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AL-QANATIR El territorio La presencia del Islam en tierras del occidente europeo conformó el fenómeno andalusí durante la Edad Media. Para aproximarnos a lo que antaño fue, contamos con algunos textos escritos en árabe y, cómo no, con la Arqueología. Con referencia a nuestra ciudad contamos con algunas citas, al tratar la historiografía y algún elemento singular. Hasta el momento de la conquista no existen fuentes documentales en nuestro idioma. Estas fuentes pertenecen al monarca castellano-leonés Alfonso X: Las Cantigas y el Libro del Repartimiento. El Libro del Repartimiento de El Puerto de Santa María, conservado en el Archivo Municipal, no es sino una copia parcial del propio de Cádiz, ejecutada a fines del siglo XIII, una vez que Santa María y las restantes aldeas se hubieron segregado jurisdiccionalmente tras el ocaso de la repoblación alfonsí del alfoz gaditano. Este texto fue transcrito y editado en 1841 por Pedro José de Castro, que es el que hemos consultado en el Archivo Municipal de nuestra ciudad. Así pues, hemos de partir del principio de que contamos con un documento castellano para describir esta pequeña porción de Al- Andalus. En nuestra exposición apoyaremos las descripciones del repartimiento medieval con las evidencias arqueológicas, fundamentalmente producto de prospecciones superficiales. En aquella época existían tres núcleos humanos importantes además de la alquería o aldea de pescadores que años después habitamos. En un entorno más o menos cercano a la Laguna del Gallo se localizan hasta seis topónimos: Campix, Grañina-Grañinilla, Fontanina, Poblanina y Finojera. Hacia la desembocadura del arroyo Salado se mencionan en el siglo XIII Casarejos, Bayna y Villarana. Cerca de la actual Reserva Integral de las lagunas, y aún sin concretar su ubicación, se citan Bollullos, Machar Tamarit y Machar Grasul.

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AL-QANATIR

El territorio

La presencia del Islam en tierras del occidente europeo conformó el fenómeno andalusí durante la Edad Media.

Para aproximarnos a lo que antaño fue, contamos con algunos textos escritos en árabe y, cómo no, con la

Arqueología. Con referencia a nuestra ciudad contamos con algunas citas, al tratar la historiografía y algún

elemento singular. Hasta el momento de la conquista no existen fuentes documentales en nuestro idioma. Estas

fuentes pertenecen al monarca castellano-leonés Alfonso X: Las Cantigas y el Libro del Repartimiento. El Libro

del Repartimiento de El Puerto de Santa María, conservado en el Archivo Municipal, no es sino una copia

parcial del propio de Cádiz, ejecutada a fines del siglo XIII, una vez que Santa María y las restantes aldeas se

hubieron segregado jurisdiccionalmente tras el ocaso de la repoblación alfonsí del alfoz gaditano. Este texto fue

transcrito y editado en 1841 por Pedro José de Castro, que es el que hemos consultado en el Archivo Municipal

de nuestra ciudad. Así pues, hemos de partir del principio de que contamos con un documento castellano para

describir esta pequeña porción de Al- Andalus.

En nuestra exposición apoyaremos las descripciones del repartimiento medieval con las evidencias

arqueológicas, fundamentalmente producto de prospecciones superficiales. En aquella época existían tres núcleos

humanos importantes además de la alquería o aldea de pescadores que años después habitamos. En un entorno

más o menos cercano a la Laguna del Gallo se localizan hasta seis topónimos: Campix, Grañina-Grañinilla,

Fontanina, Poblanina y Finojera. Hacia la desembocadura del arroyo Salado se mencionan en el siglo XIII

Casarejos, Bayna y Villarana. Cerca de la actual Reserva Integral de las lagunas, y aún sin concretar su

ubicación, se citan Bollullos, Machar Tamarit y Machar Grasul.

El nombre de la aldea de Campix ha perdurado en la toponimia actual en el cortijo de Campín, denominándose al

paraje Torre Alta. Se trata de un cerro con cota máxima de 94 m., regado al pie de sus vertientes Este y Oeste por

sendos arroyos que, en base a las prospecciones arqueológicas realizadas, fue habitado sin solución de continuidad

desde los inicios de la Edad del Cobre.Ubicados en el término de Jerez pero muy cercanos a Campix encontramos

los caseríos de Alijar y Alijarillo, derivación de la voz árabe al-adjar, que significa casa rural sólida y amurallada.

En el momento de efectuarse el reparto, la alquería de Campix debía encontrarse totalmente deshabitada. Así, se

repartieron un número no determinado de edificios que según el documento habían pertenecido al alguacil

musulmán de Jerez, lo cual denota claramente la dependencia política de la zona. Estas construcciones son

denominadas "palacios", término que M. González interpreta como sala principal de una vivienda y que el

manuscrito porteño reproduce como "casa grande". Son mencionadas también las "casas del corral" y las "del

palomar". Ajena a otros palacios se levantaba una torre, seguramente actuando como atalaya que, a falta de restos

materiales, por los datos de situación que se infieren de su reparto y acaso en favor de la toponimia del terreno,

debe ubicarse en las cercanías de donde se encuentra hoy la casa de la Torre. Presumiblemente la aldea debió estar

cercada o amurallada, al mencionarse en el texto una puerta de acceso al recinto emplazada en el flanco oeste. La

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edificación debía de ser del tipo andalusí hisn, similar a los bury ingleses: castilletes o casas fuertes que agrupaban

en su derredor un buen número de viviendas, pero que no disponían de cerca o recinto amurallado en la mayoría

de los casos.

El término de Fontanina deriva, según Pabón, de Fontanus o Fontanius. En él no se alude a la distribución de

casas, tan sólo se le concede como ayuda a trece repobladores una veintena de Campix. En realidad debe tratarse

de un topónimo geográfico situado en la ladera o al pie Sur de Campix, enlazada por la carrera de las Palmas,

camino citado en el texto del siglo XIII y que hoy podemos transitar aún. Un camino enlazaba en dirección Este a

la alquería de Campix con la de Grañina, escasamente separadas entre sí. De hecho, entre ambas alturas

únicamente hay una vaguada. El yacimiento, erigido sobre un altozano de irregular altitud (93 metros de altitud

máxima), ha conservado su antigua denominación, procedente según Pabón de Granina o Grania. El Libro alude

asimismo a la que debió ser su principal vía de comunicación, la carrera de Jerez, que se prolongaría por el

Noroeste hasta Sanlúcar. El tramo portuense debe identificarse hoy con el camino de las Ánimas, límite en esta

zona de los términos jerezano y porteño. Las Ánimas es el nombre de una viña sita también en Grañina. A corta

distancia del camino y de la viña se halla una casa con el expresivo nombre de Medina. Se menciona la existencia

en el lugar de dos alquerías: la propia Grañina, y otra más pequeña que denominan con su diminutivo, Grañinilla,

al sur de la primera. Al no parecer viable la coexistencia de dos núcleos tan próximos entre sí que gozasen de

propia entidad, cabe suponer que se trata de un hábitat dividido por un espacio intermedio exento de

construcciones. La razón posiblemente se encuentra en la propia configuración del terreno, que impide el control

visual del territorio hacia el Norte y Sur desde un sólo enclave. De esta forma, el área de mayor concentración se

ubicaría hacia el paraje de Medina y Castillo de las Ánimas, y Grañinilla en el margen de la Laguna del Gallo, a

espaldas del cortijo de Pocito Chico.

Las defensas de la alquería se concretaban con dos torres en Grañina y dos más en Grañinilla, con casas adosadas

a las paredes. Una de estas torres se encontraba junto a un “medio corral” y su pozo. Por un documento de 1603

sabemos que el lugar que hoy se conoce como Castillo de las Animas se denominaba Pozo Morisco. Además,

existían otras edificaciones, como corrales, una mezquita y una serie de casas. Poco tiempo se habitó por parte de

los cristianos, pues en 1277 el emir Abu Yusuf, según el escritor muslim Ibn Jaldún, mandó saquear la fortaleza de

Ghaliana que en nuestro análisis identificamos con Grañina.

El aparato defensivo de la aldea se estableció levantándose dos torres en Grañina, una chica y otra con una casita

aneja, y dos más en Grañinilla, a cuyas paredes se adosaban algunas casas; próximo a éstas se hallaba un fogón.

El fogón hemos comprobado en las excavaciones de Pocito Chico que se trata de la fragua de una herrería rural.

También alude al "corral grande" y al "de las vacas". Al igual que otras alquerías Grañina tuvo una mezquita.

El conjunto del hábitat se completaba con otras casas, no especificadas en el texto, que se situaban en torno a los

inmuebles señalados y hacia la parte de Campix. El número de beneficiarios cristianos fue setenta y seis, aunque

probablemente no llegaran por norma a residir todos en el lugar. Un buen número de familias, que denota la

potencial riqueza del lugar. En todo caso, corto sería el tiempo que los nuevos vecinos de Grañina disfrutarían de su

nueva residencia, ya que el citado emir Abu Yusuf la mandó saquear -si el nombre de Ghaliana apuntado se

corresponde con nuestra alquería, como efectivamente creemos- en 1277, segunda campaña mariní, junto con las

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fortalezas de Sanlúcar, Rota y Alcanter.

El límite Sur de Grañina se hallaba en "las salinas", lugar identificado hoy con la laguna del Gallo. Las

excavaciones y prospecciones en Pocito Chico nos han demostrado que Grañinilla comenzaría en la orilla de la

laguna y se extendería ladera arriba formando una aldea-calle. El aspecto que presentarían las salinas en el siglo

XIII debió ser muy diferente al actual si nos ceñimos a la cartografía del siglo XVIII consultada. No es fácil

imaginar que en época musulmana las aldeas de Grañina y Campix no se valiesen del recurso natural que les

ofrecía esta laguna salada, y acaso éste fue uno de los móviles que hicieron factible y rentable el hábitat en estos

parajes.

El nombre de Poblanina se corresponde con una nueva creación. La información relacionada con esta alquería es

muy exigua. Sobre su localización tan sólo se señala su proximidad al término de Sanlúcar y que se hallaba

enlazada a través de una carrera a Campix. El trazado de ésta carrera debe identificarse con la actual Cañada Real

de las Huertas o camino viejo de Chipiona. No existe referencia alguna al reparto de inmuebles andalusíes,

anotándose simplemente que los sesenta beneficiarios, agrupados en cinco veintenas,"...ayan casas en sus

fronteras". El yacimiento se extiende por una elevación junto a la carreta que conduce a Sanlúcar, frente al cortijo

de La Atalaya.

Finojera también se encuentra en las cercanías de la carretera a Sanlúcar. Por el Repartimiento sabemos que

estaba en una zona intermedia lindante con los términos de Grañina, Vayna y Villarana. La mención de la

proximidad del hábitat a un arroyo, aguas arriba, que nacía en el término de Vaina (arroyo de Campillo) y la

presencia de materiales arqueológicos de la época permiten situar el despoblado en Venta Alta. El vocablo Finojera,

procedente del castellano hinojo, lo encontramos en su derivado Hinojosa (Alta y Baja) dando nombre a un amplio

llano sito al sur de la aldea. La aldea de Casarejos lindaba espacialmente con las de Poblanina, Finojera y Bayna.

Por ella pasaba un río, denominado de Casarejos en el documento, Salado para nosotros, que marca la raya con el

término de Rota. La ubicamos en el topónimo de Casarejos en el margen derecho del Salado, en el interior de la

Base Naval. Desconocemos por qué se encuentra actualmente en el municipio roteño, de hecho es el único caso que

registramos donde no se cumple el reparto medieval de tierras. No hay constancia documental sobre el año en

que se inició el reparto de las viñas, tierras de labor, es decir, de cereales, y las casas que comprendían su término.

Como data post quem proponemos el año de 1268, año en que uno de los partidores reales designados, fray Juan

Martínez, obispo de Cádiz en funciones, comenzó a ejercer como tal. Por los datos recopilados en el Libro, debió

ser Casarejos - nombre al parecer de nueva creación- una de las aldeas de mayor entidad en el ámbito geográfico y

cultural que tratamos. En el centro de la alquería se levantaba la mezquita y varios "palacios grandes"; otros de estos

palacios reseñados ya para Campix se ubican en el flanco sur de la población. Se cita la existencia al menos de dos

calles, la rúa de los Colmeneros y la que iba al río o arroyo de Casarejos, así como un camino situado en la parte

de Flayna (alquería que podría ser reconocida en el yacimiento de Las Mezquitillas, próximo a nuestra zona pero en

término roteño). Bayna se encontraba cerca del río, actual arroyo Salado, en el cortijo actualmente llamado de

Vaina y limitaba con Flayna, Finojera y Casarejos. El topónimo proviene, según Pabón, del latín baius, badius,

batius, batinus, batinius o vatenius, o bien de la propia palabra árabe bayna, significando "entre". A pesar de que el

yacimiento es muy rico arqueológicamente, no se reparten casas ni edificios públicos, tan sólo tierras. Lo que indica

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claramente que tuvo que existir un lapso de tiempo entre el abandono del lugar y la repoblación. Al menos los

edificios estarían en tan mal estado que no se consideraba su reparto. Esto lo comentaremos más adelante.

El topónimo de Villarana se ha conservado dando nombre a un caserío en torno al cual se encuentra el

yacimiento arqueológico. El término territorial se extendía hasta el de Finojera y, sobre todo, hacia el mar. Con 133

beneficiarios, es la zona que acogió a un mayor número de repobladores. En cambio, no existe referencia alguna

al reparto de casas u otros inmuebles andalusíes. En 1939 aún eran visibles "interesantes cimentaciones en el cerro

del pozo", según refiere el historiador Ciria. Este pozo, hoy existente, se remonta a la época que tratamos. A fines

del siglo XIII Dª María Alonso Coronel, esposa de D. Alonso Pérez de Guzmán "el Bueno", compró la dehesa de

Villarana al rey Sancho IV (VV.AA. 1851).

Bollullos era una aldea que se situaba en las cercanías de Finojera, en dirección al mar, lindando con Villarana,

si bien no la hemos localizado en las prospecciones. Se reparten casas e incluso una mezquita. Toponímicamente

el nombre es de ascendencia árabe y significa torre pequeña. Para Castro se debía identificar con el cortijo de

Belludo, cuyo nombre se conserva en torno al área que ocupa hoy la institución penitenciaria, como “Bellúo”.

Los términos de Machar Tamarit y Machar Grasul se repartieron juntamente con Bollullos y con la laguna que

hoy día conocemos como Salada. La adscripción de los nombres es inequívocamente árabe y los emplazamos en

el tramo restante entre las lagunas y el término de Jerez, si bien gracias a la mención que tenemos de Grasul con

respecto a Santa María del Puerto y a Sidonia, ésta quedaría más próxima a la Sierra de San Cristóbal.

El término se completó pocos años después con Sidonia, en 1283, reinando Sancho IV. Reconocemos con este

nombre un paraje situado en las faldas de la Sierra de San Cristóbal, vertiente del río Guadalete y de El Puerto.

No se menciona como alquería, pero también es cierto que no se califica expresamente de término; ambas palabras

indican entidades conceptuales separadas. Los trabajos arqueológicos realizados en el Castillo de Doña Blanca

han puesto al descubierto numerosas bolsas o silos de almacenaje excavados en el suelo amortizados como

basureros. Los materiales orgánicos e inorgánicos de desecho se enterraron en un lugar más propicio que la propia

roca arenisca de la zona, en un montículo artificial situado al pie de la sierra y de las marismas del Guadalete que

colmató estructuras urbanas protohistóricas del primer milenio antes de Cristo. Ello hace pensar que el hábitat

medieval debió distribuirse en la falda sur de San Cristóbal en cuevas artificiales, tal y como ha sido tradicional

hasta fechas recientes. El hábitat mencionado abarca desde el Califato hasta época almohade. Esta cronología tan

sólo la hemos atestiguado en Pocito Chico, donde en 1998 localizamos una estructura siliforme que, a pesar de

encontrarse a medio destruir por la acción erosiva del agua, nos deparó el hallazgo de dos dirhams de plata de

Abderramán III y un felús de cobre de época taifa.

Posiblemente todas estas aldeas estuviesen produciendo aquellos productos agropecuarios destinados a las grandes

urbes como Jerez. Una cosa queda clara, según los estudios polínicos que sobre la campiña tenemos de la época,

que nos hablan de un periodo más húmedo que el actual.

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La ciudad andalusí

Al Qanatir era la denominación de la ciudad que actualmente conocemos como El Puerto de Santa María

en época andalusí. El vocablo Al Qanatir se puede traducir como "el puente" o "los arcos", a causa del puente

romano que cruzaba el Guadalete. El proceso de transformación del topónimo culmina en la sustitución del término

Alcanatif, Alcanter o Alcanate, que es como aparece transcrito en los documentos castellanos del siglo XIII, por el

de Santa María del Puerto. Esta denominación se debe al rey Sabio, y se recoge en las Cantigas.

A pesar de la aparente rapidez con que los cristianos ocupan, no sólo esta alquería, sino todo el valle del

Guadalquivir y el occidente andaluz, dará comienzo una época de luchas que culminará con la definitiva instalación

de los castellano-leoneses y la aniquilación del modo de vida musulmán. Para llegar a este punto, el monarca

Alfonso X centra aquí su política militar en el Estrecho creando la orden militar de Santa María de España, dotando

a la ciudad de Carta Puebla y repartiendo tierras a nuevos pobladores.

Como consecuencia de la guerra, hacia 1275 se dota a la ciudad de muralla, hoy desaparecida, que será

presuntamente arrasada por las fuerzas benimerines en 1277, a lo sumo en el nuevo ataque de 1285, mencionado

por Ibn Jaldún.

La Arqueología nos ha deparado pocos pero significativos restos de este período, entre los que

citaremos la mezquita del Castillo de San Marcos, los restos constructivos de la calle Santo Domingo, un tesorillo

de monedas hallado en el siglo XVIII cerca del convento de las concepcionistas, y los restos de un monumento

funerario hispano- musulmán fechable a mediados del siglo XIII.

Sobre el reparto del total de 311 lotes de tierra, tan sólo 27 corresponden a casas (de las que señalamos

las del alguacil de Jerez como señal de jerarquía política), seis a tiendas y uno a un horno. En la zona alta de la

ciudad se ubicaban casas a modo de palacio de propiedad real. Ello nos da idea del pequeño espacio de la

población medieval y del cambio demográfico que sufriría gracias a los pobladores de Alfonso X y a la paz y

consolidación política que trajeron sus sucesores. Pero hemos de tener claro que la población andalusí de al

Qanatir no era la principal del territorio, no sólo por su dependencia de Jerez, sino por su desconexión con el actual

término municipal. En efecto, como hemos visto, el patrón de asentamientos andalusíes marca una clara

predilección por los sectores relacionados con la Laguna del Gallo, el arroyo Salado, y las lagunas Salada, Chica y

Juncosa, éstas actualmente Reserva Integral. El mundo andalusí del siglo XIII, profundamente aldeano, fue sustituido

por una decisión política que primaba la facilidad para comunicarse por mar. Los intereses marítimos primaban de

nuevo, y esto es crucial para entender la refundación de El Puerto.

Los restos islámicos en El Puerto no son muy abundantes. A los exiguos restos hallados en las

excavaciones realizadas en el subsuelo de la ciudad se suma el castillo de San Marcos, única de las estructuras

visibles entre las descritas por los diferentes historiadores y arqueólogos. Su estudio representa un fiel reflejo de

todo lo sucedido en el resto de la ciudad. Este análisis que presentamos del castillo consta de dos partes, por

un lado las diferentes opiniones de sus estudiosos y por otro la descripción de sus elementos arquitectónicos.

En la llamada “Historia de Rubio”, que hoy sabemos fue escrita por Anselmo Ruiz de Cortázar (Pacheco y Pérez

1997), el castillo tenía unas medidas en el siglo XVIII de 4606 varas; 83 el lado Norte; 64 al Oeste y 49 al Este.

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Existía una inscripción referida a los duques de Medinaceli, independiente de su creencia en que se tratase de

una antigua mezquita. La plaza del castillo medía en varas 100 x 60 de ancho, hallándose "entierros y cadáveres"

frente a la puerta; en la excavación realizada en 1986 en el patio del Palacio de Valdivieso también han

aparecido enterramientos, así como en las excavaciones de la Plaza del Castillo, de la que tenemos noticias

aparecidas en Diario de Cádiz; lo que, unido a las noticias de otros hallazgos de esqueletos en la Plaza de

Bizcocheros hace años y de las obras de la Peña Bética, aproximadamente en 1985, nos indica la existencia de

un cementerio. Medinilla consideraba que este castillo fue fundado por Menesteo. Para Quintero Atauri se trata

de una mezquita o templo mozárabe considerando que "existe algún resto de ornamentación de “época visigótica"

(probablemente se refiera a los arcos de herradura, que en otro lado considera también califales). Hipólito Sancho

concretó en 1923 la ubicación del Puerto de Menesteo en el Castillo de San Marcos, opinión que no volverá a

mantener. Ciria (1934, 156-57) sitúa el templo de Hércules aquí, así como el Arx Gerontis .Este mismo autor

cita (1934,9) entre los materiales de construcción columnas romanas y "piedra tallada por visigodos y agarenos".

Sobre este particular, Pelayo Quintero (1910) y consiguientes autores, hablan de "piedra rojiza labrada

alternando con ladrillo y otra clase de piedra". Romero de Torres (1934,459-60) describe el edificio y lo

cataloga como mudéjar (s.XIII-XIV). López Muñoz se muestra contrario a las ideas de Pelayo Quintero, no se

trata para él de un edificio "mozárabe", sino de una mezquita militar, asentada sobre una isla y que poseía un faro

del siglo IX con una finalidad de vigía de la vía y del puente. Hipólito Sancho (1935,35) hace un estudio de las

Cantigas, concluyendo que el Castillo de San Marcos fue obra de Alfonso X, edificado por Alí en poco tiempo,

en un lugar que exigía precauciones, en el que se reutilizaron grandes piedras y estaba rodeado de torres y muro.

Sancho, a principios de los cuarenta, realizó la restauración del castillo, sin concluir su factura mozárabe o

musulmana, aunque aclaraba que la denominación de San Marcos sustituyó en el siglo XVII a la de Iglesia de

Santa María. Años después (1943,35-6) demostró la veracidad de las Cantigas al comprobar que el edificio

estaba construido sobre la arena; además de indicar la construcción a soga y tizón aprovechando el muro de la

quibla y material de una construcción romana, opinión que, por otra parte, ya encontramos en Quintero y en la

Guía Histórico-Artística de El Puerto, y que muy recientemente se ha confirmado en las excavaciones

arqueológicas efectuadas en la Plaza del Castillo, al aparecer un muro de sillares de época romana con evidencia

de un pozo de saqueo, hecho para llevarse algunos de ellos. Para Torres Balbás sólo la planta es musulmana,

construyéndose probablemente durante las campañas benimerines, entre 1277 y 1285. González Jiménez

(1982,209) da noticia de las Cantigas respecto a unos sillares romanos cuya existencia corroboramos al haber

visto al menos uno, recubierto de opus signinum, procedente de los últimos derribos aledaños al castillo, similar a

los empleados en la excavación antes mencionada.Interior de la mezquita de Al-Qanatir, en primer término las columnas romanas reutilizadas en su construcción.

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La primera descripción, no sólo de la planta sino de todo el castillo, fue de Quintero (1910 y 1919), siendo

continuada, con muy pocos retoques, por Sancho y Barrís (1925), Torres Balbás (1942), Comes Ramos (1979),

Antón Solé y Orozco Acuaviva (1976) y por Lozano Cid y García Pazos (1983). Se trata de una planta

rectangular, semejante a la de la Iglesia Mayor de Lebrija, y tres naves, separadas con arcos combados y algunos

apuntados, divididos en "siete tramos desiguales con áreas torales en diversa forma, según su mayor o menor luz.

Cargan sobre trompas de origen oriental adoptadas en la mezquita de Córdoba. Los arcos asientan directamente

sobre las molduras que hacen de capiteles, careciendo de ábacos", excepto los que asientan en "una especie de

tosco capitel bizantino semejante a los de San Millán". En una de las bóvedas centrales encontramos la decoración..

Sobre los arcos cargan bóvedas de varias formas, como las cupuliformes sobre trompas, similares a las existentes

en la mezquita de Córdoba. Los tipos de arcos quedan explicados por el material empleado en la techumbre: la

madera. Los arcos apoyan en ocho casos en fustes cilíndricos, cuatro de jaspe rojo lisos, cuatro de mármol gris

estriados, de medio metro de grosor por dos metros de altura y de época romana (como otros elementos del

edificio), adosados por pares a un pilar; y en otros cuatro casos los apoyos son pilares de mampostería. Los arcos

asientan directamente sobre molduras que hacen las veces de capiteles.

Parece ser que además de la planta de la mezquita originaria, el edificio cristiano se erigió sobre el muro de la

Quibla: Torres Balbás (1942), Félix Hernádez (1959) y Alfonso Jiménez (1983), para quienes sería posterior a

Alhakem II (s. XI) dado que, según las obras de restauración emprendidas por H. Sancho había un mirhab de

arco de herradura de mármol y vidriados al interior, que tuvo "truncadas las aberturas de la cámara absidal con

el terraplén del torreón que para defensa del costado oriental" se había practicado (ésto ya había sido adelantado

por López Muñoz años antes). A ambos lados del mirhab se encontraban dos vanos, que siguen ocultos en la

actualidad, y que sirvieron para la colocación de un almímbar móvil y del tesoro. En cuanto a la mezquita, la

quibla se dataría con posterioridad al califa Alhakem II al poseer tres vanos: el del mirhab y los que sirven para

colocar el almímbar móvil y el tesoro, estos últimos actualmente ocultos. Según López Muñoz (1935) se trataba

de un faro, fechable entre los siglos VIII y IX, con una inscripción, en su arco escorzano de acceso, en árabe:

AL-ABULKU LILAHI (el reino es de Dios). Para Sancho (1941) consistía de una torre rectangular de tres

cuerpos que realizaba funciones de faro, transcribiendo la inscripción como EL MILK LILLEHI (el imperio para

Dios) de época mudéjar (sic.). La torre Sur, que cumplía funciones de faro, mantiene una inscripción en cúfico

simple, de mediados del siglo X, en su arco escorzano de acceso: el poder es de Dios. El edificio es, dentro del

período andalusí, antiguo. Utiliza material de acarreo romano, de edificios situados en el subsuelo. Aún más, al

vaciar el relleno de la bóveda de la torre sur durante las obras de Hipólito Sancho se localizó un sillar de roca

ostionera con un bajo relieve de arco de herradura doble y crestería encima, que corresponde a una cancela de

basílica o iglesia altomedieval.

Los únicos restos constructivos andalusíes corresponden a muros, situados en la calle Santo Domingo, actuales

números 9 y 12, cimentados en las zonas altas de las dunas que sobresalían en la desembocadura del Guadalete. La

datación es de finales del período almohade, siglos XII-XIII. En el número 9, el muro aparecido muestra un

derrumbe, y estratigráficamente está netamente separado de los niveles tardorromanos. Una fosa de desechos

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cubría un pozo abandonado por salinización (Mata 1999).

Justo en las proximidades, halladas en los cimientos de las casas de Pedro de la Torre, contiguas al convento

de la Concepción, se cita un tesorillo de monedas en la conocida como Historia de Rubio (Pacheco y Pérez 1997),

que se encontraba en el desaparecido Gabinete del Marqués de la Cañada.

Junto a los muros del castillo de San Marcos, en la Plaza de Juan de la Cosa, el Director del Museo de nuestra

ciudad, Paco Giles, realizó en 1987 un sondeo de 3 x 3 m. hallándose varias inhumaciones en fosas practicadas en

las dunas de la antigua playa. Los cadáveres estaban colocados en posición decúbito supino, con los brazos

estirados y las manos cruzadas sobre la pelvis. Entierros muy similares han sido localizados en las excavaciones del

Monasterio de San Clemente de Sevilla, datados en el último tercio del siglo XIII (Tabales 1997).Esta excavación

se continuó al otro lado del muro, en el interior del castillo. Junto al muro medianero aparece una cimentación

de piedra y mortero de un posible muro del castillo, y otra cimentación poco profunda, al parecer más moderna.

Esta pequeña excavación es la que hoy podemos visitar en el propio castillo, gracias a la cubrición efectuada por la

empresa Caballero, propietaria del inmueble.

Como vemos, los restos andalusíes se centran en el corto espacio que se ocupa entre el castillo y las calles

Santo Domingo, Nevería y Federico Rubio. Pero existe otra evidencia más. En la ya citada Historia de Ruiz de

Cortázar (copia de 1763 1764) se nos habla de una:

"... columna de mármol muy blanco de más de una vara de largo y

figura triangular que estaba en el convento de religiosas del Espíritu

Santo por cuyos lados de frente se hallaban renglones con caracteres

árabes; de allí se sacó pocos años ha, y á servido y sirve de umbral en

una casita del convento que es penúltima saliendo al campo calle de

La Victoria ...".

Respecto al lugar en el que parece ser que apareció, el Espíritu Santo, para Cárdenas (1903) la iglesia fue

anterior a la de San Juan de Letrán, hoy desaparecida, que se hallaba en estado ruinoso en 1513. Francisco Ciria

(1934,162) escribió, refiriéndose al mismo convento: "... los árabes que continuaron en posesión de sus huertas

y alcarrias, eran los que ocupaban las cuevas del primitivo Herma Gaudium, y tenían una mezquita donde

después se edificó el convento del Espíritu Santo, de tal antigüedad que no se encuentra testimonio que lo

acredite". Desgraciadamente, no sólo no se han encontrado restos arqueológicos, si exceptuamos el caso que nos

ocupa, sino que toda investigación de archivo resulta inútil por haber sido saqueado el convento durante la Guerra

de Sucesión y en la Guerra de la Independencia.

Conocemos también lo borroso de las letras y el traslado de la losa a las casas del marqués de la Cañada:

"... la piedra de mármol que se hallaba inmediata al convento del

Espíritu Santo se hallaba en las casas del Marqués de la Cañada don

Guillermo Terri".

Don Guillermo Tirri, Marqués de la Cañada, poseía en su residencia del Puerto de Santa María una apreciable

colección de antigüedades, a tenor de las noticias recogidas en otros autores españoles y extranjeros de la segunda

mitad del siglo XVIII como el Conde de Caylus (Sancho Mayi 1943,498, nota 1) o los sacerdotes José Hierro

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(Sancho Corbacho 1939,86) y Flórez (Flórez 1757/1773), quien publicó varias monedas del gabinete numismático.

No obstante la referencia del traslado, otros autores locales más tardíos siguen considerándola localizada en el

mismo convento del Espíritu Santo. Juan Cárdenas, Archivero de la ciudad como el propio Rubio Espinosa, dejó la

siguiente descripción"... según el sr. Cortés y Ruano, ispector de antigüedades de Andalucía, vio en el año

1852 una inscripción en árabe que servía de dintel á una puerta de servicio del mencionado convento"

(Cardenas Burgueto 1903).

Obsérvese que en la descripción de Ruiz de Cortázar la pieza marmórea "... sirve de umbral en una casita

del convento... " y en la de J. Cárdenas "...una inscripción en árabe... servía de dintel a una puerta de

servicio del mencionado convento...". Así pues, entre un momento y otro la inscripción, de ser sólo una y no dos

distintas, cambió de colocación. El primero de los objetos que tuvimos ocasión de ver fue una curiosa

inscripción sobre mármol, fragmentada, procedente de la Bodega San Bartolomé, actualmente llamada Puerto Fino.

Donde antaño se levantaba el palacio de los Duques de Medinaceli, albergue de un lapidario al que se refieren

Antonio Ponz y varios autores más (Ponz 1792,59-61.), se sitúa la citada bodega. Nosotros la estudiamos

depositada en la Bodega Caballero de la calle San Francisco. En los cantos tenía una inscripción en árabe y por el

dorso se observan unos rebajes. Puestos en contacto con nuestro profesor y amigo el Dr. D. Fernando Valdés, de

la Universidad Autónoma de Madrid, nos comunicó que se trataba de una inscripción funeraria, perteneciendo la

losa de mármol a un monumento funerario, probablemente del siglo XIII.

Inscripción islámica en mármol, propiedad de Luis Caballero S.A

Lo interesante es que se completaba con un bloque prismático, encastrado en los rebajes citados. Casi

con toda seguridad el mencionado por Ruiz de Cortázar en el epígrafe anterior. Todo esto lo incluimos en un

trabajo elaborado al efecto (Ruiz y Valdés 1986-87). En él incluíamos las grafías arábigas que se traducían en el

lado 1: "... salúdale con el saludo completo y bendiga Dios a nuestro señor Muhammad y a su familia." Y en el

lado 2 :"'Busca refugio en Dios contra Satán el lapidado y...". Como puede colegirse de todo lo dicho, los datos

parecen estar referidos al mismo objeto. El único aspecto que aparentemente no concuerda es el traslado aludido

por Ruiz de Cortázar desde el convento a la residencia del Marqués de la Cañada, salvando la posible existencia de

dos "columnas" semejantes o de dos partes de una misma, de las cuales una permaneciese en el primero de los

lugares y la otra fuese trasladada al segundo.

Según escribimos junto al profesor Valdés, se trata de la parte conservada de una mqabriya (Torres Balbás

1957,153) o estela funeraria compuesta de un tablero plano donde se apoyaba, encajada en la zona rectangular

rebajada, la característica estela alargada de sección triangular. En cualquiera de las dos hipótesis puede

afirmarse, como valor arqueológico suplementario, el interés topográfico de la pieza en lo que atañe al

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conocimiento de al-Qanatir, la ciudad andalusí que antecedió al actual Puerto de Santa María. Su sola presencia

supone la existencia de un cementerio o de una capilla funeraria más o menos próximos al lugar del hallazgo. Si ese

punto fue el mismo convento del Espíritu Santo, habría de aceptarse -en caso de proceder la mqabriya de un

cementerio de uso general- la localización de aquél sobre un solar situado a extramuros del primitivo recinto de la

población islámica. Esa misma deducción no sería válida, si la estela -o estelas- formó - formaron- parte de una

qubba (Torres Balbas 1957,134) o de una rabita (Torres Balbás 1948,475-476). Hemos de suponer pues, que

la losa en cuestión y su parte superior prismática se labraron antes de 1260 (según la Primera Crónica General,

Fernando III debió conquistar la ciudad de al-Qanatir entre 1248 -toma de Sevilla- y 1252 -muerte del rey

castellano-). Con seguridad ya era cristiana en 1260 (Cf. Torres Balbás 1942,420-421), al pasar definitivamente

la ciudad a manos castellanas, y después de la primera mitad del siglo XII o, lo que es lo mismo, entre mediados

del siglo XII y mediados del XIII.

Un poco de economía

El período Andalusí proporciona en el análisis polínico una muestra con un máximo de antropización y

gran presencia forestal incluyendo al Tilo, Olmo y Fresno, que marcaría una mayor humedad ambiental. Destacar

que la cantidad de cereal aparecida es relativamente poca. En la Indiana-Barrio del Prado (Pinto, Madrid) el

campo de silos andalusí sufrió un cambio de uso como consecuencia de la conquista cristiana. Este dato nos

interesa. Se ha propuesto una concentración del cereal en almacenes colectivos, o una incapacidad por parte de las

unidades familiares de producción de mantener el nivel de excedente almacenado con anterioridad. En este

segundo caso, según Fernández Ugalde (citado por Marín de Pablos y otros 1999), estaría detrás la implantación

del modo de producción feudal. Nos interesa que se preste atención a la solución que dan estos autores: el cambio

de los silos por grandes tinajas (Marín de Pablos y otros 1999). Es algo que ya apuntan en época romana y que

nosotros registramos en las numerosas dolia romanas de Pocito Chico.

En un enfoque atemporal, en la Indiana-Barrio del Prado, se definen las ocupaciones de Cogotas, visigoda y

andalusí como enclave ganadero local, de jornada o de ribera, en relación con la existencia de sal (Marín de

Pablos 1999,70-1). Circunstancias que poseen la mayoría de las aldeas que se han mencionado, unas junto al

Arroyo del Salado, otras en la Laguna del Gallo, y el mismo Alcanate junto al Guadalete. El aumento de la

vegetación de marisma salada ha de ponerse en relación con las salinas mencionadas en la documentación de

Archivo. En este sentido podemos mencionar las salinas medievales (Libro del Repartimiento del Rey Alfonso X)

o de principios del XVI del alcaide Charles de Valera (agradecemos al profesor E. Martín esta información).

Para nosotros esta relación de las aldeas con lugares donde se puede producir, o recolectar la sal, está

relacionada con la producción de salazón. Por ahora hay poca información cerámica al respecto, pero están

apareciendo algunas formas andalusíes, que estan elaboradas para contener y servir productos de salazón.

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Un reloj de arena

Los niveles más antiguos detectados en el casco urbano de El Puerto de Santa María se inician con las

instalaciones industriales de Santo Domingo 12, una pileta de salazones, y de Javier de Burgos, un alfar republicano.

En Santo Domingo 12, no se pudo profundizar más a causa de la formación de un venero de agua, situación

constatada en los niveles romanos de otras estratigrafías de la ciudad. La existencia de la estructura edilicia

provocó la formación de una duna. En el caso de Javier de Burgos la construcción se ubicó sobre la línea fluvio-

costera.

Las arenas acumuladas en la zona de Santo Domingo 12 se desarrollan en un lapso de tiempo que abarca

desde el Bajo Imperio hasta el siglo XII. La mayor parte del territorio de la Bahía conoce por estos momentos un

despoblamiento y abandono de sus áreas productivas, principalmente alfarerías y actividades conserveras con ellas

asociadas. Los núcleos urbanos, y en especial la ciudad de Cádiz, presentan escasos restos que puedan ubicarse

en esta fase histórica.

La desembocadura del Guadalete parece confirmarse como el núcleo de población más importante de la Bahía,

donde se concentraría parte de la población procedente de las zonas ocupacionales del alfoz gaditano. Esta

situación tendría su reflejo en el auge y la continuidad de ocupación de las campiñas situadas entre el Guadalete y

la margen izquierda del Guadalquivir. En Santo Domingo 12 se documenta un nivel de necrópolis tardorromano,

representado por un enterramiento infantil en ánfora. Dado que los materiales característicamente domésticos de

Ganado 21, Ganado 31 y Plaza de Peral comprenden un área próxima y muy determinada de la ciudad, la zona de

necrópolis pudo estar en un área litoral, con importante avance dunar y elevación del nivel freático. Estos hallazgos

se interpretan en función de una interesante ocupación en la desembocadura del río Guadalete, bajo el actual

casco urbano de la ciudad. De igual manera se manifiesta esta ocupación en las campiñas cercanas, poniendo en

evidencia la existencia de fenómenos de reactivación económica y comercial en la Bahía gaditana en la

Antigüedad Tardía, algo que parece coincidir plenamente con recientes investigaciones en otras zonas del litoral

atlántico y mediterráneo peninsular (Lomas,1995). En Santo Domingo 12 el crecimiento dunar continúa sobre el

ánfora tardorromana. En un momento determinado, posiblemente en la segunda mitad del siglo XII, a lo sumo a

inicios del XIII, se integra el lugar en la aldea almohade de al-Qanatir. Tanto en San Bartolomé como en Ganado

21 y en la Plaza de Peral se documentan exiguos restos del período bajomedieval, en razón a la situación espacial

de extramuros. Estas zonas serán progresivamente ocupadas: la fase preconventual de la Plaza de Peral data del

siglo XVI, y presenta industrias poco salubres como la aceitera, cercana al río al cual debió de verter, o la

cerámica, en un probable alfar cercano. El Nivel 5 de San Bartolomé, que es el nivel principal, supone la

consideración de una zona de vertidos a extramuros formada con pocos elementos del siglo XV y un aumento a lo

largo del XVI, que finaliza con una mayoría de materiales del siglo XVII, época en la que se incorpora la zona a la

ciudad. La aparición de una fenomenal muestra de cerámicas chinas de época Ming tardía, confirman que

estamos en una zona de indudable poder económico, urbanizada según los datos que tenemos a fines del XVI y

principios del XVII, sin duda precursora de los grandes palacios que hoy podemos ver en el Barrio de Guía –en

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torno a la Plaza del Polvorista-, datado entre fines del XVII y principios del XVIII (López y Ruiz 1992).

La ribera del Guadalete actúa según el modelo característico de un delta, provocando el avance o retroceso de

todo el ecosistema vinculado a la línea de costa. En el contacto entre el delta y la línea de costa se forma un

cordón dunar que, al parecer, evolucionó en sentido contrario al del poblamiento humano, ocupando algunas de sus

estructuras. La dinámica establecida afectó de tal modo al "portus" romano, que es evidente un desplazamiento

poblacional en épocas posteriores.

Por otro lado, la ocupación humana como modificador del medio físico en el que se instala se observa

bien en la fijación del cordón dunar sobre las construcciones, principalmente obras públicas (portuarias, mercantiles

y defensivas).

La acción antrópica se vislumbra como elemento desestabilizador en un ecosistema particularmente dinámico.

En épocas medieval y moderna, el poblamiento evoluciona sobre un núcleo central, que podemos considerar como

el recinto amurallado de El Puerto, a partir del cual se expanden nuevas calles y casas. La ordenación ocupa los

espacios anteriores y en particular el margen fluviomarino, persiguiendo la desembocadura final del Guadalete, en

un camino que aún hoy día no ha finalizado.

Cerámicas

Como ya hemos contado, aunque existen, pocos son los restos que aún nos quedan de los primeros siglos

de la presencia islámica en nuestra ciudad. Sin duda que hubo un establecimiento con estructuras edificadas, la

mezquita a la que hemos hecho referencia así nos lo demuestra. Al menos una rábita, u oratorio musulmán

(contamos con la información gracias al Profesor J. Abellán, compañero en la Universidad de Cádiz).

Las cerámicas exhumadas en las excavaciones responden a esto que hemos dicho. En el casco urbano porteño

no contamos con restos de estas primeras fases. Hasta la llegada de los almohades en el siglo XII no parece que

exista una población relevante no sólo en la desembocadura del Guadalete, sino en la propia Bahía de Cádiz. Las

cerámicas andalusíes de El Puerto se han estudiado con especial mimo en Santo Domingo 12. Los fragmentos

vidriados son mínimos frente a los bizcochados. Las decoradas suponen la aplicación de un cordón digitado al

exterior; engalbas –o baño superficial de arcilla líquida- amarillas, asociadas a pastas anaranjadas; superficies

bruñidas o pulidas sobre interiores anaranjados; pintura en óxido de hierro -rojo- y manganeso –negro- sobre

engalba; pintura rojiza; y pintura blanca exterior. Entre las bizcochadas destacan las pintadas al exterior en blanco,

rojo y negro; y la engalba roja y castaña bruñida al interior. Los exteriores pintados blanco-anaranjado, y en óxido

de hierro y manganeso, a base de manchas, y trazos gruesos horizontales; pintura negra longitudinal al asa; pintura

de óxido de hierro y cordón digitado vertical exterior y borde.

Los vedríos melados toman tonalidades verdosas y las pastas a su vez pasan del naranja al gris por la acción

del calor en el horno. La mayoría de las vidriadas son meladas, algunas de trazo negro, y verdosas -quemadas-. El

melado puede ir sólo por una de las caras. Las ollas de vedrío transparente tienen tizne y el exterior está quemado.

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Vajilla andalusí.

1, jarrita para líquidos de dos asas y

decoración de puntos en negro

manganeso. 2, jarro para contener agua

de dos asas y decoración digital en

negro (dedos de Fátima). 3, jarrita para

agua con la decoración purificadora de los

“dedos de Fátima”.

4, candil de piquera. 5, ataifor decorado

en negro sobre cubierta vidriada para

servicio de comidas comunes. 6, jarrita de dos asas para líquidos en cerámica de paredes finas. 7, olla

para cocinar.

Las pastas siguen manteniendo los mismos tonos, si bien hay que añadir la presencia de colores oscuros y

amarillentos. La proporción de desgrasantes, o partículas que se añaden para aumentar la plasticidad, de tamaño

medio y fino está equiparada.

Las cerámicas decoradas suponen casi un tercio del total. Los tiestos de cocina presentan tizne y están

quemados. La aparición de un fragmento de loza no tiene necesariamente por qué implicar una cronología

posterior, o una intrusión, dado que la serie se documenta con una cronología del XIII en la Plaza de la

Encarnación de Jerez. Hay elementos de carácter nazarí, como el fondo de jarra decorado con cuerda seca parcial,

o las carenas salientes en ollas y ataifores. Las ollas con escotadura se documentan en Málaga en el siglo XIII. La

pintura blanca sobre fondo rojo oscuro también se documenta en fechas anteriores a la reconquista en Vejer y

Jerez, además del fragmento del Castillo de San Romualdo en San Fernando (Ruiz 1994).

Los materiales arqueológicos analizados en nuestro estudio son los correspondientes a una población andalusí:

ataifores y jofainas, jarritas, cántaros, cazuelas (especialmente las de costillas), vasos trípodes, candiles de piquera,

etc. Las decoraciones (pinturas en rojo y negro aplicadas con los dedos, vedríos de plomo -simples y con adición

de colores-, algún caso de esmalte blanco), corroboran la clasificación propuesta en un marco cronológico del

siglo XIII (período almohade).

Dos rasgos son destacables, por un lado la aparición de rasgos tipológicos nazaríes y, por otro, los paralelismos

con centros "cristianos" conocidos, caso de Toledo. Respecto a las características nazaríes, hay que decir que las

datamos ante quem, con la fecha tope de 1262, año de incorporación definitiva de toda la zona occidental gaditana

a la Corona de Castilla. Estos estigmas "nazaríes" aparecen junto a un estilo perfectamente homologable en Sevilla o

en Jerez. Por tanto, debemos concluir que estaban en formación en época almohade.

Con respecto a la ciudad castellana de Toledo, los materiales de nuestra investigación muestran significativas

concomitancias y disparidades. Teniendo en cuenta que el material toledano sólo puede ser comparado con los

materiales más antiguos de la Bahía de Cádiz, ya que las cerámicas de San Pedro Mártir sólo se fechan hasta los

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siglos XIV-XV, podemos ver como son frecuentes las formas andalusíes.

Dentro de este paralelismo formal y decorativo, merecen especial mención las ollas de escotadura, de las

que podemos concluir que, si bien aparecen en la "Marca Media" con cronologías anteriores y en abundancia,

también forman parte de la vajilla de cocina andalusí en la Bahía de Cádiz durante el siglo XIII. Las ollas de cuello

son más abundantes en la Bahía de Cádiz que en Toledo. Por contra, faltan de Toledo los rasgos nazaríes que

vemos en Santo Domingo 12. Esta comparación plantea la existencia de elementos claramente andalusíes tanto

en una zona "cristiana", como puede ser Toledo, y en otra islámica, como la Bahía de Cádiz, en el siglo XIII.

Comunicaciones

Sobre las comunicaciones en este período, tan sólo añadir al trabajo de J. Abellán (1983) sobre “Las vías

de comunicación gaditanas en el siglo XIII”. Y añadiremos, no vías de largo recorrido, no vías marítimas, sino

locales y terrestres. Como hemos mencionado en páginas anteriores, son varios los caminos, cañadas y veredas

actuales que deben tener su origen en los primeros momentos de la ocupación humana en la zona. La posibilidad

de explotar un gran número de recursos naturales, unos permanentes y otros de temporada lo hacen posible. La

arenisca siempre disponible de la Sierra San Cristóbal para las edificaciones, en la campiña la agricultura, la

ganadería y sin duda las lagunas, en la costa el marisqueo y la pesca, serían motivos para mantener la ida y venida

de mercancías. Pero los más significativos para Alcanate aparte del río Guadalete, serían las que le conectaba con

otras aldeas como el Camino de los Romanos –la antigua calzada romana, vaciada de contenido a partir del siglo

XI con el abandono de Hasta-, la Cañada del Verdugo, la Vereda del Vado de Villarana, y el procedente de la

ciudad de Jerez, que rodeando la Sierra San Cristóbal bordeaba el estuario del Guadalete.

Queremos resaltar la importancia que algunos de estos caminos tuvieron respecto al crecimiento de la

ciudad. Las casas situadas en los márgenes de los caminos que accedían a la aldea darían forma con el tiempo a

algunas de las calles actuales, esto se observa en la calle San Francisco con el camino viejo de Rota, en la calle

San Juan con el Vado de Villarana, en la calle Santa Clara con el Camino de los Romanos, o en la calle Larga o

Virgen de los Milagros con el camino de la Sierra de San Cristóbal o de Jerez.

De las comunicaciones mencionadas en el Libro del Repartimiento referentes a las demás aldeas, hemos

podido situar la Carrera de Xerez, la Cañada de Ferias, y la Cañada Real de las Huertas. Pero sin duda también

se utilizarían vías de comunicaciones naturales como el Guadalete en el caso de Alcanate, las otras aldeas también

tenían acceso tanto hacia la costa como la campiña, arroyos como Tabajete en dirección a la marisma del

Guadalquivir y el interior de la campiña, y el Salado en dirección a la bahía de Cádiz son algunas de las posibles.

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Del Califato a los almohades

Es muy importante el papel que tiene la reciente propuesta de considerar al Gadir clásico (Ruiz Mata

1998) como referente del conjunto de la Bahía. Por nuestra parte, siempre hemos manejado este concepto.

Nuestros alumnos saben que lo importante de la propuesta citada no es el desplazamiento de la ciudad de Gadir al

Castillo de Doña Blanca, sino que esta situación se repite en el tiempo.

Como punto de partida, comencemos por resumir el estado de la cultura material del período referido:

asentamientos en el territorio y localización de un edificio singular, una mezquita, en la desembocadura del

Guadalete. Con posterioridad al período califal encontramos serios problemas para determinar exactamente la

naturaleza del emplazamiento pero, desde un momento asimilable al período almohade vemos un resurgir

poblacional, un incremento demográfico que relacionamos con la fundación de Jerez y la ordenación del territorio

que esto supuso pero, se nos escapa el saber por qué sucedió esto. El terreno de las hipótesis históricas está

abierto, y nos parece que sólo más investigación arqueológica podrá aportar datos significativos para probarlas.

Sigamos el razonamiento con un somero vistazo a la Bahía. Para ello vamos a utilizar a un autor amigo, J.A.

Fierro Cubiella. Éste, en sendas investigaciones sobre el castillo de San Romualdo de San Fernando, y sobre el

castillo de la Villa de Cádiz (Fierro 1991, y 2000), viene a decir que ambas fortificaciones se establecen en época

califal ante las razias de los vikingos, y que no alcanzan una cierta entidad hasta época almohade. Esto lo hemos

apreciado estudiando los materiales arqueológicos (Ruiz Gil 1999). Así pues, es un comportamiento normal el

asistir a un origen de las poblaciones de la Bahía en época califal, origen militar si exceptuamos a Al-Qanatir.

Luego, tras un tiempo algo difuso –parece que la fitna o conjunto de revueltas que dieron al traste con el Califato,

fueron especialmente significativas en la cuenca del Guadalete-, volvemos a ver un lento e imparable incremento

poblacional.

Un paseo por El Puerto islámico

El siglo XIII fue una época de grandes convulsiones. Básicamente se caracteriza por el avance de las fronteras

cristianas desde Sierra Morena hasta el Estrecho de Gibraltar. También es el momento en el que se unifican

definitivamente los reinos de Castilla y León, imponiéndose en todo el sur peninsular. Así, tras la batalla de Las

Navas de Tolosa (1212) se disuelve el poder almohade dejando expédita la entrada del valle del Guadalquivir. Se

abre un nuevo período de reinos taifas, desde el Algarve portugués hasta Murcia, situación que será aprovechada

por los monarcas cristianos. Dos factores a tener en cuenta, el creciente poder castellano-leonés y la reorganización

de un mundo andalusí claramente venido a menos. El incremento poblacional observado en la Bahía de Cádiz y su

campiña interior sucede claramente en el siglo XII.

La unificación cristiana se produce en 1230 con Fernando III, quien de inmediato cambia la política de

intervención en los reinos taifas andaluces por otra de anexiones territoriales. En 1231 huestes castellanas

saquean el valle del Guadalquivir, se filtran hasta Vejer de la Frontera y derrotan a los musulmanes en las

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proximidades del río Guadalete.

La estrategia se centra en la adquisición de las feraces tierras del Guadalquivir. Entre 1236, caída de Córdoba,

y 1248, conquista de Sevilla, desaparecen los principales reinos taifas. De hecho, sólo permanecerá el reino nazarí

de Granada. Esta rápida ocupación planteará el problema de su administración. A falta de pobladores, incluso de

soldados, se establecen acuerdos, pactos de sumisión que garantizaban a los musulmanes una amplia autonomía. La

segunda mitad del siglo XIII se define por un rey Santo, establecido en Sevilla, que controla a las pequeñas

autoridades locales musulmanas a través de exacciones tributarias y de un control militar. Esta es la situación del

entorno gaditano, de todas estas poblaciones que hoy día conocemos con el apellido “de la Frontera”.

Alfonso X al comienzo de su reinado (1253) anula el heredamiento que su padre concedió a su hermano, e

inicia un nuevo proceso de organización y consolidación del territorio conquistado, léase expulsión de los

habitantes musulmanes y el reparto de sus propiedades a nuevos repobladores cristianos. En la región del

Guadalete y Bahía de Cádiz se sustituyeron las autoridades locales por mandos de mayor confianza y se

establecieron guarniciones cristianas en las fortalezas, caso de Jerez.

Esta nueva situación no debió alterar en esencia el estatus de la población musulmana, que siguió conservando sus

propiedades. La aparente o sostenida tranquilidad se vio frenada ante el propósito de consumar la repoblación de

las tierras incorporadas y especialmente ante la potencial amenaza que suponía la existencia de numerosos

poblados andalusíes.

Tras la insurrección de lbn Mahfoth, rey vasallo de Niebla, Alfonso X opta en 1262 por fortalecer su

autoridad, que conllevará el cierre de las puertas al mar de las poblaciones de nuestra zona, justamente por ser el

camino de entrada de los suministros norteafricanos. Ante esta política de progresiva anexión estalla una

revuelta mudéjar, es decir, de los musulmanes que vivían en tierras cristianas. La rebelión se extiende por todo el

sur peninsular, alentada por granadinos y los norteafricanos benimerines. La estrategia real concluye con la

conquista definitiva de gran parte del territorio gaditano. La población musulmana fue desterrada. Inmediatamente

se procedió a la repoblación de algunas de las villas y alquerías (Jerez, Arcos, Cádiz y El Puerto), mientras que,

por carencia de repobladores, otras quedaron como bastiones fronterizos, caso de Medina, Alcalá y Vejer. En este

marco, Alfonso X consideró a Cádiz como la plataforma adecuada para crear un distrito o, quizás, el centro de un

nuevo reino cristiano, según las pautas seguidas en Córdoba o Jaén. A inicios de 1263 se restaura en ella la

antigua sede episcopal de Sidonia. En razón a lo que ha señalado Manuel González Jiménez su estratégico

emplazamiento facilitaría el control de la comarca del Guadalete, la defensa del territorio de eventuales ataques por

mar y en política exterior la continuación de las acciones emprendidas en 1260 con la ocupación y saqueo de la

plaza norteafricana de Salé. Un primer paso -referido más arriba- se da en 1262 con la llegada a la

desmantelada villa gaditana de un contingente de cien repobladores, a los que se les otorgaron casas y lotes de

tierras en cinco alquerías sitas entonces en su término municipal: Campix, Fontanina, Grañina, Poblanina y Finojera.

No hay constancia de que el reparto se llevase acabo pero en todo caso, debió interrumpirse con la revuelta

mudéjar de 1264. Sofocada ésta, se instalan inmediatamente doscientos repobladores más y a las alquerías citadas-

repartidas nuevamente en 1268- se añadieron seis, ubicadas como las anteriores en la campiña porteña: Casarejos,

Bayna, Villarana, Bollullos, Machar Tamarit y Machar Grasul. El proceso se paralizó definitivamente en 1275,

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reparto de casas y solares en Santa María de Puerto, ante el arribo de sucesivas oleadas de contingentes mariníes

que azotaron la región durante una década. Con posterioridad a esta fecha la inestabilidad política continuará, pero

entendida como algo connatural a una base naval y de abastecimiento de la frontera. Pero esto es Historia del

próximo capítulo.