ADRIANI, EGAÑA Y USLAR PIETRI UN MODELO DE DESARROLLO PARA VENEZUELA

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1 ADRIANI, EGAÑA Y USLAR PIETRI: UN MODELO DE DESARROLLO PARA VENEZUELA ECON. LUIS XAVIER GRISANTI, PROFESOR DE POSGRADO DE LA UNIVERSIDAD CENTRAL DE VENEZUELA Y DE LA UNIVERSIDAD SIMÓN BOLÍVAR CONFERENCIA EN LA FUNDACIÓN CASA ARTURO USLAR PIETRI CON MOTIVO DEL 107MO. ANIVERSARIO DE SU NACIMIENTO CARACAS, 11 DE MAYO DE 2013 Apreciados colegas, estudiantes, amigas y amigos, Quiero agradecer sinceramente la distinción con que me han brindado José Rafael Revenga, presidente de la Junta Directiva; Antonio Ecarri Angola, Presidente; Valentina Betancourt, directora ejecutiva de la Fundación Casa Arturo Uslar Pietri, y el profesor Guillermo Guzmán, de la Universidad Católica Andrés Bello. Gracias a todos los aquí presentes por acompañarnos el día de hoy, en la ocasión de celebrar el 107mo. Aniversario del natalicio del Dr. Arturo Uslar Pietri. La vida y las obras de tres venezolanos de excepción, Alberto Adriani Mazzei, Manuel R. Egaña Berroeta y Arturo Uslar Pietri están estrechamente relacionadas en el tiempo y el espacio. Merideño y agricultor el primero, zaraceño y jurista el segundo y caraqueño e intelectual el tercero, estos prohombres pertenecieron a la misma generación que despuntó en la vida nacional con la muerte del general Juan Vicente Gómez, cuya dictadura de 27 años, precedida por la del general Ciprino Castro durante 8 años, había dejando al país en un estado precario de desarrollo económico, social, cultural y científico, pese a que una descomunal bonanza petrolera hizo que el producto interno bruto de Venezuela se cuadruplicara con creces en la década de los años veinte del siglo XX, pasando de Bs. (1984) 7.261 millones en 1920, a Bs. 31.732 en 1929, y desplazando a la producción agropecuaria, principalmente al café y al cacao, como primer componente en la formación del producto nacional, en 1926. Dos años más tarde, en 1928, Venezuela se convertiría en el primer exportador mundial de petróleo, luego del vertiginoso aumento de la producción petrolera, que se disparó de 54.500 barriles diarios en 1925, a 290.000 barriles diarios. Nacidos en 1898, 1900 y 1906, respectivamente, Adriani, Egaña y Uslar Pietri formaron parte de una pléyade de jóvenes venezolanos, muy bien formados académicamente, que comenzó a pensar prioritariamente sobre cómo construir un país democrático y civilizado con una economía diversificada y próspera y con un nivel de avance cultural, educativo y científico que permitiera la equidad y la cohesión sociales y la prevalencia de la justicia y el Estado de Derecho. Y si bien ellos hicieron contribuciones esenciales en la construcción de las instituciones económicas fundamentales del país el Banco Central de Venezuela, el Banco Industrial de Venezuela, el Ministerio de Agricultura y Cría, la Contraloría General de la República, el Consejo Supremo Electoral, las leyes de Impuesto sobre la Renta e Hidrocarburos, entre otros organismos e instrumentos legales, su mayor preocupación estuvo centrada en los efectos perniciosos que tendría la excesiva explotación de un recurso natural no renovable sobre el resto de la economía, particularmente, sobre el desarrollo agropecuario e industrial del país.

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ADRIANI, EGAÑA Y USLAR PIETRI: UN MODELO DE DESARROLLO PARA VENEZUELA

ECON. LUIS XAVIER GRISANTI, PROFESOR DE POSGRADO DE LA UNIVERSIDAD CENTRAL DE

VENEZUELA Y DE LA UNIVERSIDAD SIMÓN BOLÍVAR

CONFERENCIA EN LA FUNDACIÓN CASA ARTURO USLAR PIETRI CON MOTIVO DEL 107MO.

ANIVERSARIO DE SU NACIMIENTO

CARACAS, 11 DE MAYO DE 2013

Apreciados colegas, estudiantes, amigas y amigos,

Quiero agradecer sinceramente la distinción con que me han brindado José Rafael Revenga,

presidente de la Junta Directiva; Antonio Ecarri Angola, Presidente; Valentina Betancourt,

directora ejecutiva de la Fundación Casa Arturo Uslar Pietri, y el profesor Guillermo Guzmán, de la

Universidad Católica Andrés Bello. Gracias a todos los aquí presentes por acompañarnos el día de

hoy, en la ocasión de celebrar el 107mo. Aniversario del natalicio del Dr. Arturo Uslar Pietri.

La vida y las obras de tres venezolanos de excepción, Alberto Adriani Mazzei, Manuel R. Egaña

Berroeta y Arturo Uslar Pietri están estrechamente relacionadas en el tiempo y el espacio.

Merideño y agricultor el primero, zaraceño y jurista el segundo y caraqueño e intelectual el

tercero, estos prohombres pertenecieron a la misma generación que despuntó en la vida nacional

con la muerte del general Juan Vicente Gómez, cuya dictadura de 27 años, precedida por la del

general Ciprino Castro durante 8 años, había dejando al país en un estado precario de desarrollo

económico, social, cultural y científico, pese a que una descomunal bonanza petrolera hizo que el

producto interno bruto de Venezuela se cuadruplicara con creces en la década de los años veinte

del siglo XX, pasando de Bs. (1984) 7.261 millones en 1920, a Bs. 31.732 en 1929, y desplazando a

la producción agropecuaria, principalmente al café y al cacao, como primer componente en la

formación del producto nacional, en 1926. Dos años más tarde, en 1928, Venezuela se convertiría

en el primer exportador mundial de petróleo, luego del vertiginoso aumento de la producción

petrolera, que se disparó de 54.500 barriles diarios en 1925, a 290.000 barriles diarios.

Nacidos en 1898, 1900 y 1906, respectivamente, Adriani, Egaña y Uslar Pietri formaron parte de

una pléyade de jóvenes venezolanos, muy bien formados académicamente, que comenzó a pensar

prioritariamente sobre cómo construir un país democrático y civilizado con una economía

diversificada y próspera y con un nivel de avance cultural, educativo y científico que permitiera la

equidad y la cohesión sociales y la prevalencia de la justicia y el Estado de Derecho. Y si bien ellos

hicieron contribuciones esenciales en la construcción de las instituciones económicas

fundamentales del país –el Banco Central de Venezuela, el Banco Industrial de Venezuela, el

Ministerio de Agricultura y Cría, la Contraloría General de la República, el Consejo Supremo

Electoral, las leyes de Impuesto sobre la Renta e Hidrocarburos, entre otros organismos e

instrumentos legales, su mayor preocupación estuvo centrada en los efectos perniciosos que

tendría la excesiva explotación de un recurso natural no renovable sobre el resto de la economía,

particularmente, sobre el desarrollo agropecuario e industrial del país.

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EL PROGRAMA DE FEBRERO DE 1936: PRIMER PLAN DE DESARROLLO

Entre los tres, fue Adriani –el mayor- quien tuvo una formación económica de carácter académico,

en tanto que Egaña y Uslar Pietri, doctores en ciencias políticas y abogados, influidos por el

primero, no sólo se hicieron estudiosos de la ciencia económica por vocación y disciplina, sino que

dejaron huella indeleble en las instituciones e instrumentos legales que contribuyeron a formar,

partiendo del histórico Programa de Febrero, instituido en 1936 por ese gran estadista y general

civilista que fue el presidente Eleazar López Contreras (1936-1941), quien no vaciló en llamar a

colaborar a los tres jóvenes treintañeros en su proyecto de modernización democrática,

institucional, social, educacional, económica y financiera.

No es exagerado significar que el Programa de Febrero fue el primer plan de desarrollo nacional

orgánicamente concebido. Otros venezolanos pertenecientes a una generación anterior, pero

cuarentones a la sazón, como Diógenes Escalante y Caracciolo Parra Pérez, embajadores

profesionales, y otros hombres de Estado como Amenodoro Rangel Lamus y Néstor Luis Pérez,

participaron en la formulación de aquel plan, pensado y no copiado de experiencias ajenas, sino

adaptado a las condiciones venezolanas.

El presidente López Contreras designó a Adriani, de 37 años, primer ministro de Agricultura y Cría

de Venezuela, aquel turbulento mes de febrero de 1936; y el 1 de abril lo colocó al frente del

Ministerio de Hacienda. Egaña, de 35 años, fue su director de gabinete (vice ministro), en tanto

que el titular de la Hacienda Pública nombró a Uslar Pietri, de 30 años, jefe de la Oficina de

Estudios Económicos del Ministerio; división que fue creada por el propio Adriani, quien también

en su corto tiempo como titular de Agricultura y Cría, organizaría el nuevo Despacho y fundaría la

Revista de Agricultura y más tarde la Revista de Hacienda, órganos de estudio y divulgación del

pensamiento en las ramas económicas, agropecuarias y hacendísticas.

Adriani y Egaña se habían conocido como estudiantes de Derecho entre los años 1917 y 1921,

cuando el primero es designado Cónsul de Venezuela en Ginebra y deja los estudios jurídicos antes

de graduarse. Permaneció como Cónsul pocas semanas, pues luego se inscribe en la Universidad

de Ginebra para cursar estudios de Economía, graduándose en 1925. Durante este período,

Adriani alterna sus estudios universitarios con el ejercicio de la secretaría de la Delegación de

Venezuela ante la Sociedad de las Naciones, representación que ostentaban Diógenes Escalante,

Caracciolo Parra Pérez y Santiago Key Ayala.

El economista y el abogado se reencuentran en Washington cuando el primero es designado, en

1926, jefe de la Oficina de Agricultura de la Unión Panamericana, antecesora de la Organización de

Estados Americanos, y el segundo se desempeñaba como agregado civil en la Embajada de

Venezuela en Washington, siendo a la sazón enviado extraordinario y ministro plenipotenciario, el

Dr. Carlos F. Grisanti, ex presidente de la antigua Corte Suprema de Justicia, quien había sido

profesor de ambos en la Facultad de Derecho de la Universidad Central de Venezuela. En

Washington, confesará más tarde Egaña, en sus largas tertulias con Adriani desarrollará una

afición poco común por los estudios económicos y financieros, la cual nunca abandonaría;

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conscientes ambos de que Venezuela debía emprender un vasto plan de reformas de su economía

y de sus instituciones.

Uslar Pietri, cuando fue colaborador de Adriani y más tarde de Egaña –quien fue ministro interino

al fallecer súbitamente el economista merideño el 10 de agosto de 1936-, ya era un escritor

consagrado y venía de haber pasado una período de cinco años en París, entre 1929 y 1934. Había

publicado ya, días antes de cumplir 25 años, la novela Las Lanzas Coloradas (1931). Egaña y Uslar

Pietri, por su parte, serían compañeros de gabinete durante la presidencia de López Contreras,

siendo el primero designado ministro de Fomento en 1938, y el segundo, ministro de Educación en

1939.

Lamentablemente, la muerte prematura de Alberto Adriani, a los 38 años, imposibilitó que

Venezuela se beneficiara de su inmenso talento, capacidad de trabajo y formación intelectual;

pero no faltaría a la verdad si afirmáramos que sus dos amigos, Egaña y Uslar Pietri, se encargarían

de poner en ejecución no sólo los proyectos de modernización económica, fiscal y financiera

contemplados en el Programa de Febrero, sino de preservar su legado; tanto, que el libro póstumo

del economista zedeño, Labor Venezolanista, fue editado por Uslar Pietri en 1937, y su segunda

edición, en 1946, fecha del X aniversario del la muerte de aquel, el prólogo estuvo a cargo del

también ex presidente del Congreso Nacional y fundador del Banco Central de Venezuela, Manuel

R. Egaña.

Egaña y Uslar Pietri continuarán colaborando durante la presidencia de otro general civilista

(1941-1945), Isaías Medina Angarita, quien además de profundizar las reformas democráticas

emprendidas por López Contreras, designó una comisión presidencial de la cual surgieron

instrumentos legales de trascendencia histórica, como la Ley de Impuesto sobre la Renta de 1942,

la Ley de Hidrocarburos de 1943 y la Ley Agraria y la Ley de Minas de 1945, de la cual el senador

Egaña fue su relator.

El estadista llanero, desde la tribuna parlamentaria, y el intelectual caraqueño como ministro del

Interior, consolidarían así las reformas económicas concebidas principalmente por Adriani. El

abogado zaraceño y el eximio escritor mantendrían el resto de sus vidas una cercana amistad

personal e intelectual, e inclusive, tendrían sus respectivas residencias a poca distancia una de la

otra en esta avenida Los Pinos de La Florida.

Habiendo realizado este apretado resumen de la relación estrecha de estos cultos y honestos

servidores públicos, ajenos a las arrogancias del poder y desprovistos de ambiciones crematísticas,

pasamos ahora a referirnos a pensamiento económico propiamente dicho de los tres personajes,

formados no para las improvisaciones y las soluciones sui generis, sino para la formulación de

políticas públicas debidamente estructuradas y evaluadas en todas sus dimensiones técnicas para

convertirlas en instrumentos legales o acciones gubernamentales beneficiosas para el desarrollo

económico y social de Venezuela.

Existe cierto grado de complementariedad en los tres colaboradores del presidente López

Contreras. Esta complementariedad responde a que el novelista caraqueño, con su inmenso

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talento narrativo, recoge las advertencias y recomendaciones que Adriani como economista

profesional formula; en tanto que Egaña, con su maciza formación jurídica y cultural, le toca

ejecutar –y lo hace exitosamente-, las conceptualizaciones que el pensador de Zea estructuró en

sus múltiples ensayos, artículos y ejecutorias como agricultor, analista económico, diplomático y

ministro de Agricultura y Cría y de Hacienda.

DOCTRINA ECONÓMICA Y CONTEXTO HISTÓRICO

Durante el período formativo y de actuación pública de Adriani, Egaña y Uslar Pietri –entre la

segunda década y cuarta del siglo XX-, el mundo vivió transformaciones políticas, económicas y

tecnológicas de gran envergadura. La industrialización de Norteamérica y Europa durante la

segunda mitad del siglo XX habían incrementado el ingreso nacional y la calidad de vida de los

habitantes. El surgimiento del transporte automotor y aéreo, la generalización de la electricidad, el

diseño y ejecución de vastas redes de carreteras y autopistas, la construcción de grandes obras de

infraestructura, de edificios y rascacielos y los procesos de urbanización y renovación urbana,

incrementaron notablemente el bienestar de las democracias capitalistas de occidente.

En su conocida obra, Sumario de economía venezolana para alivio de estudiantes, cuya primera

edición apareció en 1945 y la segunda (ampliada) en 1958, con la colaboración de los economistas

Hernán Avendaño Monzón, D.F. Maza Zavala y Bernardo Ferrán (editada por la Fundación

Mendoza), Uslar Pietri se distancia de la teoría económica liberal clásica y emite un juicio que

podríamos denominar keynesiano:

“En muchos perdura el concepto arcaico de que la economía puede continuar siendo

aquella eglógica y estática estampa de la Europa de la primera mitad del siglo XVIII. Sin

duda ignoran o desestiman la formidable revolución industrial que se inició en los últimos

años de ese siglo y que había de transformar profundamente la vida y las relaciones de los

pueblos. Al artesano que trabajaba las materias de su región, se sustituyó por la gran

industria que emplea los materiales de las más distintas regiones. Al mercado local y a la

feria pintoresca se sustituyó el enorme intercambio de mercancías y servicios entre todas

las naciones de la tierra…

“Surgieron los vastos problemas internacionales de la distribución geográfica y del

aprovisionamiento de materias primas, los problemas del nivel de vida y de la capacidad

adquisitiva de las masas, los problemas de la interdependencia de las monedas atadas a la

suerte del intercambio económico; la tragedia de las grandes crisis que en horas

provocaban fantásticos desplazamientos de riquezas.”

La Revolución Rusa de 1917 implantó el primer régimen marxista, que generó un atractivo

indiscutible entre la intelectualidad del mundo occidental y oriental al reivindicar los derechos de

la clase trabajadora y cuestionar los excesos de la industrialización capitalista, gestando

disparidades aberrantes en la distribución del ingreso y la riqueza, aún cuando la clase obrera y las

crecientes clases medias mejoraron sus condiciones de vida y su acceso a los bienes materiales. No

obstante, se comenzaron a advertir los fracasos de la colectivización de los medios de producción

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y la pérdida de libertades y derechos ciudadanos, particularmente a partir del ascenso al poder, en

1924, de Joseph Stalin, cuya férrea y criminal dictadura duraría hasta su muerte, en 1954. Los

jóvenes venezolanos de entonces pudieron conocer de las desviaciones colectivistas promovidas

por el dictador georgiano.

La doctrina liberal clásica de los regímenes capitalistas de occidente fue puesta en duda a raíz del

Great Crash de 1929, desencadenando una depresión en la que ya era, desde 1895, la economía

más grande del planeta: Estados Unidos. Los precios de las materias primas colapsaron, bajando

entre un 60% y un 80% en los mercados mundiales y la Gran Depresión de los años treinta tuvo

repercusiones globales. Un estadista visionario, Franklin Delano Roosevelt, presidente de Estados

Unidos (1933-1945) decide intervenir directamente en la economía para generar empleo y

aumentar el consumo para salir de la devastadora crisis económica y social.

Durante los años veinte y treinta, un brillante economista británico, John Maynard Keynes,

revoluciona la ciencia económica postulando la tesis de que cuando el mercado no puede

preservar o garantizar los equilibrios económicos, el Estado debe intervenir para corregir el

desbalance entre el ingreso nacional y la producción, liberalizando además la política monetaria.

Adriani, recién graduado de economista en 1925, pasa poco más de un año en Londres como

miembro de la Delegación de Venezuela en la Sociedad de las Naciones y se familiariza con la obra

de Keynes. En 1936, se publica la Teoría General sobre el Ingreso, el Empleo y las Tasas de Interés.

El fracaso de la República de Waimar en Alemania durante los años veinte y la pobreza que

estremeció a Italia, crearon el caldo de cultivo para que un electrizante orador y demagogo

italiano, Benito Mussolini, se hiciera del poder en 1922, y otro de igual o peor condición, Adolfo

Hitler, lo hará en 1933. Nace el nacional-socialismo y el fascismo como doctrinas, provocando un

atractivo especial por exaltar sentimientos nacionalistas y de superioridad racial, en tanto que

logran inobjetables resultados económicos positivos, por lo menos en las primeras de cambio.

Los jóvenes venezolanos no se dejan deslumbrar ni por el régimen colectivista soviético ni por el

nacional-socialismo fascista y nazi; pero también se distancian del liberalismo económico clásico.

Sus escritos de entonces muestran a tres profesionales capaces de entender que ningún extremo

es provechoso y menos para las características históricas y socio-económicas de Venezuela.

Como co-fundador de la Escuela de Economía de la Universidad Central de Venezuela, el autor de

las novelas Oficio de Difuntos y La isla de Robinson, en sus Palabras pronunciadas en la instalación

de la Escuela libre de Ciencias Económicas y Sociales, expone en 1938:

“El siglo XIX se inicia con las más halagadoras esperanzas económicas. La escuela clásica

inglesa afirmaba, cada día con más énfasis y con más genial razonamiento, que el interés

del individuo coincidía con el interés general, que la vida económica estaba presidida por

leyes inmutables que no podían ser alteradas, y que bastaba dejar actuar libremente esas

leyes para que automáticamente se establecieran la armonía y el progreso. El Estado

quedaba reducido al honorífico y simple papel de “productor de seguridad”. No todo

resultó tan risueño. Ya desde comienzos surgieron, entre los propios fundadores, Ricardo y

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Malthus, con su profunda investigación que Carlyle había de llamar lúgubre. Después

vinieron las grandes crisis periódicas, el pauperismo y la agitación creciente de las masas

trabajadoras, y la reacción ideológica desde diferentes posiciones. Aquel siglo concluye en

la desconfianza de la libertad económica y en una multiforme exaltación de la función del

Estado, que han continuado acentuadamente hasta nuestros días.”

VENEZUELA: NI TOTALITARISMO SOVIÉTICO NI LAISSEZ FAIRE

Manuel R. Egaña, por su parte, expresa un criterio similar y señala:

“La doctrina liberal, en su más pura concepción, establece que las funciones del

Estado…deben limitarse a conservar el orden para facilitar el libre desenvolvimiento de las

iniciativas y de los esfuerzos individuales. Todo lo que coarte o canalice la libre expansión

individual, es adverso al desarrollo de la riqueza pública y privada.

“Sería difícil concretar en pocas palabras lo que se entiende por intervención del Estado,

pues va desde la dirección y control absolutos o casi absolutos, de la acción económica

individual y colectiva, como sucede en los regímenes soviéticos y totalitarios, hasta formas

de intervención prudentes, oportunas y transitorias del Poder Público.

“La aplicación de cualquiera de estas doctrinas a un país, no es cosa que puede resolverse

teóricamente. Cada nación crea su propia doctrina. Sería insensato e inútil que se tratar de

aplicar entre nosotros, digamos, el régimen soviético o el régimen nazista, como la

adopción de un régimen de completo laissez fair, laissez aller, laisser passer, porque

Venezuela tiene su propia doctrina económica, resultado natural y espontáneo de su

propia vida…Lo que importa, pues, no es definir si el Estado, en Venezuela, debe ser liberal

o intervencionista, sino el mayor o menor grado en que deba intervenir.”

Una de los aportes esenciales de los tres prohombres fue delinear el campo de acción entre el

mercado y el Estado con singular acierto, creando doctrina apropiada al caso venezolano. Ello

tiene lugar a partir de 1936, principalmente, con la aplicación del Programa de Febrero.

Prosigue en tal sentido Uslar Pietri al referirse a ese leitmotiv que angustiaba a todos los

venezolanos pensantes de su tiempo, incluyendo a otros jóvenes contemporáneos que más tarde

pasarían a liderar la democratización de Venezuela bajo un régimen de economía mixta de

mercado: Rómulo Betancourt, Juan Pablo Pérez Alfonzo, Carlos D´Ascoli, Manuel Pérez Guerrero y

José Antonio Mayobre. Inclusive, venezolanos de formación marxista, como Salvador de la Plaza, o

socialistas-democráticos, como D.F. Maza Zavala, compartían el criterio de la particularidad de la

economía venezolana y sobre cuál doctrina económica se adaptaba más a sus características

históricas y sociológicas. Todo ello bajo el manto común de procurar el desarrollo y progreso de

Venezuela.

Uslar Pietri reitera así su visión sobre la realidad económica de Venezuela:

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“Nuestra patria, por razones de la más diversa índole que van desde la historia hasta la

geografía, permaneció largo tiempo indiferente a la gran batalla económica que se libraba

en el mundo occidental…Nuestra independencia coincidió con la época de mayor prestigio

de la escuela clásica, y era lógico que nuestros libertadores adaptaran a los principios de

aquella nuestras instituciones. Desde Santos Michelena, hasta el ayer inmediato hemos

practicado por tradición un liberalismo económico sin convicción y sin energías, que ni

correspondía a nuestras necesidades ni a la política coetánea de los demás países.

“En un pueblo desprovisto del sentido agresivo y creador del capitalismo, la vida

económica abandonada al empirismo y a su propia suerte degeneraba en un remanso, en

lugar de ser el primer instrumento del progreso y de la transformación nacional. Nos

decíamos fieles a un liberalismo teórico, sin pensar en las consecuencias sociales, políticas

y culturales que la condenación del papel de productores de materias primas debía

ocasionar a la nación. Nos seguíamos creyendo liberales, mientras el Estado, antes del

petróleo, mantenía por medio de barreras artificiales las escasas y exangües industrias, y

después del petróleo, por medio de la distribución de aquella renta, y de la fijación del tipo

de cambio, venía a intervenir, sin proponérselo, todos los aspectos de nuestra vida

económica.

“Hoy, el Estado venezolano por medio de protecciones arancelarias, las primas, las

contingencias, la centralización del cambio, la distribución del presupuesto, es el centro de

toda la economía nacional. Ante este hecho brutalmente simple y cierto, resulta

absolutamente bizantino ponerse a discutir sobre la conveniencia de que el Estado

intervenga o no en la vida económica. El hecho es que el Estado interviene…porque nuestra

vida económica no es sino un reflejo de la riqueza del Estado. La cuestión vital para los

venezolanos no es saber si el Estado debe o no intervenir en la actividad económica, sino

crear una vida económica propia y creciente, ante la que pueda plantearse un día el

problema de la intervención o de la no intervención.”

Las conceptualizaciones que Egaña y Uslar Pietri esbozan sobre el papel del Estado en la economía

son consistentes con lo que a partir del modelo social europeo, surgido de la posguerra mundial

del 39-45, se conoce como economía social de mercado. Podría sostenerse que los venezolanos

fueron en este sentido pioneros de esta síntesis entre el liberalismo económico clásico y los

aportes teóricos del estructuralismo de raíz marxista.

En su análisis del pensamiento del industrial y hombre de Estado alemán Walter Rathenau, Alberto

Adriani precisa conceptos que hoy podrían equipararse con dicho modelo europeo,

particularmente, el escandinavo, con el cual más tarde se identificaría otro estadista venezolano:

Juan Pablo Pérez Alfonzo. En el paradigma adrianista, al igual que en Egaña y Uslar Pietri, hay un

esfuerzo constante por encontrar un punto de equilibrio realista, eficaz y acorde con la realidad

venezolana. En cierto sentido y guardando las distancias, un atisbo de Tercera Vía, la propuesta

electoral del ex primer ministro laborista inglés Tony Blair, sesenta años más tardes. Citemos a

Adriani:

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“Su crítica (la de Rathenau) del sistema capitalista y, en especial, del liberalismo económico

es concluyente…Su crítica de los sistemas socialistas es penetrante y…definitiva. La base

científica del socialismo, la plusvalía, se ha desvanecido…Existe, pero es tan insignificante

que su distribución no contribuiría al mejoramiento de la vida. Sin su acumulación, se

harían imposibles el aumento de los activos (stocks) y el perfeccionamiento del utillaje

industrial, que si son indispensables al mejor rendimiento del trabajo, y…al mejoramiento

social.”

Ahora bien, la noción de economía mixta de mercado con un Estado activo y no pasivo y el

abandono del liberalismo económico clásico después de la gran debacle del 29, son

planteamientos que, sin embargo, preservan los valores esenciales de democracia, libertad,

educación y civilidad. Adriani lo explica así en aquel juvenil Programa de Gobierno que esboza en

1918, como estudiante de Derecho, cuando cumple 20 años (y el general Gómez diez en el poder):

“Una nueva faz de nuestro desarrollo; un nuevo camino esperanzador empezaremos a

transitar a partir de hoy: desaparecerá la tiranía, y con ella las obstrucciones…a nuestro

desarrollo nacional.

“Libertad en todos los campos de la actividad: en el trabajo, en la prensa, en la política:

protección del gobierno a toda proficua iniciativa: protección para el que trabaja:

queremos levantas de sus ruinas la industria y el comercio: queremos dar un impulso

gigantesco a la instrucción: favoreceremos la inmigración…tendremos ferrocarriles:

construiremos carreteras, impulsaremos nuestras comunicaciones marítimas…Adonde no

llegue la iniciativa individual allí estará el gobierno.”

En otro de sus artículos juveniles, Progresos democráticos en América Latina, ratifica el joven

pensador andino, de 21 años, sus convicciones:

“En este Nuevo Mundo latino, en esta América providente que acogió en buena hora los

más altos principios de democracia, y el definitivo predominio de los principios de la

Revolución Francesa…Buscamos en el futuro fórmulas universales de vida…Sólo el hombre

americano…puede elaborar la síntesis de la pan-civilización futura…Sin fanatismos tenaces,

se puede afirmar que América practicará la democracia virtual, la democracia efectiva y

completa.”

PETROLEO, DEPENDENCIA Y DESARROLLO

La generación de venezolanos nacidos en el entre siglos –De la Plaza, Adriani, Egaña, Picón Salas,

Betancourt, Otero Silva, Machado, Leoni, Villalba, D´Ascoli, Pérez Alfonzo y Uslar Pietri, entre

otros-, compartieron en mayor o menor grado tres visiones cardinales alrededor del petróleo y su

rol en la vida y en la economía nacionales, a saber:

1.- La percepción de que toda riqueza minera es perecedera y especulativa, como la obsesión con

la plata durante la conquista española del siglo XVI, o la fiebre del oro de California, Estados

Unidos, durante el XIX. Sólo la agricultura y la industria manufacturera son las verdaderas fuentes

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de capital permanente y desarrollo integral. Para los fundadores de la democracia venezolana, no

hay desarrollo sostenible, para colocar el concepto en el contexto actual, sin la inversión y la

estructuración de un poderoso sector agropecuario y un pujante tejido industrial-manufacturero,

fuentes permanentes de empleo, riqueza y bienestar social.

El desarrollo de una nación es producto de la expansión agro-industrial, de la industrialización y de

la diversificación de la economía, no de la mono-producción ni de la dependencia exclusiva de una

materia prima exportada y sometida a los vaivenes de las crisis cíclicas de la economía mundial, ni

a las oscilaciones especulativas de sus precios, controlados por fuerzas ajenas al quehacer

nacional.

2.- Siendo el petróleo un recurso natural no renovable y un activo de de capital, su utilización

debe convertirse en capacidad productiva para la agricultura, la cría y la industria, en

infraestructura física para el progreso (vialidad, puertos y aeropuertos, sistemas de irrigación,

sistemas de transporte marítimo, fluvial y colectivo, etc.), o en formación de capital humano

(escuelas, liceos, universidades, escuelas técnicas e institutos de investigación científica y

tecnológica). De lo contrario, al desaparecer el hidrocarburo sin ser convertido en activos de

capital utilizados en actividades productivas no petroleras, Venezuela volvería al atraso, a la

agricultura milenaria del conuco y a la pobreza de siglos de injusticia social.

3.- La explotación de recursos naturales por empresas multinacionales provenientes de

potencias extranjeras, comprometía la soberanía nacional y la capacidad autóctona del país de

decidir su propio modelo de desarrollo y su independencia política, económica y tecnológica. La

formación de enclaves en medio de masas paupérrimas de trabajadores y campesinos miserables

acentuaba la pobreza y el subdesarrollo.

Veamos estos tres juicios en criterio del economista del Alto Escalante:

“En 1929, el petróleo compuso el 75% del valor y el 99,2% del quantum de nuestras

exportaciones…es un producto de primera importancia en nuestra economía nacional…

“…Pero no tiene derecho, ni es conveniente dárselo, a la preponderancia absoluta sobre

todas los demás elementos de nuestra organización económica…

“No debemos equivocarnos en la apreciación de los cambios que han seguido el auge de la

industria petrolera en Venezuela, esa industria es precaria; está en manos extranjeras; es,

desde el punto de vista económico, una provincia extranjera enclavada en el territorio

nacional.”

En su discurso de incorporación como Individuo de Número de la Academia de Ciencias Política y

Sociales, Uslar Pietri razona acerca de la excesiva dependencia petrolera:

“Podríamos casi decir que Venezuela es como una península económica, aislada, por el

cambio, los precios y los costos, del intercambio con el extranjero y unida a la economía

mundial por un solo producto: el petróleo…

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“…surge el otro básico aspecto negativo de la riqueza petrolera. Este es el de la peligrosa

vulnerabilidad y fragilidad de la situación económica de un país que depende en un grado

tan alto del mercado internacional de un solo producto…Un grave colapso petrolero sería

mortal para la Venezuela de hoy…”

En su obra Tres décadas de producción petrolera (1917-1947), Egaña plantea el mismo fenómeno

de la enorme dependencia petrolera y su incidencia desfavorable en la agricultura y la cría:

“Las actividades petroleras han ocasionado en la zona de explotación, un desajuste en las

actividades pecuarias circunvecinas que puede acabar con éstas, si no se toman medidas

adecuadas para evitarlo.”

PRAGMATISMO, CAPITAL E INVERSIÓN EXTRANJERA

Es bueno significar, sin embargo, que los tres pensadores venezolanos objeto de nuestro trabajo

hoy, no eran hombres dogmáticos ni ideologizados, y al reconocer las características especiales de

la evolución histórica, cultural y socio-económica de Venezuela, postulan posiciones pragmáticas,

orientadas más bien a armonizar la explotación petrolera, necesaria para la capitalización del país,

con las actividades agrícolas, pecuarias e industriales. No eran tampoco contrarios a la inversión

extranjera, la cual consideraban importante para el desarrollo del país.

Egaña, por ejemplo, alertaba acerca de la necesidad de no achacar al petróleo la causa de todos

los males de Venezuela, señalando en su Introducción a la Memoria y Cuenta del Ministerio de

Fomento de 1939:

“…(es) acertado echar la culpa al petróleo?...Desde luego que conviene observar que es

completamente inútil bendecir o maldecir al petróleo. En todo caso, es fácil concluir que no

es la causa única y ni siquiera la principal (de nuestros problemas).”

Adriani, en su artículo Capital estadounidense en América Latina (1926), destaca como provechoso

le exportación de capitales norteamericanos, con sujeción a los objetivos de desarrollo nacional:

“El capital americano tomará el camino del sur. Entre nosotros será bienvenido, porque nos

es, además, indispensable, con una economía inorgánica y de baja productividad, no

podemos dispensarnos de tal ayuda. Nuestros Estados también deberán recurrir al capital

extranjero, poruqe no es posible realizar con los recursos del presupuesto ordinario las

obras costosas…que son la base indispensable de nuestra futura prosperidad.

Incluso, un pensador marxista de prestigio como Salvador de la Plaza (1896-1970), en la obra

Historia y retos del petróleo en Venezuela, subraya:

“…el desarrollo económico independiente sólo es posible mediante la movilización de los

propios recursos internos y, en casos excepcionales, apelando además al concurso del

capital extranjero, pero siempre que su inversión se efectúe bajo el control y dirección del

Estado.”

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Desde la óptica de un pensador socialdemócrata como Juan Pablo Pérez Alfonzo, y no obstante su

política de no más concesiones y su prédica acerca de la conservación de los hidrocarburos, el

fundador de la OPEP tampoco desdeñaba la significación del petróleo en el desarrollo nacional;

pero siempre en armonía con las actividades productivas no petroleras. Cuestionaba si, el

despilfarro de los ingentes ingresos, la liquidación de un recurso natural no renovable sin

capitalizarlo en otras actividades productivas y la mentalidad rentística y consumista de los

venezolanos, particularmente a partir de la bonanza petrolera de los años setenta del siglo

pasado. En uno de sus libros más importantes, Petróleo y Dependencia (1971), el austero estadista

caraqueño afirma:

“La nación para subsistir, fortalecerse y progresar, tiene el compromiso de aprovechar lo

mejor posible todos sus recursos. Aun cuando los recursos se agoten al usarse, como es el

caso del petróleo y otros minerales, se tiene el derecho y hasta el deber de aprovecharlos

razonablemente.”

El EFECTO VENEZUELA O LA ENFERMEDAD HOLANDESA

Si bien Juan Pablo Pérez Alfonzo definió como Efecto Venezuela el fenómeno de los límites al

desarrollo económico o intoxicación económica, fundamentado en la limitada capacidad de

absorción de una economía subdesarrollada, dependiente de un rubro de exportación ante el

torrente súbito de un boom de precios internacionales de una materia prima, puede considerarse

a Alberto Adriani como pionero del concepto hoy denominado por los tratadistas de la economía

como Enfermedad Holandesa (“Dutch desease”). Es a partir de este concepto medular que sus

amigos y colaboradores, Manuel R. Egaña y Arturo Uslar Pietri, construyen su pensamiento

económico.

Otros economistas académicos, como el premio Nobel Joseph Stiglitz, han llamado Maldición de

los Recursos (Resource Curse) al fenómeno pernicioso conforme al cual una economía

razonablemente bien manejada, con tasas de crecimiento sostenidas a largo plazo y con

equilibrios económicos resguardados en el tiempo, se desarticula y pasa crecer a largo plazo con

tasas inferiores a las históricas después de un boom de ingresos de exportación mal

administrados.

Definamos qué es la Enfermedad Holandesa: es un fenómeno económico mediante el cual la

aguda elevación de los ingresos de exportación de una materia prima de la cual depende o se hace

dependiente una economía, desarrollada o no –aunque principalmente ocurre en economías

subdesarrolladas-, da origen a una sobrevaluación de su signo monetario, que a su vez causa un

boom de expansión y crecimiento en las actividades de bienes no transables (propiedad

inmobiliaria, servicios financieros y de seguros, gasto público, servicios diversos y bursátiles e

importaciones) y un rezago o retroceso en las actividades de bienes transables (agricultura, cría y

producción manufacturera). Las distorsiones de precios, salarios, rentas y dividendos que este

fenómeno genera en los factores de producción –capital, trabajo y tecnología- son tales, que la

economía deja de crecer y desarrollarse en forma diversificada y armónica.

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Adriani fue como economista profesional uno de los pioneros analistas del fenómeno al advertir a

fines de los años veinte y principios de los años treinta del siglo XX sobre las repercusiones

devastadoras que tendría sobre la agricultura, la cría y la incipiente industria, la sobrevaluación

sistémica del bolívar que veía venir, aún después de superada la Gran Depresión. El pensador

merideño dedicó sus investigaciones y recomendaciones a la moneda como instrumento de

asignación de los recursos de una economía. Postuló la necesidad de evitar la sobrevaluación del

signo monetario, con lo cual se desalientan las exportaciones, se desprotege la industria local y se

estimulan las importaciones.

El estadista venezolano se dio cuenta que el torrente de petrodólares conduciría a un bolívar

sobrevaluado, con sus efectos distorsionadores del aparato productivo real. Un plan estratégico

para la consecución de lo que el solitario pensador de Zea denominaba una economía orgánica,

parte de la fijación de un tipo de cambio competitivo en una economía petrolera como la

venezolana. De lo contrario, la agricultura, la cría y la industria se contraerían y no se

desarrollarían sino raquíticamente, sin competitividad alguna para penetrar los mercados

internacionales.

Fueron numerosos sus trabajos sobre el tema de la competitividad de nuestra moneda, recogidos

en artículos y breves ensayos como La valorización del café y nuestra economía nacional, Los

cambios y nosotros, El dilema de nuestra moneda y la situación económica de Venezuela, La

desvalorización del bolívar y El convenio sobre el cambio, entre otros. Citemos su enjundioso

criterio en aquel terrible año de 1934:

“El factor principal de esta agravación de nuestra crisis (económica) es la desvalorización

del dólar americano. Hasta el año pasado el dólar conservó en Venezuela un valor, que

hacía todavía medianamente remunerador el cultivo del café y el cacao, los dos productos

que están en el centro de nuestra actividad económica. Con el nuevo dólar desvalorizado, o

lo que es lo mismo, con el bolívar caro (sobrevaluado), los precios de nuestros productos de

exportación se han hecho irrisorios, no cubren ni siquiera los gastos de beneficios y están

arruinando a todos los interesados…

“Como nuestros principales competidores en los mercados del mundo han desvalorizado

(devaluado) su moneda en medida todavía mayor al mismo dólar, y en consecuencia sus

exportadores pueden ser menos exigentes que los nuestros, la demanda del exterior or

nuestros productos ha venido disminuyendo en una forma que amenaza sernos fatal para

el porvenir.”

Quien entonces estaba internado en su Zea natal como agricultor para evitar cualquier asedio de

los órganos de represión del general Gómez, propone una solución drástica, quizás para

dramatizar el estado ruinoso de la agricultura nacional:

“Yo propongo un plan sencillo…la desvalorización violenta de nuestro bolívar, mediante la

reducción, de un solo golpe, de su contenido de oro fino de doscientos noventa mil

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trescientos millonésimas de grano, establecido por la Ley de 15 de junio de 1918, a la

mitad.”

Para entonces, el joven Uslar Pietri, de 28 años, regresaba de París, donde había vivido durante

cinco años. No sabía quizás que su mentor y amigo le encargaría organizar la nueva Oficina de

Estudios Económicos del Ministerio de Hacienda, dos años más tarde, en 1936. El autor de Medio

milenio de Venezuela no desaprovecharía el estímulo de Adriani para hacerse un autodidacta de la

Economía, pues sucesivamente y a lo largo de su larga y fructífera vida, se referiría en sus escritos

al problema central de los tipos de cambio, la competitividad de la agricultura y la industria y la

sobrevaluación del bolívar.

Citemos de nuevo su discurso de incorporación a la Academia Nacional de Ciencias Políticas y

Sociales:

“Esa afluencia de divisas (petroleras), que se ha reflejado en una tendencia del cambio a la

baja, es decir, en la oferta de dólares baratos, ha constituido una prima para las

importaciones y una barrera para las exportaciones no petroleras. Para contrarrestarla en

su peores efectos, el Gobierno Nacional ha tenido que recurrir con frecuencia, en los

últimos veinte años, al pago de subsidios, primas y cambios diferenciales a los productos

venezolanos de exportación.”

¿SEMBRAR EL PETROLEO O SEMBRAR CIUDADANOS?

Con el nombre de Sembrar el petróleo tituló el joven jefe de la Oficina de Estudios Económicos del

Ministerio de Hacienda, el editorial que escribió el 14 de julio de 1936 en el desaparecido diario

Ahora. La emblemática frase, que define la aspiración de los venezolanos preocupados por dar al

país un desarrollo diversificado de sus fuerzas productivas, no dependiente de la mono-producción

de una materia prima colocada por Dios y la Providencia en el subsuelo, fue inspirada sin lugar a

dudas por su jefe y ductor, el agricultor Adriani. Es evidente que los tres jóvenes servidores

públicos, comprometidos con la tarea de hacer la transición democrática y modernizar la

economía nacional en todas sus manifestaciones, debieron centrar en ese lema el desafío medular

del desarrollo de Venezuela.

Pero analicemos qué dice Uslar Pietri en su histórico editorial:

“Cuando se considera con algún detenimiento el panorama económico y financiero de

Venezuela se hace angustiosa la noción de la gran parte de economía destructiva que hay

en la producción de nuestra riqueza, es decir, de aquella que consume sin preocuparse de

mantener ni de reconstruir las cantidades de materia y energía.”

En esta primera introducción, el joven estadista muestra dos conceptos perfectamente claros: 1.-

el petróleo es una activo que se está liquidando sin reemplazarlo; 2.- si no se transforma en otro

activo de capital, se está destruyendo la economía. Un concepto similar esbozaría Pérez Alfonzo

cuando escribió que la liquidación del petróleo, si no se repone en otro bien de capital (material o

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14

humano), constituye una pérdida neta de riqueza, como la liquidación de una fortuna por un

heredero irresponsable.

Prosigue el autor de Materiales para la construcción de Venezuela:

“La riqueza pública venezolana reposa en la actualidad, en más de un tercio, sobre el

aprovechamiento destructor de los yacimientos del subsuelo, cuya vida no es solamente

limitada por razones naturales, sino cuya productividad depende por entero de factores y

voluntades ajenas a la economía nacional. Esta gran proporción de riqueza de origen

destructivo crecerá sin duda alguna el día en que los impuestos mineros se hagan más

justos y remunerativos, hasta acercarse al sueño suicida de algunos ingenuos que ven

como el ideal de la hacienda venezolana llegar a pagar la totalidad del presupuesto con la

sola renta de minar, lo que habría de traducir más simplemente así: llegar a hacer de

Venezuela un país improductivo y ocioso, un inmenso parásito del petróleo, nadando en

una abundancia momentánea y corruptora…

“Nuestra producción agrícola decae…Nuestros escasos frutos de exportación se han visto

arrebatar el sitio en los mercados internacionales por competidores más activos y hábiles.

Nuestra ganadería degenera…se destruyen bosques enormes…

“La lección de este cuadro amenazador es simple: urge crear sólidamente en Venezuela

una economía reproductiva y progresiva…Será nuestra verdadera acta de

independencia…Es menester sacar la mayor renta de las minas para invertirla totalmente

en ayudas, facilidades y estímulos a la agricultura, la cría y las industrias nacionales.

“Si hubiéramos de proponer una divisa para nuestra política económica lanzaríamos la

siguiente…invertir la riqueza producida por el sistema destructivo de la mina en crear

riqueza agrícola, reproductiva y progresiva: sembrar el petróleo.”

A MANERA DE CONCLUSIÓN: SUPERAR EL PETRO-ESTADO

En el año 2014 se cumplen cien años de la irrupción del campo Zumaque II en el Estado Zulia, que

dio inicio a la era petrolera en la historia de Venezuela. En el 2016 se cumplen 80 años de la

aparición del editorial visionario de Arturo Uslar Pietri.

En la Venezuela del siglo XXI, las advertencias, concepciones y recomendaciones de Adriani, Egaña,

Uslar Pietri y Pérez Alfonzo no han perdido vigencia, aunque habría que adaptarlas a los

imperativos de la globalización, de la revolución de las tecnologías de información, a los

extraordinarios progresos tecnológicos de hoy, a la sociedad del conocimiento y a los desafíos de

la democracia, los derechos humanos, la inclusión social, la eliminación de la pobreza, la supresión

del calentamiento global y el cambio climático y la protección del medioambiente y de los

ecosistemas amenazados de extinción.

Si bien Venezuela no se hundió en el excremento del diablo, por lo menos entre 1936 y 1974, a

partir de la bonanza petrolera de los años 70, el país comenzó a perder el rumbo, a

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descapitalizarse, a desinstitucionalizarse y a desmejorar su calidad de vida, con índices crecientes

de pobreza en medio de la abundancia de pocos. Se convirtió en el Petro-Estado que definió la

profesora de la Universidad de Stanford, Terry Lynn Karl.

Es cierto que desde la aparición de la Enfermedad Holandesa en los años setenta, este avanzado

país logró conjurarla, como también lo hizo Noruega, con políticas públicas científicamente

diseñadas y aplicadas con visión a largo plazo. Es también conocido que hay países

subdesarrollados que han alcanzado el desarrollo, sobre todo en Asia, cuando hace tan sólo tres

décadas sufrían del atraso y la desnutrición.

Está también demostrado que sí es posible compatibilizar y armonizar el desarrollo de la industria

de los hidrocarburos con el de las demás actividades productivas no petroleras; pero también es

cierto que, aunque Venezuela logró tal armonía con razonable éxito hasta la década de los setenta

–creciendo sostenidamente, con alto empleo e ingresos en ascenso, envidiable infraestructura y

expansión industrial con decrecientes índices de pobreza-, desde entonces no hemos superado La

maldición de los recursos.

Pero no podemos ser fatalistas cuando la sociedad del conocimiento ofrece tantas oportunidades

para el siglo XXI. En palabras de Arturo Uslar Pietri: “yo no soy pesimista. No hay derecho a ser

pesimista en un país tan lleno de posibilidades materiales y donde la planta hombre nunca ha

dejado de florecer con vigor.”

MUCHAS GRACIAS.

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