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Agustín CuevaEnsayos Sociológicos y Polí ticos

PENSAMIENTO POLÍTICO ECUATORIANO

Agustín CuevaEnsayos Sociológicos y Políticos

Introducción y selección de Fernando Tinajero

© De la presente edición:

Ministerio de Coordinación de la Políticay Gobiernos Autónomos DescentralizadosVenezuela OE 3-66 entre Sucre y Espejo(593) 2 2953-196www.mcpolitica.gob.ec

BEaTrIz TOla BErmEO

ministra

JOSé larrEa Jarrín

Secretario Técnico

anDréS ChIrIBOga TEJaDa

Proyecto de Estudios y Pensamiento Político

ISBn:Cuidado de la edición:Sofia Bustamante layedraguillermo maldonado Cabezas

Diseño de la portada e interiores:rubén risco IntriagoImprenta V&m gráficas

Quito, febrero 2012

Pensamiento Político EcuatorianoColección dirigida por Fernando Tinajero

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PresentaciónBeatriz Tola Bermeo

Sin lugar a dudas, agustín Cueva Dávila es una de las figuras mayores de la cul-tura ecuatoriana en la segunda mitad del siglo XX y su pensamiento no deja deincidir en las ciencias sociales y las concepciones políticas de nuestros días. Vin-culado a uno de los movimientos más influyentes de los años sesenta, fue ademásun adelantado de la nueva sociología en el Ecuador –disciplina cuyo estudio,por extraña coincidencia, fue fundado por su padre, el doctor agustín CuevaSanz, primer profesor de sociología que tuvo la Universidad Central en 1916.

Brillante en la crítica literaria y cultural, su libro Entre la ira y la esperanzafue la campanada que dio comienzo a un proceso de cuestionamiento de lasmás tradicionales concepciones de nuestro pasado cultural; pero lo que le dioverdadera dimensión continental es su producción sociológica y política, nacidaen su actividad docente en la Universidad Central y continuada en la Univer-sidad nacional autónoma de méxico. Fueron célebres sus intervenciones po-lémicas en torno a los temas del populismo, del carácter no marxista de la teoríade la dependencia y de la caracterización de los modos de producción en amé-rica latina, todos ellos de carácter académico, pero indudablemente ligados alas definiciones políticas más importantes en un momento de crisis en nuestrocontinente, cuando los grandes procesos de los años sesenta tropezaron con lamás violenta reacción conservadora, no solo en nuestro país, donde tuvimosque soportar casi una década de dictaduras militares, sino también en el ConoSur, donde los excesos del poder han sido ya universalmente reconocidos comouno de los peores atropellos a los derechos humanos que se hayan registradoen el mundo después de la Segunda guerra mundial.

Para el ministerio de Coordinación de la Política es un acto de justicia laincorporación de una selección de textos de agustín Cueva en la Colección delPensamiento Político Ecuatoriano; pero el objetivo de haberlo hecho no ha sidosolamente el de rendir un merecido reconocimiento de la producción de unode nuestros principales intelectuales contemporáneos, sino el de ofrecer a losecuatorianos un punto de vista autorizado acerca de los temas trascendentes dela estructura social y sus necesarias transformaciones.

En estos mismos días, cuando el Ecuador se prepara para un nuevo acon-tecimiento democrático, del cual depende el porvenir inmediato de los procesosde cambio que han sido emprendidos por el gobierno de la revolución Ciu-dadana, es altamente necesario que nuestras preocupaciones no se enreden enel escándalo cotidiano, siempre provocado por aquellas fuerzas que no disponende otra arma de combate, y que se concentren en aquello que es fundamental:contar con criterios bien fundamentados para tomar decisiones acertadas sobreaquello que nos hace ser lo que somos, y sobre aquello que aspiramos a ser.

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índice

Presentación ........................................................................................... 5Beatriz Tola Bermeo

agustín Cueva, o la lucidez apasionada .................................................. 9Fernando Tinajero

Antología de Agustín Cueva

· Ciencia social e ideologías de clase ............................................. 35· Cultura, clase y nación ............................................................... 53· Problemas y perspectivas de la teoría de la dependencia ............. 73· El uso del concepto de modo de producción en américa latina:

algunos problemas teóricos ........................................................ 99· El análisis dialéctico: requisito teórico y a la vez político .......... 119· Elementos y niveles de conceptualización del fascismo ............. 129· El Estado latinoamericano

y las raíces estructurales del autoritarismo ................................ 143· Vigencia y urgencia del “Che”

en la era del neoconservadurismo ............................................. 157· la democracia latinoamericana:

¿forma vacía de todo contenido? .............................................. 165· las interpretaciones de la democracia en américa latina:

algunos problemas ................................................................... 177· El populismo como problema teórico-político ......................... 221· El velasquismo: un ensayo de interpretación ............................ 235

referencias ......................................................................................... 263Bibliografía ........................................................................................ 264

agustín Cueva, o la lucidez apasionada

Fernando Tinajero

… todas las revoluciones latinoamericanas de este siglo, desde la mexicanahasta la nicaragüense,[…] han sido una rebelión contra las tiranías o las «democracias fraudulentas» […] y simultáneamente contra la

injusticia social y la dominación imperialista. En cierto sentido trato de recuperar teóricamente esta tradición, tanto popular como de

la izquierda, a la que de manera tal vez romántica me aferro.agUSTín CUEVa

En los días finales de 1964, cuando agustín, Françoise y yo empezamos a pla-near la revista Indoamérica, ninguno de nosotros podía imaginar que al cabode veintiocho años él habría de morir casi en mi presencia después de regresarde méxico para pasar en Quito los últimos meses de su breve vida. aunquenos conocimos en 1958, mientras los dos cursábamos estudios de derecho enla Universidad Católica –antes de que yo abandonara los códigos para estudiarfilosofía, antes también de que él fuera expulsado de la Universidad por su ac-titud ya alineada con la izquierda–, nuestra amistad comenzó después, a su re-greso de París, y nunca fue alterada por sus ausencias ni las mías.

a causa de su temprano origen, la adhesión de agustín al marxismo fue alcomienzo de carácter emocional, como la mayor parte de las que aparecieronen la primera mitad del siglo –y quizá un poco más, cuando las izquierdas em-pezaron a recibir un poderoso aliento que llegaba del Caribe. no obstante, enun proceso que duró algunos años, agustín fue transformando esa elecciónemocional en firmes convicciones que nacieron de la lectura de los clásicos delmarxismo, condimentada desde luego con el Sartre marxista de los años sesentay el mariátegui de los veinte, pero al mismo tiempo, con todas las experienciascercanas y lejanas que no podían dejar de provocar ira y esperanza, para decirlocon las palabras de su título más célebre. Esa firmeza explica que agustín nohaya renunciado a sus ideas ni siquiera en los años finales de su vida, cuandolos Kapellmeisters del capitalismo pusieron una pesada lápida sepulcral sobre lafosa donde habían arrojado las efigies de marx, creyendo que de ese modo en-

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terraban al marxismo. al contrario, esa adhesión fue la constante de su obra yde su vida, tan marcada esta última por sorprendentes avatares. Por eso en otraparte1, al recordar la curiosa clasificación de los intelectuales que fue propuestapor Berlin al amparo de un verso de arquíloco (πολλ’ οίδ’ άλώπης άλλ’ έχινος

έν μέγα –«muchas cosas sabe la zorra; el erizo sabe una sola pero grande»),afirmé que si es válida esta clasificación –y no hay razón de que no lo sea, puestoque es tan arbitraria como cualquiera otra– agustín Cueva fue un «erizo»: unode esos escritores que «saben relacionar todo su trabajo con una única visióncentral que da significado a todo lo que son y todo lo que dicen», y no una«zorra», como aquellos otros que «persiguen muchos fines, a menudo inconexosy hasta contradictorios»2.

ParíS, InEVITaBlEmEnTE ParíS

al comenzar la fabulosa década de los sesenta, agustín dejó también los estu-dios de derecho al recibir su licenciatura y se marchó a Francia para estudiarsociología. París seguía siendo el paraíso soñado por intelectuales y artistas, yla tertulia de sus cafés era un hervidero alimentado por las polémicas de Sartre,que no se cansaba de distribuir sus periódicos maoístas en el Boul’ mich’.

mucho tiempo después, al prologar la quinta edición de Entre la ira y laesperanza, agustín hizo un balance de aquellos años: entre los «hitos positivos»que contribuyeron a su formación intelectual, menciona precisamente a Sartre3

y agrega los nombres de Barthes y de Claude lévy-Strauss –cuyo pensamiento,según declara, siempre fue fascinante para él–, sin olvidar por supuesto agyörgy lukács, «redescubierto» en esos tiempos después de haber sufrido la

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1 Véase mi prólogo al último libro de agustín, de cuya edición me encargué después de su muerte:Literatura y conciencia histórica en América Latina, Quito, Planeta del Ecuador, 1993.

2 Cfr. Isaiah Berlin, e hedgehog and the fox, 1953. Con una ilustre ejemplificación en la queconstan Platón, Pascal, hegel, Dostoievsky y Proust como «erizos», y aristóteles, montaigne, goethe,Balzac y Joyce como «zorras», el profesor inglés ha advertido que la diferencia entre las dos categoríasno es de nivel, sino de personalidad, de actitud general ante la producción intelectual o artística.

3 la influencia de Sartre en todos los intelectuales de mi generación fue intensa y decisiva, aunqueno siempre tuvo el mismo significado. Véase al respecto, alicia Ortega, editora, Sartre y nosotros, libroque reúne las contribuciones para un seminario en conmemoración del primer centenario del naci-miento de Sartre (Quito, Universidad andina Simón Bolívar / Editorial El Conejo, 2007). Para estetema, es especialmente interesante la sección «memorias», donde se encuentran ensayos de abdón Ubi-dia y martha rodríguez, y entrevistas a alejandro moreano, Ulises Estrella, Fernando Balseca, raúlVallejo y Fernando nieto.

condena del dogmatismo soviético por el delito de haber pensado con espíritucreativo. O sea que los verdaderos maestros de agustín fueron dos filósofos–uno de ellos más conocido por muchos como novelista, dramaturgo y ensa-yista–, un lingüista y crítico de la literatura, y un etnólogo, pero ningún soció-logo: revelación que no deja de ser sorprendente, porque no se puede suponerque tales hayan sido las lecturas preferidas por quien estaba preparándose paraser un sociólogo profesional.

Y las revelaciones de agustín van todavía más lejos: declara que «jamás sedeslumbró» con las clases o los libros de georges gurvitch y que tampoco lle-garon a interesarle los análisis de maurice Duverger –dos de sus maestros en laÉcole des Hautes Études Sociales–, y agrega:

Por la época en que publiqué mi primer trabajo de «sociología política»(Más allá de las palabras: introducción a la mitología velasquista4), de hecholo que hice fue leer y releer a Barthes y lévi-Strauss, apasionándome luegopor el 18 Brumario de marx, pero paradójicamente a partir de la relecturade Tristes trópicos. En contraste, jamás me pasó por la cabeza la idea de ins-pirarme en Duverger y, menos todavía, la de aprovechar técnicas de inves-tigación como las de Paul lazarsfeld –para citar otro ejemplo– cuyo cursoen la Sorbona recibí como una verdadera tortura que fui incapaz de resistirpor más de dos semanas5.

Como si todo eso no fuera suficiente, estas revelaciones se cierran con laque acaso sea la más sorprendente de todas: declara que de sus profesores deParís, el único que de veras le interesó y al que nunca dejó de leer fue raymondaron,

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4 Este texto apareció por primera vez en el número 7-8 de la revista Indoamérica (1967). Después,totalmente reelaborado, volvió a aparecer en El proceso de dominación política en el Ecuador, bajo eltítulo de «El velasquismo: un ensayo de interpretación», Quito, Editorial Planeta del Ecuador, 1997(véase en este volumen p. 235).

5 Cfr. agustín Cueva, «Veinte años después. Introducción a la 5a. edición de Entre la ira y la es-peranza», Quito, Editorial Planeta del Ecuador, 1986. alejandro moreano anota que Cueva llegó almarxismo desde la sociología clásica representada por Durkheim y Weber. Cueva no menciona a estosautores, pero es evidente que ellos también dejaron huella en su formación intelectual. Cfr. a. moreano,«Estudio introductorio» en Agustín Cueva. Pensamiento fundamental, Quito, Campaña nacional Euge-nio Espejo por el libro y la lectura, Corporación Editora nacional / Universidad andina Simón Bo-lívar, 2007.

…ese pensador de derecha y especie de anti Sartre que ya a comienzos delos años sesenta era considerado más como un «publicista» (o periodista)que como un sociólogo, juicio de intención peyorativa al que él respondíacomentando que algunos de sus colegas investigaban de manera cada vezmás rigurosa y con métodos más sofisticados problemas cada día menosimportantes (Id.).

mejores que cualquier argumentación sobre el sentido de su obra, estasrevelaciones de agustín, hechas cuando ya gozaba de prestigio en el Ecuador yen américa, dan la pauta más precisa para definir el carácter de su producción:una enorme apertura intelectual –que no se detiene por limitaciones de secta,capilla ni «especialización»–, en la cual se advierten los motivos que le hicieronrefractario al empirismo, ya perceptible en esos años, con todo su bagaje detécnicas que en su afán de matematizar todos los hechos no pueden ocultar laimpronta positivista de su concepción. al citar a aron, agustín parecía decir asus lectores que tampoco él aceptaba esos refinamientos de método que llevana descubrir casi todo sobre casi nada, y prefería la amplia y penetrante manerade mirar que ha caracterizado a los franceses.

Esto no significa, sin embargo, que agustín haya sido un autor afrance-sado. al contrario, el Ecuador y américa latina ocupan el centro de su atencióna lo largo de todo su trabajo, pero lo hacen sin los sesgos del «especialista» querecorta la realidad para examinarla rigurosamente por uno solo de sus aspectos:el hecho de que haya transitado por el análisis sociológico, la crítica literaria yla polémica política, sin contar la reflexión retrospectiva que le puso en el te-rritorio mismo de la historia6, muestra en cambio que su abordaje de la realidaddesde ópticas distintas le permitió alcanzar casi siempre una comprensión másprofunda y compleja –más discutible también– de la multiforme realidad denuestro continente.

En este sentido, pero solo en este, el caso de Cueva es semejante al de Eche-verría, que ha sido ya presentado a los lectores en el primer volumen de estaColección. los dos optaron por el marxismo desde edades tempranas; los dosmantuvieron esa misma convicción hasta la muerte; los dos se formaron enEuropa; los dos nutrieron su trabajo con alimentos muy variados, que jamásexcluyeron la literatura ni el arte; los dos estuvieron permanentemente vincu-

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6 Véase el «Estudio Introductorio» de rodolfo agoglia en el volumen Historiografía ecuatoriana,Biblioteca Básica del Pensamiento Ecuatoriano, vol. 25, Quito, Banco Central del Ecuador / Corpora-ción Editora nacional, 1985.

lados con el movimiento político-cultural de los años sesenta; los dos tuvieroncomo propósito central de su trabajo la transformación revolucionaria de nues-tra sociedad, y entendieron como nuestra a toda la sociedad de américa latina.

no obstante, el modo de asumir el mismo corpus de ideas no fue igualpara ambos: Bolívar Echeverría llevó a cabo una lectura nueva de la teoría quenace de «ese proyecto inacabado» que es la obra de marx y no vaciló en señalarsus limitaciones, entendiendo el marxismo como un campo de trabajo más quecomo una doctrina acabada; agustín Cueva hizo una lectura nueva de la praxispolítica y social en américa latina, manteniéndose dentro de lo que algunosconsideran «ortodoxia» por no haber cuestionado los principios fundamentalesdel marxismo, pero haciendo de ellos un manejo creativo, que a veces le permiteun despliegue de sutileza poco frecuente entre sus colegas. ambos, sin embargo,fueron vistos por los partidos comunistas con el recelo que las viejas dirigenciastenían frente a quienes se atrevían a pensar y recibían por eso el sanbenito de«disidentes», «revisionistas» o «traidores». hoy, a más de veinte años del hun-dimiento del bloque soviético y su dogmatismo, tales epítetos han perdidocompletamente su sentido –si alguna vez lo tuvieron–, aunque de tarde en tardealgunos despistados insisten todavía en seguirlos usando: a despecho de ese an-claje en el pasado, tanto Echeverría como Cueva son verdaderos referentes enla búsqueda de una nueva comprensión de nuestra realidad social y de las víasposibles para superarla.

lOS COmIEnzOS: DEl TzAnTzISMo a IndoAMÉrICA

En 1964, cuando regresó de Francia después de haber obtenido un diplomaen sociología, agustín Cueva se integró rápidamente al movimiento culturalque había nacido del Tzantzismo y que estaba empezando a reproducir su re-beldía iconoclasta frente a un gobierno militar que era popularmente designadocon el mote de «dictablanda»7. Eso no significaba, desde luego, que aquel mo-vimiento cultural hubiera alcanzado ninguna unanimidad en las concepcionespolíticas y estéticas de todos los grupos o individuos que constantemente en-

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7 El grupo Tzántzico hizo su primera aparición pública en 1962. Para 1964, su actitud de rupturaya había producido algunas repercusiones en el ámbito de la cultura, no solo en Quito sino también enotras ciudades del país. agustín nunca fue un tzántzico, pero siempre miró con simpatía esa actitud re-belde, calificada por él como «tierna e insolente». acerca de ese período, véase mi ensayo «los años dela fiebre», en el libro homónimo editado por Ulises Estrella, Quito, libresa, 2005. además, puede con-sultarse de Susana Freire garcía, Tzantzismo: tierno e insolente, Quito, libresa, 2008.

grosaban sus filas: significaba solamente que estábamos viviendo tiempos derebeldía general, cuyas manifestaciones se extendían en el mundo por todoslos ámbitos de la sociedad, traspasaban fronteras, y provocaban un clima depermanente exaltación con sus inolvidables utopías.

Incorporado a los «coloquios» que se hacían en el Café 778, agustín par-ticipó también en la constitución de la asociación de Escritores y artistas Jó-venes del Ecuador (aEaJE), y en 1965 fue elegido su primer presidente: laclaridad de su talento, unida a la firmeza de sus ideas, hizo que su personalidadse convirtiera en una suerte de polo de atracción para la cantidad creciente depoetas, narradores o pintores que empezaban a asumir la necesidad de articularuna acción colectiva capaz de reivindicar los derechos del arte y la cultura, peroante todo la «autenticidad» de una identidad nacional que se consideraba «mis-tificada» por el proceso colonial de los siglos XVI a XIX, y agravada por el co-lonialismo contemporáneo. las ideas de identidad y liberación nacional,firmemente alentadas por las noticias que llegaban primero desde argelia y des-pués desde Vietnam, se vinculaban así a las afirmaciones antiimperialistas queprovenían del Caribe: la cultura y la política andaban como siempre por elmismo andarivel, y por momentos parecía que la diferencia entre las dos eraanulada por un mismo oleaje de crisis, impugnaciones y propuestas.

Pero no fue solamente la circunstancia de haberse involucrado en eseproceso, sino una inclinación espontánea que no desapareció jamás, lo quellevó a agustín a iniciar su labor intelectual en el horizonte de la crítica. Esafue la época en que él y yo hicimos, con Françoise Perus9, la revista Indoamé-

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8 Situado en la casa que perteneció a marieta de Veintemilla, en la esquina de las actuales callesBenalcázar y Chile, el Café 77 fue el cuartel general de los tzántzicos, quienes le bautizaron con ese ex-traño nombre. allí tenían lugar, todos los viernes por la noche, los Coloquios sobre arte y literaturaque congregaban a un público muy numeroso cuya afluencia contrastaba con las salas vacías de la Casade la Cultura intervenida por la dictadura. a una cuadra de Carondelet, el Café 77 fue el lugar dondelos temas literarios y artísticos derivaban fácilmente hacia temas políticos, y se terminaba hablandoabiertamente contra el régimen militar y contra sus auspiciantes de la Embajada de los Estados Unidos.Clausurado por orden del gobierno en 1965, sus animadores fueron perseguidos y al menos dos deellos fueron apresados y maltratados en los cuarteles: vivíamos una época en que las fuerzas armadas detodo el continente habían sido instrumentalizadas para la «defensa continental», como se llamaba ofi-cialmente a la lucha anticomunista, convertida en el común denominador de los gobiernos fuertes deamérica latina.

9 En todos los números de nuestra revista aparece, en el reverso de la portada, esta leyenda: «In-doamérica, revista cultural dirigida por agustín Cueva y Fernando Tinajero»; y después, una línea másabajo, consta el nombre de Françoise con el agregado de «secretaria de redacción». Esa discriminación,absolutamente injusta, fue la expresión de un machismo inconsciente que se acomodaba a la ideologíadominante. En honor a la verdad, quiero dejar constancia ahora de que Indoamérica fue hecha por los

rica, que vino a sumarse a las que ya se publicaban desde el costado izquierdode nuestro movimiento: Pucuna, que fue la revista combativa de los Tzánt-zicos encabezados por Ulises Estrella, y La Bufanda del Sol de la primeraépoca, a cargo de alejandro moreano, Francisco Proaño y el mismo Ulises,que se propuso difundir en el Ecuador lo que se hacía en otros países de amé-rica latina, al mismo tiempo que daba a conocer a esos países lo que se hacíaen el Ecuador. Junto a estas «hermanas mayores», Indoamérica se propuso serla revista teórica del movimiento –lo cual no significa que necesariamentehaya llegado a serlo10.

Según mi opinión, ese período –que poca atención ha recibido de partede quienes han estudiado el pensamiento de Cueva–, es sin embargo un mo-mento clave en el desarrollo de sus ideas. Fue en Indoamérica donde apare-cieron sus primeras incursiones en el tema de la cultura nacional y susprimeras exploraciones del proceso político ecuatoriano, que se ampliaríadespués a toda américa latina; fue en sus páginas, por tanto, donde tomaronsu forma original sus primeras intuiciones sobre la ideología del mestizaje11

y el populismo, entendido como un epifenómeno del modo de ser de la do-minación capitalista en américa latina12.

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tres, sin que el aporte de Françoise haya sido de ninguna forma inferior al que hicimos agustín y yo.hay que recordar que Françoise ha ejercido también durante muchos años la docencia en la Universidadnacional autónoma de méxico, y en dos ocasiones (1976 y 1982) ha obtenido el Premio Casa de lasaméricas por su importante producción en el campo de la crítica literaria (véase, de F. Perus, Literaturay sociedad en América Latina: el modernismo, la habana, Casa de las américas, 1976; e Historia y críticaliteraria, la habana, Casa de las américas, 1982).

10 Con exceso de generosidad, abdón Ubidia recuerda la aparición de Indoamérica y dice queaquella revista fue «una versión ecuatoriana de Los tiempos modernos». no lo fue, en realidad, pero pudohaber llegado a ser algo parecido si las circunstancias la hubieran permitido prolongar su vida. (Véase,de abdón Ubidia, «la galaxia Sartre», en Sartre y nosotros, cit. supra.).

11 Como toda ideología, la del mestizaje –tan cara a los intelectuales de la burguesía latinoameri-cana a partir de la década del veinte– tiene un carácter encubridor: en ella, las relaciones de dominaciónétnica, económica y cultural se convierten en idilio… no es inútil precisar, en todo caso, que no debeconfundirse la ideología del mestizaje con el hecho histórico y social que esa ideología alude y elude.

12 los ensayos publicados por agustín Cueva en la revista Indoamérica fueron los siguientes: «laencrucijada de la cultura ecuatoriana», n° 1, enero-febrero de 1965, pp. 6-14; «reflexiones sobre lanovela indigenista», n° 2, marzo-abril de 1965, pp. 117-122; «mito y verdad de la cultura mestiza»,n° 4-5, julio-diciembre de 1965, pp. 288-302; «más allá de las palabras. Introducción a la mitologíavelasquista», n° 7-8, enero-mayo de 1967, pp. 36-69.

Un lIBrO-InSIgnIa

En 1966, después de la caída de la Junta militar de gobierno que fue encabe-zada por el contraalmirante ramón Castro Jijón, agustín volvió a Francia engoce de una beca, y durante su ausencia se produjo la «toma» de la Casa de laCultura y su consiguiente «reorganización»13, que en rigor se limitó a la expe-dición de una ley avanzada que tuvo una vigencia efímera, y al regreso de Ben-jamín Carrión a la presidencia de la institución que él mismo había fundadoen 1944: como he expresado ya alguna vez14, la verdad es que aquella «toma»fue un proceso frustrado cuyos menguados logros no pasaron de ser un suce-dáneo del objetivo real que buscaba desde nuestro costado el movimiento. Sinembargo, como prueba de la indecisa situación inicial después de la «victoria»,poco después, formando parte del nuevo plan editorial de la Casa, de sus pren-sas salieron nuestros primeros libros: el de agustín titulaba Entre la ira y la es-peranza y estaba llamado a convertirse en el libro-insignia de una generación:

Obra de gran fórmula –escribe abdón Ubidia–, mención indispensablepara quien reseñe el ensayo ecuatoriano, audaz, irreverente, apasionada,publicada en ediciones ya incontables, fue para nuestra generación un gritode guerra y una advertencia: el pasado impregnaba el presente, lo conta-minaba y pervertía; la Colonia renacía de entre sus propias cenizas y se en-carnaba en sombríos personajes que la añoraban. aquello debía terminarde una vez por todas. Un ¡basta! inequívoco brotaba de esas páginas lumi-nosas, claras, que decían lo suyo con un estilo austero y directo, impecable,bien trabajado y lúcido en su fluida elegancia15.

la idea matriz que desarrolla este libro es la afirmación de que la Colonia,lejos de haber muerto al producirse la independencia, siguió viviendo bajo las

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13 Un año después, hernán rodríguez Castelo (que sin representar a nadie participó en el «triun-virato» que dirigió aquellas jornadas), publicó un folleto con un título excesivo: revolución cultural(Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1967), en el que cuenta de un modo casi fiel todo el desarrollodel acontecimiento, pero su interpretación es triunfalista: como es obvio, sus objetivos no eran los nues-tros. Véase además, «El radicalismo de los Tzántzicos», entrevista de hernán Ibarra a Ulises Estrella, enSartre y nosotros, cit. supra.

14 Cfr. «los años de la fiebre», cit. supra.15 abdón Ubidia, «Cuarenta años después. los ardientes años que aún viven», prólogo a la edición

de Entre la ira y la esperanza incluida en la Colección Bicentenario, editada por el ministerio de Culturaen 2008.

formas republicanas, y seguía aún tan fresca como en el siglo XVII16. Esto sig-nifica que entre el movimiento de la sociedad y el lenguaje de la cultura sehabía establecido la relación que existe entre la máscara y el rostro: las cam-biantes estructuras de la sociedad quedaron escondidas bajo la forma de unlenguaje que funcionó siempre como «ablución» –es decir, un lenguaje que noexistía para comunicar sino para «purificar» o sacralizar la realidad mediante elritual de la palabra, del arte y de los comportamientos cotidianos17.

En el prólogo ya citado, agustín declara sin rodeos que alberga serias dudasacerca del carácter «marxista» que algunos han atribuido a Entre la ira y la es-peranza, y agrega que ni siquiera está seguro de que se trate de un texto socio-lógico. Y tiene razón. El lector no encontrará en ese libro ni sociología nimarxismo: encontrará literatura –una literatura en la que la intuición desem-peña el papel que en los estudios sociales debe desempeñar la teoría, aunqueevidentemente se encuentra sobredeterminada por una toma de posición po-lítica–. Dentro de la tradición latinoamericana del ensayo literario, tan venidoa menos actualmente, agustín compuso en esas páginas una visión apasionaday penetrante de nuestro proceso cultural, reducido a menos de doscientas pá-ginas con la osadía que solo se puede tener hasta los treinta. Pero es esa osadía,justamente, la que impregna ese libro de un tono y una lucidez que no pudie-ron alcanzar los demás libros de agustín, pese a que nunca dejó de tener unánimo combativo, siempre dispuesto a la polémica, asumida por él como elmodo propio de la lucha revolucionaria en la palabra. no creo inútil recordarque agustín era dueño de un talento lúcido como pocos, pero también de untemperamento apasionado.

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16 Téngase en cuenta la fecha en que apareció Entre la ira y la esperanza: 1967. han pasado ya 45años, pero a pesar de los enormes cambios que se han producido en nuestra sociedad, víctima de crisiseconómicas, inestabilidad política, devastación neoliberal…, en ciertos aspectos ideológicos y en ciertasprácticas sociales, la tesis de agustín Cueva sigue en pie.

17 Compárese esta temprana percepción de Cueva con el concepto de ethos barroco que fue pro-puesto mucho después por Echeverría, sobre un fundamento teórico indudablemente serio. Véase ade-más la relación entre el lenguaje concebido como ablución y el concepto de «blanqueamiento» (cfr.Bolívar Echeverría, «la historia de la cultura y la pluralidad de lo moderno: lo barroco», en La moder-nidad de lo barroco, méxico, Editorial Era, 1998, y además, «Imágenes de la blanquitud», en Moder-nidad y blanquitud, méxico, Editorial Era, 2010).

la PIEDra DEl ESCánDalO

Después de haber escrito dos artículos destinados a un diccionario de la litera-tura de américa latina que fueron incorporados más tarde a Lecturas y rupturas,agustín entregó al público un libro que estaba llamado a ser la piedra del es-cándalo: El proceso de dominación política en Ecuador18. Se trataba de un nuevodesarrollo del tema tratado en su artículo de Indoamérica sobre el velasquismo,al cual se agregaron los materiales reunidos para los cursos que dictaba en laEscuela de Ciencias Sociales y Políticas de la Universidad Central.

En síntesis, el conflicto se produjo cuando rafael Quintero publicó El mitodel populismo en el Ecuador (1980), cuyos planteamientos, contrarios a los queagustín había sostenido, dieron lugar a un intenso debate durante el III En-cuentro de historia y realidad Económica y Social del Ecuador, realizado enCuenca en aquel mismo año19. Fundándose en un minucioso estudio de losresultados electorales de de 1933, que dieron la victoria al doctor Velasco Ibarra,Quintero sostenía que la base del electorado velasquista había sido la poblaciónrural de la Sierra, manipulada por la Iglesia y las fuerzas conservadoras, lo cualle llevaba a afirmar que Velasco no fue un político populista, sino un represen-tante de la oligarquía terrateniente y católica; en tanto que Cueva había afir-mado que los triunfos del caudillo se debían al subproletariado urbano, sobretodo costeño, y a la caótica superposición de sus creencias, hábilmente mane-jadas por Velasco-candidato con intenciones reformistas y promesas taumatúr-gicas, aunque al final Velasco-presidente acabara aprisionado por las oligarquías,todo lo cual hacía de él un populista. hay que notar, desde luego, que el objetodel estudio no fue exactamente el mismo en ambos casos: Cueva había formu-lado sus juicios teniendo en mientes todo el velasquismo, desde su apariciónen 1932, hasta 1972, cuando concluyó el último período presidencial del doc-tor Velasco Ibarra; Quintero, en cambio, había analizado exclusivamente las pri-meras elecciones en las que triunfó el caudillo.

Evidentemente, se trataba de un debate académico, en toda la extensiónde la palabra, puesto que ponía en juego las teorías desde las cuales se interpre-taba la realidad, así como los métodos empleados para la demostración de las

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18 la primera edición fue preparada por rené Báez para Ediciones Crítica, y apareció en 1972.Véase sobre la accidentada historia de este libro el prólogo escrito por el propio agustín para la ediciónhecha por Editorial Planeta del Ecuador en 1988.

19 Desde su tercera edición (1997), El mito del populismo trae entre los anexos la transcripción deeste debate, que fue realizada por el Instituto de Estudios Sociales (IDIS) de Cuenca. Es de lamentarque ese documento se haya hecho público cuando agustín ya no podía pronunciarse sobre él.

hipótesis. agustín había dirigido una mirada abarcadora al proceso histórico ysocial del Ecuador durante el siglo XX, y había trazado una fenomenología delvelasquismo poniendo en relación los sustratos de una cultura popular abiga-rrada y ambigua con las propias palabras de Velasco; pero a pesar de la agudezade sus observaciones, había incurrido en el error –hay que admitirlo– de for-mular generalizaciones que nacían de una percepción intuitiva del fenómeno,sin contrastarlas con la realidad objetiva20. Quintero, en cambio, usando téc-nicas precisas y una paciencia admirable, había preferido sustentar sus inter-pretaciones en las cifras correspondientes a las elecciones presidenciales de 1931y 1933, con la ayuda de las cuales había sometido a una crítica rigurosa a lashabituales interpretaciones del velasquismo –con presupuestos que no son co-munes a todos los populismos que llegaron después, ni siquiera a los demásvelasquismos, que no fueron estudiados por Quintero.

a partir de ese momento, la interpretación del velasquismo se dividió entre«quinteristas» y «cuevistas», con un saldo más bien negativo para el desarrollode nuestras ciencias sociales, porque los debates no se desarrollaron ya en elnivel de la teoría ni del método, sino en las banderías de una izquierda que yapara entonces había abandonado la lucha contra el enemigo real –el imperia-lismo político y su inhumano sistema económico–, por haberse enredado enuna lucha intestina que terminó paralizándola durante largo tiempo21.

19

20 recuérdese las revelaciones de Cueva sobre su resistencia a recibir las lecciones relativas a lastécnicas de investigación que incluyen el manejo de datos empíricos; pero téngase en cuenta, además,la necesidad de distinguir entre el uso de datos empíricos en una investigación concreta –que es un pro-cedimiento legítimo y necesario, siempre que tales datos sean sometidos a una interpretación teóricacon arreglo a principios previamente asumidos–, y el empirismo tout court, entendido como la negaciónde todo saber especulativo y la proclamación de la experiencia como única fuente del conocimiento,distinción que desgraciadamente no siempre es clara en los textos de agustín. Por otra parte, me pareceindispensable contrastar críticamente la consistencia de los datos empíricos manejados por Quintero yla argumentación teórica que desarrolla fundándose en ellos.

21 Véase sobre la accidentada historia de este libro el prólogo escrito por el propio agustín para laedición hecha por Editorial Planeta del Ecuador en 1988. Demás está decir que, desde el punto devista del marxismo, en rigor no debe existir divorcio entre la lucha política y la lucha en la teoría; la fra-gilidad de los varios «marxismos» ecuatorianos, sin embargo, radica, entre otras cosas, en el hiato quese produce entre esas dos instancias.

DE lOS SESEnTa a lOS SETEnTa «FUErza DE laS COSaS»

Pero no vayamos tan de prisa. la primera edición de El proceso de dominaciónpolítica en Ecuador apareció en 1972, pero la polémica que queda aludida seprodujo en el 80. los ocho años de intervalo entre esos hechos correspondena un cambio de grandes consecuencias en la vida y la producción intelectualde agustín, y ese cambio coincide con una difícil transición en los panoramasintelectuales y políticos de américa latina, que al pasar de los sesenta a los se-tenta fue transformando de modo acelerado aquello que Eduardo Devés de-nomina «la sensibilidad» de la época (¿zeitgeist?), siempre más efímera que lasideas o las «mentalidades»: una «sensibilidad» que en los años setenta empezóa reflejar la pérdida de las ilusiones y el esfuerzo por re-significar el pensamientorevolucionario, de cara a la «guerra sucia», mientras en los sesenta había estadocaracterizada por una serie de rasgos frecuentemente contrapuestos22, cuya per-manente contradicción produjo un clima espiritual que no podrá ser encon-trado en ningún otro momento del siglo XX: un clima que favoreció elnacimiento de un pensamiento marcado siempre por la búsqueda del cambioy cristalizado en configuraciones de notable importancia –la teoría de la de-pendencia, la pedagogía, la filosofía y la teología de la liberación, la «historiade las ideas»– cuya formulación alimentaba al mismo tiempo el desarrollo deaquel mismo clima, en una relación dialéctica en la que cada elemento producíay era producido por el otro, aunque sin llegar a diseñar una espiral, sino uncírculo que se consumía en sí mismo.

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22 «…el desarrollo de un clima deseoso de cambios, la difusión del marxismo, especialmente apartir de una versión cubana; la renovación o la dimensión social del pensamiento cristiano, la exaltaciónde la militancia y el compromiso político, la admiración por los movimientos populares y de masas, labúsqueda de formas de vida alternativas a las convencionales: hippismo, rastafarismo, orientalismo, pro-toecologismo; la exaltación de la marginalidad y hasta de la locura, entre los no marginales; la búsquedade conciencia y de concientización; el afán ordenador, planificador, organizador de la economía y de lasociedad, el utopismo y el romanticismo asociados a la convicción de la bondad y la perfectibilidad delas personas; la búsqueda de la autenticidad, de la expresión, del ser sí mismos; el sentimiento de explo-tación, dependencia, injusticia, marginación y pobreza; el deseo de dar vida por la causa y vocación sa-crificial [...] Todo lo que podía ser contradictorio se hacía coherente en la medida en que representaraun rechazo a los modos de vida existentes. El rechazo, el cuestionamiento o la descalificación de lasformas de existencia constituyen algo más que un trazo de esa sensibilidad. En realidad, esto es lo queda sentido a todo lo demás, es aquello que permite dar coherencia a todos los elementos, por contradic-torios que sean individualmente. Todo conducía al sentimiento, a la convicción, de que la situación enla que se vivía «no daba para más» y que debía (y podía) ser cambiada mediante un gran acto que cortaríael nudo gordiano…» (Cfr. Eduardo Devés Valdés, El pensamiento latinoamericano en el siglo XX. TomoII: desde la CEPAL al neoliberalismo (1950-1990), Buenos aires, Editorial Biblos, 2003).

Un proceso de esas características, y sobre todo de esa temperatura social,solo podía tener el cruel destino de Saturno: estaba inevitablemente condenadoa devorar a sus propios hijos. hacia finales de la década, cuando la exaltacióndel cambio llegó a sus puntos más dramáticos –el asesinato del Che en la selvaboliviana, la rebelión francesa del 68, la masacre mexicana en Tlatelolco, la pri-mavera praguense que terminó arrebatando la máscara «revolucionaria» del to-talitarismo soviético…–, se hizo evidente que la revolución soñada en lossesenta se alejaba sin remedio: poco después, apenas comenzada la década si-guiente, el golpe pinochetista en Santiago anunció el advenimiento de lo queagustín llamaría más tarde «los tiempos conservadores».

De un modo paralelo, entre nosotros los virajes convirtieron a los años denuestra exaltación en un brevísimo paréntesis: nuestro movimiento había na-cido junto a la más chata de todas las dictaduras –aquella del 63, que no pudoir más allá de la invasión a la Universidad Central–, y terminó en la dictadura«nacionalista y revolucionaria» de rodríguez lara, pasando por esa ficción de-mocrática que fue la sucesión de interinazgos de Yerovi y arosemena gómez,seguidos muy de cerca por el quinto velasquismo…

En un ajuste perfecto con su tiempo, agustín dio entonces a su vida ungiro de tales proporciones, que toda ella iba a quedar marcada por un «antes»y un «después»: al terminar una breve estancia profesional en Bolivia, dondecumplió alguna consultoría, se estableció en Chile, para profesar una cátedrade literatura en la universidad de Concepción. El deterioro de la situación chi-lena por la arremetida de la derecha contra el gobierno de la Unidad Populardeterminó, sin embargo, que agustín se trasladara a méxico, en cuya mayoruniversidad habían encontrado abrigo muchos otros intelectuales de américalatina que no podían ejercer su trabajo en sus lugares de origen debido al acosode la reacción más rabiosa que hayamos conocido en nuestro continente. Unoa uno los gobiernos latinoamericanos fueron cayendo en manos de unas fuerzasmilitares comprometidas con el Pentágono, y las libertades de expresión e in-vestigación sufrieron tales recortes, que el nombre de marx terminó convir-tiéndose en una mala palabra y no era recomendable mencionarlo ni aun parapronunciarse en contra. la Universidad nacional autónoma de méxico se be-nefició entonces de una masiva migración de intelectuales, cuya presencia enella la convirtió en el centro más importante de producción de saber desde elrío Bravo hasta la Patagonia.

Una somera revisión de la bibliografía de agustín a partir de entonces dala medida de lo que para él significaron sus años mexicanos: El desarrollo del

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capitalismo en América Latina (1977), Teoría social y procesos políticos en AméricaLatina (1979), Lecturas y rupturas (1986), Tiempos conservadores. América La-tina y la derechización de occidente (1987), Las democracias restringidas de Amé-rica Latina (1988), América Latina en la frontera de los años 90 (1989), y porfin, el libro que ocupó los meses finales de su vida, y apareció después de sutemprana muerte: Literatura y conciencia histórica en América Latina (1993).

hay que agregar que el primero de los libros ahora enumerados fue pre-miado en 1977 en el concurso de ensayo Siglo XXI, promovido por la editorialdel mismo nombre: con él pudo agustín ingresar en la primera plana de lasciencias sociales de américa latina, lo cual significó el comienzo de una intensaparticipación en los foros universitarios de todo el continente.

lOS nUDOS CríTICOS

En el afán de identificar las líneas teóricas que dan sentido y coherencia al tra-bajo intelectual de agustín Cueva en esta época, a partir de El desarrollo del ca-pitalismo en América Latina, me parece pertinente señalar dos vertientes en surica producción sociológica y política, sin separarla jamás de su matriz marxista:su crítica a la teoría de la dependencia, que incluye su intervención en el debatesobre los modos de producción en américa latina, y el de su aporte a la defi-nición del fascismo latinoamericano a través del análisis concreto de los proce-sos políticos más notables de nuestro subcontinente. Dichas vertientes sedesarrollaron en forma coincidente en los años setenta, y desembocaron en lacrítica a los procesos de derechización de nuestra américa, desarrollada en losaños ochenta.

En torno a la teoría de la dependencia

En 1974, durante el XI Congreso latinoamericano de Sociología, celebradoen San José, Costa rica, agustín presentó una ponencia titulada «Problemas yperspectivas de la teoría de la dependencia»23, en la cual formuló serias críticasal pensamiento que había venido a sustituir al desarrollismo dominante en lasciencias sociales y la política de américa latina durante toda la década de lossesenta. Según dice el propio agustín:

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23 Véase en este volumen p. 73

…toda la paradoja y gran parte de la originalidad de la teoría de la depen-dencia estriba […] en una suerte de cruzamiento de perspectivas que de-termina que, mientras por un lado se critica a las corrientes burguesas desdeun punto de vista cercano al marxista, por otro se critique al marxismo-le-ninismo desde una óptica harto impregnada de desarrollismo y de con-cepciones provenientes de las ciencias sociales burguesas (Id.).

no tiene sentido, desde luego, pormenorizar aquí la argumentación desarro-llada por agustín a partir de esta observación, puesto que el lector puede en-contrar en este volumen el texto completo al que hago referencia; solo quierosubrayar que, aun reconociendo innegables aciertos en la teoría de la depen-dencia, o al menos, en algunos de los libros de los autores que la han sostenido,agustín les reprocha un uso inadecuado de las categorías marxistas, e inclusoel haberlas sustituido en muchas ocasiones por ideas no definidas que introdu-cen peligrosas ambigüedades. Sustituir, por ejemplo, como hace eotonioDos Santos24, el concepto de desarrollo del capitalismo por la idea de crecimientoeconómico, no es un mero recurso lingüístico inocente, sino un procedimientoque, con intención o sin ella, contribuye a confundir las perspectivas teóricasy provoca innumerables desviaciones ideológicas: puesto que no se trata de pa-labras o nombres cualesquiera, sino de categorías teóricas precisas, un procedi-miento semejante lleva los análisis a robustecer las concepciones desarrollistas,que son justamente las que se pretendía superar. Igual efecto causan los textosque, como los de gunder Frank25, conducen a sustituir el análisis de las estruc-turas por el de sus efectos, tomados como determinaciones últimas del procesosocial; o el reemplazo de los análisis de la explotación y de las contradiccionesde clase, por el de un sistema indeterminado de contradicciones nacionales,como ocurre en un importante texto de Stavenhagen26.

Fueron intervenciones de esta naturaleza las que dieron pie para la muydivulgada acusación de «dogmatismo» que se hizo a agustín. Es obvio que nose trataba solamente de las observaciones aquí citadas, que aparecen a título deejemplo; pero aun así, tengo la opinión de que se trató siempre de una acusa-ción sin fundamento. no lo digo por la amistad que tuve con él ni por el afecto

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24 eotonio Dos Santos, dependencia y cambio social, cit por a. Cueva, en «Problemas y pers-pectivas de la teoría de la dependencia», en Teoría social y procesos políticos en América Latina, méxicoD.F., Editorial Edicol, 1979.

25 a. gunder Frank, «la sociología del desarrollo y el subdesarrollo de la sociología», en desarrollodel subdesarrollo, méxico, Escuela nacional de antropología e historia, 1969.

26 rodolfo Stavenhagen, Siete tesis equivocadas sobre América Latina, cit. por a. Cueva, loc. cit.

con que guardo su memoria: lo digo porque me parece que es preciso dis-tinguir entre ortodoxia y dogmatismo. Una cosa es el esfuerzo por conservarel sentido exacto de un sistema de categorías teóricas, y declarar que tal ocual aplicación de ese sistema es o no coherente con el significado precisode los conceptos, y otra muy distinta el esfuerzo por imponer a priori unconjunto de ideas prescindiendo de toda demostración racional y negandola posibilidad de toda crítica. lo primero es sencillamente rigor intelectual–ese rigor que todos desearíamos dar a nuestros trabajos o encontrar en losajenos–; lo otro es resucitar el viejo y repudiable principio de autoridad,propio de todos los fideísmos y absolutamente incompatible con la racio-nalidad crítica del marxismo.

Cabe observar que la tarea asumida por agustín en el texto citado noconsistía en someter a una crítica las categorías del marxismo –como hizo,por ejemplo, Bolívar Echeverría en el horizonte estrictamente teórico–, sinoen denunciar el carácter no marxista de la teoría de la dependencia, cuyosentido aparece plenamente fuera de la órbita marxista: como dice el propioagustín al referirse a gunder Frank y luis Vitale,

…siempre que uno haga caso omiso de El Capital y se ubique de lleno enla óptica de la economía y la historiografía no marxistas, las aseveracionesde Frank y Vitale se tornan límpidas e irrefutables» (loc. cit.).

Esta idea, que no se debe perder de vista en un balance general sobreaquella célebre polémica, se completa con la réplica de agustín a los textosde Theotonio Dos Santos27 y Vania Bambirra28, donde es posible leer tex-tualmente esto:

lo que he sostenido y sostengo es que la especificidad de la llamada teoríade la dependencia radica en la aplicación de un paradigma simplista, me-cánico, unilateral, de análisis de los problemas latinoamericanos, que con-siste en deducirlo todo de nuestra “articulación con la economíamundial”. Y que, metodológicamente adialéctico, dicho paradigma haimpedido comprender adecuadamente la organización jerarquizada de lasdistintas determinaciones y contradicciones de nuestro desarrollo histó-

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27 Imperialismo y dependencia, méxico, Era, 1978.28 Teoría de la dependencia: una anticrítica, méxico, Era, 1978.

rico, así como de las categorías susceptibles de explicarlo; hecho que, a suturno, ha desencadenado bizantinas disquisiciones teóricas, ciertamente“originales”, aunque no en el sentido que les atribuyen sus autores29.

Acerca de los modos de producción en América Latina

En el contexto de este debate sobre la teoría de la dependencia, agustín inter-vino también en el que se desarrolló acerca de la definición de los modos deproducción en américa latina30, a partir de ciertos textos de andré gunderFrank y luis Vitale31, quienes sostenían que desde la conquista ibérica hasta elpresente, no ha existido en nuestra américa otra cosa que el capitalismo, locual debía tomarse como el punto de partida para la definición de una líneapolítica correcta, cuyo esquema debía incluir el comienzo inmediato de la luchaarmada para implantar el socialismo, también de manera inmediata, en todosnuestros países.

Estas tesis encontraron acogida en un buen número de intelectuales lati-noamericanos, quienes, al decir de Cueva, quedaron «fascinados por el torbe-llino de sus elucubraciones ideológicas», aunque fueron incapaces de percibiruna evidente paradoja:

«Todos los movimientos que en ese momento estaban luchando, armas enla mano, por la implantación del socialismo, lo hacían convencidos de laexistencia de un sector todavía feudal en américa latina».

Y aun más,

tal convicción era quizás el único punto en que no podía registrarse mayordiferencia entre comunistas, maoístas y castristas. la revisión teórica queciertos intelectuales realizaban por su lado, poco tenía pues que ver conlas prácticas revolucionarias que por otro lado venían efectuándose (Id.).

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29 a. Cueva, «¿Vigencia de la “anticrítica” o necesidad de autocrítica? respuesta a eotonio DosSantos y Vania Bambirra», en Teoría social y procesos políticos en América Latina, cit. supra., p. 88.

30 Cfr. agustín Cueva, «El uso del concepto de modo de producción en américa latina: algunosproblemas teóricos», en Teoría social…, cit. supra., pp. 40- 59 (véase en este volumen p. 99).

31 agustín cita de a. gunder Frank, sobre todo Capitalismo y subdesarrollo en América Latina,Buenos aires, Signos, 1970; y de luis Vitale, «américa latina: ¿feudal o capitalista?» (sin indicaciónde fuentes) e Interpretación marxista de la historia de Chile, t. II, especialmente el capítulo «la coloniay la revolución de 1810», Santiago de Chile, Prensa latinoamericana S.a., 1969. Cfr.

agustín menciona otros dos aspectos que tienden a mostrar la incongruen-cia que, según él, aparece en los esfuerzos por afirmar un «pancapitalismo» pre-cisamente cuando ya es indudable que los elementos feudales van perdiéndoseen américa latina y sin que tal afirmación se haya sustentado en nuevos estu-dios históricos; pero pasa de inmediato a lo que quizá es el núcleo esencial dela discusión: dice que los trabajos destinados a sostener esta tesis aparecen den-tro del propósito de «renovar» el marxismo considerado como «dogmático» o«tradicional», pero señala inmediatamente el hecho de que toda la argumenta-ción desarrollada en este sentido proviene de «la ciencia social burguesa», quedefine el capitalismo como una economía «abierta» o por la simple existenciade moneda y comercio,

es decir, contradiciendo de plano toda la obra de marx y los otros clásicosdel marxismo, que revolucionaron precisamente aquella concepción […]:nadie que haya leído con seriedad las obras de marx (aunque solo fuese elfolleto Trabajo asalariado y capital), se arriesgaría hoy a asumir las tesis deFrank, sobre las que existen, además, esclarecedores estudios críticos, comoel de Ernesto laclau (Id.).

nuevamente encontramos aquí el tema del «dogmatismo»: ¿no es esta,precisamente, una prueba de que, en el aspecto teórico, el trabajo de agustínse encuentra efectivamente traspasado por ese dogmatismo insistentemente re-petido por muchos comentaristas? El problema es delicado, y lo es por variasrazones.

En primer lugar, el debate sobre la vigencia de las teorías clásicas sobre losmodos de producción fue puesta en el tapete de américa latina cuando el co-munismo mundial atravesaba una situación crítica, debido al cisma entre laUnión Soviética y la China de mao –cuyo contenido no era únicamente polí-tico sino también teórico e ideológico– y además porque no se habían apagadotodavía los ecos de los procesos de desestalinización –ellos sí caracterizados demanera indudable como una vigorosa reacción contra el dogmatismo stalinista.

En segundo lugar, sin que ello signifique menor importancia, la misma si-tuación de américa latina se presentaba en ese momento extremadamentecompleja, pues no había desaparecido aún la poderosa influencia ejercida porCuba en la intelectualidad de nuestro continente, mientras el triunfo de la re-acción ultraconservadora empezaba a llenar el mapa de américa con las ban-deritas que señalaban los países gobernados por dictaduras militares aliadas

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del Pentágono, y en diversos lugares se estaba desarrollando una lucha armada–los Tupamaros en Uruguay, el ErP en argentina–, mientras el ascenso dela Unidad Popular en Chile ensayaba la posibilidad de un cambio revolucio-nario sin violencia, a todo lo cual los gobiernos militares del Cono Sur res-pondieron con la «guerra sucia».

En tales circunstancias, todos los trabajos que se proponían renovar oprofundizar las teorías de marx, aduciendo la necesidad de «ponerlas al día»o de «adaptarlas» a la especificidad histórica y social de américa latina, teníanque lucir necesariamente sospechosos. Si en términos generales tal actualiza-ción es comprensible y aun deseable y necesaria, bajo ese membrete bien pue-den filtrarse ideas adversas al marxismo que acaben por deformarlo yconvertirlo en una caricatura de sí mismo, con los consiguientes efectos en lapraxis política.

Bien sabemos que la teoría de marx es la más certera explicación del funcio-namiento de la sociedad y el Estado bajo el dominio del capital; pero sabemostambién que esa teoría no es absoluta. Cabe decir incluso que el marxismo podríaconsiderarse como una verdad aún no superada si algunos de sus partidarios nopretendieran convertirlo en verdad absoluta. Es legítimo, por consiguiente, todoesfuerzo por desarrollar la teoría de marx, no solo para superar sus límites, sinoincluso para dar respuestas adecuadas a un mundo muy distinto de aquel quemarx conoció y tuvo como referente de su trabajo teórico; pero de ahí a aceptartoda «revisión» del marxismo, incluso aquellas que recurren a las categorías deuna ciencia social directamente opuesta a sus principios fundamentales, y quecontribuyen a la confusión más que a la definición de nuevas perspectivas, hayciertamente una distancia. Pienso, en consecuencia, que la intervención de agus-tín en el debate sobre los medios de producción en américa latina, igual que lamás amplia que se desarrolló a propósito de la teoría de la dependencia, repre-sentaban una voz de alerta ante ese confusionismo que, precisamente en los añossetenta, provocó la proliferación de grupos, movimientos y organizaciones, cuyosadherentes se disputaban entre sí el privilegio de representar al «verdadero» mar-xismo, o proclamaban la aparición de un «nuevo» marxismo o una «nueva iz-quierda». lo que agustín hacía, en otros términos, era salir por los fueros de laclaridad conceptual, y reprochaba a sus colegas cuando empezaban a deslizarsehacia posiciones no marxistas mientras declaraban estar «renovando» el marxismo.Por eso he dicho más arriba que no se debe olvidar la diferencia entre ortodoxiay dogmatismo. Creo que la posición y el esfuerzo intelectual de agustín corres-ponden a lo primero, pero de ningún modo a lo segundo.

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De ahí que, luego de examinar minuciosamente otras intervenciones eneste debate, entre ellas, la de Fernando henrique Cardoso32, agustín haya sen-tido la necesidad de distinguir entre la categoría de modo de producción, que esde carácter abstracto, y la de formación social, que permite ya un grado de con-creción, puesto que alude a las condiciones particulares que de hecho se danen cada realidad histórica. Por lo demás, agustín no deja de reconocer que ladiscusión sobre los modos de producción en américa, con todas sus «extrava-gancias», dejó como saldo positivo un estudio más detenido de varias cuestioneshistórico-sociales que hasta entonces habían sido tratadas de un modo muy su-perficial33.

Dos palabras sobre el fascismo

Especie de puente hacia su libro sobre la teoría marxista, los cuatro ensayosque constituyen una suerte de segunda parte en Teoría social…, están dedicadosal fascismo, cuya presencia fue sentida en toda américa latina cuando el ConoSur del continente fue asolado por las peores dictaduras que haya registradonuestra historia34. Si bien todos esos ensayos revisten enorme importancia,acaso el que propone algunas líneas conceptuales para la caracterización delfascismo sea el que tiene actualmente mayor pertinencia, en la medida en queson frecuentes las voces que desde el costado de las ideologías liberales –más omenos comprometidas con el mantenimiento de las «democracias fraudulentas»sometidas al capital internacional–, han surgido repetidamente las acusacionesde fascismo lanzadas contra los gobiernos fuertes de nuestra región, empeñadosen preparar un cambio profundo en las sociedades latinoamericanas.

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32 agustín cita Las clases sociales y la crisis política de América Latina, mimeografiado, Oaxaca, mé-xico, Instituto de Investigaciones Sociales, Unam, 1973.

33 alejandro moreano dice que «al cabo de los años es evidente que las tesis más avanzadas de lateoría de la dependencia han mostrado su sorprendente validez, y menciona en especial la dialéctica dela dependencia, de ruy mauro marini, La estructura del sistema capitalista mundial, de aníbal Quijano,y El nuevo carácter de la dependencia, de eotonio Dos Santos, como los textos más avanzados de esalínea de pensamiento, de la cual han recibido influencia pensadores como Samir amin e Inmanuel Wa-llerstein, aclarando que el libro de marini «que es sin duda el mayor esfuerzo teórico de interpretaciónde américa latina», recoge los aportes de agustín Cueva. Cfr. a. moreano, loc. cit.

34 los cuatro ensayos mencionados son: «la fascistización de américa latina», originalmente pu-blicado en 1975 en los Cuadernos del CEla, de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de laUnam; «la política económica del fascismo», ponencia presentada en un seminario en méxico en1976; «Elementos y niveles de conceptualización del fascismo», publicado en la revista Mexicana deSociología en 1977 y reproducido en este volumen p.127, y «la “remodelación” fascista de la sociedad»,publicado en Cuadernos políticos en 1978.

En su ensayo titulado «Elementos y niveles de conceptualización del fas-cismo», agustín empieza por descartar la posibilidad de definir el fascismo porlos rasgos más o menos característicos que han revestido los regímenes indu-dablemente fascistas, puesto que un procedimiento semejante, directamentederivado de la sociología weberiana, no ofrece ningún criterio objetivo paradistinguir lo que es un atributo estructural del fascismo –agustín emplea lapalabra «esencial», que a mi juicio no es adecuada– de lo que es un atributocoyuntural nacido de las circunstancias particulares de cada régimen. a un pro-cedimiento semejante, que presupone la construcción de un modelo ideal,agustín opone el método marxista, para el cual los rasgos característicos –«esen-ciales»– del fascismo son los siguientes:

1. Se trata no solamente de una dictadura burguesa, sino de una dicta-dura en que el sector monopólico tiene el predominio omnímodo,incluso sobre los sectores burgueses no monopólicos.

2. Esa dictadura adquiere un carácter terrorista hasta el punto de pro-ducir un cambio cualitativo en la forma de dominación y consecuen-temente en la forma del Estado, operando una ruptura radical con lasfuerzas democrático-burguesas.

3. Esta forma de dominación se ejerce en lo fundamental contra la claseobrera, que la burguesía identifica como su enemigo principal.

4. Tal dictadura aparece como “el remedio infalible en donde el capita-lismo atraviesa por una crisis y teme un colapso” (Togliati).

a partir de esta conceptualización, agustín procede a descartar el caráctersupuestamente esencial que se atribuye a otros rasgos, como por ejemplo laconstrucción de un partido de masas o el nacionalismo, que si bien han carac-terizado a los regímenes fascistas instaurados en Europa en el segundo terciodel siglo XX, corresponden a condiciones particulares difícilmente verificablesen américa latina. El nacionalismo a ultranza, por ejemplo, es difícil de ima-ginar en los gobiernos que pudieran establecerse en américa latina con pre-dominio del capital monopólico, puesto que ese capital es precisamenteextranjero35.

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35 hay que advertir, a este propósito, que los nacionalismos que han existido en américa latinahan estado más bien identificados con algunos sectores de la burguesía no monopólica y de las clasesmedias, e incluso han configurado la imagen sui generis que han tenido algunos movimientos de iz-quierda.

El recurso a la teoría

Fueron precisamente estos debates, pero sobre todo la emergencia de múltiplesvariantes del marxismo clásico y la perspectiva de una pérdida de los referentesteóricos fundamentales, las causas de que agustín recurriera a la reflexión teó-rica aunque sabía que no era ese su ámbito propio de trabajo. así, en octubrede 1977 concurrió al Segundo Coloquio nacional de Filosofía, celebrado enmonterrey (nuevo león), y presentó una ponencia titulada «análisis dialécticoy revolución social»36, que en realidad no fue sino la antesala de un libro enterodedicado diez años después a los problemas teóricos del marxismo –La teoríamarxista. Categorías de base y problemas actuales37,– en cuyas páginas desarrollauna exposición de las categorías fundamentales del marxismo examinadas desdeel punto de vista de un sociólogo: incluye la exposición de la teoría marxistasobre las clases sociales y su relación con la propiedad, incide en la debate sobrela relación entre la ciencia social y la ideología, desarrolla una discusión sobreel concepto de enajenación38, y presenta una exposición sucinta de la teoríaclásica sobre la relación entre la cultura, la clase y la nación, trabajada a partirde textos de marx, lenin y gramsci. Completan ese libro una crítica del con-cepto de hegemonía, que no favorece a las versiones gramscianas que habíandespertado tanto entusiasmo en américa latina, y un capítulo dedicado almarxismo latinoamericano. moreano dice que se trata de una refundación dela sociología marxista; pero no podemos dejar de percibir en este libro la in-fluencia que louis althusser ejerció en ese tiempo sobre la concepción queagustín tenía del marxismo.

lOS añOS FInalES

Este último libro mencionado, no obstante, se inscribe en un nuevo períododel trabajo de agustín, correspondiente a los años ochenta, que representan en

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36 Este texto, bajo el título de «El análisis dialéctico: requisito teórico y a la vez político», fue in-cluido después en Teoría social y procesos políticos en América Latina, méxico, Edicol, 1979 (véase eneste volumen p. 119).

37 Véase La teoría marxista, Quito, Planeta del Ecuador, 1987. 38 Es interesante señalar que el punto de vista de agustín acerca de este tema es opuesto al que en

su momento sostuvo Bolívar Echeverría, para quien nunca fue aceptable que se pusiera a marx contramarx, oponiendo sus escritos de juventud con los de su madurez, tal como fue propuesto por althusser(cfr. Pour Marx, Paris, la Pensée, 1965).

nuestra américa un largo momento de reflujo que habría de prolongarse hastalos noventa: no una década, sino veinte años «perdidos» en la historia conti-nental, cuyo balance es la devastación del Estado y la pérdida de las conquistassociales ya adquiridas. las doctrinas neoliberales buscaron desembozadamentetransferir a la empresa privada las funciones y derechos de la sociedad y del Es-tado, identificaron a las clases dominantes con la «sociedad civil» para disolverla conciencia de las contradicciones y favorecer el sometimiento al ambiciosoproyecto del capital internacional, impuesto bajo el engañoso nombre de «glo-balización», y representaron el más grande atraco a los pueblos de todo elmundo, y en particular a los latinoamericanos, en todo el transcurso del sigloXX: con todo ello vino aparejado el desmantelamiento de la izquierda, que nopudo sino optar entre dos alternativas: o suavizar sus posiciones y colaborarcon los nuevos poderes a título de «realismo», «progresismo» o de «izquierdarenovada», o aferrarse a una radicalización clandestina e inútil, para la cual elfanatismo no podía ser sino la máscara de la desesperación.

Sin saber que estaba viviendo sus últimos años, agustín asumió entoncesla tarea que como intelectual le correspondía: la tarea de desarrollar la críticade la situación y las rutas de la ciencia social en américa latina, así como delos procesos políticos en curso, entendiendo que, si en ese momento no eraviable ninguna acción política concreta por no existir fuerzas capaces de llevarlasa cabo, la crítica era por sí misma una acción que tenía un valor político en lamedida en que contribuía a la comprensión del acontecer inmediato y favorecíael nacimiento y aun proliferación de grupos dispuestos a preparar una acciónpara el futuro próximo. no es descaminado pensar que la emergencia actualde nuevos procesos reformistas o revolucionarios en la mayor parte de américa,lejos de ser un fenómeno inmediato y espontáneo, representan el resultado deese fermento provocado por la misma presencia del neoliberalismo, pero antetodo por la acción de esclarecimiento crítico desarrollada por muchos intelec-tuales.

Son de esa época cuatro libros muy importantes de agustín: dos de ellosconfirman que, en medio de toda su actividad académica y política, nunca dejóde interesarse por la literatura ecuatoriana y latinoamericana39, en las cuales novio jamás simples documentos para ilustrar el análisis de la realidad histórico-social, sino productos estéticos, dotados de su propia legalidad, aunque nece-

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39 Véase Lecturas y rupturas, Quito, Editorial Planeta, 1986, y Literatura y conciencia histórica enAmérica Latina (1993). Este último libro, preparado en los meses finales de la vida de agustín, se publicóun año después de su muerte.

sariamente vinculados al contexto del que nacen. los otros dos son los vehícu-los de su crítica a la «democracia» fraudulenta establecida por el neoliberalismoy a ellos se suma una recopilación de ensayos propios y ajenos que dan cuentadel avance victorioso del conservadurismo40.

Si se lee estos ensayos de agustín en la óptica de la circunstancia que en-tonces atravesaba américa latina, aparece con meridiana claridad que toda sulabor, independientemente del campo epistemológico en que se haya desen-vuelto, está marcada por una intencionalidad política indudable, para la cualno son válidos los señuelos con que la dominación capitalista intenta engañara sus adversarios: si renovó su lenguaje, vaciando a los conceptos de su conte-nido propio para rellenarlos con otro que no dejó de desorientar a muchos,hombres como agustín, de inquebrantables convicciones, no se dejaron enga-ñar. más aun, alcanzaron, como agustín, la fuerza y el valor moral necesariospara mantenerse fieles a tales convicciones cuando parecía que el carro de lahistoria había abierto rutas que les dejaban solos. Ese valor moral que sostuvoa agustín durante los tres últimos años de su vida, cuando la caída del murode Berlín y el derrumbe del «socialismo real» parecieron marcar la hora de laderrota definitiva.

De un modo que Javier Ponce calificó de simbólico en un artículo deprensa, agustín murió el 1 de mayo de 1992. Simultáneamente, sin embargo,en aquel día nació para el futuro, porque sus textos siguen alumbrando la rutade los pueblos que no pierden su norte, marcado ahora por la Cruz del Sur.

Quito, enero de 2012

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40 Véase Las democracias restringidas de América Latina, Quito, Planeta, 1988; América Latina enla frontera de los años 90, Quito, Planeta, 1989, además de la compilación Tiempos conservadores. AméricaLatina y la derechización de occidente, Quito, Planeta, 1987.

Agustín CuevaEnsayos Sociológicos y Políticos

Ciencia social e ideologías de clase

I.La práCtICa CIentífICa en generaL: unIdad epIstemoLógICa

Con dIferentes estatutos soCIoLógICos

La actividad científica, en general, puede definirse como una práctica encauzadaa producir un conocimiento objetivo de las leyes que rigen la estructuración yel funcionamiento de determinado campo de la realidad natural o social. eneste sentido, posee una especificidad que la vuelve irreductible a cualquier otrotipo de práctica, confiriéndole unidad a pesar de la diferencia del objeto decada ciencia particular. es posible afirmar, por consiguiente, que no existe di-ferencia epistemológica alguna entre las ciencias naturales y las ciencias sociales.

sin embargo, esta unidad epistemológica no implica que los dos gruposde ciencias posean un estatuto sociológico similar, es decir, una idéntica formade inserción en el todo social. por el contrario, aquí surgen diferencias subs-tanciales que determinan la marcada e inevitable intervención de las ideologíasen el campo teórico de las ciencias sociales, en contraste con lo que ocurre enel terreno, también teórico, de las ciencias naturales. para entender la diversaevolución histórica de uno y otro conjunto de ciencias en este aspecto, haypues que comenzar por la recuperación de su heterogéneo estatuto sociológico.

II.eL estatuto soCIoLógICo de Las CIenCIas naturaLes

por definición, las ciencias naturales están destinadas a dar cuenta de estructurasy procesos no sociales, pero cuya aprehensión teórica interesa a la sociedad enla medida en que le abre la posibilidad de acrecentar constantemente su domi-nio sobre la naturaleza. en cuanto instancia de conocimiento, las ciencias na-turales están directamente ligadas con el desarrollo de las fuerzas productivas, almenos desde que se implantó el primer modo de producción que en estrictorigor involucra un proceso de reproducción ampliada, esto es, el modo de pro-ducción específicamente capitalista.

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no es un azar que desde entonces las ciencias naturales hayan adquiridoun vertiginoso desarrollo y una independencia cada vez mayor con respecto alas formas ideológicas (teología, filosofía especulativa, etcétera) que secular-mente las mantenían supeditadas. tales formas devinieron una verdadera trabaa partir del momento en que las “potencias espirituales” del hombre, descu-biertas como facultad de producir conocimientos sistemáticamente aplicablesa la transformación de la naturaleza, fueron incorporadas de manera conscienteal proceso productivo.

ahora bien, ya que la tarea de dominar la naturaleza no es cuestionada ac-tualmente por ningún grupo social históricamente significativo1, y que la natu-raleza, por su parte, mal puede oponerse a tal voluntad de dominio, las cienciasque se ocupan de ella gozan de un estatuto social particular que si no las preservacien por ciento de la lucha ideológica de clases, al menos tiende abiertamente aello. por esta razón nadie habla, en el momento presente, de una ciencia bur-guesa y una ciencia proletaria en el campo de las ciencias naturales.

resulta legítimo, entonces, señalar que hay un claro proceso de desideo-logización de este tipo de ciencias, con la sola condición de no confundir lapráctica científica propiamente tal con la “filosofía nocturna” de los hombresde ciencia, para retomar la expresión de Bachelard. está claro que las especu-laciones idealistas de un biólogo o un físico, por ejemplo, no forman parte dela biología o de la física (con las que guardan una relación de exterioridad), sinoque tienden a ser ubicadas en el ámbito de la ideología a que pertenecen.

Igualmente hay que distinguir –siempre en el caso de las ciencias de la na-turaleza– entre el proceso de producción de conocimientos, de una parte, y suaplicación y explotación sociales, de otra. La física nuclear, por ejemplo, no esen su estructura interna una ciencia de clase por más que las armas atómicasque se fabriquen con su aplicación sean utilizadas para la defensa de determinadosistema social y estén, por lo mismo, al servicio de ciertos intereses de clase.

aun sin recurrir a ejemplos tan extremos como éste, es fácil señalar que enuna sociedad clasista el propio desarrollo de las fuerzas productivas está supe-ditado a los intereses de la clase dominante, que instrumentalizó las cienciasnaturales desde el mismo momento de la instauración del modo de producciónespecíficamente capitalista (que de otra manera no hubiera podido establecer

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1 Los movimientos ecologistas –salvo en sus expresiones más exageradamente románticas– no seoponen a que el hombre domine la naturaleza, sino a la forma destructiva en que lo hace. en rigor seoponen a cierta aplicación y explotación sociales de la ciencia, lo cual es muy distinto como más adelantese verá. actitud justa, por lo demás.

la extracción de plusvalía relativa como eje básico de su funcionamiento). perono hay que olvidar que las instrumentalizó propiciando su desarrollo comoinstancias de conocimiento objetivo de la realidad natural y no distorsionandosu estructura teórica en función de intereses de clase.

tal instrumentalización no deja de plantear problemas de carácter ético alos hombres de ciencia (y no debería dejar de hacerlo), mas no porque ello afectea la naturaleza interna de su ciencia, deformándola en este ámbito, sino porquesus conocimientos de cierta esfera de la realidad, en virtud de su misma obje-tividad, son aplicados y explotados con determinados fines sociales, a menudoaviesos.

por lo tanto, es lícito hablar de problemas ideológicos (en el sentido latodel término) derivados de la aplicación social de las ciencias naturales, pero enrigor no se puede hablar de una intervención de las ideologías en la construc-ción teórica de dichas ciencias.

III.eL estatuto teórICo de Las CIenCIas soCIaLes

distinto es el caso de las ciencias sociales, dado que ellas, en su misma construc-ción teórica tienen que dar cuenta de estructuras y procesos sociales y no de es-tructuras y procesos naturales. se vinculan, pues, de manera inmediata y directacon la esfera de las relaciones sociales de producción, a cuyo mantenimiento otransformación contribuyen por el solo hecho de elaborar tal o cual represen-tación teórica de base.

aquí ya no se dispone del espacio de neutralidad abierto por la existenciade una meta universalmente admitida (necesidad de dominar la naturaleza) ypor la unilateralidad del agente, como en el caso anterior, sino que se está enla encrucijada de intereses de clase contrapuestos y en lucha. La relación de do-minio del hombre sobre la naturaleza es una relación sin contrincante y por lotanto apolítica; las relaciones sociales de producción son en cambio intrínseca-mente políticas y no pueden dejar de expresarse como tales, incluso en el te-rreno científico. por esto, las ideologías intervienen directa y activamente enlas ciencias sociales, determinando la construcción de universos teóricos dife-rentes.

Lo que acabamos de señalar es fácil de comprobar con solo confrontar untratado de sociología burguesa con uno de materialismo histórico, que no tienen

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otra cosa en común que su referencia a un campo vagamente definible como elespacio de “lo social”. Y decimos campo, que no objeto, en vista de que las diver-gencias comienzan en el momento mismo de convertir a ese campo en objetoteórico. en efecto, ¿qué hay de común entre los conceptos marxistas de modo deproducción y formación social, que conforman el objeto de estudio del materia-lismo histórico, y los conceptos weberianos de sociedad y cultura, por ejemplo?

recordemos, a título ilustrativo, que ni siquiera la concepción del quehacercientífico coincide en el caso de las dos corrientes que acabamos de mencionar.para Weber, en rigor, no existen leyes que rijan el movimiento histórico en suconjunto, sino únicamente constelaciones individuales de hechos correlacio-nados entre sí, de modo que desde su perspectiva mal podría definirse a la cien-cia social en el sentido en que lo hemos hecho nosotros.

en palabras suyas:“para las ciencias exactas de la naturaleza, las ‘leyes’ son –tanto más im-

portantes y valiosas cuanto más general es su validez–. para el conocimientode los fenómenos históricos a través de sus premisas concretas, las leyes gene-rales son regularmente las más faltas de valor, por ser las más vacías de conte-nido. porque cuanto más abarca la validez de un concepto genérico –cuantomayor es su extensión–, tanto más nos aleja de la riqueza de la realidad, puestoque ha de ser lo más abstracto y pobre de contenido para poder contener el as-pecto común del mayor número posible de fenómenos. en el campo de lasciencias de la cultura, el conocimiento de lo general nunca tiene valor por símismo. de lo dicho hasta aquí resulta que carece de sentido un estudio ‘obje-tivo’ de los procesos culturales en el sentido de que el fin ideal del trabajo cien-tífico deba consistir en la reducción de la realidad empírica a unas ‘leyes’”2.

además, Weber no concibe a la sociedad como una totalidad estructuradaen la que es posible distinguir lo que objetivamente es esencial y lo que no loes. por eso escribe:

“Cuando exigimos del historiador o del sociólogo la premisa elemental deque sepa distinguir entre lo esencial y lo secundario, y que para ello cuente conlos ‘puntos de vista’ precisos, únicamente queremos decir que sepa referir –cons-ciente o inconscientemente– los procesos de la realidad a unos ‘valores cultu-rales’ universales y entresacar consecuentemente aquellas conexiones que tenganun significado para nosotros. Y si de continuo se expone la opinión de que talespuntos de vista pueden ser ‘deducidos de la materia misma’, ello solo se debe a

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2 marx Weber, Sobre la teoría de las ciencias sociales, Barcelona, ediciones península, 1971, p. 47.

la ingenua ilusión del especialista, quien no se percata que –desde un principioy en virtud de las ideas de valor con las que ha abordado inconscientemente eltema– de entre la inmensidad absoluta solo ha destacado un fragmento íntimo,precisamente aquel cuyo examen le importa”3.

perspectiva teórica que se sitúa exactamente en las antípodas de la teoríamaterialista en general, y en particular del pensamiento de Lenin para quien:

“el materialismo proporciona un criterio completamente objetivo, al desta-car las relaciones de producción como estructura de la sociedad, y al permitir quese aplique a dichas relaciones el criterio científico general de la repetición, cuyaaplicación a la sociología negaban los subjetivistas. mientras se limitaban a lasrelaciones sociales ideológicas..., no podían advertir la repetición y regularidaden los fenómenos sociales de los diversos países, y su ciencia, en el mejor de loscasos, se limitaba a describir tales fenómenos, a recopilar materia prima. el análisisde las relaciones sociales materiales... permitió inmediatamente observar la repe-tición y la regularidad, y sintetizar los sistemas de los diversos países en un soloconcepto fundamental de formación social. en síntesis, fue la única que permitiópasar de la descripción de fenómenos sociales (y de su valoración desde el puntode vista del ideal) a su análisis rigurosamente científico, que subraya, por ejemplo,qué diferencia a un país capitalista de otro y estudia qué tienen en común todosellos. por último..., esta hipótesis creó, además, por primera vez, la posibilidadde existencia de una sociología científica, porque solo reduciendo las relacionessociales a las de producción, y éstas últimas al nivel de las fuerzas productivas, seobtuvo una base firme para representarse el desarrollo de las formaciones socialescomo un proceso histórico natural. Y se sobreentiende que sin tal concepcióntampoco puede haber ciencia social (los subjetivistas, por ejemplo, reconocenque los fenómenos históricos se rigen por leyes, pero no pudieron ver su evolucióncomo un fenómeno histórico natural precisamente porque no iban más allá delas ideas y fines sociales del hombre, y no supieron reducir estas ideas y estos finesa las relaciones sociales materiales)”4.

escrito en 1894, este texto de Lenin pareciera destinado a refutar puntopor punto las tesis weberianas antes citadas, que sin embargo datan de 1904.no es un azar, por lo demás, que todos aquellos que emprenden el “regreso”del materialismo al idealismo sociológicos (para no hablar de sus posiciones

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3 max Weber, op. cit., p. 49.4 V.I. Lenin, - y cómo luchan contra los socialdemócratas, Buenos aires, editorial anteo, 1973, pp.

14 y 15.

políticas) lo hagan siempre apoyados en la misma muletilla: “lucha contra el‘reduccionismo economicista’ o ‘clasista’”5.

por otra parte, es bien conocido que Weber, siguiendo a dilthey, inclusolevanta una barrera epistemológica entre las ciencias de la naturaleza y las cien-cias sociales (llamadas por ellos ciencias “del espíritu” o “de la cultura”); las pri-meras susceptibles de llegar a una verdadera explicación de las leyes que rigenla estructura y el funcionamiento de su objeto de estudio; las segundas, limi-tadas a una comprensión (Verstehen) de las “conductas significativas” de los agen-tes sociales.

agentes que, por lo demás, aparecerán asimilados completamente a los in-dividuos en el estructural–funcionalismo contemporáneo, que por lo mismo tieneuna forma muy peculiar de definir a la sociedad, convertida en objeto teórico através del concepto de sistema social:

“un sistema social –reducido a los términos más simples– consiste, pues,en una pluralidad de actores individuales que interactúan entre sí en una situa-ción que tiene, al menos, un aspecto físico o de medio ambiente, actores moti-vados por una tendencia a ‘obtener un óptimo de gratificación’ y cuyas relacionescon sus situaciones –incluyendo a los demás actores– están mediadas y definidaspor un sistema de símbolos culturales estructurados y compartidos”6.

desacuerdo de principio sobre lo que ha de entenderse por “sociedad”;desacuerdo no menos profundo sobre el concepto de ciencia social; desacuerdoen cuanto al método o métodos de análisis: “parece evidente que la unidad delas ciencias sociales no consiste en otra cosa que en su confluencia en un campode lucha en el que se enfrentan tendencias teóricas antagónicas”.

el hecho que acabamos de señalar es en efecto tan obvio, que en el balancedel desarrollo mundial de la sociología preparado en 1982 por la asociaciónInternacional de sociología, uno de los articulistas no vacila en afirmar que“los diversos sociólogos tienen poco en común, salvo el hecho de llamarse a símismos ‘sociólogos’ y de trabajar en el marco de similares instituciones”; luego

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5 Cfr. por ejemplo el trabajo de ernesto Laclau, Política e ideología en la teoría marxista, méxico,siglo XXI, varias ediciones; y la amplia discusión del mismo en Populism and popular ideologies, LARUStudies, Vol. III, no. 2/3, January 1980, toronto, Canadá.

6 talcott parsons, El sistema social, madrid, ediciones de la revista de occidente, 1966, p. 25.parsons cree pertinente aclarar, casi al final de su libro, que su punto de vista “no constituye la ‘reducción’de la teoría sociológica a términos psicológicos, sino la extensión del aspecto estructural de esa teoría auna formulación expresa de su concernimiento con el proceso motivacional dentro del contexto del fun-cionamiento del sistema social como sistema” (sic, p. 546). Como se diría en portugués: E pior a emendaque o soneto.

recalca que “la evolución de la sociología ha sido de naturaleza fuertementemultilinear” (a multiple paradigm science, como la denomina más adelante),para terminar observando que incluso “la acumulación del conocimiento socialestá gobernada por regularidades diferentes de aquellas que gobiernan la acu-mulación de resultados en las ciencias naturales”. todo lo cual se explica, a sujuicio, por la situación siguiente:

“La historia de la sociología; cualquiera sea el grado de autonomía que estadisciplina pueda lograr, sigue siendo parte integrante de la historia intelectualy se torna prácticamente incomprensible fuera de este contexto. Y me refierono solamente a los nexos entre el pensamiento sociológico y las ideologías, quecomparativamente han sido más frecuentemente estudiados y son de extraor-dinaria significación. mi afirmación se refiere también a las relaciones entre lasociología y la cultura toda de una época y un país determinados, así como asus raíces en la conciencia social”7.

IV.eL proBLema de La VerIfICaCIón Y sus ImpLICaCIones

Y hay un problema más, que complica las cosas. el científico social en generalno puede, por razones fácilmente entendibles, reproducir a voluntad en un ga-binete o laboratorio los fenómenos que estudia. se encuentra, por lo tanto, im-posibilitado de aislar experimentalmente lo que es esencial de lo que no lo es, ode demostrar, experimentalmente también, la forma de vinculación de los dis-tintos elementos del todo social. Como observa marx:

“en el análisis de las formas económicas de nada sirven el microscopio ylos reactivos químicos. el único medio de que disponemos, en este terreno, esla capacidad de abstracción”8.

el científico social procede, pues, como cualquier hombre de ciencia, porabstracciones sucesivas que conducen a la construcción de determinados siste-mas teóricos, pero con la diferencia de que la validez o invalidez de los mismosno puede ser verificada mediante la experimentación artificial controlada, sino

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7London and Beverly Hills, sage publications, Jerzy szacki, e history 01 sociology and substantivesociologlcal theories, en Sociology, the state of art, editado por tom Bottomore, stefan nowak y magdalenasokolowska, bajo el patrocinio de la asociación Internacional de sociología, 1982, pp. 367-371.

8 K. marx, El capital (“prólogo a la primera edición”), vol. 1, p. XIII.

solo a través (y “a lo largo”, con todo lo que esto implica) de la experiencia pro-porcionada por el propio desarrollo histórico.

ahora bien, esta experiencia dista mucho de presentarse como un “libroabierto”, capaz de revelar de inmediato la adecuación o no adecuación de unsistema teórico con respecto a la realidad. La misma complejidad de toda es-tructura social dificulta el conocimiento de sus leyes profundas de funciona-miento (“en realidad, toda ciencia estaría demás si la forma de manifestarse lascosas y la esencia de éstas coincidiese directamente”, decía marx9); y más to-davía cuando se trata de estructuras de carácter clasista que están produciendosin cesar efectos de mistificación e incluso de “inversión”:

“Ya al estudiar las categorías más simples del régimen capitalista de pro-ducción e incluso de la producción de mercancías, las categorías mercancía ydinero, hemos puesto de relieve el fenómeno de mistificación que convierte lasrelaciones sociales, de las que son exponentes los elementos materiales de la ri-queza en la producción, en propiedades de estas mismas cosas (mercancías),llegando incluso a convertir en un objeto (dinero) la misma relación de pro-ducción. todas las formas de sociedad, cualesquiera que ellas sean, al llegar ala producción de mercancías y a la circulación de dinero, incurren en esta in-versión. pero este mundo encantado e invertido se desarrolla todavía más bajoel régimen capitalista de producción y con el capital, que constituye su categoríadominante, su relación determinante de producción”10.

el que las ciencias sociales no puedan recurrir a una verificación experi-mental similar a la de algunas ciencias naturales no impide la construcción deuna teoría verdaderamente científica de la sociedad, ya que dicho carácter noderiva de tal o cual forma de verificación, sino de la capacidad de elaborar con-ceptos idóneos para la captación de las leyes que rigen el movimiento de la his-toria. no olvidemos que en materia social, igual que en las ciencias naturales,el empirismo no siempre tiene la última palabra. Como dice el físico robertmarch refiriéndose a las tesis de galileo:

“una vez más, la prueba más significante en la cuenta final no fue la de quéidea era la que describía más de cerca los movimientos que solían observarse enla naturaleza, sino la de cuál llevaría en definitiva a un conocimiento más pro-fundo de la naturaleza. el modo de ver de galileo condujo directamente a lasconquistas de newton, mientras que el antiguo no conducía a ninguna parte”11.

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9 Ibíd., vol. III, p. 757. 10 Ibíd., p. 765.11 robert H. march, Física para poetas, méxico, siglo XXI, 1977, p. 37.

sin embargo, el hecho de que no sea posible demostrar experimentalmentelo que es una determinación en última instancia o una relación dialéctica, porejemplo, facilita la intromisión ideológica en la construcción de las ciencias socia-les. Y decimos facilita, que no origina, para dejar claramente sentado que la fuenteprincipal de esta intervención no radica en la estructura de tales ciencias ni arrancade problemas metodológicos supuestamente “irresolubles”, sino que es un efectode las contradicciones existentes en el seno de determinada formación social.

V.La naturaLeza de La InterVenCIón IdeoLógICa

Las determinaciones sociológicas de la ciencia social, entendidas como deter-minaciones originadas en una estructura de clases, no constituyen un problemameramente “exterior”; la ideología del científico social no es, como en el casodel sabio dedicado a las ciencias naturales, una simple “filosofía nocturna”. Laintervención de las ideologías tampoco se traduce aquí por puras diferencias“valorativas”, sino que lleva a la construcción de universos teóricos distintos y,en el límite, antagónicos.

tomemos un ejemplo. Cuando se trata de analizar la génesis del capita-lismo, la diferencia esencial entre los análisis de marx y los de max Weber noradica en que el primero aprecie “negativamente” la acumulación originaria yel segundo la valore en términos “positivos”, cosa que sería totalmente falsoafirmar. La diferencia está en que el autor de La ética protestante y el espíritu delcapitalismo12 simplemente pasa por alto aquel proceso, desplazando su análisishacia un elemento “cultural” que aparece como la clave de dicha génesis: nosreferimos al concepto weberiano de “racionalización” de todas las pautas delcomportamiento humano (hecho general y esencial para el autor), del que la“racionalización” económica (sinónimo absoluto de “capitalismo moderno” enWeber) no sería más que una expresión particular.

no hace falta entonces que Weber se pronuncie moralmente en favor delcapitalismo para que haya una toma de partido; basta y sobra con aparejar teó-ricamente los conceptos de “racionalidad” y capitalismo y analizar todo en esaperspectiva. tampoco es menester que el autor justifique explícitamente el sis-

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12 max Weber, La ética protestante y el espíritu del capitalismo, Barcelona, ediciones península,1969.

tema capitalista para hacer la apología del mismo: suficiente con que lo repre-sente como resultado de la austeridad, las privaciones y el comportamientoeconómicamente “racional” de la burguesía, y no como resultado histórico deun proceso de despojo a los productores directos.

otro ejemplo. si leemos algunos capítulos de la obra De la división del tra-bajo social, de emilio durkheim, especialmente del libro III, vemos como éstedescribe una serie de fenómenos que parecieran configurar un diagnóstico dela sociedad capitalista bastante similar al de marx: antagonismo entre el trabajoy el capital, intensificación del trabajo hasta reventar músculos y nervios, desarraigoe incluso “enajenación” de la clase obrera, pérdida del control del proceso pro-ductivo por parte del productor directo, quiebras constantes y correlativa cen-tralización del capital, crisis económicas, etcétera. sin embargo, todos estosfenómenos están conceptualizados de tal forma que, lejos de aparecer comoexpresiones normales de las leyes de valorización y acumulación de capital, sonpresentados como formas “anómalas” o “desviadas” de un sistema en lo funda-mental regido por un nuevo tipo de “solidaridad”. resulta curioso comprobarcómo hasta la ley del valor aparece por momentos formulada de manera bas-tante análoga a la de marx13, pero solo para concluir a que las diferencias declase se originan en transgresiones a la ley del valor. ¡Como si no bastara conque dicha ley regule el precio de la fuerza de trabajo para que la extracción deplusvalía y la reproducción de las clases antagónicas tengan lugar!

ejemplos que permiten mostrar de qué manera la intervención de las ideo-logías en la construcción de las ciencias sociales dista mucho de ser una “adhe-rencia externa”, una “filosofía nocturna” o un “juicio de valor”, que vendría aañadirse a una representación en sí misma objetiva del universo social, sino quees una intervención que, según la ideología de que se trate, distorsiona o no la re-presentación de la estructura y leyes de funcionamiento de la sociedad.

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13 “en una sociedad dada, cada objeto de cambio tiene, a cada instante, un valor determinado,que podríamos llamar su valor social. Buenos aires, schapire editor s.r.L. Éste representa la cantidadde trabajo útil que contiene; por esto no hay que entender el trabajo integral que pudo costar, sino laparte de esta energía susceptible de producir efectos sociales útiles, es decir, que responden a necesidadesnormales. aunque tal magnitud no pueda ser calculada matemáticamente, no por ello es menos real”(emilio durkheim, De la división del trabajo social, 1973, p. 324).

IV.eL proBLema de Los “VaLores”

empero, llegados a este punto hay que tener mucho cuidado en no confundirel problema de la intervención de las ideologías de clase en la construcción de lasciencias sociales con lo que se ha dado en llamar el problema de la ciencia “libreo no de valores”. este último planteamiento, con todo lo progresista que puedaser en determinados contextos como el de cierta sociología estadounidense porejemplo14, da más cuenta de la crisis ética que afecta a muchos científicos so-ciales que del problema teórico de la ciencia social misma.

señalemos, en primer término, que es falso que una posición éticamenteprogresista asegure por sí sola la producción de conocimientos correctos, esdecir, objetivos, de la realidad social. Lukacs observó ya, al escribir el prólogoauto crítico a La teoría de la novela, la posibilidad de que se entrelacen en unmismo autor, e incluso en toda una corriente de pensamiento, una “ética deizquierda y una epistemología de derecha”15. se pudiera añadir que tal es eldrama de gran parte de la sociología pequeño burguesa tanto en sus posicionesliberales cuanto en sus expresiones de ultraizquierda, aunque estas últimas soncada vez menores desde que muchos “ultras” de ayer se han convertido en lossocialdemócratas y “euromarxistas” de hoy.

Lo cual no quiere decir que en los textos inspirados por una ética progresistano pueda haber ideas justas ni juicios acertadamente críticos sobre los efectos delsistema; mas una cosa es percibir éstos y denunciarlos y otra conocer la estructuray leyes que determinan su constante producción. si algún ejemplo habría quedar sobre la diferencia entre estos dos niveles de aprehensión de la realidad, quizáno habría mejor que el de la comparación de una obra como la de fray Bartoloméde las Casas, que descubre con minuciosidad, dolor e ira los efectos de la acu-mulación originaria de capital en américa Latina, pero sin ningún conocimientoteórico de ese proceso16, y los capítulos correspondientes de El capital de marx17,que arrojan luz sobre los acontecimientos aunque apenas se refiera a ellos.

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14 alvin gouldner, “el anti minotauro: el mito de una sociología libre de valores”, en Revista me-xicana de ciencias políticas y sociales, no. 62, méxico, facultad de Ciencias políticas y sociales de launam, octubre-diciembre de 1970.

15 gyorgy Lukacs, prólogo a La théorie du roman, suiza, editions gonthier, 1963. 16 Cfr. Bartolomé de las Casas, Historia de las Indias, méxico, ed. agustín millares Carlo,

con prólogo de Lewís Hanke, 3 vols., méxico, 1951. 17 Cfr. sobre todo el cap. XXIV del libro 1.

de otra parte, y como ya se vio a través de los citados textos weberianos,la afirmación de que el fundamento último de la ciencia social radica en laadopción de ciertos valores no es más que una puerta abierta al subjetivismo18.se quiere decir con ello que la sociedad carece de una estructura objetiva cien-tíficamente cognoscible, y que lo único que cabe frente a esta “naturaleza de losocial” son puntos de vista distintos, tan válidos unos como otros. al no existirun en sí social, lo único que queda, en esta perspectiva, es la posibilidad demúltiples para sí, según la “pauta valorativa” que escoja cada investigador.

por esto, conviene poner en claro que la ciencia social no es una simplemise en forme de determinados valores o pautas culturales, sino una prácticaespecífica en la cual las perspectivas de clase intervienen de manera tambiénespecífica.

VII.La CIenCIa soCIaL Burguesa: sus LímItes estruCturaLes

en lo que a la ciencia social burguesa concierne, es menester precisar que no esuna actividad encaminada a la producción de meras imágenes ilusorias de la re-alidad, a la manera de las religiones, por ejemplo. está dotada de cierto grado decientificidad en la medida en que efectivamente produce conocimientos objetivosde determinada índole y sobre parcelas asimismo determinadas de la realidad so-cial. por esto la economía o la sociología burguesas poseen una eficacia prácticaque va bastante más allá de sus efectos puramente ideológicos, permitiendo unareal aplicación de los conocimientos parcelarios que producen. La teoría keyne-siana en su momento, como la friedmaniana en la actualidad, suponen una re-construcción conceptual adecuada de múltiples mecanismos de funcionamientode la economía capitalista, sin lo cual mal podrían servir de guía a determinadaspolíticas económicas. Y lo mismo podría decirse, aunque con variaciones degrado, de la sociología funcionalista y empirista, de la psicología social burguesa,etcétera. tan es así que a partir de ellas pueden llevarse a cabo investigacionescomo el tristemente célebre plan Camelot u otros de contrainsurgencia, o apli-carlas con relativa eficiencia para la manipulación de las masas.

46

18 por esta razón incluso discrepamos de tesis como la de adolfo sánchez Vásquez para quien:“La objetividad de las ciencias sociales es valorativa; en ellas no se escinden objetividad y valor”. tesis5 de su ensayo “La ideología de la ‘neutralidad ideológica’ en las ciencias sociales”, en rev. Historia y so-ciedad, segunda época, no. 7,1975, p. 15.

esto no quiere decir, sin embargo, que tales ciencias constituyan un acervode conocimientos neutros, susceptibles de ser explotados para fines sociopolí-ticos distintos e inclusive antagónicos, como ocurre en el caso de las cienciasnaturales. no. aunque contengan niveles de conocimiento objetivo como losya señalados, son ciencias de clase y no otra cosa en la medida en que la ideo-logía burguesa interviene directamente en su construcción, es decit, en su con-figuración interna, fijándoles fronteras estructurales que no pueden ser rebasadasteóricamente en su concepción global de la realidad.

¿de qué frontera se trata y qué efectos produce en el seno de la teoría social? en términos generales puede afirmarse que tal frontera está constituida

por la imposibilidad de revelar el carácter clasista de las sociedades de clase queestudia, límite que impone una serie de distorsiones y coartadas en el funcio-namiento global de la teoría, truncando y redefiniendo de este modo conoci-mientos parciales que dichas ciencias puedan llegar a producir. estos mismosconocimientos quedan, de esta suerte, instrumentalizados y unilateralizados(teóricamente) en razón de la perspectiva de clase que los supedita.

por eso, la economía burguesa puede analizar múltiples momentos del mo-vimiento objetivo del modo de producción capitalista y por supuesto captarmuchos de sus mecanismos y efectos, pero no puede, dada su naturaleza cla-sista, aprehenderlos como momentos, mecanismos y efectos de una estructurasocial constituida en torno a la explotación de una clase por otra. esto le impideincluso llegar a definir de manera teóricamente adecuada un concepto tan fun-damental como el de capital, que en la economía burguesa aparece siemprecomo sinónimo de un acervo de bienes o algo semejante, y no como lo que enrealidad es, es decir, como una relación social antagónica que permite que unaclase se apropie de la plusvalía producida por otra. de ahí que marx tenga queinsistir, de manera aparentemente machacona a lo largo de toda su obra, enque “el capital no es una cosa, sino una relación social entre personas a las quesirven de vehículo las cosas”19. Lo que para nosotros suena a obviedad, pero essistemáticamente disimulado por la economía burguesa.

más aún, recordemos que el propio concepto de clase aparece como unacategoría ajena a la economía burguesa, que por principio la remite al campode la “sociología”. Y esta disciplina, que gracias al primer tour de passe recibedicho concepto ya amputado de sus fundamentos económicos, se encarga a suturno de desvirtuarlo todavía más, disolviéndolo en un haz de “múltiples va-

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19 K. marx, El capital, vol. 1, p. 651.

riables”. así que la misma división de la ciencia social burguesa en una “eco-nomía” y una “sociología” no es ajena a una perspectiva de clase que, por unlado permite ocultar el hecho de que toda categoría económica es una categoríasocial y por otro soslayar la determinación que en última instancia ejerce loeconómico sobre los demás niveles del todo social.

esta desocialización de las categorías económicas es evidente incluso en lasexpresiones más progresistas del pensamiento burgués, como sería por ejemplo elcaso de la CepaL. tal como lo destaca octavio rodríguez en su libro La teoríadel subdesarrollo de la CEPAL:

“... la limitación del pensamiento estudiado no depende de… carenciasde forma, sino del propio enfoque que se utiliza, es decir, de su naturaleza es-tructuralista. en breve, la limitación que se desea destacar deriva de que losaportes teóricos de la CepaL (que dicen esencialmente respecto al modo comose va transformando la estructura de producción de bienes y servicios durantela industrialización periférica) no consideran ni analizan las relaciones socialesque están en la base del proceso de industrialización y de las transformacionesde estructuras que éste trae consigo”20.

siendo la burguesía la clase propietaria de los medios de producción, suinterés material fundamental consiste en la conservación de éstos y, como de-rivación de ello, su interés ideológico se concentra en la negación de que el nú-cleo estructurador de toda formación social radica en la distribución de losfactores de producción en términos de propiedad. de ahí que ninguna econo-mía, sociología o ciencia política burguesa esté en capacidad de poner en claroeste hecho, demostrar que allí reside el origen material de las clases sociales yque éstas, al configurarse en torno de la división de la sociedad en propietariosy no propietarios de los medios de producción, son entidades antagónicas cuyoconflicto permea todos los niveles del cuerpo social.

uno puede pasar revista de cualquier tratado de economía o sociología ycomprobar que la frontera entre la ciencia social burguesa y el materialismohistórico se ubica, con absoluta precisión, en el punto arriba señalado. más acáde este límite, que constituye su infranqueable limite de clase, la ciencia socialburguesa puede presentar desde luego múltiples tendencias y matices: su de-nominador común no está dado por la repetición de un discurso literal o ar-gumentalmente idéntico, sino por la no transgresión de la frontera indicada.

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20 octavio rodríguez, La teoría del sub desarrollo de la CEPAL, méxico, siglo XXI, 2a. ed., 1981,p. 273.

dentro de ese acotamiento, su presentación tiene que ser tanto más “re-novadora” y “creativa” cuanto que, no lo olvidemos, es producto de una sociedadde consumo que no solo devora bienes materiales sino también imágenes y re-presentaciones. La ciencia social burguesa, igual que cualquier otra mercancía,no puede ser ajena a ese fenómeno que conocemos con el nombre de moda.

VIII.La CIenCIa soCIaL Burguesa en La CoYuntura aCtuaL

si la ciencia social no puede dejar de tomar partido frente a las oposicionesde clase vigentes en una formación social determinada (y ya vimos que notoma partido diciendo que está bien que unos hombres se apropien de los me-dios de producción para que así puedan expropiar la plusvalía producida porotros, sino ocultando esta estructura de base), es claro que tampoco puededejar de participar en la oposición que, como corolario de lo anterior, se daactualmente entre dos sistemas sociales antagónicos, que son el capitalismo yel socialismo.

en este sentido, la situación de la ciencia social burguesa no es la mismahoy que hace un siglo o tres cuartos de siglo, cuando todavía el capitalismopodía ser analizado en comparación con el modo de producción que lo pre-cedió, y en esa perspectiva aparecer con rasgos objetivamente progresistas. en1920, Weber podía aún permitirse el lujo de presentar al capitalismo como elmovimiento de racionalización por antonomasia; hoy la tarea resulta másardua por decir lo menos, y tanto economistas como sociólogos se ven obli-gados a tomar partido de manera siempre más directa. algunos, como miltonfriedman y su escuela, lo harán abiertamente recalcando las virtudes de la“libre empresa” y la economía de mercado sin barreras, para ellos sinónimoabsoluto de libertad y bienestar, por más que ese neoliberalismo no deje dehundir cada día más a las economías del llamado tercer mundo. otros recu-rrirán a artimañas bastante burdas para demostrar la “superioridad” del capi-talismo sobre el socialismo. Incluso publicaciones que uno puede suponerserias y respetuosas de sí mismas, como el anuario editado por françois mas-pero bajo el título L' état du monde, no vacilan en hablar de la “crisis econó-mica y degradación” de los países socialistas, en contraste con unos estadosunidos “sin reflujo”, a pesar de que los datos que su misma publicación pro-porcionan indiquen que la economía de la urss ha crecido dos veces más

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rápidamente que la de los estados unidos en el período que en este caso con-sideran (1965-80)21.

Lejos de registrar una tendencia a la desideologización, las ciencias socialesse hallan pues más comprometidas que nunca en la lucha ideológica, en razónde la profunda crisis que padece el mundo capitalista, con sus secuelas de de-pauperación no solo de clases sino de zonas enteras del planeta, sobre todo enlas áreas subdesarrolladas. en esas condiciones no es un azar el que justamenteen estas áreas, de las que américa Latina forma parte, la lucha contra las posi-ciones del materialismo histórico sean cada vez más arduas, yendo desde la re-presión y las medidas administrativas hasta las campañas de desprestigio puroy simple. Campañas tanto más empecinadas e insidiosas cuanto que entre nosotrosexiste una ya arraigada tradición de ciencias sociales progresistas y de cuadros dealto nivel formados en base a la teoría marxista22, que es precisamente lo quese pretende erradicar.

IX.materIaLIsmo HIstórICo Y perspeCtIVas de CLase

Hemos señalado ya que la ciencia social no es una simple proyección o miseen forme de ciertos “valores”, sino que es una actividad específica en la quelas ideologías de clase intervienen de manera igualmente especifica, fijando,en el caso de la ideología burguesa, una frontera estructural que la cienciasocial correspondiente no puede rebasar. estas reflexiones allanan el caminopara una mejor comprensión del nexo que guarda el materialismo históricocon la perspectiva de la clase social con la que está orgánicamente vinculado,es decir, el proletariado.

el materialismo histórico no es, desde luego, una mera proyección de cierta“ética obrera” ni una pura prolongación de los “anhelos” del proletariado; esuna ciencia por derecho propio y está, consiguientemente, por las normas delquehacer científico general. su sistema de categorías es un sistema teórico que

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21 L 'etat du monde 1981. Annuaire économique et géografique mondial, dirigido por francois gèze,alfredo VaIladão e Ives Lacoste, parís, ed. françois maspero, 1981. Cfr., especialmente los capítulosdedicados a europa del este, la unión soviética y estados unidos.

22 a este respecto véase nuestro trabajo Reflexiones sobre el desarrollo de los estudios latinoamericanosen México, en varios, Balance y perspectivas de los estudios latinoamericanos, Coordinación de Humani-dades/facultad de filosofía y Letras, unam, 1985.

permite reproducir la estructura y el movimiento objetivos de la realidad his-tórico-social y no solo reproducir el punto de vista de determinada clase o, loque es peor todavía, limitarse a ser una mera “teoría crítica”23.

esto no significa, sin embargo, que en el materialismo histórico esté au-sente una perspectiva de clase. por el contrario, la perspectiva del proletariadoestá presente desde el momento mismo de la construcción de la ciencia socialmarxista y, luego, en todo su desarrollo ulterior, como permanente condiciónsocial de producción y aplicación de la teoría.

¿Qué alcance tiene esta afirmación? no quiere decir, por supuesto, que tal perspectiva secrete automáticamente

conocimientos de tipo científico, ni menos aún que ellos broten por generaciónespontánea de la conciencia psicológica (conciencia inmediata) de los obreros.Lenin fue claro sobre este punto al señalar, en su obra ¿Qué hacer?, que libradaa su sola espontaneidad y sin el concurso de la ciencia social marxista, la claseobrera no puede ir más allá del “tradeunionismo”, es decir, del economicismo.recalcó con ello la autonomía del materialismo histórico como práctica científica,a la vez que su papel de vanguardia teórica de la cual no puede prescindir lavanguardia política.

empero, no hay que olvidar que esa autonomía es siempre relativa ya quesolo a condición de mantenerse en la perspectiva de los intereses históricos delproletariado es posible estar en situación de producir un conocimiento objetivode la realidad social, siempre que se cumpla, a partir de esta situación, con losrequisitos de la práctica científica correspondiente. en términos metafóricospodría decirse que en este caso la perspectiva de clase desbroza el terreno sobreel cual se levantará una construcción científica.

en efecto, si la intervención de la ideología burguesa en la construcción dela ciencia social se manifiesta por el establecimiento de una frontera estructuralcomo la que se analizó en el apartado 7, la intervención de la perspectiva prole-taria se caracteriza, en cambio, por el levantamiento de esta barra: la ideologíade clase no constituye aquí un elemento obstructor, sino que es más bien factorencargado de abrir un campo de visibilidad en el que la ciencia social puededesarrollar toda su objetividad.

por lo demás, el mismo concepto de ideología del proletariado tiene queser entendido de manera histórica y dialéctica, es decir, no como una “esencia”

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23 Que es a lo que pretenden reducirla autores como José aricó, por ejemplo, cfr. su artículo“marx y américa Latina”, en rev. Nueva sociedad, 66, Caracas, mayo/junio 1983, pp. 56-57.

dada de una vez para siempre, sino como una representación del mundo en per-manente desarrollo y susceptible de ir incorporando, cada vez con mayor pro-fundidad, los elementos de conocimiento que el materialismo histórico le aporte.

X.“CIenCIa” e “IdeoLogía”: una antInomIa aBstraCta

a lo largo de esta exposición hemos evitado tratar la antinomia “ciencias-ideolo-gía” de manera abstracta e indeterminada por considerar que, plantada comotal, es simplemente falsa. de hecho, la “ideología” a secas no existe histórica-mente –o al menos no en el momento actual–, puesto que las ideologías en-frentadas en la ciencia social y fuera de ella son ideología de clase.

solo ubicándolas en este plano es posible, por lo demás, captar sus efectosdiferenciales en el terreno del quehacer científico social, cuyo desarrollo no seve limitado o impulsado por la intervención de la “ideología” sin más califica-tivos, sino que se despliega en el ámbito demarcado por cada perspectiva declase, que restringe o amplía las posibilidades de objetividad en función de losintereses materiales en cada ideología.

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Cultura, clase y nación

I.¿teoría de La CuLtura o anáLIsIs materIaLIsta HIstórICo

deL Campo denomInado CuLturaL?

Cuando uno examina cualquier índice temático de las obras escogidas de marxy engels, termina inevitablemente por descubrir una incómoda paradoja: elconcepto de cultura ni siquiera aparece en tales índices1. Y al escarbar en nuestrapropia memoria la perplejidad no hace más que incrementarse: de un lado nosqueda la convicción de que aquellos clásicos sí sentaron las bases para una ex-plicación de la cultura; de otro, está la cuasi certidumbre de que apenas si lamencionan en sus obras. Cuando a ella se refieren explícitamente, es siemprede manera tangencial2; jamás, en todo caso, utilizan el término cultura comoun concepto teórico, es decir, como un concepto destinado a producir el co-nocimiento de un objeto determinado. en La ideología alemana, por ejemplo,la cultura parece identificarse con la “completa y multiforme producción detoda la tierra (las creaciones de los hombres)”3; expresión con la cual se señalaun vasto y problemático campo de investigación que, sin embargo, no será ana-lizado a partir de ninguna teoría específica de la cultura sino con las categoríaspropias del materialismo histórico (teoría de los modos de producción y lasformaciones sociales).

una superficial revisión de ciertos textos de Lenin tiende a “tranquilizar-nos”, en la medida en que este autor sí se refiere explícitamente y con relativa

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1 Cfr., por ejemplo: C. marx, f. engels, Obras escogidas, en tres tomos, moscú, editorial progreso,1973.

2 esto ocurre incluso en una obra como La ideología alemana, Buenos aires, ediciones pueblosunidos en donde la cultura es mencionada muy pocas veces y sobre todo para indicar, de pasada, queella está íntimamente vinculada al proceso de producción material y que se enriquece con el incrementodel intercambio universal.

3 el pasaje completo del cual hemos extraído esta definición dice así: “es evidente, por lo que de-jamos expuesto más arriba, que la verdadera riqueza espiritual del individuo depende totalmente de lariqueza de sus relaciones reales. solo así se liberan los individuos concretos de las diferentes trabas na-cionales y locales, se ponen en contacto práctico con la producción (incluyendo la espiritual) del mundoentero y se colocan en condiciones de adquirir la capacidad necesaria para poder disfrutar esta completay multiforme producción de toda la tierra (las creaciones de los hombres)” (Carlos marx y federicoengels, La ideología alemana, Buenos aires, ediciones pueblos unidos, 1973, p. 39).

frecuencia a la cultura. empero, una lectura más atenta de los mismos nos ins-tala de nuevo en la incertidumbre: Lenin nunca precisa lo que ha de entendersepor cultura y, lo que es más, emplea el término en los más variados sentidos:conocimientos científicos o técnicos, educación, literatura, arte, ideología, há-bitos, costumbres, etcétera. se trata, a no dudarlo, de un uso simplemente des-criptivo del vocablo: con él alude a un campo abigarrado de la realidad, que noa un objeto teóricamente construido. Como luego se verá, cada conjunto par-ticular de fenómenos culturales es, además, sujeto a un tratamiento políticodistinto por parte de Lenin.

¿Insuficiencia de los clásicos del marxismo? ¿Laguna teórica que hay quecolmar? Ciertamente no. estamos frente a un problema derivado de la contex-tura de la realidad y no de una insuficiencia de la teoría, por las razones que deinmediato pasamos a señalar.

en primer lugar, lo que habitualmente denominamos cultura, es decir, la“completa y multiforme producción de toda la tierra” (o de un país determi-nado, si se quiere restringir especialmente el problema), está constituido porun conjunto de fenómenos que no poseen otro denominador común que elde ser “creaciones de los hombres”; es decir, productos no naturales. ahorabien, parece evidente que similitud tan general mal puede servir de funda-mento para la conformación de un objeto teórico: elaborar una “teoría de lacultura” resulta, en este sentido, tan difícil como elaborar una “teoría de lanaturaleza”.

en segundo lugar, y como derivación de lo anterior, es patente que elcampo cultural engloba a un conjunto de fenómenos que, más allá del deno-minador común señalado, poseen estatutos teóricos diferentes en la medida enque corresponden a niveles asimismo diferentes de la realidad social. el clásicointento de clasificar a la cultura en por lo menos dos grandes categorías, “culturamaterial” y “cultura espiritual”, demuestra, con todo lo insatisfactorio quepueda ser, la existencia de una percepción del problema planteado por partede casi todos los autores que abordan esta temática.

tercero, al ser la cultura una creación de los hombres, es, quiérase o no,un producto social; no puede comprendérsela, por tanto, al margen de sus con-diciones sociales de producción y, consecuentemente, de la estructura social apartir de la cual es producida. Contrariamente a lo que postula el pensamientoidealista, no es la cultura la que confiere sentido a la sociedad sino que es ésta,a través de sus estructuras y procesos, la que confiere sentido a la cultura; enotras palabras, la que la determina.

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por todo esto, lo que en cierto momento aparecía como una paradoja delos clásicos del marxismo, casi como una insuficiencia conceptual suya, resultaser en el fondo un movimiento teórico necesario en la medida en que corres-ponde, como decíamos, a la contextura misma de la realidad. Ya que la culturano es, en primera instancia, un factor constitutivo (determinante) de la es-tructura social, sino más bien un campo empírico determinado por ella, nosolo teórica sino también metodológicamente se impone un desplazamientoque consiste en alejarse momentáneamente del plano de su existencia feno-ménica (poniendo incluso entre paréntesis el concepto que descriptivamentelo señala), para ubicarse en el plano de las estructuras y procesos que le con-fieren sentido4.

esto, desde luego, sin perjuicio de que, en un segundo momento, se re-tome al análisis dialéctico del otro aspecto igualmente real del problema: el delgrado y las maneras en que una cultura históricamente constituida y determi-nada, sobredetermina a su turno la forma concreta de desarrollo de los procesossociales y confiere a la formación social respectiva una “fisonomía” nacional suigeneris.

es el método de análisis que aquí nos proponemos seguir.

II.La dImensIón CLasIsta de La CuLtura

para el tratamiento de este problema tal vez lo más pertinente sea partir del co-nocido texto de Lenin que dice lo siguiente:

“en cada cultura nacional hay elementos, por muy poco desarrollados queestén, de cultura democrática y socialista, pues en cada nación hay la masa tra-bajadora y explotada, cuyas condiciones de vida engendran inevitablementeuna ideología democrática y socialista. pero en cada nación, hay también unacultura burguesa (y, muy a menudo, una cultura reaccionaria y clerical) –y éstano solo bajo la forma de ‘elementos’, sino en forma de cultura dominante–. por

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4 en su libro Sociedad, formación económico-social y cultura, Luis f. Bate llega a la conclusión deque “la categoría de cultura no es ni puede ser considerada como categoría explicativa central de nin-guna disciplina de la ciencia social”; pero que “sin embargo, es indispensable precisar con claridad lasrelaciones categoriales, objetivas y lógicas, entre el aspecto cultural de la sociedad y la categoría expli-cativa fundamental de formación económico-social” (méxico, ediciones de Cultura popular, 1978,pp. 194–195).

eso la ‘cultura nacional’ es, en general, la cultura de los terratenientes, de lospopes y de la burguesía”5.

una primera idea que cabe rescatar de este texto es la de que, en las socie-dades antagónicas, la cultura no puede desarrollarse sin sufrir algún tipo si-quiera de determinación proveniente de la estructura de clases propia de cadaformación social. en este sentido existen, en los casos que Lenin tiene en mien-tes, una cultura burguesa, una cultura democrática y socialista y, eventualmente,una cultura reaccionaria y clerical.

una segunda idea importante está dada por la observación relativa al di-ferente rango que cada una de esas unidades culturales detenta en la respectivaformación social. así, la cultura burguesa ocupa, en este caso, el lugar de culturadominante, en razón del índice de predominio que la burguesía ha adquiridoen la estructura económico-social global. Lo cual quiere decir que existe, co-rrelativamente, una cultura dominada, que es la de las clases subalternas.

una tercera idea, estrechamente vinculada a la anterior, consiste en la ob-servación de que el rango ocupado por cada unidad cultural en el seno de de-terminada formación social confiere a tales unidades posibilidades en principiodistintas de articulación. por esto, la cultura democrática y socialista existe, eneste caso, bajo la forma de simples elementos, mientras que la cultura burguesaestá presente bajo una forma distinta: como entidad que, por el hecho de ocu-par la posición dominante, está en mejores condiciones estructurales de arti-cularse a sí misma y de articular, imprimiéndole su sentido, a la mayor partede los elementos a ella subordinados.

aunque tomando como punto de referencia un campo bastante más res-tringido de la cultura, el del llamado folklore, antonio gramsci plantea una re-flexión que va en similar dirección que la de Lenin. en efecto, el pensadoritaliano define al folklore como “una concepción del mundo no solo no elabo-rada y asistemática... sino también múltiple; no solo en el sentido de diverso ycontrapuesto sino también en el de estratificado...”6.

en seguida veremos lo que esta estratificación significa. por el momento,conviene retener la idea de que, para gramsci, un importante segmento de lacultura “popular” aparece como una verdadera amalgama, incapaz de articularseen la medida en que carece, según sus palabras, de “concepciones elaboradas,

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5 Notas críticas sobre la cuestión nacional, citado según el texto recopilado en Lenin, Escritos sobrela literatura y el arte, Barcelona, ediciones península, 1975, pp. 160–161.

6 antonio gramsci, Cultura y literatura, Barcelona, ediciones península, 1977, p. 330.

sistemáticas y políticamente organizadas y centralizadas en su contradictoriodesarrollo”7.

observación que nos permite formular un cuarto punto, que tanto en opi-nión de Lenin como de gramsci, la cultura solo puede articularse realmentecon el concurso de una ideología que la organice y confiera sentido a cada unode sus elementos. sin el concurso de este factor sistematizador y políticamenteorgánico, la cultura mal puede rebasar su espontánea condición de amalgama,como no sea en niveles estrictamente formales. Lo cual no quiere decir, por su-puesto, que la cultura sea reductible a la ideología que la articula: si ésta estáen capacidad de “organizar” a aquélla, es justamente porque son distintas.

gramsci es por lo demás muy claro al distinguir diversos “estratos” en elinterior de esa amalgama que en principio constituye la cultura “popular” es-pontánea. así, cuando se refiere a la “moral del pueblo”, es decir, a ese “con-junto determinado (en el tiempo y en el espacio) de máximas para la conductapráctica y de costumbres que de ella se derivan o que han producido”, observaque:

“también en esta esfera se deben distinguir diversos estratos: los fosiliza-dos, reflejo de condiciones de vida pasada y, por consiguiente, conservadoresy reaccionarios, y los que constituyen una serie de innovaciones, a menudocreadoras y progresistas, espontáneamente determinadas por formas y condi-ciones de vida en proceso de desarrollo y en contradicción con la moral de losestratos dirigentes –o solamente distintos de ella”–8.

reflexión que nos previene contra toda interpretación empirista de lo queha de entenderse por cultura de clase. en efecto, no todo lo que el pueblo pro-duce, piensa o practica constituye automáticamente tal tipo de cultura, en lamedida en que entre sus expresiones culturales hay también una buena dosisde elementos “fosilizados” y de prácticas y normas simplemente neutras en tér-minos clasistas. suponer lo contrario, a partir de cierto romanticismo, jamásconduce más allá de posiciones populistas.

sintetizando lo dicho hasta aquí podríamos, pues, afirmar que las socie-dades antagónicas generan efectivamente culturas clasistas, posibles de definircomo sectores y planos de la cultura articulados por ideologías de clase o, porlo menos, determinados por prácticas sociales que realmente corresponden alos intereses objetivos de determinadas clases.

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7 Ibíd.8 op. cit., p. 331.

III.La dImensIón de La CuLtura

La definición que acabamos de formular sugiere inequívocamente que no toda“la completa y multiforme producción de toda la tierra” se constituye o puedeconstituirse en cultura de clase, sino únicamente una parte de ella. ¿es verdadesto y, si lo es, cómo explicar el hecho desde el punto de vista del materialismohistórico cuando nos referimos a sociedades clasistas?

Comencemos por citar la opinión que a este respecto dan dos autores so-viéticos, rosental e Iudin, en su Diccionario filosófico abreviado. dicen:

“en una sociedad antagónica, la cultura espiritual es una cultura de clase.La cultura dominante es la cultura de la clase dominante. al desarrollarse comoconsecuencia de las contradicciones sociales, es un instrumento de lucha declases. en esta lucha, las diversas clases utilizan medios culturales tales como laescuela, la ciencia, la prensa, las artes, etcétera, para lograr sus objetivos”9.

Los autores parecen sugerir, pues, que solo la cultura “espiritual” es unacultura de clase en las sociedades antagónicas; no lo sería, por tanto, la cultura“material”. pero a nuestro juicio esta distinción, al estar basada en la vieja di-cotomía “espíritu–materia” en vez de en las categorías del materialismo histó-rico, embrolla el problema en lugar de resolverlo. ¿La prensa a la que aluden,es “espíritu” o “materia”? ¿La ciencia, actividad “espiritual” al parecer, formarealmente parte de una cultura de clase en las sociedades clasistas?

en su afán de resolver el problema, rosental e Iudin incurren, por lo demás,en un segundo error teórico que consiste en confundir lo que es propiamenteuna cultura de clase (en el sentido que hemos señalado) con lo que es una cuestiónbien distinta: la utilización por las clases de ciertos elementos culturales comoinstrumentos de lucha. Los conocimientos en materia de aeronáutica, por ejem-plo, no forman parte de ninguna cultura de clase, por mucho que en una sociedadcapitalista puedan ser utilizados para reprimir a los sectores populares o destinarseal disfrute preferencial de determinada clase. son dos órdenes de problemas to-talmente distintos en la medida en que en un caso estamos ante objetos interna-mente estructurados de acuerdo con una lógica de clase y en el otro no.

¿Qué tratamiento dio Lenin a esta cuestión y cómo llegó a establecer unadiferenciación entre lo que es propiamente una cultura de clase y lo que enrigor no lo es?

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9 rosental e Iudin, Diccionario filosófico abreviado, méxico, ediciones Quinto sol, s. f., p. 105.

en sus ya citadas Notas críticas sobre la cuestión nacional Lenin fue muyenfático en afirmar:

“al proclamar la consigna de ‘cultura internacional de la democracia y delmovimiento obrero mundial’, tomamos de cada cultura nacional solo sus ele-mentos democráticos y socialistas, y los tomamos única y exclusivamente comocontrapeso a la cultura burguesa y al nacionalismo burgués de cada nación”10.

sin embargo, seis años más tarde lanzaba una consigna que parecía con-tradecir flagrantemente lo anterior:

“Hay que tomar toda la cultura que el capitalismo ha dejado y construircon ella el socialismo. Hay que tomar toda la ciencia, la técnica, todos los co-nocimientos, el arte. sin ello no podemos construir la vida de la sociedad co-munista. Y esta ciencia, esta técnica, este arte, están en las manos y los cerebrosde los especialistas”11.

¿el Lenin de 1919 contradecía realmente al Lenin de 1913? por cierto queno. en 1920 volvió a insistir en que “no se puede desterrar ni destruir a los in-telectuales burgueses”, es decir, a esos especialistas de los que hablaba un añoantes; pero simultáneamente recalcó que:

“... hay que vencerlos, transformarlos, refundirlos, reeducarlos, así como,por lo demás hay que reeducar, al precio de una lucha de largo aliento, sobrela base de la dictadura del proletariado, a los propios proletarios, los cuales tam-poco se desembarazan de sus prejuicios pequeño-burgueses súbitamente, pormilagro, bajo la prescripción de la Virgen, bajo el efecto de una consigna, deuna resolución, de un decreto, sino solamente al precio de una lucha de masas,larga y difícil, contra las influencias pequeño-burguesas en las masas”12.

¿Qué pensaba en definitiva Lenin sobre la cultura “espiritual” heredadadel capitalismo? ¿Que era o no una cultura de clase? ¿Que había que asimilarlao que se debía derrotarla?

Creemos que el punto clave para entender su posición sobre este asunto–posición que nada tiene de contradictoria– consiste en poner en evidenciaque su análisis del problema cultural pasa por un esquema teórico que no

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10 op. cit., p. 161.11 Los éxitos y las dificultades del poder soviético, recopilado en op. cit., p. 156. José Carlos mariátegui,

por su parte, formula una reflexión similar: “el socialismo presupone la técnica, la ciencia, la etapa capi-talista; y no puede importar el menor retroceso en la adquisición de las conquistas de la civilización mo-derna, sino por el contrario la máxima y metódica aceleración de la incorporación de estas conquistas enla vida nacional” (Ideología y política, Lima, perú, empresa editora amauta, 8a. ed., 1977).

12 La enfermedad infantil del comunismo: el “izquierdismo”, pasaje recopilado en op. cit., p. 160.

guarda relación alguna con la dicotomía “espíritu/materia”, sino que está refe-rido a diferentes planos estructurales del todo social.

en efecto, cuando afirma que de cada cultura nacional hay que tomar solo(y lo subraya) sus elementos democráticos y socialistas, Lenin alude a determi-nada dimensión de la cultura: la que tiene que ver con las ideas, representacio-nes, costumbres; hábitos, etcétera, vinculados al plano de las relaciones socialesde producción; es decir, a las relaciones de explotación y dominación-subordi-nación que mantienen unos hombres con respecto a otros (relaciones de clase).

Y en este plano, claro está, el socialismo mal puede hacer suya esta cultura:tiene que vencerla. tiene, entre otras cosas, que reeducar a sus portadores, im-pulsando una lucha de masas capaz de establecer la hegemonía ideológico-cul-tural del proletariado (revolución cultural).

en cambio, cuando Lenin habla de “tomar toda la cultura que el capita-lismo ha dejado”, se refiere sin duda a otra dimensión de esa cultura: concre-tamente, a todos los conocimientos y maneras de hacer (técnicas) que implicanvariados grados de dominio del hombre sobre la naturaleza; esto es, a la partede la cultura que tiene que ver con el desarrollo de las fuerzas productivas, tantoen su aspecto “material” como “espiritual”. por eso aquí incluye también alarte, que en cierto nivel es una práctica encaminada al dominio “espiritual” dela naturaleza (trátese de la exterior al hombre o de la suya propia). Y lo incluye,por supuesto, solo en cuanto es eso: no en cuanto portador de determinadasideologías, lo cual es objeto de otro nivel de análisis (véase a este respecto lasreflexiones del propio Lenin sobre la obra de tolstoi)13.

esta somera revisión de las diferenciadas tomas de posición de Lenin conrespecto a “la cultura” parecen pues corroborar nuestra tesis de que la órbitacultural vinculada al desarrollo de las fuerzas productivas no constituye unacultura de clase propiamente dicha, por más que en una sociedad antagónicadicha órbita esté, como es natural, instrumentalizada por la clase dominante.

distinción que, por lo demás, es de vital importancia en el plano políticopor dos razones: (a) porque si el hecho de negar la existencia de las culturas declase conduce inexorablemente a una desviación de derecha, la posición con-traria, de reducir toda la cultura a términos clasistas, conduce a un error de ul-traizquierda; y (b) porque aquella distinción determina dos formasdiferenciadas de la lucha de clases: lucha por la abolición de la cultura de clase

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13 op. cit., pp. 121-151.

del adversario, en un caso; lucha por la expropiación de los elementos culturalesno clasistas que ese adversario ha acumulado, en el otro.

IV.La CuLtura en su dImensIón formaL: eL eJempLo de La Lengua

a través de una serie de entrevistas publicadas en 1950, stalin se pronunciósobre algo que constituía un espinoso problema para los marxistas de la época:la cuestión de saber si la lengua forma o no parte de la superestructura. Con suindudable talento práctico stalin concluyó tajantemente que la respuesta teníaque ser negativa; pero sin dejar de intuir que, a pesar de ello, la lengua sufre enciertos niveles algunas determinaciones provenientes de la estructura social.

mas, en el plano teórico su respuesta distó de ser satisfactoria:“en pocas palabras: no puede incluirse a la lengua ni en la categoría de las

bases ni en la categoría de las superestructuras. tampoco puede incluírsela enla categoría de los fenómenos ‘intermedios’ entre la base y la superestructura,pues tales fenómenos ‘intermedios’ no existen”14.

a renglón seguido se enfrascó en una disquisición por momentos bizantinatendiente a demostrar dos cosas: por un lado, que existe cierta analogía entrela lengua y los instrumentos de producción, ya que ambos “manifiestan ciertaindiferencia (sic) hacia las clases y pueden servir por igual a las diversas clasesde la sociedad”; y por otro, que ello no obstante la lengua no puede identificarsecon tales instrumentos en la medida en que no produce bienes materiales sinosolo “palabras”. Con su típica corrosiva ironía concluyó: “no es difícil com-prender que si la lengua pudiera producir bienes materiales, los charlatanes se-rían los hombres más ricos de la tierra”15.

todo lo cual es cierto, pero deja sin resolver teóricamente el problemaplanteado: si la lengua no “encaja” en ninguna de las tres categorías menciona-das por stalin ¿dónde entonces ubicarla?

a nuestro juicio, el quid de la cuestión radica en la forma misma de con-ceptualizar a la base y la superestructura. en efecto, si concebimos a estas dosinstancias como categorías taxonómicas destinadas a encasillar exhaustivamentela realidad social, con todos sus procesos y fenómenos, siempre aparecerán la

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14 J. stalin, Sobre el materialismo dialéctico y el materialismo histórico. El marxismo y la lingüística,méxico, ediciones Cuauhtémoc, 1973, p. 76.

15 op. cit., p. 77.

lengua, el deporte, la familia o lo que fuere, para jugarnos una mala pasada teó-rica. Y nos la jugarán inevitablemente, por la sencilla razón de que los conceptosde base y superestructura no pueden ser tratados como casillas taxonómicassino como lo que en realidad son: puntos nodales de articulación del todo socialque, al constituir su estructura fundamental, determinan en grado diferente alconjunto de procesos y fenómenos también sociales, pero que en sí mismos noconstituyen, por definición, ni una base ni una superestructura. Las propiasideas, recordémoslo, solo forman parte de la superestructura cuando configuran“ideologías históricamente orgánicas, es decir, que son necesarias a determinadaestructura”16.

de lo cual se desprende, además, que el campo denominado cultural esmucho más rico y variado que sus determinaciones estructurales, aunque solofuese por el hecho de que siempre “el fenómeno es más rico que la ley”17. poralgo la “esencia” (estructura) tiene que ser aprehendida mediante un proceso deabstracción, es decir, como el mismo término lo indica, mediante la extracciónde ciertos elementos, los esenciales, con exclusión de los demás.

si volvemos al caso de la lengua, de inmediato descubrimos que su confi-guración interna básica corresponde a la necesidad de establecer las condicionesformales de emisión de un cierto tipo de mensajes y no a una determinaciónproveniente del desarrollo de las fuerzas productivas o de tales o cuales relacio-nes sociales de producción. no hay ninguna morfología, sintaxis, fonética ofonología susceptibles de explicarse por su relación con alguno de esos planosestructurales; y ni siquiera el nivel semántico de un idioma puede explicarsepor tal tipo de determinación, a no ser en parcelas muy marginales y que enrealidad solo adquieren pleno sentido cuando se pasa del plano del código (len-gua) al de los mensajes emitidos a través de él, los que obviamente poseen yaun contenido extralingüístico: ideológico, científico o simplemente pragmático,según el caso.

por lo tanto, la lengua es un fenómeno cultural neutro en el sentido de queni constituye un punto nodal de la estructura de una formación social ni suconfiguración interna básica depende de determinaciones provenientes de talestructura. Lo que es más: por ser la lengua un código que establece las condi-ciones formales de emisión de cierto tipo de mensajes, se encuentra por así de-cirlo al abrigo de una determinación que la convierta, por ejemplo, en mero

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16 antonio gramsci, El materialismo histórico y la filosofía de B. Croce, méxico, Juan pablos editor,1975, p. 58.

17 V. I. Lenin, Cuadernos filosóficos, Buenos aires, ediciones estudio, 1974, p. 147.

código de clase. si la ideología dominante quiere realmente dominar, tiene queemitir sus mensajes a través de un código que los dominados entiendan, trátesedel código lingüístico o de cualquier otro código análogo. Y es justamente laexistencia de estos códigos formales comunes lo que, bajo ciertas condicioneshistóricas, viene a constituirse en uno de los elementos fundamentales de laidentidad nacional (cuestión que retomaremos más adelante).

sin embargo, el problema no concluye aquí ni es tan sencillo como en unprincipio podía parecer. si bien es verdad que la estructura de una formaciónsocial no determina la configuración interna básica de la lengua, también escierto que no por ello deja de sobre determinarla en otros niveles o aspectos desu desarrollo histórico.

ni siquiera vale detenerse en lo más obvio: las connotaciones, incluso declase, fáciles de detectar en diversas lenguas. emplear determinados términos,construir la frase de determinada manera, pronunciar (realizar) un fonema ental o cual forma, pueden efectivamente convertirse en “marcas” de clase en lamedida en que allí entre a operar un segundo “código” (ya superestructural)adherido al primero (propiamente lingüístico).

pero hay algo aún más importante y es el hecho de que, en algunas forma-ciones sociales, la sobre determinación a que nos hemos referido puede llegaral extremo de conferir cierto status a idiomas enteros. así, si tomamos comoejemplo al idioma español encontraremos, en un primer nivel de análisis, quenaturalmente se trata de un simple código formal, sin ningún estatuto socialque lo “acompañe”. pero si pasamos a un segundo nivel analítico, que es el desu modo concreto de inserción en determinadas formaciones sociales, podre-mos detectar por lo menos tres situaciones claramente diferenciables: 1. unacomo la del uruguay contemporáneo, supongamos, en donde el español sen-cillamente carece de estatuto social en cuanto idioma: 2. una situación comola “chicana”, en la que el español pasa a convertirse en lengua dominada, po-seedora por lo tanto de un estatuto social negativo; y 3. La del español en ciertaszonas del altiplano andino, donde frente a las lenguas vernáculas adquiere elestatuto de lengua dominante, dotada de un signo social positivo.

Cuestión que dista mucho de ser intrascendente, aunque solo fuese porestas dos razones:

primero, porque el hecho de que una lengua se convierta en lengua domi-nada mutila sin la menor duda sus posibilidades de desarrollo histórico: la con-quista española y la sociedad que ella engendró, obstruyeron múltiplesposibilidades de desarrollo del idioma quichua, por ejemplo.

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segundo, porque al sufrir un idioma determinados efectos derivados de laestructura de una formación social dada, de hecho, adquiere una coloraciónsimbólica particular que lo inserta en las luchas sociales de diverso tipo, en dondepor lo general convergen un problema de clase y un problema nacional.

V.formas CuLturaLes Y naCIón

el análisis de un fenómeno como el de la lengua nos ha permitido recorrer uncamino aparentemente insólito: luego de demostrar que se trata de un hechocultural eminentemente formal, hemos arribado a un punto en que la hemosencontrado inserta en conflictivos procesos sociales. pero en verdad este reco-rrido nada tiene de insólito puesto que la estructura de cada formación social,además de (a) configurar culturas de clase en cierto nivel e (b) instrumentalizarclasistamente a la parte no clasista de la cultura, también (c) confiere determi-nado rango y valor simbólico a los estratos meramente formales de la cultura,es decir, a aquellos que en principio no guardan una relación directa ni con labase ni con la superestructura.

Conviene ahora avanzar un poco más en nuestro análisis, a partir de laidea de que son precisamente estos estratos o dimensiones formales de la culturalos que adquieren relevancia cuando se pasa a analizar la “fisonomía peculiar”de una nación.

aunque se trate de un autor cuya popularidad se ha visto bastante mer-mada en los últimos tiempos, vamos a permitirnos citar nuevamente a stalin,con el clásico texto en que define lo que ha de entenderse por nación:

“nación es una comunidad humana estable, históricamente formada ysurgida sobre la base de la comunidad, de idioma, de territorio, de vida econó-mica y de psicología, manifestada ésta en la comunidad de cultura”18.

texto clásico, decíamos, pero también bastante extraño por más de unarazón. por ejemplo: ¿por qué stalin, que en su vida puede haber pecado detodo menos de idealista, confiere una importancia tan grande a la comunidadde idioma, que incluso coloca antes de la comunidad de vida económica? obien: ¿cómo es posible que hable de la “comunidad de psicología, reflejada enla comunidad de la cultura”, o de una “fisonomía espiritual, que se expresa en

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18 J. stalin, El marxismo y la cuestión nacional, méxico, ediciones Cuauhtémoc, s. f., p. 13.

las particularidades de la cultura nacional”19, sin plantear el problema de lasclases ni explicar lo que en términos marxistas ha de entenderse por “fisonomíaespiritual”, ni interrogarse sobre si ésta forma o no parte de la superestructurade determinada formación social?

pensamos que el punto de vista de stalin solo cobra coherencia en todoslos órdenes desde el momento en que planteamos la hipótesis de que está refe-rido al plano preponderantemente formal de la cultura, que justamente porserlo puede llegar a constituirse en denominador común de una totalidad porlo demás contradictoria y antagónica. el caso del idioma ya lo hemos analizado.

en cuanto a la comunidad de vida económica parece razonable creer questalin no aludía con ello a las relaciones sociales de producción, que ciertamenteno tienden a crear una comunidad real entre el explotado y el explotador; sinomás bien a determinadas modalidades formales muy concretas y por lo mismopeculiares de vida material de una sociedad. en fin, y por muy gruesamenteformulada que esté su reflexión al respecto, hay que suponer que la comunidadde psicología y de “fisonomía espiritual” tampoco está referida a contenidos(de clase, por ejemplo) ni a niveles ideológicos propiamente superestructurales,sino a una dimensión preponderantemente formal, en este caso idiosincrática.

pensamos, por lo demás, que ésta es la única manera de entender cómo esposible que el estado, representante de intereses de clase por definición parti-culares, pueda aparecer como representante del interés general de la sociedad.

Y es que esta sociedad, por fisurada que esté, posee un mínimo de elemen-tos comunes (la “sangre”, la lengua, costumbres y hábitos, una geografía y unahistoria compartidas, etcétera) a partir de los cuales es factible mantener, con-solidar y hasta desarrollar lo que marx y engels denominaron una comunidadilusoria20. Ilusoria en cuanto la comunidad real, se ha escindido a consecuenciade los antagonismos de clase; mas no por ello menos vigente a nivel ideológicoy hasta “sensorial”, en la medida en que algunas o muchas de aquellas formasculturales siguen siendo compartidas por buena parte e incluso por la totalidadde los miembros de una sociedad, aunque no necesariamente en grado similar.

sobre esta base, el estado mismo puede aparecer como un estado-nación,expresando una dominación de clase por sus contenidos fundamentales, perono de una manera informe sino mediante una dominación moldeada en la fra-gua de una tradición. La profundidad con que el estado pueda aparecer comoun estado verdaderamente nacional dependerá sin embargo del grado de “he-

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19 Loc. cit.20 Cfr. La ideología alemana, op. cit., p. 35.

gemonía”21 con que la clase dominante logre ejercer su dominio. en el mejorde los casos este dominio se mostrará como una suerte de “dirección espiritualy moral” (dixit gramsci) y la clase dominante aparecerá entonces como “re-presentante y rectora” de la entera comunidad nacional. pero tal posibilidad dehegemonía, que es prácticamente sinónimo de capacidad para configurar unacomunidad ilusoria, tampoco brota ex nihilo ni de la sola voluntad o habilidadpolíticas, sino que depende de cierta constelación objetiva de factores deter-minada por la mayor o menor homogeneidad estructural de la sociedad, asícomo por la mayor o menor capacidad de participación en el reparto mundialdel excedente económico, como luego veremos.

sea de esto lo que fuere, es un hecho que a medida que nos acercamos aniveles de concreción mayor el análisis de las formas culturales cobra cada vezmás importancia. Y ello por múltiples razones entre las que merecen destacarselas siguientes:

a. aunque en el proceso de abstracción sea necesario, como oportunamentese dijo, captar lo esencial con prescindencia de las expresiones fenoménicasconcretas, éstas no dejan de existir ni de desempeñar, en cierto nivel, un papelhistórico significativo.

b. La producción y reproducción de la vida social es un proceso que no soloinvolucra contenidos (en el sentido de instancias estructurales) sino también for-mas, las que en buena medida constituyen los materiales concretos a través delos cuales los hombres se ligan subjetivamente con sus condiciones de existencia.

c. no cabe olvidar que cuando se habla de formas culturales se está ha-blando de formas en perpetua búsqueda de contenidos; esto es, en busca deun sentido histórico que no está dado de una vez por todas, sino que va con-formándose al calor de arduas luchas.

VI.estado-naCIón Y formaCIón soCIaL en amÉrICa LatIna

La reflexión sobre el concepto de nación nos ha llevado a colocar en primerplano la cuestión cultural, hecho explicable en la medida en que tal conceptoes inseparable de otro: el de cultura nacional. Y hemos puesto asimismo énfasisen la dimensión formal de la cultura por estimar que esta dimensión adquiere

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21 en el sentido gramsciano del término, que comentaremos críticamente en el capítulo final deeste libro.

un peso muy específico cuando el problema analizado es precisamente el delos rasgos peculiares (“fisonómicos”) que distinguen a una comunidad humanade otra.

sin embargo, está claro que tal fisonomía, por formal que pueda parecerdesde cierto punto de vista, es un producto eminentemente histórico. es elfruto de una tradición (procesos y prácticas compartidas secular y hasta mile-nariamente) que deja huellas profundas en el “rostro” de un pueblo, de lamisma manera que “la vida” (procesos y prácticas personales) deja su improntaen el rostro de un individuo. el problema de la nación y la cultura nacional nopuede ser estudiado, por tanto, al margen de la estructura y la historia de lasformaciones económico-sociales en que se ha desarrollado y desarrolla22.

Comencemos por recordar que el concepto de formación económico-socialparticular23 es claramente distinguible del de nación, puesto que está consti-tuido por otro orden de determinaciones. Consiste en la unidad de la base conla superestructura, articulada de manera específica gracias a la presencia de unestado que, con su acción “reguladora”, tiende a crear un espacio relativamenteautónomo de acumulación, tanto en el sentido estrictamente económico deltérmino como en el sentido más amplio de una acumulación de tradiciones ycontradicciones, dotadas de un ritmo histórico particular. por algo escribiómarx que la sociedad civil:

“abarca toda la vida comercial e industrial de una fase y, en este sentido,trasciende los límites del estado y de la nación, si bien, por otra parte, tieneque hacerse valer al exterior como nacionalidad y, vista hacia el interior, comoestado”24.

una formación económico-social solo puede pues cohesionarse como talen la medida en que al mismo tiempo consolide su ya señalada perspectiva deestado-nación, forjando ese espacio relativamente autónomo de acumulaciónal que hemos hecho referencia. mas el problema reside, justamente, en las con-diciones históricas concretas de conformación y desarrollo de dicho espacio.

el estado burgués, por el solo hecho de existir, tiende desde luego a cohe-sionar a la sociedad civil y a construir el estado-nación. pero, una cosa es lo

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22 si algún defecto de fondo tiene el referido trabajo de stalin es justamente el de proponer unadefinición rígida de nación que pareciera asfixiar cualquier movimiento dialéctico de la historia.

23 Hablamos de formación económico-social particular para establecer una diferencia con el em-pleo del concepto de formación económico-social en un sentido más amplio, que se refiere a toda unaetapa histórica del desarrollo universal.

24 La ideología alemana, op. cit., p. 38.

que el estado se proponga como tarea y otra, a veces muy diferente, lo queefectivamente pueda lograr en determinadas condiciones históricas. no olvi-demos que, si de una parte el estado es el elemento “regulador” de las contra-dicciones de la sociedad civil, de otra parte es también e inexorablemente elreflejo de ellas, que son las que en última instancia lo determinan. esa sociedadcivil rebasa, por lo demás, las fronteras del estado-nación, “trasciende sus lí-mites”, como lo recuerda marx, constituyendo por ende no solo su condicióninterna sino también externa de existencia.

una condición interna fundamental para la configuración de un verdaderoestado-nación consiste en la creación de un mercado interior que rebase los lí-mites puramente locales y regionales y abarque todo el ámbito de una forma-ción económico-social particular (mercado nacional). mercado en el sentidoeconómico, naturalmente, puesto que allí radica la base objetiva de todo lodemás; pero también mercado cultural, en el sentido de comunidad de viven-cias y símbolos nacionalmente compartidos.

ahora bien, un mercado de tales características solo puede construirsesobre la base de la disolución de la matriz precapitalista: el precapitalismo es,por definición, un factor de disgregación y no de unificación en el terreno eco-nómico y, a fortiori, en el terreno cultural. en este sentido, la creación de lascondiciones materiales de existencia de un espacio nacional realmente integradoguarda relación estrecha con el proceso de acumulación originaria que, al im-poner un movimiento tendencial de conversión de todos los elementos de laproducción en capital constante y capital variable, tiende simultáneamente acrear un mercado nacional tanto de valores (económicos) como de símbolos(culturales).

pero tal proceso no es necesariamente lineal ni uniforme. en américa La-tina sobre todo, está marcado por un desarrollo desigual en extensión y pro-fundidad, por modalidades y ritmos que varían no solo de país a país sinoincluso de región a región, determinando grados diversos de disolución de labase precapitalista previa. de hecho, el proceso de acumulación originaria (rea-lizado en su fase más intensa en el último tercio del siglo XIX), lejos de crearuna matriz depuradamente capitalista, impone el predominio del modo de pro-ducción capitalista dentro de una abigarrada constelación de modos de pro-ducción y formas productivas. al seguir el capitalismo latinoamericano,ulteriormente y por regla general, una vía reaccionaria de desarrollo, la disolu-ción de los elementos precapitalistas deviene un proceso lento y tortuoso, quedificulta la articulación de un mercado interior verdaderamente nacional. Quié-

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rase o no, la etapa denominada oligárquica implica una sociedad todavía re-gionalizada y esta mentalizada; de suerte que no es sino hasta la fase siguiente(de “desarrollo hacia adentro”, como diría la CepaL), que tal mercado empiezarealmente a configurarse, simultáneamente con la conformación de un circuitointerno relativamente amplio de reproducción del capital. pero aun entoncesel problema de la heterogeneidad estructural de nuestras sociedades persiste,en razón misma de que el tránsito de una fase a otra se ha operado por mediode mutaciones graduales y desiguales, que no mediante una transformación es-tructural a la vez global y radical.

Lo que es más: todo el proceso histórico al que venimos refiriéndonos estáestructuralmente determinado por la forma en que américa Latina se insertadentro del sistema capitalista imperialista mundial; es decir, por una situaciónde dependencia que no hace más que profundizar el carácter contradictorio denuestro desarrollo y obstruir, de maneras diversas, la plena conformación delas entidades nacionales. aun cuando las economías latinoamericanas no ad-quieren la forma de economías de “enclave” (caso extremo de deformación es-tructural), su carácter dependiente determina una malformación del aparatoproductivo que constantemente obstruye la homogenización del espacio eco-nómico nacional. Lo cual, claro es, no deja de repercutir en la forma de desarrollo,desigual, del mercado interior.

en estas condiciones, la creación del estado-nación y de la cultura nacionalcorrelativa se torna tanto más difícil cuanto que tropieza con barreras no sola-mente internas sino además externas. antes mismo de haber construido la uni-dad nacional, estas formaciones económico-sociales se ven supeditadas y encierto sentido desvertebradas por los múltiples efectos, incluso culturales, dela dominación imperialista. antes de haber construido las condiciones objetivasy subjetivas de su hegemonía interior, las burguesías criollas se encuentran yaen una situación de subordinación en el plano internacional. de suerte que,glosando aquella cita de marx (cita 24), podríamos afirmar que la sociedadcivil latinoamericana, estructuralmente heterogénea y dependiente, tiene unadificultad congénita para “hacerse valer” hacia el exterior como nación inde-pendiente y, hacia el interior como estado soberano, capaz de desarrollar conplenitud ese espacio relativamente autónomo de acumulación.

por esto, si la investigación sobre la nación es en gran medida una reflexiónsobre la “fisonomía” peculiar de una formación social determinada, habría queconcluir que en este caso estamos frente a una fisonomía tensa y todavía in-completa, en constante búsqueda de su propia identidad.

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VII.aLgunos rasgos deL desarroLo CuLturaL LatInoamerICano

por las razones que acabamos de señalar, las clases dominantes locales han sido,por regla general, históricamente incapaces de asumir la “dirección intelectualy moral” de nuestras sociedades y, por ende, de regir claramente el proceso deconformación de una cultura nacional latinoamericana. el hecho de que el ca-pitalismo no se haya desarrollado aquí por una vía democrática25 ciertamenteles ha impedido nutrirse de la savia popular, asimilarla y desarrollar con sus in-gredientes una sólida cultura burguesa nacional, legitimándose al mismotiempo como clase. Y la misma situación de dependencia les ha vedado buscary robustecer sus “señas de identidad” diferenciales. en lo que a su vinculacióncon los intelectuales concierne, esas clases han dispuesto, por idénticas razones,de un margen muy estrecho de “cooptación”: la capa de intelectuales “orgáni-cos” del bloque oligárquico-burgués-imperialista ha sido siempre delgada, pordecir lo menos.

en contraposición dialéctica con lo anterior se han desarrollado en cambio,significativamente, los elementos democráticos y liberadores de nuestra cultura.es más, podría decirse que es en torno de éstos que la auténtica fisonomía na-cional de américa Latina ha ido configurándose. oprimida por el cerrojo oli-gárquico-burgués-imperialista, de hecho las expresiones culturales más altas denuestro subcontinente corresponden a un movimiento de rebeldía contra él.

si en el caso ruso al que aludía Lenin podía decirse, con razón, que la cul-tura nacional es “en general, la cultura de los terratenientes, de los popes y dela burguesía” (ver cita 5); en el caso latinoamericano no cabría afirmar legíti-mamente lo mismo.

Y no se trata, desde luego, de que la cultura burguesa imperialista no seaaquí la cultura dominante: sin duda lo es, pero no de manera omnímoda nisin una fuerte resistencia. por eso, tal cultura raras veces aparece como la ex-presión de una suave “hegemonía”, sino más bien, en perspectiva histórica,como un proceso de constante contrarrevolución cultural. a las armas de unacultura nacional bastante crítica, el bloque dominante frecuentemente no tieneotra cosa que oponer que la crítica de unas armas sin mayor alternativa culturalnacional. es sintomático, por lo demás, el que en gran parte de los países lati-

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25 La tesis de que el capitalismo latinoamericano se desarrolló por una vía exactamente contraria,la oligárquico-dependiente, hemos expuesto ampliamente en nuestro libro El desarrollo del capitalismoen América Latina, méxico, siglo XXI.

noamericanos la verdadera intelectualidad “orgánica” de aquel bloque se en-cuentre en los institutos castrenses, antes que en las universidades y otros cen-tros propiamente culturales.

dada la articulación particular de las contradicciones estructurales en amé-rica Latina, el desarrollo cultural de esta área presenta por lo demás ciertos ras-gos específicos que conviene destacar.

en lo que se refiere a la relación de la cultura popular con la cultura de losintelectuales, sin duda existen aquí muchos más vasos comunicantes que en elcaso de la europa contemporánea, por ejemplo. Baste a este respecto recordarun hecho. La cultura progresista que empieza a desarrollarse a partir de los añosveinte de este siglo, aproximadamente, se propone como principal tarea la re-cuperación de los materiales vernáculos, “criollos”, regionales, etcétera, con loscuales inicia una especie de acopio originario de formas y símbolos propiosque, a la par que representa un primer intento de articulación de una culturagenuinamente democrática, constituye también la expresión primera de la con-figuración de un espacio relativamente autónomo de acumulación cultural.

este es incluso el momento en que, al ser literaturizada a partir de sus ma-nifestaciones populares, el habla latinoamericana conquista su autonomía re-lativa, dejando de depender de los paradigmas expresivos de las respectivas“madres patrias”.

el que la cultura nacional vaya conformándose a partir de lo que hasta en-tonces había sido una amalgama de elementos dispersos a nivel local o regional,no significa, sin embargo, que ella adolezca de provincianismo o enclaustra-miento. por el mismo hecho de nuestra temprana incorporación al sistema ca-pitalista mundial (siglo XVI), el horizonte cultural de américa Latina rebasa elámbito de lo estrictamente nacional. al menos, así lo visualizan sus pensadoresmás avanzados, desde un José martí, con su célebre frase: “Injértese en nuestrasrepúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas”26; hastaun tomás Borge, con su convicción de que nuestra cultura ha de ser “una culturauniversal pero que sea capaz de poner en vigencia sus propias raíces”27.

Lo cual no quiere decir, en modo alguno, que la conformación y afirma-ción de nuestra identidad nacional no tenga que pasar por una cierta perspec-tiva nacionalista. Como lo expresara adecuadamente mariátegui:

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26 “nuestra américa”, en José martí, Política de Nuestra América, 2a. ed., méxico, siglo XXI,1979, p. 40.

27 discurso pronunciado el 18 de enero de 1981.

“el nacionalismo de las naciones europeas –donde nacionalismo y conser-vatismo se identifican y circunstancian– se propone fines imperialistas. es re-accionario y antisocialista. pero el nacionalismo de los pueblos coloniales –sí,coloniales económicamente, aunque se vanaglorien de su autonomía política–tiene un origen y un impulso totalmente diversos. en estos pueblos, el nacio-nalismo es revolucionario y, por ende, concluye con el socialismo. en estospueblos la idea de la nación no ha cumplido aún su trayectoria ni ha agotadosu misión histórica”28.

Y no cumplirá esta trayectoria ni agotará tal misión en tanto no se rompanlos vínculos de dependencia con el imperialismo y se erradiquen todas sus se-cuelas. por eso, el nacionalismo consecuente tiene un contenido antiimperia-lista, a la vez que engarza con las luchas en pro del socialismo, en la medida enque nuestra opresión nacional es precisamente producto de la inserción deamérica Latina en el sistema capitalista.

Los mejores perfiles de nuestra cultura nacional han sido, por esto, forjadosen un movimiento de rechazo al sistema capitalista imperialista y su cultura declase, que en américa Latina ha hecho sentir sus efectos más aberrantes. en elcurso de este movimiento se ha recuperado ya gran parte de nuestras raíces te-lúricas y ancestrales, así como nuestras más altas tradiciones, pero no con espí-ritu pasatista ni chauvinista, sino como formas y símbolos de una empecinadavoluntad de configurar un rostro propio que refleje el no menos tenaz designiode llevar adelante las urgentes tareas de liberación. en este terreno queda desdeluego mucho por hacer, pero las bases están sentadas y el derrotero señalado.Hay en todo caso una partida que no podemos perder.

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28 op. cit., p. 221.

problemas y perspectivas de la teoríade la dependencia

La teoría de la dependencia, al menos en su vertiente de izquierda, que es la queaquí nos interesa analizar, nace marcada por una doble perspectiva sin la cual esimposible comprender sus principales supuestos y su tortuoso desarrollo. poruna parte, surge como una violenta impugnación de la sociología burguesa ysus interpretaciones del proceso histórico latinoamericano, oponiéndose a teoríascomo la del dualismo estructural, la del funcionalismo en todas sus variantes y,por supuesto, a las corrientes desarrollistas. Con esto cumple una positiva fun-ción crítica, sin la cual sería imposible siquiera imaginar la orientación actualde la sociología universitaria en américa Latina. por otra parte, emerge en con-flicto con lo que a partir de cierto momento dará en llamarse el marxismo “tra-dicional”.

ahora bien, toda la paradoja y gran parte de la originalidad de la teoría dela dependencia estriba, no obstante, en una suerte de cruzamientos de pers-pectivas que determina que, mientras por un lado se critica a las corrientes bur-guesas desde un punto de vista cercano al marxista, por otro se critique almarxismo-leninismo desde una óptica harto impregnada de desarrollismo y deconcepciones provenientes de las ciencias sociales burguesas.

el debate sobre feudalismo y capitalismo en américa Latina, que derramómucha tinta y sembró no poca confusión teórica, es, sin duda, el ejemplo másclaro, aunque no el único, de lo que venimos diciendo. debate situado apa-rentemente en el seno del marxismo, es el que gunder frank y Luis Vitale1 sos-tuvieron con la “izquierda tradicional”. tiene este empero, la particularidad deque los autores se formulan tesis que solo se vuelven comprensibles a condiciónde abandonar la teoría marxista.

en efecto, y siempre que uno haga caso omiso de El Capital y se ubiquede lleno en la óptica de la economía y la historiografía no marxistas, las aseve-raciones de frank y Vitale se tornan límpidas e irrefutables. definido el capi-

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I Luis Vitale nunca formuló, desde luego, una teoría de la dependencia. pero sí trabajos suyos,como el titulado América Latina: ¿feudal o capitalista? alcanzaron tanta difusión, es porque se inscribíandentro de una perspectiva teórica que ya empezaba a pensar nuestra problemática en términos izquier-distas, pero que visiblemente se alejan de los del marxismo-leninismo.

talismo como economía monetaria y el feudalismo como economía de truequeo, en el mejor de los casos, como economía “abierta” y economía “cerrada”,respectivamente, pocas dudas caben de que el capitalismo se instaló plena yprofundamente en américa Latina no solo desde su cuna sino desde su con-cepción, como llegó a decirse. para demostrarlo, ni siquiera era menester rea-lizar nuevas investigaciones históricas –y en efecto nadie se tomó el trabajo dehacerlas–; bastaba retomar los materiales proporcionados por la historiografíaexistente y demostrar que en el período colonial hubo moneda y comercio. sepodía seguir, en suma, aunque no sin caricaturizarlo, un razonamiento análogoal que permite a pirenne afirmar la existencia de capitalismo en la edad media,a partir del siglo XII por lo menos2.

todo esto, envuelto en una especie de mesianismo cuya lógica política re-sulta, además, imposible de entender; a menos de tomarla como lo que en rea-lidad fue: una ilusión de intelectuales. Las que aparecían entonces como nuevaslíneas revolucionarias en américa Latina, esto es el castrismo y el maoísmo, *sehabían constituido desde luego con mucha anterioridad al “descubrimiento” delcarácter no feudal de la Colonia; y, en cuanto a la táctica de frentes popularesque se quería impugnar, era obvio que no iba a derrumbarse con el solo retumbarde estas nuevas trompetas de Jericó. el frente que se formó en francia en 1936,por ejemplo, no necesitó hablar de feudalismo para sustentarse.

sea de ello lo que fuere, lo que importa destacar aquí es esta primera granparadoja que envolverá a la teoría de la dependencia “desde su cuna”: la deconstituirse como un “neomarxismo” al margen de marx.

Hecho que pesará mucho en toda la orientación de la sociología latinoa-mericana contemporánea y terminará por ubicar a dicha teoría en el callejónsin salida en el que actualmente se encuentra.

esta situación ambigua debilitará incluso las críticas hechas a las teoríasburguesas del desarrollo y el subdesarrollo, en la medida en que sus impugna-dores permanecen, de una u otra manera, prisioneros de ellas. es lo que ocurrecon gunder frank, por ejemplo, quien en su ensayo La sociología del desarrollo

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2 Cfr., por ejemplo, su Historia económica y social de la Edad Media, méxico, fondo de Culturaeconómica, 1969. p. 119 y ss.

*Lo que en determinado momento se denominó “castrismo”, evolucionó en Cuba hacia un sólidomarxismo-leninismo; en los demás países de américa Latina el proceso fue más complejo. en cuantoal maoísmo, está convertido en la actualidad en la extrema izquierda del imperialismo. Las referenciasque aquí se hacen a trabajos de mao deben tomarse como simples referencias teóricas, que jamás im-plicaron simpatía alguna por la política de pekín (nota de 1979).

y el subdesarrollo de la sociología, por lo demás muy meritorio, entabla una des-comunal batalla con los discípulos de parsons, destinada a saber dónde existenpautas más “universales” de comportamiento, si en los países desarrollados oen los subdesarrollados3; embarcándose en una polémica barroca de la que nisiquiera es seguro que resulte vencedor. después de todo, la mistificación delos parsonianos no radica en el hecho de encontrar en los países subdesarrolla-dos orientaciones de conducta, que en realidad pueden darse en áreas donde elmodo de producción capitalista aún no se ha desarrollado suficientemente;sino en sustituir el análisis de las estructuras por el de sus efectos más superfi-ciales y presentar a éstos como las determinaciones últimas del devenir social.

el mismo debate sobre el dualismo estructural, tesis burguesa que en reali-dad era menestar impugnar, parece desembocar a menudo en la simple recrea-ción de un dualismo de signos invertidos, en el que el planteamiento y por lotanto los elementos básicos del análisis no cambian, sino solo su papel. en lasSiete tesis equivocadas sobre América Latina de rodolfo stavenhagen, por ejem-plo4, los sectores “tradicional” y “moderno” siguen presentes como unidadesanalíticas fundamentales, con la única diferencia de que ahora ya no es el sector“tradicional” el causante del atraso sino más bien el sector “moderno”. por eso,la misma teoría del colonialismo interno, al menos tal como es presentada enlas Siete tesis, dificulta el análisis de clase en vez de facilitarlo; conduciendo,además, a conclusiones sumamente cuestionables como aquella de la séptimatesis, en donde se formula la inviabilidad de la alianza obrero-campesina enLatinoamérica, aduciendo que “la clase obrera urbana de nuestros países tam-bién se beneficia con la situación de colonialismo interno”. el propio autor pa-rece haber sentido las limitaciones de este tipo de enfoque, por lo quereformulará posteriormente su tesis del colonialismo interno en términos decombinación de modos de producción5, retomando de este modo uno de losconceptos centrales del marxismo clásico, que en las Siete tesis aparecía másbien catalogado como una sofisticada variante del dualismo estructural.

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3 Cfr. Desarrollo del Subdesarrollo, méxico, escuela nacional de antropología e Historia,1969.p. 34 y ss.

4 stavenhagen no formula en rigor una teoría de la dependencia y, lo que es más, se aparta delhorizonte teórico de ésta en sus trabajos más amplios. pero las Siete tesis se escriben indudablementebajo la influencia de los autores dependentistas y constituyen en cierta medida el manifiesto de todauna generación.

5 Véase su intervención en el seminario sobre clases sociales realizado en oaxaca en 1971, repro-ducida en Las clases sociales en América Latina, méxico, siglo XXI, 1973, pp. 280-281.

de todas maneras hay en este trabajo de stavenhagen, y sobre todo en losde frank, la presencia de un esquema en el cual la explotación y por tanto lascontradicciones de clases son remplazadas por un sistema indeterminado decontradicciones nacionales y regionales que, justamente por su indetermina-ción, no deja de plantear serios problemas desde un punto de vista estricta-mente marxista. a este respecto, antes que preguntarse si el modelo frankiano,por ejemplo, es compatible o no con un análisis de clase; resulta importanteconstatar que en ensayos como el titulado Chile: el desarrollo del subdesarrollo,la lucha de clases está simplemente ausente, pese a que en dicho país, hastadonde sabemos, la historia no parece ser muy pobre en este aspecto.

este desplazamiento que convierte a los países y regiones en unidades últimase irreductibles del análisis, es el que confiere, además, un tinte marcadamentenacionalista a la teoría de la dependencia, y no porque la contradicción entrepaíses dependientes y estados imperialistas no se dé históricamente, cosa quesería absurdo negar, sino porque un inadecuado manejo de la dialéctica impideubicar el problema en el nivel teórico que le corresponde: esto es, como una con-tradicción derivada de otra mayor, la de clases, y que solo en determinadas con-diciones puede pasar a ocupar el papel principal. si no nos equivocamos, el únicotexto en que se aborda este problema de manera sistemática e inequívoca es Im-perialismo y capitalismo de Estado, de aníbal Quijano6; pero no. se olvide que talescrito data de 1972, cuando ya los cimientos de la teoría de la dependencia estánbastante resquebrajados y el propio Quijano se encuentra, a nuestro juicio, máscerca del marxismo a secas que de aquella corriente.

Y no es únicamente en estos puntos, de por sí importantes, que los nuevosmodelos de análisis cojean. antidesarrollista y todo lo que se quiera, la teoríade la dependencia sigue moviéndose, de hecho, dentro del campo problemáticoimpuesto por la corriente desarrollista e incluso atrapada en su perspectiva eco-nomicista. ocurre como si el neomarxisdIo latinoamericano, al polemizarcon sus adversarios, hubiera olvidado o desconocido la tajante advertencia demarx en la Ideología alemana: “no es solo en las respuestas, sino en las pregun-tas mismas, donde ya hay una mistificación”.

en efecto, la pregunta que se hicieron los desarrollistas al comenzar la dé-cada de los sesenta venía ya cargada de ideología, no solo porque al indagarcuáles eran los escollos para un “desarrollo económico-social acelerado y armó-nico” (?) de nuestros países, escamoteaban la cuestión central (explotación de

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6 rev. Sociedad y política. no. 1, Lima, junio, 1972, p. 5.

clase) y reducían la problemática a la del simple desarrollo indeterminado de lasfuerzas productivas, imponiendo así una perspectiva economicista; sino tambiénporque, de hecho tal pregunta involucraba la aceptación de que es posible al-canzar un desarrollo de este tipo –equilibrado, armonioso, sin depresiones nicrisis–, bajo el sistema capitalista. así y todo, la pregunta tenía un sentido yuna coherencia, que le eran dados precisamente por la ideología de clase enque se sustentaba. en cambio, ¿qué sentido podría tener para un marxista for-mularse las mismas preguntas, sin antes desmontar y rehacer toda esta proble-mática? ¿de qué desarrollo frustrado o frenado se estaba hablando en este caso?

frank encontró, desde luego, una fórmula mágica, la del “desarrollo delsubdesarrollo” que entre otros supuestos implicaba el de la “continuidad en elcambio”, que eotonio dos santos no tardó en señalar, con razón, como unaconcepción a-dialéctica7. en realidad se trataba de un mito, tal vez no del eternoretorno, pero sí de la eterna identidad; que, en lugar de introducir una dimen-sión histórica en el análisis, suprimía la historia de una sola plumada. pero aúnasí frank tuvo que recurrir a sutiles acrobacias verbales para apuntalar una teoríaen que la retórica ocupaba visiblemente las lagunas dejadas por la dialéctica:

“al extender esta vieja tesis sobre las regiones más colonializadas y explotadas,para comprender no solo Latinoamérica sino asia y africa también; y, al deno-minarlas ‘ultrasubdesarrolladas’ en mi exposición en Caracas, los compañerosfrancisco mieres y Héctor silva michelena objetaron que, conforme a mi ‘teoría’,el ultrasubdesarrollo debería darse no en aquellas regiones anteriormente más co-lonializadas, sino en las actualmente más colonializadas, y que, de hecho, segúnsilva, el país que sufra más ultrasubdesarrollo en américa Latina es Venezuela.La objeción teórica me pareció correcta y, también, la evaluación del ultrasubde-sarrollo venezolano a causa de la ultraexplotación del boom de exportación depetróleo. acordamos denominar, muy provisionalmente este último como undesarrollo ‘activo’ del ultrasubdesarrollo y buscar otra palabra conceptual para elestado ‘pasivo’ del ultrasub (¿o lumpen?) desarrollo de aquellas regiones de ex-portación de etapas anteriores del desarrollo capitalista mundial”8.

en un plano ya más serio, el propio eotonio dos santos entabló unapolémica con Lenin, que resulta interesante reconstituir para ver hasta quépunto la teoría de la dependencia y el marxismo-leninismo se movían en órbitas

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7 “el capitalismo colonial según andré gunder frank”, Dependencia y cambio social, Cuadernosde estudios socio-económicos no. 11 Ceso. universidad de Chile, 1970. p. 151 y ss.

8 andré gunder frank, Lumpemburguesía: lumpendesarrollo, Chile, prensa latinoamericana, s. a,1970. p. 37.

aparentemente muy cercanas, pero en el fondo harto distintas. nos referimosa aquel texto en que dos santos afirma que “la dependencia, conceptuándolay estudiando su mecanismo y su legalidad histórica, significa no solo ampliarla teoría del imperialismo sino también contribuir a su reformulación”9.

¿de qué reformulación se trata exactamente? según eotonio dos santos, de“algunos equívocos en que incurrió Lenin, al interpretar en forma superficial ciertastendencias de su época. Lenin esperaba que la evolución de las relaciones imperialistasconducirían a un parasitismo en las economías centrales y su consecuente estagnacióny, por otro lado, creía que los capitales invertidos en el exterior por los centros im-perialistas llevarían al crecimiento económico de los paises más atrasados”.

al respecto, Lenin dice textualmente lo siguiente: “La exportación del capital influye sobre el desarrollo del capitalismo en

los países en que aquél es invertido, acelerándolo extraordinariamente. si, poreste motivo, dicha exportación puede, hasta cierto punto ocasionar un ciertoestancamiento del desarrollo en los paises exportadores, esto se puede producirúnicamente a costa de la extensión y del ahondamiento del capitalismo en todoel mundo”10.

afirmación errónea, a juicio de dos santos, porque: “en primer lugar,Lenin no estudió los efectos de la exportación de capital sobre las economíasde los países atrasados. si se hubiera ocupado del tema, hubiera visto que estecapital se invertía en la modernización de la vieja estructura colonial exporta-dora y, por tanto, se aliaba a los factores que mantenían el atraso de estos países.es decir, no se trataba de la inversión imperialista en general, sino de la inver-sión imperialista en un país dependiente. este capital venia a reforzar los inte-reses de la oligarquía comercial exportadora, a pesar de que abría realmenteuna nueva etapa de la dependencia de dichos países”.

sí, pero no nos parece nada seguro que, de haberse Lenin ocupado deltema, hubiera modificado lo substancial de su afirmación; al menos en lo quea los países atrasados concierne, entre otras razones, porque Lenin no dice loque eotonio dos santos le atribuye. en el resumen que éste hace de la tesisde aquél hay una diferencia terminológica que, en el fondo, remite a una dife-rencia de conceptos y universos teóricos que es el origen de todo el malenten-dido: Lenin no afirma, en ningún momento, que las exportaciones de capital“llevarán al crecimiento económico de los países más atrasados” sino que dichas

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9 Dependencia y cambio social, pp. 41-42. 10 El imperialismo, fase superior del capitalismo, pekín, ediciones en lenguas extranjeras, 1972, p. 80.

inversiones producirán en estos países un acelerado desarrollo del capitalismoque significará, a la postre, una extensión y ahondamiento de dicho modo deproducción en escala mundial. ahora bien, decir que desde 1916, fecha en queLenin redactó dicho texto, hasta 1969 en que dos santos escribe el suyo, noha habido una extensión y un ahondamiento del capitalismo en américa La-tina, con desarrollo de las fuerzas productivas inclusive, es lisa y llanamente in-sostenible. ¿Qué ha ocurrido, si no, en nuestros países?

Que este desarrollo ha sido desigual y crítico en el sistema en su conjuntoy en los países subdesarrollados en particular; así como la causa de la pauperi-zación relativa y, a veces, absoluta de las masas trabajadoras, es un hecho queestá fuera de duda; pero no debemos olvidar que, para Lenin, ello forma partedel concepto mismo de desarrollo del capitalismo; que, por lo tanto, no es equi-valente a la expresión ideológica crecimiento económico. de no darse esas des-igualdades y esa pauperización, anota Lenin en el mismo texto, “el capitalismodejaría de ser capitalismo, pues el desarrollo desigual y el nivel de vida de lasmasas semihambrientas son las condiciones y las premisas básicas, inevitables,de este modo de producción”11.

Lo que sucede es que dos santos se ubica en una perspectiva diferente,que involucra necesariamente la idea de que, a no ser por la dependencia, amé-rica Latina hubiera tenido un desarrollo mucho más acelerado y armonioso delque en realidad tuvo. admite que hubo una “modernización”, pero ella mismaes reconceptualizada como elemento de perpetuación del atraso, en la medidaen que éste no es definido en relación con una situación existente en el mo-mento dado, sino en relación con una situación virtual: el desarrollo indepen-diente del capitalismo en américa Latina.

Y es que, de hecho, en los autores de la teoría de la dependencia existe, enmayor o menor grado, una como nostalgia del desarrollo capitalista autónomofrustrado; que es, justamente lo que confiere a su discurso un permanente hálitoideológico nacionalista y determina que la dependencia se erija en dimensiónomnímoda cuando no única del análisis. Lo que no quiere decir –y esto hayque dejarlo bien sentado– que ellos hayan propugnado el desarrollo capitalistaautónomo como panacea para nuestros males: mientras para el nacionalismoreformista este tipo de desarrollo seguía presentándose como el camino másexpedito hacia la tierra prometida; para el nacionalismo revolucionario ya noera más que un paraíso irremisiblemente perdido:

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11 op. cit., p. 77.

“pero al aislar a su país, no de toda relación, sino de la dependencia ex-tranjera –escribe gunder frank–, los gobiernos del doctor francia y sus suce-sores, los López, lograron un desarrollo nacional estilo bismarkiano obonapartista como ningún otro país latinoamericano de la época. Construyeronun ferrocarril con capital propio; desarrollaron industrias nacionales y contra-taron técnicos extranjeros, –pero sin admitir inversiones– como lo harían losjaponeses, décadas más tarde; establecieron la educación primaria fiscal y gra-tuita, casi eliminando –según testigos contemporáneos– el analfabetismo; y, esmás, expropiaron a los grandes latifundistas y comerciantes, en beneficio delrégimen más popular de américa, con apoyo de los indígenas guaraníes.Cuando esta política ‘americana’ –que, por cierto, también devino expansio-nista a mediados del siglo– tropezó con las ambiciones del “partido europeo”en Buenos aires, montevideo, río de Janeiro y en la propia europa, la guerrade la triple alianza venció a la nación paraguaya y diezmó hasta 6/7 de su po-blación masculina. Luego el paraguay también se abrió a la ‘civilización’”12.

nostalgia del capitalismo nacional perdido que no deja de ser, por lomenos, paradójica si se piensa que este texto fue escrito en el momento en queel futuro socialista estaba ya instalado en américa, con la revolución Cubanacomo bandera.

La presencia de este trasfondo desarrollista o nacionalista no anula, porsupuesto, la validez de muchos análisis concretos, ni resta mérito a investiga-ciones como la del propio eotonio dos santos en El nuevo carácter de la de-pendencia, hito notable en el desarrollo de nuestra sociología, que solo citamosa titulo de ejemplo, ya que no es nuestra intención repartir premios y castigosni hacer historia; sino solo señalar, con la mayor franqueza y precisión, algunospuntos de discrepancia con respecto a la corriente sociológica más vigorosa ydifundida en la última década.

entre los problemas que esta corriente presenta está, naturalmente, el de-rivado del uso totalitario de los conceptos “dependencia” y “dependiente”,cuyos límites de pertinencia teórica jamás han logrado ser definidos y cuya in-suficiencia teórica es notoria, sobre todo cuando se trata de elaborar vastos es-quemas de interpretación del desarrollo histórico de américa Latina.

Que este desarrollo, en el siglo XIX, por ejemplo, resulta absolutamenteinexplicable si no se toma en cuenta la articulación de nuestras sociedades a laeconomía mundial, es algo que está fuera de toda duda, como lo está también

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12 Lumpenburguesia: lumpendesarrollo, pp. 72-73.

la enorme contribución que para el conocimiento de este problema han reali-zado los estudios sobre dependencia. admitido lo cual, uno no puede dejar deconstatar, sin embargo, las claras insuficiencias explicativas del concepto “de-pendencia”, sobre todo cuando se dejan de lado conceptos básicos como: fuer-zas productivas, relaciones sociales de producción, clases y lucha de clases; obien, se los remplaza por categorías tan ambiguas como: “expansión haciaafuera”, colonias de “explotación” o “de población”, “grupos tradicionales” y“modernos”, “integración social”, etcétera.

tenemos naturalmente en mientes el libro Desarrollo y dependencia en Amé-rica Latina, de Cardoso y faletto, cuyas tesis generales se vuelven incluso difí-ciles, si es que no imposibles de organizar y discutir, en la medida en que todoel discurso teórico de los autores parece remitir constantemente a un doble có-digo y ser susceptible por lo tanto de dos lecturas: una marxista y otra desarro-llista, según que uno acentúe talo cual afirmación; ponga de relieve uno u otroconcepto; o, simplemente, atribuya diferente significado a los términos (¿con-ceptos?) tantas veces entrecomillados.

pero si nos fijamos, no ya en los ambiguos enunciados teóricos; sino quereflexionamos sobre los análisis históricos concretos, descubrimos de inme-diato las lagunas dejadas por la no aplicación de conceptos fundamentalescomo los arriba señalados. es lo que ocurre por ejemplo en el capítulo III, in-titulado “Las situaciones fundamentales en el período de reexpansión haciaafuera” donde parecen escaparse muchos elementos sin los cuales se toma in-comprensible la historia –incluso meramente económica– de los países lati-noamericanos en ese período y aún más allá de él. tales elementos son, entreotros, los siguientes:

Primero, el carácter basicamente precapitalista de américa Latina al ini-ciarse ese período, lo que implica ya cierto grado de desarrollo de las fuerzasproductivas y ciertas relaciones sociales de producción; es decir, una articulaciónconcreta de modos de producción y, por lo tanto, de clase, que de alguna ma-nera determinará la forma de articulación de nuestros países al capitalismomundial, en un movimiento desde luego dialéctico.

Segundo, el proceso de acumulación originaria que en esas condicionestenía que darse y se dio; no porque américa Latina no hubiera “contribuido”desde antaño a la acumulación originaria en europa, sino justamente por esto:porque su situación colonial le impidió realizar internamente dicho proceso.

Tercero, y lo que es más importante, toda la lucha de clases que ello implicó,aunque solo fuese por hechos como el despojo bárbaro a los campesinos desde

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méxico hasta Chile; la confiscación de los bienes eclesiásticos y las revolucionesliberales en sí mismas, que no necesariamente fueron un juego de niños.

Hechos de los cuales se hace caso omiso en el libro en cuestión; pese a quesin ellos resulta imposible entender la revolución mexicana, por ejemplo, sinla cual es incomprensible, a su vez, el ulterior desarrollo del capitalismo en mé-xico. de la misma manera que, sin hablar de los desembarcos y ocupacionesmilitares del Caribe y Centroamérica por las fuerzas imperialistas, cosa igual-mente omitida en Desarrollo y dependencia, es absolutamente imposible expli-carse el desarrollo de esta área, incluyendo la revolución Cubana. tales actos,no lo olvidemos, crearon situaciones verdaderamente coloniales (puerto rico)o semicoloniales (Cuba, santo domingo, Haití, nicaragua, etcétera), que el am-biguo término de “enclave” está lejos de describir y, menos aún, de captar susignificación histórica.

no se trata, pues, de reclamar el análisis de los modos de producción y delas clases sociales por razones “morales” o de principio; sino por ser categoríasteóricas fundamentales, sin las cuales ni siquiera se puede rendir cuenta del des-arrollo puramente “económico” de la sociedad. Los propios autores de Desarrolloy dependencia parecen admitirlo implícitamente cuando escriben: “¿Hasta quépunto el hecho mismo de la revolución mexicana que rompió el equilibrio delas fuerzas sociales, no habrá sido el factor fundamental del desarrollo logradoposteriormente?”13; “pero son, justamente, la lógica y riqueza de procesos comoéste los que dejan escapar al adoptar un modelo teórico que parte del supuestode que es el tipo de integración de las clases, y no su lucha, uno de los ‘condicio-nantes’ (?) principales del proceso de desarrollo”14.

en general, es el análisis de las clases y su lucha lo que constituye el talónde aquiles de la teoría de la dependencia. para empezar, los grandes y casi úni-cos protagonistas de la historia que esa teoría presenta son las oligarquías y bur-guesías, o, en el mejor de los casos, las capas medias; cuando los sectorespopulares aparecen, es siempre como una masa amorfa y manipulada por algúncaudillo o movimiento populista; de suerte que uno se pregunta por qué enBrasil, por ejemplo, se estableció un régimen claramente anticomunista (y noantipopulista), o cómo fue posible que en Chile se constituyera “de repente”ungobierno como el de la unidad popular. además, no deja de ser sintomático

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13 Desarrollo y dependencia en América Latina, 2a. ed., méxico, 1970, pp. 8-9.14 op. c it., p. 17.

el hecho de que, en la década pasada, no se haya producido un solo libro sobrelas clases subordinadas a partir de aquella teoría15.

en fin, el propio estudio de la burguesía y sus fracciones parece habersevisto interferido por un inadecuado manejo del marxismo. tal es el caso de losanálisis sobre la burguesía nacional (media y pequeña), a la que comienza porpedírsele virtudes revolucionarias que jamás poseyó, para luego negar pura yllanamente su existencia en américa Latina. Con el loable propósito de evitarlas posiciones reformistas, en este como en otros aspectos, se cae en el otro ex-tremo, la ultraizquierdización del análisis; al borrar de una plumada todas lascontradicciones secundarias de la sociedad y la posibilidad de actuar sobre ellas.

algo semejante ocurre con los estudios sobre la llamada “oligarquía” a laque se le atribuye, de derecho, una contradicción antagónica con la burguesíaindustrial; para pasar a señalar, de inmediato, que la originalidad del capitalismo“dependiente” frente al capitalismo “clásico” determina la abolición de aquellacontradicción. razonamiento que uno tiene dificultad en seguir, aunque solofuese por la ambigüedad inherente al término “ligarquí”. en todo caso, si setrata de la aristocracia feudal o esclavista, ella ha sido eliminada de la escenasocial latinoamericana hace ya bastante tiempo; o convertida, hasta en sus úl-timos reductos de ecuador o Bolivia, en fracción terrateniente semi-capitalista;así que por ese lado no se ve mayor diferencia de fondo entre el desarrollo “clá-sico”, y el nuestro. Y si por “oligarquía” se entiende simplemente el sector agra-rio de la burguesía; no se ve en virtud de qué habría que esperar su totaleliminación. el desarrollo del capitalismo, clásico o no, convierte a esta fracciónde clase en sector no hegemónico, como está ocurriendo por doquier en amé-rica Latina, mas esto es ya otro asunto.

observación que nos coloca, además, frente a otro problema presente enla mayoría de los estudios sobre dependencia; problema que consiste en el ma-nejo teóricamente arbitrario de dos modelos: el de un capitalismo “clásico” yun capitalismo “dependiente”, que, a la postre, no son otra cosa que dos tiposideales, en el sentido weberiano del término.

meditemos por ejemplo, en toda la ambigüedad de este pasaje extraído deDesarrollo y dependencia en América Latina:

“metodológicamente no es lícito suponer –dicho sea con mayor rigor–que en los países ‘en desarrollo’ se esté repitiendo la historia de los países desarro-

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15 Hay, por supuesto, el libro ya mencionado de rodolfo stavenhagen, pero cuyo marco teóricopoco tiene que ver con la teoría de la dependencia.

llados. en efecto, las condiciones históricas son diferentes: en un caso se estabacreando el mercado mundial paralelamente al desarrollo, gracias a la acción dela denominada bourgeoisie conquerante; y en el otro se intenta el desarrollocuando ya existen relaciones de mercado, de índole capitalista, entre ambosgrupos de países, y cuando el mercado mundial se presenta dividido entre elmundo capitalista y el socialista. tampoco basta considerar las diferencias comodesviaciones respecto de un patrón general de desarrollo, pues los factores, lasformas de conducta y los procesos sociales y económicos, que a primera vistaconstituyen formas desviadas o imperfectas de realización del patrón clásico dedesarrollo, deben considerarse, más bien, como núcleos de análisis destinadosa hacer inteligible el sistema económico social”16.

“La historia no se repite”: he ahí una fórmula de perfiles peligrosos, puestoque puede conducir directamente al empirismo, si es que no se precisa su alcancey su contenido. entendida en el sentido de una “originalidad” absoluta de nues-tro proceso histórico, esa formula ha sembrado, de hecho, una enorme confu-sión en las ciencias sociales latinoamericanas; como es fácil comprobar con soloseguir la discusión sobre los modos “coloniales” de producción, supuestamenteirreductibles a cualquier categoría antes conocida.

Que la historia de américa Latina no es una forma “desviada o imperfectade realización del patrón clásico de desarrollo”, en eso estamos de acuerdo conCardoso y faletto; mas no por las razones que ellos aducen, sino porque plan-tear el problema en términos de “patrones” o “modelos” nos parece substan-cialmente incorrecto. Lo que existe, al menos desde un punto de vista marxista,no son “patrones” sino leyes, como las del desarrollo del capitalismo, por ejem-plo; que se cumplen en américa Latina como por doquier, dentro de condi-ciones históricas determinadas, claro está, pero cuyo estatuto tiene que serdefinido con precisión si no se quiere caer en una teoría de la irreductible sin-gularidad. son esas “condiciones” (sobredeterminaciones) las que aceleran, porejemplo, el paso de la fase competitiva a la fase monopólica; o las que “aho-rran”al capitalismo periférico la necesidad de una “revolución” industrial, almismo tiempo que entregan a sus masas trabajadoras a una doble explotación:la de la burguesía local, más la de la burguesía imperial, o inversamente si sequiere. Y es en esto, así como en la articulación específica de varios modos deproducción, y de varias fases de un mismo modo, donde reside la particularidaddel desarrollo histórico latinoamericano; en el que no cabe buscar entonces una

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16 op. cit., p. 33.

excesiva “originalidad”. La historia no se repite al pie de la letra, es cierto; pero“milagros” como el brasileño o como el del propio pinochet tampoco son deltodo inéditos. antes que “milagros” de la dependencia son milagros del capi-talismo tout court.

por eso conviene recordar, metodológicamente, que en la fórmula capita-lismo dependiente hay algo que es un sustantivo (capitalismo) y algo que es unadjetivo (dependiente) y que, por lo tanto, la esencia de nuestra problemática nopuede descubrirse haciendo de la oposición capitalismo clásico/capitalismo depen-diente, el rasgo de mayor pertinencia, sino a partir de las leyes que rigen el fun-cionamiento de todo capitalismo. el mantenimiento de aquella oposición comoeje central del análisis no es, por lo demás, otra cosa que el testimonio fehacientede cierta “continuidad en el cambio”; toda vez que representa la traducción a tér-minos aparentemente marxistas del clásico binomio cepalino “centro/periferia”,que frank a su turno, retomó con el nombre de “metrópoli/satélite”.

en su afán de mantenerse fiel a la teoría de la dependencia, incluso unautor tan riguroso y ceñido al marxismo como ruy mauro marini se ve obli-gado a estilizar tanto las situaciones, que a la postre termina trabajando conmodelos antes que con leyes. en los capítulos 5 y 6 de su libro Dialéctica de ladependencia, por ejemplo, nos describe una situación específica del capitalismolatinoamericano que consistiría en la existencia de una estructura productivabasada en la sobrexplotación del obrero; la que, a su vez, determinaría una es-tructura de la circulación escindida: por un lado una esfera orientada hacia elconsumo suntuario, que sería la verdaderamente dinámica; y, por otro, la delconsumo obrero, deprimida y en constante estancamiento. de suerte que,mientras en la, “economía clásica” es y habría sido el consumo de las masas elmotor principal de la industrialización (?); en la “economía dependiente” noocurriría nada parecido; creándose así, un problema de realización que origi-naría una tendencia de expansión hacia el exterior, y sería la causa fundamentaldel subimperialismo.

muchos de los problemas planteados por marini son desde luego ciertos;queda, sin embargo, la inquietud de saber si entre el capitalismo llamado clásicoy el dependiente existe realmente una diferencia cualitativa que autorice a for-mular leyes específicas para uno y otro17; o si marini no está simplemente car-

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17 punto sobre el cual las formulaciones teóricas de marini se vuelven, por lo demás, equívocas.en la p. 81 de su obra, habla de “las leyes de desarrollo del capitalismo dependiente”; en la p. 83, serefiere, en cambio, a “la manera cómo se manifiestan en esos países (los de américa Latina, a.e.) las leyesde desarrollo del capitalismo dependiente” (?); mientras en otros pasajes habla de “los grados intermedios

gando las tintas a fin de volver operables los modelos. se puede poner en duda,por ejemplo, que a la francia de 1930 o 1940 se hubiera podido aplicarle estaafirmación con la que el autor cree describir una especificidad del capitalismodependiente:

“el abismo existente allí, entre el nivel de vida de los trabajadores y el delos sectores que alimentan a la esfera alta de la circulación, hace inevitable queproductos como automóviles, aparatos eléctricos, etcétera, se destinen necesa-riamente a esta última”18.

Como se puede dudar también que ramas industriales como la electrome-cánica (televisores, radiorreceptores, etcétera); la de productos metálicos (mue-bles, por ejemplo) o petroquímicos (utensilios de material plástico), no esténdinamizadas en gran parte de los países latinoamericanos gracias a cierto con-sumo popular. después de todo, la imagen de las masas semihambrientas peroprovistas de transistores, parece ser más bien “típica” de las situaciones de sub-desarrollo19.

observaciones con las cuales no queremos decir –repitámoslo una vezmás– que el desarrollo de los países dependientes ocurra en la misma formaque el de los países capitalistas hoy “avanzados”; ni que la situación de las masassea idéntica en ambos casos. tanto la dominación y explotación imperialista,como la articulación particular de modos de producción, que se da en cadauna de nuestras formaciones sociales, determinan que incluso las leyes propiasdel capitalismo se manifiesten en ellas de manera más o menos acentuada ocubiertas de “impurezas” (como en toda formación social, por lo demás); perosin que ello implique diferencias cualitativas capaces de constituir un nuevoobjeto teórico, regido por leyes propias; ya que la dependencia no constituyeun modo de producción sui genero (no existe ningún “modo de produccióncapitalista dependiente”, como en cierto momento llegó a decirse) ni tampoco

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mediante los cuales esas leyes (las leyes generales del capitalismo, a.e.) se van especificando”, p. 99; afir-maciones que no son exactamente equivalentes. Cfr. Dialéctica de la dependencia, méxico, era, 1973.

18 op. cit., p. 72. 19 Incluso decir, como lo hace marini, que el proceso de industrialización en américa Latina se

frenó por “la compresión permanente que ejercía la economía exportadora sobre el consumo individualdel obrero” (Dialéctica de la dependencia, p. 61) es solo parcialmente cierto. La situación que describepeter Klaren, por ejemplo, en su libro La formación de las haciendas azucareras y los orígenes del Apra.(moncloa, Lima, 1970), no es una situación en la cual los obreros de la plantación no tienen acceso abienes industriales; la tienen, y justamente por eso la compañía redobla su negocio instalando grandestiendas donde se venden artículos... importados, cosa que está lejos de contribuir al desarrollo industrialdel perú por razones obvias, pero que no corresponden al mecanismo descrito por marini.

una fase especifica de modo de producción alguno (comparable a la fase impe-rialista del m. p. c., por ejemplo); sino que es la forma de existencia concretade ciertas sociedades 20 cuya particularidad tiene que ser desde luego estudiada.

nuestra tesis es, por lo tanto, la de que no hay ningún espacio teórico enel que pueda asentarse una “teoría de la dependencia”, marxista o no; por lamisma razón que no la hubo ni en la rusia de Lenin, ni en la China de mao;aunque en todos estos casos haya, naturalmente, complejos objetos históricosconcretos cuyo conocimiento es necesario producir a la luz de la teoría marxista.

además de los problemas ya mencionados, la teoría de la dependencia pre-senta otro, que consiste en el tratamiento no dialéctico de las relaciones entrelo externo y lo interno; lo que lleva, en muchos casos, a la postulación de es-quemas mecánicos en los que no queda otro motor de la historia que la deter-minación externa. aquí, como en puntos anteriores, conviene partir de las tesisde frank, que son las más elocuentes al respecto.

en el “mea culpa”, publicado como introducción a Lumpenburguesía: lum-pendesarrollo, el autor no deja de expresar su asombro por el hecho de que ernstHalperin haya interpretado su libro Capitalismo y subdesarrollo en América La-tina como “una presentación impresionante y convincente de la manera enque, a partir de la Conquista, el destino de los latinoamericanos siempre hasido afectado por acontecimientos fuera de su continente y fuera de su con-trol”21.

frank arguye entonces que ése no es su punto de vista, y para comprobarlo,cita este pasaje del libro comentado por Halperin:

“para la generación del subdesarrollo estructural, más importante aún quela succión de su excedente económico... es la impregnación de la economía na-cional del satélite con la misma estructura capitalista y sus contradicciones fun-damentales... que organiza y domina la vida nacional de los pueblos en loeconómico, político y social”22.

Luego añade que, “al contrario de aquella ‘impresión’ (la de Halperin, a.q,la dependencia no debe ni puede considerarse como una relación meramente

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20 por eso, aun aquel rasgo que marini señala como más típico de éstas; es decir, la sobrexplota-ción, que se traduce por la compresión del consumo individual del obrero; bien podría enunciarse conun nombre bastante clásico: proceso de pauperización, que en coyunturas a veces prolongadas se realiza,incluso, en términos absolutos. Y en cuanto al problema de la realización de la plusvalía, que el mismoautor plantea, tampoco es del todo inédito; basta recordar la polémica que al respecto mantuvo Lenincon los populistas rusos.

21 op. cit., p. 14.22 Ibíd., p. 1:5.

‘externa’ impuesta a todos los latinoamericanos desde afuera y contra su vo-luntad; sino que es igualmente una condición ‘interna’ e integral de la sociedadlatinoamericana, que determina a la burguesía dominante en Latinoamérica;y, a la vez, es consciente y gustosamente aceptada por ella”23.

frank se defiende pues, aquí como en otros ensayos24, de haber realizadoy difundido un tipo de análisis en el cual, las determinaciones externas susti-tuyen y anulan a las determinaciones o contradicciones internas, como núcleoexplicativo del desarrollo de américa Latina.

ahora bien, el comentario de Halperin es, en realidad, una caricatura de lastesis de frank; pero como toda caricatura, no hace más que acentuar algunos rasgosdel original. por eso, lo que a la postre resulta asombroso no es tanto el que Halperiny otros hayan leído sin la debida atención a frank; sino el que frank se haya leídomal a sí mismo o no haya tomado conciencia de las implicaciones teóricas de lo queescribía. suyas son, después de todo, las siguientes afirmaciones:

“si es el status de satélite el que genera el subdesarrollo, una relación más débilo menos estrecha entre metrópoli y satélite puede producir un subdesarrollo es-tructural menos profundo y/o permitir mayores posibilidades de desarrollo local”25.

Y: “es importante también para confirmar nuestra tesis, el hecho caracte-rístico de que ciertos satélites lograron avances temporarios, en el sentido deldesarrollo durante guerras o depresiones ocurridas en la metrópoli, las cualesdebilitaron o redujeron momentáneamente la dominación de ésta sobre la vidade los satélites”26.

¿piensa realmente frank que esos avances se debieron a que los satélites se“desimpregnaron” en ese momento de su estructura capitalista, o más bien realizaun “cuasi experimento” destinado a mostrar cómo un elemento exterior (crisis odepresión en la metrópoli) determina, en este caso favorablemente, el desarrollodel satélite? sus análisis concretos sobre Chile no dejan lugar a dudas:

“estimulada por la depresión y por la caída de las importaciones industrialesprovocadas por la guerra, la producción de la manufactura chilena aumentó en un80% entre 1940 y 1948; pero solo un 50% entre 1948 y 1960. en otras palabras,durante el primer lapso de ocho años la tasa no acumulativa anual de la producciónindustrial fue del 10%; y en los doce años que siguieron a la recuperación metro-

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23 Ibíd., p. 1:5. 24 Cfr. “La dependencia ha muerto, viva la dependencia y la lucha de clases”, Sociedad y desarrollo.

santiago de Chile, Ceso-pLa, no. 3, julio-septiembre, 1972, p. 228. 25 “Chile: el desarrollo del subdesarrollo”, Monthly Review, selecciones en castellano, 2a. ed., s.f., p. 20. 26 op. cit., p. 21.

politana, la tasa de crecimiento de la manufactura bajó al 4%. desde entonces elpromedio siguió descendiendo hasta tocar el cero; y, a veces, más abajo”27.

Que los autores cepalinos vean el desarrollo industrial de Chile, a princi-pios de los años cuarenta, como un desarrollo “inducido” por una crisis en las“economías centrales”, que obligó a realizar una “substitución de importacio-nes” en los países “periféricos”, parece lo más normal del mundo: se trata deuna interpretación prudente y oficial. pero que un autor como frank ignore laexistencia de ciertas luchas sociales en Chile; el triunfo del frente popular deaguirre Cerda en el año 38, y la consiguiente implantación de una política pla-nificada que “algo” tuvo que ver con la industrialización del país (en condicio-nes nacionales e internacionales determinadas, claro está), es un hecho ya másgrave. demuestra los límites a los que puede llegar una “revolución” teóricaque, para superar al marxismo “tradicional”, no vacila en remplazar la luchade clases por la “sustitución de importaciones” como motor de la historia.

ninguno de los teorizantes de la dependencia ha llegado, desde luego, amanejar un esquema tan simplista como el de frank. sin embargo, ideas comola de que la industrialización de américa Latina es explicable por las sucesivascrisis en el “centro” parecen ser harto difundidas; pese a que basta con revisarlas tasas de crecimiento de la industria fabril, en cualquier país latinoamericanoentre 1929 y 1935, por ejemplo, para darse cuenta de que se trata de un simplemito. mas, el hecho mismo de que el mito haya podido prender, demuestrahasta qué punto llegó a arraigar en nuestra sociología el esquema deterministamecánico difundido por frank y los autores cepalinos*.

es cierto que en autores como Cardoso y faletto hay un importante es-fuerzo por superar dicho esquema a través de planteamientos como el siguiente:

“se hace necesario, por lo tanto, definir una perspectiva de interpretación quedestaque los vínculos estructurales entre la situación de subdesarrollo y los centroshegemónicos de las economías centrales; pero que no atribuya a estos últimos ladeterminación plena de la dinámica del desarrollo. en efecto, si en las situacionesde dependencia colonial es posible afirmar con propiedad que la historia y –porende el cambio– aparece como reflejo de lo que pasa en la metrópoli; en las situa-ciones de dependencia de las ‘naciones subdesarrolladas’ la dinámica social es máscompleja. en ese último caso hay, desde el comienzo, una doble vinculación del

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27 op. cit., p. 142. *Quiero hacer notar que todos los autores dependentistas, sin excepción, aceptaron la tesis de la

industrialización “por substitución de importaciones”, al menos hasta el momento en que este trabajofue redactado (nota de 1979).

proceso histórico que crea una “situación de anbigüedad”; es decir, una contradic-ción nueva. desde el momento en que se plantea como objetivo instaurar una na-ción –como en el caso de las luchas anticolonialistas– el centro político de la acciónde las fuerzas sociales intenta ganar cierta autonomía al sobreponerse a la situaciónde mercado; las vinculaciones económicas, sin embargo, continúan siendo definidasobjetivamente en función del mercado externo y limitan las posibilidades de deci-sión y acción autónomas. en eso radica, quizá, el núcleo de la problemática socio-lógica del proceso nacional de desarrollo en américa Latina”28.

pero aún aquí las limitaciones son evidentes. en primer lugar, y como loseñaló oportunamente Weffort29, la contradicción entre un estado nacionalpolíticamente independiente y una economía nacional dependiente (del mer-cado mundial) resulta abstracta, por decir lo menos, si es que no se liga a unriguroso análisis de clase. en el caso ecuatoriano, por ejemplo, ¿qué contradic-ción podía haber entre el estado nacional de la incipiente burguesía agro-mer-cantil y la economía mundial de mercado; siendo que esa burguesía se habíasumado a la lucha independentista justamente para conseguir la abolición delas trabas comerciales impuestas por españa, que le impedían desarrollarsecomo clase? si contradicción hubo entre estado independiente e incorporaciónal mercado mundial en el caso mencionado, no fue otra que la que se establecióentre esa burguesía y los terratenientes feudales, cuyos rudimentarios “obrajes”no tardaron en desaparecer ante la competencia de los géneros importados. esdecir, una contradicción de clase que aquí remitía, incluso, a una contradicciónentre modos de producción; que naturalmente, no dejó de reflejarse a nivel delestado nacional, y en las relaciones de éste con los centros metropolitanos.

es por lo tanto esa contradicción interna –a cuyo desarrollo desde luegono es ajeno el de la economía capitalista mundial– la que permitirá comprenderlos aspectos contradictorios y no contradictorios de la relación entre el estadoecuatoriano y el “mercado externo”.

en segundo lugar, la aseveración de que “en las situaciones de dependenciacolonial es posible afirmar con propiedad que la historia –y por ende el cambio–aparece como reflejo de lo que pasa en la metrópoli”, es profundamente reve-ladora de cómo el esquema frankiano no está totalmente superado por Cardosoy faletto; sino solo relegado a la etapa en que no existía aún el estado nacional,

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28 Desarrollo y dependencia..., pp. 28-29. 29 Notas sobre la "teoría de la dependencia": ¿teoría de clases o ideología nacional?,méxico, aBIIs-unam, s.f.

único elemento capaz de introducir cierto nivel de contradicción. pero ¿cómoexplicar, a partir de esta visión nacionalista de la historia, los levantamientosde los encomenderos a mediados del siglo XVI; la secular lucha de los arauca-nos; las continuas rebeliones populares y, finalmente, la dependencia? ¿fue estaúltima, por ejemplo, un simple “reflejo” de la crisis por la que en ese momentoatravesaba la metrópoli?

dicha crisis fue sin duda uno de los elementos que configuraron la com-pleja situación en que pudo triunfar el movimiento independentista latinoa-mericano; mas ello no autoriza a establecer un determinismo tan mecánico,que bien podría llevamos con igual legitimidad, a afirmar que los tiempos hancambiado tanto que ahora la situación de las metrópolis es un “reflejo” de loque sucede en las colonias, como los recientes acontecimientos de portugal loestarían demostrando.

Hay, pues, un problema en el tratamiento de la relación externo-interno,que, a nuestro juicio, no ha sido adecuadamente resuelto por la teoría de la de-pendencia. de hecho, ésta parece oscilar entre una práctica en la que la deter-minación ocurre siempre en sentido único (lo que sucede en el país dependientees resultado mecánico de lo que ocurre en la metrópoli), y una “solución” teó-rica que es estrictamente sofística y no dialéctica: no hay, se dice, diferencia al-guna entre lo externo y lo interno, puesto que el colonialismo o el imperialismoactúan dentro del país colonizado o dependiente. esto último es cierto, ya quede otro modo se trataría de elementos no pertinentes, ajenos simplemente alobjeto de estudio; pero hay una sofisma en la medida en que de esa premisaverdadera se derive una conclusión que ya no lo es: ese “estar adentro” no anulala dimensión externa del colonialismo o el imperialismo, sino que más bien laplantea en toda su tirantez.

el capital imperialista invertido en la explotación del petróleo ecuatoriano,por ejemplo, está en el interior del país, forma parte de la estructura internadel ecuador y hasta constituye, en el momento actual, el polo hegemónico desu economía. solo que, si por arte de magia suprimimos la dimensión externadel problema (externa a la formación social ecuatoriana), tendríamos que con-cluir, lisa y llanamente, que el ecuador es un país imperialista puesto que elcapital monopólico constituye el polo dominante de su economía. desgracia-damente, lo que penetra en cada nación “dependiente” no es el concepto deimperialismo, sino el imperialismo “de carne y hueso”, con todas las relacionesinternacionales que ello implica (relaciones que, por supuesto, no pueden en-tenderse sin aquel concepto).

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Weffort tenía razón de hacer notar que “la incorporación de la dimensiónexterna es obligatoria, pues de otro modo no tendría sentido hablar de las rela-ciones internas como relaciones de dependencia”30, pero su error consistió encreer que el problema podía resolverse mediante la simple supresión de las pre-misas nacionales de que había partido la teoría de la dependencia; cuando, enrealidad, era menester buscar el fundamento de clase de la relación entre nacionesy tratar, dialécticamente, la dimensión externa que ello implica necesariamente.

“en oposición a la concepción metafísica del mundo, la concepción dia-léctica materialista del mundo sostiene que, a fin de comprender el desarrollode una cosa, debemos estudiarla por dentro y en sus relaciones con otras cosas;dicho de otro modo, debemos considerar que el desarrollo de las cosas es unautomovimiento, interno y necesario, y que, en su movimiento, cada cosa seencuentra en interconexión e interacción con las cosas que lo rodean”, escribemao en su conocido texto Sobre la contradicción31. gunder frank arguye que,sin embargo, nadie ha logrado todavía “clarificarla suficientemente... cómodebe distinguirse exactamente entre las contradicciones ‘externas’ y las ‘internas’en el proceso, tal como éste se desenvuelve en una parte determinada del sis-tema imperialista”32. Y es comprensible que esto le ocurra. para mao, ese mis-terioso “interno” está constituido por una articulación específica decontradicciones “entre las clases productivas y las relaciones de producción,entre las clases y entre lo viejo y lo nuevo”33, en cada formación social concreta;llámese ésta China, Colombia o argentina; articulación interna que resulta im-posible imaginar siquiera en un esquema como el de frank; en donde los con-ceptos de fuerzas productivas, relaciones de producción, estructura y lucha declases están simplemente ausentes.

este error de la teoría de la dependencia, que consiste en tratar de explicarsiempre el desarrollo de una formación social a partir de su articulación conotras formaciones; determina que aun trabajos tan sólidos como Dialéctica dela dependencia desemboque en un verdadero callejón sin salida. Como se sabe,marini sostiene en este libro que en la relación entre países industrializados ypaíses dependientes, en la segunda mitad del siglo XIX –primera fase de nuestradependencia–, se encuentra ya la clave para entender las diferencias del desarrollode estas dos áreas. Y aduce para ello buenas razones.

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30 Loc. cit. 31 Cinco tesis filosóficas, pekín, ediciones en Lenguas extranjeras, 1971, p. 49.32 op. cit., p. 51. 33 La dependencia ha muerto..., op. cit., p. 228.

en primer lugar: “el fuerte incremento de la clase obrera industrial y, engeneral, de la población urbana ocupada en la industria y en los servicios, quese verifica en los países industriales, en el siglo pasado, no hubiera podidotener lugar si éstos no hubieran contado con los medios de subsistencia deorigen agropecuario, proporcionados en forma considerable por los países la-tinoamericanos. esto fue lo que permitió profundizar la división del trabajoy especializar a los países industriales como productores mundiales de manu-facturas”34.

en segundo lugar, la propia implantación del modo de producción espe-cíficamente capitalista en europa, basado en la plusvalía relativa en lugar de laabsoluta, no puede explicarse sin considerar la afluencia de productos agrope-cuarios provenientes de los países dependientes; productos que, obtenidos aprecios cada vez más deteriorados, abarataban en el Viejo Continente el valorreal de la fuerza de trabajo.

en fin, y coadyuvando en el mismo sentido, tendríamos el flujo de mate-rias primas desde la periferia hacia el centro del sistema.

He ahí, según marini, el anverso de esta medalla llamada dependencia. sureverso, que es el que más nos interesa, estaría, a su turno, constituido por uncontrario dialéctico. esa misma producción exportable, que hace posible la im-plantación de un modo de producción específicamente capitalista en los paísesindustrializados, tiene como contrapartida, en los países dependientes, el esta-blecimiento de un modo de producción basado en la sobre explotación; esdecir, en la remuneración permanente del trabajo por debajo de su valor; sobreexplotación que, a su vez, se convierte en un freno para el desarrollo de nuestrospaíses, tal como se vio en páginas anteriores.

ahora bien, la novedad del esquema de marini no está en señalar la exis-tencia de un intercambio desigual entre naciones, con la consiguiente transfe-rencia de valores y, en última instancia, de plusvalía; ni en anotar que la bajaremuneración de los trabajadores constituye un escollo para la creación de unamplio mercado interno en américa Latina. tampoco en recordar todas las tro-pelías y exacciones que el imperialismo ha realizado, y realiza, en nuestros países,cosa que marini da por sabida. Lo nuevo está en establecer una relación directaentre la articulación países industrializados-países dependientes (causa) y eldesarrollo interno de cada una de esas economías que de ahí se derivaría (efecto).y es en este punto, precisamente, donde el esquema de marini se torna cuestio-

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34 op. cit., p. 21.

nable, no por falta de coherencia lógica ni de fuerza ideológica, sino porque larealidad histórica se resiste a encajar en él.

en efecto, basta pensar en dos casos concretos de la historia de américa La-tina –y no muy marginales que se diga– para que la relación causal establecidapor marini se rompa en uno u otro sentido. en el primer caso que tenemos enmientes, el de Brasil, uno puede admitir en rigor la tesis de la sobre explotacióna condición de no poner reparos teóricos a su concepto mismo (remuneraciónpermanente de la fuerza de trabajo por debajo de su valor) y de entenderlo másbien a partir del “sentido común”; pero en cambio resulta imposible concebir si-quiera cómo las exportaciones de café brasileño habrían podido abatir el valorreal de la fuerza de trabajo en europa, y contribuir con ello al proceso que mariniseñala (paso de la plusvalía absoluta a la plusvalía relativa), ya que se trata de unproducto netamente superfluo desde el punto de vista de la reproducción de lafuerza de trabajo y cuyo principal consumidor ni siquiera fue la clase obrera.

en el otro caso significativo, el de la argentina, uno puede aceptar la inci-dencia de la exportación de cereales y carnes en la disminución del valor real dela fuerza de trabajo en Inglaterra, por ejemplo, pero entonces resulta harto difícilsostener que ello haya tenido como contrapartida la remuneración de la fuerzade trabajo argentina por debajo de su valor, ni impedido la creación de un mer-cado interno para la industria de este país. Las masas argentinas de ese períodofueron de las pocas aceptablemente nutridas del mundo capitalista en general, ydicho país, el primero de américa Latina en tener un mercado significativo paraproductos industriales.

además, los mismos ejemplos del Brasil cafetalero y la argentina cerealera yganadera contradicen flagrantemente la afirmación de marini en el sentido deque, sin la contribución de la economía agropecuaria latinoamericana, habríasido imposible liberar la mano de obra que europa necesitaba para su desarrolloindustrial. Las áreas abastecedoras de cereales y carne –que por lo demás no siem-pre coinciden con los países hoy subdesarrollados– y aun una área cafetalera comola del Brasil, se poblaron, en el período en cuestión, con inmigrantes extranjeros;esto es, con la población excedente de europa.

¿Quiere decir todo esto que las tesis de marini no funcionan a nivel deformaciones sociales concretas o que, al menos, pierde pertinencia en algunasde ellas?, ¿Que debería ubicarse entonces en un plano más general? es posibleque así sea, pero, en ese caso, ya no estamos ante un proceso de abstracciónque lleve al descubrimiento de verdaderas leyes; sino ante generalizaciones cuyoestatuto teórico habría que precisar, definiendo, en primer término, los objetos

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mismos sobre los que recae la investigación; esto es, lo que marini denominarespectivamente “economía clásica” y “economía dependiente”.

por su misma brillantez y rigor, el ensayo de marini pone de relieve lasfronteras insuperables dentro de las cuales se mueve toda la teoría de la depen-dencia. es decir, las limitaciones inherentes a ese prurito inveterado de explicarel desarrollo interno de cada formación social a partir de su articulación conotras formaciones sociales, en lugar de seguir el camino inverso.

Y es que la teoría de la dependencia ha hecho fortuna con un aserto queparece gozar de la caución de la evidencia, pero que merece ser repensado se-riamente. según dicha teoría, la índole de nuestras formaciones sociales estaríadeterminada en última instancia por su forma de articulación en el sistema ca-pitalista mundial; cosa cierta en la medida en que se presenta como la simpleexpresión de otra proposición, ella sí irrefutable: el capitalismo, una vez que yalo tenemos como dato de base, mal puede ser pensado de otra manera quecomo economía articulada a nivel mundial. solo que todo ese razonamientosupone que dicho dato (el carácter capitalista de nuestras sociedades) es undato teóricamente irreductible, que no puede ser concebido como productopermanente de una estructura interna que en cada instante lo está produciendoy reproduciendo; sino que, cuando más, puede ser susceptible de una explica-ción genética (somos países dependientes porque siempre fuimos de una u otramanera dependientes), explicación que, por lo demás, nos encierra en un cir-culo vicioso en el que ni siquiera hay lugar para un análisis de las posibilidadesobjetivas de transformación de nuestras sociedades.

por eso, la misma fórmula, aparentemente evidente, de la teoría de la de-pendencia podría enunciarse de manera estrictamente inversa, para poner derelieve sus limitaciones y su unilateralidad: ¿no será más bien la índole de nues-tras sociedades la que determina, en última instancia, su vinculación al sistemacapitalista mundial?

en rigor, es esta segunda formulación la que está más cerca de la verdad.si la revolución Boliviana de 1952, por ejemplo, hubiera seguido un curso si-milar al de la revolución Cubana, Bolivia no sería hoy un país dependiente:para serlo (y aquí no estamos hablando de situaciones coloniales o semicolo-niales, sino de situaciones de dependencia en sentido restringido), hay quetener como premisa indispensable una estructura interna capitalista, o preñadade fuerzas históricas que tiendan “naturalmente” hacia el capitalismo; de lamisma manera que para avanzar al socialismo son necesarias fuerzas internascapaces de romper la estructura existente. esto es indudable, pero no se trata

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aquí de colocarse “más cerca de la verdad” ni de remplazar una visión adialécticapor otra similar; sino de recordar la doble perspectiva del problema.

Ningún error es gratuito, sin embargo. Si la teoría de la dependencia haenfatizado unilateralmente un aspecto del problema, es debido a su empanta-namiento en una problemática desarrollista, con su consiguiente perspectivaeconomicista no superada totalmente. Solo así se comprende, además, que apartir de tal teoría no se haya producido un solo estudio sobre el desarrollo re-volucionario cubano*, caso omitido, incluso, en libros de un horizonte histó-rico tan amplio como Desarrollo y dependencia en América Latina.

La teoría de la dependencia no está desligada, sin embargo, de la RevoluciónCubana y, sobre todo, de algunos de los efectos que ella produjo inicialmente enel resto del Continente. ¿Cómo entender, si no, esta extravía mezcla de premisasnacionalistas y conclusiones socialistas, de una epistemología desarrollista y unaética revolucionaria que hemos venido analizando, si no es a partir de un hechocomo la Revolución Cubana que, entre otras cosas, produjo una radicalizacióntotal de vastos sectores medios intelectuales; desgraciadamente desvinculados delmovimiento proletario, tanto orgánica como teóricamente, y que, incluso, llega-ron a ufanarse de su “independencia” frente a las organizaciones obreras, comoen el caso del mismo Frank o del grupo de Monthly Review?

A partir de esta constatación todo se toma en cambio coherente: el predo-minio omnímodo de la categoría dependencias sobre la categoría explotación;de la nación sobre la clase35, y el mismo éxito fulgurante de la teoría de la de-pendencia en todos los sectores medios intelectuales. Incluso la ilusión de quecon ello se habían superado las “estrecheces” y “limitaciones” del marxismoclásico: ¿y cómo no iba a ser posible esta “superación” teórica, si en la mismapráctica política las vanguardias de extracción intelectual creían poder rempla-zar al proletariado en sus tareas revolucionarias?

Si esta hipótesis –seamos cautos– es cierta, el mismo movimiento crepuscular dela teoría de la dependencia hacia fines de la década de los sesenta podría explicarse porrazones que irían más allá del simple desarrollo de las contradicciones de tal teoría. Talvez no sean extraños a este itinerario acontecimientos como el “cordobazo” argentino;la presencia de la clase obrera boliviana en el primer plano de la escena política de supaís entre 1970 y 1971, o el ascenso de la Unidad Popular al gobierno en ese mismomomento; es decir, el repunte de las luchas proletarias en vastas zonas del Continente.

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* El libro de Vania Bambirra sobre la Revolución Cubana apareció con posterioridad a la redacciónde este trabajo (nota de 1979).

35 Marini tiene el enorme mérito de ser la excepción en ambos casos.

pero ¿ha muerto realmente la teoría de la dependencia? más aún, ¿es algo quemerezca ser enterrado? ambiguo como siempre, gunder frank tituló a uno de susmás recientes escritos: “La dependencia ha muerto, viva la dependencia y la luchade clases”. ambiguo, decimos, puesto que no cabe confundir un hecho históricoobjetivo con las teorías que a partir de él puedan elaborarse. La dependencia obvia-mente no ha muerto, ni nadie ha tratado en momento alguno de negar su existencia,ya que es una de las dimensiones más expresivas de nuestra realidad. Los estudiosconcretos que sobre ella se han hecho siguen y seguirán por lo tanto vigentes, y nocomo un simple reservorio de datos sino como una cantera inagotable de preocu-paciones y sugestiones para la futura investigación. Lo que tal vez haya estallado sinremedio es esa caja de pandora, de la que en un momento dado llegaron a despren-derse todas las significaciones e ilusiones, y que recibió el nombre de teoría de la de-pendencia. Caja de pandora que desde luego no era un “lugar sin límites” sino unmarco de representación de contornos definidos por la idea de que toda nuestra his-toria es deductible de la oposición “centro-periferia”, “metrópoli-satélite” o “capita-lismo clásico-capitalismo dependiente”; eje teórico omnímodo sobre el cual podíanmoverse desde los autores cepalinos hasta los neo-marxistas.

es este movimiento sociológico, cuya sociología queda aún por hacer, el queparece encontrarse ahora en franco declive o en vías de una positiva superación. Loque empezó como una construcción barroca en gunder frank, tal vez termine, pues,con el edificio neoclásico de marini, en el que se dibujan ya nuevas perspectivas.

para no mencionar la clara ruptura operada por aníbal Quijano, por ejemplo,quien en uno de sus últimos trabajos36 no vacila en hablar de la teoría de la depen-dencia en pasado y retomar la línea general de análisis del marxismo-leninismo, re-cuperando, incluso, los aportes de uno de sus más grandes pensadoreslatinoamericanos, José Carlos mariátegui.

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36 Cfr. Imperialismo, clases sociales y Estado en el Perú. seminario sobre clases sociales y crisis políticaen américa Latina, oaxaca, méxico, IIs-unam, junio, 1973.

el uso del concepto de modo de producciónen américa Latina: algunos problemas teóricos

La discusión sobre los modos de producción en américa Latina adquiere relevanciaa mediados de la década pasada, cuando a partir de ciertos textos de andré gunderfrank y Luis Vitale1 se entabla una apasionada polémica sobre el carácter feudal ocapitalista de américa Latina2. saturadas de intenciones mesiánicas y coronadas, poreso mismo, de una vasta difusión y aceptación entre los intelectuales del Continente,la tesis de esos dos autores conllevan, sin embargo, una serie de paradojas cuya solaenunciación contribuye a despejar el ámbito de esta discusión.

en primer lugar, la tesis del pancapitalismo latinoamericano, esto es, de la exis-tencia del solo y único modo de producción capitalista en américa Latina, desde laconquista ibérica hasta nuestros días, se presentó a sí misma como la premisa indis-pensable para una correcta línea política, consistente en la aplicación inmediata dela lucha armada destinada a implantar, de manera igualmente inmediata, el socia-lismo en nuestros países. Y es a este titulo, es decir, en calidad de única postura teóricacapaz de producir aquellos efectos políticos; que tal tesis fue convirtiéndose en di-rección hegemónica del pensamiento de una intelectualidad. que fascinada por eltorbellino de sus elucubraciones ideológicas, fue incapaz de percibir esta primera pa-radoja que es menester señalar: todos los movimientos que en ese momento estabanluchando, armas en la mano, por la implantación del socialismo, lo hacían conven-cidos de la existencia de un sector todavía feudal en américa Latina. más aún, ycomo para acentuar esta ironía histórica, tal convicción era quizás el único punto en

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1 de a. g. frank sobre todo Capitalismo y subdesarrollo en América Latina, Buenos aires, signos,1970; y, de Vitale su artículo “américa Latina: ¿feudal o capitalista?”. también, en su libro Interpretaciónmarxista de la historia de Chile. t. II; el capítulo “La colonia y la revolución de 1810”, santiago de Chile,prensa latinoamericana s. a., 1969.

2 antes, el problema había sido abordado, aunque en términos distintos, por el profesor sergioBagú; mas, el hecho mismo de que sus tesis, que en realidad datan de 1949, solo hayan sido “redescu-biertas” tres lustros más tarde –es decir, con un retraso similar al que sufrió la edición en castellano dela discusión entre sweezy, dobb, Hilton, Lefebvre, Hill y takahashi– demuestra como solo a mediados de los sesenta la situación había “madurado” lo suficiente como para que dicha controversia pudieraadquirir actualidad en américa Latina. Cfr. sergio Bagú, Economía de la sociedad colonial, Buenos aires,ateneo, 1949 y Estructura social de la Colonia, misma editorial, 1952. asimismo, sweezy et al., La tran-sición del feudalismo al capitalismo, Ciencia nueva, madrid, 1967.

que no podía registrarse mayor diferencia entre comunistas, maoístas y castristas. Larevisión teórica que ciertos intelectuales realizaban por su lado, poco tenía pues quever con las prácticas revolucionarias, que por otro lado venían efectuándose.

en segundo lugar tenemos un hecho que, visto ya con cierta perspectiva his-tórica, no deja de llamar la atención: ¿qué necesidad había de insistir en que amé-rica Latina nunca fue total o parcialmente feudal, en un momento en que eramucho más fácil demostrar que las formaciones sociales que la componían eranya predominantemente capitalistas; y que los elementos feudales de su estructurahabían pasado a ocupar un plano totalmente secundario en la inmensa mayoríade aquellas formaciones? es evidente que en este punto privó el intelectualismoabstracto de cierta tendencia política, afanosa, por lo demás, de pescar en las aguas,por entonces revueltas, del movimiento marxista internacional.

en tercer lugar, es importante observar cómo toda esta polémica se llevóa cabo sin que en ningún momento se aportaran nuevos datos en apoyo de lareciente interpretación del carácter de américa Latina desde sus orígenes. estainterpretación fue por lo tanto producto de simples disquisiciones teóricas apartir de datos u observaciones de historiadores, casi siempre burgueses; y noel resultado de una investigación a fondo de nuestra realidad. Hecho que debetenerse muy en cuenta en la evaluación de esta discusión.

en el ánimo de los sustentadores de la nueva interpretación se trataba desdeluego, de un importante trabajo teórico de renovación del marxismo “dogmático”y “tradicional”; mas es aquí, justamente, donde surge la cuarta paradoja, que talvez sea la más significativa desde cualquier punto de vista: la tesis del pancapita-lismo en américa Latina, que se presentaba como la más revolucionaria y autén-ticamente marxista, solo podía sostenerse, y efectivamente se sostuvo, sobre ciertasbases teóricas proporcionadas por la ciencia social burguesa; que define al capita-lismo como una economía “abierta” o por la simple existencia de moneda y co-mercio; es decir, contradiciendo de plano toda la obra de marx y los otros clásicosdel marxismo, que revolucionaron precisamente aquella concepción. Con respectoa este punto no cabe siquiera reabrir la discusión en el momento actual: nadie quehaya leído con seriedad las obras de marx (aunque solo fuese el folleto Trabajoasalariado y capital), se arriesgaría hoy a asumir las tesis de frank, sobre las queexisten, además, esclarecedores estudios críticos, como el de ernesto Laclau3.

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3 “feudalismo y capitalismo en américa Latina”. assadourian et al., Modos de producción en Amé-rica Latina, Buenos aires, Cuadernos de pasado y presente, no. 40, 1973. también eugenio genovese,Esclavitud y capitalismo, Barcelona, ariel, 1971, p. 102 y ss.

en fin –last but not least– en este extraño debate, no solo se combatía ennombre del marxismo con armas muy poco marxistas; sino que, además, seembestía contra supuestas interpretaciones marxistas de américa Latina quecon frecuencia eran puros molinos de viento. Las tesis de un José Carlos ma-riátegui, por ejemplo, que en la interpretación de su país descubrió una articu-lación compleja de, por lo menos, cuatro modos de producción –comunidadprimitiva, feudalismo, elementos esclavistas y capitalismo–, en un marco co-lonial y semicolonial, que tampoco dejó de percibir y analizar, en los Siete en-sayos sobre todo, dista mucho de ser la caricatura “dualista” que gunder franky otros se empeñarán después en rebatir4.

revisando con detenimiento esta línea de pensamiento, se descubre, pues,que la discusión sobre los modos de producción en américa Latina nace y se des-arrolla enredada en una maraña ideológica que algún día habrá que desentrañarcon mayor detenimiento; pero sobre la cual se puede señalar desde ahora su faltatotal de consistencia teórica, y aun política; al menos desde un punto de vista mar-xista. Y es que, en rigor, aquellas nuevas tesis pertenecen a la historia de una ide-ología paramarxista, antes que al desarrollo de la teoría marxista propiamente.

ahora bien, lo grave está en que este momento de la discusión, que ac-tualmente parece superado, al menos a nivel de los textos teóricos más serios,ha dejado profundas huellas en el pensamiento social latinoamericano. dehecho, la teoría de la dependencia, corriente hegemónica, durante más de unlustro y que aún sigue ejerciendo cierta influencia, hizo suyas las tesis de frank;o, por lo menos, procedió como si ellas fueran ciertas, abandonando por com-pleto el análisis de la articulación y evolución de los distintos modos de pro-ducción en américa Latina. aun los pocos investigadores que se dedicaron aestudiar a fondo el desarrollo histórico de nuestras sociedades, sufrieron las in-evitables vacilaciones de quien nada evidentemente contra la corriente o esarrastrado en mayor o menor grado por ella.

al respecto, y en virtud de la misma seriedad con que es llevada a cabo suinvestigación; tal vez uno de los ejemplos más elocuentes sea el del historiadorguatemalteco severo martínez peláez, quien, luego de constatar el carácter feu-dal de su país en la época colonial y aclarar, con sobrada razón, que “no es ne-cesario que haya feudos con castillos feudales para que haya feudalismo”, llegaa conclusiones tan literalmente incomprensibles como ésta de que “puede darse

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4 Laclau observa, con razón, que “afirmar el carácter feudal de las relaciones de producción en elsector agrario no implica necesariamente mantener una tesis dualista. el dualismo implica que noexisten conexiones entre el sector ‘moderno’ o ‘progresivo’ y el ‘cerrado' o ‘tradicional’”, op. cit., p. 37.

un régimen que no sea típicamente feudal y que ofrezca, sin embargo, un mar-cado carácter feudal, como fue el caso de guatemala durante la colonia”5.

o este otro ejemplo de edelberto torres, quien recurre a una extraña mezclade marx y max Weber a fin de “resolver” el problema:

“Las categorías teóricas no aparecen con claridad cuando en el análisis his-tórico concreto se utiliza la noción de ‘servidumbre’, ya que, de ese reconoci-miento a la calificación de ‘feudal’ solo hay un paso; el contenido de la relaciónestablecida con el peón (o mozo colono) dentro de la hacienda era por ciertomás patrimonial que capitalista, en el sentido que la propiedad de la tierra essolo la condición de relación entre la peonada desposeída y el propietario que,al disponer de la fuerza de trabajo, dispone de la persona misma, verificándosede esta manera una cierta e irresistible ‘privatización’ del poder. esto último noobstaculiza la persistencia de rasgos de paternalismo, entendido a la maneraweberiana, que también están presentes en la hacienda”6.

La discusión que acabamos de evocar se situó, desde luego, en un horizontepolítico muy complejo; marcado, entre otras cosas, por la crisis del marxismo anivel mundial (pugna chino-soviética, sobre todo), así como por las complejasrepercusiones del proceso de desestalinización. proceso, este último, que si bienliberó a la investigación marxista del cerco dogmático que ciertamente la veníalimitando; también dio pábulo a algunas revisiones muy dudosas, ya no de lasrigideces teóricas de stalin, sino del marxismo-leninismo a secas. en américa La-tina esto ocurrió de manera bastante acentuada por tres razones principales:

primera, en virtud de que la intelectualidad “neomarxista” de la décadapasada surgió y se desarrolló con una total desvinculación orgánica del movi-miento obrero, salvo muy contadas excepciones.

segunda, porque una fuerte tradición nacionalista y populista había incul-cado en el grueso de la intelectualidad del Continente la convicción de que nues-tra historia es tan original, que mal cabe “encajarla” dentro de conceptos y teorías(“moldes”) “foráneos”, venidos de europa en particular7. se trataba, natural-mente, de la justificación ideológica de ciertas vías políticas asimismo “originales”.

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5 severo martínez peláez, La patria del criollo: ensayo de interpretación de la realidad colonial gua-temalteca, guatemala, editorial universitaria, 1970, p. 621.

6 edelberto torres-rivas, Procesos y estructuras en una sociedad dependiente, Chile, prensa latino-americana s. a., 1969, p. 66.

7 de los provenientes de los estados unidos se habla, por razones obvias, mucho menos. Cabeaclarar, además, que el mito de la originalidad irreductible de américa Latina data, por lo menos, deprincipios de siglo, con la teoría del “mestizaje”; se consolida luego con las “soluciones” populistas ypor fin cree hallar un fundamento “científico” con la teoría de la dependencia.

tercera, porque una buena parte de los intelectuales latinoamericanos par-tían de una formación de base (nos referimos a su formación académica) muypoco marxista y, menos todavía, leninista. desestalinización del pensamientomarxista significó, entonces, para ellos, la posibilidad de leer a marx con lentesweberianos, estructural-funcionalistas o cepalinos.

La discusión sobre los modos de producción en américa Latina pasó a ubi-carse en este contexto, del que no tardaron en brotar unos cuantos modos de pro-ducción “inéditos”, que la historia habria engendrado por vez primera en américaLatina. todo ello, en base a ciertas premisas teóricas que interesa examinar aquí.

se cuestionó, para comenzar, el esquema supuestamente “lineal” de la evolu-ción de la sociedad humana, siendo tildadas de “eurocéntricas” las indicacionesque al respecto dejara el propio marx. Ciro Cardoso, por ejemplo, escribió que:

“desde el punto de vista teórico, se trata de renunciar a la importación de es-quemas explicativos elaborados a partir de otros procesos de evolución; y de reco-nocer la especificidad de los modos de producción coloniales en américa. peroespecificidad en serio, en el sentido fuerte de la palabra: ellos existieron como es-tructuras dependientes (es decir, la dependencia constituye un elemento esencial desu definición y de su modelo), pero irreductibles a los esquemas eurocéntricos”8.

Y es que, para este autor: “tal sucesión de etapas, lejos de poder aplicarse a la historia de cada pueblo

y cada región, se refiere específicamente a la evolución del área mediterráneo-europea tomada en su conjunto. se trata de una vía de evolución entre muchas,pero que en el pensamiento de marx presentaba un carácter de ‘vía típica deevolución’, en la medida que condujo –por primera vez– a una historia verda-deramente mundial, al capitalismo y a la posibilidad de la superación históricade las sociedades de clases. por otra parte, la región mediterráneo-europea apa-rece en esa evolución como el epicentro de un proceso mucho más vasto, queinteresa a partes cada vez más extensas del mundo. La unidad de: la historiamundial no es, pues, un dato que siempre estuvo presente, como una evidencia‘natural’; sino que es el producto histórico de uno entre muchos caminos deevolución, cada uno de ellos complejo y no lineal, conociendo no solamenteprogresos sino también involuciones y estancamientos. en determinadas cir-cunstancias históricamente determinadas, la vía de evolución mediterráneo-europea pudo desembocar en el desarrollo, por primera vez, de un mercado

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8 Ciro flamarion santana Cardoso, “severo martínez peláez y el carácter del régimen colonial”,Modos de producción en América Latina, op. cit., p. 102.

mundial; primer paso hacia la universalización de la historia humana. Quererencontrar en áfrica, asia o américa procesos evolutivos que comprendan obli-gatoriamente las mismas fases de la historia mediterráneo-europea constituye,pues, un ejercicio intelectual gratuito y esterilizante, reflejo de un eurocen-trismo hoy día desenmascarado”9.

¿eurocentrismo de quién?, cabe preguntar. ¿de Lenin?, puesto que en todomomento luchó contra los populistas propugnadores de una “originalidad”rusa irreductible a los conceptos “europeo-occidentales”, cosa que no le impidióanalizar a fondo la especificidad de su sociedad y transformarla. ¿o de mao,quien utilizando conceptos y esquemas “europeos” logró también resultadosno desdeñables en los campos teórico y práctico?*

La cuestión no puede ser despachada con demasiada ligereza, y el mismoconcepto de especificidad, que es pertinente para el caso de cualquier formaciónsocial, tiene que ser entendido en sentido marxista y no a la manera de la cienciasocial burguesa que, confundiendo los distintos niveles teóricos del análisis, hacede la particularidad un sinónimo de singularidad absoluta, “irreductible”.

personalmente me temo que la interpretación que Ciro Cardoso hace delmarxismo esté más cerca de una perspectiva weberiana que de una tradiciónrealmente marxista-leninista. Weber creía, en efecto. que era gratuito y esteri-lizante encerrar la realidad en conceptos “genérico-abstractos” y que de lo quese trataba era más bien de “articularla en conexiones genéticas concretas, dematiz siempre e inevitablemente individual”10; Y sin duda pensaba, tambiénél, que la evolución del área europea occidental era “una vía de evolución entremuchas” (teoría de la contingencia histórica, sin la cual el resto del razonamientoy las investigaciones weberianas carecerían de sentido); vía a la que solo unaética especial pudo conferirle determinado sentido que, sin la incidencia de esa“variable”, bien habría podido ser totalmente distinto.

otra me parece ser, en cambio, la perspectiva marxista, que parte de laidea de que existe una determinación entre las fuerzas productivas y las rela-ciones sociales de producción, que hace que las primeras fijen ciertos límitesestructurales a la índole de las segundas; que, por su parte y en lo esencial, no

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9 op. cit., p.100.* antes, claro está, de que sugieran la original maoista de “los tres mundos: fundamento de la ac-

tual política china (nota de 1979).10 max Weber, La ética protestante y el capitalismo, Barcelona, península, 1969, p. 42. léase el am-

plio desarrollo que Weber hace de estas tesis enlas páginas iniciales del cap. II, titulado: “el espíritu delcapitalismo”.

pueden darse en número infinito ya que representan una relación entre pocoselementos11: medios de producción, productores directos y, en el caso de losmodos de producción clasistas, no productores que se apropian del excedente.matriz de la que se desprenden, además, las relaciones fundamentales de clase,que tampoco pueden ser, por lo tanto, radicalmente distintas y siempre inéditas,según la historia “peculiar” de cada pueblo, hacienda, aldea o región.

Y, de hecho, me parece difícil encontrar en la américa poscolombina otrasrelaciones básicas de producción que no sean las de esclavitud, servidumbre ytrabajo asalariado12; con las consiguientes situaciones mixtas y transicionales,que tampoco son privativas de este Continente, y todas las particularidades yhasta singularidades propias de cualquier formación social; y más todavía, delas formaciones dependientes, coloniales o neocoloniales.

observaciones válidas, claro está, a condición de no caer en un empirismopuro y simple; como el que ha llevado a autores como fernando Henrique Car-doso, por ejemplo, a ver en los “ coroneles”, “hacendados del café”, “estancie-ros”, “ganaderos”, “indios”, “libertos", “agregados”, etc., seres extraños cuyanaturaleza social escapa, y tiene necesariamente que escapar, a cualquier intento“tradicional” (marxista) de conceptualización13.

actitud teórica que se sitúa exactamente en las antípodas de la de marx; quien,sin desconocer la existencia de esa marafia empírica en que muchas investigacionesse pierden, pensaba que había que partir en busca de una relación económico-so-cial básica, reveladora del “secreto más recóndito” de todo el edificio social. meexcuso de citar in extenso un texto que, por lo demás, se supone bastante conocido:

“La forma económica específica en que se arranca al productor directo el trabajosobrante no retribuido, determina la relación de sefiorío y servidumbre tal como

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11 “Cualesquiera que sean las formas sociales de la producción, sus factores son siempre dos: losmedios de producción y los obreros. pero tanto unos comootros son solamente, mientras se hallan se-parados, factores potenciales de producción. para producir en realidad, tienen que combinarse. sus dis-tintas combinaciones distinguen las diversas épocas de la estructura social”. El capital, fondo de culturaeconómica, vol. II, p. 37.

12 pablo gonzález Casanova tiene razón en señalar a éstas como las únicas relaciones básicas deproducción en la evolución de este continente; en buscar la especificidad de nuestras formaciones en lacombinación, asimismo específica, de tales relaciones, dentro de un sistema colonial que es precisamenteel que las articula; pero sin llegar a presentar excluyentes o competitivos los conceptos “colonial” y “de-pendiente” de una parte, y “esclavista”, “feudal” y “capitalista” de otra. Los reproches que al respecto lehace Ciro Cardoso me parecen desprovistos de fundamentos. Cfr. gonzález Casanova, Sociología de laexplotación, siglo XXI, 1973, p. 251 y ss.;y Ciro Cardoso, op. cit., p. 101 y ss.

13 Cfr. Las clases sociales y la crisis política de América Latina, mimeografiado, oaxaca, méxico,Instituto de investigaciones sociales, unam, pp. 18-23, 1973.

brota directamente de la producción y repercute, a su vez, de un modo determinantesobre ella. Y esto sirve luego de base a toda la estructura de la comunidad econó-mica, derivada a su vez de las relaciones de producción y con ello, al mismotiempo, su forma política específica. La relación directa existente entre los propie-tarios de las condiciones de producción y los productores directos –relación cuyaforma corresponde siempre de un modo natural a una determinada fase de des-arrollo del tipo de trabajo y, por tanto, a su capacidad productiva social– es la quenos revela el secreto más recóndito, la base oculta de toda la construcción social ytambién, por consiguiente, de la forma política de la relación de soberanía y de-pendencia, en una palabra, de cada forma específica de estado. “Lo cual no impideque la misma base económica –la misma, en cuanto a sus condiciones fundamen-tales– pueda mostrar en su modo de manifestarse infinitas variaciones y gradacio-nes debidas a distintas e innumerables circunstancias empíricas, condicionesnaturales, factores étnicos, influencias históricas que actúan desde el exterior, etc.,variaciones y gradaciones que solo pueden comprenderse mediante el análisis deestas circunstancias empíricas dadas”14 .

texto que además nos ayuda a precisar otro problema. La “definición de-masiado estrecha de un modo de producción solo –o principalmente– en fun-ción de las relaciones de producción”, que autores como Ciro Cardaso englobanentre las “concepciones dogmáticas”15, es del propio marx, a quien pertenecetambién la afirmación de que “lo único que distingue unos de otros los tiposeconómicos de sociedad, v. gr., la sociedad de la esclavitud de la del trabajoasalariado, es la forma en que este trabajo excedente le es arrancado al productorinmediato, al obrero”16; y, por supuesto, el descubrimiento básico del mar-xismo, de que el capitalismo o, si se prefiere, el capital, es una relación social(casi huelga aclarar que esta definición del modo de producción a partir de lasrelaciones sociales de producción no deja de lado el elemento fuerzas produc-tivas, puesto que éstas son el fundamento de aquellas).

Cuando se olvida esta cuestión, esencial para entender la historia, que desde ladisolución de la comunidad primitiva hasta nuestros días es la historia de la luchade clases (concepción que en última instancia, marca la frontera entre el marxismoy la ciencia social burguesa), se cae naturalmente en afirmaciones tan alejadas delmarxismo como ésta de andré gunder frank:

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14 El Capital, vol. III, ed. cit., p. 733.15 op. cit., p. 98.16 El Capital, vol. I, p. 164.

“una fuente de confusión más significativa concierne a la verdadera naturalezadel sistema feudal y, lo que es más importante, del sistema capitalista. Cualesquieraque sean los tipos de relaciones personales que existan en un sistema feudal, lo de-terminante en él, para nuestro propósito, es que se trata de un sistema cerrado débil-mente ligado al mundo exterior”17.

o se llega a aseverar, como Luis Vitale, que “la relación entre las clases a vecesno coincide del todo con el modo general de producción de una sociedad”18, cosaque habria ocurrido en américa Latina durante, por lo menos, cuatro siglos de ca-pitalismo sin burguesía strictu sensu ni proletariado.

no insistamos más en este punto y pasemos más bien a abordar otro tema sobreel que también parece haberse producido una confusión bastante grande en algunasexpresiones del pensamiento sociallatinoamericano; se trata de la relación entre elconcepto de modo de producción y las situaciones colonial y de dependencia.

a este respecto conviene citar una vez más a Ciro Cardoso para quien “las for-maciones sociales de américa colonial se caracterizan por estructuras irreductibles alos modos de producción elaborados por marx”, puesto que “la dependencia –quetiene como uno de sus corolarios la transferencia de una parte del excedente econó-mico a las regiones metropolitanas–, por circunstancias propias del proceso genéticoevolutivo de las sociedades en cuestión, es un dato inseparable del concepto y de lasestructuras de dicho modo de producción”19.

observación a partir de la cual el autor va muy lejos, ya que no solo cree queello nos obliga a investigar qué modos de producción inéditos se engendraron poreso en américa Latina, sino que además nos sugiere elaborar un nuevo concepto demodo de producción para éstas áreas:

“me parece que los diversos sentidos del concepto de modo de producciónmencionados más arriba (los que se encuentran en marx, según Cardoso, aC),no convienen al análisis de los modos de producción coloniales en américa.para llegar a construir su teoría y comprender su carácter esencial, creo que esnecesario proponer el concepto –mejor dicho, la hipótesis– de otra categoría:la de modos de producción dependientes”20.

paso por encima el hecho, llamémoslo “formal”, de que si definimos el conceptomodo de producción a nuestra manera ya no estaríamos hablando de los modos deproducción en o de américa Latina, sino de otra cosa a la que hemos decidido lla-

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17 op. cit., p. 234. 18 Interpretación marxista de la historia de Chile, t. ll, edic. cit., p. 17. 19 Sobre los modos de producción coloniales en América Latina, op. cit., p. 142. 20 Loc. cit.

marla así. Y voy a lo esencial. no se trata de negar que tanto la situación colonialcomo la de dependencia son situaciones cuya particularidad histórica tiene que serrigurosamente analizada con los conceptos pertinentes; de lo que se trata es de sabersi tales situaciones engendran necesariamente modos de producción originales –“irre-ductibles”– y por qué razón; de demostrar que el concepto clásico de modo de pro-ducción incluye como elemento constitutivo el rasgo no-dependencia; y de averiguar,en fin, si los conceptos modo de producción, de una parte, y situación colonial y si-tuación de dependencia, de otra, se ubican en el mismo plano teórico.

Ciro Cardoso tiene razón al recordamos que “no hay, en los textos de marx,una verdadera teoría de los modos de producción coloniales”21, pero a mi juicioyerra al suponer que ello se debe a que marx no alcanzó a desarrollar tal teoría; esdecir, al atribuir tal “laguna” a una situación de hecho y no de derecho. personal-mente creo que no hay tal teoría en marx porque, desde su perspectiva, los dos con-ceptos, modo de producción y colonial, se sitúan en niveles distintos de abstracción,correspondiéndoles, por lo tanto, distintos rangos teóricos. por eso, marx puede es-cribir en los Grundrisse, por ejemplo, lo siguiente:

“en cuanto a las conquistas hay tres posibilidades. el pueblo conquistadorimpone al conquistado su propio modo de producción (lo que los ingleses hi-cieron en Irlanda en nuestra época, y en un grado menor en la India); o biendeja subsistir el antiguo modo de producción y se contenta con extraer un tri-buto (a la manera de los turcos y de los romanos); o bien se establece una inter-acción que da lugar a una forma nueva, una síntesis (lo cual realizaron lasconquistas germánicas en algunos países)”22.

ni en éste ni en ningún otro texto marx ha concebido siquiera la idea de que lassituaciones coloniales, semicoloniales o de dependencia engendran, por principio,modos de producción cualitativamente distintos de los de las áreas metropolitanas, yrequiriesen, por su sola “dependencia”, una nueva conceptualización. Y casi huelgaaclarar que tal idea nunca afloró tampoco a la mente de Lenin, mao o mariátegui.

Cuando en los textos de marx y engels el modo de producción de los pueblosconquistados difiere del de sus conquistadores, ello no obedece a la relación de depen-dencia sino siempre a una determinación, en última instancia de las fuerzas productivassobre las relaciones sociales de producción y la “forma” toda de la comunidad:

“en última instancia –escriben marx y engels en La Ideología alemana–, la tomade posesión tiene un final rápido en cualquier parte y, cuando no queda ya nada

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21 op. cit., p. 135. 22 Fundamentos de la crítica de la economía política, La Habana, Instituto del libro, t. 1, 1973,

p. 35.

que tomar, no hay más que ponerse a producir. La necesidad de producir, que semanifiesta enseguida, motiva el que la forma de comunidad adoptada por los con-quistadores ocupantes corresponda al grado de desarrollo de las fuerzas productivasencontradas y, si esto no ocurre de principio, la forma de comunidad tiene que irsetransformando en función de las fuerzas productivas”23.

por lo demás, y criterios de autoridad aparte, uno puede ver el problemacon bastante claridad en la américa Latina actual. Los países que la conforman,con excepción de Cuba, son sin duda países dependientes; sin embargo, sería ab-surdo decir que por ese hecho están regidos por un modo de producción irre-ductible al concepto “europeo” modo de producción capitalista; o pretenderelaborar toda una teoría de la “forma de producción mercantil simple depen-diente”, por ejemplo. La misma expresión “modo de producción capitalista de-pendiente”, que alguna vez se deslizó en ciertos textos, no es ahora más que eso:un desliz, en el cual los propios autores se cuidan mucho de insistir.

por lo demás, resulta interesante reflexionar en el caso de puerto rico, que essin duda un país colonial, y preguntarse qué sucede allí: ¿estamos ante un nuevomodo de producción colonial, irreductible a los conceptos europeos; o, pura y sim-plemente, frente al modo de producción capitalista? de ser verdad esto último,¿habrá que admitir que el modo o los modos de producción coloniales prexistentesfueron desapareciendo desde que esta desventurada nación pasó a ser colonia yanqui,operándose así, en el fondo, un real proceso de descolonización?

ejemplo con el cual podemos acercamos ya al meollo de la cuestión y decirque el error no está en investigar las modalidades especificas de funcionamientode cada modo de producción en las situaciones coloniales, semicoloniales y dedependencia –problema que debe estudiarse a fondo–; sino en confundir losniveles de análisis (el más abstracto de modo de producción y el más concreto ydeterminado de formación social), abriendo con ello problemas falsos que, enúltima instancia, no hacen más que destruir la propia teoría que se pretendedesarrollar, el marxismo en este caso. punto en el que era necesario insistir enun momento en que hay quienes niegan, por ejemplo, la existencia de un modode producción feudal, aun en aquellas áreas de la américa Latina colonialdonde cualquier investigación seria puede constatar la presencia de los siguien-tes elementos:

1. predominio de una relación básica de producción (servil) entre terratenientesy campesinos.

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23 méxico, ediciones de la cultura popular, s. a., 1972, p. 111.

2. neta separación, en el tiempo y en el espacio, entre trabajo necesario y trabajoexcedente. 3. expropiación de ese excedente por medio de coacciones extraeconómicas. 4. predominio de técnicas “campesinas” a nivel de toda la producción. 5. “Ciertos elementos de la superestructura del feudalismo europeo que efecti-vamente han existido en américa Colonial”24. 6. una mentalidad, es decir, una ideología “señorial” predominante. 7. Incluso “un régimen de economía natural; es decir, un régimen en que lascondiciones económicas se crean totalmente, o en una parte grandísima, dentrode la misma explotación y pueden reponerse y reproducirse a base del productobruto obtenido de la misma”25.si pese a la presencia conjunta de todos estos elementos (y cito un caso his-

tórico concreto donde esto se dio: el del ecuador, cuya historia conozco más decerca por razones de nacionalidad); si pese a esa presencia conjunta, decía, todavíano es legítimo hablar de la existencia de un modo de producción feudal en sentidomarxista; creo sinceramente que ya no estamos ante un problema de mera defi-nición de lo que es un modo de producción, ni de lo que es tal o cual modo enparticular, sino ante un problema de reelaboración de todo el marxismo o, paraser más precisos, de la construcción de una nueva teoría que ya no se parecerá,como no sea de muy lejos, a la marxista-leninista. Claro que entonces sí podráargüirse con legitimidad que el modo de producción al que acabamos de referi-mos no es feudal porque fue engendrado de manera distinta que el feudalismodel área mediterráneo-europea; o, porque una parte del excedente que el señorextrae al siervo fluye, en este caso, a la metrópoli. razones a las cuales se podríaapelar también para mostrar que, en el momento actual, no existe un modo deproducción capitalista en américa Latina, sino algo totalmente distinto.

a lo que quisiera añadir solamente la constatación de que el recurso a ciertosargumentos ideológicos (combate al “estalinismo”, lucha contra los conceptos “eu-ropeos”, etc.), no garantiza por sí solo el progreso teórico. Lo que hay que exa-minar entonces es si lo que se propone a cambio de “lo superado” es realmenteuna superación o no; en última instancia, preguntarse si la nueva conceptualiza-ción propuesta explica o no, de manera más satisfactoria, el objeto que se buscaaprehender teóricamente. en este sentido, yo no encuentro escandaloso, porejemplo, el que se pretenda remplazar el concepto de modo de producción feudal

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24 Y no hago más que citar a Ciro Cardoso, op. cit., p. 153.25 definición tomada de marx. El Capital, vol. lll, p. 736.

por el de “modo de producción basado en la explotación de la fuerza del trabajode los indios”26; solo que me gustaría saber qué ganamos con ello y que se meprecisen algunos puntos: ¿Cómo se arrancaba en este caso el trabajo excedente alproductor directo? ¿Cuáles eran las relaciones fundamentales de clase que estemodo de producción generaba? ¿de qué “indios” se trata exactamente?: ¿de losesclavos que la Corona autorizó tomar en la araucanía a partir de 1608, de lossiervos o comuneros de la sierra peruana o boliviana, de las tribus jíbaras, o qué?en fin, ¿qué sucede teóricamente cuando, aliado de las áreas de servidumbre in-dígena, encontramos áreas de siervos blancos, como ocurre al pasar del centro alsur de la sierra ecuatoriana, por ejemplo? ¿el “cambio de piel” implica en estecaso un cambio automático en el modo de producción?

me he extendido adrede en este punto para que se vea cómo ciertas pro-posiciones no muy bien fundadas embrollan los problemas en vez de resolver-los. aquí, por ejemplo, lo que se ha hecho al decir “modo de producción basadoen la explotación de la fuerza del trabajo de los indios” es tomar un elemento(el “indio”) constituido por determinado modo o modos de producción, y con-vertirlo en elemento constituyente; lo cual nos coloca, inevitablemente, en uncallejón sin salida. el concepto de “indio”, recordémoslo, es un concepto ide-ológico, perteneciente, por lo tanto, a la superestructura; es decir, a la repre-sentación (racista en este caso) con que la clase dominante encubre a la vez querefleja distorsionadamente y, además, solidifica las relaciones sociales reales deproducción. por eso es posible explicar el problema indígena a partir del pre-dominio de cierto modo de producción en vastas áreas de américa Latina, so-bredeterminado por la situación colonial; pero resulta imposible seguir uncamino inverso, esto es, definir un modo de producción específico a partir delconcepto de “indio” (más adelante haremos unas reflexiones complementariassobre este problema).

el esclarecimiento de todos estos aspectos teóricos, al que acordamos par-ticular importancia, dada la manera en que ha venido desarrollándose la dis-cusión entre nosotros, no significa, sin embargo, una “resolución” anticipadade los múltiples problemas que plantea el estudio de los modos de producciónen américa Latina; así como la correcta conceptualización de los modos deproducción básicos, que han servido de puntos nodales de nuestra estructura-ción social, tampoco equivale a una fórmula mágica de la que se pudiera “de-ducir” esa estructura y su desarrollo histórico.

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26 Concepto sugerido por Ciro Cardoso, op. cit., p. 1-3.

es más: creemos que pese a todas sus extravagancias, la discusión sobre el “ca-rácter” de américa Latina y sus modos de producción ha producido algunos frutospositivos; aunque solo fuese en el sentido de hacemos descubrir muchas compleji-dades del problema y reflexionar sobre cuestiones que, hasta la década de los cin-cuante, fueron despachadas a menudo con ligereza. me parece incluso –para citarun ejemplo– que una obra tan importante como la Historia del capitalismo en Mé-xico, de enrique serno27, aunque situada en una línea muy distinta de las que aquíhemos criticado, sería inconcebible sin el antecedente de toda aquella discusión. yno solo esto; trabajos como el del propio Ciro Cardoso sobre El modo de producciónesclavista colonial en América28, son un valioso aporte para el mejor conocimientodel funcionamiento concreto del modo de producción esclavista en américa, contodo lo cuestionables que puedan ser las conclusiones teóricas que de ello extrae elautor. en fin, la recuperación de una categoría marxista antes relegada del análisis:la de forma (o modo) de producción mercantil simple, parece revelarse muy fructífera,sobre todo para la explicación de nuestras estructuras agrarias, tal como los recientestrabajos de roger Bartra, por ejemplo, lo demuestran29.

Como es natural, quedan todavía enormes campos aún inexplorados y unabanico bastante grande de problemas teóricos y metodológicos que ameritanestudio y discusión; algunos de los cuales quisiera señalar aquí, aunque de ma-nera asistemática:

l. en lo que al estudio del período colonial concierne, me parece necesariollamar la atención sobre un problema metodológico importante y que, comotoda cuestión metodológica, remite al plano teórico. Y es que, para ver con cla-ridad la estructura del modo o modos de producción entonces vigentes, urgesuperar todo el formalismo de la historiografía burguesa, que ciertos autores re-cuperaron durante la década pasada a nombre del marxismo, con el fin de de-mostrar el carácter “capitalista” de la américa Latina colonial. Hemos heredado,por esta razón, un conjunto de “conclusiones” sobre la encomienda o el “salario”colonial, por ejemplo, que son más bien comentarios a la letra de las leyes, antesque análisis de las relaciones reales de propiedad y producción. punto que debetenerse muy en cuenta sobre todo tratándose de una época en que la aguda luchaen el interior de la clase dominante determinó que, frente a la ley de la fracción“metropolitana” se desarrollara también una contranorma practicada por la frac-ción “indiana” que, según su propio decir, “acataba las leyes pero no las cumplía”.

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27 Historia del capitalismo en México. Los origenes: 1521-1763, méxico, era, 1973. 28 Incluido en Modos de producción en América Latina, ed. cit., p. 193 y ss. 29 Cfr. su obra Estructura agraria y clases sociales en México, méxico, era, 1974.

2. en lo que se refiere al funcionamiento específico del modo de producciónfeudal en la américa colonial me parece que, a veces, se tiende a confundir la relaciónfundamental de clase, que era una relación entre terratenientes y campesinos siervos,con el efecto de una contradicción secundaria, a nivel de la estructura de la propiedadseñorial. La contradicción entre las fracciones de la clase dominante señaladas en elnumeral anterior determinó, en efecto, que la propiedad de esta clase estuviese di-vidida, de hecho, entre la Corona y los encomenderos; en grados y con modalidadesque se explican, justamente, por el desarrollo histórico de este nivel de la lucha declases. Hecho que desde luego tuvo consecuencias importantísimas en la evoluciónde nuestra sociedad colonial, pero que tal vez no autorice a conceptualizar la relaciónentre la Corona y los indios como un modo despótico-tributario de producción. almenos creo que esto no sería válido para el caso de los indígenas vinculados tambiénal sistema hacendario laico o eclesiástico (a las comunidades que guardaron autono-mía con respecto a las haciendas me referiré en el numeral 4).

3. me parece también que a veces se busca en la propiedad feudal del períodocolonial las mismas características de la propiedad burguesa; y, luego, al descubriren aquélla rasgos comunitarios o estatales que ésta no presenta (al menos en deter-minada fase de su desarrollo), se los toma como rasgos incompatibles con la propie-dad feudal. por eso es pertinente recordar la observación de marx y engels en elsentido de que la propiedad privada, tal como hoy la concebimos, solo se desarrollacon el advenimiento del “capital moderno, condicionado por la gran industria y lacompetencia mundial, que representa a la propiedad privada en su estado puro, des-pojada de toda apariencia de comunidad y habiendo excluido cualquier acción delestado sobre el desarrollo de la propiedad”30.

4. en el caso de las comunidades indígenas que conservaron una autonomíareal frente al sistema hacendario, subsiste la duda de saber si su modo de producciónfue simplemente el comunitario (tesis de mariátegui), o si se trata, en verdad, de unmodo de producción despóticotributario; como lo sostiene enrique semo, por ejem-plo31. La tesis de semo me parece muy sugestiva; pero creo que plantea algunos pro-blemas que ameritan una discusión, v. gr.: ¿desde qué momento y en quécondiciones la imposición de un tributo pasa a constituir un verdadero modo de pro-ducción? ¿Cuándo, en cambio, puede afirmarse, como marx, que el conquistadorno establece un nuevo modo de producción, sino que “se contenta” con imponerun tributo; afirmación que supone que la extracción de tributos no constituye, en

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30 La ideología alemana, ed. cit., pp. 105-106.31 Véase especialmente el cap. ll, “el despotismo tributario”, op. cit., p. 60 y ss.

sí misma, un modo de producción? ¿el diezmo que la Iglesia recaudó en francia,por ejemplo, hasta el momento de la revolución, significó lo mismo que, segúnsemo, significó en américa, esto es, una relación despótico-tributaria? en fin, ¿eltributo que todos los indios pagaban a la Corona constituía, realmente, una relaciónde clase distinta de la relación señor-siervo; o era, simplemente, la expresión de unmecanismo de distribución de la renta feudal entre fracciones de la clase dominante?

5. sea de esto lo que fuere, hay un punto que quisiera destacar aquí y en el quecoincido plenamente con el análisis de semo. es la constatación de que el problemade la comunidad indígena –cualquiera sea el estatuto teórico que uno acuerde final-mente a ésta– no puede ser entendido al margen de una lucha de clases concreta,que se manifestó, por lo menos, en dos niveles: como contradicción en el seno de laclase dominante, contradicción sin la cual toda la “protección” de la Corona a lascomunidades indígenas, que permitió la subsistencia de éstas, seria inexplicable; ycomo lucha entre explotadores y explotados, a través de la cual se afirmó la cohesióninterna y la conciencia histórica de tales comunidades. esto me parece lo substancial.

6. en cuanto al período colonial, subsisten algunos problemas más, concer-nientes a la articulación de los distintos modos de producción; al carácter de cadaformación regional, en virtud del predominio de alguno de esos modos, y a la lógicainterna que consiguientemente regía en determinado nivel y en contradicción a esasincipientes formaciones. Creo que solo con la investigación a fondo de este problemalograremos superar los esquemas dependentistas o cepalinos, según los cuales nuestrodesarrollo no es más que el reflejo pasivo de lo que sucede en la metrópoli, o el re-sultado de una conexión mecánica entre zonas mineras destinadas a enviar metalesa españa, zonas agrarias destinadas a alimentar a las zonas mineras, y zonas de au-toconsumo destinadas a reproducir la mano de obra para los dos anteriores. esque-mas de los que está ausente toda la trama compleja de contradicciones internas yexternas –es decir, la dialéctica real del proceso–, expresada en una lucha de clasesasimismo compleja, que, a lo largo de todo el período colonial, se manifestó a travésde los levantamientos indígenas o las rebeliones de los esclavos negros, las insurrec-ciones de los encomenderos, y los alzamientos de la “plebe” urbana, hasta desembocaren la Independencia.

7. Creo que la precisión de estos puntos nos ayudará, además, a resolver otroasunto, que es el de la gestación problemática de las formaciones sociales latino-americanas. pues es un hecho que no puede considerarse a américa Latina enteracomo una sola formación social en aquel momento; ni asumir que, hacia finesde la Colonia, por ejemplo, hubo tantas formaciones sociales como repúblicas seconstituyeron después. Lo que hay que hacer es analizar el desarrollo y la articu-

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lación de los distintos modos de producción en su historicidad ya concreta, acor-dando la debida importancia al papel de la instancia política e institucional, y alos factores ideológico-culturaIes. solo así haremos, además, un poco de claridadsobre el famoso período de “anarquía” que siguió a la independencia; respectodel cual, parece seguir primando la interpretación colonialista que no ve en élmás lógica que la de una “barbarie” salpicada de elementos pintorescos.

8. el mismo análisis del desarrollo del capitalismo en américa Latina dependede una correcta comprensión de la articulación de éste con los modos de produc-ciones precapitalistas. pues es obvio que el capitalismo no se desarrolló aquí sobreun vacío social, y que, por ejemplo, su fase inicial, la de la llamada “expansión haciaafuera”, fue también y necesariamente la etapa de un desarrollo “hacia adentro”, enel que el proceso de acumulación originaria marcó la pauta fundamental de relaciónentre los distintos modos de producción. Lo cual no fue más que el inicio del largoproceso de implantación del capitalismo en nuestras sociedades, con fases y moda-lidades de transición hasta ahora insuficientemente estudiadas, sea porque la tesisdel pancapitalismo lo dio por implantado desde el siglo XVI, es decir porque la teoríade la dependencia –no desvinculada de la tesis anterior– no vio en todo este procesomás que el reflejo mecánico de una determinación externa. el proceso y las vías dedesarrollo del capitalismo en el campo, por ejemplo, proceso aún no terminado enmuchas áreas del continente; o el de la constitución del estado verdaderamente ca-pitalista luego de las fases “anárquica” y “oligárquica”, de transición; para no hablarde toda la evolución de la instancia ideológico-cultural de nuestras sociedades, sonaspectos que ameritan estudios sistemáticos y son fundamentos más sólidos de losque hasta ahora han guiado ciertos análisis.

9. el mismo problema indígena, tal como se ha desarrollado históricamente enáreas como la de Bolivia, perú y ecuador o en guatemala y vastas regiones de mé-xico, resulta difícil de analizar si no es a partir de una articulación específica de modosde producción; puesto que la evolución de aquel asunto no es otra cosa que el resul-tado complejo (complejo por su infinidad de desfasamientos, asimetrías y diacronías)de la evolución de dicha articulación. de ahí que, aunque el problema indígena pa-rezca impregnar todavía estructuras sociales enteras, como la de toda la sierra ecua-toriana hasta la de todo un país como guatemala (al menos según los estudios deCarlos guzmán Bockler y jean-Loup Herbert)32, no cabe olvidar que tal situaciónse origina en una articulación estructural concreta, correspondiente a la vigencia demodos precapitalistas de producción o de fragmentos de éstos en la matriz social ge-

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32 Cfr. Guatemala: una interpretación histórico social, méxico, siglo XXI, 1970.

neral. por eso, el avance del modo de producción capitalista en américa Latina va“resolviendo” a su manera dicho problema; es decir, haciendo paulatinamente delasunto indígena un asunto del proletariado a secas, como en las minas de Bolivia olas plantaciones capitalistas de la costa ecuatoriana; o un asunto del subproletariadosin más calificativo, como en los cinturones de miseria de las grandes ciudades. ten-dencia que por supuesto no excluye la existencia de una problemática propia de lafase de transición; ya que, como afirma severo martínez peláez, “el salario, por sísolo, no es suficiente para modificar a corto plazo el género de vida de los antiguossiervos –¡que precisamente por serlo reciben los salarios más bajos!”33–: y que no ex-cluye, tampoco, la presencia de un problema cultural específico, en la medida enque la cultura indígena es una cultura oprimida, expresión necesaria del nivel desubordinación de sus portadores. por todo lo cual me parece necesario reconocer laexistencia de un espacio propio de análisis para las relaciones interétnicas e intercul-turales –que poseen cierto grado de autonomía relativa– y hasta que se las denomine,si se quiere, relaciones de “colonialismo interno”34; pero a condición de ubicar elproblema en el lugar teórico que le corresponde; esto es, como una sobredetermi-nación de la estructura de clases por efecto de la articulación de determinados modosde producción, y no como sustituto de tal estructura, o como un sistema especialque permitiría que todas las clases “blancas” o “ladinas” exploten a “todas las clases”(en este sentido, me parecen muy controvertibles las tesis desarrolladas por guzmánBückler y Herbert, por ejemplo)35.

10. en fin, ya manera de conclusión de estas reflexiones, quisiera insistir en untema ya tocado en varios puntos anteriores y que es el de la relación entre modos deproducción y lucha de clases. Los marxistas deberíamos tener claro este asunto, masen el momento en que ciertas líneas estructuralistas y economicistas parecen estaren boga, no parece ocioso recordar que el desarrollo histórico de nuestras sociedadeses absolutamente incomprensible si se prescinde del análisis de la lucha de clases.

esta se desarrolla, ciertamente, en el marco de determinados modos de pro-ducción, sin cuyo conocimiento teórico la misma estructura de clases se torna in-comprensible. es cierto igualmente que un modo de producción no puede existircomo no sea sobre la base de determinado grado de desarrollo de las fuerzas pro-ductivas; mas todo esto no debe hacernos olvidar que, dentro de aquellos límites es-tructurales, es la lucha de clases el motor de la historia. La comunidad indígena, ya

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33 op. cit., p. 570. 34 el término ha sido utilizado principalmente por pablo gonzález Casanova, rodolfo stavenha-

gen y Carlos guzmán Bockler, aunque con alcances y connotaciones distintas en cada uno de ellos. 35 op. cit., véase sobre todo el cap. V, “Las clases sociales en guatemala”, escrito por Herbert.

lo vimos, no apareció y subsistió “espontáneamente”, por efecto de las simplesfuerzas productivas; la encomienda y sus complicados avatares tampoco fueronun efecto mecánico de tales fuerzas. en fin, las vías y modalidades de implan-tación del capitalismo, la propia configuración de nuestras actuales formacionessociales, así como la existencia de vastas áreas de pequeña producción campe-sina en méxico o Bolivia, por ejemplo; y, por supuesto, la instauración de unmodo de producción socialista en Cuba, son indudablemente el producto his-tórico del desarrollo de estructuras complejas y contradictorias, pero que se ex-presan, articulan y transforman a través de la lucha de clases.

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el análisis dialéctico:requisito teórico y a la vez político

el presente trabajo solo aspira a comunicar cierta experiencia teórico-metodo-lógica (“filosófica”) de un sociólogo empeñado en comprender la problemáticalatinoamericana; y descifrar las posibilidades de transformación de la región ala luz del marxismo-leninismo. desde esta perspectiva, queda descartada, comoes natural, toda relación positiva con la filosofía idealista, a la que vemos y ana-lizamos como lo que objetivamente es: un segmento privilegiado de la ideologíade la clase dominante, cuya función no es otra que la de contribuir a la con-servación del orden vigente.

distinta es, en cambio, nuestra relación con la filosofía materialista porrazones que pueden parecer obvias, pero que quizá no sean tanto en un mo-mento en que se tiende a cuestionar la existencia misma de esta filosofía, y, másconcretamente, la vigencia del método dialéctico. se plantea entonces el pro-blema de saber si debemos o no abandonar aquel acervo filosófico que cono-cemos en el nombre de materialismo dialéctico y reducir, por lo tanto, elmarxismo-leninismo a su sola dimensión de materialismo histórico, o, en el lí-mite, al exclusivo nivel de una economía política.

La tentación de responder a esta cuestión con argumentos de autoridad esmuy grande; pero estamos conscientes de que ello no contribuye a despejarmayormente el horizonte. es tan cierto que los clásicos del marxismo jamásdudaron de que los resultados de sus investigaciones fueran fruto de una co-rrecta aplicación del método dialéctico, como legítimo es suponer que esta con-vicción no provenía de una “inconsciencia” que, más allá de la etapa de madurezde marx y engels, habría persistido en toda la obra de Lenin. pero con estacomprobación –apoyable en textos que llenarían fácilmente varios volúmenes–en el mejor de los casos, adelantaríamos en una cuestión de orden ético: la depedir que en lo posible la discusión sea franca, en el sentido de afirmar, sin ro-deos, que al impugnar la dialéctica se está impugnando uno de los puntos ver-tebrales del pensamiento de los clásicos.

parece claro, sin embargo, que el problema no puede plantearse en términosde “fidelidad” o “infidelidad” a textos que no tienen el rango de sagrados; sino

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que de lo que se trata es de averiguar si, dejando de lado el método dialéctico,es o no posible lograr un conocimiento cabal y dinámico de la realidad social.

aquí es posible esbozar ya un principio de respuesta, diciendo que paraLenin tal cosa es imposible por definición; ya que él concibe “la dialéctica como(el) conocimiento vivo, multilateral (con una cantidad de aspectos que aumentaeternamente), con una infinita cantidad de matices de cada enfoque y aproxi-mación a la realidad (con un sistema filosófico que se convierte en un todo apartir de cada matiz)...l.

Importa destacar, también, que ese por definición, que hemos empleadolíneas antes, no busca señalar una frontera formal, cuya transgresión involu-craría un escándalo “lógico”; sino destacar la presencia de una definición po-lítica, poniendo de relieve que el propio carácter del marxismo-leninismo,de instrumento de conocimiento al servicio de la transformación revolucio-naria de la sociedad, le impone la tarea de producir cierto tipo de conoci-mientos adecuados al fin que explícitamente persigue. La definición de estetipo de conocimientos no constituye por lo tanto una “adiposidad” filosóficaque podamos eliminar a nombre de la ciencia “pura” (?); sino que, al contra-rio, conforma el horizonte programático de toda la investigación marxista.

es evidente, desde luego, que de principios filosóficos (metodológicos),como los citados a título de ejemplo, no puede surgir de manera directa einmediata ningún tipo de conocimiento concreto sobre la realidad social (nisobre ninguna realidad). pero sucede que tomar de manera aislada tales prin-cipios, separándolos del cuerpo teórico del materialismo histórico, de por síconstituye ya una lectura adialéctica de los textos clásicos. ningún principiometodológico del marxismo pretende suplantar al análisis basado en las ca-tegorías específicas de la ciencia social (materialismo histórico); sino estable-cer un nivel de reflexión que sirva de guía y vigilancia de su aplicación, asícomo de tamiz crítico de sus resultados.

Conviene recordar a este respecto, por más trillado que ello parezca, que elmaterialismo dialéctico no tiene por objeto el conocimiento inmediato de losmodos de producción y sus efectos (objeto del materialismo histórico); sino losprocesos de producción de conocimientos. es verdad que entre estos dos órdenestiene que mediar necesariamente una relación de adecuación, puesto que, deotro modo, el segundo orden carecería de toda pertinencia sobre el primero,convirtiéndose, a lo sumo, en una lógica formal como cualquiera otra. Y es

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1 Cfr. Cuadernos filosóficos, Buenos aires, edición 1974, p. 330.

cierto, por ende, que para ser algo más que eso, el materialismo dialéctico hacesuya cierta imagen hipotética de la contextura de la realidad social, a partir de lacual elabora determinadas categorías metodológicas de base, que cumplen conlas funciones arriba señaladas. pero ver en este hecho una “contradicción irreso-luble” (“¡cómo es posible que el método dialéctico guíe y vigile la producciónde conocimientos científicos al mismo tiempo en que se sustenta en ellos!”) noes más que una formalización del problema. aparte de señalar que hay aquí unarelación de interdependencia, históricamente surgida y desarrollada, que noconstituye ningún misterio insondable; conviene recordar que lo que interesaen una perspectiva marxista no es replantear una discusión similar a la de la pri-micia del huevo o la gallina, sino, para el caso que ahora nos ocupa, indagar siesa imagen hipotética en que se basa el materialismo dialéctico para construirsus categorías metodológicas fundamentales es correcta o no, y si tales categoríascoadyuvan o no a un conocimiento más adecuado de la realidad social.

señalemos, para comenzar a explorar esta cuestión, que la propia revoluciónque el marxismo opera en el terreno de la economía solo es posible a partir deuna revolución previa en la esfera de la filosofía; revolución que instaura unanueva representación general de la realidad social y, consiguientemente, unanueva manera de aprehenderla (método). no en vano El Capital lleva el subtítulode Crítica de la economía política, precisamente para subrayar que no se trata deun simple nuevo texto de economía política; sino de una crítica de ésta a partirde un nuevo método de interpretación e investigación del devenir social.

parece por lo demás claro que dicha crítica alcanza al mismo concepto tra-dicional (burgués) de economía, hasta entonces amputado de su dimensióndenominada “sociológica”. “el capital no es una cosa, sino una relación socialentre personas a las que sirven de vehículos las cosas”2, he ahí la hipótesis quesintetiza toda la transformación que marx opera en la ciencia social en su con-junto. a partir de esta hipótesis, el método de investigación se transforma con-siguientemente, y las categorías antes separadas por barreras infranqueablesempiezan a entrelazarse dialécticamente. el primer volumen de El Capital seabre, por eso, con el análisis de una categoría de apariencia estrictamente “eco-nómica”: la categoría mercancía; para cerrarse con el análisis, no menos rigurosode una categoría de apariencia puramente “sociológica”, como es la de propie-dad (hago notar de pasada que los economistas burgueses, y no solo ellos des-

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2 Idea que marx formula, ya con absoluta nitidez en Trabajo asalariado y capital y luego la desarrollaampliamente en El Capital.

afortunadamente, siguen considerando a la propiedad como una categoría deorden “institucional”, “extraeconómica” o simplemente “superestructural”).

el manejo de categorías de apariencia no homogénea como éstas supone,en todo caso, un estricto manejo de los instrumentos analíticos lógico e histórico,sin cuya aplicación dialéctica la propia comprensión del capitalismo quedaríatrunca. en términos exclusivamente lógicos, el modo de producción capitalistaes ciertamente el resultado de la determinación de dos categorías: la categoríamercancía, que así deviene mercancía-fuerza de trabajo; y a la categoría propie-dad privada que, a su turno, se convierte en propiedad privada capitalista. mas,¿cómo explicar el surgimiento de esta doble determinación, si no es mediantela aplicación del instrumento histórico que nos proporciona la categoría clavede acumulación originaria de capital? marx está plenamente consciente de esteproblema y por eso subraya que no hay otra manera de romper el círculo viciosoen que nos encierra el instrumental exclusivamente lógico3.

Vale subrayar, por lo demás, que en la misma conceptualización marxistadel modo de producción capitalista están involucradas las categorías dialécticasde continuidad y ruptura, y, con ellas, el concepto también dialéctico de saltocualitativo. el capitalismo tiene como base la economía de mercado y, en estesentido, registra una continuidad indudable con respecto a la economía mer-cantil simple; es, además, un régimen basado en la propiedad privada de los me-dios de producción y en esa medida es una “continuación” de los regímenes quelo precedieron. pero, ¿cómo aprehender su especificidad si no se retiene la ideade una frontera teórica (y simultáneamente histórica) que lo separe de las formasproductivas anteriores; es decir, sin retener la idea de una ruptura, de un saltocualitativo que configure esas determinaciones propias del capitalismo a que yanos referimos? parece inútil, a estas alturas del desarrollo de la ciencia social la-tinoamericana, insistir en los desastrosos efectos que aquí produjo el olvido –in-tencional o no, poco importa– de principios tan fundamentales como éstos.

Las propias categorías de la “economía política” marxista no pueden pues,constituirse, como se ve, sin la intervención del materialismo dialéctico y desus conceptos de base. a este respecto solo quisiera afiadir un último ejemplo,que se refiere a un problema de bastante actualidad: el del carácter “igual” o“desigual” del intercambio capitalista. no pretendo, desde luego, retomar aquíla intrincada discusión en tomo a la conceptualización del “intercambio des-igual” entre naciones capitalistas de diferente grado de desarrollo; sino solo re-

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3 Cfr. El Capital, Vol. 1, comienzo cap. XXIV.

cordar que el mismo concepto de intercambio de equivalentes, del que partela teoría marxista para sus análisis del modo de producción capitalista, no esmás que un presupuesto inicial que, amputado de su tratamiento dialéctico,corre el riesgo de convertirse en una hipótesis pura y llanamente falsa. en efecto,la cuestión no es nada sencilla y marx está consciente de ello; por eso, ofreceuna respuesta al problema que es un verdadero modelo de aplicación del mé-todo dialéctico. Voy a permitirme citar in extenso el pasaje pertinente:

“pues bien –escribe marx–, en estas condiciones, la ley de la apropiacióno ley de la propiedad privada, ley que descansa en la producción y circulaciónde mercancias, se trueca, por su misma dialéctica interna e inexorable, en locontrario de lo que es. el cambio de valores equivalentes, que parecía ser laoperación originaria, se tergiversa de tal modo, que el cambio es solo aparente,puesto que, de un lado, la parte de capital que se cambia por la fuerza de trabajono es más que una parte del producto del trabajo ajeno apropiado sin equiva-lente, y, de otro lado, su productor, el obrero, no se limita a reponerlo, sinoque tiene que reponerlo con un nuevo superávit. de este modo, la relación decambio entre el capitalista y el obrero se convierte en una mera apariencia ade-cuada al proceso de circulación, en una mera forma ajena al verdadero conte-nido y que no sirve más que para mistificarlo. La operación de compra y ventade la fuerza de trabajo no es más que la forma. el contenido estriba en que elcapitalista cambia constantemente por una cantidad mayor de trabajo vivo deotros una parte del trabajo ajeno ya materializado, del que se apropia incesan-temente sin retribución. en un principio, parecía que el derecho de propiedadse basaba en el propio trabajo. por lo menos, teníamos que admitir esta hipó-tesis, ya que solo se enfrentaban poseedores de mercancías iguales en derechos,sin que hubiese más medio para apropiarse una mercancía ajena que entregara cambio otra propia, la cual solo podía crearse mediante el trabajo. ahora, lapropiedad, vista del lado del capitalista, se convierte en el derecho a apropiarsetrabajo ajeno no retribuido, o su producto, y, vista del lado del obrero, como laimposibilidad de hacer suyo el producto de su trabajo. de este modo, el divorcioentre la propiedad y el trabajo se convierte en consecuencia obligada de una leyque parecía basarse en la identidad de estos dos factores. sin embargo, aunqueel régimen capitalista de apropiación parezca romper abiertamente con las leyesoriginarias de la producción de mercancías, no brota, ni mucho menos, de laviolación de estas leyes, sino por el contrario, de su aplicación”4.

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4 El Capital, vol. 1, cap. XXd.

La respuesta de marx al problema planteado es nítida pese a su gran com-plejidad; pero siempre y cuando la comprendamos a la luz de algunas categoríasfundamentales del materialismo dialéctico: contenido y forma, esencia y aparien-cia, unidad y contradictoriedad. sin la intervención de estos conceptos meto-dológicos de base, un pasaje de “economía política” como el transcrito esrigurosamente incomprensible; y cualquier respuesta que se dé a la preguntaque habíamos formulado será falsa por unilateral y conviene subrayar que elentendimiento de una cuestión como ésta no es solo un requerimiento inte-lectual sino un verdadero imperativo político: saber que el “intercambio des-igual” no constituye transgresión alguna a las leyes del capitalismo, sino que esel resultado de su más estricta aplicación, en cualquier nivel que sea, equivalea una toma de conciencia de lo medular de nuestros problemas.

Hasta aquí hemos propuesto algunos ejemplos destinados a mostrar cómola propia economía marxista solo cobra coherencia gracias al apoyo del mate-rialismo dialéctico; es decir, a la rigurosa aplicación del método de marx. peroestá claro que no se trata únicamente de buscar la coherencia interna de la te-oría, sino también y sobre todo de aplicarla correctamente al análisis de situa-ciones concretas. ahora bien, en nuestro caso, este segundo problema adquiereuna relevancia muy particular, ya que, como se ha dicho y repetido infinidadde veces, la historia de américa Latina es “muy distinta” de la europea. en tomoa esto existen, por lo demás, cantilenas bien conocidas: hace medio siglo nin-guna teoría “europea” podía aprehender nuestra insondable “originalidad” depueblos “mestizos”; cuarenta años más tarde había que inventar nadie sabe bienqué pólvora teórica, dada nuestra condición “dependiente” ... ¡al propio Leninllegó a imputársele el haber analizado el problema del imperialismo, “desde elpunto de vista de los países centrales”!

a través de este magma ideológico se revela, sin embargo, el síndrome deuna problemática real, que no podemos soslayar. La historia de américa Latina,ciertamente, no configura una “originalidad” irreductible a las categorías til-dadas de “europeas”; pero tampoco es una repetición mecánica y solo desfasadaen el tiempo del devenir del Viejo Continente. tiene sin duda una especificidadde la que la teoría está obligada a dar cuenta, y todo el problema consiste en saberde qué manera.

según algunos, tal situación nos obligaría a crear un instrumental teóricocompletamente inédito; o, por lo menos, a acuñar nuevas categorías para definiraqµellas situaciones económicas o políticas que “decididamente no encajan enel molde europeo”. ¿Cómo hablar de un feudalismo o un fascismo latinoame-

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ricanos si para cualquiera es “evidente” que estos fenómenos no se repitieron nise están repitiendo aquí al pie de la letra?

me parece que la sola evocación de argumentos como éstos sirve para de-mostrar que hay toda una cuestión metodológica en juego. pues es cierto que,por poco que uno olvide ciertos principios elementales del materialismo dia-léctico, la teoría marxista se torna globalmente inaplicable a situaciones “comola nuestra”, (en realidad, a cualquier situación concreta). Quiero decir con estoque, si no se recuperan algunas categorías metodológicas que definen justa-mente los niveles de realidad, y por lo tanto los correlativos niveles de análisis(nivel de lo universal, nivel de lo particular, nivel de lo singular); necesariamentese desemboca, sea en un discurso abstracto-formal que deja escapar la especi-ficidad de nuestras sociedades y de sus problemas, sea en un discurso ideológicoempirista que convierte a esta especificidad en una “originalidad” teóricamenteinaprehensible. en el primer caso, las leyes universales del desarrollo social apa-recen flotando en el vacío, desprovistas de toda modalidad concreta de existencia;en el segundo, tales modalidades son conceptualizadas como substitutos deaquellas leyes. Y, como los errores teóricos no están desligados de sendos errorespolíticos, es claro que de allí se derivan consecuencias en el plano de la estrategiade transformación revolucionaria de la sociedad.

Voy a permitirme, para terminar, insistir en la importancia de la categoríafilosófica, a mi juicio central, de marxismo-leninismo: la categoría de contra-dicción. no pretendo hacer ningún desarrollo teórico al respecto, sino solo se-ñalar su relevancia a través de algunos ejemplos.

Creo, en primer lugar, que muchas de las críticas (socialmente justas) queen determinado momento se formularon a las teorías desarrollistas, habríanganado bastante con solo recordar que todo desarrollo histórico es el desarrollode un conjunto determinado de contradicciones5, y que es este hecho, preci-samente, el que escamotea la teoría burguesa. ello nos hubiera ahorrado, entodo caso, discusiones tan bizantinas como la de si puede o no haber “desarro-llo” en américa Latina bajo el capitalismo; y hasta conclusiones harto extrañascomo la de que dicho “desarrollo” (¿cuál?) es “inviable” en estas tierras (¡comosi hubiese razón alguna para que las contradicciones propias del modo de pro-ducción capitalista dejaran de desarrollarse en nuestro subcontinente!).

en segundo lugar, quisiera asentar la tesis de que la presencia o ausenciade la categoría contradicción constituye la línea divisoria entre un análisis ver-

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5 Que “el desarrollo es la lucha de contrarios”, como anota Lenin en los mismos Cuadernos, p.328.

daderamente dialéctico (es decir marxista-leninista); y un análisis de tipo “sis-témico” es decir, metodológicamente estructural-funcionalista. apoyaré mi ase-veración con dos ejemplos:

el primero se refiere a los análisis –hoy tan en boga– de los denominadosaparatos ideológicos de estado, análisis que me parecen seguir dos vertientesnetamente distintas desde su mismo punto de partida, según se defina a talesaparatos como instancias privilegiadas de reproducción del sistema, o bien,como lugares específicos de reproducción de las contradicciones del mismo.

Las conclusiones políticas que pueden sacarse con respecto a la naturalezay el papel de las universidades latinoamericanas, por ejemplo, diferirán deacuerdo con la perspectiva metodológica que para su análisis se adopte.

el segundo ejemplo tiene relación con el problema tan discutido de la ar-ticulación de varios modos de producción; donde también considero posiblerastrear dos tipos de análisis: uno, en que el problema es enfocado de manerarealmente dialéctica; y otro que lo concibe de manera tan mecánica que hastadeja la impresión de que las formas productivas feudales, pongamos por caso,fueron creadas con la finalidad de que algunos siglos más tarde sirvieran de pisoideal (?) para el establecimiento del capitalismo monopólico; o, para ilustrarcon otro caso, que las formas de producción mercantil simple no son más queuna “astucia” de la historia destinada a abaratar los componentes del capitalvariable, o algo parecido. La unidad contradictoria, que necesariamente cons-tituye toda articulación dialéctica de modos de producción, es pasada por altoen estos casos; hecho que ni siquiera permite comprender las tendencias gene-rales de desarrollo del capitalismo en américa Latina.

Los ejemplos de análisis mecanicista podrían multiplicarse sin dificultad;pero me limitaré a señalar dos más que tienen que ver ya, de manera directa,con la lucha política. tomo en primer término el caso del fascismo y, consi-guientemente, el de la lucha antifascista, solo para observar que si no tiene encuenta el hecho de que la sociedad es una constelación jerarquizada de contra-dicciones en movimiento, un diverso nivel y amplitud, es imposible trazar unalínea política justa, que permita una acumulación de fuerzas objetivamentecapaz de derrotar al fascismo. de un lado puede generarse –y efectivamente segenera– una desviación ultraizquierdista que se caracteriza por su incapacidadde comprender que, en situaciones como la del fascismo, existe la posibilidad –yla necesidad– de ampliar el frente de lucha bastante más allá de las fuerzas an-ticapitalistas y antimperialistas; precisamente porque la estructuración de lascontradicciones es aquí tal, que a la vez que robustece el poder burgués en

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cierto nivel, lo debilita en otro, al abrirle un campo de confrontación con lossectores simplemente antifascistas. pero de otro lado puede generarse –y efec-tivamente se genera– una desviación que actualmente es “socialdemocratista”,incapaz de articular una política de frente amplio, pero fundada en una claradistinción cualitativa de las fuerzas que lo integran.

Lo dicho con respeto al análisis del fascismo es válido también (mutatismutandi) en relación con el análisis del nacionalismo, y de la actitud que frentea él deberían adoptar las corrientes revolucionarias. me parece superfluo insistiren que la propia conformación del sistema capitalista imperialista mundial abreun espacio objetivo de contradicción entre la nación “dependiente” y su “me-trópoli” , o “metrópolis”; contradicción que, incluso, puede expresarse bajo laforma del nacionalismo burgués (del país subordinado). ahora bien, frente aun fenómeno como éste también suelen aparecer dos tipos de desviaciones: laultraizquierdista, que no obstante estar en lo justo al señalar el carácter de clasede ese nacionalismo, se niega a analizarlo como una efectiva contradicción tác-ticamente importante para el movimiento revolucionario, y lo reduce a unasimple “maniobra” del imperialismo; y la desviación reformista, que si bientiene una posición justa en cuanto a detectar que el fenómeno en cuestión ex-presa una contradicción real; se niega, sin embargo, a ubicarla en el nivel quele corresponde, cerrando incluso los ojos frente a su contenido de clase.

sería por supuesto iluso imaginar que todos los errores políticos obedecena puros errores en el método de análisis de los contextos reales; y que, por lotanto, la filosofía (tal como nosotros la entendemos) es la varita mágica encar-gada de transformar revolucionariamente la sociedad. Claro que no. aun en elplano del simple conocimiento científico, el método está lejos de desempeñartal papel, y no se diga en la compleja esfera de la actividad política, a la que sinembargo presta un invalorable apoyo logístico. término que empleo intencio-nalmente para subrayar que el materialismo dialéctico sigue siendo una de lasprincipales armas de la revolución y, por lo tanto, un “arma cargada de futuro”.

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elementos y niveles deconceptualización del fascismo

desprendidos de un universo teórico que les confiera un sentido inequívoco,los conceptos terminan por parecerse a esos albergues de la juventud europeosen donde uno no encuentra más cosas que las que personalmente ha traído.

en tal caso, los conceptos tienen un uso arbitrario y cualquiera discusiónal respecto desemboca en el vacío del nominalismo. pero hay que suponer quenadie trata en términos tan rudimentarios un problema crucial como el de lasbrutales dictaduras que asuelan a buena parte de nuestro continente; sino queel tema es abordado siempre a partir de un marco teórico por lo menos subya-cente y que convendría volver explícito con el fin de canalizar adecuadamentela actual controversia en torno al fascismo.

si enfocamos el problema en una óptica weberiana por ejemplo, habrá queproceder a la construcción de un tipo ideal a partir de los elementos más signi-ficativos de una situación histórica que en nuestra “cultura” ha recibido el nom-bre de “fascista”, creando así un modelo heurístico que servirá para evaluar otrassituaciones que aparentemente presentan rasgos afines. mas téngase en cuentaque aquellos elementos “significativos” no se seleccionarán de acuerdo con uncriterio distintivo de lo que es realmente esencial y lo que no lo es –puesto quetal jerarquía no existe objetivamente para Weber– sino que la selección estaránormada por criterios en última instancia subjetivos (“culturales”) como losque maneja la sociología comprensiva. en el mejor de los casos se llegará poreste camino a la elaboración de un concepto “típico ideal” bastante descriptivode fascismo, basado en cuatro, seis, ocho o por qué no veinte o treinta rasgosprovenientes de cualquier instancia, forma o aspecto de la situación históricaque sirve de referente empírico. no es por lo demás un azar el que con este“método” se llegue casi siempre a una misma “conclusión”, que para Weber–más coherente que sus discípulos– eran más bien una premisa teórica: la deque los hechos históricos constituyen constelaciones causales fatalmente sin-gulares y por ende irrepetibles. Y es que, a condición de aceptar de entradacierta concepción de la historia, el resto se torna evidente por sí solo: el Chilede los años setenta “obviamente” no es la alemania de los años treinta, lo delave fénix no es más que un mito.

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en cambio, si uno se coloca en una perspectiva de análisis marxista, lacuestión se plantea en términos radicalmente distintos. Ya no se trata de cons-truir modelos “culturalmente” significativos ni de trabajar con categorías pu-ramente descriptivas, sino de empezar operando una distinción neta entre loque es objetivamente esencial y aquello que no lo es, de acuerdo con la teoríamaterialista y dialéctica y mediante la aplicación de sus categorías más adecua-das a la naturaleza del fenómeno que se busca analizar. Lo que interesa en elcaso de regímenes como los del Cono sur de américa Latina es, pues, conocersu esencia, y no por mero capricho intelectual sino porque ese conocimientoes de vital importancia para la acción política. si tal esencia coincide con laconceptualización marxista ya existente sobre el fascismo, lo conveniente es lla-mar a las cosas por su nombre: lo contrario no pasa de ser un acto de logoma-quia que incluso nos priva de un término que es al mismo tiempo una consignade aglutinación y de lucha.

al hablar de fascismo sin duda aludimos a un fenómeno de la superestruc-tura político-estatal, es decir de aquella instancia en que lo económico se “con-centra” a través de la lucha de clases. el estado, decía marx, es “el índice de lasluchas prácticas de la humanidad”, índice que como sabemos cristaliza en es-tructuras de dominación de una clase sobre otra u otras. Quién ejerce el dominiosobre quién y de qué manera lo hace son por lo tanto las interrogaciones esencialesen la esfera de lo político.

tratándose del fascismo, la tradición marxista –por lo menos desde dimi-trov para acá– parece acorde en responder a estas interrogaciones de una maneramuy precisa: el fascismo es la dictadura terrorista que los sectores más reaccio-narios del capital monopólico ejercen sobre la clase obrera primordialmente,en situaciones de crisis o cuando por cualesquiera otras circunstancias sientenamenazado su sistema de dominación. en el concepto de fascismo hay por con-siguiente un cierto número de elementos esenciales que conviene destacar:

l. se trata no solamente de una dictadura burguesa, sino de una dictaduraen que el sector monopólico tiene el predominio omnímodo, incluso sobrelos sectores burgueses no monopólicos.

2. esa dictadura adquiere un carácter terrorista hasta el punto de producirun cambio cualitativo en la forma de dominación y consecuentemente enla forma del estado, operando una ruptura radical con las formas demo-crático-burguesas.

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3. esta forma de dominación se ejerce en lo fundamental contra la claseobrera, que la burguesía identifica como su enemigo principal.

4. tal dictadura aparece como el “remedio infalible en donde el capitalismoatraviesa por una crisis y teme un colapso” (togliatti).

¿Y los demás elementos que a veces se mencionan como constitutivos delfascismo, tales como el partido de masas, el soporte pequeño burgués o laideología nacional-chauvinista? por el momento limitémonos a recalcar que loesencial no está en estos elementos puesto que ellos constituyen simples mediosdestinados a “apuntalar” lo fundamental. “Como ya advirtiera dimitrov –es-cribe rodney arismendi– no es la existencia o no de un partido de masas loque define primordialmente el fascismo, sino su naturaleza de clase y el cambiocualitativo que impone a las formas del estado”1. Y el mismo arismendi nosrecuerda que en los casos de finlandia, Bulgaria y Yugoslavia el fascismo se im-plantó sin una base de masas, apoyado exclusivamente en el aparato militar delestado. Conviene precisar, por lo demás, que el fascismo no es en modo algunouna dictadura de la pequeña burguesía. Y en cuanto a ciertos elementos ideo-lógicos concretos que suelen señalarse como característicos del fenómeno, esevidente que se trata de materiales históricos mutables pero que siempre se ar-ticulan sobre un eje que les confiere una identidad esencial, reflejo de la estruc-tura básica del fascismo: me refiero al rabioso anticomunismo.

definido en esta forma el fenómeno fascista podemos preguntarnos ya siexiste o no en países como los del Cono sur de américa Latina. Comencemospor señalar que el hecho de que Chile, uruguay y argentina o Brasil no seanpaíses imperialistas, sino por el contrario países sometidos a la dominación im-perialista, no es óbice para que allí puedan darse procesos de fascistización;antes bien, la penetración profunda del capital transnacional en esas economíases el punto de referencia fundamental para la comprensión de tales procesos.

si ahora podemos hablar con propiedad de fascismo –seguramente porprimera vez en la historia del subcontinente– es justamente porque a través deesa penetración han madurado las condiciones económicas necesarias para quedicho fenómeno pudiese ocurrir.

Casi huelga insistir en que américa Latina ya no es, en la década de los se-senta, una simple área semicolonial en la que el capital imperialista esté presentede manera casi exclusiva en los sectores primario-exportadores; se trata ahora

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1 “reflexiones sobre el momento actual de américa Latina”, El día, méxico, 7 y 8 de enero, 1977.

de una región en proceso de industrialización “dependiente”, es decir, de unespacio económico permeado hasta la médula por un capital transnacional queha penetrado en el seno mismo de nuestro mercado interior. por muy impreci-samente formuladas que hayan sido las observaciones que algunos autores hi-cieron la década pasada en el sentido de que el imperialismo no es para nosotrosun factor exclusivamente externo sino también interno, no dejaban de revelarla toma de conciencia de una mutación tan importante como la que acabamosde señalar.

sea de esto lo que fuere, el control de los sectores claves de la industria la-tinoamericana por el capital imperialista es un hecho que no deja lugar a dudasdesde hace más de una década y media, como incontrovertible es también elcontrol que ese capital ha establecido en la órbita financiera. en torno a estospuntos nuevos de desarrollo del capital monopólico, a los que habría que añadirnaturalmente el gran comercio y los complejos agroindustriales de factura másreciente, ha ido creándose además una franja de burguesía monopólica nativay con ella el elemento interno decisivo para la conformación de un bloque mo-nopólico extranjero-local (“transnacional” en el fondo) que, junto con las alturasde la burocracia militar y civil vinculadas no solo política sino incluso econó-micamente a él, constituye el eje social de una dominación eventualmente fas-cista, es decir, presta a fascistizarse cuando las circunstancias históricas lorequieran.

Ya no se trata pues de aquellas complejas situaciones de transición al capi-talismo que engendraron a los regímenes absolutistas del pasado (regímenes “oli-gárquicos”), expresión del dominio tripartita de los junkers locales, la burguesía“compradora” y los intereses imperialistas; tampoco es ya cuestión de las anti-guas situaciones de “enclave”, que en el plan político dieron origen a las tiraníassemicoloniales; en fin, ya no estamos frente a crisis de hegemonía ocasionadaspor fisuras en el seno del bloque oligárquico-burgués-imperial (con o sin la ac-ción de movimientos de masas de confusos perfiles clasistas), crisis que dieronlugar a las dictaduras militares tradicionales. al menos este ya no es el caso depaíses como Chile, uruguay, Brasil o la argentina, aunque en situaciones comolas de Bolivia, nicaragua o Haití los procesos de fascistización se presenten ín-timamente entrelazados con los elementos de dictadura militar tradicional enel primer caso o de tiranías semicoloniales en los dos últimos.

Conviene insistir en que, sobre todo en el caso de los procesos más avan-zados de fascistización, el predominio del bloque monopólico se expresa porel rápido desplazamiento del eje central de poder de las franjas burguesas na-

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cionales (es decir premonopólicas) así como de los sectores terratenientes tra-dicionales. esto es fácil de comprobar en un modelo como el brasileño porejemplo, con solo examinar el desarrollo industrial y agrícola de 1964 para acá.

el proceso de violenta centralización y concentración de capitales en el pri-mer sector es bastante conocido y por lo tanto huelga abundar sobre él; encuanto a la evolución del agro solo quisiera señalar que estudios recientes hanpodido comprobar que frente al auge de los complejos agroindustriales de pro-piedad monopólica hay hacendados con predios mayores de 300 hectáreas queapenas perciben un ingreso anual equivalente a la mitad de lo que les corres-pondería a título de salario mínimo regional. “el aspecto nuevo que emerge deestas investigaciones –escribe alberto passos guimarâes– es el de que la pobrezarural ha dejado de ser una peculiaridad exclusiva de la masa de campesinos yasalariados, pues alcanza ya a una parcela importante de agricultores-empresariosde no pequeño tamaño”2.

todo esto no significa, claro está, que los remanentes de la burguesía na-cional o de los terratenientes tradicionales (y hablo de “remanentes” porquesus estratos de punta son refuncionalizados e incorporados al bloque mono-pólico) queden inmediata y totalmente excluidos de ciertos niveles de poderuna vez que el fascismo se instaura. el temor al socialismo o a la simple reformaagraria democrática puede convertirlos incluso en sólidos puntos de apoyo delproceso de fascistización, pero es un hecho que sus intereses y proyectos declase distan mucho de ser los hegemónicos. Basta recordar que la política eco-nómica de los regímenes fascistas persigue una despiadada eliminación de losniveles empresariales “internacionalmente no competitivos” para comprenderel destino de estos sectores que cuando más pueden sobrevivir vegetativa menteen áreas de la economía que no interesan de manera directa al capital mono-pólico o supeditándose cada vez más a su dominio. La omnímoda dominaciónde este último parece pues incuestionable y por ese lado hay base más que su-ficiente para calificar de fascistas a las dictaduras del Cono sur.

en cuanto al otro aspecto definitorio del fascismo, es decir al hecho deque la dictadura terrorista del capital monopólico se ejerza fundamentalmenteen contra de la clase obrera, también parece difícil de impugnar. Hay, en primerlugar, un conjunto de hechos políticos que saltan a la vista. tanto el golpe deestado de Bánzer en 1971, como el de pinochet dos años más tarde, fueron laculminación de acciones contrarrevolucionarias dirigidas centralmente contra

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2 “o complexo agroindustrial no Brasil”; semanario brasileño, Opinâo, 5 de noviembre, 1976.

fuerzas proletarias que a través de procesos políticos diversos lograron articularalternativas socialistas. en este sentido resulta paradójico, por decir lo menos,que algunos estudiosos destaquen el aspecto contrarrevolucionario de estos re-gímenes, pero más bien para negar con ello su carácter fascista. es probableque su razonamiento gire en torno a la idea de que los procesos en cuestióneran en verdad, “reformistas” y no prosocialistas, pero entonces, ¿cómo explicarel hecho de que los mencionados golpes se hayan dado con el explícito fin de“salvar a la patria del comunismo”?

el mismo golpe de 1964 en el Brasil fue más anticomunista que “antipo-pulista” (por más que ciertas interpretaciones interesadas en hacerlo distorsio-nen este carácter) y el golpe de Bordaberry en uruguay se inició con unainequívoca represión masiva de la clase obrera (hasta ese entonces la represiónse había ejercido, y duramente, contra movimientos revolucionarios de otraextracción social). el caso argentino es un tanto más complejo y por eso algunossectores de izquierda dudan en calificar a la situación actual de fascista; peroaquí también es notorio que la instauración de la dictadura de Videla no fuesolo una reacción contra el desmoronamiento del gobierno de la señora mar-tínez, sino también una respuesta represiva a las reivindicaciones obreras y sobretodo a los intentos de autonomización política de esta clase. Interesa destacar,por lo demás, que en todos los casos mencionados el sistema entero había en-trado en una fase crítica que –al menos en opinión de los interesados en de-fenderlo– lo ponía al borde del colapso.

pero no hay solo estos aspectos políticos, que tendrán continuidad con larepresión constante de toda actividad obrera autónoma, sea sindical o partida-ria, sino que además está la cuestión económica que revela con claridad meri-diana el carácter fundamentalmente antiobrero de tales regímenes. el balanceal respecto es bastante fácil de establecer, ateniéndose a los propios datos ofi-ciales: desde que se instauraron regímenes fascistas en Brasil, Chile, uruguay yargentina, el proletariado de estos países ha sufrido una pauperización absolutaque en promedio es del orden del 50%3. el proceso es tan brutal y desembo-zado que uno puede formular la función del fascismo en este terreno en térmi-nos inequívocos: se trata de producir la mano de obra más barata posible enbeneficio del capital monopolista por métodos terroristas. Incluso es legítimoafirmar que el fascismo es el eslabón político necesario para la rápida fusión

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3 Cfr. “fascismo y economía en américa Latina”, Controversia, no. 2. guadalajara, febrero-abril,1977.

del capital monopólico nativo con el multinacional sobre la base de la creaciónde una nueva “ventaja comparativa” (la mano de obra barata justamente) queconstituye el “atractivo” substancial que la burguesía local puede ofrecer en-tonces a su socio mayor. es en todo caso el medio por el cual la gran burguesíaintenta salir de su atolladero histórico, ya no solo aliándose sino está esta vezfundiéndose con un capital transnacional que a su turno está más ávido quenunca de súper beneficios, ahora que la tasa de ganancia ha decrecido severa-mente a nivel mundial por efecto de la crisis.

en fin, parece difícil cuestionar el carácter terrorista generalizado que paracumplir con sus propósitos han asumido las dictaduras del Cono sur. se trata deun terror “moderno”, institucionalizado y sistemático, que sin duda marca uncambio radical en el funcionamiento de la superestructura estatal. “La supresióntotal de las libertades democráticas, como la libertad de coalición, de prensa, dereunión, el derecho de huelga, el sufragio universal directo, etcétera, como tam-bién la prohibición de crear organizaciones autónomas de masas”, todos estoselementos que togliatti señalaba como característicos del fascismo en Italia losencontramos sin duda en los países latinoamericanos fascistizados4.

Incluso un apologista tan conocido de las dictaduras del Cono sur, comoes mariano grondona, reconoce que ellas expresan el advenimiento de unaforma estatal cualitativamente distinta de la democrático-burguesa. grandona,cierto es, no admite que se trate de estados fascistizados sino que prefiere equi-parlos con las formas absolutistas que europa conoció en la fase de transiciónal capitalismo; desde un punto de vista marxista resulta sin embargo difícilimaginar que pinochet o geisel estén cumpliendo tareas históricas similares alas de Luis XIV5.

el desmantelamiento del estado democrático-burgués y su sustitución poruna forma fascista no tiene desde luego por qué revestir aquí exactamente lasmismas modalidades concretas que tuvo en europa, en donde por lo demás va-riaron de país a país. Y ni siquiera es necesario que el proceso sea estrictamenteuniforme en todos los países fascistizados de américa Latina. Bien sabemosque geisel mantiene una caricatura de parlamento mientras le conviene, clau-surándolo y reabriéndolo a voluntad, o que los fascistas uruguayos colocan untítere civil a la cabeza del gobierno, en tanto que pinochet prefiere prescindirde este tipo de rodeos. son singularidades nacidas en la peculiaridad de cada

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4 “a propósito del fascismo”, Escritos político, méxico, era, 1971.5 revísense los múltiples editoriales que al respecto ha publicado grandona en Visión, 1976.

desarrollo nacional, de cada equilibrio o desequilibrio de fuerzas, y en este niveltienen que ser entendidas y evaluadas para ver si tienen o no relevancia en lalucha política; sea de esto lo que fuere, importa tener presente que como sim-ples modalidades que son, únicamente pueden señalar la posibilidad o impo-sibilidad de ciertos movimientos tácticos pero jamás fundar una estrategia. estatiene que basarse en una comprensión, es decir en el reconocimiento de que lalógica que rige el funcionamiento de la superestructura política en su conjuntono es otra que la impuesta por la dictadura terrorista del capital monopólico.

dentro de la unidad que constituye el fascismo hay obviamente margenpara la diversidad, y ello por una razón más que no cabe olvidar: el desarrollodialéctico de la historia, determinado por la lucha de clases, hace que nunca seden superestructuras “químicamente” puras, cristalizadas de una vez por todas.

se trata siempre de procesos en que diversos elementos se combinan de ma-nera compleja, produciendo ciertamente rupturas de orden cualitativo sin lascuales sería imposible hablar siquiera de distintas formas de estado, peroabriendo al mismo tiempo un abanico de gradaciones y matices. por lo tanto,puede haber grados variables de fascistización en cada formación social, comoefectivamente los hay en el Cono sur. Chile, por ejemplo, parece presentar enel momento actual un grado de fascistización mayor que el del Brasil.

entre el plano de lo esencial-universal y el de las singularidades concretasexiste además un plano intermedio, el de la particularidad, que el análisis mate-rialista no puede pasar por alto. en el caso de américa Latina esta particularidadestá dada por el hecho de tratarse de países subdesarrollados y dependientes, conuna economía atrasada, deformada y que ocupa una posición siempre subalternaen el seno de la constelación capitalista-imperialista mundial.

de aquí se desprende una primera característica del fascismo latinoameri-cano que consiste en su imposibilidad de conseguir una base de apoyo popular,es decir de sustentarse en algún movimiento de masas. ello tiene que ver sobretodo con el hecho siguiente: los países dependientes no pueden disponer deuna afluencia de excedente proveniente del exterior que les permita expandirde manera rápida y a la vez relativamente homogénea su economía, sino quemás bien están sujetos a un drenaje constante de excedentes. en esas condicio-nes, o bien su economía crece pero acentuando violentamente las desigualdadesde todo orden y desarrollando únicamente los puntos que interesan al capitalextranjero (sería el caso de Brasil), o bien zozobran en el estancamiento comosería el caso de Chile, uruguay y argentina en el momento actual. La diferenciaentre el primer caso y los tres últimos está dado por dos factores: 1. el que

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Brasil haya adquirido la condición de aliado privilegiado del imperialismo y 2.el que su “modelo” haya logrado implantarse antes de que el capitalismo mun-dial entrara en crisis. La conjunción de ambos factores le permitió adquirir elcarácter de “milagro” (antes de la crisis), pero con un costo social bien conocidoque constituye la barrera estructural que ha impedido el desarrollo de un fas-cismo con apoyo de masas. Inútil pensar siquiera en la posibilidad de una mo-vilización fascista de ciertos sectores obreros o campesinos cuando estas dosclases en conjunto sufren un proceso de pauperización pocas veces conocido:aventurado tratar de movilizar en igual sentido a las masas pequeño-burguesascuando el grueso de éstas soporta los efectos de un brusco proceso de centrali-zación de capitales en beneficio de los monopolios extranjeros.

en los casos de Chile, uruguay y la argentina, la cuestión es más clara to-davía. Limitémonos a añadir que incluso las capas medias han experimentadouna depauperación y una “marginación” que probablemente son las más gravesde su historia. su nivel de vida ha descendido bruscamente y los solos despidosmasivos de empleados públicos han contribuido a crear una legión de cesantes.

en estas circunstancias nada tiene de extraño que la “línea de masas” delfascismo haya sido –allí donde se dio– de muy corta duración. La hubo enChile, por ejemplo, en el momento en que la gran burguesía se enfrentó conel gobierno de la unidad popular movilizando en su contra a vastos sectoresde la pequeña burguesía y ciertos estratos de las capas medias; pero tales mo-vilizaciones terminaron el mismo 11 de septiembre de 1973, sin que se inten-tara siquiera construir un partido fascista sobre la base de estos movimientossociales. factor clave del proceso de desestabilización del gobierno de allende,no podían convertirse en un sólido soporte orgánico del régimen que se ins-tauró después, ya que sus intereses y perspectivas estaban condenadas a entraren colisión con la política promonopólica que es la médula del fascismo. en elmomento mismo de escribir estas líneas la prensa da cuenta de una abiertapugna del gremio de camioneros y la asociación médica con la dictadura chi-lena, en razón de la penuria económica a que se ha conducido a los miembrosde estas dos organizaciones que paradójicamente constituyeron los más eficasesarietes “populares” de la lucha antiallendista6.

otro rasgo particular del fascismo latinoamericano consiste en su imposi-bilidad de implantar una política de tipo nacionalista, dada nuestra configura-ción dependiente. en el plano objetivo esto se torna impensable puesto que el

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6 me refiero a los cables publicados por los diarios mexicanos Excélsior, El día y El sol de Méxicoen la segunda semana de mayo, 1976.

capital monopólico dominante es justamente extranjero y mal puede desarrollaruna política en contra de sí mismo. Y en el plano subjetivo tampoco es fácilagitar banderas nacionalistas para movilizar a las masas por la sencilla razón deque en los países dependientes ello corre el riesgo de adquirir desde la base,proyecciones antiimperialistas.

el elemento nacional-chauvinista del fascismo alemán o japonés se asen-taba sobre un elemento objetivo constituido por la posibilidad real de expan-sión del capital monopólico nativo más allá de sus fronteras patrias; nada deesto puede darse en el caso del fascismo latinoamericano que en sí mismo es elresultado de un movimiento inverso, es decir, de la penetración del capital ex-tranjero en nuestros espacios nacionales. resulta poco menos que ridículo ima-ginarse a Chile, uruguay, Bolivia e incluso la argentina convertidos en paísesimperialistas por obra y gracia de la política fascista, e incluso aquello del “sub-imperialismo” brasileño debe analizarse con la debida atención. en primerlugar, parece desacertado examinar el movimiento del capitalismo en el Brasilcomo si fuese realmente autónomo, es decir independiente del movimiento delcapital internacional que predomina en esta formación social. el intervencio-nismo “brasileño”, patente en la vida política boliviana, uruguaya y chilena(para no hablar de la invervención armada en la república dominicana en1965), es un hecho que dista mucho de corresponder a una diástole del capitalnativo; en su esencia no es otra cosa que un reflejo mediado de la expansióndel capital transnacional. para afirmar lo contrario habría que demostrar pre-viamente que el capital originario de Brasil ha entablado una lucha con el ca-pital imperialista de otras nacionalidades por la conquista de mercados y elaseguramiento de fuentes de materias primas, lo que es falso; para que esto su-cediese tendría que comenzar por independizarse en el seno de su propia for-mación social, cosa que por lo menos hasta ahora no ha ocurrido.

Lo anterior no quiere decir que la franja de capital monopólico nativo nointervenga como socio menor de ciertas aventuras expansivas o que la propiadictadura brasileña no alimente la ilusión de convertir al Brasil en potencia im-perialista aunque sea de segundo orden, lo cual ha dado origen a cierta dosisde “nacionalismo”. Quiere decir, simplemente, que lo uno y lo otro chocancon la barrera objetiva de haber llegado tarde al reparto del mundo. nada másilustrativo al respecto que el fallido proyecto brasileño de ocupar por lo menosel lugar del declinante imperio portugués en áfrica en el preciso momento enque su derrumbe, lejos de facilitar la realización de aquel proyecto, permitíamás bien que las antiguas colonias se encaminasen por una vía socialista.

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el fascismo latinoamericano es, en todo caso, la alternativa política más ex-pedita para la desnacionalización de nuestras economías, como lo prueba el pro-pio “milagro” brasileño. en los paises que se fascistizaron posteriormente, en ladécada de los setenta, este proceso supone incluso el desmantelamiento del an-tiguo sector capitalista de estado, cuya privatización es sinónimo de desnaciona-lización. Con ello el estado nacional acaba por perder todo grado de autonomíafrente al capital extranjero y aun ideológicamente queda desarmado en este te-rreno por más que ciertos teóricos intenten disfrazar la situación hablando de un“nacionalismo de fines” (últimos) que habría reemplazado a un anterior “nacio-nalismo de medios”. Lo que esconden frases como estas no es más que el realproceso de sustitución del viejo capitalismo de estado, muchas veces antimono-pólico y nacionalista, por una nueva situación de capitalismo monopolista de es-tados en la que la fuerza brutal del fascismo militar se aúna con el capitalmonopólico extranjero y la franja monopolista local “transnacionalizada” parallevar a cabo un proceso simultáneo de expoliación de las clases populares y dedesnacionalización de la economía latinoamericana. Con ello, el fascismo terminapor operar no solo un cambio cualitativo en la forma de la dominación políticasino además un cambio de igual orden en el papel económico del estado. Cul-minación de un proceso previo de monopolización del proceso productivo, elestado fascistizado deviene a su turno la palanca más eficaz de constitución plenade la fase capitalista monopolista de estado con las modalidades específicas queésta tiene que asumir con los países dependientes.

Incapaz de poner en marcha un proceso de desarrollo autosustentado, in-ternamente coherente y con reales posibilidades de expansión, el fascismo la-tinoamericano dista mucho de resolver la crisis de las sociedades a las quesubyuga. tampoco puede establecer en ellas una verdadera hegemonía de laclase a la que expresa, si por hegemonía entendemos el hecho de aparecer antelas masas como encamación de los intereses de la nación. falto de un “con-senso”, este fascismo se sustenta básicamente en un aparato militar que tieneque ocupar desde fuera, en una operación de “guerra interna”, todos los puntosestratégicos de la sociedad civil, comenzando por los denominados “aparatosideológicos de estado”. su fuerza es pues, una fuerza militar; su debilidad, unadebilidad civil.

no hay que caer sin embargo en la ilusión de pensar que se trata de regí-menes fascistizados pero de una fragilidad tal que pueden derrumbarse ante laprimera arremetida de las masas. en sí mismo el terror no es poca cosa y peoraún cuando los cuerpos armados que lo ejercen son una prolongación del apa-

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rato imperialista mundial de represión. tampoco hay que subestimar la capa-cidad del capital monopólico para incorporar a su proyecto a las “alturas” dela burocracia civil y a las capas de gerentes y administradores de su vasto apa-rato productivo, constituyendo en torno a ellos una red importante de inte-reses locales. en fin, el hecho de que el fascismo local no pueda conseguir unamplio “consenso” no quiere decir que esté incapacitado de ejercer un terro-rismo ideológico generalizado, incrementando así toda suerte de temores, in-certidumbres y vacilaciones. de no disponer de este abanico de recursoseconómicos, políticos e ideológicos los regímenes en cuestión se habrían de-rrumbado ya como castillos de naipes.

si la debilidad civil del fascismo señala su talón de aquiles y abre la posi-bilidad de conformar en un plazo más o menos breve un frente de masas capazde derrocarlo, su fuerza militar impone la necesidad de crear una verdadera con-trafuerza social dando a dicho frente la mayor amplitud, es decir convirtiéndoloen el punto de convergencia de las aspiraciones legítimas de todos los sectoresantifascistas que constituyen la inmensa mayoría de la población. este puntode convergencia no puede ser otro, a nuestro juicio, que el de la lucha por elestablecimiento de una democracia avanzada que sea la fase mediadora entrela etapa de fascistización que estamos viviendo y la meta socialista que no tar-daremos en alcanzar.

me parece innecesario extenderme aquí sobre el contenido concreto de lafase de democracia avanzada, puesto que sus líneas fundamentales han sido yatrazadas por los partidos populares que son los auténticos portavoces de nues-tros pueblos y la garantía de que las transformaciones previstas se llevan efec-tivamente a cabo. solo quisiera, antes de terminar con este breve ensayo,referirme a un punto particular de la controversia sobre el fascismo que a mu-chos desconcierta.

no hace mucho, alguien me preguntaba por qué si múltiples estudios sobrelas dictaduras del Cono sur coinciden en sus análisis concretos de lo que allísucede en los planos económico, político e ideológico, difieren sin embargo encuanto a la “caracterización” de la situación como fascista o no y sobre todohacen (o hacemos) de este asunto una cuestión vital. Yo creo que la respuestasolo puede provenir de la constatación de que en el marxismo no existen ter-minologías “puras” en el sentido de carentes de connotaciones políticas, ideo-lógicas y aun estrictamente simbólicas. así como al hablar de un feudalismolatinoamericano uno no deja de revelar un mínimo siquiera de filiación con eldenominado marxismo “tradicional”, asimismo al emplear el término fascismo

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no deja de insertarse en cierta perspectiva política y agitar cierta bandera. Y hesubrayado lo de “termino” para poner de relieve que sin aquella filiación o estainserción conceptos como los mencionados igualmente podrían expresarse conuna palabra distinta, es decir con otros signos lingüísticos. de manera técnicanada impide que un significado (concepto) se exprese a través de cualquier sig-nificante.

Lo importante, para no caer en el puro nominalismo, es tener concienciade que ninguna estrategia ni ninguna táctica pueden desprenderse de tal o cualpalabra que empleemos, sino del análisis que hagamos de una situación deter-minada conceptualizándola adecuadamente. Quiero decir con esto que no por-que denominemos “dictadura gorila” o algo por el estilo al régimen terroristaque el capital monopólico ha establecido contra el pueblo chileno va a cambiarun ápice de su contenido fascista, ni va a alterarse en nada la correlación de fuer-zas objetivas que de esta situación se deriva. Y sería más ingenuo todavía supo-ner que la sustitución del término fascismo por otro es el acto de magia quepermite “quemar” etapas y saltar de inmediato al socialismo. si de cuestionesverbales dependiera el avance de la historia, con seguridad los grupos que desdehace mucho las cultivan habrían conseguido por lo menos un éxito en algunaparte del planeta. tengo la impresión (a lo mejor errónea) de que esto todavíano ha ocurrido ni está cerca de ocurrir, mientras por otro lado me parece posibleconstatar un poderoso crecimiento de la conciencia antifascista en escala nosolo latinoamericana sino mundial. Creo que los intelectuales progresistas po-demos contribuir con nuestros análisis y denuncias al robustecimiento de estaconciencia positiva y apoyar así las luchas de las genuinas organizaciones demasas. es un punto de vista muy personal, pero al que me apego con firmeconvencimiento.

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el estado latinoamericanoy las raíces estructurales del autoritarismo

I.ConsIderaCIones de orden teórICo

no es un azar el que en esta fase de crisis del sistema capitalista en general, ydel capitalismo de américa Latina en particular, se haya desarrollado entrenosotros un marcado interés por todo cuanto concierne a la problemática delestado. después de todo, es ésta la instancia en que parecieran haberse con-densado las principales contradicciones de las sociedad latinoamericana: cosaen cierto sentido normal, en razón de la propia crisis, pero que no por ellodeja de actualizar una pregunta de mayor alcance: ¿es que el estado capitalistade nuestros países no ha adolecido siempre de una especie de crisis que la pre-sente coyuntura no ha hecho más que agudizar y replantear?

La pregunta no es, desde luego, inocente, ya que apunta a un asunto cru-cial, cual es el de saber si la problemática del estado capitalista latinoamericanopuede o no ser dilucidada, como algunos lo pretenden, a partir de una teoríadel estado capitalista en general, en el supuesto de que tal teoría exista. Y ha-blamos de un simple supuesto, para recalcar que es este mismo punto de partidael que encontramos controvertible. en efecto, ¿qué puede significar tal teoríamás allá de la afirmación, tan cierta como genérica, de que a determinado modode producción, corresponde necesariamente determinado tipo de estado; valedecir, para el caso que aquí interesa, que el estado de nuestros países capitalistases un estado de tipo capitalista?

es verdad que en los últimos tiempos ha habido intentos de desarrollardicha teoría en el sentido llamado deductivista, tendiente a demostrar que almodo de producción capitalista corresponde no solo determinado tipo de es-tado, sino además determinada forma, en la medida en que en la configuraciónmisma de aquel modo de producción estaría inscrita, de manera lógica, unaforma democrático-parlamentaria de estado. mas lo que cabe preguntarse aeste respecto es si se trata realmente de una necesidad o de una simple posibili-dad. a nuestro juicio, la historia demuestra hasta la saciedad que la primerahipótesis resulta insostenible, dado que tal forma de estado ha sido siempre la

excepción, y no la regla, para el conjunto del sistema capitalista. Hasta hoy esel privilegio de un puñado de países que ni siquiera llegan a representar la quintaparte de cuantos integran la cadena capitalista imperialista, hecho que malpuede ser la expresión de una necesidad estructural que se supone va en sentidoestrictamente inverso. Y si de la segunda hipótesis se trata, esto es, de la de unamera posibilidad estructural, queda por averiguar en qué condiciones históricasconcretas dicha posibilidad se realiza. en cuyo caso, ya no nos encontramosante una teoría del estado capitalista en general, sino de la forma que éstetiende a asumir en determinadas condiciones históricas.

Con ello queremos decir que, para comprender la problemática del estadocapitalista latinoamericano, de poco sirve partir de un sesgo conceptual que, ala postre, no conduce más que a la elaboración de una especie de tipología idealdel estado denominado occidental. Incluso las apasionantes reflexiones degramsci sobre la diferenciada relación entre sociedad civil y sociedad política enOccidente y Oriente corren el riesgo de tornarse estériles si no se les despoja delos términos geográfico-culturalistas, de textura meramente descriptiva, que elpensador italiano utilizó para eludir la censura fascista. esto es, si no se retra-ducen dichos términos a un lenguaje explicativo que confiera un sentido teóricoa ese Occidente y ese Oriente, ubicándolos como puntos diferenciados del sis-tema capitalista-imperialista.

Como ya lo sugerimos, el estado capitalista en general no posee forma al-guna que le sea necesaria: lo único que lo define como tal es la necesidad, ellasi estructural, de reproducción en escala ampliada del modo de producción alque está integrado como superestructura. pero, ¿revistiendo qué forma concretael estado capitalista ha de cumplir tal función? esto ya no es posible predecirni deducir en un nivel tan alto de abstracción. Como escribiera marx en sumomento:

“La sociedad actual es la sociedad capitalista, que existe en todos los países ci-vilizados, más o menos libre de aditamentos medievales, más o menos modificadapor las particularidades del desarrollo histórico de cada país, más o menos desarro-llada. por el contrario, el estado actual cambia con las fronteras de cada país”1.

Y es que el estado capitalista solo existe, en cuanto forma ya concreta,como estado capitalista de determinada formación económico-social, con todaslas determinaciones histórico-estructurales allí presentes, resultado tanto de un

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1 Karl marx, “glosas marginales al programa del partido obrero alemán”, en Obras escogidas,moscú, editorial progreso, 1966, t. II, p. 24.

específico desarrollo interno como del lugar que cada formación ocupa en elseno del sistema imperialista. Y es precisamente la configuración de cada for-mación lo que determina en última instancia la forma del estado capitalista,de acuerdo con el grado de intensidad y desarrollo de las contradicciones acu-muladas en su interior, de la posibilidad objetiva de atenuación o acentuaciónde las mismas y de las tareas (funciones concretas) que de allí, se desprendenpara la instancia estatal. en este sentido, parece evidente que las tareas que tieneque cumplir el estado capitalista en formaciones tan disímiles como son las delos estados unidos y Bolivia, por ejemplo, mal pueden ser idénticas, ni haciadentro ni hacia fuera de las respectivas formaciones económico-sociales, siendopor lo tanto imposible que el estado capitalista asuma en ambos casos idénticaforma. si esto último ocurriese, sencillamente peligraría la reproducción am-pliada del sistema capitalista-imperialista en su conjunto.

Y valga este ejemplo para señalar, aunque sea de manera tangencial, la in-validez de aquella tesis según la cual la forma, democrático-parlamentaria o no,que asume el estado capitalista es el resultado indeterminado de la intensidady orientación de la lucha de clases. de ser así, es probable que el estado boli-viano tuviese una forma mucho más democrático-burguesa que la de los esta-dos unidos… La incidencia de la lucha de clases sobre la forma del estadoburgués jamás es mecánica ni indeterminada, sino que se inscribe necesaria-mente en los parámetros estructurales de cada formación social del sistema ca-pitalista todo.

ahora bien, resulta que en el interior de este sistema, y haciendo abstrac-ción de las singularidades más concretas de cada país, la forma del estado capi-talista tiende a ser marcadamente distinta (aunque a la vez complementaria),según se trate del estado correspondiente a las formaciones imperialistas o delestado correspondiente a las formaciones dependientes. Y ello no porque estasúltimas no hayan alcanzado todavía la suficiente madurez política, sino en vir-tud de la propia ley de desarrollo desigual del capitalismo, que no puede dejarde traducirse en un desarrollo formalmente desigual del estado burgués. tesisque parte de la idea leninista de que el sistema capitalista imperialista es, me-tafóricamente hablando, una especie de cadena compuesta por eslabones dedistinto espesor (eslabones fuertes y eslabones débiles), lo cual equivale a decir,en términos teóricos, que el propio desarrollo del capitalismo, sobre todo ensu fase imperialista, lejos de tender a la homogeneización del vasto espacio porél dominado, registra un movimiento más bien inverso, que al mismo tiempoque va creando áreas de descongestionamiento –es decir, de atenuación de sus

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contradicciones– crea también áreas, más amplias aún, de acumulación de lasmismas, con todas las situaciones intermedias que en el límite de estos doscampos pueda haber.

de todos modos, parece claro que, en una aproximación de orden global,las áreas de mayor acumulación de contradicciones (eslabones débiles) coincidencon el espacio de los países llamados subdesarrollados o dependientes. Lo quees más, creemos legítimo sostener que es aquella acumulación la que define elcarácter de estos países, no solo en lo que a su base económica concierne, sinotambién, y correlativamente, en lo que atañe a su instancia estatal. en efecto,ésta se constituye como una superestructura sobrecargada de tareas en la medidaen que 1. tiene que asegurar la reproducción ampliada del capital en condi-ciones de una gran heterogeneidad estructural, que comprende desde la presenciade varios modos y formas de producción hasta la propia malformación del apa-rato productivo capitalista; 2. tiene que llevar adelante ese proceso de repro-ducción en medio de un constante drenaje de excedente económico hacia elexterior, con todo lo que ello implica en términos de acumulación, y de la con-siguiente necesidad de establecer determinadas modalidades de extracción detal excedente; 3. tiene que imponer cierta coherencia a un desarrollo econó-mico-social inserto en la lógica general de funcionamiento del sistema capita-lista-imperialista, cuando a veces ni siquiera está concluida la tarea deintegración de un espacio económico nacional y de la nación misma.

Con solo mencionar estos grandes nudos problemáticos, que por supuestono agotan la cuestión, uno está ya en capacidad de forjarse una idea más precisade la sobrecarga de funciones que le toca asumir al estado burgués de la peri-feria y de las correspondientes formas “anómalas” que éste tiene que adoptarpara garantizar la reproducción capitalista, no es un azar, entonces, que el lla-mado “estado de excepción” tienda a convertirse aquí en la regla; que la socie-dad civil y hasta las propias clases parezcan configurarse a partir del estado, yno a la inversa; o que ese estado adquiera una contextura ambigua, de casi si-multánea debilidad y fortaleza, balanceándose entre tales extremos dialécticosen una suerte de crisis permanente.

obviamente, el contexto histórico estructural señalado no constituye el te-rreno más propicio para el florecimiento de formas democráticas de dominaciónburguesa, ni para la edificación de esa serie de trincheras y fortificaciones en el te-jido institucional de la sociedad civil del que hablaba gramsci. en los países de-pendientes dichos bastiones no son simples metáforas, sino a menudo realidadestangibles, cuando la siempre protuberante instancia política penetra con sus tentá-

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culos militares por todos los poros de la sociedad civil, sea por medio de los aparatosrepresivos locales, sea con el peso de la maquinaria represiva imperial.

de todos modos, el estado de los eslabones débiles tiende a adquirir formasdictatoriales, o en el mejor de los casos, despóticas, en razón misma del cúmulode contradicciones que la sociedad civil no está en capacidad de atenuarlas yque, por lo tanto, a él le corresponde regular. La hegemonía, es decir, esa capa-cidad de dirección intelectual y moral que el mismo gramsci descubrió comouna dimensión importante de la dominación burguesa en Occidente (léase: enlos países imperialistas), no es precisamente el rasgo más destacado de la do-minación burguesa imperialista en los países dependientes. Lo que es más, todoparece contribuir a que tal hegemonía sea siempre insuficiente y precaria: escasezde un excedente económico que permita suavizar las contradicciones más agu-das; desarrollo extremadamente desigual y a saltos, que constantemente conspiracontra la propia unidad de la clase dominante: brechas culturales, en el sentidocualitativo del término, que muchas veces aísla a la cultura burguesa de la delgrueso de la nación; en el límite, y sobre todo en las coyunturas críticas, inclusola dificultad de recuperar lo nacional y popular desde arriba, por temor a quepor allí salte la liebre bajo la forma de sentimientos antiimperialistas.

Los tropiezos en la construcción de una hegemonía burguesa (en el sentidogramsciano del término) en la periferia no obedecen por lo tanto a razones me-ramente coyunturales, y menos todavía a simples fallas ideológicas, sino queestán inscritos en la propia configuración estructural de nuestras formacionessociales, y, más allá de ellas, en la estructura misma de la cadena imperialista,que, en cuanto totalidad de desigual desarrollo, implica no solo desniveles y dis-continuidades infraestructurales, sino también desniveles y discontinuidadessuperestructurales. por eso, si admitimos como válida aquella fórmula según lacual la dominación burguesa está compuesta de coerción y hegemonía, habráque admitir también que esos componentes no están equitativamente repartidosen el mundo capitalista. La dominación burguesa imperialista en los países pe-riféricos no se mantiene precisamente gracias al consenso activo de los gobernados.

Contrariamente a lo que a veces se piensa, la forma democrático-parla-mentaria del estado capitalista, como modalidad relativamente sólida y establede dominación (y no solo como punto precario de un movimiento pendular),no es en modo alguno la superestructura natural del capitalismo, sino más bienla forma: histórica que dicha dominación tiende a asumir, salvo casos y situa-ciones de excepción, en los eslabones fuertes del sistema, merced a la relativahomogeneidad estructural de los mismos y, sobre todo, al flujo favorable del

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excedente económico, del que se han beneficiado y siguen beneficiándose susburguesías por su posición dominante en el conjunto del sistema.

en los países dominados, en cambio, la forma democrático-parlamentariade estado es una flor un tanto exótica; en todo caso, esporádica, y no por ca-sualidad, sino en razón de las propias modalidades que aquí asume la acumu-lación de capital. en este sentido, no deja de ser altamente significativo queraúl prebisch, fundador de la CepaL y gran teórico del desarrollismo, hayatenido el valor de reconocer, con encomiable lucidez, que “el capitalismo apli-cado en los países periféricos es incompatible con la democracia”, dado su “mo-delo concentrador”, que crea un abismo, según sus palabras, entre la minoríaque controla los medios de producción y la clase trabajadora. situación ante lacual prebisch ve una sola salida, consistente en “la utilización de los excedentescomo instrumento de corrección de las desigualdades sociales”2, cosa que desdeluego no nos parece muy compatible con el proceso de acumulación de capitalen escala mundial, salvo en casos de verdadera excepción.

por lo demás, no hay que olvidar que también en el nivel político el sistemacapitalista-imperialista funciona como un todo articulado. La preservación deun espacio democrático más o menos impoluto en el interior de los centros im-periales se basa indudablemente en el mantenimiento de situaciones bastantemenos idílicas en el exterior. Cuando las burguesías imperialistas envían cuerposexpedicionarios hacia sus zonas de interés, o cuando, valiéndose de los cuerposrepresivos locales, promueven la implantación de dictaduras como las latinoa-mericanas, en el fondo no están realizando otra cosa que una constante distri-bución internacional de cuotas de violencia y hegemonía. esas intervencionesdirectas o indirectas en el exterior tienen la función de mantener las condicionesestructurales de su hegemonía interior.

II.refLeXIones soBre La CrIsIs Contemporánea

La última fase de crisis del estado latinoamericano, ubicable sobre todo en losaños setenta, arrancó precisamente de un intento de utilización del excedenteeconómico “como instrumento de corrección de las desigualdades sociales”,para retomar la expresión de prebisch. pero lo característico del caso fue que

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2 Cfr. El Día, “sección Internacional”, méxico, 21 de diciembre de 1980, p. 14.

tal proyecto no provino de una burguesía modernizante y reformista, que aestas alturas de nuestra historia era ya raquítica, si no es que inexistente, sinode las fuerzas populares que irrumpieron en el escenario político de Chile, uru-guay, argentina, Bolivia y otros países, a raíz de la bancarrota de las experienciasnacional-populistas y reformistas, así como de las configuraciones estatales aque ellas habían dado lugar.

muchas de las tareas que aquellas fuerzas populares impulsaron o trataronde impulsar, según los casos, en rigor no eran tareas socialistas: eran medidasde corte democrático, como la reforma agraria; o medidas de corte patrióticocomo la nacionalización de los sectores económicos en manos del capital ex-tranjero. pero –dada la debilidad de la burguesía nacional propiamente dicha,el enorme peso histórico de los burgueses agrarios (oligarquía) y la importanciacada vez mayor del capital monopólico transnacional, así como la íntima liga-zón entre todas estas fracciones del capital y su expresión estatal– fue la propiaexistencia del capitalismo periférico y su estado la que se vio cuestionada, hechoque configuró una polarización de fuerzas entre un campo revolucionario yotro contrarrevolucionario. Y es que la propia crisis del modelo de acumulaciónllamado de posguerra, patente ya en los años sesenta, no dejaba mayor margenpara fórmulas intermedias: o bien se emprendían transformaciones estructuralesprofundas que tendiesen a la homogeneización de la matriz económico-socialy a la contención del drenaje del excedente económico hacia el exterior, o biense implantaba una nueva modalidad de acumulación de capital por la vía reac-cionaria, basada en la acentuación de las desigualdades de todo orden y, fun-damentalmente, de la originada en la relación entre el trabajo asalariado y elcapital. Y esto, no porque la burguesía local fuese ideológicamente incapaz desuperar sus intereses estrechamente corporativos y de realizar algunas concesiones,sino porque ella misma se encontraba atrapada en la red de un conjunto decontradicciones históricamente acumuladas, dentro de la que cualquier tipode concesiones ponía en peligro el propio proceso de acumulación de capital.

en efecto, la crisis aparentemente coyuntural derivada del agotamiento delmodelo previo de acumulación no había hecho más que poner al descubiertouna crisis estructural más profunda3, imposible de solucionar mediante el mero

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3 Crisis de una estructura agraria producto de la vía reaccionaria de desarrollo del capitalismo yde la inserción subordinada en la división internacional capitalista-imperialista del trabajo; crisis de unsector secundario compuesto sobre todo de industria liviana y dependiente, para la adquisición de ma-quinaria, de las divisas generadoras por el sector primario exportador, e incapaz, por lo mismo, derealizar una adecuada acumulación de tecnología, etcétera.

diálogo en torno a una mesa de negociaciones. no se trataba de un simple re-gateo sobre la distribución del excedente económico, sino de un replantea-miento de las condiciones estructurales de generación del mismo.

Las luchas sociales tendieron, pues, a radicalizarse, apuntando, como eslógico, a significativas transformaciones de la instancia estatal. rígidas a la vezque débiles, en razón de la siempre tensa relación entre sociedad civil y sociedadpolítica, las instituciones de esta última eran poco aptas para absorber y regularel agudo conflicto. La confrontación que se venía desarrollando en el seno dela sociedad civil solo podía conducir, por lo tanto, a situaciones de ruptura,que a la postre llevarían a una transformación de las formas estatales.

el triunfo de la contrarrevolución en el Cono sur, que hacia mediados dela década de los setenta era un hecho general y consumado, produjo una drás-tica alteración de la correlación de fuerzas, que a su turno allanó el camino parasustanciales cambios, en el estado capitalista de américa Latina.

Como resultado del propio proceso contrarrevolucionario, armado (guerraabierta de clases), surgió un estado altamente militarizado, que expresaba unaforma de dominación terrorista por parte de la burguesía, lo cual equivalía auna violenta acumulación de poder, antesala de una no menos violenta acu-mulación de capital.

La derrota del movimiento popular, con la consiguiente desarticulaciónde sus organizaciones partidarias y gremiales, permitió, en efecto, una bruscaredefinición de la relación previamente establecida entre el capital y el trabajoasalariado: el drástico proceso de pauperización de la clase obrera que siguiódice, todo a este respecto. La conversión de una buena parte del fondo de con-sumo obrero en fondo de acumulación de capital se convirtió en el rasgo dis-tintivo del nuevo modelo. Incapaz de reactivar el proceso de acumulación através de innovaciones tecnológicas o de una reorganización empresarial, porejemplo, a la burguesía en el poder no le quedaba otro recurso que el de reac-tivarlo mediante un ajuste de cuentas con el trabajo asalariado. Y en el agro larespuesta tampoco podía ser democrática: la vía reformista fue cancelada, enbeneficio de una política que favorecía el desarrollo del gran capital.

pero la forma terrorista que asumió el estado no solo sirvió para esto, sinotambién, y simultáneamente, para una redefinición de las relaciones entre lasdistintas fracciones del capital, tanto a nivel económico como a nivel político.

era obvio, en primer lugar, que a estas alturas de la historia latinoamericanala fracción burguesa nacional (relativamente autonomista) ya no tenía ningúnproyecto coherente de desarrollo que ofrecer. es más, la crisis del modelo de

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acumulación llamado de posguerra –que culminó en los años cincuenta y de-clinó en la década siguiente– no fue otra cosa que la expresión del fracaso deesa fracción burguesa.

en segundo lugar, parece igualmente evidente que en el decenio de los se-tenta la fracción oligárquica ya no poseía ninguna perspectiva histórica: el ca-pitalismo latinoamericano mal podía salir de su crisis retornando hacia formasprimitivas y caducas de acumulación de capital.

La única fracción burguesa que podía ofrecer una alternativa y dirigir elproceso imponiendo su proyecto histórico era, pues, la fracción monopólica.esta representaba, por lo demás, el punto exacto de confluencia entre el procesode acumulación en escala nacional y el proceso de acumulación en escala mun-dial. así, la redefinición de la relación entre el trabajo asalariado y el capital enel plano interno expresaba no solo un cambio de la modalidad de acumulaciónen este ámbito, sino al mismo tiempo, la creación de la posibilidad de unanueva forma de inserción en la división internacional del trabajo; tal comoahora lo requería el sistema imperialista. era además la fracción monopólica,transnacionalizada ella misma, la que mejor podía concebir e impulsar unabrusca transnacionalización de los puntos medulares de la sociedad latinoame-ricana: transnacionalización de la propiedad en los sectores económicos depunta, desde luego, y con ello del sistema mismo de producción; pero igual-mente transnacionalización del consumismo (consumismo desatado en ciertosniveles); transnacionalización de los precios de las mercancías (libre juego dela oferta y la demanda monopólicas, salvo en lo que al precio de la fuerza detrabajo concierne); transnacionalización, en fin, de importantes esferas de laideología y la cultura a través del control de los medios masivos de difusión.

si la lógica de la contrarrevolución había llevado a la configuración de unestado dictatorial terrorista, que extendía sus tentáculos militares por toda lasociedad civil, la lógica de la nueva modalidad de acumulación exigía, a suturno, no solo el mantenimiento de tal forma de dominación, sino además queésta tratara de institucionalizarse mediante una remodelación del cuerpo socialen una dirección corporativa destinada a encuadrar y regimentar la actividadciudadana en función de los intereses y expectativas del gran capital. Que esteproyecto no acabara de cuajar, gracias a la resistencia popular, es ya otro asunto,que remite a las debilidades que, aún en sus momentos de mayor autoritarismo,caracteriza a las burguesías dependientes. sea de esto lo que fuere, es un hechoque el estado latinoamericano sufrió en este proceso una significativa trans-formación: se despojó de su aspecto arbitral, populista y, en cierta medida, be-

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nefactor y paternalista; redefinió sus formas de intervención en la economía;canceló su dimensión de capitalismo de estado a secas para convertirla en ca-pitalismo monopolista de estado. transformaciones, todas éstas, que mal po-dían realizarse por una vía democrático-parlamentaria o similar.

se podría pensar, a estas alturas de nuestra exposición, que tal vez estamosextrapolando arbitrariamente la situación del Cono sur a todo el contexto la-tinoamericano. pero, sin desconocer las significativas diferencias existentes entrelos distintos países de la región, conviene señalar que, si tomamos como puntode referencia el año de 1976, por ejemplo, las situaciones de dictadura reac-cionaria eran casi la regla en américa Latina. Las había en argentina, Brasil,Bolivia, uruguay, Chile, paraguay, perú, ecuador, nicaragua, el salvador, gua-temala, Haití y granada; en buena medida también en la república domini-cana y Honduras, y, bajo una fachada civilista, en Colombia. al mismo tiempo,y no por azar, se desarrollaban procesos de desestabilización en Jamaica, trini-dad y tobago, guyana e incluso méxico, amén de la situación ambigua por laque atravesaba panamá. La crisis del capitalismo había sacudido profundamentelas sociedades latinoamericanas, cuyos estados vivían un momento tambiéncrítico, de redefinición, caracterizado por una serie de procesos de desarticula-ción y rearticulación que por lo general hallaron su punto de equilibrio en lasfórmulas dictatoriales reaccionarias.

sin embargo, el proceso todo estaba cargado de una ambivalencia y unaprecariedad tales que no podían dejar de expresarse aun en el momento en queel estado burgués parecía haber adquirido su mayor consolidación. Y es que larespuesta reaccionaria a la crisis del capitalismo, que por un lado era la únicacapaz de dar una salida a la crisis desde la perspectiva del gran capital, por otrolado implicaba una acentuación de las contradicciones y desigualdades de todoorden, antes que un principio siquiera de atenuación (descongestionamiento) delas mismas. no es una casualidad que el citado prebisch, perplejo ante el cursoque finalmente tomó el desarrollo del capitalismo en américa Latina, haya lle-gado a descubrir en éste una especie de verdadera corrupción.

además de ser significativamente concentrador, el capitalismo periférico, es-pecialmente el que existe en países de américa del sur, venía presentando unasuerte de corrupción que –en opinión de prebisch– es inconcebible. “una formade corrupción es la tendencia a imitar el consumismo de los grandes centros.

otra es la penetración incontrolable de las transnacionales, al mismo tiempoque los sindicatos prácticamente han sido anulados”. sin embargo, lo que másimpresiona al economista argentino es la expropiación de sectores dentro del pro-

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pio capitalismo. “La situación llega a tal extremo”, dice prebisch, “que los capi-talistas financieros comienzan a usurpar a los capitalistas productivos. en otraspalabras, los bancos comienzan a engordar y las industrias a enflaquecer”4.

¿Corrupción de la historia o devenir previsible de formaciones regidas porun modo de producción que necesariamente implica procesos de concentra-ción, centralización, monopolización y transnacionalización del capital, bajola égida del sector financiero, y cuya única lógica de desarrollo es la determinadapor las posibilidades de obtención de superganancias para dichos sector? nosinclinamos a pensar que más bien se trata de un proceso natural, pero que pro-duce efectos tanto más aberrantes cuanto más débil es el eslabón de la cadenacapitalista-imperialista en que tal “desarrollo” ocurre.

en semejantes condiciones, este mismo desarrollo tropieza, inevitable-mente, con una nueva forma o nivel de contradicción, que en cierta medidaviene a obstaculizar la reproducción ampliada del sistema. nos referimos a unproblema de orden superestructural, que consistía en la dificultad, la casi im-posibilidad, de conformar una hegemonía burguesa (siempre en el sentidogramsciano del término) en un área del mundo que ahora más que nunca ne-cesitaría, bajo la perspectiva del sistema imperialista, ser estabilizada, convertidaen zona de consenso, aunque solo fuese por estas dos razones: el notable cambiode la correlación de fuerzas entre Occidente y Oriente –que para el caso son si-nónimos de sistema capitalista y sistema socialista–, y la gran extensión de lassituaciones críticas a nivel mundial, es decir, la multiplicación de los puntos deruptura y desmoronamiento de la dominación imperial. mas, ¿cómo construiresta capa de consenso, de ideal hegemonía, en una región donde el desarrollodel capitalismo requiere, estructuralmente, implantar modalidades de acumu-lación, y por ende de extracción del excedente económico, que demandan lasmás férreas formas de dominación?

La administración de Carter trató de resolver esta contradicción medianteun acto de voluntarismo que desde arriba pretendía alterar la relación entre vio-lencia y hegemonía. pero esta relación, ya lo dijimos, no se establece de maneraindeterminada, sino que se desarrolla como correlato político del desarrollodesigual del capitalismo en escala mundial, hecho que, desde luego, mal podíani quería subvertir la administración de Carter, hacerlo hubiera equivalido, porlo demás, a subvertir la estructura misma, de la cadena imperialista, forma in-herente al desarrollo del capitalismo en su fase superior.

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4 El Día, op. cit.

por esto la política de democratización preconizada por Carter terminó enun rotundo fracaso, salvo en casos excepcionales, y que tampoco obedecierona una lógica sencillamente político-ideológica. tal es el caso de ecuador, porejemplo, en donde el retorno al régimen constitucional de 1979 (bastante pre-cario por lo demás) tuvo por base las posibilidades abiertas por siete años departicipación burguesa relativamente ventajosa en el reparto mundial del ex-cedente económico capitalista, como país petrolero, antes que por las prédicasdel gobierno de Washington.

en efecto, el propio cambio en la correlación mundial de fuerzas creó, enla década pasada, la posibilidad de que las burguesías de algunos países del ter-cer mundo modificaran su cuota de participación de aquel excedente, en unmovimiento de efectos plurivalentes para el conjunto de sistema. por una parte,la alteración del precio de los energéticos no hizo más que agravar la crisis delos países capitalistas avanzados (por más que sus corporaciones petroleras, pes-cando a río revuelto, obtuvieran jugosas superganancias), y desde luego preci-pitar las contradicciones en los países periféricos carentes de energéticos. porotra parte, abrió la posibilidad de que en el interior del tercer mundo se ro-bustecieran, en términos relativos, algunos eslabones: sería, en américa Latina,sobre todo el caso de méxico (por razones concretas que no es del caso entrara analizar aquí), en menor medida el de Venezuela y, en un nivel menor aún,el del ecuador. pero el reforzamiento relativo de estos eslabones, que en deter-minada perspectiva constituía y constituye un factor estabilizador (atenuaciónde ciertas contradicciones internas; posibilidad de afianzamiento, aunque seatemporal, de la democracia burguesa), en otra perspectiva introdujo una va-riable que implicaba la aparición de una nueva contradicción en el plano re-gional. al desarrollarse en algunos países del área una modalidad deacumulación que real o potencialmente dejaba de gravitar sobre el eje de unadrástica redefinición de la relación entre el capital y el trabajo asalariado (en elsentido ya señalado), para apoyarse más bien en una mejor participación en ladistribución mundial del excedente económico capitalista, tales países tendie-ron a diseñar políticas con grados variables de autonomía, que en última ins-tancia terminaron por resquebrajar al bloque proimperialista de américaLatina. La crisis que sobrevino en la oea quizás sea la expresión más clara deeste fenómeno.

dentro de este contexto se produjo el fin del reflujo coyuntural de las lu-chas de las clases populares de la región, que a partir de 1978 volvieron a es-tremecer la superestructura política impuesta por el gran capital, rebasando

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naturalmente los proyectos de democratización desde arriba, elaborados por laadministración de Carter. La apertura democrática de la dictadura brasileñatuvo que ir, en cierto nivel, más allá de lo que la cúspide burguesa había pre-visto, gracias a los espacios abiertos por un impetuoso movimiento de masas,aunque en otros planos dicha apertura tendía a cerrarse. en Bolivia, la crisisdel estado burgués se expresó en bruscas oscilaciones que culminaron con elgolpe contrarrevolucionario de garcía meza. en Colombia y perú, el estadono terminó por salir de su crisis, enmarañado en formas ambiguas en las quelos hilos de la democracia burguesa agonizante en el primer caso y extraída conforceps en el segundo– se ven constantemente en peligro de ser cortados porlas bayonetas.

pero a partir de 1978 en ningún área la crisis del estado capitalista latino-americano ha sido tan aguda como en el eslabón relativamente más débil cons-tituido por Centroamérica y el Caribe. Y hay razones histórico-estructuralespara ello, como intentaremos demostrarlo en nuestro siguiente ensayo: “Lasraíces de la pradera encendida”.

en el caso de nicaragua, el estado burgués dependiente saltó en pedazos,dando lugar al establecimiento de un estado democrático-popular, que dehecho implica un punto más de ruptura en la cadena de explotación y domi-nación imperialista. el imperialismo estuvo, por lo demás, inmediatamenteconsciente de ello, tal como lo demostró el viraje de la propia administraciónCarter, que desde mediados de 1979 sustituyó su política de “defensa de losderechos humanos” por una política de mano dura hacia ese país, así comocontra la granada de Bishop, que también a partir de aquel año intentó libe-rarse del yugo imperial. es más, fue a raíz del cambio de la correlación de fuer-zas ocurrido en la zona de Centroamérica y el Caribe que se desencadenó laetapa de la llamada segunda guerra fría, que tomó como uno de sus principalespretextos la supuesta presencia de una brigada soviética de combate en Cuba,poco antes de que se realizara la sexta reunión Cumbre del movimiento delos países no alineados, en la Habana.

esto no fue suficiente, desde luego, para contener el creciente deteriorode la situación centroamericana. el caso salvadoreño es elocuente al respecto,ya que muestra, precisamente en la profundidad de su crisis, la real contexturadel estado burgués de la periferia, el cual, ante un embate decidido de las fuerzaspopulares, queda literalmente pendiente de un hilo: con mayor precisión, delcordón umbilical que lo liga con la metrópoli. en esta metrópoli no se ignora,a su vez, que la debilidad de tal estado no es un fenómeno simplemente super-

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estructural, sino que tiene sus raíces en una infraestructura que de alguna ma-nera tiene que ser reformada; solo que dicha reforma no puede efectuarse real-mente sin cuestionar al mismo tiempo la contextura del sistema imperialista,que no por casualidad es lo que es y no otra cosa.

si la primera fase de la administración Carter se caracterizó por ese volun-tarismo al que nos hemos referido –con el cual se intentó revestir a la domina-ción imperial de un ropaje intelectual y moral democratizante–, laadministración de ronald reagan estuvo marcada en cambio, desde sus inicios,por una posición pura y dura. Como afirmó roger fontaine, uno de los prin-cipales asesores de reagan para asuntos latinoamericanos y coautor del primerDocumento de Santa Fe, lo que convenía a nuestros países era, en el mejor delos casos, una democracia con d minúscula. mejor definición no se podía darde la suerte que correríamos en la década de los años ochenta.

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Vigencia y urgencia del “Che”en la era del neoconservadurismo*

La democracia solo existirá en América Latinacuando los pueblos sean realmente libres para

escoger, cuando los humildes no estén reducidospor el hambre, la desigualdad social, el

analfabetismo y los sistemas jurídicos a la másominosa impotencia.

(Che, “discurso de punta del este”, 1961)

recuerdo que hace algún tiempo, en una mesa redonda realizada en el marcode un congreso de la asociación Latinoamericana de sociología, cierto colegarioplatense nos reprochó airadamente nuestras referencias al imperialismo. meparece estar escuchando las viejas arengas de los años sesenta expresó, para luegoañadir que en la actualidad el concepto de imperialismo no tiene la menor uti-lidad teórica, además de ser, a su juicio, una “obvia” simplificación política. Loque ahora interesa discutir, concluyo, es la cuestión de la democracia.

al cabo de varios meses, y no por azar volví a oír la misma cantilena, estavez en boca de un filósofo español a quien la categoría imperialismo le parecíatan démodée como el entero pensamiento de Lenin. actualmente vivimos, ex-plicó el filósofo, la problemática de la posmodernidad; es decir, la de una épocacaracterizada por el pluralismo ideológico, por el respeto a todas las culturas;hemos entrado en una época de apaciguamiento político, asistimos al eclipsede las posiciones “fundamentalistas” y a su reemplazo por un estado de ánimomás bien lúdico y escéptico.

¿será verdad que la era del imperialismo ha terminado y que solo siguenobsesionadas con él ciertas mentes “atrasadas” incapaces de entender que elmundo ha devenido por fin el hogar privilegiado de la democracia y la posmo-dernidad?

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* ponencia presentada en el 1 seminario Científico Internacional que, con motivo del 60 aniver-sario del natalicio del Che, se llevó a cabo en Buenos aires, del 8 al 11 de junio de 1988.

Voy a permitirme observar, de entrada, que la misma cuestión de la de-mocracia no puede plantearse al margen del problema del imperialismo. desdeel punto de vista de nuestros países, está claro que mal podremos hablar de de-mocracias plenas mientras no hayamos conquistado la plena soberanía. Cuandoésta es limitada, la democracia también lo es. pero hay algo más: como ha de-clarado, con mucha lucidez, el escritor mexicano Carlos fuentes, los propiosestados unidos tendrán que optar, finalmente, entre “ser una democracia o unimperio”1. en efecto, no es congruente el hecho de proponerse, por un lado,como el paradigma de la democracia representativa y del respeto a los derechoshumanos, y por el otro, sembrar la muerte y la destrucción sistemáticas entodos aquellos lugares donde los intereses imperiales se sienten amenazadosaunque sea en mínima escala.

Y es que la seductora imagen –mitad idílica, mitad decadente– de una pos-modernidad lúdica y refinadamente escéptica, dista mucho de corresponder alos datos crudos de la realidad mundial. al contrario, en la medida en que elsistema imperialista se ha visto afectado por una profunda crisis económicadesde mediados de la década de los setenta, y que ha sufrido importantes des-membramientos en el quinquenio 1974-79 (con los triunfos de los movimien-tos de liberación nacional en vastas zonas claves de asia, áfrica y américaLatina), en esa medida, decimos, ha acentuado sus reflejos más beligerantes yreaccionarios en todos los niveles, tratando de recuperar, por este medio, la he-gemonía perdida; es decir, persiguiendo el absurdo anhelo de restaurar el esta-tuto imperial aparentemente incuestionable del que gozaban los estadosunidos a la altura de 1945.

por ello, el campo imperialista, en vez de evolucionar políticamente haciael liberalismo –en el sentido más noble y humanista del término– se ha atrin-cherado en un férreo conservadurismo, desde aquel año clave de 1979 en quela primera ministra margaret thatcher asumió la jefatura del gobierno delreino unido. poco después, en 1981, la era reaganiana comenzó, y con ellala arremetida frontal contra los pueblos rebeldes del tercer mundo. La ideadel roll-back se impuso como línea estratégica y para tal fin la administraciónreagan llegó a armar un conjunto de ejércitos mercenarios que en total re-presenta, en la actualidad, la nada despreciable suma de alrededor de mediomillón de hombres, equipados con los mas modernos y mortíferos armamen-

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1 “fuentes: eua tendrá que escoger entre ser democracia o imperio”, La jornada, méxico, 6-V-88, p. 17.

tos. La contrarrevolución se puso, pues, en marcha por doquier, y aunque enningún lugar logró triunfar2, en todos consiguió sembrar la muerte, el hambre,la desolación. La llamada guerra de baja intensidad ha sido finalmente una gue-rra de desgaste destinada a evitar que los frutos de las luchas de liberación sevuelvan tangibles, traduciéndose en bienestar colectivo; desgaste que ademáspersigue el propósito de servir de escarmiento a otros pueblos que eventual-mente podrían desafiar al Imperio.

en el caso de américa Latina, esta política belicista se ha hecho sentir tantoen los casos de intervención directa de los ejércitos metropolitanos, en granaday las malvinas, como a través de la guerra de “baja intensidad” en Centroamé-rica, que en lo que va de la década ha dejado ya un saldo de más de 100 milmuertos, aproximadamente el doble de heridos, y millones de damnificados.

La más reciente arremetida de los estados unidos contra panamá muestra,por lo demás, hasta qué punto el imperialismo estima absolutamente “normal”su injerencia en los asuntos internos de los estados dependientes, a la vez queilustra otras dos cuestiones: de un lado, la pérdida del más elemental sentidode nación y de patria por parte de la “nueva derecha” latinoamericana (repre-sentada en este caso por la cúpula de la denominada Cruzada Civilista); de otrolado y positivamente, la enorme capacidad de resistencia de nuestros pueblos,que no están dispuestos a dejarse doblegar por el imperialismo ni seducir porel canto de sirena de su propia oligarquía.

si en el ámbito político-militar el imperialismo ha resurgido agresivamenteen la presente década, en el plano económico ha ocurrido algo semejante. te-nemos, en primer lugar, una cuerda en nuestro cuello que nos asfixia: los us$420 mil millones de deuda externa de américa Latina, cifra en verdad impa-gable, pero que sirve de aparente legitimación para la extracción, perpetua sino la paramos, del excedente económico que nuestros pueblos sean capaces degenerar.

además, dicha deuda es el mejor pretexto para que el fondo monetarioInternacional, el Banco mundial y, a través de ellos cuando no directamente,el gobierno de los estados unidos imponga a nuestras naciones la política eco-nómica de su agrado y conveniencia. política desnacionalizadora y antipopular,cuyas líneas de fuerza son de sobra conocidas:

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2 salvo en granada, pero no por medio de un ejército mercenario sino con la intervención directade las tropas yanquis.

(a) devaluación constante de nuestras monedas nacionales. (b) elevación de los precios de los bienes de consumo, especialmente po-

pular, y contención simultánea de los salarios.(c) fin de los “subsidios” a las clases populares (que se otorgaban a través

de subvenciones al transporte, a ciertos víveres de primera necesidad, etcétera),al mismo tiempo que establecimiento de subsidios (“incentivos” se llaman eneste caso) a los capitalistas.

(d) privatización del sector de economía estatal en favor, a veces, de los ca-pitalistas nacionales, pero sobre todo de las empresas multinacionales que seapropian a menudo de los bienes privatizados a título de pago “en especie” dela deuda exterior.

(e) reducción del déficit fiscal mediante el despido masivo de funcionariosy/o trabajadores de las empresas estatales, y la drástica reducción de los serviciossociales.

esta política de obvia depauperación de las masas se aplica, por lo demás,de manera indiscriminada y sin contemplaciones, incluso en los países másdesamparados de la región, en tal sentido es una cruel ironía, aunque en modoalguno una casualidad, el que los “héroes” epónimos del actual proceso de re-conversión de la economía latinoamericana hayan terminado siendo nadamenos que el octogenario presidente de Bolivia Víctor paz estenssoro y suministro de finanzas, Juan Cariaga. prevalido de su “éxito”, y sin importarleen absoluto el que concomitantemente miles de trabajadores de su país (quetambién es el país por el cual el Che ofrendó su vida) realicen desesperadashuelgas de hambre en procura de mejores salarios o para recuperar el empleoperdido, Cariaga no vacila en ufanarse de su ejemplar “firmeza”, a la vez quecritica las “debilidades” de sus colegas de otros países:

“el gran problema con los tecnócratas y estadistas de estos países –argu-menta para explicar el fracaso de los planes Cruzado, austral e Inti– es queellos no tomaron decisiones impopulares y además intentaron controlar losprecios… nosotros no hemos impuesto controles de precios porque los preciosse establecen de acuerdo a leyes naturales. fijar precios es como empujar elagua hacia arriba, cuando la naturaleza impone que vaya hacia abajo”3.

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3 “Bolivia has natured” (interview a Juan Cariaga), Newsweek, may 2, 1988, p. 52. mario VargasLlosa, por su parte, no deja de encomiar estos “esfuerzos” y lanzar un sos en favor del “modelo”: “¿noes justo acaso que un país como Bolivia, que desde hace tres años despliega esfuerzos admirables porponer en orden su hacienda y su vida productiva, reciba de la comunidad de los países libres concesionesy estímulos que difícilmente pueden justificarse en el caso de regímenes que, contra la razón y la historia,

sí, con el pequeño detalle de que la caprichosa “naturaleza” quiere que losprecios de los bienes de consumo popular vayan siempre para arriba, y los queconsumen los ricos –concretamente, los de los productos que exportamos a lospaíses desarrollados– vayan siempre hacia abajo.

desde la óptica neoliberal predominante el único precio no “natural”, y,por lo tanto, controlable y contenible, es el de los salarios, en una época enque, por otra parte y muy elocuentemente, el prototipo del “buen” estadistaburgués tiende a identificarse con el del “macho” que no tiene la menor vaci-lación en adoptar medidas antipopulares.

Y es que debemos comprender que la contrarrevolución imperialista delos años ochenta no es solo política, militar y económica, mas también ideoló-gica, cultural y ética. si el capitalismo contemporáneo, hasta la década pasadaera todavía un capitalismo vergonzante, con cierta dosis de mala conciencia,de remordimientos vis-a-vis de los pobres, el capitalismo de la era reaganianaha “superado” todos aquellos “complejos”. Hoy se ufana de su propiedad pri-vada, reafirma su fe en las leyes del mercado sin ningún control estatal, rechazacualquier forma de Welfare state o de “populismo” que intente hacer algo enfavor de los menesterosos. en el límite, y como lo atestigua el conocido libroEl otro sendero, del industrial peruano Hernando de soto, ni siquiera tiene es-crúpulos morales en declarar que los misérrimos habitantes de los “pueblos jó-venes” forman parte de la ¡iniciativa privada!

el “neoliberalismo” económico, que no es más que un complemento delneoconservadurismo político, se articula además con un neoderechismo filo-sófico que afirma –a través de los profetas de la nueva derecha francesa, porejemplo– que es la propia idea de igualdad la que hay que extirpar de la faz dela tierra: la igualdad de los hombres ante dios predicada milenariamente porel cristianismo; la igualdad-libertad-fraternidad, lema de una revolución fran-cesa a la que hoy está de moda denigrar en la propia francia (cfr. los textos deun françois furet, por ejemplo); y ni se diga la idea de una igualdad inclusoeconómica, como la propuesta por el pensamiento marxista.

Hay muchos que han manifestado su asombro por el hecho de que en lasrecientes elecciones presidenciales francesas (primera vuelta: 24 de abril de1988), el candidato neofascista Jean-marie Le pen haya obtenido cerca del 15%de la votación nacional y la primera mayoría en marsella, segunda ciudad del

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se empeñan todavía en poner en practica políticas económicas demagógicas e irresponsables que con-denan a sus pueblos a la pobreza y el atraso?”. “entre la libertad y el miedo”, Vuelta, 147, méxico,febrero de 1989, pp. 14-15.

país, de la cual bien podría llegar a ser alcalde si las tendencias políticas galascontinúan desarrollándose como hasta hoy. a mí personalmente me indignael ascenso fulgurante de este hombre reaccionario, racista a ultranza y enfer-mizamente antitercermundista: pero debo confesar que no me sorprende, ha-bida cuenta de un contexto como el actual en el que el imperialismo, ansiosode rehacer una hegemonía en declive, busca su unidad y su levadura ideológicajustamente a través del desarrollo de una cultura con muchos rasgos fascistoides–su dosis de violencia, entre otros–, y sobre todo abiertamente racista y parti-cularmente antitercermundista.

Le pen es lo que es, ya lo sabemos; pero no hay que olvidar que la señoramargaret atcher aseguró su primera reelección gracias a su “hazaña” de lasmalvinas; que ronald reagan incrementó su popularidad con motivo de la in-vasión de granada; y que hoy mismo, mientras escribimos estas líneas, el pri-mer ministro francés, Jacques Chirac, con el aplauso obvio de Le pen perotambién con la venia de françois mitterand, acaba de realizar una masacre en“su” colonia de nueva Caledonia, con manifiestos fines electorales: con su “fir-meza”, Chirac busca ganar para sí los votos de la extrema derecha, sin los cualesno tiene la más mínima posibilidad de triunfar en la segunda vuelta de la elec-ción presidencial; mitterand, por su parte, confiere el visto bueno a la represióncon el propósito de demostrar que el orden colonial francés estará igualmentebien servido con su reelección. Lo aberrante, en todos estos ejemplos, es queel imperialismo ha llegado a tal grado de agresividad consciente contra el tercermundo, que una de las pruebas por las que tienen que pasar sus candidatosantes de ser “democráticamente” elegidos, es la de su capacidad de aplastar cual-quier intento emancipador de la “periferia”4.

es posible que desde el punto de vista de ciertos pensadores –los llamados“posmodernistas”, entre otros–, el concepto de imperialismo haya pasado demoda. aparte de que para ellos el ejercicio del intelecto es justamente eso: unacuestión de modas, no hay que olvidar que su pensamiento forma parte de lagran ola derechizante que hoy invade una porción significativa de los paísesautodenominados “occidentales”. sus intereses, por lo demás, no coincidencon los nuestros, es decir con los del tercer mundo, por mucho que, debido almismo fenómeno de la dependencia, algunos sectores de la élite intelectual la-

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4 Queda entendido que no toda la población de los países imperialistas comparte la política agre-siva de sus gobiernos. en el caso francés, por ejemplo, la izquierda ha protestado de inmediato por lamasacre de nueva Caledonia. solo que esa izquierda es, desafortunadamente, cada día más débil.

tinoamericana comiencen a celebrar –bastante anticipadamente hay que de-cirlo– la fiesta de la “posmodernidad”.

sea de esto lo que fuere, el hecho es que la américa Latina de hoy continúasiendo, salvo en contados puntos, un subcontinente empobrecido y sojuzgado,sediento de liberación. en lo económico, la advertencia que de manera muysencilla formulara el Che hace 27 años, en su discurso de punta del este, se hacumplido a cabalidad:

“La falta de desarrollo provocará más desempleo, el desempleo trae inme-diatamente una baja real de los salarios, empieza un proceso inflacionario; quetodos conocemos, para suplir los presupuestos estatales, que no se cumplenpor falta de ingresos. en tal punto entrará en casi todos los países de américaa jugar un papel preponderante el fondo monetario Internacional”5.

De te fabula narratur: incluso la causa última del fracaso de planes comoel Cruzado, el austral y el propio Inti, radica en esta admonición del Che:

“se insiste en solucionar los problemas de américa a través de una políticamonetaria en el sentido de considerar que son los cambios monetarios, los cam-bios en la moneda, los que van a cambiar la estructura económica de los países,cuando nosotros hemos insistido en que solamente un cambio en la estructuratotal, en las relaciones de producción, es lo que puede determinar que existande verdad condiciones para el progreso de los pueblos”6.

estamos inmersos en plena crisis y sin que las burguesías criollas sean ca-paces de encontrar una salida, entre otras razones porque temen enfrentarsefirmemente al imperialismo. Como el propio Che lo observó en otro de suscélebres escritos, “en muchos países de américa Latina existen contradiccionesobjetivas entre las burguesías nacionales que luchan por desarrollarse y el im-perialismo”; pero “no obstante estas contradicciones las burguesías nacionalesno son capaces, por lo general, de mantener una actitud consecuente de luchafrente al imperialismo”7. en la coyuntura actual, esta pusilanimidad se traducepor el hecho de que ni siquiera hemos logrado hasta ahora conformar la ins-tancia mínima de autodefensa de nuestros intereses económicos nacionales, asaber: un club de deudores.

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5 discurso pronunciado ante la Conferencia del Consejo Interamericano económico y social dela oea, en punta del este, uruguay, agosto de 1961. recogido en ernesto Che guevara, Obra revolu-cionaria, 4a. ed., méxico, era, 1971, p. 446.

6 Ibíd., p. 444.7 “Cuba: ¿excepción histórica o vanguardia en la lucha anticolonialista?”, Obra revolucionaria,

p. 522.

Y en el plano político, es cierto que se han desarrollado algunas iniciativasdignas de encomio, que evidencian la persistencia de una voluntad autonomistalatinoamericana aun a nivel oficial. pensamos, por ejemplo, en el llamadogrupo de Contadora y en su grupo de apoyo, o en los mismos acuerdos deesquipulas; solo que, en todos estos casos, la actitud de américa Latina siguesiendo meramente defensiva. La ofensiva, la sigue manteniendo el Imperio.

pese a la terrible arremetida del imperialismo en la presente década, y alprecio que ello ha significado para nosotros, el espíritu de lucha y la voluntadde resistencia de nuestros pueblos se ha sostenido firme. pero –para qué ocul-tarlo– dicha arremetida ha conseguido en cambio ablandar a una parte signi-ficativa de nuestra intelligentsia: en este plano, es indudable que hay un reflujoideológico, una especie de retorno al más formal de los liberalismos, a la másacartonada filosofía del orden.

dentro de este complejo panorama, parece evidente que un pensamientocomo el de ernesto Che guevara es más actual y necesario que nunca. necesa-rio, para oponer a la contraofensiva imperialista la conciencia y la voluntad deun tercer mundo que no quiere volver a ser mero “objeto” de la historia, sinoseguir siendo un real protagonista de ella. necesario, también, para demostrarque nuestro pensamiento busca mantener un perfil y una voz propios, ser es-cuchado y respetado universalmente, y no reconvertirse en lo que fue en la Co-lonia: simple eco del discurso metropolitano, necesario y actual, en fin, parademostrar que por encima de la empobrecedora imagen “neoliberal” de unahumanidad individualista y egoísta, existe otra imagen del hombre, hecha degenerosidad y altruismo, virtudes que ernesto Che guevara supo encarnar eirradiar como nadie y por doquier.

Verbo convertido en abnegación y lucha, lucha transmutada en resplandorde pensamiento, el Che sigue, a no dudarlo, vivo y vigente sesenta años despuésde su nacimiento.

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La democracia latinoamericana:¿forma vacía de todo contenido?*

en el número 97 de la revista mexicana Nexos un apreciado colega retomabauna afirmación mía con respecto a la democracia y la presentaba como para-digma del desprecio por tan noble categoría. mi texto decía que “la democraciano es un cascarón vacío, sino un continente que vale en función de determinadoscontenidos”, tesis que el comentarista hallaba falsa y abusiva en la medida enque, a su juicio, la democracia “es una forma de relación política que vale en ypor sí misma. se puede afirmar –continuaba– que un régimen democrático noresuelve por sí solo determinados problemas económicos y sociales; se puededecir también que por sí solo no supone la consecución de determinados obje-tivos socialistas, pero la afirmación de que solo vale en función de determinadoscontenidos, exhibe el menosprecio de la democracia frecuente en la izquierda”1.

dejo de lado la sutil transformación de mi razonamiento al añadir ese soloque es tan ajeno a mi texto como a mi pensamiento y aclaro que, en el planoconsciente al menos, no creo contarme entre aquellos que menosprecian la de-mocracia. pero tampoco creo, ni deseo, incluirme en las filas de quienes estimanque la cuestión de la democracia puede ser considerada en abstracto, “filosófi-camente”, por encima de los problemas, contradicciones, articulaciones y co-rrelaciones de fuerzas del mundo real. por el contrario, me interesa rescatartodos estos problemas y preguntarme en qué grado ellos favorecen o no el flo-recimiento de la democracia (precisamente porque no la desprecio), qué con-tenidos concretos dan a cada democracia las clases dominantes (los “gruposhegemónicos” si se prefiere abordar el problema con mayor delicadeza) y quérespuestas y alternativas ofrecen frente a esta realidad las fuerzas socialistas y deizquierda en general. eso es todo, y no veo qué pueda haber de escandaloso enrescatar en el plano discursivo algo que innegablemente ocurre en el plano real.¿o es que alguien puede indicarme dónde se ubica ese maravilloso país de Jauja

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* este ensayo fue presentado como ponencia en el XVI Congreso de la asociación Latinoameri-cana de sociología (aLas), río de Janeiro, 2-7 de marzo de 1986. La presente versión incluyo solo pe-queñas modificaciones.

1 Carlos pereyra, “democracia y revolución”, en Nexos, no. 97, méxico, enero de 1986, p. 19.

en el que la democracia funciona como una forma pura, ingrávida de los pro-blemas y contenidos del conjunto de la vida social?

actualmente hay, sin duda, una tendencia en muchos sectores de izquierdaa considerar que la democracia es una categoría exclusivamente “política”, enel sentido más restringido del término, que en última instancia remite a ciertotipo de relación entre el estado y la “sociedad civil”, relación caracterizada fun-damentalmente por la libertad de expresión, el pluripartidismo, la realizaciónperiódica de elecciones y la observancia de las normas previstas en los respec-tivos cuerpos legales. reglas de juego que en sí mismas me parecen positivas,pero con la salvedad de que nunca funcionan de manera indeterminada, esdecir con independencia de su inserción en cierta estructura más compleja quees la que les infunde una u otra “orientación”.

partiré de algunos ejemplos, tanto más significativos cuanto que se refierenal comportamiento de las democracias que algunos estiman más perfecciona-das, esto es, las de los países capitalistas “centrales”. primer ejemplo. Cuandoronald reagan decidió invadir granada, en octubre de 1983, lo hizo en su ca-lidad de presidente constitucional de los estados unidos, sin violar ningunaley de su país y con un apoyo tan abrumador de la opinión pública estadouni-dense, que cualquier plebiscito salía sobrando. Los congresistas del partido de-mócrata, y ni se diga los republicanos, no pudieron menos que aprobar laacción del jefe de la Casa Blanca, y la infame agresión a la que me refiero seconvirtió a tal punto en gloria nacional que con posterioridad, en la campañapara las elecciones presidenciales de 1984, el candidato demócrata Walter mon-dale declaró que él hubiera hecho lo mismo que ronald reagan de haber sidopresidente en 1983. por si a la invasión de granada le faltase alguna legitima-ción más, el parlamento europeo no dudó en ofrecerle su respaldo: cuna y pa-radigma de la democracia occidental, la europa subimperialista aplaudía la“hazaña” del imperialismo principal. algunos dirán que amor con amor se pagay no estarán equivocados: estados unidos tampoco había vacilado en apoyara Inglaterra y al parlamento europeo en la cuestión de las malvinas. en amboscasos, por lo demás, dichas agresiones al tercer mundo aumentaron enorme-mente la popularidad interna de los respectivos jefes de estado.

recuerdo que el ejemplo que ahora evoco por escrito lo expuse verbal-mente en una sesión del IX Congreso panamericano de filosofía (guadalajara,finales de 1985) obteniendo como respuesta lo siguiente: 1. Que por conde-nables que puedan ser tales acontecimientos ellos no afectaban a la democraciainterior de los estados unidos y europa occidental, y 2. Que en el mejor de

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los casos mi argumentación conseguía demostrar que la vía democrática nosiempre conduce a lo que, a juicio de tal cual sector o corriente de opinión,podrían ser las mejores decisiones. Pero yo no acabo de convencerme de que elproblema sea tan sencillo: habitante del Tercer Mundo, me hace muy poca gra-cia que los países imperialistas decidan “democráticamente” agredirnos, y noveo a título de qué estaría además obligado a admirar una forma que en estecaso sirve de vehículo a tan abominables contenidos.

Por lo demás, bien sabemos que la ocupación de Granada no fue una de-plorable excepción dentro de las democracias occidentales: habría que pregun-tarse más bien a qué país pobre no han agredido. En los mismo días en queestoy redactando este artículo el Secretario de Defensa de los Estados Unidos,Caspar Weinberger, ha dicho y repetido que no hay que olvidar que un “rescate”(sic) como el de Granada podría volver a producirse en cualquier otro puntodel Tercer Mundo, si las circunstancias así lo exigen a juicio de Estados Unidos.

La amenaza estaba dirigida en lo inmediato contra Libia y esta vez los lí-deres de Europa Occidental dudaron en avalarla, mas no por repentinos escrú-pulos morales sino por motivos bastante más prosaicos: Libia provee de petróleoa algunos de esos países, que además temen una confrontación directa con laURSS en “su” mar Mediterráneo2.

Volviendo a América Latina, parece superfluo recordar la agresión perma-nente de que es objeto Nicaragua por parte de Estados Unidos, a pesar de queese país centroamericano es en la actualidad inmensamente más pluralista y de-mocrático que su agresor. Pero se trata de una democracia de contenido populary antimperialista y es eso lo que la administración Reagan no está dispuesta atolerar. Solo cabe recalcar que esta política belicista está apoyada por una mayoríaparlamentaria de la cual los demócratas no están excluidos, y además cuentacon la adhesión del Parlamento Europeo para muchas acciones (fue el caso delembargo económico, por ejemplo). ¿Estaremos, en esta situación también, obli-gados a admirar la pureza de los procedimientos seguidos, para la toma de de-cisiones, sin reparar en los contenidos involucrados, en el conjunto del proceso?¿Estaremos obligados a sostener que a pesar de todo la democracia estadounidensees una democracia sin calificativos, y no una democracia imperialista como yosostengo, para evitar que se nos tache de dogmáticos? Personalmente sigo per-suadido de que no hay procedimiento formal alguno que pueda legitimar latoma de decisiones tan inmorales como las de este ejemplo.

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2 El “rescate” de Libia nunca se produjo por los peligros que implicaría, pero Estados Unidos realizóuna incursión “punitiva” contra Trípoli con posterioridad a la redacción de este artículo.

no quiero convertir a este artículo en un “cuaderno de quejas”, pero tam-poco puedo pasar por alto el hecho de que la presencia del imperialismo dis-torsiona nuestra democracia aún en los casos de países que no parecen servíctimas de una agresión directa. en el plano formal, por ejemplo, Hondurasno es un país agredido como nicaragua ni ocupado a la manera de granada;se rige además por ciertas normas democráticas, con relativa libertad de prensa,pluripartidismo, elecciones periódicas, etcétera. sin embargo, y aun haciendoabstracción de los doscientos “desaparecidos”, uno puede preguntarse legíti-mamente cuál es el alcance de esa democracia en un país en que, como lo señalael historiador ramón oquelí, ni el mismo presidente de la república goza demayor poder de decisión:

“La importancia de las elecciones presidenciales, con fraude o sin él, es re-lativa. este es un país sometido. Las decisiones que le afectan se toman primeroen Washington, luego en la jefatura militar norteamericana en panamá (Sou-thern Command), después en la jefatura de la base norteamericana de palmerolaaquí en Honduras, enseguida en la embajada norteamericana en tegucigalpa,en quinto lugar viene el jefe de las fuerzas armadas hondureñas, y apenas ensexto lugar aparece el presidente de la república. Votamos, pues, por un fun-cionario de sexta categoría en cuanto a nivel de decisión. Las funciones de pre-sidente se limitan a la administración de la miseria y la obtención de préstamosnorteamericanos”3.

espero que nadie interprete estas observaciones de oquelí, que personal-mente comparto, como una prueba del “menosprecio” por la democracia exis-tente, en este caso en Honduras; menosprecio que de ser cierto conduciría a lainevitable conclusión de que lo mismo daría una dictadura terrorista abiertaque el mantenimiento de los espacios y formas actuales, por reducidos quesean. desde luego no da lo mismo, salvo en la óptica de un ultraizquierdismoinfantil (“tanto peor, tanto mejor”) que por lo demás es cada vez más insigni-ficante en américa Latina: los antiguos “ultras”, aquellos que hasta la décadapasada no perdían ocasión de atacar el “legalismo” de los partidos comunistas,son en la actualidad mayoritariamente liberales y lo único a que se mantienenfieles es a su inveterado anticomunismo; solo que ahora han descubierto quelos comunistas no respetan suficientemente la ley...

el problema no consiste, por lo tanto, en luchar contra un maximalismoimaginario, sino en saber si a nombre de que las cosas podrían ser aún peores

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3 Citado por gregorio selser en “Honduras a las urnas: se votó por un presidente, pero el quemanda vive enfrente”, Le monde diplomatique en español, año VII, no. 84, diciembre de 1985, p. 30.

(lo que siempre puede por lo demás ocurrir) uno debe ocultar de modo siste-mático los problemas con que se enfrenta la democracia en la américa Latinade hoy. Y a este respecto me pregunto, no sin alarma, si uno de los éxitos de lapolítica contrarrevolucionaria de que los latinoamericanos venimos siendo víc-timas, sobre todo en su versión moderna de los diez o quince últimos años, noconsiste precisamente en habernos llevado a percibir el mundo a la manera deaquel antihéroe de un cuento de samuel Beckett que, simbólicamente echadoa puntapiés de todos los hogares, todavía se alegra de que no lo persigan tam-bién en la calle para golpearle “delante de los transeúntes” y hasta agradece alcielo que sus opresores sean “gente correcta según su dios”.

¿es que esa gente impecable según su dios y sus reglas de juego que hoygobierna estados unidos se limita a perpetrar sus agresiones en la “zona cliente”de Centroamérica y el Caribe? por supuesto que no, aunque obviamente allí laagresión reaganiana es más fuerte en la medida en que los procesos de liberaciónnacional están mas avanzados que en el resto de américa Latina. pero no hayque olvidar que, aun donde no hay avances revolucionarios, la administraciónreagan visualiza al tercer mundo como un enemigo al que hay que derrotar.

Hace poco, el presidente estadounidense se jactó públicamente de haber“tomado pasos sensatos” que “han conmovido los precios del petróleo y puestode rodillas a la opep”4, declaración que motivó las airadas protestas del primermandatario venezolano y otros líderes del tercer mundo, protestas de las quereagan ni siquiera se dio por enterado. Y es que su desplante con respecto a laopep no fue un ex abrupto inexplicable, sino la lógica derivación de una po-lítica claramente antitercermundista dentro de la cual la lucha contra un nuevoorden económico Internacional (noeI), por ejemplo, ha sido convertida enparte del interés nacional estadounidense, como en más de una ocasión lo haexpresado la señora Jeane Kirkpatrick al calificar tanto al noeI como al nuevoorden Informativo mundial como “algunos de los programas más agresiva-mente antidemocráticos y antioccidentales...”5. Cita textual que no recojo porser la única (las hay por decenas y hasta centenas) sino para que se vea cómolos mismos exponentes de la política estadounidense no dejan de ligar la de-mocracia con determinados intereses económicos muy concretos. al calificaral noeI de “antidemocrático”, la ex embajadora de reagan ha hecho gala deun “materialismo” que no deja de contrastar con el idealismo de cierta izquierdaen pleno repliegue, que no pierde la oportunidad de tildar de “economicista”

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4 El día, méxico, 12-1-86.5 Newsweek, 14-1-85, p. 10.

a cualquier análisis que rescate los ligámenes cada vez más estrechos entre eco-nomía y política, entre intereses de clase y política y, por ende, nos agrade ono, entre economía, intereses de clase y democracia.

exploremos otro ejemplo, ahora destinado a descubrir qué es lo que enpositivo espera el gobierno norteamericano de las democracias del sur. en suvisita oficial a estados unidos, de enero de 1986, el presidente del ecuador,León febres Cordero, fue encomiado por altos personeros de la administracióny por el propio reagan como el máximo ejemplo de gobernante democrático,encarnación “precisamente del tipo de política que queremos alentar a travésdel plan Baker” 6. ¿Qué méritos convirtieron a febres Cordero en objeto detan cálidos elogios? en primer lugar, su conocido despotismo y menospreciopor las aspiraciones populares de los ecuatorianos (ese “espíritu de cow boy”que ronald reagan le aseguró que compartían), aunado a su desinhibido ser-vilismo hacia el jefe del Imperio: “cuando estudiaba en estados unidos un actorme gustó mucho y era ronald reagan. debo confesar que me siguen gustandolas películas de vaqueros, pero ahora veo en reagan al actor que tiene el papelmás importante de la historia”7.

pero, por vergonzosa que sea esta obsecuencia, todavía no fue lo peor; atrásde las palabras rastreras estaban hechos como el de haber prohibido a la diplo-macia ecuatoriana mencionar si quiera el noeI; haber asegurado que si de élhubiese dependido el ecuador nunca habría ingresado a la opep; haber conde-nado a los países árabes por la supuesta utilización de sus ingresos petroleros parapromover el “terrorismo”; además de, según palabras textuales de febres, haber“vendido toda la potencialidad que tiene ecuador en estados unidos... en el sanosentido del término”8. Venta que parece haber incluido hasta los últimos resqui-cios de nuestra soberanía en la medida en que, de acuerdo con declaraciones delcanciller edgar terán, también se discutió con el gobierno de reagan las reformasque febres Cordero había propuesto a la Constitución del ecuador9.

Con estos antecedentes no debe llamar a nadie la atención que el gobiernoestadounidense considere al ecuatoriano como el más acabado paradigma dela democracia latinoamericana. sería inquietante, en cambio, que invocandono sé qué sacrosantos principios alguien me solicitase abstenerme de afirmarque la democracia ecuatoriana, en la fase actual, está dominada por intereses

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6 El día, méxico, 16-1-86.7 La jornada, méxico, 16-1-86. 8 La jornada, 20-1-86.9 El día, 18-1-86.

burgueses, oligárquicos y proimperialistas que, lejos de mantenerla como unademocracia pura, le dan un contenido predominante de clase que no llego a en-tender por qué razón yo tendría que enmascarar, cuando esa me parece másbien ser una tarea de los febrescorderistas. pero ¿no es el pueblo ecuatoriano elque libre y soberanamente eligió a febres? formalmente sí, y garantizo que sinfraude. en qué condiciones estructurales y bajo qué correlaciones dadas depoder, es otra cuestión: el quid de la cuestión diría yo. explorémosla breve-mente.

en un libro que a mi juicio constituye la reflexión más sólida que se hayahecho sobre la democracia en américa Latina, el sociólogo y dirigente polí-tico brasileño francisco C. Weffort define a la democracia en los términossiguientes:

“el imperio de la ley, al cual se subordinen gobernantes y gobernados, la li-bertad de organizarse para competir de modo pacífico por el poder, la libertadde participación del conjunto de ciudadanos, a través del voto, en los momentosde construcción del poder: he ahí los atributos mínimos y esenciales de la demo-cracia en cualquier tiempo y en cualquier lugar que exista o haya existido”10.

subrayo que no tengo nada en contra de ninguna de las libertades y lega-lidades que Weffort reivindica como atributos de la democracia, y que estoyconvencido de que efectivamente lo son y que debemos luchar por su vigencia.sin embargo, hay algunos presupuestos de su definición que no me siento obli-gado a aceptar a pie juntillas, aun a riesgo de que los supervisores de concienciasme acusen de menospreciar la democracia. dudo, por ejemplo, que el poderse construya a través del voto, no solo por razones abstractas que hoy no mepropongo exponer, sino por la buena razón empírica de que jamás he visto nihe oído hablar de ningún lugar del planeta en donde asuntos tan decisivoscomo los que a continuación voy a señalar hayan sido sometidos a votación: a)la cuestión del sistema de propiedad; b) la estructura del aparato militar; c) laconstitución de las relaciones que la CepaL denomina “centro-periferia” (parano hablar directamente de imperialismo).

ojalá en un futuro cercano todos los latinoamericanos seamos convocadosa una clara consulta plebiscitaria para ver si queremos o no que sigan existiendolos grandes monopolios, cosa a la que desde luego me opondré; ojalá nos llamena votar también sobre la forma de organización de nuestros ejércitos, en cuyocaso yo, demócrata hasta las últimas consecuencias, votaré en favor de que en

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10 francisco C. Weffort, Por que democracia?, são paulo, editora Brasiliense, 1984, p. 55.

todos los niveles haya una representación partidaria similar a la de los parla-mentos, de suerte que incluso el estado mayor refleje fielmente el arcoíris po-lítico de cada país; ojalá, por último, un buen día nos conviden a pronunciarnossobre el deterioro de los términos de intercambio y sobre si debemos o no pagarla deuda externa, dos cosas a las que sin dudar responderé negativamente.

decidir sobre este tipo de cuestiones parece a la vez tan vital y tan utópico,tan necesario (si no decido inequívocamente sobre ellas quiere decir que el poderse constituye con prescindencia de mí), pero al mismo tiempo tan alejado nosolamente de nuestra experiencia sino además de nuestras expectativas, quehasta suena como una tomadura de pelo al lector y por supuesto como unatrasgresión de toda regla académica y política de discusión. en el límite, hastapuede aparecer como una “provocación”, es decir, como un inútil desafío, ¡pre-cisamente al poder preestablecido!

pero, lo peor de todo es que no se trata solo de una utopía, sino de unautopía que va en contra de todo el movimiento de la historia, que concentracada vez más un poder que cada día está menos sujeto a discusión y ni se digaa votación.

algunos ejemplos. en los años veinte de este siglo, el ejército brasileño(para no apartarnos del país de Weffort) era un ejército relativamente “pluri-cromático” ya que incluía a oficiales de las más variadas tendencias políticas;antes del golpe del 64 todavía había en él incluso simpatizantes del partido Co-munista; hoy, tiene un único color que en el mejor de los casos admite matices.¿La solución va a consistir entonces en despolitizarlo en un futuro próximo?sería un caso único en el mundo, a menos que por despolitizar se entiendaconvertirlo en el equivalente de los ejércitos que conforman la otan: ejércitosferozmente anticomunistas, inventores de la doctrina de la seguridad nacionaly dispuestos a cometer las peores atrocidades para defender el sistema capita-lista-imperialista, pero que internamente no tienen que intervenir por la sencillarazón de que nadie lo amenaza, por ahora, seriamente.

¿exagero sobre este punto? no lo sé; pero debo confesar que si ello ocurrees bajo el efecto de una lectura reciente que me ha impresionado sobre manera.me refiero a las Mémoires de raymond aron, quien fue mi maestro al que siem-pre admiré a pesar de las diferencias ideológicas, no solo en homenaje a su ta-lento sino porque además me parecía un hombre honesto y liberal, aunqueobviamente de derecha. pues bien, ese profesor al que desde mi silla de estu-diante percibí ilusamente como un humanista respetuoso de los demás, del de-recho y la vida ajenos, incapaz de aprobar el más mínimo acto de barbarie, es

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el mismo que en sus memorias, al responder a una pregunta sobre si apruebao no las torturas cometidas por el ejército francés en argelia y el uso del napalmpor los yanquis en Vietnam, se limita a comentar: “Yo no soy una alma justa”(je ne suis pas une belle ame); “de lejos, es fácil contestar: desde luego”11.

¿Intelectual perverso y antidemocrático? no: intelectual de país imperia-lista dotado de la típica cabeza de Jano que no registra contradicción algunaentre la democracia dentro casa y el terror ejercido fuera de ella. si así razonaun apacible profesor universitario, cómo no lo harán los miembros de esos “de-mocráticos” ejércitos.

pero volvamos a la idea de la concentración del poder, que me parece igual-mente válida en el terreno de la economía (poder económico). Hace mediosiglo, aunque solo fuese como consecuencia del muy bajo desarrollo del capi-talismo latinoamericano, las particularidades y hasta originalidades nacionalesy regionales eran mucho más probables que ahora, cuando las leyes capitalistasfuncionan de una manera más universal y rigurosa debido a la transnacionali-zación de nuestras economías y, por si eso fuera poco, a la estrecha supervisiónejercida por organismos como el fondo monetario Internacional. ¿Qué poderde decisión tiene entonces el ciudadano común y corriente de un país subde-sarrollado sobre un movimiento económico que escapa no solo de las dimen-siones de su unidad productiva, de su barrio y de su pueblo, sino también delámbito de su nación?

el problema parece más agudo todavía ahora, en una coyuntura en que lacrisis del capitalismo en su conjunto exige una reconcentración del poder po-lítico y económico, que la administración reagan está decidida a llevar hastasus últimas consecuencias y a como de lugar. en este sentido, llama mucho laatención que en un libro como el del Weffort no haya la menor referencia alproblema de la dependencia y el imperialismo, sobre todo si se tiene en cuentaque su reflexión arranca de inquietudes surgidas a raíz de una entrevista conun funcionario estadounidense, como él mismo lo apunta. ¿es que Weffon es-timó que el problema de la dependencia nada tiene que ver con el de la demo-cracia? me resisto a creerlo. Como dificultad me cuesta admitir que en lamayoría de los textos que hoy circulan sobre el tema de la democracia, se eludacautelosamente hablar de la futura economía: ¿van a inventar un “modo deproducción democrático”? ¿van a democratizar el capitalismo y cómo? ¿van aimplantar una economía socialista y de qué manera? Quien sabe.

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11 raymond aron, Mémoires, Juillard, paris, 1983, vol. II, pp. 868- 869.

en fin, me parece que aquello de la participación en la constitución delpoder por medio del voto tampoco es tan sencillo si se piensa que en rigor solohay opinión válida, que no constituya una tomadura del pelo para el propio vo-tante, allí donde existe conocimiento de causa. a este respecto, recuerdo haberasistido, hace ya algún tiempo, a un encuentro de Lasa (Latin American StudiesAssociation, de estados unidos) en el que un grupo de profesores de esta nacio-nalidad pedía cuentas a sus colegas cubanos sobre la libertad de información enla Isla. no voy a repetir aquí el ping-pong de preguntas y respuestas que, comocasi siempre ocurre en estos casos, no pasa de ser un diálogo, de sordos; quierorememorar, en cambio, que en medio de la barahúnda no podía dejar de evocarmi experiencia personal en los dos países: en una Cuba donde sin la menor dudael ciudadano medio está bastante bien enterado de los principales problemaspolíticos mundiales y desde luego mucho más de la situación latinoamericana;y en unos estados unidos donde en las propias universidades y ni se diga a niveldel ciudadano común y corriente, la cultura política no va mucho más allá deun odio cerril a lo que vagamente se percibe como comunismo y de una igno-rancia incluso geográfica sobre américa Latina, de la que el mismo presidentereagan hizo gala en su gira sudamericana de 1982.

¿el derecho de información, que en rigor debería preceder al de la decisión,está mejor satisfecho en los estados unidos que en Cuba para la población engeneral? ¿en cuál de los dos países la gente tiene mayor libertad de decisión yparticipa más en la constitución del poder? a nivel formal, pareciera que enlos estados unidos; a nivel real, confieso que no solo tengo dudas sino ademásserios temores cuando pienso que el destino de la humanidad depende enbuena medida de un voto tan poco calificado y tan manipulable como el delciudadano medio de los estados unidos. reflexión con la cual no estoy que-riendo decir que la solución consiste en privarles del voto a estos ciudadanos,cosa que además de injusta sería grotesca, sino planteando un problema queen cierto sentido es la otra cara de la medalla manejada por Weffort: ¿cómohacer que el voto popular sea un voto con conocimiento de causas a pesar delas relaciones preestablecidas de poder, que implican por supuesto un poderideológico? La idea de un nuevo orden informativo mundial iba desde luego enel sentido de una democratización de este nivel, y no por casualidad la señoraKirkpatrick lo incluyó en la lista negra de “programas más agresivamente anti-democráticos y antioccidentales”. La arremetida brutal del imperialismo contrala unesCo, obedeció también al hecho de que esta rama de naciones unidasintentó modificar en algo siquiera la configuración de aquel poder ideológico.

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sea de esto lo que fuere, resulta que en la américa Latina de hoy estamosviviendo un momento muy contradictorio, con indudables alientos democrá-ticos entremezclados con el fantasma de un terror que por igual proviene delas secuelas dejadas por las dictaduras fascistoides que de la violencia que el im-perio norteamericano ejerce en cualquier lugar donde hay brotes de rebeldíacontra él y la correlación de fuerzas se lo permite. además, y por doloroso queresulte reconocerlo, hay que decir que el fantasma de las dictaduras se mantiene,en una buena medida, porque es de gran utilidad para los propios gobiernosciviles. Incapaces de infundir contenidos positivos a las “nuevas” democraciaslatinoamericanas, sus actuales administradores no encuentran mejor manerade justificar su presencia en el gobierno que a título de mal menor: ellos o elterror, escoger “entre la vida o la muerte”, como llegó a decir alfonsín12.

Y vivimos también el momento de la desilusión, que hace que las masas,a veces tornen muy “democráticamente” sus ojos hacia la derecha, allí dondela izquierda y los sectores progresistas en general han sido incapaces de imprimircontenidos populares a la democracia. el caso de la Bolivia actual, con la he-gemonía compartida del pazestenssorismo y el banzerismo, constituye sin dudael ejemplo más patético y patente de ello. no es un azar, además, que la políticaneoderechista del presidente paz estenssoro (especie de margaret atcher dela misérrima Bolivia), comience a ser “estudiada” como un modelo digno deexportación...13.

por todo esto, estimamos que al no plantearse el problema de los conteni-dos de la democracia y considerarla unilateralmente como una forma-fin en sí(cosa que suena muy elegante en el plano de la filosofía), la izquierda no hacemás que alienarse a las masas, como desafortunadamente viene ocurriendo enbuena parte de nuestro continente. escrito en 1981 y publicado en 1984, elartículo del que fue extraída la frase que según mi colega delataría mi menos-precio por la democracia me parece, ahora que lo releo, de una premonicióncasi cruel. mi razonamiento global dice textualmente lo siguiente:

“por lo demás, y en un contexto estatal tan poco democrático como el la-tinoamericano, resulta casi una ironía ‘recordarles’ a las masas que hay que lu-

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12 este verdadero chantaje de los políticos civiles a las masas, no escapa por lo demás a la percep-ción de éstas. recientemente, por ejemplo, el líder del pt brasileño, Luís Ignacio Lula da silva declaraba:“el golpe es una cosa utilizada como elemento de coerción. el pmdB, cuando quiere imponer cualquierpropuesta, siempre advierte que puede haber un golpe”. declaraciones a la revista Istoé, no. 574, sãopaulo, 23 de dezembro de 1987, p. 28.

13 La revista brasileña Veja, p. e., le dedicó un extenso reportaje admirativo, con el título: “aus-teridade e pó: um plano que deu certo”. no. 981, 24 de junho de 1987.

char en favor de la democracia: es lo que vienen haciendo desde siempre, pormuchos errores que hayan podido cometer en su camino. pero, en un contextoigualmente marcado por las más atroces desigualdades sociales, también resultafuera de toda sensatez pedirles que no traten de imprimir un sello específico aesa democracia: después de todo es comprensible que los mineros bolivianosse planteen el problema en términos ‘algo’ diferentes que el obrero alemán oescandinavo. La democracia no es un cascarón vacío, sino un continente quevale en función de determinados contenidos”14.

¿Visión equivocada que reclama una autocrítica? no lo sé. Hoy está a lamoda un discurso que abierta o subrepticiamente da a entender que la demo-cracia no logra afianzarse en américa Latina porque las masas, la izquierda eincluso los intelectuales no han sabido valorar suficientemente la democracia.

a mí me parece sencillamente que esto es falso: se trata de una infundadaacusación que lanza la derecha con el fin de obligarnos a aceptar su concepciónde la democracia sin el menor sentido crítico; o bien, es un mito compensatoriode ciertos sectores de izquierda que, incapaces de transformar en ningún sentidola realidad, se dedican por lo menos a “purificarse” mediante continuos actosde contrición.

en el texto que acabo de transcribir afirmo que las masas del subcontinentevienen luchando desde siempre por la democracia, y no creo equivocarme. solodeseo recordar que en el mismo caso de Bolivia, que es el evocado a título deejemplo, la revolución de 1952 se produjo con un detonador incluso formal-mente democrático: contra el fraude electoral. tal como ha ocurrido con todaslas revoluciones latinoamericanas de este siglo, desde la mexicana hasta la ni-caragüense, que siempre han sido una rebelión contra las tiranías o las “demo-cracias fraudulentas” (que las hay) y simultáneamente contra la injusticia socialy la dominación imperialista. en cierto sentido, trato de recuperar teóricamenteesta tradición, tanto popular como de la izquierda, a la que de manera tal vezromántica me aferro. ¿es la hora de arriar estas banderas y volver a una con-cepción estrictamente liberal de la democracia? Quisiera creer que no, al menosmientras américa Latina siga necesitada de una real liberación y de cambiosestructurales que no alcanzo a entender bien por qué tendrían que dejar de serelementos constitutivos de nuestro proyecto democrático.

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14 a. Cueva, “el fetichismo de la hegemonía y el imperialismo”, Cuadernos políticos, no. 39,enero-marzo de 1984, p. 38. artículo incluido en mi libro La teoría marxista: categorías de base y pro-blemas actuales, ecuador y méxico, planeta.

Las interpretaciones de la democracia en américaLatina: algunos problemas*

I.IntroduCCIón

en su libro ¿Por qué democracia? francisco Weffort afirma que “si los años cin-cuenta son los años de la constitución del desarrollismo como valor general...,los años setenta y ochenta son los de la constitución de la democracia como valorgeneral”1. Y el autor tiene razón, con la sola aclaración de que no es la primeravez que tal cosa ocurre, como fenómeno generalizado, en américa Latina. mu-chos recordarán, por ejemplo, que la democracia fue asumida como valor uni-versal altamente movilizador durante el período de la “segunda posguerra”; esdecir, en el lapso comprendido entre el momento inmediatamente anterior a laderrota del nazifascismo (desde 1944 aproximadamente) y aquel punto de infle-xión determinado tanto por la “guerra fría” (iniciada en 1947) como por el declivedel boom económico ligado a dicha posguerra, declive que se tornó crítico a me-diados de los años cincuenta. además, claro está, de aquellos “paréntesis” de de-mocracia muchas veces prolongados, así como de esos “destellos” democráticosque casi todos nuestros países han vivido aunque sea fugazmente, incluso en áreastan críticas como las de Centroamérica y el Caribe.

en algunos casos, tales experiencias democráticas parecieran haber sidobastante más intensas y dinámicas de lo que hoy solemos imaginar. Con refe-rencia al Brasil de comienzos de los años sesenta, por ejemplo, daniel aaraoreis filho formula la reflexión siguiente:

“es interesante constatar que la coyuntura de 1961 a 1964 registra el nivelde democratización más elevado de nuestra historia republicana; solo hasta en-tonces los trabajadores conquistaron efectivamente una posición inédita y real-mente se colocaron como interlocutores. por más que uno pueda formularreservas sobre la consistencia de las propuestas políticas o sobre las formas de

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* el presente ensayo ha sido escrito como parte de mis actividades de profesor visitante del Insti-tuto de estudios avanzados de la universidad de são paulo (usp), cuyo gentil auspicio agradezco, es-pecialmente en la persona de su director, el doctor Carlos guilherme mota. mayo-junio de 1987.

1 op. cit., p. 61.

lucha o la organización interna del movimiento social de los trabajadores ur-banos y rurales, el hecho es que hubo en esta coyuntura un movimiento inédito.trátase, por lo demás, de un período poco estudiado o estudiado de manerainjusta, lo que tal vez se deba a que, por razones enteramente diferentes, tantoel pCB como la ‘nueva izquierda’ surgida después de 1964, decidieron o pre-tendieron decidir olvidarse de las experiencias de este período”2.

sea de esto lo que fuere, la verdad es que no solo en el movimiento real dela historia, sino también en el de las ideas, la cuestión de la democracia jamásdejó de plantearse en la latinoamérica contemporánea. en este sentido, no esun azar que uno de los libros fundamentales de nuestra modernasociología –surgida en el turbulento clima de los años sesenta– se llamase pre-cisamente La democracia en México: su autor, como todos lo saben, es pablogonzález Casanova3. Y tampoco es fruto de la casualidad el hecho de que enesa especie de vademécum de la sociología radical latinoamericana y latinoame-ricanista, que James petras y maurice zeitlin publicaron a finales de la décadade los sesenta con el título original de Latin America, reform or revolutions?, lainterrogación sobre la democracia (o sobre su ausencia) en la región, tambiénestuviese presente4.

de todos modos, la búsqueda de democracia no es algo ajeno a la culturalatinoamericana, a sus tradiciones, valores y luchas. antes que a una supuesta“verdad revelada” únicamente en los años setenta, antes que a una suerte de“epifanía” proveniente de los textos de algún Castoriadis o un Lefort, la demo-cracia en américa Latina se asemeja más bien al mar del famoso poeta francés:toujours recommencée ... y en este sentido guarda, como es natural, un estrechoparangón con otro de nuestros grandes temas y problemas: el de la modernidad.

desde hace por lo menos un siglo que venimos entrando “vertiginosa-mente” en ésta (no se olvide que el movimiento “modernista” hispanoameri-cano, por ejemplo, data de finales del siglo pasado), de la misma forma en quevenimos “transitando” desde entonces hacia la democracia. solo que una especiede maldición o hechizo pesa sobre el subcontinente, haciendo que estos dospreciados bienes terminen siempre por escapársenos.

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2 en marco aurélio garcía (org.), As esquerdas e a democracia, são paulo, paz e terra, 1986, pp.20-21.

3 1ª ed., méxico, era, 1965. desde entonces hasta ahora (1987) la obra ha tenido 17 ediciones,la última con un tiraje de 10 mil ejemplares.

4 new York, fawcett publications, 1968. Cfr. particularmente los artículos de merle Kling ymaurice zeitlin.

no obstante, sería absurdo desconocer que el problema de la democracia(como el de la propia modernidad), se plantea ahora en términos nuevos, dife-rentes de los de hace 20 o 40 años. el contexto internacional ha cambiado y lafisonomía de nuestros países también; tenemos una experiencia política mayoraunque no necesariamente más alentadora; nuestras pautas, culturales han su-frido muchas modificaciones, aunque quizás menos de lo que solemos imaginar.Y es verdad que, así como el tema recurrente de los años cincuenta y sesenta fueel del desarrollo, el asunto privilegiado en la actualidad es el de la democracia.Con una similitud más: tal como en los años cincuenta parecía un crimen, a lapar ético y teórico, preguntar de qué tipo de desarrollo se estaba hablando(¡quién no sabía que “el desarrollo” era “el desarrollo”, puro y sobre todo sin ca-lificativos!), asimismo ahora parece de mal gusto, por decir diez menos, preguntarhacia qué tipo de democracia se está exactamente avanzando. en uno como enotro caso nos encontramos frente a anhelos y posibilidades legítimos y reales,pero también, no lo ocultemos, nos confrontamos a un discurso que busca con-vertirlos en especies de entelequias aristotélicas, que ningún proceso históricoconcreto sería capaz de determinar. aquellos procesos sin embargo existen yestas determinaciones también, y es mejor no asumir frente a ellos la actitud delavestruz, aunque solo fuese con el fin de evitar sorpresas como las que nuestropropio “desarrollo” ha tenido a bien deparamos hasta hoy.

II.ConteXtos de La “transICIón”

Lo curioso, en todo esto, es que prácticamente ninguno de los millares de ar-tículos que en los últimos años se han escrito sobre el tema de la llamada “tran-sición” a la democracia abordan el contexto mundial, regional y nacional en elque ella viene ocurriendo. Y hablamos de artículos, que no de libros, porqueuna de las expresiones más elocuentes de la crisis del pensamiento latinoame-ricano en la década actual consiste precisamente en la incapacidad de plasmarnuestras inquietudes y proyectos en obras de grande o por lo menos medianoaliento. pero éste no es el tema del presente ensayo, así que volvamos a la cues-tión de aquellos contextos.

tenemos, para comenzar, un dato crucial, en torno del cual pareciera ha-berse establecido una verdadera conspiración del silencio: nos referimos a laprofunda derechización de occidente, notoria no solo a nivel político (reagan,

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atcher, nakasone, Kohl, Waldheim, etcétera), y económico-social (neolibe-ralismo a ultranza, desmantelamiento del welfare state, etcétera), sino tambiéna nivel ideológico-cultural, como en otro lugar lo hemos tratado de demostrar5.

Los vientos que soplan actualmente en occidente sin duda no son los másprogresistas; son más bien radicalmente antisocialistas y antitercermundistas,por mucho que los teóricos occidentales traten a veces de dorar aquella píldoracon el discurso suave, elegante y casi escéptico, relativo a la “posmodernidad”6.

un segundo dato en el que poco se insite es el de que los países imperia-listas, que ciertamente no están en recesión en este momento, registran, encambio, tasas muy modestas de crecimiento económico7. ello les impide re-solver problemas como el de su propia desocupación (cerca de 20 millones deparados solo en europa occidental), a la par que los vuelve xenófobos (odio alos emigrados de la “periferia” que están “quitando el trabajo” a los nacionalesde europa, estados unidos y Japón), e inflexibles en sus relaciones económicascon los países subdesarrollados, con todas las consecuencias políticas que elloimplica, dada la profundización de nuestra dependencia y es que como observaJair pereira dos santos con palabras sencillas pero pertinentes, la propia “pos-modernidad” tiene su derecho pero también su envés:

“La riqueza posindustrial es en gran parte financiada por los países en víasde desarrollo, puesto que el capitalismo avanzado se ha vuelto transnacional.Vienen para acá las industrias pesadas y sucias (acero, automóviles); permane-cen allá las ligeras y limpias (electrónica, comunicaciones). su control socialpuede ser soft (blando, mediante la seducción), pero el nuestro tiene que serhard (moderno, duro, policial, a base de garrotazos)”8.

en tercer lugar, está la crisis económica de américa Latina, paradigmáti-camente expresada en el voluminoso endeudamiento externo que ahoga a todosnuestros países. aquí nos limitaremos a observar que nadie atisba hasta ahora

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5 Cfr. agustín Cueva et al., Tiempos conservadores: América Latina en la derechización de Occidente.Quito, ed. el Conejo, 1987.

6 Cfr. a este respecto, p. e., Jean-francois Lyotard, La condición posmoderna, madrid, ed. Cátedra,1984; o, gianni Vattino, El fin de la modernidad. Nihilismo y hermenéutica en la cultura posmoderna,méxico, gedisa ed., 1986. para un punto de vista más crítico puede consultarse fredric Jameson, “pós-modernidade e sociedade de consumo”, Novos estudos são paulo, CEBRAP, no. 12, junho de 1985,pp. 16-26.

7 Cfr., p. e., Banco mundial/fundacão getulio Vargas, Relatório sobre o desenvolvimiento mundial,1986 (são paulo), donde se habla de una “tímida recuperaçao” de la economía occidental. según esti-maciones del propio reagan (19-X-87) la economía estadounidense crecerá en un 2,5% en 1987.

8 O que é pos-moderno, são paulo, ed. Brasiliense, 1986, pp. 100-101.

salida alguna para dicha crisis, sobre todo a raíz del estrepitoso fracaso del planCruzado brasileño. un preinforme de la CepaL sobre el panorama económicode américa Latina en 1987 prevé que el producto interno bruto de la regióncrecerá a un ritmo significativamente inferior al de 1986 y que, “en todo caso,las tasas de crecimiento (de la mayoría de los países del área) aparentementeconvergerán a niveles moderados, sino mediocres”9.

por último, no hay que olvidar algo que pareciera ser la evidencia misma,pero que a pesar de ello termina por sumergirse en la más profunda amnesia:las fuerzas de izquierda, propulsoras de cambios estructurales verdaderos, su-frieron en los años sesenta y sobre todo en los setenta una severa derrota amanos de las dictaduras militares en un gran número de países, especialmentesudamericanos, hecho que transformó completamente el panorama político dela región. en particular –y en ese orden de magnitud de la derrota– hay quemencionar los, casos de argentina, Brasil, Bolivia y uruguay (Chile, donde nila más feroz represión pinochetista consigue doblegar a la izquierda, constituyedesde luego una excepción).

Como dice el sociólogo augusto Varas, aunque desde una perspectiva muydistinta de la nuestra, tales dictaduras consiguieron “la marginalización y/o elaislamiento de las fuerzas antisistema” (antisistema capitalista se entiende), el“aislamiento de ideologías de corte fundamentalista” (sic); la “derrota del ideo-logismo” (hay que suponer que el de izquierda) y “la emergencia de perspectivasmás pragmáticas e institucionalistas”10. en definitiva –y esto es obviamente unaconclusión nuestra y no de Varas– esas dictaduras realizaron algo que perfecta-mente podría ser el programa de restauración político-institucional de la admi-nistración reagan.

a este nítido triunfo de las fuerzas prosistema (burguesía, militares, actitud“pragmática” en vez de crítica, marginamiento de las ideologías de izquierda),es a lo que denominamos condiciones conservadoras de transición. Y ello, porque no se trata de un simple cambio de nuestra “cultura política” (como rezael eufemismo en boga), sino, esencialmente, de un cambio muy marcado en lacorrelación de fuerzas sociopolíticas.

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9 “panorama económico de américa Latina (1987)”, publicado en la sección de “testimonios ydocumentos” de El día, méxico, 19-X-87, p. 22.

10 Fuerzas Armadas y transición democrática en América del Sur, material de discusión, programafLaCso, santiago de Chile, núm. 91, octubre de 1986.

III.prInCIpaLes posICIones teórICas

en la américa Latina de hoy encontramos, como es natural, las más diversasposiciones teórico-políticas con respecto al problema de la democracia, dentrode una constelación ideológica que además varía significativamente en razón delpaís concreto al que nos refiramos. empero, creemos no violentar demasiado larealidad si agrupamos aquellas posiciones en cuatro rubros principales.

existe, en primer lugar (y cada día con mayor fuerza), una corriente depensamiento conservador, encabezada a nivel continental por dos escritores deenorme prestigio: mario Vargas Llosa y octavio paz11. Lo medular de sus ideassobre el tema se halla recopilado en el libro América Latina: desventuras de lademocracia, escrito con la colaboración de dieciocho intelectuales de diferentespaíses de la región12. en méxico, dicha corriente se agrupa en torno de la revistaVuelta, dirigida por el propio paz, y tiene su mejor exponente en la materia enla persona del politólogo enrique Krauze. su libro Por una democracia sin ad-jetivos13, que adquirió súbita notoriedad en 1986, ligado a la oleada derechi-zante que se formó en torno del partido de acción nacional (pan)14, revelacon su solo título una de las principales aspiraciones conservadurismo latino-americano: que la democracia no reciba “adjetivos”; es decir, que sea concebidacomo una esfera exclusivamente política, carente de determinaciones “exterio-res” y desvinculada de todo sustrato económico y de cualquier dimensión he-gemónica. en palabras de Krauze:

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11 a diferencia de Vargas Llosa, que cada día se convierte más en un intelectual orgánico de la de-recha, paz puede ser considerado más bien como un “compañero de ruta” de la misma. sin embargo,sus tomas de posición, en materia de política internacional especialmente, vienen coincidiendo de ma-nera inquietante con las de la nueva derecha estadounidense y europea.

12 Joaquín mortiz/planeta, méxico, 1984.13 Joaquín mortiz/planeta, méxico, 1986.14 Conviene recordar que los dirigentes del pan se han identificado explícitamente con el libro

de Krauze. pablo e. madero declaró: “en cuanto a las coincidencias con Krauze, octavio paz y demás,hay algunas. de hecho ellos están derivando hacia lo que acción nacional ha predicado. usted lee De-mocracia sin adjetivos, pues es mucho de lo que el pan ha venido machacando. nos da gusto”. Y Ber-nardo Bátiz comentó: “observamos que empiezan ellos a coincidir con nosotros... Coincidimos, porejemplo, con el estudio extraordinario de Krauze: Una democracia sin adjetivos. Conmocionó al partido”.Cfr. “Por una democracia sin adjetivos, de Krauze, con ideas del pan: madero”, publicado en La jornada,méxico, 15 de julio de 1986, p. 25, así como el núm. 14 de la revista mexicana El Buscón, a la que elartículo de La jornada hace referencia.

“La democracia busca la libertad y la igualdad políticas, igualdad de parti-cipación, influencia y vigilancia sobre decisiones políticas. en este sentido, lademocracia es un objetivo distinto de otros, no menos importantes: igualdadmaterial, bienestar, paz, seguridad, orden, fraternidad, etc…”15.

si la tesis de Krauze se centra en la defensa de una democracia sin adjetivos,opiniones como la del profesor albert o. Hirschman insisten, en cambio, enla democracia sin condiciones. Cito a continuación un pasaje de un conocidoartículo suyo:

“una manera especialmente perniciosa de reflexionar en el fortalecimientode la democracia (porque puede ayudar a debilitarla, como ha sucedido en elpasado) consiste en enumerar las condiciones estrictas que han de satisfacersepara que la democracia exista: por ejemplo, que debe haber un crecimientoeconómico vigoroso y una mejor distribución del ingreso; que la autonomíanacional debe afirmarse...”16.

posición que no puede ser más expresiva de cómo, para pensamiento con-servador, no solo la tradicional tesis socialdemócrata de una democracia adje-tivada (social) se ha tornado “perniciosa”, sino que igual ocurre con los másclásicos planteamietos de la CepaL, como los que Hirschman rebate. sé muybien que Hirschman no es un autor latinoamericano, mas no es por azar quedicho texto ha sido tan difundido en nuestros países.

en segundo lugar, tenemos aquella corriente que tiende ser la predomi-nante en el plano teórico, por la sencilla razón de que ya lo es en el plano po-lítico, al menos en sudamérica: nos referimos, como es obvio a la corrientesocialdemócrata. no se olvide, además, que en este momento ella controla porlo menos el 80% del aparato burocrático encargado de orientar la producciónde nuestras ciencias sociales.

esta tendencia, de la que fernando Henrique Cardoso es el exponente in-telectual más destacado del continente, ha producido infinidad de textos, de loscuales señalaremos dos antologías a título de ejemplo: Autoritarismo y alternativaspopulares en América Latina17 y Caminos de la democracia en América Latina18.

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15 op. cit., p. 81. en un reciente artículo titulado “nuevos adjetivos para la democracia”, Krauzereafirma polémicamente sus tesis a partir de una crítica del pasaje del art. 3 de la Constitución mexicanaque dice: “ ... la democracia, no es solamente una estructura jurídica y un régimen político, sino un sis-tema de vida fundado en el constante mejoramiento económico, social y cultural del pueblo”. Cfr.Vuelta, no. 133-134, diciembre 1987 - enero 1988, p. 46 y ss.

16 “La democracia en américa Latina”, Vuelta, no. 116, méxico, julio de 1986, p. 28.17 de varios autores: ediciones fLaCso, Colección 25 aniversario, san José, Costa rica, 1982.

La “oveja negra” del libro es desde luego daniel Camacho, quien en su calidad de secretario general

Como es fácil advertir, el pensamiento de los autores socialdemócratasdista mucho de ser homogéneo, tanto en este como en otros asuntos. sin em-bargo, es un hecho que en el momento actual y respecto al tema que venimos ana-lizando, el sector más productivo y militante proviene, desafortunadamente,de las posiciones menos progresistas: nos referimos, desde luego, al grupo desociólogos y politólogos “posmarxistas” y “posmodernistas”. Localizados en elCono sur, y en especial en Chile y argentina, su actitud está muy influida portres órdenes de factores:

en el caso chileno, dicho sector se enfrenta a una alternativa marxista vi-gente, a la que combate con esmero.

en el caso argentino, tienden a atribuir la frustración histórica del país aun “extremismo” político que, sin embargo, fue la última expresión y no lacausa de problemas más profundos que sistemáticamente se elude analizar19.

en ambos casos, la corriente socialdemócrata está integrada por un núcleode ex marxistas e incluso ex comunistas, sumamente receptivos al pensamientode los teóricos del reflujo de la izquierda europea, que van desde un alain tou-raine o una agnes Heller hasta –en un registro menor– un Ludolfo paramio,pasando por la recuperación de autores como Hannah arendt, por ejemplo.

esta constelación de factores lleva a que trabajos como los de norbertoLechner, tomás moulián, angel flisfisch, manuel antonio garretón, Joséaricó, Juan Carlos portantiero o marcelo Cavarozzi20, además de limitarse a ladefensa de concepciones estrechamente liberales de la democracia, estén im-pregnados de un reiterado antimarxismo, dentro de un proyecto de desmantelarhasta en sus últimos detalles y consecuencias la visión de américa Latina quela izquierda revolucionaria –e incluso la reformista o populista– construyerona lo largo de este siglo.

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de fLaCso prolonga una obra con cuyo contenido resulta difícil imaginario de acuerdo.18 fundación pablo Iglesias (varios autores), madrid, editorial pablo Iglesias, 1984. Cfr. espe-

cialmente el cap. VI, dedicado a “La política”.19 al menos por la mayor parte de los sociólogos argentinos; lo cual no impide que haya estudios

de gran lucidez sobre la argentina contemporánea, como el del investigador inglés richard gillespie,Soldados de Perón. Los Montoneros, grijalbo, Buenos aires, 1987. pero incluso en el caso de esta obraes interesante contrastarla con el sesgado prólogo de félix Luna, quien hasta pareciera no haber enten-dido bien los análisis y reflexiones de gillespie.

20 Cfr., p. e., a. flisfisch, no. Lechner y t. moulián, “problemas de la democracia y la políticademocrática en américa Latina”, en Varios autores, Democracia y desarrollo en América Latina, Buenosaires, grupo editor Latinoamericano, 1985; o m. Cavarozzi, Autoritarismo y democracia, Buenos aires,Centro editor de américa Latina, 1983.

La tercera corriente que mencionaremos es la eurocomunista, con respectoa la cual hay poco que decir. ella no dispone de ningún aparato institucionaltan impresionante como el que sirve de infraestructura a los conservadores y alos socialdemócratas, ni está en la cresta de una onda política ascendente, cuales el caso de estos últimos en américa Latina y de los primeros en el occidenteen general. por lo demás, en regiones como américa Central el eurocomunismocarece de espacios en la medida en que el lado izquierdo está ocupado por lasdiferentes tendencias revolucionarias, al mismo tiempo que en el Cono sur pa-rece condenado a ser una variante pobre y superada de la socialdemocracia.

en tales condiciones, la vertiente de inspiración eurocomunista ha contri-buido al debate más por el valor individual de algunos de sus exponentes quepor el vigor como corriente teórico-política. me limitaré a citar como ejemplodos libros, tan brillantes cuanto controvertibles: La democracia ausente, del me-xicano roger Bartra21, y A democracia como valor universal e outros ensaios, deCarlos nelsón Coutinho22.

Queda, en cuarto lugar, la corriente que denominaré de pensamiento ra-dical (antiimperialista y en general marxista), ligada al movimiento revolucio-nario latinoamericano. a ella pertenecen, para comenzar, los trabajosdirectamente derivados de la experiencia centroamericana, que son innumera-bles. a simple título de ejemplo mencionaremos La revolución en Nicaragua.Liberación nacional, democracia popular y transformación económica, libro co-lectivo que recoge críticamente la experiencia de la revolución mencionada23,o Perfiles de la revolución sandinista, de Carlos m. Vilas24. solo que este tipo detrabajos son frecuentemente discriminados dentro del debate sobre la demo-cracia, en la exacta medida en que la ideología conservadora consigue imponerciertos clichés como evidencias: “no puede haber revolución democrática,puesto que toda revolución es perversa”, “no puede haber democracia revolu-cionaria ya que la democracia no tiene adjetivos”. aún así dicha corriente ra-dical sigue produciendo una vigorosa reflexión en muchos países, incluso fueradel área mencionada. Citemos, siempre en calidad de ejemplo, obras como El

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21 méxico, enlace-grijalbo,1986.22 2a. edición ampliada, río de Janeiro, salamandra ed., 1984. una buena idea del pensamiento

de Coutinho, para el lector de lengua española, puede dar su artículo “gramsci en Brasil”, publicadoen Cuadernos políticos, no. 46, méxico, abril-junio de 1986.

23 richard Harris y Carlos m. Vilas (compiladores), méxico, era, 1985.24 La Habana, Cuba, ediciones Casa de las américas, 1984.

poder al pueblo, de pablo gonzález Casanova25, o, para el caso brasileño, losestudios de octavio Ianni26 y florestán fernandes27 o, con menor repercusióninterna, los últimos ensayos de ruy mauro marini28.

tales son, a nuestro parecer, las principales corrientes en vigor, con la ne-cesaria aclaración de que ellas no configuran compartimentos rigurosamenteestancos. todas participan, aunque contradictoriamente, de un mismo espaciocultural, con un buen número de referencias comunes; en algunos casos, comoel de la tendencia socialdemócrata y la eurocomunista, ellas se recortan cualcírculos secantes. Y hay autores, muchas veces notables, que se ubican en la in-tersección de hasta tres de esas corrientes: las que acabamos de mencionar másla radical. sería el caso, por ejemplo, de francisco Weffort, si nuestra lecturade sus textos no nos engaña.

IV.La CrIsIs de IdentIdad

en un artículo titulado “pacto social nos processos de democratizaçâo: a expe-riencia latinoamericana”, norbert Lechner tuvo el acierto de plantear algunascuestiones relativas al momento actual de américa Latina que con frecuenciase dejan de lado o, lo que es más probable, ni siquiera se perciben con nitidez.el autor advierte que durante los años de dictadura se produjo una “erosión delas identidades colectivas”29 y que, por ende, la crisis que atravesamos consiste(además de todo lo que ya se sabe) en una “pérdida o, por lo menos, una reno-vación del significado de las identidades colectivas”30. Luego apunta que hayuna “crisis de sentido”, para enseguida señalar que, por lo tanto, “la negociaciónrelativa a las instituciones formales se basa, así, en una producción de un sen-tido de orden”31. finalmente concluye que:

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25 2a. edición, méxico, océano, 1986. originalmente publicado con el título La hegemonía delpueblo, educa, san José de Costa rica, 1984.

26 sobre el tema específico cfr., p. e., “a nova república do Brazil”, que aparecerá en la ediciónbrasileña de Tiempos conservadores... (ver nota 5), ed. Hu CIteC, en prensa.

27 por ejemplo: Que tipo de república?, são paulo, Brasiliense, 1986.28 Cfr. p. e. su artículo “a nova democracia latino-americana”, en Humanidades, año IV, Brasilia,

maio-julho 1987.29 en Novos estudos CEBRAP, no. 13, outubro 1984, p. 34.30 Ibíd., p. 29.31 lbíd., p. 30.

“si entendemos por democracia no solo un sistema formal y nos referimos,en la perspectiva de la soberanía popular, a la democratización como un procesode subjetivación, entonces podríamos ver tal vez en la negociación un meca-nismo de constitución de sujetos”32.

no sé si alguna vez en algún lugar de la tierra alguien consiguió “constituirsujetos” a través de la negociación, o si ésta sirve más bien para adaptar los su-jetos a condiciones estructurales dadas o, en la mejor de las hipótesis, para “pac-tar” algunos reacomodos y afinamientos que faciliten tal adaptación. másadelante volveremos sobre este tema; entre tanto, conviene aprovechar lasdemás observaciones de Lechner para extraer nuestras propias conclusiones:

a) es verdad que las dictaduras militares no solo consiguieron desarticu-lar –en mayor o menor grado, según el país del que se trate– las institucionesdemocráticas y las organizaciones políticas y parapolíticas de la izquierda, sinoque además lograron “erosionar” las identidades colectivas de los “actores” de-rrotados. Y estos derrotados fueron, en el plano político, fundamentalmentedos: el marxismo revolucionario y, en menor escala, lo que aún quedaba delpopulismo progresista (populismo de izquierda, si cabe el término). La victoria,en todos los casos, fue del sector monopólico del gran capital.

b) es verdad, asimismo, que desde entonces pasó a plantearse el problemade forjar un nuevo “sentido del orden”, modelar “nuevos actores” y construiruna nueva “subjetividad” o “cultura”. Cosas que fueron ocurriendo de maneralenta y a la vez tortuosa, mas no en el vacío sino sobre la base de la nueva co-rrelación de fuerzas creada tanto por el contundente triunfo de las burguesíasa nivel local, cuanto por el contexto mundial a que ya nos referimos.

para quienes no lo tengan presente, conviene recordar que en 1976, porejemplo, casi no existía país alguno de américa Latina libre de algún tipo dedictadura militar, con el agravante de que, incluso las dictaduras en cierto sen-tido “progresistas”, como las de perú, ecuador u Honduras, habían virado yaa la derecha. solo a partir de 1977-78 las masas del continente comenzaron arecuperar la iniciativa, aunque en muchos casos (sobre todo en américa delsur) la capacidad popular de automovilización estuvo bastante por el encimadel nivel orgánico propiamente tal. Y es que sus anteriores organizaciones, cua-dros y “aparatos” habían sido destrozados, o reducidos a su mínima expresión,al mismo tiempo que su tradición (cultura política) fue cortada o distorsionadapor la verdadera contrarrevolución cultural que las dictaduras emprendieron con

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32 Ibíd., p. 30.

variado éxito. no olvidemos, por lo demás, que este período contrarrevolucio-nario coincide con el momento de un vertiginoso desarrollo de los mass mediaen Latinoamerica, que transforma con bastante profundidad nuestra “culturade masas”.

en tales condiciones, el ritmo de las aperturas y negociaciones se anticipócasi siempre al ritmo de reorganización y de recomposición de la identidad po-lítica autónoma de las masas; lo cual no quiere decir, en modo alguno, quetales aperturas hayan sido ajenas a la presión popular. pero si fue el celebradomomento (celebrado por quienes no querían ver a esas masas politizadas) de laespontaneidad: aquel lapso, finalmente breve, en que los “nuevos movimientossociales”, en el sentido tourainiano del término33, parecían reemplazar defini-tivamente a los “viejos” movimientos políticos. situación que no tardó en re-vertirse, como el propio touraine lo reconoce34, mas sin que esto signifiqueque los movimientos populares hubiesen recuperado la totalidad del tiempo yla identidad perdidos. La burguesía, en cambio, aparecía remozada en el mejorestilo socialdemócrata, reorganizada y con un gran “poder de convocatoria”;como se nos enseñó a decir (antes llamábamos a eso poder de manipulación).

Cosa poco común en américa Latina, esa burguesía incluso apareció re-vestida de “hegemonía” (en la también flamante acepción del término), palpa-ble a través, de su capacidad de “cooptación” de muchos sectores hasta entoncesrebeldes de nuestra intelectualidad.

Y es que en américa del sur, sobre todo, esta intelectualidad había sidoobjeto de un doble tratamiento. de un lado, la más brutal represión: asesinatos,prisiones, tortura, exilio, desmantelamiento de aquellos núcleos culturales(sobre todo universitarios) donde se producía una ideología anticapitalista yantiimperialista. de otra parte (lado carrot de la historia), un gran apoyo finan-ciero que las principales fundaciones capitalistas dieron para la creación de ins-titutos privados de investigación que con el tiempo vendrían a remplazar, enla producción y difusión de las ciencias sociales, a aquellas instancias víctimasde la represión. nacía así esa extensa red de los que luego se autocalificarían de“centros de excelencia”, torres de marfil “libres” incluso del bullicio estudiantil,y que no tardarían en generar e institucionalizar una enorme burocracia “aca-démica” continental encargada, entre otras cosas, de obliterar todos los con-

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33 Cfr. alain touraine, El Possocialismo, españa, planeta, 1982, esp. cap. VI. 34 “en 1985, “os atores políticos dominan claramente sobre os atores sociais”, en “as possibili-

dades da democracia na américa Latina”, Revista brasileira de ciencias sociais, no. 1, vol. 1, Junho 1986,p. 12.

ductos de un pensamiento crítico que hasta entonces había sido la característicamás relevante de la intelectualidad la latinoamericana (crítico de las estructurasvigentes, claro está).

V.¿fIn deL “fundamentaLIsmo”?

en efecto, y contrariamente a lo que a veces se piensa, la vía “prusiana” o “jun-ker” no genera en los países dependientes una intelectualidad sumisa y confor-mista. al contrario –y el ejemplo de américa Latina lo atestigua– tal vía tiendea engendrar, como reacción contra ella, fuertes corrientes jacobinas, tercermun-distas, leninistas. a menudo el propio marxismo no es (o por lo menos no fue)sino la culminación de tales corrientes: 90% de los latinoamericanos de iz-quierda seguramente fuimos primero jacobinos y tercermundistas, luego leni-nistas (a veces avant la lettre) y solo al final, y no siempre, marxistas. todo ello,mezclado a dosis mayores o menores de populismo, fenómeno al que luegonos referiremos con más detenimiento.

ahora bien, si algo ha impedido que el marxismo se socialdemocratice fá-cilmente en américa Latina, es justamente la existencia de aquellos ingredientesque, por así decirlo, han constituido la “sal de la tierra” de los movimientos re-volucionarios contemporáneos y que, vistos desde la otra orilla, son el principaldolor de cabeza de nuestros teóricos europeizantes35 . es natural, entonces, queel proceso de socialdemocratización de américa latina, y por ende del marxismode la región o de lo que quede de él, pase por un empeño de erradicación deaquellas raíces. ¿de qué manera viene esto ocurriendo?

en primer lugar mediante la invención de un pasado mítico, aunque re-ciente, en el cual los luchadores progresistas de ayer son convertidos en los vi-llanos de hoy. gracias a este trastrocamiento de papeles; la izquierda marxistaaparece como la principal culpable de los golpes de estado ocurridos en las dé-cadas de los sesenta y los setenta, por más que en muchos casos sea incluso cro-nológicamente evidente que sus acciones armadas fueron una respuesta al

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35 Como escribió alguna vez torcuato di tella: “el problema, para quienes profesan valores másuniversalistas, es cómo adaptarse a las ásperas realidades del populismo”. en la “tanda de partidos po-pulistas” que enumera di tella están incluidos, desde luego, los partidos de Lenin, mao y fidel Castro,Cfr. gino germani, torcuato s. di tella y octavio Ianni, Populismo y contradicciones de clase en latino-américa, méxico, era, 1973, esp. pp. 70, 71 y 82.

golpismo burgués y, por lo mismo, no constituyeron una “provocación” sinomás bien un acto de resistencia legítima contra la militarización de los estadoslatinoamericanos. en el caso brasileño, por ejemplo, Weffort es enfático en se-ñalar que:

“aunque las simpatías por la revolución cubana vengan desde sus inicios,en 1959, las acciones aradas de la izquierda (brasileña, a. C.) solo empezaronnueve años después, en 1968. su preparación es posterior al decreto Institu-cional no. 2, de 1965, que disuelve los partidos políticos de la democracia de1946 (...) pretendo decir que, cualquiera haya sido su retórica, la lucha armadade aquellos años tenía el sentido de una lucha de resistencia. Y se dio no porqueen Cuba hubiese un régimen socialista, sino porque había en el Brasil un régi-men militar”36.

Y el mismo autor, que está lejos de abrigar simpatías por el partido Co-munista de su país, reconoce que:

“en todo caso, es un hecho que siempre que las circunstancias políticasles permitieron, los comunistas trataron de ceñirse a las reglas del juego demo-crático. esto ocurrió especialmente después de 1954, lo cual les aseguró unaposición de activa participación en defensa de la legalidad democrática en 1961.también es cierto que después de 1964 buscaron siempre caminos democráti-cos para oponerse al régimen militar”37.

pero hechos como estos, que para los hombres honestos de la generaciónde Weffort constituyen una evidencia, no necesariamente lo son para los jó-venes de hoy, mal informados con respecto a lo que de veras sucedió, perosaturados por las imágenes de la leyenda negra sobre el marxismo y los mar-xistas de los años sesenta y setenta: “terroristas”, “fundamentalistas”, “golpistasde izquierda”, “ideologistas”, “atrasados”, “antidemocráticos”... adjetivos quehasta se llegan a aplicar a la experiencia de la unidad popular chilena, en unasuerte de trágica ironía, pues, si de algo pecó aquella “vía”, fue exactamentede un exceso de confianza, no en la democracia a secas, pero sí en la democra-cia burguesa que existía en Chile.

Ideológicamente cercado, sometido a cuarentena, el marxismo revolu-cionario viene sufriendo, simultáneamente, un proceso de estrangulamientoteórico que comenzó con una primera operación quirúrgica: la “extirpación”del leninismo. si en europa occidental esta operación sirvió para limpiar al

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36 op. cit., p. 81. 37 Ibíd., p. 79.

marxismo hasta de las más leves aristas revolucionarias (recuerdos jacobinosinclusive), entre nosotros se la viene usando, además, para resquebrajar nues-tra conciencia tercermundista. no es una casualidad que el pensamiento con-servador, desde Vargas Llosa hasta e. Krauze, insista en que la europeizaciónde la izquierda latinoamericana es poco menos que un requisito del proceso“civilizatorio”:

“entre los intelectuales europeos de izquierda ha tenido lugar un saludablereplanteamiento, pero en américa Latina la mayoría baila aún obedeciendo areflejos condicionados como el perro de pavlov” (Vargas Llosa)38.

“(es necesario) una izquierda que evolucione hacia formas europeas –espa-ñolas– de, acción y pensamiento” (Krauze )39.

¿Civilización vs. barbarie? La ‘vieja antinomia’ de sarmiento ciertamenteno es ajena a este tipo de reflexión. pero la arremetida contra el marxismo re-volucionario no proviene solo del conservadurismo strictu sensu. si hacia me-diados de la década de los setenta la teoría de la dependencia, por ejemplo, eracriticada desde su flanco izquierdo, en nombre de la teoría del imperialismo,un quinquenio más tarde las críticas eran ya abiertamente socialdemócratas oeurocomunistas, en nombre de la “interdependencia” y de la perspectiva de lossupuestos “países capitalistas de desarrollo medio”. además, a esas alturas, elnacionalismo antiimperialista de algunos sectores de la, izquierda iba convir-tiéndose en puro y llano patrioterismo: con bastante retraso acababan de des-cubrir ¡la “cuestión nacional”!

‘el resto’ del proceso teórico es más conocido. empezó con críticas y “au-tocríticas” a desviaciones del marxismo tales como el “economicismo” o el “re-duccionismo clasista”40; críticas que hubieran tenido toda razón de ser si enverdad hubieran sido lo que aparentaban y no lo que en verdad fueron: un pre-texto para arrojar el agua sucia de la bañera con niño y todo. en la crítica al“economicismo” se fue tan lejos, que hasta las más palmarias deficiencias degramsci en el análisis económico fueron rescatadas a título de “error fe-cundo”41; a la vez que las clases se volatilizaban en favor de los “movimientossociales”. el concepto de “lucha de clases”, que ya empezaba a parecer de malgusto, fue remplazado por la oposición “estado/sociedad civil”, mientras el

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38 polémica citada en la nota 14 (p. 48 de Vuelta, no. 92). 39 op. cit., p. 76. 40 Cfr. p. e. el trabajo ya clásico de ernesto Laclau, Política e ideología en la teoría marxista, siglo

XXI de españa, 1978. 41 Cfr. C. n. Coutinho, op. cit., p. 72.

propio proceso de dominación política pasó a ser analizado en términos desimple “hegemonía”. La explicación estructural era, a su turno, remplazada porlos análisis culturalistas, de un nivel no siempre encomiable, por lo demás.

de este modo, el problema estructural de américa Latina que, nos gusteo no, sigue radicando en su condición subdesarrollada y dependiente, quedócompletamente preterido. se convirtió, en el mejor de los casos, en un asunto“técnico” de competencia de los economistas. desesperada ante la ramploneríay falta de vuelo de los “cientistas” que ella misma había contribuido a crear, lapropia burguesía latinoamericana acabó por quejarse –por boca del cancillerargentino Caputto por ejemplo– de la falta de economistas, de la talla de unprebisch o alguien parecido. e, ironía del destino, tuvo que ser alain touraineel encargado de recordar a sus discípulos criollos que sería bueno volver a vin-cular lo social con lo político:

“el proceso democrático viene desarrollándose en muchos países sin refe-rencia a los problemas sociales más urgentes. resultado de lo cual, las expecta-tivas depositadas en los gobiernos democráticos se ven frustradas, lo querestituye mucha fuerza a los movimientos de tipo populista, a una política demasas que es peligrosa para la democracia (…) el éxito de partidos de izquierdacomo el pdt de Leonel Brizola, el nuevo partido socialista de miguel arraes,en recife, o el pt, indica la necesidad de una revinculación entre demandassociales e instituciones políticas”42.

esta revinculación se produjo, en el caso brasileño, a través del plan Cru-zado, hecho que permitió la aplastante victoria del pmdB en noviembre de1986. alegría de pobre, como después se vio. el temor de que el pmdB seconvirtiera en el “prI brasileño” no tardó en desvanecerse ante el fantasma re-divivo de Leonel Brizola, a medida que la crisis volvía a mostrar sus raíces es-tructurales, más allá de los movimientos “inerciales” que los padres del“Cruzado” habían tratado de refrenar.

VI.eL fantasma (no eXorCIzado) deL popuLIsmo

para quien no es brasileño resulta una situación paradójica, no exenta de sar-casmo, ver a un país de 140 millones de habitantes (que además gusta ufanarse

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42 art. cit., p. 12.

de su modernidad así como de ser la octava potencia económica del mundo)marcando su compás político y alterando sus pulsaciones vitales en función delos gestos de un personaje al que los marginados perciben como una suerte deLlanero solitario, mientras el oficialismo lo cataloga como un “caudillo bár-baro”, portador del “caos y la irresponsabidad”. Brizola, a quien obviamentenos referimos, curiosamente no encabeza ningún movimiento armado ni pre-gona la revolución, no representa poder especial alguno que no sea el de supropio “verbo” y remate de la ironía, es un partner normalmente aceptado porla comunidad socialdemócrata internacional. ¿en qué reside entonces su “pe-ligrosidad” y en qué estriba su “irresponsabilidad”?

el problema que deseo destacar a través del “caso” Brizola no es por su-puesto inédito en américa Latina y remite a un complejo juego de papeles yde máscaras, en el cual nunca es fácil establecer de qué lado se sitúa la supuestabastardía y de cuál lado está la reivindicada legitimidad. ¿Quién representamejor al país: aquellos políticos “modernos” que estudian sesudamente las for-mas en que ocurrieron los pactos político-sociales en los países de europa oc-cidental para aplicarlos en américa Latina, o aquel caudillo que dice al puebloque la socialdemocracia que él practica siempre habrá de conservar algo de esa“pimienta revolucionaría” que se necesita para construir el “socialismo moreno”en el Brasil?43. ¿Y quién está más cerca de la realidad: aquellos intelectuales ul-trarrefinados que ya pregonan “el fin de la escuela”, o aquel líder populista quecasi reduce su programa político a la multiplicación de construcciones escolares?

para bien o para mal, la verdad es que el populismo siempre extrae su vi-talidad de los estratos sumergidos de nuestro continente, de aquellas capas casitelúricas que el oficialismo, cuando no también cierta izquierda europeizante,se empecinan en desconocer. Como escribiera martí hace casi un siglo:

“La incapacidad no está en el país naciente, que pide formas que se le aco-moden y grandeza útil, sino en los que quieren regir pueblos originales, de com-posición singular y violenta, con leyes heredadas de cuatro siglos de práctica libreen los estados unidos, de diecinueve siglos de monarquía en francia (…) elbuen gobernante en américa no es el que sabe cómo se gobierna el alemán oel francés; sino el que sabe con qué elementos está… hecho su país (…) Laforma de gobierno ha de venirse a la constitución propia del país”44 .

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43 frases empleadas por Leonel Brizola durante su participación en el programa “roda viva”, tV.Cultura, são paulo, 8-VI-1987.

44 “nuestra américa”, en José martí, Política de Nuestra América, siglo XXI, méxico, 1977,pp. 38-39.

el populismo resurge, pues, en la estricta medida en que las transicionesdemocráticas (igual que las “democracias fraudulentas” del pasado) desvinculanintencionalmente lo social y económico de lo político o, lo que es peor, en lamedida en que nuestras burguesías relacionan aquellos elementos de una ma-nera históricamente perversa, que tiene más de chantaje que de pacto. enefecto, mientras en el “convenio” socialdemócrata clásico (europeo) las bur-guesías ofrecían ventajas materiales a las clases subalternas con el fin de conso-lidar la vida democrática de sus respectivas naciones, en nuestros países, lasburguesías, en lugar de pagar, cobran: bajo la amenaza constante de volver adominar por medio del terror dictatorial, esperan que las masas populares es-carmentadas renuncien a sus más elementales derechos económicos y sociales.

por eso, en el caso europeo no se temía hablar de una democracia social; enel nuestro, lo que se busca es una democracia absolutamente formal, sin adjetivosy sin condiciones. así, todo pacto social se torna imposible (ahí están los ejemplosde Brasil, uruguay, argentina o Bolivia) y lo más que puede lograrse es un obli-gado pacto político: una convergencia antidictatorial para ser más precisos.

en los años sesenta, el populismo fue criticado por sus insuficiencias, no porla savia popular que circulaba en sus venas. Hoy, es vilipendiado por la razón es-trictamente inversa: porque con su retórica plebeya (jacobina a veces, tercermundistaen otras) se encarga de recordarnos que no hemos dejado de ser pueblos pobres y“coloniales”, “morenos” o “mestizos” de Latinoamérica. aguafiestas del proceso de“occidentalización”, el populismo de izquierda aparece además como un discurso“irresponsable” en la medida en que atenta contra la regla aúrea de la actual demo-cratización de américa Latina: pedir al trabajador que en lo económico (es deciren sus reivindicaciones salariales) se comporte como el “nativo” que en verdad es,pero que en lo político actúe como un auténtico ciudadano escandinavo.

por lo demás, cabe recordar que cuando ahora se habla de populismo, nosiempre se está utilizando el término en la acepción latinoamericana tradicional.muchas veces se lo emplea desde un punto de vista neoliberal, para condenarcualquier modalidad de welfare state; en otras ocasiones, no pasa de ser un ró-tulo aplicado a diferentes formas culturales de las que se quiere abominar, comola literatura social de los años treinta o la poesía comprometida de la décadadel sesenta. se trata, en estos últimos ejemplos, de la mirada que la “posmo-dernidad” aséptica lanza sobre todo cuanto se aparta de un vanguardismo es-trictamente formal45.

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45 por esto, no deja de llamar la atención que Coutinho condene como “populistas” el realismosocial de Jorge amado o la poesía comprometida de iago de mello (cfr., op. cit., p. 149).

VII.¿suBdesarroLLo de aYer, modernIdad de HoY?

otro dato que llama la atención de quien visita Brasil es la convicción genera-lizada de su modernidad. dicha convicción se asienta, desde luego, en hechostanto empíricos como ideológicos. entre estos últimos, no es pequeño el resi-duo del discurso de “héroe modernizador” que adoptara el régimen surgido dela “revolución” (sic) de 1964, discurso que por lo demás empalmó admirable-mente con la ideología del “gigantismo” que la clase dominante brasileña cul-tivó secularmente. pero junto a la retórica tenemos también los hechos objetivosque nadie puede negar: durante el período 1965-84 el pnB per cápita brasileñose incrementó a un ritmo promedio anual del 4,6%, solo comparable, dentrode la órbita capitalista, con algunos de los milagros ocurridos en asia o en cier-tos países árabes. en este sentido, puede decirse que Brasil se comportó endicho período más como un país “oriental” que “occidental”.

pero las razones de la fe en la modernidad no terminan ahí. así como aun mexicano no le pasa por la cabeza la idea de insistir en la modernidad de supaís por la sencilla razón de que el punto de comparación exterior es obligada-mente estados unidos, a un brasileño le parece evidente su condición “mo-derna” en la medida en que el punto normal de referencia es paraguay, Boliviao uruguay. Y aún cuando se compara con la argentina carece de razones parasentirse atrasado: en 1929 el nivel de vida de los argentinos era cinco y mediaveces superior al de los brasileños; hoy se encuentran prácticamente a la par 46:

¿Qué mejor prueba de modernización? ¿Impresiones populares solamente, u opiniones detectables también en el

discurso teórico, incluso de la izquierda? el texto siguiente, de Carlos nelsonCoutinho, ilustra bien una idea compartida por buena parte de la intelectua-lidad brasileña (no toda, por cierto):

“…el régimen posterior al 64 modernizó definitivamente el país: y moder-nizar, aunque sea de un modo conservador, significa desarrollar las bases obje-tivas sobre las que se asienta la posibilidad de construir una sociedad civilefectivamente autónoma. en esto radica, a mi parecer, la contradicción funda-mental de los regímenes autoritarios modernizadores pero no fascistas: tal comoel aprendiz de brujo, desencadenan procesos que difícilmente son capaces decontrolar después”47.

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46 Cfr. paul singer, Brazil: a country study, são paulo, CeBrap, 1978, pp. 1-10. 47 op. cit., p. 199.

más adelante me detendré a examinar hasta qué punto es verdad aquellahistoria de los “militares-aprendices de brujo”. por ahora, me limito a señalarque la observación de Coutinho sobre la modernización del Brasil parece tanempíricamente incuestionable cuanto teóricamente engañosa. en efecto, ¿quémismo significa modernizar definitivamente un país como Brasil? obviamente,Coutinho no quiere decir con ello que Brasil alcanzó ya el pináculo del pro-greso –sería absurdo suponerlo ni afirmar que es la primera vez que ese paísexperimenta un proceso de modernización, lo que equivaldría a desconocer lahistoria–. Y tampoco tengo la impresión de que el autor desee significar quelos militares modernizaron a tal punto el estado burgués, que tornaron irre-versible el carácter capitalista del Brasil. puede ser que esto último haya en ver-dad ocurrido y que la “modernidad” política de los países más grandes deamérica Latina consista finalmente en ello. sin embargo, la reflexión de Cou-tinho no parece encaminarse en tal dirección, puesto que apunta más hacia lasociedad civil que hacia el estado. ¿se querrá decir, entonces, que algunas so-ciedades como la brasileña han dejado definitivamente de ser subdesarrolladas?

no quiero enfrascarme aquí en una discusión interminable sobre lo quees o no es el subdesarrollo; pero sí voy a permitirme recordar algunos datos sig-nificativos que, sin cuestionar en lo más mínimo el grado de modernización delEstado burgués en el Brasil, ponen en cambio en duda la supuesta robustez dela “sociedad civil”. en 1981, es decir antes de que estallara la última crisis re-gional, Brasil ocupaba, en términos de pnB per cápita, el quinto lugar entrelos siete países más grandes de américa Latina. Lo antecedían, en este orden,Venezuela, Chile, méxico y argentina. el pnB per cápita brasileño era apenassuperior a la media latinoamericana (us $2.048 para américa Latina y us$2.347 para Brasil), media que a su vez representaba menos de la cuarta partede la media del “primer mundo” (us $10.721 en ese mismo año)48. tres añosdespués, en 1984, la situación no se había modificado mayormente: Brasil ocu-paba el sexto lugar en américa Latina por su ingreso per cápita (atrás de Vene-zuela, argentina, méxico, uruguay y panamá), y en el mundo se ubicaba, segúnel mismo criterio, en el lugar número cincuenta. francia tuvo aquel año un in-greso per cápita cinco veces superior al de Brasil y los estados unidos ochoveces mayor49.

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48 datos tomados del artículo de andré furtado: “dinámica socioeconómica de américa Latina”.Nuevos estudios CEBRAP, no. 14, fevreiro de 1986.

49 según datos del Banco mundial en el cit. Relatório…

Y si nos detenemos a examinar algunos índices de desarrollo social, la “mo-dernidad” de la sociedad civil brasileña tampoco se impone como una eviden-cia. en 1985, es decir después de realizado el “milagro” económico, la tasa demortalidad infantil es exactamente igual en ecuador y Brasil (67 por 1.000 enlos dos casos); la esperanza de vida es mayor en el país andino (65 años paraecuador, 64 para Brasil); la tasa de alfabetización de adultos, tanto para hom-bres como para mujeres, es más alta en ecuador que en Brasil (85% de hombresy 80% de mujeres alfabetizados en ecuador, frente a 79% y 76%, respectiva-mente, en Brasil), y hasta las más recientes tasas de escolarización (período1982-84) masculina y femenina son superiores en ecuador que en Brasil50.

Conviene subrayar, por lo demás, que si se comparan estos indicadores debienestar, con los de Costa rica o Cuba, el atraso ecuatoriano y brasileño entales campos se torna más que evidente51.

pero, más allá de estas diferencias, ¿qué cabe pensar del desarrollo latinoa-mericano en su conjunto? todo depende de cómo y con quién queramos me-dirnos. Comparados con nuestro propio pasado, sin duda hemos avanzadomucho: el pIB per cápita de américa Latina, por ejemplo, se duplicó entre 1950y 1975. en cambio, si nos cotejamos con la media mundial (digo bien mundialy no del “primer mundo”), nuestro desempeño fue bastante mediocre: el pIBper cápita de américa Latina creció en aquel lapso por debajo de esa mediamundial52. nuestro gap con respecto al primer mundo desafortunadamente au-mentó desde la posguerra para acá y, lo que es más significativo todavía, en mu-chos aspectos progresamos menos que asia e incluso que africa. La esperanzade vida al nacer, por ejemplo, era en 1950 de 45 años en China y asia orientaly, de 50 años en américa Central y meridional; pero para 1986 el grupo asiáticohabía alcanzado una esperanza de vida de 69 años contra solo 65 de américaLatina. Los mismos asiáticos disponían en 1961 de 1.786 calorías y 44 gramosde proteínas per cápita, y los latinoamericanos de 2.360 calorías y 62 gramosde proteínas; en 1984, los primeros nos habían rebasado en ambos rubros: 2.819calorías y 67 gramos de proteínas para China y asia oriental, frente a nuestras2.607 calorías y 66 gramos de proteínas. en fin, en los 25 años que van de 1960a 1985 africa pasó del 20 al 46% de población alfabetizada, en cuanto nuestrosavances fueron netamente más modestos: del 67 al 83%53.

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50 datos tomados de unICef: Estado Mundial de la Infancia, españa, siglo XXI, 1987, p. 127. 51 Cfr. unICef, loc. cit. 52 furtado, art. cit., p. 18. 53 datos de unICef, op. cit., pp. 108-112.

no es mi intención seguir echando a perder la fiesta de la modernidad,cuya cuenta ni siquiera estamos en capacidad de pagar; solo quiero recordarque, pese a los delirios “posmodernistas” de ciertos colegas, seguimos siendoparte del mundo subdesarrollado. Lo cual quiere decir que nuestros países con-tinúan poseyendo una fachada moderna y un “interior” que ciertamente no loes; en otros términos, que somos habitantes de esa famosa “Belindia” de la quehan hablado muchos intelectuales de Brasil54.

VIII.La supereXpLotaCIón “reVIsItada”

en este contexto cabe preguntarse: ¿qué sucede con las clases trabajadoras?¿existe o no la otra tan discutida sobre o superexplotación? una vez más me gus-taría retomar un texto de Coutinho, en el que el autor polemiza con algunosplanteamientos de rogério freitas y ruy mauro marini. In extenso dice así:

“al desarrollar necesariamente las fuerzas productivas, la productividad deltrabajo social, el capitalismo prepara los presupuestos para que el aumento dela tasa de plusvalía pueda darse a través del crecimiento de la productividad, yno de la superexplotación. en este sentido, ningún capitalismo –ni siquiera elbrasileño– conduce necesariamente, en todas sus etapas, a una pauperizaciónabsoluta de las clases trabajadoras y del conjunto de la población, tal comofreitas parece suponer. Con el aumento de la productividad del trabajo sevuelve siempre posible –dependiendo ciertamente del nivel, de la lucha de cla-ses– combinar un aumento de la tasa de ganancia con un aumento del salarioreal de las clases trabajadoras o, más generalmente, combinar una elevación dela tasa de acumulación monopolista con una mejor distribución de la rentaentre los sectores monopolistas y no monopolistas. a menos que aceptemoslas tesis catastrofistas y neoluxemburguistas de sectores de la ultraizquierda, queafirman el carácter estructural (y no solo coyuntural) de la superexplotaciónde la fuerza de trabajo en el capitalismo dependiente, el cual tendería necesa-riamente al estancamiento (por causa de una limitación permanente de los

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54 “Brasil es una Belindia: Bélgica más la India, es una isla de contrastes. dentro de Brasil tenemos32 millones de consumidores con la renta percápita de Bélgica”. frei Betto, Fidel y la religión (conver-saciones con Frei Betto), oficina de publicaciones del Consejo de estado, La Habana, 1985, p, 57 (comoBrasil tiene actualmente 140 millones de habitantes, habría, además de los “belgas”, ¡108 millones de“hindúes”!).

mercados), tenemos que admitir que también el capitalismo dependiente aso-ciado promueve un aumento de las fuerzas productivas del trabajo social y,como tal, a partir de cierto punto, puede satisfacer las demandas de aumentosalarial y de mejor distribución de la renta entre sectores monopolistas y nomonopolistas”55.

para ir por partes, empecemos por señalar nuestro acuerdo con Coutinhoen el sentido de descartar la pertinencia de las tesis estagnacionistas, con la ne-cesaria aclaración de que el padre de ellas no es precisamente marini (que enrigor ni siquiera las sostuvo en el texto que Coutinho cita en su nota de pie depágina56), siendo que más bien se trata, como Weffort lo hace notar, de tesiselaboradas por “figuras tan importantes del pensamiento económico brasileñocomo un Celso furtado, con su ‘teoría del estancamiento’ de la economía bra-sileña”57.

Central o periférico, autónomo o dependiente, el capitalismo tiene, sin duda,un mecanismo inherente de reproducción ampliada que determina, entre otrascosas, el desarrollo más o menos continuado de las fuerzas productivas. Hastaaquí estamos de acuerdo con Coutinho. Luego, es igualmente verdad que, en elplano de la abstracción más elevada, resulta prácticamente imposible sustentaruna “teoría de la sobrexplotación”. son varios cientos, si es que no miles de pá-ginas (entre ellas algunas nuestras), las que ya han sido escritas para demostrarlas inconsistencias teóricas de conceptos tales como “pago permanente de la fuerzade trabajo por debajo de su valor”, “prolongación permanente de la jornada detrabajo”, etcétera. solo que el hecho de que algo no aparezca con nitidez en elplano teórico no demuestra que no exista en el plano histórico; al igual que la de-pendencia, la superexplotación puede darse dentro de una constelación histó-rico-concreta sin que necesariamente refleje una legalidad teórica inexorable.

al momento de redactar estas líneas, casi veinte años después de escrito elfamoso texto de marini, Dialéctica de la dependencia, tengo ante mis ojos la si-guiente noticia periodística, que por cierto no proviene de ningún sector de laultraizquierda:

“Los intereses del Japón para invertir en méxico se están volviendo cadavez mayores, según afirma la revista inglesa e economist. además de que estepaís podría convertirse en un gran abastecedor de petróleo para los japoneses,también es considerado como una importante plataforma de exportación, que

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55 op. cit., pp. 189-190. 56 me refiero a la nota 29 de la p. 190. 57 op. cit., p. 82.

facilitaría el acceso de Japón al mercado de estados unidos . el salario mínimomexicano diario, debido al bajo valor del peso, es de cerca de us $3, equiva-lente a 420 yenes. a ese precio, dice un banquero japonés a la revista nortea-mericana Business week, el trabajo es prácticamente gratuito”58.

¿“trabajo prácticamente gratuito” = superexplotación? teóricamente laequiparación puede siempre discutirse, mas ninguna controversia teórica podráechar tierra sobre la miseria real. en efecto, si el salario mínimo mexicano hallegado a tales niveles de pauperismo, el de Brasil es todavía peor: us $1,50por día en la segunda quincena de junio de 1987. Como comenta el mismodiario en otra de sus notas:

“…Brasil posee uno de los salarios mínimos más bajos del mundo. Luegodel reajuste de 20%, el salario mínimo pasa a valer apenas us $42,24 (por mes,a.C.), mientras en argentina llega a us $140, en el ecuador a us $104, enColombia a us $84, en uruguay a us $74 y en el perú a us $53”59.

¿nos encontramos ante un problema estructural o frente a una cuestiónmeramente coyuntural? digamos que, para ser una coyuntura, es demasiadoprolongada. me parece que se trata de un hecho por lo menos tendencial, dadasno tanto las características teóricas (leyes) del modo de producción capitalista,o del capitalismo monopolista de estado, sino más bien las modalidades con-cretas de articulación del capitalismo en escala mundial, esto es, del imperia-lismo. en este sentido, creo que si algún error podemos detectar en elmencionado texto de marini a dos décadas de distancia, ese error no radicaríaen lo de la superexplotación sino en lo que dice respecto al subimperialismo: eséste el que jamás se concretizó, por razones que no es del caso entrar a discutiraquí. Brasil, méxico y la argentina –los tres candidatos a la categoría de “paísessubimperialistas”– permanecieron, por ello, en un lugar bastante menos airosode lo que las tesis de ruy mauro dejaban entrever.

¿Y el futuro? por supuesto que nada está escrito fatalmente y de antemano,aunque tampoco hay que hacernos la ilusión de que nos encontramos ante unapágina en blanco. La tendencia a la superexplotación (me parece, hasta que al-guien demuestre razonablemente lo contrario) está en la agenda de nuestrasrelaciones con los países imperialistas por la sencilla razón de que sin superex-plotación no hay la más remota posibilidad de pagar la deuda externa de AméricaLatina (que actualmente rebasa los us $400 mil millones). Cosa sabida por

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58 “aumenta o interesse japones no méxico”, Folha de São Paulo, 16 de junho de 1987, p. a-11. 59 “novo salário mínimo é o mais baixo da história do pais”, en ibíd.

tirios y troyanos, desde el fmI que no en vano postula la más rigurosa auste-ridad, hasta los sindicatos del subcontinente que no por casualidad son unáni-mes en oponerse al pago de esa deuda.

Queda la incógnita referente al poder de la lucha de clases, esto es, a sueventual capacidad de revertir esta y otras tendencias. en principio, nada im-pide que tal reversión ocurra; sin embargo, no me parece haber signos convin-centes de que, por lo menos en los países más grandes de américa Latina,aquella lucha esté en una etapa ascendente.

IX.eL autorItarIsmo Como tendenCIa

La discusión de temas como la modernidad o la superexplotación no se agotaobviamente en sí misma, sino que tiene que ver con el análisis de nuestrasperspectivas políticas. afirmar que por fin estamos viviendo en sociedades mo-dernas, en las cuales el sistema no necesitará más recurrir a la superexplotación,es, para muchos autores, una laudable manera de afirmar que ha llegado lahora de construir democracias sólidas y estables, con respeto pleno a los dere-chos de la persona humana y con justicia social. a la inversa, la expresión dedudas sobre nuestra “modernidad” (que algunos quisieran ver incluso como“posmoderilidad”) y la denuncia de la persistencia de una superexplotaciónson interpretadas, a menudo, como un claro indicio de “enemistad” hacia lademocracia.

sin embargo, personalmente no me acabo de convencer de que la mejormanera de servir a la democracia sea tomando nuestros wishful thinkings porrealidades, ni que, en sentido contrario, la búsqueda de la verdad, por tristeque sea, pueda constituir un acto antidemocrático. ¿o es que de veras se piensaque la democracia latinoamerican solo puede asentarse en un espacio plagadode lagunas mentales, verdades a medias y ambigüedades bien calculadas?

en este orden de ideas, la primera cuestión que no podemos soslayar es lade que las estructuras capitalistas subdesarrolladas engendran un autoritarismo tendencial históricamente comprobable (digo bien tendencial y no fatal). parael caso de Brasil, por ejemplo, francisco Weffort observa lo siguiente:

“La verdad es que en 160 años de historia independiente, Brasil no tuvola oportunidad de corroborar la tesis de que la democracia es la forma por ex-celencia de la dominación burguesa. si marx hubiese sido brasileño, con segu-

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ridad habría dicho que la dictadura es la forma por excelencia de la dominaciónburguesa. Y tal vez hubiera dicho también que la democracia es la forma porexcelencia de la rebeldía popular”60.

a lo cual yo quisiera añadir que si marx hubiese sido natural de cualquierotro país latinoamericano tampoco habría mudado substancialmente de opi-nión, y menos aún si le hubiese tocado nacer en asia o áfrica. Con su cono-cida ironía habría observado que dios no reparte el maná de la democraciapor igual entre sus hijos (para variar, a los blancos les ha tocado más que a lospueblos “de color”); y seguramente hubiera dicho que solo un conocedor delos recursos más exquisitos de la retórica francesa, como alain rouquié, podíaemprender la tarea de “demostrar”, contra toda evidencia, que no existe co-rrelación alguna entre la democracia, de una parte, y, de otra, el grado de des-arrollo económico y el lugar que cada país ocupa en el seno de la cadenacapitalista-imperialista61.

sin duda marx habría anatemizado, igualmente, a quienes piensan que lacuestión democrática es antes que nada un problema cultural. mosaico com-puesto por mil culturas distintas y un generalizado autoritarismo, el mundosubdesarrollado y dependiente muestra cómo, más allá de esa abigarrada con-figuración cultural, ciertas tendencias estructurales persisten a lo largo de unatormentosa historia, hasta que las luchas populares de liberación consigan al-terar conscientemente esos cauces antidemocráticos.

por lo demás, no hace falta llamarse Karl marx ni ser marxista para cons-tatar algunas evidencias. el autor neoderechista Carlos rangel, por ejemplo,destaca cómo:

“en los últimos 50 años méxico ha sido el único país latinoamericano queno ha tenido cambios de gobierno violentos, distintos de los previstos en lasleyes y causados por guerras civiles o por golpes de estado militares”62.

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60 op. cit., p. 67. 61 Cfr. alain rouquié, “o mistério democrático - das condicoes da democracia ás democracias

sem condicoes”, en rouquié et al., Como renascem as democracias, são paulo, Brasiliense, 1985. uno delos ejemplos esgrimidos por el autor para demostrar cómo las democracias pueden florecer aún en lascondiciones más adversas (gran pobreza, fuerte oligarquía, poca integración nacional, etcétera), es el deColombia; ejemplo que no se caracteriza por ser muy feliz. para decirlo de la manera más suave, y re-tomando las palabras de octavio paz, “la democracia colombiana, incapaz de resolver los problemassociales, se ha inmovilizado en el formalismo” (“La democracia en américa Latina”, en América Latina:desventuras de la democracia, op. cit., p. 22).

62 “La inestable Latinoamérica”, en América Latina: desventuras de la democracia, p. 33.

Y en una nota de pie de página subraya que: “en contraste, y más latino-americanamente, en méxico la jefatura del estado cambió de manos irregular-mente 46 veces en el primer cuarto de siglo de vida independiente”63.

Lo que no dice rangel, porque su óptica ideológica impide que lo reco-nozca, es que esa estabilidad del méxico contemporáneo no cayó del cielo, sinoque fue el fruto de una revolución que, al abrir cauces para la expresión demúltiples energías populares, revitalizó profundamente a la sociedad mexicana.

en los países donde esto no ocurrió y donde tampoco hubo una vigorosaclase obrera de izquierda que impusiera durante lapsos significativos un convivirdemocrático a la burguesía (casos de uruguay y Chile), la inestabilidad y la an-tidemocracia fueron la regla. en este plano, incluso es errada la afirmación deoctavio paz en el sentido de que la argentina disfrutó de una “democraciaejemplar” durante un largo período64. en rigor ello jamás sucedió, a diferenciajustamente de Chile y uruguay, por mucho que se trate de tres países que enteoría poseen una “cultura europea”.

Y en cuanto a la estabilidad de la democracia liberal venezolana en las úl-timas décadas, que para algunos parece ser el resultado de simples pactos o ha-bilidades políticas65, conviene recurrir una vez más a la opinión de un autorpoco sospechoso de “materialismo”, Como el citado rangel:

“Ya antes de 1973 podía decirse que (la democracia venezolana) debía suexistencia y su estabilidad a fuertes y crecientes ingresos petroleros. desde en-tonces el petróleo ha pasado a valer diez veces más, en saltos sucesivos y siempreoportunos para rescatar a Venezuela de un crecimiento en el gasto público taninverosímil como irrefrenable”66.

evidencia que, desde otro punto de vista, la registró también el ex guerrilleroteodoro petkoff (actual dirigente del mas), al decir que en los años sesenta Ve-nezuela “comenzaba a estabilizar su democracia producto del desarrollo originadoen los petrodólares, por lo que la lucha armada era un fenómeno atípico”67.

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63 Loc. cit., nota 1. 64 “durante un largo período fueron ejemplares las democracias de uruguay, Chile y argentina”

(sic). Ibíd., p. 22. 65 uno tiene dificultad en entender, realmente, como un politólogo medianamente serio pueda

imaginarse que “el campo político venezolano ha cerrado, históricamente, la posibilidad de intervenciónmilitar” gracias (sic) al pacto del punto fijo, como afirma antonio Carlos peixoto a la luz de su teoríade la democracia como un “pacto interactores”. Cfr. Varios autores, “La democracia en américa Latina”,Nexos, no. 87, méxico, marzo de 1985, p. 28.

66 op. cit., p. 37. 67 declaraciones al diario Uno más uno, méxico, 3-XlI-1983.

por lo demás, y con el fin de evitar caer en el mito del “desalmado” estadoque oprime a la “cándida” sociedad civil, conviene recordar que las últimas dic-taduras sufridas por américa Latina (igual o más que las anteriores) no sonfruto del azar ni acontecimientos desconectados de las estructuras (incluso declases) y los procesos de aquella sociedad civil. el golpe de estado de 1964 enBrasil, por ejemplo:

“…fue preparado con el apoyo de un amplio movimiento de opinión pú-blica, del cual participó la mayoría de la clase media, de la burguesía y de laIglesia, así calma toda la gran prensa y buena parte de los partidos de centro yde derecha”68.

observación que, mutatis mutandi, podría ser aplicada también al caso ar-gentino. Como observan antonio marimón y Horacio Crespo:

“…ningún golpe de estado se concretó en argentina por afuera de un fe-nómeno de participación/consenso en el que estuvieran comprometidas franjasmuy amplias de la sociedad…”69.

Y ni qué decir de un golpe como el de Chile, precedido, como todos re-cordarán, de un intenso trabajo reaccionario de masas.

por tal razón, parece además errado ver en aquellas dictaduras la simplepresencia de la “fuerza bruta”, carente de un proyecto histórico de clase. eneste punto, discrepamos totalmente de opiniones como la siguiente, del mismoWeffort:

“Lo que llamábamos gobierno en aquellos años tenía mucho de parecidoCon una banda de gangsters (…) era un antigobierno, apenas más que unabanda de sectarios que manejaba los instrumentos del poder en su propio be-neficio y en beneficio de sus intereses privados, que tomaban al estado comocosa suya. Los individuos que se decían gobierno trataban a la sociedad en ge-neral como un ejército de ocupación trataría a un país ocupado. si lograbandar la ilusión de constituir un gobierno era porque estábamos en pleno ‘milagroeconómico’, resultado de una coyuntura de expansión de la economía nacionale internacional a la que la propaganda insistía en considerar como una realiza-ción del poder”70.

es cierto, desde luego, que las formas de dominación burguesa en los países“subdesarrollados poseen, por regla general, mucho de gangsteril. sin tratar decompetir con los colores de mi país en este triste terreno, diría que en el ecua-

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68 Weffort, op. cit., p. 70. 69 “argentina: vuelta a la democracia”, en América Latina: desventuras de la democracia, p. 325. 70 op. cit., p. 67.

dor actual, por ejemplo, el gobierno civil y constitucional encabezado por Leónfebres Cordero tiene mucho de gangsteril y otro tanto de lumpenesco. soloque, en muchos casos (que no parece ser el del gobierno de febres), lo gangs-teril no quita lo eficiente ni deja de ser una manera posible de gobernar. BertoltBrecht diría, ‘por lo demás, que esto no’ es un patrimonio exclusivo de los paísessubdesarrollados.

estimo, pues, con el perdón de Weffort y respetando su ira moralmentejusta, que en su momento la dictadura militar brasileña representó uno de losmomentos más elevados de racionalización de los intereses burgueses mono-pólicos en américa Latina, con una forma de gobierno suficientemente eficazcomo para crear y desarrollar las condiciones óptimas de funcionamiento, decierta modalidad de acumulación de capital71. esto no hizo desde luego la fe-licidad del pueblo, ni mucho menos; pero tampoco cabe espetar peras del olmo:fue un “gobierno surgido de un movimiento contrarrevolucionario y provistode un proyecto de clase perfectamente claro, como lo han demostrado hasta lasaciedad estudios como los de un rené dreyfus72, por ejemplo. en este sentido,incluso el que los militares tratasen al pueblo “como un ejército de ocupacióntrataría a un país ocupado”, es un hecho execrable pero no necesariamente ex-cepcional. de una parte, las oligarquías latinoamericanas siempre se conside-raron verdaderas ocupantes de estos países de negros, indios, mestizos y mulatos(que no de ciudadanos73); de otra parte, la “modernización” de nuestros ejér-citos fue realizada exactamente en la escuela de los ocupantes de argelia y Viet-nam. no aprendieron, pues, a tratar a sus compatriotas como citoyens de paríso citizens newyorquinos, sino como a parias de la Casbah argelina o de las selvasde Indochina.

en esta óptica, y retomando una pregunta que dejamos pendiente, ¿puedeconsiderarse que las dictaduras latinoamericanas terminaron por representar elpapel de “aprendices de brujo” o, más bien, estimar que realizaron exitosamentelas metas que se habían propuesto?

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71 una lectura del libro Geopolítica do Brasil, del general golbery do Couto e silva (río de Ja-neiro, José olympo ed., 1967), muestra, por lo demás, que los articuladores militares del “milagro”sí tenían una visión de estadistas, por mucho que su línea política se sitúe en las antípodas de nuestrasconvicciones.

72 1964: A conquista do Estado, ed. Vozes, petrópolis, 1981. 73 Como dice José murillo de Carvalho refiriéndose a la Vieja república de principios de este

siglo: “na república que nao era; a ci, dade nao tinha cidadaos”. Os bestializados. O Rio de Janeiro e aRepública que nao foi, são paulo, Companhia das Letras, 1987, p. 162.

si partimos del supuesto de que los militares tomaron el poder por el merocapricho de gobernar indefinidamente, por cierto que la sola retirada a los cuar-teles estaría confirmando su fracaso. pero basta con recordar el pensamientode un golbery do Couto e silva74, para el caso brasileño, o del civil marianogrondona, que tanto teorizó en favor de las dictaduras sudamericanas75, paradarse cuenta de que aquel supuesto es absurdo. su proyecto consistía, en primerlugar, en acabar con el “peligro comunista”, en segundo término en eliminarlas veleidades “civil-populistas”, en tercer lugar en “poner orden en el manejode la cosa pública” y, en cuarto término, en robustecer, incluso mediante eldesarrollo económico, las “bases civiles de la democracia”; además de fortalecery dar coherencia al estado capitalista, claro está. La democracia que queríancimentar era obviamente la de tipo burgués, que la década de los setenta tuvo,como se recordará, una, sutil adjetivación: democracia viable.

¿fracasaron las dictaduras en algunos de estos objetivos? La brasileña prác-ticamente en nada, aunque hubiera preferido un país sin Brizola y sin el ala iz-quierda del pt. en el caso argentino, la cuestión es desde luego más completa.Como escriben marimón y Crespo:

“una particularidad de este proceso tiene que ver con lo que marca las di-ferencias entre las elecciones realizadas en argentina en 1973, y éstas de 1983.entonces, el repliegue militar se motivaba en una situación que descansabasobre dos aspectos: por un lado, un auge de luchas y movilizaciones obreras ypopulares que arrancó en 1969; y por otro, la estructuración de un gran frenteburgués nacional a partir del retorno de perón al país, en 1972. en 1983, encambio, el repliegue de la dictadura se basa en un fenómeno centralmente in-terno del frente militar: que, después de la aventura bélica de las malvinas y elcasi total descalabro causado al aparato productivo por la hegemonía del capitalfinanciero en la política económica –a través del equipo de martínez de Hoz–,la cohesión de las fuerzas armadas sencillamente se deshizo. en una palabra,a esta dictadura no la derribó tanto su oposición como el hecho de que su ciclopolítico se fue desgranando igual que un castillo de arena”76.

diferencia entre 1973 y 1983 que señala cómo, de todos modos, la sociedadargentina fue encaminada, manu militari, hacia la “moderación”, causando, ade-

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74 teórico del golpe de 1964, golbery fue también, significativamente, el teórico de la aperturaa finales de los setenta y principios de los ochenta.

75 en los múltiples editoriales que publicó en la segunda mitad de la década de los setenta, en larevista Visión, grondona insistió siempre en que las dictaduras conosureñas eran el equivalente históricode las monarquías absolutistas de europa, cuya misión era sentar las bases de la futura democracia.

76 op. cit., p. 325.

más, un profundo trauma en un importantísimo sector de la ex intelectualidadde izquierda, hoy “vacunado” en contra de la más mínima actitud antisistema.

al contrario de sus colegas brasileños, los militares argentinos no poseen,pues, la aureola de “grandes modernizadores”; tienen, en cambio, una eficaciarepresiva internacionalmente reconocida, que incluso llegó a convertirse en ob-jeto de exportación.

Los únicos que hasta ahora han fracasado en su objetivo final son los mi-litares chilenos, en razón de la enorme consistencia orgánica de la izquierda;pero por eso mismo se mantienen tenazmente en el poder: porque les es prác-ticamente imposible encontrar una fórmula de “democracia viable”, y no porninguna “personalización” del poder como ingenuamente se ha llegado a decir.

en rigor, ninguna de las dictaduras ha salido verdaderamente derrotada;ni siquiera la uruguaya que perdió un plebiscito y tiene que habérselas con unaizquierda relativamente fuerte. por eso, los juicios a los torturadores hasta ahorahan fracasado tanto en argentina como en uruguay, y en Brasil ni siquiera hanllegado a plantearse. no hay que olvidar que los procesos de nuremberg fueronposibles porque los nazis, además de cometer crímenes abominables, habíanperdido la guerra. pero cuando los facinerosos siguen armados hasta los dientes,esperar que tales juicios ocurran es tan nugatorio como esperar que franciaprocese a sus militares que cometieron crímenes contra la humanidad en ar-gelia, o que los encubridores estadounidenses de Barbie (que todo el mundosabe quienes son), hubiesen sido juzgados junto con su protegido. La historiaciertamente tiene su moral, y por supuesto su justicia, pero enmarcadas dentrode ciertas correlaciones de fuerzas.

en fin, me parece que aún no debemos hacernos mayores ilusiones sobrela profundidad de nuestros procesos democráticos. Las tendencias autoritariassiguen vigentes y, por el momento al menos, el “reposo del guerrero” distamucho de ser completo. Vivimos lo que en términos de adam przeworski sedenominarían regímenes de “democracia tutelar”. esto es: “…regímenes en losque las fuerzas armadas se separan del ejercicio directo del gobierno y se re-tiran para sus cuarteles, pero lo hacen ordenadamente y listas para cualquiereventualidad. a pesar de las elecciones y de los representantes electos, en talesregímenes las fuerzas armadas continúan rondando cual sombras amenaza-doras, prontas para lanzarse sobre quien quiera que vaya demasiado lejos en laamenaza a sus valores o sus intereses”77.

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77 “ama a incerteza e serás democrático”, Novos Estudos CEBRAP, no. 9. Julho de 1984, p. 36.

Y lo peor, añadiría, es que ello no obedece a la sola imposición de las fuer-zas armadas. Incapaces de articular una verdadera hegemonía, en la acepcióngramsciana del término, son las propias burguesías latinoamericanas las querecurren, ora abierta, ora veladamente, a la amenaza de nuevas intervencionesmilitares. o son ellas, también, las que inevitablemente terminan cediendoante el menor amago golpista, porque en el fondo temen más a las masas mo-vilizables que a los fascistas uniformados. abril de 1987, en argentina, fue unaclara cuanto dolorosa ilustración de esta situación.

X.La “soCIedad CIVIL”: amBIgüedades teórICas e ILusIones empírICas

¿el mundo occidental en general, y américa Latina en particular, están viviendorealmente una era de renacimiento de la sociedad civil? no es fácil respondera esta pregunta en la medida en que ella nos sitúa en un típico espacio de am-bigüedad en el que pueden rondar muchos espectros, desde el de la primeraministra inglesa margaret atcher hasta el del pensador antonio gramsci, oal menos de los que cierta posteridad ha hecho de él.

en efecto, desde el año 1979 en que asumió el cargo para el que acaba deser reelecta por segunda ocasión, la señora atcher no ha dejado de bregarteórica y prácticamente por la desestatización de la economía inglesa, es decir,por su privatización, yendo en este sentido tan lejos que hoy se habla de su“revolución conservadora”78. ¿triunfo de la sociedad civil sobre el estado? sise quiere, sí. Los términos son tan elásticos que todo depende del contenidopolítico que coloquemos detrás.

en el caso de américa Latina la fortuna del concepto de “sociedad civil”obedece, sin embargo, a algo muy distinto del antiestatismo (económico) queorienta la política thatcheriana, reaganiana o, lo que es igual, fondomonetarista.

entre nosotros, tomar el partido de la “sociedad civil” quiere decir, llana-mente, oponerse a las dictaduras, rechazar el autoritarismo encarnado en lomilitar. solo que, sobre la base de este rechazo legítimo a la exacerbación de lafunción de dominación por parte del estado burgués latinoamericano, la ondaconservadora de occidente penetra para intentar llevar el agua a su molino,insistiendo en la total desestatización de nuestras economías y, a veces sobre

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78 así la califica la revista Newsweek, p. e., en “e amazing mrs. t”, June 22,1987.

todo, en el desmantelamiento de los últimos vestigios del “estado benefactor”.se apunta, de este modo, al máximo recorte de los gastos sociales (educación,salud, vivienda popular) y al fin definitivo de los subsidios: subsidio a los bienesde primera necesidad, se entiende, que no los recibidos por el gran capital bajoel nombre de “incentivos”.

Como puede verse a través de estos ejemplos, la contraposición “estado/so-ciedad civil”, lejos de ser un sustituto analítico de las contradicciones de clases,es un campo en el que se refleja la lucha de éstas, descubriendo y a la vez en-cubriendo los divergentes proyectos históricos.

empero, más acá de la dimensión propiamente política existe también unproblema teórico (y aquí entramos en el ámbito gramsciano) en el que la formade relación “estado/sociedad civil” pareciera ser la marca distintiva entre “occi-dente” y “oriente”, que nos llevaría, casi ineluctablemente, a cierta ecuaciónexplicativa de lo “civilizado-democrático”, de una parte, y lo “primitivo-anti-democrático”, de otra.

sin entrar a discutir la legitimidad de un esquema que, para comenzar, ig-nora la relación histórica entre esos dos “polos” (como si nada tuvieran que verentre sí “occidente” y “oriente”), quisiera insistir en las limitaciones de la tanconocida y a la vez sibilina afirmación de gramsci:

“en oriente, el estado era todo, la sociedad civil era primitiva y gelatinosa;en occidente, entre estado y sociedad civil existía una justa relación y bajo eltemblor del estado se evidenciaba una robusta estructura de la sociedad civil.el estado era solo una trinchera avanzada, detrás de la cual existía una robustacadena de fortalezas y casamatas…”79.

me limito aquí a plantear el siguiente problema: ¿qué quiso decir exacta-mente gramsci con eso de “robusta estructura de la sociedad civil”? ¿Queríaadvertir con ello que el orden burgués se había robustecido de tal forma, queahora estaba presente en todos los intersticios del cuerpo social? personalmenteme inclino a pensar que es esto, y no otra cosa, lo que gramsci detectó, y quela historia le ha dado plena razón: hasta finales de 1987, en que terminó de re-dactar este texto, ninguna revolución ha ocurrido en occidente ni se vislumbrael más leve movimiento en dirección al socialismo. por el contrario, vivimos laépoca de las “revoluciones conservadoras” y de la estigmatización, incluso, delas pasadas revoluciones burguesas (de la francesa, por ejemplo).

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79 Notas sobre Maquiavelo, sobre política y sobre el Estado moderno, méxico, Juan pablos ed., 1975,pp. 95-96.

Habida cuenta de esta evidencia difícil de soslayar, lo menos que cabeesperar de los análisis latinoamericanos inspirados en gramsci, es que seanclaros en cuanto a decir si les parece o no que la américa Latina actual registraun grado tal de robustecimiento de la burguesía y del estado burgués, queha convertido al capitalismo en un hecho irreversible. si es así, no me pareceescandaloso aspirar a un capitalismo que al menos sea lo más democráticoposible en el plano político: una “vía italiana”, si se quiere. Lo que en cambiome parece iluso –para no usar un término más fuerte–, es concluir, por unlado, a la “occidentalización” definitiva de nuestras sociedades (o por lomenos de algunas de ellas) y, por el otro lado, celebrar las posibilidades, porfin materializadas, ¡del socialismo!

en rigor, hasta me atrevería a decir que el concepto de “robustecimientode la sociedad civil” ni siquiera puede ser interpretado como sinónimo de en-trada en la “era de las grandes organizaciones de masas”, como algunos analistasdejan entrever. estados unidos, ejemplo por antonomasia de tal “robusteci-miento”, está lejos de caracterizarse por dicho tipo de organizaciones. e inclusoeuropa occidental viene registrando, precisamente en esta década, el paulatinodesvanecimiento de los organismos sindicales y hasta de muchos de los deno-minados “nuevos movimientos sociales”, amén del reflujo de los partidos deizquierda.

¿es posible detectar fenómenos análogos en américa Latina? La primeracuestión que me gustaría observar es que nuestra “sociedad civil” no ha sidonecesariamente “primitiva y gelatinosa” en el pasado reciente. Hubo lugares ysegmentos sociales que lo eran, otros que no. el Chile de la unidad popular,por ejemplo, parecía tener una sociedad civil harto desarrollada, tal como loregistró régis debray en este pasaje indeleble, que data de 1971:

“más allá de sus alteraciones momentáneas –las ha tenido, pero breves–,la democracia liberal burguesa que ha marcado hasta hoy día con su sellotodo el tejido social chileno, ha demostrado una excepcional capacidad deamortiguamiento, de recuperación y de conciliación. ella ha proporcionadoy continúa proporcionando la ideología dominante, el legalismo y la juridi-cidad, que permanecen en el ambiente; las estructuras políticas de encauza-miento, es decir, un cuadro institucional estable; y todo un sistema derepresentaciones vividas al nivel más prosaico, mitos de la libertad y de laLey con mayúscula difundidos hasta en los comportamientos de los explota-dos. no desaparecerá con un simple guiño, porque incluso si el estado actualfuera derribado mañana, toda la sociedad civil está impregnada de ella.

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“Chile, en este sentido, pertenece a esas sociedades ‘occidentales’ de lasque hablaba gramsci, en las cuales, detrás de la fortaleza principal del estado,que puede siempre ser tomada por un golpe de mano afortunado, se escalonaen profundidad toda una red de trincheras, de fortines y de bastiones cuyaconquista no puede ser tan simple”80.

además de ilustrar el tipo de lectura que los propios marxistas europeoshicieron de gramsci muy a comienzos de los años setenta, el texto revela bienel grado de consistencia ideológica, cultural e institucional de la “sociedad civil”chilena de entonces. en dichos niveles, es decir, subdesarrollo y dependencia aparte, Chile era obviamente “occidental”. alain touraine reconoce que inclusoel movimiento obrero chileno, con su elevado grado de autonomía organizativa,parecía constituir uno de los puntales de la democracia tradicional chilena:

“La fuerza de la democracia chilena se basó (…) en la existencia de un mo-vimiento obrero que sin duda tenía orientaciones políticas fuertes, peto queactuaba más como una fuente de legitimidad para los partidos de izquierdaque como instrumento sindical de talo cual partido”81.

el problema de Chile no era, pues, el de una “sociedad civil débil, primitivay gelatinosa”, sino el de una bürgerliche Gesellschaft en la que el elemento Bürgerno consiguió afirmar indiscutiblemente su “hegemonía” frente a las clases po-pulares. Y hasta hoy no lo consigue, ¡14 años después del golpe de pinochet!

el caso de uruguay guardaba bastante semejanza con el de Chile, aunqueel espacio izquierdizado de la “sociedad civil” era menor. Incluso en el caso ar-gentino no me atrevería a decir que la sociedad civil hubiese sido débil en lascuatro últimas décadas, sobre todo si del concepto de “sociedad civil” extraemosel elemento económico; era la “hegemonía” burguesa la que no lograba tomarforma, definirse más allá de la ambigüedad populista. Y tampoco en Bolivia elproblema podía plantearse como de una sociedad civil débil en general, si no,como también lo señalara régis debray, de un superproletariado enfrentado auna infraburguesía:

“…hay en Bolivia un contraste acentuado entre los platillos de la balanzade clases (...) que opone, desde un punto de vista cualitativo, a un superprole-tariado una sub burguesía que hace tan poco el peso, como se dice, que elladebe sin cesar restablecer el equilibrio por la fuerza represiva de las armas obien ceder el lugar a este sucedáneo de burguesía moderna que constituye una

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80 Conversación con allende, méxico, siglo XXI, 1971, pp. 18-19. 81 art. cit., p. 12.

burocracia militar, desgarrada entre vertiginosas veleidades reformistas y susreflejos de miedo reaccionario frente al ascenso del poder obrero”82.

¿Qué ha ocurrido en estas y otras sociedades civiles similares de américadel sur? ¿son ahora más fuertes o más débiles que hace 15 o 20 años? en generalpuede decirse que aquellos segmentos de la sociedad civil en los que el pueblotenía cierto grado de hegemonía se han debilitado (han sido debilitados por larepresión, para ser más precisos), mientras que la hegemonía burguesa se ha am-pliado relativamente. Verdad es que esa burguesía dista mucho de ser amada yreconocida por su “capacidad de dirección espiritual y moral”; mas en cambioha logrado ser temida. protegida por ese paraguas de temor (todo el mundosabe ahora que tal burguesía es capaz de usar sin límites ni escrúpulos el peorterror cuando fuere menester), ella intenta, como es obvio, construir lo más rá-pidamente posible el mayor número de casamatas y fortificaciones ideológico-institucionales. el pueblo también, pero su libertad de movimiento escondicional, vigilado. para eso están, incólumes, las fuerzas armadas.

¿puede, en tales condiciones, seguir profundizándose el proceso democrático?sí, pero probablemente por el lado burgués y conservador, sobre todo en los paíseslatinoamericanos considerados como de “desarrollo capitalista medio”. Como escribeprzeworski, “el conservadurismo social y económico puede ser el precio que hayaque pagar por la democracia”83. Y para pactar ese precio siempre habrá, además,algún santiago Carrillo dispuesto a explicar a los trabajadores que “es mejor cederplusvalía a la burguesía que tener que habérselas con un destino todavía peor”84.

posibilidad que, por su lado, echa por tierra la retórica afirmación de que, a lalarga, la democracia resulta inevitablemente incompatible con el capitalismo. re-tórica, decimos, porque esa frase tan hueca como triunfalista no hace más que sos-layar el problema de fondo; es decir, el tipo de democracia del que se está hablando.

La democracia que hoy se construye en nicaragua, no lo dudo, puede ser ensu perspectiva histórica incompatible con el capitalismo; la que se viene implan-tando en Brasil o en la argentina no me parece, en cambio, apuntar hacia tal in-compatibilidad.

problema general que, mutatis mutandi, no deja de recordarme aquellos tiem-pos en que algunos filósofos marxistas trataban de convencernos de que el arte engeneral es incompatible con el capitalismo, sin siquiera tomarse la molestia de ave-riguar a qué precios se vendían los cuadros en los mercados de parís o nueva York…

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82 op. cit., p. 18. 83 art. cit., p. 46. 84 Cit. por przeworsky y retraducido por el autor (ibíd., p. 43).

XI.naCIón, transnaCIonaLIzaCIón Y demoCraCIa

a juzgar por el tenor de ciertos textos, pareciera que los últimos años de la historialatinoamericana se hubieran caracterizado por el renacimiento de la cuestión na-cional, según algunos autores, o por la conformación de una voluntad nacionalsegún otros. por mi parte debo confesar que, dejando de lado la demagogia deciertos discursos, oficiales o no, me resulta imposible ubicar con precisión aquelloslugares en los que tal fenómeno supuestamente ocurre. en sudamérica, por ejem-plo, creo que el perú es el único país en donde el nacionalismo parece mantenersevivo y respirando todavía con brío, aunque ya se vislumbra el precio que la de-recha local y el imperialismo están dispuestos a hacerle pagar por tal “anacro-nismo”. en los demás países, la invocación de “la nación” no pasa de ser elhomenaje nostálgico que el vicio suele rendir ocasionalmente a la virtud. muchasveces me he preguntado, incluso, si el mismo resurgimiento del indigenismo endeterminados estratos de la sociedad es verdaderamente algo más que el último sa-ludo a la autoctonía perdida, por parte de aquellas capas en rápido proceso de“aculturación”, como antes se solía decir.

en Centroamérica habría que analizar el problema con mayor deteni-miento, pues tenemos situaciones que van desde el nacionalismo revolucionario(antiimperialista) de nicaragua hasta el chauvinismo conservador de Costarica, pasando por las tribulaciones de lo nacional en panamá. Y tenemos enguatemala una conciencia indígena sometida a las peores pruebas de fuego.

en cambio, más al norte, el nacionalismo mexicano atraviesa por una desus peores crisis, adecuadamente resumida en estas líneas de roger Bartra:

“el nacionalismo mexicano ha llegado a un punto crítico: no solo resultauna odiosa fuente de legitimación del sistema de explotación dominante, quebusca justificar las profundas desigualdades e injusticias por medio de la uni-formación de la cultura política: ello comparte con todos los nacionalismos;pero además –y en ello radica la situación crítica– las cadenas de transfigura-ciones y transposiciones han acabado por perfilar una cultura política que yano corresponde a las necesidades de expansión del propio sistema de explota-ción. aun el avance de un capitalismo brioso e imperialista choca abiertamentecon la estela de tristezas rurales, de barbaries domesticadas por caciques, deobrerismo alburero y cantinflesco, de ineficiencia y corrupción en nombre deuna cohorte de pelados. pero no se trata solamente de una necesidiad del desarrolloeconómico por salir de la crisis y del estancamiento; una gran parte de los me-

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xicanos comienza a rechazar esa vieja cultura política que ha sido durante másde sesenta años la fiel compañera del autoritarismo, de la corrupción, de la inefi-ciencia y del atraso (…). Los mexicanos han sido expulsados de la cultura nacio-nal; por eso, cada vez rinden menos culto a la metamorfosis frustrada por lamelancolía, a un progreso castrado por el atraso (…). Han sido arrojados delparaíso originario, y también han sido expulsados del futuro. Han perdido suidentidad, pero no lo deploran: su nuevo mundo es una manzana de discor-dancias y contradicciones85.

Y los relojes caribeños tampoco parecen marcar la hora de lo nacional, conla probable excepción de Haití. en franco proceso de despolitización, aun elnacionalismo puertorriqueño, otrora símbolo de nuestras mejores aspiracionesindependentistas, pareciera deslizarse, en los textos de algunos intelectuales almenos hacia una versión bastante folclórica de sí mismo.

si uno analiza el proceso latinoamericano desde otros ángulos, también esfácil comprobar cuanto hemos caminado en el sentido de una desnacionaliza-ción. Como escribe andré furtado a propósito de la crisis latinoamericana ac-tual:

“(Hay una) pérdida de autonomía y de capacidad de decisión por partede estas sociedades. frente a una crisis tan profunda, las élites y las clases diri-gentes parecen estar sin la mínima capacidad de decisión autónoma, para en-gendrar una alternativa. en este punto, la situación actual se oponeradicalmente a la de 1930, cuando hubo la formulación de una política indus-trializante frente a la crisis. el proceso de apertura de esas economías las llevóprogresivamente a una desagregación de los centros de decisión nacionales. Lapropia situación de descontrol de los gobiernos en relación con la inflaciónilustra bien este fenómeno. en este sentido, la lógica de la reciente crisis refuerzaese aspecto en la medida en que concentra el poder en la economía central. Laintervención del fmI en la política económica de numerosos países latinoa-mericanos ilustra bien este punto”86.

Junto con esta pérdida de autonomía y soberanía se da también un procesode internacionalización de todas las esferas de la vida social, comenzando porla propiamente política. en efecto, si exceptuamos unos pocos partidos de iz-quierda que se especializan en marchar a contrapelo de la historia (eran inter-nacionalistas cuando vivíamos la era de los nacionalismos y están tornándose

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85 La jaula de la melancolía. Identidad y metamorfosis del mexicano, méxico, enlace-grijalbo,1987,pp. 241-242.

86 op. cit., p. 30.

ultranacionalistas cuando el mundo se transnacionaliza), el resto de partidospolíticos se inscribe, por regla general, no solo dentro de corrientes sin dudauniversales, sino también dentro de organizaciones internacionales como la so-cialdemócrata, a demócrata cristiana e incluso la de los liberales. Hecho sinto-mático, aun los viejos caudillos como Joaquín Balaguer, y no se diga los másjóvenes como Leonel Brizola, han tenido que rendirse ante este embate de la“modernidad”. Y yo, personalmente, no veo nada de censurable en ello: solodestaco que es un fenómeno nuevo, prácticamente inexistente en la américaLatina de hace 10 o 20 años, según el caso.

La internacionalización de las pautas de consumo (de un consumo estra-tificado claro está), con todo lo que ello significa en términos de transnaciona-lización de la cultura, así como la tendencia a la relativa estandarización de losmedios de comunicación de masas (que siempre conservan, desde luego, cierto“aderezo” local), tampoco parecen ser pruebas del más leve desplazamiento enfavor de lo nacional. Incluso dicho “aderezo” cada día menos original en la me-dida en que la industria latinoamericana de telenovelas, por ejemplo, tiene querecurrir a determinados ingredientes susceptibles de producir efectos lacrimó-genos desde el río grande hasta la patagonia, cosa que efectivamente ocurrecon las producciones mexicanas, venezolanas o brasileñas. a su manera, estasnovelas también hablan un lenguaje universal: el del kitsch.

en fin, deseo destacar otro fenómeno que me ha llamado últimamente laatención: la rápida transnacionalización de la “alta cultura”. no solo que vemossimultáneamente los mismos cult-movies (además de los otros) en los diferentespaíses de américa Latina, sino que también leemos, concomitantemente, conindependencia de los “gustos nacionales”, el mismo mishima, el mismo milanKundera, el mismo patrick süskind y la misma marguerite duras, que los gran-des aparatos de producción y distribución cultural ponen a nuestra disposi-ción87. o que nos imponen, eso habría que discutir.

nada de lo anterior niega el hecho de que los espacios nacionales siguenexistiendo, en la medida en que continúan habiendo estados que articulanciertos noveles de poder, ciertas modalidades concretas de acumulación de ca-pital y cierta “historia oficial”, a partir de lo cual los sujetos históricos se cons-tituyen y encuentran por lo menos una “comunidad ilusoria” (para retomar la

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87 en Brasil, p. e., fue raro que en los años 1986 y 1987 algún autor nacional lograse mantenerseconsistentemente en las listas de best sellers, tanto de ficción como de no ficción. entre los pocos que loconsiguieron se encuentra fernando de moraes con su libro Olga, sabia mezcla de biografía, novelay –por qué no decirlo– de melodrama.

expresión de marx). solo que la lógica de articulación de estas totalidades escada vez menos nacional y más transnacional, y los centros de decisión últimano residen, precisamente, en aquella mítica “voluntad nacional”.

XII.demoCraCIa Y poder

Y así llegamos al momento de plantear uno de los temas importantes y signi-ficativamente olvidados del momento actual, a saber la relación entre demo-cracia y poder. en resumen y como lo insinuamos en el ensayo precedente,puede decir que al respecto existen dos vertientes interpretativas:

a) La que considera que la democracia es la fuente de Constitución delpoder en la medida en que éste nace justamente de las urnas.

b) La que concibe a la democracia no como un instrumento de constitu-ción del poder, sino como una forma de relación de los ciudadanos con unpoder determinado, en última instancia, por cierta configuración socioestruc-tural.

el problema de la primera concepción reside, a nuestro juicio, en su ca-rácter ilusorio. Como ya lo manifestamos con anterioridad, no hay ningunademocracia, y menos aún las latinoamericanas, en donde los ciudadanos seanllamados a pronunciarse, por medio del voto, sobre los puntos nodales de con-figuración del poder económico, ideológico o militar. Cuando el pueblo haintervenido en la estructuración y/o reestructuración de estas esferas, como enméxico, Bolivia, Cuba o nicaragua, no ha sido precisamente por medio de lasurnas.

además, en estos momentos américa Latina está presenciando una seriede acontecimientos en los cuales la distinción entre participación electoral yparticipación en el poder es perfectamente perceptible. en las negociacionesentre los gobiernos y las organizaciones revolucionarias de Colombia, el sal-vador y guatemala, por ejemplo, siempre se llega a un impasse cuando las se-gundas plantean pactar (o concertar, como se prefiera) algunas medidas queimplican modificaciones en la estructura real del poder: reforma agraria, nuevaspautas de distribución del ingreso nacional, definiciones frente a la deuda ex-terna, etcétera, y no se diga cuando, como en el caso de el salvador, el ejércitopopular reivindica, como organización armada, su derecho a participar de laestructura militar. el poder establecido responde, como es natural, que estos

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puntos mal pueden ser objeto de negociación: que lo máximo que puede ofre-cerles es la posibilidad de terciar en los procesos electorales, y no para decidirsobre aquellos puntos, obviamente.

el presidente reagan, por su lado, sabe perfectamente que lo que trata dearrancar del gobierno sandinista no es la implantación de una democracia, queya existe, sino cuestiones vitales del poder, que es otra cosa.

Como claro lo tiene, el mismo mandatario, que hay un punto sobre el cualjamás entrará a competir con su colega gorbachov: la idea de que sean los pro-pios trabajadores de cada fábrica quienes elijan a sus directores. en la urss,dicha idea puede convertirse en realidad (seguramente desde el año próximo),en la medida, en que no contraría la lógica estructura de la correspondienteformación social; en los estados unidos, tal medida es sencillamente inconce-bible y sin duda se la considera “antidemocrática”. Bueno es elecciones, perodepende en dónde…

de todas maneras, resulta extraño que algunos politólogos y sociólogossudamericanos confundan democracia con acceso al poder cuando, en el casode los procesos recientes, cualquier político profesional ha tenido la ocasión deconstatar que no hay transición democrática posible (a menos que fuese revo-lucionaria) que no implique un conjunto de acuerdos previos con el poder. enel caso de Brasil, por ejemplo, eso se hizo, en palabras de José alvaro moisés,a través de una “negociación informal” no explícita, y cuyos términos todavíano son enteramente conocidos del público”88.

el poder posee, como es obvio, sus secretos; pero de lo que no cabe dudaes de que aquellas negociones tienen un límite reconocido de antemano: no sele puede pedir al poder que se autodesmantele con el fin de permitir la forma-ción real de un nuevo poder, consensual. por esto, las mencionadas transicionesse dan dentro de lineamientos que son de todos conocidos:

a) respeto al sistema económico vigente, sin perjuicio de que puedan ha-cerse ciertas modificaciones en sus formas concretas de funcionamiento.

b) Legitimación de monopolio de la violencia en favor del aparato repre-sivo ya instituido.

c) adscripción permanente al “mundo occidental”, con todo lo que elloimplica.

en relación a estas cuestiones, que tienen que ver con el poder más quecon el gobierno propiamente dicho, las otras son relativamente subordinadas

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88 “transiçao e negociaçao política”, Folha de São Paulo, 29 de junho de 1987.

y constituyen un eventual objeto de negociación, dependiendo de cada corre-lación de fuerzas. en casos límites, como el de Haití (donde la transición nofue tan “pactada” que se diga, aunque sí supervisada por los estados unidos),hubo incluso que ceder la cabeza de algunos tontons macoutes y permitir ciertonúmero de déchoucages en un primer momento, con tal de aplacar la furia po-pular y, sobre todo, de salvar la imagen y la integridad del aparato represivomás moderno, es decir, de las fuerzas armadas regulares. en argentina, algunosgenerales terminaron en la prisión, pero más en calidad de chivos expiatoriosde una guerra perdida que por su condición de torturadores.

en cuanto al poder económico, lo que llama la atención en las transicionesdemocráticas actuales es que, a diferencia de algunas anteriores (ecuador, 1944;república dominicana, 1961, por ejemplo), esta vez la clase dominante no hatenido que sacrificar absolutamente nada ni siquiera de manera simbólica. Lacontinuidad dictadura-democracia es, en este plano, simplemente inverosímil,y por ello no debe llamar la atención que “la teoría” se esfuerce tanto en con-vencernos de que la democracia es una esfera puramente política, que nadatiene que ver con lo económico. Lo cual en este caso es cierto, pero no porquelas cosas tengan que ser así, sino porque determinada correlación de fuerzas im-pone tal divorcio.

reflexiones con las cuales no queremos decir que las democratizacionesque estamos viviendo sean un simple engaño, un mero ritual del que bien sepodría prescindir. si no constituye una forma de construir el poder, la demo-cracia es, en cambio, una buena forma de relacionarse con él: la mejor que po-damos imaginar. por eso, hay que insistir en la defensa de un sistema delibertades lo más amplio posible, de la igualdad irrestricta ante la ley, del respetoa los derechos humanos por parte de todo poder.

nos parece, además, que debemos aspirar a una democracia cada día mástransparente, en un doble sentido: primero, que los actos y decisiones de losgobernantes sean de inmediato conocimiento y fiscalización pública; y segundo,que la ciudadanía pueda pronunciarse de manera inequívoca sobre las cuestio-nes políticas verdaderamente fundamentales. recuerdo que, antes de ser aplas-tados por la represión de paz estenssoro (en una demostración de que “lademocracia no es sinónimo de relajo”, según palabras de la revista Veja89), losmineros bolivianos intentaron realizar un plebiscito sobre el pago de la deudaexterna, sobre el tipo de reformas económicas internas, etcétera. Banderas de

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89 “austeridade e pó: un plano que deu certo”, Veja no. 981, 24 de junho de 1987, p. 64.

este género deberían ser retomadas hasta conseguir el establecimiento de con-sultas concretas que eviten sorpresas traumatizantes como la que la poblaciónbrasileña experimentó en noviembre de 1986, cuando ni bien los votos se ha-bían terminado de contar, que ya el gobierno aplicaba una política económicarigurosamente opuesta a la que de manera implícita había aprobado la mayoríaabrumadora del electorado.

no digo que el poder constituido vaya a aceptar de inmediato este tipo deconsulta, susceptible de cuestionar no solo los hábitos autoritarios (¡ojalá fuesesolo un problema de hábitos!), sino también algunos mecanismos normalizadosde reproducción del sistema. aun así, el intento tiene que realizarse.

al contrario de lo que el conservadurismo pregona, una política respon-sable no es la que se mueve siempre dentro de los estrechos límites marcadospor la burguesía (además ocultándolos), sino la que se encarga de mostrar alpueblo la estrechez clasista de tales límites. en este sentido, lo “pernicioso” noestriba; como piensa el profesor Hirschman, en exigir una democracia con cre-cimiento económico, mejor distribución del ingreso y autonomía nacional,sino en abandonar esas metas y dejar a nuestras “jóvenes democracias” (comocon tanta ternura se les llama) a merced de los males que secularmente les hanimpedido avanzar, justamente, por un real camino democrático.

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el populismo como problema teórico-político*

en un trabajo que no tardaría en tornarse influyente1 –y que en realidad cons-tituye uno de los pocos intentos de replantear de manera global y sistemáticala cuestión del populismo–, ernesto Laclau arriba a conclusiones que no dejande producir cierto escozor teórico y sobre todo político. sostiene que el popu-lismo no es una “expresión del atraso ideológico de una clase dominada, sino,por el contrario, expresión del momento en que el poder articulatorio de esaclase se impone hegemónicamente sobre el resto de la sociedad”2, y no vacilaen aseverar, más adelante, que:

“en el socialismo, por consiguiente, coinciden la forma más alta de ‘po-pulismo’ y la resolución del último y más radical de los conflictos de clase. Ladialéctica entre el ‘pueblo’ y las clases encuentra aquí el momento final de suunidad: no hay socialismo sin populismo, pero las formas más altas de popu-lismo solo pueden ser socialistas. esta es la profunda intuición que ha estadopresente, de mao a togliatti, en todas aquellas tendencias dentro del marxismoque, desde posiciones políticas y tradiciones culturales muy divergentes, hanintentado ir más allá del reduccionismo clasista”3.

apoyado en la muletilla de la lucha contra el “reduccionismo clasista”, La-clau llega, pues, a formular una tesis harto controvertible: la del socialismo,como una suerte de fase superior del populismo4.

Y no es todo. en su empeño de demostrar que el populismo no está ligadoa determinado momento del desarrollo económico y social de américa Latina,el autor argumenta que:

“experiencias populistas se han registrado también en países ‘desarrollados’:piénsese en el qualunquismo en Italia o en el poujadismo en francia, o incluso

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* este ensayo fue presentado como ponencia en el tercer encuentro de Historiadores Latino-americanos y del Caribe, realizado en Quito, ecuador, junio de 1981. La presente versión contiene al-gunas modificaciones menores.

1 “Hacia una teoría del populismo”, en Política e ideología en la teoría marxista. Capitalismo, fas-cismo, populismo, 2a. ed., méxico, siglo XXI, 1980.

2 op. cit., p. 230.3 op. cit., p. 231.4 “at is a formulation that would never have occurred to me, but I think it is a highly interesting

one-socialism, the highest form of populism... Is that revised Leninism?!”. C.B. macpherson, en Varios,Populism and popular ideologies, Laru studIes, Vol. III, no. 2/3, Canadá, January, 1980, p. 11.

en la experiencia del facismo, que la mayoría de las concepciones consideracomo una forma sui generis de populismo. Ligar el populismo a una etapa de-terminada del desarrollo es cometer el mismo error de numerosas interpreta-ciones de los años veinte –la del Komintern entre ellas– que consideraba alfascismo como una expresión del subdesarrollo agrario de Italia y que, en con-secuencia, no podía repetirse en países industriales avanzados como alemania”5.

error grave, seguramente, pero en todo caso menor, a nuestro juicio, queel involucrado en la conceptualización del populismo que propone Laclau. ¿adónde se pretende llegar, en efecto, con este entrevero ideológico que terminapor meter en el mismo saco a fenómenos políticos tan dispares como el fas-cismo, el populismo y el socialismo?

Y es que a este propósito hay que empezar por poner bien en claro unacuestión: la construcción de las categorías para el análisis político es en sí mismaun acto político que, al menos desde un punto de vista marxista, no puedemenos que tender a establecer distinciones inequívocas entre las diversas arti-culaciones y orientaciones de la lucha de clases. en este sentido, nos parece queuna conceptualización que llega a homologar con la categoría de populismo aexpresiones tan disímiles como las representadas por Hitler, mao, perón, titoy el partido Comunista Italiano6, es de entrada una conceptualización cuestio-nable, por muy “coherente” y “lógicamente construida” que pueda parecer.

en un significativo pasaje de su ensayo, Laclau, afirma lo siguiente:“se ve, así, por qué es posible calificar de populistas a la vez a Hitler, a

mao o a perón. no porque las bases sociales de sus movimientos fueron simi-lares; no porque sus ideologías expresaran los mismos intereses de clase, sinoporque en los discursos ideológicos de todos ellos las interpelaciones popularesaparecen presentadas bajo la forma del antagonismo y no solo de la diferencia.su oposición a la ideología dominante puede ser más o menos radical y, enconsecuencia, el antagonismo estará articulado a los discursos de clase más di-vergentes, pero, en todo caso, siempre está presente, y esta presencia es la queintuitivamente se percibe como constitutiva del elemento específicamente po-pulista en las ideologías de los tres movimientos”7.

Cabe entonces preguntar: ¿es legítimo homologar “intuitivamente” un as-pecto de la ideología de estos tres movimientos por el solo hecho de que “en

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5 op. cit., pp. 177-178.6 op. cit., p. 203.7 op. cit., pp. 203-204.

los discursos ideológicos de todos ellos las interpretaciones populares aparecenpresentadas bajo la forma del antagonismo y no solo de la diferencia”?

aún admitiendo que esto último fuese verdad, creemos que se trata de unplanteamiento netamente formalista del problema. Y es que aquí hay, comoasunto de fondo ya no solo político sino también teórico, un supuesto meto-dológico que de por sí implica un retroceso hacia posiciones premarxistas: nosreferimos al supuesto de que es posible construir las categorías del análisis po-lítico a partir de la sola forma en que aparecen presentadas las “interpelacionespopulares” en el discurso ideológico, sin tomar en consideración el sentido ver-daderamente histórico de ese discurso, es decir, sus determinaciones objetivas.

“nuestra tesis –escribe Laclau– es que el populismo consiste en la presen-tación de las interpelaciones popular-democráticas como conjunto sintético-antagónico respecto a la ideología dominante”8.

desprendidas de su soporte material, dichas “interpelaciones” devienen,como es natural, una especie de alma susceptible de encarnarse en cualquiercuerpo, sea éste fascista, populista o socialista. así se llega, además, a aceptarcomo moneda de buena ley el controvertible supuesto de que el discurso fascistase opone, al parecer globalmente, a la ideología dominante, también en su to-talidad, cosa que desde luego habría que demostrar.

por otra parte, el propio concepto de pueblo que maneja Laclau posee unaelevada dosis de ingravidez social en la medida en que es presentado como una“determinación” del sistema, pero “diferente de la determinación de clase”, yaque el pueblo, según el autor, “no existe, obviamente, al nivel de las relacionessociales de producción”9. de suerte que tanto la extensión como el contenidode tal categoría pasarían a depender de los límites que de hecho les asigne el“conjunto. de las relaciones políticas e ideológicas de dominación”10, e incluso,ateniéndonos a cierta “aclaración” de Laclau, del discurso puro y llano:

“…in the case of ‘the people’, we are clearly not speaking about concretesocial agents. We are speaking about an interpellative structure”11.

antes que propender a una explicación materialista del populismo, el autorpareciera más bien, con estas tesis, buscar una justificación teórica del popu-lismo de aparente estirpe marxista, a la vez que realizar una “lectura” netamentepopulista del marxismo. pues, si hay algún rasgo que sea típico de aquel popu-

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8 op. cit., p. 201.9 op. cit., p. 122.10 Ibíd.11 Populism and popular ideologies, op. cit., p. 19.

lismo, es precisamente el de concebir al pueblo como un conjunto indetermi-nado en términos de clase, opuesto a otro conjunto igualmente indeterminadoen términos clasistas (el “bloque de poder” del que habla Laclau).

recordemos, a este respecto, que la diferencia entre el discurso populistay un discurso como el del frente sandinista, por ejemplo, pasa justamente porla frontera señalada: en el discurso de los revolucionarios nicarangüeses hay sinduda una “interpelación” al conjunto del pueblo, pero sin dejar de señalar laubicación de clase de cada uno de los sectores populares, y por supuesto de loscomponentes del “bloque de poder”, dentro de la compleja red de relacionesde producción características de la formación social de nicaragua12. ¿Herencia,o por lo menos secuelas, de un marxismo deformado por las interpretacionesde la tercera Internacional? Quien sabe. en todo caso, quienes vienen esgri-miendo esta muletilla desde hace un buen tiempo, deben darse cuenta de quesu “patrullaje ideológico” no posee, desafortunadamente, la virtud de eliminara las clases sociales y sus efectos, y menos todavía en esta década de los ochenta,singularizada por una de las peores arremetidas de que se tenga memoria delcapital contra los asalariados.

en fin, sus peculiares concepciones conducen a Laclau a plantear una seriede problemas teóricos absolutamente artificiales, como los formulados en esteextenso pasaje:

“esta perspectiva abre el camino para entender un fenómeno que no harecibido una explicación adecuada en la teoría marxista: la relativa continuidadde las tradiciones populares frente a las discontinuidades históricas que carac-terizan a la estructura de clases. el discurso político marxista –como todo dis-curso popular radical– abunda en referencias a ‘la lucha secular del pueblo frentea la opresión’, a ‘tradiciones populares de lucha’, a la clase obrera como ‘reali-zadora de tareas populares inconclusas’, etcétera. Y, como sabemos, estas tradi-ciones están cristalizadas en símbolos, valores, etcétera, en los que los sujetosinterpelados por las mismas encuentran un principio de identidad. se dirá quese trata de símbolos de valor meramente emocional y que la apelación a losmismos tienen un significado meramente retórico. pero este tipo de explicación–aparte de no aclarar por qué la apelación emocional es eficaz– no logra resolverun claro dilema. si aceptamos la universalidad del criterio de clase y, al mismotiempo, hablamos de lucha secular del pueblo contra la opresión, la ideología

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12 Cfr., p. e., orlando núñez soto, Transición y lucha de clases en Nicaragua (1979 -1986), méxico,siglo XXI, 1987.

en que dicha lucha secular se cristaliza solo puede ser la de una clase distintade la clase obrera, ya que ésta solo surge con el industrialismo moderno. pero,entonces, la apelación a esta tradición en el discurso socialista constituiría uncraso oportunismo, ya que se trataría de empañar la pureza de la ideología pro-letaria con la introducción de elementos ideológicos característicos de otras cla-ses. si tomamos el camino inverso y aceptamos que dichas tradiciones noconstituyen ideologías de clase, se nos presenta el problema de determinar lanaturaleza de las mismas”13.

asombra, en verdad, que un investigador que es de origen latinoamericanollegue a convertir esta cuestión en una madeja casi metafísica. ¿es que existerealmente dificultad en comprender por qué el proletariado cubano o nicara-güense incorporan a su acervo ideológico el ideario popular democrático y an-tiimperialista de un martí o un sandino? Laclau sostiene “que este tipo deincorporación solo es posible en la medida en que ‘las tradiciones populares’constituyen el conjunto de interpelaciones que expresan la contradicción pue-blo/bloque de poder como distinta de una contradicción de clase”14; pero aquícabe preguntar: ¿contradicción distinta de cuál o cuáles contradicciones declase? ¿o es que la situación del proletariado de los dos países mencionados atítulo de ejemplo, no está objetivamente entrelazada con el problema del impe-rialismo y con la situación de las clases populares no propiamente proletarias?

en el fondo, lo que sucede es que Laclau, en lugar de tratar de comprenderla articulación de los elementos popular-democráticos con los estrictamenteproletarios a partir del análisis de una matriz económico-social determinada,intenta resolver el problema en un nivel tan etéreo que por definición le impidecaptar las determinaciones que la esfera político-ideológica recibe en cada etapadel desarrollo de una formación social. Y en ese plano, claro está, tampoco lees posible ubicar correctamente la cuestión del populismo. súmese a ello la no-toria mala fe con que actúa al pasar por alto todas las interpretaciones marxistasdel populismo latinoamericano, desde las de octavio Ianni hasta las de arnaldoCórdova, francisco Weffort, ruy mauro marini y decenas de autores más,cuyos trabajos ciertamente no le son desconocidos.

aun a riesgo de recaer en los supuestos pecados del “economicismo” y el“reduccionismo clasista”, conviene recordar que el populismo latinoamericanono surgió en cualquier momento histórico ni en un contexto carente de deter-

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13 op. cit., pp. 194-195.14 op. cit., p. 194.

minaciones estructurales. uno puede criticar, con sobrada razón como lo haceLaclau15, los fundamentos teórico-metodológicos en que se basan autores comogino germani y torcuato de tella para formular sus conocidas tesis sobre elpopulismo como un fenómeno político correspondiente a una fase de transi-ción desde la “sociedad tradicional” hacia la “sociedad moderna” (industrial);mas ello no autoriza a suprimir de un plumazo la problemática a que aluden,aunque en términos ciertamente funcionalistas, los mencionados sociólogos.

sociedad “tradicional” es una categoría carente de rigor científico –tal comopodría serlo la categoría de sociedad “oligárquica”– si es que no la definimos demanera teóricamente adecuada. pero, al menos desde que se desencadenó la fa-mosa polémica sobre el tema de “américa Latina: ¿feudal o capitalista?”, en laque el propio Laclau terció, ha habido un gran esfuerzo por parte de los cientí-ficos sociales latinoamericanos para esclarecer las características y etapas de nues-tro desarrollo histórico. de hecho, la misma disyuntiva de “feudal o capitalista”parece actualmente superada en la medida en que existe más o menos consensoen el sentido de admitir que américa Latina ha experimentado ya, aproxima-damente un siglo de desarrollo capitalista. pero este desarrollo tiene desde luegouna historia, quizás bastante más compleja de lo que en un primer momento sesupuso o se quiso suponer. según nuestro criterio, el modo de producción ca-pitalista se implantó entre nosotros como instancia dominante en el último ter-cio del siglo XIX, a través de un brutal proceso de acumulación originaria y condos características básicas que marcarían toda su trayectoria posterior: (a) su víareaccionaria, junker, de desarrollo, y (b) su situación de dependencia estructuralcon respectó al imperialismo. esto determinó modalidades propias en el procesode acumulación de capital, en la configuración del aparato productivo, en la es-tructura de clases y por supuesto en la esfera política.

no es éste el lugar adecuado para estudiar en detalle cada uno de estosproblemas16, mas sí conviene insistir, para el asunto qué aquí interesa, en quela especificidad de este desarrollo del capitalismo dio como resultado la con-formación de un bloque de poder que, lejos de tener como epicentro a unaburquesía industrial moderna, se articuló en torno de una trilogía harto cono-cida: la conformada por los junkers locales (terratenientes en transición al ca-pitalismo), la burguesía “compradora” (intermediaria) y el “capital monopólicoextranjero”. no era, pues, un bloque de poder cualquiera, ni producto de las

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15 op. cit., p. 170 y ss. 16 Que hemos intentado analizar con detenimiento en El desarrollo del capitalismo en América La-

tina, méxico, siglo XXI, varias ediciones.

solas relaciones políticas e ideológicas de dominación; por el contrario, eranestas relaciones el resultado de ciertas tareas objetivas que dicho bloque oligár-quico tenía que cumplir en su momento: proceso de expoliación “originaria”,establecimiento de los mecanismos adecuados para la extracción de plusvalíaabsoluta o, en su caso, para la supeditación del trabajo precapitalista al capital,etcétera; tareas que por sí mismas imponían modalidades muy poco democrá-ticas de dominación, ¿o es que alguien es capaz de imaginar, sincera y seria-mente, una posible lógica de interpretación inversa, en la que el plano“discursivo” explique la realización de aquellas tareas?

Y el pueblo, por su parte, tampoco era una entidad ahistórica, suceptiblede ser modelado por cualquier tipo de “interpelación”. así como no aparecióde inmediato la burguesía industrial como eje del bloque de poder, tampocoapareció de la noche a la mañana su correlato estructural, el obrero moderno,como pivote de las fuerzas populares. durante un largo período histórico éstasestuvieron constituidas básicamente por los campesinos y artesanos en cursode proletarización que, junto con otros embriones de proletariado, con lasmasas pequeño-burguesas y hasta precapitalistas y la “plebe” en general, vinie-ron a constituir ese pueblo que se contraponía a la oligarquía.

¿era esta contradicción entre el pueblo y el bloque de poder (oligarquía) laexpresión de una especie de fatalidad que supuestamente pesaría sobre toda for-mación social en tanto que “antagonismo cuya inteligibilidad no depende de lasrelaciones de producción, sino del conjunto de las relaciones políticas e ideoló-gicas de dominación”?17. de ninguna manera. el hecho mismo de que duranteaquella etapa apareciera como privilegiado el antagonismo pueblo/oligarquía,frente a la oposición proletariado/burguesía, por ejemplo, obedecía a la específicaestructura de clases que la modalidad también específica del desarrollo del capi-talismo en américa Latina había generado. en otros términos, y exactamente alrevés de lo que postula Laclau, aquel antagonismo solo se torna comprensibleen cuanto dependiente de las relaciones sociales de producción. es más, única-mente a partir de la intelección cabal de lo que fue la matriz económico-socialde entonces es posible explicar el contenido profundo de la oposición pueblo/oli-garquía, sus posibilidades objetivas de desarrollo y sus límites.

en efecto, y dicho de manera ciertamente esquemática, tal oposición sin-tetizaba el desarrollo, por lo demás desigual, de tres órdenes de contradiccionesestructurales que servía de sendos ejes de articulación de la lucha de clases.

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17 Laclau, op. cit., p. 193.

en primer lugar, y dada la vía reaccionaria que seguía el capitalismo enamérica Latina, existía la posibilidad objetiva de que las luchas populares apun-tasen hacia una revolución democrático-burguesa que terminara por imponeruna vía alternativa de desarrollo capitalista. Lo cual suponía, desde luego, unairrupción masiva del campesinado en curso de proletarización en la escena his-tórica, con la consiguiente explosión de la contradicción entre dicho campesi-nado y el sector junker (junto a otros factores, claro está). es lo que acontecióen el caso mexicano, por lo menos.

en segundo lugar, y en la medida en que la vía reaccionaria de desarrollodel capitalismo en américa Latina era simultáneamente una forma depen-diente, existía también la posibilidad objetiva –que por lo demás podía ligarseíntimamente con la anterior– de que el punto de condensación de las luchaspopulares estuviese constituido por una acentuación de la contradicción na-ción/imperio. en otros términos, que el elemento democrático popular adqui-riese radicales perfiles antiimperialistas, como en realidad ocurrió en más deuna ocasión (por razones comprensibles, el área centroamericana y del Caribeha sido el ejemplo paradigmático de esta situación).

en tercer lugar, y puesto que a pesar de todo en la fase oligárquica se cons-tituyen los primeros embriones de proletariado moderno, era posible que juntoa las dimensiones democrático-burguesa y antiimperialista de la oposición pue-blo/oligarquía surgiesen también, aunque incipientemente, las primeras pers-pectivas socialistas (cosa que también sucedió).

reflexiones con las cuales no tratamos de apuntalar ningún “paradigma”,ni nada por el estilo, sino solo destacar las posibilidades y limitaciones de lasluchas de clases en el período en cuestión. Las posibilidades son, pues, las abier-tas por el desarrollo de contradicciones que tendencialmente (pero no fatal-mente) impulsan la realización de tareas democrático-burguesas yantiimperialistas, mientras que el límite está dado por el poco desarrollo de lacontradicción proletariado/burguesía en la matriz económico-social misma.

ahora bien, el hecho cierto es que la etapa oligárquica (caracterizada, re-petimos, por el predominio de la vía junker, dependiente) entró en una fase decrisis estructural muy clara en la década de los años treinta, pero sin llegar acristalizar, salvo en méxico, las posibilidades revolucionarias del período encuestión.

no es del caso analizar aquí los factores determinantes de aquella crisisque, como es bien sabido, por un lado corresponden a la maduración de laspropias contradicciones de la sociedad oligárquica y, por otro lado, a la pro-

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funda crisis del sistema capitalista en su conjunto. Lo que importa destacar esque, en el curso de los años treinta, se desarrollan por doquier en américa La-tina movimientos popular-democráticos en respuesta a la crisis, pero que son,por regla general, duramente reprimidos y desarticulados por la oleada dicta-torial oligárquica que toma cuerpo en ese contexto. se ensayan al mismotiempo, en algunos casos, fórmulas burguesas de reordenamiento del sistema,las que sin embargo están lejos de cuajar en verdaderas revoluciones de tipodemocrático-burgués. Hay incluso en este período los primeros brotes de po-pulismo, pero que no pasan de ser eso: expresiones incipientes.

américa Latina ingresa pues en la década siguiente (años cuarenta) conuna crisis estructural no resuelta, sin alternativas burguesas claras y con un mo-vimiento de masas reprimido pero presto a “renacer” en la primera coyunturafavorable, la cual se presenta, aproximadamente, en el bienio 1944-45. este esel momento, además, en que américa Latina encuentra las condiciones propi-cias para el establecimiento de un nuevo ciclo de acumulación de capital, porrazones de sobra conocidas, en las que huelga insistir. Y es este, precisamente,el contexto en el que se desarrolla el fenómeno político conocido con el nombrede populismo.

¿en qué consiste tal fenómeno? ¿Cómo podemos caracterizarlo? Creemosque, en lo fundamental, tiene dos rasgos sobresalientes:

1. La presencia activa pero inorgánica de las masas en el escenario político.2. una modalidad ideológico-política específica de tal presencia.en cuanto al primer punto quizás no haga falta abundar mayormente. Ha-

blamos de inorganicidad en la medida en que el populismo nunca logró arti-cular reales partidos de masas18, sino que apenas cristalizó en movimientos detipo caudillista. esta inorganicidad se debe; en lo esencial, a dos factores:

de una parte, a las obvias limitaciones subjetivas de esas masas, que poralgo no consiguieron cuajar en un proyecto revolucionario sus legítimas perodifusas aspiraciones. en este punto queremos insistir, por oposición a ciertodiscurso demagógico y romanticón que intenta soslayar oportunistamente talproblema.

de otra parte, ello se debió a la inorganicidad del propio sector de la clasedominante que en principio hegemonizaba a los movimiento populistas, a tra-vés de una compleja red de mediaciones. muchas veces, ciertas tareas “burgue-sas” fueron realizadas por dichos movimientos a pesar de la burguesía “de carne

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18 en caso de prI mexicano quedaría obviamente fuera de esta reflexión; pero también queda, anuestro juicio, fuera de fenómeno propiamente populista.

y hueso”, cuando no en contra de sus explícitos designios. solo cuando esa bur-guesía “maduró” relativamente, hacia fines de los años setenta y en el curso delos ochenta (en condiciones que no es del caso discutir aquí), empezó a orga-nizar partidos que ya pueden llamarse de masas; pero no más bajo el signo po-pulista sino sobre todo del socialdemócrata (o demócratacristiano).

en cuanto al punto 2 conviene precisar varias cuestiones:(a) en primer lugar, tenemos como característica del populismo una orienta-

ción antioligárquica, pero ambigua en términos de clase, que es acicateada y almismo tiempo limitada desde arriba (es decir, manipulada por algún sector bur-gués), de tal manera que el movimiento de masas sirva de ariete contra otros sec-tores de la clase dominante, pero sin la posibilidad de convertirse en una real fuerzarevolucionaria, capaz de ajustar cuentas con la oligarquía al modo jacobino.

el poner de relieve esta orientación antioligárquica limitada permite, porlo demás, destacar dos hechos.

de un lado, que en rigor solo existe espacio estructural para el desarrollodel populismo durante la fase de transición de la etapa oligárquica a la etapaburguesa moderna, y no después, cuando esta última ya se ha consolidado,puesto que entonces la perspectiva antioligárquica deja de tener sentido histó-rico, por más que el espectro del populismo siga rondando el escenario políticopor razones como las expuestas en otros pasajes de esta obra.

de otro lado, ello permite recalcar que no parece pertinente hablar de po-pulismo en los casos en que el movimiento de masas logra realizar efectivamenteuna revolución democrático-burguesa, en la que sí hay aquel ajuste “plebeyo”de cuentas con la oligarquía y no solo una amenaza controlada y negociable,como en el caso del populismo. esto, a pesar de que tales revoluciones siganulteriormente el derrotero que les es típico: debilitamiento irremediable de loscontenidos democráticos (en el sentido de populares), acentuación igualmenteirremediable de los contenidos burgueses, formalización paulatina del conceptomismo de democracia y, finalmente, embestida contra la propia imagen positivadel momento jacobino.

(b) Luego, hay en el populismo una orientación nacionalista que, a seme-janza de la orientación anteriormente mencionada, se caracteriza por un pro-ceso de recuperación-distorsión de una problemática real de nuestros países: laproblemática de la dependencia. en este caso se acicatean los sentimientos na-cionalistas de las masas, pero simultáneamente se los limita de manera que noadquieran un verdadero contenido popular, con la consecuente derivación an-tiimperialista.

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aunque aquí la cuestión tiene también otra dimensión: esa orientaciónnacionalista es al mismo tiempo un elemento coadyuvante de la articulacióndel mercado interior, aunque solo fuese a nivel de los valores y símbolos en al-gunos casos; articulación que se torna indispensable en una fase en que se plan-tea ya el problema de la conformación de un circuito interno de reproduccióndel capital. a través de la ideología populista se realiza, pues, esta tarea, que enprincipio corresponde al orden de lo democrático-burgués y tiene por lo tantotambién ribetes antioligárquicos. más allá de los símbolos concretos que se mo-vilicen (que pueden ir desde el lenguaje populachero de perón hasta las imáge-nes apostólicas de Velasco Ibarra, pasando por el maternal asistencialismo de“evita” o cualquier cosa parecida), es un hecho que la ideología populista ayudaa transformar en ciudadanos a los miembros de los “estamentos” heredados dela etapa oligárquica19.

(c) por último, y cuando el populismo se desarrolla en un contexto de rá-pida formación de un nuevo proletariado (como sería el caso prototípico de laargentina peronista), tenemos una orientación obrerista, aunque revestida decaracterísticas bastante peculiares. en este caso se impulsa una política redis-tributivista, mas que no actúa tanto sobre la relación obrero-patronal directacomo sobre la redistribución global del excedente económico capitalista, a tra-vés de mecanismos como los siguientes:

• presión para que se transfiera una parte importante del excedente delsector agrario al sector industrial.

• presión para que se redefinan las viejas modalidades de articulación conel imperialismo; es decir, regateo tendiente a aumentar la cuota de participaciónnacional en el excedente económico capitalista mundial.

• Consiguiente creación de condiciones de acumulación en la industriaque permitan elevar los salarios sin afectar la tasa de ganancia de la burguesíay más bien ampliando significativamente el mercado interno.

• posibilidad de crear, aunque solo fuese coyunturalmente, una especie deestado “benefactor” (en buena medida, el llamado “estado populista” es el wel-fare state del tercer mundo).

en estas condiciones, la misma orientación obrerista se funde con las otrasdos, cerrándose así el círculo político e ideológico del populismo, allí dondeéste se desarrolla plenamente: se puede ser obrerista en tanto se es antioligár-

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19 sobre la configuración estamental de la sociedad oligárquica consúltese, p. e., ensayo de octavioIanni titulado “populismo y relaciones de clase”, en gino germani et al., Populismo y contradicciones declase en Latinoamérica, méxico, serie popular era, 1973, esp., pp. 92-93.

quico y nacionalista, con lo cual la contradicción proletariado/burguesía resultamás fácil de escamotear ideológicamente. La manipulación de las masas tiene,en este caso, como en los anteriores, la base objetiva de una articulación muyespecífica de las contradicciones de la sociedad latinoamericana, típica de la fasede transición señalada y no de otra. especificidad que a su vez pareciera con-firmar uno de los principales postulados del populismo: el de que américa La-tina es una sociedad tan “original”, que se vuelve indispensable buscar “tercerasvías”, sin caer en los “esquemas foráneos” del marxismo.

el populismo resulta ser, en síntesis, una especie de sucedáneo de la revo-lución democrático-burguesa y antiimperialista no realizada en américa Latina(salvo en los casos de revoluciones populares que cumplieron parcial o total-mente dichas tareas). si se quiere emplear una terminología gramsciana, inclusopodría decirse que se trata de una de las modalidades políticas de realizaciónde la “revolución burguesa pasiva”, a través de la cual se cumplen, aunque demanera vacilante, tortuosa e incompleta, algunas de las tareas indispensablespara el tránsito de la sociedad oligárquica a la sociedad burguesa moderna.

en el caso de los países más avanzados del área latinoamericana (argentinay Brasil particularmente) este carácter del populismo se torna mucho más evi-dente en la medida en que los intereses de la burguesía industrial moderna lo-gran adquirir hegemonía (a través de complejas mediaciones, como ya se dijo)sobre los movimientos populistas, lo cual permite al estado articular un pro-yecto más o menos coherente de desarrollo económico (industrialización conampliación del mercado interno, absurdamente conocida como de “sustituciónde importaciones”, como si antes los “cabecitas negras” se hubiesen vestido conpaños importados); además de la modernización del propio estado.

en el caso de los países más atrasados, como perú y ecuador, los movi-mientos populistas poseen en cambio perfiles más ambiguos, al no existirembriones de burguesía industrial moderna capaces de servir de base objetivapara aquel tipo de procesos. por esto, y a diferencia del peronismo o el var-guismo, el aprismo ni siquiera llegó a convertirse en gobierno durante sularga fase propiamente populista (el apra, recuérdese, es actualmente unpartido socialdemócrata, lo que no le quita, por supuesto, ciertos rasgos po-pulistas). Y en cuanto al velasquismo ecuatoriano, apenas si cumplió con al-gunas tareas burguesas: impulso ciertamente importante a la conformaciónde una infraestructura física que sirva de base para la creación de un circuitointerno de acumulación; obras destinadas a lograr una mejor reproducciónde la fuerza de trabajo, sobre todo urbana y suburbana; contribución ideo-

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lógico-“moral” para la conversión de los antiguos grupos “estamentales” enciudadanos nacionales.

por lo demás, no es un azar que en estos dos casos, de perú y ecuador,las obvias limitaciones del populismo en cuanto a la realización de aquellastareas antioligárquicas y nacionalistas, hayan determinado que éstas tuvieranque cumplirse por otra vía política: la del reformismo militar, en perú bajoel régimen de Velasco alvarado, en el ecuador sobre todo en el período derodríguez Lara20.

Conjunto de reflexiones que nos permiten, a la vez, comprender las razonesdel agotamiento y crisis del populismo en cierto momento histórico. de unaparte tenemos razones muy objetivas: el populismo se agota una vez que se hacumplido, de manera más o menos eficiente, la “revolución pasiva” de la bur-guesía nativa contra los principales obstáculos que a su desarrollo le oponía lamatriz oligárquico-dependiente (poco importa que esta “revolución” se efectúepor la vía del propio populismo o por cualquier otra vía política). Incluso anivel del proceso de acumulación de capital llega un momento en que ya no esposible apuntalarlo mediante transferencias de excedente como las señaladas,tornándose entonces necesario implantar otras modalidades de acumulación(se habla, por eso, del “agotamiento de cierto patrón de crecimiento”). ademásde que las mismas reformas antioligárquicas y nacionalistas tocan un límitemás allá del cual se vería afectado el funcionamiento del sistema capitalista;quienes las siguen defendiendo, pasan por ello a formar parte del ala radical,eventualmente revolucionaria del populismo.

de otra parte, aunque en íntima vinculación con lo anterior, el populismoentra en crisis en la medida en que la conciencia de las masas tiende a desarro-llarse con mayor autonomía y organicidad política, elevando su nivel de reivin-dicaciones hasta un punto en que el esquema populista, ya en crisis, puedemenos que nunca satisfacer, hecho que termina por poner en cuestión todossus mecanismos de manipulación y control. desde ese momento el problemadel populismo pasa a ser el de su paulatina desintegración y conversión en otracosa, dentro de un proceso extremadamente complejo, cuyo análisis rebasa am-pliamente los límites de este trabajo.

pensamos que al ubicar en estos términos el problema, con todo el esque-matismo que ello pueda implicar, hemos evitado que la categoría de populismose convierta en una especie de cajón de sastre en donde cabe más o menos todo,

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20 militarismo, por lo tanto, muy diferente de los militarismos pospopulistas de argentina yBrasil, por ejemplo.

sin que en realidad se diga nada. Y hemos buscado deslindar, sobre todo el po-pulismo de lo popular democrático, que mal pueden ni deben ser confundidos,ya que el primero es una manifestación distorsionada del segundo. el movi-miento “26 de julio”, por ejemplo, fue durante su primera fase un movimientopopular democrático, pero jamás fue populista en la medida en que nunca ma-nipuló a las masas ni les imprimió orientaciones como las que nos hemos es-forzado en criticar.

por esta misma razón hemos tomado como punto de partida el ensayo deLaclau, que es quien seguramente ha ido más lejos en el fomento de aquellaconfusión. porque, ¿en qué consiste finalmente su supuesta “aportación” a lateoría política marxista, como no sea en tratar de derribar la barrera que separaal populismo de lo popular democrático, suprimiendo mediante una serie deartificios teóricos todo el problema de las tareas objetivas que cumplen las di-versas fuerzas políticas, con los contenidos de clase respectivos?

Lo demás, no es ninguna novedad dentro de la teoría marxista. de sobrasabemos que la revolución latinoamericana no la hará el proletariado por sísolo, sino a través de una alianza lo más amplia posible con otras clases y capaspopulares, tal como lo han demostrado en la práctica las revoluciones cubanay nicaragüense. mas esto no confirma la tesis de que la revolución democrática,popular y antimperialista, y menos aún su etapa socialista, sean una especie de“culminación del populismo”; por el contrario, representan una solución decontinuidad con él, o, para ser más precisos, con lo que él implica de orienta-ción hegemónica mistificadora.

Lo cual no quiere decir que en los países donde existe una fuerte tradiciónpopulista, las fuerzas revolucionarias no tengan ante sí un delicado y complejoproblema. negarlo sería insensato; pero una cosa es reconocer su existencia ydiscutir la manera de resolverlo, y otra, muy distinta, disolverlo en un laberintoen que lo popular aparece como una entidad metahistórica, en el mejor de loscasos “sobredeterminada” por la lucha de clases.

234

el velasquismo: un ensayo de interpretación

I.IntroduCCIón

el velasquismo constituye, a no dudarlo, el fenómeno político más inquietantedel ecuador contemporáneo. Baste recordar que Velasco ha logrado triunfaren cinco elecciones presidenciales y acaudillar un movimiento insurreccional(el del 44), fascinando permanentemente a los sectores populares pero sin dejarde favorecer desde el gobierno a las clases dominadoras. sorprende, además,su habilidad para apoyarse en los conservadores y buena parte del clero sin mal-quistarse con los liberales ni descartar en determinados momentos una alianzade facto con los socialistas y aún los comunistas.

así, Velasco ha conseguido dominar el escenario político ecuatoriano porun lapso de 40 años: desde 1932 en que apareció por primera vez como perso-naje público relevante, en el Congreso, hasta 1972, año en que concluyó suquinta administración.

por lo demás, ¿en qué casilla ideológica ubicar a este hombre que respondiólo siguiente a un periodista que le instó a definirse políticamente?

“Yo me siento ligado a una misión divina del hombre en la vida, cual es lade cooperar para que toda la naturaleza y la humanidad salgan del caos a la or-ganización y de las tinieblas a la luz”1.

II.CrIsIs e Impase poLítICo

Lo primero que llama la atención de quien investiga el período histórico in-mediatamente anterior al aparecimiento del velasquismo, es el que en un lapsode apenas diez años se haya producido el fracaso de tres fórmulas de domina-ción en el país. en efecto, entre 1922 y 1925 se desmorona el mecanismo mon-tado por la burguesía de guayaquil (fórmula liberal); en 1931 cae, abatido por

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1 Mañana, Quito, no. 25.

la crisis económica y por sus debilidades propias, el gobierno “juliano” pe-queño-burgués (fórmula militar-reformista); en fin, en 1932 fracasa en elcampo de batalla la “solución” de los terratenientes de la sierra (fórmula con-servadora).

desembocamos, con esto, en una especie de “vacío de poder”, que durarálargo tiempo y será el terreno abonado para que prospere el velasquismo. pues,de una parte la burguesía–agroexportadora no podía retomar el poder políticopor la vía electoral, dada su impopularidad y el debilitamiento sufrido porefecto de las crisis económicas de los años veinte y treinta; ni con las armas, yaque el ejército se oponía abiertamente a la llamada dominación “plutocrática”.por las razones que se analizarán en el numeral siguiente, aun el fraude, susti-tuto caricaturesco de la democracia “representativa”, y que por sí solo era indiciode debilidad política de nuestra burguesía, se había vuelto inviable.

de otra parte, los terratenientes serranos, que sí estaban en capacidadde triunfar en elecciones, movilizando a los sectores controlados ideológica-mente por el clero, no podían acceder al gobierno sin la aquiescencia de unaoficialidad que les era hostil y contando como contaban con la fuerte oposi-ción de la burguesía de la costa.

en fin y como ya se vio, en el momento en que surgió el velasquismotampoco cabía que la clase media retomara manu militari el control del es-tado, luego de que su fracaso de 1931 había puesto de manifiesto la imposi-bilidad de llevar adelante una política reformista en época de crisis.

así que la paradoja de una situación que no había permitido la concen-tración de todos los elementos del poder social en una sola clase, sino quemás bien los había distribuido entre varias, al conferir la hegemonía econó-mica a la burguesía agromercantil, la hegemonía ideológica los terratenientesde la sierra y la facultad de “arbitrar” con las armas a una oficialidad muy li-gada a la clase media, se convirtió en una encrucijada verdadera.

esta crisis del poder es el primer elemento que debe tenerse presente parauna explicación correcta del fenómeno velasquista, pero sin olvidar que ellatoma cuerpo en el marco de la crisis económica de los años treinta. dato im-portante si se recuerda que los triunfos más impresionantes de Velasco hancoincidido con coyunturas similares: la apoteosis del 44 ocurrió “cuando sehizo patente en el país el fenómeno de la inflación monetaria con su secuelade especulación, elevación del costo de la vida, depreciación de la moneda”,y el triunfo arrollador del caudillo en 1960 se produjo en un momento críticopara la “economía del banano”.

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III.sItuaCIón de masas Y suBproLetarIado

sin embargo, ni la crisis económica ni la de hegemonía bastan, por sí solas,para explicar el nacimiento y desarrollo de una solución “populista” como ladel velasquismo: si ésta termina por imponerse, es gracias a la conformaciónde un nuevo contexto social y político en las urbes ecuatorianas a partir de losaños treinta (proceso ligado, claro está, a la crisis del sistema en su conjunto).aquel contexto se caracteriza por lo que denominaremos situación de “masas”,sobre la cual disponemos ya de ciertos datos que conviene recapitular.

en 1931-32 la Compactación obrera nacional se presenta como movi-miento “democrático y de masas”, pese a su carácter eminentemente retró-grado.

el presidente martínez mera, durante el corto lapso de su gobierno (1932-33), sufrió el hostigamiento constante del “populacho”, los “grupos de mucha-chos” y la “gente del hampa”, según el decir de los historiadores burgueses.

el velasquismo principia, como afirma su líder, “por el mercado de gua-yaquil y por las modestas barras que se dignaban escucharme en la Cámara dediputados”2.

en fin, Velasco triunfa en 1933 gracias a una campaña “dinámica, callejeray exaltada, llena de promesas de acabar con los privilegios, las trincas, los es-tancos y todos los vicios de la república”.

urge preguntar, entonces, qué significado puede tener esto de que la pro-pia reacción se haya visto obligada a presentarse como movimiento democrá-tico y de masas; el que un presidente del ecuador haya sido forzado aabandonar su puesto por el hostigamiento popular y que un movimiento po-lítico haya nacido en los mercados y triunfado gracias a una campaña de lascaracterísticas señaladas.

para nosotros la respuesta es clara: la composición social de las urbes se al-teró de tal suerte en esos años que se volvió obsoleta la tradicional política deélites, con los viejos partidos de notables, y fue necesario aceptar una formapolítica inédita que, sin atentar contra los intereses de la dominación en su

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2 discurso de 27-III-60. salvo indicación contraria, los textos de los discursos o declaraciones deVelasco son tomados de las siguientes fuentes: a) para los años 1944-45, El 28 de mayo: balance de unarevolución popular ya citado; b) para los años 1952- 56, obra doctrinaria y práctica del gobierno ecuatorianot. I y II, Quito, talleres gráficos nacionales, 1956; c) para 1960, El velasquismo: una interpretación po-ética y un violento período de lucha, guayaquil, ed. royal print, 1960.

conjunto, fuese adecuada al nuevo contexto. era imprescindible tomar en con-sideración las reacciones eventuales de las masas, que en adelante ya no inter-vendrían, como antes, solo en casos extremos, de insurrección o motín, sinotambién en las “contiendas” cívicas convencionales. por ello, el fraude se tornariesgoso, como poco redituales las decisiones tomadas a nivel de pequeño clubelectoral. Había, pues, que tolerar cierto grado de participación popular en lapolítica nacional.

¿de qué masas se trataba y cómo se habían desarrollado en los últimosaños? para responder a esta pregunta es necesario analizar, aunque sea en formasomera, los efectos de la crisis capitalista de los años treinta en algunos sectoresde nuestra sociedad.

empecemos por la suerte corrida por los campesinos. Los de la sierra fue-ron los menos afectados, no solo en la medida en que la agricultura de consumodoméstico sufrió menos que la de exportación, sino también porque el sistemade remuneración predominante en el callejón interandino, en recursos naturaleso en especies, era menos sensible a las fluctuaciones del mercado. sin embargo,una parte de esos campesinos, de la provincia de pichincha sobre todo, que erala de mayor desarrollo por encontrarse en ella la capital de la república, cayeronen la desocupación y tuvieron que emigrar a la ciudad de Quito. Lo cual ocu-rrió, sin duda, con los trabajadores ocasionales, quienes según una estimaciónde 1933 ascendían a 300 mil en el país3.

el campesino de la costa, por su parte, sufrió rápidamente los efectos dela depresión:

“en la época de una más o menos normal y satisfactoria actividad de losnegocios, los productores de cacao han acostumbrado pagar un jornal diariode 1,20 a 1,40 sucres, mientras que en la actualidad no solo han disminuido elnúmero de peones ordinariamente empleados en dichas haciendas de cacao,sino que ha bajado también su jornal a solo un sucre por día”, como se anotaen un informe de 19324.

mas, resulta que ni esa desocupación ni la baja del nivel de vida originaronconflictos graves en el agro costeño, sino que motivaron el éxodo de campesinosa la ciudad de guayaquil, por lo cual esta ciudad creció, entre 1929 y 1934, aun ritmo anual de 5,33%, nunca antes alcanzado. de 1909 a 1929 su pobla-ción había crecido al 1,45% anual; y aun después, entre 1934 y 1946, por

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3 Cfr. pío Jaramillo alvarado, Del agro ecuatoriano, Quito, Imp. de la universidad Central, 1936,p. 127.

4 exposición de Luis alberto Carbo, transcrita por el mismo autor., op. cit., p. 526.

ejemplo, aumentó al ritmo de 2,5%. elevadísima tasa, pues la de aquel quin-quenio clave, que mal podría explicarse por el solo crecimiento vegetativo, muybajo en ese entonces5.

ahora bien, el éxodo rural a las ciudades de Quito y guayaquil (a esta úl-tima sobre todo), en un momento en que ninguna de dichas, urbes se encon-traba en condiciones de emplear esa mano de obra, equivalía a una transferenciade la desocupación del sector urbano. es cierto que con ello se “descongestio-naba” el agro, evitándose que el conflicto estallara allí; pero esta descongestióntuvo su precio: la creación de nuevas áreas de tensión en las ciudades por laconformación de un sector marginal urbano.

por lo demás, este sector no se constituyó únicamente con dichos mi-grantes, sino también por el impacto de la depresión de los sectores popularesurbanos que no gozaban de empleo estable, remuneración fija y un mínimode garantías legales similares a las del proletariado. Los vendedores ambulan-tes, peones de obras, cargadores, estibadores y, en general, todos aquellos pe-queños vendedores de bienes ocasionales, que en nuestro país constituyen lamayoría de la población urbana pobre, o cayeron pura y llanamente en ladesocupación o vieron reducidos sus ingresos y su campo de actividad de ma-nera considerable.

en esta forma se constituyó, por efecto de la crisis capitalista de los añostreinta y no por una crisis del “sector tradicional” como corrientemente seafirma, un grupo de específico comportamiento político, al que denominare-mos subproletariado.

al principio, éste fue controlado en Quito, políticamente, por aquéllosque secularmente habían dominado a la población andina. Los terratenientesy el clero organizaron, como se recordará, la Compactación obrera nacional.pero tal control se les fue rápidamente de las manos, tan pronto como los sub-proletarios adquirieron comportamientos más acordes con su situación econó-mica y social.

si hubo razones para que estos “marginados” escaparan al control cleri-cal-conservador, también las hubo para que no cayesen bajo la férula ideoló-gica de la burguesía liberal. en suma, ninguno de los grupos dominantes logróimponer sus normas de comportamiento político al subproletariado porquela “marginalidad” de éste, que implicaba una desubicación con respecto a losroles económico sociales básicos y previstos por el sistema, colocaba al sub-

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5 Cfr. tudor engineerign Company-Junta nacional de planificación, Informe de factibilidad parael proyecto de rehabilitación de terrenos, guayaquil, ecuador, ya citado.

proletariado relativamente al margen, también, de los mecanismos de controlsocial antes usados. el ex peón de hacienda, por ejemplo, convertido en “libre”vendedor de servicios ocasionales en la urbe, ya no podía ser dominado ideo-lógicamente del mismo modo y con la misma facilidad que en su antigua si-tuación.

así que este sector social quedó políticamente “disponible” y en espera deun redentor. Inconformes con su nuevo destino; paupérrimos a la par que psi-cológicamente desamparados; tanto más insumisos cuanto que en ellos ya noimpactaban con suficiente fuerza los controles sociales tradicionales; pero in-capaces, al mismo tiempo, de encontrar una salida revolucionaria, esos sub-proletarios no podían impulsar otra cosa que un populismo como el queVelasco inauguró y que, por supuesto, no ha sido el único en el ecuador. LaConcentración de fuerzas populares con base en los suburbios de guayaquil,y otros movimientos de menor envergadura, responden a la misma situación ypresentan infinidad de rasgos comunes con el velasquismo, aunque no hayanalcanzado como éste magnitud nacional.

Luego analizaremos la forma en que el caudillismo de Velasco “respondió”a las condiciones objetivas y subjetivas de este sector social. antes de hacerlo,consignemos algunos datos más, que prueban la relación existente entre los“marginados” y el velasquismo.

en 1952, 1960 y 1968, Velasco ascendió al gobierno gracias a la abru-madora mayoría de votos obtenida en tres provincias: guayas, Los ríos y eloro6, que son justamente las que mayor número de migrantes han recibidoen las últimas décadas (por ejemplo, en el período intercensal 1950-62, ab-sorbieron el 80% del total de las migraciones internas del país)7.

Y el baluarte del velasquismo en guayaquil han sido los barrios suburba-nos, como puede comprobarse analizando a nivel parroquial los resultados decualquiera de las elecciones en que ha intervenido Velasco. en las demás ciu-dades, el caudillo ha sentado también sus reales en las circunscripciones habi-tadas por gente en situación socio ocupacional comparable a la de lospobladores de los suburbios del puerto. aun en las áreas no urbanas de la sierra

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6 en 1952 Velasco obtuvo el 80% de los votos de guayas y Los ríos y 65% de el oro. en 1960,68% de la votación de Los ríos, 66% de el oro y 58% del guayas. en 1968 triunfó en las mismastres provincias y en ninguna otra; pero la ventaja obtenida en ellas fue tan grande que le permitió as-cender a la presidencia una vez más.

7 Cfr. osvaldo Hurtado (Inedes), Ecuador: dos mundos superpuestos, Quito, offsetec, 1969,p. 137.

la votación velasquista parece provenir de aquellos lugares donde las estructu-ras entran en crisis, permitiendo la formación de grupos sociales que escapanal poder tradicional, en las aldeas, anejos y otros tipos de pueblos. el informedel Comité Interamericano de desarrollo agrícola afirma, refiriéndose a estosúltimos, que son ellos los que “bajo una bandera populista, con su apoyo de-cisivo, han hecho posible que llegase al poder un político (uno de los poquí-simos presidentes de origen serrano que no es ni ha sido terrateniente), variasveces presidente de la república, desafiando el esquema tradicional y el poderterrateniente”8.

poca duda cabe, entonces, de que la base social popular del velasquismoestá constituida por todos aquellos grupos a los que el desarrollo del capita-lismo dependiente convierte en “marginados”, sea arrancándolos de las posi-ciones antes estables del sector “tradicional”, sea desplazándolosperiódicamente de las precarias ubicaciones “modernas” en que él mismo loshabía colocado.

IV.La aLternatIVa reVoLuCIonarIa en La “era VeLasQuísta”

Queda, ahora, la inquietud de saber por qué, una vez producida la crisis eco-nómica de los años treinta, rotos los mecanismos tradicionales de dominaciónpolítica y creada una situación de masas en las urbes, ello no fue aprovechadopor los partidos marxistas.

al respecto, solo podría admitirse como explicación parcial la de que sedebió a errores cometidos por la dirección comunista o socialista (nos referimos,naturalmente, al ala marxista del socialismo, pues la otra no tenía más interésque el de promover el ascenso de la clase media) o a la incapacidad de adaptarel marxismo a la situación de nuestro país. sobre lo primero, creemos que enefecto pudo haber habido errores; pero de allí a explicar la debilidad del movi-miento marxista por esa sola causa, media un gran trecho. en cuanto a lo se-gundo, también pensamos que hay parte de verdad. pero no estaría por demáspreguntarse si el proyecto revolucionario marxista es tan flexible como paraadaptarse a una base popular predominantemente subproletaria, sin convertirseen populismo puro y simple.

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8 Tenencia de la tierra y desarrollo socioeconómico del sector agrícola: Ecuador, p. 478.

en síntesis, más objetiva parece la hipótesis de que el desarrollo del mar-xismo en el ecuador fue incipiente porque los sectores populares urbanos tu-vieron, en el período que aquí se analiza, una composición netamentesubproletaria; y el subproletariado es un grupo que, dada su ubicación econó-mica y social, se presta mal para una politización en sentido revolucionario,salvo en situaciones en que el proletariado ya ha creado un contexto apropiado.

sobre el predominio cuantitativo del subproletariado entre la poblaciónurbana, nada más elocuente que las cifras. en guayaquil, que es la ciudad másindustrializada del ecuador, teníamos en una fecha reciente como 1962 la si-guiente composición socio ocupacional: profesionales y técnicos: 7,79% de lapoblación económicamente activa; gerentes y administradores: 1%; oficinistas:13,06%; vendedores: 20,57%; pescadores: 8%; agricultores y leñadores:1,97%; madereros, canteros y afines: 0,16%; transportadores, choferes, ferro-viarios, etcétera: 6,22%; artesanos: 3,79%; obreros y jornaleros: 9,67%; tra-bajadores domésticos: 18,09%; otros: 9,68%.

ahora bien, la sola suma de “vendedores” y “trabajadores domésticos”, queen su mayoría son subproletarios, alcanza a cerca del 40% de la población eco-nómicamente activa: mientras los obreros y jornaleros ni siquiera representan el10% (sin contar con que muchos de los “jornaleros” pertenecen de hecho al sub-proletariado por sus condiciones objetivas de trabajo y de vida)9.

sobre la base de datos como éstos, que demuestran la casi inexistencia deproletariado urbano en el ecuador (en los años a que nos venimos refiriendo,hay que insistir), cabe formular algunas preguntas: ¿será fácil convencer a unvendedor ambulante, por ejemplo, de las ventajas de socializar los medios deproducción? ¿Hacer ver a un cargador los beneficios de una reforma agraria ode la estatización de las fábricas? y ¿qué consigna revolucionaria, válida para elcaso concreto de todos y que no se aparte de la meta, lanzar en un medió comoel subproletariado? ¿Cómo organizar, si no es en torno a la vecindad, a elementoscuyo trabajo –individual o en el mejor de los casos en pequeño grupo– los dis-persa en lugar de concentrarlos? ¿Cómo evitar, si se los organiza en torno alúnico vínculo “visible”, el que para ellos no sea más concreto el relleno de unacalle o la construcción de una escuela o un dispensario médico, es decir, las me-didas populistas, que el socialismo? ¿Cómo, en fin, lograr que perciban comoconcreto el problema estructural del país estos marginados cuyo quehacer diariose desarrolla, precisamente, en el polo marginal de la economía?

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9 Informe de factibilidad para el proyecto de rehabilitación de terrenos, guayaquil, ecuador, op, cit.,p. III-13.

si se acepta el criterio marxista de que para que prospere una concienciarevolucionaria no basta la “pobreza”, sino que es menester la concurrencia deotras condiciones sociales, se impone la conclusión de qué era extremadamentedifícil que en nuestro subproletariado se desarrollara tal conciencia, a no serpor el “empuje” de otra clase social.

pero sucede que en el período que venimos analizando los agentes socialesde la revolución eran demasiado débiles para impulsarla. el principal de ellos,el proletariado, ha tenido un carácter incipiente desde todo punto de vista; yel campesinado, disperso, aislado de las ideologías modernas, heterogéneo in-cluso culturalmente, sometido a la peor opresión material y espiritual, no hapodido ir más allá de una actuación histórica jalonada de jornadas heroicas,pero sin real perspectiva revolucionaria.

en circunstancias tan desfavorables, el subproletariado ecuatoriano devinola base de un populismo caudillista, mesiánico y asistencialista, que a sus ojosse presentaba como símbolo de la “voluntad popular” y de desafío abierto a losproyectos más ortodoxos de dominación.

V.Las CLases domInantes Y eL VeLasQuIsmo

en una visión histórica de conjunto, el velasquismo no puede aparecer sinocomo lo que objetivamente es: un elemento de conservación del orden burgués,altamente “funcional” por haber permitido al sistema absorber sus contradic-ciones más visibles y superar al menor costo sus peores crisis políticas, mante-niendo una fachada “democrática”, o por lo menos “civil”, con aparenteconsenso popular. desde este punto de vista, que es el único válido, puede afir-marse que el velasquismo ha sido la solución más rentable para las clases do-minantes. ¿Quién, por ejemplo, habría sido capaz de capitalizar y mistificarmejor que Velasco el movimiento popular de 1944, que alcanzó dimensionesverdaderamente insurreccionales? ¿Cuál de los hombres o partidos habría con-seguido, mejor que él, captar primero y disolver después, el sentimiento an-tiimperialista y antioligárquico de 1960?

sin embargo, el velasquismo se ha desarrollado en medio de una tensiónconstante con los principales grupos dominantes y los partidos políticos quemás ortodoxamente los representan (conservador y liberal), ¿Cómo explicaresta aparente contradicción?

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ella se disipa teniendo en cuenta que la respuesta histórica concreta ten-diente a la autoconservación del sistema nunca coincide de manera estricta conel proyecto particular de dominación de uno solo de los grupos hegemónicos(clase o fracción de clase). por este hecho el velasquismo adquiere complejidady aparece como una fórmula no ortodoxa, casi bastarda de dominación, en lamedida en que representa, de una parte, un compromiso entre los proyectosde dominio en competencia y, de otra, una adecuación del conjunto de ellos alas posibilidades objetivas de ejercerlo.

es obvio, por ejemplo, que las clases dominantes hubieran preferido queno se creara en las urbes una situación de masas como la descrita, a fin de seguiraplicando fórmulas más cómodas de dominación política, a través de los par-tidos “clásicos” y el mecanismo del fraude. pero, una vez que el proceso de ur-banización se aceleró, sin que nada pudieran hacer esas clases para frenarlo, noles quedaba más remedio que adaptarse a la nueva situación, dentro de la cualel caudillismo populista era el mal menor.

resulta evidente, asimismo, que dichas clases han visto con alarma la ele-vación periódica de la temperatura política del país, inquietándose, incluso,por el “desfogue” psicológico que Velasco ha desatado en las masas portadorasde malestar social. pero ya que tal malestar existía independientemente de lapresencia de Velasco, la mise ã mort simbólica de la oligarquía por parte delcaudillo era preferible a una mise ã mort real.

Igual cosa ha sucedido en lo que se refiere al gobierno y la administracióndel país. Los grupos dominantes no han dejado de protestar por la falta de unapolítica económica “clara” (entiéndase: desarrollista) de Velasco; mas cabe pre-guntar si esa misma ambigüedad no habrá sido políticamente rentable para ellos,en la medida en que también para el pueblo presentaba una faz ambigua capazde alimentar ilusiones de transformación. Habida cuenta de que el desarrollismo,como todo proyecto de dominación, solo es viable en determinadas condicioneseconómicas, sociales y políticas, que en el ecuador no se han dado sino en con-tados momentos (durante la administración de plaza, o en la época del auge pe-trolero, por ejemplo), puede afirmarse que en realidad la burguesía no harenunciado a él en favor de la política “intuitiva” de Velasco, sino que ha tenidoque allanarse ante situaciones concretas, en las cuales aquel proyecto resultabainaplicable.

en fin, es indiscutible que tanto la burguesía liberal como los terratenientesconservadores habrían preferido gobernar directamente, sin la mediación deun veleidoso caudillo. pero a falta de un “consenso” para sus partidos y ante la

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dificultad de superar sus propias contradicciones, les era preferible permitir quegobernase un tercero, que presentaba ventajas, tan evidentes como la de haberdado garantías contra las “hambrientas fauces de la demagogia (que pretenden)suprimir la propiedad particular, única creencia real de la burguesía del ecua-dor”10, de haberse proclamado liberal al mismo tiempo que cristiano y de serpopular entre los sectores más pobres e insumisos de la población urbana. se-rrano amado por el subproletariado de la costa, Velasco hasta resultó una fór-mula ideal para superar la oposición “regionalista”.

por eso Velasco, a pesar de haber representado con acertada intuición yhabilidad los intereses de la dominación en su conjunto, ha mantenido tensasrelaciones con cada uno de los grupos hegemónicos en particular. plenamente,el velasquismo solo ha satisfecho las aspiraciones del sector especulador de laburguesía, es decir, de esa especie de lumpen que trafica con divisas, artículosde primera necesidad, etcétera, o saca tajada de los célebres negociados, al am-paro, precisamente, del “caos” velasquista. es este sector el que ha “financiado”las campañas electorales de Velasco Ibarra.

VI.reLaCIones Con Las CLases medIas

Las relaciones de Velasco con las clases medias también revisten cierta comple-jidad. de una parte, Velasco ha contado con el apoyo de algunos sectores deellas, como es el caso de los choferes, cuya fidelidad al caudillo ha sido uno delos fenómenos más notables de las últimas décadas; y, en menor grado, de lospequeños y medianos comerciantes y artesanos, cuando éstos últimos han lo-grado escapar al control tradicional de los terratenientes y el clero.

poco interesados en la realización de cambios estructurales, aunque insa-tisfechos con la dominación oligárquica, estos trabajadores por cuenta propia11

(pequeña burguesía propiamente dicha), han encontrado beneficiosa la políticapopulista de construir escuelas, dispensarios médicos, carreteras, etcétera. Y,dada su extracción generalmente “mestiza”, han visto en el velasquismo unamanera de desafiar simbólicamente a una sociedad aristocratizante en muchos

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10 J. m. Velasco Ibarra, Democracia y constitucionalismo, p. 292.11 entre nuestros choferes predomina la situación y la mentalidad (aspiración) de trabajador-pro-

pietario de vehículo.

aspectos, que antes los despreciaba en forma abierta. el caudillo les ha devuelto,como él diría, el sentido de su “dignidad humana”.

no hay sino que revisar los discursos de Velasco Ibarra para comprobarhasta que nivel de demagogia ha llegado esta “curación por el espíritu”:

“¡Vuestra profesión es tan sublime! ¡Cuántas veces he pensado si hubierasido chofer! por eso, porque vuestra profesión es tan sublime, tiene tanto desublimidad, por eso vuestra alma es tan independiente y tan libre”12, dirá a loschoferes. Y hasta les inculcará un ideológico sentido de “grandeza”, alentandosus tendencias individualistas derivadas de la experiencia concreta de un trabajoque no se efectúa en equipo (“esa es la psicología del chofer: el hombre indivi-dual, el hombre solo, el hombre técnicamente solo, amigo del viento”, etcétera);y sugiriéndoles insidiosamente que por lo mismo, son muy superiores a la claseobrera: a “esos pobres hombres (que) no son personas, esos pobres hombres(que) a duras penas son un cuarto de ser individual, un décimo de ser indivi-dual…”.

a estos sectores, Velasco los ha redimido, pues, psicológicamente, del doblepecado original de ser trabajadores manuales y ser mestizos, lo cual ha servidode complemento de su integración técnica y económica en la sociedad “mo-derna”, en algunos casos (pensamos en los choferes, p. e.), o de sustituto fun-cional de ésta, en otros (caso de los artesanos, p. e.).

en cambio, las relaciones de Velasco con la clase media propiamente dicha(intelectuales y tecno-burocracia) han sido sumamente tirantes. La misma co-yuntura en que nació el velasquismo explica, siquiera parcialmente, este fenó-meno; pues el caudillo se irguió sobre los escombros del reformismo “juliano”,inspirado por esa clase. de suerte, que esta ha tenido la impresión de que Ve-lasco le había arrebatado el liderazgo político al que creía tener derecho, en elmomento mismo en que el grupo empezaba a adquirir personalidad y peso po-lítico.

por lo demás, el caudillo ha manifestado siempre y sin tapujos su despreciopor los intelectuales ecuatorianos:

“esclavos del último libro europeo, de la última revista, de la última malatraducción, nuestro anhelo es ostentar erudición, datos y cifras. Incapaces de

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12 discurso de 19-III-55. palabras que no dejan de recordar estas otras, dirigidas al cuerpo deaviadores: “La aviación es lo más excelso de la especie humana. es el hombre en busca de la aventura,es el ser que se desprende de la vulgaridad de la tierra, para comulgar con la pureza del cielo, y luegopurificar la tierra, después de haber recibido la comunión de lo infinito”, Cit. por el cap. John maldo-nado en Taura…, op. cit., p. 25.

crear nada, hemos sido ineptos para enseñar a los niños a reflexionar y a meditarpoco a poco por cuenta propia”, dice, por ejemplo, a los educadores; y a ciertoperiodista y escritor no vacila en recordarle que “no hace falta que un mestizoecuatoriano escriba largos estudios sobre Cervantes, Lope de Vega y Hurtadode mendoza, si pensadores españoles verdaderamente doctos y eruditos, hanprofundizado doctamente estos temas”13.

nuestra intelligentsia de clase media, que es la aludida con el término “mes-tizo”, ha sido tanto más sensible a este tipo de ataques, cuanto que se trataba deun grupo poco seguro de sí, dada su reciente formación (intelectuales de extrac-ción popular en su mayoría, promovidos a raíz de la revolución Liberal). Y comoya se habían “redimido” de su condición de “mestizos” gracias al trabajo intelec-tual y a la ideología del mestizaje como “esencia” de nuestra cultura, Velasco nisiquiera les fue útil en el sentido en que lo fue para el grupo antes analizado.

al contrario, les resultó perjudicial en la medida en que el populismo ve-lasquista ensanchaba la brecha entre las “ideologías de los doctores” y la idio-sincrasia popular.

tampoco es difícil descubrir, en los textos transcritos arriba, el menospre-cio del letrado tradicional que es Velasco, por el intelectual mestizo recién pro-movido. Las mismas frases del caudillo en el sentido de que “el indio del campono hace males. alimenta al país con su trabajo. en cambio el indio de las ciu-dades es sumamente peligroso. Ha leído libros”, etcétera14, no atestiguan sudesprecio al pueblo, como han dicho sus contrincantes, sino su aversión, ellasí evidente, a la nueva clase intelectual del país. aversión acentuada en la me-dida en que con defectos y todo, ese grupo ha intentado por lo menos pensarpor sí mismo y afirmar su independencia, cosa inadmisible para un caudilloque jamás ha admirado en los demás otra virtud que la fidelidad para con él.

de otra parte, es necesario recalcar que, para la tecno-burocracia, el “caos”velasquista ha constituido una constante pesadilla. La remoción periódica e in-discriminada de empleados públicos15, los caprichos imprevisibles que deter-minan las sanciones y los ascensos, la poca confianza del caudillo en laburocracia y en los “concejos” técnicos, han mantenido en permanente zozobraa este sector.

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13 Conciencia o barbarie, pp. 39 y 133. 14 op. cit., p. 156. 15 Jaime Chávez granja afirma que en 1960: “se dio el caso del ministerio del tesoro en el que

se impusieron más de dos mil cambios de empleados para satisfacer las frenéticas exigencias de los ve-lasquistas”. “Las experiencias políticas en los últimos diez años”, en El Comercio, Quito, 1- I-1970.

por ello, en la medida en que la tecno-burocracia ha mejorado su situación(a raíz del boom del banano sobre todo), su antivelasquismo no ha hecho másque aumentar. anhelosa de alcanzar un status de seguridad, en el año 1960prefirió sin duda la alternativa desarrollista propuesta por galo plaza; en 1963le pareció más “sensato” un gobierno militar tecnocrático que el populismoequívoco del caudillo. Y en 1968, cuando los empleados públicos agrupadosen federación estaban decididos a pasar de la tradicional actitud individualista-clientelista a una conducta clara de grupo organizado, el choque con Velascose produjo de manera abierta.

ello no obstante, el velasquismo ha sido útil para los desempleados de clasemedia, aspirantes a incrustarse en la burocracia por la vía del oportunismo.gracias a sus célebres “barridas” de empleados, Velasco ha permitido a estosclientes incorporarse a la administración pública, creando así un mecanismode curiosa “alternabilidad” burocrática que, a fin de cuentas, bien puede habersido otro elemento de equilibrio, aunque sea precario, del sistema.

todo ocurre pues como si en este nivel también, el velasquismo funcionasecomo movimiento político de los “marginados”.

VII.reLaCIones Con Las organIzaCIones de IzQuIerda

en cuanto a las relaciones políticas del caudillo con la izquierda cabe recalcarque, en teoría y como es obvio, tanto los comunistas como los socialistas ymarxistas en general se han manifestado siempre antivelasquistas y han com-batido doctrinariamente al líder populista. pero en la práctica, más de una vezlo han apoyado directa o indirectamente.

esta flexibilidad se explicaría, naturalmente, por razones tácticas; mas locurioso está en que también por este lado Velasco ha sacado ventaja casi per-manente de su condición de mal menor. así lo han considerado algunos sec-tores de izquierda, frente a alternativas de extrema derecha, como la de Camiloponce en 1968, o la prepotencia de la burguesía liberal, caso más frecuente aún(1940, 1944 y 1960).

de otra parte, es comprensible que un hombre de tanta popularidad hayatentado siempre a los partidos y grupos de izquierda. entonces, o bien se hajustificado una alianza de hecho aduciendo razones como la de que ella no escon el líder sino con sus bases. bien arguyendo la posibilidad de “infiltración”

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o, simplemente, para no perder contacto con el pueblo. Lo cual ha sido, porsupuesto, ilusión, de la que ha aprovechado el caudillo para debilitar más aúna la izquierda.

algunos sectores revolucionarios no han dejado de alimentar la esperanzade que el “caos” velasquista agravara las contradicciones del sistema y creara asíuna coyuntura favorable a la revolución: y ha existido la convicción de que Ve-lasco, con su demagogia, contribuye a elevar la efervescencia social, o que sufalta de planes coherentes de gobierno es preferible al desarrollismo y al refor-mismo. en fin, no han faltado sectores de izquierda que, proyectando sus an-helos sobre la ambigüedad ideológica de este político dispuesto; según él, aacoger “los enunciados aceptables del comunismo”, han creído que con Velascose puede avanzar, al menos, por el camino del reformismo y el nacionalismo.

actitudes muchas veces contradictorias entre sí, que no hacen más que re-velar la desorientación y diversidad de posiciones concretas dentro de la iz-quierda ecuatoriana.

VIII.Las Caídas deL CaudILLo

el hecho de que Velasco-candidato y Velasco-gobernante se mueven en órbitasdistintas de cuenta del fenómeno aparentemente insólito de que el ídolo de lasmultitudes haya sido derrocado tantas veces, con relativa facilidad y sin quenada hicieran sus partidarios para defenderlo.

además, su misma ambigüedad doctrinaria y programática, tan útil du-rante el período electoral ya que permite aglutinar a los elementos más hetero-géneos en torno de un ideal abstracto en el que cada uno proyecta susesperanzas e intereses, se vuelve contra el caudillo cuando está gobernando.

para comenzar, la base propiamente popular se desintegra después del“triunfo” por la falta de organización y metas concretas del subproletariado. elmismo Velasco escribió, después de su primera caída: “ningún presidente semantiene si, fuera de los elementos burocráticos, no está apoyado por algúngrupo social coherente, conocedor del ideal y del sendero”16.

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16 Conciencia o barbarie, p. 192.

en segundo lugar, el oportunismo no tarda en aparecer, sobre todo en lossectores medios que lo han apoyado. aun refiriéndose a las bases aldeanas deVelasco, el informe del CIda, ya citado, hace notar con razón que, “en buenaparte, al basar su apoyo en este tipo de sectores (que poseen una actitud evi-dentemente oportunista, poco clara y con una visión solo inmediata de susperspectivas), sus mismas posibilidades de mantener en el poder se han vistoamagada”17.

por fin, llega una fase en que Velasco queda enfrentado ya no a “su” pueblosino a los grupos organizados de la sociedad.

La primera parte de sus administraciones ha sido siempre, por eso, un mo-mento incoloro, pero de gran expectación. todos le solicitan definirse y ejercenpresión para llevar el agua a su molino. al principio el caudillo resiste, tratandode mantenerse “por encima de los intereses particulares, clasistas o partidistas”.

Busca la “unidad de todos los ecuatorianos” y procura mantener, verbal-mente, una línea política suficientemente equívoca como para que ni las oli-garquías se alarmen ni el pueblo se desilusione. pero nadie queda satisfechocon esto. Las presiones aumentan y la situación empieza a deteriorarse en todoslos órdenes cuando, cansados de las palabras, algunos grupos organizados, comolos sindicatos, toman actitudes de hecho, y los sectores hegemónicos, exaspe-rados por lo que consideran indecisiones y veleidades del caudillo, le lanzan elultimátum.

Velasco tiene entonces que descender del olimpo y decidirse por uno delos contendores. termina por pactar abiertamente, sea con los conservadores,sea con los liberales (en todo caso con algún sector hegemónico, pues Velasconada tiene de revolucionario), o por apoyarse en el ejército y hasta tentar ungolpe de estado. solo que al hacerlo, lanza a la oposición no solo a los sectoresorganizados del pueblo, sino también a las fracciones de la clase dominanteque no han entrado en el “pacto”.

La oposición de izquierda se hace presente a través de manifestaciones es-tudiantiles y huelgas obreras y la tensión aumenta. La clase o fracción de clasecon que el caudillo ha pactado evalúa entonces la situación: si Velasco, que hasido aceptado como instrumento de manipulación del pueblo pierde ese papely se convierte más bien en elemento “perturbador”, lo echan del poder y laclase dominante en su conjunto busca la solución más “cuerda”.

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17 Tenencia de la tierra…, p. 487.

en cuanto al subproletariado, con el que el caudillo ha perdido entretantocontacto, lo abandona con tanta mayor facilidad cuanto que el eco mesiánicodel discurso velasquista de la fase electoral se ha diluido ya. solo y desamparado,el “apóstol” de las multitudes tiene que resignarse a partir.

IX.Los “pLanes” de goBIerno

Los intelectuales ecuatorianos han reprochado a Velasco su desconocimientode las cuestiones económicas y hasta su menosprecio por ellas, en el aspectotécnico; y a partir de cierto momento las clases altas y medias lo han acusadode carecer de planes de gobierno; acusación fundada si lo que se reclama esun plan económico y social aparentemente coherente, en el sentido desarrollistadel término.

por su parte, el caudillo, ha expresado abiertamente su desinterés por estetipo de planes, a los que ha opuesto su concepción asistencialista del gobierno:

“Ir por calles y plazas y campos buscando donde hay dolores que restañar,casas que construir, puentes que levantar, abismos que cerrar, viviendas, amigos,viviendas, servicios de asistencia social en todas las escuelas, médicos y librosen todo establecimiento agrario: eso es la conciencia nacional que todos debe-mos tener”18.

asimismo, ha llamado la atención que Velasco, en sus últimas campañas,ni siquiera mentara el tema tan en boga de las llamadas reformas estructurales.

a pesar de todo esto, el pueblo no ha visto pecado en ello y lo ha elegidocinco ocasiones. en tal hecho, que a muchos llena de asombro y a no pocos deindignación, nosotros no hallamos misterio alguno. por el contrario, encon-tramos estricta correspondencia entre la concepción meramente asistencialistade gobierno que posee Velasco y las aspiraciones inmediatas de su base social.

en efecto, ¿qué puede ser más atractivo y palpable para el subproletariadoque lo sigue: una concepción global y armoniosa del desarrollo económico,con mayúsculas, o la promesa de construir obras y ampliar servicios tales comola vivienda, la educación o la atención médica?

es comprensible que para las poblaciones “marginales” que viven en la másabsoluta miseria y abandono, la posibilidad de encontrar trabajo en las obras

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18 discurso de 27-III-60.

por construirse o de contar con ciertos servicios, haya sido más tangible queun abstracto plan desarrollista que, por lo demás, implica una visión a por lomenos mediano plazo, que no poseen esos grupos sumidos en una situaciónde inmediatez. Y, como lo insinuáramos ya, ¿qué puede significar la promesa–aun la verdadera– de cambios estructurales para esos subproletarios cuya ex-periencia social concreta se realiza precisamente en la periferia de las situacionesestructurales básicas del sistema?

en cuanto a la aversión del caudillo por la técnica, ello corresponde, claroestá, a su mentalidad de letrado tradicional. pero lo que importa recalcar esque tal actitud ha encajado con la de las bases subproletarias, cuya actividadcotidiana está regida por la lógica del bricolage, antes que por las normas deltrabajo técnico. además, dichos sectores populares parecen haber intuido, nosin fundamento, que una “racionalización” capitalista de la sociedad ecuatorianase haría necesariamente a sus expensas.

X.ruraLIdad Y CaudILLIsmo

muchos de los aspectos aparentemente originales del velasquismo puedenexplicarse teniendo en cuenta el origen rural o semirural de sus bases. paracomenzar, el propio fenómeno del caudillismo tiene, a nuestro juicio, raícesen ello.

provenientes del campo o de la aldea, donde las instituciones y funcionestienden a encarnarse en los hombres concretos que las ejercen, mal cabía esperarque nuestros “marginados” se agruparan de inmediato en un partido y en tornoa principios ideológicos, antes que alrededor de un caudillo con carisma. alcontrario, era normal que trasladaran a la urbe sus modelos de comportamientosociopolítico (en este sentido, la urbanización del ecuador ha implicado tam-bién un proceso de ruralización), y que tales modelos se conservasen en el nuevocontexto con tanta mayor fuerza cuanto menores eran las posibilidades objeti-vas de desarrollo doctrinario y organizativo.

además, la propia ubicación socioeconómica del subproletariado, cuya ex-periencia cotidiana apenas sobrepasa el marco de las relaciones esencialmenteprimarias (vecindad, paisanaje, familia), parece haberse, proyectado al terrenopolítico en forma de caudillismo.

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XI.La amaLgama IdeoLógICa

repetidas veces, los intelectuales y políticos ecuatorianos han manifestado suasombro por el “caos” ideológico de Velasco Ibarra, quien, ya en 1929, escribióque “en las entrañas de la sociedad guardadas están tendencias de la más diversaíndole” y que “entre esas tendencias no hay en el fondo contradicción”19, ypocos meses antes de ascender por primera vez a la presidencia ratificó que su“ideología es definida: liberal-individualista”, pero que “si el socialismo tienecuestiones aceptables, benéficas, hay que tomarlas de allí. si el conservadorismoposee algo que sea conveniente, no debe rechazarse. ni excluirse tampoco lasenunciaciones aceptables del comunismo”20.

fiel a estos propósitos, Velasco no ha tenido reparos en seguir proclamán-dose liberal a la par que católico, y hasta en poner de relieve su admiración porel socialismo: “He aquí, señores, lo que es el velasquismo: una doctrina liberal,una doctrina cristiana, una doctrina del socialismo”, ratificó en su discurso del23 de noviembre de 1960. ahora bien, lo asombroso no es que la mente indi-vidual de Velasco haya llegado a fabricar tal amalgama, sino el hecho social, élsí inquietante, de que esa mixtura ideológica haya tenido tanto éxito.

para comprender cómo pudo ocurrir este fenómeno es necesario partirde una constatación fundamental: la de que américa Latina, y en este casoparticular el ecuador, es una sociedad dependiente, cuya superestructura ideo-lógica se caracteriza, de una parte por su origen “exótico” (en el sentido deque no ha nacido enteramente en la formación histórico-social latinoameri-cana), y, de otra parte, por la tensión permanente que supone la necesidad deadaptación de esos elementos ideológicos a la realidad particular de américaLatina. ello determina, en primer término, un relajamiento de la cohesióninterna de las ideologías teóricas (o una redefinición a veces total de los ele-mentos de las ideologías prácticas), así como la pérdida de muchas de las im-plicaciones o connotaciones que originariamente tuvieron en la formaciónsocial que las produjo. examinemos algunos ejemplos.

arturo uslar pietri habla del carácter “aluvial” de la literatura hispanoa-mericana, en el sentido de que cada corriente se superpone a la anterior sincancelarla:

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19 Democracia y constitucionalismo, p. 1. 20 El Comercio, Quito, 3-XI-1933.

“en ella nada termina y nada está separado. todo tiende a superponerse ya fundirse. Lo clásico con lo romántico, lo antiguo con lo moderno, lo popularcon lo refinado, lo racional con lo mágico, lo tradicional con lo exótico. sucurso es como el de un río, que acumula y arrastra aguas, troncos, cuerpos yhojas de infinitas procedencias. es aluvial”21.

por su parte, Walter palm advierte un fenómeno semejante en nuestra ar-quitectura, al decir que “se habría ganado mucho para el entendimiento de lahistoria del arte colonial hispánico cuando se llegue a aunar el concepto de lasucesión de estilos históricos con el de su coexistencia”22. Y, en el terreno de lafilosofía, augusto salazar Bondy constata que “no es insólito encontrar los mis-mos filósofos europeos acogidos como mentores doctrinarios a la vez por es-critores liberales y conservadores”, y cita el caso aberrante del bergsonismo,“que no solo es acogido y exaltado por los sectores conservadores sino tambiénpor los liberales e incluso por los marxistas”23.

¿Qué significa todo esto? Que, en suma, los “trasplantes” literarios, artís-ticos y filosóficos a américa Latina se realizan en condiciones tales que hastapierden el carácter negativo o exclusivo de algo, que tuvieron en su lugar deorigen.

una cosa similar sucede con las doctrinas políticas. Carentes de arraigohistórico suficiente en la sociedad concreta en que tienen que funcionar, de-vienen entidades equívocas, con resonancias existenciales sumamente vagas.debilitadas en su rigor teórico, sin embargo, una impronta a veces importanteen la población local.

según el mayor o menor tiempo de afincamiento, llegan a introducir enel subconsciente colectivo ciertos modos de percepción de la realidad (casodel catolicismo); a simbolizar determinadas aspiraciones (ejemplo: el libera-lismo), o a despertar penosamente tendencias latentes (caso de las doctrinassocialistas).

Velasco parece haber comprendido o al menos intuido estas evidencias ycombinado sabiamente (en función de la dominación) los elementos ideológi-cos acumulados en nuestra sociedad. del catolicismo ha tomado los modelosde percepción y los símbolos, que han denvenido, respectivamente, la matriz

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21 Las nubes, santiago de Chile, ed. universitaria, 1956, pp. 70-71. no aceptamos, por supuesto,las conclusiones que él extrae de esta constatación.

22 Citado por fernando Chueca goitia en, “Inventario de la arquitectura hispanoamericana”, Re-vista de Occidente, mayo de 1966, p. 259.

23 ¿Existe una filosofía de nuestra América?, méxico, siglo XXI, 1968, pp. 19 y 22.

ideológica y el repertorio semántico fundamental de su mensaje político. delliberalismo ha retenido una abstracta aspiración a la libertad y, del socialismo,un no menos abstracto anhelo de justicia social (del socialismo no científico,claro está). reduciéndolos a principios equívocos, a sentimientos meramenteformales, no ha tenido dificultad en volverlos compatibles. después de todo,¿por qué habrían de excluirse necesariamente un catolicismo definido como“bálsamo para los dolores e inextinguible luz en las tinieblas del humano des-tino”; un liberalismo que “se reduce”(sic) a “respetar la conciencia del hombrey su personalidad”, y un socialismo que no sería otra cosa que “un sentimientode amor, de generosidad, de desprendimiento”, según Velasco Ibarra?24.

si los mismos literatos, artistas y filósofos de américa Latina, es decir sus“élites” intelectuales, no han tenido reparos en amalgamar las corrientes y estilosmás diversos, ¿con qué derecho reprochar al subproletariado ecuatoriano, quepor primera vez intervenía en las contiendas “cívicas” organizadas por la bur-guesía, el que no haya encontrado contradicción en este sincretismo políticoelaborado con “lo mejor” y “más puro” de cada doctrina?

XII.eL enfoQue reLIgIoso de Los proBLemas poLítICos

suficientemente perspicaz para advertir que le tocaba actuar en un momentohistórico en que el poder institucional de la Iglesia se debilitaba, Velasco no in-tentó, como los políticos del partido conservador, apoyarse en ese poder “tem-poral”, es decir en el clero. al contrario, se pronunció desde los comienzos desu carrera contra la intervención de éste en los asuntos del estado25. pero fue,asimismo, bastante sagaz para comprender que el secular proceso de coloniza-ción católica había dejado huellas ideológicas indelebles en nuestra poblacióny que a ese nivel convenía actuar: toda su astucia consistió, pues, en no recurriral clérigo con hábitos, que poca autoridad ejercía ya sobre la población “mar-ginal”, sobre todo de la costa, sino más bien al clérigo invisible que subsistíaen el “fuero interno” de este sector social.

examínense con detenimiento los discursos de Velasco y se constatará queel caudillo jamás enfoca los problemas en términos sociopolíticos, sino desde

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24 Conciencia o barbarie, pp. 48 y 65. 25 op. cit., p. 25 y ss.

un ángulo estrictamente religioso y moral. aparte de sus múltiples afirmacionesen el sentido de que el problema del ecuador es moral (cosa que no ha dejadode repetir durante 40 años de actividad política), su “doctrina” consiste en en-focar la problemática del país como resultado del enfrentamiento entre el “bien”y el “mal”. en 1929 invitó ya a los ecuatorianos a “consagrarse a la lucha contrael mal”26; en 1969 encontramos que no ha modificado un ápice de su visión:

“Los filósofos persas explicaban la trágica agitación humana entre abismoslóbregos y alturas luminosas por la lucha entre el mal, sustantivamente perso-nificado, y el bien, asimismo sustantivamente personificado. La batalla debíadecidirse en favor del bien gracias a la cooperación de los hombres. tal vez estaversión metafísico-poética, como todo lo que es poesía, contenga muy grandeverdad”27.

Que una visión como ésta, claramente religiosa, haya podido trasladarseal terreno político y ser acogida y aplaudida hasta el delirio por amplios sectoresde la población, solo se explica por el hecho de que éstos se encontraban fuer-temente impregnados por los modelos católicos de percepción de la realidad,que han servido, incluso para redefinir los “principios liberales y socialistas” in-corporados a la amalgama velasquista.

aun esa tendencia al rescate mítico-ritual que se observa claramente en laconducta del subproletariado ecuatoriano, solo es comprensible a partir del ce-remonial cristiano y su simbología.

pensemos, por un momento, en lo que tales símbolos pueden representarpara nuestros campesinos. en la “tierra” y el “cielo”, por ejemplo, como verdady espejismo. Y que, entre los dos, la práctica religiosa se ofrece como mediadora.

es ella la que colma el vacío de la tierra arrebatada con la ilusión de unatierra prometida; la que diluye la imagen del amo rubicundo en la ascética figuradel hombredios sufrido; la que, trastocando símbolos, articula míticamente elamor, el látigo y la sangre, en una especie de cruel y confusa poesía. ella la queconvierte al blanco martirizador, en la ceremonia momentánea, en objeto demartirio; la que por medio del ritual salva la distancia entre la realidad y su ide-ología; la que de la palabra hace brotar el Verbo, encarnación del carisma. deeste modo, el poder terrenal se justifica. nace de la pasión, del sacrificio del to-dopoderoso y no, como en la realidad, del sacrificio de los oprimidos. graciasa una serie de mediaciones míticas, el sistema se rescata, se bautiza cada día.

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26 Democracia y constitucionalismo, p., 287,27 mensaje al Congreso nacional: 10-VIII-69.

esta es la escuela real y suprarreal en que han sido ideologizados los domi-nados del país durante tantos siglos. ¿Qué de raro, entonces, que ese modelode “liberación” los haya guiado en sus primeros pinos políticos, como subpro-letarios, y que en el mismo momento en que parecían desligados del sacerdotecon hábitos haya reflotado en ellos el clérigo interiorizado?

Incapacitados para transformar la realidad, nuestros “marginados” se limi-taron, pues, a exorcizarla con ceremonias y ritos religioso-políticos. Y eligieroncomo sumo sacerdote a un caudillo que fuera la contraimagen del amo abo-rrecido y pareciera reunir, más bien, los atributos morales y hasta físicos delhombre ideal del cristianismo.

por esto, se vuelve imprescindible decir algo siquiera sobre los aspectos mí-tico-simbólicos del velasquismo.

XIII.Los Contornos deL mIto

de Velasco “profeta” y “apóstol” guardamos recuerdos muy precisos, que nopueden desprenderse del impresionante repiquetear de campanas que, mez-clado a los ensordecedores vítores, constituyó el fondo sonoro de su triunfalarribo al ecuador, en mayo de 1944. magro y ascético, el caudillo elevaba susbrazos, como queriendo alcanzar igual altura que la de las campanas que lo re-cibían. Y en el momento culminante de la ceremonia, ya en el éxtasis, su rostrotambién, y sus ojos, su voz misma; apuntaban al cielo. su tensión corporal teníaalgo de crucifixión y todo el rito evocaba una pasión, en la que tanto las pala-bras como la mise en scene destacaban un sentido dramático, si es que no trágicode la existencia. Comprendimos, entonces, que esas concentraciones populareseran verdaderas ceremonias mágico-religiosas y que el velasquismo, hasta ciertopunto, era un fenómeno ideológico que desbordaba el campo estrictamentepolítico.

en efecto, ¿no serán los detalles brevemente reseñados, indicios inequívo-cos de la explotación de una simbología de estirpe religiosa? ¿no será la figuradistante y austera del mesiánico caudillo, el correlato de la del ascético Cristoen el subconsciente del subproletariado ecuatoriano? ¿no habrán identificadoasí, al Hombre, esas masas de ex campesinos desamparados que, como luegose verá, jamás exigieron a Velasco palmadas en la espalda ni sonrisas coquetas,sino únicamente que jugara a comprenderles y a sufrir?

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Velasco no ha sido solamente el “profeta” del subproletariado, más biensu sacerdote supremo. en 1933, él mismo escribió: “La profesión especial delclero... es elevar a los humildes indicándoles la trascendencia del racional des-tino”28. tres décadas más tarde, un periodista nos lo describe desempeñandoestrictamente ese papel:

“Hace pocos minutos yo había visto, en esa misma casa, llorar a sus partidarios.el les había hablado con acento patético, crispando las manos. ‘La tierra es dema-siado pequeña para el ser humano’... ‘el viene del cielo. Vuela hacia el cielo’”29.

Indicarles “la trascendencia del racional destino”, he ahí la primera cosaque Velasco ha hecho con nuestros marginados. Ha sabido hablarles del “pasotriunfante de tu dirección sublime hacia el insondable mar de lo bello, de lointegralmente justo y lo profundamente humano”30; y estas frases huecas, de-magógicas para otros sectores sociales, han impresionado a esta gente desam-parada, ansiosa de sentirse integrada a la sociedad y de reivindicar aunque solofuera una abstracta “dignidad humana”. rescate subjetivo, ideológico, pero degran impacto entre, aquellos olvidados que alguna vez declararon a un inves-tigador que en guayaquil no tenían más protección que la de dios, la Virgeny “una señora del barrio urdesa que regala plátanos”31.

por lo demás, y explotando el modelo “paternalista” de la religión y de lasprácticas rurales tradicionales, Velasco ha procurado encarnar también el papelsimbólico de padre de nuestros marginados. declaraciones como la siguientedejan poco lugar a dudas sobre el particular:

“usted es el padre de los pobres y los desamparados... y por tanto nuestropadre; de ahí que nuestras esposas lucharon por usted en la campaña electoral”32.

frases pronunciadas por un policía, en el momento en que Velasco des-barataba una huelga de éstos amonestándolos, precisamente, como un indig-nado padre.

figura paternalista, pues, pero de padre chapado a la antigua. “usted sonríepoco, ¿por qué?”, le preguntó un periodista. “Comprendo el dolor de los hom-bres”, contestó lacónicamente el entrevistado33. Y es cierto, que, fiel al papeldramático que se ha impuesto desempeñar, el caudillo sonreía rara vez.

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28 Conciencia o barbarie, p. 26. 29 El Tiempo, Quito, 7-VIII-66. 30 Conciencia o barbarie, p. 53.31 Javier espinosa, Aculturación de indígenas en la ciudad de Guayaquil, guayaquil, ed. Casa de

la Cultura, 1965, p. 22.32 El Comercio, Quito, 5-1-69.33 El Tiempo, Quito, 7-VIII-66.

ascético en sus costumbres, la iconografía popular lo ha consagrado comoel hombre que no fuma ni ingiere licor. severo en su vestir, ni siquiera el calordel trópico consiguió hacerle abandonar su traje oscuro en la reunión de pre-sidentes americanos en panamá, hace algunos años. “magro y austero comoun cura de aldea”, como lo retrató entonces la revista O Cruzeiro.

su panegirista raúl touceda anota que “tanto en invierno como en verano–quién sabe por qué pudor personal– usa chaleco”34. Y mal podríamos imaginara Velasco trivializándose a la manera norteamericana en sus campañas electo-rales. a sus partidarios les extiende, cuando más, su huesuda mano; del resto,se mantiene siempre distante, circunspecto, rodeado de un hálito de extraco-tidianidad. un periodista llegó a afirmar, por esto, que es imposible suponer aVelasco en la silla de un lustrabotas o en él sillón de una peluquería35.

en cuanto a la pobreza del “profeta”, ella también ha sido elevada a unplano mítico, o por lo menos colocada en el nivel de una leyenda que empiezacon el relato de una anciana que aseguraba haberlo visto volver de su primerexilio con el mismo vestido con que partió, y termina con la afirmación delpropio Velasco en el sentido de que, pese a su amor por las piezas trágicas ydramáticas, se privó de verlas en el teatro Colón, de Buenos aires, debido alalto costo de las entradas.

Y sus turiferarios no dejan de insistir en detalles como estos: que salió “des-terrado a la república de Colombia sin un centavo en los bolsillos”, o que en1947 “cae de nuevo del poder y lo expatrian a la argentina en la misma insol-vencia económica de antes”36, situación que le obliga a vender hasta sus, me-dallas y condecoraciones37.

naturalmente Velasco ha explotado al máximo esta leyenda. “Yo soy tanpobre como vosotros y quiero quedar siempre pobre para no amar otra cosaque el ideal y el combate por el ideal”38, dirá y repetirá al pueblo, asegurándole:“no busco nada para mí. no busco el bienestar y el dinero. Quiero seguirsiendo pobre para tener el alma revolucionaria”39.

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34 EI Velasquismo: una interpretación poética, p. 16.35 Cfr. Luis monsalve pozo, op. cit., p. 1.36 Jorge rivera Larrea, Veinte y siete años de velasquismo, Quito, ed. santo domingo, 1960, pp.

14 y 16.37 raúl touceda, op. cit., p. 6.38 discurso de 17-XI-45.39 discurso de 11-VII-45.

Cultiva, pues, una imagen de desapego y renuncia a los bienes de “este”mundo, y a su ascetismo físico y moral, de cuño evidentemente religioso, añadela garantía de una “naturaleza” inmutable, que lo abriga de cualquier contin-gencia social. “Yo no os he de traicionar moralmente. es imposible por mi tem-peramento. en esto no hay mérito alguno, porque mi temperamento es así”40,afirma, y en repetidas ocasiones ha manifestado que no puede dormir más de4 o 5 horas diarias, porque su “naturaleza” se lo impide41.

ser natural y no social, Velasco se yergue entonces, invulnerable, en el ciclode su mitología. ubicado en sitial tan alto, ni siquiera le son imputables las in-moralidades o errores cometidos durante sus administraciones: de tales debili-dades “humanas” solo pueden responder sus “malos” colaboradores.

en realidad, el único papel verdaderamente “profano”, de hombre de carney hueso, que el pueblo haya atribuido a Velasco, es el de Doctorcito. es decir, elde letrado. mas no cabe olvidar que tal papel está revestido en nuestro país deun contenido simbólico especial.

Los libros, las letras, la escritura, se ofrecieron y se ofrecen al aborigen ecua-toriano como un componente importante de la magia extranjera. La biblia delpadre Valverde fue la magia negra que secretaba muerte. el misal, con sus eflu-vios esotéricos, sigue siendo un continente cargado de admoniciones, ilusióny misterio: el papel sellado es un vaticinio siniestro.

pero junto a esto existe también la magia blanca de las letras; la del Códigodel trabajo o la Ley de reforma agraria para citar dos ejemplos. Y es precisa-mente el “doctorcito” el encargado de convencer a la población dominada deque allí, entre tantos modernos jeroglíficos, está la justicia.

Velasco ha desempeñado, pues, el papel de profeta, sacerdote y padre denuestros subproletarios, y además el de su “abogado”. Ha sido la figura simbó-lica tutelar que les ha permitido tener la ilusión de incorporarse a una sociedadque los marginaba y que, después de cuarenta años de velasquismo, los siguemarginando. Ha sido, en suma, la máscara más sutilmente ideologizada de ladominación.

aun el tan mentado “nacionalismo” de Velasco debe ser interpretado eneste plano, ya que no ha consistido en una posición doctrinaria coherente,capaz de producir efectos objetivos. apenas si es un abstracto sentimiento deorgullo “patrio”, ubicado, como lo confiesa el propio caudillo, en el “interior

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40 El Comercio, Quito, 5-VIII-44. 41 Cfr. El Comercio, Quito, 6-VI-68, por ejemplo.

del hombre”42. Verbalismo demagógicamente rentable, sin embargo, en la me-dida en que ha contribuido a que el subproletariado tenga la sensación, ilusoriapor cierto, de incorporarse a la “comunidad” nacional también por ese camino.

XIV.para ConCLuIr

He aquí los aspectos más relevantes del velasquismo, fenómeno que ha im-puesto su marca aparentemente original a la política ecuatoriana durante losúltimos cuarenta años. Como hemos tratado de demostrarlo a lo largo de esteestudio, no es cuestión de un simple fenómeno de caudillismo, reductible a lapersonalidad del líder, sino de un hecho complejo, profundamente arraigadoen la particularidad histórica de la formación social ecuatoriana.

esta particularidad, claro está, debe ser definida en primer término por lasituación de dependencia, sin la cual resulta imposible explicar un fenómenopolítico que, como el velasquismo, nace precisamente en el momento en quela gran crisis del sistema capitalista mundial sacude la frágil estructura de unasociedad articulada a él a través del sector agroexportador, predominante en laformación interna de nuestro país. pero también cabe recalcar que aquella crisis,que de hecho implica un relajamiento temporal de los vínculos con la metró-poli, no significó para el ecuador una oportunidad de iniciar el “despegue” in-dustrial ni mucho menos, sino que tuvo por efecto la acentuación de ciertascontradicciones internas específicas, originadas en la profunda heterogeneidadestructural de la sociedad ecuatoriana.

dada la importancia que aún seguía teniendo el modo de producción servila nivel nacional, fueron las fuerzas sociales arraigadas en él las que resurgieronen el primer plano de las escena política al amparo de la crisis de 1929. así queel velasquismo no nació como una fórmula de arbitraje entre burguesía indus-trial y oligarquía agroexportadora, ni como instrumento de manipulación delproletariado naciente, como parece ser el caso de los populismos argentino ybrasileño, sino como una fórmula de “transacción” entre una burguesía agro-mercantil en crisis y una aristocracia terrateniente todavía poderosa, y, en otroplano, como un medio de manipulación de unas masas predominantementesubproletarias. después, el velasquismo continuó desarrollándose como factor

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42 discurso de 28-V-45.

43 Velasco Ibarra falleció en Quito, el 30 de marzo de 1979, a la edad de 86 años.

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de equilibrio precario entre los intereses de una clase dominante en su conjuntodébil y fraccionada hasta el extremo, a la vez que como expresión compleja deaquel fenómeno de “marginalidad”, consecuencia inevitable, tanto de la crisisy avatares del modo de producción capitalista predominante, como de la con-flictiva articulación de éste con la economía mundial y con los sectores preca-pitalistas nacionales. por ello, aun a nivel ideológico, el velasquismo representóuna combinación de elementos estructurales heterogéneos, amalgamados alcalor de una demagogia mistificadora.

Ligado a un momento preciso de nuestra historia, es natural, entonces,que el velasquismo entre en su zona crepuscular por razones que van más alládel agotamiento personal del caudillo43. esta forma sutil de perpetuar al menorcosto social las condiciones político-ideológicas de la dominación, agoniza nosolamente en función de la elevación del nivel de conciencia de las masas, sinode la extinción histórica de la coyuntura que lo engendró.

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referencias

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· “La democracia latinoamericana: ¿forma vacía de todo contenido?”, to-mado de: Cueva, agustín, Las democracias restringidas de América Latina,Quito, planeta, 1988.

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Bibliografía

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planeta, 1988.––––––––– Las democracias restringidas de América Latina, Quito, planeta,

1988. ––––––––– América Latina en la frontera de los años 90, Quito, planeta,

1989.