Agustín Ramos Nadie - revistadelauniversidad.unam.mx · Porque un grito hubiera significado...

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- Agustín Ramos Nadie N o importa lo que pudo suceder. Urge hallar algo, alguien vivo. Y cuanto antes. Ibas a gritar pero te contuviste. Porque un grito hubiera significado capitular, ceder a la locura el poco dominio que aún conservabas. Habías estado soñando durante toda la noche con escenarios desérticos, enmedio de los cuales aparecías dando voces y pisadas que absorbía la arena . No veías árboles ni sombras ni horizonte; sólo tolvaneras salinas, niebla casi de algodón que saturaba tus sentidos con asfixia de muerte. Fue una pesadilla inabarcable, con abre viaturas mínimas que te regresaron por segundos a la realidad de sábana y penumbra donde se retorcía tu cuerpo, empapado de sudor, en combate por abrir los ojos. Cuando al fin conseguiste despertar experimentaste, en un fugaz escalofrío, el presentimiento de que la desolación persistía. Bajaste los párpados y te mantuviste inmóvil: querías percibir un ruido tranquilizador; pero no escuchaste nada. Nada aparte de tu propio resuello. Tras una breve escaramuza con el terror abriste los ojos de nuevo. Las cortinas replegadas permitían el paso de un resplandor crudo, previo al amanecer. Oíste el roce del follaje en un alero, tal vez la caída de unas hojas de eucalipto y un silbar sin margen: el silencio. y además del oído , todo en ti sentía los tenues matices del aire que se estrujaba al filtrarse por lasjunturas de la puerta, el sofocado rechinar de una bisagra, el dete- rioro granuloso del muro frente a tu ventana. Así que arrebatado por los efectos del aislamiento que te aprisionaba no sentiste venir de dentro una descarga de pánico, una chispa que se extinguió ante la urgencia de buscar algo, alguien. Al levantar el pantalón un agudo tintineo de hebillas o centavos te lastimó los tímpanos. Luego, el frotar de la tela con tu piel sonaba a oleaje, y a silbido de caracol el más leve ademán . Todavía con el estruendo de lámina que produjo la puerta, contemplaste la calle: vacía. Al correr, cada uno de tus pasos restallaba . Y parecía que también tu respira- ción llevara eco: un redoble diminuto, una sombra entrecortada. Registraste con perplejo distanciamiento tus sollozos, las pausas y después el torrente, el estertor. ¿A quién gritar le y para qué? Si la avenida estaba sola. estabas solo. Completa- mente solo. -Puede que esté soñando. No. No te engañes. Te detuviste en seco al creer que alguien te hablaba. No. Eras tú mismo; era esta voz: una sutil diferencia de sonoridad con la voz de las palabras. Creías ignorar por completo cómo habías regresado de la calle a tu ventana; te parecía haber retrocedido de un salto, en un pestañear, desde la esquina hasta.tu departamento y después al endeble refugio de las sábanas y de esta reflexión; pero en cuanto te acuestas un hilo de memoria empieza a fluir con la rítmica pertinacia de una gota que repica más allá de las paredes. 19

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Agustín Ramos

Nadie

No importa lo que pudo suceder. Urge hallar algo, alguien vivo. Y cuanto antes.Ibas a gritar pero te contuviste. Porque un grito hub iera significado capitular,

ceder a la locura el poco dominio que aún conservabas.Habías estado soñando durante toda la noche con escenarios desérticos, enmedio

de los cuales aparecías dando voces y pisadas que absorbía la arena . No veías árbolesni sombras ni horizonte; sólo tolvaneras salinas, niebla casi de algodón que saturaba

tus sentidos con asfixia de muerte.Fue una pesadilla inabarcable, con abre viaturas mínimas que te regresaron por

segundos a la realidad de sábana y penumbra donde se retorcía tu cuerpo, empapadode sudor, en combate por abrir los ojos.

Cuando al fin conseguiste despertar experimentaste, en un fugaz escalofrío, elpresentimiento de que la desolación persistía. Bajaste los párpados y te mantuvisteinmóvil: quer ías percibir un ruido tranquilizador; pero no escuchaste nada. Nadaaparte de tu propio resuello.

Tras una breve escaramuza con el terror abriste los ojos de nuevo. Las cortinasreplegadas permitían el paso de un resplandor crudo, previo al amanecer. Oíste elroce del follaje en un alero, tal vez la caída de unas hojas de eucalipto y un silbar sinmargen: el silencio.

y además del oído, todo en ti sentía los tenues matices del aire que se estrujaba alfiltrarse por las junturas de la puerta, el sofocado rechinar de una bisagra, el dete­rioro granuloso del muro frente a tu ventana. Así que arrebatado por los efectos delaislamiento que te aprisionaba no sentiste venir de dentro una descarga de pánico,una chispa que se extinguió ante la urgencia de buscar algo, alguien.

Al levantar el pantalón un agudo tintineo de hebillas o centavos te lastimó lostímpanos. Luego, el frotar de la tela con tu piel sonaba a oleaje, ya silbido de caracolel más leve ademán .

Todavía con el estruendo de lámina que produjo la puerta, contemplaste la calle:vacía. Al correr, cada uno de tus pasos restallaba . Y parecía que también tu respira­ción llevara eco: un redoble diminuto, una sombra entrecortada. Registraste conperplejo distanciamiento tus sollozos, las pausas y después el torrente, el estertor.¿A quién gritar le y para qué? Si la avenida estaba sola. Tú estabas solo. Completa­mente solo.

-Puede que esté soñando.No. No te engañes.

Te detuviste en seco al creer que alguien te hablaba. No. Eras tú mismo; era estavoz: una sutil diferencia de sonoridad con la voz de las palabras.

Creías ignorar por completo cómo habías regresado de la calle a tu ventana; teparecía haber retrocedido de un salto, en un pestañear, desde la esquina hasta.tudepartamento y después al endeble refugio de las sábanas y de esta reflexión; peroen cuanto te acuestas un hilo de memoria empieza a fluir con la rítmica pertinaciade una gota que repica más allá de las paredes.

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-Sí, claro , ahora recuerdo.

~ecorriste uno p~r . ~no los departamentos del edificio, pendiente de la última ymas adelga zada posibilidad de dar con alguien. Pero sólo encontraste algún retazode duela y vestigios de muebles; las viviendas, apart e de permanecer desocupa­das, con ese aire de vacío radical pero transitorio que dejan las mudanzas, estabanhuecas . Huecas. Como si la creación, el espíritu , los días, todo aquello capaz decontrarrestar el tiempo, se hubiera sumergido en un boquete de eternidad dejan­do cuarteaduras, techos en desplome, capiteles de polvo, herrumbre, musgo, nebli­na de telarañas.

Ningún indicio .

Detenido en la esquina habías observado la misma escena de abandono en una yotra casa hasta desaparecer en la curvatura de la calle. En aquel momento un flujode ácido frío te irrigó desde el vientre hasta la coronilla y los talones. Y con todo,pudiste refrenar el pánico.

Paulatinamente el miedo como energía fue cediendo, no para tranquilizart e sinopara galvanizar un aplomo que no era más que instinto de sobrevivencia, escudocontra cualquier debilitamiento de tu lucidez.

Como el parque cercano a tu casa era una selva, diste un rodeo para llegar a laavenida principal, cuyo aspecto te recordó el fondo gris, desecado, de un desfiladero;los cascarones de los edificios, redondos de carcoma y erosión , cacar izos de vanos yumbrales, venían a ser como acantilados de un cauce seco, por donde anduviste hastallegar al sitio más alto de esa ciudad que más bien parecía, te parecía, una civilizacióntodavía no descubierta por los arqueólogos.

Aunque menos de la mitad de aquella construcción se mantenía en pie. s ólo sualtura la distinguía de las otras ruinas: llagas de alambrón careado, algunos pilotesextraídos de cuajo y charcas legamosas alrededor.

Sentiste un alfilerazo de conmiseración por los demás. ¿Qué podía haberles suce­dido? ¿Qué podías hacer por ellos?Te vinieron ganas de sonreí r ante esa solidaridadabsurda y sin destinatario. Empero aquella frágil distensión fue suficiente para darteánimos de vadear esa suerte de foso e internarte en el edificio.

Aunque sólo se sostenían algunos escalones, la estructura de la escalinata ascendíaen espiral, como acordeón, íntegra y practicable hasta donde se podía ver. Las pare­des internas, en retazos lívidas y en retazos ahumadas según su grad o de exposicióna la intemperie, ofrecían matices de lepra y desgaste en los bordes; las r;íb gas, alentrar y salir por los agujeros, componían fugas a la muerte , a lo satán ico.

Mientras ascendías a gatas comprendiste, con una clarividencia un tanto apart e deti mismo, y con una incipiente resignación paliada por el adormecimiento, quede minuto a minuto resultaba más improbable cualquier otra presencia.

Llevabas escalados unos quince pisos cuando llegaste al punto donde la escalinatase interrumpía en un tajo de dos metros, tras lo cual proseguía el peldariaje. Pero notuviste valor ni fuerza para intentar un brinco. La sofocación ponía sabor de sangreen tu boca. Tenías deshilachados los codos y los nudillos. Sin detener tu descenso alconducto más próximo con intención de asomarte , lamiste tus puños para enfriar

aquel ardor de agujas.-Qué ardor tan vivo.Al recordar palpas tu mano izquierda con los labios, la barres con la lengua y la

sientes lisa, sin raspones. La derecha está igual, si acaso con más salitre . La sedvuelve; el dolor de angustia en el plexo y la garganta nunca se ha ido... Aunqueacostado te deberías sentir mejor , envuelto en tu mundo familiar, la verdad es locontrario. Te revuelves en la cama y notas la ausencia de dolor en los codos. Qu ierescerciorarte, tientas, no hay ninguna raspadura, ningún desflejamient o. Estás des­

nudo. Por tanto la ascensión debió ser un sueño.

-Exacto, un sueño.La terraza desde donde te asomaste resultó ser poco más que una cornisa con

fragmentos de pretil , en cuyos rebordes un pasto hirsuto se sacaba filo con el viento.Sin prevenir si aquella saliente te podía soportar, te habías salido a ver el pano­

rama : un cementerio al que hace siglos nadie frecuenta ni procu ra. Las edificaciones

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y las avenidas sugerían laberintos de sepulcros, un último estertor de lápidas reven­tadas desde su fondo por e! florecimiento vegetal y cercadas por frecuentes mancho­

nes de agua; un sembradío de lagunetas y de escombros café oscuro. Un desgüesa­dero . Los hilvanes de vías rápidas eran duetos de polilla. En algunas zonas surgíanmontículos, colinas, gigantes hormigueros despoblados. Despoblados. En ese mo­

mento sentiste venir otro acceso de desesperación.Ahí, con el tijeretear de! viento, ni siquiera necesitabas voluntad para arrojarte al

vacío: hubiera bastado aflojar el cuerpo, la cabeza, para terminar todo de golpe.Pero viste movimientos en el parque que no habías querido atravesar. Y sentiste másancho que nunca el deseo de encontrar a alguien y, una vez abajo, también sentiste

miedo. Miedo de que no fuera verdad.Ya para entonces e! medio día comenzaba a estar maduro. Ibas al parque cuando,

al llegar a lo que fuera una bocacalle, decidiste desviarte un poco. Había sido unapercepción, la corazonada de que e! pavor estaría por extinguirse porque , una dedos, o encontraría s gente o todo era un mal sueño en vísperas de terminar; y si erauna pesadilla que de todas formas estaba por concluir, se te hacía necesario desgas­

tarla hasta su fin, obtener la fatiga completa, e! último agotamiento.Sonreíste otra vez, ¿te acuerdas? Nadie podría estar más extenuado que tú y toda­

vía hablabas de obtener la fatiga completa. Lo que ocurría es que te estabas vol­viendo loco. Al punto te envolvió una vibración apaciguadora.

Llegaste al ábside de un templo . Sitio ideal para e! reposo (si es que deveras había

sido un templo).Descansar sin sonidos result ó aliviante, te hizo sentir acunado, con anestesia en los

codos, en las rodillas, en los músculos.¿Hasta aquí da la memori a?

Tu corazón está otra vez como si acabaras de escalar e! edificio. Sientes milímetropor milímetro el sudor que te cae por la espalda, de la nuca, de un punto exacto dela nuca por la espalda.

No. No logras diferenciar qué fue lo que soñaste. No, no lo consigues. El sudor esun cro nómetro.

-Bueno, no importa, cálmate, es natural que no te acuerdes; se trata de un sueñoy a los sueños hay que revivirlos ju sto al despertar, porque si no se confunden. Nosconfunden. Por favor cálmate. Es necesario que te calmes para que yo pueda seguircontando. Cálmate. Puede tratarse de otra laguna, de otro salto. A menos que ...

Es que ya ha de ser como la una. A la una de la tarde los niños vienen de! mercadoy las mamás de la escuela (al revés , que diga), debiera oírse el caramillo delafilador , el gañir del abanero , los pregones de quien compra y vende usado; lassirvientas tendrían que andar subiendo a la azotea con tambaches de ropa, mientraslas estufas chispor ro tean sazones y la ciudad se enronquece de aviones, bocinas, mo­tore s en segunda. Ambulancias , silbatazos... En cambio ahora no hay nada. Nada.Nomás este silbido.

Calma. Sigo soñando , eso es lo que pasa. Todos alguna vez hemos soñado desper­tar y sólo estamos entrando en otro sueño... Caraja. Calma.

Es que no puedo recordar cómo regresé de la iglesia al departamento. A menosque el sueño sea este retorno a casa y la realidad sea lo demás: la soledad, el mundodeshabitado.

Cabeza , ya no te aguanto. Tengo que despertar.

Despierto en la iglesia. No sé ni cómo pero puedo detener a tiempo e! grito . Menosmal. No me importa lo que pasa ni lo que pudo suceder. Me urge encontrar algo,alguien vivo. Y cuanto antes .

Mis codos, mis manos. Mis rodillas, mis pobres rodillitas. No sé si pueda.Calma. El parque está muy cerca.A lo mejor nada más estoy alucinando. A ver, ¿cuánto dormí en el templo? Como

sea, ya debe ser tarde, cala el frío. Tengo sed.

Esto fue un parque.

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La división de los prados resulta indistinguible, a no ser por algún resto de baldosao de banca aún a flote en la crecida de los matorrales. Hay emanaciones de raíces ytallos podridos; el pequeño lago, al estancarse, debe haberse hecho un cenagal; sinembargo no se ven insectos.

Al fondo hay un arroyo. Las salpicaduras reavivan el oído: el discurrir del aguaasciende, de tan piano, a los tonos del aire cernido entre las ramas. Más adentro seentreveran efluvios de vida vegetal y de putrefacción. ¿También los árboles estánmuriendo?

Aquí se puede beber. Aquí uno se puede contemplar.Al pie de un encino, desde la margen húmeda hasta la mitad del lomo de la co­

rriente, tiembla como calcomanía una imagen. La imagen de un animal anciano, unser solo, una mueca frente al vacío. Los brazos en actitud colgante, simiesca. ¿Antequién comportarse ya como hombre?

De pronto, ahí, detrás del encino. Algo. El polvoriento litoral de un sonido , ¿o deuna sombra? Algo. Un trozo de niebla o de jadeo. Hay que olvidarse del propioreflejo en el agua y caminar, caminar erguido otra vez. Un paso. Sí. Algo ajeno alaire está moviéndose.

Sólo con un enorme esfuerzo , con todo el poder que significa recobrar la voluntadhumana , se puede controlar este arranque de euforia que bulle por piernas y pulmo­nes, como eyaculación, al presentir la cercanía de alguien , de algo, fiero , mons­truoso , sobrenatural, lo que sea, pero algo. Por fin.

Es una silueta femenina, transparente casi. Una mujer, seguro... ¿Se habr á sent idonunca tanto amor? De todos modos es preferible aguardar a que ella inicie el acerca­miento. No vaya a resultar asustadiza.

.A la distancia de seis o siete pasos se distinguen sus gestos, su estatura. El dibujoanguloso de su cara termina en un hoyuelo apenas sugerido bajo el mentón. Tal veztreinta años. Las cejas, del tamaño y misma anchura que la boca, dan a sus rasgosuna impresión de simetría alterada por el temor y la sorpresa. No es precisamentehermosa , lo constata al acercarse , reticente. ¿Se habrá sentido nunca tantos deseos deabrazar a alguien? Uno de sus ojos es ligeramente bizco, desviado hacia fuera . Tieneuna cicatriz arriba de la frente, ..hí donde se divide su cabellera: es una línea de doso tres centímetros , apenas discernible de la raya del partido. Su intento de sonreír esuna mueca rígida; también de animal anciano , también recién salvada del vacío.

Un paso más, de uno hacia el otro .Llega su olor, su saliva, sus humores de cansancio, de susto grande que al fin va

en retirada. Son nítidos los garabatos verdiazules que se calcan en el rebalse de sussienes, los poros abiertos de su piel insomne , el esmalte veteado de su dentadura.

Comienza a caer la noche.Ahora es suficiente con estirar la mano hacia su mejilla y decir algún saludo ......Saludo que destruye al espejismo. La mano, al tenderse , recibe un duro golpe.

El golpe de la nada.¿Es que en verdad no hay nadie? ¿Nadie?Nadie.En este alarido se conjuga, larga larva en expansión, la certeza de que nadie va a

oír. Nadie, nadie. Y este repetir nadie es estallar completa la locura. Nadie. Pero yaqué importa la locura o lo que pudo suceder, si la voz suena falsa, indiferente al ecode la conciencia. Si la palabra, inútil ya, derivará al delirio, escurrirá por las comisu­ras. Para nadie. O

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