Adios Sanson

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ADIOS SANSON, BIENVENIDA DALILA (Cuento) Alejandro C. Vega Huerta Había una funda de cojín roída en el piso de la sala, pedazos de algodón y telas suaves que sirvieron de relleno a la almohada, ahora, eran simples desperdicios que había que botar al depósito de basura. La señora de la casa, ante la escena lanza algunos improperios ante el desorden: ¡Otra vez este perro travieso!, ¡Sansón, donde estas! ,¡ahora vas a ver!. Sansón, aquel perrito de raza no fina, travieso y juguetón había hecho una vez más de las suyas en ausencia de los que habitan la casa. No era la primera vez, siempre había noticias con aquel guardián inquieto. Para decirles de Sansón, no era pues lo que el imaginario podría elucubrar por el nombre, Sansón; un can grande, corpulento y forzudo; era, en cambio, un perrito menudo color marrón claro, de pelo lacio, de mirada vivaz y centellante. Ah...pequeño buscapleitos también, que detrás de la puerta muy agresivo con los más grandes de su raza, no tomaba en cuenta la desventaja que era parte de su atributo, por lo menudo. En ocasiones, al sentir la presencia de otros canes, si por ciertas circunstancias hallaba la puerta abierta, salía disparado detrás como todo un guerrero con toda furia al ataque, para luego, a la velocidad del rayo, por el terror de ser destrozado por la bravía del contrincante regresaba al interior en un santiamén. Sansón el fiel guardián de la casa, tramó así muchas historias que contar, anécdotas y muchas travesuras. Hasta que un día tuvo que partir porque, tal vez, alguna comida le cayó mal o, tal vez, porque ya era el momento por los años vividos y porque ya había pasado al grupo de los perros muy adultos. El que engreía más a Sansón era Kevin, el segundo hijo de la familia. Sonó el teléfono del padre de los tres hermanos. Llegaba la mala noticia. Le decían que había partido al aquel lugar de “nunca jamás volver”, y que el mas amigo de Sansón, con mucho

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ADIOS SANSON, BIENVENIDA DALILA

(Cuento)

Alejandro C. Vega Huerta

Había una funda de cojín roída en el piso de la sala, pedazos de algodón y telas suaves que sirvieron de relleno a la almohada, ahora, eran simples desperdicios que había que botar al depósito de basura. La señora de la casa, ante la escena lanza algunos improperios ante el desorden: ¡Otra vez este perro travieso!, ¡Sansón, donde estas! ,¡ahora vas a ver!.

Sansón, aquel perrito de raza no fina, travieso y juguetón había hecho una vez más de las suyas en ausencia de los que habitan la casa. No era la primera vez, siempre había noticias con aquel guardián inquieto. Para decirles de Sansón, no era pues lo que el imaginario podría elucubrar por el nombre, Sansón; un can grande, corpulento y forzudo; era, en cambio, un perrito menudo color marrón claro, de pelo lacio, de mirada vivaz y centellante. Ah...pequeño buscapleitos también, que detrás de la puerta muy agresivo con los más grandes de su raza, no tomaba en cuenta la desventaja que era parte de su atributo, por lo menudo. En ocasiones, al sentir la presencia de otros canes, si por ciertas circunstancias hallaba la puerta abierta, salía disparado detrás como todo un guerrero con toda furia al ataque, para luego, a la velocidad del rayo, por el terror de ser destrozado por la bravía del contrincante regresaba al interior en un santiamén. Sansón el fiel guardián de la casa, tramó así muchas historias que contar, anécdotas y muchas travesuras. Hasta que un día tuvo que partir porque, tal vez, alguna comida le cayó mal o, tal vez, porque ya era el momento por los años vividos y porque ya había pasado al grupo de los perros muy adultos.

El que engreía más a Sansón era Kevin, el segundo hijo de la familia. Sonó el teléfono del padre de los tres hermanos. Llegaba la mala noticia. Le decían que había partido al aquel lugar de “nunca jamás volver”, y que el mas amigo de Sansón, con mucho dolor y lágrimas abundantes, estaba cavando un hoyo en el jardín de la casa, para allí depositar los restos del amigo querido por unos y menospreciado por otros miembros de la familia. Yo llegaba del trabajo dejando cosas pendientes para acompañar presenciar el lamentable suceso. Ahí estaban parados alrededor del pocito en semicírculo, Kevin, el primo, la abuela y el hermano menor todos acongojados, contagiados por el hondo pesar del condoliente.

Ahora, quedaba la casa desguarnecida pues ya no estaba el guardián que con mucho celo cuidaba aquella modesta mansión.

En los días sucesivos se comentaba en las cenas que se sentía su ausencia y que se extrañaba a Sansón. Pronto recibiría Jesús, el hermano mayor, el primer pago por sus servicios de policía recién graduado. Ese día, los tres hermanos: Jesús, Kevin y Jhordan acuerdan salir a comprar cosillas y de paso buscar una nueva mascota, congratulándose por que el hermano mayor ya ganaba un sueldo. Acuden al mercado mayorista de la zona, se dirigen a la sección expendio de animales. Hay una señora que vende animales domésticos, entre ellos perritos. Escogen uno, pequeño, de color

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caramelo, tiene patas gruesas, cabeza y cara ancha.- este es machito- dice uno de ellos, la señora asiente con la cabeza. El menor de los hermanos agarra al perrito entre sus brazos y dice: este es- que selo llevarían a casa para que reemplace a Sansón. Al llegar la noche, encuentro en medio de la sala un pequeño cachorro de color acaramelado, con la barriga hinchada, con caminar lento tambaleante, como quien va aprendiendo los pasos a andar _y este digo yo_ la abuela, mi madre me dice: les estafaron, pues,… es hembra, la mujer les dijo que era macho…ahora, cuando crezca vendrán muchos machos y si sale preñada…la casa se llenara de perros. Así, vino a cubrir el vacío que dejó el buen guardián, solo que ahora era guardiana…y había que ponerle un nombre.