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AL SOL HISPANO. FIESTAS EN GUAYAQUIL POR LA EXALTACIÓN AL TRONO DE CARLOS IV Alfredo J. Morales Desde el siglo XVI las celebraciones públicas con motivo de las proclamaciones y de las exequias reales fueron las ocasiones más propicias para poner de relieve el carácter dinástico de la institución monárquica y para testimoniar la fidelidad de los súbditos. Haciendo uso de un bien trabado programa de ceremonias y actos protocolarios y erigiendo impresionantes arquitecturas efímeras, completadas y enriquecidas con imágenes, poemas y jeroglíficos se exaltaba al príncipe virtuoso y al gobernante ejemplar, a la vez que se daba público testimonio de obediencia y respeto al soberano. De ambas celebraciones, las correspondientes a la subida al tro- no venían determinadas por la obligación de manifestar fidelidad al nuevo monar- ca y en sus aspectos esenciales consistían en tremolar el pendón real en diferentes puntos de la ciudad o villa, a la par que se expresaba el acatamiento al nuevo sobe- rano. No obstante, tan sencilla ceremonia solía completarse con una procesión cí- vica y variadas decoraciones urbanas que transformaban temporalmente la ciudad y se convertían en elementos sustanciales de la fiesta organizada con tal motivo. En el caso de la monarquía española las fiestas reales tuvieron además la particula- Fig. 1. Plano de la ciudad de Guayaquil a mediados del siglo XVIII

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AL SOL HISPANO. FIESTAS EN GUAYAQUIL POR LA

EXALTACIÓN AL TRONO DE CARLOS IV

Alfredo J. Morales

Desde el siglo XVI las celebraciones públicas con motivo de las proclamaciones y de las exequias reales fueron las ocasiones más propicias para poner de relieve el carácter dinástico de la institución monárquica y para testimoniar la fidelidad de los súbditos. Haciendo uso de un bien trabado programa de ceremonias y actos protocolarios y erigiendo impresionantes arquitecturas efímeras, completadas y enriquecidas con imágenes, poemas y jeroglíficos se exaltaba al príncipe virtuoso y al gobernante ejemplar, a la vez que se daba público testimonio de obediencia y respeto al soberano. De ambas celebraciones, las correspondientes a la subida al tro-no venían determinadas por la obligación de manifestar fidelidad al nuevo monar-ca y en sus aspectos esenciales consistían en tremolar el pendón real en diferentes puntos de la ciudad o villa, a la par que se expresaba el acatamiento al nuevo sobe-rano. No obstante, tan sencilla ceremonia solía completarse con una procesión cí-vica y variadas decoraciones urbanas que transformaban temporalmente la ciudad y se convertían en elementos sustanciales de la fiesta organizada con tal motivo. En el caso de la monarquía española las fiestas reales tuvieron además la particula-

Fig. 1. Plano de la ciudad de Guayaquil a mediados del siglo XVIII

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La evolución de la imagen conceptual… 539

en ese mismo instante. En el espejo está inscrita la frase Optimam partem elegit34, que junto a su mano en el pecho constituyen un símbolo de conversión. El tema de la conversión fue creado como refuerzo de su reimpulsado papel de pecadora arrepentida. A través de este gesto alcanza la sabiduría —el espejo aparece como símbolo de la Verdad y también de la Prudencia— y se convierte en representación de la vida contemplativa, volviéndose a la asociación con María de Betania. Así, con estos cuadros se reincide en las prescripciones de la doctrina tridentina de la fe y las buenas obras35.

Conclusión

María Magdalena fue utilizada por la Iglesia medieval como santa penitente por excelencia, ejemplo máximo de pecadora arrepentida que logra la salvación. Pasó de prostituta embriagada por la lujuria y la vanidad a santa que dedicó sus últimos treinta años de vida a la penitencia para finalmente ser aceptada en el reino celes-tial. De este modo, sirvió de ejemplo a todos los fieles en general y a prostitutas y místicas en particular. En la primera mitad del siglo XVI, el significado de la penitente se amplía y representa la Verdad, el Amor, la Belleza y el ideal de belleza femenina, conceptos que debemos entenderlos en el contexto del neoplatonismo de Ficino. En la Contrarreforma, María Magdalena fue elegida para insistir en los preceptos tridentinos de la redención por medio del arrepentimiento, la peniten-cia, la confesión y las buenas obras así como la conversión y la contemplación.

Para concluir, incidiremos en cómo los conceptos que representa María Mag-dalena derivan de la confusión con el resto de personajes comentados. Desde el principio, el mito de la Magdalena crece desde una perspectiva manipulada y como construcción fundamentalmente masculina y, más en concreto, del con-cepto de mujer, pecado y sexualidad que existe en la mentalidad eclesiástica. Cada época ha creado a su Magdalena en función de sus necesidades e intereses. Su uso no queda limitado a tiempos pretéritos, ya que su figura sigue estando a la orden del día aunque sus usos se han dirigido en otras direcciones. A la figura originaria de la Magdalena como seguidora de Cristo se han añadido una serie de leyendas e ideas que configuran su imagen mítica. Las imágenes cambian pero son siempre elementos fundamentales a la hora de expresar conceptos y así lo hemos visto en la representación de María Magdalena.

34 Frase extraída del evangelio de Lucas (Lc 10, 38-42), pasaje por el cual se crea la asociación de María de Betania con la vida contemplativa.

35 Haskins, 1996, pp. 285-287.

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540 Elena Monzón Pertejo

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ridad de la amplitud y diversidad de los dominios en ella integrados, si bien en lo sustancial sus contenidos alegóricos y simbólicos fueron similares e incluso reiterativos en los distintos territorios.

Durante el siglo XVIII una de las proclamaciones que mayor número de festejos propició fue la de Carlos IV, habiéndose conservado de ellos nume-rosas memorias escritas en forma de Relaciones o Noticias, un género litera-rio de carácter laudatorio y de exten-sión variable que en algunas ocasiones enriquece el texto con estampas de las arquitecturas efímeras y de las decora-ciones erigidas con tal motivo. Un im-portante conjunto de ellas fue dado a conocer por Soto Caba, habiendo tra-bajado algunas de ámbito andaluz Esca-lera Pérez y posteriormente Camacho Martínez1. A ellas se quiere sumar en las

páginas que siguen una nueva Relación que recoge las fiestas celebradas en la ciu-dad de Guayaquil (Fig. 1), en la Audiencia de Quito, que sirve además para poner de manifiesto la generalización de este tipo de festejos en poblaciones medianas y secundarias de la América española.

Contrariamente a lo que ocurre con otros textos de igual naturaleza, el presente no corresponde a una memoria impresa, ni recoge la totalidad de las celebraciones, pues como indica el manuscrito en su propio título se trata de un Extracto de la So-lemne Proclamación del Rey Nuestro Señor, y fiestas celebradas en su obsequio por la ciudad de Guayaquil2 (Fig. 2). De hecho, el documento se centra en los principales festejos, que tuvieron lugar los días 12, 13 y 14 del mes de diciembre de 1789, mientras describe de forma más somera los celebrados entre los días 15 y 19, así como los desarrollados en los días 29 y 30, una vez transcurrida la Pascua, que había obli-gado a interrumpirlos. Por otra parte solo alude a los que tenían programados los gremios de plateros, calafates, herreros, carpinteros de lo blanco y la Maestranza del Real Astillero, consistentes en cinco representaciones de comedias, además de otros espectáculos teatrales, con escenografías y decoraciones muy cuidadas. Con independencia de la amplitud y variedad de los festejos en los que se esmeraron las instituciones y los principales colectivos guayaquileños y de los que seguidamente se tratará, sorprende la tardanza de su celebración, pues en la Real Audiencia de

1 Soto Caba, 1990, pp. 259-271; Escalera Pérez, 1994, pp. 83-98 y Camacho Martínez, 2000, pp. 495-504.

2 Por su extraordinaria pulcritud pudiera pensarse que dicho texto, con una extensión de quince folios sin numerar, estaba destinado a la imprenta. Se conserva en el Archivo General de Indias (A.G.I.) Indiferente General. Legajo 1608.

Fig. 2. Portada del Extracto de la Solemne…

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Quito se tuvo noticia del fallecimiento de Carlos III y de la exaltación al trono de su sucesor en el mes de abril3. Consta además que el 4 de mayo se leyeron en el Cabildo de Guayaquil una serie de reales cédulas dando cuenta de la muerte del citado rey y de la necesidad de que se procediese a la aclamación y jura del nuevo monarca4. Así pues, transcurrieron ocho meses hasta que Guayaquil celebró el ju-ramento a Carlos IV, lo cual no fue óbice para que el texto que daba cuenta de ello señale que se llevó a cabo «sin retardo culpable, ni morosa diligencia». No obstante, la frase pretende ocultar la razón del retraso, que no era otra que el enfrentamiento existente entre el alférez real, don Joaquín Pareja y Troya, y el teniente de goberna-dor don José Mejía del Valle, que llevó al primero a negarse a portar el estandarte real hasta que no se recibiese un despacho dictando una sanción contra Mejía, quien en su opinión había inferido una ofensa al citado estandarte. Tal enemistad además de retrasar la celebración de la proclamación, tuvo otras consecuencias, como seguidamente se verá, en la propia ceremonia.

El primero de los festejos programados correspondió lógicamente a los actos de proclamación, con el tremolar del pendón real. Para velar el estandarte había dispuesto convenientemente su casa el alférez real, don Joaquín Pareja y Troya, a quien correspondía custodiarlo. No obstante, el coronel de milicias don Jacinto Bejarano y Lavayen, que era amigo de Mejía y enemigo de Pareja, ofreció entregar 1.000 pesos para el arreglo de la Casa del Cabildo, a fin de que la vela se efectua-se en dicho edificio. Por su parte Mejía se dirigió a la Real Audiencia de Quito dando cuenta de la generosa disposición de un vecino de la ciudad, señalando la conveniencia de aceptarla para con ello poner fin a los daños del Ayuntamiento. Desconociendo el verdadero alcance de la iniciativa, la Audiencia ordenó mediante una Real Provisión que se efectuase la vela del estandarte en el Ayuntamiento y no en la casa del alférez. De este documento no dio cuenta Mejía hasta el día de la jura, cuando don Joaquín Pareja había ya preparado su casa, tras gastar en ello una importante suma de dinero5.

La penosa situación en la que se encontraba la Casa del Cabildo obligó a em-prender urgentes tareas de reparación y limpieza, procediéndose seguidamente a su adorno, a fin de dotar al acontecimiento de la dignidad y aparato adecuados6.

3 El 18 de abril la Real Audiencia mediante carta dirigida al ministro de Gracia y Justicia, don Antonio Porlier, acusaba recibo de la comunicación de ambos acontecimientos. A.G.I. Indiferente General. Legajo 1608.

4 Las noticias referentes a ello y las concernientes a las causas del retraso en celebrar tales actos proceden de Castillo, 1978, pp 245 y ss. No obstante lo dicho, debe señalarse que en algunas ciudades peninsulares la proclamación tuvo lugar con posterioridad. Es el caso de Marbella, en donde se celebró entre el 11 y el 15 de febrero de 1790. Ver Escalera Pérez, 1994, p. 83.

5 Lógicamente el alférez reclamó ante el gobernador don Ramón García de León y Pizarro, quien señaló la necesidad de acatar la provisión de la Real Audiencia. Respecto a su actuación es importante señalar su amistad con Bejarano y Mejía, el hecho de que su hermano don José García de León y Pizarro era el presidente de la Audiencia y la circunstancia de que el citado documento había sido expedido por su sobrino político, don Juan José Villaluenga y Marfil. Ver Castillo, 1978, pp. 247-248.

6 Según indica la descripción, el Ayuntamiento era uno de los pocos edificios de madera que aún existían en la ciudad y en su planta baja albergaba la Cárcel Real, lo que originaba malos olores. Se trataba pues de una construcción que se había salvado del Fuego Grande que sufrió y casi arrasó la ciudad en 1764. Hasta ese momento los edificios de la llamada Ciudad Nueva eran en su totalidad de

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Como se ha señalado, el responsable de financiar y dirigir dichos trabajos fue el co-ronel don Jacinto Bejarano, quien procedió en el escaso tiempo de dieciséis horas a reparar los suelos, a blanquear las dependencias y a ocultar su pobreza mediante una sencilla aunque vistosa decoración. El adorno de la Sala Capitular lo compo-nían sedas de variados colores cubriendo las paredes en armoniosa composición, colgando del techo faroles, arañas y cornucopias, una alfombra «cuyos colores, flo-res y matices construían ameno y delicioso jardín bien imitado» y diversos canapés forrados de terciopelo carmesí, para descanso de la concurrencia de mayor rango que debía acompañar el estandarte real durante las tres noches de su exposición, empleándose una colgadura de china, cortinas de seda, además de faroles y cornu-copias en el adorno de la antesala que comunicaba con la escalera. Mayor entidad tuvo la arquitectura efímera erigida delante de la fachada del Ayuntamiento, que se situaba en uno de los frentes de la plaza mayor. Sobre ocho columnas salomónicas se levantó una galería o balcón, en cuyo espacio central se dispuso un dosel de damasco carmesí cobijando los retratos reales. El mismo tejido, pero con galones dorados, se empleó para cubrir sus flancos y la baranda, habiéndose colocado al

madera y sus techos de paja, lo que había favorecido la propagación de varios incendios, por lo que se dictaron diferentes ordenanzas para sustituirlos por construcciones de piedra, ladrillo o quincha. Dicha normativa no se llegó a cumplir en su totalidad, debido a las dificultades del terreno para fabricar casas de cantería y aún de ladrillo, por lo que se generalizaron las construcciones de quincha. Al parecer en 1788, es decir, un año antes de la proclamación de Carlos IV, se indica que conforme a dicha técnica, que empleaba unas estructuras lígneas y de cañizo que posteriormente se recubrían de barro amasado con paja, se había levantado la totalidad del caserío. El tema es desarrollado por Laviana Cuetos, 1987, pp. 54-59.

Fig. 3. Localización sobre el plano de Guayaquil de 1770 de los lugares donde se celebró la proclamación de Carlos IV

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centro de ella una colcha de tisú con galones y flecos de oro, más un almohadón de terciopelo carmesí y franjas de oro, que servía de asiento al estandarte real7. Toda la estructura se completó con hachas de cera y otros artilugios que, junto con los fogariles distribuidos por la plaza, sirvieron para iluminar aquel espacio durante las tres noches de la exposición del estandarte. Tales adornos ocultaron la penosa imagen del edificio municipal, hasta el punto de hacer olvidar el lamentable estado de ruina en el que se encontraba, reconociendo el pueblo que de todo ello era responsable el coronel don Jacinto Bejarano.

No solo la plaza mayor, sino prácticamente toda la ciudad quedó iluminada durante las tres noches de exposición del estandarte real y muy especialmente el itinerario por donde había de transcurrir el cortejo en la ceremonia de la procla-mación, pues los vecinos además de colocar luminarias en ventanas y balcones los habían engalanado con vistosas colgaduras. Tales ornatos, sencillos recursos que eran habituales en este tipo de festejos, resultaron insignificantes en comparación con la espectacular escenografía que levantó ante su casa el gobernador, coronel de los reales ejércitos y caballero de Calatrava don Ramón García de León y Piza-rro. Con ella quiso «dar muestras de su amor al Soberano», pero, como después se comentará, también se sirvió de ella para solicitar su confianza y para medrar en la carrera política. Estaba integrada por «perspectivas, jeroglíficos, y alusivas figuras al regio asunto». Más sencilla y convencional, pero igualmente retórica y laudatoria fue la decoración con la que se ocultó la fachada del cuartel de las milicias de la ciudad, a instancias de su comandante en jefe, don Manuel de Guevara, teniente coronel del real ejército.

Las fiestas de proclamación se iniciaron el día 12 a las dos de la tarde, al descu-brirse los retratos reales dispuestos en la galería construida ante el Ayuntamiento y que hasta entonces habían estado velados, junto al estandarte. En aquel momento se hizo una triple descarga de salvas de las piezas de artillería situadas en la plaza mayor, mientras sonaban músicas militares, repicaban las campanas de la ciudad y el pueblo gritaba vivas en honor de los monarcas. El estandarte real fue colocado en el almohadón dispuesto en la galería, en cuyos extremos se situaron dos centinelas, que se fueron turnando entre los miembros de la tropa durante los tres días de la celebración. A este acto asistieron todos los integrantes del Cabildo y el goberna-dor. Cuando fueron las siete de la tarde se iluminó la ciudad a la par que se repetían las músicas, entre el regocijo del público, que valoró especialmente la decoración e iluminación de la fachada de la casa del teniente de gobernador y auditor de guerra don José Mejía del Valle, cuyo principal elemento eran dos globos de luz en los que se habían pintado los retratos reales.

El día siguiente tuvo lugar la ceremonia de la proclamación (Fig. 3). A las cuatro de la tarde acudieron al Ayuntamiento todos los capitulares y los vecinos de mayor rango, organizándose una comitiva hasta la casa del alférez real, quien se trasladó hasta el consistorio, en cuya sala capitular recibió de mano del gobernador el estan-

7 El mencionado balcón superaba los catorce metros de largo. Posiblemente las citadas columnas salomónicas fueran reaprovechadas y procedentes de alguna institución religiosa. Tal vez provinieran de la Compañía de Jesús, cuya sede se encontraba desocupada desde la desaparición de la orden, a la espera de un nuevo destino.

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darte real8. Montado a caballo y acompañado de una amplia comitiva se inició la procesión cívica, que abría una compañía de infantería, seguida por algunos de los principales vecinos y los regidores, además de dos reyes de armas con bandas rojas y las armas de Castilla9. Continuaba el cortejo el alférez con el pendón, que iba flanqueado por el gobernador y un alcalde, cerrándolo otra compañía de infante-ría. Todos iban vestidos de terciopelo negro, con chupas de tisú de oro, apareciendo los caballos enjaezados con el mismo tipo de tejido pero de variado colorido y con bordados en oro y plata, con sillas también de terciopelo y galoneadas, siendo de plata las guarniciones de las cabezadas, los frenos y estribos. Los lacayos que lleva-ban los caballos de mano vestían libreas guarnecidas de oro y de plata.

El primer escenario de la proclamación fue la plaza mayor, en donde se había erigido un tablado al que subieron los regidores con el alférez, los reyes de armas y el escribano del cabildo, desarrollándose la ceremonia conforme señalaba la tradi-ción. Finalizado el acto se reorganizó el cortejo y siguiendo el itinerario habitual en tales acontecimientos se encaminó a la plaza del convento de San Francisco, en donde tuvo lugar la segunda proclamación con un ceremonial similar. Seguida-mente la comitiva se dirigió a la plaza del mercado en donde tuvo lugar el tercer acto de juramento y obediencia, regresando la cívica procesión al ayuntamiento para depositar el pendón, mientras se disparaban salvas y se lanzaban vivas al sobe-rano10. Aquella noche se iluminó toda la ciudad.

El día 14 tuvo lugar en la iglesia matriz una misa de acción de gracias que ofi-ció el obispo de la diócesis de Cuenca, don José Carrión y Marfil, asistiendo a la misma el Ayuntamiento, el alférez real con el pendón, las comunidades religiosas, las autoridades militares y de hacienda, además de los vecinos de mayor rango11

(Fig. 4). Al finalizar y tras el canto del «Te Deum Laudamus», se puso en marcha el cortejo para reintegrar el pendón a la galería de la Casa Consistorial, junto a los retratos reales. Aquella tarde y a la siguiente, en un amplio coso de planta hexago-nal y constituido por dos órdenes de palcos con arquerías que se había levantado

8 Aunque el texto no precisa en ningún momento el nombre del alférez real, como ya se ha in-dicado, se trataba de don Joaquín Pareja y Troya. Tal omisión es una nueva prueba de la animosidad existente hacia su persona.

9 Los dos reyes de armas fueron don Damián de Arteta y Larrabeitia y don Miguel de Anzuategui y Lemona, quienes inicialmente se negaron a vestir la dalmática habitual en la ceremonia de procla-mación, por considerar que su papel resultaba desairado. Aceptaron finalmente, después de denodados esfuerzos por convencerlos y tras recibir la garantía por parte del cabildo de que en vez de hacer el ridículo, el pueblo los consideraría entre las personas más distinguidas de la ciudad. Da cuenta de ello Pérez Pimentel, 1988.

10 Todos los actos de proclamación tuvieron lugar en la llamada Ciudad Nueva establecida en el llano en el año 1691, si bien hasta dos años más tarde no se logró el consentimiento del virrey del Perú, conde la Monclova. La Ciudad Vieja siguió existiendo en su primitivo emplazamiento entre los cerros de San Cristóbal y Santa Ana, hasta que terminaron por unirse ambas núcleos urbanos. Por razones desconocidas Castillo señala que la proclamación se hizo en cuatro sitios céntricos, considerando dos actos diferentes el que tuvo lugar en la plaza mayor y el celebrado en el tablado erigido delante del edificio del Ayuntamiento. Ver Castillo, 1987, p. 248.

11 La ciudad de Guayaquil dependía de la diócesis de Cuenca desde el momento de su creación en 1763. No se convertiría en sede episcopal hasta 1838. Por eso se habla en la Relación de iglesia matriz y no de catedral.

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en la plaza del mercado se celebraron sendas corridas de toros12. El mismo día 15 por la noche el gremio de zapateros organizó una máscara en

el citado ruedo, que estuvo integrada por un carro en el que figuraban represen-taciones de los cuatro elementos y un coro musical. Iba precedida de un heraldo a caballo que tras solicitar permiso al cabildo, ubicado en un palco en el que se habían dispuesto los retratos reales, dio pasó a las loas al soberano entonadas por los figurantes de los cuatro elementos y que alternaron con piezas musicales. También se celebraron corridas de toros las tardes de los días 16, 17 y 18, preparando los pulperos —vendedores de comestibles y mercería—, para la última noche y en el mismo escenario un espectáculo pirotécnico, mediante dos galeras que acostadas representaron una batalla en la que ambas ardieron, mientras se lanzaban fuegos de artificio.

Los festejos del día 19 fueron organizados por las milicias de la ciudad, de las que era comandante en jefe el teniente coronel don Manuel de Guevara. Su con-tribución a las fiestas por la proclamación de Carlos IV había incluido el adorno del frente de su cuartel, si bien el fuerte viento que hubo las noches de los días 12, 13 y 14 impidió su artística iluminación y lo deslució en parte. La perspectiva erigida a lo largo de la galería que ocupaba la fachada tenía al centro un dosel de damasco carmesí cobijando el retrato del rey, ocupando los flancos una serie de triángulos alternando con pirámides y con figuras alegóricas, disponiéndose entre

12 La Real Audiencia había ordenado celebrar las corridas de toros en la plaza mayor, pero posi-blemente la erección de la decoración antepuesta a la fachada del Ayuntamiento debió impedirlo, obligando a trasladar los espectáculos a la plaza del mercado. Sobre las disposiciones de la Audiencia ver Castillo, 1987, p. 248, nota 71.

Fig. 4. La Bonite, Iglesia Matriz y Plaza de Armas de Guayaquil, 1837

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ellos algunos morteretes para iluminación y fuegos pirotécnicos. En los citados triángulos se habían pintado las cuatro partes del mundo, mientras en las pirámides se representaban cada uno de los cuarteles del escudo real, correspondiendo las citadas figuras a los cinco sentidos corporales. Tal decoración no pudo ser con-venientemente iluminada hasta la noche del día 19, fecha en la que correspondió a las milicias la organización de un festejo en el ruedo fabricado en la plaza del mercado. En el mismo tuvo especial protagonismo una arquitectura en forma de pirámide, con basamento de arcos enramados sobre pilares y completada con mor-teretes, cuya iluminación convirtió la estructura en una deslumbrante pira. Com-plementariamente se erigió una fuente con ramas e imitando una peña rústica de la que surgía un caño vertiendo licor en la correspondiente pila y a la que acudió a beber numeroso público.

También se celebraron corridas de toros, costeadas por las milicias, los días 20 y 21, si bien antes de ésta última tuvo lugar un acto del que fue protagonista el coro-nel del regimiento, don Jacinto Bejarano. Apareció éste en el ruedo a caballo, sien-do acompañado por cuatro lacayos con libreas. Dos iban a los estribos de sendas ca-balgaduras mientras los otros llevaban de las bridas caballos enjaezados de respeto. Se dirigió al palco del Ayuntamiento y tras dar vivas al rey a la vez que sonaba una descarga de artillería comenzó a arrojar al aire monedas de plata, mientras parte del público respondía a su generosidad lanzándole flores o imitando su conducta, con general regocijo del pueblo que, a empellones, se afanaba en hacerse con alguna de las piezas13. Se completó la contribución de las milicias a las fiestas con un «es-pléndido refresco de dulces bebidas compuestas, flores, aguas de olor, y licores que se sirvieron a mas de doscientas personas de ambos sexos que fueron convidadas» aquella misma noche y hasta la una de la madrugada. Se desarrolló el convite en un amplio salón hermosamente adornado con espejos, cornucopias y fanales en los que ardieron más de cuatrocientas luces. Los sentidos del «gusto, el olfato, la vista, fueron recreados en exceso: el primero con los delicados dulces y bebidas; el segundo con los olores, y perfumes, y la tercera con la multitud de objetos, que representaron el personal adorno de mas de sesenta señoras; en la diferencia de los trajes, Americano y Español». Tal combinación de modas procedentes de un lado y otro del Atlántico se repitió en los bailes, pues hubo «Minuetes, Contradanza y Paspies», de claro origen europeo, además de «los alegres de la tierra».

La llegada del tiempo de Pascua obligó a interrumpir las corridas de toros, reanudándose los días 29 y 30 con las ofrecidas por los comerciantes de la ciudad, quienes además agasajaron a las autoridades y a los vecinos distinguidos durante el espectáculo con dulces y bebidas que ellos mismos fueron sirviendo por los palcos del coso. Durante la última de las noches organizaron un convite general, ocupando para ello las salas de la Contaduría Real, pues era el único espacio en el que podían albergar con cierta comodidad a quinientas personas14. Una de las de-

13 El texto indica que durante la proclamación no se había llevado a cabo el acto de arrojar monedas que solía ser habitual en tales ceremonias.

14 Según el Padrón de 1790 los habitantes de la ciudad eran 8.490. Ver Laviana Cuetos, 1984, p. 22, nota 41. Así pues, el convite no fue tan general, como podría deducirse de la expresión que, sin duda, quedó limitado a las autoridades y personas de rango.

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pendencias sirvió de ambigú, cubriéndose las paredes con lienzos de color blanco y orlas pintadas, mientras del techo colgaban arañas y fanales para la iluminación. Numerosos espejos con cornucopias se distribuyeron de forma simétrica por los muros, ocupando el centro de la sala una amplia mesa de unos quince metros de largo por casi dos de ancho en la que se dispusieron cuatrocientos platos de variados y exquisitos manjares, junto a cuarenta candeleros de plata y ramos de flores naturales dispuestos en jarrones de cristal y de porcelana. El centro de la mesa lo ocupaba un original adorno o ramillete de unos tres metros de largo por uno de ancho, que mediante piezas de madera pintadas al óleo imitando el jaspe y con perfiles dorados simulaba un jardín dividido en ocho recuadros en los que se habían colocado en pequeñas macetas distintos árboles y flores contrahechas, mientras por los andenes parecían pasear diminutas figuras de damas y caballe-ros. La entrada a cada recuadro se efectuaba por una puerta con arcos rematados en figuras. Al centro de la composición se levantó una fuente arrojando agua de olor, siendo su remate una rosa y un clavel sobre los que se dispuso el escudo real coronado. «Los cuatro ángulos del jardín, contenían otras tantas fuentes en figura piramidal, con estatuas que tenían en las manos varios instrumentos músicos, y destilaban igualmente aguas de olor: en medio de ellas se elevaban dos columnas, y en cada una su esfera, y encima de ella un León coronado con espada, y una Águila también coronada, y en el pico un ramo de verde oliva». El conjunto se iluminó con cien velas y se completó con dulces de diferentes tipos de frutas. En los extremos de la mesa se colocaron sendos adornos con fruteros-candelabros adornados con flores y dulces, uno de los cuales ofrecía en su remate las armas de la ciudad y el otro un escudo en el que se representaba por una cara a Astrea y por la otra un navío empavesado15. Para el servicio de los asistentes se habían dispuesto tres amplios aparadores repletos de vinos y licores, así como de cubiertos de plata.

La otra dependencia de la Contaduría sirvió de sala de baile, adornándose sus muros con sedas de colores, colgando de su techo diferentes arañas y disponiéndo-se en las paredes espejos de distintos tamaños, además de cornucopias, hasta superar las doscientas luces. El animado baile se prolongó hasta las dos de la madrugada, sirviendo para reponer fuerzas las viandas y bebidas dispuestas en la anterior sala.

A los festejos por la proclamación de Carlos IV también contribuyeron los gremios de plateros, calafates, carpinteros de ribera, herreros y carpinteros de lo blanco, señalando el anónimo autor de la relación que cuando escribía su texto tenían preparadas «cinco Comedias de teatro, vuelos, (y) escotillones, estando sus bastidores, y demás decoraciones muy bien pintadas». Con tales representaciones y espectáculos se pondría fin «a la festividad del plausible objeto…. en los ren-dimientos y obsequios tributados debidamente por esta Ciudad, a su Soberano Dueño».

La escuetísima información ofrecida por el anónimo relator sobre tales celebra-ciones resulta sorprendente, habida cuenta del detalle con las que ha descrito las precedentes. Aún es más extraño el hecho de no haber esperado a la conclusión de las mismas para poner fin a su trabajo. Da la impresión de que había prisa por remitir el escrito a la corte y de poner en conocimiento del propio soberano la

15 Debe referirse a una representación de la constelación de Virgo.

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fidelidad y acatamiento a su persona de la ciudad de Guayaquil y la generosa con-tribución de algunos destacados miembros de su vecindario a la celebración de su exaltación al trono. Parece que con ello se estaba esperando recibir una felicitación expresa del monarca o incluso una recompensa política. De cuantos intervinieron en los festejos, la persona con mayor protagonismo, pues fue quien remitió la Re-lación a la corte acompañada de una carta justificativa y quien adornó la fachada de su casa con la escenografía más compleja y ambiciosa, fue el gobernador don Ramón García de León y Pizarro, por lo que cabe atribuirle buena parte de la or-ganización de los festejos y, sobre todo, la iniciativa de componer una relación con los mismos. Es más, parece evidente, por lo que posteriormente se verá, que a él se debió el programa iconográfico de la arquitectura erigida ante su casa.

La aludida decoración cubrió uno de los frentes de la residencia, integrándose en la misma un significativo conjunto de representaciones, en su mayoría mito-lógicas y alegóricas, acompañadas de tercetos, cuartetas, octavas y décimas, en las que se relacionaba a los personajes figurados con las virtudes del monarca y con expresiones de confianza en su buen gobierno, aunque en algunos casos dejaban traslucir la confianza del gobernador en recibir una recompensa por su esfuerzo. La arquitectura efímera estaba levantada sobre un tablado de casi cuatro metros de altura y algo menos de cincuenta de largo, en cuyo basamento se fingieron una serie de arcos, rematándose por una baranda cubierta por un lienzo en el que se pintaron multitud de aves, flores, plantas y animales de Europa y América16. Por los flancos se colocaron colgaduras de seda, espejos, faroles y arañas, disponiéndose al pie y sobre la baranda un total de ochocientos morteretes para la iluminación, los cuales completaban la luces distribuidas alrededor del dosel que, coronando una escalinata surgida del tablado, albergaba los bustos de los monarcas. Las efigies regias, que solo podían contemplarse cuando se descorría la cortina que las ocul-taba, ocupaban el centro de una composición en fingida perspectiva con un arco interior y otro exterior, ambos apeados en columnas. Ante la que ocupaba el flanco derecho de los soportes externos se representó a Hércules luchando con el toro, mientras sobre su espalda sostenían una columna, representándose de este modo el poder y la fortaleza de Carlos IV, imagen que se completaba con un terceto pinta-do en una tarjeta que decía:

Del fuerte León de España, hoy retrata mi fiereza, su Poder y Fortaleza.

Por encima del héroe tebano, en el arquitrabe correspondiente a la columna exterior se representó a la Abundancia como una joven y hermosa mujer corona-da de pámpanos, sosteniendo con el brazo y mano izquierdos un haz de espigas, mientras con la mano derecha llevaba la cornucopia, regando con la leche de sus pechos las flores y frutos esparcidos por el suelo. En la cartela correspondiente se pintó esta cuarteta:

Del Cielo la providencia, su benignidad explica,

16 Señala el texto que tales representaciones eran un «agradable golpe de Historia Natural».

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y de Carlos la clemencia abundante, vivifica.

En el flanco izquierdo, haciendo pareja con Hércules, se situó a la «siempre apetecida» Paz en la figura de una honesta matrona coronada de laurel, reclinada y descansando su rostro sobre la mano izquierda, a cuyos pies se disponían trofeos militares, figurando en el cielo el arco iris y unas palomas descansando sobre verdes ramos de olivo. La leyenda que la acompañaba componía una octava:

¡Oh feliz, siempre venturoso día! ¡oh dichoso tiempo! ¡oh dichosa hora, en que logra tan basta Monarquía, del Planeta cuarto que la dora! Augusto Carlos, tu piedad nos guía la agradable paz, suprema vencedora del furor de la guerra, y sus enojos, sepultando en su templo los despojos17.

Sobre ella se representó a la virtud de la Justicia entre nubes, portando en la diestra la espada enlazada con ramos de laurel, mientras en la izquierda llevaba la balanza cuyo fiel se inclinaba hacia la representación de Mérito, que aparecía sobre la columna interior. El mote que la acompañaba era un terceto:

En el corte de la Espada, y en el fiel de la balanza, castigo y honor se alcanza.

El arco que apoyaban las columnas exteriores estaba rematado por una corona imperial sobre dos manos enlazadas, a cuyos flancos se escribieron los nombres de los reyes, también coronados. Bajo ellos se pintaron genios en forma de niños que jugaban con símbolos de las diferentes artes y ciencias y con encomiendas de todas las órdenes militares, acompañándose de esta décima:

De este coronado enlace, y de esta unión Soberana; ciencias, y honores dimana; la felicidad renace; al mérito satisface; tiene el premio su valor; la lealtad, y el amor; se alimenta, y vivifica; la vida se sacrifica, en el templo del honor.

Las columnas del orden interior eran dóricas y fueron rematadas por las figu-ras de Premio y de Mérito. Este aparecía cargado de trofeos militares y sudando

17 Indica el texto que aunque el Imperio Español había disfrutado de la paz, con este jeroglífico se quería expresar la promesa de su permanencia gracias a las providencias, «llenas de equidad y amor», que habían demostrado en los preliminares de su reinado Carlos IV y su esposa.

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copiosa sangre, mientras aquel repartía con la mano honores, cargos, bastones y encomiendas. Al primero correspondía el terceto:

Cuando la equidad se logra y el premio tiene esplendor, milagros hace el valor.

Al segundo este otro: El mérito y la virtud,

a sombras de alto dosel, se corona de laurel.

En la cornisa que remataban estas columnas se representó a Amor vendado, con arco, flechas y aljaba, disparando a numerosos corazones que tenía rendidos a sus pies, así como al Rendimiento quien en humilde actitud dirigía humos de adora-ción a un sol. Al primero correspondía una cartela con una cuarteta:

Embote Amor sus harpones, pues a luces generosas son amantes mariposas de Carlos los Corazones.

La tarjeta del segundo contenía otra cuarteta: Hoy ofrece al Sol Hispano

en público Juramento, obediencia y Rendimiento, este suelo Americano.

Bajo la clave del arco se representó un sol resplandeciente dirigiendo sus rayos sobre el plano de Guayaquil, gracias a los cuales «se disipaban las espesas nubes de infelicidad, y pobreza a que estaba reducida», por lo que en agradecimiento figu-raba la siguiente octava:

Regio Sol, que a influjos de tus rayos, has vivificado mi agostada planta, y recobrada ya de míseros desmayos, lozana, alegre, y placentera canta: produzca frutos en floridos Mayos, y sea su abundancia en copia tanta que se difunda por el mundo entero, a pesar del avaro y usurero.

Como se ha señalado bajo este arco se cobijaba el dosel con los retratos de busto de los reyes, a cuyos pies se disponían dos globos que mostraban los mares y tierras sobre los que dominaban, abrazándose a ellos un león en cuyas garras ofrecía una cartela con el siguiente mote en forma de quintilla:

Padres, en prudencia, fisicos; Reyes, en justicia próvidos; Sabios, en gobierno, prácticos; Dueños, en templanza, únicos; como en fortaleza sólidos.

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La decoración y su iluminación, junto con las músicas que surgían de ella im-presionaron a los guayaquileños, comentándolo el autor de la Relación con estas exageradas palabras: «tanto se suspendía (el pueblo), que no acertaba a dar un paso adelante, quedando la vista insaciable aun bebiendo por los ojos tanto resplandor: el perezoso volaba; el sedentario corría, y el diligente avanzaba para satisfacer su curiosa diligencia». Esta especie de aturdimiento enfervorizó a la concurrencia, aunque nunca llegó a alcanzar el «ardimiento …. que en su pecho mantenía el Ca-ballero Gobernador», resumido en la octava que el propio don Ramón García de León y Pizarro había mandado escribir en una gran cartela dispuesta en un lugar destacado de la efímera decoración:

No de Faetón el fogoso carro; no de Vulcano la encendida fragua; no de Pichincha su abrasado barro; no de Cotopaxi, no de Tunguragua, compiten en ardor al gran Pizarro; pues tanto fuego en su pecho fragua, de amor al Soberano, que excedía al de tantos volcanes, este día.

Resulta evidente que la decoración que cubrió la fachada de la casa del go-bernador para ensalzar al rey Carlos IV fue también un pretexto para lograr la promoción personal. Desde esta perspectiva queda clara no solo la intencionalidad de la última octava reproducida, sino también el hecho de incorporar al programa iconográfico de la misma algunas representaciones poco o nada habituales en este tipo de arquitecturas. Así, junto a la presencia de Hércules, tema recurrente en las solemnidades de la monarquía hispana, de las virtudes de la Paz, la Abundancia y la Justicia, y de las alegorías de las artes y las ciencias, usuales al plantear el programa de buen gobierno de un monarca, aparecen otros menos comunes, caso de Rendi-miento, para señalar la sumisión de las tierras americanas, y de Amor, para expresar el de los súbditos hacia el soberano. Verdaderamente excepcionales en el contexto de una proclamación real pueden considerarse las representaciones de Mérito y Premio. Es más, de su intencionalidad y de los anhelos que tenía el gobernador de Guayaquil no hay dudas tras leer los motes que las acompañan, tras advertir que la representación de la Justicia, en lugar de presentar equilibrado el fiel de su balanza, lo inclinaba hacia la figura de Mérito, y que al referirse a sí mismo prescinde del primer apellido para destacar el segundo, Pizarro, con ánimo de vincularse con el linaje del conquistador de Perú. Al respecto no puede olvidarse que don Ramón García de León y Pizarro ya había remitido a la corte, por medio de la Real Au-diencia de Quito, un año antes de subir al trono Carlos IV una relación de sus méritos18. Sería por consiguiente la decoración erigida ante su casa con motivo de la proclamación del monarca una nueva acción para confirmarlo como digno acreedor de un premio por parte del rey. De ahí su afán en la erección de la arqui-tectura con su interesado programa iconográfico, así como su rapidez en enviar la

18 Hace referencia a ello Laviana Cuetos, 1987, p. 57. Debe tenerse en cuenta que el Presidente de la Real Audiencia era su hermano don José García de León y Pizarro.

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Relación a la corte, sin esperar a la conclusión de las celebraciones y el hecho de no citarse en las decoraciones erigidas por otras instituciones o personas los motes o leyendas que las acompañaban, ni recogerse los textos de las loas y versos que pronunciaron los figurantes en algunos festejos.

La Relación fue enviada junto con una carta fechada en Guayaquil el 4 de fe-brero de 1790 en la que señalaba que en aquella se recogía «lo más notable que se vio en los tres actos, así como en las fiestas que subsiguieron». También indica que el texto es ajeno a «aquellos bultos de la exageración e hipérboles que vician unos tales papeles, dejando motivos de la duda con que se rebaja aún lo que en ellos in-cluyen de verdadero». En los párrafos finales queda claro su afán de protagonismo, así como su interesada sumisión: «Fue en fin el motivo muy principal para que dejase yo de dedicarme todo y con los esmeros que exigía la materia, a promover solicito cuanto correspondió a los efectos que se experimentaron.

Nada será de mayor satisfacción y complacencia para quien como yo, desea llenar en todo caso su obligación, que el que estos efectos de mi justísimo amor al Rey merezcan el agrado de un digno Ministro de Su Majestad»19.

La respuesta al envío se produjo mediante carta fechada el 18 de junio, indi-cándosele que fue muy bien recibida por el rey la noticia de las fiestas «por ser un testimonio nada equívoco de la fidelidad y amor de los vasallos a su Sagrada Persona»20. Aunque el escrito debió agradar a don Ramón García de León y Piza-rro, seguramente le debió resultar parco. Pero, no tuvo que esperar mucho el Go-bernador de Guayaquil para ver colmados sus anhelos políticos, pues el 7 de marzo de 1790 era ascendido a la Gobernación e Intendencia de la ciudad y provincia de Salta, en Tucumán21. Parece que su estrategia había dado resultado.

19 Carta dirigida a don Antonio Valdés. A.G.I. Indiferente General, leg. 1608.20 Carta «Al Gobernador de Guayaquil. Enterado de las funciones de la Proclamación de nuestro

Augusto Soberano y avisándole de lo grata que le ha sido al Rey esta noticia». Aranjuez , 18 de junio de 1790. A.G.I. Indiferente General, leg. 1608.

21 Castillo fecha el decreto de nombramiento el mismo día de marzo, pero de 1789, lo que sin duda es un error tipográfico. Ver Castillo, 1978, p. 249.

Bibliografía

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Castillo, A.R., Los gobernadores de Guayaquil del siglo XVIII. (Notas para la historia de la ciudad durante los años de 1763 a 1803), Guayaquil, 1978.

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Pérez Pimentel, R., El Ecuador profundo: mi-tos, historias, leyendas, recuerdos, anécdotas y tradiciones del país, Guayaquil, 1988.

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