AJHL. Las Elites Chilenas de Ayer a Hoy. Qu Pasa

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Página 1 Revista QuéPasa 09/08/2008 17:44:33 http://www.quepasa.cl/medio/articulo/0,0,38039290_101111578_365200686,00.html HOME SUMARIO NÚMEROS ANTERIORES SUSCRÍBETE Ver Portada Números anteriores Suscríbete Destacados Entrevista: Andrés Navarro enfrenta sus conflictos El regreso de Edwards Bello La nueva pasión de Büchi La Guía de... Fresán Consumo Segway v/s Winglet Las elites chilenas, de ayer a hoy Alfredo Jocelyn-Holt lanzó Amos, señores y patricios, el tercer volumen de su Historia General de Chile. En esta columna, el autor analiza la actual elite a la luz de la antigua, la del siglo XVII y XVIII, sujeto principal de su libro. Sobre ella desmitifica su carácter excluyente, cerrado y reaccionario. ¿En qué se diferencian las clases dirigentes de antaño a las de hoy? ¿Cuándo cambió todo? ¿Cómo y por qué pasamos de hablar de elite a hablar de establishment? Por Alfredo Jocelyn-Holt Fotos Maglio Pérez Lo que hay que explicar El dato duro e insoslayable es que en Chile, a diferencia de otros países hispanoamericanos, un solo grupo social alto presidió y estructuró la sociedad por 300 años, desde mediados del siglo XVII hasta mediados del siglo XX. Y eso que nada dura tanto tiempo en este país. Algunos gustan llamar a este núcleo dirigente, aristocracia, oligarquía, clase alta, o derecha política y económica. Términos que más que explicar, simplifican un fenómeno histórico más complejo. Los apellidos y fortunas tradicionalmente más encumbrados, desde luego, varían en estos tres siglos. La llegada de los vascos en el siglo XVIII, y las nuevas fortunas mineras y comerciales en el XIX, demuestran que la vieja elite no se redujo nunca a un grupo cerrado que impidiera su renovación. La novela Martín Rivas (1860) trata precisamente esto: cómo el grupo dirigente se nutre periódicamente de nuevos entronques. Tendencia que siguió dándose a lo largo del siglo XX con otros contingentes de inmigrantes y con eximios profesionales de clase media que nunca dejaron de ser admitidos, conforme a viejas estrategias de cooptación, preferentemente por vía matrimonial. Así como nuestra elite tradicional supuso más movilidad social de lo que normalmente se cree, tampoco corresponde tacharla de reaccionaria. A veces puede que haya sido más conservadora, auspiciara gobiernos fuertes y un Estado autoritario. Las más de las veces, sin embargo, empapada de un liberalismo cívico e ilustrado, profundo y convencido, prefirió un poder más bien compartido, partitocrático y parlamentarista, crítico de un presidencialismo todopoderoso. El punto crucial, por tanto, es que a lo largo de nuestro envidiable trayecto político presidido por este núcleo dirigente, lo esencialjamás varió o se le traicionó. No se dejó nunca de apostar, por ejemplo, a favor del republicanismo, de instituciones públicas laicas y meritocráticas de educación, y desde que fuera posible, de que nos industrializáramos. Todo ello, además, ciñéndonos a una estricta continuidad institucional con, a lo sumo, escasísimos quiebres que, luego que ocurren (1829, 1891, 1924), no tardan mucho en repararse exitosamente. Un récord formidable que habría que atribuírselo a alguien, a sujetos de carne y hueso. Dudosamente a "Chile" o a la "Patria", como un todo indiferenciado, vaporosamente alquímico, como nos gusta declamar en nuestras ceremonias y arranques más nacionalistas. Y aun menos si, durante estos 300 años, no dejamos nunca de ser una sociedad señorial en que se controló férreamente la participación política, incluso durante gran parte del siglo XX repartiendo y cuoteando el voto electoral entre los grupos organizados en partidos. Tampoco, un logro atribuible a viejas corporaciones, como a la Iglesia o a los militares, a los que se ha tenido que poner a raya una y otra vez. Sea que hemos ido secularizando nuestra educación y cultura, o, en lo referente a los militares, después de un rato, teniendo que mandarlos de vuelta a los cuarteles y profesionalizarlos. Por último, no podemos adjudicar nuestros avances político-históricos tradicionales a la clase media o al mundo popular. Obviamente, han carecido del peso suficiente para ello, salvo en la segunda mitad del siglo XX, período que, por lo demás, no se destaca precisamente por lo estable. Por qué una sola elite Dicho todo lo anterior, ¿por qué si hay tanta movilidad ascendente a "lo Martín Rivas" en círculos dirigentes, cabe insistir en que se trataría de un solo núcleo social? Precisamente por lo ya dicho, porque no se trata de una aristocracia, de un mismo grupo ensimismado con sus pergaminos y genealogías, heredando y traspasando su poder. De haberse limitado a ello el desgaste habría llegado muy rápido y seguramente se les habría sacado de escena a fuerza de corvos y guadañas, a falta de guillotina. Todo lo nuevo y moderno que se fue introduciendo, conspiraba, además, en contra del Antiguo Régimen, versión criolla. El republicanismo promovía la igualdad y soberanía popular, ideales originalmente jacobinos. Lo mismo podría señalarse respecto a los otros fenómenos modernos -en potencia revolucionarios- como la urbanización, la industrialización y la apertura comercial hacia fuera. Ninguno de los cuales, sin embargo, la elite tradicional objetó; por el contrario, los hizo suyo y lideró a la par que desechaba apoyos típicamente "latinoamericanos" y reaccionarios como los caudillismos militares y la Iglesia. A la elite dirigente tradicional hay que entenderla, pues, como un paradigma de conducta sociopolítica sofisticada y curtida, más que un contingente hermético de unas cuantas familias con prosapia y latifundios. Lo anterior, insospechable inicialmente. A mediados del siglo XVII, se reducía a unos cuantos patrones de fundo bastante elementales, tan primitivos y rudos como las circunstancias límite que los llevaron a arrancharse en medio de un peladero espectacular y salvaje pero improductivo, carente de mano de obra (indios no había), como lo era entonces el Valle Central . Pero un grupo que,

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Las elites chilenas, de ayer a hoy

Alfredo Jocelyn-Holt lanzó Amos,señores y patricios, el tercer volumen desu Historia General de Chile. En estacolumna, el autor analiza la actual elite ala luz de la antigua, la del siglo XVII yXVIII, sujeto principal de su libro. Sobreella desmitifica su carácter excluyente,cerrado y reaccionario. ¿En qué sediferencian las clases dirigentes deantaño a las de hoy? ¿Cuándo cambiótodo? ¿Cómo y por qué pasamos dehablar de elite a hablar deestablishment?

Por Alfredo Jocelyn-Holt

Fotos Maglio Pérez

Lo que hay que explicar

El dato duro e insoslayable es que en Chile, a diferencia de otros países hispanoamericanos, un solo grupo social altopresidió y estructuró la sociedad por 300 años, desde mediados del siglo XVII hasta mediados del siglo XX. Y eso quenada dura tanto tiempo en este país.

Algunos gustan llamar a este núcleo dirigente, aristocracia, oligarquía, clase alta, o derecha política y económica.Términos que más que explicar, simplifican un fenómeno histórico más complejo. Los apellidos y fortunastradicionalmente más encumbrados, desde luego, varían en estos tres siglos. La llegada de los vascos en el siglo XVIII, ylas nuevas fortunas mineras y comerciales en el XIX, demuestran que la vieja elite no se redujo nunca a un grupo cerradoque impidiera su renovación. La novela Martín Rivas (1860) trata precisamente esto: cómo el grupo dirigente se nutreperiódicamente de nuevos entronques. Tendencia que siguió dándose a lo largo del siglo XX con otros contingentes deinmigrantes y con eximios profesionales de clase media que nunca dejaron de ser admitidos, conforme a viejasestrategias de cooptación, preferentemente por vía matrimonial.

Así como nuestra elite tradicional supuso más movilidad social de lo que normalmente se cree, tampoco correspondetacharla de reaccionaria. A veces puede que haya sido más conservadora, auspiciara gobiernos fuertes y un Estadoautoritario. Las más de las veces, sin embargo, empapada de un liberalismo cívico e ilustrado, profundo y convencido,prefirió un poder más bien compartido, partitocrático y parlamentarista, crítico de un presidencialismo todopoderoso.

El punto crucial, por tanto, es que a lo largo de nuestro envidiable trayecto político presidido por este núcleo dirigente, loesencial jamás varió o se le traicionó. No se dejó nunca de apostar, por ejemplo, a favor del republicanismo, deinstituciones públicas laicas y meritocráticas de educación, y desde que fuera posible, de que nos industrializáramos.Todo ello, además, ciñéndonos a una estricta continuidad institucional con, a lo sumo, escasísimos quiebres que, luegoque ocurren (1829, 1891, 1924), no tardan mucho en repararse exitosamente.

Un récord formidable que habría que atribuírselo a alguien, a sujetos de carne y hueso. Dudosamente a "Chile" o a la"Patria", como un todo indiferenciado, vaporosamente alquímico, como nos gusta declamar en nuestras ceremonias yarranques más nacionalistas. Y aun menos si, durante estos 300 años, no dejamos nunca de ser una sociedad señorialen que se controló férreamente la participación política, incluso durante gran parte del siglo XX repartiendo y cuoteando elvoto electoral entre los grupos organizados en partidos.

Tampoco, un logro atribuible a viejas corporaciones, como a la Iglesia o a los militares, a los que se ha tenido que poner araya una y otra vez. Sea que hemos ido secularizando nuestra educación y cultura, o, en lo referente a los militares,después de un rato, teniendo que mandarlos de vuelta a los cuarteles y profesionalizarlos. Por último, no podemosadjudicar nuestros avances político-históricos tradicionales a la clase media o al mundo popular. Obviamente, hancarecido del peso suficiente para ello, salvo en la segunda mitad del siglo XX, período que, por lo demás, no se destacaprecisamente por lo estable.

Por qué una sola elite

Dicho todo lo anterior, ¿por qué si hay tanta movilidad ascendente a "lo Martín Rivas" en círculos dirigentes, cabe insistiren que se trataría de un solo núcleo social?

Precisamente por lo ya dicho, porque no se trata de una aristocracia, de un mismo grupo ensimismado con suspergaminos y genealogías, heredando y traspasando su poder. De haberse limitado a ello el desgaste habría llegado muyrápido y seguramente se les habría sacado de escena a fuerza de corvos y guadañas, a falta de guillotina. Todo lo nuevoy moderno que se fue introduciendo, conspiraba, además, en contra del Antiguo Régimen, versión criolla. Elrepublicanismo promovía la igualdad y soberanía popular, ideales originalmente jacobinos. Lo mismo podría señalarserespecto a los otros fenómenos modernos -en potencia revolucionarios- como la urbanización, la industrialización y laapertura comercial hacia fuera. Ninguno de los cuales, sin embargo, la elite tradicional objetó; por el contrario, los hizosuyo y lideró a la par que desechaba apoyos típicamente "latinoamericanos" y reaccionarios como los caudillismosmilitares y la Iglesia.

A la elite dirigente tradicional hay que entenderla, pues, como un paradigma de conducta sociopolítica sofisticada ycurtida, más que un contingente hermético de unas cuantas familias con prosapia y latifundios. Lo anterior, insospechableinicialmente. A mediados del siglo XVII, se reducía a unos cuantos patrones de fundo bastante elementales, tan primitivosy rudos como las circunstancias límite que los llevaron a arrancharse en medio de un peladero espectacular y salvajepero improductivo, carente de mano de obra (indios no había), como lo era entonces el Valle Central. Pero un grupo que,

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pero improductivo, carente de mano de obra (indios no había), como lo era entonces el Valle Central. Pero un grupo que,por la misma pobreza y chatura extrema de estas haciendas, no dejó nunca de tender sus tentáculos hacia la ciudad, seinvolucró en comercio exterior (exportando cebo y trigo), y participó en las distintas esferas institucionales que la Coronafue creando. Es más, a sabiendas de que eran "criollos"-unos europeos trasplantados, nacidos en América-, noqueriendo romper con su origen trasatlántico, civilizándose.

Esta es la historia que me he propuesto narrar y analizar en el recién aparecido tomo III de una Historia General en seisvolúmenes. Primer atisbo de una estrategia que seguirá su curso durante los siguientes tres siglos, en que no deja deoperar justamente el mismo esquema. Dominio indiscutido en el agro, lo que les permitirá transformarse de "amos"fácticos en "dueños y señores" legítimos, rara vez ejerciendo violencia y menos con arbitrariedad. Por el contrario,concretando sólidos lazos de lealtad con sus empleados mestizos (inquilinos), lo suficiente como para que en 300 añosno se produjera ninguna rebelión campesina. Dicho de otro modo, "El Señor de la Querencia" es un mito falaz, fácil derefutar.

Tan así que estos "amos y señores", luego de que constituyen la sociedad embrionaria rural, se hacen del poder totalque accidentalmente cae en sus manos tras el colapso imperial en 1810. Devienen en sujetos políticos "patricios", armanla República a punta de constituciones, parlamentos, partidos, liceos y universidad, en suma, comprometiéndose con lacosa pública. No vaya a creerse que épicamente (salvo durante la guerra de Independencia), sino, más bien, de maneraprosaica, fría, calculada, transaccional y políticamente inteligente. Sirviéndose de la docilidad del grueso de la poblaciónrural que luego convierten en votos hasta que la Reforma Agraria se los "expropia". Aceptando todo lo que los nuevostiempos les podían ofrecer. Si encuentran plata en Chañarcillo, en ése y otros negocios similares se meten. Si hay quehacerles la guerra a Perú y Bolivia ni titubean, se vuelven imperialistas y se hacen de territorios y riquezas quedesesperadamente necesitábamos.

Y así sucesivamente hasta no hace mucho. Siempre sumando a su favor, cooptando, incluso lo que podía serles unaamenaza fatal. Siempre con un pie en el mundo rural tradicional, autoritariamente quieto ("El Peso de la Noche"). Lo cualles reportaba seguridad plena para, en cambio, en la ciudad, explayar su "otro lado" liberal, cosmopolita y pluralista. Enefecto: un poco esquizofrénicos, pero no hipócritas. Se la creían de verdad. Su propia sobrevivencia les aconsejaba yexigía esta flexibilidad.De ahí que promovieran la ampliación del sufragio (¡los conservadores!), auspiciaran las primeras leyes sociales,integraran a miembros del Partido Radical en sus gobiernos, y aceptaran incluso a comunistas en el Congreso. Al igualque en 1810, en 1939 corearán: ¡Corfo queremos! (Papelera incluida). Si había que volverse un poco reformistas ysalvarse del allendismo: está bien que fuese Frei el 64, qué le vamos a hacer. Ya antes habían cooptado a ArturoAlessandri, a González Videla, y más o menos a Ibáñez (metiéndole el gol monetarista de la Klein Sacks). Si hasta inclusolos liberales (liderados por Goyo Amunátegui) lo volvieron a pensar en 1964 respecto a Allende. Pero, ya el esquemaarchirepetido, dejó de funcionarles. La guerra fría, el sectarismo resentido anti-elitista demócratacristiano, y la escaladaideológica revolucionaria, terminaron con el grupo señorial y su lógica pragmática, siempre abierta a negociar.Desaparecieron los viejos partidos de derecha; los nacionalistas se impusieron y el núcleo tradicional, cosa extrañahistóricamente, se desesperó y se sumó sin reservas a una dictadura militar como pocas.

Las nuevas elites y el establishment

Desde aquel entonces ya no cabe hablar de "la" y "única" elite tradicional. Requiescat in pace. No porque algunosapellidos vinosos todavía suenen, ello significa que las viejas "lógicas" siguen vigentes en la actualidad. Si en el pasadolos abuelos sabían que, dejando varios fundos, le garantizaban a su descendencia un buen pasar y poder político (votos)por varias generaciones, eso ya no corre. Mucho más eficaz, a la larga, es saber llenar el currículum vítae de rigor:colegios "top", Ingeniería Comercial, MBA… El "Fra Fra" Errázuriz lo explicó muy bien años atrás: él no heredó nada, fuejuntando "pollito tras pollito" hasta que se hizo de un "capital", en su momento considerable, luego ni tanto. Lo que esSebastián Piñera

Echenique, cada vez que se refiere a su historia familiar, ni pestañea cuando la califica de "clase media".

Los grandes trastornos, tanto políticos como económicos que siguen a los años 1960 y 70, revolucionan enteramente elmapa elitario chileno. Surgen nuevos liderazgos que llenan el vacío dejado por la desaparición de la elite tradicional.Durante la dictadura se advierten tres nuevos ejes de poder: los militares, la Iglesia y el mercado. De estos tres, el másinédito es el último; de ahí surgen no sólo nuevas fortunas sino también un empresariado técnico gerencial a escala nocomparable a lo que existía antes. Con todo, la Iglesia y los militares van a ser novedosos en la medida que, tampocoantes, ejercieron tamaña influencia; entre 1973 y 1988 fueron casi los únicos sujetos políticos en este país.

Es más, se ha afirmado, muchas veces, que este nuevo liderazgo militar-empresarial-eclesiástico opera fácticamente; esdecir, su actuar no es público, ni objeto de fiscalización. Tampoco es político en sentido estrictamente convencional.Actúa no por persuasión. Sus miembros, en tanto representantes de grupos de interés o fuerza, ejercen su gravitación demodo más corporativo que personal. En cambio, la elite tradicional fue siempre más personalista; su afán por querer sermás "aristocrática" exigía que sus miembros se individualizaran con nombre y apellido.

Pero, el período de la dictadura es clave no sólo porque posibilita esta renovación neocorporativa de las elites.Recordemos cómo el régimen militar, a fin de suplir la ausencia de un ámbito político-público institucionalizado, fuetolerando un espacio creciente de "figuración" mediática. Estoy pensando en las revistas de papel cuché que uno lee enlas peluquerías y en que se retrataba al "jet set" (el antepasado prehistórico de nuestra actual Farándula) entremezcladocon entrevistas a gobiernistas y, en casi siempre igual cuota, a los entonces opositores. Esquema que, en su momento,fue celebrado como "aperturista" y que nos introdujo a buena parte de las nuevas "caras" que, con posterioridad, másque protagonizar, han estado "escenificando" la Transición.

Hay que concederles, que en este último plano, los opositores a la dictadura fueron mucho más diestros; por eso quizávienen gobernando desde hace casi ya dos décadas. Tras bambalinas, en ONGs (ahora los llaman think tanks); luego, através de agencias de publicidad y eventualmente en empresas de "estrategia comunicacional", al punto que se fueronconstituyendo en un nuevo eje elitista. Conste que, también, expertos en ejercer poder de manera "fáctica", pocotransparente; ¿qué, o si no, es lo que hacen los "lobbistas" o los que trabajan en "segundos pisos"?

Ahora bien, el conjunto total de estas distintas y nuevas elites, podría denominarse, a falta de otro mejor nombre,"establishment". El término fue usado por primera vez por la revista inglesa The Spectator en la década de 1950. Aludía aun fenómeno más vago, amplio y cambiante que una clase social alta. Se accedería a él de distintas formas. Pornacimiento, educación, influencia política, riqueza, como también padrones de consumo y el frecuentar los espacios desociabilidad cada vez más disponibles. Lo crucial es que ya no importaría tanto el estatus heredado del individuo encuestión como el que, entre los demás entendidos, se le reconociera como uno más entre tales, igual de confiable ycómodo con este mismo orden social establecido y sus reglas. En suma, una suerte de club ampliado, abierto, enconstante renovación de su membresía.

Esto último, un aspecto clave. Por eso sus diversas manifestaciones plutocráticas y de consumo conspicuas, todas lascuales dan cuenta de una movilidad social, nunca ante vista, en las más altas esferas. Nuevos ricos, ricos de nuevo,nuevas alianzas estratégicas, nuevos malls, nuevos barrios in, nuevas parroquias, nuevos developments, nuevoscolegios, nuevos clubes de golf, nuevos balnearios, nuevos resorts, nuevos modelos de autos de lujo, nuevoscementerios… En definitiva, todo ¡muy, pero muy nuevo! En el mejor de los casos, globalizados si es que notransnacionalizados. Ser verdaderamente rico en Chile supone, de un tiempo a esta parte, aparecer en los listados de larevista Forbes aún cuando no se haya sido rico más allá de dos generaciones para atrás.

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transnacionalizados. Ser verdaderamente rico en Chile supone, de un tiempo a esta parte, aparecer en los listados de larevista Forbes aún cuando no se haya sido rico más allá de dos generaciones para atrás.

Evidentemente, un mundo enteramente distinto, con criterios de definición y sentido político totalmente ajenos a laantigua elite. Mundo demasiado novedoso, quizá, como para augurarle quién sabe cuánto tiempo más de duración. Temaque, en todo caso, abordaré en el sexto y último volumen de mi Historia General, es decir, todavía muy en el horizonteaunque, a la vez, muy actual y presente. En fin, tema que hay seguir mirando y pensando.

Un adelanto del libro

"Arquitectura tan pobre -apenas ha subsistido en pie- confirma lo que señalábamos al iniciar este capítulo: ningunaconstrucción, entre nosotros, compite con la presencia asombrosa, monumental, que provee el paisaje natural. Ovalle,estando en Roma, no podría haber recordado grandes y fastuosas casas hacendales. No las había, como tampocograndes construcciones urbanas; en defecto de estas últimas, como ya veremos, a nuestro historiador no le cupo másque "imaginar" y pronosticar lo que podría llegar a haber en un futuro ideal de ciudad. Pues bien, el que no existieranada equivalente o a la altura de estos espacios naturales extraordinarios, ¿significa que nada espacialmente"construido" persistió?

No se trata de una pregunta ingenua. Hemos insistido en que poco o nada se ha mantenido en pie desde entonces. Sinembargo, hemos reparado una y otra vez en este libro en la existencia de espacios creados, ideados o imaginados; portanto, sabemos que éstos no tienen por qué volverse materiales y concretos. Tratándose de América, por lo demás,hemos argumentado que espacios etéreos o insustanciales suelen ser prodigiosos, incluso reales.

No, la arquitectura material entre nosotros no es memorable. Pero sí lo es, en cambio, la arquitectura social, para lacual, ahí de nuevo, debemos remitirnos a la hacienda. Precisamente, fue en estos caseríos tempranos, aún precarios,donde se fraguó un orden social con aspiraciones del todo envolventes. Fue allí donde surgió la sociedad que hastahace poco persistiría en Chile. Mucho más importante, pues, que los caminos, los títulos de propiedad, la expansión yconfiguración regional, van a ser las relaciones de poder originadas en un contexto extremo de necesidad compartidaentre patrones (amos que disponían de tierras pero no de mano de obra) e individuos, algunos libres que contratan susservicios o bien entran en acuerdos y luego son absorbidos por la hacienda, u otros todavía sometidos a la antiguaencomienda; en definitiva, gente de variado origen, pero que, por lo general, requería de trabajo y/o un lugar donde vivircon algún grado de paz.

También bajo una fuerte dominación, suele decirse. Por supuesto que sí, pero no por ello menos condicionada. Por depronto, por una pobreza general, enfrentada por todos, obviamente que en distintos grados, aunque ¿qué tandistintos? Las diferencias sociales fundadas en tenencia de tierra no pueden haber sido demasiado marcadas. Hemosdicho que el valor de la tierra, en un comienzo, era muy bajo o relativo. Las condiciones, tanto para propietarios comopara "arrendatarios" de tierras, eran igualmente extremas. Cuesta creer, entonces, que en semejante contexto entrarana incidir otros criterios de diferenciación más sofisticados y tajantes. Tratándose de una sociedad tan primaria yelemental, recién salida de una guerra o todavía sumida en ella, no podía darse nada parecido a lo que llamamosprestigio social. Sabemos que los rangos militares oscilaban según los grados de autoridad y mérito obtenidos,variables no muy estables; de hecho, existe evidencia de ascensos y descensos "sociales" que parecieran constataruna movilidad más bien abierta o fluctuante en una primera época.

En efecto, mientras no se puso fin a la transición desde una frontera de guerra a una sociedad rural más asentada, esmuy probable que persistieran modalidades de dominación de tipo más bien militar. La primera arquitectura de losconjuntos rurales revela cierto sesgo castrense; no pocos de los trabajadores que se arranchan en los predios vienenrecién llegando de ejercer funciones bélicas. No es exagerado pensar, por tanto, que a la hora de mandar, organizar yhacerse de terrenos y personas, primaron convenciones disciplinarias, conminatorias, compulsivas, fuertementeautoritarias, las únicas que seguramente este mundo conocía. En consecuencia, más que dominio en sentido jurídicoestricto, lo que estaría en juego aquí es una voluntad categórica, impositiva, de querer tomar posesión; ocupar ydisponer en tanto amo (mero detentador) antes bien que ejercer como propietario, es decir, señor y dueño. Maneras deimponerse, todas ellas infinitamente más rudas y toscas, autoritarias si no arbitrarias, que conforme a ley. Tenor quepersistirá en la medida en que las condiciones en el país no cambien, cuestión que nos podría llevar hasta bienadentrado el siglo XIX.

A falta de riqueza prevaleció, pues, esta predisposición dominante de unos muy pocos para con los otros, muchos yrestantes. Hay, por cierto, en todo esto un primer atisbo aristocrático, a la larga más significativo que los títulosnobiliarios o los mayorazgos; prebendas estas, escasas, más ornamentales que eficaces, con que la Corona premió yse hizo de unos pocos recursos pecuniarios de tarde en tarde. Lo que requería la hacienda era un poder fáctico,hacedor, ejecutivo y práctico que pudiera afrontar un entorno natural, hostil y misérrimo.

Por supuesto que sin ley -ni Dios ni ley-, pero no sin acuerdos mediante que implicaban lealtades recíprocas, yreconocimiento de que en semejante empresa, siempre difícil y tenaz, se estaba ante circunstancias comunes,correspondiéndole a cada uno lo suyo en cuanto a obligaciones".

"Amos, señores y patricios" , de Editorial Sudamericana, Precio: $16.500.

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