Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

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Por África Lorente Castillo

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Leonor, médica del hospital clínico de Barcelona, pierde a su marido y decide cambiar el rumbo de su vida marchando a la Amazonía brasileña. La aventura, el amor, la amistad y el compromiso recorren esta historia.

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Por África Lorente Castillo

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A Agustín Marina

AL OTRO LADO DEL CREPÚSCULO ı 2

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Las puertas que bajan del cielo se abren sólo por dentro.

Para cruzarlas, es necesario haber ido antes

al otro lado con la imaginación y los deseos.

Así lo hizo aquella tarde la mujer que hoy recuerdo

y así tendremos que seguir haciéndolo, cada día

nuestro, todas las mujeres. Después uno va y viene

por el umbral como si fuera un pájaro, sin dejarse pensar

ni cuándo ni hasta cuándo volverá hasta el alero que ha

cobijado las migas de su eternidad. Sin miedo, o mejor dicho,

aptas para desafiar a diario los miedos que les cierren el camino.

Ángeles Mastretta <<El cielo de los leones>>

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PRIMERA PARTE

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UNO

Leonor Ayala Aledo se sintió quebrada y sin asideras emocionales a

las que engancharse después de la muerte de su marido Víctor. Caía por un

terraplén sin obstáculos cuando un hecho sin mayor importancia liberó su

autoestima que vivía comprimida dentro de una botella sellada con lacre.

Sucedió después de una noche divertida en compañía de su amiga María.

Leonor se despertó de súbito, a su lado el hombre con el que había

pasado la noche. Para no perturbarlo se deslizó suavemente por la cama

hasta tocar con un pie el suelo. Fue recogiendo una a una sus ropas

esparcidas por toda la habitación y, cuando estuvo vestida, la abandonó

con sigilo.

Se dirigió a casa en un taxi que había tomado en la puerta del hotel.

Durante el trayecto el taxista intentó varias veces darle conversación, pero

ella no lo escuchaba. Cuando respondía se limitaba a emitir monosílabos

por seguirle la corriente de alguna manera porque la cabeza estaba

ocupada en su propia angustia: rodaba sin querer hacia el declive, sentía la

vida en un crepúsculo y carente de sentido.

Al llegar subió en el ascensor y una vez abrió la puerta echó un

vistazo a aquel piso que, a pesar de tener apenas cincuenta metros

cuadrados, cada vez le parecía más grande y desolador. Cerró la puerta y

fue directamente al cuarto de baño para tomar una ducha. Desnuda delante

del espejo, con los ojos semicerrados, descubrió unas intensas ojeras. La

noche había sido demasiado larga en brazos de aquel kurdo desconocido

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de grandes ojos y nariz prominente con el que había ido a la cama por puro

deseo sexual. No recordaba con claridad lo sucedido, le dolía la cabeza.

Abrió el cajón de la derecha del armario del lavabo para sacar un par de

Alka-Seltzer, los tomó y se metió en la ducha con la esperanza de que las

pastillas y el agua produjeran un efecto beneficioso. Cuando acabó de

secarse el pelo, se fue a la cama.

Cuando despertó eran las cinco de la tarde. Tenía el domingo libre.

Se estiró la melena hacia atrás, como si ese gesto la ayudara a

espabilarse. Las ojeras siguen igual que antes, pensó. Inspiró con

intensidad por ver si de esa manera le entraban nuevos bríos. El teléfono

empezó a sonar, pero no tenía ganas de cogerlo, así que lo dejó hasta que

saltó el contestador.

—Hola, soy Leonor Ayala, deja tu mensaje por favor.

Al otro lado de la línea su amiga María, ansiosa por saber qué pasó

después de haberla dejado bailando con aquel kurdo. Se moría por conocer

los detalles del encuentro. Siempre preocupándose por mí, pensó Leonor.

Recordó entonces lo sucedido la noche anterior. No es que se arrepintiera,

pero no era su estilo. Hacía meses, muchos meses, que no estaba con

alguien en la cama. ¿Quizás era puro instinto animal? Por qué darle tantas

vueltas, lo había pasado bien y eso era todo.

Decidió vestirse con ropa cómoda, no le tocaba ir al hospital, había

cambiado la guardia con un compañero. Fue a la cocina, de la nevera sacó

tres piezas de fruta y mientras las comía, sentada a la mesa, ojeaba el

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periódico para elegir una película. El jugo de la fruta al bajar por la garganta

parecía aportarle la energía desgastada. Una vez decidió la película se

dispuso a salir, pero recordó que antes, como cada domingo, debía cumplir

el ritual: llamar a su madre. Repitieron la conversación de siempre, la madre

la echaba de menos, ella también y así continuaron un rato repitiendo frases

parecidas a las de los domingos anteriores.

Al colgar el teléfono, se quedó mirando las fotos que había sobre el

aparador, en una de ellas aparecían sus padres, ella la había hecho un día

de agosto durante las fiestas del pueblo. La tomó en sus manos durante

unos segundos, se entretuvo en el recuerdo que capturaba la que había

sido la última foto de los dos antes de que su padre muriera. La puso de

nuevo donde estaba para echar un vistazo a las otras, como si hiciera un

repaso rápido a su vida. Se detuvo en la de Víctor, su marido, y mientras lo

hacía dos lágrimas empezaron a caerle, hasta que la mano les cortó el

camino. Negó con la cabeza para deshacerse de un pensamiento que no

tocaba y fue a coger el bolso para ir al cine.

Mientras conducía volvió sin querer a la noche anterior, demasiado

alcohol para alguien que apenas bebe, se dijo. La primera copa que le

ofreció aquel hombre, después una más, la habitación de hotel, y una

pasión violenta en brazos de un desconocido. <<Ya está bien ¿No hemos

quedado en que no tenía la mayor importancia?>>, dijo.

Entró en la sala casi vacía para elegir una butaca de la parte trasera

en la que pudiera estirar las piernas todo lo que el asiento de delante le

permitiera. Desde el principio al final no logró encontrar un especial encanto

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a aquella historia que contenía buenas imágenes, una fotografía casi

perfecta, pero parecía hecha para lucimiento del actor principal. No le gustó

demasiado. Lo mejor habían sido las imágenes de la selva amazónica. Una

aparente aventura que acaba en un anodino romance. Mejor haberse

quedado en casa delante del televisor o leyendo un buen libro, aunque su

cabeza no estuviera para lecturas.

De regreso a casa las calles se habían llenado de coches. Encendió la

radio para hacer más llevadera la caravana mientras canturreaba algunas

de las canciones que oía, la música era una de las cosas que la

desconectaba de sus preocupaciones. Después de un largo rato en el coche

llegó a su casa con el mismo ánimo con el que había salido: el cine no la

había distraído demasiado de su rompecabezas. Al entrar, observó que el

contestador parpadeaba.

—Soy yo otra vez, María. Llámame cuando puedas.

Descolgó el teléfono con desgana para marcar el número de su

amiga. <<Está bien, tomaremos un café y te lo contaré>>, acabó diciendo.

La amiga no se conformaba con un café, quería la historia completa, con

pelos y señales.

—Mañana nos vemos y si quieres quedamos con tiempo

—respondió Leonor para zanjar la conversación.

A la mañana siguiente el despertador sonó a las seis, como cada día.

Se preparó un zumo de naranja y unas tostadas con aceite y sal, su

desayuno preferido. Después salió a correr un rato por el parque cercano a

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su casa haciendo el recorrido habitual. De vuelta, se preparó para ir al

trabajo con la misma prisa que de costumbre. Salió en dirección a la

estación de metro que quedaba a dos manzanas. Prefería el transporte

público a usar su coche, entre otras razones porque el trayecto, con unas

cuantas paradas hasta llegar al destino, le permitía leer la prensa.

Cuando entró en el hospital le dijeron que su jefe quería verla, pero

antes de acudir a la llamada del coordinador de departamento fue hasta su

despacho a cambiarse. Encima de la mesa había una nota: Dra. Ayala, el

Dr. Rius quiere verla. No tenía idea a qué podía obedecer tanta insistencia.

Cuando llegó a la puerta de su jefe llamó, pero nadie respondía, estaba

vacío. Echó un vistazo por encima de la mesa rebosante de papeles y no

fue capaz de encontrar ningún indicio de lo que Joan pudiera querer de ella

con tanta urgencia. Se dirigió entonces al ala del hospital en que solía

trabajar y allí lo encontró.

—Hola, Joan. ¿Para qué querías verme?

—Me gustaría oír tu opinión sobre el paciente de la 206, aquel que

ingresó el viernes con malaria ¿Lo recuerdas?

—Pero si sabes de esa enfermedad más que nadie en este hospital,

por eso eres el Director del Departamento ¿No?

—Sí, está bien, pero quiero tu opinión, échale un vistazo cuando

puedas. Hoy tendremos sesión a las nueve y media en mi despacho, te

vienes un poco antes y lo comentamos.

—Pasaré consulta a mis pacientes y luego veo al de la 206. ¿Te

parece?

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—De acuerdo.

Cuando iba por el pasillo, recibió un mensaje en su móvil: A las once

en la cafetería. María ¡Que insistencia la de su amiga!, pensó mientras

sonreía.

Al terminar la visita a sus enfermos, hizo lo prometido con el de la 206,

luego se dirigió al despacho de Joan Rius.

—¿Qué querías que viera exactamente en ese paciente?

—Dame tu opinión.

—He estado echando un vistazo a tu informe y no tengo nada más

que añadir.

—Bien.

—¿Qué quiere decir bien?

—Leonor, sabes que me falta poco tiempo para la jubilación, apenas

un año, y me gustaría proponerte como mi sustituta, tu experiencia de

dieciséis años te avala, esa es la razón por la que quiero compartir de vez

en cuando nuestros puntos de vista respecto a los pacientes.

—Es halagador que pienses en mi Joan, pero no. No me apetece

trabajar con la responsabilidad de un equipo sobre mis espaldas. Puede

parecer egoísta, poco profesional o qué se yo. Quiero un tiempo para mí,

esa podría ser la excusa. No te lo tomes a mal.

—Deberías olvidarte de Víctor ¿Es eso, verdad, lo que te tiene

preocupada? Entiendo tu situación, aún no te has recuperado, pero va

siendo hora de que efectivamente pienses en ti, aunque para ello no es

necesario hacer renuncias.

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—Sí, es fácil cuando uno no está implicado —dijo con resignación.

—Dejemos tu estado de ánimo, tenemos mucho tiempo por delante

para que puedas recapacitar respecto a lo que te he dicho, no obstante, ya

sabes que la última palabra no la tengo yo, aunque creo que mi opinión

contará cuando deban tomar una decisión los que tienen que hacerlo.

—Gracias de nuevo, Joan, pero sigo creyendo que te equivocas de

persona.

—Sólo te pido que lo pienses. Nos vemos esta tarde en la reunión de

Departamento.

A las once entró en la cafetería, apenas quedaba gente almorzando.

María compartía mesa con otro médico.

—Hola, Leonor.

—Me voy, se me ha acabado el tiempo —se despidió el compañero de

mesa de María.

—Doctora López Andrade, doctora López Andrade, persónese en

traumatología —se oyó por los altavoces.

—¡Otra vez me voy a quedar en ascuas con tu asunto del sábado!,

dijo María. Ya sabes, los lunes son horrorosos en trauma. ¿Quedamos hoy

a cenar?

—No puedo, tengo guardia, pero…mañana, si te parece.

—De acuerdo. En el restaurante Attic a las nueve y media. Yo reservo.

Hasta luego.

—Hasta luego.

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Leonor pasó el resto de la mañana deambulando por el hospital,

cumplía el trabajo con cierta desgana. Pensó en las palabras de Joan,

seguramente estaba en lo cierto respecto a Víctor, iba siendo hora de tomar

interés por otras cosas, pero no sabía cómo hacerlo. Habían pasado

bastantes meses desde su muerte y fuera como fuera, su marido no iba a

volver.

Llegó la última a la reunión de Departamento. La pequeña sala estaba

llena de médicos expectantes.

—Pasa, siéntate. Es mejor que todos estéis bien acomodados. Lo que

os tengo que comunicar no es precisamente una noticia de mi agrado, pero

me toca —dijo Joan Rius en tono serio.

—¡Venga, Joan, que parece que nos vas a anunciar el fin del mundo!

—exclamó uno de los médicos.

—Sabéis los problemas de gestión que tenemos últimamente en el

hospital. La gerencia nos ha comunicado a los directores de departamento

que nuestra área de influencia será más pequeña, es decir, atenderemos a

un número menor de pacientes. Eso significa, como podéis imaginar, una

reducción de plantilla. Desconozco hasta dónde llegará, nos lo comunicarán

más tarde, de momento están negociando con la administración esa

cuestión, pero me temo que alguno de vosotros tendrá que buscar otro

destino.

—¿Así, y ya está? —Interrumpió una de las asistentes.

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—Tal vez tenía que haber esperado a tener datos más concretos para

comunicarlo, pero he pensado que cuanto antes los supierais, mejor se

podría resolver de manera satisfactoria esta situación. Es posible que

alguno de vosotros tenga una alternativa y decida marchar antes de un

posible despido.

—¿Y cuándo se sabrá algo?

—Tres meses, cuatro tal vez, pero no más.

Empezaron a comentar entre ellos, las conversaciones se cruzaban.

—¿Qué le pasa a Leonor, está como ausente? —preguntó uno de los

médicos a su compañero de silla.

—Es que su marido, haciendo submarinismo en las islas Medas, no

hizo la descompresión y se murió. Está muy afectada.

—Sí, eso lo sé ¿Pero hace tiempo no?

—Sí, hace tiempo, aunque le cuesta recuperarse.

Leonor optó por marcharse de la reunión sin que nadie se apercibiera.

Le daba igual, no sentía la menor preocupación por el puesto de trabajo.

Incluso pensaba comentarlo con el Comité de Personal. No se veía con

fuerzas para las negociaciones, sería mejor dejar paso a otro que ocupara

su lugar en el comité y defendiera los intereses de todos con mayor

entusiasmo. Al salir de la reunión tropezó con una señora que sostenía un

ramo de flores.

—Hola, doctora Ayala, la estaba buscando. Tenga, esto es para usted

—dijo acercándole el ramo de flores.

—¿Para mí?

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—Sí, se ha portado usted muy bien con mi hijo. Cuando volvió de

Uganda todos creíamos que su vida se perdía y usted lo salvó.

—No gracias, no puedo aceptarlo, eso ha sido un trabajo de equipo y

yo soy una más en él.

—Acéptelo, por favor. No sabe lo agradecidos que le estamos.

—No, lo siento. Discúlpeme, tengo trabajo.

Dio media vuelta sin más, dejando a la señora con el ramo de flores y

cara de no entender qué le hacía rechazar un regalo tan sencillo sin saber

que Leonor nunca los aceptaba de los pacientes.

La guardia de la noche era tranquila, no había movimiento en el

hospital. Pasó muchas de las horas delante de un televisor, aunque

prestando poca atención. Mientras las imágenes pasaban delante de sus

ojos recordó aquella noche con el kurdo ¿Qué la había llevado a acabar, sin

más, en la cama de aquel hombre? Fue un despropósito. Tal vez le daba

demasiada importancia, quizás comentarlo con María no fuera tan mala

idea, aunque se sentía agotada como para ir a cenar. Cuando salió de la

guardia la llamó.

—¡Hola! ¿Cómo te ha ido la noche? Espero que no estés muy

cansada para la cena de hoy —dijo María.

—Te llamo por eso precisamente. Estoy cansada, no me apetece salir.

No te estoy dando esquinazo, pero de verdad me apetece quedarme en

casa y descansar.

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—¡Bueno! —dijo María en tono displicente—. No te preocupes, hoy

tampoco me iba bien, Xavier ha vuelto de viaje antes de lo previsto y está

en casa.

—Mejor quedemos el viernes, entonces. Si no me equivoco las dos

tenemos el sábado libre y podremos alargar la noche.

—Ya no me fío mucho de ti. Está bien, llamo al restaurante y cambio

la reserva para el viernes a la misma hora ¿De acuerdo?

—Sí, de acuerdo. Hasta luego, me voy a dormir, lo necesito.

—Que descanses.

Llegó a casa y encendió muchas luces, como si de esa manera se

sintiera acompañada. Se le habían quitado las ganas de dormir. Se dirigió a

la estantería para coger uno de los libros de poesía que solía releer. Entre

sus hojas encontró un poema de Lola, una de sus compañeras de trabajo.

Volvió a leerlo porque cuando lo hacía recordaba con qué cariño se lo había

regalado.

De NadaCuando el inevitable hechizo de la noche                — me asalta —de nada, sirve ya la serenidad reconquistada. De nada, cuando el cuerpo se rebelapara buscarte en el vacío                — desesperadamente — De nada, cuando traicionero, clamainsistente, incesante, que ni siquiera

sé el espacio donde imaginarte.

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 Por eso, a medida que la noche       — inexorablemente avanza —por debajo de la nada, el pensamiento       me arroja                           sí, proclamaque no importa el lugar en que te encuentresporque el  inevitable hechizo de la noche,

                           también a ti te asalta. Sólo que, en lugar de abrirte paso en el vaciopara     —desesperadamente amarme—desde otro cuerpo,                                           tú,lejos de rebelarte,                               acaso ya,                                                ni te defiendes.

Lola Irún

Cuando leía aquel poema pensaba siempre en Víctor, aunque él ya no

pudiera ni desde otro cuerpo, ni desde ningún otro lugar, rebelarse o

defenderse. Se había quedado dormida en el sofá con el libro caído en su

regazo. Despertó a la hora de comer, fue a la nevera y sacó del congelador

una de esas comidas precocinadas que sólo había que calentar en el

microondas. Se le hacía tarde para la sesión de psicoanálisis. Acabó de

comer y después de tomar café se arregló. Con el maquillaje daría un

aspecto más relajado a la cara porque las ojeras no habían marchado aún.

Se pintó los ojos de manera discreta, dio un poco de brillo a los labios y

acabó recogiéndose la melena en una cola. En el armario buscó un traje

que estuviera de acuerdo con su estado de ánimo, algo discreto. Bajó los

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cinco pisos que separaban su casa del aparcamiento en ascensor y cogió el

coche para dirigirse a la consulta.

Al pulsar el timbre nadie abrió la puerta. Le pareció extraño, eran las

cuatro y media, la hora a la que había quedado. Sacó la PDA para

cerciorarse y se dio cuenta del error: tenía la visita una hora más tarde,

había olvidado que en la última sesión la cambiaron.

Cruzó la calle para entrar en un bar a tomar un cortado. En el pequeño

bar, con olor a aceite requemado, no había más que una señora gruesa y

entrada en años detrás de la barra. <<Siento no poder servirla está cerrado

aunque puede probar en la esquina, saliendo a la izquierda, ese local suele

estar abierto>>, le dijo.

Entró en el café, uno de esos que se habían puesto de moda hacía

algunos años en Barcelona con sucursales por todas partes: “El café de

Roma”, enfrente del hospital había uno igual. Una luz un tanto apagada para

una cafetería, pensó. Para hacer tiempo cogió uno de los diarios que estaba

colgado de un gancho en la pared. Ojeándolo encontró la noticia que les

había comentado la tarde anterior Joan Rius y se detuvo en ella. Se hablaba

de la reducción de plantilla en el Hospital junto a una posible sustitución en

la Gerencia. Seguía sin preocuparle, había formalizado su dimisión del

Comité de Personal, eso la liberaba de compromisos. Acabó de tomarse el

cortado y pagó para dirigirse de nuevo a la consulta del psicoanalista.

Llamó al timbre para que le abrieran la puerta del zaguán. Subió en

ascensor, uno de esos antiguos que aún quedaban en el barrio del

Ensanche, con puertas de madera, asiento y espejo que parecía transportar

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a principios de siglo. Olía a perfume de hombre, como si alguien hubiera

aprovechado para darse el último toque delante del espejo. En la puerta la

esperaba el terapeuta que le estrechó la mano.

—¿Qué tal?

—Aparte de que he venido con una hora de antelación, bien.

—Interesante dato. Pase.

Leonor se estiró en el diván y empezaron por comentar el que hubiera

llegado una hora antes como un posible estado de ansiedad, aunque ella lo

negó, prefería creer que era pura desorientación causada por el tipo de vida

que llevaba. Quiso reconocer, eso sí, que su carácter se volvía cada vez

más agrio, que era muy selectiva a la hora de elegir amigos, de hecho, sólo

se relacionaba con María y poco más. Se estaba volviendo una adicta al

trabajo, lo que suponía, según ella, un mal signo, un declive imparable. El

analista le preguntó si no se había planteado un cambio de trabajo, aunque

fuera en el mismo hospital. Se sentía cómoda con lo que hacía, pero iba a

reflexionar al respecto, quizá se le ofrecieran nuevas oportunidades.

Era Víctor lo que seguía pesando sobre su manera de comportarse.

Intentaba superar su desaparición, pero sin querer, se encerraba más y más

en si misma. Él había estado siempre a su lado desde que eran muy

jóvenes. Ambos se apoyaban mutuamente. Fueron una pareja con altos y

bajos en la relación, como otra cualquiera, pero siempre hubo entre ellos

muchas cosas que los unían. El analista le sugirió buscar cosas diferentes

al trabajo, alguna actividad que le gustara y ocupase su tiempo libre, a la

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vez que le permitía hacer nuevos amigos que la ayudarían a superar poco

a poco la pérdida de Víctor.

Al acabar la sesión no salió mucho mejor de lo que había entrado,

pero al menos quedaron pendientes unas cuantas preguntas a las que

debía encontrar respuesta con el tiempo.

Se encaminó hacia el aparcamiento en donde había dejado su Audi

A3 con el que condujo hasta la playa de San Sebastián. Eran los últimos

días de primavera, aún le quedaban un par de horas de luz solar que

aprovecharía dando un paseo. Aparcado el coche, se descalzó las botas y,

a paso lento se dirigió por la arena hacia la orilla del mar. Con los

pantalones remangados hasta la rodilla empezó a caminar por el agua, un

poco fría, pensó, sintiendo las olas golpear sus piernas. Le gustaba el olor a

mar, el movimiento y recurría a él cuando necesitaba pensar. Caminó

durante algo más de media hora, mientras lo hacía, recordaba la

conversación con el psicoanalista. Sin duda no era una cuestión laboral, en

su trabajo se sentía cómoda a pesar del cansancio, eran sus relaciones, los

amigos, a los que tanto había descuidado en los últimos meses.

Seguramente él tenía razón al respecto.

Llegó a casa a las ocho de la tarde y se dijo que aún le quedaba

tiempo para ir al gimnasio. Cogió la bolsa de deportes del armario de su

habitación, la abrió para comprobar que contenía todo el equipo y salió de

casa. En la recepción del gimnasio se encontró con una de las personas

con las que coincidía habitualmente.

—¡Leonor, cuánto tiempo sin verte! ¿Es que ya no vienes por aquí?

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—Sí, cada día, a no ser que tenga guardia, ya sabes, pero he

cambiado la hora, vengo un poco antes. Hoy tenía unos recados que hacer

y por eso se me ha hecho tarde.

Antes de entrar en la sala de máquinas recogió un diario con el que

distraer su pedaleo en la bicicleta estática. Vio la noticia del congreso que

se celebraría en la Universidad Menéndez Pelayo de Valencia al que ella

tenía previsto asistir con Joan Rius. Para ser un congreso al que acudirían

1.600 expertos el diario dedicaba poco espacio. Lo que no tiene

trascendencia mediática no existe, esa es la cruda realidad, pensó.

Al levantar la cabeza del diario vio que se le acercaba Luís, un

compañero de hospital que siempre había mostrado interés por ella.

Cuando se saludaron con un par de besos Luís le recordó que tenían

pendiente una cena, así que debía encontrar un hueco. Prometió que lo

intentaría, pero estaba muy ocupada en el hospital y siempre salía tarde y

cansada. Quedaron en llamarse para buscar un fin de semana que le fuera

bien a los dos. Se marchó pensando en el encuentro con Luis por el que no

sentía interés, aunque le pareciera una buena persona.

Se había hecho de noche y, aunque el verano estaba próximo, por las

calles apenas se veía gente, así que al dejar el coche en el aparcamiento

decidió disfrutar de esa soledad que tanto le gustaba. Paseaba observando

las luces de las viviendas e imaginaba la vida que habría en cada una de

aquellas casas, la felices y las infelices, las de los cansados de compartir y

la de las parejas recién constituidas y regresó tras el pequeño paseo con el

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ánimo algo recompuesto porque después de todo era capaz de imaginar

vidas mucho peores que la suya.

Al entrar en el piso, dejó junto a la puerta la bolsa de deporte que

había recogido del y se dirigió por el pasillo hacia la cocina para sacar del

congelador un preparado de verduras. No le gustaba cocinar, así que su

nevera siempre estaba provista de esos precocinados que compraba en el

supermercado por decenas. No era una alimentación idónea, lo sabía, pero

en el hospital procuraba compensarlo con menús equilibrados. Mientras se

calentaban las verduras en el microondas, puso música de Miles Davis y

preparó la mesa. Después de cenar, apagó la música y fue a lavarse los

dientes. Delante del espejo comprobó que sus ojeras, por fin, habían

desaparecido. Aunque era temprano, estaba cansada y se fue a dormir.

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DOS

Llegaron al restaurante Attic por separado. En una mesa con vistas a

las Ramblas se sentaba María en animada charla con el maître. No había

mucha gente, cosa extraña tratándose de un viernes, que en aquel

restaurante significaba lleno seguro. Cuando llegó junto a su amiga se

saludaron con un par de besos.

—Siento haber llegado tarde, habrás visto cómo está el tráfico —dijo

Leonor.

—Yo he venido en metro, he pensado que luego me llevarás a casa,

cada vez me da más pereza conducir y como sé que a ti te encanta...

—Me encanta cuando voy por una carretera despejada, pero por estos

atascos que se organizan a veces en Barcelona no me gusta tanto.

—¿Os parece bien la mesa que os he reservado? —preguntó el

maître.

—Ah, sí, perdona Bruno, ni siquiera te he saludado. Sí, es un sitio

estupendo, como siempre.

Mientras esperaban que les sirvieran la cena hablaron del

desasosiego que reinaba entre el personal del Clínico por la reducción de

plantilla. Algunos habían empezado la búsqueda de un nuevo trabajo. <<Tal

vez esa sea una oportunidad para muchos>>, comentó Leonor. María no

coincidía con ella. Estaba preocupada, no era el mejor momento para

cambiar después de dieciséis años de experiencia. Además, con su

tratamiento de fecundidad asistida, ni a ella ni a Xavier le iban a hacer

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mucha gracia las incertidumbres. No era la mejor manera de recibir a una

criatura, con una madre en paro. Ellas no tenían por qué preocuparse, dijo

Leonor, si había reducción, era lógico que empezaran por los que entraron

los últimos, no le inquietaba lo más mínimo.

Una camarera les sirvió los primeros platos.

—A lo nuestro. Cuéntame lo del sábado con ese kurdo

—propuso María con voz entusiasmada.

—No hay nada que contar, un buen revolcón y nada más, no fue

importante.

—¡Toda la semana esperando que me cuentes la historia y eso es todo

lo que se te ocurre! ¿Un buen revolcón? —preguntó María en tono burlón.

—Es que no fue más que eso, no sé quién es, ni su número de

teléfono, ni siquiera sé si vive aquí o en Pernambuco. Fue una buena

noche y ya está, de verdad, María, no vale la pena darle más vueltas.

Deberías preguntar cómo estoy, eso es lo importante —dijo Leonor con una

sonrisa forzada.

—Está bien, me estás llamando cotilla, lo entiendo. Que quiera saber

lo que ocurrió no es incompatible con que me preocupe por ti. A veces dices

las cosas como si no nos conociéramos.

Leonor se dio cuenta de lo desafortunado de su comentario y en un

intento por desviar la conversación se puso a hablar de la última sesión con

el psicoanalista en la que había surgido la necesidad de relacionarse más.

María estaba de acuerdo porque ella misma había insistido en ese punto sin

logar el menor éxito, así que al hilo de la conversación se le ocurrió

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proponer un encuentro con su antiguo grupo de amigas con las que Leonor

había perdido el contacto. Recuperarlas podría ser positivo. <<Compartir los

problemas con los amigos siempre ayuda>>, dijo María.

—No estoy muy segura de eso.

—Yo creo que cuando alguien pasa un mal momento lo peor que

puede hacer es encerrarse en si mismo. No quiero pasarme de sincera,

pero tu actitud con la gente, los amigos, después de lo de Víctor, no ha sido

buena para ti.

Leonor quiso desviar de nuevo la conversación, porque le costaba

reconocer lo que su amiga decía y tampoco quería enzarzarse en una

discusión que no le apetecía. Así que, sin venir a cuento explicó el

encuentro con Luís y que seguía insistiendo en invitarla a cenar. María

quiso saber porqué seguía siendo tan exigente. <<Aún recuerdo lo que le

costó a Víctor conquistarte>>, le dijo.

—¡María, deja de una vez a Víctor en paz!

—Disculpa, no pretendía herirte. Reconozco que el comentario ha sido

desafortunado. Perdona.

—Perdóname tú, estoy demasiado irascible.

—No te preocupes.

—Por cierto ¿Cómo está Xavier?

—¿Xavier?

—Bueno, es que hace tiempo que no lo veo.

—Está en Munich, viajando mucho, como siempre, pero ya me he

acostumbrado.

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—Tal vez por eso apenas os peleáis —ambas se rieron.

—¿Qué te parece si quedamos con nuestras amigas para ir a aquella

casa rural, a la que nos llevaste en Semana Santa del año pasado?

—¿Te refieres al Querol Vell, aquella del Berguedà?

—Sí, a esa.

—No quiero que pienses que no pongo de mi parte. Si te apetece,

organízalo.

—¿Qué tal dentro de dos fines de semana?

—No me va bien, voy a Valencia a ese congreso de parasitología, es

muy importante para mí. Vienen 1.600 expertos de todo el mundo y

presentamos una ponencia sobre malaria. Debo prepararme a conciencia.

—Ah, sí, algo me habías comentado y el otro día lo leí en la prensa,

parece interesante.

—Lo es. Voy con Joan Rius que está entusiasmado con la ponencia.

—Esperamos que pase el congreso y organizo lo del Querol Vell.

Buscaré un fin de semana en que Xavier y yo no coincidamos.

—De acuerdo.

En el restaurante quedaban pocos clientes. El maître se les acercó.

—¿Os apetece un chupito?

—No, gracias ya nos vamos ¿Nos podéis traer la cuenta, por favor?

—preguntó Leonor.

—¿Habéis cenado bien?

—Sí, como siempre.

Page 27: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

—Hacía tiempo que no os veía por aquí, en cambio, vuestras amigas

suelen venir casi cada fin de semana, es raro que no hayáis coincidido.

—Mucho trabajo. Ya sabes que las guardias en el hospital caen donde

quieren y algunas en fin de semana —contemporizó María.

—Espero veros pronto. Buenas noches.

—Buenas noches.

María y Leonor se dirigieron Rambla arriba para ir a buscar el coche a

la Plaza de Cataluña. Aunque era relativamente tarde, las ramblas estaban

a rebosar, sin duda porque la temperatura era muy agradable. Era un

conglomerado de turistas, lenguas diferentes, gente que bajaba y subía, un

espectáculo digno de ser observado.

—¿Qué te parece si tomamos algo aquí en el Zurich antes de irnos?

—preguntó María.

—Me parece bien, la noche invita a quedarse un rato, no hace nada

de frío. Además, fíjate cómo está de animado, si parecen las ocho de la

tarde.

El Zurich seguía concentrando a una clientela muy diversa, muchos

turistas paraban allí por su cercanía a las Ramblas y la Plaza de Cataluña

puntos ineludibles en cualquier guía de Barcelona para visitantes. Se

sentaron en la terraza exterior. María retoma la conversación sobre el

encuentro con las amigas e insiste en lo importante que puede ser retomar

aquella amistad. Están en animada charla cuando de una mesa se levanta

una persona que se acerca a saludarlas.

Page 28: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

—¡Hola! Os he estado observando un rato porque no sabía si erais

vosotras. ¡Cuanto tiempo!

—¡Hola, Toni! ¿Cómo te va? —dijo Leonor.

—Bastante bien, aprovechando los últimos días en Barcelona.

—¿Los últimos días en Barcelona?

—Me marcho a trabajar en un proyecto de cooperación al que

dedicaré un año. Hace tiempo que quería hacer una cosa así y ahora me ha

surgido la oportunidad. Estoy muy ilusionado.

—Nunca es tarde si la dicha es grande.

—Sí, ya sé que he hablado mucho sobre esa idea y nunca la he

llevado a cabo, pero ya veis, ahora sí.

—Espero que te vaya bien —comentó Leonor.

—Antes de irme quisiera salir un día a dar una vuelta contigo y

mantener una charla.

—No me parece una idea muy apropiada, para mí está todo en su

justo lugar, después de tanto tiempo no creo que valga la pena.

—Precisamente porque el tiempo ha debido poner muchas cosas en

su sitio necesito hablar contigo antes de irme. Éste encuentro me ha venido

bien porque iba a llamarte por teléfono

—Está bien, llámame la semana que viene y quedamos —dijo a

regañadientes.

—¿Tu número de móvil sigue siendo el mismo?

—No, te anoto el nuevo.

Leonor cogió una servilleta de papel y escribió su número.

Page 29: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

—Te llamo. Me alegro de haberos visto. Hasta luego.

—Adiós —dijeron al unísono.

María hizo saber a Leonor que le parecía bien que hubiera aceptado

la invitación de Toni. La hizo pensar en cómo había sufrido Toni la pérdida

del que fuera su mejor amigo y por qué no podía ser aquel un buen

momento para reconducir una amistad rota por malos entendidos. Leonor

no quiso añadir ningún comentario. Se limitó a mirar el reloj e indicar que

era hora de marchar.

Page 30: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

TRES

Rius no pudo asistir al Congreso con Leonor que hubo de hacerse

cargo de la presentación de la ponencia que habían preparado

minuciosamente sobre los trabajos del equipo que en Manhiça,

Mozambique experimentaba una vacuna contra la malaria.

Leonor esperaba que le dieran habitación en la abarrotada recepción

del hotel Sidi Saler en donde se alojaba la organización y los ponentes del

congreso internacional de enfermedades infecciosas y bioterrorismo. A su

lado estaba Jean Carneveau, coordinador de la Organización Mundial de la

Salud.

—¿Qué tal doctora Ayala?

—Muy bien doctor Carneveau. Es un gran honor poder compartir con

usted una de las mesas de este congreso.

—No, por favor, el honor es mío. Los estudios del equipo de Salud

Internacional de su hospital sobre la malaria en África me parecen muy

interesantes. Esa vacuna que ustedes experimentan puede ser un gran

avance.

—Aquí tiene su llave, doctora Ayala, habitación 404. Un botones le

subirá enseguida el equipaje. El ascensor que lleva a la habitación lo

encontrará en el pasillo que hay a su izquierda. Que tenga una feliz

estancia —dijo el recepcionista.

Page 31: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

—Muchas gracias. Bien, doctor Carneveau, supongo que nos iremos

viendo y tendremos oportunidad de charlar un rato. Le explicaré nuestra

experiencia en Mozambique de manera particular dado su interés.

—¡Cómo no! Estaré encantado. Me interesa lo que los doctores Rius,

Osnola y su equipo están haciendo desde el Clínico de Barcelona.

—Nos vemos entonces. Hasta luego.

A la mañana siguiente empezaba el Congreso. Varios autocares

recogieron a los congresistas en el hotel para llevarlos al campus de

Burjassot en donde la Universidad organizaba el encuentro de

parasitólogos.

Leonor compartió ponencia con algunos de los más reputados

expertos en malaria venidos de África, había coincidido con algunos de ellos

cuando estuvo en Mozambique y posteriormente en Tanzania.

Si los otros ponentes hablaron de la trágica realidad con la que se

encontraban cada día, los cientos de caídos por enfermedades infecciosas,

Leonor partió de la tragedia para poner un punto de esperanza en el

combate contra la malaria. Desmenuzó de manera prolija el proceso de

investigación del equipo liderado por Osnola y Rius, los pequeños avances,

pero importantes, con una vacuna contra ese mal de muchos países del

mundo, vacuna que se había mostrado eficaz en un 30% de los casos, un

avance considerable si se tenía en cuenta que hasta la puesta en práctica

de su vacuna se partía prácticamente de cero. No olvidó solicitar la

concurrencia de los organismos internacionales como la OMS para que

Page 32: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

actuaran de conciencia sensibilizadora ante las grandes potencias

farmacéuticas, más sensibles al rendimiento económico que a salvaguardar

la salud de los desheredados del mundo.

Al término de la mesa redonda fue e felicitada por muchos de los

asistentes al Congreso. Ella les agradecía su amabilidad con la mejor de

sus sonrisas. Era cierto que se lo había preparado a conciencia y que

contaba con una amplia experiencia en países africanos, pero se sentía un

poco abrumada ante tanto reconocimiento. En el fondo, creía ser una

privilegiada frente a los demás que vivían sus experiencias en continuo

contacto con la dura realidad que afectaba a millones de personas en el

mundo. Ella podía volver a Barcelona después de pisar territorio africano y

eso era una gran diferencia frente a aquellos médicos que siempre estaban

en contacto con aquella dura realidad.

En la comida que siguió a la mesa redonda coincidió con un

responsable de la OMS, que durante la sobremesa le sugirió la posibilidad

de trabajar para dicho organismo. Leonor estaba agradecida por la

propuesta, pero declinó la oferta sin pensárselo, sin dar oportunidad a su

interlocutor de explicarse. No entraba en sus cálculos abandonar Barcelona.

El Congreso fue un éxito en cuanto a intercambio de experiencias,

pero reinaba el pesimismo entre los asistentes, incapaces de encontrar

fórmulas que ayudaran a paliar muchas de las enfermedades que

diezmaban la población del tercer mundo. “¿Por qué la globalización que

tanto hacía por la economía de los países ricos no podía funcionar para

encontrar soluciones a los problemas del tercer mundo?”, se preguntaba

Page 33: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

Leonor que a pesar del éxito de su ponencia veía el futuro con bastante

desazón.

No obstante, salió del Congreso con la autoestima recargada. Bien

sabía que su ponencia no era el producto del trabajo de una sola persona,

sino de un equipo, pero había tenido el honor, porque así lo sentía, de

presentar al mundo los logros de aquellas personas que habían trabajado

en el proyecto de manera esforzada y que se empezaban a ver

recompensados por unos resultados que mejorarían la vida de millones de

personas.

Con el mismo orgullo recordó a sus padres, aquella pareja de jóvenes

maestros que había partido de un municipio de siete mil habitantes de la

huerta murciana con una niña de cuatro años a la que querían ofrecerle las

mejores oportunidades del mundo. Una pareja que se instaló en Barcelona

sin conocer a nadie y que se mantuvo siempre alerta a los progresos que su

única hija experimentaba día a día en los quehaceres escolares, celebrando

cada buena nota con tanta alegría y orgullo que ella se sentía compensada

por el esfuerzo.

Y cómo olvidar a Víctor, lo orgulloso que se hubiera sentido de ella. Él,

que tomó el testigo de sus padres y fue el mayor apoyo en la incansable

carrera de obstáculos de una complicada carrera de medicina, el

compañero que la ayudaba a perseverar y mantenerse en pie cuando las

cosas se complicaban.

Se iba de allí satisfecha por no haber defraudado a ninguno de ellos, a

sus padres, a Víctor y al equipo del Clínico.

Page 34: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

CUATRO

Leonor y Toni supieron vencer sus reticencias y quedaron una tarde

soleada en la que las calles estaban llenas de gente. Ella llegó antes y lo

esperaba sentada en un banco junto a una fuente en la que unos niños

jugaban con el agua contagiándole sus divertidas risas. Al instante vio

aparecer a lo lejos a Toni entre un grupo de turistas. Lo distinguió por su

cabello negro rizado y aquella manera de caminar tan peculiar, como dando

saltitos, que lo caracterizaba. Llevaba puesta un jersey gris de cremallera

que Víctor y ella le regalaron en un cumpleaños.

—¿Te he hecho esperar mucho?

—No, acabo de llegar.

—Gracias por aceptar mi invitación.

—No hay de qué, he venido porque le he dado muchas vueltas a

cómo empecé a distanciarme de ti y he llegado a la conclusión de que

durante todo este tiempo mi actitud no ha sido correcta. A veces hacemos

las cosas creyendo que vamos por buen camino y el tiempo nos quita la

razón.

—Vamos a dar un paseo mientras charlamos ¿Te parece?

—Buena idea.

—El encuentro casual del otro día me pareció una suerte. Quería

llamarte hace meses, pero no encontraba un estado de ánimo o el momento

oportuno para hacerlo.

Page 35: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

—Sí, algo parecido me ha ocurrido a mí. He obrado mal en todo este

asunto. Hasta ahora pensaba que si te mantenía lejos podría olvidar el

sufrimiento que aún me produce la desaparición de Víctor. Grave error el

mío, cuando, sin duda, hubieras podido ayudarme, o mejor, nos hubiéramos

ayudado mutuamente a pasar ese trago.

—Tal vez yo tenga parte de culpa, debería haber forzado el encuentro.

Durante este tiempo he pensado muchas veces en cómo debías estar, me

preguntaba si te era fácil o difícil continuar la vida sin él.

—Me sigue costando hablar de ello, aunque es posible que haya

llegado el momento.

—Creo que guardar lo que uno siente sin compartirlo no es

beneficioso, pero estoy dispuesto a respetar tus deseos y que hablemos de

eso sin prisas, poco a poco.

—Creo que necesito más tiempo, de momento es bueno que vayamos

engrasando nuestra deteriorada amistad. Llegará un punto en que podamos

hablar con mayor serenidad.

—Puede que tengas razón.

—¿Por qué no me cuentas ya lo de tu viaje? –dijo Leonor para desviar

la conversación.

—Me voy a hacer de maestro a Brasil.

—¿A Brasil? ¿Pero, por qué tan lejos?

—Es una gran oportunidad poder colaborar con gente que lo necesita,

un reto, a la vez que una experiencia interesante.

—Para algo te va a servir que tu madre sea portuguesa.

Page 36: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

—¡Mujer, dicho así!

—Me refiero a que saber portugués en Brasil es bastante útil. Cuenta

¿Qué se te ha perdido allí?

—Debes haber oído algo sobre que el Gobierno de Brasil está

llevando a cabo de manera prioritaria un programa sobre sanidad y

educación. Necesitan gente y me he ofrecido a hacer lo que sé: enseñar.

Sabes que siempre he querido participar en alguna experiencia de

colaboración y ésta es muy interesante.

—Sí, puede ser muy interesante ¿Y vas sólo?

—No, en septiembre me uno a dos médicos franceses y otro maestro

portugués para ir hacia allá.

—¡Ah! Pensaba que te ibas ya.

—Antes debo acabar el curso en junio, un par de meses de

vacaciones, que me van a hacer falta, y a mediados de septiembre

partiremos hacia Manaos.

—¿A la capital de la Amazonia brasileña?

—Sí, allí mismo.

—¿Y por cuánto tiempo dices que te vas?

—Un año, más o menos. Estoy arreglando los papeles para no tener

ningún problema a la vuelta y conservar mi lugar de trabajo. Pediré una

excedencia, ya tengo casi todo listo.

—¿Lo ves? Debe estar escrito en algún sitio que nuestra amistad no

puede ser fluida.

—¿Por qué?

Page 37: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

—Lo veo difícil, hay miles de kilómetros de distancia.

—Existen las cartas, el correo electrónico....

—Ya, pero no creo que una relación epistolar tenga mucho futuro, es

algo muy frío.

—Me quedan algo más de dos meses para marchar y además voy a

volver, no me quedo allí para siempre. Me gustaría recuperar parte del

tiempo perdido.

— Ya hemos abierto la puerta de nuevo. Es cuestión de que los dos

pongamos de nuestra parte.

Toni se quedó mirándola como si estuviera pensando lo que iba a

decir. Ella se fijó en aquellos ojos casi negros que siempre le parecieron de

mirada sincera.

—Sí, lo has dicho antes, pero quiero que entre el aire por esa puerta.

Deberíamos vernos más a menudo.

—¿A qué te refieres?

—A que creo que es un lujo que no nos podemos permitir, ese de ir

perdiendo amistades por el camino. Estoy seguro de que si abrimos de

nuevo ese camino podremos seguir compartiendo muchos momentos.

—Estoy de acuerdo en que perder amistades es un lujo, pero las

cosas son así a veces.

—Las cosas son así si no ponemos nada de nuestra parte.

—Está bien, Toni. Ya he reconocido antes que no adopté la mejor de

las posturas respecto a ti.

—Tienes razón, ya lo hemos comentado antes.

Page 38: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

—Deberíamos irnos, se está haciendo un poco tarde, esta noche

tengo guardia.

—De acuerdo. Te llamo otro día para cenar, si te parece, así

hablaremos con más tranquilidad.

Leonor se había sentido incómoda antes del encuentro porque era

consciente de haber sido la causante de la ruptura en la relación. Ahora se

daba cuenta de que el encuentro había sido una buena idea de Toni. Hablar

con él, aunque hubiera sido un breve instante, no resultó tan mal como ella

preveía.

Se había alejado del mejor amigo de su marido porque no dejaba de

asociarlo a la pérdida. Pensó que haciendo desaparecer a Toni lograría

sobrellevar el dolor. Ahora reconocía que su actitud sólo la llevó a perder a

un verdadero amigo.

Page 39: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

CINCO

Era un día soleado de final de primavera con una fuerte luz

mediterránea. Leonor conducía a gran velocidad por la carretera estrecha

que llevaba hasta El Querol Vell, la casa de turismo rural que habían

alquilado para pasar el fin de semana todas las amigas. Sonaba un CD de

John Coltraine a volumen muy alto. María se limitaba a ver el paisaje. A

Leonor no le gustaba hablar mientras conducía y ella era muy respetuosa

con eso. Además no quería distraerla porque iba demasiado deprisa.

—Sabes que han colocado radares por todas las carreteras, deberías

ir un poco más despacio.

Leonor le hizo un gesto con la mano para indicarle que callara. Al

llegar al pantano de La Baells paró el coche.

—Me apetece pasear un rato por aquí —sugirió Leonor.

—Te espero sentada en el coche, he dormido poco esta noche y estoy

cansada.

Leonor exhaló aire profundamente para cargarse de energía e inició el

paseo. Las motas verdes de los brotes primaverales en las ramas daban un

color alegre al paisaje. La vegetación se asomaba al agua del pantano para

reflejarse en ella. La lluvia caída había dejado un rastro de olores intensos.

Durante el paseo pensaba en el encuentro con sus amigas las que hacía

casi un año que no veía. La idea de María para recuperarlas tal vez fuera

acertada, una buena oportunidad aunque aquel intento de recomponer la

amistad perdida no era fácil.

Page 40: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

Estuvo caminando un rato largo. Era una de sus pasiones: el contacto

con la naturaleza, un medio en el que se desenvolvía bien, una afición que

había cultivado desde pequeña; solía dar largos paseos por la rivera del río

Segura con su padre cuando volvían a Ceutí, el pueblo de la familia. Víctor y

ella también solían hacer caminatas por el parque de Collserola, sobre todo

durante los domingos de primavera y otoño en los que daban aquellos

largos paseos. Mientras paseaba, recordó un día caluroso de primavera en

el que los dos empezaron besándose apasionadamente y acabaron

haciendo el amor entre unos matorrales. A él le divertía el riesgo de ser

descubiertos. Con ese pensamiento volvió hasta el coche en donde María la

esperaba dormida.

—Vayámonos, ya quedan pocos kilómetros.

—¡Qué susto! Me había quedado dormida.

Mientras conducía se le ocurrió explicarle a María la oferta que le

había hecho el responsable de la OMS cuando el congreso de Valencia. Era

una buena oferta pero la disuadía el tener que abandonar Barcelona y

porque estaba contenta con su trabajo. Su amiga también la consideró una

buena oferta, pero le dijo que nadie mejor que ella sabía si le iba a

compensar el cambio, o si estaba dispuesta a renunciar a lo que ya tenía.

“Tómate un tiempo para pensarlo”, le dijo.

—Te lo he comentado por hablar de algo, en realidad ya he resuelto

que no me interesa, pero me ha costado tomar la decisión. No sé si habré

perdido la oportunidad de mi vida.

Page 41: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

Eran las once de la mañana cuando llegaron al Querol Vell. El dueño,

Manel, salió a recibirlas. Las recordaba de la otra vez que habían estado;

congeniaron mucho con él y su mujer e incluso les estuvieron ayudando en

algunas labores del huerto.

—Sois las primeras en llegar. Bienvenidas.

—¡Fantástico! Podremos elegir habitación —propuso María.

Leonor era capaz de acomodarse en cualquier lugar, pero quería una

habitación individual. Le gustaba reservarse momentos del día para estar

sola. Aquellas largas charlas en la cama antes de dormir no le habían

gustado ni cuando era pequeña en las salidas que organizaba el Instituto.

—Vamos a bajar las cosas del coche y aprovechamos para ir

colocándolas en el armario mientras llegan —dijo Leonor.

—Me parece buena idea.

—Si venís después por la cocina, os preparo un zumo de naranja.

—Estupendo, un zumo natural a media mañana es una gran idea.

Se oyó el ruido de un motor, a los pocos segundos apareció el coche

de Lorena, que iba al volante, con Irene y Ana. Las tres bajaron muy

sonrientes del coche y se dirigieron a saludar a las otras.

—¡Menos mal que hemos llegado! Nos habíamos perdido y hemos

dado más vueltas que una peonza, no me aclaraba con las carreteras.

—Llegáis justo a tiempo, me disponía a preparar un zumo de naranja

¿Os apetece?

—¡Claro!, ¡Estupendo!

Page 42: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

Las tres se comportaban como si la relación no se hubiera roto tiempo

atrás, así habían quedado con María y así lo hacían.

—Nosotras íbamos a colocar las cosas —les comunicó Leonor.

—Es buena idea, luego tendremos todo el tiempo libre.

Entraron en la casa y se distribuyeron las habitaciones: María con

Ana, Irene con Lorena y Leonor sola, como de costumbre. Después de

colocar sus cosas en los armarios se dirigieron a la cocina donde Manel

preparaba los zumos.

—Esto ya casi está —dijo el casero acabando de exprimir la última

naranja—. Aquí tenéis el azúcar, por si os apetece.

—¿Y tu mujer, Manel? —preguntó María.

—Pepa ha ido a Berga, a una visita médica, no creo que tarde.

—¿Se encuentra mal? Porque por médicos no será, aquí somos tres.

—No, no, es una visita rutinaria al ginecólogo. Cosas de mujeres, ya

sabéis.

—Necesito estar sola un rato y disfrutar del paisaje. Vuelvo a la hora

de comer ¿Lo entendéis, verdad?—dijo Leonor.

No lo entendían, pero nadie dijo nada.

—Comeremos sobre las dos —le recordó María.

Las cuatro amigas se sentaron en el mirador desde el que se veían las

montañas que rodeaban la casa. Hacía un poco de fresco, pero prefirieron

abrigarse y disfrutar de la vista de las montañas. María aprovechó la

ausencia de Leonor para explicar cómo la veía y el porqué de la reunión.

Page 43: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

—Es que se pasa el día diciendo que quiere cambiar de rumbo, pero

lo peor es que no sabe por dónde tirar. Está un poco descentrada, aunque

la veo algo mejor últimamente. El otro día quedó a dar una vuelta con Toni.

—¿Con Toni? Pero si hacía meses que no se hablaban

—comentó Ana.

—Tampoco se relacionaba con nosotras —dijo Irene.

—¿Y cómo le fue con él? —preguntó Lorena.

—Creo que bien, pero hablaron más del futuro de Toni que de otra

cosa. ¿Sabéis que se va a Brasil?

—¿Y qué va a hacer tan lejos? —preguntó Ana con interés.

—Va a incorporarse a un programa de cooperación del gobierno

brasileño. Hará de maestro, que es lo suyo, a una zona de la Amazonia

—Por fin va a realizar su sueño. Lo que están haciendo en Brasil me

parece muy interesante. Veremos si los dejan —comentó Lorena—. Si no

fuera porque tengo marido e hijos, hasta yo me iría, me parece una

experiencia digna de vivir y ¡En la Amazonia!

—¡Bueno, ya salió la otra aventurera del grupo! —exclamó Ana

riéndose.

—¿No digáis que no parece interesante?

—Yo soy incapaz de una aventura así, lo reconozco —dijo Ana.

—Volviendo a Leonor. Este fin de semana tenemos que recuperar

nuestras reuniones, nuestros encuentros, estoy convencida que así se

sentirá más centrada en todo. Necesita salir de una vez por todas de esa

espiral de soledad y ensimismamiento.

Page 44: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

—Por nosotras no va a quedar María. Estamos aquí, eso es prueba de

nuestra buena voluntad. Pero no la veo muy receptiva —dijo Irene.

—Contigo es difícil que lo esté. Aún no entiendo ni cómo te habla,

después del lío que tuviste con Víctor —le recordó Lorena.

—Pero si sólo fue algo circunstancial, y si llego a saber el mal rollo,

me lo hubiera ahorrado. En su día le pedí perdón.

—Yo te hubiera arañado la cara —insistió Lorena—. No estuvo bien

aprovecharte de un mal momento entre los dos. Todas las parejas pasan

horas bajas, pero tú parecía que estuvieras al acecho para caer sobre

Víctor.

—¡Si vais a seguir con eso yo me largo!

—Sí, vamos a dejarlo.

—¿Sigue dando vueltas a su culpabilidad con respecto a lo de Víctor?

—preguntó Lorena.

—Sí, pero no permite sacar el tema, así que mejor pasar página.

Llegó la hora de comer. Pepa les había preparado una exquisita

menestra de verduras cogidas de su propio huerto y unas pechugas de pollo

rebozadas. Mientras comían, contaban anécdotas, cosas de los hijos -María

y Leonor eran las únicas que no los tenían-, de sus trabajos.

—¡Leonor os tiene que explicar una historia que tuvo con un kurdo! —

exclamó María riéndose.

—¡Ya salió lo del kurdo! Eres una indiscreta.

—¡Un kurdo! ¡Cuanta interculturalidad! —dijo Ana.

— Ya os lo contaré en otro momento, es una historia un poco sórdida.

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—¡Qué seca! —exclamó Ana sin que apenas se la oyera.

—Por fin me podré enterar de lo que pasó, porque lo único que me ha

dicho es que fue un buen revolcón y nada más, si es que al final se decide a

contarlo, claro.

—¡Ah! ¿Pero va de revolcones? —preguntó Irene con voz inocente.

Las otras rieron. Como siempre, Irene parecía que no se enteraba de

nada. Leonor no tenía ganas de seguir con el asunto del kurdo, con la

excusa de que le apetecía leer un rato desapareció. Las demás comentaron

que seguramente no había sido buena idea reunirse de nuevo, el objetivo

del reencuentro, la recomposición del grupo, no iba por buen camino.

Todas, menos María, creían ver en Leonor a una persona distante y distinta,

nada que reprochar si había decidido romper con todo lo anterior. <<Las

personas van cambiando de amigos a lo largo de la vida y no por eso

debemos rasgarnos las vestiduras>>, comentó una de ellas . Lo más

prudente sería pasárselo lo mejor posible, disfrutar del paisaje y la

tranquilidad del lugar y dejar transcurrir aquel fin de semana con la mayor

armonía posible. Si finalmente lograban conectar de nuevo con ella, mejor

que mejor, pero tampoco estaban dispuestas a amargarse el fin de semana.

Cuando se acabaron las horas de su escapada a la montaña las

cosas estaban como el primer día: Leonor apartada del grupo paseando o

leyendo y las demás quejándose de lo desafortunado del encuentro. Ellas

ya se habían hecho a la idea de no contar con Leonor como amiga y aquello

no había servido más que para constatarlo. María se sintió culpable y no

Page 46: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

hacía más que pedir disculpas y se despidió de ellas agradeciéndoles el

esfuerzo.

En el camino de vuelta a Barcelona María y Leonor mantuvieron un

diálogo tenso.

—Sabía que no funcionaría, pero no quise contradecirte —dijo Leonor

—. Además, la pánfila de Irene, no la soporto ¿Cómo tiene el rostro de

venir?

—¡Ya! Y has tenido que estar todo el tiempo a tu aire, sin apenas

cruzar palabra, para demostrar no sé qué. No puedes imaginar el esfuerzo

que han hecho para intentar la reparación de esta situación absurda.

—Lo siento, no me apetecía hacer teatro.

—Ni siquiera se te ha ocurrido pensar en mi papel. No te puedes

hacer ni idea de lo mal que lo he pasado.

—Fuiste tu la que te empeñaste en ir al Querol, no yo.

—A veces puedes ser muy cruel. Tomo nota de tu actitud, no te

preocupes, no pienso molestarte más. Si te quedas sola será tu problema.

Es como si hubieras decidido dar un portazo al mundo que te rodea.

—María, no te pongas así....

—Déjalo ya, Leonor, déjalo. Si quieres mantenerte en tu torre de

cristal, hazlo, pero todo tiene un límite. Nadie tiene ninguna obligación

contigo. Ellas han venido con la mejor voluntad y tú se lo agradeces

pasando olímpicamente. A veces me pregunto qué coño hago yo a tu lado.

—María…

Page 47: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

—Ya está, no quiero que me digas nada más en este momento.

Reflexiona y cuando lo hagas hablamos.

Leonor dejó a María en su casa y no se dieron dos besos, como era

costumbre, ni siquiera se despidieron. María se limitó a recoger su equipaje

y cerrar la puerta.

Page 48: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

SEIS

En su visita al psicoanalista, Leonor le cuenta el reencuentro con las

amigas: una mala experiencia. Considera que no estuvieron a su lado

cuando pasó los peores momentos y prefiere prescindir de ellas. No se vio

con ganas de recuperar una amistad y menos con Irene por en medio, para

ella era algo zanjado.

El enfado con María, eso le pesaba. Ella sí demostró estar en todo

momento a su lado, en los buenos y en los malos ratos.

—Es usted la que dirige el rumbo de su vida. No tiene por qué seguir

con ellas si así lo ha decidido, aunque siempre es bueno meditar lo que uno

va a hacer, por si luego no hay vuelta atrás y se arrepiente. Sopese porqué

cree que ellas no estuvieron cuando más las necesitaba ¿las cree

culpables? ¿Qué actitud tuvo usted con ellas?

—No quiero perder más tiempo en ese asunto. El error fue hacerle

caso a María, lo hice por la buena voluntad que ella ponía. Al final,

acabamos enfadadas. No nos vemos hace unos cuantos días.

—¿No pretenderá usted quedarse sin amigos, verdad?

—No, no quiero perder a María. Creo que los amigos de verdad

pueden enfadarse en un determinado momento, pero siempre se puede

recomponer algo así. La llamaré para reconocer mi parte de culpa o

simplemente para hablar.

Page 49: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

A lo largo de la conversación hicieron referencia al encuentro con Toni

del que Leonor se sentía satisfecha porque le había permitido otra mirada

diferente sobre una relación que ahora estaba convencida de que no debía

haber roto en ningún momento. Comentó con entusiasmo lo que iba a hacer

él en y que ella, de haber tenido otras circunstancias hubiera querido

participar en una experiencia tan interesante como aquella.

—¿Es lo único que tiene que contarme de ese encuentro?

—Fue muy breve. No quise alargarlo porque después de tanto tiempo

tenía miedo de ser recriminada por mi actitud hacia él.

—¿Cuándo va a hacerse cargo de sus contradicciones? Se siente una

persona en el crepúsculo, según sus propias palabras, pero no veo que

ponga los medios para que las cosas cambien.

Leonor se quedó callada. No sabía qué responder.

—¿No me responde?

—Es que desconozco la respuesta.

—Piénselo. Si existe una duda, hay que resolverla.

—La duda me la acaba de plantear usted, yo simplemente he hecho

un comentario, aunque quizás tenga razón.

—Tal vez debería marcharme de Barcelona, todo está demasiado

ligado a mis recuerdos.

—¿Por qué no? Lo importante es buscar una salida a ese atolladero

en el que se encuentra.

—Perdería usted una buena clienta —dijo Leonor sonriendo.

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—Si tengo que ir a pedir limosna, ya lo haré. Por esa razón

estaríamos salvados. Le he dicho en muchas ocasiones que usted, y sólo

usted, decide su futuro, recuérdelo.

—Es cierto que me supone un esfuerzo continuar aquí. Todo me

recuerda a Víctor, lo hemos comentado en muchas ocasiones. Ese sería un

buen motivo para marchar y desconectar. Empezar un nuevo proyecto que

me renueve y me de otra perspectiva de la vida, pero no sé si cambiando de

ciudad lo lograría. Pensaré en lo que hemos hablado.

Page 51: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

SIETE

Leonor había ido a correr muy temprano por el parque cercano a su

casa porque a esas horas no había nadie y le gustaba disfrutar de las calles

desiertas mientras los demás aprovechaban sus últimos minutos de

descanso. Se levantó de buen humor y pensó aprovechar el ejercicio para

meditar su conversación del día anterior con el psicoanalista. El día diez de

diciembre cumpliría treinta y nueve años, tal vez fuera un buen momento.

Esa edad podría ser perfectamente la mitad de su existencia. No tenía nada

que perder si se marchaba. Sería un ejercicio muy interesante para añadir al

libro de su vida. No sabía si aceptar finalmente la oferta de la OMS, hasta

se le pasó por la cabeza marcharse con el grupo de Toni. Nunca le asustó

la aventura, incluso podría ser gratificante pasar un tiempo en la Amazonia.

Había pasado temporadas en África por qué no en la selva.

Al llegar a casa, delante del espejo, se preguntaba si no se había

abandonado demasiado a los designios del destino. <<El destino nos viene

dado, pero podríamos cambiarlo si fuéramos capaces de hacer algo para

que las cosas fueran mal>>, se dijo.

Pensó también en que debía disculparse con María. Ella era un punto de

apoyo importante que no podía dejar perder así como así.

Llegó al hospital y se encontró casualmente con ella.

—¡Hola! Tengo que hablar contigo, cuando tengas un momento, debo

pedirte disculpas.

Page 52: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

—No te preocupes, no hay por qué pedir disculpas. A estas alturas no

creerás que estoy ofendida. Te conozco lo suficiente como para saber que

la sangre no llega al río.

—¿Tomamos luego un café?

—Claro. Por cierto ¿Dónde vas tan guapa? ¿Has hecho un ligue sin

avisarme?

—No, que va. Me sentía bien y he decidido ponerme ropa de colores

vivos. En la cafetería a las diez.

—De acuerdo.

Leonor se dirigió al despacho del doctor Rius. Quería comentarle qué

le parecía la posibilidad de ir a Brasil. Él sería un buen consejero, no en

vano era un país que conocía bastante bien y en el que tenía contactos;

incluso vivió allí un año entero hacía relativamente poco.

No estaba en su despacho. Una enfermera le recordó que no vendría

porque tenía una reunión con la Consejera de Sanidad y el equipo directivo

del hospital. Deja recado de que quiere hablar con él cuando le sea posible,

se marcha a pasar visita a sus pacientes

Por el pasillo encuentra a un paciente al que había dado el alta hacía

pocos días, un marinero gallego al que había cogido cierto cariño.

—Buenos días, doctora Ayala, venía a traerle este pequeño detalle.

—No tenía por qué molestarse —le agradeció con una amplia sonrisa.

—No es ninguna molestia, es una simple caja de bombones. Ha sido

usted tan amable conmigo.

—De acuerdo, muchas gracias.

Page 53: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

—Mañana vuelvo a Namibia, a la fábrica de Pescanova, así que

aprovecho también para despedirme.

—¿No dijo usted que no volvería a África?

—Ya, pero he trabajado tanto tiempo allí, que lo echo de menos, no

me acostumbro a estar aquí. Además, tengo un buen grupo de amigos a

los que encuentro a faltar. Al final, es verdad aquello que dicen en mi tierra:

el hombre no es de donde nace sino de donde pace.

—No está mal ese dicho. Espero que le vaya bien y no nos tengamos

que volver a ver por culpa de la malaria. Le deseo mucha suerte.

—Muchas gracias por sus atenciones doctora Ayala.

—Repito lo dicho, que le vaya bien por aquellas tierras. Y gracias por

los bombones.

Era la primera vez que aceptaba un regalo de un paciente y al

recibirlo se sintió reconfortada, después de todo no era tan grave aceptar

esos pequeños obsequios que la gente hacía con buena voluntad, pensó.

Después de pasar visita a unos cuantos pacientes Leonor se dirigió a

la cafetería para encontrarse con María. Había mucho bullicio, era la hora

en que se concentraba más personal para tomar el café de media mañana y

todas las mesas estaban ocupadas.. En una de ellas estaba Luís que le hizo

señas para que se sentara. Le agradeció el gesto, pero dijo que esperaba a

su amiga con quien debía hablar un asunto privado. Aceptando la excusa

Luis le recordó que tenían una cena pendiente y ella aceptó la oferta sin la

habitual reticencia. Le pareció una buena idea para aclarar aquel asunto y

zanjar de esa manera su insistencia. Al poco quedaron un par de sillas

Page 54: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

libres junto a una pequeña mesa con dos sillas que Leonor ocupó tras

despedirse.

Cuando María llegó Leonor empezó por pedirle disculpas por la actitud

en la casa rural. Veía a las otras amigas demasiado superficiales,

encerradas en ellas mismas, en sus modelitos, en sus ligues y en ir a

pasear el palmito por los sitios de moda. Las encontraba frívolas y no tenía

ganas de compartir nada con gente así. María le reprochó que tuviera esa

visión tan distorsionada y pobre de ellas. Habían sido amigas durante

mucho tiempo y era la primera vez que oía esos comentarios tan

desafortunados. Exageraba, eran excusas sin ton ni son. No coincidía con

ella en ninguna de esas apreciaciones, pero no estaba dispuesta a perder ni

un minuto para ir en contra de esa opinión tan poco acertada, lo que

importaba era poner cordura y paz en su relación.

Leonor, que tampoco pretendía extenderse, le explicó que había quedado a

cenar con Luis el próximo jueves. <<Luis es una persona estupenda para ti,

siempre ha mostrado interés>>, dijo María. Leonor dejó de nuevo claro que

no le atraía más que como un buen amigo y que si había decidido ir era

para dejarle las cosas claras en ese sentido.

—En realidad, quería hablar contigo para explicarte que le estoy

dando vueltas a un asunto.

—A ver ¿Qué asusto es ese? Porque eres imprevisible.

—Lo he pensado mucho y, aunque la decisión no es firme, cada vez

estoy más convencida: quiero marcharme a Brasil.

Page 55: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

—¿De vacaciones? ¡Guau, qué chulo! La samba, la playa, los

brasileños.....

—¡No, no! A trabajar.

—¿A trabajar? ¿Y qué se te ha perdido allí? ¿Te parece poco el

trabajo que tienes aquí?

—El trabajo de aquí me gusta, pero necesito cambiar de aires, hacer

cosas distintas. Sería sólo por un año o algo así, después volvería. Es

cuestión de pedir una excedencia.

—Claro. Y para renovarte no se te ocurre otra cosa que irte a trabajar

a miles de kilómetros. O sea, que no vas por algo altruista, sino por pura

renovación —comentó con sorna.

—¡María, no me creas tan egoísta! Me parece muy interesante lo que

el gobierno de Brasil propone, había oído algo sobre ello, pero el otro día

cuando hablé con Toni y me lo explicó con más detalle me pareció una

buena idea.

—Yo creo que a tu edad no se pueden hacer ese tipo de cosas.

—¿Acaso me ves vieja sólo porque tengo tres años más que tu?

—Al margen de la edad, no es un buen momento. En el hospital van a

reducir personal, habrá cambios, no creo que sea oportuno.

—Mejor, si pido una excedencia no podrán echarme.

—No, echarte no, pero cuando vuelvas igual te dicen que no hay sitio.

—No me preocupa lo más mínimo. Ya encontraré qué hacer.

—Son las diez y media —dijo María mirando al reloj que había en la

pared— deberíamos irnos.

Page 56: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

—Ya seguiremos hablando, aún me quedan un par de meses para

pensarlo y tomar una decisión en firme. Quedamos el fin de semana, si

quieres.

—De acuerdo, nos llamamos, pero yo que tú, desistiría de esa idea.

No la veo muy acertada.

Page 57: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

OCHO

Leonor se había puesto un vestido verde oliva satinado, el corte al

bies hacía que se ajustara a su esbelta figura. Los tirantes finos y un escote

desbocado dejaban al descubierto unos hombros bien formados. Se dio un

poco de sombra marrón que resaltaba el color miel de sus almendrados

ojos. Se puso perfume detrás de las orejas y en las muñecas. De entre los

zapatos eligió unas sandalias de verano, con tacón muy alto, que hacía

tiempo no usaba. Al mirarse en el espejo hizo un gesto de aprobación y se

dispuso a salir.

Decidió ir en taxi por si en la cena bebía algo más de la cuenta.

Estaba en la calle esperando mientras disfrutaba de aquella agradable

noche de primavera de cielo estrellado y luna casi llena cuando en la puerta

se le cruzó el vecino de enfrente, un señor mayor con el que ella mantenía

una buena relación quien dijo verla muy elegante como hacía tiempo no la

veía y que además de elegante estaba muy guapa. Leonor se lo agradeció

con una amplia sonrisa sin poder extenderse más sobre el comentario

porque llegó el taxi que la llevaría a La Torre de Alta Mar, el restaurante en

el que había quedado con Luís.

Mientras hacía el recorrido, se preguntaba si haber aceptado la

invitación no llevaría a equívocos, aunque esa era precisamente la razón

por la que aceptó: dejar claro que no quería una relación con él.

Al llegar, le preguntaron en la puerta si tenía reserva, ella dio el nombre de

Luís Azcarate. La esperaba arriba, le dijeron.

Page 58: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

Para acceder al restaurante, que ocupaba la parte superior de una de

las torres del funicular de Montjüic, tuvo que coger el ascensor. Encontró a

Luis sentado en el sofá blanco de la antesala. Se saludaron con dos besos.

—Estás muy guapa.

—Gracias. Tu también.

Pasaron al comedor donde Luis había reservado una mesa desde la

que se apreciaba una bonita vista. De entre la multitud de pequeñas luces

en que quedaba convertida la Barcelona nocturna sobresalían la Sagrada

Familia y el Tibidabo.

—Gracias por aceptar mi invitación—dijo Luis.

—Debía aceptar, aunque sólo fuera por el tiempo transcurrido desde

que me lo pediste.

—Espero que esta cena no suponga una obligación.

—No, no me refería a eso. He venido con mucho gusto.

—¿Vas a comer carne o pescado?

—Pescado, la carne no es de mis platos preferidos.

—¿Qué te parece si pedimos un Casta Diva fresquito?

—¿Cómo sabes que me gusta ese vino?

—Alguien me lo ha dicho.

—No dirás que me has estado investigando.

—No, por favor. Saber qué vino te gusta no es producto de una

investigación, sino de una conversación casual con María, no hay más

secreto que ese.

Page 59: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

—A lo mejor no lo tienen. No son muy comunes los vinos de Alicante

por aquí.

—Deben tenerlo, cuando hice la reserva me encargué de hacerles

saber que me gustaría ese vino.

—Pidámoslo, entonces.

—Tengo entendido que quieres marcharte a Brasil.

—¡Ah! Menos mal que sólo habías preguntado por el vino que me

gusta.

—Hombre, estuve tomando un café con María y en la conversación

salió de forma casual.

—No lo tengo decidido del todo. Por un lado creo que puedo contribuir

a mejorar las condiciones de vida de aquella gente. Es algo que siempre me

ha gustado hacer. Sabes que he estado varias veces en países de África.

Es una oportunidad de hacer algo que me gusta. Nada me ata aquí.

Además, será una experiencia temporal, no es para toda la vida.

—No te entiendo. Tienes una magnífica posición en el hospital,

muchos la querrían, y decides tirar todo eso por la borda y marcharte a

descubrir mundo.

—No voy a descubrir mundo, sino a intentar mejorar un poco el que

hay. Lo de la posición en el hospital no es despreciable, lo sé, pero me

apetece esta nueva experiencia. Se trata de aportar mis conocimientos a

algo que creo muy interesante.

—¿Y cuánto tardarás en volver?

—Un año, más o menos.

Page 60: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

—Yo te seguiré esperando.

—Luís, me halagan mucho tus palabras, pero ya te he dicho en alguna

ocasión que no esperes nada de mí.

—Lo sé, pero dicen que el que la sigue la consigue.

—De verdad, no quiero herirte, pero creo que tú y yo no estamos

hechos para formar pareja. Me gusta charlar contigo, salir por ahí de vez en

cuando. Eres un hombre estupendo, pero no creo que funcionáramos juntos

—Vamos a comer. La lubina tiene un aspecto buenísimo. Brindemos

al menos por nuestra amistad.

—¡Salud! —dijeron al unísono.

Al acabar, decidieron ir a dar un paseo por la playa de San Sebastián.

La luna, casi llena, inundaba de luz el mar, que estaba en calma. Se

descalzaron para caminar por la orilla.

—¿Sabes que la luna es una mentirosa?

—¿Una mentirosa? —preguntó extrañada.

—Sí, lo leí en una novela de Muñoz Molina, cuando tiene forma de D,

es luna creciente y cuando la tiene de C es decreciente, justo al revés.

—¡Qué curioso! Nunca me había parado a pensar en eso, es curioso.

Luis le pasó el brazo por encima de los hombros. Ella no se lo impidió.

Caminaron un rato largo en silencio oyendo el romper de las olas en la orilla

hasta que él intentó de nuevo persuadirla para que aquello fuera el

comienzo de una relación. Leonor, sin titubear, dejó claro que no quería

compartir su vida con nadie y mirando el reloj le dijo que se hacía tarde y al

día siguiente los dos empezaban temprano a trabajar. Luis aceptó aquel

Page 61: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

requiebro en la conversación sin oponer resistencia y se ofreció para llevarla

a casa porque le venía de camino.

Al llegar Luis detuvo el coche en doble fila en la puerta , la abrazó e

intentó besarla, pero ella se resistió apartando la cara. Él entendió el gesto y

dejó de insistir, daba por perdida la batalla, aunque se despidieron con un

par de besos.

Page 62: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

NUEVE

Leonor abrió los ojos una hora antes de que sonara el despertador.

Como no podía volver a conciliar el sueño, se levantó para coger ropa

deportiva del armario e irse a correr. Faltaba un rato para las seis de la

mañana y el tráfico empezaba a ser intenso. Mientras corría, pensaba en la

noche anterior. Luís no era el hombre con el que ella quería compartir su

vida a pesar de reconocerle cualidades como buen compañero y amigo. No

se arrepentía de la cena, le resultó agradable y creyó que con aquel gesto

cerraba un pequeño pasaje de su historia particular que no debía haber

dilatado tanto en el tiempo.

Después de correr durante un largo rato volvió a casa con energía

suficiente para acometer el nuevo día. Se preparó para ir al trabajo pero en

lugar de desayunar en casa, como tenía por costumbre, lo pospuso a la

cafetería del hospital. Compró el diario en el quiosco de la esquina y se

dirigió a coger el metro. Cuando llegó al hospital, fue a la cafetería y vio a

Luís sentado en una mesa desayunando.

—¿Puedo? —dijo cogiendo el respaldo de una silla.

—¡Buenos días! ¡Cómo no, siéntate!

—Me alegro de encontrarte. Fue una noche deliciosa, quería

agradecértelo.

—Soy yo el que tiene que agradecer.

—Estuvo muy bien, pero con respecto a la despedida.....

Page 63: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

—No digas nada —la cortó Luís—. Prefiero guardar el buen recuerdo.

Ya sé que no quieres comprometerte conmigo, me lo dijiste ¿No?

—Sí, creo que siempre lo has sabido.

—Déjame, al menos, que me quede con que fue una noche

estupenda.

—Está bien. Veo que entiendes la situación.

—No me queda otro remedio.

Luís y Leonor acabaron de desayunar para incorporarse al trabajo.

Ella tenía concertada una entrevista con Joan Rius para hablar de Brasil. Lo

que pensara era importante para ella, aunque la decisión estaba casi

tomada.

Rius estaba en su despacho sentado detrás de una mesa llena de

papeles, absorto mirando la pantalla del ordenador y no se apercibió de la

entrada de Leonor. Ella se sentó en la silla que había a la izquierda de la

mesa. Al advertir su presencia levantó la mirada <<Estaba buscando alguna

referencia del programa de Brasil, pero no encuentro información

concreta>>, le dijo. Ese mismo día iba a llamar a un antiguo amigo que

ahora desempeñaba algún cargo en el Ministerio de Sanidad brasileño para

que le concretara en qué consistía el plan del gobierno. Leonor le agradeció

su ayuda.

<<Con franqueza, no me parece una buena opción>>, comentó Rius.

Tenía pensado recomendarla como su sustituta cuando se produjera la

jubilación en algo menos de un año. Si se marchaba, esa recomendación

era inviable. Leonor no entendía su negativa, máxime cuando él había

Page 64: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

estado en Brasil no hacía mucho. Rius prometió ayudarla, a pesar de todo,

y acordaron verse de nuevo al día siguiente, cuando hubiera podido hablar

con su amigo brasileño.

Leonor había quedado con María a la hora del descanso de media

mañana. Sabía que la iba a someter a un interrogatorio sobre la noche

anterior, pero no le importaba. Cuando se encontraron y antes de verse

sometida a un interrogatorio, le explicó la velada con Luís, lo agradable que

fue. Se había sentido querida, pero no era su tipo. María le volvió a

recriminar sus exigencias. Según su opinión, Luís era un hombre

estupendo, además de muy atractivo. La veía muy cargada de manías.

Leonor trató de hacerla comprender una vez más que no deseaba pareja ni

compromiso alguno. Con toda seguridad se iba a Brasil porque estaba

prácticamente decidido y no tenía sentido empezar algo que al cabo de dos

meses quedaría interrumpido y menos con alguien a quien no encontraba

apropiado. María le dijo que aquello parecía una huída ¿Qué se le había

perdido en aquel país tan lejano? ¿Por qué dejar un buen trabajo por una

aventura que no sabía cómo iba a funcionar?, le preguntó.

Ella creía que era un error marchar a la aventura. A Leonor, por el

contrario, le parecía el momento más oportuno además de un reto y una

manera de aportar algo a los demás.

Debía atravesar esa barrera de incomunicación que había establecido

con el mundo. Un viaje de ida y vuelta le convenía y no hablaba del sentido

físico del viaje, sino de ella, de su personalidad acorralada.

Page 65: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

A la mañana siguiente, Rius charlaba con Leonor sobre lo que había

averiguado del proyecto.

—Mi amigo de Brasil dice que el trabajo estaría centrado en una zona

del Amazonas en la que se necesita atención médica. Me informó que las

condiciones serán un poco duras y necesitan gente no sólo experta, sino

bien preparada físicamente.

—No veo dónde está el problema Joan. Reúno esas dos condiciones.

—Me parece una experiencia arriesgada y me sigue preocupando no

poderte recuperar para dirigir el departamento. Si te marchas es posible que

pierdas la oportunidad de ascender en el hospital.

—No digo que no me haga ilusión ocupar tu puesto, decir lo contrario

sería mentir, aunque no me apetece en este momento asumir mayores

responsabilidades, pero creo más importante sentirme bien. El cambio me

ayudará, profesionalmente y como persona.

—Piensa en los pros y los contras, sabes que aunque no me guste lo

que decidas, cuentas con mi apoyo, pero es una decisión que no se puede

tomar a la ligera. No eres una joven recién salida de la facultad, eres una

mujer con responsabilidades.

—Te haré caso, hay tiempo para meditar, aunque creo que la decisión

está casi tomada.

Page 66: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

DIEZ

El verano ha llegado con toda su intensidad. El calor es sofocante y

Leonor sale a dar una vuelta por las Ramblas antes de ir a cenar con Toni.

Sentada en una terraza se distrae viendo pasar la gente. Le gusta el ir y

venir de la marea humana tan variopinta que inunda Barcelona en verano.

Su mirada escruta a la gente mientras juega a adivinar las historias

escondidas tras cada uno de los paseantes que elige por algún detalle que

le llama la atención. Conserva esa costumbre que practicaba a menudo con

Víctor. Les divertía jugar juntos a inventar las vidas de los que veían pasar

imaginando qué tipo de persona era, cuáles sus costumbres cotidianas, en

qué trabajaban, si eran felices.

Faltaba un rato para la cena así que decidió dar un paseo hasta el

restaurante del Borne en el que había quedado. Pasó por delante del Museo

Picasso en la calle Montcada que tiempo visitaba periódicamente, debía

hacer meses que perdió aquella costumbre, a pesar de que el pintor era uno

de sus preferidos. Se dijo que debía volver a esa costumbre que de paso le

proporcionaba un estado de las cosas por aquella zona de la ciudad.

Tras un recorrido a paso lento en el que había descubierto nuevos

comercios y bares llegó a la calle Comercio, la del restaurante. Era uno más

de los muchos que habían proliferado en la zona. Una leve luz y los cuadros

de grandes dimensiones de colores muy vivos daban calidez al local, lo

hacían acogedor. Se sentó en la mesa reservada a nombre de Toni. La

camarera encendió la vela del centro y le preguntó si quería tomar un

Page 67: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

aperitivo. Pidió un agua bien fresca y cuando se la servían vio a Toni en la

puerta y le hizo una señal levantando el brazo. Se dieron un par de besos

mientras reían de la casualidad: los dos llevaban la misma camiseta de

Custo.

—Parecemos los hermanos Pin y Pon.

—Sí es un poco chocante.

—Te veo mucho más animada.

—Ya ves, el tiempo acaba por poner las cosas poco a poco en su

lugar o lo arregla o lo empeora, pero sentencia.

—¿Cómo estás?

—Bastante bien. He decidido darme un baño de multitudes y darme

algún capricho que otro, como un par de camisetas en la calle Ferran y mira

qué cuadro ¿A que es original? —dijo Leonor mientras lo desenvolvía—. Me

gusta este personaje suspendido en un cable entre los dos edificios, es

como si quisiera conservar el equilibrio entre dos mundos.

—Sí está muy bien. Son bonitos los colores pastel que tiene. Parece

que hoy te ha dado la vena compradora.

—Lo mismo que he pensado yo, hacía meses que no iba de tiendas.

Ha sido muy agradable. Debería hacerlo más a menudo.

Leonor no quería dejar pasar más tiempo sin agradecer a Toni que

hubiera puesto de su parte para recuperar aquella amistad. Aunque algo

tarde, había descubierto que el propósito de alejarse de todos y todo lo que

tuviera que ver con Víctor no mejoró nada la situación. Era consciente de

que lo que no se cuida acaba por desaparecer y su amistad nunca debía

Page 68: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

haberla perdido. Con su obsesión por romper con el pasado, también

quebró el cariño de muchos amigos. Toni coincidió en que era positivo mirar

hacia delante, positivo el nuevo rumbo de la relación porque perder a Víctor

también fue un mazazo para él. Su amistad se había trabado a lo largo de

los años, desde la escuela primaria. Nadie como Víctor lo entendía, lo

arropaba siempre con su manto protector. Aunque eran de la misma edad

ejerció sobre él toda la sabiduría de un hermano mayor con el que se

mantiene una buena relación. Era su mejor amigo, en las grandes juergas y

en los momentos difíciles. Le había costado bastante superar su pérdida.

—Me marcho por una larga temporada y he querido compartir contigo

este sentimiento que volvió a aflorar cuando nos encontramos el otro día

porque eres la única que puede entenderlo. Soy consciente de que al hablar

de Víctor puedo reabrir heridas que ni siquiera han acabado de cicatrizar.

—Tienes que entenderme, Toni. Fueron muchos años de vida

compartida con él. Tú mejor que nadie conoces nuestra trayectoria.

Empezamos juntos la carrera en la Universidad de Barcelona, éramos casi

unos adolescentes. Nuestra relación estaba en un buen momento, en lo

mejor de ella se va. Todo su optimismo, aquel impulso que sabía dar a las

cosas, desapareció. Así que opté por alejarme de lo que me lo recordara y

tú, su mejor amigo, estabas incluido en el lote. Pero aún así, aún

apartándome de todo lo que me lo recordaba no he conseguido superarlo.

—He respetado al máximo tu decisión, aunque nunca la he

compartido. Tal vez ahora, transcurrido el tiempo, sea el momento de

recomponer algunas cosas.

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—Quizás tengas razón. Yo también le he dado muchas vueltas y por

el camino se han quedado las amistades, los sueños conjuntos debido a mi

actitud. María es prácticamente la única persona que me queda.

—Aún está a tiempo de arreglarlo. Echar marcha atrás se convierte a

veces en una buena solución.

—Cada vez estoy más convencida de que debe ser así, aunque tengo

la sensación de haber pasado tanto el límite de lo aconsejable que me va a

resultar difícil recomponer las cosas.

—Deberías ser más optimista.

—Es cierto que no estoy en el mejor momento. Me siento bajando la

pendiente que conduce al abismo. Siempre doy vueltas a la desafortunada

suerte de Víctor con aquella descompresión que no hizo. No sé salir de ese

atolladero. Es un pensamiento recurrente que me atormenta.

La camarera les trajo las ensaladas que habían pedido de primer

plato.

—No tienes por qué seguir culpabilizándote, no tuviste nada que ver

con su muerte. Fue un error que se lo llevó por delante. Ya ha pasado

mucho tiempo y aunque yo también lo recuerdo, deberíamos empezar a

asumir su ausencia y encontrar otras cosas que nos hagan recordarlo como

lo que era sin sufrimiento.

—Una cosa es asumirlo y otra muy distinta olvidarlo. Yo lo animé a

aprender submarinismo, lo animé a que hiciera esa inmersión. Fue y sigue

siendo muy duro.

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Como uno más de sus desaciertos sacó a colación el encuentro en el

Querol Vell, aquel intento de recomposición del grupo de amigas había ido

mal. Quiso echar la culpa al hecho de que estuviera Irene.

—Pero si hicisteis las paces ¿No?

—Porque me lo pediste actuando de apaga fuegos entre Víctor y yo,

pero no debí perdonarla, siempre me ha quedado una cosa ahí, como de no

haber hecho lo correcto.

—No coincido contigo, pero si sólo fue cosa de un día, unas copas de

más y un polvo, eso fue todo.

—¿Eso fue todo? ¡Qué gracia me haces! Ella sabía que Víctor y yo

pasábamos un mal momento y aprovechó las circunstancias. Vamos a

dejarlo, a lo mejor tienes razón, quizás sólo estoy buscando excusas.

—Creo que esa decisión de tragártelo tú sola todo, no te beneficia en

nada. Habéis sido amigas durante muchos años ¿Por qué tirarlo todo por la

borda?

—A veces lo pienso, pero estoy en una situación un poco complicada.

Tal vez deba aclarar primero mis ideas y luego obrar en consecuencia.

—Insisto en que abramos una nueva manera de ver las cosas ¿No te

parece?

—Te lo agradezco, aunque siempre tengo la sensación de que es algo

que debo hacer sola, que nadie puede ayudarme.

—Son maneras de verlo. En cambio, siempre he creído que los

problemas se superan mejor en compañía.

—Puede que tengas razón.

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Leonor quería pasar a otro asunto porque le vinieron ganas de llorar

y no quería estropear aquella cena tan gratificante para ella.

—¿Sabes que estoy valorando la posibilidad de irme contigo a Brasil?

Me gustó la idea de alejarme de aquí y participar en un proyecto tan

atractivo.

—¿Cómo no me habías dicho nada? ¿Pero qué significa que lo estás

valorando?

— Rius ¿Sabes quién es?

—Sí, tu jefe.

—Él estuvo indagando en el Ministerio de sanidad brasileño y me

parece un proyecto muy interesante, pero Rius me presiona para que no me

vaya. Tiene previsto proponerme como su sustituta cuando se jubile, dentro

de un año. Estoy hecha un lío porque María tampoco me apoya e insiste

mucho en que eso es una locura.

—En cambio yo sí estoy de acuerdo contigo. Míralo como la

experiencia temporal que es. Me has dicho que necesitas nuevos retos,

cosas que te hagan sentir la persona que fuiste. Estoy convencido que no

sólo conseguirías ese objetivo sino que además podrías aportar todo eso en

los que estáis trabajando en beneficio de una comunidad desfavorecida.

—También he pensado en mi madre. Dejarla sola me preocupa.

—Pero si tu madre vive en Murcia ¿No?

—Sí, pero ella dice que no son lo mismo los seiscientos y pico

kilómetros que nos separan que los miles que hay entre Murcia y Brasil.

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— No obstante, nosotros nos marchamos dentro de un mes, ya lo

sabes. Así que tienes tiempo de pensarlo.

—La semana que viene empiezo mis vacaciones. Iré unos días a ver a

mi madre a Ceutí, la visita obligada de verano, y luego me voy con María y

Xavier a pasar un par de semanas a Tarifa. Una amiga suya tiene un

pequeño hotel y nos ha invitado a pasar unos días. Será un buen momento

para reflexionar.

—Tarifa es un sitio con mucha marcha.

—De eso se trata, de desconectar y pasárselo bien. Nunca he estado,

pero mucha gente me ha hablado muy bien.

Después fueron a tomar unas copas cerca del restaurante, a un bar

musical donde Toni solía ir con sus amigos. Estuvieron charlando y bailando

con todo el grupo. Leonor no lo pasaba tan bien desde hacía mucho tiempo.

De madrugada salieron del local y Toni la llevó hasta su casa.

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ONCE

El día era muy caluroso, el típico de agosto en el que apenas se podía

mover un dedo sin que el sudor invadiera todo el cuerpo. Leonor estaba

tumbada en una hamaca que colgaba de dos limoneros, en el pequeño

huerto de casa de su madre. Las cigarras apagaban con su canto

ensordecedor el silencio. Le venían a la memoria los días de verano, en los

que sus primos y ella se bañaban en un barreño para sofocar el calor.

Jugando a tirarse agua y a meter las piernas. Recordaba a su padre

sentado en la mecedora de enea intentando leer y que cada dos por tres

les decía que no gritaran tanto, que no podía leer, aunque ella sabía que

disfrutaba viéndolos divertirse. Aquel huerto había sido lugar de juegos y

complicidades infantiles y adolescentes durante sus vacaciones.

Estaba sola en casa de su madre. Al jubilarse como maestra, hacía

apenas un año, había vuelto al pueblo, pensó que estaría mejor junto a sus

hermanos. Desde que su padre había muerto de accidente unos años atrás,

Barcelona le resultaba demasiado grande. Algo se rompió entre ellas con

aquella decisión, discutieron mucho al respecto pero no hubo acuerdo.

Leonor quería que se quedara, que disfrutara de los amigos, que no volviera

a una tierra que le iba a resultar extraña después de tantos años. La madre,

en cambio, parecía querer atrincherarse entre sus hermanos esperando que

ellos llenaran la ausencia del marido. Cuando su madre marchó nunca

volvieron a hablar sobre esa decisión. Ambas mantenían una apariencia de

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cordialidad madre-hija, aunque ésta se limitara a las llamadas dominicales y

la corta visita de verano.

Leonor volvió a pensar sobre aquella discusión con su madre, pero

optó por alejar ese pensamiento, era una historia sin retorno. Se puso a leer

el libro de Nadine Gordimer que había encontrado por casualidad en su

librería habitual, uno de los que formaba parte de las lecturas para las

vacaciones. <<¡Qué rara belleza en sus palabras!>>, pensó. La densidad

de las pequeñas cosas la envolvía adentrándola en las debilidades

humanas descritas con tanta sutileza que le era imposible no sumergirse en

aquella lectura y olvidarse de todo lo demás. Tras un rato largo de lectura

volvió sin querer a lo sucedido con su madre por la mañana temprano.

Habían tenido otra de sus típicas desavenencias. La madre marchó con su

tía para acompañarla al hospital de la Virgen de la Arrixaca, a una de las

revisiones periódicas a la que debía someterse. Insistió en que fuera con

ellas, pero no quiso porque no serviría de nada, no conocía a ningún médico

de ese hospital. Prefería quedarse leyendo. Su tía le recriminó que fuera tan

despegada como siempre y ella le recordó que de ser así no habría invitado

a toda la familia a cenar aquella noche de ser así. Tía y madre se fueron

pensando que seguía siendo la misma niña independiente y poco familiar de

siempre.

Fue a la cocina a preparar algunos platos para la cena familiar, la

mayoría serían fríos y si no los preparaba por la mañana, por la noche

estarían calientes. No iba a complicarse, cosas fáciles, la cocina no era su

especialidad, más bien sentía aversión. Con la cena pretendía evitarse ir

Page 75: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

casa por casa saludando a tíos y primos. Quedaba bien con ellos y de paso

contentaba a su madre.

Cuando estaba casi lista la cena aparecieron sus dos amigas para ir a

comer a Los Torraos, a la Frasquita, un lugar cercano al pueblo, famoso por

los ricos asados de cordero con patatas al ajo cabañil. Sus padres eran

asiduos a aquel tradicional restaurante al que acudían con cualquier excusa

o para alguna celebración. Ir a comer las tres juntas era un ritual que se

repetía cada verano y una buena ocasión para las dos amigas de dejar a los

niños con los maridos.

Por el camino reían a carcajadas, rememorando anécdotas de la

época adolescente y las tonterías que llegaban a hacer para conquistar a

los chicos que les gustaban, o a los que simplemente les querían tomar el

pelo. Siempre eran las mismas anécdotas, pero disfrutaban repitiéndolas

año tras año.

—Leonor, no te escaquees y cuéntanos cómo vas de novios.

—Nada de nada —contestó en tono jocoso.

—¡Vamos, eso no se lo cree nadie! Con lo estupenda que estás.

—Hay un compañero con el que he salido alguna vez, pero, como

dicen en Cataluña, no me acaba de hacer el peso.

—¿Qué quiere decir eso, que está gordo, que es flaco?

—No. Que es un tío estupendo, pero no me veo con él.

—¡Pero si ahora no hay que vivir juntos! Salís de vez en cuando y en

el momento que se tercie, un buen polvo y ya está.

Page 76: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

—¡Te has vuelto muy moderna! En eso sigo siendo algo clásica, no es

mi ideal de relación.

—Usted perdone —dijo la amiga en tono burlón.

—En serio. No tengo ganas de liarme con nadie. Hay muchas otras

cosas por las que preocuparse. Estoy bien así. Hago lo que quiero y cuando

quiero.

—¿No te has planteado la posibilidad de tener hijos?

—¿A qué viene esa pregunta?

—Eso digo yo, qué tontería acabo de decir.

El restaurante estaba lleno. Rosario, la dueña, vino a saludarlas.

—¡Qué alegría teneros aquí otra vez! Leonor estás más guapa que el

año pasado. Hay que ver, que no pasa el tiempo por ti.

—Muchas gracias Rosario, pero las arrugas van apareciendo sin

remedio.

—Ani, que se sienten en la mesa de la esquina —dijo a la menor de

sus cuatro hijos.

—¡Qué hambre! Con ese olor tan rico se me ha abierto más el apetito

—dijo Leonor.

—¿Aquel no es Paco? —preguntó una de las amigas.

—Sí.

—¿Os acordáis cuando en la fiesta de San Roque le dijimos que

María lo estaba esperando en las cuatro esquinas? Estaba coladito por ella

y nos inventamos aquello para ver qué hacía. Salió disparado como una

flecha, el pobre.

Page 77: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

—¡Qué memoria Leonor, yo no recuerdo eso!

—Yo sí, porque recuerdo cada una de las fiestas como si fuera ahora

mismo.

Paco las vio y se levantó a saludarlas.

—¡Hola! ¿Cómo estáis? ¿Qué haces por aquí, Leonorcita?

—He venido unos días a ver a mi madre y a la familia, como cada

verano. Pero no me llames Leonorcita, que ya estoy algo mayor para eso.

—Perdona, pero así es como te he llamado siempre. Además cuando

encuentro a tu madre me habla de cómo echa de menos a su Leonorcita.

—Me alegro de saludaros, y tu Leonor, a ver si te dejas caer más a

menudo por aquí, que eres muy cara de ver.

— me gustaría, pero mi trabajo no me permite poder venir a menudo.

Ani les anunció que como el cordero lo hacían al momento, tendrían

que esperar un ratico. Mientras tanto, trajo para picar un plato con mojama y

almendras fritas que ayudó a distraer el desbordado apetito.

A la espera de la comida, aprovecharon para contarse las cosas que

les habían ocurrido desde el verano anterior. Leonor les explicó con

entusiasmo que estaba sopesando la posibilidad de ir a Brasil por un tiempo

para ejercer allí su profesión. <<Tan aventurera como siempre, viajando por

el mundo cada dos por tres>>, dijo una de ellas.

La comida llegó en una bandeja que parecía para el doble de

comensales, con unas raciones tan exageradas que fue imposible acabar

con ella. Entre risas, chismes y comentarios cómplices alargaron la

Page 78: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

sobremesa, tanto, que quedaron solas en el restaurante. Rosario, que había

terminado en la cocina, se sentó con ellas a tomar el café antes de cerrar.

De vuelta a casa Leonor encontró a su madre sentada en el patio, en

la mecedora de enea, con aspecto de haber estado llorando. Hacía tres

años, en aquella fecha, su padre había muerto. Leonor lo sabía cuando

organizó la cena familiar, pero había decidido reunirlos precisamente ese

día para que el recuerdo de la muerte del padre se hiciera más llevadero.

Llegó la hora de la cena, entre tíos y primos eran diecisiete. Leonor

había preparado zarangollo, ensalada murciana, tortilla de patatas y otros

platos ligeros propios del verano.

Como Leonor era la única que vivía fuera del pueblo, buena parte de

la conversación giró en torno a ella. Las anécdotas de infancia se sucedían

una tras otra y por más repetidas que estuvieran, siempre había algún

familiar que recordaba algún dato nuevo desde la última vez. Leonor

participaba de la conversación con entusiasmo porque le resultaba divertido

comprobar lo distintas que son las cosas cuando es otro el que las relata. A

su tío siempre le gustaba mencionar que de pequeña había dado muestras

de su interés por los países lejanos, cosiendo a preguntas tanto a su padre

como a él sobre los niños de África deseosa de saber cómo vivían, porqué

se morían de hambre. Le horrorizaban las imágenes en televisión y no

entendía cómo era posible que se los dejara morir.

En esta ocasión, como en las otras, acabaron con las cajas de

zapatos llenas de fotos y los álbumes antiguos. Cada foto era una anécdota

y la velada se alargó hasta la madrugada.

Page 79: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

DOCE

Leonor regresó de Tarifa con las pilas recargadas. María, su marido

Xavier y ella disfrutaron de las vacaciones como hacía tiempo no

recordaban. En el propio hotel lograron formar un grupo que fue de aquí

para allá como si se conocieran de mucho tiempo atrás, animando todos los

encuentros, tanto en los días ventosos de playa, como en las cenas y

tomando copas en los bares.

De vuelta a Barcelona, aún le quedaba una semana para estar

relajada y reincorporarse al trabajo con la energía gastado a raudales en

las agotadoras vacaciones. María también tenía unos días, así que

acordaron dedicarlos a hacer actividades de manera más relajada visitando

exposiciones, yendo al cine, compartiendo paseos al atardecer por la playa.

María estaba contenta de ver a Leonor en aquel nuevo estado de

ánimo, como si por fin hubiera decidido dar un nuevo y positivo rumbo a su

vida. Por fin parecía que la ausencia de Víctor empezaba a estar en el

recuerdo.

Se acababan las vacaciones, era el último viernes antes de volver al

trabajo y Leonor, María y Xavier asistieron a una fiesta en Castelldefels con

un grupo de amigos de los que conocieron en Tarifa. La cena era en casa

de uno de ellos que cada año solía hacerla para celebrar el final del verano.

Leonor pasó a recoger a María porque Xavier más tarde en su coche.

—¡Qué guapa te has puesto! —dijo María.

Page 80: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

—Tú también. Se nos acaban las vacaciones, así que hay que

aprovechar la última fiesta antes de la vuelta a la rutina.

—Hay que aprovechar hasta el último minuto.

Leonor condujo por la C-32 con la música a todo volumen. En la radio

sonaba una canción de Norah Jones que ambas tarareaban. La autopista

iba cargada de tráfico todo el mundo quisiera aprovechar aquel fin de

semana.

Les costó bastante dar con la casa, porque la urbanización en que

estaba ubicada era un vericueto de calles que no tenían nombre, sino

números: trescientos quince, trescientos ocho, trescientos doce. No había

manera de encontrar la trescientos dieciséis, ni los propios vecinos

conocían muy bien el callejero del barrio.

Llegaron un poco más tarde de la hora prevista, así que la casa ya

estaba muy concurrida. El anfitrión había cuidado hasta el más mínimo

detalle, las plantas lucían verdes, un reguero de grandes velas recorría

buena parte del jardín y la piscina, especialmente iluminada, congregaba a

buena parte de los invitados. En una esquina un cuarteto tocando jazz

interpretaba piezas lentas. En dos puntos opuestos del jardín se podía

tomar bebida o picar de alguno de los múltiples y variados platos que

llenaban las amplias mesas.

—No sabía que Andreu estuviera tan bien situado económicamente.

Esto es una pasada —dijo María.

—Sí, yo tampoco lo hubiera dicho, como en Tarifa siempre iba vestido

de aquella manera tan poco formal.

Page 81: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

—La gente del windsurf viste así.

—¡Eh, mira! Andreu está al lado de los músicos, vamos a saludarlo.

—Está hablando con una chica, mejor lo saludamos después.

—¡Vamos, Leonor! —dijo en tono un tanto recriminatorio—. Pero si

estamos en esta fiesta porque él hizo mucho hincapié en que vinieras.

—No empieces a adjudicarme novios María, que te conozco.

—Leonor, no te hagas la estrecha. Si todo el grupo en Tarifa

comentaba que Andreu estaba pendiente de ti.

—¡Tonterías! Vamos a picar algo y tomar una copa. La noche es

larga, cuando lo veamos menos ocupado lo saludamos ¿De acuerdo?

—Sí, Sra. Ayala, lo que usted diga, Sra. Ayala —contestó María con

retintín.

—¡María.....! —dijo con desdén.

—¡Leonor....! —contestó María con una carcajada.

Las dos fueron riéndose hasta la mesa de las bebidas. Ambas

pidieron cava y cogieron para picar un plato con quesos para dirigirse hacia

un grupo de conocidos que estaba enfrascado en contar anécdotas de los

días pasados. El típico aguafiestas recordó, sin venir a cuento, que el lunes

se trabajaba y todos empezaron a hacer bromas con él. Cuando el cuarteto

de jazz cambió el ritmo hacia una música más ligera algunos se animaron a

bailar. Leonor fue una de las que más bailó. Entre pieza y pieza iba en

busca de cava fresco para paliar el calor y seguir su trepidante ritmo bailón.

María estaba asombrada de la capacidad de aguante de su amiga, era

como un mecano al que le hubieran dado cuerda infinita.

Page 82: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

Sonaba una pieza lenta que Leonor conocía muy bien porque la tenía

en casa en uno de aquellos CDs de Miles Davis que le regalaron en uno de

sus cumpleaños cuando Andreu se acercó para bailar con ella, la cogió por

la cintura. Conforme seguía la evolución del baile él se aproximaba más

hasta que a media pieza Leonor dijo estar mareada, no podía seguir dando

vueltas por miedo a caer. Pidió disculpas a Andreu que se quedó perplejo y

sin saber qué decir hasta que le ofreció una de las habitaciones por si

quería descansar, pero Leonor dijo preferir su casa. Insistió en buscar a

María para que la llevara cuanto antes, tenía miedo de montar un numerito

delante de toda la gente.

María visiblemente disgustada por tener que marchar en aquel

momento, el mejor de la noche, no entendió porqué le había dado por

beber, era la primera vez que la veía en aquel estado. A Xavier tampoco le

hizo ninguna gracia porque la fiesta estaba en su mejor momento. María

optó por llevarla muy a regañadientes, no sin antes recriminarle que parecía

una adolescente desbocada. Ella dio la callada por respuesta no sólo

porque su amiga tenía razón sino porque la cabeza empezó a darle vueltas.

A medio camino, tuvieron que parar el coche en el arcén para que

Leonor saliera a vomitar. Cuando llegaron, María la tuvo que ayudar a salir

del vehículo y con esfuerzo conducirla hasta el ascensor. Casi a rastras la

introdujo en la bañera, la desnudó y le dio una ducha de agua fría.

—Me voy a morir —repetía Leonor sin cesar.

—No te preocupes, la borrachera no es tan grande como para eso —

dijo María con sorna.

Page 83: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

Después de la ducha, le preparó un vaso de agua con dos Alka-

Seltzer antes de meterla en la cama. María miró hacia el despertador de la

mesilla que señalaba las cuatro y cuarto y se dirigió a la cocina para coger

una papel de post-it: n el que escribió << Me he llevado tu coche. Llámame.

María>>”. La dejó enganchada en el espejo del cuarto de baño.

Leonor abrió los ojos lentamente, alargó el brazo izquierdo hasta la

mesilla y con la mano buscó el despertador. Eran las doce de la mañana.

Se dio media vuelta para rehuir la luz solar que le daba directa en la cara.

Tenía un fuerte dolor de cabeza y ardor de estómago. No recordaba cómo

había ido a parar a su cama. Lo último que le venía a la memoria era la

pieza de Miles Davis y su cuerpo pegado al de Andréu mientras bailaban.

Se desperezó. Le dolía todo el cuerpo, hasta el cuero cabelludo, como

si le hubieran dado una paliza. Los pies entumecidos apenas le permitían

caminar con la mirada hacia el techo intentó recordar, pero apenas

conseguía ver que había bailado mucho, no tenía pistas de cómo había

acabado la fiesta.

Fue al cuarto de baño en donde encontró la nota de María. Supo de

esta manera que debía haber sido ella quien la metiera en la cama. Una

larga ducha era la mejor solución para aquel cuerpo maltrecho. Estuvo bajo

un potente chorro de agua hasta que consiguió espabilarse. Cogió una

toalla pequeña para el cabello y se enrolló el cuerpo con la grande. Se secó

enérgicamente como para despertar una a una todas las células de su

cuerpo. Abrió el armario de la derecha en el que guardaba las cremas.

Page 84: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

Mientras se las ponía miró las arrugas que tenía alrededor de los ojos, signo

inequívoco del desenfreno. Sentía una vergüenza enorme, a saber si podía

volver a mirar a la cara a la gente de la fiesta y Pobre Andreu, que trago,

pensó.

Una vez vestida, fue hasta la cocina. Al pasar por delante de la foto

que Víctor y ella se hicieron en la Costa Brava, junto a un mar de intenso

azul , se paró a mirarla y la cogió para llevarla a la cocina. Sentada en un

taburete estuvo un buen rato recreándose en la imagen. De nuevo sintió la

culpa de su muerte. Lo echaba mucho de menos. Recordaba aquella

sonrisa tan contagiosa, la alegría y el optimismo que lograba dar a las

situaciones difíciles y seguía notando su falta casi a cada instante. Con la

foto encima de la mesa preparó un desayuno con naranjas exprimidas sin

azúcar y tostadas, después llenó el mango de la cafetera con una carga de

café. Mientras tomaba el café amargo se dijo que era hora de llamar a María

aunque mientras marcaba el número se preguntaba por dónde empezar si

por pedirle perdón o agradecerle que la hubiera llevado a casa.

Al otro lado de la línea no debía haber nadie porque el teléfono sonó y

sonó hasta hacer saltar el contestador. Cuando se disponía a dejar un

mensaje María descolgó.

—¿Quién es? —dijo con voz ronca.

—Lo siento, soy yo ¿Te he despertado?

—No, acabo de levantarme.

—Es casi la una.

—¡La una! ¡Qué manera de dormir!

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—Quería darte las gracias por lo de anoche.

—De nada, no se merecen —canturreando la frase.

—Había pensado invitarte a dar una vuelta ¿Qué te parece?

—¡Estupendo, Xavier ha salido en bicicleta con unos amigos! ¡Con las

pocas ganas que tengo de estar en casa!

—Pasa a recogerme con mi coche cuando estés lista. Te espero en la

cafetería de la esquina, así compro los diarios y aprovecho para leer

mientras llegas.

—De acuerdo. No tardo nada. Hasta luego.

Volvió a coger la foto de Víctor y se entretuvo en mirarla de nuevo

durante un largo rato, luego se fue hasta el salón para abrir el armario en el

que guardaba fotos y dejó allí la de Víctor.

Cuando María recogió a Leonor se dirigieron al parque de la

Ciudadela, a las dos les gustaba pasear por aquellos jardines. Durante el

recorrido Leonor se mostró preocupada por lo sucedido la noche anterior,

era la gota que colmaba el vaso de los despropósitos. <<Me voy a ir>>, dijo.

Había estado dándole vueltas a lo de Brasil. Sería un año. Un año pasaba

enseguida teniendo cosas interesantes que hacer. Tras meditarlo mucho

había tomado la decisión, era una oportunidad de desconectar para volver

con energías renovadas. María no supo qué decir al verla tan convencida.

Conocía a su amiga y si Leonor tomaba una determinación era porque la

había meditado mucho. No se atrevía a disuadirla, sólo preguntó que si lo

tenía bien pensado.

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—Sí, lo tengo del todo decidido.

Iba a llamar a Toni para irse con su grupo, si era posible aún

quedaban algo más de quince días para que partieran. El lunes hablaría

también con el Doctor Rius para que hiciera de enlace con el Ministerio de

Sanidad brasileño. Tenía tiempo más que suficiente para las vacunas, pedir

una excedencia y dejar todo listo para su marcha. A María sólo se le ocurrió

abrazarla para dejar claro que si con eso iba a ser feliz, lo demás no era

importante.

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SEGUNDA PARTE

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TRECE

Eran algo más de las seis de la mañana cuando Toni y Leonor se

encontraron en la terminal B del aeropuerto de Barcelona. Hicieron cola

para facturar el equipaje con destino a São Paulo. El avión que los llevaría

hasta Lisboa tenía la salida a las siete y veinticinco y el capital de Portugal,

se unirían al resto del grupo, el portugués y los dos franceses hasta Brasil.

Después de embarcar el equipaje y pasar el control de la policía, fueron a

una cafetería.

Toni estaba contento de la presencia de Leonor en el grupo, así

disfrutaría de la compañía de una amiga en un lugar en el que era previsible

que las cosas no fueran fáciles. De los otros supo a través del correo

electrónico, eso no daba para mucho.

—Nunca hubiera imaginado que te añadirías, estoy contento de que

sea así— comentó Toni.

—Es una decisión bien meditada y me hace mucha ilusión— dijo ella.

Se sentaron a tomar café en una abarrotada barra de uno de los

bares. que había junto a la puerta de embarque. Ambos pidieron un

bocadillo pequeño de jamón con queso y un café con leche. Iniciaron una

conversación que recorría pasajes de sus vidas como si aquella charla fuera

una puesta a punto, una buena manera de normalizar su resquebrajada

relación. Después relajaron la conversación con cosas más triviales. Leonor

sentía curiosidad por el idioma, no sabía si entre el castellano y el catalán

haría una buena mezcla para entender el portugués. Toni dijo que el

Page 89: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

portugués se entendía bien aunque el de Brasil fuera un poco diferente.

Apenas acabaron de desayunar anunciaron el embarque.

El avión despegó puntual y llegó a Lisboa con suficiente tiempo para

enlazar con el vuelo de São Paulo. Habían quedado en encontrarse con el

resto en la puerta de embarque. Cuando Toni y Leonor llegaron, los otros

tres estaban en animada charla. Enseguida empezaron la ronda de

presentaciones.

—Alain de Burdeos, médico —dijo el primero de ellos.

—Eliette, de Estrasburgo, pero vivo con mi marido Alain, también soy

médica.

—Paulo, de Oporto, maestro.

Leonor y Toni también se presentaron.

—¿Parece que soy la mayor, no? —comentó Leonor.

—¿Estás buscando alguna forma de tener un ascendente sobre

nosotros? —sugirió Toni riéndose.

—No, es que es una de mis manías, no hagáis caso, me gusta saber

la edad de la gente.

—Si te hace tanta ilusión, yo tengo treinta —bromeó Eliette.

—Veinticinco —canturreó Paulo.

—Treinta y cinco —sonrió Alain.

—Los míos ya los sabes, treinta y siete —dijo Toni—. Ahora te toca a

ti.

—Ya os lo decía: soy la mayor, treinta y ocho.

—¡Estamos todos fichados! —dijo Paulo sonriendo.

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Iniciaron entre ellos una charla entrecruzada. ¿Por qué estás aquí?

¿Cómo te enteraste de esto? ¿Has tenido alguna experiencia parecida?

Eran algunas de las preguntas que se hacían unos a otros. Aunque todos

entendían el idioma de los demás, la conversación se desarrollaba en

inglés. Excepto Paulo, el de Oporto, el resto tenía alguna que otra

experiencia en cooperación, pero ninguno había pasado más de tres meses

fuera de su casa. Uno de ellos comentó que ansiaba empezar cuanto antes

la misión porque tenía ganas de aportar sus conocimientos a una

experiencia que parecía importante a la vez que estaba seguro de aprender

nuevas experiencias. Otro enumeró varias razones por las que aseguró

haberse apuntado y así cada expuso sus motivos que venían a ser

coincidentes en muchos puntos con los de los demás hasta que llegó la

hora de embarcar.

El avión era un boeing de la TAP, iba casi al completo, apenas unos

cuantos asientos vacíos al final. Los cinco estaban sentados en filas

diferentes, aunque Leonor y Toni compartían asientos contiguos. Eran las

nueve y cuarenta y cinco de la mañana cuando el boeing despegó puntual

rumbo a São Paulo. Leonor había aconsejado a sus compañeros que

cambiaran la hora de los relojes a la del país de destino y que procuraran, a

partir de ese momento, adecuarse a ese horario, de esa manera, evitarían

gran parte de los efectos del jet lag. Eliette dijo que ella lo había

comprobado en varias ocasiones, era una buena idea. Paulo apenas había

dormido la noche anterior, la despedida de los amigos se alargó hasta casi

Page 91: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

la hora de coger el avión y prefería dormir. <<No se os ocurra despertarme

para comer>>, les dijo.

Leonor intentó distraerse con la lectura de un libro en inglés sobre la

Amazonia, lo había encontrado en la librería Altaïr de Barcelona,

especializada en viajes. Cuando descansaba de la lectura compartía

conversación con Toni y una brasileña que ocupó el asiento contiguo

derecho, una chica que estudiaba en la UPC ingeniería de

telecomunicaciones y que había sido becada por el Gobierno español para

acabar sus estudios en esa Universidad y que volvía a casa después de una

larga temporada en la que a pesar de haber aprendido y compartido

momentos divertidos añoró continuamente su Brasil natal.

Entre la lectura del libro, el par de películas que siempre hacían más

llevadero el viaje, y el ir y venir de las azafatas con bebida y comida, más

alguna cabezadita que otra, el vuelo les pareció corto. A las cuatro menos

cinco de la tarde bajaron por las escalerillas para tocar tierra brasileña en el

aeropuerto de Guarulhos. Una fuerte sensación de calor se les vino encima

como si alguien hubiera encendido una calefacción gigante para darles la

bienvenida a aquel territorio con un clima con el que a partir de aquel

momento tendrían que convivir.

Recogieron el equipaje de la cinta transportadora. Todos llevaban una

bolsa grande, excepto Leonor que trajo dos. Había cargado unos cuantos

libros, sin ellos se sentía desamparada, y un par de botas deportivas que

fueron en parte las responsables de la segunda bolsa. En la puerta de

salida un gentío con flores, pancartas, letreros de agencias de viajes,

Page 92: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

esperaba a los pasajeros. Una mujer bajita, con rasgos indios, sostenía un

cartel en el que se leía el nombre de Toni Puig. Dijo llamarse Joana Anaiço

y había venido de Brasilia, la capital, para darles la bienvenida en nombre

del gobierno.

Subieron el equipaje a la furgoneta que los trasladaría al hotel. Nada

más ponerse en marcha Joana les informó que disponían de un día libre

para recuperarse del jet lag, después irían a la capital para reunirse con un

equipo del Ministerio de Educación y de Sanidad responsable de los

programas y que explicarían lo necesario para desempeñar el trabajo en la

Amazonia. Con la avidez propia de los que pisan el país por primera vez la

sometieron a un interrogatorio sobre todo tipo de cuestiones, hasta que

Alain intervino para sosegar a sus compañeros, Joana no daba abasto para

ofrecer las respuestas adecuadas.

Una vez en el hotel recogieron las llaves de las habitaciones y Joana

se despidió poniéndose a su disposición por si les apetecía visitar la ciudad

con la furgoneta. Aceptaron de buen grado el ofrecimiento. A las nueve de

la mañana del día siguiente desayunarían juntos y más tarde recorrerían la

ciudad durante unas horas para despedirse enseguida y retirarse a

descansar porque el cansancio los había vencido a todos.

Leonor entró en la habitación. Era pequeña, pero suficiente para el

poco tiempo que estarían allí. Cogió su móvil de la mochila y lo puso a

cargar. Había prometido llamar a su madre y a María a la llegada, aunque

aún no era buena hora para hacerlo. Tras esas dos llamadas se despediría

del móvil hasta regresar a Barcelona, ese era su firme propósito para

Page 93: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

mantenerse alejada de lo que dejaba atrás: no más contactos de los

estrictamente necesarios.

El intenso ruido del tráfico aconsejaba usar tapones para los oídos

que ella siempre llevaba en el equipaje cuando viajaba. Se los puso, apagó

la luz que tenía a la izquierda de la cama y se durmió enseguida.

Eran las cuatro de la mañana, las nueve en Barcelona, cuando Leonor

despertó. A pesar de sus esfuerzos para no sufrir el jet lag, ahí estaba:

cansada y despierta a una hora intempestiva para Brasil. Sin poder coger el

sueño de nuevo, se levantó para descorrer las cortinas del balcón: aún era

de noche. A pesar de la hora, el tráfico empezaba a ser abundante. Estuvo

unos minutos mirando pasar los coches. Fue en ese momento cuando tomó

conciencia de que ya estaba en Brasil, le parecía mentira. Decidió volver de

nuevo en la cama e intentó relajarse para conseguir finalmente dormir un

par de horas más. Al despertar se le ocurrió que podía ir al gimnasio, hizo

una llamada a recepción para preguntar si disponían de él y a qué hora lo

encontraría abierto. Buscó ropa deportiva y se fue hacia él. Era tan

temprano que los únicos ocupantes eran ella y una chica de aspecto atlético

que le ofreció una toalla y le indicó el funcionamiento del agua para beber.

Tras poco más de cuarenta y cinco minutos de duro ejercicio se dijo que era

hora de volver a la habitación y prepararse para el desayuno.

Había acabado de arreglarse y aún faltaba un buen rato para la hora

convenida con los demás, pero bajó al restaurante para esperarlos allí. Al

entrar encontró a todos sentados en una mesa.

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—¡Hola, Leonor! Parece que eres la única a la que ha dado resultado

los métodos anti jet lag —dijo Alain.

—¡Hola! ¿Hace mucho que estáis aquí?

—Desde que han abierto el comedor —contestó Paulo.

—Pues, a pesar de mis métodos me he despertado a las cuatro de la

mañana. A las seis y media me he ido al gimnasio para soltar un poco de

energía retenida.

—Eso es verdadero amor al deporte. Yo soy de aquellas que siempre

dice que va a empezar, pero nunca encuentra el momento.

—A lo mejor es puro masoquismo —comentó Toni riéndose.

—¿Alguien ha pensado qué podemos hacer hoy?

—A mi me parece un poco absurdo esto del día de descanso.

Supongo que ellos sabrán más que nosotros, pero no le veo el sentido —

expresó Paulo.

—No creo que eso deba preocuparnos ahora. Cuando tengamos la

reunión en Brasilia, empezará esto en serio; mientras tanto, podemos

aprovechar para conocer la ciudad

—sugirió Eliette, como siempre, viendo el lado positivo.

—Estoy de acuerdo, aunque me han dicho que en São Paulo no hay

muchas cosas que ver —dijo Toni.

—Si me disculpáis, voy a llamar por teléfono. Nos vemos en la

recepción ¿Media hora os parece bien? —preguntó Leonor.

—De acuerdo, nos vemos en media hora.

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Hizo las llamadas a su madre y a María. Apenas llevaba unas horas

en Brasil y su madre ya la había echado en falta, no acababa de hacerse a

la idea de estar sin ella un año entero, y aunque Leonor intentó calmarla,

fue inevitable el llanto que se apoderó de ella como si no fuera a ver a su

hija nunca más. Con María se entretuvo en explicaciones sobre los

compañeros y la buena impresión que le habían causado nada más

conocerlos. Acababan la charla cuando Leonor quiso hacerle saber que

llamaría en contadas ocasiones por teléfono porque se había establecido a

sí misma ese requisito para guardar la distancia necesaria con todo lo

anterior.

—De vez en cuando, acuérdate de mí. Te echaré de menos —le dijo

María.

—Yo también. Te deseo suerte con el nuevo tratamiento de fertilidad y

dale recuerdos a Xavier.

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CATORCE

Han llegado a Brasilia desde el aeropuerto de Congonhas

acompañados por Joana. Una furgoneta los lleva hasta la sede del FUNAI,

la Fundación Nacional del Indio, una institución que se encarga de su

protección. Allí les esperan representantes del Ministerio de Sanidad y de

Educación. Después de una larga reunión en la que les indican las zonas de

trabajo -cada uno tiene asignada zona diferente- y especifican las tareas a

llevar a cabo, les hacen saber que dispondrán de un fin de semana al mes

en Manaos que pueden aprovechar para encontrarse, sus puntos de trabajo

están más o menos equidistantes de esa ciudad y eso la convierte en el sitio

ideal para esos días de descanso.

Por la tarde parten en avión hacia la capital de la Amazonia brasileña.

Han conseguido sentarse juntos y se distraen mirando en un mapa dónde

desarrollará cada uno su trabajo. Paulo, despreocupado como siempre,

aprovecha para echar una cabezadita. Entre buscar en el mapa,

comentando las ganas que tienen de empezar, y alguna que otra referencia

a sus trabajos, el vuelo se les hace corto.

Después de recoger el equipaje una furgoneta los traslada al hotel

Novotel de Manaos en el que harán noche antes de partir cada uno a sus

puntos de trabajo. Cuando cada uno tiene la llave de su quedan en verse

sobre las ocho y media en el restaurante del hotel para cenar.

Page 97: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

El hotel tiene aspecto de ser bastante nuevo. Leonor entra en la

habitación que es bastante espaciosa, con muebles modernos y una

decoración de estilo sobrio, pero con gusto. Descorre las cortinas del gran

ventanal. La habitación da a un patio interior lleno de vegetación de vivos

colores. Está contenta, siente curiosidad por lo que el nuevo trabajo le

deparará y una cierta impaciencia por trasladarse al interior de la selva.

Mientras observa las plantas decide salir porque no le apetecía

quedarse encerrada en la habitación pudiendo disfrutar de aquel lugar. Se

dirige al restaurante por el largo pasillo que va hasta la recepción. El hotel

es muy tranquilo, da la impresión de estar casi vacío. Al llegar todas las

mesas están ocupadas. La primera idea de un hotel vacío se desvanece.

Hay muchos hombres, unos trajeados y con corbata y otros vistiendo de

manera deportiva, pero se diría que son mayoría los ejecutivos medios.

Echa un vistazo para buscar a sus compañeros y ve que Eliette y

Alain están sentados en animada charla.

—El hotel está muy bien ¿No os parece?

—Sí, muy bien para su categoría. Nos vendrá bien regresar aquí cada

mes, disfrutaremos de unas comodidades que no vamos a tener en la selva

—dijo Eliette.

—Nuestro cuerpo lo va a agradecer —comentó Alain.

—Por ahí vienen Paulo y Toni —dijo Leonor que estaba sentada de

cara a la entrada del comedor.

—¡Hola! —saludaron los recién llegados.

Page 98: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

—Será mejor que vayamos ya al buffet o corremos el riesgo de

quedarnos sin nada. Esto está a tope de gente.

—Id vosotros. Yo guardo la mesa hasta que volváis —dijo Leonor.

Paulo fue el primero en regresar con un plato lleno de ensalada, varios

quesos y salami.

—¿Pero vas a poder con todo eso? —preguntó Leonor.

—¡Ah, claro! Esto es sólo el primer plato. ¿De dónde crees que

procede mi bien cuidada barriga? —dijo Paulo riendo.

—Voy a por lo mío.

Leonor cogió un plato para dirigirse a la zona de las ensaladas, no

tenía mucha hambre. En la fila, mientras esperaba su turno, se fijó en las

botas de la persona que tenía delante (siempre se fijaba en el calzado, le

parecía una manera de conocer a la gente: el tipo, el color, si estaba sucio o

limpio, si la suciedad era de tiempo atrás o del día). Las botas de su vecino

en la cola eran iguales que unas que ella llevaba en el equipaje. Al ir a

coger los cubiertos que estaban en la bandeja del tomate la persona que la

precedía, un hombre alto y corpulento que parecía salido de una película de

aventuras no sólo por el atuendo, sino por lo curtido de la piel y su trabajada

musculatura, hizo el gesto de querer coger los mismos cubiertos.

—Perdón —dijeron los dos a la vez, Leonor en catalán y el hombre en

italiano.

—Please —dijo el hombre señalando con su mano la bandeja.

—Thank you. You first —dijo Leonor reconociendo que él estaba

antes.

Page 99: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

—Thank you —respondió disponiéndose a coger los cubiertos.

Leonor se quedó un poco aturdida por el azul tan intenso y claro de

los ojos de aquel hombre, unos ojos muy llamativos y aunque aquellos

segundos no le permitieron hacer un análisis del personaje le pareció un

tipo interesante. Se sirvió una ensalada variada y volvió a la mesa en la que

estaban sus compañeros.

—¿Tienes intención de hacer régimen para volver todavía más

guapa? —bromeó Paulo.

—Es que he comido en el avión y ahora no tengo apetito —dijo Leonor

con una sonrisa.

Mientras el resto del grupo hablaba, Leonor empezó a pasear su

mirada por el comedor buscando al hombre de los ojos azules. Lo vio

sentado con otros dos, de espaldas a ella. Se preguntaba qué haría allí

aquel hombre con pinta de aventurero que encajaba poco en aquel

enjambre de ejecutivos. Dejó de mirar después de encontrarse absurda en

aquel rastreo para volver a la conversación.

—Mañana vendrán a recogernos nuestros acompañantes y será el

momento de la despedida.

—Sólo por un mes, recordad —dijo Alain.

—Sí, pero un mes puede ser eterno —dijo Paulo—. Me puede dar un

ataque de ansiedad como la comida no sea buena.

—¡Qué exagerado eres con la comida!

—Venga, chicos. Vamos a brindar —dijo Eliette—¡Por nosotros y por

nuestra misión!

Page 100: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

—¿Con agua? Eso da mala suerte—dijo Alain.

—Lo importante es el brindis.

—¡Por nosotros y por nuestra misión!

La sobremesa fue corta porque vendrían a recogerlos muy temprano y

se imponía un descanso antes de partir hacia los respectivos lugares de

trabajo. Toni y Leonor fueron los últimos en abandonar la mesa.

—Espero no haberte metido en ningún lío.

—¿Por qué lo dices? —preguntó Leonor.

—Porque si estás aquí, en parte, se debe a que yo te incité a venir.

—Es cierto, tienes bastante que ver en mi decisión, si no me hubieras

hablado de esto, tal vez no estaría aquí. Espero poder agradecértelo al final.

Creo que va a ser muy interesante poder mejorar la calidad de vida de estas

gentes. Estoy encantada, de verdad.

—No lo dudo. Estoy convencido de que vamos a aprender muchas

cosas. Lo único que me fastidia de todo esto es el tratamiento de

prevención de la malaria, es un fastidio estar pendiente de la medicación.

—Sí es fastidioso, pero no hay más remedio y aún así, nada garantiza

que no nos pique uno de esos mosquitos y nos haga la pascua.

—Menos mal que estoy rodeado de médicos que si de algo entienden

es de malaria.

—¡Menuda garantía! Como si los anopheles lo supieran.

—¿Los quién?

— Los mosquitos.

—¡Ah! Los anopheles, no te había entendido.

Page 101: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

—¿Qué te ha parecido el grupo?

—Variopinto, a simple vista creo que nos llevaremos bien.

—La pena es que estamos dispersos en el territorio.

—Sí, es una pena. Quizás eso haga la experiencia más interesante.

Nos tendremos que espabilar por nuestra cuenta. Es un reto más.

—Se hace tarde, deberíamos irnos a dormir.

—Tienes razón. Hasta mañana Leonor.

—Hasta mañana. Que descanses.

Se despidieron con un par de besos.

Page 102: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

QUINCE

El grupo se había reunido con los guías en la recepción del hotel

dispuesto a partir cada uno a su destino. Tras cargar el equipaje se

despidieron deseándose suerte.

Germano, el guía de Leonor, es un hombre de unos cuarenta y pocos

años, de mediana estatura, alto, para ser indio. Se presentó explicándole

que procedía de la Amazonia peruana, de la tribu de los tikuna, aunque

hace muchos años que vive en esa zona de Brasil. -pensó Leonor-.

Mientras Germano conducía un todoterreno hasta el barco que los

llevaría a su destino contó que estaba casado y tenía dos hijos: un niño y

una niña que vivían en Manaos. Leonor se interesó por ellos y quiso saber

si no los echaba de menos cuando estaba fuera.

—Están acostumbrados, desempeño ese tipo de trabajos desde antes

de conocer a mi mujer.

Siguió explicando que en otro tiempo había hecho de guía para los

pocos turistas que visitaban la zona y ahora trabaja para el gobierno. La

ocupación actual le parecía más segura y valoraba mucho el salario fijo. En

el otro dependía mucho de las propinas. Cuando Leonor quiso saber si

conservaba la lengua materna de los tikunas, Germano explicó que sí,

además del portugués y un par de lenguas de los indios que habitan la zona

a la que ellos iban. Dijo estar aprendiendo inglés con unos libros y un CD

que una turista española le había enviado desde Barcelona, pero se quejó

Page 103: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

de lo poco que sabía porque consideraba difícil aprender con unos libros,

había que tener mucha fuerza de voluntad y le faltaba esa fuerza.

—Puedo ayudarte a aprender inglés en los ratos que tengamos libres

y tú me enseñas algo de las lenguas indias.

—Te lo agradezco, pero dice no estoy seguro de que vayamos a tener

mucho tiempo disponible.

Llegaron a la puerta del hotel Tropical. Quedaba un rato para que

zarpara el barco que los llevaría por el río Negro hacia el destino. Leonor

propuso tomar un café, aunque Germano la advirtió de que nunca había

entrado porque era un hotel muy caro y tampoco estaba seguro de que lo

dejaran entrar.

—Dos cafés seguro que me los puedo permitir. La entrada a los

hoteles es libre, aunque no estés alojado —contesta Leonor.

Accedieron al hotel a través de un cuidado jardín lleno de flores de

múltiples colores. La recepción era muy espaciosa, decorada con maderas

labradas a mano. Leonor se acercó a la recepción para hacerse con un

folleto que pudiera satisfacer en parte su curiosidad.

Se dirigieron hacia la derecha donde se encontraba la cafetería en la

que no hay ningún cliente. Se sentaron en los taburetes de la barra y pedir

un par de cafés que les sirvió un camarero amable y sonriente.

Leonor quiso saber si había muchos clientes en el hotel como una

manera de entrar en conversación con el camarero y él respondió que en

aquella época del año la ocupación era alta porque siempre lo era durante

la estación seca.

Page 104: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

—Hay mucha gente de diferentes países del mundo, el hotel tiene

más de seiscientas habitaciones. Algunos de los clientes son adinerados

hombres de negocios, bastantes de ellos relacionados con la madera,

aunque también hay mucho turismo.

Se hizo la hora de salida del barco y ambos recogieron las bolsas de

equipaje para encaminarse al embarcadero. Allí esperaban unos cuantos

turistas y trabajadores del hotel Ariaú Amazon Towers, según informó

Germano, el hotel donde se alojarían a la llegada y los fines de semana que

permanecieran en la selva.

Se oyó la voz de un muchacho joven indicando que podían embarcar.

Bajaron entonces la rampa de madera que unía el embarcadero con el

barco. Al entrar depositaron el equipaje, Germano se encargó de los billetes

mientras Leonor subió las empinadas escaleras hasta la cubierta.

El día era soleado con una ligerísima brisa que ayudaba a sofocar la

humedad del ambiente. Leonor se había quedado asombrada ante la

inmensidad del río porque nunca había visto, ni siquiera imaginado un

caudal de agua semejante. Tras unos minutos observando el paisaje que

como primeriza observó como hipnotizada, se dijo que debía disparar unas

cuantas fotos con la cámara que llevaba colgada al cuello. Cuando quitaba

el protector de la lente para hacer una foto desde la popa Germano se

acercó y le dijo que si aquello le asombraba más lo iba a estar cuando

navegaran río arriba en donde había una distancia de veinticinco kilómetros

de margen a margen.

Page 105: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

—Soy incapaz de imaginarme una cosa así, mi imaginación no da

para tanto. ¿Cuánto debe hacer el Ebro de ancho? —se preguntó.

Cuando el barco inició la marcha Leonor seguía la estela del agua

sentada en un banco de la proa. Le causó perplejidad el color negro del

agua aunque sabía que estaba en el río Negro y enseguida Germano le

ofreció la explicación oportuna.

—Es debido a la cantidad de sustancias orgánicas que hay disueltas

en el agua.

Le aconsejó que se pusiera cómoda porque la travesía duraría algo

más de dos horas y media, aunque ella estaba tan absorbida por el paisaje

que no le prestó atención. Ante el poco resultado de sus explicaciones

Germano decidió dejarla sola para entablar conversación con los

trabajadores del hotel que estaban abajo.

Leonor ni siquiera se percató de la marcha de Germano abstraída

como estaba en la observación de los diferentes tonos de verde, en la

cantidad de agua, en la inmensidad de la vegetación. Sin haber pisado el

territorio empezaba a convencerse de que su año en Brasil, en la Amazonia,

iba a ser gratificante, aunque pudiera esperar momentos difíciles, en eso no

se engañaba.

Cuando ha pasado algo más de una hora Germano compró en el bar

un par de botellines de agua y subió a ofrecerle uno a Leonor. La encontró

dormida con la cabeza recostada en el brazo. Le tocó el hombro para

despertarla y ofrecerle el agua. Leonor se despertó sobresaltada aunque

Page 106: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

tuviera delante la sonriente imagen de su guía que le alargó la botella que

ella bebió de un tirón.

—Tenía mucha sed, gracias.

Germano se sentó junto a ella y le comentó que había estado de

charla con los trabajadores que iban en el barco. Leonor quiso saber cómo

eran sus turnos de trabajo y él le explicó que vivían en Manaos y cada

quince días tenían cuatro de descanso. Se sentían bien con aquel trabajo

porque la dirección del hotel los cuidaba aunque el sueldo fuera pequeño.

Las propinas de los turistas se convertían en un gran suplemento que

convertía aquel trabajo en algo envidiado por muchos trabajadores. Añadió

que cuando él era guía, los estadounidenses y los españoles eran de los

turistas más generosos, aunque españoles se veían pocos.

Navegando hacia el Noroeste desde Manaos recorrieron los sesenta

kilómetros que separaban la capital de la Amazonia y el hotel. Cuando el

barco atracó en el embarcadero era media mañana. Los pasajeros

empezaron a bajar los equipajes y nada más poner pie en el hotel eran

amablemente recibidos y obsequiados con una bebida de frutas, una

recepción típica en un hotel habitado mayoritariamente por turistas.

La directora, que conoce la llegada de Leonor, le dio la bienvenida en

un perfecto castellano, sería clienta durante mucho tiempo y por esa razón

le dispensaban un trato deferente. Mientras Germano se ocupaba del

equipaje Leonor, acompañada por la directora va a registrarse mientras

charlaban sobre el origen del hotel.

Page 107: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

—Como puede ver el hotel está construido a base de maderas y todo

él anclado sobre enormes pilotes. El agua del río llega casi a tocar los

pasillos de madera que unen las diferentes construcciones cuando es la

estación húmeda. Ahora es época seca y por eso el nivel del agua ha

bajado unos cinco metros.

Leonor seguía con curiosidad los detalles que aquella mujer,

relativamente joven para su responsabilidad, desgranaba convencida del

interés que despertaba en la nueva huésped.

Después de acabar los trámites en la recepción y recoger la llave un

trabajador la acompañó a su habitación. Hasta llegar a ella recorrieron una

larga pasarela que unía las instalaciones centrales con el primer bloque de

habitaciones. Por una empinada escalera con peldaños de madera,

accedieron a la habitación 103 situada en el primer piso de un bloque de

madera que albergaba dos plantas más sobre aquella. El número 103

estaba grabado en una pieza de madera junto a una talla de un guacamayo.

En el rellano había cinco habitaciones y cada una de ellas tenía colgado de

la puerta el número con un animal diferente.

El trabajador dejó el equipaje junto al armario para pasar a explicar

con brevedad el funcionamiento del ventilador y las luces. Se despidió con

unos cuantos reales que Leonor le dio de propina.

Parada en el quicio de la puerta hizo un reconocimiento visual: a la

derecha un armario de madera sin cajones del que cuelgan unas cuantas

perchas, a ambos lados de la cama unas mesillas, una con un despertador

y otra con una lámpara. La cama era de matrimonio, muy amplia, cubierta

Page 108: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

con sábanas de inmaculado algodón blanco. Al fondo de la habitación, en

un espacio muy reducido, una ducha y un inodoro. Será difícil hacer las

cosas en un sitio tan pequeño, pensó. Desde algún lado llegaba muy leve

una música de piano que Leonor reconoció enseguida porque era una de

las sonatas de Joseph Haydn que Toni les regaló cuando Víctor y ella

cumplieron su primer aniversario de boda y que habían sonado en múltiples

ocasiones en su casa porque a su marido le gustaba escuchar esos CDs

cuando leía.

Se paró a saborear la melodía sin saber aún de dónde procedía el

sonido para enseguida volver al reconocimiento. Colgado de la pared un

pequeño espejo de plástico con una repisa algo justa para poner las cosas

de aseo. Junto a la ducha, un pequeño balcón con un banco de madera al

que decidió salir para disfrutar de la tranquilidad absoluta que se percibía en

aquel lugar. Desde allí observa las torres redondas que repartidas entre los

árboles gigantes formaban otro grupo de habitaciones. Las torres estaban

unidas entre sí por largas pasarelas de madera sustentadas sobre largos

pilotes como todas las construcciones del hotel.

Hacía bastante calor y el ambiente era muy húmedo, así que puso en

marcha el ventilador blanco que colgaba del techo. Se dispuso a deshacer

el equipaje, pero pensó que antes debía averiguar con Germano qué tipo de

prendas le iban a ser de más utilidad cuando fueran a visitar los poblados

de la selva.

Se dirigió al aseo para orinar cuando descubrió en la pared de éste

una abertura a la altura de sus ojos que le permitía ver a tres hombres que

Page 109: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

entraban en las habitaciones de enfrente y a los que no consiguió ver la

cara. Tras hacer sus necesidades salió del cuarto y mientras caminaba por

la larga pasarela hacia las instalaciones centrales se quedó absorta mirando

los pájaros y los monos posados en las barandillas. Algunos monos van

saltando de árbol en árbol emitiendo un característico y agudo chillido.

Aquella visión tan cercana de los animales en la naturaleza la hizo pensar

de nuevo que aquel lugar tan fascinante y lleno de tranquilidad era un sitio

donde sentirse cómodo y relajado, un paraíso que iba a disfrutar aunque

sólo fuera aquellos fines de semana que tenía asignados.

Entró en la zona del bar donde Germano mantenía una animada

charla con algunos trabajadores en tiempo de descanso.

—Hola, Leonor, no esperaba que vinieras tan pronto.

—Es que tengo un poco de hambre. Me imagino que el restaurante

está cerrado ¿Podré pedir algo de comida aquí?

—Sí, te pueden hacer un sandwich.

—Con eso será suficiente hasta la hora de la cena.

Se sentaron en una mesa del bar con la mirada de todos los

trabajadores puestas en Leonor. Sin duda Germano había estado

comentando quién era ella porque la curiosidad de los hombres era

evidente. Cuando Leonor les devolvió la mirada giraron la cabeza un tanto

avergonzados para reanudar la charla a continuación.

El guía desplegó un plano de la zona para explicarle dónde se

encontraban y los sitios en los que trabajarían. Se trataba de una zona

protegida por el Funai, la fundación nacional del indio, aunque en aquella

Page 110: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

zona no existían puestos de vigilancia como en otras más protegidas. La

vigilancia evitaba la intrusión del hombre blanco en el territorio indio. Por

desgracia eran pocas las tribus inmaculadas, libres del contacto del

depredador hombre blanco. En aquella región había más mestizos, a los

que llaman cabucos, que tribus aborígenes. Los aborígenes seguían

viviendo en la edad de piedra y encendiendo el fuego con dos palos, explicó

Germano. En cambio en la zona que ellos visitarían por razones de trabajo

muchos niños iban a la escuela, sus habitantes disponían de algunos

adelantos de la llamada civilización y el sistema de vida era semejante a

otros pueblos de Brasil. Incluso en algún núcleo importante se podían

encontrar generadores, como era el caso de los habitantes de Nossa

Senhora, una de las poblaciones en las que pasarán unos días cada mes

por ser un núcleo de servicios a las comunidades próximas.

—Veo que tienes ganas de empezar a trabajar —dice Leonor.

—¿Por qué ? —pregunta Germano.

—Porque no me has dado ni un rato de respiro para que me pueda

ubicar y ya me estás hablando del trabajo.

—Es sólo por situarte, pensé que querrías saberlo.

—Sí, claro, sigue, sigue —sugirió Leonor con una amplia sonrisa—.

Mientras como el sándwich te escucho.

—Me cuesta estar callado, soy capaz de ponerme a hablar y no parar

en un buen rato —ambos rieron.

Una vez hubo terminado Leonor de comer Germano y ella fueron a ver

las instalaciones del hotel.

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A la izquierda del bar tres pequeñas tiendas en las que se vendían

souvenirs, productos de aseos y múltiples objetos de los que los turistas o

han olvidado o terminado. En la más grande de las tres, una exposición de

piedras preciosas y semipreciosas dispuestas para las compras de los más

adinerados. Junto a las tiendas tenía su sede un desvencijado gimnasio en

estado considerable de dejadez con un par de aparatos maltrechos y unas

cuantas mancuernas que no invitaban a hacer deporte.

Tras el pequeño recorrido caminaron hasta la recepción y Germano

explicó que se podía llamar por teléfono, enviar faxes y conectarse a

Internet, cosa que sorprendió mucho a Leonor, pero el guía le explicó que el

satélite permitía esa conexión desde hacía poco tiempo. Leonor pensó

enseguida en que podría conectarse con María durante los fines de semana

porque aunque había decidido prescindir del teléfono estaría bien mantener

algún tipo de contacto, no había porqué ser tan rígida.

Después del recorrido a Leonor le apetecía leer un poco antes de la

cena, así que se despidió hasta las nueve. Había visto una hamaca en un

rincón que parecía tranquilo para leer sin ser molestado. Antes pasaría por

la habitación para ponerse repelente de mosquitos antes de que aumentara

el número de picaduras en sus ya aguijoneados brazos y piernas.

En la hamaca de una de las zonas de descanso empezó un libro que

María le había regalado antes de partir: Mentira, de Enrique de Hériz.

Curiosamente la protagonista estaba en la selva, pero de Guatemala. ¡Qué

casualidad!, pensó. Su amiga se lo había regalado porque lo eligieron como

el mejor del año los libreros de Barcelona. El principio le pareció interesante,

Page 112: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

daban por muerta a una mujer que en realidad ha sido confundida con el

cadáver de otra. <<Es una buena manera de desaparecer sin que nadie te

moleste>>, se dijo.

Enfrascada en la lectura el tiempo le pasó volando. Abandonó a

desgana el libro y el rincón tranquilo para dirigirse por las empinadas

escaleras que partían desde la recepción al comedor de la primera planta.

Encontró a Germano sentado a una mesa en actitud de espera. En el

comedor apenas habría unas diez personas porque los pocos turistas que

se alojaban en el hotel ya habían cenado ya que las nueve era una hora

tardía para las costumbres del lugar. Entre los comensales se encontraban

los trabajadores de empresas de la zona que solían alojarse en el hotel. En

el buffet había un poco de todo: verdura, ensalada, sopa, pescado, carne y

muchas frutas, todo con un buen aspecto. Tras servirse un poco de todo de

cada una de las bandejas fueron a ocupar su lugar en donde alternaban la

comida con una animada charla que había comenzado Leonor ansiosa por

conocer cuantos más detalles del trabajo que estaba a punto de iniciar.

Germano se mostraba prudente en las respuestas y quiso advertirla sobre

todo de que algunas zonas podían resultar peligrosas por lo que era

aconsejable contener el entusiasmo. Leonor le reconoció su estado de

ansiedad a la vez que le hizo la firme promesa de seguir todos sus consejos

consciente de que la Amazonia era una zona no exenta de peligros.

Alargaron la charla hasta que el comedor quedó vacío porque la

tranquilidad de la que disfrutaban les hizo pasar el rato sin apercibirse de lo

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tarde que era. Optaron por marcharse a dormir ya que al día siguiente

debían salir a las seis de la mañana, justo al amanecer.

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DIECISÉIS

Parecía que el agua iba a entrar de un momento a otro en el bote. La

embarcación de madera, pintada de verde con un pequeño motor

fueraborda, llevaba lo necesario para instalarse en la selva: comida, unas

tiendas de campaña, cocina de camping, medicamentos, maletín, ropa y

todo lo que fuera útil en caso de emergencia. Germano conducía con

bastante pericia la embarcación, mientras Leonor, atraída por la novedad,

hacía fotos sin parar. La vegetación se abocaba a las aguas del canal como

si las hojas quisieran beber directamente de ella. Se dirigían al primer

núcleo de población marcado en la ruta.

—¿Ves esa pequeña casa de madera que flota?

—¡Como no la voy a ver, si es lo único que hay en medio del agua! —

contestó Leonor.

—¿Sabes qué es?

—Una casa.

—Un supermercado.

—¿Un supermercado eso tan pequeño?

—Te asombrarías de la cantidad de cosas que venden.

—¿Pero quién compra aquí?

—No todo son tribus de indios o cabucos, como llamamos aquí a los

mestizos, que no tienen dinero y no saben su valor, hay un poco de todo:

seringueiros, garimpeiros, trabajadores de empresas madereras. Siempre

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necesitan comprar alguna cosa de vez en cuando, aunque traigan sus

provisiones de Manaos.

—¿Cómo has dicho serin...qué?

—Seringueiros, son los que recolectan caucho y látex, los

garimpeiros, buscadores de metales, sobre todo oro.

—¡Ah!

—Ya te he dicho que verás gente de todo tipo aunque nuestro trabajo

vaya dirigido a los oriundos o mestizos de la zona que son los que nos

necesitan.

Cuando habían hecho unas dos horas de camino Germano paró el

bote en la orilla, ató el cabo a un árbol y extendió la mano para ayudarla a

bajar.

—¿Querido chamán, hemos llegado?

—No soy un chamán, no tengo ni sus conocimientos ni sus poderes —dijo

Germano sonriendo.

—Pero sabes de plantas medicinales y árboles, es lo que me dijiste,

por eso te llamo chamán.

—Es un honor que no merezco, no te burles de mí.

—No me burlo, es un nombre cariñoso con el que pienso llamarte.

—Si es por cariño ¡Bienvenido sea! —dijo Germano sonriendo.

Un hombre con rasgos indios, de baja estatura, pelo lacio negro,

vestido con un calzón, salió a saludarlos. Extendió su mano para estrechar

la de ellos. Germano y él hablaban un idioma que Leonor era incapaz de

entender.

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—¿Qué dice?

—Le explico quién eres y qué vienes a hacer aquí.

El hombre, jefe de un grupo de unos treinta indios entre los que había

hombres, mujeres y niños, pidió que lo acompañaran. Se sentaron en unas

esteras tejidas con hojas de palmera donde se acercó una mujer para

ofrecerles tapioca con nueces y bebida.

—¿Qué es eso blanco?

—Es tapioca, un producto de la mandioca. Cómelo con las nueces,

está muy bueno porque la tapioca sola tiene poco sabor.

—A mi me encantan las nueces de Brasil.

—¿Así las llamáis en Europa?

—Sí, porque nuestras nueces son de otra forma y para distinguirlas,

las llamamos de Brasil.

—Ten, coge un poco con las manos.

—Hummm, está bueno. Aunque tienes razón, la tapioca sola es un

poco insípida.

—Prueba este vino —ofreciéndole un cuenco hecho de calabaza.

—¿Vino tan de mañana?

—Es un vino de la palmera azaí, está muy rico.

—Lo probaré por no hacer un feo, pero yo no suelo beber y menos a

estas horas.

—Quieren ser hospitalarios, no les podemos hacer un feo.

Leonor moja un poco los labios y degusta el vino de azaí.

—No entiendo mucho de vinos, pero diles que está rico.

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Poco a poco, los integrantes de la comunidad se fueron acercando a

ellos. Los más pequeños la miraban con risas contenidas. Una mujer quiso

tocar la larga melena de Leonor mientras ella se dejaba hacer. La mujer le

dijo con gestos que era muy bonita y fuerte y ella le agradeció el cumplido

con una sonrisa. Una de las niñas señaló con el índice la peca que Leonor

tenía debajo del ojo derecho preguntando a Germano si era pintura. Leonor

se rió cunado él la tradujo e hizo que la niña la tocara para demostrarle que

era natural.

Los indios de aquel poblado tenían trato con hombres blancos,

aunque de manera infrecuente. No solían ver a mujeres, por eso todos

observaban con curiosidad la presencia de Leonor. Las mujeres y los

hombres de la tribu, todos de piel curtida y arrugadas por el sol, se

arremolinaban a su alrededor. Leonor les dedicó la mejor de sus sonrisas,

como había hecho con los niños. Incapacitada para hablar su lengua, le

parecía que sonreír era un signo de comunicación que crearía cierta

empatía.

Tras un rato de saludos y risas Leonor sugirió que debían ponerse a

trabajar. Al preguntar por los niños de entre uno y cuatro años el jefe

informó que eran unos ocho. Ellos recibirían el tratamiento preventivo contra

el paludismo, uno de sus cometidos principales en la selva. La malaria

causaba muchas muertes al año entre la población de aquella zona y por

esa razón iban a priorizar el programa de vacunación. A través de Germano

explicó al jefe que el tratamiento debía aplicarse en tres veces, de esta

manera acortaría el riesgo de contraer la enfermedad. Tras una larga

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conversación del jefe con los padres de los niños en la que expresaron sus

dudas al respecto dieron la aprobación aunque no estuvieran convencidos,

pero en la pequeña comunidad habían perdido hacía poco a uno de sus

miembros por la malaria, lo que ayudó a que tomaran la decisión a favor.

Cuando Leonor se disponía a abrir su maletín un grupo de tres niños

se le acercó para darle un beso. Se quedó muy sorprendida por la

espontaneidad y le gustó aquel gesto que venía a demostrar que, después

de todo, la acogían con cariño. Aquellos niños subieron en una pequeña

barca de madera donde la madre se ocupó de remar para conducirlos hasta

la escuela que se encontraba no muy lejos de allí, según explicó Germano.

Empezó a aplicar el tratamiento por los más pequeños. Las madres,

aunque convencidas de que debían colaborar, llevaban a los niños ante

Leonor con cierta cara de preocupación, aquello les resultaba extraño y

desconocido. Las sonrisas y las caricias hacia los niños suavizaron en parte

la preocupación de las madres.

Al acabar el trabajo, el jefe quiso enseñarles la comunidad. Subieron

por una pendiente hasta llegar a un grupo de cabañas de madera cubiertas

con hojas de palmera. Por un camino que había a la izquierda se dirigieron

hacia un pequeño campo de cultivo. Aquel hombre los condujo a través de

las plantaciones de mandioca, bananeros, frijoles y las abundantes frutas,

que Leonor se entretuvo en oler una a una. El intenso olor de las frutas,

junto a la abundancia de colores le pareció un regalo para los sentidos.

De vuelta al poblado a Leonor le hubiera gustado entrar en una de

aquellas cabañas, pero pensó que si no se las habían enseñado no podría

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entrar en la intimidad de aquellas chozas por mera curiosidad, con el

tiempo generaría la confianza suficiente como para entrar en ellas sin el

menor problema.

Como el trabajo había llegado a su fin se despidieron agradecidos por

la hospitalidad, expresando el compromiso de volver dentro de un tiempo

para seguir con el tratamiento. Subieron al bote ante la mirada de muchos

de los integrantes de la comunidad que llegaron hasta la orilla del río para

despedirlos con saludos y sonrisas.

Pusieron rumbo a otro poblado a través de los canales del río.

Germano, que había recogido unas pocas frutas, ofreció una de ellas a

Leonor.

—Toma, esta fruta está muy buena.

—Sí, me gustan las ciruelas.

—No son ciruelas, es camu-camu. Esta fruta tiene cuarenta veces

más vitamina C que una naranja.

—Pues el aspecto es parecido. ¡Cuarenta veces más vitamina C que

la naranja!

—Sí, aunque el sabor es muy diferente. Lo de la vitamina C me lo dijo

un recolector que la exporta.

Leonor limpió un camu-camu con el bajo de su camisa, después de

entretenerse disfrutando el aroma empezó a comerlo. Tenía un sabor entre

dulce y ácido que no podía asociar a ninguna otra fruta conocida.

—Chamán, tengo una curiosidad.

Page 120: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

—Te ha gustado lo de llamarme chamán —dijo Germano sonriendo—.

Dime.

—¿Cómo avisa esta gente cuando uno de ellos está enfermo?

—Tienen un sistema para comunicarse: con una rama fuerte golpean

en las raíces salientes del paracanauva, un árbol que propaga mucho el

sonido y, de esa manera, a veces, no siempre, consiguen que un chamán o

un médico acuda en su ayuda. Cuando la población es grande, suelen tener

una emisora de radio.

—¿Y funciona eso de los golpes?

—Ya te he dicho que a veces sí y a veces no. Esto es la selva, un sitio

precioso, pero con muchos inconvenientes.

—Sí, claro. Los inconvenientes de la llamada civilización.

—Hay cosas peores que eso. Ya te irás dando cuenta.

—¿A qué te refieres?

—A las compañías madereras que trabajan de manera ilegal; a los

asesinatos para ocupar las tierras de los indios; a la sobreexplotación de los

trabajadores, y a otras tantas cosas.

—¿Pero eso sigue sucediendo?

—Sí, por desgracia. No todo acabó con el asesinato del seringueiro

sindicalista Chico Mendes. La suya fue una muerte muy sonada, pero más

de quince años después hay otras que no trascienden porque los muertos

no eran personas conocidas.

—Parece increíble lo que me cuentas.

Page 121: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

—No quiero alarmarte, pero así es. Esperemos no encontrarnos con

ningún conflicto grave. Crucemos los dedos

—Confiemos en que así sea.

Hacia el mediodía llegaron a casa de una familia de cabucos amigos

de Germano, un matrimonio con ocho hijos de todas las edades: desde

adolescentes hasta uno pequeño de dos años. Tras las presentaciones los

invitaron a sentarse en dos bancos que había junto a una mesa larga para

compartir la comida: frijoles con arroz. Explicaron que vivían de sus

plantaciones y de una pequeña tienda de recuerdos para los turistas en la

que vendían cerbatanas, collares y figuras hechas de madera. Los niños

pequeños iban al colegio y los mayores ayudaban al padre a cultivar la

tierra. Leonor echó un vistazo desde la mesa a aquel lugar que, pese a su

sencillez, parecía ofrecer a aquella gente todo lo necesario. Vivían en una

pequeña casa de madera elevada sobre unos pilotes, sin duda para

salvaguardarla de las crecidas del río en la estación húmeda.

Después de comer quisieron enseñarle la tienda. El lugar no era más

que una caseta pequeña de madera en donde se exponían unos cuantos

objetos hechos por ellos mismos. Germano se quedó mirando una de las

cerbatanas por las que sentía predilección. Su pueblo, el tikuna, era experto

en preparar el curare, el veneno con el que untaban la punta de la pequeña

flecha para que cuando se clavara en un animal su muerte fuera más

rápida. Tras mostrarle los diferentes objetos regalaron a Leonor un sencillo

collar elaborado con las enormes escamas del pez pirarucú.

Page 122: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

Se hacía tarde y antes de la caída del sol era preciso llegar a la

siguiente población. A Leonor le había encantado compartir el tiempo con

aquella familia y les agradeció su hospitalidad así como el regalo.

—Qué diferente esta gente del poblado que hemos visitado esta

mañana.

—Los de esta mañana eran indios y estos son cabucos, como ves hay

algunas diferencias entre ellos. Esta es una tierra de muchos contrastes, se

pueden encontrar palafitos, cabañas, todo tipo de viviendas. Hasta habrá

oportunidad de ver alguna casa tan grande y bonita que te parecerá

increíble que haya cosas así en medio de la selva.

—Sólo es el primer día, ya lo sé, pero estoy impresionada.

—Ahora vamos a Nossa Señora, un pueblo con calles, colegio, y

hasta un dispensario en donde visitarás mañana a los enfermos. Es otro

lugar muy diferente.

Eran las cinco y media, en plena puesta de sol, cuando

desembarcaban. Germano fue a buscar al bar de enfrente del pequeño

embarcadero a alguien para que le ayudara a descargar.

Nossa Senhora tenía una calle principal de tierra en la que a ambos

lados se distribuían dos hileras alineadas de pequeños palafitos de madera.

Todas las casas eran muy parecidas: pequeñas, elevadas sobre pilotes,

fachada con galería y un par de ventanas laterales.

Germano regresó con un hombre mayor, el único que estaba en el

bar, que se ofreció gustoso a ayudarlos. Saludó primero a Leonor, a quién

deseó una feliz estancia entre ellos, para luego recoger algunas de las

Page 123: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

cosas de la barca. Preguntó si no tomarían una cervecita con él antes de

llegar a la casa. Era evidente que buscaba una recompensa a tan

desinteresada ayuda. Germano echó mano al bolsillo del pantalón y sacó

unos cuantos reales para que aquel hombre saciara su repentina sed, pero

ellos denegaron la invitación.

Tras recorrer la pequeña calle principal llegaron hasta lo que

llamaban la casa del médico, su residencia. Al entrar les recibió un olor

penetrante de estancia cerrada, a humedad. Dejaron las bolsas para abrir

todas las ventanas y airearla. Germano fue a llamar a la vecina de la

vivienda contigua, Fabiana, ella era la encargada de la limpieza. Mientras,

Leonor miraba con curiosidad los colores en los que estaban pintadas las

paredes exteriores, de un subido color azul turquesa y las ventanas y la

puerta de rosa chillón.

Pronto se presentaron Fabiana y Germano. Ella, una mujer de poco

más de cincuenta años, que parecía mayor, muy morena de piel, con

cabello canoso rizado recogido en una cola. Era bajita y muy ancha de

caderas, con un prominente y empinado trasero. Todo lo que tenía de

grande, lo tenía también de simpática, comentó Germano al oído de Leonor.

Fabiana se abalanzó sobre ella como si fuera una hija a la que hace

meses que no ve para rodearla con sus potentes brazos y darle un beso en

cada mejilla.

—¡Pero que doctora más guapa nos han mandado esta vez! —

comentó Fabiana con cerrado acento brasileño, pero que Leonor entendió

perfectamente.

Page 124: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

—Obrigada —dijo usando una de las pocas palabras que sabía en

portugués.

—¿Y cómo se llama?

—Leonor.

—Ahora mismo haré las habitaciones, o sabía que venían hoy.

Bienvenida y siéntase como en casa.

Mientras Fabiana ponía orden ellos fueron a dar una vuelta por el

pequeño pueblo en el que no debían vivir más de treinta familias. Nossa

Senhora había sido construida en mil novecientos setenta y seis con

intención de agrupar a la gente con el fin de darles servicios sanitarios y de

educación. Desde esta población se ofrecían esos servicios a otros núcleos

de pequeños poblados que se encontraban relativamente cerca.

Llamó la atención de Leonor la cantidad de flores que había plantadas

en la puerta de muchas casas en tiestos variopintos, mejor o peor cuidados,

las flores crecían por doquier con llamativos colores y formas

desprendiendo un aroma agradable. Le gustaban los tonos vivos de las

casas, siempre con el contraste de color entre puerta, ventanas y paredes,

aunque las había sin pintar, con la madera de color gris producto del paso

del tiempo. Se acercaron al dispensario para verlo por fuera: era la única

edificación nueva hecha con ladrillos y teja.

—Comparado con lo que hemos visitado hasta ahora, esto es un lujo

—dijo Leonor a Germano.

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—No es gran cosa, a pesar de la apariencia. El doctor que venía antes

siempre se quejaba de la falta de material, pero es lo mejor que hay en

muchos kilómetros a la redonda.

Hacía rato que la noche había hecho su aparición y decidieron ir a la

Anaconda a cenar, un lugar que hacía de bar, mercería, tienda y sobre todo,

un sitio donde se reunían los vecinos y visitantes esporádicos. Una mujer y

su marido atendían durante el día a los turistas que lograban acercarse por

allí, y por la tarde y la noche a los lugareños, sobre todo ,hombres que iban

a tomar una cerveza o un vino. Cuando Germano y Leonor entraron, todas

las caras se giraron hacia ellos. Un rumor de voces se levantó junto a las

curiosas miradas que analizaban a Leonor de arriba a abajo.

—Es la doctora Ayala, Leonor Ayala Aledo. Viene de Barcelona, en

España.

Sólo había cuatro hombres sentados en una mesa, gente con piel

curtida por el sol, de mediana edad. Cuchicheaban y sonreían con la misma

cara de sorpresa que expresan los niños ante una novedad.

—¿Por qué sonríen tanto? —preguntó Leonor.

—Debe de ser porque eres la primera mujer médica que ven por aquí.

Leonor quiso entrar con buen pie y le pareció que a dar la mano uno

por uno a aquellos hombres sería una muestra de buena voluntad. Ellos le

devolvieron el saludo con un gesto entre la sorpresa y la timidez. Uno de

ellos hizo el gesto de levantarse de la silla, una especie de reverencia.

Después de los saludos, Leonor y Germano se sentaron en una mesa

contigua a la de los hombres. Sobre el hule de cuadros rojos y blancos que

Page 126: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

la cubría, el dueño de la Anaconda depositó los cubiertos, los vasos y unas

servilletas de papel.

—Hoy tenemos tacacá y pirarucú.

—Perdone, pero puede explicar qué es cada cosa.

—Tacacá es una sopa con tucupi, mandioca y camarones y pirarucú

es un pescado de la zona. El collar que lleva usted colgado es de escamas

de ese pez.

—¡Ah! Ya no me acordaba del nombre. Yo prefiero pirarucú, hace

mucho calor para la sopa —dijo Leonor—. ¿Cómo lo preparan?

—A la plancha. La nuestra es una cocina sencilla, si quiere algo que

lleve más preparación, tiene que ser por encargo, no viene mucha gente a

cenar por aquí.

—A la plancha está bien, es como más me gusta el pescado. ¿Nos

puede traer una ensalada?

—Sí, como no. Germano ¿Tu también pirarucú?

—Sí, lo mismo que la doctora. Para beber nos traes agua fresquita.

Mientras la mujer de la Anaconda entró a la cocina para preparar la

cena, entablaron conversación con los vecinos de mesa.

—¿Cómo es que una mujer como usted ha venido a parar hasta aquí?

—preguntó uno de los hombres a Leonor.

—Es una oportunidad para aportar mis conocimientos y colaborar en

la mejora de la asistencia sanitaria. Soy especialista en enfermedades

tropicales, en malaria, especialmente. He venido con un grupo de

cooperantes.

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—¿Y dónde están esos cooperantes?

—Cada uno de nosotros tiene asignada una zona diferente del

Amazonas, aunque no están lejos de aquí.

—Mañana va a tener usted el consultorio lleno —dijo uno de los

hombres con un ligero tono de sorna.

—Sí, ya me lo imagino.

—No, si no digo de enfermos. Va a haber quien se invente cualquier

dolencia para poder verla a usted.

—Imagino que lo dice porque soy la única europea, aparte de las

turistas, y eso despierta curiosidad, será normal al principio.

—No. Lo digo porque es usted muy guapa.

—Le agradezco el cumplido, pero espero que sólo vengan los que de

verdad lo necesiten —contestó con una amplia sonrisa.

Enseguida salió de la cocina la dueña con el pirarucú a la plancha y

una ensalada de tomate con cebolla. Leonor pidió limón, pero le dijeron que

el pirarucú era el bacalao del Amazonas, tenía el mismo sabor y estaría

mejor con un poco de aceite.

—¿El pirarucú es ese pescado tan grande del que he oído hablar?

—Sí, es el más grande del Amazonas. Aunque ya no se encuentran

como antes, los había hasta de treinta metros —le dijo uno de los hombres

muy moreno de tez y grandes surcos en la cara.

—¿Es usted pescador?

—Sí. Salgo a pescar algunas veces con Serafim, el marido de Fabiana

. Los cuatro somos pescadores.

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—¿Y a qué se debe que ahora no se encuentren tan grandes?

—Es que el pirarucú tiene que sacar la cabeza para respirar y se

aprovecha ese momento para pescarlo, o sea que es muy fácil cogerlo.

Pero como sigamos pescándolo sin control, pronto vamos a acabar con él.

—Realmente sabe a bacalao, es curioso —dijo al probar el pescado..

—¿Le gusta? —preguntó la cocinera.

—Sí, está muy rico.

—Nos vamos doctora. Que tenga suerte con su trabajo y esperamos

volver a verla por aquí.

—Muchas gracias. Yo también lo espero. Pero, por favor, llámenme

Leonor.

—Está bien. Hasta otra.

Acabaron la cena y se retiraron a descansar. Aquel había sido un día

de mucho ajetreo y el cuerpo les pedía cama.

Page 129: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

DIECISIETE

Dos días pasando consulta habían dado una idea de la cantidad de

trabajo que se concentraba en aquella población. Leonor aplicó el

tratamiento de prevención de la malaria a los más pequeños, luego se

dedicó a los niños de mayor edad y, por último, a los adultos. Le ayudaba

Celina, una mujer de unos treinta años que tenía frente al consultorio un

pequeño establecimiento de bebidas y souvenirs. Era mestiza, como la

mayoría de habitantes de Nossa Senhora, una chica privilegiada que había

podido recibir educación gracias a una maestra que llegó a la población

desde Manaos y que escolarizó a todos los niños del lugar en la nueva

escuela. Cuando no había médico, lo que sucedía la mayor parte del

tiempo, ella se encargaba de atender las consultas de sus vecinos, con la

única ayuda de un libro titulado Onde nao há médico que el anterior titular

del consultorio le había regalado para que pudiera salir del paso en muchos

de los casos leves. Germano también había colaborado poniendo orden en

la abarrotada fila que rodeaba el consultorio.

Eran casi las seis de la tarde cuando acabaron con el último paciente.

Había sido una jornada agotadora, sin apenas descanso.

—Celina, te invitamos a cenar en nuestra casa. Fabiana nos va a

preparar un tambaqui que ha pescado esta mañana Serafim. Dice que nadie

lo prepara tan bien como ella. Habrá que comprobarlo.

—Se lo agradezco doctora, pero no sé si debo...

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—No hay más que hablar. Te esperamos a las ocho. Y, por favor, llámame

Leonor.

—Ya, si me lo ha dicho usted varias veces, pero es que es la falta de

costumbre, a los otros doctores siempre les he hablado de usted.

—Leonor ¿De acuerdo?

—Está bien —dijo con una sonrisa—. Hasta luego.

—Hasta luego.

A las ocho estaban sentados a la mesa Serafim, Celina, Germano y

Leonor. Fabiana acababa de dar el último toque a su guiso de tambaqui

que aromatizaba toda la casa. La luz de la única bombilla del comedor le

pareció insuficiente a Leonor, por lo que había conseguido unas cuantas

velas que distribuyó por toda la estancia. A Celina le gustaron las velas que

daban un aire muy acogedor. Serafim, el marido de Fabiana apenas

hablaba, en eso no se parecía a su mujer, que se embalaba sin dejar

resquicio para las palabras de los demás. Él parecía hacerlo con los gestos

de su expresiva cara, una cara tan llena de surcos que debía ser el fiel

reflejo de la intensa vida de aquel hombre.

Los cuatro estaban en animada charla sentados en dos sofás

tapizados con tela de flores cuando entró Fabiana con la perola del

pescado.

—A la mesa señores, que esto frío no sabe a nada

—llamó Fabiana—. Sirve tú, Leonor.

—A mi se me da muy mal, no sé repartir, mejor que lo hagas tu.

—Está bien.

Page 131: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

Serafim sirvió vino de azaí que le había regalado a Leonor uno de sus

pacientes. Fabiana y Leonor dijeron preferir el agua, aunque tomarían un

sorbo para brindar.

—Propongo brindar por la nueva doctora —dijo Serafim.

—Y por todos nosotros —añadió Leonor.

—¡Por nosotros!

Empezaron a cenar y enseguida llegaron los elogios para la cocinera.

Fabiana adjudicó parte del mérito a su marido, era el pescador.

—El otro día, en la Anaconda, había un hombre que dijo salir a veces

contigo a pescar —dijo Leonor a Serafim.

—Sí, a veces voy con otros pescadores, con Joao sobre todo. Yo ya

me hago mayor y me viene bien una ayuda.

—Y qué hacéis con la pesca, porque este pueblo es muy pequeño

para venderla toda aquí.

—La mayoría la mandamos para Manaos con el barco, si no

podríamos sobrevivir, aunque aquí se necesita bien poco. Nos da para

mantenernos y no nos podemos quejar.

Habían acabado de cenar cuando Celina le preguntó a Fabiana:

—¿Sabes que mañana vienen las mujeres del CNS?

—¡Ya estamos otra vez! No quiero tocar ese asunto, lo sabes,

Fabiana —dijo Serafim.

—¡No me vengas con las mismas! Lo hemos discutido muchas veces.

No tengo ganas de volverte a explicar por qué a mi sí me interesa —

expresó Fabiana con los brazos en jarras, como cargándose de razón.

Page 132: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

—¿Quiénes son las mujeres del CNS? —preguntó Leonor.

— El CNS es el Conselho Nacional dos seringueiros. Es el sindicato

que agrupa a los trabajadores de las reservas extractivas del caucho, el

sindicato de Chico Mendes.

—Si vais a seguir con el tema me marcho —se enfadó Serafim.

—Pero hombre, no te pongas así, que Leonor quiere saber de qué va

—dijo Fabiana, esta vez con un tono más cariñoso.

—Mire, Leonor, si no desea problemas, mejor no se meta en eso.

—Es que me interesa. Creo que si voy a pasar aquí un año de mi

vida, no debería mantenerme al margen de las cosas que ocurren, y

menos tratándose de algo relacionado con las mujeres.

—Voy a dar una vuelta y cuando tengáis listo el café vuelvo—

sentenció Serafim muy serio.

—No se lo tengas en cuenta, tiene razón al ponerse así, aunque yo

trate de quitarle importancia. Nosotros vivíamos en Xapurí cuando mataron

a Chico Mendes. Serafim era del sindicato de trabalhadores rurais, al que

pertenecía Chico, fueron los que ayudaron a fundar el CNS. Serafim era

seringueiro entonces. Después del asesinato decidimos apartarnos de

aquello. Fue un golpe muy duro para todo el mundo. La pobre mujer, la de

Chico, quedó viuda con veintipocos años y con dos criaturas pequeñas. Así

que en enero del 89, a los pocos días del terrible suceso, nos vinimos y

Serafim empezó a ganarse la vida como pescador —Fabiana comentaba

aquello con tristeza.

—¿A qué vienen las mujeres?

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—A ayudarnos a defender nuestro derechos. Aquí ya casi no quedan

seringueiros, pero existe la amenaza de las compañías madereras.

Tenemos que salvaguardar nuestro territorio, pero también los derechos de

las mujeres. A eso vienen —dijo Celina.

—¿Tu eres del sindicato?

—Sí, pero soy la única, las otras mujeres tienen miedo.

—¿Miedo, en un país democrático?

—En un país democrático con muchos problemas. No creas que el

Gobierno las tiene todas consigo. Además, esto es la Amazonia. Ya te he

dicho que hay la amenaza de las empresas madereras. Ellos son poderosos

y saben cómo hacer las cosas para que la gente les tenga miedo. Algunas

mujeres asisten a las reuniones, pero luego no son capaces de actuar por

miedo. Al menos vienen, eso ya es importante.

—Me gustaría poder asistir a esa reunión —dijo Leonor.

—Desde luego, estás invitada.

—No creo que debas meter a la doctora en eso —sugirió Fabiana.

—Es ella la que quiere venir. Y tú, si no fuera por Serafim, estoy

segura que también querrías.

—Vamos a dejarlo. ¿Por qué no cambiamos de tema y nos tomamos

el café tranquilamente? —dijo Fabiana.

En ese momento se oyeron tres golpes en la puerta. Germano, que

había asistido a la conversación sin abrir la boca, se levantó a abrir.

—¿Ya se puede? —preguntó Serafim asomando la cabeza por detrás

de la puerta.

Page 134: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

—Sí. El café está listo —contestó su mujer.

La larga sobremesa transcurrió en un tono distendido, explicando

anécdotas de los turistas que visitaban el pueblo a los que Leonor no había

tenido oportunidad de ver. Muchos de ellos creían encontrarse en medio de

una verdadera aventura, cuando iban allí desde un hotel con todas las

comodidades, hacían una visita rápida y se iban. Celina estaba a favor de

que vinieran los turistas, ella tenía una tienda que vivía de sus visitas y

muchos en el pueblo también sacaban un beneficio de ello.

El ambiente se había relajado del todo contando algunas anécdotas

divertidas, como la que explicó Celina de un turista norteamericano. El

individuo se puso a caminar por la orilla del río y se hundió en una zona de

fango hasta las rodillas, en lugar de ir a socorrerlo, todo el mundo empezó a

reírse. Al quitarse las botas para sacar el agua salió un pez de dentro y eso

acrecentó la risotada de los otros turistas.

Les dieron las diez de la noche sin darse apenas cuenta y decidieron

retirarse porque había que madrugar, sobre todo Serafim que salía a pescar

al alba.

Leonor se fue a la cama con intención de leer un rato. Empezó, pero

al poco estaba semirecostada, con el libro apoyado en sus piernas y

pensando en la conversación sobre el sindicato. Le atraía la idea de poder

ayudar a las mujeres de la comunidad, colaborar con ellas era otro

oportunidad más de sentirse bien entre aquella gente, de devolver parte de

lo que recibía. Apagó la luz y enseguida se durmió.

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DIECIOCHO

Era el último día que pasaban consulta en Nossa Senhora. Debido a

la gran cantidad de trabajo Leonor estaba cansada, pero le apetecía ir a la

reunión de las mujeres. Antes fue a casa a descansar un poco. Germano se

había despedido para ir un rato a la Anaconda a echar una cerveza y

distraerse un poco.

Celina tenía que preparar el encuentro de las mujeres del CNS. Se

dirigió hacia el río, en donde estaba situada la pequeña iglesia de la

comunidad: un edificio con tejado a dos aguas, de madera, pintado de color

blanco. Abrió la puerta y las ventanas para que el lugar se ventilara, el poco

uso hacía que estuviera impregnado de un fuerte olor a cerrado ya a

humedad característico de la Amazonia.

Enseguida se presentaron las tres mujeres del sindicato. Una muy

joven, vestida con unos pantalones vaqueros y una camiseta blanca con las

siglas del CNS. Las otras dos, bastante mayores, llevaban unos vestidos

tipo blusón. Más parecían mujeres dedicadas a las labores de casa que

sindicalistas. Les acompañaba un hombre de mediana edad que había

traído la embarcación hasta el pueblo. Tras saludar a Celina quisieron saber

si vendrían muchas mujeres a la reunión. Creía que, como siempre, pocas,

pero había una doctora nueva, una europea que demostraba mucho interés,

tanto que hasta estuvo informando de la reunión a las pacientes en el

consultorio.

—¿Así que una doctora nueva?

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—Lleva aquí tres días, mañana se va —dijo Celina.

—Si mañana se marcha no podremos contar con ella.

—Se marcha, pero va a visitar muchos de los poblados que hay por

aquí y volverá el mes que viene. Según nos comentó, va a estar un año

entre nosotros.

—Eso es diferente. Luego hablaremos con ella, a ver qué

predisposición tiene. Podría sernos de mucha ayuda. Sólo con que hablara

del sindicato y nos mantuviera al tanto de las personas que ella cree son

receptivas estaríamos haciendo un gran avance, sería como nuestra

avanzadilla.

—No adelantemos acontecimientos —dijo la más joven—primero hay

que hablar con ella.

Prepararon unas hojas para repartir en las que se explicaba cuáles

eran las reivindicaciones. A la hora prevista llegaron unas pocas mujeres.

Enseguida se presentó Leonor. La mayor de las sindicalistas fue saludando

una por una a las asistentes agradeciéndoles que hubieran acudido.

Las mujeres estaban sentadas en los primeros bancos. Celina y las

sindicalistas en uno que colocaron de frente. La mayor de ellas comenzó la

charla de forma decidida, se le notaba rodaje en ese tipo de reuniones.

Explicaba de manera muy persuasiva los argumentos, conseguía mantener

la atención de las cinco o seis que la escuchaban. Fue desgranando un

rosario de reivindicaciones: la atención a la salud, la escuela para todos, la

seguridad en el empleo, la reducción de jornada y otras tantas demandas.

Alguna de las asistentes sacó a colación las madereras. Cerca de allí se

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sabía de la tala de árboles sin respetar las FLONAS, las Unidades de

conservación establecidas por el gobierno en las zonas boscosas con

especies nativas que se seleccionan con el fin de promover el uso racional

de los recursos forestales. Nadie se atrevía a denunciarlos porque eran

conocidas las represalias contra los que lo hacían. Según ella, el sindicato

también tenía que actuar en esos casos. Además, los trabajadores hacían

muchas horas y trabajaban sin descanso incluidos los sábados. Las mujeres

asentían con la cabeza. Una de ellas dijo que era importante conseguir más

gente, tendrían mayor fuerza y las madereras no se atreverían a actuar con

impunidad.

Leonor escuchaba atenta, pero sin intervenir, era una desconocida y

consideró imprudente pedir la palabra sobre todo porque desconocía el

terreno que pisaba. La reunión tocó a su fin con el reparto de unas hojas en

las que se daba información escueta de los temas tratados, teléfonos de

contacto y una hoja de afiliación. Leonor rellenó sin pensárselo el formulario

de afiliación y lo entregó a la mayor de ellas que lo recibió con grata

sorpresa.

—Muchas gracias por su colaboración, doctora. Es muy importante

para nosotras que una persona como usted esté en el sindicato.

—Llámame Leonor, por favor. No tienes por qué darme las gracias.

Creo en vuestro trabajo y contribuyo en lo que puedo. No es la primera vez

que me afilio a un sindicato, en mi país también estoy afiliada, aunque los

problemas sean muy diferentes a los de aquí.

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—Te vuelvo a dar las gracias. Con Celina y contigo creo que

podremos empezar a tener una buena representación. Nos mantendremos

en contacto.

—Sí, Celina será nuestra conexión. Ella está permanentemente aquí,

es más fácil que sea a través de ella.

Leonor se despidió para dirigirse hasta la casa. Al día siguiente

continuaban el recorrido y necesitaba descansar un poco antes de ir a cenar

a la Anaconda. Al entrar dio la luz. La bolsa de Germano estaba a la

derecha de la entrada. <<¡Qué hombre tan previsor! Ya tiene preparada la

bolsa>>, pensó. Una vez en la habitación, colocó la suya sobre la cama

para meter las pocas prendas que había en el armario. Fabiana, además de

encargarse de la casa, les hacía la colada así que encontró toda la ropa

limpia lo que era de agradecer. Dejó fuera lo que se pondría para ir a cenar.

Por la ventana ya no se veía nada, poco antes de las seis había

oscurecido. El calor era sofocante, una sensación superior a los treinta

grados que había visto en la pequeña estación meteorológica de Germano,

que estaba sobre la mesa del comedor, debía ser la humedad del 70%.

Aprovechó para leer sentada en el sofá mientras hacía tiempo hasta la hora

de la cena. Enfrascada en la lectura perdió la noción del tiempo. Se oyeron

unos golpes en la puerta, era Germano, que al ver que no aparecía a la

hora convenida vino a buscarla.

—Lo siento. Me he puesto a leer y me he despistado con la hora.

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—No te preocupes, creía que pasaba algo, por eso he venido a

buscarte.

Por el camino hacia la Anaconda Leonor le contó la reunión con las

sindicalistas mientras Germano insistía en prevenirla del peligro de

relacionarse con aquellas mujeres. No es que estuviera en desacuerdo,

pero alguna gente de las compañías madereras no lo veían con buenos

ojos, desde su punto de vista era correr riesgos innecesarios.

Al entrar en el bar Leonor fue a saludar a los dueños para luego

sentarse en una mesa que quedaba junto a los mismos cuatro hombres del

día en que cenaron allí por primera vez. En otra mesa, vuelto de espaldas,

un hombre corpulento, cabello rubio, con un vaso de agua en la mano que

parecía leer con verdadero interés unos folios. El hombre giró la cabeza al

oír la voz de una mujer, hecho poco común a esas horas y en ese lugar.

—¡Hola! —dijo el hombre saludando a Leonor y Germano.

—¡Hola! —Contestaron.

Leonor y el hombre mantuvieron la mirada, hasta que él dijo:

—I saw you in Manaus, in Novotel Hotel.

—Sí. Nos vimos en Manaos, sorry, I saw you too.

—Me llamo Francesco, Francesco Finaldi.

—Soy Germano y acompaño a la doctora Ayala —dijo ofreciéndole su

mano.

—Leonor, encantada. Por el acento pareces italiano —afirmó con la

mirada puesta en sus ojos de un azul claro intenso.

—Sí, de Torino.

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—¿Y tú?

—Catalana, española, de Barcelona.

—Ah, mi piace molto Barcelona.

—¿Has estado allí?

—Sí, varias veces. Tengo unos amigos que trabajan en Barcelona, de

hecho, trabajamos para la misma empresa, ellos allí y yo aquí.

—¡Qué casualidad! Yo, en cambio, nunca he estado en Turín.

—¿Vais a estar muchos días por aquí?

—Nos vamos mañana —contestó Germano.

—Tal vez tengamos ocasión de vernos por aquí en otro momento.

Estaba a punto de retirarme cuando habéis llegado. Que os vaya bien la

cena.

—Gracias —se despidió Leonor.

El dueño de la Anaconda se acercó para explicarles lo que había de

cenar. Encargaron unos platos y mientras esperaban iniciaron una

conversación con los cuatro hombres de la mesa de al lado.

—¿Qué tal le fue doctora?

—Muy bien, gracias. Creo que hemos hecho mucho trabajo en estos

días. Lo más importante es el tratamiento de la malaria a los niños que

hemos podido aplicar sin problemas a toda la población. Los demás

enfermos también se atendieron, estamos cansados, pero contentos. Celina

y Germano han sido de una gran ayuda porque sin ellos no hubiera podido

pasar consulta a tanta gente. Se notaba que hacía tiempo que no venía un

médico por aquí.

Page 141: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

—Celina hace de médico cuando no hay ningún titular, sabe mucho

—comentó uno de los hombres.

—Sí, conoce bastantes de los problemas comunes —afirmó Leonor.

—Está visto que estamos en manos de las mujeres —dijo otro

riéndose.

—No hay nada de malo en ello ¿no?

—Malo no, pero preferiríamos un hombre. Según qué cosas no se

pueden contar a las mujeres.

—Quizás preferís poneros enfermos a que os cure una mujer.

—Tanto como eso no.

Después de la cena, se despidieron hasta el mes siguiente. Por la

calle iluminada con poca luz se cruzaron con algunas personas, pocas por

la hora. Antes de entrar en su casa, pasaron a la de Fabiana y Serafim para

saludarlos.

—Me da pena vuestra marcha, con lo a gusto que hemos estado.

—Volvemos dentro de un mes, se pasará rápido.

—Cuidaos mucho.

Page 142: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

DIECINUEVE

Día tras día no han parado de visitar pequeños núcleos de población.

La casuística de enfermedades ha sido tan larga que Leonor ha debido

utilizar el ingenio más allá de sus conocimientos. Incluso las horas de

descanso han sido variadas en cuanto a los sitios en que han dormido,

desde una estera en el suelo, pasando por coloridas hamacas colgadas de

los árboles y en sus apreciadas tiendas de campaña cuando era posible

zafarse de la generosa hospitalidad de la gente que en ocasiones les

obligaba a aceptar sitios nada cómodos.

El trabajo incansable no ha permitido a Leonor darse cuenta de que

los días transcurrían a mucha velocidad. Se ha cumplido la primera semana

de trabajo y en cambio tenía la sensación de que acababa de llegar a la

selva.

Volvían al hotel a través de los canales con ansias de un merecido

descanso. Eran las cinco y media de la tarde, casi de noche, cuando

Germano atracaba la embarcación en el embarcadero del Ariaú. Bajaron las

bolsas de la barca mientras uno de los hombres del hotel les ayudaba a

descargar las tiendas de campaña y los demás utensilios. Leonor y

Germano se dirigieron por la pasarela que comunicaba el embarcadero con

las habitaciones para dejar sus cosas y descansar un poco. Quedaron en

verse a la hora de la cena, sobre las ocho y media, en el comedor de la

primera planta.

Page 143: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

Leonor llegó hasta la torre en donde se encontraba su habitación.

Mientras subía las escaleras sacó del bolsillo izquierdo de la camisa la llave

que no había devuelto a recepción cuando se marchó. Al entrar prendió la

luz para dejar la bolsa junto a la cómoda y colocar la ropa en el armario.

Con el ventilador encendido se quitó las botas para estirase encima de la

cama. Mantuvo los ojos cerrados un largo rato tras el que pensó en María,

tal vez le mandara un correo electrónico porque desde São Paulo no había

tenido contacto con ella y la echaba en falta. Le apetecía contarle su

primera semana en el Amazonas. Aunque se hubiera propuesto mantenerse

alejada de su vida anterior María era una cuestión aparte porque desde

siempre fue su gran punto de apoyo.

Se quedó adormilada, cuando quiso darse cuenta quedaba apenas

una hora para la cena. Buscó en el armario qué ponerse, lo dejó sobre la

cama y fue a darse una ducha que le supo a gloria porque los distintos

métodos de aseo que había ensayado a lo largo de la semana no le habían

permitido gozar del agua corriendo por el cuerpo.

Entró en la recepción en donde solicitó poder usar un ordenador.

Sentada delante de él, con verdaderas ganas de escribir, no tardó mucho en

empezar a teclear.

¡Hola María!

Como ves, las nuevas tecnologías han llegado a este rincón del

Amazona a través de los venditos satélites.

Page 144: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

Es mi primer fin de semana libre después de unos días agotadores de

trabajo. Tengo un ayudante que se llama Germano, un indio tikuna de la

Amazonia peruana que trabaja para el gobierno. Es mi guía, mi traductor y

sabe mucho sobre hierbas medicinales, aunque hasta ahora no ha sido

necesario recurrir a esos conocimientos. Debe tener unos cuarenta años,

aunque no le he preguntado la edad. Su mujer y sus dos hijos viven en

Manaos y los ve una vez al mes.

Hemos recorrido muchos poblados aplicando el tratamiento preventivo

de la malaria a los niños. También he debido atender a enfermos con las

más variadas sintomatologías, ni te imaginas en qué apuros me he visto.

En una población donde hay un consultorio pequeño conocí a unas

mujeres del sindicato CNS, el que fundó Chico Mendes ¿te suena el

nombre, verdad? Me he afiliado. Creo que puedo ayudar a esas mujeres

que luchan por mejorar las condiciones de vida de la gente.

Pero no creas que ha sido todo trabajo y trabajo. En un bar donde

cenábamos conocí a un italiano de Turín que se llama Francesco. Tiene

unos ojos azules impresionantes, de un color tan claro que llaman la

atención, pero no sé nada más de él, apenas hablamos cinco minutos ¡Una

lástima!.

Pasaré este y dos fines de semana más en el hotel Ariaú y al

siguiente voy a Manaos con el grupo, ya sabes, Toni y los otros

cooperantes, gente encantadora.

Page 145: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

¿Cómo va el hospital? Supongo que con los mismos líos de siempre.

Me imagino cómo debéis andar con los cambios en la gestión, espero que

no te afecte mucho.

Aquí son seis horas menos que en Barcelona, tenlo en cuenta cuando

contestes y recuerda que podré abrir el correo sólo los fines de semana.

Dale recuerdos a Xavier.

Un beso muy, muy grande.

Leonor

Después de enviarlo subió hasta el primer piso para cenar. En el

restaurante había bastantes turistas. Leonor paseó la vista por las mesas

para encontrar a Germano hasta que lo localizó de pie charlando con unos

hombres. Se acercó a la mesa y Germano se apresuró a presentarla.

—Es la doctora Leonor Ayala.

—Hola, encantada —saludó dando la mano a los dos hombres.

—Si quieren compartir con nosotros, estaremos encantados —dijo uno

de ellos.

—No deseamos molestar.

—Aquí todo el mundo comparte mesa, son demasiado grandes para

dos personas.

—Está bien —aceptó Leonor.

—Me llamo Matheus —saludó otro mientras extendía la mano hacia

Leonor.

—Yo, Marco.

Page 146: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

—¿Hacéis turismo? —preguntó Leonor.

—No, estamos construyendo una carretera en el interior y vivimos

aquí mientras duran las obras. Yo soy ingeniero.

—¿Eres brasileño?

— Sí, de São Paulo —informó Matheus.

—Yo soy arquitecto, trabajo en la construcción de un hotel que está

muy cerca de aquí. Soy de Milán —explicó Marco.

—¿De Milán? El otro día conocimos a un italiano de Turín.

—Tiene que ser Finaldi.

—Sí, creo que así se llamaba —dijo Germano.

—Es ingeniero, trabajamos juntos. Él es el responsable de la obra de

la carretera —comentó Matheus.

—Pues no lo conocía, no lo había visto antes —añadió Germano.

—Hace poco que se ha incorporado, no debe llevar aquí más de tres

semanas, a lo mejor por eso no habéis coincidido.

—¿Qué os parece si nos levantamos para ir a por la cena? —dijo

Leonor—Tengo algo de hambre.

—Sí, hay muchos turistas y corremos el riesgo de quedarnos sin

buffet.

Al lado del italiano Leonor parecía enana, a pesar de su 1.72 de

estatura, aquel individuo debía medir casi dos metros. Se fijó en las manos

cuando iba a coger la comida, extremadamente blancas y de dedos muy

largos. El brasileño, en cambio, era más o menos de su estatura. Cuando

hablaba, los expresivos grandes ojos resaltaban con el acentuado color

Page 147: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

negro de la cara. Leonor estaba contenta de encontrar gente con la que

poder compartir sus fines de semana. A simple vista parecían personas

interesantes, alguien con quien charlar de otras cosas que no fuera la

medicina.

En la cola del buffet se oía hablar diferentes idiomas, Leonor prestó

atención por si alguien hablaba en castellano o catalán, por simple

curiosidad, pero ninguna de las lenguas que escuchó eran esas dos.

Matheus le ofreció ensalada y ella asintió con la cabeza. Se sirvieron el

primer plato y regresaron a la mesa en donde una camarera se les acercó

para que ordenaran la bebida. Todos pidieron agua fresca.

—¿Y qué hace una mujer sola por aquí? —pregunto Matheus.

—No estoy sola, estoy con Germano. Hay otro grupo de cooperantes

con los que llegué hasta Manaos, los veo dentro de tres semanas.

—¿Y cuál es tu ocupación? —preguntó Marco.

—Trabajo para el Gobierno. Visito los núcleos de población de esta

zona. Aplicamos un tratamiento preventivo de la malaria a los niños y

atendemos a la gente que pueda tener algún problema de salud.

—¡Qué interesante! ¿Y cómo has llegado hasta aquí?

—Un amigo de mi marido me habló de ello en Barcelona.

—¿De Barcelona? ¡Qué ciudad tan acogedora! —dijo Marco.

—¿Has dejado allí a tu marido? —preguntó Matheus.

—Mi marido murió.

—Disculpa...

Page 148: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

—No te preocupes. No tenías por qué saberlo. Estaré por aquí un año,

más o menos.

—Nosotros también. Calculamos que ese será el tiempo que nos

queda hasta acabar las obras. Mientras, aprovechamos al máximo las horas

libres e intentamos relacionarnos con los que pasan por aquí, si no

resultaría extremadamente aburrido.

—Se agradece tener compañía en un lugar como éste.

—Voy a por el segundo round —dijo Germano levantándose.

—Creo que debemos ir todos, la comida empieza a escasear.

Después de la cena, los hombres propusieron ir a tomar un café y una

copa. Leonor se disculpó. Estaba algo cansada y prefería ir a leer un rato

antes de dormir. Quedaron en encontrarse al día siguiente a la hora de la

comida.

Germano acompañó a Leonor hasta la habitación. Le preguntó si le

apetecía dar un paseo por la mañana hasta Anavilhanas, el mayor parque

fluvial del mundo, con más de cuatrocientas islas. La propuesta era muy

interesante, pero se excusó, tal vez más adelante, en otra oportunidad. Era

el primer fin de semana, aún no tenía cogido el ritmo y el cansancio la

vencía. Estaba llena de nuevas emociones, no iba a apreciar en su plenitud

ese archipiélago tan fascinante; prefería descansar y dar paseos a pie.

Leonor marchó por la pasarela que la llevaba hasta su habitación,

estaba muy oscuro, caminar sola por allí se le antojaba un poco arriesgado.

Al subir, oyó voces en su mismo rellano, pero no prestó atención, aunque le

daba confianza saber que había otros huéspedes cerca. Abrió la puerta y

Page 149: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

puso en marcha el ventilador para dirigirse al pequeño balcón y disfrutar del

silencio de la selva, siempre cargado de muy diversos sonidos de animales.

Se sentó un instante a oírlos para disfrutar de aquella sinfonía nocturna la

relajaba. Apenas corría una ligera brisa que balanceaba las hojas de los

numerosos árboles vio aparecer a un hombre con una linterna que se dirigía

por la pasarela a las habitaciones del tree top situado frente al suyo. Apenas

se podía distinguir su figura, no había luz suficiente aunque enseguida

desapareció de la vista.

Tras pasar un rato de tranquilidad en el balcón entró al cuarto de baño

para lavarse los dientes y ponerse una crema en la cara. Delante del espejo

se entretuvo mirando el bonito bronceado de su piel, el color tostado le

favorecía, algo positivo había sacado de las horas de sol, se dijo.

Una multitud de pequeños mosquitos había acudido a la luz del

cuarto de aseo y apagó la luz para lograr que se marcharan. Encendió la de

la mesilla y tras desnudarse retiró la sábana que cubría la cama y se tumbó

para leer. Tras un rato entretenida con el libro que le había regalado María

lo dejó en la mesilla. Con la luz apagada se sentía satisfecha de

encontrarse en aquel lugar. El recuerdo de alguno de los momentos de

aquella agitada semana: la sonrisa de los niños, la bondad de Germano, la

cálida acogida en los poblados la llevó hasta el sueño.

Era poco antes de las seis de la mañana cuando en la habitación se

oyó un <<¡holá! ¡holá>>” que sobresaltó a Leonor. Sentada en la cama,

mirando alrededor, fue incapaz de ver a nadie. Al instante otro ¡holá! ¡holá!

Page 150: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

le hizo dirigir la mirada hacia el lugar de donde provenía el saludo: en la

barandilla del balcón había un loro de color rojo, pico amarillo y alas azules

autor del sobresalto. Leonor sonrió al ver el ave que tan amablemente la

despertaba. Se levantó y fue a devolverle el saludo <<¡hola!>>, le dijo y el

loro respondió <<¡holá!>> para salir volando hasta desaparecer.

El día empezaba a despuntar. Miró el reloj-despertador que había

sobre la mesilla: demasiado temprano para un día de descanso, pensó. Una

vez despierta, le costaba trabajo volver a dormirse, así que decidió dar un

paseo. Tras vestirse con ropa cómoda cogió la cámara fotográfica y salió de

la habitación. Bajó las escaleras con cuidado, la madera crujía y no deseaba

molestar: era probable que a esa hora todo el mundo estuviera durmiendo.

Anduvo por la pasarela de la derecha, la que llevaba hasta el río admirando

la frondosa vegetación. La temperatura era agradable, aunque el sol no

había salido del todo. Un par de monos diminutos, de color gris y cara

blanca, saltaban por las barandillas. Sus jugueteos eran lo único que rompía

el silencio. Cuando estaba llegando al río vio a un hombre caminar por otra

de las pasarelas. En ese momento no supo si detenerse, seguir adelante o

volver atrás. Pretendía estar sola sin que nadie se le cruzara, así que

esperó hasta ver hacia dónde se dirigía para no coincidir. Él hombre dio

medio vuelta para desaparecer entre la vegetación. Leonor continuó hasta a

la pasarela que bajaba al pequeño embarcadero para sentarse en unos

escalones situados al final de la misma. La abundancia de árboles, y el

contraste de color con el agua le produjeron un efecto sedante. Se quedó

como hipnotizada ante el suave fluir del agua. Decidió inmortalizar aquella

Page 151: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

luz matutina que daba al paisaje un verde especial. Enfocó la cámara hacia

ángulos diferentes procurando captar los haces de luz solar que se colaban

a través de la espesa vegetación. Estaba en plena tarea fotográfica cuando

alguien la saludó.

—Bon giorno —dijo una voz de hombre.

Leonor se giró sobresaltada. Era el italiano de la Anaconda. <<¡Qué

casualidad!>>, pensó. Se puso en pie para saludarlo.

—¡Hola! —dijo con voz de sorpresa.

—No era mi intención perturbar tu sesión fotográfica, sigue, sigue.

—Pretendía obtener unas cuantas imágenes del río a esta hora, la luz

es espléndida, pero ya he acabado.

—¿Eres madrugadora o te has caído de la cama?

—No es que sea especialmente madrugadora. Ha sido un loro que ha

venido a despertarme poco antes de las seis.

—¡Qué coincidencia! A mi habitación ha venido un guacamayo rojo

sobre la misma hora.

—A lo mejor era el mismo pájaro. Yo no entiendo nada de aves, pero

parecía un loro.

—Un guacamayo es un loro, no vas desencaminada.

—¿Desde cuándo estás aquí?

—Desde ayer. Es el lugar de descanso de casi todos mis fines de

semana.

—También el nuestro, pasaré tres de los fines de semana aquí y uno

en Manaos. ¿Qué tal el trabajo?

Page 152: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

—De momento me gusta. Es la primera vez que salgo de una gran

ciudad para trabajar en un lugar como éste. Disfruto de lo que hago y la

selva me apasiona, no creí que me gustara tanto.

—¿Cómo es que has venido a parar aquí?

—Mi empresa buscaba a alguien sin demasiados problemas para

abandonar Torino. Yo tenía predisposición, soy un hombre sin

complicaciones familiares al que siempre le han atraído las experiencias

nuevas.

—Bien, supongo que nos iremos viendo, ahora voy a desayunar,

tengo mucha hambre.

—Yo me quedo por aquí dando un paseo. Iré más tarde.

—Hasta luego, entonces.

—Ci vediamo.

Se dirigió a la recepción del hotel para consultar su cuenta de correo

electrónico antes de subir a desayunar. Por el camino seguía recordando lo

atractivo que le parecía el hombre con el que acababa de hablar, tenía una

voz envolvente y unos expresivos ojos azules que llamaban mucho la

atención.

En la recepción sólo había una persona, la mayoría debía estar

durmiendo. Al conectar el ordenador encontró un mensaje de María.

Querida Leonor,

¡Qué alegría me dio recibir tu correo! No sabes cuánto te echo de

menos.

Page 153: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

Tengo que contarte algo ¿Estás sentada?

¡VOY A SER MADRE!

¡Síííííííííííííííííííííííí! Como lo estás leyendo.

El otro día, cuando estaba en Guantánamo, me dio una vomitera de

repente, imagínate, en pleno ajetreo de urgencias, que ya sabes lo que es

Guantánamo los fines de semana. En cuanto puede me hice los análisis y,

sí, estaba embarazada.

Xavier y yo estamos muy ilusionados, el embarazo es apenas de dos

meses. Lo intuía cuando estabas aquí, pero no me quise arriesgar a

contártelo hasta no estar más segura. Ahora que tengo tu contacto, te

mantendré informada puntualmente.

Luís me ha preguntado por ti. Desde que fuiste a cenar con él se ha

quedado como enganchado.

¿Y qué de ese italiano de ojos azules del que me hablas? Dame

alguna pista más sobre él ¿Lo has vuelto a ver?

En la prensa ha salido lo de vuestro trabajo en Mozambique y han

anunciado que aparecerá un artículo en la revista The lancet. No dicen nada

de tu trabajo en el Amazonas, aunque, claro, no tiene nada que ver.

Espero impaciente tus noticias.

Un beso.

María

Page 154: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

<<No me lo puedo creer>>, pensó Leonor. <<María embarazada, que

estupendo, con las ganas que tenían y lo que les ha costado. A los treinta y

cinco años es un buen momento para quedarse embarazada. Deben estar

como locos. Siempre les han gustado los niños. Cuando acabe de

desayunar le contestaré>>.

Subió las escaleras hasta el primer piso. Había poca gente en el

comedor, pero Germano estaba junto a Matheus.

—Veo que todos hemos madrugado —dijo Leonor.

—No por gusto. Es que hemos sido de los afortunados a los que ha

venido a despertar el loro —explicó Matheus—. Creo que se les ha

escapado de la jaula en donde lo ponen por la noche y más de uno ha

tenido la misma suerte que nosotros.

—Sí, a mi también ha venido a despertarme apenas amanecía, pero

he aprovechado para disfrutar de un amanecer espléndido. Hasta ahora

apenas si me había detenido a mirar la maravilla de paisaje que nos rodea.

Ha valido la pena levantarse temprano.

—Hoy va a apretar el calor de lo lindo —aseguró Germano—. A las

seis de la mañana ya estábamos a 23 grados.

—Germano y su estación meteorológica. Con él siempre sabréis a qué

temperatura estamos —dijo Leonor con una amplia sonrisa.

—Siempre nos queda el recurso de meternos en la habitación bajo el

ventilador, ventajas de los días libres. Peor se vive con este calor en plena

selva —dijo Germano.

—¿Dónde has visto la temperatura? —preguntó Matheus.

Page 155: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

—Tengo una pequeña estación meteorológica, como ha dicho Leonor.

Hoy la humedad es del 66% y la sensación de calor va a ser mucho mayor

de lo que marca el termómetro.

—Germano es un gran entendido en meteorología.

—Ah, no lo sabía —dijo Matheus.

—Bah, eso no es verdad, pero sí es cierto que me gusta saber a qué

temperatura y grado de humedad estamos cada día. Es un pequeño

pasatiempos con el que disfruto.

—Yo también tengo una afición: las aves. A mi mujer y a mis hijos los

traigo locos con eso. Cuando estoy en São Paulo, hacemos largas

excursiones para ir a observarlas. Estar en esta zona es un privilegio para

mí, a veces me quedo embobado mirando el cielo. En ese sentido es

gratificante trabajar aquí, aunque echo mucho de menos a la familia, por

eso, en cuanto puedo, voy a verlos.

Cuando acababan de desayunar, Francesco y Marco se incorporaron

a la larga mesa. Marco se sentó junto a Leonor y Francesco al lado de

Germano.

—Podremos escoger desayuno, no hay casi nadie levantado, es una

suerte no tener que hacer carreras para poder elegir.

—Hay unas bananas y un camu-camu buenísimo

—informó Germano.

—¿Camu-camu? ¿Qué es eso? —preguntó Marco.

—Aquellos frutos redondos de color granate son camu-camu. Tiene

cuarenta veces más vitamina C que la naranja —dijo Germano.

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—Ah, sí, lo he probado, pero desconocía el nombre. Está realmente

rico.

—Me apetece uno de esos desayunos llenos de colesterol: huevos

fritos, salchichas, panceta. Me lo pide el cuerpo, estoy muerto de hambre —

dijo Francesco.

—Luego se queja de que tiene sobrepeso —comentó Marco dándole

con el codo a Leonor.

—Un día es un día, llevo muchos reprimiéndome para bajar esta

pequeña barriga que se ha empeñado en instalarse aquí —dijo Francesco

señalando su cintura.

—¿A quién quieres engañar? Te gusta comer, reconócelo.

—Lo reconozco, me gusta.

—He acabado de desayunar, si no os importa, me retiro.

—Nos preguntábamos si te gustaría venir a hacer un pequeño

recorrido río arriba —dijo Matheus a Leonor—. Germano ha conseguido una

lancha rápida y es una buena manera de pasar el día libre.

—Gracias, prefiero quedarme. Me parece una excursión interesante,

pero le dije a Germano que necesito descansar. Hemos tenido una semana

agitada y además ha sido la primera. Supongo que lo entendéis. Habrá otro

momento para llegar hasta Anavilhanas.

Los cuatro hombres la miraron con cierta extrañeza mientras se dirigía

a la puerta de salida porque su argumento era poco convincente. O no le

gustaba su compañía o era poco amiga de compartir con los demás,

comentó Marco. Francesco dijo que por la mañana la había encontrado

Page 157: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

junto al embarcadero haciendo fotografías y no había observado nada

extraño en ella, admiraba el paisaje y parecía disfrutar con ello. <<Tampoco

es tan extraño que quiera descansar, ha sido su primera semana de trabajo,

debe necesitarlo, tal como ha dicho>>, la disculpó Matheus, usando su

acostumbrado tono conciliador. Marco no entendía tanta preocupación por

una mujer, cuando según él, todas las mujeres eran complicadas. Los

demás no prestaron atención a sus palabras, estaban acostumbrados a

esos comentarios un tanto misóginos. Seguía arrastrando su secular

resentimiento hacia las mujeres. Desde el divorcio cultivaba un cierto

resentimiento hacia el género femenino. Le pareció increíble que su mujer lo

abandonara al enterarse que él tenía una amante desde hacía años. <<Las

mujeres no saben perdonar>>, decía convencido de su razón. El Amazonas

le sirvió para poner tierra de por medio como mejor remedio ante lo que él

consideraba un fracaso falto de contenido. Francesco no compartía ese

punto de vista, pero por el bien de su amistad, hacía tiempo que no le

prestaba atención cuando hacía ese tipo de comentarios.

Leonor bajó las escaleras para dirigirse de nuevo al ordenador. Tuvo

que esperar en uno de los sofás a que se desocupara uno para contestar a

su amiga. Aprovechó el tiempo mirando la preciosa vista del río Negro que

se divisaba desde el sofá. Cuando por fin quedó uno libre se dispuso a

contestar a su amiga.

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María,

No sabes qué ilusión me hace tu noticia .Xavier y tu debéis estar locos

con el acontecimiento. Os felicito de verdad, envío un gran abrazo y un

besazo.

Enterarse de que una puede estar embarazada en el servicio de

urgencias del hospital, por una vomitera, no tiene nada de bucólico, pero

imagino lo que debiste sentir. Supongo que con el embarazo dejarás de

trabajar en Guantánamo. Resérvame el papel de madrina, me encantará

tener a esa criaturita por ahijada cuando esté de vuelta.

Me alegra lo que comentas del equipo del doctor Oslano sobre la

vacuna de la malaria. Me gustaría obtener los mismos resultados aquí que

en Mozambique. La situación en el Amazonas no es tan grave como en

aquellos países de África, pero hay mucho trabajo por hacer.

Debo mantener contacto con él y con Rius, pero creo que una semana

es poco tiempo para hacerlo. Aún es pronto para hablar de mi trabajo en

esta región. Por otro lado, conoces mi intención de prescindir en lo posible

del mundo barcelonés.

Fíjate en la fecha de mi correo. Una noticia buena, buenísima, unida a

un mal recuerdo. La vida nos va interponiendo cosas buenas y malas para

hacerse más llevadera.

Te llamaré cuando esté de descanso en Manaos.

Dale recuerdos a Luís de mi parte (pura cortesía).

Un beso para ti y Xavier.

Leonor

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Al enviar el mensaje, Leonor se quedó delante de la pantalla del

ordenador, como quien se mira en el espejo y no ve nada, hasta que una

mujer se acercó a ella y le preguntó si iba a tardar mucho. Eso la sacó de su

ensimismamiento. Esbozó una leve sonrisa, se levantó diciendo que ya

había terminado y pidió perdón por la espera.

Al salir de la recepción, en la baranda de la izquierda había un par de

guacamayos: uno rojo, que parecía el de la mañana y otro azul. Los dos

empezaron a saludar a Leonor, como lo hacían cada vez que pasaba

alguien.

—“¡Holá, holá!” —gritaban los dos, un hola chillón.

La expresión seria de Leonor cambió con el saludo de las dos aves y

esbozó una sonrisa a modo de agradecimiento. Le habían alegrado por

unos segundos una mañana triste por el recuerdo de Víctor. Su muerte se

produjo un veinticuatro de septiembre, una fecha que intentó olvidar en

muchas ocasiones sin conseguirlo. La coincidencia con la fiesta mayor de

Barcelona hacia que fuera imposible olvidar la fecha. Al encender el

ordenador para enviar el mensaje a María, los dígitos le habían saltado a la

cara como si le hubieran lanzado un jarro de agua fría.

Llegó a la habitación, se tumbó en la cama y dos lágrimas silenciosas

salieron de los ojos. Las limpió con las manos e intentó relajarse. Había

dormido poco y el sueño la venció.

Unas voces en la escalera la despertaron. Tenía la sensación de

haber dormido mucho, pero cuando miró el reloj, apenas había pasado

media hora. Le vinieron ganas de volver a pasear junto al río así que salió

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de la habitación para encaminarse hacia el embarcadero donde encontró a

los que marchaban.

—Parece que has cambiado de opinión ¿Te vienes a Anavilhanas? —

preguntó Germano.

—No, he salido a dar una vuelta.

—Tú te lo pierdes.

—Nos vemos esta noche. Pasadlo bien.

—¡Qué actitud tan extraña! Parece llena de vitalidad y en cambio

prefiere pasar un día de fiesta sin hacer nada. ¿Tanto habéis trabajado esta

semana? —quiso saber Marco.

—Hemos trabajado, pero por lo poco que la conozco, no parece cosa

de cansancio. La he visto preocupada, triste, más triste de lo normal. Es

cierto que a veces se queda pensando, con la mirada en ninguna parte,

como pendiente de alguna cosa importante. Desconozco qué le pasa.

—Las personas tenemos días en que nos apetece estar solos, no veo

nada anormal en eso —dijo Matheus.

—Es un poco raro venir sola hasta esta parte del mundo.

—En realidad no ha venido sola, hay un grupo de amigos que están

trabajando cerca de aquí: un par de médicos y otro par de maestros. Se

verán un fin de semana al mes en Manaos.

—Pero aquí está sola —dijo Francesco.

—No, sola no está, va conmigo a todas partes.

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—Quería decir que una mujer tan atractiva como ella, con esos ojos

almendrados tan cautivadores, puede correr peligro en estas tierras —dijo

Matheus.

—¿Peligro por ser mujer o por tener los ojos que tiene?

—preguntó Germano en tono sarcástico.

—Sí, reconozco que no he estado afortunado.

—Evita ese tipo de comentarios ante ella, no le gustan demasiado.

—Tomo nota, aunque no creo que se molestara por recibir un

cumplido

—Tanto como eso no.

—No le demos más importancia —dijo Francesco para zanjar el

asunto.

Leonor pasó el día entre lecturas y largas caminatas que fueron

suavizando el recuerdo triste de aquel veinticuatro de septiembre. Se dijo

que había llegado hasta allí para romper con cierta parte de su pasado y no

estaba poniendo los medios para conseguirlo, así que hizo el firme

propósito de saborear al máximo aquello que cada día le ofreciera.

Pensó que sería una buena oportunidad aprovechar la cena para

compartir un rato con aquellas personas que acababa de conocer, disfrutar

de su compañía y pasarlo lo mejor posible.

Llegada la hora de la cena se enfundó en su mejor ánimo para

presentarse en el comedor con el semblante bien distinto al de la mañana.

Tanto Germano como los otros tres la esperaban sonrientes con una botella

Page 162: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

de champán que Marco se había empeñado en pedir aduciendo que había

que celebrar algo, que no le preguntaran qué, pero su inigualable sexto

sentido se lo decía.

—Por fin he podido descansar, me parece que he cargado pilas para

unos cuantos días —dijo Leonor adelantándose a cualquier pregunta sobre

lo ocurrido por la mañana.

—Nosotros no hemos descansado, pero ha valido la pena, nunca

había visto nada parecido, un regalo para la vista y el alma —dijo Matheus

—En cuanto tengas una oportunidad deberías ir, Leonor.

—Tengo casi un año por delante, iré sin duda.

—A ver, señores, hagan el favor de coger las copas para brindar que

se ponen muy bucólicos —dijo Marco.

—¡Por la amistad!—brindó Matheus.

—¡Caramba, qué ocurrente! —rió Marco—Sería mejor brindar por el

Amazonas, el Nilo, el Mississipi, el Ganges y todos los ríos importantes del

planeta! ¡Por la vida sin ataduras! ¿Qué más da? ¡Por lo que sea!

Brindaron entre sonrisas, les daba igual el motivo.

Page 163: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

VEINTE

Avisaron por radio que un hombre de una tribu tikuna se encontraba

mal de salud. Leonor y Germano se dirigieron a la maloca donde los recibió

el Curaca. El jefe tikuna no mira con buenos ojos a Leonor. La observa de

arriba abajo como si se tratara de un animal peligroso mientras articula unas

palabras entre dientes que ni Germano es capaz de entender, pero los

lloros y súplicas de la mujer del enfermo, junto al poder de persuasión del

guía le hacen dar su conformidad a regañadientes. <<Una mujer no puede

ser un buen chamán>>, dice para dar por zanjada la polémica.

Leonor entra con Germano en una pequeña choza construida con

madera, resina, y techo de hojas de palmera. El hombre, echado sobre un

lecho de hojas, tapado con pieles de animales, está inconsciente. Germano,

que hace de traductor, pregunta a la mujer por los síntomas. “Tiene fuertes

diarreas con sangre, dolores entre el pecho y la barriga y escalofríos”,

explica. Leonor le coloca el termómetro: la fiebre es altísima, cuarenta

grados.

—Esto tiene toda la pinta de ser una esquistosomiasis.

—¿Qué es eso?

—Es una enfermedad que se contrae cuando se ha estado entre

agua contaminada. La provoca un parásito que en contacto con la piel

madura a estado larvario, después se transforma en gusano y puede migrar

hacia diferentes partes del cuerpo: bazo, intestinos, vejiga, pulmones.

Page 164: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

—Ah, sí, la enfermedad del gusano la llamamos. Ninguno de mis

remedios podría curarle, es una enfermedad muy mala.

—Le administraré corticosteroides, pero habría que mandarlo al

hospital de Manaos para un tratamiento adecuado.

—Llamaré por radio desde el pueblo de al lado, para que envíen un

hidroavión a recogerlo.

—Deberíamos averiguar si la contaminación se ha producido aquí, es

importante detectar el foco de infección.

—Sí, pero nosotros no tenemos medios para detectarla.

—Es cierto, pero podemos observar el estado del agua y comunicarlo

a las autoridades sanitarias de Manaos para que se encarguen de

analizarla. Por lo que he visto, en esta comunidad hay muchos niños y en

ellos la enfermedad puede ser fulminante.

Después de administrar el tratamiento al enfermo hablaron con el jefe

tikuna. Querían saber si además del río había algún otro lugar con agua.

Los llevó hasta una pequeña laguna cercana a la maloca. <<Podría provenir

de allí>>,dijo Leonor, y recomendó que nadie de la comunidad se acercara,

posiblemente ese era el foco de la infección.

Leonor aprovechó el camino de vuelta para explicar al jefe cuál era su

misión: el tratamiento preventivo de la malaria a los niños de la comunidad.

El jefe siguió con las mismas reticencias y aseguró que no iba a permitir que

se tocara a los niños porque ellos sabían curar con los remedios de hierbas.

Intentó explicar que no se trataba de sanar, sino de prevenir la enfermedad,

pero el jefe dejó ir un no rotundo por respuesta. Mantuvieron un tira y afloja

Page 165: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

hasta que el jefe se avino a aceptar el tratamiento con una condición: si el

enfermo se curaba accedería, si no, nadie iba a tocar a los niños. Germano

trató de hacerla entender que una mujer no convence a un jefe tikuna, sería

degradarlo y rebajar su autoridad, no lograría imponer su criterio. <<Hay

que tratar de ser humilde>>, dijo. Leonor se indignó ante el comentario, no

había ido a la Amazonia a aprender lecciones de humildad, sino a ejercer de

médica, le contestó en una respuesta airada, pero Germano trató de hacerla

entender que ese era un medio hostil a una mujer y, sobre todo, una mujer

blanca no existía la lógica.

Finalmente Leonor no tuvo más remedio que aceptar la propuesta del

jefe: esperarían a que el enfermo sanara para administrar la vacuna de la

malaria a los niños, aunque era posible que el enfermo no sanara y todo se

fuera al traste.

De vuelta a la maloca, la mujer del enfermo se acercó a Leonor para

preguntar si su marido moriría. Era muy probable que sanara si lo llevaban

al hospital, la tranquilizó, omitiendo la posibilidad contraria. La mujer se

lanzó llorando a abrazarla, Leonor también la abrazó para darle a entender

con ese gesto que todo iba a ir bien.

Cuando los invitaron a comer aceptaron enseguida, parecía una

buena manera de congeniar y poco a poco convencerlos de la bondad del

tratamiento para los niños. Se dirigieron hacia un lugar del poblado

despejado de vegetación. Los hicieron sentar en unas esteras

confeccionadas con hoja de palmera. Una mujer les trajo tapioca, nueces y

carne de cerdo salvaje asada. Leonor coge las nueces, pero rechaza la

Page 166: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

carne, prefiere tomar un par de plátanos en sustitución, con eso tendrá más

que suficiente. Germano, en cambio, acepta gustoso la carne, hace mucho

que no come cerdo salvaje tal como lo preparan los tikunas, de la misma

manera que lo hacía su madre e intenta convencer a Leonor de que al

menos haga el gesto de probarlo de lo contrario pueden tomarlo como un

desprecio. El cerdo salvaje era un manjar para los tikunas reservado para

las grandes ocasiones. Leonor se decidió a coger un trozo ante la curiosa

mirada de las mujeres que sonreían al verla dar el primer bocado. El Curaca

hizo un gesto con la mano para que se alejaran, se disponía hablar con

Leonor y no quería testigos.

El jefe tikuna se sentó frente a Leonor, a cierta distancia y mientras

ella comía inicia un rosario de preguntas sobre el tratamiento. Leonor vio en

aquellas preguntas una oportunidad y se recreó todo lo que pudo en las

respuestas que pormenorizó al máximo, cualquier cosa con tal de que el

Curaca diera su brazo a torcer al margen de la salud del enfermo, pero el

jefe no dio ni una nueva señal al respecto.

Terminada la comida optaron por marcharse despidiéndose antes del

Curaca. Se dirigieron a la embarcación que estaba amarrada en un árbol

junto al río. Cuando estaban a punto de subir la mujer del enfermo apareció

con una cesta llena de aguaje, una fruta muy abundante en aquel poblado,

y volvió a abrazar a Leonor.

Se despidieron con una nueva cita en dos semanas, fecha que han

acordado con el jefe, según Leonor, tiempo suficiente para poder valorar la

evolución del enfermo.

Page 167: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

Leonor y Germano pusieron rumbo hacia otra maloca en la que harían

noche. Ella iba sentada en la proa de la embarcación mirando al frente y

pensaba en el pequeño enfado con Germán, aunque le había molestado

que le pidiera humildad tal vez tenía razón. Estaba muy acostumbrada a

imponer su criterio cuando creía estar en lo cierto.

Germano, como si le adivinara el pensamiento, le dijo:

—Siento haberte dicho lo de la falta de humildad.

—Yo también siento no haberme dado cuenta de que no puedo

irrumpir en una comunidad y cambiar las normas. La he pagado contigo y lo

siento, sé que lo has dicho porque te preocupas por mí.

—No discuto tu razón, pero si quieres que te dejen hacer el trabajo

deberás aceptar ciertas normas sin querer cambiar a esta gente de golpe.

Llevan centenares de años con las mismas costumbres. Los conozco muy

bien y el diálogo nos llevará más lejos que las imposiciones.

—En el fondo soy una intrusa, mujer y blanca, demasiados elementos

en contra, estás en lo cierto, sobre todo en lo que dices de las costumbres

centenarias, he sido poco reflexiva.

—Conviene respetarles para que las cosas vayan bien. No hemos

venido aquí a cambiar a la gente, sino a ayudarla.

—De acuerdo, chamán. Aunque no lo veo incompatible. Intentaré

preguntarte antes de actuar, entre otras razones estás aquí para eso, para

asesorarme y servirme de ayuda, de ahora en adelante prometo ser más

humilde —dijo Leonor con cierto retintín.

—Doctora, no me tome usted el pelo.

Page 168: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

—Si no te tomo el pelo, lo digo en serio.

—Me alegra ver tu sonrisa. Me preocupaba lo sería que estabas el

otro día.

—No es momento de hablar del fin de semana, pero te diré que he

pasado una situación muy difícil que algún día te contaré, aunque he hecho

el firme propósito de iniciar una nueva andadura.

—Si hay algo que te preocupa, puedes contar conmigo, vamos a estar

juntos durante mucho tiempo y creo que es mejor que seamos amigos, que

tengas confianza en mí.

—Te considero mi amigo, pero te pido tiempo.

—Dejo pasar el tiempo que quieras, pero parece un poco extraño que

llevemos juntos más de diez días y sólo sepa de ti que eres médica, no

pareces demostrar mucha confianza.

—No sé a qué te refieres.

—Te he explicado algo de mi vida: mis dos hijos, mi mujer, mi familia;

tú, en cambio, no has dicho esta boca es mía.

—Tiene razón. Vine hasta aquí porque quería estar alejada de

Barcelona, eso es suficiente por ahora.

El silencio se instaló entre los dos. Germano se limitó a conducir la

embarcación sin hacer preguntas.

El sol se ponía, una inmensa bola rojiza empezaba a ocultarse en el

horizonte, y el cielo, de un rosa intenso, presagiaba un viento que tardaría

Page 169: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

muy poco en levantarse, aunque habían llegado y les era posible montar las

tiendas antes de que eso sucediera.

Germano ató los cabos de la embarcación a un árbol de la orilla,

descargó las tiendas de campaña y las bolsas. Leonor, sin esperar por él,

se dirigió hacia el poblado en donde una hoguera reunía a los miembros de

la comunidad: apenas diez personas, entre adultos y niños. De repente, un

hombre se levantó de manera violenta para amenazarla con una cerbatana.

Ella alzó los brazos en señal de buena voluntad, mientras su cuerpo se

estremecía hasta erizársele todo el vello. Enseguida acudió Germano, gritó

al hombre de la cerbatana que eran amigos y venían a ayudarlos. El

hombre gritó que no quería a ningún blanco en su poblado, que se

marcharan. Los intentos de Germano por apaciguar a aquel hombre fueron

vanos porque el iracundo hombre volvió a gritar que el último blanco que

había pisado el poblado les trajo enfermedades y no querían a ninguno por

allí.

Germano pidió entonces permiso para acampar cerca del poblado,

aclarando que cuando saliera el sol se marcharían de allí. Accedió a

regañadientes indicándoles de mala gana un lugar para acampar, pero

dejando claro de nuevo que no quería volver a verlos nunca más.

Cargaron sus bultos y montaron las tiendas antes del crepúsculo.

Encendieron la luz de campaña para sentarse en una estera en el suelo.

—Gracias por todo, como siempre eres mi guardián.

Page 170: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

—Ya pasó, no te preocupes. Debí advertirte que no te alejaras. Hay

algunas tribus por aquí que no ven con buenos ojos al hombre blanco,

aunque desconocía que en este lugar nos fueran a recibir así.

—Podía haber sido peor, por un momento pensé que iba a disparar

aquella cerbatana.

—No creo que lo hubiera hecho, simplemente trataba de atemorizarte.

Conozco a la gente de este poblado, aunque hace mucho que no pasaba

por aquí. No tenía noticias de que les hubiera traído una enfermedad el

hombre blanco. Su temor, en cierta manera, es lógico.

El viento empezó a levantarse y Germano decidió asegurar las tiendas

con más cuerdas. Un remolino de hojas y tierra hizo que tuvieran que

meterse en la tienda para resguardarse.

—Este viento amenaza lluvia fuerte, no es el mejor momento para

estar en una tienda de campaña, espero que aguanten.

—Pero aún no estamos en época de lluvias —comentó Leonor.

—No lo estamos, pero puede llover intensamente. Haré unas regatas

alrededor de las tiendas, así impediremos, con un poco de suerte, que el

agua entre.

—No me asustes, no soy especialmente valiente, ya lo has visto

antes.

—Se trata de tomar precauciones, nada más. Tranquilízate, a lo mejor

no es tan fuerte como imagino.

Page 171: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

—Sé que tratas de tranquilizarme, pero me asusta el peligro. No sé

qué puede ocurrir en caso de lluvias torrenciales, pero imagino que debe ser

arriesgado en un habitáculo tan endeble.

—Saca el cesto del aguaje y vamos a comer. Con el estómago lleno

las cosas se ven de otro color.

—Menos mal que tenemos la cesta con la fruta, al menos podremos

comer algo. La experiencia de hoy nos enseña que debemos llevar comida,

no es bueno depender de lo que nos puedan ofrecer en los poblados.

—Sí, tienes razón, aunque no esperaba ser recibido de esta manera

en ningún lugar. Es la primera vez que me pasa algo así.

—¿Hay animales por aquí?

—Encenderé una hoguera, el fuego los ahuyentará, con eso y la

ayuda de Nanuola, todo irá bien.

—¿Quién es Nanuola?

—El dios de los tikuna, no creo mucho en él, pero nunca se sabe.

Germano dispuso una hoguera con bastantes troncos y la resguardó

de la posible lluvia que parecía avecinarse.

—Creo que voy a pasar la noche en vela.

—Si tienes miedo durante la noche no dudes en llamarme, vendré a

hacerte compañía. O si lo prefieres, me quedaré en tu tienda hasta que te

duermas, si eso te tranquiliza.

—Te lo agradezco. No me atrevía a pedírtelo. Prefiero que te quedes

aunque sea un rato.

Page 172: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

La lona de la tienda de campaña se cimbreaba. Empezó a caer una

lluvia intensa que al golpear el techo producía un ruido ensordecedor.

Leonor cambió el semblante, se quedó quieta oyendo el agua caer.

Germano le cogió una mano para tranquilizarla y ella la apretó para sentirse

segura.

—Échate. Mientras intentas dormir te explicaré la historia de los

tikunas, tal como mi madre me la explicó, verás como enseguida coges el

sueño y se te pasa el susto.

Leonor se tumbó acurrucada de lado, en posición fetal, mientras se

disponía a escucharlo. Por primera vez, desde que estaba en la Amazonia,

empezó a dudar de la bondad de su decisión: no iba a ser tan fácil. Estaba

descubriendo que no era tan valiente como suponía. Sería mejor pensar en

cosas positivas, se dijo, los malos pensamientos atraen malas

consecuencias, como dos imanes que se atraen sin querer. Decidió

olvidarse del ruido del temporal y se dispuso a escuchar la leyenda.

—Yuche vivía solo junto a los monos, los grillos, las perdices y otros

animales a los que veía envejecer. A través de ellos se daba cuenta de que

la vida era el tiempo y el tiempo la muerte. No existía en la tierra lugar más

bello que aquel: una pequeña choza, muy cerca de un arroyo con arena

fina. Ni el calor ni la lluvia interrumpían la vida placentera, porque todo era

agradable, nada entorpecía la felicidad en aquel paraíso.

Una vez Yuche fue a bañarse al arroyo. Al ir a lavarse la cara se vio

reflejado en el agua. Por primera vez apreció su envejecimiento y eso le

causó una gran tristeza. Regreso a su choza pensando que si moría la tierra

Page 173: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

quedaría sola. Ni el susurro de la selva ni el canto de las aves lo sacaban de

su profunda melancolía. De repente, sintió un dolor en la rodilla, como si lo

hubiera picado un insecto y empezó a adormecerse, pero siguió caminando

con dificultad hasta llegar a su lecho. Al acostarse se quedó dormido. Tuvo

un largo sueño en el que cuanto más soñaba, más envejecía y se debilitaba.

Cuando el cuerpo acusó una debilidad extrema emergieron unos seres de

él.

Al día siguiente despertó muy tarde. Quiso levantarse, pero era tanto

el dolor que le fue imposible. Miró la rodilla: estaba hinchada y la piel se

había vuelto transparente. Creyó que algo en su interior se movía, cuando

se acercó a mirarlo, observó asombrado que dos seres trabajaban en su

interior: un hombre templando un arco y una mujer tejiendo una hamaca.

Intrigado, les preguntó quiénes eran. Como no obtuvo respuesta, hizo un

esfuerzo para ponerse en pie, pero cayó sobre la tierra golpeándose la

rodilla y reventándola. Los pequeños seres salieron de dentro y empezaron

a crecer deprisa mientras él moría. Cuando terminaron de crecer, Yuche

murió.

Esos seres, los primeros tikunas se quedaron por allí algún tiempo.

Tuvieron hijos, pero acabaron marchándose porque querían descubrir otras

partes de la tierra. Su curiosidad les llevó a perderse y a no encontrar nunca

más aquel lugar tan bello. Desde entonces, los tikunas lo buscan sin haberlo

encontrado, aunque esperan volver a él algún día.

Page 174: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

Cuando Germano acabó la leyenda de los tikunas se oía la respiración

profunda de Leonor: estaba dormida. Marchó a su tienda para hacer lo

propio. Al entrar, la lluvia y el viento cesaron de repente. La noche, que

prometía ser agitada, quedó en calma, como si simplemente hubiera sido

una tormenta de verano.

A la mañana siguiente, cuando Leonor salió de la tienda, Germano

estaba sentado al lado de la hoguera de la que sólo quedaban rescoldos.

Partía con su navaja unas nueces que acababa de recoger para que

sirvieran de desayuno.

—¡Buenos días!

—¡Buenos días! ¿Qué tal has dormido?

—Bien. No me he despertado en toda la noche. Gracias por quedarte

a hacerme compañía. Me gustó mucho la leyenda de los tikunas.

—Te quedaste dormida casi al final. Curiosamente, el viento y la lluvia

no fueron lo que yo esperaba, antes de que me hubiera acostado ya habían

cesado.

—No fui muy valiente anoche ¿Verdad?

—Es normal, no estás acostumbrada a estos fenómenos

meteorológicos repentinos. Con más experiencia te darás cuenta de que no

hay por qué tener miedo. Anda, come estas nueces y después levantamos

el campamento.

—¡Hummm, las nueces están exquisitas!

—Todavía quedan unos cuantos aguajes ¿Te apetece?

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—Sí, son más refrescantes que las nueces y hacen una buena

combinación.

—Voy a buscar la cesta a la tienda —dijo Leonor.

De vuelta tropezó con una raíz de árbol que sobresalía y cayó al suelo

dándose un fuerte golpe en la cadera. Al tratar de amortiguar la caída apoyó

su mano sin querer en el cesto de los aguajes aplastándolos. A Leonor se le

saltaron las lágrimas de dolor. Germano corrió en su auxilio. Ella se miró la

mano pringosa y empezó a reír.

—¿Estás bien?

—¡Mira que soy patosa! No ha sido grave, pero me he dado un

golpazo en la cadera —dijo mientras se bajaba el pantalón por la parte

derecha para ver el golpe—. Creo que esto va a ser un buen moratón y

nada más.

—¿Tienes alguna pomada que ponerte?

—Por elemental que parezca, no llevo nada para los golpes.

—Está bien, buscaré una planta de matico, seguro que hay por aquí,

herviré unas cuantas hojas y te haré un emplasto. Esa planta es muy buena

para los golpes.

—No creo que sea necesario. Se nos va a hacer muy tarde mientras

lo buscas, lo hierves y todo lo demás. Voy a lavarme las manos en el río y

nos vamos. Tengo ganas de llegar a un sitio en donde me pueda sentir algo

más cómoda. Está haciendo mucho calor y necesito poder refrescarme en

un lugar en condiciones.

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—Allá tú. Pero si ves que duele, avísame y busco matico, es un

remedio contra los golpes que no falla.

Entre los dos desmontaron las tiendas y colocaron todo en la

embarcación. Germano arrancó el motor para poner rumbo hacia otro de los

poblados que debían visitar.

Esta vez Leonor se sentó justo delante de Germano porque aunque el

ruido del motor no era el mejor acompañamiento para la charla, tenía ganas

de hablar. Sabía que era cierta la reflexión de Germano sobre su

ensimismamiento así que decidió iniciar la conversación explicándole el

accidente de Víctor, una pérdida que aún no había podido superar, le dijo.

Eso trajo otros problemas que no venían al caso, no quería extenderse en

detalles, deseaba olvidar.

—Ese es el motivo por el que he venido a la Amazonia, ése y el

contribuir en la mejora de las condiciones de vida de la gente, ambas cosas

no son incompatibles. Necesitaba romper durante un tiempo con mi vida

anterior, y unirme a este proyecto me lo permitía además de resultarme

gratificante.

Germano calló un instante, no sabía si decir algunas palabras que

sonaran sinceras, palabras que en ese momento no podía encontrar, así

que optó por quedarse en silencio.

Callados permanecieron durante un tiempo hasta que se cruzaron con

una tienda flotante. Germano propuso tomar café y hacer un alto en el

camino para reponer fuerzas. Pararon la embarcación junto a la tienda

Page 177: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

atando antes el cabo a uno de los postes de madera que había en la

plataforma, la que daba soporte a la pequeña casa de madera de aspecto

envejecido.

Una mujer de edad indeterminada, como muchos de los habitantes de

la zona, aunque de aspecto maduro, de piel muy morena y ojos rasgados,

salió a recibirlos a la puerta. Les ofreció un par de taburetes bajos que había

junto a una pequeña mesa de madera sin dar tiempo a que le pidieran

preparó un zumo de guaraná y preguntó si les apetecerían unos huevos

hervidos que acababa de hacer. Leonor aceptó la propuesta, le pareció un

lujo disfrutar de un desayuno como aquel en medio de un lugar tan

aparentemente inhóspito. El sitio no era tan solitario como aparentaba a

primera vista, dijo Germano, era un lugar de paso de muchos pescadores

porque estaba situado a poca distancia de algunos pequeños núcleos de

población, incluso, no muy lejos había una escuela, siguió explicando

Germano.

Mientras la mujer les servía el desayuno, Leonor expresó su deseo de

conocer esa escuela, sentía curiosidad por las condiciones en que los niños

aprendían.

—La veremos, está en uno de los poblados situados en la ruta por el

que pasaremos la semana próxima.

—Parece chocolate —dijo Leonor mirando el guaraná que le

acababan de servir.

—Ayuda a despertarse —le explicó Germano.

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No le gustó mucho, pero pensó que sería cuestión de acostumbrarse

a aquel sabor.

Acabado el desayuno subieron de nuevo a la embarcación para partir

hacia el norte.

—¡Mira, un boto vermelho!

—¿Un qué?

—Un delfín rosa.

—¿Un delfín en un río?

—Sí, por esta zona hay muchos, en mi país lo llamamos bufeo.

—No sabía que existieran delfines de agua dulce. ¿Pero dónde está?

No consigo verlo.

—Mira a la posición de las dos y diez, volverá a salir enseguida.

—¡Ya lo he visto, qué preciosidad! ¿Y son tan mansos como los de

mar?

—Yo no sé cómo son los de mar, pero estos no se asustan ante la

presencia del hombre. He visto en muchas ocasiones a gente bañándose

con ellos, aunque yo nunca me he atrevido.

—Voy a coger mi cámara a ver si puedo hacerle una foto. Mira, ahí

está otra vez, parece como si nos quisiera hacer compañía.

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VEINTIUNO

Leonor recogió sus cosas con avidez para tomar el último barco hacia

Manaos. Sería el primer fin de semana con Toni, Paulo, Alain y Eliette. La

curiosidad por saber cómo les había ido a los demás, sus experiencias y

sobre todo el reencuentro la habían llenado de impaciencia. Cerró la bolsa

que contenía un par de prendas de vestir, lo imprescindible para un par de

días.

Por la pasarela que llevaba hasta el embarcadero encontró a Matheus,

Marco y Francesco. También que también iban a Manaos.

—No sabía que fuerais a Manaos.

—Solemos hacerlo algunas veces. Aquí todo es muy bonito, pero

algo monótono. De vez en cuando necesitamos desconectar.

—Yo voy a São Paulo. Hace bastantes días que no veo a mi familia.

Mi mujer y mis hijos no deben acordarse de qué cara tengo —dijo riéndose

Matheus.

Cuando subieron al barco empezaba a anochecer, aunque sólo eran

las cinco y media de la tarde, el calor era sofocante, aunque cuando el

barco zarpó la brisa del río refrescaba en parte el ambiente. Después de

dejar las bolsas en la parte baja se dirigieron a la terraza donde tomaron

asiento junto a la amura del barco. En el horizonte el sol estaba a punto de

despedirse al tiempo que un par de farolas se encendían.

—¿A qué hotel vas ? —preguntó Francesco.

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—Al Novotel, el que nos tiene asignado el Gobierno —respondió

Leonor.

—Nosotros hemos decidido quedarnos en el Tropical. Después de

tantos días de trabajo queremos darnos un pequeño lujo —dijo Marco.

—Parece un hotel precioso, estuve con Germano tomando café

cuando vine por primera vez.

—Sí, lo es. Tiene muchas comodidades: tres piscinas, varios

restaurantes, unos jardines preciosos y los fines de semana siempre hay

una orquesta con la que se puede bailar hasta bien entrada la noche. Marco

insiste en alojarse en él, como viene de buena familia le es imposible

prescindir de ciertos lujos —comentó en tono de broma.

—¿Qué quieres? Es una de mis debilidades: buen hotel, buen servicio

y mejor comida.

—No entiendo qué hace un individuo tan fino como tú en medio de

esta selva —le dijo Matheus para acabar la broma de Francesco.

—¡Me gusta el riesgo! —añadió riéndose.

—Yo me encontraré con los compañeros que vinieron conmigo. Tengo

ganas de saber cómo les ha ido. Tengo tantas cosas que contar que me

imagino lo mismo de ellos

—¿Por qué no venís mañana a cenar? Podríamos pasarlo bien todos

juntos —sugirió Marco.

—Se lo propondré. Si decidimos venir os llamaremos por teléfono para

que reservéis mesa.

Page 181: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

—Esa es otra de las costumbres de Marco: rodearse de mucha gente,

así se siente importante –dijo Francesco.

—No todos somos lobos solitarios como tú.

—Un lobo solitario es alguien muy diferente a mí, yo disfruto de la

compañía de los otros, pero es cierto que no me llaman la atención los

grandes grupos, es muy difícil ponerse de acuerdo y eso genera tensiones

algunas veces. En los grupos pequeños es menos probable que eso ocurra.

—Te he visto quedarte sentado durante horas mirando los árboles sin

notarte aburrido.

—Eso es diferente. Es cierto que me gusta estar a solas en algunas

ocasiones, pero también disfruto de las buenas compañías, no es

incompatible.

El barco llegó al embarcadero. Un trasiego de equipaje, pasajeros y

tripulación causó un cierto arremolinamiento en la rampa de subida. Los

que parecían tener más ganas de salir de allí eran los trabajadores del

hotel, que estaban deseosos de poder disfrutar de un fin de semana libre.

Todos los pasajeros subieron por la rampa que llevaba hasta la puerta del

hotel Tropical en donde había una parada de taxis. Francesco ayudó a

Leonor con la bolsa hasta la puerta del hotel.

Una vez en la parada de taxis se despidieron de Marco y Francesco.

Leonor, Germano y Matheus compartían taxi hasta Manaos. En el trayecto

Germano inició una enumeración de sitios que Leonor debía visitar como si

su estancia en Brasil se acabara aquel fin de semana. Ella apenas prestaba

atención porque se le hacía imposible recordar tantos nombres, lugares y

Page 182: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

edificios, además de que la descripción era tan evidentemente exagerada

que tal parecían las grandes maravillas del mundo.

Al llegar al hotel para dejar a Leonor ambos le desearon que lo

pasara lo mejor posible y ella les devolvió el mismo deseo. Cuando entró en

la recepción encontró a Eliette sentada en un sofá con una revista en las

manos.

—¡Bienvenida! —dijo dándole un abrazo y tres besos a Leonor.

—¡Uf! ¡Tenía ganas de llegar!

—Nosotros hace apenas media hora que estamos aquí. Hemos

quedado dentro de diez minutos para ir a cenar.

Leonor pensó que debía espabilarse para llegar a la cena.

—Me arreglo en un santiamén y voy con vosotros. Nos vemos en el

restaurante.

—Tómate el tiempo que necesites. Estamos en jornada de descanso,

esperaremos a que llegues.

Una vez en la habitación dejó la bolsa en el estante para maletas,

junto a la puerta. Se dio una ducha rápida porque no le gustaba hacer

esperar.

Salió de la habitación reflexionando sobre el tiempo transcurrido:

llevaba un mes en la Amazonia y tenía la sensación de que los días habían

volado. Necesitaba recargar pilas, compartir buenos ratos con sus

compañeros.

Cuando llegó a la mesa los cuatro se levantaron a saludarla.

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—Leonor, estás espléndida. Ese color moreno que has cogido te

sienta muy bien —dijo Toni.

—Gracias. Vosotros también tenéis buen aspecto. Nadie diría que

estamos haciendo un trabajo duro.

—Vamos a por la cena, me estoy muriendo de hambre —propuso

Paulo, con su habitual apetito e impaciencia.

—Sí, vamos, no sea que desaparezca la comida y Paulo se nos

muera de hambre.

Al sentarse de nuevo a la mesa cada uno quería dar prioridad a la

explicación de sus experiencias: palabras cruzadas, risas, historias

increíbles, pero en general se sentían satisfechos del trabajo, a pesar de las

dificultades.

—Me llevé un susto de muerte en un poblado en el que un hombre me

amenazó con una cerbatana. Tuve suerte: Germano me rescató enseguida.

Fueron apenas unos segundos, pero sentí bastante miedo.

—¿Tan peligrosa es la zona en donde estás? —preguntó Toni.

—Por ahora es el momento más difícil que he tenido. Fue más el

susto que un peligro real.

—Creo que sustos de esos podemos tener más. Yo no he tenido

ninguna experiencia negativa, pero me han contado algunos casos

relacionados con las empresas madereras que no me hacen ni chispa de

gracia —dijo Eliette.

—¿Qué cosas?

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—No lo sé a ciencia cierta, pero alguien me habló de un médico que

anduvo por la región en la que estamos Alain y yo. Intentó organizar a la

gente para defenderse de esos desaprensivos de los industriales

madereros. Un buen día desapareció. Nadie sabe qué fue de él. Prefiero no

pensar en esas cosas, hacer mi trabajo y punto.

—¿En qué prefieres no pensar?

—Me refiero a la desaparición. A lo mejor el individuo decidió

marcharse sin despedirse de nadie ¡Vete a saber!

—Sí, estoy de acuerdo en que no hay que darle muchas vueltas a las

cosas, si nos metemos el miedo en el cuerpo no tiraremos adelante —dijo

Toni.

—Me he afiliado al CNS —soltó Leonor sin venir a cuento, aunque con

ganas de saber qué opinión les merecía.

—¿Qué es el CNS? —preguntó Paulo.

—El sindicato nacional de los serengueiros —explicó Alain.

—¿Y qué haces tú en ese sindicato?

—¿Apenas llevas unos días por aquí y ya te has liado en un

sindicato?

—Vinieron unas mujeres a la población en donde estaba. Asistí a una

reunión y decidí que era bueno afiliarse para echar una mano. Tal vez a ti

también te interese Eliette.

—Lo tuyo son ganas. ¿Te parece poco el trabajo que tenemos? —

preguntó Paulo—. Yo hago lo que me toca y punto, después a descansar y

a pasarlo bien, que lo uno no está reñido con lo otro.

Page 185: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

—Es que vosotros no conocéis a Leonor, pero a ella siempre ha sido

una mujer comprometida, entre otras razones—dijo Toni.

—A mí sí me interesa, luego me das detalles —le pidió Eliette.

—No creo que dos mujeres extranjeras deban estar metidas en líos —

afirmó Alain, poco partidario de ese tipo de compromisos.

—No veo la diferencia entre nosotras y las de aquí –dijo Eliette.

—Yo unas cuantas, por lo pronto, sois mucho más guapas que

nosotros —dijo Paulo riéndose.

—Hablaba en serio, Paulo.

—Yo también —dijo con una gran carcajada.

—No me hace mucha gracia —añadió Leonor en tono serio.

—Bah, no se lo tengas en cuenta, no ves que tiene veinticinco años —

bromeó Toni en tono conciliador— Le falta experiencia. Creo que os quería

hacer un cumplido.

—¡Eh, tú! No hace falta que me defiendas, sé hacerlo solito. Y,

relajaos un poco que estamos de descanso. Si he ofendido a alguien pido

disculpas.

—Por cierto, hablando de todo un poco, en el hotel de los fines de

semana he conocido a un arquitecto y unos ingenieros, dos de ellos se

alojan estos días en el Tropical, dicen que el hotel está muy bien ¿Os

apetecería ir mañana a cenar?

—¿Habrá tías buenas? —preguntó Paulo.

—¡Venga, mira que eres pesado! —exclamó Alain.

Page 186: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

—¿Qué tiene de malo mi pregunta? No estoy comprometido con

nadie, no he venido a hacer abstinencia ¡Alegría, compañeros!

—Podría ser buena idea, quizás pasemos una noche de sábado

divertida.

—¿Entonces os apuntáis todos?

—Sí, eso parece.

—Los llamo para que reserven mesa.

—¿Qué, vamos por ahí a tomar una copa? —preguntó Paulo.

—Id vosotros, estoy cansada, prefiero quedarme leyendo un rato

hasta que se haga la hora de llamar a mi amiga María a Barcelona. Por

cierto, Toni, no te lo he dicho: María está embarazada —dijo Leonor.

—¡Qué bien! ¿Hacía tiempo que iban detrás de ello, no? Le das mi

enhorabuena.

—Bien, me retiro. Pasadlo bien. ¿Alguien se apunta a dar una vuelta

por la mañana para conocer Manaos?

—No es mala idea, pero que no sea muy temprano.

—¿Os parece que quedemos a las diez?

—Buena hora, de acuerdo —dijo Eliette—. Yo también me voy a

descansar Alain, sal con ellos si quieres.

—Sí, creo que me apunto. Gracias querida esposa.

—No seas bobo, como si necesitaras mi permiso

—dijo Eliette dándole un beso.

—Hasta mañana, entonces.

—Hasta mañana.

Page 187: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

—Hacéis muy buena pareja —comentó Leonor a Eliette mientras iban

a las habitaciones.

—Yo también lo creo, nos llevamos bastante bien, sobre todo porque

intentamos que cada uno tenga su propio espacio al margen del otro. Hasta

ahora ha funcionado.

—Estoy de acuerdo en eso. No entiendo las parejas que no saben

hacer nada el uno sin el otro.

—Me voy a dormir.

—Que descanses, Eliette.

—Igualmente, hasta mañana.

Leonor se quedó saboreando los besos de Eliette mientras caminaba

por el pasillo. Apenas se conocían y ella siempre se mostraba muy cariñosa.

Le gustaba, parecía una mujer muy agradable, siempre tan sonriente

contagiando su alegría.

Al entrar en la habitación vio una luz roja que parpadeaba en el

teléfono: tenía un mensaje. Llamó a recepción donde le comunicaron que el

señor Finaldi había preguntado por ella. Se quedó sorprendida. Era ella la

que había quedado en telefonear si decidían ir a cenar. Esbozó una ligera

sonrisa, le gustaba haber recibido esa llamada. Pidió al recepcionista que le

pusiera con el hotel Tropical. Preguntó por Finaldi y le pasaron con la

habitación.

—¿Pronto? —se oyó.

—¿Francesco?

—Sí, sono io.

Page 188: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

—Hola, soy Leonor.

—¡Hola! ¡Qué sorpresa!

—¿Sorpresa? ¿Pero no me has llamado tú?

—Ah, sí, disculpa. Queríamos saber si vais a venir mañana para

reservar la mesa, el hotel está muy lleno y hay que hacerlo con tiempo, no

sea que nos quedemos sin sitio.

—Sí, iremos los cinco. ¿A qué hora tenéis previsto cenar?

—A las ocho, si os parece.

—De acuerdo, nos vemos a esa hora. Hasta mañana.

—Arrivederci.

Leonor se quedó sentada en el borde de la cama mirando el teléfono.

<<¡Qué voz tan envolvente tiene ese hombre!>>, pensó de nuevo. Se

encogió de hombros y se dirigió a coger un libro con el que se entretendría

hasta la hora de llamar a María. Había cambiado de opinión en cuanto a lo

de no hacer llamadas telefónicas. Necesitaba contarle cómo le había ido su

primer mes; que ella explicara cómo se sentía con su embarazo; las cosas

nuevas que había aprendido. Después de leer un rato largo se hizo la hora

de la llamada. María descolgó el teléfono y Leonor se puso a llorar, apenas

había podido pronunciar su nombre. Por más que María le preguntaba, era

incapaz de articular palabra. Cuando logró calmarse, una risa histérica

sustituyó al llanto. Expresó varias veces su alegría por el embarazo y por

que el tratamiento hubiera dado su fruto. Dijo sentir una envidia sana por

ello e imaginaba lo contentos que debían estar. Apenas la dejaba hablar.

María, que la escuchaba un tanto desconcertada, le pidió que le hablara de

Page 189: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

ella, de cómo estaba, del trabajo. Leonor no la escuchaba. Quería ser la

madrina, o como se llamara aquello en lenguaje laico. Pronunciaba palabras

a velocidad de disparo de una cámara automática. Finalmente logró

calmarse. Ambas dijeron echarse mucho de menos y sentían un vacío

inmenso en la distancia. María la puso al día de las idas y venidas en el

hospital, de los cambios que se habían producido en varios departamentos

y así estuvieron largo rato acortando con su conversación el inmenso

espacio que las separaba.

Al colgar, Leonor fue a echarse agua a la cara. Miró en el espejo sus

enrojecidos ojos. No tenía que haber llorado, no era el mejor regalo que le

podía hacer a su amiga. Empezó a hablar con el espejo, como si se hubiera

desdoblado. ¿Por qué estaba contenta y triste a la vez? ¿Qué era lo que no

le gustaba de aquella situación? No había previsto que echaría tanto de

menos a María, a algunos compañeros de trabajo, su casa, sus costumbres

¿O todo eso le daba igual? ¿Lloraba de alegría? ¿O eran esos persistentes

recuerdos mil veces desechados y mil veces presentes? Se fue a la cama,

le apetecía releer el libro que le regaló Víctor cuando volvieron del viaje a

Nueva York. Abrió el libro de poemas de José Hierro por la última página,

aquel poema parecía escrito para ella después de la muerte de su marido.

Docenas de veces leído y docenas de veces le evocaba el dulce recuerdo

del viaje a Nueva York, aunque le causara la tristeza de la ausencia.

Page 190: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

VIDA

Después de todo, todo ha sido nada,

A pesar de que un día lo fue todo.

Después de nada, o después de todo

Supe que todo no era más que nada.

…………..

Cuando lo hubo leído se dirigió a apagar el aire acondicionado, las

luces para permanecer pensativa en la oscuridad. No avanzaba en su

propósito de dejar atrás ese sentimiento de pérdida. Sea como fuere, debía

mirar hacia delante. Se giró hacia el lado izquierdo, al cabo de unos minutos

al derecho, después se colocó boca arriba. Así anduvo bastante tiempo

hasta que se levantó sin saber para qué. Fue a la nevera a coger una barra

de chocolate y la volvió a dejar en su sitio. Volvió a la cama, donde

finalmente el sueño la venció bien avanzada la noche.

Page 191: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

VEINTIDÓS

A las diez, tal como tenían previsto, se encontraron en la recepción del

hotel.

—¿Qué tal? ¿Habéis descansado? —preguntó Leonor.

—Sí, más o menos, aunque me he levantado muy temprano —dijo

Toni.

—Todos hemos debido levantarnos temprano, cuesta desacostumbrar

el reloj biológico y se hace difícil permanecer en la cama cuando estás

habituado a hacerlo a una hora determinada.

Después de disfrutar de un desayuno relajado pidieron un taxi en el

que cupieran los cinco. Les apetecía hacer algo diferente para

desintoxicarse del mes de arduo trabajo. Estaban encantados de haber

llegado a aquel fin de semana y disfrutar como auténticos turistas, a los que

no agobia el reloj ni las responsabilidades. Paulo y Toni acosaban al taxista

con preguntas: dónde encontrar un buen restaurante; si había buenos cines;

en qué lugar tomar un aperitivo; las mejores batidas, esas bebidas en las

que ustedes mezclan frutas con aguardiente. El taxista, un hombre delgado

en extremo, con unos grandes ojos, cabello ensortijado y vestido con

guayabera y pantalón de color crudo, era parco en palabras; a casi todo

contestaba con un lacónico depende, que no ofrecía ninguna pista. Uno de

ellos sugirió que, tal vez, lo que estaba buscando era que contrataran sus

servicios y seguramente, se volvería mucho más parlanchín. A Leonor le

pareció buena idea. Se establecía con él un precio y que los llevara por la

Page 192: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

ciudad. El taxista mostró su disponibilidad para hacer de guía. Sus

dependes se transformaron de inmediato en una locuacidad propia del

mejor guía turístico.

Llegaron enseguida a la Praça São Sebastião. Allí se levantaba aquel

capricho de los diputados de la época, en una de las ciudades más

prósperas del mundo. Un edificio construido en plena borrachera de dinero

que el caucho aportaba a Manaos a finales del siglo XIX: el teatro de la

ópera. El interior era para quedarse boquiabierto, tal como lo hicieron ellos.

—¡Qué barbaridad, esto es un despropósito en medio de la pobreza!

—dijo Leonor.

—Sí, lo es, pero tendrías que retrotraerte a la época gloriosa de los

caucheros —le contestó Alain.

—Aún así, aquí la gente vivía fatal y éste debía ser un ejemplo

palpable de la división social tan abismal que habría entre ellos.

—Vamos a ver esta maravilla y dejémonos de eso: ya no hay vuelta

atrás —dijo Eliette— no lo llevemos por el camino de las cosas importantes

y serias como lo mal que está repartido el mundo, la poca justicia social y

todo lo demás porque cada lugar se nos hará eterno.

Después del teatro de la ópera el taxista les sugirió el prédio, el

edificio de Alfândega y la Guarda Moria.

—¿Qué es eso? —pregunto Paulo—. Yo tengo ganas de una

cervecita. ¡Os lo queréis acabar todo en un día!

Page 193: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

—Es el primer edificio prefabricado del mundo, construido a principios

del siglo XX por la Manaos Harbour Limited, patrimonio histórico nacional.

Está junto al puerto, vale la pena. Después pueden tomar algo por allí, un

aperitivo —sugirió el taxista.

—No es mala idea —afirmó Paulo—. Me parece que es lo que más

me va a gustar de la excursión: lo del aperitivo.

—Debe ser un sitio interesante.

—Yo preferiría ir al mercado —propuso Leonor—. Tendremos muchos

días para ver edificios.

—¿Al mercado?

—Me refiero a hacer el aperitivo. Mi guía me ha dicho que el mercado,

que está junto al río, es un lugar muy interesante. Tengo ganas de ver gente

de esta ciudad. Los monumentos no se van a ir, podemos visitarlos poco a

poco. Paulo tiene razón, podríamos tomárnoslo con más calma.

—¡Llegó la voz de la sensatez! ¡Has estado estupenda!

—Está bien —dijo Alain que siempre mostraba un ánimo

contemporizador.

—Tenemos tiempo de todo —dijo con voz calmada el taxista.

—¿Nos entiende usted cuando hablamos?

—Cojo una palabra de aquí y otra de allá, son muchos años de oficio:

turistas de todo el mundo, lenguas diferentes. La señora tiene razón, el

mercado es un buen sitio: mucha gente, muchas tiendas, se pueden

comprar buenas cosas allí.

Page 194: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

Llegaron a Alfândega, una peculiar imitación de los edificios

londinenses de principios de siglo, de hecho había sido fabricado en

Inglaterra y transportado a trozos y luego ensamblado en Manaos. Eso leyó

Paulo en la guía de Alain. Como el edificio estaba cerrado, se dirigieron

hacia el puerto, pero el acceso era restringido. Decidieron volver al taxi para

ir al mercado.

Al llegar junto a la furgoneta del taxista la encontraron cerrada y no

había ni rastro del hombre. A lo lejos oyeron unos gritos: era él, que les

hacía una señal con el brazo. Había ido a hacer sus necesidades, decía,

aunque un fuerte aliento alcohólico iba perfumando el ambiente mientras

hablaba. Todos entendieron cuáles habían sido las necesidades de su

conductor. Él taxista empezó a enumerar otros muchos sitios donde ir, entre

ellos una churrascaría.

—¿Qué es una churrascaría?

—Un restaurante en donde se sirven carnes asadas, usted elige la

que quiere comer cuando el camarero se acerca a su mesa con alguna de

ellas.

—Interesante. No me gusta mucho la carne, pero habrá que probar las

cosas del lugar.

Había poco tráfico por las calles a pesar de ser sábado. En cambio, en

los alrededores del mercado, se veía un gran movimiento de gente. Cada

uno caminó por su cuenta en recorridos diferentes y quedaron en

encontrarse en el plazo de una hora con su chofer en la puerta principal.

Page 195: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

Los puestos de frutas, con multitud de coloridos, atrajeron la atención

de Toni y Leonor que acordaron pasear por el mercado juntos. Mientras

miraban deleitados la variedad de productos Leonor contó que en la

conversación que mantuvo con María le fue imposible dejar de llorar, como

si se le hubiera producido un repentino bajón de moral. En lugar de

mostrarse contenta con la noticia había dado la impresión contraria y no se

sentía a gusto por la impresión que pudo causarle a su amiga. Toni, que

seguía muy atento la conversación, lo relacionó enseguida con la muerte

de Víctor que coincidió con la época en que habían decidido ser padres,

pero no dijo nada, no le pareció oportuno, así que desvió la conversación

hacia los dos italianos y el brasileño y la cena prevista como una manera de

salir del paso.

—Parecen muy agradables, esta cena en el Tropical puede estar bien,

además nos permitirá relacionarse con gente distinta

Se pararon en una tienda de ropa porque querían comprar algo para

ponerse en la cena. No habían traído mucha cosa desde Barcelona y

menos algo a tono con el hotel. Leonor eligió un vestido cómodo, aunque

elegante y Toni una camisa blanca que le iba muy bien con su piel morena,

según le dijo Leonor, y unos pantalones azul marino.

—Me alegre verte sonreír.

—Estoy muy bien, mejor de lo que esperaba. Me gusta mucho el

trabajo, aunque un mes no da para valorar gran cosa. Es una suerte contar

con Germano, un hombre de conversación agradable con mil experiencias

que explicar. Conoce el territorio a la perfección: las gentes, sus

Page 196: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

costumbres. A veces me pregunto cómo no se pierde en la selva, para mí

todos los sitios son iguales: mucha vegetación y toda igual.

—Creo que todos ganaremos en experiencias positivas. Yo tengo

unos críos con unas ganas de aprender increíbles. Es muy gratificante dar

clase cuando se siente esa avidez por el conocimiento.

—Al principio tenía ciertos reparos. No sabía si me iba a adaptar a un

lugar tan lleno de adversidades. De momento, me siento bien, optimista.

—Si en algún momento te sientes decaída, no dudes en hacérmelo

saber. Siento que tengo parte de responsabilidad.

—¿Responsabilidad?

—Quiero decir que, haberte inducido a venir hasta aquí, me crea un

compromiso contigo.

—No tienes por qué preocuparte. Hasta ahora todo va a la perfección.

No obstante, saber que cuento contigo es un alivio —dijo Leonor con una

sonrisa.

—Lo digo en serio.

—Yo en broma —ambos se rieron.

Después del paseo por el mercado todos fueron a hacer un aperitivo a

un bar cercano. Abarrotado de gente muy variopinta, el local bullía de

voces, apenas podían oír su propia conversación. De pie, junto a la barra de

madera llena de botellas de cerveza y vasos, pidieron una cerveza fresca,

Eliette y Leonor sin alcohol. El taxista, que les acompañó en el aperitivo,

comentó que si querían comer bien en la churrascaría, había llegado la hora

de marchar. Toni, depositario del dinero del fondo común, pagó la cuenta.

Page 197: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

En el taxi, sin aire acondicionado, hacía bastante calor, pegajoso, porque el

grado de humedad era muy alto. Leonor, Eliette y Toni enseñaron sus

compras a los demás.

—Menos mal que sólo vendremos una vez al mes, de lo contrario el

sueldo nos duraría poco —dijo Alain.

Apenas encontraron vehículos por la calle y en pocos minutos llegaron

a la churrascaría Búfalo, la recomendada el taxista. El local estaba repleto

de gente, algunos niños corrían por entre las mesas. El olor a asado se

respiraba por todo el local. Bastantes camareros iban de un lado a otro de la

sala portando pinchos gigantes de carne con una gran variedad de carnes

ensartadas. Se sentaron en una mesa rectangular de madera, cubierta por

un mantel blanco impoluto, como recién estrenado. Pidieron cinco cervezas

muy frías y un par de botellas grandes de agua: estaban sedientos. Cuando

solicitaron la carta el camarero explicó que no tenían, se trataba de elegir

entre las carnes que portaban los camareros a las mesas, esa era la

costumbre.

Leonor miraba hacia la ventana mientras los demás atendían al

camarero. Eliette llamó su atención para saber si estaba de acuerdo con la

cerveza o prefería otra bebida. Pidió agua, aunque tomaría una cerveza

pequeña como aperitivo. La comida transcurrió acompañada de una

agradable charla repleta de anécdotas. Pablo había sacado su vena

graciosa y no paraba de contar chistes provocando las continuas risas ante

la mirada entre curiosa y cómplice de los demás comensales.

Page 198: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

La copiosa comida los dejó con ganas de coger una cama cuanto

antes y descansar lo suficiente hasta la noche.

El jardín del Tropical en donde cenarían estaba rodeado de antorchas

que producían una iluminación cálida. Repartidos por él una docena de

mesas redondas llenas de comensales elegantemente vestidos. La orquesta

amenizaba la noche con música suave mientras los camareros llevaban las

bandejas de aquí para allá a toda velocidad.

Su mesa estaba situada cerca de la orquesta y habían pedido cava

para celebrar el encuentro, después de discutir si un vino francés, italiano o

español que llegó a hacer desaparecer la sonrisa del camarero por la, para

él, interminable espera. Propusieron un brindis porque aquella primera

noche fuera el principio de una buena amistad. Los primeros minutos

transcurrieron entre las preguntas de un grupo que se acaba de conocer

mientras les sirvieron la cena no faltaron las divertidas bromas de Paulo que

parecía haber sido contratado para animar la velada.

Cuando terminaron Toni y Paulo, que no habían quitado ojo a una

mesa en la que había un par de chicas jóvenes, se levantaron para dirigirse

hacia ellas mientras los demás se quedaron en animada charla.

La orquesta, que había estado interpretando suaves melodías, subió

el volumen al incorporarse un cantante. La primera canción, una clásica

brasileña: la chica de Ipanema, seguramente costumbre en aquel lugar tan

lleno de turistas. Alain y Eliette se animaron enseguida a bailar, mientras los

otros tres permanecieron sentados. Francesco tamborileaba con los dedos

Page 199: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

en la mesa al ritmo de la música. Leonor, atraída por el sonido, fijó la mirada

en aquella mano de largos dedos sin percibir que en ese mismo instante él

la miraba escrutándola de arriba a abajo.

Marco había ido a la habitación a por unos cigarros, así que Leonor se

sintió un poco turbada al quedarse a solas con Francesco. Él la miraba y

sonreía, ella hacía lo propio de manera mimética, y entre mirada y mirada

se palpaba una situación embarazosa que ambos procuraban disimular

adentrándose en el sonido de la orquesta.

Alain y Eliette volvieron a la mesa y Leonor se sintió aliviada, estaba a

punto de usar aquella argucia tan socorrida de tener que ir al lavabo para

deshacerse del sofoco de la situación.

—¿No os gusta bailar? —preguntó Eliette— ¡Venga, un poco de ritmo

al cuerpo que os vais a quedar anquilosados!

—Sí, porqué no —dijo Francesco como si hubiera estado esperando

que alguien lo espoleara.

Leonor sintió las mejillas ardiendo, pero no supo o no quiso negarse a

la invitación. En ese instante la orquesta interpretaba Fly me to the moon.

Francesco le ofreció la mano izquierda mientras le pasaba el brazo

por la espalda que el vestido azul claro dejaba al descubierto en una

pronunciada abertura. Leonor le cogió la mano pasándole el brazo sobre el

hombro. La voz del cantante no era la de Frank Sinatra, pero sonaba bien.

Mientras la canción evoluciona sus cuerpos se fueron acercando sin apenas

apercibirse. Él le susurró al oído varias palabras que Leonor, envuelta en el

sonido de la canción, sólo reconoció como una voz dulce que debía estar

Page 200: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

diciendo palabras agradables. Siguieron bailando hasta que acabó el tema.

Aunque él pretendía seguir Leonor prefirió regresar a la mesa que para su

sorpresa encontró vacía. Leonor pensó en una encerrona, no podía

entenderse de ninguna otra manera que se hubieran ido sin despedirse,

hasta Toni fue el primero en abandonar junto a Paulo en una actitud de

caza-mujeres que le resultó poco acorde con su carácter. Francesco

parecía feliz, ni siquiera hizo el menor gesto de extrañeza ante el abandono.

Sacó un paquete de cigarrillos Camel y le ofreció a Leonor, ofrecimiento que

rechazó con un ligero gesto de mano para añadir que había dejado de

fumar muchos años atrás.

Ni el uno ni el otro parecían saber cómo salir de aquel momento

recubierto de indecisión. Leonor no paraba de moverse en la silla y

ensayaba diferentes posturas con las manos. Pensó que lo más prudente

era despedirse ¿qué pintaba ella a solas con aquel hombre al que apenas

conocía?

—¿Te apetece un poco de champán?

—Bueno —dijo Leonor sorprendiéndose a si misma por la respuesta.

La botella duró hasta que la orquesta hizo la despedida ante un

público más bien escaso.

Francesco se levantó para coger a Leonor de la cintura, ella sintió un

cosquilleo recorriéndole el cuerpo hasta acelerarle el corazón. Se sintió

atrapada en la red que él había sabido tender de forma sutil mientras bebían

y charlaban despreocupadamente y estaba cayendo en aquella red sin

poner ningún tipo de objeción.

Page 201: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

Fueron a dar un paseo por los jardines. En la tranquilidad de la noche

se oía el canto de algún ave nocturna y el sonido del agua de un pequeño

estanque junto al que se sentaron. La luz tenue de una farola y la sombra

de los árboles convertían aquel rincón en un lugar íntimo. Él le pasó el brazo

por el hombro, la acercó para darle un suave beso en sus labios que ella

devolvió con la misma suavidad. La respiración de ambos empezó a

acelerarse hasta llevarlos a un intercambio de caricias que quedaron

interrumpidas porque alguien pasó acarreando un cubo de basura. El ruido

del que cumplía con la última tarea del día, los hizo retornar al lugar que sus

mentes habían abandonado ante la fuerza de aquel instante. Sus miradas

reflejaban el deseo que había quedado suspendido en el aire. Con las

manos entrelazadas fueron caminando lentamente hasta la habitación. Sin

apenas entrar, en el pasillo intercambiaron caricias y besos como si

desearan conocer sus cuerpos, darse placer sin prisas.

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VEINTITRÉS

Leonor y Germano siguieron con sus visitas a las malocas y poblados

atendiendo a enfermos de todo tipo, algunos en situaciones complicadas.

Administrar la vacuna de la malaria a los niños fue más fácil de lo esperado

en un principio aunque en algunos lugares hubiera que sortear ciertas

dificultades propias de las creencias ancestrales.

En uno de esos poblados encontraron a un chamán: un hombre de

aspecto muy avejentado. Germano se acercó a él para presentarle a Leonor

a sabiendas de que sin su ayuda la doctora no podría hacer nada en aquel

lugar. El chamán la mira con cara de pocos amigos e inició una perorata

que Leonor no pudo entender para inmediatamente alejarse refunfuñando y

sentarse en la puerta de una de las cabañas.

—¿Qué le pasa? —preguntó a Germano

—Ha dicho que una mujer no puede ser chamán porque la sabiduría

siempre se ha transmitido de hombres a hombres. No cree que estés

preparada para curar.

Leonor no le dio la menor importancia a la invectiva del chamán

porque sabía por otras ocasiones que era tarea inútil intentar convencerlo

de lo contrario y menos tratándose de un hombre muy mayor como era el

caso.

Como el chamán permaneció impertérrito delante de la cabaña se

dispusieron a hacer el trabajo sin prestarle la menor atención. Los miembros

Page 203: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

del poblado eran más receptivos que el curandero, sobre todo los niños, con

quienes Leonor siempre mantenía una cariñosa relación.

Al acabar la jornada observaron que el chamán seguía impasible en el

mismo lugar, sin haber puesto ningún tipo de obstáculo. La cara del hombre

al mirarlos traslucía el convencimiento de quien está seguro de unas

consecuencias imprevisibles ante lo que esa mujer blanca ha venido a

hacer, como si con aquella actitud estuviera augurando un futuro lleno de

desastres. Ellos se marcharon satisfechos del trabajo realizado y de la

colaboración encontrada en todas y cada una de las familias

Llegaron a Nossa Senhora al atardecer, justo a la puesta del sol. Unos

críos que jugaban junto al embarcadero saludaron a gritos: ¡la doctora, la

doctora! Abalanzándose sobre la embarcación para ayudarles a bajar las

bolsas y llevarlas hasta la entrada del pueblo. Leonor traía unos caramelos

en el bolsillo de su chaleco comprados en la tienda flotante que dio a los

niños que marcharon saltando y gritando. Aquello también hacía feliz a

Leonor.

El calor y la humedad estaban en un momento álgido, así que Leonor

invitó a Germano a una cerveza en la Anaconda antes de ir para la casa.

Germano aceptó de buen grado la invitación, él también estaba sediento. El

establecimiento, concurrido a esas horas, con una mayoría de hombres que

juega a las cartas o bebe cerveza y alguna mujer comprando en la tienda

parecía el bar de una ciudad más que de aquella pequeña aldea.

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Se acercaron a la barra para pedir las dos cervezas. Fueron a

sentarse a una mesa cuado un hombre con sombrero panamá se les

acercó.

—Es usted la doctora Ayala Aledo, según me han dicho —dice el

hombre tendiendo la mano a Leonor.

—Sí —contestó devolviéndole el saludo con una sonrisa.

Se presentó como director de la compañía maderera que operaba en

la zona y dijo estar muy interesado en hablar con ella. Leonor le sugirió que

esperara al día siguiente si no le importaba porque necesitaba descansar.

La amabilidad con la que la había saludado le desapareció del rostro y sin

darles tiempo a que se sentaran, con voz agria, añadió que sería muy breve

en su exposición.

—O deja de revolucionar a las mujeres con el sindicato o deberá

atenerse a las consecuencias.

Leonor se sorprendió ante la amenaza proveniente de una persona a

quien ni siquiera conocía. No alcanzaba a entender el por qué de esas

palabras, y se sentó en la mesa como si nada hubiera ocurrido. El hombre

le colocó la mano sobre el hombro y repitió las frases. Leonor, con gesto

suave, le apartó la mano diciéndole que no se sentía amenazada.

—Piense bien lo que ha oído. Eso es todo —dijo el hombre del

sombrero panamá a modo de despedida.

Leonor echó con su mano temblorosa un poco de cerveza en el vaso.

Había querido aparentar tranquilidad ante aquel hombre, pero recordó las

historias que había explicado Eliette sobre las madereras y eso le produjo

Page 205: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

desasosiego. Invitó a Germano a sentarse -permanecía atónito de pie-. No

era capaz de articular palabra. Conocía los malos modos de las empresas

madereras cuando algo o alguien se les cruzaba en el camino. No

comprendía el atrevimiento de Leonor, es más, no estaba de acuerdo con

su actitud, podía acarrearle problemas a ambos y así se lo hizo saber.

—Tómate la cerveza y vamos a la casa. En la cena hablaremos con

tranquilidad —dijo levantándose para ir a pagar.

Se notaba que Fabiana acababa de limpiar porque la estancia

desprendía un fuerte olor a lejía, era una de sus manías. <<Si no huele a

lejía no está limpio>>, decía. Dio un abrazo muy fuerte a Leonor y un par de

besos a Germano. Sin apenas dar tiempo a los saludos Leonor contó la

escena del bar como buscando en ella ayuda o complicidad. Fabiana miró

con los ojos muy abiertos a Leonor.

—Con las madereras mejor no jugar, Leonor, hemos tenido bastantes

problemas con ellos. Se hace lo que dicen y nos evitamos líos —dijo

Fabiana.

Leonor que no compartía el mismo punto de vista, prefirió retirarse con

la excusa del cansancio. No le apetecía alargar el asunto en ese momento,

después de todo, ellos expresaban un temor que podía tener fundamento,

no en vano sufrieron en sus carnes los desmanes de aquellos hombres

todopoderosos.

Entró en la habitación a recoger la bolsa de aseo para ir a la ducha.

Mientras dejaba que el agua le cayera a chorro sobre la cabeza se dijo a si

Page 206: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

misma que le había faltado tacto con aquel individuo del sombreo panamá,

aunque tampoco alcanzaba a entender qué le molestaba tanto. Ni siquiera

conocía a nadie que trabajara en aquella compañía y menos podía haber

mantenido contacto alguno con las mujeres de los trabajadores. Tampoco

sabía gran cosa de la maderera, que talaban más de lo permitido y poco

más. Conseguir que las mujeres estuvieran organizadas para defender sus

derechos no lo consideró nunca un asunto peligroso, no tanto como para

que el propio director de la maderera se hubiera molestado en dirigirse a

ella personalmente. No obstante, en la cena escucharía lo que pensaban los

demás sobre el asunto

Una vez vestida, cogió su MP3 para oír música mientras daba una

vuelta por la orilla del río. Le gustaba disfrutar de aquel remanso de paz y

comodidad que era Nossa Senhora comparado con otros lugares.

Salió a la calle donde apenas unas pocas bombillas, con cientos de

mosquitos revoloteando a su alrededor, alumbraban el camino. Seguía el

ritmo de la música con sus pasos. La calle estaba desierta, aunque apenas

eran las siete porque la noche había hecho su presencia unas horas atrás.

Unos cuantos murciélagos iban de aquí para allá sin rumbo aparente

perturbando el silencio de la selva. Llegó hasta el río para sentarse en la

orilla y disfrutar de la luz de la luna reflejada sobre el agua. Una ligera brisa

balanceaba las hojas de los árboles benéfico frescor al persistente

bochorno.

El encuentro con aquel hombre de la maderera había trastocado un

poco la llegada a Nossa Senhora, pero estaba decidida a pensar en

Page 207: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

positivo. Mirando al agua, con el sonido de la música, se sintió relajada.

Pasaban por su mente las experiencias vividas y se sentía feliz. Se recreó

en el recuerdo de Francesco al que desde aquella noche en el Tropical no

había vuelto a ver, se había marchado por asuntos de trabajo para estar

fuera un mes. Sin existir ningún tipo de compromiso se sentía ligada a él.

Nunca había tenido una experiencia parecida al hacer el amor con alguien

por primera vez, aquella noche le dejó una huella difícil de explicar, pero

produjo una muesca profunda en sus sentimientos. Recordaba las caricias,

los besos repartidos por todo el cuerpo, el placer de sentirse deseada.

Echaba de menos su conversación agradable, la manera tan dulce que

tenía de comportarse con ella. Aquel aspecto de hombre fuerte, de

apariencia dura, quedó diluido en la proximidad. Aquel hombre de aspecto

solitario en realidad no era más que un fracasado de la vida en pareja,

según le confesó. Se encontraba en Brasil para empezar una vida diferente,

alejada del frívolo mundo que acababa de dejar. No quería sobrevalorar sus

sentimientos, pero algo de luz entraba a través de Francesco en su oscuro

mundo.

De repente notó una mano que se posaba sobre su hombro y se

levantó sobresaltada, como si le hubieran pinchado con un alfiler.

—¡Qué susto me has dado!

—Fabiana tiene la cena lista.

—Germano te pido disculpas por haberte puesto en un aprieto delante

del hombre del sombrero panamá.

Page 208: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

—No tiene importancia, por mí estás disculpada, tan sólo trataba de

prevenirte. No eres capaz de imaginar de lo que son capaces esos

individuos, es bueno que sepas cómo se comportan.

Se dirigieron a casa de Fabiana y Serafim mientras Germano la iba

informando de que se les avecinaba bastante trabajo. Se había encontrado

con Celina quien le enseñó una lista larga de pacientes para la consulta.

Fabiana preparaba tambaqui a la brasa con hierbas aromáticas, un

pescado que Serafim había cogido esa misma mañana a sabiendas del

gusto de Leonor por el pescado. Sentados a la mesa. Serafim sirvió vino

tinto y Germano quiso saber de dónde lo había sacado.

—Un regalo del director de la maderera para la doctora, como prueba

de buena voluntad —contestó.

Leonor con el vaso puesto en los labios, a punto de beber, lo dejó

sobre la mesa sin probarlo. Nadie se apercibió del gesto y ella optó por

guardar silencio y no echar más leña al fuego.

Cuando acabaron la cena Serafim sirvió el café Fabiana quiso sacar

de nuevo el espinoso tema del director para que Leonor fuera consciente

del terreno que pisaba, como cuando en la última huelga contra la maderera

por los bajos salarios que pagaba y las muchas horas que hacían los

trabajadores, se despidió a los cabecillas y amenazaron a las familias. La

situación llegó a tal punto, que algunos debieron abandonar el pueblo.

Leonor optó de nuevo por el silencio, quedaba claro que no manejaba

suficiente información, aunque no pudo evitar añadir que el encuentro con el

director había sido una bravuconada.

Page 209: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

Después de oírlos hablar un rato aquel asunto le aburría y consideró

oportuno desviar la conversación hacia la cantidad de gente que según

Celina tendría que atender en el consultorio, así que iba a retirarse

temprano para descansar. Germano prefirió quedarse un rato con el

matrimonio, aún no le apetecía dormir.

—Muchas gracias por la cena, estaba exquisita. Buenas noches.

—Que descanses —dijo Fabiana.

En la sobremesa comentaron, sin Leonor presente, que era

demasiado atrevida, se le notaba el desconocimiento del territorio. <<Puede

meterse en un buen lío>>, dijo Serafim. Fabiana, siempre buscando el lado

positivo de las cosas, quitó hierro al asunto. También creía que la doctora

era una mujer fuerte que sabría defenderse. Serafim, menos optimista,

estaba convencido de que debían persuadirla para dejar los asuntos

sindicalistas: en una mujer como ella, con sus estudios y su preparación, no

cuadraba mucho. Terció de nuevo Fabiana para mostrar su disconformidad,

cualquier persona era buena para defender a los demás si creía en ello. Así

acabaron una larga sobremesa, sin ponerse de acuerdo en lo que era

bueno o no para Leonor.

Eran las ocho de la mañana cuando Celina, Germano y Leonor

estaban atendiendo la larga cola de gente venida de las malocas y aldeas

de los alrededores. Germano se ocupaba de hacerlos pasar uno a uno y

Celina ayudaba a Leonor con los pacientes. Algunos venían en condiciones

deplorables tras haber probado la medicina de algunos chamanes, aunque

Page 210: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

los había que obraban verdaderos milagros con sus conocimientos

ancestrales. Era difícil hacer entender a aquella gente que la nueva

medicina era más eficaz, en muchas ocasiones, que la de sus brujos.

Pasaron el día entero trabajando sin apenas una parada para comer.

A las cinco de la tarde ya no quedaba nadie. En apenas media hora se haría

de noche y los que quedaban fueron citados para el día siguiente.

La segunda jornada transcurrió más tranquila, no se produjeron las

colas de la anterior. Aunque se había presentado un caso grave de

desnutrición en un niño, que fue trasladado en hidroavión hasta el hospital

de Manaos. A las tres de la tarde cerraron el consultorio y Leonor fue a

tomar un café a casa de Celina. Allí la esperaban dos de las mujeres del

sindicato que quisieron saber los lugares en que Leonor había ido

comentando la existencia del sindicato y en qué lugares encontró mujeres

predispuestas a trabajar conjuntamente. Ellas se encargarían de hacer el

seguimiento de esos contactos. Leonor aprovechó para sacar a colación al

director de la maderera. Las del CNS no conocían al individuo en cuestión,

jamás habían tenido ningún tipo de advertencia, aunque reconocían que

hacía poco tiempo que actuaban en esa zona y no la conocían demasiado.

Le recomendaron prudencia porque sabían de otras épocas en que se

cometieron verdaderas barbaridades, aunque pensaban que era más cosa

del pasado que de los días que corrían.

—No tengo temor, no me asusta ese gordiflón.

—Por si acaso, intenta ser lo más discreta posible. Mantennos

informadas de cualquier cosa que te parezca extraña.

Page 211: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

Las dos mujeres se despidieron, debían aprovechar la luz para

marchar con su embarcación. Quedaron en encontrarse durante el mes

siguiente.

—Voy a estirarme un rato, estoy cansada —dijo Leonor a Celina—.

Nos vemos esta noche en la Anaconda, os invito a cenar.

Eran las ocho cuando se sentaron en una mesa, preparada con

especial esmero por la dueña: había colocado una vela en el centro y un par

de flores silvestres en un jarrito de cristal con agua. Unos hombres que

jugaban a las cartas mientras bebían cerveza en un par de mesas del

pequeño bar era toda la clientela.

Leonor había encargado por la mañana el menú, pidió que les

prepararan unos huevos fritos con patatas y panceta. Era uno de aquellos

antojos de turista, como cuando salía de viaje fuera de España durante

muchos días y, sin saber por qué la tortilla de patatas, el jamón y los huevos

fritos con chorizo le parecían el mejor manjar.

—Ya sé que no es una gran invitación, pero me apetecía una cena de

este tipo.

—A nosotros lo que nos gusta es compartir un rato, así que lo que se

come es lo de menos. Además a mi me gusta mucho todo eso —dijo

Fabiana mostrando su habitual apetito.

Iban a empezar con la ensalada cuando apareció Matheus que venía

de la obra de la carretera. Leonor se levantó a saludarlo sorprendida por su

presencia, pero enseguida lo invitó a compartir mesa con ellos. Aceptó

Page 212: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

encantado porque estaba solo. Después de ser presentado cogió una silla

para sentarse entre Leonor y Germano.

Leonor sintió unas enormes ganas de preguntar por Francesco, pero

prefirió quedarse con la curiosidad y las ganas. Nadie estaba al corriente de

la relación entre ambos y no le pareció el momento oportuno para revelarla.

Mientras Leonor seguía un poco ausente la conversación, Matheus

explicaba lo afortunado que se sentía cuando descansaba en São Paulo

una vez al mes, porque de otra manera no podría resistir aquella obra.

Hacía días que no veía a sus hijos y la mujer a los que esperaba encontrar

el próximo fin de semana cuando volviera de nuevo a su casa.

—¿Son pequeños los niños? —preguntó Fabiana.

—Sí, pero no lo suficiente como para no enterarse, cinco y ocho años.

—Suerte que tienen a la madre con ellos.

—Sí, pero nos echamos mucho de menos. Los días de trabajo se me

hacen eternos, aunque no paramos. Ésta carretera nos da muchos

problemas.

—¿De qué tipo? —preguntó Serafim.

—Desde encontrar personal cualificado, sortear las presiones de las

empresas madereras, hasta el transporte del material a través de la selva.

Todo es muy complicado.

Leonor enseguida quiso saber qué tipo de problemas daban las

madereras, sin mencionar su desagradable encuentro con el director de una

de ellas. El ingeniero dijo que uno de los problemas era sortear las Flonas,

los territorios marcados por el Gobierno como aptos para la tala de árboles,

Page 213: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

que habían sido concedidas con anterioridad al trazado de la carretera. Eso

creaba un conflicto de intereses, que había llevado a paralizar la obra en

algunas ocasiones. Precisamente su compañero Francesco estaba

negociando con una de las empresas para solucionar un problema que

había paralizado de nuevo la obra. Cuando Leonor oyó el nombre, su

corazón se aceleró, pero tampoco en ese momento quiso averiguar más.

Francesco había tenido que negociar varias veces con los madereros

–proseguía Matheus-. Era un hombre con mucho poder de persuasión. Lo

conseguía a base de perseverancia, por esa razón la empresa lo había

enviado a negociar. Siempre sostenía la teoría de que hablando se entiende

la gente aunque la teoría se le torciera en innumerables ocasiones.

Mientras hacía esos comentarios, Leonor lo miraba un tanto absorta,

sin decir ni una palabra.

—Tengo una curiosidad —dijo Serafim mirando a Matheus.

—Dime.

—¿Cómo es que una persona como tú ha llegado a ser ingeniero?

—¿Quieres saber cómo un negro ha llegado a ingeniero en São

Paulo?

—Bueno…no es muy común.

—No eres el primero que se extraña. La historia es un poco larga,

pero se podría resumir en que yo soy el mayor de cuatro hermanos y mi

madre se empeñó en que debía estudiar. Toda mi familia trabajó muy duro,

durante muchas horas al día, para que yo pudiera conseguirlo. La mía no es

Page 214: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

una historia corriente, de hecho, era el único negro estudiando en esa

facultad, pero aquí me tenéis.

—Debes tener una madre poco común —afirmó Leonor.

—Ella servía en una casa en donde la enseñaron a leer, tampoco eso

es corriente, pero la señora de la casa, de origen europeo, era una mujer

especial y tenía verdadero cariño por mi madre. La enseñó a leer y

consiguió aficionarla a la lectura aunque ella no disponía de mucho tiempo,

pero fue a través de esa afición como ideó lo de dar estudios aunque sólo

fuera a uno de sus hijos. Puso a toda la familia a lograr el empeño

convencida de que ese uno salvaría al resto. Ella ya murió, pero vio su

deseo cumplido antes de marchar.

—¿Y ha sido usted la salvación para ellos?

—No se puede hablar de salvación, pero conseguimos que tuvieran

buenos trabajos.

—Parece una historia de película.

—No ha sido tan fácil. Ellos y yo hemos trabajado duro. Entre otras

razones por eso estoy en esta obra, pagan mejor que en otros muchos

sitios.

—Me sigue pareciendo admirable —dijo Fabiana.

Acabaron de cenar y siguieron en animada charla hasta las diez de la

noche cuando decidieron irse a dormir. Al día siguiente Leonor y Germano

se marchaban hacia el hotel Ariaú y Matheus aprovecharía par volver con

ellos.

Page 215: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

VEINTICUATRO

Leonor quería aprovechar aquel fin de semana tanto como pudiera. Le

apetecía pasear, mirar tiendas, conocer un poco mejor la Manaos cotidiana

y para ello contó con la complicidad de Eliette. Juntas cogieron un autobús

en la puerta del hotel para ir al mercado de Manaos y comprar cosas de

aseo personal. Aunque era relativamente temprano ya hacía mucho calor.

El autobús, repleto de gente y sin aire acondicionado, convertía el vehículo

en una verdadera sauna.

Iban de pie, agarradas a la barra del techo, mientras la gente las

miraba de arriba abajo por su aspecto de extranjeras. El autobús, que

paraba cada pocos metros, con un trasiego constante de subidas y bajadas,

hacía el recorrido interminable.

A su paso por las calles se veían las pequeñas casas pintadas de

vivos colores, aunque el tiempo hubiera convertido la pintura en muchas de

ellas en un recuerdo del color original, lo que les daba un aspecto de

abandono. Las había con muchas flores en la ventana y otras en las que

parecía no haber ningún rastro de vida <<¡Qué cantidad de historias

diferentes se esconderían tras esas paredes!>>, pensaba Leonor. El

autobús se veía obligado a esquivar las bicicletas que tomaban la delantera

en las calles como si suya fuera la prioridad, aunque un bocinazo a tiempo

se encargaba de apartarlas con cierta brusquedad. Algunas eran ocupadas

por un par de personas y en otras se podía ver hasta tres personas obrando

un verdadero prodigio del transporte popular.

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Un muchacho de unos quince años, muy delgado y vestido con

camisa y pantalones descoloridos, llevaba rato mirándolas. Observó a las

extranjeras durante ese tiempo para escrutar sus posibilidades como guía

turístico y obtener a cambio unos cuantos reales.

—No vamos de visita turística, sino al mercado — le dicen.

El muchacho insistió acreditándose como un buen conocedor de los

mejores puestos del mercado y creyó aumentar su valor como acompañante

aduciendo que era bueno que unas mujeres fueran acompañadas por un

hombre. Leonor y Eliette sonrieron porque no era más que un niño. Eliette

se compadeció enseguida de él, estaba segura de que necesitaba el dinero

e intentó convencer a Leonor de que tampoco era mala idea que las

acompañara si era cierto todo el conocimiento que decía atesorar. Leonor

no estaba convencida, pero acabó aceptando la compañía del muchacho,

aunque sólo fuera para que les indicara un par de tiendas.

—Me llamo Roberto —dice el chico extendiendo su mano para

estrechar la de ellas.

Bajaron del autobús y el muchacho empezó una perorata sobre lo que

les convendría comprar, todo a muy buen precio, pero ellas insistieron en

que sólo deseaban comprar cosas de aseo. Al observar el poco éxito que le

proporcionaba el lado de las compras pensó en ablandarles el corazón

explicando la historia familiar, el caso era conseguir acompañarlas con el fin

de obtener una recompensa final. Así comenzó a relatar que era el mayor

de siete hermanos abandonados hace años por el padre y quedaron a cargo

Page 217: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

de una madre que trabajaba todo el día fregando platos en un restaurante

para darles de comer.

—Yo ayudo en lo que puedo, en lo que me va saliendo —dijo Roberto.

Leonor quiso saber si iba a la escuela pero el explica que la abandonó

hacía tiempo y que a sus quince años debía buscarse la vida.

—La escuela es para los ricos — dice convencido de su argumento.

—Nunca sé si estas historias tan tristes son ciertas o no, pero me da

en la nariz que pretende darnos pena y conseguir con ello algo más de

dinero —explicó Leonor a Eliette.

—Cada uno se busca la vida como puede. A mi no me molesta.

Además tiene una sonrisa especial. ¿Qué son para nosotras unos pocos

reales?

—Tienes razón, no sé por qué me preocupo. En realidad no pensaba

en el dinero, sino en cómo se tiene que buscar la vida.

Caminaron por entre el gentío del mercado. Roberto conocía a

muchos de los vendedores, no paraba de saludar y de ufanarse de su

trabajo como improvisado guía, mientras se empeñaba en convencerlas de

que debían comprar tal o cual ganga. Después de hacer las compras,

salieron del mercado para ir a tomar una cerveza, en el mismo bar en el que

habían estado la otra vez. Estaban en la puerta intentando entrar cuando

alguien dio un tirón al bolso de Eliette y salió corriendo. Roberto lo siguió a

toda velocidad hasta que dio alcance al niño que había tirado del bolso

recuperándolo para su dueña.

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—Os había dicho que era bueno llevar la compañía de un hombre.

Ahora veis por qué —dijo Roberto con suficiencia.

—Muchas gracias. Tenías razón, de no ser por ti hubiera perdido el

bolso —le respondió Eliette sacando unos cuantos reales de su monedero y

ofreciéndoselos—. Pero ahora nos vamos a tomar algo y preferimos estar

solas.

—Ustedes sabrán —dijo Roberto de mala gana—. Si vuelven por aquí,

búsquenme, ya conocen mis servicios.

—Sí, nos has sido de mucha utilidad. Gracias por todo.

Entraron en el bar para sentarse en una mesa que estaba en el fondo

del local. Un ventilador medio desvencijado giraba justo encima de sus

cabezas aligerando un poco el sofocante calor. Pidieron un par de cervezas.

Mientras esperaban la bebida comentaron la suerte de que Roberto

hubiera decidido acompañarlas.

—Nos ha servido para ver el mercado de otra manera a como lo

hicimos la vez anterior —dijo Leonor.

Eliette coincidía con ella, había sido agradable conversar con los

vendedores y su clientela, una manera más divertida y directa de tomarle el

pulso a la ciudad.

Hacía rato que Eliette sentía curiosidad por saber cómo acabó la

noche de Leonor en el Tropical, pero no se atrevía a plantear la pregunta

para no parecer indiscreta. Empezó por comentar lo bien que lo habían

pasado cuando fueron a cenar, había sido una noche espléndida, uno de

esos ratos que se agradecen después del duro trabajo, un paréntesis muy

Page 219: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

agradable. Alain y ella no recordaban desde cuándo no bailaban con aquella

intensidad, se lo habían pasado estupendamente, hasta se atrevió a

contarle que la noche acabó en la cama como hacía tiempo no recordaba y

siguió su parlamento mientras Leonor asentía con la cabeza, pero sin soltar

prenda. Llevó la conversación hacía la belleza de los dos italianos por si con

ello lograba arrancar algo más que un movimiento de cabeza, pero el gesto

de Leonor seguía siendo el mismo y continuaba sin pronunciar ni una

palabra. Eliette, muerta de curiosidad, decidió tirar por la pregunta directa.

—¿Los has vuelto a ver?

—¿A qué viene ese interés por los italianos?

—Está bien claro. Tu eres una mujer sin compromiso y muy atractiva.

Ellos también. ¿No conseguiste ligar?

—Eliette ¿Qué es lo que quieres saber? —preguntó con una sonrisa.

—Lo que quieras contarme —contestó en tono burlón.

—Está bien, lo cierto es que tenía ganas de contártelo, aunque no

sabía cómo. No nos conocemos demasiado todavía. Te parecerá ridículo,

pero creo que me he enamorado.

—¿De quién? —dijo Eliette con cara de admiración.

—De Francesco.

—¡Uuuuuuh! ¡No es mala elección!

—¿Crees que alguien se puede enamorar así, de repente?

—Creo que cualquier mujer podría enamorarse de ese hombre, con lo

guapo que es, ese cuerpo tan potente, esos ojos...

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—Hablo en serio. No dejo de pensar en él. Desde aquella noche del

Tropical no lo he vuelto a ver. Está fuera por unos asuntos de trabajo

—¿Luego, ligaste?

—Ligar no es la palabra. Estuvimos bailando, dimos un paseo y

luego..., en fin, hacía mucho tiempo que no sentía una cosa igual. Me he

quedado enganchada a ese hombre.

—Eso es estupendo —afirmó Eliette— Debes aprovechar el momento.

No se presentan oportunidades así todos los días.

—Puede que tengas razón —dijo Leonor.

Le explicó que lo último que sabía de él fue a través de Matheus, un

ingeniero compañero suyo.

—Hazme caso, disfruta del momento y no te rompas la cabeza. Las

mujeres siempre le ponemos demasiado compromiso a todo lo que

hacemos y, a veces, dejamos de lado la simple diversión.

—Es que me parece mentira que esté sucediendo. Cuando os

marchasteis nos quedamos dando un paseo, no era previsible lo que

vendría después. Estuvo hablando de sus viajes, de que había recorrido

buena parte del mundo, pero en un momento de la conversación se puso

algo más serio y cuando dijo sentirse un hombre libre, aunque dispuesto a

unirse a una mujer que le mereciera la pena me pareció que me lanzaba el

anzuelo, pero enseguida me dije que un hombre que a los cuarenta y dos

años no había tenido compromiso alguno no me convenía. Debió notarme

algo porque siguió encandilándome con aquella voz tan cautivadora que

finalmente me resultó difícil no sucumbir a sus encantos.

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—¡Vaya, parece una historia muy romántica! Toni nos ha contado algo

sobre ti y me parece que esta experiencia puede ser positiva.

—Cuando me sacó a bailar, sentí acelerarse mi respiración. Durante

el tiempo que pasé con él, ni una sola vez me vino a la mente Víctor, mi

marido, tal vez por eso tengo algo de remordimiento.

—Aunque sólo sea por haberlo pasado bien una noche merece la

pena. Siempre puedes guardar un buen recuerdo de tu marido, sin

necesidad de perderte esas otras cosas que la vida te pone por delante.

Deberías plantearte que Víctor no va a volver. Quizás eso es lo que debes

hacer a partir de ahora.

—Tienes razón, es importante disfrutar, a veces no hay una segunda

oportunidad. No obstante, apenas lo conozco, y me produce un cierto

respeto todo este lío. Creo que es un individuo un tanto solitario, eso me

retrae. Aunque es cierto que está cargado de atractivos. Vuelvo a hacer la

pregunta de antes ¿Crees que alguien se puede enamorar tan deprisa?

—¿Por qué no?

—Porque me parece increíble. Tengo la sensación de que todo eso

que ha sucedido entre él y yo no forma parte de la realidad.

—Mejor que mejor, quiere decir que estás viviendo una buena

experiencia, aprovéchala.

—Te agradezco mucho que me escuches y me des aliento. Es una

suerte poder contar contigo.

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—Para mí también es una suerte haber encontrado una amiga en

medio de todas las penas que nos rodean. Poder confiar en alguien siempre

es gratificante.

Acabaron las cervezas y salieron del bar para ir al hotel en busca de

sus compañeros. Habían quedado en ir a comer juntos. Esta vez cogieron

un taxi.

Al entrar en el hotel cada una fue a su habitación. Cuando Leonor

entró en la suya, vio el marcador rojo de mensajes del teléfono

parpadeando. Llamó a recepción y le comunicaron que le habían dejado

una nota. Salió a recogerla con curiosidad. El recepcionista, con una sonrisa

de oreja a oreja, le alargó la nota.

<<Estoy en este hotel. Tengo que hacer unas gestiones en Manaos.

Si te apetece nos vemos esta noche a las ocho. Te llamo. Francesco.>>

Con las dos manos se la llevó al pecho mientras cerraba los ojos. De

sus labios salió un suave y prolongado ¡Síííííííí! En el mismo instante en que

Toni llegaba.

—¿Te ha tocado la lotería o algo parecido?

—Es una buena noticia — le dice.

Toni la mira esperando que siga.

—Ya te lo contaré, es un poco largo de explicar — añadió.

Toni se quedó sorprendido y muerto de curiosidad por el secretismo

con que Leonor desaparecía sin dar ni una sola pista sobre su euforia.

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Eran las cinco cuando volvieron de comer. Desde la habitación Leonor

llamó para preguntar por la del señor Finaldi, pero le dijeron que era una

información confidencial, normas del hotel. Solicitó entonces que pasaran la

llamada, pero le comunicaron que el señor Finaldi no respondía.

Leonor, un poco decepcionada, colgó el teléfono y pensó en buscar

una manera de hacer tiempo. Dudaba entre ir a tomar un baño a la piscina o

aprovechar el tiempo quemando energías en el gimnasio o simplemente

quedarse en algún lugar tranquilo leyendo. Como estaba indecisa pensó en

aprovechar el tiempo y llamar a María, pero al mirar el reloj y ver la hora se

dijo que no era momento para telefonear. Se sentó en la cama unos

segundos y finalmente optó por ponerse el traje de baño para ir a la piscina.

Se lanzó al agua con decisión y no paró de nadar hasta que llevaba

unos cuantos largos que acabaron dejándola tan cansada que creyó haber

derrochado energía en exceso. Se puso el albornoz por encima de los

hombros para tumbarse en una de las hamacas mirando el reloj varias

veces hasta que logró quedarse relajada, no obstante, no duro muchos

minutos en aquella posición y se levantó de la hamaca para regresar a la

habitación cuando cayó en la cuenta de que había olvidado comunicar a

sus amigos que no cenaría con ellos.

Llamó por teléfono a Eliette, pero no estaba en la habitación.

Telefoneó entonces a Toni para decirle que no irá cenar con ellos.

—Siento curiosidad: primero la nota, luego no vienes a cenar. ¿Es

indiscreto preguntar qué pasa?

—He quedado con Francesco.

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—¡Qué callado te lo tenías! Me parece una buena noticia. Te notaba

algo especial, aquel brillo que dicen se pone en los ojos de los enamorados

—dijo riéndose— Me alegro por ti.

—Simplemente salgo a cenar. No existe ningún tipo de compromiso.

—De todos modos, me alegro. Ya me contarás.

Aún tenía tiempo hasta la hora de la cita así que se tumbó en la

cama con el mando del televisor en la mano y encendió el aparato tras más

de dos meses y medio sin haberse parado a ver o escuchar noticias del

mundo. Buscando canales encontró la CNN norteamericana. El anterior

Presidente había ganado las elecciones de nuevo <<¿Qué verían los

electores en él?>>, se preguntó, porque ella era incapaz de reconocer los

méritos de George Bush hijo como para que fuera reelegido.

Cuando llegó la hora fue al armario para elegir una prenda de vestir.

Empezó a ponerse ropa por encima, delante del espejo, e iba descartando

la que no le parecía apropiada. Al final optó por un vestido de tirantes con

un gran escote que complementó con las únicas sandalias de tacón alto que

trajo en su equipaje. Estaba maquillándose en el cuarto de baño cuando

sonó el teléfono.

—¡Hola! Estoy en la recepción.

—Voy enseguida.

Se puso un lápiz de labios de color muy suave y mirándose en el

espejo, mientras sonreía, pensó que el comentario de Toni sobre el brillo en

los ojos era verdad, hasta ella lo notaba.

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Recorrió el largo pasillo, más largo que nunca, a paso ligero. Al

encontrarse con Francesco, ambos se entrelazaron en un cálido abrazo que

duró bastantes segundos. Él le susurró al oído unas palabras en italiano que

ella no llegó a entender, pero que le produjeron un cosquilleo en el

estómago que se transformó en un ligero rubor. Se atrevió a pronunciar un

jo també t’estimo, como si lo que hubiera oído sin entender fuera un te

quiero.

Cogieron un taxi para ir a cenar. Francesco había reservado una mesa

en el hotel Tropical. El taxista era de aquellos que empiezan a hablar sin

que nadie le haya autorizado a vomitar su perorata. Ellos iban cogidos de la

mano y no prestaban atención a las palabras de aquel hombre, pero él, sin

percatarse de la poca atención que le prestaban, continuaba: que si hacía

mucho calor, que el Tropical era el mejor hotel de Manaos, que el turismo

había subido un poco estos días, que si algunos daban buenas propinas.

Hasta que Francesco, para cortarle la retahíla, le dijo:

—No somos turistas. Estamos aquí por motivos de trabajo.

Para cuando el hombre decidió callarse, ya habían llegado a la puerta

del hotel en donde se ofreció a esperarlos, pero rechazaron amablemente

su oferta.

Se adentraron por el jardín hasta llegar al comedor en donde fueron

acomodados hacia el centro del espacio las mesas, el mismo lugar en el

que habían cenado la otra vez. La orquesta tocaba una suave música de

fondo y el murmullo de los comensales era más potente que la propia

Page 226: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

música. Apenas habían tomado asiento cuando se les acercó un hombre

vestido con un traje blanco y un sombrero panamá.

—Buenas noches señor Finaldi, veo que conoce usted a la doctora

Ayala.

Francesco se levantó para saludarlo y Leonor no podía creer lo que

estaba viendo, era el director de la maderera.

—Buenas noches señor Burton ¿Se conocen? —preguntó Francesco.

—Nos hemos visto una vez. Tiene usted una amiga muy especial.

—Sí, es muy especial —dijo con una sonrisa.

—Debería poner en antecedentes al Sr. Finaldi de lo que hace usted

en la selva.

—¿Se dirige a mi? —preguntó Leonor con naturalidad.

—Sí, doctora. Me han informado de que persiste usted en ese trabajo

y creo que no le conviene.

—Me parece que no es de trabajo exactamente de lo que usted habla

¿Hay algún mal en curar a los enfermos?

—Me gusta su sarcasmo, es divertido, pero sabe muy bien a qué me

refiero y debería estar preocupada por ello.

—Yo no creo que deba preocuparme, aunque parece que usted si lo

está.

—¿Alguien puede explicarme de qué va esta conversación? —

interrumpió Francesco.

—La doctora Ayala lo hará. Ahora les dejo. Qué pasen una buena

velada —dijo saludando con el sombrero panamá.

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—¿De qué conoces a Burton?

—Vino a saludarme, mejor dicho, a amenazarme un día cuando

estaba en Nossa Senhora. No le gusta que intente organizar a las mujeres

en el sindicato y me advirtió que de seguir por ese camino sufriría las

consecuencias.

—A mí no me parece un hombre tan peligroso. Representa a las

madereras con las que me veo obligado a negociar por el trazado de la

carretera. Aunque tenemos nuestras divergencias, siempre hemos

mantenido un trato cordial.

—Pues ya has visto que su amenaza iba en serio, aunque la haya

envuelto en esa sonrisa poco convincente.

—Es cierto que las madereras son empresas muy poderosas y si les

preocupa lo que haces en la selva no cejarán hasta que no lo dejes.

—Simplemente hablo a las mujeres para que intenten organizarse en

defensa de sus derechos.

—Deberías tener cuidado, no es que me parezca mal, pero puede ser

peligroso.

—¿Qué tal si nos olvidamos de él por esta noche?

—Me parece una idea excelente.

A los pocos minutos un camarero se acercó con una botella de

champán en una cubitera indicando que el señor Burton tenía el gusto de

invitarles. A Leonor no le hizo gracia, pero prefirió obviarlo porque de lo

contrario aquel hombre acabaría rompiendo el encanto de la cena.

Page 228: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

El ritmo de la orquesta junto a la espléndida voz del cantante hizo que

se llenara la pista. Leonor y Francesco se entretuvieron en ver bailar a la

gente mientras intercambiaban caricias.

—Tenía ganas de estar a solas contigo. Durante estos días he

pensado mucho en ti y se me ha hecho eterna la separación.

—A mi también.

—Puedo asegurar que en tu ausencia se me ponía un nudo del

estómago hacia arriba, se me llegaban a agarrotar las extremidades

pensando en ti.

—Me gusta lo que me dices, pero creo que exageras.

En ese momento sonaba la vieja canción de Cole Porter, Night and

day. Francesco cogió a Leonor de la mano y ella se dejó arrastrar hasta la

pista de baile sintiendo el cuerpo del uno junto al otro enlazaron varias

piezas que la orquesta interpretó con extrema sensibilidad hasta que

decidieron retirarse.

Tras cerrar la puerta de la habitación, él empezó a besarla

suavemente: los labios, el cuello, la recorría milímetro a milímetro. Ella

deslizó las manos por su espalda al tiempo que él le quitaba el vestido,

acariciando sus pechos para besarlos con delicadeza. Leonor, apoyada en

la pared, se apretaba contra él, le masajeaba la cabeza a la vez que la

dirigía hasta los lugares que le producían mayor placer. Las respiraciones

aumentaban de velocidad. Él siguió besándola, mientras quitaba una a una

todas las prendas de ropa y le susurraba palabras al oído que ella

Page 229: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

correspondía. Sus cuerpos se entrelazaban cada vez más hasta iniciar un

juego amoroso que los llevaría a la cima del placer.

Cuando Leonor despertó a la mañana siguiente se entretuvo en mirar

con detenimiento la cara de Francesco que permanecía dormido en

profundidad. Le acarició el cabello y ese gesto le produjo felicidad. Él había

despertado unos sentimientos que creyó desaparecidos para siempre

mucho tiempo atrás.

Se fue a la ducha con la alegría metida en el cuerpo y disfrutó durante

largo rato del agua como si al caer sobre el cuerpo estuviera recibiendo el

maná de un nuevo impulso vital.

Cuando Francesco despertó la estaba arreglada esperándolo para

desayunar juntos. Tras pasar por el restaurante y tomar un desayuno

copioso pasearon, charlaron, rieron apropiándose de cada minuto antes de

volver a separarse durante aquella semana.

Page 230: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

VEINTICINCO

Leonor y Germano llegaron a una de las malocas para atender a un

hombre con síntomas de malaria: fiebre alta, escalofríos y sudores. Al

preguntarle a su mujer comentó que había empezado con fuertes dolores de

cabeza y cansancio unos días atrás. Leonor sabía que sin un análisis de

sangre que determinase qué tipo de plasmodio era no podía administrar

ningún tratamiento. No le gustaba correr riesgos innecesarios, así que

propuso a Germano que se trasladara a la población más cercana en la que

dispusieran de radio para avisar a Salvaereo y vinieran a recogerlo con un

hidroavión que lo trasladase al hospital general. Germano se marchó sin

perder tiempo con la embarcación mientras Leonor se mantenía a la espera

atendiendo al enfermo.

Las tres mujeres que había en la maloca permanecían junto a Leonor

muy preocupadas. La comunidad era tan pequeña que el miedo porque

aquel hombre perdiera la vida afectaba a todos por igual. La mujer del

enfermo colocaba paños de agua fría en la frente. Una de ellas señaló de

pronto hacia la derecha diciendo algo que Leonor no lograba entender

<<¡Piache, piache!>> y aparecieron tres hombres en una canoa, uno de

ellos con una especie de bastón largo lleno de artilugios extraños pendiendo

de él. Por su aspecto Leonor pensó que se trataba de un brujo o un

chamán, <<tal vez piache quiere decir eso>>, pensó.

Al llegar adonde se encontraba el enfermo el chamán empujó con un

gesto despectivo a Leonor con su bastón mientras pronunciaba unas

Page 231: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

palabras que, por su tono podía deducirse que estaban cargadas de

agresividad.

Leonor, visiblemente enfadada se puso de pie a la vez que intentaba

hacerse entender con gestos, pero aquel hombre tenía cara de pocos

amigos y no se dignó a escucharla. Mientras tanto las mujeres, y los

hombres que habían ido en busca del brujo, parecían discutir. Sin entender

nada Leonor se dejó llevar de la mano por una de ellas hacia un extremo de

la maloca. Prefirió no poner obstáculos a la espera de que Germano

volviera con la ayuda del hospital. La experiencia le había enseñado a ser

prudente ante una situación complicada como la que acababa de

presenciar.

Desde la distancia observó los movimientos del chamán que rascaba

la corteza de un paracanauva, aquel mismo árbol al que daban golpes para

comunicarse, luego lo vio dirigirse a coger una planta que mezcló junto a la

corteza para después calentar todo en la hoguera. <<Hasta es posible que

lo cure>>, pensó. El chamán levantó la vista buscándola, pero no la podía

ver porque ella observaba la escena escondida tras la vegetación.

Para entretener la espera decidió ayudar a una de las mujeres que

molía algo, de ese modo también eludía al chamán y evitaba que aquel

hombre creyera que se entrometía en su trabajo.

Cuando el brebaje estuvo listo se lo dieron al enfermo y el chamán,

convencido del éxito de su medicina, se dispuso a marchar acompañado por

los mismos hombres que lo habían ido a buscar.

Page 232: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

Era la hora de la comida y las mujeres habían preparado una especie

de torta con aquella harina molida mientras una de ellas asaba pescado en

una hoguera. Se sentaron a comer en unas esteras de hoja de palmera

junto a los niños a quienes sirvieron primero. La torta tenía un sabor

peculiar, pero está buena. El pescado le supo a bacalao y pensó que debía

tratarse de pirarucú. Los niños, ajenos a la gravedad del enfermo, no

paraban de jugar mientras comían y las madres se empeñaban en hacerlos

callar sin conseguirlo. Cuando acabaron Leonor se acercó al enfermo para

ponerle el termómetro y comprobó sorprendida que la temperatura había

bajado de cuarenta y medio a treinta y ocho y medio. Debía rendirse ante la

evidencia: aquel hombre tan arisco había hecho bien su trabajo.

Al poco rato vieron acercarse una barca de color verde,

<<Seguramente será Germano>>, pensó Leonor, pero la embarcación, en

la que iban un par de individuos, pasó de largo. Al poco apreció la canoa

con los dos hombres que habían acompañado al chamán. Subieron la

embarcación a tierra para sentarse en las esteras a la espera de que las

mujeres les sirvieran la comida.

Leonor se puso a jugar con los tres niños hasta la llegada de

Germano. Había cogido unas semillas y dibujó en la tierra un cuadrado para

jugar a las tres en raya. Fue capaz de hacerse entender mediante señas y

debió parecerles divertido porque no paraban de reírse.

Se oyó de nuevo el ruido de un motor, esta vez sí era Germano que

bajó de la embarcación para atarla a uno de los árboles junto a la orilla.

Leonor salió a su encuentro.

Page 233: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

—¿Cómo has tardado tanto? ¿Ha ocurrido algo?

—Cuando llegué estaban arreglando la radio que estaba estropeada y

aproveché para quedarme a comer.

Le comentó que el hidroavión del hospital no podía venir hasta el día

siguiente, así que tendrían que quedarse a pasar la noche. Cuando

estuvieron sentados Leonor le relató lo del chamán contándole lo que había

visto hacer con lo que le pareció corteza de paracanauva. Germano estaba

seguro de que era la corteza de aquel árbol probablemente junto a

cascarilla, un buen remedio contra la malaria.

—Me he quedado asombrada al ver que la temperatura del enfermo

había bajado dos grados en muy poco tiempo.

—Hay chamanes que saben mucho.

—En este caso parece que sí.

Empezaba a anochecer y Leonor quería refrescarse en el río antes de

que la noche se le echara encima, pero Germano le aconsejó que cogiera

agua y lo hiciera en la maloca porque al atracar la barca había visto un nido

de yacarés y la advirtió de que las hembras de esos cocodrilos cuando

acababan de parir eran muy peligrosas. Él estaba convencido de que la

madre no debía andar muy lejos así que sería cuestión de no tentar la

suerte.

A Leonor le dolía bastante la cabeza, las sienes le estallaban,

necesitaba refrescarse un poco. Fue a coger agua del río acompañada de

Germano, luego se internó entre los árboles para lavarse. Aunque ya lo

Page 234: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

había hecho en varias ocasiones, no tenía cogido el tranquillo a esa manera

de asearse, le costaba trabajo estar oculta entre la vegetación a la vez que

se lavaba por partes ya que hacerlo en el río era una temeridad.

Al volver junto a Germano lo encontró cabizbajo.

—¿Te preocupa algo? –preguntó Leonor.

Como si hubiera estado deseando desde días atrás la pregunta,

Germano inició un rosario de explicaciones que venían a desembocar en la

preocupación que sentía por estar tanto tiempo alejado de la familia. Quería

encontrar un trabajo en Manaos porque sus hijos se hacían mayores y no

los disfrutaba en el crecimientote y sentía que su mujer tuviera que pasar

tanto tiempo sola.

—Me gusta lo que hago, la selva es mi vida, pero echo mucho de

menos a mi familia.

—Supongo que debe ser duro tenerlos y no poder disfrutar de su

cariño, del abrazo y el b eso antes de ir a dormir.

Leonor se paró a pensar en aquel hombre que le hacía de guía y

compañero, siempre preocupado por su bienestar, sin reproches ni

preguntas. Se dijo que había sido una suerte dar con él y con su sabiduría

palpable a través de la prudencia que impregnaba sus actos en todo

momento.

Había dado muchas vueltas a como explicarle lo suyo con Francesco

que de un momento a otro se iba a hacer evidente y creyó que era la

ocasión para hacérselo saber. Sin entretenerse en pormenores le contó que

había iniciado aquella relación que la llenaba de optimismo, que le abría

Page 235: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

nuevas puertas en una vida llena de desgarros y sin excesiva esperanza en

el futuro.

—Me alegro por ti. Hacía tiempo que te veía más contenta y no sabía

por qué. Se me ocurrió que disfrutabas con el trabajo.

—Disfruto, pero es verdad que estoy mucho mejor desde que lo

conozco. Hace muchos días que no nos vemos y lo echo de menos.

Ambos se sentían bien así que alargaron la conversación durante

largo rato. En un determinado momento Germano aprovechó para

expresarle la preocupación por su militancia en el CNS ya que no entendía

el empeño en trabajar para el sindicato cuando pendía sobre ella la

amenaza de la maderera y debía tomarse el asunto en serio porque aquella

gente no se andaba con bromas. Leonor lo escuchó agradeciéndole el

consejo, pero no quiso hablar sobre aquello así que Germano no insistió

más.

Después permanecieron en silencio un largo rato. A Leonor le vino el

recuerdo de Francesco. Pasaron por su mente a toda velocidad las caricias

y los besos compartidos, la luz de sus ojos, la calidez de sus palabras,

aquel olor de su piel que había despertado su deseo tanto tiempo dormido.

Lo imaginó sentado a su lado, junto al estanque del jardín en donde se

habían besado por primera vez y rememoró la primera noche como la más

ardiente desde hacía varios años.

Una mujer vino a avisarles de que la cena estaba lista. Leonor quiso

ir a buscar un par de pastillas de paracetamol porque persistía el dolor de

cabeza y tenía ganas de vomitar. Dijo estar muy cansada y que casi le

Page 236: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

apetecía más dormir que cenar. Germano insistió en que los acompañara

aunque no cenara porque parecía necesario hacer muestras de buena

voluntad y además las tiendas no estaban montadas.

Sin demasiado ánimo decidió quedarse porque estuvo de acuerdo

con Germano en que debían confraternizar con aquella gente aunque la

cena transcurrió en un silencio casi absoluto y enseguida se retiraron a

descansar.

Eran casi las seis de la mañana cuando todos se habían levantado y a

Germano le extrañó la ausencia de Leonor que solía estar lista antes del

primer rayo de sol. Fue hasta la puerta de la tienda para llamarla, pero

Leonor no contestaba. Abrió con extrañeza la cremallera de la tienda y la

encontró bañada en sudor. Cuando se dirigió a ella para saber qué pasaba

apenas fue capaz de silabear unas palabras que Germano no logró

entender. Le puso la mano sobre la frente que ardía y al colocarle el

termómetro la temperatura subió a cuarenta. El hidroavión del hospital que

debía llevarse al enfermo estaba al llegar y podrían irse en él, pero mientras

era necesario bajarle la fiebre. Buscó a uno de los hombres para que

subiera a un árbol a coger unas hojas de huamansamana, las hojas de ese

árbol siempre le daban buen resultado en los casos de fiebre. Las mezcló

en agua hirviendo y cuando estuvo listo se lo dio a bebe a Leonor que

seguía articulando unas palabras que no lograba entender. Por fin

aparecieron dos hombres en una lancha neumática: eran los del hidroavión

de Salvaereo, que venían a recoger al enfermo.

Page 237: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

—La doctora no está en buenas condiciones, tiene mucha fiebre. Ayer

dijo que le dolía mucho la cabeza y le venían ganas de vomitar.

—La llevaremos al hospital, esos síntomas pueden ser de varias

cosas.

—Voy con ustedes.

Durante el trayecto mantuvo la mano de Leonor todo el tiempo cogida

mientras le secaba el sudor de la cara. La veía indefensa ante la

enfermedad y a Germano se le ocurrió que esos pequeños gestos la

aliviaban de alguna manera.

Una vez en el hospital, trasladaron a los dos enfermos a urgencias.

Se hacía difícil caminar por aquellos pasillos tan llenos. Un sanitario pedía a

la gente que intentaran guardar silencio por el bien de los enfermos. El paso

de camillas de un lado para otro era constante. Leonor estaba en una de

ellas a la espera de ser atendida con Germano permanentemente a su lado.

Como el tiempo pasaba sin recibir atención se acercó a una persona con

bata que le pareció un médico para comunicarle la situación.

—Enseguida vendrá un doctor que dictaminará lo que se debe hacer,

deben ustedes tener paciencia — le dijo.

A los pocos minutos se acercó una doctora que preguntó a Germano

por los síntomas y enseguida pasaron la camilla a una habitación en donde

le pusieron un termómetro, aunque por los síntomas que les había explicado

Germano parecían saber de qué se trataba. No tardó en acudir un

especialista para dar un diagnóstico que volvió a hacer las mismas

Page 238: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

preguntas a Germano. En cuanto conoció los síntomas ordenó que la

llevaran a planta.

—¿Qué es lo que tiene, doctor?

—Probablemente dengue —comunicó el médico sin pararse a dar

más explicaciones.

Le dijeron que se atuviera de visitas, no podía acompañarla en la

habitación. Germano sabía que aquel fin de semana vendrían los

compañeros de Leonor a Manaos y como eran médicos podrían ocuparse

de ella. Salió muy preocupado del hospital porque desconocía qué era el

dengue, pero intuía que era una enfermedad grave, tal vez la enfermedad

tuviera consecuencias y consideró que todos debían estar al tanto así que

decidió llamar al Ministerio de Sanidad para ponerlo en su conocimiento. Le

dijeron que se encargarían de avisar a los otros compañeros para que se

hicieran cargo de ella.

Tras hacer la llamada se fue a su casa con intención de volver por la

tarde en horario de visitas aunque le hubieran dicho que no era posible y así

se responsabilizaba de Leonor mientras venía alguno de los médicos del

grupo.

Cuando llegó al hospital por la tarde subió directamente a la planta.

Leonor estaba en una gran habitación con muchas camas y junto a ella

Eliette y Toni

—¿Cómo está? —preguntó con cara de preocupación.

—Han confirmado que tiene dengue. Está muy alta de temperatura y

ha vomitado un par de veces —comentó Toni.

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—He hablado con el equipo médico y van a permitir que mi marido y

yo nos quedemos junto a ella fuera de las horas de visita. Es cuestión de

esperar cuatro o cinco días, parece que no es de los peores —dijo Eliette.

—¿Sabéis que hoy es su cumpleaños? Cumple treinta y nueve.

—Es verdad, hoy es diez de diciembre ¡Qué mala suerte! —dijo Toni

—Por lo que me estuvo comentando el otro día en la selva tenía

muchas ganas de celebrarlo. Quería invitaros a todos a cenar.

—Seguro que se pondrá bien, lo de menos es la fecha para celebrarlo

y lo haremos.

Eliette y Alain se mantuvieron por turnos junto a Leonor que estuvo

durante largas horas inconsciente. En algún momento la fiebre bajaba para

luego volver a subir. En uno de los momentos en que se encontró mejor le

dijo a Eliette que tenía muchas pesadillas. En una de ellas paseaba

tranquilamente por la orilla de un río y de repente empezaba a llover

torrencialmente y se ahogaba en las aguas turbias. En otra Francesco había

muerto en un accidente de avión. ¿Qué sabían de Francesco? ¿Por qué en

todas las pesadillas había muertes? Eliette trataba de tranquilizarla. Era

normal que con el dengue tuviera pesadillas. Estaba angustiada por su

situación y tal vez las pesadillas traducían su estado de ánimo. El cuanto a

la ausencia de Francesco era fácil de explicar porque nadie había dado con

él, se encontraba adentrado en la selva y no había sido posible encontrarlo

Le dijo que debía ser más optimista, preocuparse de la salud y mirar todo

con más calma.

Page 240: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

A los cuatro días Leonor empezó la recuperación, apenas daba unas

décimas de fiebre, aunque una erupción sarampionoide había dejado su

cuerpo lleno de pequeñas postillas. Al quinto día abandonó el hospital.

Joana Anaiço, la que los había recibido en São Paulo a su llegada a Brasil,

se desplazó desde Brasilia para verla y le sugirió que lo mejor era tomar

unos días de vacaciones. Debía recuperarse antes de volver al trabajo,

incluso si quería regresar a España, el gobierno le pagaba el billete de ida y

vuelta. Leonor pidió tiempo para pensarlo, aunque su idea, en principio, era

la de permanecer allí.

Una representación de las mujeres del CNS vino al hospital. Le

entregaron un ramo de flores. Germano las había llamado para hacerles

saber que estaba enferma y no podría asistir a la reunión prevista para el fin

de semana.

—¿Por qué no te vienes a pasar unos días a Rondônia? Allí tenemos

un grupo importante y dentro de poco nos encontraremos allí en asamblea

general, podrías asistir a las reuniones que quisieras y aprovechar para

descansar. El dengue te ha dejado débil y necesitas ocuparte de ti unos

días

—¿Dónde está Rondônia?

—Hacia el sur de la Amazonia.

—De momento me quedo en el hotel. Llamadme este fin de semana y

os digo algo, no tengo ánimos en este momento para decidir. Las mujeres

marcharon deseándole mejoría.

Page 241: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

Salió del hospital en compañía de Eliette y Germano. Eliette contaba

entre risas las pesadillas que Leonor había tenido durante su estado crítico.

Germano seguía el relato con una sonrisa fuera de la vista de Leonor que

incredulidad y la vergüenza que le provocaban unos sueños perdidos en la

memoria y que le parecieron tan rocambolescos que creyó eran una

invención sobre la marcha para animar el trayecto desde el hospital al hotel.

Cogieron un taxi para ir al Novotel. Al llegar, el recepcionista dio a

Leonor un sobre con una nota manuscrita de Francesco en la que

comunicaba su marcha a Turín por un asunto urgente con la empresa.

Añadía que intentó encontrarla, pero no le fue posible comunicar con ella.

—¿Es algo importante? —preguntó Eliette.

—¡Importantísimo! Es una nota de Francesco en la que dice que no

me ha podido localizar.

—¿Ves como no hay que mirar siempre el lado negativo?

—Sí. Tienes razón cuando me dices que debo ser más optimista.

—Menos mal que me tienes a mí para hacerte cambiar el color con el

que miras las cosas —dijo riendo y dándole un beso.

—Es verdad que eres un punto de apoyo importante para mí. No

sabes cómo te lo agradezco, siempre me dejo llevar por el pensamiento

negativo.

—Vete a descansar, aún no estás para tirar cohetes.

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VEINTISÉIS

Finalmente decidió aceptar la invitación para pasar unos días al sur de

la Amazonia. A la vuelta de Rondônia estaba recuperada. La estancia en

aquella población le sirvió para descansar y conocer a otras muchas

mujeres del CNS. La habían tratado con un cuidado especial, siempre

acompañada prestándole todo tipo de atenciones. Aquellos días le sirvieron

no sólo para cargar energías físicas, sino que recuperó ánimos, optimismo

para sentirse plenamente integrada en la comunidad que la acogía como si

siempre hubiera formado parte de ella.

Reincorporada plenamente al trabajo visitaba un poblado grande con

tal cantidad de niños que corrían de un lado a otro que le pareció el sitio

más alegre de todos los visitados hasta entonces.

Como sucedió en otros poblados su presencia causó los mismos

recelos, sobre todo entre los hombres, y especialmente con el jefe, que

inicialmente opuso su resistencia a que una mujer blanca pudiera ocupar el

lugar del chamán. Ni siquiera el hecho de que en el poblado hubieran

muerto bastantes personas por la malaria disuadía al jefe que se enzarzó en

una discusión con algunas mujeres empeñadas en convencerlo para que

aquella mujer les diera a probar su medicina.

Como el jefe no se daba por vencido Leonor y Germano optaron por

conocer un poco mejor a la gente, estar unos días con ellos antes de

empezar a administrar la vacuna. Había muchos niños que tratar y valía la

Page 243: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

pena hacer un esfuerzo. Leonor pensaba que el roce generaría un estado

de confianza que le permitiría llevar a cabo su trabajo con mayor

comodidad.

Mientras Germano iba con los hombres a pescar y a ayudarlos en las

plantaciones, Leonor procuraba ayudar también a las mujeres en lo que

podía: entretener a los niños, colaborar en la elaboración de la comida, lavar

con ellas en el río.

Finalmente, en una cena comunitaria con las mujeres Leonor logró su

propósito y ellas accedieron a que sus hijos fueran vacunados. Ella dio al

jefe su palabra de que volvería en pocos días para ver la evolución de los

pequeños y aquella promesa pareció tranquilizarlos.

A la mañana siguiente empezó la vacunación de los niños. Las

mujeres venían con sus hijos, algunas de buena gana y otras con cierto

temor a lo desconocido.

Cuando acabaron de vacunar a los niños parecía que la confianza se

hubiera instalado entre ellos y algún que otro adulto se acercó a Leonor

para que aliviara sus males.

Cuando a media mañana acabaron el trabajo Leonor se sentía

satisfecha y contenta, por un momento pensó que aquel veinticuatro de

diciembre, que tenían previsto celebrar en Manaos, se le iba al traste.

Germano cargó la embarcación con la ayuda de algunos hombres

mientras Leonor había ido a refrescarse un poco, el calor pegajoso debido a

la abundante humedad.

—Ya está todo listo.

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—Entonces vamos a despedirnos y nos marchamos. Tengo más

ganas que nunca de disfrutar de mi tiempo libre

—Debemos darnos prisa, amenaza lluvia.

El cielo ceniciento parecía querer comerse la tierra. A lo lejos

empezaban a oírse los primeros rugidos del temporal. Se apresuraron a

subir a la embarcación para poner rumbo al Ariaú. Les quedaba tiempo para

recoger algunas cosas de sus habitaciones, comer y llegar al último barco.

Empezó a llover torrencialmente cuando estaban a punto de llegar. El

río iba muy crecido, propio de la estación húmeda en que se encontraban.

Cuando llegaron al hotel pusieron sus cosas a resguardo de la lluvia,

aunque ya estaban mojadas, para dirigirse al restaurante a comer. Allí

encontraron a Marco quien les comentó que estaba solo debido a que

Francesco se había ido a Manaos en el primer barco de la mañana y

Matheus con él. Quería llegar a São Paulo a tiempo de cenar con su mujer y

sus hijos. Francesco había dicho algo de unas compras

—Tienes buen aspecto Leonor, te sienta bien el cabello mojado.

—Eres muy amable, seguramente tengo mejor aspecto porque el

descanso en Rondônia me ha recuperado. Las mujeres se portaron de

maravilla conmigo.

Marco mostró extrañeza ante su insistencia con el lío aquel del

sindicato, andar con el CNS después de lo de Burton no era prudente.

—Las amenazas de ese gordinflón no me asustan, respondió Leonor.

—Así sois las mujeres —comentó Marco en voz baja sin que ella lo

pudiera oír.

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—Por cierto, Francesco me ha pedido que te diga que te verá esta

noche en Manaos.

—Sí, lo sé, me explicó que tenía que hacer unas gestiones esta

mañana. Tengo muchas ganas de verlo, sobre todo después de lo que me

ha pasado y el malentendido con él.

—¿Qué malentendido?

— Cuando estuve enferma me extrañó que no se interesara por mí,

me llevé una gran desilusión y anduve con la moral por los suelos. Después

encontré una nota en el hotel en la que me decía que estaba en Turín por

razones de trabajo y que le había sido imposible contactar conmigo para

comunicármelo.

—Por lo que me consta también tiene muchas ganas de verte. Por

cierto, he reservado mesa y habitación para todos en el Tropical, la cena de

Nochebuena lo merece ¿No crees?

—Me parece estupendo, tengo muchas cosas que celebrar, incluido

mi cumpleaños, aunque hayan pasado catorce días.

—¡Es cierto, tu cumpleaños! Ya sabemos quién invita esta noche —

dijo Marco riéndose.

—A cava, por lo menos, invitaré. Por cierto ¿Nos tomamos una

cerveza bien fresquita? Tengo un calor horroroso

—propuso Leonor.

—Me parece una gran idea, hace un bochorno impresionante. Voy a

buscar a un camarero —se ofreció Marco.

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Al acabar de comer, marcharon los tres a sus habitaciones para

recoger el equipaje. En media hora salía el barco hacia Manaos.

Llegaron al embarcadero de Manaos cuando la tarde empezaba a

caer. Marco entró en el hotel Tropical y Leonor y Germano cogieron un taxi

que los llevaría al hotel Novotel para dejar a Leonor y desde donde

Germano seguiría camino hasta su casa. Una vez recogieron las llaves de

las habitaciones, quedaron en verse a la hora de la cena.

Una vez en la habitación Leonor dejó el equipaje en la entrada para

llamar a Francesco, pero no estaba en la habitación. Colgó el teléfono

decepcionada y se dispuso a sacar la ropa de la bolsa para colgarla en el

armario mientras pensaba en cómo pasar el tiempo hasta la hora de la

cena. Se dijo que ir a la piscina ahora que no llovía podía ser una buena

opción, de paso aprovecharía para leer.

Estuvo nadando de manera pausada un buen rato. Después se sentó

en una hamaca que había junto a una farola y pidió al camarero que le

trajera un agua bien fresca para calmar la sed. Aunque no había mucha luz,

se puso a leer pero sin concentrarse en el libro, el pensamiento le volaba

hacia el recuerdo de Francesco al que echaba mucho de menos. Absorta

en sus pensamientos no notó que alguien se acercaba sigilosamente por

detrás para taparle los ojos. Al tantear las manos exclamó: ¡Francesco! Él

se sentó en la hamaca de frente y le dio un cálido beso. Luego se abrazaron

durante un largo instante.

—Lamento no haber estado a tu lado cuando me necesitabas.

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—Te eché mucho de menos, incluso pensé que no querías saber

nada de mí. A veces me invade un aire pesimista que estropea las cosas.

Me alegro de tenerte aquí.

—No tenía ni idea de lo que estabas pasando, después lo supe a

través de Marco y Matheus. Debí avisarte de mi viaje a Turín, pero no

encontré el modo de hacerlo.

Leonor se a había sentido arropada por todo el mundo, pero echó

mucho de menos su presencia durante la enfermedad. Ahora se sentía

recuperada del todo porque en los días en que estuvo de descanso en

Rondônia se portaron muy bien con ella las mujeres del sindicato.

—Tengo mis dudas sobre tu relación con el sindicato. Por supuesto

que sabes lo que haces, pero no olvides quién es Burton. Lo conozco bien,

un hombre que no se anda con miramientos.

—Me alegra que te preocupes por mí, pero no pienso ceder a las

presiones de ese individuo —añadió ella tajante.

Francesco se quedó sorprendido por la respuesta un tanto airada,

pero no añadió ningún comentario, se limitó a besarla como si ese gesto

pusiera un punto y aparte en la charla.

—Deberíamos arreglarnos para la cena —dijo Francesco.

—Tienes razón, se hace un poco tarde —dijo Leonor a la vez que le

daba un beso.

Dos taxis esperaban para trasladar al grupo al hotel Tropical. Por

expreso deseo de Leonor Toni compartió con ella y Francesco el vehículo.

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Toni le dijo que la encontraba con muy buen aspecto y Leonor lo achacó a

las atenciones recibidas en Rondônia.

—Sin olvidar los cuidados de Eliette en el hospital.

—Es cierto, tanto ella como Alain se han preocupado mucho de mi.

—De haber podido yo también te hubiera cuidado.

—No tengo la menor duda.

—Yo también debo agradeceros lo que habéis hecho por ella —dijo

Francesco.

Llegaron con tiempo suficiente para ocupar las habitaciones y

cambiarse para la cena de Nochebuena. Cuando Leonor y Francesco

entraron en la intimidad de la habitación se abrazaron con fuerza. Aquel

abrazo llenó de placer a Leonor, como si hubiera recuperado del todo a

aquel hombre que consideró perdido por un tiempo.

Entre abrazos y besos cayeron en la cama el uno sobre el otro

recuperando el tacto de sus cuerpos, las tantas veces anheladas caricias y

sellando un compromiso sin necesidad de expresar palabra alguna.

Leonor y Francesco hicieron su aparición en el comedor cogidos de la

mano y con tal cara de felicidad que provocaron el comentario burlón de

Paulo.

—¿Qué tal el colchón? —todos le rieron la ocurrencia.

Sentados todos a la mesa hicieron un primer brindis por todos los

presentes.

—¿No os parece extraño una Nochebuena con tanto calor?

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—Con esa costumbre tan nuestra de poner nieve en el Belén, cuando

en Palestina no nieva, sí es un poco extraño. Aunque en medio mundo no

haya nieve, ni haga frío por estas fechas.

El salón y las mesas habían sido decorados de manera espectacular y

buen gusto. Los comensales vestidos con sus mejores ropas armonizaban

con el decorado. En la mesa del grupo de Leonor también se notaba el

esfuerzo por vestir de manera elegante, hasta Toni y Paulo lucían unas

ropas más allá de su acostumbrado gusto por la informalidad. Las más

espectaculares en aquella mesa fueron Eliette y Leonor que habían

conseguido en Manaos vestidos muy elegantes aunque discretos.

La cena transcurrió en medio de un buen ambiente en donde no

faltaron las anécdotas divertidas, los chistes que rieron de manera

escandalosa provocando la sonrisa cómplice de las mesas vecinas.

—Tengo ganas de ver los regalos del amigo invisible —dijo Eliette.

—No seas impaciente que aún no nos han traído el postre —dijo

Alain.

Cuando acabaron de cenar llegó el momento de los regalos, parecían

niños abriendo los paquetes, todo eran ¡Oooooohs! y ¡Ahhhhhs! El

camarero trajo una botella de cava a petición de Leonor y sirvió un poco en

cada copa momento en que se apagaron las luces del comedor, a la vez

que sonaba la melodía de cumpleaños feliz. Un camarero trajo a la mesa

una tarta llena de velas que dejó delante de Leonor. Sus ojos abiertos de

par en par mostraban la alegría de quien se ve gratamente sorprendido,

Page 250: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

hasta se le escaparon un par de lágrimas. Los amigos la animaron a pedir

un deseo antes de soplar las velas. Cerró los ojos unos segundos y se

dispuso a apagarlas ante la atenta mirada de todo el comedor que rompió

en aplausos. Leonor apareció ruborizada cuando se volvieron a encender

las luces.

—¡Qué ilusión! No me esperaba nada de esto —afirmó con más

lágrimas en los ojos.

Todos los ocupantes de la mesa se levantaron para felicitarla. El

último fue Francesco que tras abrazarla y darle un beso sacó del bolsillo del

pantalón un pequeño envoltorio para ofrecérselo mientras la volvió a besar.

Quitó el lazo, no acertaba a romper el papel del regalo, hasta que por fin

apareció una pequeña caja que contenía en su interior un anillo.

—¡Es precioso! —dijo dándole un beso a Francesco.

—Alain, a ver si tomas buena nota —comentó Eliette en tono de

broma.

—Quizás dentro de nueve años, cuando cumplas treinta y nueve

como Leonor —expresó Alain con abierta sonrisa.

—Si es tan bonito como ese, puedo esperar.

Leonor se quedó sorprendida por el inesperado anillo, no sólo por la

belleza, sino porque lo que aquel gesto parecía suponer en aquella relación.

La cena se alargó hasta la media noche, hora en la que abandonaron

el salón para retirarse a las habitaciones a descansar, excepto Leonor y

Francesco.

Page 251: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

—Me ha gustado mucho el anillo, sobre todo por lo que creo que

representa.

—Creí que sería una bonita forma de expresar lo que siento por ti.

—Ha sido algo más que bonito —dijo antes de besarlo.

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VEINTISIETE

Han pasado unos cuantos meses desde que Leonor y Germano

empezaron a trabajar juntos. Recorriendo los canales en la embarcación

mientras se dirigían a un poblado repasaban algunos de los momentos de

su experiencia juntos.

—¿Recuerdas el susto que me llevé cuando aquel hombre me

amenazó con la cerbatana? ¡Qué noche! Y la tormenta posterior, que quedó

en nada. Tu mano reconfortante y el cuento de los tikunas han quedado en

mi memoria como unos de los mejores momentos.

—En cambio, qué distinto cuando ayudaste a nacer a aquella niña

¿Recuerdas lo bonito que fue?

—¡Claro, pero si era mi primer parto! ¿Cómo no lo voy a recordar?

¡Cuántos vinieron después! No puedo olvidar tampoco lo del tsunami en el

Índico, nos cogió en plenas vacaciones, las imágenes eran terribles, aquella

pobre gente, los miles de muertos.

—Sí, fue tremendo. Mi familia y yo estuvimos afectados durante

muchos días, nos daba mucha pena: personas sin casa, los miles de

muertos.

—También tengo un grato recuerdo del fin de año en Río de Janeiro.

Fue divertido celebrar la entrada de año al estilo brasileño: saltando diez

olas en la playa de Ipanema. Había tanta gente, que parecía que no iba a

haber olas para todos.

—También pase un fin de año muy bueno con mi familia.

Page 253: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

—¡Cómo pasa el tiempo! Estamos a principios de marzo y aún me

parece ayer cuando llegué, han pasado más de seis meses.

—Seis intensos meses y muy distintos al tiempo que pasé con los

otros médicos. Te confieso que al principio tenía un poco de recelo, nunca

había trabajado con una mujer médico.

—¿Y no ha sido igual?

—Tu misma lo has visto, para los habitantes de esta zona ver a una

mujer blanca como chamán les ha resultado, cuanto menos, chocante.

—Debo reconocer que sin tu ayuda no hubiera podido ni acercarme a

muchos poblados y malocas.

Llegaron a uno de los poblados por el que habían pasado con

anterioridad para aplicar las vacunas. Cuando Germano amarraba la

embarcación unos cuantos niños rodearon a Leonor esperando que les

diera caramelos como la otra vez que los visitó. Ella repartía caramelos y

besos por un igual contenta de verlos tan sonrientes.

El jefe salió a recibirlos junto a aquel hombre que había tenido la

enfermedad del gusano y que Leonor había ayudado a curar. Desde

aquello, era considerada una gran curandera.

—Con este hombre tuvimos más suerte que con el del otro poblado, el

que murió de malaria. Tenía una de las peores variantes de esta

enfermedad en estado muy avanzado: el plasmodiun falciparum. Allí no nos

dejarán poner los pies nunca más.

Page 254: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

—Sí, fue una pena no haber llegado a tiempo, pero no creo que ellos

te echen la culpa, otros miembros de ese poblado habían muerto de malaria

antes.

Tras los saludos de cortesía echaron un vistazo a los niños a los que

se les había administrado la vacuna con anterioridad. Leonor comprobó con

alegría que ninguno de ellos contrajo efectos secundarios.

—Chamán, hemos tenido mucha suerte. Tal como estaban las cosas,

me temía encontrar algún contratiempo, no nos hubieran dejado poner más

los pies en este sitio.

—Hacía muchos días que no me llamabas chamán, casi lo echaba en

falta. Recuerdo cuando te dije que no me llamaras así. Me parecía un

nombre que no me correspondía, los chamanes son gente con mucha

sabiduría.

—Sabes que te lo digo con mucho cariño y respeto.

—Ya me he acostumbrado y me gusta que me llames así, también me

parece cariñoso.

Al acabar sus tareas en aquel lugar, pusieron rumbo a Nossa

Senhora. En cuanto Celina vio luz en la casa del médico supo que Leonor

había llegado y fue en su busca. Era la encargada de informarla sobre una

asamblea que se iba a celebrar en apoyo de los trabajadores de la

maderera que dirigía Burton. Se arrastraban problemas desde hacía tiempo

tanto en el incumplimiento de los horarios como en los escasos salarios,

aunque nunca se habían atrevido a reivindicar nada por miedo a los

despidos. Perder el trabajo en la maderera suponía dejar a la familia

Page 255: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

desasistida, no había otra manera de ganarse la vida por aquella zona. Así

que las mujeres del CNS estaban dispuestas a plantear el conflicto

salvaguardando a los hombres de la reivindicación directa que les pudiera

suponer el despido.

Cuando Celina se marchó Germano no se atrevía a decir ni una sola

palabra en contra de la acción y se guardó para sí lo que pensaba respecto

a aquella movilización. Ella se mantenía firme en su propósito y de nada

hubiera servido volverla a advertir del peligro que suponía Burton.

—¿Cómo es que todos temen a Burton? —preguntó bastante

enfadada.

—Porque es un individuo al que hay que temer, pregunta si no a los

trabajadores. Es un hombre poderoso.

—¿Qué me puede hacer, echarme del trabajo?

—Echarte a lo mejor no puede, pero sí hacerte la vida imposible.

—Lo dudo —contestó, segura de si misma.

Decidieron acercarse a saludar a Fabiana que los recibió con la

misma alegría que de costumbre.

Celina volvió para informar a Leonor de que estaban llegando algunas

mujeres de los poblados cercanos. Estaban expectantes y algo inquietas

porque los hombres que no trabajaban en la maderera habían intentado por

todos los medios disuadirlas convencidos de que la acción de la maderera

contra ellos podría acarrearles graves problemas a la comunidad.

—Voy a prepararos un guaraná —propuso Fabiana como excusa para

quitarse de en medio.

Page 256: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

—A mi no, me voy a tomarme una cerveza —dijo Germano resignado.

Fabiana sirvió el guaraná mientras Leonor explicaba los días agitados

de trabajo por los poblados y las malocas. Celina estaba contenta, no había

trabajado mucho, pero sí tuvo buenas ventas. Había visitado el pueblo un

grupo de norteamericanos que casi la dejan sin existencias en la tienda.

Llegó la hora de la asamblea. La iglesia estaba a rebosar. Al entrar,

Leonor saludó a las dirigentes, que en ese momento discutían las medidas

a plantear en la reunión para apoyar la reivindicación de los trabajadores.

Una vez se inició la reunión fueron desgranando las propuestas para poner

en consideración cuáles podían ser más efectivas y factibles. Tras una larga

discusión, llegaron a un acuerdo: las representantes del sindicato irían a ver

a Burton, mientras las demás no dejarían salir a los hombres hacia el

trabajo; si la reivindicación no era atendida, permanecerían allí, paralizando

el trabajo hasta que fuera necesario. La reunión acabó y muchas mujeres,

que no eran de Nossa Senhora, se quedaron a dormir en la iglesia.

Leonor fue a casa de Fabiana en donde encontró a Serafim con

aspecto preocupado que le sugirió que se marchara de su casa. No era una

cuestión personal, pero debía entenderlo, no quería líos, ya se lo dejó claro

en otra ocasión. Su edad no le permitía obrar de otra manera. Debía

comprender que él era una persona marcada por los hechos de Tapurí y

Chico Mendes.

—Está bien, Serafim, lo entiendo, aunque no lo comparta. No tengo

por qué meteros a Fabiana y a ti en esta cuestión.

Page 257: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

Leonor regresó a la iglesia, en donde las mujeres habían empezado a

cenar. Se sentó junto a un grupo que le ofreció un plato de comida. Estuvo

compartiendo con ellas las dudas de las acciones previstas, sabían que era

importante determinar de antemano la forma de resistir: quién se encargaría

de la comida y el agua, de los turnos que debían establecer y todas las

cosas que pudieran afectar al éxito de la acción. Todo parecía estar listo,

los pormenores estaban perfilados con sumo cuidado, así que Leonor se

retiró a la casa porque debían madrugar para situarse en la maderera antes

de que los hombres iniciaran el trabajo.

A la mañana siguiente, Germano intentó de nuevo disuadir a Leonor.

No debía preocuparse, nada le podía pasar, dijo. Salió de la casa cuando

aún no había amanecido para dirigirse a la iglesia donde encontró a las

mujeres dispuestas para subir a las embarcaciones con rumbo a la empresa

maderera. Convencidas de lo que iban a hacer, pero temerosas, nadie se

atrevía a hablar, como si cada una hubiera elegido el silencio para armarse

de valor.

Tras un recorrido de una media hora, llegaron al embarcadero de la

compañía. Una vez amarradas las barcas descendieron con el mismo

silencio que las había acompañado a lo largo del trayecto. Sabían muy bien

qué hacer porque todo estaba previsto con mucho detalle. Una tras otra

fueron componiendo una fila delante del edificio en el que era de suponer se

encontraba Burton. Aquella construcción de dos plantas, con aspecto de

Page 258: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

abandono, albergaba la maquinaria en los bajos y las oficinas en la planta

superior, así que se debía ser el lugar.

Los hombres que llegaban al trabajo se dirigían a coger las máquinas

y las herramientas. Cuando los primeros quisieron acceder al edificio, las

mujeres se sujetaron con fuerza entrelazando sus brazos para impedirles el

paso. Ellos hacían el ademán de querer entrar, aunque sin poner ningún

tipo de resistencia porque algunas de las que estaban allí eran sus mujeres

y sabían de sus intenciones aunque no estuvieran informados de los

pormenores.

Burton se hizo esperar, convencido de que la incertidumbre iría

sembrando poco a poco el desasosiego. Finalmente salió para ponerse

delante de ellas en actitud chulesca: las piernas abiertas y los brazos en la

espalda. Las tres dirigentes, junto a Leonor, se separaron de la fila para ir a

hablar con él. Querían mantener una reunión en su despacho, negociar las

reivindicaciones que consideraban justas. Burton dio la callada por

respuesta como si nadie se hubiera dirigido a él, manteniendo un gesto y

mirada desafiantes.

Nadie las iba a mover de allí, dijeron y los obreros tampoco

trabajarían. Burton iba adquiriendo un color rojizo en la cara, muestra

palpable de la rabia que debía estar recorriéndole, pero seguía mudo. Las

cuatro mujeres permanecían impertérritas frente a él esperando respuesta a

sus peticiones. Tras unos instantes de tensas miradas, el director de la

maderera encolerizó: su silencio se transformó en un atropello de insultos.

Fijó la mirada en Leonor para acusarla de de ser la instigadora. Leonor se

Page 259: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

limitó a devolverle la mirada con una ceja arqueada, haciendo oídos sordos

a los insultos que seguía lanzando a diestro y siniestro.

El director subió al despacho con intención de llamar a la policía por

radio, pero se encontró con la negativa del intendente que no podía enviar

efectivos hasta el día siguiente, si es que la situación seguía como estaba.

Entonces decidió adoptar otra estrategia, seguro de que ésta le

proporcionaría su victoria.

Las mujeres seguían inamovibles en la misma posición en la que

iniciaron la mañana. No estaban al tanto de lo que ocurría con Burton, al

que vieron desaparecer tres horas atrás. Mientras, los hombres

permanecían en grupo, separados de las mujeres, como si ellos no tuvieran

nada que ver con aquel asunto.

Se oyó el ruido de una lancha rápida que llegó al embarcadero de la

maderera. Todas las miradas se dirigieron a la embarcación. Leonor no

entendía lo que estaba viendo: era Francesco el que venía en ella.

Sorprendida al verlo, no supo reaccionar cuando se le acercó para darle un

beso. Quería hablar un momento con ella. Francesco la alejó tanto del

grupo de mujeres como de los hombres.

—Tienes que convencerlas de que ésta no es manera de conseguir

las cosas.

—¿Pero tu qué tienes que ver en todo esto? ¿Acaso eres accionista

de la compañía? —preguntó con tono de enfado.

—No lo soy. Burton conoce nuestra relación y me ha pedido que haga

de mediador. Pensé que podía ayudar a resolver el conflicto.

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—¡Ya! Pero resulta que yo soy una más entre todas. No pienso mover

ni un dedo para que se marchen. Su reivindicación es justa. ¿Te has parado

a pensar en las condiciones de trabajo de estos hombres?

—No creo que sea tu problema. Es mejor que las hagas desistir,

sabes que puedes hacerlo.

—Podría, tal vez, pero no quiero. Siempre he luchado por unas

condiciones justas de trabajo y estos hombres no las tienen. La compañía

les explota, ese también es mi problema.

Leonor y Francesco siguieron la acalorada discusión. Finalmente él

hubo de reconocer el porqué de la mediación: Burton lo había amenazado

con conseguir su despido, si no era capaz de convencerlas de que

depusieran su actitud. Leonor se quedó sin palabras, no sabía cómo

interpretar lo que acababa de oír ¿Qué era, un cobarde, un

colaboracionista?, le preguntó.

—Si no eres capaz de entender lo que hacemos aquí, será mejor que

te vayas. Resuelve tus problemas y nosotras resolveremos los nuestros —

dijo dando media vuelta para ir con las otras mujeres.

Francesco se quedó pensativo durante unos segundos y optó por

marcharse sin hablar con Burton ni despedirse de Leonor.

—¿Qué ocurre? —preguntó una de las dirigentes.

—Nada que no tenga remedio —aseguró en tono cortante.

Se oyó el rugido de unos motores. Las mujeres se giraron para ver de

dónde procedía. Unas máquinas se acercaban hacia ellas a las órdenes de

Burton: “¡Si hace falta, aplástenlas!”, dijo gritando. Ellas volvieron a

Page 261: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

entrelazar sus brazos con el firme convencimiento de que aquellos hombres

no se atreverían a llevar la acción hasta las últimas consecuencias. Las

máquinas avanzaban mientras retrocedían asustadas.

—¡No retrocedáis! ¡No pueden salirse con la suya! —dijo una de las

dirigentes.

Cuando las máquinas casi las rozaban, una mujer cogida del brazo de

Leonor, tiró hacia atrás inducida por el miedo e hizo perder el equilibrio a

unas cuantas que cayeron al suelo. Todas se levantaron excepto Leonor.

Gritaron a los hombres de las máquinas para que no siguieran avanzando.

Leonor estaba inconsciente al haberse golpeado la cabeza con una piedra..

Fueron corriendo a pedirle a Burton que llamara por radio al Salvaereo, la

vida de Leonor podía estar en peligro y caería sobre sus espaldas. Burton,

sin querer aquel tipo de responsabilidad, aceptó de mala gana . En menos

de una hora se presentó un hidroavión para llevar a Leonor al hospital

general de Manaos.

Cuando llegó al hospital seguía inconsciente. La trasladaron corriendo

en una camilla a una sala de urgencias. Las dos mujeres que la

acompañaban se quedaron a la espera. Pasó bastante tiempo hasta que

apareció un médico que preguntó por los acompañantes de Leonor Ayala e

informó a las mujeres que Leonor estaba bien, una conmoción cerebral,

pero sin aparentes consecuencias. Quedaría en observación. Había que

tomar precauciones, sobre todo por su particular estado.

—¿Qué estado?

—Está embarazada.

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—¿Embarazada? No teníamos idea de que lo estuviera. De haberlo

sabido no la hubiéramos dejado venir con nosotras.

—Deberían avisar a la familia, sólo ellos pueden visitarla.

—Sí, lo haremos, pero viven en España.

—Entonces indiquen quién se va a ocupar de ella, es mejor que

alguien permanezca a su lado todo el tiempo, aquí no disponemos de

personal suficiente como para hacer un seguimiento tan cercano.

Se pusieron en contacto con Germano que acudió al hospital para

hacerse cargo de la situación. Enseguida localizó a Toni, su mejor amigo y

el más capacitado para tomar decisiones en caso de que hiciera falta. Toni

no tardó en llegar y lo informaron de lo ocurrido en la maderera así como del

exacto estado de salud de Leonor.

Sentado junto a la cama Toni la miraba mientras sostenía una mano

entre las suyas. Se sintió culpable en parte de todo lo que le estaba

sucediendo. La había incitado a aquel viaje porque quería recuperarla para

ella misma y también para él. Durante mucho tiempo había echado de

menos aquel trío de amigos inseparables y ahora le preocupaba acabar de

perder todo lo que quedaba de amistad y complicidad con Leonor. Le

acarició el cabello y la cara y se acercó la mano de ella a los labios para

darle un beso.

Aquel gesto despertó a Leonor que se sorprendió al ver a Toni a su

lado. El la saludó con un beso en la mejilla que ella agradeció con una

caricia. Era reconfortante tener a Toni a su lado, necesitaba sentir que se

Page 263: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

preocupaba por ella y lo abrazó. Transcurrieron unos minutos sin mediar

palabra hasta que Leonor se puso a llorar.

—Llora, si te apetece, di lo que piensas. No temas expresar tus

emociones y cuéntame cómo ha sido, te ayudará a sentirte mejor —dijo

Toni.

—Me alivia tu presencia y el cariño que me das. Estoy hundida Toni.

No esperaba esa actitud por parte de Francesco.

Leonor contó lo sucedido en la maderera. Había sido una gran

decepción encontrar a Francesco en una actitud tan negativa, tan a favor de

Burton. No le pareció el mismo hombre del que se había enamorado. Cómo

pudo mostrarse tan servil, poniendo los intereses de aquel mezquino por

encima de todo lo demás, había sido un cobarde marchándose de aquella

manera, sin plantar cara.

Toni intentó que pensara en si misma, una vez recuperada, podría

aclarar lo sucedido. Quizás había construido una imagen distorsionada de lo

sucedido, por lo que sabía no era una fácil afrontar los envites de Burton.

Leonor se recuperó de manera rápida con la ayuda de toni y Eliette,

que estuvieron a su lado en todo momento. Al salir del hospital quería ver a

sus compañeros. Se encontraba baja de ánimos y los necesitaba. Era fin de

semana y se citaron en la cafetería del hotel. Leonor no tenía buen aspecto,

además de estar visiblemente triste. Paulo, como siempre, intentó hacer

alguna broma, pero Eliette lo recriminó: no estaban para risas.

—Sólo pretendía quitar hierro al asunto —se excusó Paulo.

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—Te lo agradezco, pero no estoy para divertimentos, perdóname —

dijo Leonor.

—Lo entiendo, me he vuelto a pasar, perdóname tú.

—Quería comunicaros que vuelvo a Barcelona. Supongo que a estas

alturas ya sabéis que estoy embarazada. No me marcho por el embarazo.

Burton, el director de la maderera, se ha encargado de precipitar las cosas.

Él ha puesto unas condiciones que no ha habido más remedio que aceptar.

Ha asumido parte de las reivindicaciones de los trabajadores a condición de

que abandone mi trabajo. Se me han torcido demasiadas cosas, no quiero

extenderme sobre eso, pero tal vez haya sido lo mejor.

Nadie se atrevía a preguntar detalles, su cara de abatimiento no

invitaba a tal cosa. Toni, conocedor de la decisión, también les advirtió en

ese sentido. Estaban al corriente de lo sucedido entre Francesco y ella en la

maderera. Les dolía separarse de manera tan precipitada, pero se

ofrecieron a ayudarla para que pudiera marchar cuanto antes. Toni se

encargaría de los trámites en el Ministerio de Sanidad y los asuntos

relacionados con su marcha. Leonor quiso agradecerles todo lo que estaban

haciendo por ella, sobre todo, que permanecieran a su lado en aquel

momento tan difícil.

Leonor tenía todo dispuesto. Eliette no aceptaba que se marchara de

aquella forma porque no compartía con ella su opinión sobre Francesco, así

que volvió a insistir pidiéndole un último intento ya que él la había llamado

por teléfono en muchas ocasiones sin que respondiera.

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—¿Por qué no te ves con él aunque sólo sea para explicarle la

decepción que has sufrido?

Leonor estuvo recapacitando un instante sobre esa posibilidad hasta

que finalmente accedió a la petición de su amiga. Aún así no pensaba verlo,

lo llamaría por teléfono, era todo lo que estaba dispuesta a hacer.

Con el equipaje ya listo y a punto de ir al aeropuerto, llamó a

Francesco, pero el intentó por explicarse fue vano porque Leonor no atendía

a sus argumentos. En realidad no lo escuchó ni un solo segundo porque el

hombre el que había estado enamorada no era aquel ser servil de la

maderera. Se sentía hecha añicos, moralmente abatida y había hecho

aquella llamada para cumplir la absurda promesa hecha a Eliette.

Francesco insistía en que no se marchara hasta poder verla y hablar con

tranquilidad.

—Tengo los billetes, no hay vuelta atrás —Leonor dio por finalizada la

llamada sin ofrecerle posibilidad de respuesta porque había colgado. La

barrera entre ambos era tan infranqueable que no era posible derribarla

porque no atendía a argumentos.

Llegó la hora de partir. Eliette, Alain, Paulo y Toni fueron a

acompañarla hasta el aeropuerto de Manaos. En el mostrador de check in

los esperaba Germano. Todos intentaron hacer la despedida como si se

tratara de una ausencia temporal, procurando alejar todo atisbo de tensión.

Leonor se sentía apenada por dejar la Amazonia y sobre todo a ellos, pero

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se alegraba de haber forjado una amistad que se mantendría en el tiempo.

Se abrazó con fuerza a Toni.

—Nos veremos pronto Toni. En cuanto llegues, llámame. Te voy a

echar mucho de menos —le dijo con cariño.

—Cuídate —respondió, a la vez que le daba un beso.

En la despedida Leonor empleó palabras para cada uno de ellos. A

Eliette le agradeció lo que había hecho por ella, pero sobre todo el haber

encontrado una nueva amiga. Se reencontrarían cuando volvieran a

Europa.<<Burdeos no está lejos de Barcelona>>, dijo.

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TERCERA PARTE

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VEINTIOCHO

Lorena, Ana, Irene y María no hacían más que levantar la cabeza

cada vez que la puerta automática por la que salían los pasajeros se abría.

El panel informativo en el que aparecía el vuelo de Leonor parpadeaba

desde hacía largo rato con la palabra: aterrizado.

Lorena y Ana sostenían una pancarta: Benvinguda a casa. María esperaba

ansiosa, con un ramo de flores, a que saliera por aquella puerta. Cuando

apareció empezaron a gritar como si se tratara de las fans de una artista,

provocando la curiosa mirada de los allí concentrados. Leonor se tapó los

ojos con las manos como si la algarabía la intimidara. Soltó el carro con las

bolsas para abalanzarse sobre María. Ambas se fundieron en un largo

abrazo al que se unieron las otras.

—¿Cómo estás María? ¿Cómo llevas el embarazo?

—Estoy muy bien, ningún problema, echando barriga, ya ves.

—¡Qué contenta estoy de veros!

—Nosotras también.

—Cuando María nos comunicó que querías vernos en el aeropuerto,

no dudamos ni un minuto en venir.

—Me alegro mucho, de verdad. No os podéis imaginar cómo me he

acordado de vosotras, cómo he pensado en cuanto os echaba de menos.

La de estupideces que llegué a cometer durante el tiempo en que os

mantuve alejadas de mí.

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—Deja eso, tendremos tiempo de hablar con más calma. Lo

importante es que estás de vuelta —dijo Ana dándole un beso.

Fueron a buscar el coche de María. Cargaron el equipaje, para

dirigirse a Barcelona y dejar a Leonor en su casa.

—Necesito unos días de descanso. Luego me ocuparé de arreglar los

papeles para la reincorporación al hospital. Si os parece, podemos quedar

el viernes, habré acabado de situarme ¿Por qué no venís a casa? Quiero

contaros muchas cosas, además tengo una noticia.

—¿Y nos vas a dejar tantos días en ascuas? —preguntó Lorena.

—Sí —contestó con una sonrisa.

—Sigues siendo tan mala como siempre —afirmó Ana.

—Quedamos a las siete y media el viernes.

—Espera, te ayudamos a subir las bolsas —sugirió Irene.

—No, gracias, prefiero hacerlo yo. Tengo ganas de entrar en casa

sola. Necesito recuperar mi espacio poco a poco.

—Si te apetece que nos veamos antes no dudes en llamarme.

Leonor entró en el zaguán, reconoció aquel olor característico de la

entrada. Inspiró profundamente para coger las bolsas y dirigirse al ascensor

como si se preparara mentalmente para ver de nuevo su casa después de

tantos meses. Se quedó unos segundos delante de la puerta y finalmente

sacó las llaves de la mochila para abrir. <<María está en todo, como

siempre>>, pensó al notar el olor del suelo recién fregado. Depositó el

equipaje en la entrada para echar un vistazo alrededor: todo estaba tal

como lo había dejado.

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Una a una fue recorriendo las habitaciones de la casa que encontró

tan acogedora como la recordaba, con sus libros, los objetos, los cuadros y

las fotografías que con el tiempo se habían acumulando en cada rincón.

Recostada en el sofá le pasaron en un instante muchas de las experiencias

del Amazonas y aunque se había prometido no recordar jamás a Francesco,

su imagen fue una de las primeras quede forma dolorosa le vino.

El timbre del teléfono dejó en suspenso aquel intenso dolor. La

llamada era de su madre que no paraba de preguntarle una y otra vez cómo

estaba y de decirle las ganas que tenía de verla y que le contara todo.

—Mamá, quiero que vengas a pasar unos días conmigo a Barcelona y

así te cuento despacio y con detalles lo que quieras saber.

—Claro. Tengo muchas ganas de verte. Si supieras cómo te eché de

menos en Navidad, ha sido la primera vez que no la hemos pasado juntas.

¿Cuándo te viene bien que vaya?

—Cuando quieras.

—Entonces la semana que viene. Voy a ver si me lleva tu tío a

Alicante y cojo el Euromed.

—Estupendo mamá. Cuando tengas el billete me llamas para saber a

qué hora debo recogerte. Tengo que contarte muchas cosas.

Yo también. Me alegro de que por fin hayas vuelto.

Aunque estaba cansada no paró de hacer cosas: colocó la ropa limpia

en el armario, echó la sucia al cesto y se disponía a preparar una ensalada

para cenar cuando sonó de nuevo el teléfono.

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—¿Qué tal lo has encontrado todo? —preguntó María.

—Impecable. Eres un sol.

—Llamé a Rosa para que fuera a limpiar y le dije que comprara alguna

cosa de comer, supongo que las habrás visto.

—Tengo la nevera llena, ha cumplido de sobras con su tarea.

—¿Cuándo vas a pasarte por el hospital?

—Pasado mañana. Quiero dedicar un día a descansar. Debo

resituarme en el tiempo y el espacio.

—Creo que tuviste una buena idea al pedirme que nuestras amigas

vinieran al aeropuerto, están contentas.

—Yo también lo estoy. Vivir en la Amazonia me ha dado otra

perspectiva de las cosas. Los últimos días que pasé allí me sirvieron para

cuestionar algunas actitudes y poner en valor otras, entre ellas he aprendido

a apreciar el valor de la amistad.

—Me alegro de tenerte de vuelta. Tendremos oportunidad de hablar

sobre eso. Ahora descansa, debes necesitarlo.

—Gracias por ocuparte de mí. Te llamo pasado mañana cuando esté

en el hospital.

A pesar del cambio de horario durmió de un tirón hasta las ocho de la

mañana. Se levantó para preparar un café con leche y unas tostadas con

aceite y sal como tenía por costumbre. Cada bocado de pan le provocaba el

mismo placer que el mejor de los manjares. Cuando acabó de desayunar

cogió el teléfono para llamar a Joan Rius, pero no recibió respuesta. Se fue

Page 272: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

al armario para coger ropa cómoda ya que tenía intención de caminar un

largo rato, de recorrer aquellos lugares por los que disfrutaba paseando. Al

ponerse los pantalones vaqueros notó que le iban justos, así que los cambió

por unos más amplios. <<Tendré que pensar en comprar ropa de

embarazada>>, se dijo. Bajó a la calle para ir al quiosco a comprar un par

de diarios. El quiosquero la saludó de manera efusiva ysorprendido al verla.

<<Pensé que te habías mudado de barrio>>, le dijo. Algunas mañanas la

había echado de menos con aquellas prisas que siempre llevaba, él la

llamaba la clienta veloz. Leonor se rió del apodo y estuvieron de charla un

rato hasta que se marchó para tomar un café en el bar mientras leía la

prensa con tranquilidad. Le gustaba recuperar aquella parte de sus

costumbres: visitar el quiosco, leer la prensa, aunque fuera todo a la

velocidad de la luz.

En la cafetería también la habían echado en a falta, pensaban, como

el quiosquero, que se había cambiado de casa. Les contó por encima lo que

la mantuvo fuera y se fue a una mesa para leer mientras tomaba un café

con leche. Al acabar de ojear los periódicos salió hacia el aparcamiento a

recoger el coche, puso las llaves en el contacto y el Audi arrancó a la

primera a pesar de haber estado tanto tiempo parado. Aunque el día había

amanecido bastante nublado, tenía ganas de ver el mar, su mar, el que

tantas veces había echado en falta en los momentos difíciles, el que la

ayudaba a relajarse cuando había algún problema y se dirigió a la playa de

San Sebastián. Mientras conducía le hizo gracia verse inmersa en el atasco

que tantas veces había deplorado, era otra manera de sentir aquella parte

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de la ciudad de la que menos disfrutaba, pero que la devolvía a la realidad

que tanto encontró a faltar en sus últimos días en la selva.

Aparcó el coche y se dispuso a caminar por la arena. Lo hizo por la

orilla, con cuidado de no mojarse. Mientras observaba con detenimiento las

pisadas y sentía el tacto de la arena en los pies, pensaba en el embarazo.

Desconocía si el hijo que esperaba era niño o niña. Esa era otra de las

cosas pendientes: una ecografía, no tanto por conocer el sexo, que le era

igual, sino por saber cómo estaba. No tenía molestias: los pechos muy

grandes, más olfato y poca cosa más. Se distrajo un rato mirando el romper

de las olas sin pensar en algo concreto, cuando de repente, de un modo

casi inevitable, recordó al miserable de Burton que al final se había salido

con la suya: echarla del país. Entonces lo dio por bueno porque la condición

para que marchara había sido que el director aceptara buena parte de las

reivindicaciones de los trabajadores de la maderera. Mirándolo por el lado

positivo, le había hecho un favor: embarazada no hubiera podido seguir por

mucho tiempo con aquel trabajo. Recordó con tristeza la despedida de sus

compañeros y sobre todo de Germano, su chamán, que por fin se dedicaría

a buscar trabajo en Manaos para disfrutar más de su familia.

No quería pensar en Francesco, pero era imposible no recordarlo,

seguía enamorada. Le causaban dolor los últimos recuerdos: la discusión,

Burton, las mujeres delante de las oficinas y la imperdonable actitud de

Francesco. El Francesco que aún amaba no se parecía a aquel hombre del

conflicto en la maderera. No logró entender por qué su actitud servil ante

Burton tan poco digna de la persona inteligente que ella había conocido.

Page 274: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

Se distrajo de nuevo observando el rompiente de las olas mientras

poco a poco se convencía de que tocaba pensar en ella y en la nueva vida

que se desarrollaba en su interior. Deseaba a esa criatura, aunque fuera sin

un padre en que apoyarse. Esta vez sí.

Se dirigió al coche con intención de comprar ropa de embarazada y de

bebé, eso la entretendría. Recuperó algo de optimismo al pensar en las

primeras prendas, unos peucos: tenerlos desde el principio daba buena

suerte. Estaba de compras, cuando Joan Rius la llamó expresándole la

impaciencia por verla, por saber cómo le había ido. Le pidió que acudiera al

día siguiente al hospital y le contara los detalles.

De regreso a casa sintonizó una emisora de música, de pronto creyó

reconocer los primeros compases de Night and day de Cole Porter, la

misma canción de aquella noche en que bailó por primera vez con

Francesco. Le asaltó la duda respecto al final de la relación. Se preguntaba

si no había sido demasiado tajante, ni siquiera le dio una oportunidad para

explicarse. Siempre pecaba de actuar a impulsos, de manera inmediata, tal

vez se hubiera equivocado. María le decía que era poco reflexiva. <<Ahora

ya no tiene remedio, es demasiado tarde>>, pensó.

Una vez en casa llamó a María para comentarle que se vería con Rius

en el hospital. Utilizó lo de su jefe como excusa, en realidad deseaba hablar

sobre lo que le pasaba por la cabeza respecto a Francesco, pero desistió

por creer que no tenía todos los hilos del conflicto como para que le diera

una opinión. Además, no era un asunto para hablarlo por teléfono, así que

se limitó a quedar para tomar café cuando hubiera acabado con Rius.

Page 275: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

A las siete menos cuarto de la mañana estaba despierta. No había

descansado bien porque sintió necesidad de ir durante la noche un par de

veces al lavabo y tardó en reconciliar el sueño. Había quedado con Rius a

las ocho, antes de empezar las sesiones del equipo.

Salió de casa para coger el metro: otro impulso más en la

recuperación de la cotidianidad. El vagón iba a rebosar. Se dedicó a

observar a la gente, como siempre le gustaba hacer cuando no leía. Vio

algunas caras conocidas, las de los que coincidían con ella en el trayecto

hacia el trabajo. Le gustaba estar allí, de vuelta a la normalidad.

Una vez en el hospital, entró en el despacho de su jefe. Joan y ella se

estrecharon en un fuerte abrazo.

—Estás espléndida. Veo que los seis meses en el Amazonas han

servido para ponerte más guapa. El moreno te favorece mucho.

—Vengo del verano, sol y calor había para dar y vender.

Como una locomotora de tren rápido explica a Rius su trabajo en

Brasil. Aunque tenía mucha confianza con él, casi no lo dejó hablar para

evitar en lo posible un salto a las cuestiones personales. Rius le pidió calma,

tenían mucho tiempo por delante y quería un relato tan apresurado. Ahora

debían ocuparse cuanto antes de arreglar los detalles de la vuelta al

trabajo. Seguía empeñado en proponerla como Directora de Departamento,

su jubilación sería en menos de seis meses. Leonor le agradeció la

confianza que seguía depositando en ella, pero de nuevo rechazó la oferta,

creía que Osnola, su jefe en Mozambique, estaba mucho más preparado

Page 276: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

para desempeñar esa función, además de ser el descubridor de la vacuna

contra la malaria, tenía méritos más que suficientes para el cargo. No quería

asumir tanta responsabilidad como le dijo en las otras ocasiones.

—Pareces muy segura, no volveré a insistir, aunque plantéate la

posibilidad de ser la adjunta.

—Cabría la posibilidad de que asumiera ese cargo, aunque dependerá

de que me proponga la dirección y el propio Osnola.

—Eso es otra cosa. Nunca has sido una mujer que esquive

responsabilidades, me tenías un poco desconcertado.

Leonor pidió un par de semanas para la reincorporación. Su madre iba

a estar con ella y quería dedicarle tiempo. También para adaptarse al nuevo

ritmo. <<Tengo cosas que contarte, pero tienes razón, tendremos otras

oportunidades para seguir charlando>>, dijo al despedirse.

En la tarde del viernes todas acudieron a la cita con Leonor que

preparaba café mientras escuchaba a sus amigas en animada charla e iba

pensando la forma en que les contaría la prometida noticia.

—Tenemos que ir a celebrar el reencuentro como mandan los

cánones —dijo Lorena—. Hay que darse una gran juerga.

Leonor sirvió el café y se sentó en uno de los brazos del sofá.

Esperaban impacientes la noticia prometida, pero al ver que Leonor no

soltaba prenda, Lorena sacó el tema.

—A ver, que nos tienes en ascuas ¿Cuál es la noticia?

—Estoy embarazada —dijo Leonor con total naturalidad.

Page 277: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

—¿Embarazada? —preguntó María en tono de asombro.

—Sí.

—¿Pero quién es el padre? —preguntó Ana.

—¡No me digas que las dos vamos a ser madres casi a la vez!

—Me llevas ventaja, yo estoy de poco más de dos meses.

—¿Y el padre? —insistió Ana.

—Francesco, tiene que ser Francesco —aseguró María con

entusiasmo, sin saber nada de la ruptura.

—¿Y quién es Francesco? —preguntó Irene.

—Un italiano de ojos azules que debe estar buenísimo —explicó

María sonriendo.

—Sí, es Francesco.

—¡Cuenta, cuenta!

—Es una larga historia, pero él ya no está.

—¿Cómo que no está? Quieres decir que no ha venido.

—Quiero decir que se acabó, que está fuera de mi vida. No me pidáis

que os lo cuente ahora, es muy doloroso y no me apetece. Necesito tiempo

para asimilar lo sucedido, está muy reciente. Ahora quiero disfrutar de

vuestra compañía, de que estéis a mi lado durante el embarazo, lo voy a

necesitar.

A pesar de la petición, quisieron saber algo más: quién era Francesco

y por qué se había acabado la relación. Leonor cedió finalmente, si eran

sus amigas por qué no hablarlo. Quiso explicar cómo lo había conocido, lo

feliz que se sintió, los momentos inolvidables hasta que ocurrió el

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desafortunado incidente en la empresa maderera. Descubrió en aquel

desdichado momento a un hombre distinto, utilizado por Burton,

prestándose a un juego que no le concernía y que acabó por desacreditarlo

ante sus ojos.

—Eso es todo. Desde entonces no lo he vuelto a ver

—concluyó con tristeza.

—Disculpa, pero creo que a ese hombre le tocó un papel un poco

difícil. Es lo que deduzco —dijo Lorena.

—No es momento para más análisis. Las cosas están así y así

quedarán, es todo lo que puedo añadir.

—¿Pero no lo echas de menos?

—Sí, lo echo de menos, pero no sé si sigo enamorada de él. No hay

vuelta atrás, se acabó, de eso estoy casi segura.

—¿Has decidido tener un hijo sin un padre que comparta contigo su

crecimiento?—preguntó Lorena.

—Sí.

—No tengo nada en contra, pero ¿Te lo has pensado bien?

—No ha sido una decisión fácil, pero sí muy meditada. Debo añadir

algo que desconocéis.

Las cuatro esperaban expectantes, dispuestas a oír lo que parecía un

secreto. Leonor se sirvió un vaso de agua, como dando tiempo a buscar el

mejor principio de su historia. Les hizo recordar cuando Víctor y ella dijeron

a todos los amigos que iban a buscar un hijo. Se acordaban porque fue un

anuncio a bombo y platillo. Cuando Víctor murió, ella estaba embarazada

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del mismo tiempo que ahora, de poco más de dos meses, pero su marido y

ella decidieron no anunciarlo hasta el tercer mes, para estar seguros de que

todo iba bien: nadie lo sabía. Al morir Víctor, pensó que no quería un hijo sin

un padre a su lado y decidió abortar. Fue una decisión muy dolorosa que

unida a la pérdida de su marido la hizo pasar por unos momentos terribles.

Por eso le había costado tanto recuperarse. Leonor acabó y nadie sabía

qué decir. Unas miradas entrecruzadas de asombro y desconcierto en

medio de un silencio sepulcral inundaron la sala en una imagen fija de

estupefacción.

—¿Entendéis por qué esta vez si quiero tenerlo? —les preguntó entre

lágrimas.

Otro silencio sucedió a la pregunta hasta que María tomó la palabra.

—Si es tu decisión, estaremos contigo. Tendrá muchas madres —

afirmó María abrazando a Leonor mientras le daba un beso.

—Estaremos a tu lado, de eso no tengas ninguna duda

—dijo Lorena.

Leonor se levantó para ir al lavabo a refrescarse la cara.

Aprovecharon la ausencia para comentar entre ellas lo precipitada que les

parecía la decisión de no volver a ver a Francesco, aunque sabían que ser

iba a resultar difícil cambiarle aquella opinión. Aunque alguna consideró

como acertada la decisión. No conocían de cerca el problema como para

estar seguras de cuál era la mejor opción.

Cuando Leonor regresó con signos evidentes de haber llorado quiso

que la dejaran sola. A regañadientes las amigas dijeron entenderla para por

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fin abandonar el piso. Cuando se disponían a coger el ascensor María

manifestó estar preocupada y consideró que no se la podía dejar sola en

aquel estado, así que decidió volver para asegurarse de que estaba bien. El

resto del grupo entendió que era mejor dejarla a solas con María en una

conversación más íntima.

María llamó al timbre y enseguida se abrió la puerta, como si Leonor

hubiera estado esperándola. Se abrazó a ella sin decir nada

reconfortándose en el prolongado abrazo.

—Vamos a sentarnos —propuso María.

—Sí.

—¿Cómo no me habías contado lo de tu aborto? Debiste pasarlo muy

mal.

—Ya lo he explicado. Me vi incapaz de asumir esa responsabilidad

sola. Tampoco deseaba compartir con nadie una decisión tan dura, es

posible que me equivocara. Seguramente habría sido más llevadero de

haber contado con tu apoyo. Quizás tengas razón, pero eso pertenece al

pasado.

María quiso saber si no era posible reconsiderar la ruptura, aunque

dejara pasar un tiempo en el que las cosas se reposaran. Según ella debía

asegurarse de que todo tuviera una explicación convincente incluida la

actitud de Francesco.

—Creo que pertenece al pasado por mucho que me duela.

Fueron a buscar algo para picar a la nevera. Xavier estaba de viaje,

así que María decidió que se quedaría a dormir. Mientras continuaron

Page 281: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

charlando María percibió en Leonor un atisbo de duda por la pérdida de

Francesco, un punto de arrepentimiento, aunque fuera incapaz de

aceptarlo, pero se dijo que aquella noche había dado de sí todo lo posible y

no cabía perturbar a Leonor con más dudas. Lo que cabía era hacerle

compañía, que no se sintiera sola, que notara que le quedaban personas en

las que poder confiar y que la ayudarían a sobrellevar las preocupaciones.

Leonor fue a recoger a su madre a la estación de Sants. El Euromed

había llegado puntual. Buscó con la vista entre los vagones hasta que

alcanzó a verla saliendo de uno de ellos. Con el paso apresurado se dirigió

hacia ella dándole un fuerte abrazo por la espalda.

—¡Qué susto! Hacía tiempo que no te veía tan impetuosa.

—Es que tenías ganas de verte. Te invito a dar un paseo por la

Barceloneta.

—¿Pero así, sin pasar antes por tu casa?

—Sí, quiero charlar contigo y me apetece estar a la orilla del mar, ya

sabes que es mi gran aliado ¿Cuánto tiempo hace que no ves el mar?

—¿Has dicho aliado? ¡Qué será lo que me vas a decir!

—Es una forma de hablar mamá. Simplemente creo que estaremos

mejor.

—Desde que me marché de Barcelona no he pisado un lugar cercano

al mar. También me apetece verlo.

Page 282: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

Llegaron a la Barceloneta. Aunque hacía fresco el día era soleado y

apetecía caminar por la orilla del mar. Leonor estaba deseosa de

comunicarle a su madre el embarazo, pero entiende que debe darle la

noticia de manera que no se produzca en ella ningún rechazo, así que

empieza por explicarle su apasionante experiencia en el Amazonas. No

para de darle detalles, contarle anécdotas, describirle el paisaje hasta que

en un momento determinado, sin dar más rodeos, lo suelta de sopetón:

estaba embarazada.

—¿Quién es el padre? un buen hombre, seguro, aunque no me

gustan estas modas de ser madre sin que te hayas casado, pero bueno, se

te estaba haciendo un poco tarde, eso es cierto ¿Cuándo me lo

presentarás? Porque tengo muchas ganas de ser abuela, ya lo sabes ¿Pero

cómo no me has dicho antes que tenías pareja? ¡Hay que ver qué manera

de hacer las cosas! Todo esto me coge mayor para que pueda entenderlo.

Leonor no sabe cómo parar aquel torbellino de aseveraciones y

preguntas hasta que se arma de valor y responde.

—No vivo en pareja y aunque sé quién es el padre no va a estar aquí,

hemos acabado nuestra relación.

La madre se quedó sin habla, no era una mujer muy conservadora,

pero no alcanzaba a entender aquello de tener un hijo sin compartir con

nadie esa responsabilidad. Cuando intentó abrir la boca, Leonor la atajó.

—Te he llamado para que estés unos días conmigo. Te parezca bien

o no, la situación es la que es. Quiero que me digas que estás encantada de

Page 283: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

tener un nieto. —Intentó dulcificar la voz—. Necesito tu apoyo, sentir que

estás conmigo aunque no acabes de entenderme.

—Me pides apoyo y no me dejas ni saber cómo ha sucedido todo.

Aceptaré las cosas como vengan y, por supuesto, puedes contar conmigo,

pero si no ahora, en otro momento deberías explicarme por qué el padre de

esa criatura no aparece o no va a aparecer. Ni siquiera sé quién es.

—Mamá, no te lo tomes a mal. Ya sé que para ti es impensable que tu

hija sea madre de esta manera, pero es una decisión que he meditado

mucho.

—Yo soy algo mayor para entender esas cosas. Creo que un hijo

necesita tener otras condiciones.

—No te preocupes por eso. El niño o la niña estará estupendamente.

No te preocupe el qué dirán.

—El que dirán me da exactamente igual, aunque no lo creas. Deseo que

seas feliz. Si es tu decisión, habrá que aceptarla.

Acabaron de dar el paseo casi en silencio hasta que decidieron

regresar a casa.

Cuando Leonor había terminado de acomodar las cosas de la madre

en la habitación se sentó junto a ella en el sofá.

—Quiero que sepas que la decisión de seguir adelante con el

embarazo es firme porque me apetece tener un hijo. Esto no ha sido

producto de una noche loca sino del amor, el que sentía por un hombre que

se me ha venido abajo.

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—No entiendo lo que me dices porque tampoco te explicas, pero no

voy a insistir en algo que parece te produce dolor. Sabes que puedes contar

conmigo y si hace falta me vuelvo a vivir a Barcelona para poder ayudarte.

—Has rehecho tu vida en Ceutí y no quiero que lo abandones por nada

del mundo, empezar de nuevo te iba a resultar costoso.

—Pero si me necesitas…

—Si te necesito te llamaré. Por el momento creo tener suficientes

fuerzas como para afrontarlo.

Leonor se incorporó al trabajo después de pasar unos días con su

madre, que sirvieron para que ambas hallaran un difícil punto de encuentro.

Algunos antiguos compañeros ya no estaban debido a la reducción de

plantilla, pero básicamente las cosas habían variado poco y seguían como

antes de su marcha. En unos meses Joan Rius se jubilaría y la dirección del

hospital decidió nombrar a Osnola Director de Salud Internacional y a

Leonor adjunta. Cuando le comunicaron la decisión se sintió satisfecha por

haber aceptado la propuesta de Rius. Trabajar con Osnola siempre había

sido muy gratificante para ella y mantener su puesto de trabajo, doble

gratificación.

Osnola estaba en Mozambique porque recibía la visita de Bill Gates.

Su fundación había decidido dedicar una buena partida de dinero para la

investigación de la vacuna. Esa visita había impedido que Leonor se pusiera

Page 285: Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

en contacto con el sería su superior y ponerse a su inmediata disposición

como hubiera querido.

Era casi la hora de salida. Leonor va hacia el despacho para recoger

las cosas, cuando se tropieza con la señora a la que no aceptó el ramo de

flores.

—¡Hola! ¿Cómo está? ¿Qué la trae por aquí?

—¡Hola doctora Ayala! He venido a acompañar a mi hijo a una revisión

rutinaria.

—Debe usted disculparme por el feo que le hice al no aceptar el ramo

de flores con que usted quiso obsequiarme cuando la enfermedad de su

hijo.

—No se preocupe, eso ya quedó olvidado.

—No debí ser tan desagradable. Insisto en pedirle disculpas.

—Si se va a sentir mejor, se las acepto. Siempre le estaré agradecida

por lo que hizo por él. Desde entonces no ha tenido más problemas.

—Me alegro. Salúdelo de mi parte.

—Se alegrará al saber de usted. Muchas gracias.

Había quedado con María para comer y comentarle la decisión de la

gerencia del hospital, pero no habían concretado la hora así que la llamó al

móvil.

—He tenido que salir del hospital por unos papeleos. Vete al

restaurante y nos vemos allí, la mesa está reservada a tu nombre —dijo

María.

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Leonor fue a su despacho a cambiarse y recoger sus cosas. Salió a la

calle en donde tomó un taxi que la llevaría al restaurante. Mientras el taxi

avanzaba a través del intenso tráfico Leonor pensaba en el nombramiento,

le había hecho verdadera ilusión, en eso Rius había acertado de pleno,

como en tantas otras ocasiones.

Subió despacio los escalones que llevaban hasta la primera planta en

la que se encontraba el restaurante.

—¡Hola Bruno!

—¡Hola Leonor! ¡Cuánto tiempo sin verte!

—He estado fuera por trabajo.

—María te espera allí — dijo señalando la mesa.

Cuando dirigió la mirada hacia María vio sorprendida que a su lado

estaba Francesco. Hizo el gesto de girarse para marchar, aunque

enseguida rectificó dirigiéndose hacia la mesa con verdadero malhumor y

ganas de saber a qué obedecía aquella encerrona. Al verla entrar María se

levantó y fue a su encuentro.

—Leonor, tienes que hablar con él. Nada ha sido como lo habías

imaginado. Debes darle la oportunidad de explicarse, creo que no se

merece lo que estás haciendo.

—¿Y por qué no se ha explicado antes?

—¿Acaso lo dejaste? Hablé con él y te aseguro que debes escucharlo.

A veces ocurre que interpretamos mal lo sucedido ¿Quién dice que no es lo

que te ha ocurrido a ti?

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Leonor estaba indecisa, llevaba días pensando que fue ella la que

cometió el error de abandonarlo de aquella manera, aunque le costaba

reconocerlo. Optó por ceder a la súplica de su amiga. Llegó junto a

Francesco y dejó que la saludara con unos besos en la mejilla. Se sentó

frente a él. Hubo unos segundos de un tenso silencio, durante el cual, ni

siquiera se cruzaron las miradas. María rompió el hielo con una pregunta

tonta para salir del apuro.

—¿Habías estado aquí Francesco?

—No, es la primera vez que vengo a este restaurante.

—Creo que debemos dejarnos de rodeos —sugirió Leonor impaciente

ante la situación.

—Yo he venido a eso, a aclarar las cosas y lamento que tengamos que

meter a María en esto.

—Si lo preferís, me marcho —dijo María.

—No, quédate, a lo mejor es la manera de que podamos conversar

con tranquilidad —advirtió Leonor.

—Está bien, me siento parte implicada sin deber, pero ya que he sido

la artífice de este encuentro, deseo que habléis con tranquilidad.

—Estoy tranquila, mejor dicho, quiero estarlo, porque no sé por dónde

empezar la conversación para no cometer el mismo error dos veces.

—-¿Quiero eso decir que has decidido escuchar mi versión? —

preguntó Francesco empleando un tono conciliador.

—Sí, eso es lo que quiero decir, aunque no signifique nada en

concreto.

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Francesco aprovechó esa predisposición para coger la mano de

Leonor sin que ella ofreciera resistencia. Mirándola a los ojos quiso hacerle

saber que para él también había sido uno de los momentos peores de su

vida. En aquel momento tomar una decisión en un sentido o en otro podía

haber estropeado para siempre lo que era su deseo fundamental: estar con

ella. Burton lo utilizó e hizo todo lo posible para que lo echaran de Brasil por

su falta de colaboración. Se había enterado por Toni de las circunstancias

de su vuelta: la intervención del Director de la maderera, la resolución final

del conflicto. Los intentos por hablar con ella habían sido vanos porque

nunca aceptó contacto alguno con él, ni directamente, ni a través de los

amigos, sólo aquella última llamada en la que no le dejó explicarse. No

podía seguir en Brasil mientras ella estaba en Barcelona. Se había quedado

sin trabajo en la Amazonia, aunque con el beneficio de mantener el contrato

con la empresa para cualquier otro lugar. Por esa razón estaba allí, había

optado por pedir el traslado a Barcelona con el único objetivo de

recuperarla. Tanto si ella quería escucharlo como si no, su decisión estaba

tomada. Su incorporación a Barcelona se produciría en un par de meses.

Mientras daba toda aquella pormenorizada explicación Leonor parecía

ausente, aunque seguía cogida de la mano de Francesco.

Él continuó explicando que había recurrido a María para contactar con

ella, la había encontrado en el Clínico sin ninguna dificultad.

—Ella me ha explicado cómo te sentías y por todo lo que estabas

pasando, incluido tu embarazo del que nadie me había informado, eso me

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inclinó a provocar este encuentro. He dejado pasar un tiempo prudencial

para que te incorporaras al trabajo, a tus tareas comunes.

La miró fijamente a los ojos.

—Quiero que sepas que también deseo ese hijo tanto como lo puedas

desear tú.

Leonor no fue capaz de articular palabra. Sus ojos se humedecieron.

Francesco se levantó para abrazarla y besarla y ella se dejó hacer, pero el

contacto de sus brazos y el beso no provocaron ninguna sensación

especial, algo se había desvanecido en su interior.

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ÚLTIMO

Querido Toni,

Te mando las primeras fotos de Victoria ¿Verdad que es preciosa? Me

paso las horas mirándola. Es increíble cómo despierta en mí una cantidad

ilimitada de sentimientos.

El parto fue bien, aunque algo largo. El milagro de la epidural hizo que

viviera su nacimiento con intensidad. María estuvo a mi lado en todo

momento, fue gratificante sentir su mano dándome cariño y apoyo.

He sentido nostalgia del trabajo y la gente que dejé allí desde que volví

de la Amazonia. Después de darle muchas vueltas, he llegado a un acuerdo

con Osnola y la Fundación Bill Gates por el que están dispuestos a invertir

en el proyecto amazónico. Cuando Victoria cumpla un año volveré con ella a

Brasil para hacerme cargo de ese trabajo.

Queda poco para tu regreso a Barcelona y cuento los días hasta que

eso ocurra: te he echado mucho de menos.

Un beso.

Leonor

Altea-Castelldefels

2004-2008

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AGRADECIMIENTOS

A mis primeros lectores: Anna Griñó, Clara Carbonell, Lola Irún,

Concha Acedo, José Valentín y Ángeles.

A la escritora Ángeles Mastretta, por permitirme usar su cita.

A la escritora Gemma Lienas, por su apoyo en el recorrido editorial.

Al editor Emili Rosales, que al manifestar su opinión respecto de esta

novela hizo que continuara el camino.

A Salvador Clotas, cuyos ojos críticos puestos sobre el manuscrito y

los comentarios vertidos en torno a una sobremesa agradable me dieron el

empuje anímico que necesitaba.

A Mª José Palau y Montserrat Espuña, enfermera y doctora

respectivamente del Hospital Clínic de Barcelona, porque sin ellas saberlo

formaron parte del embrión del que partió la idea original.

Al doctor Pedro Alonso, a quien no tengo el gusto de conocer, pero al

que el mundo le debe agradecimiento por sus investigaciones en favor de la

desaparición de la malaria.

A mi marido, Agustín Marina, primerísimo lector e incansable en

infundirme confianza. A mis hijos Michel, Lourdes y Albert y sus respectivas

parejas, Núria, Juato y Aroa por creer en mi. A mi <<princesa>> Elisabet, mi

nieta.