Africa Baja

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Le Monthe Diplomatic

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  • Conflictos y esperanzas

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    En el frica subsahariana estn los albores y el futuro del capitalismo (1). Las potencias colo-niales forjaron sus economas con la savia de sus bosques, las entraas de sus tierras, el dolor

    y sudor de sus pueblos. El capital viene al mundo cho-rreando sangre y lodo por todos los poros, sealaba Karl Marx, para quien la trata de esclavos era el mto-do de acumulacin originaria que exiga la esclavitud encubierta de los obreros asalariados en Europa (2).

    La barbarie civilizatoria occidental alcanz en el continente negro su mxima expresin. Usurp a los africanos su futuro, diezmando y dispersando a sus poblaciones, desgarrando civilizaciones, negndoles por siglos todo atisbo de desarrollo propio. No se trata de un pasado remoto: el Estado Libre del Congo, ese campo de explotacin atroz en el que el chicote era ley, dominio privado del rey Leopoldo II de Blgica, recin dej de existir en 1908, cuando fue cedido a... Blgica. Sus fronteras coincidan con la actual Rep-blica Democrtica del Congo (RDC), hoy el pas ms rezagado en el ndice de Desarrollo Humano de las Naciones Unidas. En Sudfrica, el rgimen racista del apartheid fue abolido hace apenas dos dcadas.

    El ejemplo de la RDC es paradigmtico del eter-no saqueo de los recursos africanos y de la comple-ja construccin de entidades nacionales sobre tierra arrasada que sigui a la Segunda Guerra Mundial. El proceso de descolonizacin fue vctima a su vez de in-jerencias neocoloniales, cuando frica, como el resto del Tercer Mundo, se converta en tablero de la Gue-rra Fra. Pero las clases dirigentes africanas, a menu-do formadas en Occidente, no fueron slo vctimas; partcipes necesarias, en muchos casos aceptaron el rol perifrico del continente en la divisin interna-cional del trabajo destruyendo produccin y trabajo local, engendraron regmenes corruptos y asesinos, y atizaron conflictos mortferos por riquezas y poder tras la mscara de luchas intertnicas. Fue justamen-te el caso del dictador Joseph-Dsir Mobutu en RDC denominada Zaire en su megalomana, uno de los pases ms ricos en recursos minerales del continen-te, que redujo a la miseria mientras amasaba multimi-

    llonarias cuentas bancarias en Suiza. Los sueos de emancipacin y de unidad panafricana sufrieron en-tonces la suerte de sus lderes: asesinato de Patrice Lu-mumba en 1961, golpe de Estado a Kwame Nkrumah en 1966, asesinato de Thomas Sankara en 1987...

    A partir de la dcada del 70, la crisis de la deuda, la expansin en el continente de los planes de ajuste es-tructural promovidos por los organismos financieros internacionales y las ayudas que se cobran con creces acabaron con el entusiasmo de las independencias. Las promesas de desarrollo se desvanecieron, los ndices sociales y econmicos empeoraron y las desigualdades crecieron, deslegitimando a las elites polticas de la re-gin. Pero lo que fracas en frica no fue la democrati-zacin afirma Mwayila Tshiyembe, director del Ins-tituto Panafricano de Geopoltica de Nancy sino la imposicin del modelo occidental de Estado-Nacin, cuyo postulado de unificacin tnica, cultural e iden-titaria constituye en s mismo una fuente de conflicto (3) en un continente donde las fronteras representan ms un lugar de encuentro que de demarcacin.

    Fuerzas en pugnaEn el fondo seala la periodista Anne-Ccile Robert, frica es la entropa de nuestro mundo, la unidad de me-dida del caos social y humano que lo caracteriza (4). Y en este sentido, el futuro del capitalismo y del desarrollo global se encuentra en el continente negro. Los antrop-logos sudafricanos Jean y John L. Comaroff sostienen que las exclusiones [de la modernidad capitalista] re-sultan indispensables para su funcionamiento interno, y plantean una tesis provocativa: los pases centrales es-tn evolucionando hacia frica (5).

    Esto puede entenderse de distintas maneras. Por una parte, la crisis del Estado de Bienestar en Occiden-te, que no por casualidad se produce al tiempo que los pases del Sur generan nuevas formas de resistencia y reafirman su soberana, lleva a los pases desarrollados al camino inexorable de la marginalidad. De no mediar cambios, a largo plazo sus sociedades terminarn pare-cindose a las sociedades africanas empobrecidas. Por otra, el proceso en curso en las relaciones internacio-

    INTRODUCCIN

    frica sufre de guerras, miseria y epidemias. Pero frica no se reduce a sus males. Es un continente diverso, dinmico, joven. Hoy, vive un ciclo de crecimiento indito, y sus recursos, abundantes, lo posicionan en el centro de las relaciones de fuerza globales.

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    por Pablo Stancanelli

  • SUMARIO

    por Pablo Stancanelli

    INTRODUCCIN2 | En el centro del Sur

    2. AFRICA HACIA ADENTRO Un territorio en mutacin

    3. AFRICA HACIA AFUERA Eje de todas las codicias

    4. LO VIVIDO, LO PENSADO, LO IMAGINADO La cultura, refugio de la dignidad

    UN PRESENTE DE ESPERANZA Recuperar el pasado, soar el futuro

    por Tirthankar Chanda

    por Alain Vicky

    73 | Mientras escriba, frica vivir78 | Visiones del porvenir

    por Anne-Ccile Robert

    por Alain Vicky

    por Sabine Cessou

    por Philippe Leymarie

    por Tristan Coloma

    por Philippe Rekacewicz

    25 | Fronteras difusas28 | La democrazy nigeriana31 | Violencia social en Sudfrica37 | El Sahel, un polvorn 41 | El puerto que puede salvar a Kenia46 | Una geopoltica en permanente evolucin

    por Colette Braeckman

    por Constance Desloire

    por Joan Baxter

    por Jean Ziegler

    por Gladys Lechini

    por Augusta Conchiglia y Philippe Rekacewicz

    51 | Los amigos chinos del Congo54 | Washington busca instalar su ejrcito57 | Carrera por las tierras cultivables60 | Refugiados del hambre63 | Construyendo puentes sobre el Atlntico68 | Sudfrica se expande

    1. LO PASADO El futuro robado

    por Louise Marie Diop-Maes

    por Claude Wauthier

    por Mwayila Tshiyembe

    por Achille Mbembe

    por Philippe Rivire

    7 | Memoria de la esclavitud11 | Una descolonizacin bajo injerencia14 | La gestacin de la Unin Africana17 | Los caminos inesperados de Mandela18 | El apartheid en el museo

    por Diego Buffa y Mara Jos Becerra

    82 | frica para los africanos

    AFRICAConflictos y esperanzas

    LE MONDE DIPLOMATIQUE | EXPLORADOR 3

    nales est reubicando en el Sur y, desde luego, tam-bin en Oriente algunos de los modos ms innova-dores y dinmicos de produccin de valor (6). Lo que hoy es centro, ser algn da periferia.

    Desde comienzos del siglo XXI, el frica subsaha-riana vive un ciclo de crecimiento indito, que coin-cide, a pesar de los mltiples conflictos an en curso, con un avance en la pacificacin y democratizacin de la regin. El aumento en los precios de las materias primas, el descubrimiento de enormes reservas petro-leras y la demanda de los pases emergentes explican en parte esta evolucin. El continente vive asimismo un crecimiento demogrfico acelerado. En 2009, su poblacin super los 1.000 millones de habitantes el 15% del total mundial frente al 7% en 1950 y se estima que alcanzar los 2.000 millones para el ao 2050, con un aumento sostenido de la clase media. Al sur del Sa-hara, un 60% de la poblacin tiene menos de 20 aos.

    Sin embargo, los retos siguen siendo gigantescos. Las mejoras econmicas se concentran en los pases tiles y an no se reflejan en las condiciones de vi-da. Los jvenes, precarizados, desesperanzados, viven tentados de volcarse a la violencia identitaria, confe-sional o sencillamente criminal. El crecimiento urba-no es desenfrenado y catico, y la falta de agua, end-mica en algunas zonas, podra agravarse en razn del cambio climtico. Pero sobre todo, la regin carece de un modelo de explotacin sustentable de sus valiosos recursos. Las multinacionales cosechan all ganancias extraordinarias. El informe 2013 del Panel para el Pro-greso de frica que preside el ex secretario general de la ONU, Kofi Annan, seala que entre 2008 y 2010 la falsificacin de declaraciones de ganancias de empre-sas con negocios en frica le hizo perder al continente unos 38.000 millones de dlares anuales (7).

    Como en la poca de la trata de esclavos, el fri-ca subsahariana es hoy el eje de la globalizacin. All se dirime la pulseada entre las potencias emergentes y decadentes. Brasil, Corea del Sur, India, Turqua y, principalmente, China desembarcan con fuerza en el continente, desplazando a las antiguas metrpolis. Proponen relaciones comerciales y de cooperacin in-novadoras, aun cuando buscan asegurarse mercados y recursos. La historia dir si se repiten las mismas for-mas de explotacin y dependencia con otros actores, o si stos pretenden realmente ayudar al continente negro a encontrar la senda de un desarrollo autnomo.

    El nuevo orden mundial se juega en frica. g

    1. Por razones histricas, culturales y geopolticas, esta edicin de Explorador se ocupa del frica situada al sur del Sahara.2. Karl Marx, El Capital, tomo I, cap. XXIV, FCE, Mxico, 1972, pg. 646. 3. Vase Conflictos tnicos o luchas por el poder?, El Atlas de Le Monde diplomatique III, Capital Intelectual, Buenos Aires, 2009.4. Anne-Ccile Robert, Un enjeu mondial, Manire de voir, N 108, Indispensable Afrique, Pars, diciembre de 2009-enero de 2010.5. Jean y John L. Comaroff, Teora desde el sur, Siglo XXI, Buenos Aires, 2013.6. Idem.7. www.africaprogresspanel.org

    Le Monde diplomatique, edicin Cono Sur

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  • El futuro robado

    LO PASADO

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    La historia moderna del frica subsahariana es una historia de opresin y padecimientos, mezcla de explotacin capitalista y racismo, marcada con hierro en el presente de la regin. De la trata de esclavos al apartheid, del dominio colonial a las independencias controladas por las antiguas metrpolis, los africanos han sido despojados de su humanidad. Sus luchas de emancipacin, personificadas en el ejemplo de Nelson Mandela en Sudfrica, siempre tuvieron por tanto un significado universal.

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    Memoria de la esclavitud

    Las consecuencias de la trata de negros

    Durante siglos, millones de africanos (hombres y mujeres) fueron reducidos a la esclavitud y deportados al continente americano por las potencias europeas. La trata de esclavos tuvo consecuen-cias ruinosas sobre el continente negro, tanto en sus aspectos demogrficos como en sus estructuras y desarrollo econmico. El presente del frica subsahariana est marcado por esas huellas.

    por Louise Marie Diop-Maes*

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    En el siglo XVI, en la mayora de las regiones del frica subsahariana existan ciudades consi-derables para la poca (de 60.000 a 140.000 habitantes o ms), pueblos grandes (de 1.000 a

    10.000 habitantes), muchas veces en el marco de reinos e imperios notablemente organizados, y tambin terri-torios de hbitat disperso denso. Es lo que revelan los vestigios y las excavaciones arqueolgicas, as como las fuentes escritas, tanto externas (rabes y europeas, an-tes de mediados del siglo XVII) como internas (crni-cas autctonas redactadas en rabe, que era la lengua de la religin como el latn en Europa). La agricultura, la ganadera, la caza, la pesca, un artesanado muy diversi-ficado (metalurgia, textil, cermica, etc.), la navegacin fluvial y lacustre, el comercio cercano y lejano, con mo-nedas especficas, estaban muy desarrollados y activos.

    El nivel espiritual e intelectual era anlogo al de frica del Norte en la misma poca. El gran viajero rabe del siglo XIV, Ibn Battuta, alaba la seguridad y la justicia que haba en el Imperio de Mal. Antes del uso de las armas de fuego, la trata rabe era marginal con respecto a la actividad econmica y al volumen de la poblacin. Len el Africano (a comienzos del si-glo XVI) menciona que el rey de Bornu (regin del Chad) slo organizaba una vez al ao una expedicin para capturar esclavos (1).

    Regresin enormeA partir del siglo XVI la situacin se agrav singu-larmente. Los portugueses penetraron en el Congo, al sur de la desembocadura, conquistaron Angola,

    atacaron los principales puertos de la costa oriental y los arruinaron. Tambin penetraron en el actual Mozambique. Los marroques atacaron el Imperio Songhai, que resisti durante nueve aos. Los agre-sores disponan de armas de fuego, mientras que los subsaharianos no tenan. Miles de habitantes fueron muertos o capturados y reducidos a la esclavitud. Los vencedores se aduearon de todo: seres humanos, animales, provisiones, objetos preciosos

    Reinos e imperios fueron dislocados, desmigaja-dos en principados que se vieron inducidos a hacer-se la guerra cada vez con ms frecuencia, con el fin de tener prisioneros que pudieran ser intercambia-dos, especialmente a cambio de fusiles, indispensa-bles para defenderse y atacar. De todo ello resultaron desplazamientos de poblacin que provocaron nue-vos choques, reagrupamientos en sitios de refugio, la propagacin de un estado de guerra latente has-ta en el corazn del continente. Se multiplicaron las razzias, al punto de alcanzar la cifra de ochenta por ao, a comienzos del siglo XIX, en el noreste del fri-ca Central, segn el letrado tunecino Mohammed el Tounsy, que viajaba en esa poca a Darfur y a Uadai (actual Chad) (2). El porcentaje de cautivos con re-lacin al conjunto de la poblacin se increment as continuamente entre el siglo XVII y el final del siglo XIX y distritos antes densamente poblados fueron reconquistados por la maleza o la selva (3).

    Todo el tejido socioeconmico y poltico-adminis-trativo constituido fue progresivamente pervertido y luego arruinado. Las personas fueron muchas veces

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    reducidas a la autosubsistencia en sitios de defen-sa, difciles de cultivar y de irrigar. Se produjo una re-gresin enorme en todos los mbitos. La suerte de los cautivos empeor. Y apareci una nueva clase o cate-gora social de malhechores: la de los intermediarios, brutales vigilantes de las caravanas, intrpretes los colaboracionistas de la poca. Algunos prncipes intentaron en vano oponerse a ese comercio crecien-te de seres humanos. Pero el rey de Portugal respon-di negativamente a las cartas de protesta del rey Al-fonso del Congo, que se haba convertido, sin embar-go, al cristianismo. Uno de sus sucesores fue redu-cido a silencio por las armas. Lo mismo ocurri en Angola. La delegacin francesa en Senegal suminis-tr armas a los moros para que atacaran al Damel (4), que negaba el paso a las caravanas de esclavos. As, fue efectivamente la demanda externa la que provo-c la gran extensin y proliferacin de la esclavitud en el frica negra.

    Al principio, los reyes entregaban slo a los conde-nados a muerte. Pero los portugueses queran can-tidades importantes, que tomaron ellos mismos ata-cando sin otro motivo. Desde 1575-1580, Dias Novais, primer gobernador de Angola, despachaba cautivos a razn de un promedio de 12.000 por ao (5), es decir, dos veces ms, slo desde Angola, que toda la trata de la zona del Sahara en la misma poca, de acuerdo, por ejemplo, con las cifras citadas por el historiador esta-dounidense Ralph Austen.

    En el siglo XVII y sobre todo en el XVIII, la ma-yora de los armadores europeos se dedicaba a este trfico martimo que daba grandes ganancias, prin-cipalmente los holandeses, los ingleses y los france-

    ses. En la segunda mitad del siglo XVIII se alcan-zaron cifras enormes: salvo en los aos de guerras franco-britnicas, cientos y cientos de navos em-barcaban entre 150.000 y 190.000 cautivos anuales, segn los aos (6). La inseguridad creciente y gene-ralizada en la mayora de las regiones multiplic la escasez, las hambrunas, las enfermedades locales y ms aun las enfermedades importadas, particular-mente la viruela. Las endemias se instalaron y las epidemias florecieron.

    Disminucin demogrficaResulta por lo tanto pertinente sumar a todos aque-llos que murieron durante los ataques, durante los traslados del interior hacia los puntos de partida y en los galpones; los que se suicidaban y los rebeldes muertos en el momento del embarque; as como tam-bin las muertes imputables a la multiplicacin de las razzias y a las guerras intestinas engendradas por la dislocacin de las entidades polticas a causa de la hui-da de las poblaciones; las muertes por hambre (ya que las cosechas y las reservas haban sido saqueadas) y por enfermedades de toda clase; las muertes debidas a la introduccin de las armas de fuego y de alcoholes adulterados, a la regresin de la higiene y de los co-nocimientos adquiridos y hay que agregar a todas esas muertes las de los cautivos y cautivas arrancados del subcontinente. Puede verse que este dficit demo-grfico supera ampliamente la cantidad de nacimien-tos viables, a su vez forzosamente en disminucin. Y tambin habra que tener en cuenta los no nacidos. Tal como ocurri durante la Guerra de los Cien Aos, que le hizo perder a Francia la mitad de su poblacin, la disminucin se produjo de manera irregular y di-ferente segn las regiones. Hacia fines del siglo XVII se acentu fuertemente, y desde mediados del siglo XVIII la disminucin global fue masiva y rpida.

    Es posible evaluar esa disminucin? Para me-dir los efectos demogrficos de la Guerra de los Cien Aos en Francia, se compar la cantidad de luces encendidas (es decir, de casas habitadas) existen-tes antes de esa guerra, con la cantidad contabili-zada despus. Ciertamente, al igual que en India, en frica no se dispone de registros de bautismos, pero por los viajeros y exploradores del siglo XIX se sabe que en frica Occidental las aglomeraciones ms grandes no tenan ms de 30.000 o 40.000 ha-bitantes. Eran, entonces, alrededor de cuatro veces menos importantes que las ciudades africanas ms grandes del siglo XVI.

    Segn los mismos testimonios, la diferencia era todava ms grande en la poblacin rural, o en la can-tidad de combatientes que un prncipe o un jefe gue-rrero poda alistar. La relacin aproximada de 4 a 1, observada en frica Occidental, ser representati-va de la disminucin del conjunto de la poblacin del frica negra entre el siglo XVI y el XIX? Del Cabo Palmas (7) al sur de Angola, las prdidas fueron ms elevadas aun. Gwato, el puerto del Reino de Benn

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    Patrimonio de la humanidad. Los mercados y casas de esclavos, desde donde eran enviados al continente americano, han sido convertidos en monumentos y destinos tursticos.

    ResarcimientoEn septiembre de 2013, la Comunidad del Caribe (CARICOM) present ante la ONU un reclamo de reparaciones econmicas a Europa por el comercio de esclavos en la poca colonial. Este tema haba sido uno de los motivos del fracaso de la Conferencia de la ONU contra el Racismo que se llev a cabo en Durban en 2001.

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    Billetes. El recuerdo de la trata est presente en la vida cotidiana.

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    1 | LO PASADO | MeMoriA de lA eSClAvitud

    (actual Nigeria), contaba con 2.000 luces a la llega-da de los portugueses y slo quedaban 20 o 30 cuan-do llegaron los exploradores del siglo XIX (8). El his-toriador estadounidense William G. Randles mues-tra que la poblacin de Angola tambin haba sido re-ducida en grandes proporciones (9). En cambio, las regiones de Chad permanecieron bastante pobladas hasta 1890 (con pueblos de 3.000 habitantes en 1878).

    En el actual Sudn, el despoblamiento comen-z con la dominacin esclavista del pach de Egipto Mehemet Ali, en 1820. En frica Oriental, las altas mesetas, como las de Ruanda y Burundi, siguieron densamente pobladas, con alrededor de 100 habitan-tes por kilmetro cuadrado, contrariamente a lo que ocurra en la regin del Lago Malawi (ex Lago Nyas-sa). En frica Austral, a partir de la primera mitad del siglo XIX, las acciones de los ingleses se sumaron a las de los boers (10) para diezmar a los pueblos au-tctonos. En conjunto, parece razonable pensar que en el siglo XIX la poblacin del frica negra era de 3 a 4 veces menor de lo que haba sido en el siglo XVI.

    Pero, es posible conocer la importancia de la po-blacin del frica negra hacia la mitad del siglo XIX? La conquista colonial (con artillera contra fusiles antiguos); el trabajo forzado multiforme y generali-zado; la represin de las numerosas revueltas; la sub-alimentacin; las diversas enfermedades locales y, una vez ms, las enfermedades importadas y la con-tinuacin de la trata oriental siguieron reduciendo hasta 1930 la poblacin que quedaba en alrededor de un tercio. A partir de esa fecha, medidas administra-tivas y sanitarias iniciaron la recuperacin demogr-fica, que progres de manera muy gradual.

    Esta evaluacin fue posible porque, con la presen-cia europea en el interior de los territorios, algunos indicadores estadsticos se agregaron a las fuentes narrativas (11). En 1948-1949 se efectu en toda el frica subsahariana un censo general y coordinado. Despus de hacer correcciones por las declaraciones faltantes, la poblacin fue evaluada en aproximada-mente 140 a 145 millones de personas. Teniendo en cuenta el crecimiento registrado entre 1930 y 1948-1949, se puede estimar que en 1930 la poblacin era de entre 130 y 135 millones de individuos, que repre-sentaban pues dos tercios de la poblacin aproxima-da de los aos 1870-1890, que era de alrededor de 200 millones. De lo que puede concluirse que la pobla-cin en el siglo XVI era al menos del orden de los 600 millones (o sea un promedio de 30 habitantes por ki-lmetro cuadrado), segn el resultado de mis inves-tigaciones. Las cifras antiguas de 30 a 100 millones eran totalmente imaginarias, como lo mostr Daniel Noin, ex presidente de la Comisin de Poblacin de la Unin Geogrfica Internacional (12).

    Efectos destructoresEntre mediados del siglo XVI y mediados del siglo XIX, la poblacin subsahariana se redujo entonces en unos 400 millones. Sobre ese total, es imposible

    precisar el porcentaje de los que fueron deportados, a partir de las costas y del Sahel, debido a la impor-tancia de los fraudes y de la muy elevada cantidad de clandestinos, antes y despus de que se prohibiera la trata. Diversas fuentes e investigaciones conducen a duplicar las cifras oficiales en lo que se refiere a la trata europea (13). Las evaluaciones de la trata rabe tambin son aleatorias. Para dar un orden de magni-tud, digamos que sumadas las dos tratas la cifra de-be situarse entre 25 y 40 millones. Una cifra todava muy discutida, pero es cierto que las evaluaciones menores no tienen en cuenta la enormidad de los di-simulos. Al menos nueve dcimas partes de las pr-didas totales se produjeron en la propia frica, lo que se explica por la extraordinaria duracin de la grave inseguridad permanente y creciente en el conjunto del territorio, a causa de la acumulacin de efectos destructores, directos e indirectos, de las dos tratas simultneas, cada vez ms intensivas.

    Una Guerra de Cien Aos que dur trescientos, con las armas de la Guerra de los Treinta Aos y de los siglos siguientes. La conquista y la ocupacin co-lonial, as facilitadas, incrustaron la extraversin, tanto cultural como econmica, e hicieron particu-larmente problemtica la reestructuracin del con-junto subsahariano y de cada una de sus regiones. Slo hace una decena de aos que el frica negra recuper el nivel de poblacin que tena en el siglo XVI, pero de manera muy desequilibrada debido a la congestin de las capitales.

    Las consecuencias de la trata son pesadas y per-niciosas, pero no se suele tomar conciencia de su im-portancia cuando se analizan los problemas actuales del frica negra.g

    1. Lon lAfricain, Description de lAfrique, J. Maisonneuve, Pars, 1956.2. Pierre Kalck, Histoire de la Rpublique centrafricaine, Berger-Levrault, Pars, 1995.3. Charles Becker, Les effets dmographiques de la traite des esclaves en Sngambie, De la traite lesclavage, actes du Colloque de Nantes, tomo II, Centre de Recherche sur lHistoire du Monde Atlantique (CRHMA) y Socit Franaise dHistoire dOutre-Mer (SFHOM), Nantes-Pars, 1988.4. Ttulo que se daba a los soberanos tradicionales del Reino de Cayor (Senegal).5. William G. Randles, De la traite la colonisation. Les Portugais en Angola, Annales Economie Socit Civilisation (ESC), 1969.6. Idem.7. Sobre la actual frontera entre Costa de Marfil y Liberia.8. Duarte Pacheco Pereira, Esmeraldo de situ orbis, Centro de Estudios de Guinea Portuguesa, Memoria N 19, Bissau, 1956.9. William G. Randles, op. cit.10. Colonizadores holandeses.11. Daniel Noin, La population de lAfrique subsaharienne, Ediciones Unesco, 1999.12. Idem.13. Charles Becker, op. cit.

    *Doctora en Geografa Humana, autora de Afrique noire, dmographie, sol et

    histoire, Prsence africaine-Khepera, Dakar-Pars, 1996.

    Traduccin: Luca Vera

    LA BARBARiE civiLizAtORiA

    1482descubrimientoel navegante portugus diogo Co llega a la desembocadura del ro Congo.

    1750trfico masivoen la segunda mitad del siglo Xviii, el comercio negrero europeo alcanz cifras enormes, generando ingentes ganancias.

    1884-85reparto colonialConferencia de Berln: las potencias europeas acuerdan la reparticin de frica, el respeto del libre comercio y de la navegacin.

    1908terrorel estado libre del Congo, coto privado del rey leopoldo ii, es anexado a Blgica tras las denuncias sobre el rgimen que rega en sus explotaciones.

    1926Abolicin25 de septiembre: la Sociedad de las Naciones firma la Convencin sobre la esclavitud. los estados se obligan a prevenir y reprimir la trata.

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  • Fue Gran Bretaa la que dio, en 1957, el puntapi inicial de la independencia del fri-ca negra, concedindola a Ghana y a su pri-mer ministro, Kwame Nkrumah. Tambin haba sido la primera potencia en tomar la iniciativa de la descolonizacin en Asia, en 1947, renunciando a su imperio en India.

    Francia, segunda potencia colonial del planeta, haba seguido el mismo camino: se haba retirado de Indochina en 1954, tras la derrota de Dien Bien Phu, y luego, en 1956, de Marruecos y Tnez. La insurreccin ar-gelina haba estallado en 1954, y, en 1955, la Conferencia de Bandung, en la cual partici-paban los representantes de veintinueve pa-ses africanos y asiticos, entre ellos el chino Zhou Enlai, el egipcio Nasser y el indio Ne-hru, haba reivindicado el derecho a la inde-pendencia de todos los pueblos colonizados y consagrado la emergencia del Tercer Mundo en la escena internacional.

    La agitacin que haba sacudido la tute-la colonial en el Magreb no se haba exten-dido globalmente a los territorios franceses del frica negra, a los cuales la ley marco de Gaston Defferre haba acordado en 1956 una amplia autonoma de gestin con Asambleas electas y un Ejecutivo africano, todava pre-sidido, sin embargo, por el gobernador colo-

    El ao 1960 fue el ao de las indepen-dencias africanas: diecisiete anti-guas colonias del frica negra ca-torce de ellas francesas se convirtie-

    ron entonces en Estados soberanos (1). Sin embargo, la descolonizacin completa del continente finaliz recin treinta aos ms tarde, en 1990, con el fin de la tutela suda-fricana sobre Namibia, al tiempo que el gran sueo panafricanista de la unidad del conti-nente, acariciado entre otros por el ghans Kwame Nkrumah, se disipaba rpidamente. Ms aun, durante esas tres dcadas, el conti-nente africano sigui siendo un objetivo que se disputaron las grandes y medianas poten-cias entre ellas, Francia a golpe de inter-venciones militares, presiones diplomticas y econmicas.

    La frecuencia y el peso de esas injerencias a veces, a pedido de los propios pases africa-nos redujeron considerablemente el ejerci-cio de su soberana. Desde luego, puede decir-se algo similar de Amrica Central y el Sudes-te Asitico, pero la dependencia persistente del continente africano, y sobre todo del fri-ca negra, sigue siendo sorprendente. Entre otras cosas, porque se vio afectada duramente por la cada de los precios de las materias pri-mas, y agobiada por el peso de su deuda.

    nial. La ltima revuelta importante haba si-do el levantamiento de los independentistas de Madagascar, en 1947, cuya represin haba causado varias decenas de miles de muertos (80.000, segn algunas estimaciones).

    Balcanizacin y neocolonialismoNo obstante, al reasumir el poder en mayo de 1958, el general De Gaulle consider in-dispensable tener un gesto espectacular con el frica negra: someti a referndum una Constitucin que prevea la instauracin de una Comunidad franco-africana en la cual ciertas competencias llamadas comunes (defensa, diplomacia, moneda, etc.) eran compartidas por la metrpoli y los territorios africanos, que accedan a una semi-sobera-na limitada a la gestin de sus asuntos inter-nos. En la mayora de los casos, los territorios consultados respondieron masivamente s. A excepcin de la Guinea de Skou Tour, donde el no se impuso casi por unanimi-dad. El dirigente guineano, quien perteneca a la corriente marxista, invoc para justificar su rechazo el hecho de que la nueva Comu-nidad conllevaba la desaparicin de las dos grandes entidades federales el frica Occi-dental Francesa (AOF) y el frica Ecuatorial Francesa (AEF) que la Ley Defferre haba

    Una descolonizacin bajo injerencia por claude Wauthier*

    1960-1990: treinta aos de independencia controlada

    Los Estados y las sociedades del frica subsahariana no terminan an de pagar el precio de una descolonizacin operada en beneficio de las antiguas metrpolis, que minaron el desarrollo de las nuevas naciones. En 1990, el amargo balance de treinta aos de independencia daba nuevo impulso a las aspiraciones democrticas, que hoy se expresan con fuerza.

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    1966; Keita sufrira la misma suerte en 1968.Es verdad que varias de las numerosas

    intervenciones francesas en el frica negra, bajo la presidencia del general De Gaulle, no podan sino confirmar la opinin de aquellos que acusaban a Francia de neocolonialismo.

    En primer lugar, en el Congo-Lopoldvi-lle, la antigua colonia belga (desde 1971 Zai-re [actualmente Repblica Democrtica del Congo]) que tambin haba accedido a la in-dependencia en 1960. En efecto, Pars tom partido por la secesin de Katanga y Moise Tshombe (conocido como Caja registrado-ra), marioneta en manos del gran capital belga, contra el primer ministro Patrice Lu-mumba, considerado un peligroso agitador cercano a Mosc. La idea era sin duda de-bilitar a un gran Estado africano que poda atraer a su rbita a vecinos menos podero-sos, como las antiguas colonias francesas del Congo-Brazzaville y la Repblica Centroa-fricana, pero tambin adquirir algunos inte-reses en las ricas minas de cobre de Katanga.

    Luego en Gabn, en 1964, donde desem-barcaron paracaidistas franceses para ayu-dar al presidente Lon Mba, derrocado tem-poralmente por un golpe de Estado. Entre 1967 y 1970, finalmente, la diplomacia fran-cesa, apoyada por las de Costa de Marfil y Ga-bn, apoy la causa de la secesin de Biafra contra el gobierno federal de Nigeria (tam-bin independiente desde 1960). Tambin en este caso, el objetivo de Pars era, por un lado, debilitar a un gran Estado africano ro-deado de pases francfonos mucho ms d-biles, como Dahomey o Nger, y ocupar un papel preponderante en la explotacin de los recursos petroleros del este de Nigeria. Y, so-bre todo, Francia era quizs el nico pas en el mundo que provea armas (aviones, tan-ques, helicpteros) a Sudfrica, en contra de las recomendaciones de la ONU (esa cosa que exasper al general De Gaulle durante la guerra de Argelia). Y, precisamente, Sudfri-ca y su aliado Portugal, que ya en ese enton-ces luchaba contra los movimientos de libe-racin de Mozambique y Angola, fomenta-ban las secesiones de Katanga y Biafra.

    As, la balcanizacin del frica otrora francesa gener indirectamente un apoyo a causas dudosas, especialmente en nombre del anticomunismo. Pero quizs esta bal-canizacin era inevitable, debido a egos-mos nacionales tan nuevos como vigorosos, tal como pareca demostrarlo la disolucin de los conjuntos federales creados por Gran Bretaa: los de la Comunidad Econmica de frica Oriental (Kenia, Uganda y Tanganica) y la Federacin de las Rhodesias y de Nyasa-

    Mobutu. El dictador fue un amigo de Occidente.Liberacin. Angola sufri una larga guerra civil.

    La guerra de Argelia estaba entonces en pleno auge y divida a los africanos: Guinea y Mal apoyaban al Gobierno Provisional de la Repblica Argelina (GPRA), junto al Egipto de Gamal Abdel Nasser y Ghana, pases co-munistas y no alineados, mientras que los antiguos miembros de la Comunidad apoya-ban, especialmente en la ONU, la poltica ar-gelina de Francia. Sin embargo, todos feste-jaron los Acuerdos de Evian y la independen-cia de Argelia en 1962: para buena parte del Tercer Mundo, el general De Gaulle se haba convertido en uno de los grandes artfices de la descolonizacin.

    Sin embargo, a los ojos de al menos al-gunos de sus viejos adversarios, entre ellos Nkrumah y Skou Tour, la independencia otorgada sin combate a los pases del frica negra ola a neocolonialismo, mientras que la de Argelia haba sido arrancada con gran esfuerzo y contra su voluntad. Para ellos, el patio trasero de los pases francfonos de la antigua Comunidad segua siendo un coto privado de caza donde Pars ejerca una in-fluencia preponderante sobre Estados hbil-mente balcanizados. Francia haba dividi-do para reinar. Ms aun cuando la mayora de los dirigentes de esos Estados francfonos llamados moderados y prooccidentales se oponan a los proyectos de unidad africana y al panafricanismo militante de Nkrumah y de los dirigentes de los pases llamados pro-gresistas o revolucionarios, amigos de la URSS, como Skou Tour y Modibo Keita, quienes haban creado una unin efmera tambin Ghana-Guinea-Mal. Nkrumah sera desplazado con un golpe de Estado en

    dejado subsistir. Acus al general De Gau-lle de querer balcanizar su antiguo impe-rio colonial para controlarlo mejor.

    Esto fue, ms o menos, lo que sucedera, cualesquiera hayan sido las intenciones del general De Gaulle. Sin embargo, la Comuni-dad franco-africana no tendra sino una exis-tencia efmera. En 1960, todos los antiguos territorios africanos de ultramar, ganados por los ejemplos ghans y guineano, recla-maban y obtenan su independencia. Pero sin una ruptura violenta con Francia, celebrando simultneamente acuerdos de cooperacin con Pars que los unan ms o menos estre-chamente a la antigua metrpoli, aunque slo fuera porque permanecan en la zona franco.

    Por otra parte, una clusula de la Constitu-cin de la V Repblica prevea la posibilidad para los Estados independientes de seguir formando parte del conjunto franco-africa-no, y hasta 1961 subsisti una Comunidad renovada, a la que haban adherido Senegal, Madagascar, Chad, la Repblica Centroafri-cana, Gabn y el Congo. Los pases del Con-sejo de la Entente Costa de Marfil, Dahomey (actual Benn), Alto Volta (devenido Burkina Faso) y Nger as como Mal (dirigido por Modibo Keita, hombre cercano a Skou Tou-r) y Mauritania se haban por su parte nega-do a integrarla, al igual que los dos antiguos territorios bajo tutela de la Organizacin de las Naciones Unidas (ONU) administrados por Francia, Camern y Togo, independien-tes tambin desde 1960, pero que no haban participado del referndum de 1958. Frente al moderado xito de la empresa, la Comuni-dad renovada fue disuelta en marzo de 1961.

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  • 2 | NOMRE CAPTULO | TTULO NOTA

    Armas. La Guerra Fra inund de armas al continente, convertido en escenario del conflicto bipolar.

    landia (hoy Zimbabwe, Zambia y Malawi) tras el acceso a la independencia de esos Es-tados (entre 1961 y 1964, salvo para Zimba-bwe la antigua Rhodesia del Sur, muy pos-terior, en 1980). El nico ejemplo en contra-rio lo constituy la fusin de las dos Somalias la britnica y la italiana al proclamarse su independencia en 1960.

    Defensa del patio traseroSea como fuere, la poltica africana de Fran-cia bajo los presidentes Pompidou y Giscard dEstaing qued presa de los mismos esque-mas, atada a preservar su influencia sobre el patio trasero francfono, o incluso a exten-derla al frica anglfona o ex belga, a defen-derla tambin contra las intenciones libias.

    En lneas generales, la diplomacia fran-cesa en frica sigui hasta 1981 apoyando a los llamados regmenes moderados, aun

    cuando se trataba de dictaduras corruptas: como durante la intervencin de los para-caidistas franceses en Kolwezi, en Shaba (antigua Katanga), en 1978, que, destinada a proteger a los residentes europeos, salv al presidente Mobutu. Francia sigui ade-ms vendiendo armas a Sudfrica pas con el cual el presidente Houphout-Boig-ny quera establecer un dilogo para ha-cerle renunciar al apartheid, hasta que la presin de la Organizacin para la Unidad Africana la oblig a dejar de hacerlo progre-sivamente. Junto con otros miembros de la OTAN (en particular, la Repblica Federal de Alemania RFA y Estados Unidos), pro-vey armas al ejrcito portugus para sus campaas contra el MPLA en Angola y el FRELIMO en Mozambique, que eran apo-yados por los pases comunistas.

    Este apoyo a los regmenes moderados, al racismo sudafricano y al colonialismo por-tugus no poda dejar de tener sus conse-cuencias negativas: cuando una revolucin progresista, en Madagascar, en 1972, separ del poder al presidente Philibert Tsiranana, Francia perdi su base naval de Diego Surez.

    La defensa del patio trasero africano gene-r, por otra parte, un largo conflicto con Li-bia, pas al que la diplomacia del presidente Pompidou, preocupada por ganar el merca-do de un pas rico en petrleo, haba vendido aviones Mirage. As, Francia se vio enredada durante largos aos en Chad, donde sin em-bargo el presidente Tombalbaye no escati-maba sus sarcasmos hacia Jacques Foccart, la eminencia gris del Elseo para los asun-tos africanos bajo los gobiernos de De Gau-lle y Pompidou, acusado de ser el instigador de todas las jugarretas ms o menos exitosas que debilitaban al frica francfona. Su re-putacin era tan mala que Giscard dEstaing se apresur a destituirlo tras su eleccin en 1974. Pero el nuevo presidente, que se familia-riz con el frica negra a travs de sus safaris, fue tan intervencionista como sus predeceso-res, con el riesgo de hacer quedar a Francia como el gendarme de Estados Unidos en el continente. Fue un viaje a Libia, en 1979, de Jean Bedel Bokassa lo que lo decidi a desha-cerse de aqul cuya extravagante coronacin Francia haba pagado con una operacin mi-litar aerotransportada, bautizada Barracu-da, un golpe de Estado con todas las letras.

    La llegada de la izquierda al poder, en 1981, con Franois Mitterrand, trajo apare-jados algunos cambios notables: a pesar de algunos errores, Pars aplic sanciones con-tra Sudfrica y estableci relaciones amis-tosas con los regmenes marxistas de las antiguas colonias portuguesas. La interven-cin militar francesa en Chad result final-mente provechosa, lo que no fue un logro menor. Menos gloriosa sin duda fue la recon-

    ciliacin definitiva con Skou Tour, a pesar de las revelaciones sobre el siniestro campo de exterminio donde el dictador guineano dejaba morir de hambre a sus opositores.

    Los pases francfonos continuaron sien-do objeto de un atento inters que gener a veces interrogantes, como el envo de unida-des francesas a Togo en 1986 para apoyar al presidente Eyadema tras un intento de golpe de Estado al parecer proveniente de Ghana. O en Gabn, en 1990, para proteger all a los residentes franceses y asegurar su evacua-cin como consecuencia de las manifestacio-nes contra el rgimen del presidente Bongo.

    Para las poblaciones golpeadas por la mi-seria, indignadas por la corrupcin de los go-biernos y reprimidas en sus aspiraciones a la libertad, el balance de treinta aos de in-dependencia controlada result ms bien amargo. Pero es preciso sealar que en otras partes de frica la rivalidad estadounidense-sovitica, complicada por las injerencias ra-bes y la poltica de desestabilizacin de Sud-frica en los pases de la Lnea de Frente, tuvo resultados aun ms desastrosos que el paternalismo francs...g

    1. En 1959, haba en frica nueve Estados independientes: Etiopa, Liberia, Libia, Egipto, Sudn, Marruecos, Tnez, Ghana y Guinea. La independencia de otros diecisiete, en 1960, llev as a veintisis el nmero de naciones soberanas del continente, es decir, aproximadamente la mitad de las que existen hoy.

    *Periodista, autor entre otros libros de Quatre prsidents et

    lAfrique, Le Seuil, Pars, 1995.

    Traduccin: Gustavo Recalde

    1 | LO PASADO | uNA deSColoNizACioN BAjo iNjereNCiA

    La dependencia persistente del continente sigue siendo sorprendente.

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    La gestacin de la Unin Africanapor Mwayila tshiyembe*

    El sueo panafricano, nacido en Amri-ca a caballo de los siglos XIX y XX, se fij como misin rehabilitar las civili-zaciones africanas, restaurar la digni-

    dad del hombre negro y preconizar el retorno a la madre patria, la de las races de la dispo-ra. Sylvester William, originario de Trinidad y una de las primeras figuras emblemticas del movimiento, se apoy en ciudadanos de Nige-ria, Sierra Leona, Gambia o las Antillas Brit-nicas para impregnarse de las realidades afri-canas y organiz, en 1900, en Londres, la pri-mera Conferencia Panafricana. Su principal resolucin se refiri a la confiscacin de tierras en Sudfrica por los ingleses y los afrikaners, y al destino de la Gold Coast (Ghana).

    Burghart Du Bois, fundador de la Asocia-cin Estadounidense para el Progreso de la Gente de Color (NAACP, en ingls), organi-z luego el primer Congreso Panafricano, en 1919, en Pars, que reivindic la adopcin de un cdigo de proteccin internacional de los indgenas de frica: derecho a la tierra, a la educacin y al trabajo libre. Durante el IV Congreso, en Nueva York en 1927, se opuso a Marcus Garvey, heraldo del retorno a frica y partidario de un sionismo negro, que haba creado una compaa martima la Black Star Line y movilizado a ms de tres millones de afro-americanos. Pero su sueo acabara su-mergido por escndalos financieros.

    En 1945, durante un V Congreso en Man-chester, George Padmore, trinitense, hizo adoptar un manifiesto que proclamaba or-gullosamente: Estamos decididos a ser li-bres... Pueblos colonizados y sometidos del mundo, unos. Bajo su proteccin, la antor-cha del panafricanismo militante pas a la generacin de los futuros lderes del frica independiente: Jomo Kenyatta (Kenia), Peter Abrahams (Sudfrica), Haile Selassie (Etio-pa), Nnamdi Azikiwe (Nigeria), Julius Nye-rere (Tanzania), Kenneth Kaunda (Zambia) y Kwame Nkrumah (Ghana).

    Maximalistas vs. minimalistasA partir del VI y VII Congreso Panafricano, en Kumasi (1953) y Accra (1958), el desafo de la descolonizacin y la confrontacin Este-Oeste alteraron las reglas de juego polticas y diplo-mticas, dando lugar a dos formas de panafri-canismo. En primer lugar, un panafricanismo maximalista, estrategia de recomposicin de la geopoltica instaurada por la Conferencia de Berln (1884-1885): sta haba oficializado la balcanizacin del continente en un mosai-co de zonas de influencia europeas. El objetivo final era la fundacin de los Estados Unidos de frica, susceptibles de convertir al continen-

    Del mesianismo a la globalizacin

    En julio de 2002, la Unin Africana reemplaz a la Organizacin para la Unidad Africana, cuyo balance fue globalmente negativo. Se inaugur as una nueva etapa en la historia del panafricanismo. Pero ser necesaria una integracin poltica y econmica slida para que la regin pueda hacer frente a las amenazas y los desafos que se le presentan.

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    te negro en un actor de la escena mundial. La unidad econmica, poltica y militar sera la principal condicin para responder a este re-to, consideraba el lder ghans Kwame Nkru-mah, quien lanz la consigna frica debe unirse (1), a la que adhiri en enero de 1961 el grupo de Casablanca (Ghana, Egipto, Ma-rruecos, Tnez, Etiopa, Libia, Sudn, Guinea Conakry, Mal y el Gobierno Provisional de la Repblica Argelina GRPA).

    Esta apuesta tropez con dos vulnerabili-dades que los presidentes Nkrumah (Ghana) y Gamal Abdel Nasser (Egipto) haban mini-mizado o ignorado. En primer lugar, el peso de las antiguas potencias coloniales: aunque debilitadas por la Segunda Guerra Mundial, sometidas al nuevo liderazgo estadouniden-se-sovitico y forzadas a la descolonizacin por la Organizacin de las Naciones Unidas (ONU), todava posean una gran capacidad de penetracin, y por tanto de perjuicio. Cual-quier proyecto de unificacin del continente africano chocaba frontalmente con sus inte-reses vitales (recursos mineros y energticos, clientelismos y redes comerciales).

    En segundo lugar, Nkrumah y el grupo de Casablanca esperaban ingenuamente el pre-visible apoyo del campo progresista (con la Unin Sovitica y la Repblica Popular Chi-na a la cabeza), as como el de Estados Unidos, paladn de la libertad individual y del derecho a la autodeterminacin. Ahora bien, el apoyo del campo progresista fue sobre todo verbal, mientras que Washington sostuvo a las poten-cias coloniales aliadas, en nombre de un prin-cipio de contencin, destinado ante todo a frenar la expansin comunista en el mundo.

    La otra corriente era la de un panafricanis-mo minimalista, que dio origen a la Organiza-cin para la Unidad Africana (OUA). Esta es-trategia se fundaba en el derecho inalienable de cada Estado a una existencia independiente. Su lema era la intangibilidad de las fronteras heredadas de la colonizacin, y sus principios, el respeto a la soberana y la no injerencia en los asuntos internos de los Estados. La encarn el grupo de Monrovia, fundado en mayo de 1961 y dominado por las figuras paternales de los presidentes marfileo, Flix Houphout-Boi-gny, y senegals, Lopold Sdar Senghor.

    La OUA, que vio la luz en 1963 en Addis Abe-ba, plasm claramente esta divisin. Lo que explica que el balance de la OUA fuera global-mente negativo con respecto a los objetivos fi-jados, particularmente en lo que concierne al artculo 2 de su Carta Fundacional: el fortale-cimiento de la solidaridad entre Estados y la coordinacin de sus polticas tropezaron con el fracaso del Plan de Lagos (1980) y de la Comu-

    nidad Econmica Africana (1991) (2); la defen-sa de la soberana, de la integridad territorial y de la independencia de los Estados miembros se vio contrarrestada por la incapacidad de re-solver los conflictos de Liberia, Somalia, Sierra Leona, Ruanda, Burundi y Repblica Demo-crtica del Congo.

    Adems, la falta de pago de las cotizaciones por parte de la mayora de los Estados miem-bros (50 millones de dlares adeudados en 2001) priv a la OUA de su principal fuente de financiacin y la redujo a la mendicidad y a las expresiones de deseos estriles. Solamente el carcter de tribuna pblica de la organizacin permiti movilizar a la comunidad interna-cional para erradicar el colonialismo y apoyar a los movimientos de liberacin, a travs de la ONU y del Movimiento de No Alineados.

    Renovacin institucionalCon la esperanza de subsanar estas deficien-cias, en julio de 2001 se cre la Unin Africa-na (UA), para reemplazar a la OUA con nuevas instituciones. No obstante, la nueva Unin debe cumplir con ciertas condiciones si pre-tende responder a la globalizacin con sus propias caractersticas y nivel de desarrollo, como estipula su Acta Constitutiva.

    Es cierto que la etapa de ratificacin del Ac-ta Constitutiva se salv sin incidentes. Sin em-bargo, la carrera de obstculos recin comien-za. Especialmente, cuando a pesar de los obje-tivos y organismos establecidos, la naturaleza de la Unin Africana sigue siendo una ecua-cin plagada de incgnitas. En efecto, treinta y ocho aos despus de la creacin de la OUA, la diferencia entre maximalistas y minima-listas no desapareci junto con la pugna Este-Oeste (crisis de ideologas), ni con los padres de la nacin (crisis generacional y de lideraz-go). Por lo tanto, resulta imperativo aclarar la naturaleza de la Unin poltica y econmica, para evitar caer en la trampa de una OUA bis.

    El Acta Constitutiva de la Unin Africana cre varias instituciones, a menudo inspiradas en la Unin Europea: el Consejo de la Unin; la Comisin; el Parlamento Panafricano; el Tri-bunal de Justicia Africano; el mecanismo de resolucin de conflictos; el Consejo Econ-mico, Social y Cultural. Ante la magnitud de los obstculos, la Cumbre de Lusaka tuvo que aplazar su puesta en marcha (3). Las compe-tencias atribuidas a los nuevos rganos por el Acta Constitutiva debern ser precisadas, pues la adopcin de una estrategia de innovacin institucional es la condicin sine qua non para que frica obtenga los medios para actuar.

    Por otra parte, parece indispensable una estrategia creble de prevencin y de resolu-

    cin de conflictos, que supere el marco del mecanismo instaurado por la OUA en 1993, para ejercer eficazmente el derecho, recono-cido por el Acta Constitutiva de la Unin Afri-cana, a intervenir en un Estado miembro por decisin del Consejo, en ciertas circunstan-cias graves, como crmenes de guerra, geno-cidio y crmenes contra la humanidad, as como a responder al derecho de los Estados miembros de solicitar la intervencin de la Unin para restaurar la paz y la seguridad.

    En funcin de las potenciales amenazas, la Unin debe elaborar una estrategia de locali-zacin de fuerzas de paz. El ejrcito de cada nacin, o en su defecto el ejrcito de un Es-tado lder en cada subregin, pone a dispo-sicin del mecanismo subregional de preven-cin y de gestin de conflictos un contingente de soldados entrenado y equipado para opera-ciones de mantenimiento o restablecimiento de la paz, as como los medios necesarios para un Estado Mayor subregional restringido (4). Este dispositivo debe estar vinculado con un Estado Mayor africano situado bajo el control directo del Consejo de la Unin. El objetivo es minimizar los costos inherentes al despliegue de fuerzas. La cuestin de la coordinacin con los mecanismos subregionales ya existentes deber ser resuelta: el Refuerzo de las Capaci-dades Africanas de Mantenimiento de la Paz (RECAMP) de Francia, el African Center for Security Studies (ACSS) de Estados Unidos o el British Military Advisory and Training Team (BMATT) de Gran Bretaa debern ser integrados a esta estrategia global.

    Por ltimo, la unin poltica no se materiali-zar si no est fundada sobre una unin econ-mica. Instituciones financieras como el Banco Central Africano, el Fondo Monetario Africa-no y el Banco Africano de Fomento, cuya crea-cin est prevista en el Acta de la Unin, slo sern eficaces si logran coordinar un espacio econmico comn. Si el conjunto de esta reno-vacin institucional se realiza con xito, la UA ser el marco de desarrollo regional integrado que los precursores del panafricanismo ape-nas si se haban atrevido a soar...g

    1. frica debe unirse, Edicions Bellaterra, Barcelona, 2010.2. Vase Willy Jackson, La marche contrarie vers lUnion conomique, Le Monde diplomatique, Pars, marzo de 1996.3. Discurso de Muamar Gadafi en la Cumbre de Lusaka, julio de 2001.4. Mwayila Tshiyembe, Les principaux dterminants de la conflictualit africaine, La prvention des conflits en Afrique, Karthala, Pars, 2001.

    *Director del Institut Panafricain de Gopolitique, Universidad

    Nancy-II.

    Traduccin: Fundacin Mondiplo

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    1 | LO PASADO | lA GeStACioN de lA uNioN AfriCANA

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  • LE MONDE DIPLOMATIQUE | EXPLORADOR 17LE MONDE DIPLOMATIQUE | EXPLORADOR 17

    Los caminos inesperados de Mandela

    La lucha contra la opresin racial

    Aclamado en los cinco continentes, el nombre de Nelson Mandela es sinnimo de resistencia, liberacin y universa-lidad. Luchador empedernido y sagaz, cumpli 95 aos en 2013. La idea misma de que la gente se prosterne al pie de su estatua lo exaspera: hay que seguir adelante, afirma, y continuar con la inmensa tarea de la emancipacin.

    por Achille Mbembe*

    Cuando Nelson Mandela se apague, podremos declarar el fin del siglo XX. El hombre que hoy se encuentra en el crepsculo de su vida fue una de sus figuras emblemticas. Excep-

    tuando a Fidel Castro, tal vez sea el ltimo de una es-tirpe de grandes hombres condenada a la extincin, a tal punto nuestra poca tiene prisa por acabar de una vez por todas con los mitos.

    Ms que el santo que l afirmaba con gusto nunca haber sido, Mandela habr sido, en efecto, un mito viviente, antes, durante y despus de su largo encar-celamiento. Sudfrica ese accidente geogrfico al que le cuesta volverse concepto hall en l su Idea. Y si este pas no tiene ningn apuro en separarse de l, es porque el mito de la sociedad sin mitos no care-ce de peligros para su nueva existencia como comu-nidad despus del apartheid.

    Pero, si bien no podemos dejar de concederle a Mandela la negacin de su santidad que l no ce-saba de proclamar, a veces no sin malicia, debemos reconocer que estuvo lejos de ser un hombre banal. El apartheid, que de ninguna manera fue una forma ordinaria de la dominacin colonial o de la opresin racial, suscit en cambio el surgimiento de una clase de mujeres y hombres poco comunes, sin miedo, que

    a costa de sacrificios inauditos precipitaron su aboli-cin. Si Mandela se convirti en el nombre de todos ellos fue porque, en cada encrucijada de su vida, supo tomar, a veces presionado por las circunstancias y a menudo de manera voluntaria, caminos inesperados.

    El hombre en su ms simple expresinEn el fondo, su vida podra resumirse en unas pocas palabras: un hombre constantemente al acecho, un centinela siempre listo, cuyas vueltas, tan inespe-radas como milagrosas, no hicieron sino contribuir aun ms a su mitificacin.

    En los fundamentos del mito no se encuentran so-lamente el deseo de lo sagrado y la sed de lo secre-to. Florece primero con la cercana de la muerte, esa forma primera de la partida y del desgarramiento. Mandela la experiment muy temprano, cuando su padre Mphakanyiswa Gadla Mandela, falleci prc-ticamente frente a sus ojos, con la pipa en la boca, en medio de una tos incontenible que ni siquiera el taba-co que tanto le gustaba logr suavizar. As fue cmo esa primera partida precipit otra. Acompaado por su madre, el joven Mandela dej Qunu, el lugar de su infancia y de su temprana adolescencia, que l des-cribe con un cario infinito en su autobiografa. d

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    Volvera a vivir all al trmino de sus largos aos de prisin, despus de haber construido una casa, r-plica exacta de la ltima crcel donde estuvo preso antes de ser liberado.

    Negndose a adaptarse a los usos y costumbres, se ir una segunda vez al final de su adolescencia. Prn-cipe fugitivo, le dar la espalda a una carrera junto al jefe de los thembus, su clan de origen. Se ir a Johan-nesburgo, ciudad minera entonces en plena expan-sin y meca de las contradicciones sociales, cultura-les y polticas engendradas por esa mezcla barroca de capitalismo y racismo que en 1948 adoptara la forma y el nombre de apartheid. Destinado a convertirse en jefe segn el mandato de la costumbre, Mandela se convertir al nacionalismo como otros a una religin, y la ciudad de las minas de oro se volver el escenario principal de su encuentro con su propio destino.

    Entonces comienza un largo y doloroso va crucis, lleno de privaciones, arrestos repetidos, acosos intem-pestivos, mltiples comparecencias ante los tribuna-les, estadas regulares en los calabozos con su rosario de torturas y sus rituales de humillaciones, perodos ms o menos prolongados de clandestinidad, inver-sin de los mundos diurno y nocturno, disfraces ms o menos espontneos, una vida familiar dislocada, vi-viendas abandonadas... El hombre en lucha, acorrala-do, el fugitivo siempre listo para partir, al que solo gua la conviccin de un da futuro, el del regreso.

    En efecto, Mandela corri inmensos riesgos. Con su propia vida, que vivi intensamente, como si ca-da vez hubiera que volver a empezar de cero y como si cada vez fuese la ltima. Pero tambin con la de muchos otros, empezando por su familia, que inevi-tablemente pag un precio inestimable por sus com-promisos y sus convicciones. Por eso mismo, tena para con ella una deuda insondable que l siempre supo que no podra pagar, lo cual no hizo ms que agravar sus sentimientos de culpa.

    En 1964, se salv por muy poco de la pena capi-tal. Con sus coacusados, se haba preparado para ser condenado. Habamos considerado esa eventuali-dad afirma en una entrevista con Ahmed Kathrada, mucho despus de haber salido de la crcel. Si te-namos que desaparecer, mejor hacerlo en una nube de gloria. Nos agrad saber que nuestra ejecucin re-presentara nuestra ltima ofrenda a nuestro pueblo y a nuestra organizacin (1). Esta visin eucarstica, sin embargo, estaba exenta de todo deseo de marti-rio. Y, contrariamente a todos los dems, de Ruben Um Nyob a Patrice Lumumba, pasando por Amilcar Cabral, Martin Luther King y hasta Mohandas Ka-ramchand Gandhi, Mandela escapar a la guadaa.

    En la prisin de Robben Island, experimentar verdaderamente ese deseo de vida, en los lmites del trabajo forzado, la muerte y el exilio. La prisin se volver el lugar de una prueba extrema, la del con-finamiento y el regreso del hombre a su ms sim-ple expresin. En ese lugar de mxima indigencia, Mandela aprender a habitar la celda en la que pa-

    A mitad de camino entre johannesburgo y Soweto, sobre la va rpida que conecta la gigantesca ciudad con su township emblemtico, se en-cuentra el Museo del Apartheid, una gran construccin de hormign de donde emergen las palabras libertad, respeto, en medio de un par-que natural que reconstituye el veld (pradera) sudafricano. el ticket de entrada que se entrega sin guantes al visitante indica: White o Non-White. Al recibir un pase Non-White, este periodista no tiene ms op-cin que tomar el pasillo de la derecha que indican las flechas. Nos rodean rejas metlicas, hay que avanzar. unos diez metros ms adelante, los re-corridos White y Non-White se juntan.un momento de respiro, tras esta brutal introduccin en materia, invita a reflexionar sobre la aberracin jurdica y mental de la doctrina del de-sarrollo separado. un letrero menciona la danza de las razas: en 1985 setecientos dos mestizos se convirtieron legalmente en blancos, die-cinueve blancos se volvieron mestizos, un indio se torn blanco y once mestizos fueron transformados en chinos. Ningn blanco se volvi negro. Ningn negro se volvi blanco. luego, nos sumimos de nuevo en la violencia. Sus smbolos son omnipresentes. videos impresio-nantes difunden en permanencia la segregacin, los discursos racistas, el levantamiento popular, la represin de las masas, la tortura, los testi-monios de los prisioneros. Y para terminar, las imgenes de la victoria.en el centro del museo reina un Casspir, ese terrible camin blindado que patrullaba los townships. el recorrido provoca una sensacin creciente de opresin en una sala en la que se evocan las crceles, ciento veintin cuerdas cuelgan del techo para representar a los militantes suicidados por la polica, y luego libera, en una especie de catarsis. Se sale, despus de haber visto las imgenes de la lucha y haber escuchado los discursos de sus dirigentes, por una sala donde se exhiben como smbolo de la vic-toria de la democracia los diarios del da. los grandes ttulos mencionan los escndalos que salpican el poder.el dispositivo del Museo del Apartheid es aplastante; causa emociones vio-lentas, miedo, aversin, identificacin con los hroes de la lucha, y final-mente el alivio de un desenlace feliz y moral. All el apartheid es una figura abstracta, una moneda cuyo anverso recuerda la imaginera nazi del opre-sor y el reverso est baado con la sangre de los mrtires y el herosmo de los libertadores. Pero en el fondo, no se trata del argumento pico, con-movedor y radicalmente fijo en un pasado histrico... de un espectculo hollywoodense casi esperado? en ese sentido, no causa asombro que la cancin que suena repetidamente en la exposicin temporaria consagra-da a Steve Biko sea el estndar internacional de Peter Gabriel, Biko. en jo-hannesburgo, la ciudad del oro, el Museo del Apartheid fue comisionado en el marco de un contrato global sobre la instalacin de un... casino. Pensado desde arriba, instalado lejos de la ciudad y de sus habitantes, no pudo es-capar a la dureza de la propia ciudad, a la lgica del monumento nacional y del relato edificante destinado a los turistas internacionales. [...]

    *de la redaccin de Le Monde diplomatique, Pars. este texto es un extracto del artculo

    lapartheid au muse, Le Monde diplomatique, Pars, abril de 2008.

    Traduccin: teresa Garufi

    El apartheid en el museo

    DiSPOSitivOS DEL REcUERDO

    por Philippe Rivire*

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  • LE MONDE DIPLOMATIQUE | EXPLORADOR 19

    1 | LO PASADO | loS CAMiNoS iNeSPerAdoS de MANdelA

    sar ms de veinte aos a la manera de una persona viva forzada a adaptarse a un atad (2).

    Durante largas y atroces horas de soledad, empu-jado a las inmediaciones de la locura, redescubrir lo esencial, aquello que yace en el silencio y el detalle. Todo volver a hablarle: una hormiga que corre quin sabe adnde; la semilla enterrada que muere y luego vuelve a brotar, dando la ilusin de un jardn; el frag-mento de algn objeto, no importa cul; el silencio de los das montonos que se asemejan y que parecen no pasar; el tiempo que se prolonga interminablemente; la lentitud de los das y el fro de las noches; el habla, tan escasa; el mundo detrs de los muros del que ya no se oyen los murmullos; el abismo que fue Robben Island y las huellas de la penitenciara en su rostro ahora esculpido por el dolor, en sus ojos lastimados por la luz del sol que se refleja en el cuarzo, en esas lgrimas que no lo son, el polvo en ese rostro trans-formado en un espectro fantasmal y en sus pulmo-nes, en los dedos de sus pies, y por encima de todo, esa sonrisa alegre y vivaz, esa postura altanera, erguido, de pie, con el puo cerrado y listo para abrazar nue-vamente al mundo y hacer soplar la tormenta.

    El proyecto de igualdad universalDespojado de casi todo, luchar paso a paso para no ceder el resto de humanidad que sus carceleros quie-ren arrancarle a toda costa y blandir como trofeo l-timo. Reducido a vivir con casi nada, aprende a eco-nomizar todo, pero tambin a cultivar un profundo desprendimiento respecto de las cosas de la vida pro-fana, incluidos los placeres de la sexualidad. Al punto que, prisionero de hecho y confinado entre dos pa-redes y media, no es sin embargo el esclavo de nadie.

    Hombre de carne y hueso, Mandela vivi, pues, muy cerca del desastre. Se adentr en la noche de la

    vida, lo ms cerca de las tinieblas, en busca de una idea: cmo vivir libre de la raza y de la dominacin que lleva ese mismo nombre. Sus elecciones lo con-dujeron al borde del precipicio. Fascin al mun-do porque volvi del pas de las sombras, como una fuerza repentina en el crepsculo de un siglo que es-t envejeciendo y que ya no sabe soar.

    Al igual que los movimientos obreros del siglo XIX, o que las luchas de las mujeres, nuestra moder-nidad se vio moldeada por el sueo de abolicin por el que lucharon en el pasado los esclavos. Es ese sue-o el que prolongarn, a principios del siglo XX, los combates por la descolonizacin. La praxis poltica de Mandela se inscribe en esa historia especfica de las grandes luchas africanas por la emancipacin humana.

    Esas luchas revistieron, desde sus comienzos, una dimensin planetaria. Su significado nunca fue nicamente local. Siempre fue universal. Aun cuan-do movilizaban a actores locales, en un pas o un te-rritorio nacional bien circunscripto, eran el punto de partida de solidaridades forjadas a una escala mundial y transnacional.

    Fueron luchas que, cada vez, permitieron la ex-tensin o la universalizacin de derechos que, hasta ese momento, haban sido exclusividad de una raza. El triunfo del movimiento abolicionista durante el siglo XIX puso fin a la contradiccin que represen-taban las democracias esclavistas modernas. En Es-tados Unidos, por ejemplo, la liberacin de las perso-nas de origen africano y las luchas por los derechos civiles abrieron el camino hacia la profundizacin de la idea y la prctica de la igualdad y la ciudadana.

    Encontramos la misma universalidad en el movi-miento anticolonialista. A qu apunta ste, en efec-to, si no es a volver posible la manifestacin de un d

    DEL APARthEiD A LA nAcin ARcO iRiS

    1948Andamiaje legaldesde su acceso al poder, el National Party consagr por ley la segregacin hasta despojar a los negros de la ciudadana.

    1976resistencia y represinel 16 de junio, cientos de manifestantes negros son masacrados por la polica en las calles de Soweto.

    1986Condena internacional16-20 de junio: Conferencia mundial sobre sanciones contra la Sudfrica racista, organizada por la oNu.

    1990el deshieloel 11 de febrero, tras 27 aos en prisin, Nelson Mandela, smbolo de la lucha contra el rgimen, es liberado. el 30 de junio de 1991 el apartheid es abolido.

    1994una nueva eraBajo la nueva Constitucin de 1993, el Congreso Nacional Africano gana en abril las primeras elecciones multirraciales. Mandela es elegido presidente.

    cono. La figura de Nelson Mandela se ha convertido en un smbolo universal, como demuestra este mural en Barcelona.

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    poder propio de gnesis, el poder de tenerse en pie por s mismo, de hacer comunidad, de autode-terminarse?

    Al convertirse en el smbolo de la lucha global contra el apartheid, Mandela prolonga esos signi-ficados. Aqu, el objetivo es fundar una comunidad ms all de la raza. En momentos en que el racismo ha vuelto bajo formas ms o menos inesperadas, el proyecto de igualdad universal se encuentra ms que nunca ante nosotros.

    Sociedad armada de consumoResta decir algo sobre la Sudfrica que Mandela de-jar tras de s. El paso de una sociedad de control a una sociedad de consumo representa sin duda una de las transformaciones ms decisivas desde su li-beracin y el final del apartheid. Bajo el apartheid, el control consista en acorralar y restringir la mo-vilidad de los negros. Pasaba por la regulacin de los espacios en los que stos estaban confinados, con el objetivo de extraer de ellos la mayor cantidad posi-ble de trabajo. Fue por eso que se instauraron mi-croentornos, que funcionaron a veces bajo el modo de cercados, otras, de reservas. Entonces, los con-tactos entre los individuos estaban ya sea prohibi-dos, ya sea regidos por leyes estrictas, sobre todo cuando esos individuos pertenecan a categoras ra-ciales diferentes. El control pasaba, pues, por la mo-dulacin de la brutalidad a lo largo de lneas raciales que el poder quera rgidas.

    Bajo el apartheid, la brutalidad tena tres funciones. Por un lado, apuntaba a debilitar las capacidades

    de los negros para asegurar su reproduccin social. stos nunca podan reunir los medios indispensa-bles para una vida digna de ese nombre, se tratase del acceso a la comida, a la vivienda, a la educacin y a la salud o, ms aun, a los derechos ciudadanos elementales.

    Esa brutalidad tena, por otra parte, una dimen-sin somtica. Apuntaba a inmovilizar los cuerpos, a paralizarlos, a quebrarlos de ser necesario. Por l-timo, atacaba el sistema nervioso y tenda a ahogar las capacidades de sus vctimas para crear su propio mundo de smbolos. La mayor parte del tiempo, sus energas estaban dedicadas a tareas de superviven-cia. Estaban forzados a vivir su vida nicamente ba-jo el modo de la repeticin. Tal era, en efecto, la tarea que supuestamente deba llevar a cabo el racismo.

    Esas formas de violencia y de brutalidad han si-do objeto de una internalizacin ms profunda de lo que se quiere admitir. Desde 1994, se han reproduci-do en un modo molecular en el plano de la existencia comn y pblica. Se manifiestan en todos los nive-les de las interacciones sociales cotidianas, se trate de las esferas ntimas de la vida, de las estructuras del deseo y la sexualidad o, ms aun, del incontenible deseo de consumir todo tipo de mercancas.

    Ese deseo desenfrenado de consumir se conside-ra la esencia y la sustancia de la democracia y la ciu-

    dadana. El paso de una sociedad de control a una sociedad de consumo se produce en un contexto marcado por diversas formas de privaciones para la mayora de los negros. Coexisten la extrema opu-lencia y la extrema privacin, y la brecha que separa estos dos estados tiende a ser cada vez ms negocia-da por medio de la violencia y de diversas formas de acaparamiento.

    La democracia pos-Mandela est mayormente compuesta por negros desempleados y otros inem-pleables que no ejercen derecho de propiedad sobre casi nada. La larga historia del pas est en s misma marcada por el antagonismo entre dos principios: el gobierno del pueblo por el pueblo y la ley de los ricos.

    Hasta hace muy poco, estos ltimos eran casi ex-clusivamente blancos, y es lo que daba a las luchas una connotacin racial. Hoy ya no es del todo as. Sin embargo, la clase media negra emergente no est en posicin de gozar con total seguridad de los dere-chos de propiedad que adquiri recientemente. No est segura de que la casa que compr con un crdito maana no le ser arrebatada, ya sea por la fuerza, ya sea a causa de circunstancias econmicas desfavora-bles. Ese sentido de la precariedad constituye una de las marcas de su psicologa de clase.

    El viejo movimiento de liberacin, el Congre-so Nacional Africano (African Nacional Congress, ANC) est, por su parte, atrapado en las redes de una mutacin aun ms contradictoria. El clculo que hi-cieron las clases que estn en el poder y los dueos del capital es que la pobreza de masas y las altas tasas de desigualdad podran, bajo ciertas condiciones, provocar disturbios, huelgas episdicas e incidentes violentos varios. Pero de ello no resultar en absolu-to una contra-coalicin capaz de cuestionar funda-mentalmente el compromiso de 1994 que transfiere el poder poltico al ANC y consagra la supremaca econmica y cultural de la minora blanca.

    Sudfrica ingresa en un nuevo perodo de su his-toria, durante el cual los procedimientos de acumula-cin ya no se operan a travs de la expropiacin direc-ta, como durante las guerras de desposesin del siglo XIX. En la actualidad, pasan por la captura y la apro-piacin privada de los recursos pblicos, por la modu-lacin de la brutalidad y por una relativa instrumen-talizacin del desorden. La constitucin de una nueva clase dirigente multirracial se lleva a cabo, pues, a tra-vs de una sntesis hbrida de los modelos ruso, chino y africano poscolonial.

    Mientras tanto, el espacio pblico se rebalcaniza progresivamente. La geografa demogrfica del pas se fragmenta. Abandonando el hinterland, muchos blancos se aglutinan en las costas, especialmente en la Provincia Occidental del Cabo. Le temen al proceso cada vez ms fuerte de africanizacin del pas y sue-an con reconstruir all los pilares de una repblica blanca libre de los oropeles del apartheid, pero con-sagrada a la proteccin de los privilegios de antao.

    El revoltosoEl nombre que Mandela recibi de su padre al nacer fue Rolihlahla, cuyo significado coloquial es revoltoso. Al ingresar a la escuela, la maestra le impuso su nombre ingls, Nelson; una costumbre britnica que rega y an rige para los nios africanos.

    Museo. Un espacio de reflexin y educacin sobre la segregacin.

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    humanidadEs tan necesario liberar al opresor como al oprimido. [...] Nadie es realmente libre si arrebata a otro su libertad, del mismo modo en que nadie es libre si su libertad le es arrebatada. Tanto el opresor como el oprimido quedan privados de su humanidad. (Nelson Mandela, El largo camino hacia la libertad, Aguilar, Buenos Aires, 2013)

  • LE MONDE DIPLOMATIQUE | EXPLORADOR 21

    1 | LO PASADO | loS CAMiNoS iNeSPerAdoS de MANdelA

    La paradjica adhesin a los esquemas psqui-cos de la poca de la segregacin racial constituye una respuesta parcial al proceso de transformacin del pas en una nacin de ciudadanos armados, una suerte de nacin-guarnicin dotada de una polica profundamente corrupta y militarizada. Los pu-dientes gozan en ella de una aparente proteccin, comprada a miles de empresas de seguridad privada y empresas de vigilancia que pertenecen, en parte, a los barones que estn en el poder y sus secuaces (vase Cessou, pgs. 31 a 35).

    Este nuevo rgimen de control por la mercan-ca se consolida en el marco de una redistribucin drstica de los recursos de la violencia. Ahora bien, una sociedad armada es todo menos una sociedad civil. Y mucho menos, una verdadera comunidad. Es un conglomerado de individuos atomizados, aislados frente al poder, separados por el miedo y la suspicacia, incapaces de formar una masa, pero dispuestos a supeditarse a la autoridad de una mili-cia o de un demagogo antes que a construir las insti-tuciones indispensables para el funcionamiento de una sociedad democrtica.

    El deseo de diferenciaEn cuanto al resto, de la vida como de la prctica de Mandela, cabe retener dos lecciones. La primera es que hay un solo mundo, al menos en la actualidad, y el mundo es todo lo que es. Lo que tenemos en co-mn, por ende, es la sensacin, o bien el deseo, de ser seres humanos de pleno derecho. Ese deseo de una humanidad plena es algo que todos compartimos.

    Para construir ese mundo, que es comn a todos nosotros, habr que restituir a aquellas y aquellos que sufrieron un proceso de abstraccin y de cosifi-cacin en la historia la parte de humanidad que les fue robada. No habr ninguna conciencia de un mun-do comn hasta que aquellas y aquellos que fueron sumidos en una situacin de extrema miseria no ha-yan escapado a las condiciones que los confinan a la noche de la infravida. En el pensamiento de Mande-la, reconciliacin y reparacin estn en el corazn de la posibilidad misma de la construccin de una con-ciencia comn del mundo, es decir, de la realizacin de una justicia universal. A partir de su experiencia carcelaria, llega a la conclusin de que cada ser hu-mano es depositario de una porcin intrnseca de hu-manidad. Esa porcin irreductible pertenece a cada uno de nosotros, y hace que, objetivamente, seamos a la vez distintos unos de otros y parecidos. En con-secuencia, la tica de la reconciliacin y la reparacin implica reconocer lo que podramos llamar la parte

    del otro, que no es la ma, y de la cual, sin embargo, yo soy garante, lo quiera o no. Y no podr acapararme de la parte del otro sin consecuencias sobre la idea de m mismo, de la justicia, del derecho, e incluso de toda la humanidad, o bien sobre el proyecto de lo universal, si ese es, efectivamente, el destino final.

    En esas condiciones, es en vano establecer fron-teras, construir murallas y cercos, dividir, clasifi-car, jerarquizar, tratar de extirpar de la humanidad a aquellas y aquellos a los que se ha rebajado, que son despreciados, que no se nos parecen o con los que pensamos que nunca podremos entendernos. Hay un solo mundo, y todos somos sus coherederos, aun cuando las maneras de habitarlo no sean las mismas; cosa que explica, justamente, la verdadera plurali-dad de las culturas y los modos de vida. Decirlo no significa en absoluto ocultar la brutalidad y el cinis-mo que an caracterizan el encuentro de los pueblos y las naciones. Simplemente, es recordar un hecho inmediato, inexorable, cuyo origen se sita proba-blemente a principios de los tiempos modernos: el irreversible proceso de enmaraamiento y entrela-zamiento de las culturas, los pueblos y las naciones.

    A menudo, el deseo de diferencia emerge precisa-mente ah donde se vive con mayor intensidad una experiencia de exclusin. La proclamacin de la di-ferencia es, pues, el lenguaje invertido del deseo de reconocimiento e inclusin. Para quienes han sufri-do la dominacin colonial o para aquellos a quienes se les ha robado su humanidad en algn momento determinado de la historia, la recuperacin de esa humanidad suele pasar por la proclamacin de la di-

    ferencia. Pero, como vemos en una parte de la crtica africana moderna, sta es slo un momento dentro de un proyecto ms vasto: el proyecto de un mundo por venir, de un mundo que tenemos por delante, cu-yo destino es universal; un mundo liberado del peso de la raza y del resentimiento y el deseo de venganza que genera toda situacin de racismo.g

    1. Nelson Mandela, Conversaciones conmigo mismo, Planeta, Barcelona, 2010.2. Nelson Mandela, El largo camino hacia la libertad, Aguilar, Buenos Aires, 2013.

    *Profesor de Historia y de Ciencia Poltica en la Universidad del Wit-

    watersrand, Johannesburgo. Autor de Critique de la raison ngre, La

    Dcouverte, Pars, 2013.

    Traduccin: Julia Bucci

    Desarrollo separadoEn 1959, el gobierno sudafricano aprob la ley de autogobierno Bant, que cre diez pases separados en territorio sudafricano los Bantustanes, divididos en base a los distintos idiomas y etnias. Buscaba crear la ilusin de que los negros gozaban de plenos derechos en sus territorios independientes y de que no eran mayora en el pas.

    Se adentr en la noche de la vida en busca de una idea: cmo vivir libre de la raza y de la dominacin que lleva ese mismo nombre.

    Soweto, 1976. Una de las mayores revueltas contra el apartheid.

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  • EL EXPLORADOR 23

    Un territorio en mutacin

    AFRICAHACIA ADENTRO

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    Aspiraciones autonomistas, insurrecciones, trficos transnacionales, violencia confesional, injerencias extranjeras, conflictos por los recursos naturales, fronteras sin entidad... Frente a la impotencia de los Estados, los focos de crisis y desestabilizacin se extienden por toda el frica subsahariana. La excepcin es la regin austral, dominada por una Sudfrica en expansin, que sin embargo vive un clima de violencia social ante las expectativas frustradas de mayor justicia y equidad.

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  • LE MONDE DIPLOMATIQUE | EXPLORADOR 25

    situadas a cierta distancia de las capitales y autoad-ministradas de manera muchas veces criminal. As, entre Nger y Nigeria se extiende una franja de trein-ta a cuarenta kilmetros que escapa a la supervisin de Niamey y Abuja. Algunas fronteras, trazadas du-rante la colonizacin, dejan de tener entidad, debido al importantsimo flujo de inmigrantes, turistas y co-merciantes que las ignoran.

    Con sus procesiones de muertos, refugiados y atrocidades sin fin, la Repblica Democrtica del Congo (RDC) resulta emblemtica de estos fenme-nos destructivos. Del mismo modo, Somalia se des-compone: una parte de su territorio, Somaliland, ha encontrado una forma de estabilidad bajo la auto-ridad de una elite local formada en el Reino Unido, mientras que al norte de Mogadiscio Puntland es un Estado de facto, administrado por clanes que en parte viven de la piratera. En frica Occidental, si bien la mayora de los pases viven en paz, los focos de crisis latente son muchos y rebosantes de potenciales des-estabilizaciones: la regin senegalesa de Casamance, limtrofe con Gambia y Guinea Bissau, sufre regular-mente explosiones de violencia separatista (secues-tros, atentados); en el delta del Nger, bandas arma-das extorsionan a empresas y sabotean las instala-ciones petroleras de Nigeria, con repercusiones en Camern, Togo y Benn; en los pases de la Unin del Ro Mano (Costa de Marfil, Liberia y Sierra Leona), los conflictos recientes han dejado sus huellas (4). La regin saharo-saheliana, por su parte, es el campo de accin de movimientos criminales, de grupos is-lamistas radicales y de reivindicaciones tuaregs que crean una divisin de hecho de Mal (5). Slo la par-te austral del continente, dominada por Sudfrica

    La misteriosa explosin del 23 de octubre de 2012 en la fbrica de armas de Yarmuk, cerca de Jartum, sigue sembrando discordia entre Sudn, sus vecinos y las organizaciones inter-

    nacionales. Segn el centro de investigacin suizo Small Arms Survey Center (1), los edificios destrui-dos, donde se producan armas ligeras, servan tam-bin como depsitos para armas importadas de Chi-na. Jartum acusa a Israel ante la Organizacin de las Naciones Unidas (ONU) sin presentar pruebas de sabotear, e incluso de bombardear el sitio, conside-rado por Tel Aviv como el eslabn de un trfico con destino a la Franja de Gaza e Irn.

    Vasto pas de casi 2 millones de kilmetros cua-drados, Sudn enfrenta la rebelin de Darfur en su flanco occidental (2). Adems, desde julio de 2011, perdi una parte de sus territorios en el sur, que se in-dependizaron con el nombre de Sudn del Sur luego de dcadas de guerra civil. A pesar de varios acuer-dos sobre el trazado de las fronteras y la distribucin de los recursos, ambos Estados estn lejos de haber encontrado la paz (3).

    Atravesado por conflictos y amenazado por mo-vimientos centrfugos, el de Sudn no es un caso aislado en el continente negro. En efecto, si bien las tensiones en el Sahel acaparan la atencin diplom-tica y meditica, los acontecimientos que all se de-sarrollan encuentran equivalencias con los de otras regiones de frica: aspiraciones autonomistas, insu-rrecciones armadas, incapacidad de las autoridades para mantener el orden, trficos transnacionales de armas y municiones, injerencias extranjeras, carrera por los recursos naturales, etc. Los Estados, en deca-dencia, han perdido el control sobre zonas grises,

    Fronteras difusasSeparatismos, disgregaciones, inestabilidad transnacional...

    La particin de hecho del territorio de Mal puso de manifiesto la extrema fragilidad de las fronteras africanas, acentuada tras la finalizacin de la Guerra Fra. En frica Occidental tanto como en frica Central y Oriental se multiplican las zonas grises que escapan a la autoridad de los Estados y donde reina la criminalidad.

    por Anne-Ccile Robert*

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    Se han instalado verdaderos sistemas de conflic-tos, caracterizados por la difusin transnacional de la inestabilidad en frica Occidental, Oriental y Central. Estos focos de tensin suelen estar situa-dos a lo largo de los espacios fronterizos, cuyas din-micas intrnsecas a menudo son factores de difusin o amplificacin de las crisis, explica el politlogo Michel Luntumbue (8).

    Si bien fenmenos similares afectaron a Europa Central y Oriental (particin de Checoslovaquia, desintegracin de Yugoslavia), en el caso de frica se desarrollan en el contexto especfico de Estados de-bilitados, e incluso en vas de colapsar, sobre todo en virtud de su incapacidad para garantizar el desarro-llo. Los proyectos nacionales progresistas de las eli-tes independientes se quebraron bajo los golpes del autoritarismo y la corrupcin. La tutela de los orga-nismos financieros internacionales fomenta a su vez la infantilizacin de las autoridades.

    En el continente negro, la violencia de las desigual-dades sociales exacerba los discursos identitarios, percibidos como las nicas herramientas de ascen-so social: los adultos jvenes que se reconocen como miembros de una comunidad religiosa, cultural o t-nica con reivindicaciones especficas encuentran un sentimiento de pertenencia y recurren a veces a me-dios armados para hacer valer sus derechos a travs de los de su grupo, en detrimento de los del pas en su conjunto. Por otra parte, cada vez son ms los jvenes que denuncian la incuria de sus mayores, que se afe-rran al poder olvidando muchas veces el inters gene-ral. Segn Luntumbue, la ruptura del contrato social entre las generaciones, al volverse patente, alimenta una cultura de la intolerancia en sociedades donde los mecanismos de la democracia an estn mal im-plantados. Las bandas armadas en el delta del Nger, por ejemplo, son tpicas de una juventud desemplea-da y vida de conseguir su parte del abundante man petrolero. El autonomismo de la vecina pennsula de Bakassi, en Camern, se inscribe en el cuestionamien-to a la legitimidad de un Estado incapaz de hacer un amago de redistribucin de los recursos.

    Estos conflictos, que tienen causas locales, a menu-do son alimentados o desencadenados por un aconte-cimiento externo. As, la intervencin occidental en Libia, en la primavera boreal de 2011, contribuy a la propagacin de armas de guerra provenientes del ar-senal del coronel Muamar Gadafi, pero tambin de los aprovisionamientos franco-britnicos de arma-mento con paracadas. Estas armas se vertieron en una zona donde ya se extenda el yihadismo islmico, mientras que las brasas de las tensiones entre capita-les (Bamako y Niamey) y la rebelin tuareg se atiza-ban ante el soplido de la corrupcin y la arbitrariedad. Por lo dems, es sabido que las grandes multinaciona-les instrumentan, e incluso orquestan, los conflictos locales para apoderarse de las riquezas mineras (9).

    El continente se encierra entonces en un crculo vicioso, dado que los Estados suelen verse obligados

    (vase Sudfrica se expande, pg. 68), parece es-capar a esta tendencia delicuescente.

    Sistemas de conflictosEl principio de la intangibilidad de las fronteras, consagrado en la Carta de la Organizacin para la Unidad Africana (OUA) en 1963, se encuentra bas-tante maltrecho. Ya en mayo de 1993, se haba visto erosionado por la independencia de Eritrea, separa-da de Etiopa. Al menos el nuevo Estado todava se inscriba en los lmites trazados en la poca colonial, y por ende en un marco internacionalmente reco-nocido en el pasado. Pero, qu decir de la secesin de Sudn del Sur, reconocida inmediatamente por la comunidad internacional, que haba preparado su advenimiento? Es cierto que la autonoma de esta zona haba sido prometida durante la independen-cia, en 1956, en el marco de un Estado federal. Pe-ro Jartum nunca respet su compromiso, desatan-do una rebelin armada que alimentara dos largas guerras civiles (6).

    Mientras aumenta la presin en las fronteras, qu responder a los separatistas de Sahel o Casamance? En un comunicado del 17 de febrero de 2012, los jefes de Estado de la Comunidad Econmica de los Esta-dos de frica Occidental (CEDEAO) manifestaron su serio compromiso con la soberana de Mal, que per-di el control del norte de su territorio. Pero la mayo-ra de estos pases Nigeria, Costa de Marfil (7), etc. se enfrentan con crisis latentes o abiertas que supe-ran su territorio y desafan su autoridad.

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    de refugiadosSegn ACNUR, a fines de 2011. La r