«Ahora sí eres dueño de la tierra» · «Ahora sí eres dueño de la tierra» ... hasta abril,...

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4 CUBA MAYO 2019 VIERNES 17 «Ahora sí eres dueño de la tierra» aniversario 60 de la firma de la ley de reforma agraria dilbert reyes rodríguez bartolomé masó, Granma.–El plano en contrapicada de la foto de Fidel, en el instante justo en que su firma concede fuerza de ley y de promesa cumplida a la cuestión de la tierra repartida, tiene la carga simbólica que lleva todo partea- guas de la historia. Como tal, es probable que muy pocos, dentro del imaginario revolucionario cubano, hayan pensado en otra cosa significativa que pasara cerca de aque- lla mesa en que el 17 de mayo de 1959 el Comandante en Jefe rubricara en La Plata la primera Ley de Reforma Agra- ria. Los momentos míticos tienen esa cualidad, de hacer pensar que el tiempo y todo movimiento alrededor se detie- nen en virtud del hecho memorable. Sin embargo, quien visite lo que en la última etapa de la guerra fuera la Co- mandancia General habrá notado que las dimensiones de los locales allí no po- drían albergar el entusiasmo de dema- siados testigos directos, como para pro- vocar la paralización épica del tiempo. Es sabido que la mayoría de los rostros asombrados, los gestos agradecidos, los abrazos profundos y hasta las lágrimas de mucha gente conmovida tuvieron lugar cuando empezaron en masa a re- cibir en las manos los títulos de legítima propiedad sobre la tierra que trabaja- ban, como consecuencia, eso sí, de la rúbrica trascendental que hiciera del 17 de mayo de 1959 una fecha legendaria. CURIOSIDAD Y AVENTURA Entre los campesinos que coparon ese día las muy pocas mesetas de La Plata –que por irregular e intrincada se escogió Comandancia– bastaban los testimonios sufridos de dolor, abusos, desalojos y vidas arrancadas por la dic- tadura batistiana, como para refrendar masivamente la ley revolucionaria que allí nacería. No obstante, muy pocos tenían bien claro lo que acontecía en detalles y, aun- que el comentario era general, la curio- sidad y el entusiasmo de ver con ojos propios al líder barbudo movilizó hacia el abrupto paraje a buena parte de los guajiros presentes. Juan y Elide, tío y sobrino, ambos con apellido De la Paz, se sumarían a la con- centración sobre la media mañana de ese día. Con 25 años el primero y 23 el segundo, habían llegado montados has- ta El Cristo en la jornada anterior, y al amanecer del 17 «arrequintaron» a pie para La Plata, adonde entraron por la vertiente guapa que sube por el hospita- lito, contrario al sendero convencional de hoy. «Ciertamente, periodista, fuimos más por la curiosidad y la aventura», relata Elide. «Juan trabajaba la tierra del padre, abuelo mío, y yo desde los 15 laboraba una caballería de café que mi mamá com- pró con la venta de unos mulos al morir papá. Claro, ninguno tenía un papel que nos nombrara dueños legales. Todo era de palabra, y por eso era tan fácil para los poderosos antojados sacar a la gente de las parcelas. Si alguien se les resistía, pues pagaban a los rurales (guardia ru- ral) por un buen plan de machete y pa' fuera... «Aunque sabíamos de historias feas, nosotros no llegamos a sufrirlas en car- ne propia. Quizá por eso ignorábamos más el significado verdadero de la ley, del reconomiento del derecho a ser due- ños del conuco nuestro». «Pero como quiera fuimos –cuen- ta Juan–. Entendimos mejor el asunto cuando llegamos, por el comentario de los compadres, aunque teníamos casi toda la atención puesta en aquel gallego grande, recostado en un camastro, con los pies levantados sobre algo, hablando y gesticulando bastante. No supimos si ya se había firmado la ley, o estaba por firmarse, la verdad». «Cuando pudimos estar más cerca, le oímos hablar de los montes que se alza- ban alrededor, que no podían tumbarse, que se sembraría mucho cítrico allí», re- cuerda Elide. «Allí no demoramos mucho, para no regresar de noche, y porque el hambre apretaba. Fíjese que de momento se apareció un arriero de Vegas de Jiba- coa, cargado de pan, y la mercancía no le duró. Le cayó un abejero arriba que lo limpió enseguida», ríe Juan. LA FIRMA JUNTO A SU NOMBRE Pocos meses después, en Guayabal de Nagua, Elide volvió a escuchar a Fidel sobre el tema de la tierra, de cómo sería el proceso, que la ley firmada en La Pla- ta jamás sería letra muerta. Muy poco pasó para que a su finquita de Los Lirios de Nagua llegaran los tasadores. «César Ochoa se llamaba el jefe. Se hizo muy buen amigo mío. Deslindó mis tierras y las de casi todos por allí. Fue un proceso muy serio. Al cabo del tiempo recibí el papel que, de tan solo mirar, me hizo entender todo el signifi- cado real del día en La Plata. «Nunca había visto mi nombre en letras grandes, llamándome propieta- rio de una caballería y 29 centésimas de otra. Abajo estaba un sello negro y rojo, y la firma larga y segura del mis- mo hombre que aprobó la ley donde yo estuve». Elide dice que por algo que no sabe explicar, sintió entonces un apego ma- yor a su pedazo de tierra, a ese que llama «la escuela de mi vida». Pocas horas antes del aniversario 60 de la firma en La Plata, Elide acompa- ñó a Granma a visitar a Félix Pérez. No lo conocía, pero se estremeció ante la vitalidad de aquel enjuto campesino de cien años, que en medio del cafetal «bien parío», atendido todavía por sus manos, le sacó un legajo parecido al suyo. «Yo no estuve en La Plata, pero este me lo dio Fidel personalmente, un año después. Desde la guerra sabía que yo trabajaba en parcela de ricos, allá en la Sierra, y cuando me lo entregó me lo dijo clarito: “Toma, Félix, ahora sí eres dueño de la tierra”». Conmovido al escucharlo, Elide le ha- bló del título suyo, igual a ese, y del amor que le tiene a su estancia de Los Lirios. Que hoy, cuando ya no vive en ella por cuestiones familiares, regresa constan- temente. Que tiene allí a un sobrino muy trabajador y de confianza que la mantie- ne productiva y bien cuidada. Que quiso –le contó– ponerla a nom- bre de él, porque ahora es quien la tra- baja y, en vez de molestarse ante la nega- tiva que tuvo, le dio un salto de orgullo adentro del pecho cuando le dijeron de modo concluyente: «Esa tierra es suya hasta que usted se muera». «Vaya, qué verdad más hermosa –dijo Elide–. Yo estuve ahí cuando se hizo realidad». La firma de la Ley de Reforma Agraria por Fidel devino parteaguas para el campesinado cubano. FOTO: ARCHIVO DE GRANMA La curiosidad juvenil que llevó a Juan y a Elide de la Paz (derecha) a La Plata el 17 de mayo de 1959, se les convirtió luego en certeza de campesinos dueños. FOTOS DEL AUTOR Con cien años cumplidos y vitalidad de asombro, Félix Pérez atesora el título que recibió personalmente de manos de su firmante: Fidel. De normal califican el periodo seco que acaba de terminar en Cuba y comprende desde noviembre de 2018 hasta abril, si bien el comportamiento de las precipitaciones no fue homogéneo ni favorable en todas las regiones. El promedio de pluviosidad ascendió a 340,3 mm, el 102 % del valor histórico para la etapa, y hubo déficit en Oriente, donde el acumulado relativo alcanzó el 84 % (340,2 mm), mientras en Occidente y Centro precipitó el 110 % (348,8 mm) y el 117 % (334,1 mm), respectivamente.

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4CUBAMAYO 2019 VIERNES 17

«Ahora sí eres dueño de la tierra»aniversario 60 de la firma de la ley de reforma agraria

dilbert reyes rodríguez

bartolomé masó, Granma.–El plano en contrapicada de la foto de Fidel, en el instante justo en que su firma concede fuerza de ley y de promesa cumplida a la cuestión de la tierra repartida, tiene la carga simbólica que lleva todo partea-guas de la historia.

Como tal, es probable que muy pocos, dentro del imaginario revolucionario cubano, hayan pensado en otra cosa significativa que pasara cerca de aque-lla mesa en que el 17 de mayo de 1959 el Comandante en Jefe rubricara en La Plata la primera Ley de Reforma Agra-ria.

Los momentos míticos tienen esa cualidad, de hacer pensar que el tiempo y todo movimiento alrededor se detie-nen en virtud del hecho memorable.

Sin embargo, quien visite lo que en la última etapa de la guerra fuera la Co-mandancia General habrá notado que las dimensiones de los locales allí no po-drían albergar el entusiasmo de dema-siados testigos directos, como para pro-vocar la paralización épica del tiempo.

Es sabido que la mayoría de los rostros asombrados, los gestos agradecidos, los abrazos profundos y hasta las lágrimas de mucha gente conmovida tuvieron lugar cuando empezaron en masa a re-cibir en las manos los títulos de legítima propiedad sobre la tierra que trabaja-ban, como consecuencia, eso sí, de la rúbrica trascendental que hiciera del 17 de mayo de 1959 una fecha legendaria.

CURIOSIDAD Y AVENTURAEntre los campesinos que coparon

ese día las muy pocas mesetas de La Plata –que por irregular e intrincada se escogió Comandancia– bastaban los testimonios sufridos de dolor, abusos, desalojos y vidas arrancadas por la dic-tadura batistiana, como para refrendar masivamente la ley revolucionaria que allí nacería.

No obstante, muy pocos tenían bien claro lo que acontecía en detalles y, aun-que el comentario era general, la curio-sidad y el entusiasmo de ver con ojos

propios al líder barbudo movilizó hacia el abrupto paraje a buena parte de los guajiros presentes.

Juan y Elide, tío y sobrino, ambos con apellido De la Paz, se sumarían a la con-centración sobre la media mañana de ese día. Con 25 años el primero y 23 el segundo, habían llegado montados has-ta El Cristo en la jornada anterior, y al amanecer del 17 «arrequintaron» a pie para La Plata, adonde entraron por la vertiente guapa que sube por el hospita-lito, contrario al sendero convencional de hoy.

«Ciertamente, periodista, fuimos más por la curiosidad y la aventura», relata Elide.

«Juan trabajaba la tierra del padre, abuelo mío, y yo desde los 15 laboraba una caballería de café que mi mamá com-pró con la venta de unos mulos al morir papá. Claro, ninguno tenía un papel que nos nombrara dueños legales. Todo era de palabra, y por eso era tan fácil para los poderosos antojados sacar a la gente de las parcelas. Si alguien se les resistía, pues pagaban a los rurales (guardia ru-ral) por un buen plan de machete y pa' fuera...

«Aunque sabíamos de historias feas,

nosotros no llegamos a sufrirlas en car-ne propia. Quizá por eso ignorábamos más el significado verdadero de la ley, del reconomiento del derecho a ser due-ños del conuco nuestro».

«Pero como quiera fuimos –cuen-ta Juan–. Entendimos mejor el asunto cuando llegamos, por el comentario de los compadres, aunque teníamos casi toda la atención puesta en aquel gallego grande, recostado en un camastro, con los pies levantados sobre algo, hablando y gesticulando bastante. No supimos si ya se había firmado la ley, o estaba por firmarse, la verdad».

«Cuando pudimos estar más cerca, le oímos hablar de los montes que se alza-ban alrededor, que no podían tumbarse, que se sembraría mucho cítrico allí», re-cuerda Elide.

«Allí no demoramos mucho, para no regresar de noche, y porque el hambre apretaba. Fíjese que de momento se apareció un arriero de Vegas de Jiba-coa, cargado de pan, y la mercancía no le duró. Le cayó un abejero arriba que lo limpió enseguida», ríe Juan.

LA FIRMA JUNTO A SU NOMBREPocos meses después, en Guayabal de

Nagua, Elide volvió a escuchar a Fidel sobre el tema de la tierra, de cómo sería el proceso, que la ley firmada en La Pla-ta jamás sería letra muerta. Muy poco pasó para que a su finquita de Los Lirios de Nagua llegaran los tasadores.

«César Ochoa se llamaba el jefe. Se hizo muy buen amigo mío. Deslindó mis tierras y las de casi todos por allí. Fue un proceso muy serio. Al cabo del tiempo recibí el papel que, de tan solo mirar, me hizo entender todo el signifi-cado real del día en La Plata.

«Nunca había visto mi nombre en letras grandes, llamándome propieta-rio de una caballería y 29 centésimas de otra. Abajo estaba un sello negro y rojo, y la firma larga y segura del mis-mo hombre que aprobó la ley donde yo estuve».

Elide dice que por algo que no sabe explicar, sintió entonces un apego ma-yor a su pedazo de tierra, a ese que llama «la escuela de mi vida».

Pocas horas antes del aniversario 60 de la firma en La Plata, Elide acompa-ñó a Granma a visitar a Félix Pérez. No lo conocía, pero se estremeció ante la vitalidad de aquel enjuto campesino de cien años, que en medio del cafetal «bien parío», atendido todavía por sus manos, le sacó un legajo parecido al suyo.

«Yo no estuve en La Plata, pero este me lo dio Fidel personalmente, un año después. Desde la guerra sabía que yo trabajaba en parcela de ricos, allá en la Sierra, y cuando me lo entregó me lo dijo clarito: “Toma, Félix, ahora sí eres dueño de la tierra”».

Conmovido al escucharlo, Elide le ha-bló del título suyo, igual a ese, y del amor que le tiene a su estancia de Los Lirios. Que hoy, cuando ya no vive en ella por cuestiones familiares, regresa constan-temente. Que tiene allí a un sobrino muy trabajador y de confianza que la mantie-ne productiva y bien cuidada.

Que quiso –le contó– ponerla a nom-bre de él, porque ahora es quien la tra-baja y, en vez de molestarse ante la nega-tiva que tuvo, le dio un salto de orgullo adentro del pecho cuando le dijeron de modo concluyente: «Esa tierra es suya hasta que usted se muera».

«Vaya, qué verdad más hermosa –dijo Elide–. Yo estuve ahí cuando se hizo realidad».

La firma de la Ley de Reforma Agraria por Fidel devino parteaguas para el campesinado cubano.

FOTO: ARCHIVO DE GRANMA

La curiosidad juvenil que llevó a Juan y a Elide de la Paz (derecha) a La Plata el 17 de mayo de 1959, se les

convirtió luego en certeza de campesinos dueños. FOTOS DEL AUTOR

Con cien años cumplidos y vitalidad de asombro, Félix Pérez atesora el título que recibió personalmente de

manos de su firmante: Fidel.

De normal califican el periodo seco que acaba de terminar en Cuba y comprende desde noviembre de 2018 hasta abril, si bien el comportamiento de las precipitaciones no fue homogéneo ni favorable en todas las regiones. El promedio de pluviosidad ascendió a 340,3 mm, el 102 % del valor histórico para la etapa, y hubo déficit en Oriente, donde el acumulado relativo alcanzó el 84 % (340,2 mm), mientras en Occidente y Centro precipitó el 110 % (348,8 mm) y el 117 % (334,1 mm), respectivamente.