Adalbéron de Laon

2
Carmen ad Robertum regem francorum (998) Adalbéron de Laon (947-1030, obispo de Laón 977-1030) “Así pues, el pueblo celeste forma varios cuerpos y el de la tierra está organizado a su imagen. En la ley de la Antigua Iglesia de su pueblo, Iglesia que lleva el nombre simbólico de Sinagoga, Dios, por intermedio de Moisés, estableció ministros y reguló su jerarquía. La historia sagrada dice qué ministros se instituyeron en ella. El orden de nuestra Iglesia es llamado reino de los cielos. Dios mismo estableció en él ministros sin tacha y ésta es la nueva ley que se observa allí bajo el reino de Cristo. Los cánones de los concilios, inspirados por la fe, determinaron de qué modo, según qué títulos y por quién los ministros deben ser instituidos. Ahora bien, para que el Estado goce de la paz tranquila de la Iglesia es necesario someterlo a dos leyes diferentes, definidas una y otra por la sabiduría, que es la madre de todas las virtudes. Una es la ley divina: ella no hace ninguna diferencia entre sus ministros; según ella, son todos iguales de condición, por diferentes entre sí que los hagan el nacimiento o el rango; en ella el hijo de un artesano no es inferior al heredero de un rey. A éstos, esta ley clemente les prohíbe toda vil ocupación mundana. Ellos no hienden la gleba; no marchan tras la grupa de los bueyes; apenas se ocupan de las viñas, de los árboles, de los jardines. No son carniceros ni posaderos, ni tampoco cuidadores de puercos, conductores de chivos o pastores; no criban el trigo, ignoran el penetrante calor de una olla grasienta; no zarandean a los puercos sobre el lomo de los bueyes, no son lavanderos y desdeñan poner a hervir la ropa blanca. Pero deben purificar su alma y su cuerpo; honrarse por sus costumbres y velar por las de los demás. De este modo, la ley eterna de Dios les ordena no cumplir faena alguna; los declara exentos de toda condición servil. Dios los ha adoptado, son sus siervos; él es su único juez; desde lo alto de los cielos les impone ser castos y puros. Les ha sometido por sus mandamientos al género humano entero; ni un solo príncipe está exceptuado puesto que él ha dicho “entero”. Les ordena enseñar a conservar la verdadera fe y a sumergir a sus discípulos en el agua santa del bautismo; los

Transcript of Adalbéron de Laon

Adalbron de Laon (947-1030, obispo de Len 977-1030)

Carmen ad Robertum regem francorum (998)

Adalbron de Laon (947-1030, obispo de Lan 977-1030)

As pues, el pueblo celeste forma varios cuerpos y el de la tierra est organizado a su imagen. En la ley de la Antigua Iglesia de su pueblo, Iglesia que lleva el nombre simblico de Sinagoga, Dios, por intermedio de Moiss, estableci ministros y regul su jerarqua. La historia sagrada dice qu ministros se instituyeron en ella. El orden de nuestra Iglesia es llamado reino de los cielos. Dios mismo estableci en l ministros sin tacha y sta es la nueva ley que se observa all bajo el reino de Cristo. Los cnones de los concilios, inspirados por la fe, determinaron de qu modo, segn qu ttulos y por quin los ministros deben ser instituidos. Ahora bien, para que el Estado goce de la paz tranquila de la Iglesia es necesario someterlo a dos leyes diferentes, definidas una y otra por la sabidura, que es la madre de todas las virtudes. Una es la ley divina: ella no hace ninguna diferencia entre sus ministros; segn ella, son todos iguales de condicin, por diferentes entre s que los hagan el nacimiento o el rango; en ella el hijo de un artesano no es inferior al heredero de un rey. A stos, esta ley clemente les prohbe toda vil ocupacin mundana. Ellos no hienden la gleba; no marchan tras la grupa de los bueyes; apenas se ocupan de las vias, de los rboles, de los jardines. No son carniceros ni posaderos, ni tampoco cuidadores de puercos, conductores de chivos o pastores; no criban el trigo, ignoran el penetrante calor de una olla grasienta; no zarandean a los puercos sobre el lomo de los bueyes, no son lavanderos y desdean poner a hervir la ropa blanca. Pero deben purificar su alma y su cuerpo; honrarse por sus costumbres y velar por las de los dems. De este modo, la ley eterna de Dios les ordena no cumplir faena alguna; los declara exentos de toda condicin servil. Dios los ha adoptado, son sus siervos; l es su nico juez; desde lo alto de los cielos les impone ser castos y puros. Les ha sometido por sus mandamientos al gnero humano entero; ni un solo prncipe est exceptuado puesto que l ha dicho entero. Les ordena ensear a conservar la verdadera fe y a sumergir a sus discpulos en el agua santa del bautismo; los constituy mdicos de las llagas que pueden gangrenar a las almas y estn encargados de aplicarles los cauterios de sus palabras. Lo que la voz de Dios ha prometido, no ser rehusado, lo creemos, lo sabemos; a menos que se los expulse por sus propios crmenes, estos ministros han de tomar asiento en los primeros lugares de los cielos. Deben pues velar, abstenerse de muchos alimentos, orar sin descanso por las miserias del pueblo y por loas propias. La sociedad de los fieles forma un nico cuerpo; pero el Estado comprende tres. Pues la otra ley, la ley humana, distingue otras dos clases: nobles y siervos, en efecto, no estn regidos por el mismo estatuto. Dos personajes ocupan el primer rango: uno es el rey, el otro el emperador; su gobierno asegura la solidez del Estado. El resto de los nobles tiene el privilegio de no sufrir la coaccin de ningn poder, a condicin de abstenerse de los crmenes reprimidos por la justicia real. Son los guerreros, protectores de las iglesias; son los defensores del pueblo, de los grandes como de los pequeos, de todos en fin, y aseguran al mismo tiempo su propia seguridad. La otra clase es la de los siervos: esta raza desdichada no posee nada sino al precio de su esfuerzo. Quin podra, con las bolillas de la tabla de clculo, contar los cuidados que absorben a los siervos, sus largas marchas, sus duros trabajos? Dinero, vestimenta, alimento, los siervos suministran todo a todo el mundo; ni un solo hombre libre podra subsistir sin los siervos.

La casa de Dios, que se cree es una, est pues dividida en tres; unos oran, los otros combaten y los otros trabajan. Estas tres partes que coexisten no sufren por estar separadas; los servicios brindados por una son la condicin de las obras de las otras dos; cada una a su vez se encarga de aliviar al conjunto. As, este ensamblaje triple no por ello deja de ser uno; y es as como la ley ha podido triunfar, y el mundo disfrutar de la paz.

En DUBY, G. El ao mil. Una nueva y diferente visin de un momento crucial de la historia. Trad. esp. Barcelona, Gedisa, 1988, pp. 56-57.