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REV COLOMB CANCEROL 2005;9(3):137-140 137 Cartas al editor Al editor: El sentido de la búsqueda Investiga, investigador. El futuro está hecho de investigación. Ortega y Gasset Atrapados entre dos eternidades, el pasado desvane- cido y el futuro incierto, jamás dejamos de determi- nar nuestra posición y nuestro rumbo. Heredamos el legado de las ciencias y de las artes: las hazañas de los grandes descubridores y creadores. Nos sola- zamos con sus descubrimientos y creaciones. Pero todos somos buscadores. Todos queremos saber por qué. El hombre es el animal que hace preguntas. Y, aunque el descubrimiento, la creencia de haber dado con la respuesta puede alinearnos y hacernos olvidar nuestra condición humana, es la búsqueda la que nos mantiene unidos, la que nos hace humanos y preserva nuestra humanidad (1). La cultura occidental ha conocido tres grandes épocas de investigación. En la primera, el ser humano buscó respuestas a sus interrogantes más vitales en un Dios que le hablaba desde arriba o en el pensamiento filosófico que nacía de su reflexión interior; fue la época de los profetas y los filósofos que buscaban la salvación o la verdad en el Dios de los cielos o en la capacidad de raciocinio que nos es innata. Vino luego una segunda época de búsqueda colectiva, de emulación de la civilización en el sentido democrá- tico, una búsqueda basada en la experiencia y en el liberalismo. Finalmente, la tercera, asentada en los pilares de las ciencias sociales, donde orientado hacia el futuro, el hombre parece gobernado por las fuer- zas de la historia. Esta época alumbró hombres tan excepcionales como Spengler y Tynbee, Kierkegaard, William James, Acton, Carlyle y Emerson, Malraux, Bergson y Einstein (2). El gran cambio en la dirección de la búsqueda, el que marcó la apertura del espíritu moderno, fue la vuelta a la experiencia. El regreso desde el anhelo ascendente de los profetas hebreos y la búsqueda interior de los filósofos griegos a un impulso que llevaba fuera de sí, a la inmensidad del mundo ex- terior. Este nuevo modelo de indagación volvería a congregar a los espíritus inquisitivos en comunidades, no ya en nombre del dogma y la ortodoxia, sino para dar continuidad a la búsqueda y renovarla en cada generación. La sociedad liberal moderna permitiría organizar la búsqueda ininterrumpida. Los descu- bridores en las ciencias, Galileo, Vesalio, Harvey, Newton, Malpighi y otros, revelaban lo ilimitadas que eran las zonas naturales aún no cartografiadas, mientras que Colón, Magallanes y Balboa hicieron comprender a los europeos la limitación de su expe- riencia de las tierras y de los mares. Cuando la ciencia se hizo pública, las sociedades mancomunaron la experiencia en agrupaciones donde parlamenta- ban científicos. Constantemente, la abertura de la experiencia revelaba posibilidades inimaginadas, a disposición de quien supiera explotarlas. Y siguió instigando a los buscadores a tratar de descubrir el sentido del universo y el cometido del hombre (3). Hoy hemos pasado de buscar el sentido del hom- bre y del universo a descubrir que el sentido está en la búsqueda. Hoy hemos pasado de investigar la finalidad o el propósito a preguntarnos por las causas; hemos pasado del por qué al cómo. ¿Puede eso vaciar de contenido nuestra experiencia humana? Si es así, ¿Cómo recuperar y enriquecer nuestro sentido ante la historia? Diana Esperanza Rivera Rodríguez Grupo Políticas, Legislación y Movilización Social Instituto Nacional de Cancerología, E.S.E, Bogotá, D.C., Colombia Referencias 1. Boorstin DJ. The Discoverers. New York: Random House; 2000. p.11-2. 2. Boorstin DJ. Los pensadores. Barcelona: Editorial Critica, S.L.; 1999. p.9. 3. Boorstin D. The Seekers. The story of man’s continuing quest to understand this world. New York: Random House; 1999. p.23.

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CARTAS AL EDITOR

REV COLOMB CANCEROL 2005;9(3):137-140 137

Cartas al editor Al editor:

El sentido de la búsqueda

Investiga, investigador. El futuro está hecho de investigación. Ortega y Gasset

Atrapados entre dos eternidades, el pasado desvane-cido y el futuro incierto, jamás dejamos de determi-nar nuestra posición y nuestro rumbo. Heredamos el legado de las ciencias y de las artes: las hazañas de los grandes descubridores y creadores. Nos sola-zamos con sus descubrimientos y creaciones. Pero todos somos buscadores. Todos queremos saber por qué. El hombre es el animal que hace preguntas. Y, aunque el descubrimiento, la creencia de haber dado con la respuesta puede alinearnos y hacernos olvidar nuestra condición humana, es la búsqueda la que nos mantiene unidos, la que nos hace humanos y preserva nuestra humanidad (1).

La cultura occidental ha conocido tres grandes épocas de investigación. En la primera, el ser humano buscó respuestas a sus interrogantes más vitales en un Dios que le hablaba desde arriba o en el pensamiento fi losófi co que nacía de su refl exión interior; fue la época de los profetas y los fi lósofos que buscaban la salvación o la verdad en el Dios de los cielos o en la capacidad de raciocinio que nos es innata. Vino luego una segunda época de búsqueda colectiva, de emulación de la civilización en el sentido democrá-tico, una búsqueda basada en la experiencia y en el liberalismo. Finalmente, la tercera, asentada en los pilares de las ciencias sociales, donde orientado hacia el futuro, el hombre parece gobernado por las fuer-zas de la historia. Esta época alumbró hombres tan excepcionales como Spengler y Tynbee, Kierkegaard, William James, Acton, Carlyle y Emerson, Malraux, Bergson y Einstein (2).

El gran cambio en la dirección de la búsqueda, el que marcó la apertura del espíritu moderno, fue la vuelta a la experiencia. El regreso desde el anhelo ascendente de los profetas hebreos y la búsqueda interior de los fi lósofos griegos a un impulso que llevaba fuera de sí, a la inmensidad del mundo ex-terior. Este nuevo modelo de indagación volvería a congregar a los espíritus inquisitivos en comunidades,

no ya en nombre del dogma y la ortodoxia, sino para dar continuidad a la búsqueda y renovarla en cada generación. La sociedad liberal moderna permitiría organizar la búsqueda ininterrumpida. Los descu-bridores en las ciencias, Galileo, Vesalio, Harvey, Newton, Malpighi y otros, revelaban lo ilimitadas que eran las zonas naturales aún no cartografi adas, mientras que Colón, Magallanes y Balboa hicieron comprender a los europeos la limitación de su expe-riencia de las tierras y de los mares. Cuando la ciencia se hizo pública, las sociedades mancomunaron la experiencia en agrupaciones donde parlamenta-ban científi cos. Constantemente, la abertura de la experiencia revelaba posibilidades inimaginadas, a disposición de quien supiera explotarlas. Y siguió instigando a los buscadores a tratar de descubrir el sentido del universo y el cometido del hombre (3).

Hoy hemos pasado de buscar el sentido del hom-bre y del universo a descubrir que el sentido está en la búsqueda. Hoy hemos pasado de investigar la fi nalidad o el propósito a preguntarnos por las causas; hemos pasado del por qué al cómo. ¿Puede eso vaciar de contenido nuestra experiencia humana? Si es así, ¿Cómo recuperar y enriquecer nuestro sentido ante la historia?

Diana Esperanza Rivera Rodríguez

Grupo Políticas, Legislación y Movilización Social

Instituto Nacional de Cancerología, E.S.E,

Bogotá, D.C., Colombia

Referencias

1. Boorstin DJ. The Discoverers. New York: Random House; 2000. p.11-2.

2. Boorstin DJ. Los pensadores. Barcelona: Editorial Critica, S.L.; 1999. p.9.

3. Boorstin D. The Seekers. The story of man’s continuing quest to understand this world. New York: Random House; 1999. p.23.

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REV COLOMB CANCEROL 2005;9(3):137-140

CARTAS AL EDITOR

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Al editor:

Las enfermedades raras en Colombia: abandono del sistema de salud

El ser humano puede padecer de enfermedades comunes, como la enfermedad coronaria, el cáncer de seno, el cáncer de próstata y la diabetes mellitus. Sin embargo, la misma naturaleza del ser humano también predispone a padecer enfermedades no tan comunes y con consecuencias también catastrófi cas sobre la salud de los individuos que las padecen. Tales enfermedades, a diferencia de las que denominamos comunes, parecen encontrar un campo fabuloso para su desarrollo en Colombia, en parte, debido a la ignorancia sobre las mismas y, en parte, debido a la falta de recursos para luchar contra ellas. La con-secuencia fi nal es que, en un país como el nuestro, padecer enfermedades raras seguramente resultará en tasas de mortalidad mayores que las observables en países más desarrollados, con la consecuente pérdida de invaluable capital humano.

El caso de la paciente presentada por la doctora Pabón ejemplariza las difi cultades de enfrentar una enfermedad tan rara -como un carcinoma adrenocor-tical- en nuestro país. Hubo un retraso de 9 meses, aproximadamente, antes de que tan agreste y obvia enfermedad fuese correctamente diagnosticada. Durante ese tiempo, el cáncer adrenocortical creció y se diseminó rápidamente, se tornó incontrolable y presentó colonias metastásicas en las glándulas mamarias, el hígado y los pulmones; como único tratamiento posible quedó la resección mutilante de diferentes porciones de esos órganos que, obvia-mente, no permitiría la curación de una enfermedad sistémica por naturaleza.

Desde este punto de vista, una medicina palia-tiva y piadosa sería valiosa para tratar tan difícil enfermedad. La debilidad muscular ocasionada por la secreción hormonal autónoma y exagerada de es-teroides por el tumor y la inherente predisposición a infecciones constituyeron terribles problemas que difi cultaron el curso de esta enfermedad y que ocasionaron sufrimiento a la paciente, a su familia y a todos los miembros del personal de salud que de una u otra forma tuvieron que ver con su cuidado. La paliación no sólo implicaba la búsqueda de una mejor calidad de vida por alivio del dolor o la

depresión, sino también por un mayor control de la secreción hormonal excesiva que esta paciente presentaba. Tal paliación fue imposible de alcanzar ya que, pese a dosis máximas de ketoconazol, éste fue incapaz de controlar la secreción hormonal de un tumor que se reproducía rápidamente día tras día.

Aunque en Colombia la Ley 100 ha permitido, sin lugar a dudas, un mayor acceso de la población al sistema de salud, se ha quedado corta y quienes están detrás de ella posiblemente no se han dado cuenta de que la medicina evoluciona día tras día y que lo que en un principio parecía ser un avance se está convirtiendo en un terrible obstáculo para el desarrollo de Colombia. Por consiguiente, la ley 100 está limitando el acceso de la población a trata-mientos más avanzados y, peor aún, impidiendo que en Colombia se pueda desarrollar investigación de primer orden que contribuya y compita con la de países más avanzados, lo que hace cada vez más y más amplia la brecha entre ellos y nosotros.

El sistema de salud no puede continuar siendo estático, porque la medicina cambia y la evolución del ser humano seguirá. Parte de la culpa de este problema recae en los mismos médicos quienes, conformistas, vemos que las cosas pasan sin que adoptemos una posición. Comentarios como “para qué hacer tal examen” o “conseguir tal medicación cuando muy pocas veces las vamos a utilizar” son aterradores para la salud de la persona que padece una enfermedad rara y minan el desarrollo intelec-tual de una sociedad. Dios quiera que nunca tan terribles enfermedades afecten gente que piensa de esa manera.

Camilo Jiménez

Grupo de Endocrinología Oncológica,

Instituto Nacional de Cancerología E.S.E.,

Bogotá, D. C., Colombia

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CARTAS AL EDITOR

REV COLOMB CANCEROL 2005;9(3):137-140 139

Bogotá, D.C., 4 de enero de 2006

Señor MAURICIO REYESCoordinador Producción Editorial MedilegisCiudad

Apreciado Mauricio:

Hemos tenido oportunidad de revisar formalmente la publicación del volumen 9 número 2 de 2005 que corresponde a la primera edición que se realizó con Me-dilegis. Para nuestro asombro y para el de buena parte de los autores de los artículos, encontramos algunos errores que se habían corregido en la evaluación del

segundo machote previa autorización de la impresión. Consideramos necesario corregir las principales faltas en una fe de errata, y que la casa editorial envíe una carta aclarando que la omisión fue involuntaria ya que el inconveniente se presentó en el proceso de preimpre-sión. La carta de aclaración será publicada en la sección de cartas al editor del número de septiembre.

Agradezco su colaboración.

Atentamente,

CARLOS VICENTE RADA ESCOBAR, M.D.Editor Jefe Revista Colombiana de Cancerología

Respuesta

Bogotá, D.C., 4 de enero de 2006

DoctorCARLOS VICENTE RADA ESCOBAR, MDEditor Jefe Revista Colombiana de CancerologíaCiudad

Estimado doctor Rada:

Lamento profundamente los errores que apa-recieron en el volumen 9 número 2 de 2005 de la Revista Colombiana de Cancerología, razón por la cual consideramos pertinente la inclusión de la fe de erratas en el siguiente número para enmendar la falla presentada en el proceso, ante el comité editorial, los autores de la publicación y los lectores.

Es importante dejar claridad sobre el carácter involuntario de la omisión en la incorporación de las

correcciones; ésta se debió a ajustes en el proceso de producción, y acudimos a su entera comprensión para entender los riesgos que implica el proceso de acople entre las personas involucradas durante todas las etapas de desarrollo de la publicación, de parte y parte.

Dada la experiencia, quiero dejar sentado que hemos revisado minuciosamente el proceso para garantizarles la no ocurrencia de este tipo de errores en el futuro.

Reitero nuestras disculpas por los inconvenientes causados y agradezco su deferencia.

Cordialmente,

MAURICIO REYES ARIZAJefe de producciónMedilegis

Al editor:

Respecto de las omisiones del volumen 9 número 2

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REV COLOMB CANCEROL 2005;9(3):137-140

ERRATUM

140

Erratum

Volumen 9, número 2

• Los doctores Enrique Ardila y María Mercedes Bravo fueron omitidos del Comité Editorial de la Revista Colombiana de Cancerología.

• El doctor Luis Arturo Lizcano fue incluido por error en el listado de miembros del Comité Editorial.

• En el artículo “Análisis de la Revista Colombiana de Cancerología (1941-2003)” (Rev Colomb Cancerol 2005;9(2):5-12) se omitió la fi liación de la doctora Lina Abenoza, quien pertenece al

Grupo de Medicina Interna del Instituto Nacional de Cancerología E.S.E., Bogotá, D.C., Colombia.

• En el artículo “Hipercalcemia humoral maligna” (Rev Colomb Cancerol 2005;9(2):38-43) la forma correcta del titulo en español es como se mencionó.

• En el artículo “Hipercalcemia humoral maligna” (Rev Colomb Cancerol 2005;9(2):38-43), la plicamicina y los esteroides descritos en la pá-gina 42 son subtítulos de la sección de terapia antirresortiva.