Afortunados en La Dictadura

2
Afortunados en la Dictadura Noemí Caro Valenzuela RUN 8.407.465-9 Soy afortunada, en mi familia no hubo detenidos desaparecidos ni presos políticos, tampoco exonerados, oficialmente. Quizá es porque casi la mitad de la familia escapó a Australia durante los años 70, buscando oportunidades de crecimiento económico. Ellos y miles más son los exiliados económicos de Chile. Pero mis papás no tuvieron esa suerte, ellos se quedaron acá, Australia no los quiso. La pobreza y el hambre de aquella época todavía me duelen. (Debe ser la génesis de mi manía, casi curada, de acumular ropa, zapatos y pensar demasiado en la comida). Aún humean en mi cabeza las tazas de café de higo o té recontra hervido en una vieja tetera de tres litros. Aún saboreo aquel caldo de huesos de cerdo o los sabrosos causeos que mi mamá preparaba raspando esos mismos huesos. Cómo olvidar el pan frito en grasa o el untado en aceite y limón que la pobre nos daba a la once. Cómo no disfrutar el aroma de un fragante melón tuna, sin saborear nuevamente uno de aquellas delicias que rastrojeaba en la feria. Aún me veo vistiendo o calzando ropas y zapatos que la iglesia católica entregaba en mi población. Aún hoy me veo caminando como sonámbula de la casa al colegio y del colegio a la casa, sin cuadernos, sin colación. (Homenaje a mi amiga Isabel Amigo, que vivía en el colegio y me daba todos los días una marraqueta con tomate y ají. Me pregunto si se me veía el hambre). Aún me veo calzando un zapato treinta y cinco y el otro treinta y siete (calzaba treinta y cuatro). Todavía veo a mi mamita frente a la máquina de coser y aún despierto en la madrugada, creyendo sentir el traca traca de su multipunto Electra. Aún veo a mi viejo probando suerte en mil oficios y fracasando en todos ellos. Aún lo escucho grabando una cassette para su hermano en Australia, ese que él hizo su socio en la bonanza, pidiendo ayuda, angustiado, rogando por el salvavidas que nunca llegó. Aún me veo, junto a mis hermanos, corriendo a la casa de la señora María, en Parral con Lota, a buscar los tarros con huevos de casa que mi mamá vendía a $10. O corriendo mil veces al día a entregar al niño vecino el cubo en bolsa, ese de $1 que hacía mi viejita. Sí, fuimos afortunados, no tenemos que llorar a nadie muerto o detenido en casas de torturas o desaparecido en el fondo del mar, pero indudablemente también

description

texto difundido a traves del proyecto infancia en dictadura

Transcript of Afortunados en La Dictadura

Page 1: Afortunados en La Dictadura

Afortunados en la Dictadura

Noemí Caro Valenzuela RUN 8.407.465-9

Soy afortunada, en mi familia no hubo detenidos desaparecidos ni presos políticos, tampoco exonerados, oficialmente. Quizá es porque casi la mitad de la familia escapó a Australia durante los años 70, buscando oportunidades de crecimiento económico. Ellos y miles más son los exiliados económicos de Chile. Pero mis papás no tuvieron esa suerte, ellos se quedaron acá, Australia no los quiso.

La pobreza y el hambre de aquella época todavía me duelen. (Debe ser la génesis de mi manía, casi curada, de acumular ropa, zapatos y pensar demasiado en la comida). Aún humean en mi cabeza las tazas de café de higo o té recontra hervido en una vieja tetera de tres litros. Aún saboreo aquel caldo de huesos de cerdo o los sabrosos causeos que mi mamá preparaba raspando esos mismos huesos. Cómo olvidar el pan frito en grasa o el untado en aceite y limón que la pobre nos daba a la once. Cómo no disfrutar el aroma de un fragante melón tuna, sin saborear nuevamente uno de aquellas delicias que rastrojeaba en la feria.

Aún me veo vistiendo o calzando ropas y zapatos que la iglesia católica entregaba en mi población. Aún hoy me veo caminando como sonámbula de la casa al colegio y del colegio a la casa, sin cuadernos, sin colación. (Homenaje a mi amiga Isabel Amigo, que vivía en el colegio y me daba todos los días una marraqueta con tomate y ají. Me pregunto si se me veía el hambre). Aún me veo calzando un zapato treinta y cinco y el otro treinta y siete (calzaba treinta y cuatro). Todavía veo a mi mamita frente a la máquina de coser y aún despierto en la madrugada, creyendo sentir el traca traca de su multipunto Electra.

Aún veo a mi viejo probando suerte en mil oficios y fracasando en todos ellos. Aún lo escucho grabando una cassette para su hermano en Australia, ese que él hizo su socio en la bonanza, pidiendo ayuda, angustiado, rogando por el salvavidas que nunca llegó.

Aún me veo, junto a mis hermanos, corriendo a la casa de la señora María, en Parral con Lota, a buscar los tarros con huevos de casa que mi mamá vendía a $10. O corriendo mil veces al día a entregar al niño vecino el cubo en bolsa, ese de $1 que hacía mi viejita.

Sí, fuimos afortunados, no tenemos que llorar a nadie muerto o detenido en casas de torturas o desaparecido en el fondo del mar, pero indudablemente también

Page 2: Afortunados en La Dictadura

somos sobrevivientes, marcados a fuego como todos en este país. Sobrevivimos con un miedo horrible al hambre, al frío y a la soledad. La dictadura nos quebró, se llevó parte de mi familia al otro lado del mundo. Nunca más asados familiares, nunca más risas, nunca más bailar en mi casa, nunca más inocentes juegos infantiles, nunca más amigos en el barrio, nunca más casa propia. (Entre los diez y los veinte años viví en once casas. Escapábamos, no alcanzaba para pagar el arriendo). La dictadura también nos tocó, torturó y mutiló. Algo en nosotros también murió. Pero somos afortunados: no tenemos presos políticos ni torturados ni detenidos desaparecidos en mi familia.