzado en más de un año y medio. El policía denunció a Ríos

     por amenazas. Esa causa, en la UFI 2, de John Broyar –que conocía la situación porquetuvo la causa por el homicidio–, es la única que prosperó: al padre del chico le tomaron

    declaración indagatoria. En cambio la denuncia de Ríos por amenazas contra HugoCáceres fue archivada.

    Fabián Blanco: Su madre denunció en diciembre de 2000 amenazas, violación dedomicilio, abuso de armas, contra los policías Horacio Icardo y Marcos Bressán, de la

     patrulla de calle de la Tercera. Lo mataron el 1 de noviembre de 2000, cuando estabaarriba de un árbol y por la espalda, los policías Hugo Alberto Cáceres y Gallardo. Ella tuvoen su poder los casquillos de las balas del supuesto tiroteo durante diez meses sin que elfiscal de la UFI 7, Daniel Márquez, los pidiera. Las lesiones que tienen delatan unagolpiza. Los abogados de la Correpi denunciaron que en septiembre, y porque elexpediente fue solicitado por el fiscal general adjunto de San Isidro, doctor Cámpora, se

     pidieron las medidas solicitadas en marzo. La jueza de menores que la evaluó, del Tribunal3, consideró que el chico no representaba un peligro para terceros y que había queinvestigar a los policías, pero no se hizo.

    Juan Teodoro Salto: A pesar de que su madre denunció tres veces ante la Justiciaamenazas al chico, “El Duende”, nada se investigó hasta que lo mataron, el 14 de agosto,después de decenas de advertencias a lo largo de nueve meses durante los que vivióencerrado porque su muerte era la que continuaba a la de Blanco en “la lista”. Los policíasque lo amenazaban eran Icardo y Bressán, de la tercera. Los autos que pasaban por su casaeran casi todos propiedad de los miembros del servicio de calle, incluido Martín Ferreira,que trabaja con los otros dos en la 3ª de Don Torcuato.

    El fiscal Lino Mirabelli la mandó a archivar, pero el fiscal general adjunto revocó lamedida.David Vera Pinto: El caso es emblemático por dos motivos. El primero, su madre,

    alertado de que el chico iba a robar, avisó al juzgado de menores, al Consejo del Menor, y por último a la comisaría de Boulogne. Su preocupación fue fatal. Su hijo murió, segúnuna testigo cuyo testimonio fue soslayado por el fiscal de la UFI 2, Mario Kohan, cuandotenía los brazos levantados en actitud de rendirse y estaba desarmado. Los dichos de latestigo, según la Correpi, no fueron plasmados por el fiscal en el acta y está dispuesta avolver a declarar. El fiscal archivó la causa.

     

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    TESTIMONIO EXCLUSIVO DE PAGINA/12

    El testigo del escuadrón

    Un joven preso vio con vida en unacomisaría de Don Torcuato a dos chicos

    que media hora después fueronbaleados. Lo ubicó este diario y ahora es

    testigo protegido. Pero antes de que lo fuera, un fiscal lo expuso ante la policía.

    Testimonio: “Mi marido me contóque los dejaron ahí, en un pasillo. Martín los vio y se fue para adentro, y ala madrugada vieron que se losllevaban”.

     Peligro: P. sabe que no quiere quemientras su marido siga preso enuna comisaría de Martínez el cronista

     publique lo que acaba de salírselede la boca.

    Por Cristian Alarcón

     Hay un testigo de los escuadrones de la muerte. Tiene 19 años. Está preso desde el 19de abril por manejar una moto robada. Página/12 supo de su existencia hace diez días,cuando ubicó a su esposa: ella fue quien reveló –tranquila al comienzo, angustiándose amedida que tomaba conciencia del peligro de los datos–, que el muchacho estaba detenidoen la comisaría 3ª de Don Torcuato la noche del 24 al 25 de abril, y que allí vio vivos aGastón “El Monito” Galván y Miguel “El Piti” Burgos, hasta que fueron retirados dellugar, media hora antes de que los fusilaran. El de Galván y Burgos es el caso más

    flagrante de los que denunció la Suprema Corte de Justicia provincial junto al asesinato demás de 60 menores en supuestos enfrentamientos. Que el testigo haya visto a los chicosacribillados significa que pudieron verlos también una treintena de presos que en esemomento se amontonaban en los calabozos de la seccional. Por la importancia de sutestimonio, y porque el chico estaba preso en una comisaría bonaerense, este diario

     preservó la información a la espera de que la Procuración General de la Suprema Corte loconvirtiera en testigo protegido, y lo trasladara a un lugar de detención segura. Sinembargo, el fiscal de la causa, Héctor Scebba, según fuentes del departamento judicial deSan Martín aseguraron a este diario, no esperó que el muchacho se encontrara a salvo: letomó declaración el martes, sabiendo que se preparaba su traslado, cuando aún era rehénde la Bonaerense. A partir de su testimonio el fiscal comenzó a tomar declaraciones aquienes estaban detenidos en la 3ª aquel día: casi todos ellos están presos en seccionales dela zona norte, justamente allí donde impera el miedo que provoca el escuadrón de lamuerte.Es probable que nadie haya visto cómo fue que dispararon a quemarropa once veces contraEl Monito, sus 14 años, y su condición de ladrón de tan poca monta como el valor de la

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     bolsita de pegamento a la que vivió condenado desde que tenía 12, a pesar del combate desu madre. O cómo acribillaron, partiendo la noche esta vez con seis tiros dados por laespalda, al Piti, con sus 16 que parecían menos. Los ladroncitos, de Bancalari, entraban ysalían de la comisaría 3ª desde que eran niños. Habían denunciado por malos tratos ytorturas a personal de “La Crítica”, como le dicen a la seccional que acumula másexpedientes por apremios ilegales que jinetas contando hasta el más pinche de susguardias.Hombres de la patrulla de calle habían apaleado a los dos chicos cada vez que los

    encontraron en una esquina, volados por el efecto del poxi. El odio, especialmente hacia ElMonito, un pibe que nunca bajó la cabeza ante la patota y que aparece en el recuerdo desus amigos y de su madre sacándose la camisa para enfrentarlos cuando arrastraban de los

     pelos a un vecino de su edad, había llegado a un punto límite. Ya lo habían tenido paradodurante doce horas hasta que los pies se le llenaron de llagas, y le habían dejado el cuerpocruzado por bastones de goma y patadas. Ya lo habían agarrado entre varios a dos cuadrasde su casa y poniéndole un pie encima contra el piso de tierra habían simulado unfusilamiento.

    Villa adentro

    Es difícil que puedan encontrarse testigos. Muy difícil, es cierto. Pero no es tan complejometerse en las villas donde viven los sobrevivientes del escuadrón, los fusilados que viven.Página/12 encontró en la Villa Bayres, hace ya diez días, a los hermanos Damián yJoaquín R., escondidos desde hacía tres meses después de haber visto cómo sus amigos,los pibes de esas dos cuadras de Don Torcuato que solían robar con ellos, cayeron bajo lametralla policial. Los casos de dos de ellos, Fabián Blanco, y Juan “El Duende” Salto,amenazados y perseguidos por policías antes de ser acribillados, fueron denunciadosespecialmente por la Suprema Corte en la acordada que le costó el puesto al ex ministro dela mano dura de CarlosRuckauf, Ramón Orestes Verón. Por la vinculación con esos casosfue que su sucesor, Juan José Alvarez, como primera medida pasó a disponibilidad

     preventiva a los policías de la 3ª Carlos Horacio Icardo, Miguel Angel Lemos, MarcosBressán. Al capo, Hugo Alberto Cáceres –“El Hugo Beto”– no pudo sancionarlo: elhombre se deprimió el 21 de abril, justo antes de que mataran a los dos chicos deBancalari, y permanece con licencia psiquiátrica. Todos esos apellidos y varios másresuenan hace más de un año en el universo de miedos de los hermanos R. Fueron dichosuna y otra vez, en decenas de citaciones durante la entrevista hecha la tarde del miércoles31 en la Villa Bayres.Ese día, en la casa estaba también su madre, su padre y su hermana, P., acunando a su hija.P. resultó estar casada con Martín Blanco, el hermano mayor de Fabián Blanco, asesinadoa los 16 años, cuando se refugiaba arriba de un árbol el 11 de mayo de 2000. En esa

    conversación, los tres contaron la zaga de muertes que Página/12 relató el último domingo.El permanente cruce de los mismos personajes en la trama del escuadrón de la muerte hizoque Martín Blanco estuviera detenido en la comisaría 3ª de Don Torcuato el 24 de abril yviera al Monito y al Piti, a quienes conocía “de la calle”. Estaban vivos adentro de la“taquería”; los vio a través de las rejas del calabozo de adultos. El sábado siguiente P. fuea visitarlo. En esa visita, no sólo Martín, sino los otros presos que habían estado aquellanoche, les contaron a sus familiares que los pibes aparecidos muertos cerca del puente queune La Horqueta con José León Suárez habían pasado por la 3ª.

    Testigo en peligro

    Entre otros mensajeros, los torturadores de la 3ª usaban a Martín Blanco para enviarleamenazas a Juan Salto, “El Duende”, antes de su asesinato. “Decile al Duende que tieneuna cruz más grande que la espalda”, era una de las frases preferidas. O: “Le va a pasar lomismo que a tu hermano y a vos también si seguís en ésta”. Cuando cayó preso el 19 de

  • 8/18/2019 ALARCÓN - Notas en Página 12 - 2001

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    9/11/2015 Página/12

    http://www.pagina12.com.ar/2001/01-12/01-12-27/pag19.htm 1/3

    CUATRO POLICIAS FUERON DETENIDOS POR EL FUSILAMIENTO DE DOS CHICOS

    Las caras del escuadrón de la muerte

    Una investigación de Página/12 dio cuenta,meses atrás, de un escuadrón integrado por 

     policías responsable del asesinato de doschicos de 14 y 16 años, que aparecieron

    atados y baleados. Ayer, al fin, cuatro policías fueron detenidos. Otros cuatro

    están prófugos.

    Las familias de los chicos muertos en elentierro del Monito Galván, el pasado abril.

    Por Cristian Alarcón

     Ocho meses después de que un escuadrón de la muerte fusilara a Gastón Galván yMiguel Burgos –los chicos de 14 y 16 años cuyos cadáveres fueron abandonados en abrilen José León Suárez–, la Justicia detuvo a cuatro policías bonaerenses por el doble crimen.También busca a cuatro más, que permanecen prófugos desde el viernes. Los detenidoseran personal de la comisaría 3ª de Don Torcuato y de otras dependencias de la Zona

     Norte, tal como desde los primeros días después de la matanza y en una serie deinvestigaciones publicadas a lo largo del año sostuvo Página/12. Las detencionesordenadas el último viernes significaron 18 allanamientos en la provincia y la ciudad deBuenos Aires y entre los imputados estaría el hombre al que se considera como uno de losmatadores del Monito y el Piti: Carlos Horacio Icardo, un oficial señalado como quien seencargó de amenazar