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AL CREPÚSCULO. SOBRE EL ARTÍCULO OBSERVACIONES SOBRE LA· FRANCISCO BILBAO 409 ISSN 0718-9524 LA CAÑADA Nº3 (2012): 409-418 Al Crepúsculo Sobre el artículo Observaciones sobre la educación de las mujeres, dirigidas a las señoras directoras de colegio en Santiago 1 Vamos también nosotros a dirigir unas observaciones sobre dicho artículo. Antes de hacerlas, salu- damos a su autor por la filantropía de su objeto, por el entusiasmo que demuestra y por la belleza de trozos en que abunda. En su artículo, nos demuestra claramente el autor, primeramente, la necesidad de una re- forma en la educación de las mujeres. En segundo lugar, nota los vacíos de la que existe e indica al mismo tiempo “algunos estudios que debería comprender un nuevo sistema de enseñanza”. El autor demuestra claramente la necesidad de una reforma y manifiesta su asombro acerca de lo bien poco que se ha andado a este respecto desde la época de nuestra emancipación hasta el “feliz presente en que vivimos”. Esta es una contradicción en que cae el autor y que nosotros notamos porque en ella vamos a apoyar la mayor parte de nuestra crítica. Manifestaremos más claramente esa contradicción por si acaso no la hemos hecho resaltar. Dice el autor: “…después de cimentadas nuestras instituciones democráticas y a pesar de todo el respeto y veneración que inspiran”, vemos ostentar “como blasones de mérito, insignias rea- les que representan más bien que el mérito nuestra decadencia, nuestro embrutecimiento pasado”, …“cuando se observa en nuestros campos, en nuestras aldeas y hasta en nuestras ciudades más populosas un estacionamiento triste, una falta de progreso vergonzosa en las costumbres…”. 1 La Gaceta del Comercio, Valparaíso, 3, 5 y 15-II-1844. Estos documentos reúnen la crítica de Francisco Bilbao al artículo de Juan Nepomuceno Espejo, titulado “Observaciones sobre la educación de las mujeres, dirigidas a las señoras direc- toras de colegio en Santiago”, publicado en El Crepúsculo del 1º de febrero de 1844 (N°10, pp. 407-19). El artículo de Espejo lleva al final esta nota: “Sentimos no poder concluir este artículo por la estrechez de nuestras columnas. En el número siguiente completaremos el plan de estudios que nos hemos propuesto trazar y haremos algunas observaciones generales sobre educación”. En el núme- ro siguiente del 1º de marzo, la revista avisa: “Dejamos para el número siguien- te la continuación del artículo sobre la

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LA CAÑADA Nº3 (2012): 409-418

Al Crepúsculo

Sobre el artículoObservaciones sobre la educación de las mujeres, dirigidas a las

señoras directoras de colegio en Santiago1

Vamos también nosotros a dirigir unas observaciones sobre dicho artículo. Antes de hacerlas, salu-damos a su autor por la filantropía de su objeto, por el entusiasmo que demuestra y por la belleza de trozos en que abunda.

En su artículo, nos demuestra claramente el autor, primeramente, la necesidad de una re-forma en la educación de las mujeres. En segundo lugar, nota los vacíos de la que existe e indica al mismo tiempo “algunos estudios que debería comprender un nuevo sistema de enseñanza”.

El autor demuestra claramente la necesidad de una reforma y manifiesta su asombro acerca de lo bien poco que se ha andado a este respecto desde la época de nuestra emancipación hasta el “feliz presente en que vivimos”. Esta es una contradicción en que cae el autor y que nosotros notamos porque en ella vamos a apoyar la mayor parte de nuestra crítica. Manifestaremos más claramente esa contradicción por si acaso no la hemos hecho resaltar.

Dice el autor: “…después de cimentadas nuestras instituciones democráticas y a pesar de todo el respeto y veneración que inspiran”, vemos ostentar “como blasones de mérito, insignias rea-les que representan más bien que el mérito nuestra decadencia, nuestro embrutecimiento pasado”, …“cuando se observa en nuestros campos, en nuestras aldeas y hasta en nuestras ciudades más populosas un estacionamiento triste, una falta de progreso vergonzosa en las costumbres…”.

1 La Gaceta del Comercio, Valparaíso, 3, 5 y 15-II-1844. Estos documentos reúnen la crítica de Francisco Bilbao al artículo de Juan Nepomuceno Espejo, titulado “Observaciones sobre la educación de las mujeres, dirigidas a las señoras direc-toras de colegio en Santiago”, publicado en El Crepúsculo del 1º de febrero de 1844 (N°10, pp. 407-19). El artículo de Espejo lleva al final esta nota: “Sentimos no poder concluir este artículo por la estrechez de nuestras columnas. En el número siguiente completaremos el plan de estudios que nos hemos propuesto trazar y haremos algunas observaciones generales sobre educación”. En el núme-ro siguiente del 1º de marzo, la revista avisa: “Dejamos para el número siguien-te la continuación del artículo sobre la

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Ahora, decimos nosotros, apoyados en las palabras mismas del autor, ¿se puede llamar feliz presente el que encierra ese cuadro que él mismo acaba de pintar? ¿Se puede decir que están ci-mentadas nuestras instituciones democráticas cuando la mujer está en el estado de servidumbre en que el autor la pinta? Porque debemos entender por democracia, no una igualdad parcial, ex-clusiva, limitada, como la de Atenas que tenía esclavos, sino una igualdad humana que abrace en su seno todo lo que compone la humanidad, en lo cual se incluye la mujer. Esto es sacado nada más de lo que dice el autor. Nosotros podríamos agregar muchas más razones que probasen la contra-dicción que notamos, porque de ella, lo repetimos, sale la base de nuestra crítica, según el lado por la cual la vamos a considerar.

No es feliz nuestro presente, porque las instituciones democráticas no están arraigadas [ile-gible]. Nuestra constitución política es la mejor prueba. El código español que todavía nos rige, confirma mejor lo que decimos. La falta de educación popular general es decisiva en la materia. No es feliz nuestro presente por la miseria, atraso, ignorancia y fanatismo de la plebe. No es feliz nues-tro presente por las leyes penales y bárbaros castigos que aún existen (entre ellos los carros). No lo es por la marcha ambigua del gobierno. En la hacienda, por la timidez de las reformas económicas. El estanco y los diezmos subsisten. En la instrucción pública, para la clase que la puede obtener; no hay unidad en el plan; faltan clases importantísimas, necesarias al complemento de la educación del hombre y se ponen trabas fútiles a las profesiones, por la impotencia que hay en concebir la marcha de la inteligencia a la consecución de un fin. No lo es, porque no hay cámaras, es decir, re-presentación nacional. En nuestros simulacros de cámaras no se representan ni todas las ideas, ni todos los intereses. Su vista es limitada y no ven más porvenir que el del día de mañana. En fin, no hay prensa, o tribuna que diga dónde va la sociedad, qué terreno pisa, qué significa esa masa on-deante que llamamos pueblo y que espera sólo un soplo para convertirse en tempestad. Podríamos seguir, pero no acabaríamos. Esto basta, pues, para afirmar: NUESTRO PRESENTE NO ES FELIZ. Esto basta para apoyar la base, donde vamos a apoyar la crítica que hacemos.

El autor manifiesta de un modo claro y elocuente la necesidad e importancia trascendental de la educación de la mujer. Manifiesta los males que agobian a nuestras necesidades y los deduce en su mayor parte de la ninguna influencia de las madres. Esto es verdadero en parte, no comple-tamente. No sólo a las madres les es dado formar hombres, por más incuestionable que le parezca

educación de la mujer por esperar que se aplaque algún tanto el furor del co-rresponsal del Progreso. No contestamos tampoco la ‘crítica’, porque para res-ponder a insultos sería preciso ensuciar nuestras páginas…” (nº11, p. 459). La continuación del artículo se publica en el número de abril (nº12, pp. 480-92), donde se alude al crítico de El Progreso y se acoge la crítica de Bilbao en La Gaceta del Comercio. Juan Nepomuceno Espejo Bravo (1823-1876) ingresó al Instituto Nacional en 1839, colaboró en 1842-1843 con Lastarria en el Semanario de Santiago como redactor de las sesio-nes del Congreso, en 1843 ingresó a la Sociedad Literaria y colaboró como editor de El Crepúsculo, en 1844 fundó El Siglo con Francisco de Paula Matta y Santiago Urzúa, abandonándolo en octu-bre del mismo año, luego de lo cual tomó la redacción de La Gaceta del Comercio de Valparaíso.

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el principio contrario autorizado por Aimée Martin.2 La educación de la mujer, según el propósito, según las intenciones del autor, debe tener por objeto principal el sacar buenas madres, para que estas produzcan buenos hombres y buenos ciudadanos. Doble aspecto por el cual es preciso consi-derar la cuestión. Por consiguiente, es necesario por esto que el plan de educación y los principios que deban generalizárseles sean una consecuencia de la filosofía moderna, porque de otro modo las madres, en vez de ser un instrumento de progreso, lo serían de retrogradación. Para esto es preciso que el Estado, que la asociación, que el gobierno se halle en la altura capaz de comprender esas miras, para que pueda imponerlas a los establecimientos. Decimos el Estado, la asociación, el gobierno, porque suponemos que el autor habla de educación general popular: lo cual sólo por ese medio puede realizarse. Educación popular, decimos; no educación parcial, educación de clases ricas. No. Educación popular, plebeya, y a este terreno es donde traemos al autor a debatir su artí-culo. Para averiguar esto, ¿qué antecedentes son necesarios? Esta pregunta envuelve nada menos que la solución del problema de nuestra sociabilidad. Educación plebeya envuelve la reforma de la constitución actual de la propiedad y del trabajo en Chile. Educación plebeya envuelve la existen-cia de cámaras donde estén representados los intereses del proletariado. Educación plebeya sería Chile en las alas de la gloria, proclamando la igualdad y recorriendo la humanidad con la espada de la civilización.

Sí, todo esto sería. Para que la pobre madre que habita nuestros campos tuviese tiempo de tomar un libro y enseñar a su hijo, es preciso que su cuerpo esté cubierto, que tenga un lecho donde abrigarse y un pan que devorar sin lágrimas. Sería preciso que la fatiga del trabajo diario no quitase a su padre las fuerzas para tomarle la lección y sostenerlo en sus brazos. Sí, todo esto es un antece-dente. Sería preciso una reforma en la constitución de la propiedad, del salario y de la enseñanza en nuestro Chile.

2 Louis-Aimé Martin, De la educación de las madres de familia, o de la civiliza-ción del género humano por las mujeres (1834). Barcelona, 1842.

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Al Crepúsculo(Conclusión)

Hemos abogado por la educación plebeya. No sabemos claramente si el objeto del autor ha sido hablar por la educación de lo que nosotros llamamos clases elevadas, o por la educación general. Lo primero parece deducirse del título del artículo “Observaciones sobre la educación de las mujeres dirigidas a las señoras directoras de colegio en Santiago”. Pero como esa creencia o esta suposición hipotética de parte de nosotros, destruye el objeto del autor, no creemos, por eso mismo, que así la haya comprendido. Para ser consecuente con el objeto que se propone en la educación de la mujer, debe abogar por la educación general popular, plebeya, y sobre esta base continuamos nuestras observaciones, porque del otro modo esa limitación de la educación para ciertas clases, destruiría el objeto mismo del autor.

Marchemos uniformes. Convenidos, como creemos estarlo, en el objeto y generalización de la educación, volvamos a la cuestión de anterioridad que supone necesariamente la que actual-mente discutimos y que dejamos pendiente en nuestro artículo anterior.

Resumiremos nuestros pensamientos. La educación general de la mujer, en la que nosotros también incluimos la del hombre, supone la concepción del plan, la representación de esas ideas e intereses proletarios en la esfera de la asociación que dirige a la nación [ilegible] y representación. Para que esas ideas e intereses se hagan representar es preciso que nuestro sistema representativo dé cabida al mayor número de capacidades; que tenga un espacio donde quepan, donde se respire el aire de la ciudad y de los campos, donde el joven demócrata se encare con el viejo aristócrata, el rico con el pobre; que haya una tribuna desde cuya altura se domine la casa del orgulloso y la cabaña del pobre; que tenga, en fin, unas naves que cual brazos robustos contengan a todos sus hijos y una bóveda por donde en coro se dirijan al Eterno las imprecaciones y las bendiciones de los vengadores de la humanidad. Todo esto es preciso y esto envuelve nada menos que una reforma en nuestro modo de ser, en nuestra organización, en nuestra constitución. Y todo esto no se con-seguirá sino por la mano táctica de una administración sabia y demócrata, o por la exaltación de la democracia, o lo que es lo mismo, una revolución…

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La educación general no puede venir sino de donde viene todo lo que tiene el carácter de general, es decir, de ley. La ley no puede venir sino de sus órganos, de los poderes que ya sabemos. La ley de educación hemos visto que supone la de variación de salario y de la constitución de la pro-piedad. Nuestra representación actual es contraria, por sus intereses, a semejante reforma. Luego, aquí es donde primeramente es necesario meter la mano para sacar esa escoria, remover, agitar y hacer que surja lo indestructible de las sociedades humanas: el elemento democrático. Esta es la cuestión de anterioridad que le ponemos a la vista al autor del artículo, y que había pasado sobre ella con la expresión de feliz presente! He aquí por qué nosotros nos aferramos a esa expresión; por-que allí estaba el núcleo de la cuestión, el nudo del problema. Esa expresión de feliz presente en que vivimos con la que el autor se puede decir inaugura su trabajo, echaba un velo, un puente al abismo que es necesario atravesar para llegar al punto que discutimos: la educación de la mujer. Y aquí suplicamos al autor detenerse y tomar en cuenta la observación de anterioridad que le hacemos.

Establecidos estos antecedentes político-democráticos sobre la cuestión de la educación de la mujer, sigamos a otra observación que nace de esos mismos antecedentes.

Después es preciso determinar la esfera de poder y de enseñanza de la madre sobre el hijo, porque debemos tener presente que pertenecen al Estado. Aquí hay un límite difícil que es preciso no olvidar, porque aunque la educación de la madre sea adelantada, siempre representa o lleva en sí un elemento de tradición que es peligroso. Después de la madre, los hijos deben caer en manos del Estado y en la armonía de esta enseñanza sucesiva consiste el feliz resultado que se espera de la educación de la mujer. Punto es éste muy importante que pasa olvidado, aunque no se lo echamos en cara al autor, y que conviene tener presente por la lucha que después tiene que entablarse en la inteligencia juvenil del joven, cuando la reflexión asoma su cabeza resistente a toda autoridad. La madre es autoridad, es tradición. La sociedad no puede componerse de autoridad y tradición, sino de autoridad y tradición: revolución y progreso. Esto último es de la educación pública la principal atribución. Por consiguiente, hay límites que es preciso señalar, elementos discordes que es pre-ciso armonizar. En todo esto que acabamos de exponer, vemos que es necesario que el genio de la nación, su misión, su fin, imponga su sello a la educación, que es el renuevo progresivo de sí misma.

He aquí la influencia de la política, del Estado, de la asociación, del gobierno que represente ese estado en la educación de la mujer. He aquí también esa misma influencia para determinar los

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límites de esa misma educación y señalar el tiempo en que la asociación diga a una madre: ¡Alto ahí! Este hijo ya no es vuestro. Si le habéis hecho hombre, yo tengo que hacerlo ciudadano.

Estos son los aspectos políticos democráticos que hubiéramos querido ver introducidos en el trabajo de nuestro amigo. Esto es por lo que hace al fondo de la cuestión. Sobre lo demás poco diremos, es decir, sobre los métodos actuales y de las reformas que propone.

Justas nos parecen sus palabras al hablar de la actual educación, elocuentes al manifestar los peligros de la juventud y sentimentales al descorrer esa pintura de la vida de los jóvenes. Pero ¿diremos nosotros lo que sospechamos antes? Vemos en esto que sólo tiene presente la educación de ciertas clases, que los salones lo deslumbran, las chimeneas lo encienden. Pero no nos lleva a sentarnos en el asiento de paja alrededor del brasero de los pobres. Nos lleva a las tertulias, pero no a las chinganas. Nos muestra el coquetismo, pero no la prostitución brutal.

¿Te has olvidado, tú amigo a quien critico, de esas mujeres que nos dan esos soldados que nos revisten con el orgulloso nombre de chilenos? ¿Te has olvidado de esas mujeres de tez quema-da por el sol, de vejez prematura por el trabajo, que nos dan incesantemente esos brazos robustos que enriquecen a nuestros propietarios? No, no lo puedo suponer. Tu trabajo es corto y tu vista se fijó en un punto que quizás te deslumbró. Espero que estas observaciones quepan en tu corazón, pues debe ser ancho, porque respira el aire de la humanidad.

No seguiremos paso a paso el artículo en cuestión porque sería preciso proponer un plan de educación: de lo cual no somos capaces y sería preciso alargarse demasiado. Acabaremos con algunas observaciones particulares.

No entraremos al terreno volcánico de la educación religiosa. La filosofía y la filosofía moral nos parecen, como dice el autor, de la primera importancia. Rectificaremos, si no un error, un des-cuido en la acepción de la enseñanza de la historia. Lo que el autor entiende por historia es lo que se llama biografía y para conseguir ese objeto nada mejor que depositar la semilla del heroísmo que Plutarco, el inmortal, sembró. La historia es en el siglo XIX el estudio más vasto, más filosófico y comprensivo. Desde que la llave de la historia es la ley del progreso humanitario, la narración ha cedido su lugar a la disertación, a la crítica, a la investigación de los elementos de la vida de los pueblos. Por consiguiente, abraza todo lo humano dominado tan sólo por la unidad filosófica, metafísica y abstracta que se arranca a lo concreto de las instituciones, leyes, comercio, industria, religión, arte y filosofía de los pueblos.

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Aquí acaba nuestra crítica. Levantamos la visera, nuestro ceño ha variado, la espada está en la vaina. Y aunque en nuestra polémica sólo escuchemos el ruido de la prensa, ese cañoneo de la inteligencia, será más que suficiente para animar y ensanchar nuestro corazón a las emociones grandes. Sigue, joven amigo. En mis palabras he querido cimentar ese trabajo en base más sólida. Como en la torre esbelta que se eleva en la matriz de este pueblo, vemos su elegante, ligero y fe-menil cuerpo jónico sostenido por las severas y viriles columnas dóricas, así también he querido cimentar tu trabajo en la realización de la ley de la igualdad. ¡Adelante! Hay un dique que hace que ya se desborde el incesante crecimiento de la democracia. Ved como ponen su hombro los hombres del egoísmo y del pasado para sostenerlo. Ese dique es el obstáculo de todo. Taladrarlo con la pluma o derribarlo con el hacha de la desesperación es nuestra obra. Este es el punto de cita, el toque de llamada a la juventud a que pertenecemos.

Contestación al autor del artículo del Crepúsculosobre la educación de la mujer

Procuraremos aclarar con pocas palabras las partes en que no nos hayamos hecho comprender y contestar definitivamente al artículo de que se trata.

Se ha pensado a nuestro juicio equivocadamente, o hemos sido oscuros al expresarnos y no se nos ha entendido, cuando se dice que el presente feliz que criticamos es una cuestión extraña a la que actualmente criticamos. Nosotros creíamos haber manifestado que esa expresión apoyaba todo el trabajo de nuestro amigo, por lo que dijimos que allí estaba el nudo del problema. Fue por esto que nosotros nos aferramos a ella para apoyar nuestra crítica. Manifestamos que para la realiza-ción del pensamiento del autor era necesario la reforma política, la cuestión social de nuestra orga-nización actual. Si esta organización era buena como “el feliz presente” lo supone no era necesario tratar antes la cuestión política. Si la organización actual es mala, como creímos demostrarlo, era necesario tratar antes la cuestión política, la cuestión de la organización social, de la organización

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democrática, para que de allí saliere la reforma general, porque lo general no puede salir sino de lo que tiene el carácter de ley. Esto fue lo que dijimos, y a fe nuestra que envuelve y supone la cuestión que agitamos.

Como la base de nuestra crítica se ha pretendido demoler, trataremos de relevarla por si acaso ha bamboleado en la inteligencia de los que nos hayan escuchado.

Nuestro amigo rehabilita el estado feliz en que supone que vivimos por medio de una com-paración con el pasado de Chile. Nosotros, para ver lo que caminamos o lo que hemos caminado, no volvemos la vista atrás, para ver la distancia que nos separa del punto de partida, sino que la arrojamos adelante, al punto a que nos dirigimos, y después decimos: hemos andado lo bastante. Según el autor, casi todo en este mundo puede llamarse feliz, con tal que se coteje con el pasado, porque por poco que haya marchado la humanidad, siempre en poco, es algo, es ventaja, es felici-dad. De ese modo, la palabra infeliz es inútil. La palabra feliz es absoluta, es absorbente y explica, al mismo tiempo, desgracias y felicidad, viejo y nuevo, despacio y ligero, retrogradación y progreso. No. Es, pues, preciso no alucinarse y para pronunciar un fallo mirar al porvenir y según él juzgar. Es preciso que el idealismo que profesamos, lo cotejemos siempre con el realismo presente y no un actualismo presente con un actualismo pasado. Esto nos parece bastante para hacernos compren-der y dejar siempre firme la base de nuestra crítica.

Con juiciosas y sensatas observaciones, el autor que criticamos manifiesta la exageración de nuestro pensamiento por el carácter general que dimos a su artículo y por las bases políticas que nosotros creemos necesarias para conseguir semejante fin. Sí, son sensatas, pero a nuestro juicio son gotas de agua para apagar el incendio, brisas superfluas para impulsar la nave.

¡Ah! Creo que he visto el precipicio en que casi hemos rodado y, como Pascal, siempre lo tengo presente allí, abajo, en esas cavernas donde yace el pueblo siempre pon la mano involun-tariamente para señalarlo. No conviene, pues, echar un velo para ocultarlo sino gritar siempre, mostrando el lugar donde se encuentra.

He puesto el oído, como otros muchos, en el corazón del plebeyo y sus gemidos forman acor-des una voz y piden el mismo remedio: IGUALDAD.

He sentido la tierra rugir bajo mis plantas, amenazando el temblor. La he sentido conmover-se a los esfuerzos que hace para levantarse el que yace oprimido bajo un peso y el único apoyo que me señala el que murió en la cruz: es la columna de la igualdad.

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A ella pues tiendo la mano, la aferro entre mis brazos y procuro también señalarla como la tabla del naufragio: la voz de salvación es la igualdad.

Sí amigo, ven, aférrate a ella también, y en lugar de tus observaciones sensatas, aumenta mi voz y gritemos lo mismo: igualdad.

Dejemos a los egoístas, a los que se precian de hombres de sentido común, que digan y re-pitan la cantinela de: ¡ilusiones, imposibles!, el pueblo es imposible que surja, es tan bárbaro, tan ignorante. ¡Estúpidos! Se quejan de su estupidez después de haberlo tenido agobiado con el peso del trabajo diario para todo el día ¡y a real y medio por jornal! Se ríen de la igualdad y se llaman cristianos, viven en el lujo que les ha dado la desigualdad y se burlan del pobre que se los ha dado. No permita el cielo que tengamos las insurrecciones de Santo Domingo. No. En mano de los que gobiernan está la balanza que inclinará el brazo robusto del plebeyo o el dinero del aristócrata, del rico y del viejo. De ellos depende poner el puente al abismo o llenarlo de cadáveres para pasar. ¿Queréis ciudadanos independientes y madres de sus hijos? Dadles, pues, el libro y el pan, la es-cuela y la herramienta, de otro modo no se remedia sino que se alivia, no se ve la felicidad sino la calma, no la armonía sino la bulla. Por esto es, pues, amigo, que he criticado con razón la falta de plebeyismo en tu plan de educación, por esto es que tanto inculco en la generalidad de la educación, por esto que quiero los antecedentes políticos gubernamentales, porque sólo de allí sale lo general que será la ley de educación general y reforma del trabajo. Llamemos a las cámaras, introduzcamos al salón de ellas uno de nuestros peones gañanes y preguntémosle qué quiere y él dirá: quiero ga-nar cómo mantener a mi mujer y a mis hijos, que sepan su obligación pa´ con la patria y la santísi-ma trinidá, que tenga un poco de más descanso ¡porque es barbaridá heñor lo que trabaja uno! Y que les puea ejar alguna cosita pa´ cuando me muera heñor.

En esa respuesta está envuelta toda la reforma, este es el programa de nuestro porvenir, y ¿cómo hacerlo?

Considerando el lado físico de la cuestión, es preciso primero que tenga tiempo de descansar para aprender y enseñar, tanto la madre como el padre. Pero para que pueda descansar y ganar más, es preciso que el salario se aumente. Para que el salario se aumente, es preciso que el propie-tario lo aumente. Esto es imposible, porque es contra sus intereses. Luego, es preciso obligarlos.

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Ahora la cuestión: ¿Quién los obliga? O la insurrección que cambie el estado de las cosas bruscamente o la ley. La ley, por cierto, y esto no puede salir sino de las cámaras y gobernantes. Luego aquí, aquí está la cuestión.

En cuanto al otro medio que propone nuestro amigo: la predicación del sacerdote, decimos que es incompleto, porque habla de un solo ramo de deberes y además es preciso primero que el sacerdote sea educado y haya elevado su frente hasta recibir los rayos de la filosofía moderna. De otro modo iremos para atrás, como vamos, e iremos si seguimos del mismo modo.

En cuanto al medio que cita ese autor para remediar los males de la Francia, repito que supo-nen la misma cuestión de anterioridad que he señalado: la cuestión política.

Una observación para acabar. No he dicho que sea la historia cual debe entenderse un es-tudio obligatorio y preferente de la educación plebeya, sino que he procurado dar su verdadero sentido a la palabra, sentido que creía equivocado en el artículo. Por lo demás, estoy muy conforme con las otras observaciones.

Y ahora, nosotros, que nos hemos dado la mano para exhalar algún tanto el espíritu que nos anima y nos conmueve, repitamos: ¡adelante! La bandera está alzada, ¡y acorren al alistamiento de la humanidad los que, como tú, la sienten y miran sus llagas! Dejad que lleguen y a la sombra y rayos de la insignia, marchemos, sin asustarnos de la mordedura del reptil que pisemos. No nos asustemos si la serpiente silba, que el que está bautizado con las lágrimas de la humanidad doliente tiene las fuerzas hercúleas para abogarla. Pobres lo que nos han insultado en tan noble causa. Son los que escupen al desgraciado, que en lugar de degradarlo, le hacen llevar el sello del martirio.

FRANCISCO BILBAO