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ACTO Y ESCRITURA

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Maestría en Psicoanálisis Subjetividad y Cultura

Presentada por: David Santiago Mora León

Director: Mario Bernardo Figueroa

Bogotá D.C.

2018

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Agradecimientos…

A la Universidad Pública Nacional de Colombia; con el primer capítulo como aquellos ladrillos que

vuelan en las protestas; con el segundo capítulo que traza como un grafiti agudo e insiste en sus

paredes; con el tercer capítulo que es una continuidad de las marchas donde la comunidad

universitaria sale al encuentro de ese Acto político que nos hace ciudadanos y ciudadanas.

A Sylvia Vargas mi pareja, amor y compañía por sus palabras y silencios de apoyo durante gran

parte de este proceso; siempre sabia con sus preguntas en referencia a esa escritura que también

la concierne en su deseo. A mi familia, madre, padre, hermano y hermana por la historia de vida. A

mi director de tesis Mario Figueroa por su apoyo y sabias asesorías. A mi analista por su escucha

concernida. A las profesoras y profesores de la Escuela de Estudios en Psicoanálisis y Cultura por

su compromiso ético y entrega profesional para que nuestra sociedad pueda construir con y desde

el deseo. A los jurados Carmen Elisa Escobar y Pio Eduardo Sanmiguel por su atenta lectura y

escucha. A Entre la piel y el Papel y LetraMas, que con sus marcas no hizo… escribir.

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Tabla de contenido

Introducción .................................................................................................................................. 5

Capítulo 1: Propiedades estructurales del Acto .............................................................................. 8

Capítulo 2: La escritura o el arte de las letras ............................................................................... 23

Capítulo 3: Del Acto en la escritura .............................................................................................. 41

Tabla de gráficas .......................................................................................................................... 57

Bibliografía .................................................................................................................................. 58

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Introducción

El pescador / Habla con la luna El pescador / Habla con la playa

El pescador / No tiene fortuna Sólo su atarraya

José Barros

Es divertido suponer que los humanos descendemos de los monos pues qué otra cosa habríamos

hecho en relación con un animal tan grácil, ágil, intrigante, que se las ha arreglado para

mantenerse en el árbol, sin dejarse caer de allí, a pesar de la devastación humana; qué otra cosa

podríamos imaginar sino esa descendencia, ya que para existir no tenemos otra alternativa que

tratar todo el tiempo de trepar el árbol, enarbolar, y lanzarnos al vacío sin contar con la más

mínima gracia o agilidad provocando, por mucho, la risa de algunas personas atentas a la

comicidad de la vida.

En ese intento permanente de enarbolar es que estamos siempre a la caza de un Acto, algo que

tenga efectos de cambio en todo aquello que nos rodea, ¿acaso dicho árbol añorado? Pero

finalmente aquello que deseamos cambiar es a nosotros mismos, como si eso fuese algo posible

más allá de lo que supone dicho Acto, que no somos más que su efecto.

Y así, como efectos, descendientes de una naturaleza que no es más que la del lenguaje, de una

caída, un aluvión como susurra Lacan, intentamos fijarnos, trascender de diferentes formas, al

punto de casi olvidar que vamos a morir y dicha trascendencia no es más que lo que dejamos a

aquellos que nos recordarán, por ejemplo, a través de nuestros escritos. Y entonces, intentamos

olvidar ese pequeño detalle; pero hay algo que siempre está ahí para recordárnoslo, lo imposible

de olvidar, lo Real y la muerte, que traza con este, el límite de la vida.

Escritura es aquello que nos fija y nos permite escribir al intentar fijarnos aún más, más allá, sin

permitirnos más que un lazo, el lazo social. Por ello es que Escritura y Acto son aquí elementos

sugerentes y estructurantes de una pregunta por El Acto y la Escritura. Esa pregunta atraviesa una

división, la mía y la de quienes han intentado re-fundarse y, por qué no, re-fundirse, volver a

perderse para de allí surgir diferente.

En el psicoanálisis ese perderse es el surgimiento mismo del sujeto, que desea, que es el sujeto del

inconsciente, en ausencia, pero causado por una falta de su ser. Un sujeto que tiene un espacio

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para aparecer en la palabra y en el curso de sus síntomas, inhibiciones o angustias, y ese espacio

es el dispositivo analítico, donde un supuesto sujeto saber, encarnado por un o una psicoanalista,

está presto a escucharle y dirigir el recorrido hasta el encuentro con la verdad de su división,

donde su sufrimiento se vacía para dar paso a la posibilidad de desear.

Pero al escribir pareciera que algo de ese orden también ocurre, al menos cuando, como sucedió a

Joyce, es la letra lo que está allí trazando y dirigiendo el escrito, haciendo-se la enunciación misma

donde un sujeto escritor surge como resto y producto del bordeamiento de una verdad, su verdad,

a través de la escritura. Entonces, surge quizá por esa misma vía-voz la pregunta que bordea este

escrito, la hiancia que hace escritura en este documento, en esta acta académica que da cuenta

del recorrido, la investigación, la inscripción de esa pregunta misma, acaso ¿hay Acto en la

escritura?

Lacan propone dos alcances respecto de su indagación1 acerca del Acto, uno a largo plazo que

refiere al Acto más allá del que concierne al análisis; y otro, a corto plazo, del cual dice estar más

interesado, el Acto del psicoanalista (Lacan, Seminario 15. El Acto psicoanalítico, 1968, pág. 136).

Esto lleva a dar marco al presente trabajo, escrito, en la medida que aporta una lectura general

acerca del Acto psicoanalítico en el intento de ir hacia un Acto en la escritura.

Inicia entonces, este recorrido, en que el psicoanálisis a partir de los planteamientos Lacanianos

denomina Acto a un acontecimiento en el cual ocurre un cambio de orden, cuando “[…] por fin y

verdaderamente, ocurre algo […]” (Le Gaufey, 2013, pág. 60). De otra parte, algunos y algunas

escritoras refieren que dicho acontecimiento, un Acto, ha tenido lugar en su existencia a través de

la escritura, tales como Margarite Duras en su texto “Escribir” (Duras, 2007) o Jean Cocteau en

“Opio. Diario de una desintoxicación” (Cocteau, 1929). Estos planteamientos llevan a tres tipos de

abordaje sobre la conexión entre Acto, Sujeto-Objeto y Escritura.

Inicialmente, en el entrecruzamiento de dichos conceptos, la escritura aparecería como un

enunciado que, a título de testimonio, se presenta como la narrativa de un sujeto que intenta dar

cuenta de un Acto, es decir, aquello que alguien cuenta para dejar un correlato del suceso que

modificó su existencia.

1 Aquí resuena indignación ante un país y un mundo que nos tocó vivir pero que decidimos y deseamos cambiar.

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De otro lado, la escritura estaría en el lugar del sujeto del enunciado, es decir, en el lugar de un

sujeto que narra, que intenta dar testimonio, trata de dar cuenta de un Acto que lo ha producido;

sólo que en esta ocasión la escritura no sería el correlato sino el sujeto que narra dicho correlato.

Y finalmente, la escritura estaría en el lugar de la enunciación, del sujeto de la enunciación, ya no

como un testimonio o un testigo de un Acto. Lugar de enunciación donde el decir es el punto

mismo de corte y bordeamiento, donde se pone en juego el vacío que conlleva la verdad de un

sujeto, ese que dice, ese que enuncia y que como resultado instituye a otro sujeto, efecto de ese

decir de su verdad, alcanzado en su deseo. Así, al ubicar la escritura en el lugar de la enunciación

se plantean algunas cuestiones que se propone abordar el presente trabajo ¿cuál es la relación

entre el Acto y la escritura? ¿hay Acto en la escritura? ¿es la escritura un Acto? ¿Quién escribe?

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Capítulo 1: Propiedades estructurales del Acto

A partir del planteamiento lacaniano, el Acto es aquello que funda al sujeto. Es decir que, el Acto

es aquella operación que hace existir un sujeto, diferente a la forma como se entendería en el

acervo común según el cual un sujeto es quien desarrolla o ha desarrollado una acción para que

esta llegue a su momento de acto. ¿Qué es entonces un sujeto en el psicoanálisis y cuáles son las

características de dicho Acto, de tal forma que pueda vislumbrarse algo de aquella operación

fundadora y fundamental? En primer lugar, dar cuenta de lo que en psicoanálisis es un sujeto

contempla varios matices, entre estos una operación que Lacan llamó proceso de la subjetivación y

otra denominada la operación significante. A partir de allí, se articulan las propiedades

estructurales que permiten situar el Acto, su particularidad en cuanto Acto psicoanalítico y desde

allí abrir la puerta para ubicar los aspectos diferenciales con el Acto en general.

Por su parte, el proceso de la subjetivación contempla cinco elementos o vértices articulados en

tres niveles o aristas. El primer nivel es la arista del goce mítico que anuda elementos sólo

existentes en términos formales a partir de su articulación lógica en la estructura, tales como el

Otro con mayúscula o tesoro del significante A, y el significante primordial que antecede al sujeto

y lo constituye S. Luego, está el segundo nivel que es la arista de la angustia, donde están el objeto

a minúscula a, que marca el aspecto diferencial e irreductible, y el Otro tachado, en falta Ⱥ.

Finalmente, el tercer nivel es la arista del deseo que permite dar cuenta de nuestro elemento en

cuestión, el sujeto del psicoanálisis, tachado o barrado $.

Gráfica 1: Grafo de la subjetivación (Lacan, Seminario 10. La Angustia 1962 - 1963, 1963, pág. 189).

Ahora bien, el proceso de la subjetivación, que da lugar a este grafo, es planteado por Lacan de la

siguiente forma. El lugar (mítico) del Otro es donde el sujeto va a constituirse, dicho lugar le

anticipa, le espera, allí donde se articulan el Otro y el significante en su modo primario. Así, el

movimiento inicia con una operación interrogativa del infans. En el movimiento, que dicha

operación genera, se produce una discontinuidad entre el llamado y la respuesta dada S, pues ese

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A Otro al responder es inexacto, no logra dar cuenta, no logra responder, generando entonces un

significante que, sólo en términos lógicos, representa dicha imposibilidad S(Ⱥ), lo cual además

representa que ese Otro ha quedado marcado, barrado, por la interrogación Ⱥ. A su vez, dicha

operación hace aparecer un resto a, falta o exceso (plus), la verdad, que en adelante será lo

irreductible del sujeto $, el cual por su parte será siempre dividido, barrado, por ese elemento

diferencial resultante de su ingreso al lenguaje, tesoro del significante, $=a/S (Lacan, Seminario

10. La Angustia 1962 - 1963, 1963, pág. 175).

A partir del matema $=a/S según el cual el sujeto es equivalente a la división resultante entre el

objeto perdido a y el significante de la falta en el Otro S : S(Ⱥ), se establece que, en adelante su

marco de acción, de interacción, con el Otro, ahora tachado Ⱥ, será a partir de cuatro variantes

diferenciales que indicarán la forma como dicho sujeto saldrá a la búsqueda del objeto perdido $ ◊

a, esto es, en posición mayor (˃), menor (˂), incluido (˄) o excluido (˅) respecto a dicho objeto a

(Lacan, Seminario 14. La lógica del fantasma, 1967, pág. 4).

De otra parte, a partir del movimiento de la subjetivación ya expuesto, del cual se obtiene el

primer matema $=a/S, la operación significante se articula, en términos lógicos, y aporta claridad

respecto a la forma como se constituye para el sujeto $ su marco de acción, fantasma, de donde

se obtiene el segundo matema $ ◊ a.

Lacan expone estos procesos dando cuenta del paso por tres superficies topológicas, posibilitado

por dos cortes diferentes. El primer paso está dado desde la esfera que representa en términos

lógicos el todo mítico del Otro A, que precede al sujeto, hacia la banda de Möbius representante

de la relación de doble bucle del significante de la falta en el Otro S : S(Ⱥ) y el objeto caído de

dicha falta; doble bucle porque allí no hay más que un borde, el de la división $=a/S. El corte que

hace posible este paso de una superficie a otra corresponde a la constitución del sujeto en el

campo del Otro por vía de la instauración de la demanda.

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Gráfica 2: Corte en la esfera y producción de la Banda de Möbius (Lacan, Seminario 14. La lógica del

fantasma, 1967, pág. 164).

El segundo paso se da desde la banda de Möbius hacia el Toro. Al ir a la búsqueda de ese objeto

perdido $ ◊ a el sujeto surge, queda fundado, pues dicho movimiento requerirá la puesta en

marcha de la maquinaria significante, en cuyo engranaje opera el S1 representante de la falta

originaria y el S2 resultante del desplazamiento, efecto de la repetición significante, dando lugar al

tercer matema:

Gráfica 3: Corte en la Banda de Möbius y producción del Toro (Lacan, Seminario 14. La lógica del fantasma,

1967, págs. 165, 166).

Esta repetición significante es planteada por Lacan como un corte que opera en el doble bucle,

borde de la banda de Möbius, dando lugar a la superficie del Toro en la cual el objeto perdido a

aparece como irreductible. Se trata aquí del corte que funda al sujeto del inconsciente, al cual

Lacan definirá como aquel al que un significante S1 representa ante otro significante S2 y del cual,

de su división, da cuenta el objeto a.

Ya les dije en otro tiempo que no hay falta en lo real, que la falta sólo puede captarse por medio de

lo simbólico. […] Este lugar es […] designado por la introducción previa de lo simbólico en lo real.

Por este motivo, la falta de la que hablo aquí, el símbolo la colma fácilmente, designa el lugar,

designa la ausencia, presentifica lo que no está ahí. [Sin embargo] …la relación con el Otro [Ⱥ],

donde se sitúa toda posibilidad de simbolización y de lugar del discurso, va a dar con un vicio de

estructura. El paso más que hay que dar [hacia el Toro] es concebir que en este punto tocamos

aquello […] de donde surge que haya significante. Este punto […] es el que […] no puede ser

significado. Es lo que llamo el punto de falta de significante (Lacan, Seminario 10. La Angustia 1962

- 1963, 1963, págs. 148, 149).

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Gráfica 4: Los dos tipos de agujeros en el Toro (Lacan, Seminario 10. La Angustia 1962 - 1963, 1963, pág.

147)

A partir de este corte-repetición el sujeto ex-siste en el intersticio mismo de los dos significantes y

se sostiene, en tanto dividido, gracias a esa falta de significante que Lacan llamará lo real, dando

lugar así al cuarto matema, que posteriormente denominará Lacan como el discurso del amo o

discurso del inconsciente:

[…] el sujeto $ sólo se instituye representado por un significante para otro significante (S1→S2) y

es entre los dos, a nivel de la repetición primitiva, que se opera esa pérdida (S1→S2) → (a↓), esa

función del objeto perdido, alrededor de la que gira precisamente la primera tentativa operatoria

del significante, la que se instituye en la repetición fundamental (Lacan, Seminario 15. El Acto

psicoanalítico, 1968, pág. 328).2

La instauración de esta repetición fundamental que instituye al sujeto es entonces un corte

topológico, primera propiedad estructural del Acto, como se expuso en el paso de la superficie de

la banda de Möbius a la superficie del Toro, efectuado en el borde donde dicho sujeto es

equivalente a su significante primordial $=a/S, corte que Lacan denominará Acto inaugural, es

decir, fundador. Hasta aquí se entiende por qué el Acto no es algo que el sujeto realiza, sino que

inversamente el Acto es la función que funda al sujeto $.

En cuanto a la segunda propiedad estructural como inscripción significante permite situar la

diferencia entre Acto y acción. Sin embargo, primero es necesario aclarar que la acción no es

ninguna manifestación de movimiento (descarga motora),

[…] se puede señalar que, si no atamos la respuesta motriz más que a la relación definida por el

arco reflejo, esta respuesta tiene, verdaderamente, muy escasos méritos para darnos el modelo de

2 [..] c’est que le sujet [$] ne s’institue que représenté par un signifiant pour un autre signifiant, S1→S2, et que c’est entre les deux, au niveau de la répétition primitive, que s’opère cette perte (S1→S2) → (a↓), cette fonction de l’objet perdu, autour de quoi précisément tourne la première tentative opératoire du signifiant, celle qui s’institue dans la répétition fondamentale.

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lo que se puede llamar una acción, puesto que lo que es motor a partir del momento en que

ustedes lo insertan en el arco reflejo, aparece además como un efecto pasivo, como una pura y

simple respuesta al estímulo y la respuesta no implica otra cosa que un efecto de pasividad (Lacan,

Seminario 15. El Acto psicoanalítico, 1968, pág. 9)3.

La acción, entonces, es el actuar del sujeto del inconsciente cuyo vector es su deseo causado por el

objeto irreductible que le falta a; así, el marco de acción, lo que determina el actuar del sujeto, es

el marco del fantasma $ ◊ a, puesto que es lo que da cuenta de la relación del sujeto con el objeto

perdido a, que causa su división, y que le moviliza hacia el Otro en tanto soporte significante

donde el sujeto existe.

A partir de esta diferencia entre acción (actuar del sujeto) y manifestación de movimiento

(descarga motora), se abre el camino para dar cuenta de la diferencia entre Acto y acción. La

acción, el actuar fantasmático del sujeto, se soporta en la repetición fundamental, inscripción del

significante, es decir, operada en un momento dado por un Acto; pues, como se expuso arriba,

para que haya fantasma se necesita que haya resto, objeto ‘a’, el cual es resultado del corte y la

repetición que de allí derivará; […] para hacer fantasma se requiere lo ‘listo-para-llevar’ (Lacan,

Seminario 14. La lógica del fantasma, 1967, pág. 6).

Lo listo-para-llevar es lo que lleva el fantasma, “el deseo y… la realidad”. Es una superficie antes

del corte, se trata de un “ya-ahí antes de todo corte”, de tal forma que el deseo y la realidad son

parte de una misma textura, como en la banda de Möebius (Lacan, Seminario 14. La lógica del

fantasma, 1967, pág. 6). Una vez hay objeto a entonces hay sujeto alienado en este objeto y por lo

tanto engendrado por el significante; este inicio del sujeto a partir del corte indica que el sujeto

nunca estuvo antes, y no lo está aún a partir del primer corte más que en su forma alienada en el

objeto y engendrada en el significante $=a/S, se requiere del segundo corte a la altura del doble

bucle, en la banda, para que se dé la inscripción significante en tanto repetición fundamental y se

estructure así el fantasma $ ◊ a (Lacan, Seminario 14. La lógica del fantasma, 1967, pág. 10).

De esta forma, el Acto en tanto inscripción significante, a partir del corte, es el soporte mismo del

actuar, por lo cual siempre que hay Acto se despliega el actuar del sujeto, pero no siempre que el

sujeto actúa, que realiza una acción desde el marco del fantasma, no siempre hay Acto,

3 Au reste on peut remarquer que la réponse motrice, si nous ne l’épinglons que de la liaison définie par l’arc réflexe, ne peut vraiment qu’à très peu de titre nous donner le modèle de ce qu’on peut appeler une « action », puisque ce qui est moteur, à partir du moment où vous l’insérez dans l’arc réflexe, apparaît tout aussi bien comme un effet passif, comme une pure et simple réponse au stimulus, et la réponse ne comporte rien d’autre qu’un effet de passivité.

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[…] lo que constituye una acción […] parece, si lo meditamos un instante, suponer en su centro la

noción de acto (Lacan, Seminario 15. El Acto psicoanalítico, 1968, pág. 9)4 […] no hay ninguna

acción que no se presente con una punta significante de entrada y, antes que nada, es lo que

caracteriza al acto: esa punta significante, y que su eficiencia como acto no tiene nada que ver con

la eficacia de un hacer, algo que linda con esa punta significante […] (Lacan, Seminario 15. El Acto

psicoanalítico, 1968, pág. 114)5.

Esto permite ubicar la tercera propiedad estructural según la cual el Acto es un decir en tanto

manifestación significante; al respecto, Lacan propone el ejemplo del caer a tierra o tropezar

(Lacan, Seminario 14. La lógica del fantasma, 1967, pág. 168). En este ejemplo se pueden

diferenciar las tres acepciones: i) la manifestación de movimiento, que para el caso sería

aparentemente pasiva, es simplemente dar el traspiés; ii) la acción, que ya comportaría un soporte

significante y daría cuenta de una manifestación fantasmática, puesto que ese caer a tierra podría

significar para alguien el hecho de estar aterrado, de tal forma que ese acto-fallido, acto-de-caer,

daría cuenta del surgimiento de ese alguien como un sujeto dividido; iii) finalmente, la acción de

caer a tierra y su significación de estar aterrado, aun cuando no da cuenta de la operación, corte,

de un Acto, daría cuenta del redoblamiento, manifestación, significante del sujeto que dice estar

aterrado, efecto de un Acto anterior e inaugural, gracias a lo cual la repetición fundamental opera

para un sujeto instituyéndole como dividido y situando a su vez el objeto irreductible, eso real que

le aterra.

El decir y sus consecuencias, su correlato, aquello que el Acto dice, hace parte de sus propiedades

puesto que el sujeto que allí se funda, es un sujeto gramatical, asunto por el cual el fantasma,

soporte de dicho sujeto, es una frase (pegan a un niño). Similar al hecho lógico de que la única

forma en que podía darse cuenta del Otro mítico (A) y de la falta en el Otro S(Ⱥ), el decir del Acto,

el sujeto que funda y su fantasma $ ◊ a, sólo pueden ser reconocidos en retroacción en su

escritura lógica (Lacan, Seminario 15. El Acto psicoanalítico, 1968, pág. 138).

Como es sabido, el trabajo del análisis lleva a que el sujeto sea articulado de tres formas distintas,

tres tiempos lógico-gramaticales, en su estructura fantasmática, gracias al trabajo en función del

vaciamiento significante que va a movilizar la relación del sujeto con el objeto a. Ahora bien, este

proceso que lleva al Acto, como se desarrollará más adelante, hace que en el decir de dicho Acto

4 […] ce qui constitue une action, […] semble bien, si nous y méditons un instant, supposer en son centre la notion d’acte. 5 […] qu’il n’y a point d’action qui ne se présente avec une pointe signifiante, d’abord et avant tout— que c’est ce qui caractérise l’acte: sa pointe signifiante, et que son efficience d’acte, qui n’a rien à faire avec l’efficacité d’un faire, est quelque chose qui attient à cette pointe signifiante […].

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se haga presente la transformación de la relación del sujeto con el saber. Al respecto Lacan

plantea, en el Seminario 15 El Acto psicoanalítico, que la tontería (dé-connait, des-conocimiento)

es el resorte del acto-fallido.

El acto fallido, contiene y se fundamenta en su correlato significante, lo cual hace que lleve en sí la

dimensión del Acto, lo cual además permite que après-coup tenga valor para un sujeto y en

determinadas ocasiones alcance un vaciamiento de sentido a partir de su interpretación (Lacan,

Seminario 15. El Acto psicoanalítico, 1968, pág. 42).

Sin embargo, la tontería es el resorte de dicho acto fallido pues da cuenta de la relación del sujeto

con el saber al evidenciar aquello que el sujeto des-conoce (dé-connait), que es con lo cual hace el

tonto, da un traspiés por ejemplo, y concierne a aquello con lo que tiene que vérselas el Acto

analítico, para que dicho sujeto pase a transformar ese des-conocimiento en un (passant – pas

sans) no-sin saber (Lacan, Seminario 15. El Acto psicoanalítico, 1968, pág. 54). Así, en todo Acto

estaría presente lo fallido (imposibilidad de acceder a la verdad toda) pero no en todo acto-fallido

habría Acto.

[…] si no hay nada tan logrado como lo fallido en cuanto al acto, eso no quiere decir por lo tanto

que una reciprocidad se establezca y que todo fallido en sí sea el signo de algún logro, quiero decir

logro del acto.6 / Un día recogí de la boca de un muchacho que tenía verdaderamente todos los

derechos a lo que se llama un tonto, [la siguiente anécdota]: le había pasado su última desventura,

tenía cita con una niñita que lo dejó plantado [como un panqueque] -"yo comprendí, me dijo él,

una vez más, lo que era una mujer-inadmisible" (une femme de non recevoir [una mujer

inadmisible] / un fin de non recevoir [una inadmisión]) […] (lo llamó de esa manera) ¿Qué es esta

encantadora tontería? Pues él lo decía así, de todo corazón. Había escuchado sucederse tres

palabras. Las aplicaba [desde un dé-connait / des-conocimiento]. Pero supongan que lo hubiera

hecho a propósito. [Sería una agudeza] ¡Sería un chiste! ¡Sería un Witz! Y en verdad, el sólo hecho

que yo se los cuente, que lo traiga [que lo haga pasar / passant – pas sans] al campo del Otro;

constituye efectivamente un chiste [una agudeza] (Lacan, Seminario 15. El Acto psicoanalítico,

1968, pág. 58)7

6 […] s’il n’y a rien de si réussi que le ratage quant à l’acte, ça n’est pas dire pour autant qu’une réciprocité s’établisse et que tout ratage -en soi- soit le signe de quelque réussite: j’entends réussite d’acte. 7 […] un jour j’ai recueilli de la bouche d’un charmant garçon, qui avait tous les droits à ce qu’on l’appelle «un con», l’anecdote suivante. Il lui était arrivé une mésaventure: il avait rendez-vous avec une petite fille qui l’avait laissé tomber comme une crêpe. — «J’ai bien compris me dit-il qu’encore une fois c’était «une femme de non recevoir (une fin de non recevoir) [es la expresión de uso: una desestimación]»» […] Il appelait ça comme ça. Qu’est-ce que c’est cette charmante connerie? Car il le disait comme ça, de tout son cœur. Il avait entendu se succéder trois mots, il les appliquait. Mais supposez qu’il l’ait fait exprès, ce serait un trait d’esprit, ce serait un Witz! À la vérité le seul fait que je vous le rapporte, que je le porte au champ de l’Autre en fait un trait d’esprit, effectivement.

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La transformación de la relación del sujeto con el saber, que se opera a partir del decir del Acto,

tiene que ver con la entrada en juego de la dimensión de la verdad. Un ejemplo de ello es el giro

que posibilita el discurso analítico, en el cual la verdad velada opera desde el lugar del agente y el

saber en el lugar de la verdad posibilitando así otro lugar al sujeto y la correspondiente apertura a

la pregunta por el ser; se trata entonces, dice Lacan, de un “hacer logrado, abrocharle la palabra

ser, ¿por qué no?” (Lacan, Seminario 15. El Acto psicoanalítico, 1968, pág. 92)8. Pero, para que

esta operación tenga lugar y el sujeto alcance la dimensión de su media-verdad, debe realizarse un

efecto de bordeamiento, ese giro de más que surge al dar una vuelta completa al Toro y su agujero

irreductible, el a en tanto falta de significante,

¿es que el acto psicoanalítico se hace cargo de la verdad? Lo aparenta. Pero ¿quién osaría hacerse

cargo de la verdad sin atraerse el escarnio? […] la verdad es, en el lugar del Otro, la inscripción del

significante. Es decir que la verdad no está ahí así nomás, no más que el goce por otra parte, que

tiene ciertamente relación con lo real […] En cuanto al saber, es incuestionablemente una función

imaginaria de idealización. […] Es lo que hace delicada la posición del analista que en realidad se

sostiene ahí en el medio, donde está el vacío, el agujero, el lugar del deseo (Lacan, Seminario 15. El

Acto psicoanalítico, 1968, pág. 104)9.

Esta relación del sujeto con el saber y la verdad implica que no se trata del sujeto del

conocimiento, del cogito cartesiano, el cual se funda justamente en la exclusión de la pregunta por

el ser, por lo real, dejando al yo en la ilusión puramente imaginaria del saber.

Un acto, -subráyenlo si recuerdan la manera como lo introduje- no necesita ser pensado, para ser

un acto. ¡Hasta queda enfatizado el asunto de saber si no es por eso que es un acto! No iré más

lejos en este sentido, que favorece demasiado las apariencias [semblants] de acto. Hacerlo no es

cómodo, pero es cierto, ya sea que haya que pensarlo o no, ¡que uno sólo puede pensarlo

después! La naturaleza del acto es que hay que cometerlo primero. Lo cual, tal vez, no excluye que

se lo piense (Lacan, Seminario 14. La lógica del fantasma, 1967, pág. 339).

Así, el des-conocimiento que está en juego en el acto fallido, así como el no-sin-saber del sujeto

habiendo sido analizante, no tiene que ver con un desconocimiento racional o un saber

8 […] ce peut être un faire réussi, l’épingler d’un mot comme être, pourquoi pas? 9 […] est-ce que l’acte psychanalytique prend en charge la vérité? Il a bien l’air, mais qui oserait prendre en charge la vérité sans s’attirer la dérision? […] Le psychanalyste ne prend pas en charge la vérité. Il ne prend pas en charge la vérité, précisément parce qu e aucun de ces pôles n’est jugeable qu’en fonction de ce qu’il représente de nos trois sommets de départ: […] À savoir que la vérité c’est, au lieu de l’Autre, l’inscription du signifiant. C’est-à-dire que ce n’est pas là comme ça la vérité, pas plus que la jouissance d’ailleurs, qui a certainement rapport avec le réel mais dont justement, c’est le principe de plaisir qui est fait pour nous en séparer. […] Quant au savoir, c’est une fonction imaginaire, une idéalisation, incontestablement. […] C’est ce qui rend délicate la position de l’analyste qui en réalité se tient là au milieu, où c’est le vide, le trou, la place du désir.

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puramente simbólico e imaginario, apunta a la verdad del ser del sujeto deseante, dividido,

atrapado entre la lógica de la alienación y la repetición por su entrada en el lenguaje: o no-pienso

o no-soy.

Ahora bien, este efecto de verdad que acontece en el Acto para un sujeto sólo le es reconocible en

efecto retroactivo -aprés coup / nachtraglich- en sus consecuencias, justamente allí donde el

sujeto logra saber algo de dicha verdad y eso le transforma. Es por esta razón que un acto fallido o

acto sintomático sólo revela de qué se trata, su verdad, cuando es insertado en el discurso

analítico, ya que en este el analista opera con su interpretación, desde un lugar vacío, permitiendo

el movimiento del sujeto más allá del o no-pienso o no-soy (Lacan, Seminario 15. El Acto

psicoanalítico, 1968, pág. 90). Es precisamente por estar, en tanto sujeto dividido, inmerso en esta

diada (o no-pienso o no-soy), y en la medida en que el Acto lo ha transformado, que el

reconocimiento de dichos efectos es para el sujeto un laberinto imposible.

En torno a ese Acto, sea imitación o no [como sería el caso de atravesar el Rubicón pensando en

Cesar], sea el acto mismo original, […] se trata de saber, en cada uno de esos niveles, cuál es el

efecto del acto (Lacan, Seminario 14. La lógica del fantasma, 1967, pág. 169).

En este punto, habiendo situado algunas claridades respecto a lo que es un sujeto para el

psicoanálisis, su efecto de constitución y los elementos que se ponen en juego en su Acto de

fundación, es posible entrar a la cuarta propiedad estructural del Acto como destitución

subjetiva, destitución que genera suspicacias en tanto que dicho sujeto no es en esencia sino

fundamentalmente en ausencia, y que entonces lleva a la pregunta ¿cómo se destituye este $ en

la medida en que sólo ha sido instituido y constituido a partir de una operación lógica?

A un sujeto semejante, un sujeto definido como efecto del discurso hasta el punto de hacer la

prueba de perderse y reencontrarse, a un sujeto semejante cuyo ejercicio es, de algún modo,

ponerse a prueba por su propia dimisión, ¿cuándo podemos decir que se le aplica un predicado?

Dicho de otro modo, ¿podemos enunciar algo de la rúbrica del universal? / Si el universal no nos

mostrara ya en su estructura que encuentra su resorte, su fundamento en el sujeto en tanto que

sólo puede ser representado por su ausencia, es decir en tanto que nunca es más que

representado […] (Lacan, Seminario 15. El Acto psicoanalítico, 1968, pág. 218)

Se ha expuesto de qué forma es que el Acto es aquello que funda un sujeto operando a la altura

del significante primordial, aquel que inaugura la serie S1-S2, ese significante no numerable por

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quedar implícito en la serie, repetido, a lo cual va a llamar Lacan el rasgo unario, marca de una

huella borrada.

NASSIF: En Freud mismo, la repetición no tiene en efecto nada que ver con la memoria donde la

huella tiene justamente por efecto la no repetición. […] la huella se refiere a algo perdido por el

hecho de la repetición, y volvemos a encontrar acá al objeto (a). Es por esto que lo que se presenta

como desfasaje en la repetición misma no tiene nada que ver con la similitud o diferencia, y

encontramos acá, en el campo del sujeto, al rasgo unario como marca simbólica. Este, lo recuerdo,

permite identificar objetos tan heteróclitos como sea posible, teniendo por nulas hasta sus

diferencias de la más expresa naturaleza, para enumerarlos como elementos de un conjunto.

(Lacan, Seminario 15. El Acto psicoanalítico, 1968, pág. 278)10

Es por esto que en lo que se busca y luego aparentemente se encuentra en la repetición que está a

la altura de su función, es “algo falto de peso”; se trata del uno-de-más que instaura la función de

la falta radical, y dicho uno-de-más es una letra (Lacan, Seminario 14. La lógica del fantasma,

1967, págs. 29, 30).

[…] esta marca misma se borra en el nivel de lo que ella marcó; y de ahí se explica por qué lo que

en la repetición es buscado, por naturaleza se escabulle, […] la marca no podría duplicarse sino

borrándose sobre lo que ha de repetirse, la marca primera, al dejarla escapar fuera de alcance

(Lacan, Seminario 14. La lógica del fantasma, 1967, pág. 29).

Entonces, dado que el Acto opera a la altura de la marca constitutiva del sujeto es que este no se

reconoce allí más que una vez puede (o no) reconocerse como efecto. Claro está que este no

reconocimiento puede ir ligado a las vías de la alienación / repetición en las que el sujeto, llevado

por los efectos de la incidencia significante, actúa: o conforme al pasaje al acto (aventurado hacia

la causa, objeto a, pero sin saber, des-conociendo cómo); o del acting-out (en un sin-ser más que

la mascarada del deseo del otro).

Nassif: […] Sucede lo mismo en toda operación significante donde el rasgo en que se sustenta lo

que es repetido en la marca vuelve en tanto que repitente sobre lo que repite por poco que el

sujeto contante tenga que contarse a sí mismo en cadena, es justamente lo que tiene en el pasaje

al acto. En efecto hay correspondencia entre la alienación como elección ineludible del yo no

10 Nassif: Dans FREUD même, la répétition n’a en effet rien à faire avec la mémoire où la trace a justement pour effet la non -répétition. […] la trace se réfère à quelque chose de perdu du fait de la répétition, et nous retrouvons ici l’objet(a). C’est pourquoi, ce qui se présente comme décalage dans la répétition même, n’a rien à faire avec la similitude ou la différence, et nous retrouvons ici , dans le champ du sujet, le trait unaire comme repère symbolique. Celui-ci, je le rappelle, permet d’identifier les objets aussi hétéroclites que possible, tenant pour nulle jusqu’à leur différence de nature la plus expresse, pour les énumérer comme éléments d’un ensemble.

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pienso y la repetición como elección ineludible del pasaje al acto. En efecto, el otro término

imposible de elegir es el acting-out correlativo al yo no soy (Lacan, Seminario 15. El Acto

psicoanalítico, 1968, pág. 278)11

Lacan: […] Si el paso al acto cumple cierta función respecto a la repetición, se nos sugiere por lo

menos con esta disposición, que debe ser la misma que separa la sublimación del acting out. Y en

el otro sentido, que la sublimación respecto al paso al acto debe tener algo en común con lo que

separa la repetición del acting out (Lacan, Seminario 14. La lógica del fantasma, 1967, pág. 184).

Gráfica 5: Tetraedro de Repetición / Sublimación / Paso al acto / Acting-out (Lacan, Seminario 14. La lógica

del fantasma, 1967, pág. 173)

Volviendo a las propiedades del acto, la destitución subjetiva, situada entonces en consonancia

con las características fundamentales del sujeto dividido en cuanto inmerso en la diada (o no-

pienso o no-soy), enuncia un movimiento que Lacan ubica como unívoco del devenir del sujeto en

análisis, vía la transferencia, esto es, la articulación del sujeto con el objeto ‘a’, a la altura del Acto

que le posibilita un desprendimiento de la incidencia, determinación, significante, pero que en

tanto lo lleva al punto fundamental de su constitución como sujeto lo hace equivalerse con su

división pura $=a/S y por lo tanto devenir desecho, es decir, la verdad de su división, que es el ‘a’,

lo real de su estructura.

Wo es war, lo decimos, soll Ich warden. Y yo les enseñé a releerlo la última vez: Wo ($) war, y me

permitirán escribir esa "Es" ("ese") con la letra aquí barrada; allí donde se trataba del significante,

en el doble sentido donde acaba de suspender y en que llegaba hasta actuar, no "soll Ich werden"

sino "muss Ich", yo (moi) que actuó, […] "muss Ich" "a" minúscula, "muss Ich" (a) "werden", yo

(moi), de lo que introduzco como nuevo orden en el mundo, debo devenir el desecho. Esta es la

nueva forma bajo la que les propongo una nueva manera de interrogar el estatuto del acto en

11 Nassif: […] nous retrouvons ici le modèle de l’aliénation qui pourrait s’imager sous la forme d’un «ce n’est ni pareil ni pas pareil». Or, ce n’est là rien d’autre que le graphe de la double boucle qui sert à représenter depuis fort longtemps dans LACAN la solidar ité d’un effet directif à un effet rétroactif. Ce rapport tiers se retrouve, en effet, qui nous permet de faire surgir le trait unaire quand, passant du 1 au 2 qui constitue la répétition du 1, se présente un effet de rétroaction où le 1 revient comme non numérable, comme 1 en plus ou 1 en trop. Il en est de même dans toute opération signifiante où le trait dont se sustente ce qui est répété dans la marque rev ient en tant que répétant sur ce qu’il répète, pour peu que le sujet comptant ait à se compter lui—même dans la chaîne, et c’est justement ce qui a lieu dans le passage à l’acte. Il y a en effet correspondance entre: —l’aliénation comme choix inéluctable du je ne pense pas, —et la répétition comme choix inéluctable du passage à l’acte.

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nuestra época [Wo $ war muss Ich a werden: Donde el $ (sujeto alienado) era Yo (moi) tengo que

devenir a (desecho)] (Lacan, Seminario 15. El Acto psicoanalítico, 1968, pág. 154)12

Es así como se resuelve la aparente paradoja sobre la destitución de algo que sólo en términos

formales se podía decir que estaba constituido y del cual sólo se tiene testimonio como ausencia y

emergencia en tanto división $.

Ahora bien, ¿qué es lo que posibilita, más allá del Acto fundante, inaugural, que tenga lugar un

acontecimiento tal que pueda tener el estatuto de Acto, con las propiedades hasta ahora

presentadas? Lacan desarrolla esta cuestión en su interés por aclarar lo que hace un análisis, lo

que hace un psicoanalista, y lo que ocurre a un analizante en su fin de análisis. Esta ruta que se

traza Lacan le permite dilucidar las propiedades del Acto hasta ahora expuestas, pero en conexión

específica con el Acto psicoanalítico, es decir su acontecer en el análisis vía la transferencia; ruta

que vale la pena seguir en función de la pregunta abordada en el presente escrito.

El hecho de que el Otro esté en falta, es decir que el universo del discurso no se cierre Ⱥ, es lo que

hace que un significante S no se signifique a sí mismo, ya que esta tachadura del Otro Ⱥ está

[…] siempre lista a suspender el uso de cada significante cuando se trata de que se signifique a sí

mismo. […] es lo que propiamente hablando se manifestará como posibilidad de una intervención

directa sobre la función del sujeto. […] En la medida en que el significante es lo que representa al

sujeto para otro significante, todo lo que hagamos que se parezca a ese S(Ⱥ) [responde a] la

función de la interpretación[…] (Lacan, Seminario 14. La lógica del fantasma, 1967, pág. 75)

Es decir, la interpretación apunta a vaciar el significante de sentido y hacerlo operar como Uno-de-

más, lo cual tendrá efecto sobre la función del sujeto (¿cuál es dicha función?), un efecto de

significación “s” que Lacan precisa como un efecto de verdad.

[…] Y si la interpretación no fuera lo que entrega material, quiero decir, si se elimina radicalmente

la dimensión de la verdad, toda interpretación no es sino sugestión. / [...] Y el discurso que hemos

prescrito como discurso libre tiene por función hacerle lugar. No tiende a otra cosa que a instituir

un lugar de reserva para que esa interpretación se inscriba allí, como lugar reservado a la verdad”

(Lacan, Seminario 14. La lógica del fantasma, 1967, págs. 373, 374).

12 Wo Es war -nous dit-il- soll Ich werden. Et je vous ai appris à le relire la dernière fois: Wo $ war, et vous permettrez -ce Es- de l’écrire de la lettre ici barrée, là où le signifiant agissait, au double sens où il vient de cesser et où il allaitjuste agir, non point soll Ich werden mais muß Ich, moi qui agis, […] muss Ich petit(a), muss Ich (a) werden, moi -de ce que j’introduis comme nouvel ordre dans le monde - je dois devenir le déchet. Telle est la nouvelle forme sous laquelle je vous propose de poser une nouvelle façon d’interroger ce qu’il en est en notre âge, du statut de l’acte.

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Según la especificidad que le da Lacan al Acto psicoanalítico, allí el sujeto deviene la verdad del

objeto a tal como se articula en su fantasma, deviene ese deshecho, una verdad incurable, para lo

cual es necesaria la operatoria de la transferencia y la función del psicoanalista que sostiene la

ficción del sujeto supuesto saber.

Es la cuestión que planteé la última vez de que una verdad conquistada pasando (no sin) el saber

es una verdad que califiqué como "incurable", si puedo expresarme así, porque si seguimos lo que

resulta de esta báscula de toda la figura que es la única donde puede explicarse el pasaje de la

conquista, fruto de la tarea, en la posición del que atraviesa el acto desde donde esta tarea puede

repetirse, es acá que llega el "$" que ya estaba al comienzo en el "o—o" del: "O yo no pienso” “o

yo no soy", y efectivamente, en tanto que hay acto que se mezcla a la tarea, que la sostiene, de lo

que se trata es propiamente de una intervención significante (Lacan, Seminario 15. El Acto

psicoanalítico, 1968, pág. 150).13

De esta forma, en el análisis el efecto del Acto es la producción del objeto a que causa al sujeto

tachado $, realización de la castración -ϕ, y que hace que el sujeto supuesto saber, lugar del

analista, caiga14. Pero para esto hay una especie de Acto en falso o seudo-Acto que instaura el

sujeto supuesto saber, falso porque el analista sabe que él no es dicho sujeto supuesto saber, pero

ha de ubicarse allí hasta llegar al punto de de-ser producto del Acto psicoanalítico (Lacan,

Seminario 15. El Acto psicoanalítico, 1968, pág. 140).

[…] esa ficción mediante la cual el analista olvida que en su experiencia como psicoanalizante él ha

podido ver reducirse a lo que es esa función de sujeto supuesto saber […] y también a fingir que la

posición del sujeto supuesto saber puede ser sostenible, porque es el solo acceso a una verdad de

la que ese sujeto va a ser arrojado para ser reducido a esa función de causa de un proceso en

impasse (Lacan, Seminario 15. El Acto psicoanalítico, 1968, pág. 84).15

Dicha ficción tiene como función permitir que la repetición, la metonimia de la maquinaria

significante, pueda ser leída como aquello que da cuenta de la marca originaria que la soporta

(primer nivel del análisis); para luego ser encausada hacia el trabajo en el que el sujeto ha de

13 C’est la question que la dernière fois j’ai posée en disant qu’une vérité conquise «pas-sans le savoir», est une vérité que j’ai qualifiée d’incurable, si je puis m’exprimer ainsi. Car si nous suivons ce qui résulte de cette bascule de toute la figure qui est celle seule où puisse s’expliquer le passage de la conquête, fruit de la tâche, à la position de celui qui franchit l’acte d’où cette tâche peut se répéter, c’est ici que vient le $ qui était là au départ dans le ou-ou du : «ou je ne pense pas» «ou je ne suis pas», et effectivement, pour autant qu’il y a acte qui se mêle à la tâche, qui la soutient, ce dont il s’agit est proprement d’une intervention signifiante. 14 c’est à savoir que le sujet y réalise qu’il n’a pas l’organe de ce que j’appellerais, puisqu’il faut bien choisir un terme, la jouissance unique, unaire, unifiante. 15 […] cette feinte par où l’analyste oublie que dans son expérience de psychanalysant, il a pu voir se réduire à ce qu’elle es t, cette fonction du sujet supposé savoir […] et de feindre aussi que la position du sujet supposé savoir soit tenable, parce que c’est là le seul accès à une vérité dont ce sujet va être rejeté pour être réduit à sa fonction de cause d’un procès en impasse.

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seguir dicha huella, marca, (segundo nivel del análisis), y así finalmente detenerse para operar

sobre, desprenderse de dicha marca, y efectuar un movimiento significante nuevo (tercer nivel)

(Lacan, Seminario 15. El Acto psicoanalítico, 1968, pág. 88).

Así, […] conforme a toda noción de estructura, la función de la alienación que estaba al principio y

que hacía que partiéramos del vértice arriba a la izquierda, de un sujeto alienado, se encuentra al

fin igual a sí mismo, […] De allí la distinción: alienación del "a" minúscula en tanto que viene acá, se

separa del menos phi (-ϕ) que, al fin del análisis, idealmente, es la realización del sujeto. De este

proceso se trata. (Lacan, Seminario 15. El Acto psicoanalítico, 1968, pág. 146)16

Finalmente, como punto de lindero entre las propiedades estructurales del Acto, ubicadas a lo

largo de este capítulo, y los aspectos diferenciales del Acto psicoanalítico específicamente en

relación a las condiciones que lo posibilitan y sus efectos, se encuentra la arista de la sublimación;

arista en cuanto que se trata de un vector (diagonal) ubicada por Lacan en el tetraedro de la diada

subjetiva o no-soy o no-pienso, entre el vértice de la alienación o-o y el objeto ‘a’, de la misma

forma que ubica allí la arista de la transferencia.

Al respecto, plantea Lacan que la función de la sublimación es el recorrido realizado por el sujeto y

que inicia a partir de la falta, la reproduce, construye desde esta y con esta; así, se trata de repetir

esta falta en el recorrido hasta llegar al punto desde el cual se partió, pero habiendo alcanzado

una vuelta de más. De esta manera, la sublimación puede tener estatuto de Acto en la medida que

implique o alcance una repetición fundamental, ya que,

[…] sólo retrabajando la falta de manera infinitamente repetida, se alcanza el límite que le da a la

obra entera su medida […] / [pero] el a no sólo tiene que ver, en el sujeto, con la función sexual;

hasta le es anterior, y está vinculado pura y simplemente con la repetición en sí misma. La relación

de a con $, en tanto que $ hace esfuerzos por estar justamente situado respecto a la satisfacción

sexual, es lo que se llama, […] el fantasma […] (Lacan, Seminario 14. La lógica del fantasma, 1967,

págs. 216, 217).

Así, queda abierta por ahora la pregunta sobre aquello que Lacan definió como una cuestión a

largo plazo, esto es, el Acto más allá del análisis. Ya que al menos en lo que concierne al sujeto del

inconsciente en tanto fundado por dicho Acto se sabe hasta aquí que su verdadero estatuto se

16 Ainsi, […] comme il est conforme à toute notion de structure : la fonction de l’aliénation qui était au départ et qui faisait que nous n e partions que du sommet -en haut à gauche- d’un sujet aliéné, se retrouve à la fin égale à elle-même, […] D’où distinction: l’aliénation dupetit (a) quand il vient ici, se sépare du moins phi (-ϕ) qui à la fin de l’analyse, idéalement, est la réalisation du sujet. Voici le processus dont il s’agit.

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sostiene en la función de la escritura, en la cual es donde se define la función de verdad lógica, es

de allí de donde depende dicho estatuto, y es donde a su vez se fundamenta como falla entre el

sujeto de la enunciación y el sujeto del enunciado (Lacan, Seminario 14. La lógica del fantasma,

1967, págs. 78, 81).

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Capítulo 2: La escritura o el arte de las letras

El capítulo anterior, sobre las propiedades estructurales del Acto -el corte topológico, la

inscripción significante, el decir y la destitución subjetiva-, nos deja en punta, con la sublimación,

ese trozo de hilo que en el croché habrá de servir para cerrar el tejido y anudar uno nuevo; así

como el sujeto llega al lenguaje, siendo anudado, enganchado a croché por el Otro entre nudos

hasta que un corte de más le permita anudarse con su deseo de otra forma.

Qué relación tiene un tejido con la escritura, si al menos con el Acto se vislumbra algo allí cuando

en el toro cada vuelta del ganchillo en torno al objeto de la demanda va dando sin pre venir una

vuelta al deseo, vuelta de más, alcanzada poco a poco en la repetición misma de cada nudo.

Frente a dicha pregunta, resuena aquello que para Jean Cocteau es escribir,

[…] escribir es dibujar, es enlazar las líneas de tal modo que se hagan escritura o desatarlas de tal

manera que la escritura se convierta en dibujo. No salgo de ahí. Escribo, intento limitar

exactamente el perfil de una idea, de un acto. En resumidas cuentas, circundo fantasmas, hallo los

contornos del vacío, dibujo (Opio. Diario de una desintoxicación, 1929).

Ese contornear el vacío, dibujándolo, que para Cocteau es circundar los fantasmas, acaso es la

movilización misma del significante haciendo que el trazo, que las líneas se tuerzan sobre sí para

luego cerrarse en un nudo que busca perfilar un Acto, porque allí donde Cocteau escribe, teje, se

reduce a esa pluma o aguja cuyos nudos al final, para cerrarse, tendrán que cortarse.

Ese tejido a croché que hasta ahora nos presta su metáfora para dar cuenta de la escritura no es

otra cosa que el lenguaje, esa estructura tan precisa y a su vez abierta, insondable en su presencia,

determinante en su ausencia, razón por la cual lo inconsciente es aquello que está estructurado y,

por lo tanto -pleonasmo-, dirá Lacan, estructurado como un lenguaje. Así entonces, nos

disponemos a des-anudar dicha estructura para recorrer sus vectores y elementos, esos que

Cocteau enlaza y des-ata para contornear y circundar, escribir.

Ese significante […] [S(Ⱥ)] se trata de […] algo que concierne al Uno de más necesario, de la cadena

significante como tal; en tanto ESCRITA, es para nosotros el reemplazante del universo del

discurso. […] Es en la medida en que tratamos el lenguaje y el orden que este nos propone como

estructura, por medio de la escritura, que podemos valorizar que ahí resulta la demostración, en el

plano ESCRITO, de la no existencia de este universo del discurso. […] ¿Y qué es lo que quiere decir,

[…] esa S mayúscula con ese Ⱥ tachado entre paréntesis, S(Ⱥ), sino la designación por un

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significante de lo que concierne al Uno de más (Lacan, Seminario 14. La lógica del fantasma, 1967,

págs. 74, 75).

Un poco antes de Jean Cocteau, Edgar Allan Poe escribía La carta robada que, sin saberlo, supo

robar la lengua a Baudelaire y por esa vía robar la atención de Lacan, así como unas cuantas de sus

sesiones y referencias escritas. Poe nos narra la historia extraordinaria de una carta -en francés

lettre: letra- que llegó a manos de un importante personaje portando un mensaje verdaderamente

revelador, de llegar a su destino, pero con tan mala suerte para dicho personaje le fue robada ante

sus propios ojos, sin poder decir nada, casi como si hubiese volado de sus manos, de una forma

tan tonta como la que empleaba para tratar de ocultarla. Sin embargo, lo que el ladrón no

sospechaba, cegado por la fatuidad de su éxito al ocultarla de los cogitantes investigadores, es que

uno más de los personajes descifraría su, de nuevo, tonto acertijo para robar otra vez la carta;

golpe de ganchillo que dejó aquella carta con el valor duplicado y sus efectos sostenidos por su

contenido fuera de conocimiento.

El cuento de Poe y los trazos de Cocteau nos llevan a esa trama donde se enlazan sujeto, Acto y

escritura, trama en la que se entretejen nuevos elementos -letra, trazo, significante, mensaje…-

trama que ya hemos anunciado con el nombre de lenguaje e inconsciente. Qué es, entonces, esa

estructura, cuáles son sus elementos y cómo está entre-tejida. Cuando, en el primer capítulo,

iniciamos el espinoso camino a la caza del Acto, nos fue necesario dar cuenta del momento

originario o de constitución del sujeto; ahora, nos será preciso comenzar por las dos operaciones

fundamentales de la estructura del lenguaje , la metáfora y la metonimia.

La instancia de la letra (Lacan, 1966) nos plantea que en el inconsciente se descubre la estructura

misma del lenguaje lo cual, en términos topológicos, significa que allí se encuentran sus

propiedades estructurales, los elementos y las relaciones entre estos (los significantes, los

significados, su operación de representación en el mecanismo de la metáfora, su operación de

desplazamiento en el mecanismo de la metonimia, el alojamiento del resto en tanto corte o

separación…).

Al respecto, la lingüística, entendida por Lacan como el estudio estructural de las lenguas

existentes, ha aportado al psicoanálisis uno de los posibles caminos para aprehender el lenguaje a

nivel de su estructura, ya que, dicha lingüística se funda, nos dice Lacan, a partir de un algoritmo

que se escribe con el matema “[…] significante S sobre significado s, [donde] el ‘sobre’ responde a

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la barra que separa sus dos etapas [marca la diferencia irreductible que resiste la significación]

(Lacan, La instancia de la letra, 1966, pág. 476).

Por ese camino entramos a lo que comúnmente es nombrado en ciertas escrituras como la chispa

creadora. Lacan nos propone de entrada el mecanismo que da cuenta y es causa de esa ostentosa

acción de creación, nos dice que esta habita en la metáfora, en la cadena significante, la cual

funciona gracias a que un significante sustituye a otro en dicha cadena dándole, sin embargo,

existencia oculta (en ausencia), “[…] una palabra por otra, tal es la fórmula de la metáfora” (Lacan,

La instancia de la letra, 1966, pág. 487).

Aquella chispa creadora resuena cuando intentamos dar cuenta, con ayuda de la escritura, la

lógica y la topología, conforme al recorrido lacaniano, dar cuenta de los momentos originarios del

sujeto, en el capítulo anterior, y ahora del lenguaje. ¿Qué es para nosotros ese mítico origen del

lenguaje sino tan sólo el instante en que chapuzamos sumergidos ya en él para intentar no

ahogarnos, con tan extraña suerte que es con sus propias aguas con lo único que contamos de ahí

en adelante y así vivir para contarlo? Ese punto de origen es el que la metáfora permite ubicar en

la función de su operación.

Por supuesto, decir la desorganización constitutiva de toda enunciación no es decirlo todo […] Vale

decir que la realidad más seria, […] la única seria, si se considera un papel en el sostenimiento de la

metonimia de su deseo, sólo puede ser retenida en la metáfora. ¿A dónde quiero llegar sino a

convenceros de que lo que el inconsciente trae a nuestro examen es la ley por la cual la

enunciación nunca se reducirá al enunciado de discurso alguno? […] El único enunciado absoluto

fue dicho por quien tenía derecho; a saber: que ningún golpe de dados en el significante abolirá allí

jamás el azar, por la razón, […] de que ningún azar existe sino en una determinación de lenguaje, y

esto, sea cual sea el aspecto en que se lo conjugue, de automatismo o de encuentro (Lacan, La

metáfora del sujeto, 1966, págs. 869, 870).

La metáfora es, entonces, la función que da cuenta del punto en el que ese ingreso al lenguaje

constituye para un sujeto su origen. Para Lacan, la chispa poética, operación de la metáfora, es

aquella eficaz para realizar la significación, la cual a su vez nos enfrenta al acontecimiento de la

entrada de lo simbólico en lo real; así nos lo da a entender Lacan cuando interpreta que, en la

metáfora del verso de Victor Hugo: “Su gavilla no era avara ni tenía odio” (Lacan, La instancia de la

letra, 1966, pág. 486), el significante del nombre propio (Booz) es sustituido por otro significante

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(gavilla) dando así lugar a la significación (reproducción del acontecimiento mítico) de la

paternidad.

[…] La metáfora se ubica en el punto preciso donde el sentido [la significación] se produce en el

sinsentido, [el vacío, la ausencia] es decir en ese paso que […] traspasado a contrapelo, da lugar a

esa palabra […] que en francés es ‘le mot’ por excelencia (palabra o frase ingeniosa) […] no tiene

allí más patronazgo que el significante del espíritu o ingenio [agudeza, chiste, witz], y donde se

toca el hecho de que es su destino mismo lo que el hombre desafía por medio de la irrisión del

significante [contarlo para vivir] (Lacan, La instancia de la letra, 1966, pág. 488).

Gráfica 6: Matema 1 de la metáfora (Lacan, La metáfora del sujeto, 1966, pág. 868).

Ese acontecimiento mítico, de la entrada del sujeto en el lenguaje, en el campo del Otro, en el cual

opera el Acto en tanto corte, ese traspaso a contrapelo, es el punto en el que opera el movimiento

de sustitución o metáfora; aquel significante primordial, hasta ahora identificado como S : S(Ⱥ), es

sustituido por otro significante S’1, que da cuenta de su mudez s’’, pero a condición de: a) no

poder decirlo todo X, b) dejarlo excluido o ausente al sustituirlo S’2 y, c) sólo poder sustituirlo a

partir de su enlazamiento en una cadena, ya que al iniciar una serie no será más que uno 1 entre

otros.

La metáfora es, radicalmente, el efecto de la sustitución de un significante por otro dentro de una

cadena, sin que nada natural lo predestine a la función de fora [pherein, trasladar], salvo que se

trate de dos significantes, reductibles, como tales, a una oposición fonemática (Lacan, La metáfora

del sujeto, 1966, pág. 868).

En este punto confluye para nosotros, de un lado, la posibilidad de escribir sobre un

acontecimiento mítico, es decir la función de la escritura como soporte subjetivo del ingreso al

lenguaje en ese punto donde sólo es posible en términos lógicos ubicar el rasgo originario. De otra

parte, nos resuena la sentencia de Lacan según la cual escribir es seguir la huella de lo ya escrito.

Recordemos que esa estructura metafórica, de la sustitución de un significante por otro, nos

enfrenta al efecto de significación, efecto en el cual un significante S1 da cuenta de un significante

incontable S : S(Ⱥ), pero de forma condicionada, y es ese condicionamiento lo que caracteriza para

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nosotros dicha significación; ésta no es más que un medio decir por vía de una representación de

algo que no puede estar más que como ausente.

Gráfica 7: Matema 2 de la metáfora (Lacan, La instancia de la letra, 1966, pág. 495).

[…] El signo + [más] colocado entre ‘( )’ [paréntesis] manifiesta aquí el franqueamiento de la barra

‘––’ y el valor constituyente de ese franqueamiento para la emergencia de la significación. […] Ese

franqueamiento expresa la condición de paso del significante al significado cuyo momento señalé

más arriba confundiéndolo provisionalmente con el lugar del sujeto. Es en la función del sujeto, así

introducida, en la que debemos detenernos ahora, porque está en el punto crucial de nuestro

problema (Lacan, La instancia de la letra, 1966, pág. 496).

Ahora bien, aquella significación efecto de la operación metafórica es la que hace posible toda

acción de creación, de poesía, diría Lacan, de escritura diría Cocteau. Es gracias a que hay un

momento originario donde algo queda circundado, contorneado, representado por un significante,

que será posible en adelante desplegar el anudamiento de la cadena significante, enlazar, según

Cocteau, los significantes y así escribir.

Sin embargo, se trata aquí, hasta ahora de una escritura que sigue la huella de una inscripción

anterior. Recordemos que Cocteau nombra su acción de escritura como un bordeamiento en la

medida en que intenta delimitar una idea, un acto, un fantasma, un vacío, pero tan sólo por las

resonancias, sospechamos que se trata de seguir la huella de algo que hizo posible, al instaurarlos,

al constituirlos, a estos significantes.

Antes de avanzar dejemos en suspenso, para darle lugar en la cadena, dos asuntos que ya se han

enunciado de forma implícita; en primer lugar, el sujeto (sujet) $ o asunto propiamente dicho que

antes habíamos presentado en el matema del discurso de amo,

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según el cual el sujeto es aquello que un significante representa para otro significante, pero que

aquí ha sido confundido provisionalmente con, ubicado en el lugar de, el significante sustituido,

cuando mostramos la operación de la función de la metáfora.

Dicho sujeto es el lugar mismo de la enunciación, con lo cual llegamos, en segundo lugar, al otro

asunto, lugar y función de aquel significante sustituido, que opera a nivel de dicha enunciación y

que nos pondrá a puertas de lo que Lacan ha articulado con varias acepciones, esto es, la letra, el

rasgo-trazo unario, el Uno de más.

Continuemos entonces con el abordaje del segundo vector operante en la estructura del

inconsciente, estructura de lenguaje, a saber, la metonimia. El sentido habita, nos plantea Lacan,

en la estructura significante allí donde opera la metonimia, la cual posibilita que en la cadena

significante tenga lugar algo distinto a lo que se enuncia, ese lugar diferente, posibilita el sentido

en cuanto que da la posibilidad a lo verdadero de hacerse presente en ausencia, en el intersticio,

en la conexión, dice Lacan, palabra a palabra. Esa función, junto con la de la metáfora es la que en

el lenguaje indica,

[…] el lugar de ese sujeto en la búsqueda de lo verdadero. Me basta con plantar mi árbol en la

locución: trepar el árbol, e incluso con proyectar sobre él la iluminación irónica que un contexto de

descripción da a la palabra: enarbolar, para no dejarme encarcelar en un comunicado cualquiera

de los hechos, por muy oficial que sea, y, si conozco la verdad, darla a entender a pesar de todas

las censuras entre líneas [es el sujeto tachado el que está entre las líneas] por el único significante

que pueden construir mis acrobacias a través de las ramas del árbol, provocativas hasta lo burlesco

o únicamente sensible a un ojo ejercitado, según que quiera ser entendido por la muchedumbre o

por unos pocos (Lacan, La instancia de la letra, 1966, pág. 485).

Veíamos que la operación metafórica y su efecto de significación es posible en el punto donde ese

significante sustituyente se enlaza a otro, en una cadena, para así cumplir su función. Dicho

encadenamiento va de significante a significante, desplazando la sustitución, al tiempo que,

formando un enlace, un intersticio, para dejar habitar allí lo que no es posible decir literalmente.

Veamos un ejemplo que nos presta Žižek de esta operatoria del significante en la metonimia:

En un viejo chiste de la difunta República Democrática Alemana, un obrero alemán consigue un

trabajo en Siberia; sabiendo que todo su correo será leído por los censores, les dice a sus amigos:

“Acordemos un código en clave: si os llega una carta mía escrita en tinta azul normal, lo que cuenta

es cierto; si está escrita en rojo, es falso”. Al cabo de un mes, a sus amigos les llega la primera

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carta, escrita con tinta azul: “Aquí todo es maravilloso: las tiendas están llenas, la comida es

abundante, los apartamentos son grandes y con buena calefacción, en los cines pasan películas de

Occidente y hay muchas chicas guapas dispuestas a tener un romance. Lo único que no se puede

conseguir es tinta roja” (Žižek, 2015).

Lo que encuentra el obrero alemán en la estepa siberiana es una serie que no hace serie, allí todo

es perfecto: tiendas llenas, abundante comida, grandes y buenas viviendas, entretenimiento del

Occidente (del mismo lado), y mujeres dispuestas… nada allí perece estar mal, nada es diferente

de lo esperado, esperado porque el código acordado tenía una función: poder decir algo de lo que

no se podía decir; el problema, es que allí todo se podía decir, excepto lo que hacía falta, no había

forma, no había tinta roja para decir, para escribir, sobre lo que de alguna manera se sabía pero no

era evidente. Entonces, sin tinta roja no quedaba alternativa sino hablar, escribir, de lo mismo, de

los S1, de forma indefinida, sin poder pasar a otra cosa S2 y por esa vía dar lugar al sujeto.

¿Qué es la tinta roja para este obrero y sus amigos? Es ese intersticio, la posibilidad de enunciar de

otra forma, de forma distinta, lo que se dice, puesto que esa tinta roja es lo que Lacan nos

presenta como el efecto de sentido operado por la metonimia.

Gráfica 8: Matema de la metonimia (Lacan, La instancia de la letra, 1966, pág. 495).

[…] la estructura metonímica, indicando que es la conexión del significante con el significante la

que permite la elisión por la cual el significante instala la carencia de ser en la relación de objeto,

utilizando el valor de remisión de la significación para llenarlo con el deseo vivo que apunta hacia

esa carencia a la que sostiene. El signo – [menos], situado entre ( ) [paréntesis] manifiesta aquí el

mantenimiento de la barra –– [aquella que en la metáfora opera entre el sustituyente y el

sustituido y], que en el primer algoritmo marca la irreductibilidad en que se constituye en las

relaciones del significante con el significado la resistencia de la significación (Lacan, La instancia de

la letra, 1966, pág. 495).

Para el caso de nuestro ejemplo, en la anécdota que recogemos de Žižek, la tinta roja hace la

función del signo menos – del matema, gracias a lo cual ese todo imperfecto S : S(Ⱥ) puede ser

dicho de diferentes formas S’ de forma congruente para dar lugar al “deseo vivo que apunta

hacia esa carencia” de ser; donde posiblemente lo único que falta es la falta.

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Esta dimensión de la metonimia, en la escritura, nos recuerda que una escritura también es un

testamento, un testimonio registrado, de un sujeto que ha sido fundado en ese lugar que la barra

de la significación sostiene de forma irreductible como pura enunciación. Sabemos que un

testamento es un escrito que cierra su sentido para dar cuenta de un suceso, por lo cual podemos

decir que la escritura gracias a la metonimia, dice Lacan, y a diferencia del discurso, puede

concluir, y no porque alcance la totalidad de la significación sino precisamente porque sostiene la

dimensión de la verdad entre líneas, la dimensión de ese rasgo-trazo irreductible, del cual daremos

cuenta más adelante.

[…] lo específico de ese mundo de la escritura es justamente el distinguirse del discurso por el

hecho de que puede cerrarse, y al cerrarse sobre sí mismo, justamente ahí surgirá esa posibilidad

de un “uno” […] que ya por el simple cierre […] hace surgir lo que tiene estatuto de Uno de más en

la medida en que sólo se sostiene de la escritura, y que, sin embargo, está abierto, en su

posibilidad, al universo del discurso; […] porque si la escritura de la que hablo sólo se soporta en el

retorno, sobre sí mismo cerrado, de un corte (tal como lo ilustré con la función del toro), henos

aquí llevados a lo que los estudios más fundamentales vinculados con el progreso de la analítica

matemática, nos han llevado, valga decir, hasta a aislar su función de borde […] lo que él mismo

limita está en la posibilidad de entrar, a su vez, en la función bordeante. […] O bien, entonces, y

esta es la otra cara sobre la cual entiendo terminar, se trata de recordar lo que desde siempre se

conoce de esta función del trazo unario (Lacan, Seminario 14. La lógica del fantasma, 1967, págs.

27, 28).

Aquella analítica matemática, que menciona Lacan como posibilitadora, por la escritura, como

soporte que permite dar cuenta de los elementos estructurales, nos lleva ahora al encuentro del

lugar que para la escritura tiene el sujeto del inconsciente o sujeto tachado $. En el seminario 14,

“La lógica del fantasma” Lacan nos presenta ese lugar del sujeto como su estatuto en tanto sujeto

de la enunciación. Así, con el enunciado de la lógica simbólica de de-Morgan Lacan nos expone el

estatuto y consistencia de dicho sujeto de la enunciación.

Gráfica 9: Diagrama de-Morgan, negación de reunión (Lacan, La instancia de la letra, 1966, pág. 495).

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En el diagrama vemos que, una vez establecida la lógica de la alienación, cuyo proceso de llegada

desde el cogito cartesiano no podemos desarrollar ahora al detalle pero que Lacan precisa en el

seminario 14 “La lógica del fantasma” a partir del artículo de Marc Barbut “Sobre el sentido de la

palabra estructura en matemática” (Lacan, Seminario 14. La lógica del fantasma, 1967, pág. 69), a

partir de la lógica de la alienación se establece la negación de la intersección de los dos elementos

y se obtiene como resultado de la operación un conjunto vacío.

Los dos elementos en cuestión son el pienso (A) y el soy (B). Decíamos que dada la lógica de la

alienación se niega la intersección ~(A˄B) de dichos elementos, en tanto se ha rechazado el Ser en

el discurso de la ciencia, rechazo fundamentado en el cogito cartesiano (Lacan, Seminario 14. La

lógica del fantasma, 1967, pág. 98). A partir de allí, según la lógica simbólica de de-Morgan, se

obtiene que dicha negación inaugural es equivalente a la reunión de la negación de cada uno de

sus elementos, esto es, la reunión de la negación del pienso, no pienso (~A), con la negación del

soy, no soy (~B), dando como resultado, ya lo hemos dicho arriba, un conjunto vacío (~A) ˅ (~B) :

(Ø). Ahora bien, ese conjunto vacío será justamente el estatuto que sostiene para la analítica

matemática el lugar del sujeto de la enunciación, el sujeto del inconsciente, en tanto lugar del

saber, sujeto causado por la verdad de su vacío.

[…] si llevamos las cosas […] al plano de lo que va al fundamento de la formulación del desarrollo

matemático, a saber, la teoría de conjuntos, […] en forma velada introduce algo que es justamente

lo que permite hacer de esto el fundamento de lo que es el desarrollo del pensamiento

matemático. […] Lo que les enseñé a diferenciar del sujeto del enunciado, como siendo el sujeto de

la enunciación, se encuentra, en los enunciados primarios, en la definición del conjunto como tal,

el sujeto de la enunciación se encuentra allí de cierta forma congelado, […] queda allí implicado por

cuanto, […] la teoría de conjuntos es lo que permite desarrollar la exposición, garantizar la

coherencia del desarrollo del pensamiento matemático.

De otra parte, en el mismo seminario de Lacan “La lógica del fantasma”, encontramos una

elaboración sobre el sujeto de la enunciación presentada por Roman Jakobson. Para el lingüista la

diferenciación entre la enunciación y el enunciado implica la elaboración de pronombres

personales, pero dicha elaboración a su vez implica la posibilidad de citar, lo cual nos trae

resonancias de la aseveración de Lacan acerca de la función del Otro como tesoro, soporte,

significante.

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Así, el paso del enunciado por el campo del Otro es lo que permite su alcance de enunciación,

movimiento que Jakobson denomina paso de la oratio directa a la oratio oblicua; esto es que, una

cosa es que hayamos visto el asesinato de Julio Cesar y otra cosa es que hayamos escuchado decir

[a Otro] sobre dicho asesinato (Lacan, Seminario 14. La lógica del fantasma, 1967, pág. 151).

En ese orden de ideas y siguiendo el desarrollo de la lingüística estructural, Lacan nos plantea que

el sujeto de la enunciación es representado en la forma del no expletivo17; por ejemplo, en la

frase: je crains qu’il ne vienne [(yo) creo que (él) (no) viene / Me temo que (no) vendrá). En español

es más evidente en frases como: No me iré de aquí hasta que no me hayas dicho lo que quiero oír,

o Temo que no vaya a pasar el examen; frases en la cuales el no expletivo muestra su elemento

discordancial, redundante, pleonástico, puesto que no aporta un valor negativo real si se

interpreta en la dimensión del enunciado. Sin embargo, Lacan enfatiza que dicha característica de

la negación expletiva ha de circunscribirse al nivel de la enunciación, pues es allí donde muestra su

valor. Así, ese no expletivo,

[…] marca la discordancia existente entre mi temor, puesto que temo que venga [temo que pase el

examen], y mi esperanza, puesto que espero que no venga [espero que no pase]. Por mi parte, no

encuentro aquí nada menos que la huella significante de lo que llamo el sujeto de la enunciación,

distinto del sujeto del enunciado (Lacan, Seminario 10. La Angustia 1962 - 1963, 1963, pág. 186).

El signo representa algo para alguien justo allí en la dimensión del enunciado, pero, recordemos la

función de la metáfora y la metonimia, es en la dimensión de la enunciación que el significante

representa a un sujeto para otro significante, lo revela, borrando su huella:

Dejar huellas falsamente falsas es un comportamiento, no diré esencialmente humano, sino

esencialmente significante. Ahí es donde está el límite. Ahí se presentifica un sujeto. Cuando una

huella se ha trazado para que se la tome por una falsa huella [como lo es el ejemplo del no

expletivo o de la oratio oblicua], entonces sabemos que hay sujeto hablante, ahí sabemos que hay

un sujeto como causa. […] Luego nosotros tratamos de extenderla al universo, pero la causa

original es la causa de una huella que se presenta como vacía, que quiere hacerse tomar por una

falsa huella. ¿Qué significa esto? Quiere decir, indisolublemente, que el sujeto, allí donde nace, se

dirige a lo que llamaré brevemente la forma más radical de la racionalidad del Otro. […] Lo que

alimenta en el origen la emergencia del significante es la pretensión de que el Otro […] real, no

sepa. Este él no sabía hunde sus raíces en un no debe saber. El significante, […] revela al sujeto,

pero borrando su huella (Lacan, Seminario 10. La Angustia 1962 - 1963, 1963, págs. 75, 76).

17 Expletiva es una voz o partícula que se emplea en una alocusión ; P.ej. : No me callo hasta que no me escuchen.

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Es así como llegamos al punto, a partir de la diferenciación hasta aquí recorrida entre sujeto del

enunciado y sujeto de la enunciación, es a partir de allí que en relación al sujeto, asunto, Lacan

plantea que “[…] se trata de saber si […] cuando hablo de mí, soy el mismo que aquel del que

hablo”; sujeto del enunciado: aquel del que se habló, sujeto de la enunciación: quien habla de

aquel; pienso donde no soy, soy donde no pienso… (Lacan, La instancia de la letra, 1966, págs.

497, 498).

Ese lugar de la enunciación, lugar y estatuto a la vez del sujeto del inconsciente $, es el punto

donde se ubica, en el orden de la escritura, el rasgo-trazo unario, o la letra, se trata de aquello que

anunciábamos como asidero en lo real del vacío del fantasma, ese que Cocteau intenta

circunscribir e incluso dibujar. ¿Tiene la escritura alguna incidencia en este orden? ¿Es posible

contemplar un rasgo que nos permita ubicar allí un lugar fundamental de la escritura, más allá de

su uso lógico que presta auxilio para dar cuenta de lo que a nivel de la estructura acontece en ese

punto para un sujeto? Veamos el desarrollo que a partir del “Seminario sobre La carta robada” nos

presenta Lacan al respecto.

Ese lugar de enunciación, ese conjunto vacío que sólo en los giros gramáticos y lógicos es

sostenido como un decir, es el límite mismo del significante, se trata para nosotros de esa

presencia insondable y ausencia determinante del lenguaje que anunciábamos arriba. Ese lugar y

su representante, la letra, es la forma mínima a la que puede ser reducido un significante.

Así lo evidenciamos, por ejemplo, en el cuento de la carta-letra robada-volada en el cual la

operación significante -mensaje- está reducida a su mínima expresión y como tal no puede

significar nada, allí la carta-letra opera sin que se sepa algo del contenido, del contenido entonces

se sabe nada. Este sutil y refinado acento alcanzado por Poe ilustra magnánimamente el porqué

de la máxima lacaniana según la cual un significante no puede significarse a sí mismo, esto es

porque en dicha reducción no queda más que el corte mismo que lo originó, algo sólo posible en el

Acto, según lo desarrollamos en el anterior capítulo (Lacan, Seminario 14. La lógica del fantasma,

1967, pág. 19).

Claro está que, gracias a que en este punto contamos con las coordenadas que nos permiten

ubicar el estatuto del sujeto de la enunciación, sabemos que Poe logra reducir el mensaje-cadena

significante a su mínima expresión es en la medida en que, de nuevo, sostiene el relato en la

escritura, forzándola, retorciéndola, soportándola en la intriga causada al lector. ¿No es esa

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torsión el punto de acercamiento al doble bucle que en el primer capítulo daba cuenta del corte

topológico donde el Acto alcanzaba la inscripción significante? Poe, de forma magistral, recorre

con su relato las vías de la operatoria significante en la metáfora y la metonimia para así ir a la

caza de la significación.

Y es que esta hazaña de Poe no es un gesto menor por la sencilla razón de que, como nos enseña

Lacan, es en la repetición que nos alcanza y determina el rasgo-trazo unario -trait-: “¿dónde se lo

escribe?”, pregunta y en seguida responde Lacan, en el lugar del Otro en la medida en que es ahí

donde figura la repetición original. Es decir, ese Uno de más surge allí donde de forma retroactiva

se introduce una repetición “como significante”.

Este trazo unario es “[…] lo que se ha figurado desde hace mucho tiempo […] S(Ⱥ) (Lacan,

Seminario 14. La lógica del fantasma, 1967, págs. 278, 279). Es en la repetición significante, la

cadena S1-S2 (Enstellung), que el sujeto del inconsciente ex–siste (de forma excéntrica), esto es

que, […] es el orden simbólico el que es, para el sujeto, constituyente (Lacan, Seminario sobre La

carta robada, 1966, pág. 6) . Es esta misma cadena la que determina los cortes estructurales de la

preclusión (forclusión - Verwerfung), represión (Verdrängung) y la denegación (Verneinung); claro

está, en el orden donde dicha cadena se ha instaurado por la puesta en marcha del lenguaje a

través de sus dos mecanismos operatorios de la metáfora y la metonimia, ya expuestos arriba.

Pero ¿qué es esa repetición y qué elementos la articulan? En la repetición significante están

presentes dos escenas, la primera es la escena primitiva, de la entrada del sujeto en el lenguaje, y

la segunda es simplemente su repetición, que se mantendrá inagotable e irreductible en el campo

de la significación; aquella misma a la cual, no sobra recordarlo, la metáfora logra robar, como la

carta, algo de significación, aquella con la cual la metonimia permite sostener entre líneas la

verdad del sujeto.

En el relato de La carta robada la escena primaria es aquella cuando a la Reina, en su sala Real, le

es hurtado un objeto cuyo primer valor se sostiene en su honor y seguridad, es decir, es la marca

del goce (lo vergonzoso y soez), su huella, su consecuencia; y dicho hurto se lleva a cabo en su

presencia, de tal forma que ella puede conocer los detalles del robo y del ladrón, lo cual es el

segundo rasgo de más valor de la posesión del documento. De esta operación, nos dice Lacan,

quedará un resto, tercer rasgo de valor, que es la carta copia dejada en lugar de la original, y con la

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cual la reina no podrá más que hacer una bola de basura (Lacan, Seminario sobre La carta robada,

1966, pág. 7).

La segunda escena, repetición de la primera, es aquella cuando Dupin roba la carta al Ministro D,

pero lo hace conservando sus valores estructurales, que Lacan va a ubicar como los tres tiempos

lógicos, que ordenan tres miradas, soportadas por tres sujetos (un objeto ‘a’ -la mirada- en tres

momentos -los del fantasma: i) la carta no es mirada, ii) miran – encuentran la carta, y iii) alguien

hace que se vea la carta (Lacan, Seminario sobre La carta robada, 1966, pág. 9). El nuevo ladrón,

Dupin, deja un resto, que es la carta copia, que contiene un mensaje hasta ahora desconocido por

el Ministro D y que habrá de dar testimonio de Dupin como actor del hurto. La carta original, la

letra, la nada a la que se ha reducido el mensaje, la cadena significante, sigue sosteniendo la

repetición de esta escena respecto a la primordial.

Dicha carta, la marca de goce, tiene un revés que es su cara significante, aquella que quedó a la

vista del Ministro D, quien a su vez intentó ocultar con un artilugio metonímico pero que Dupin

descubrió por reconocer su estructura invertida como la forma del guante. La letra está y no está,

pero el significante simboliza la ausencia, la sustituye (Lacan, Seminario sobre La carta robada,

1966, pág. 18).

Ojalá los escritos permaneciesen, lo cual es más bien el caso de las palabras: pues de estas la

deuda imborrable por lo menos fecunda nuestras [sic] actos por sus transferencias. Los escritos

llevan al viento los cheques en blanco de una caballerosidad loca. Y si no fuesen hojas volantes [

lettre volée] no habría cartas robadas. ¿Pero qué hay con esto? Para que pueda haber carta

robada, nos preguntaremos, ¿a quién pertenece una carta [lettre – letra]? […] La carta sobre la

que aquel la ha enviado conserva todavía derechos, ¿no pertenecería pues completamente a aquel

a quien se dirige? ¿o es que este último no fue nunca su verdadero destinatario? (Lacan, Seminario

sobre La carta robada, 1966, pág. 21).

A propósito del cuento de Poe, Lacan nos plantea que es la carta – lettre la que con su desviación,

rumbo, ruta, rige la entrada y papel (actuar) de los personajes, lugar del sujeto y del objeto en el

fantasma, […] al caer en posesión de la carta -admirable ambigüedad del lenguaje- , es su sentido

el que los posee (Lacan, Seminario sobre La carta robada, 1966, pág. 24).

El poder de la carta -lettre- está en su no-uso, así como el significante de más que inaugura la serie

y que su uso es un no-numerable. El uso, el paso al acto de su poder potencial, lleva a su

desvanecimiento inmediato en manos de quien lo efectúe, por lo cual no hay otra salida que

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mantener su desviación. ¿Puede ser destruida la carta? Dupin lo propone, pero, según Lacan, para

sacar partido de la carta, quien la posee, sólo puede hacer uso del personaje que esta determina,

es decir que el sujeto es sostenido en la carta, letra, misma; así las cosas, destruir la carta es

destruirse como sujeto.

¿qué queda de un significante cuando ya no tiene significación? […] Nada sino esa presencia de la

muerte que hace de la vida humana ese emplazamiento conseguido mañana a mañana en nombre

de las significaciones de las que tu signo es el cayado. […] Crees actuar [es la respuesta del

significante] cuando yo te agito al capricho de los lazos con que anudo tus deseos. Así estos crecen

en fuerza y se multiplican en objetos que vuelven a llevarte a la fragmentación de tu infancia

desgarrada. Pues bien, esto es lo que será tu festín hasta el retorno del convidado de piedra que

seré para ti puesto que me evocas (Lacan, Seminario sobre La carta robada, 1966, págs. 33, 34).

No obstante, el sujeto, en el cuento de Poe, no es el individuo sino la relación de los personajes en

torno a una trama, aspecto que es desarrollado en el relato en la medida en que se plantea que

otro de los valores de la carta es que el hurtado conozca a su ladrón y de qué es capaz; así, el

asunto, el sujeto, de nuevo, está determinado por la carta, por la letra, y el rumbo que esta

determina para los personajes (Lacan, Seminario sobre La carta robada, 1966, págs. 26, 27).

La carta -lettre- determina al sujeto y rige su rumbo, su actuar, su fantasma, porque determina la

estructura misma. Así parece anotarlo Lacan cuando alude a los efectos y usos de la carta en la

psicosis y en la neurosis. En la psicosis, aquella posición en la que el policía cree que está el

Ministro D. al definirlo como absolutamente loco, en la psicosis la carta no sería olvidada por estar

en uso. Sin embargo, el policía está equivocado puesto que el Ministro D. más bien actúa, nos dice

Lacan, como un neurótico, ya que por no hacer uso de la carta llega a olvidarla […] pero la carta

[en cambio], al igual que el inconsciente del neurótico, no lo olvida. Es más, tanto es que la carta no

lo olvida, que lo transforma en la Reina a quien se la robó, lo cual mostraría el retorno de lo

reprimido; de tal forma, que para poder inscribir su sello, su nombre, su significante, habrá de

tomar la carta y voltearla como un guante (Lacan, Seminario sobre La carta robada, 1966, pág. 28).

Lo causal y determinante del significante, para Lacan, se evidencia en que la carta produjo sus

efectos tanto sobre los personajes del cuento como sobre el lector y autor, sin que por ello haya

sido necesario conocer su contenido, […] lo cual de todo lo que se escribe es la suerte ordinaria

(Lacan, Seminario sobre La carta robada, 1966, pág. 51).

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De esta forma, el recorrido que nos sugiere Lacan por el cuento de La carta robada nos deja

planteada la diferencia entre la letra (lettre) y el significante. El cuento de la carta, la letra, ya lo

hemos mencionado, se sostiene sin recurso a su contenido, sin recurso al mensaje, a la operatoria

significante; a la vez que, cada poseedor ostenta poder reivindicarla cuando la tiene en su poder;

“el cuento consiste en que se escamotea en él el mensaje, cuya letra / carta hace peripecias

prescindiendo de él” (Lacan, Lituraterra, 2001, págs. 20, 21).

Otro aspecto que nos deja vislumbrar Poe es que letra es un litoral; la carta es, recordemos,

volteada por el Ministro D. como un guante, sin que por ello haya revelado su contenido,

mostrando en cambio el borde del agujero en el saber, S(Ⱥ) significante de la falta y la falta de

significante. Agujero en donde el psicoanálisis ubica el goce cuando trata de colmarse dicho

agujero, cuando hay excesos, y entonces, pregunta Lacan, cuando “queda por saber cómo el

inconsciente […] efecto del lenguaje, […] comanda esa función de la letra” (Lacan, Lituraterra,

2001, pág. 22).

La letra del mensaje es aquí lo importante. Hay que, para captarlo, detenerse un instante en el

carácter fundamentalmente equívoco de la palabra, por cuanto la función es la de ocultar tanto

como la de descubrir. Pero aun ateniéndose a lo que ella da a conocer, la naturaleza del lenguaje

no permite aislarla de las resonancias que siempre indican leerla en varios pentagramas. Es esta

partitura inherente a la ambigüedad del lenguaje la única que explica la multiplicidad de los

accesos posibles al secreto de la palabra. Queda el hecho de que no hay sino un texto en el que se

pueda leer a la vez lo que ella dice y lo que ella no dice, y es a ese texto al que están vinculados los

síntomas tan íntimamente como un rebus [jeroglífico] a la frase que él figura (Lacan, Discurso de

Roma,, 2001, pág. 154).

La letra-litoral antecede y opera como función primaria de los efectos de significante, posibilita la

operatoria significante puesto que es a la vez instrumento y a la vez constitutiva; primaria en esos

efectos, primaria en tanto litoral; a la vez que instrumento propio de la escritura del discurso

(Lacan, Lituraterra, 2001, pág. 22). Razón por la cual la indicación que nos hace Lacan respecto al

tratamiento de la letra es la de tomársela al pie de la letra, en la medida en que es esta el soporte

material que el discurso toma del lenguaje [de dicha estructura] (Lacan, La instancia de la letra,

1966, pág. 475).

Según Lacan, es eso por lo cual en la Interpretación de los sueños Freud nos conduce al hecho de

que allí estaríamos en la escritura ya que cada imagen, cada ideograma, vale sólo en su calidad de

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un significante que apunta como un criptograma a una lengua perdida; esa lengua perdida es la

letra misma en tanto marca, huella.

Finalmente, otra forma en que nos encontramos la dimensión de letra es en la escritura, es decir,

en su dimensión de enunciación. La escritura, decíamos comporta ese movimiento de repetición

que sigue el rastro de lo ya inscrito por la letra. No obstante, ahora entramos a un último nivel

estructural donde la escritura, nos señala Lacan, es el soporte mismo de dicha inscripción; pero,

apuntábamos arriba, no solamente por servir de instrumento a su formalización, sino que es

gracias a que el sujeto de la enunciación es fundamentalmente un sujeto gramatical que la

escritura es su soporte material.

Este aspecto de la escritura se ejemplifica con la figura del toro, en la cual, nos dice Lacan, que

sólo hacen falta dos vueltas (en la estructura neurótica y perversa)18, elementos mínimos de la

cadena significante S1 y S2, para que aparezca una vuelta de más, el uno incontable, el agujero

que da cuenta del corte inaugural que permitió la constitución del sujeto en el paso de la banda al

toro. Es por esta condición, de poner en juego la vuelta de más, el uno incontable, que la escritura

es la que, a diferencia del discurso, puede cerrarse.

Una escritura, un escrito, requiere que los significantes actúen como tal, es decir que representen

a un sujeto para los demás significantes, de tal manera que esa escritura “[…] manifieste que cada

signo representa a un sujeto para aquel que lo sigue”. A esta estructura significante Lacan la llama

Urverdrängung, represión originaria, en tanto que

[…] un sujeto emerge en el estado de sujeto tachado como algo que proviene de un lugar en donde

está supuestamente inscrito hacia otro lugar en donde se inscribirá de nuevo. […] El sujeto

tachado como tal es quien, [ce qui / lo que] representa para un significante -ese significante de

donde surgió- un sentido (Lacan, Seminario 14. La lógica del fantasma, 1967, pág. 11).

Así, la escritura, no ya en su dimensión de enunciado sino en el marco de la enunciación, escritura

en tanto soporte de la enunciación, se fundamenta en el punto en que es la inscripción misma de

la marca, de la letra, del rasgo unario. Dicha inscripción es la que sostiene y da cuenta del

fantasma, articulado en ese corte estructural, del Acto, que funda un sujeto y da lugar a la

18 Para el caso de la psicosis se entendería que se sostiene en una escritura por ser el único soporte posible del significante cuando está reducido a sí mismo y sin remitirse a otro.

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preclusión (forclusión - Verwerfung), represión (Verdrängung) o denegación (Verneinung).

Recordemos en esta lógica que,

El fantasma es una frase con una estructura gramatical que parece indicar entonces, […] la relación

del sujeto del enunciado, por ejemplo, con el sujeto de la enunciación (Lacan, Seminario 14. La

lógica del fantasma, 1967, pág. 352).

La escritura, nos propone Lacan en esta cita, es aquello que, en el orden de la enunciación, en el

orden de la letra, permite articular a modo de referencia la lógica misma del fantasma; en la

medida en que, la escritura, contempla dos dimensiones, la primera, hace referencia a la escritura

que tiene lugar respecto a un decir, pero después de que lo hemos dicho, es decir, la escritura en la

dimensión del enunciado, una re-escritura de lo ya escrito.

De otra parte, la escritura como enunciación que apunta a escribir un decir en el punto en que se

lo dice, se escribe mientras se lo dice (Lacan, Seminario 14. La lógica del fantasma, 1967, pág. 16).

En ese punto, el Uno de más, el rasgo-trazo unario, es aquel que está en juego en la escritura en su

dimensión de enunciación, la escritura en esta dimensión es la escritura que da cuenta del Uno en

tanto no contable; al respecto, Lacan nos da el ejemplo de la frase “el número entero más pequeño

que no está escrito en este tablero”, a partir de la cual todo número escrito en el tablero, todo

significante que entre en la serie, será excluido de dicha cualidad y no será más que una

reescritura, un enunciado, un mensaje, que porta y se soporta en la sentencia de dicha escritura,

en su dimensión de enunciación (Lacan, Seminario 14. La lógica del fantasma, 1967, pág. 17).

Vemos entonces que, la escritura más allá de sostener el lugar de testamento viene al lugar donde

se reescribe lo ya inscrito, en tanto letra, de la inscripción significante; es por ello por lo que

podemos vislumbrar los efectos que la escritura alcanza en un sujeto, razón por la cual, en el

prefacio a los Escritos, Lacan sitúa al lector más allá del simple receptor de un mensaje invertido,

Pero si el hombre se redujera a no ser más que el lugar de retorno de nuestro discurso, ¿no nos

regresaría la pregunta de para qué dirigírselo entonces? Tal es en efecto la pregunta que plantea

ese nuevo lector, de la que se nos hace argumento para reunir estos escritos (Lacan, Obertura de

esta recopilación, 1966, pág. 3).

El lector es llamado a poner de su parte, involucrarse, a actuar concernido por su deseo y causado

en este por su resto a; “[…] el mensaje de Poe descifrado y volviendo de él, lector, de tal manera

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que al leerlo se diga no ser más fingido que la verdad cuando habita la ficción (Lacan, Obertura de

esta recopilación, 1966, pág. 3)”.

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Capítulo 3: Del Acto en la escritura

Volver a la pregunta como se vuelve a un recuerdo que no se borra, que se ha intentado

responder sin colmar su hiancia. Volver a la pregunta porque es esta la que anuda lo imposible de

olvidar. Y al volver, encontrar nada más que una huella perdida y el borde que dejó su rastro,

fijado para siempre y para el mundo entero, hasta siempre, hasta la muerte.

Es la pregunta por el Acto en la escritura lo que aquí arrebata el escrito, haciendo que un producto

académico sea reducido a desecho, al desecho que es la hiancia misma de esa pregunta, lo

imposible que sostiene en su enunciación. Una imposibilidad que hace que para Becket la

literatura sea un deber, que hace del escrito y también del escritor un desecho; que lleva a Lacan a

indagar si la literatura consiste en colocar en lo escrito aquello que “…primero sería canto, mito

hablado, procesión dramática” (Lacan, Lituraterra, 2001, pág. 20).

De la hiancia un rastro. Un rastro imposible de seguir a menos que sea este quien nos siga; como

los pasos de Lol V. Stein a quien Lacan intenta seguir y de repente, cuando ya no la ve más, la

siente detrás suyo, arrebatándolo. Un Lacan arrebatado por la hiancia que pone en juego el escrito

de Duras con una única alternativa:

Que la práctica de la letra converja con el uso del inconsciente, es lo único de lo que daré

testimonio al rendirle homenaje. [Pues], la única ventaja que un psicoanalista tiene derecho a

sacar de su posición, […] es la de recordar con Freud que en su materia, el artista siempre lo

precede, y que no tiene por qué hacerse entonces el psicólogo allí donde el artista le abre el

camino (Lacan, Homenaje a Marguerite Duras, 2001, pág. 211).

La práctica de la letra es la práctica del litoral que dibuja el borde entre el agujero en el saber S(Ⱥ),

significante de la falta, y la falta de significante. Agujero en donde el psicoanálisis invoca, en tanto

es colmado, en tanto que hay excesos, invoca el goce, que es lo que la letra dice a-la-letra por

boca del psicoanálisis; y entonces, pregunta Lacan, “queda por saber cómo el inconsciente […]

efecto del lenguaje, […] comanda esa función de la letra” (Lacan, Lituraterra, 2001, pág. 22).

Tarea casi imposible si no es por lo imposible mismo que se sostiene, con lo cual esa escritura de

vanguardia se escribe, con el litoral, para quebrar el semblante y su soporte. Litoral, entonces,

entre una ausencia y el borde mismo; entre ese agujero en el saber y el goce. El litoral que torna a

lo literal a cada momento, sólo entonces ahí la escritura es enunciación (Lacan, Lituraterra, 2001,

pág. 25).

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En esa vía, (voi-e-x) voz, el canto y campo de la poesía lanza la pregunta a un Lacan ocupado en los

efectos de un análisis y el hacer del analista, la pregunta por el Acto. Preguntarse por lo que la

poesía hace, en tiempos en que ya no parece casi escucharse su canto; preguntarse por lo que

hace, en quién tiene efecto y cuál es ese efecto - ¿Por qué no? - se pregunta – en los poetas

(Lacan, Seminario 15. El Acto psicoanalítico, 1968, pág. 5).

Un efecto de litoral que hace reproducir el efecto de pérdida, incluso más allá del Acto analítico,

para lo cual se requiere de un discurso que no sería del semblante; pero, no es discurso es una

escritura de la letra (Lacan, Seminario 15. El Acto psicoanalítico, 1968, pág. 93). Escritura cuyo

origen es el trazo mismo que quedó marcado y escrito como puro borde, cuya función esencial es

el no-más-de-uno.

Sin no-más-de-uno ni siquiera puede empezar a escribir la serie de los números enteros …Es

preciso que haya un 1, y que a continuación no puedan más que quedar con la lengua afuera cada

vez que quieran recomenzar, para que en cada oportunidad dé 1 más, pero no el mismo (Lacan,

Seminiario 18. De un discurso que no fuera del semblante, 1971, pág. 99).

Esa escritura, que sigue el trazo, es una escritura de “…algo que se articula como hueso cuya carne

sería el lenguaje. Pero eso demuestra que el goce, el goce sexual, no tiene hueso…” . Así, la

escritura da cuenta de que la relación sexual falta en el campo de la verdad y por lo tanto no es

más que semblante, una verdad que se soporta en la falta, en la pérdida (Lacan, Seminiario 18. De

un discurso que no fuera del semblante, 1971, pág. 139).

Y es que el goce sexual no puede escribirse; es lo que hace que en el tetraedro de los discursos

haya un lado roto, que no se comunica. No hay proporción sexual porque no hay un elemento, un

x, que haga la función de inscribir dicha proporción: ¬[f(x)]. La verdad es la de la no relación

sexual, la cual se encarna y se destaca en la estructura de ficción haciendo entrar en función la

letra… para hacer pregunta sobre dicho fracaso (Lacan, Seminiario 18. De un discurso que no fuera

del semblante, 1971, pág. 122).

La letra, que vuelve, es como ese pliegue que sirve para acoger al goce invocándolo con su

artificio, su ficción. Así, la letra es la que hace que una escritura tenga lugar como escritura del

trazo originario, ese uno-de-más que ya está escrito, y que sostiene todo escrito (Lacan,

Lituraterra, 2001, pág. 28). Sólo en esta vía-voz es que se instaura la pregunta sobre cómo hay una

escritura (escritura que hace al escritor) y cómo hay Acto en esta.

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***

Cómo hay una escritura… primer nudo a enganchar del tejido. Tendría que ser una escritura que

soporte la letra, lo literal y su litoral. Cómo hay una escritura que le haga lugar, dando cuenta a su

vez de la división subjetiva porque es ella la división misma. Cómo hay una escritura que fuera del

orden de la enunciación como lo es el sujeto del inconsciente, sosteniendo lo que desde allí se

escribe, el enunciado y su escrito.

Un nudo similar recorría Lacan al preguntarse por la ex-sistencia. Entre otras cosas, se preguntaba

entonces cómo hay un psicoanalista, para que así hubiese un Acto psicoanalítico. Ahora,

retomando el nudo por otro de sus hilos, pasamos por el mismo agujero de la inextinguible ex-

sistencia. Cómo hay una escritura, traza el vector al que empujan las letras, para que sea posible

acaso llegar a decirse de alguna forma opaca, emborronada de tinta, que ha habido escritor , entre

otros efectos, y así suponer quizá, que hubo Acto en esa escritura.

Escritura no es discurso, pero sí su materia, su anclaje, su soporte en el lenguaje. Escritura no sería

semblante, pero sólo si sus letras hacen borde y no sólo series. Escritura no es discurso, pero sí el

trazo único que permite dar cuenta de sus efectos, su instrumento19. Es decir que ¿podríamos

torcer el hilo y andar el nudo desde el discurso hacia la escritura, para seguir la huella lacaniana de

un discurso que no fuera del semblante, con la esperanza de que al llegar a ese su soporte que es

la verdad avistemos algo del litoral? Continuamos haciendo uso del ganchillo.

Lacan parte de aclarar que ningún discurso se sitúa a partir de un sujeto en particular, “aunque

este [este sujeto] se halle determinado por el discurso”, pero esto apuntaría a un lugar de

singularidad de ese sujeto. Dicho sujeto sólo es aquello representado por un significante para otro

19 Comentario de Mario Figueroa: ¿La escritura es el trazo único? ¿Toda ella es trazo único? Siempre me he preguntado por la diferencia entre letra y escritura. A veces Lacan parece confundirlas. Sin embrago, me pregunto si la escritura pone en juego la letra, pero no todo el escrito que implica acto de escritura es letra. De acuerdo con usted en que el escrito no es semblante si sus letras hacen borde, pero ahí habría una diferencia entre el escrito y sus letras. La idea que he tenido es que la escritura puede “movilizar” la letra, es decir que la escritura puede “remover” el goce al que la letra le hace borde y, en ese sentido, relativizar esa fijación de g oce, vaciar un poco de sufrimiento a la letra (letra en sufrimiento). En ese acto estribaría también la maestría del escritor. Pero la idea que tengo es que entonces no todo el escrito es letra y que justamente su valor, el del escrito, es esa circulación de la letra, la pone e n movimiento, como en la carta robada. Ese movimiento de la letra va más allá de ella misma como puro borde de goce. Hasta dónde el hombre de las ratas hace mover, vía análisis y mediando acto analítico, la letra de goce que es la rata. Esa letra ya estaba, de hecho llegó a análisis con el “delirio de las ratas” ya instalado, el análisis no es solo letra, es escritura, es hacer circular esa letra. Hay en el escrito y en la escritura algo más que letra y eso también es clave en el escrito. Respuesta al comentario: De acuerdo con usted. Por eso se da cuenta en el capítulo dos de tres niveles de la escritura, o lo escrito: la escritura como testamento, enunciado, sentido; la escritura como sujeto del enunciado, la re-escritura de esa marca, de esa letra ya inscrita, re-escritura del decir una vez ya ha sido dicho; y la escritura como sujeto de la enunciación, la letra, escritura del decir en el instante en que se está diciendo, escritura como instrumento de formalización y también como soporte material del corte, del bordeamiento, escritura que moviliza del plus de goce al vacío de la causa, escritura donde tiene lugar el Acto. Ahora bien, estos niveles o dimensiones de la escritura no se diferencian aquí más que porque se sigue la pregunta por el Acto en la escritura, y es en este tercero que se vislumbra cómo en la escritura tiene lugar el Acto y más aún cómo esta es su soporte e instrumento. ¿También se escribe en análisis? Sí.

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significante y en tanto representado es ausente y siempre dividido entre esa intersignificancia, la

cual, para Lacan, es a lo que se reduce en ese nivel toda intersubjetividad (Lacan, Seminiario 18.

De un discurso que no fuera del semblante, 1971, pág. 10).

Esa fuera su apuesta, su lanzamiento de dados, del primer año de la revista Scilicet, en la cual los

nombres de los autores sólo aparecían en la última página, pero encolumnados de forma que la

autoría de los escritos era intercambiable, y a su vez “indicando de este modo que ningún discurso

podría ser de autor”. Sujeto, en ausencia, apenas enumerable, acaso cifrable (Lacan, Seminiario

18. De un discurso que no fuera del semblante, 1971, pág. 12).

Sin embargo, toda apuesta, todo lanzamiento de dados está sometido, sabía Lacan de ello y así lo

escribió, está destinado al plato principal de la determinación significante, cómete tu Dasein sería

dicha respuesta, nos advertía el psicoanalista, y por lo tanto es necesario atenerse al deseo debido

a que su causa lo comanda.

Y así, concernido en su deseo, respecto a la fórmula De un discurso que no fuera del semblante,

Lacan propone desarrollar, no obstante, un modo de trabajo que se des-prenda de la lógica del

discurso del analista, que germine allí con sus raíces en la verdad, pero que, respecto a los otros-

amontonados, decía de su auditorio, quien enuncia esté en la posición del analizante. Tal y como

suena, nos dice, que quien enuncia logre sustraer la presencia y reducirse sólo a la ex-sistencia de

esa pura intersignificancia; es decir, que logre ubicarse como sujeto dividido, que vacile allí el

sujeto (Lacan, Seminiario 18. De un discurso que no fuera del semblante, 1971, pág. 11).

La fórmula, esa fórmula De un discurso que no fuera del semblante alude al semblante como

genitivo objetivo, esto es, que es lo que hace el discurso, o sea que, dice Lacan, el discurso es del,

hace, semblante en su fundamento. Entonces, la fórmula indica en esta acepción que el semblante

es producto del discurso.

También, está el otro factor de la fórmula, el del genitivo subjetivo donde el semblante sería del

discurso, entendiendo que el semblante haría discurso. Lacan aclara que, lo subjetivo no tiene

lugar en tanto que el sujeto sólo aparece representado en “el enlace de los significantes, un sujeto

como tal no domina nunca en ningún caso esa articulación, sino que está por ella… determinado” .

Así, pregunta Lacan, ¿de qué hace semblante el discurso? ¿cuál es el objeto del que el discurso

hace semblante? Así como el discurso de la ciencia ha hecho semblante del signo de la naturaleza:

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arco iris, trueno… o el insondable destello que juega con sus ecos en los instrumentos de la ciencia

(Lacan, Seminiario 18. De un discurso que no fuera del semblante, 1971, pág. 18).

¿Cuál es ese objeto del que el discurso hace semblante? Era esa la pregunta, difícil porque allí se

anida ese goce peligroso, que instaura la repetición y que hace que la excitación mínima del

principio del placer sea sobrepasada. Ese punto mortal que Lacan llama supremo, el punto más

bajo del límite superior y que, dice, es concebido a partir de Freud como una característica de la

vida y que, tal cual, es un hecho de discurso, efecto de discurso. Hasta la muerte. Porque la muerte

es el límite del goce de la vida (Lacan, Seminiario 18. De un discurso que no fuera del semblante,

1971, pág. 18).

Se desanuda así la fórmula dejando en el nudo, en el vacío, ese “no sea del semblante” como puro

efecto de discurso, plus de gozar, que funcionaba como real en la medida en que aparecía como

imposible.

El discurso del inconsciente es una emergencia, es la emergencia de cierta función del significante.

Que existiera hasta ese momento como insignia fue la razón para que lo ubicara como principio del

semblante. […] Es por centrar el efecto de un discurso como imposible, por lo que tendría alguna

posibilidad de ser un discurso que no fuera del semblante” (Lacan, Seminiario 18. De un discurso

que no fuera del semblante, 1971, pág. 21).

Y ahora, para anudar de nuevo, la fórmula entrega en sus factores que ese lugar del semblante es

el del agente, en el tetraedro, sostenido en la verdad. Una verdad del goce, de lo real que allí

apenas si se deja medio decir; incluso cuando ciertos artificios del semblante montado en su

banda sinfín intentan capitalizar para ponerla al servicio de sus hordas. Pobre semblante, siempre

queriendo llegar a los rincones del laberinto, a la dit-mensión del minotauro, donde habita la

verdad, sin siquiera sospechar que en esa demansión se soporta la suya propia (Lacan, Seminiario

18. De un discurso que no fuera del semblante, 1971, pág. 26).

Entonces, el semblante recorriendo el laberinto ¿qué hace?, nada más escribe con sus pasos la

superficie, desanda el encadenamiento significante, sin requerir de nadie pues es en el

encadenamiento mismo que un sujeto ausente podría surgir con lo real de su verdad, hacer litoral

(Lacan, Radiofonía, 2001, pág. 426).

***

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El Acto psicoanalítico y desde allí todo Acto cuya dimensión y efecto lo valide como tal, hace

operar al significante en su mínima expresión, reducido a sí mismo, en su carácter de rasgo unario.

Una dimensión y efecto que vacía de sentido, vacía de goce, haciéndolo actuar como puro

significante de la falta S(Ⱥ), en la escritura de la letra que es litoral por hacer lugar a la falta de

significante. Entonces surge el silencio. Silencio del significante. Presencia de la muerte y en la

misma superficie, borde, presencia de lo real.

Y la escritura… la que hace de lo escrito el rastro de una huella… que hace aparecer al escritor

como efecto de un decir y su ocaso… esa escritura tendrá que recorrer las vías del significante, así

sea apenas forzadamente reduciéndolas a su mínima expresión S1 – S2 para bordear y hacer

borde, para surgir y hacer surgir en su literalidad el litoral, silencioso, mortal, puro trazo.

A nivel de la experiencia analítica, la interpretación es del orden de la enunciación, como lo es la

palabra del oráculo, “sólo es verdadera en la medida en que se sigue verdaderamente”, esto es,

que la interpretación en cuanto enunciación está en el nivel del S(Ⱥ), por ello el recorrido alcanza

Acto. No obstante, no es suficiente, dice Lacan, con que la verdad se busque sostener a nivel del

significado y su demostración intrínseca, como lo hace la lógica positivista, pues lo que sostiene la

verdad es un discurso que no se cierra en sí mismo; donde dicha incompletud del universo del

discurso remite a la represión misma (Lacan, Seminiario 18. De un discurso que no fuera del

semblante, 1971, pág. 13).

Frente a ese real que horada la significación misma Lacan es alcanzado por las letras chinas, que le

hablan desde el aluvión. Le dicen, por ejemplo, que el carácter chino yang da cuenta de cómo el

referente del significante es inhallable y a su vez es real; incluso, lo que se demuestra a la inversa,

es porque es real que es inhallable (Lacan, Seminiario 18. De un discurso que no fuera del

semblante, 1971, pág. 43).

Y continua el susurro, en el que el carácter wei demuestra la función del significante que sería la

de hacer metáfora y metonimia… Este wei es a su vez el verbo actuar y la conjunción cómo que es

propiamente la que constituye la metáfora; haciendo confluir así la constitución misma del

significado en el acto de la significación. Estos rasgos singulares de una lengua lejana son para

Lacan como una refrescante lluvia en un caluroso día de verano pues cada carácter chino confirma

la presencia ineludible del sinsentido en el sentido mismo,

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[…] a nivel del fonema quieren decir algo… lo que no impide que, al poner juntos varios fonemas…

esto dé una gran palabra de varias sílabas… que no posee ninguna relación con lo que quiere decir

cada uno de los fonemas (Lacan, Seminiario 18. De un discurso que no fuera del semblante, 1971,

pág. 44).

En esa vía de la escritura china hace presencia entonces ese doble factor de la escritura y en una

misma superficie redoblada. De un lado, que es el mismo lado, lo escrito, como segundo término,

es decir, posterior respecto de toda función del lenguaje. Prestándose como instrumento para

cuestionar el orden simbólico, también efecto del lenguaje. Orden simbólico que es la residencia, la

demansión, la mansión del Otro de la verdad, la cual, sólo se interroga en su morada a través de lo

escrito. Sin embargo, dice Lacan, lo escrito no es lenguaje, sino que se distingue de este, razón por

la cual: el lenguaje se interroga desde lo escrito (no hay metalenguaje) y, lo escrito se construye en

referencia al lenguaje (Lacan, Seminiario 18. De un discurso que no fuera del semblante, 1971,

págs. 59, 60).

El primer término, el otro factor, puesto ahí del mismo lado, en el borde de la banda, es la

dimensión de la escritura que sigue la huella de lo ya escrito, es decir, la huella de la marca, del

trazo unario; la escritura del orden de la enunciación, de la letra que estaría en el origen mismo

del lenguaje. Allí, de donde parte la lógica significante, el lenguaje y su efecto, lo simbólico; pero

es allí también donde se asienta la escritura como teniendo suelo en dicha letra.

Es así como escritura y palabra estarían en una relación topológica como la de la superficie de la

banda, de nuevo. En la medida que la escritura no sólo representa a la palabra, sino que repercute

en esta, es decir, “…tal vez sea la representación como tal la que hace a las palabras”. Otro susurro

desde china, la antigua china, pero esta vez por vía-voz cantada en la escritura japonesa, pues esta

es eso de lo que se habla, razón por la cual …nunca se habla más que a partir de la escritura. Una

escritura que es puro trazo (Lacan, Seminiario 18. De un discurso que no fuera del semblante,

1971, pág. 85).

***

En el Acto analítico, el sujeto equivale a la verdad de su división $=a/S, anudando entonces el

recorrido desde la alienación en el plus de gozar y su “o no pienso o no soy”, hasta la castración, el

-ϕ, donde el objeto es ahora la falta vacía que casusa. Recorrido que da cuenta de la demansión

de la sublimación y su alcance.

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[…] una vez retirado, el objeto a que ocupa este lugar sólo deja, en ese lugar, el acto sexual tal

como yo lo acentúo …la castración. De ahí no pude testimoniar que lá n’a lyse [“allí no hay lisis”20],

si me permiten, fuera algo, sino sólo lo que concierne a la castración” (Lacan, Seminiario 18. De un

discurso que no fuera del semblante, 1971, pág. 71).

Y en la escritura… el Acto alcanzaría un efecto similar para dar cuenta de una dimensión de la

sublimación. Esa escritura del orden de la enunciación, que recorre y hace borde desde la falta del

objeto buscado hasta la falta del objeto causa del deseo, logrando una vuelta de más.

Redoblamiento significante que no es más que su reducción al silencio y su remisión a la letra.

Así las cosas, lo escrito entra en juego para cumplir su papel de permitir demostrar l’acosa, la no-

cosa, la cual no se puede mostrar. Y demostrar, dice Lacan, es decir lo que mostraba (Lacan,

Seminiario 18. De un discurso que no fuera del semblante, 1971, pág. 73).

Una demostración en el decir que implica la ausencia insoportable pero ex-sistente. Es como dice

Lacan que sucedió para sí como autor respecto a sus Escritos, como un germen, como “…un breve

comienzo de estar-ahí ausente… Y después, en efecto, se consumieron en un círculo mucho más

vasto…” (Lacan, Seminiario 18. De un discurso que no fuera del semblante, 1971, pág. 73). Si lo

escrito es un estar-ahí ausente pareciera que el escrito hace presencia de lo que fue; no como

representación, o metáfora, solamente; hace presencia por hacer ex-sistir como extranjeros,

arrebatados de la presencia, arrebatados del ser, desplazados, al trazar el litoral; hace surgir así el

sujeto de la enunciación, pero en cuanto anuncia su vacío.

Este arte sugiere que la arrebatadora es Marguerite Duras, nosotros los arrebatados. Pero si,

apresurando nuestros pasos tras los pasos de Lol, que resuenan en su novela, los oímos detrás de

nosotros sin haber encontrado a nadie, ¿es pues que su criatura se desplaza en un espacio

desdoblado? ¿o bien que uno de nosotros ha pasado a través del otro, y quién, ella o nosotros, se

ha dejado entonces atravesar?” (Lacan, Homenaje a Marguerite Duras, 2001, pág. 209)

Casi imposible de decir porque el decir arrebata más allá de la metáfora misma. Arrebata, como

los pasos de Lol pues, como las letras chinas, hacen valer su doble dimensión, dimensión

desdoblada. El borde de ese desdoblamiento es el rasgo unario que en el lenguaje mismo; “…se

conjuga con su fuente”, y es allí [en las nubes, el lenguaje, en el aluvión que llegó a Lacan] donde

se encuentra lo que es el rasgo -rasgado-, precipitándose desde donde era “…materia en

20lisis: Elemento sufijal de origen griego que entra en la formación de nombres femeninos con el significado de ‘disolución’. “hidrólisis"

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suspensión […] Lo que se evoca de goce […] que en lo Real se presenta como abarrancamiento”

(Lacan, Lituraterra, 2001, pág. 25).

[…] la escritura es en lo Real abarrancamiento del significado, …lo que cae del semblante en tanto

que él hace significante. Ella no calca a este [al significante] sino a sus efectos de lengua, lo que de

ellos [efectos] se forja [la lengua formada] por quien la habla. Ella [la escritura] remonta a él [el

significante] sólo para en él tomar nombre, como sucede con esos efectos entre las cosas que la

batería significante denomina por haberla enumerado [es decir que le son materia que luego el

significante representa]” (Lacan, Lituraterra, 2001, pág. 25).

Tan difícil de decir, y más aún de transmitir, que Lacan presta las letras ahora, o de nuevo, de la

topología. La topología de-muestra en su trazo ese hilo que hace nudo, vacío, entre el corte al que

remite la reducción significante, la fragmentación radical del semblante, con la vueltas necesarias,

el recorrido laberíntico de la sublimación.

Más superfluo resulta mi comentario sobre lo que hace Marguerite Duras al dar existencia de

discurso a su criatura. Ya que el pensamiento mismo con el que yo le restituiría su saber no podría

cargarla con la consciencia de ser un objeto, porque este objeto, ella lo ha recuperado ya con su

arte. Este es el sentido de aquella sublimación que tiene todavía aturdidos a los psicoanalistas por

el hecho de que, al legarles el término, Freud permaneció con la boca cerrada. Sólo les advirtió que

la satisfacción que conlleva no debe tomarse por ilusoria” (Lacan, Homenaje a Marguerite Duras,

2001, pág. 214).

Ese anudamiento corte-vuelta, reducción-torsión, alcanza el Acto y su efecto de modificación de la

estructura. Recuperar el objeto como desecho, una vez des-hecho. Recuperarlo cuando ya no

sirve, sino que causa. En el anudamiento, de nuevo, que es hacer nudo como vacío, hacer agujero,

para hacer concebible lo real que ahí se sostiene como imposible (Lacan, El atolondradicho, 2001,

pág. 509).

Ese recorrido y su corte, del cual apenas se puede dar cuenta al circunscribir un medio sentido, se

sostiene sin embargo con consistencia y existencia. Es decir, pone en juego el lenguaje, pero

también la carne de quien escribe. Si no, ¿cómo habría escritura en su dimensión de enunciación si

no es porque la existencia la toma prestada del lenguaje y la consistencia del cuerpo que toma

prestado de quien escribe? Y su verdad, así, abarranca lo real del goce, por hacer vibrar en ese

lenguaje y cuerpo prestados la literalidad que hace litoral para de-mostrar el anudamiento.

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Es como sucede en el Arrebato de Lol V. Stein, donde hay que tomar el nudo desde su primer

tiempo (del fantasma), la primera escena, donde Lol es ocultada-desvestida (dérober / dé-rober)

[une femme est dé-rober /dérober]. Dicho vestido es el soporte del “…fantasma al que Lol se fijará

en el tiempo siguiente”. Ese siguiente tiempo es el tiempo en el que el amante des-nudará a esa

otra mujer des-velando así la propia desnudez de Lol; entonces este segundo tiempo hace valer

que Lol es desnudada [soy desnudada – je sui dé-rober]. Y el tercer tiempo será ese ir hasta “…lo

indecible de esta desnudez que se insinúa para reemplazar su propio cuerpo [hacerse ver desnuda /

je me fais dé-rober]” (Lacan, Homenaje a Marguerite Duras, 2001, pág. 211).

Pero para que esos tiempos se entretejan y se anuden alcanzando el objeto ya desechado y por

eso mismo insoportable de esa mirada… para que el nudo o vacío allí tenga existencia y

consistencia hizo falta ese lenguaje en el que se desdobló Lol con sus pasos y desnudó su cuerpo

tomando prestada la carne de Duras… quien mientras escribía iba haciendo aparecer una soledad

artificiosa que le permitiera, así como Lol, consistir y existir a su vez.

***

Esa dimensión de enunciación de la escritura es la soledad que habitó Duras, que le exigió la

escritura cada vez que tomaba prestado su cuerpo y palabras. Hacer la soledad para escribir… ser

hecha por la escritura devenida de esa soledad… el significante en su silencio inefable.

Esa soledad, donde habita Duras junto con la escritura, no tiene muchas vías posibles, sólo le deja

el escribir (la sublimación), el goce (del alcohol) y la muerte. Esa soledad es el no-ser. Y en esas vías

Duras ha sido siendo en su “…‘derecho a decir’ absolutamente ignorado por las mujeres …en el

fondo de un agujero …[del que] sólo la escritura [la salvaba] …una inmensidad vacía …una

escritura viva y desnuda …terrible de superar …[consistente y existente sólo por su anudamiento],

la ortografía [lo simbólico y], el sentido [lo imaginario]” (Duras, 2007, págs. 32, 33).

De la soledad nace la duda, ¿duda de qué? Duda de la existencia, duda de ser. Una duda profunda,

radical que “…mucha gente no podría soportar… huirían… Esa es la verdad… La duda es escribir”.

Esa duda es la vía que hace que escribir sea un camino distinto al del goce y al de la muerte. Duras

cuenta que “si no hubiera escrito [se] habría convertido en una incurable del alcohol”. Para una

escritora como Duras el escrito exige ser terminado, ser “sólo y libre de ti” pues de lo contrario se

hace algo insoportable (Duras, 2007, págs. 34, 35).

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¿Qué es dicha soledad sino puro efecto de verdad? El efecto de verdad no es semblante, porque la

verdad es la sangre roja, que colorea el semblante. Cuando la verdad… habla… este semblante es

el significante en sí mismo, es decir que allí en su mutismo, el de la soledad, la verdad hace

semblante del Uno-de-más (Lacan, Seminiario 18. De un discurso que no fuera del semblante,

1971, pág. 14).

En el jardín, en el silencio de esa naturaleza, escribe Duras, se está acompañado pues allí están los

animales: la ardilla, el hurón, los pájaros y los gatos. El jardín es esa casa de afuera. Pero dentro de

la casa, en la otra naturaleza, la que es efecto de lenguaje… allí Duras está sola, en una soledad

que se ha construido, tan insondable esa soledad que a veces llega a perderse allí. Una soledad

construida y constructora pues allí escribió los libros que le hicieron escritora. Libros que nunca se

habían planeado, más allá de que aún los desconocía. En una soledad y una escritura que la

alejaba de todo hasta del tiempo, pues rara vez contaba el tiempo que pasaba escribiendo ni,

simplemente, el tiempo; inmersa, perdida, ausente, en el sólo Acto de escribir (Duras, 2007, pág.

28).

La soledad, casa de la escritura… o más bien el cuerpo y su espíritu porque sin esa soledad la

escritura se “fragmenta exangüe de buscar qué seguir escribiendo”, no cesa de no escribirse. Es

una soledad real del cuerpo que se convierte en algo inviolable, como una ley que no se puede

infringir, como un secreto que no se deja revelar. Y la escritura, para Duras, habita allí en la

soledad, así como la escritora dice habitar en la escritura (Duras, 2007, pág. 29).

Y entonces, escribiendo, prestándose al acontecimiento. Y para existir, dos cosas. Una habitación,

la escritura, que es “una ventana determinada [un marco de acción], una mesa determinada [un

lugar], ritos de tinta negra [una historia que vuelve], huellas de tinta negra inencontrables [una

huella que lo es por estar borrada], una silla determinada [un lugar para un sujeto que lo es

cuando se sienta a escribir]”. Para existir, también un cuerpo, con sus determinados ritos-goces,

como el de llevar whisky para esos momentos cuando lo real se hace ensordecedor, o la de tener

amantes a quienes velar, ocultar, vestir (dérober) ese marido que era la escritura (Duras, 2007,

págs. 29, 30).

Esa soledad, casa de la escritura, para Duras, es una soledad artificiosa, de ficción… Soledad hecha

para hacerse escribiendo. Porque en esa soledad-casa de la escritura es que se producen esos

objetos libros, como reflejos de luz proyectados desde un estanque, que también sirve de pista

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para que sobre este se deslice de cuando en cuando esa infancia que detiene, que hace caos, que

causa miedo y también amor (Duras, 2007, pág. 30).

¿De qué se escribe? Se pregunta Duras. ¿No resuena aquí nuevamente el “cómo hay escritura”?

Sin ambages responde: se escribe de la desdicha, del hambre, del dolor. Se escribe como el

vicecónsul, disparando a todo, menos a su amor, a quien “no es pero que se le da lo que no se

tiene”; se escribe entonces de eso imposible de decir, imposible de olvidar, se escribe de “la única

política”, de lo real del goce (Duras, 2007, pág. 33 y 40).

Eso que se escribe, es la desnudez misma, que hace que toda ficción y realidad sean una superficie

apenas discernible antes del corte que la literalidad alcanza en el litoral del goce. Entonces, la

escritura y lo escrito hacen que todo a su alrededor escriba; cómo no si, dice Duras, “La escritura

…se acerca a un salvajismo anterior a la vida” (Duras, 2007, pág. 35).

La escritura reducida a ese silencio extremo que apenas si roza las teclas en la máquina S1 – S2…

esa misma escritura es el trazo mismo “…tan antiguo como el tiempo …distinto e inseparable de la

vida misma”; es por eso que para escribir es la fuerza del cuerpo la que se necesita, del cuerpo

más allá de sí mismo, que eso que se escribe implique una fuerza violenta más fuerte que el

escrito mismo, pues si está en juego el origen mismo habrá que refundar cada vez que se escribe

(Duras, 2007, pág. 35).

Tan al origen conduce esa escritura que llega un momento en el cual empuja a las puertas de la

muerte… ¿cuáles son esas puertas?, ¿no son acaso las de la vida misma en su punto inicial? Allí,

dice Duras, cuando “ya estaba cansada de vivir, un poco más cansada que los demás …un estado

de dolor sin sufrimiento [más allá del sufrimiento, cuando la carta-letra ha llegado a su destino]

…No era triste. Era desesperado… remitía a la soledad inicial del autor” (Duras, 2007, págs. 36, 37).

¿Autor? ¿qué es…?

[…] ¿el narrador de la historia es quien la escribe? […] Resulta muy necesario plantearla porque

sin ella están perdidos, creen que el narrador de la historia es un simple fulano […] No es lo que

Proust [el autor] dice del narrador, es otra cosa lo que él escribe. [¿Quién escribe? ¿quién detenta

/ detona la letra?] (Lacan, Seminiario 18. De un discurso que no fuera del semblante, 1971, págs.

86, 87)

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¿Quién habla? Era la pregunta antecesora. ¿Es el mismo de quien se habla? Torsión de letras para

ahora preguntar: ¿quién escribe? Pregunta que relanza su borde hacia: ¿es ese mismo de quien se

escribe, de lo que se escribe?

Escribir. No puedo. Nadie puede. Hay que decirlo: no se puede. Y se escribe. Lo desconocido que

uno lleva en sí mismo: escribir, eso es lo que se consigue. Eso o nada… La escritura es lo

desconocido. Antes de escribir no sabemos de lo que vamos a escribir… Escribir es intentar saber

qué escribiríamos si escribiésemos …antes, es la cuestión más peligrosa que podemos plantearnos.

Pero también es la más habitual. La escritura: la escritura llega como el viento, está desnuda, es la

tinta, es lo escrito, y pasa como nada pasa en la vida, nada, excepto eso, la vida (Duras, 2007, págs.

54, 55).

Si nadie puede escribir y si tan sólo se escribe… si tan sólo es ese silencio… Escribir entonces, dice

Duras, “…es no hablar. Es callarse. Es aullar sin ruido… Es lo más difícil. Es lo peor… es la noche, es

cerrado… es la noche”. Escribir es callar, es el límite de la palabra, es la noche, lo insondable, es

cerrado, lo inasequible, lo más difícil, lo imposible, es lo peor, es no-ser, “escribir junto a lo que

precede el escrito es siempre estropearlo. Y sin embargo hay que aceptarlo: estropear el fallo es

volver sobre otro libro, un posible otro de ese mismo libro”. Escribir es con el fallo, con la falta, con

la huella misma, inevitable, tanto que si se evita vuelve como otra de sí misma. Es con y en el

agujero; es hacer agujero, dar cuenta de su lugar en la estructura misma (Duras, 2007, pág. 39).

Se escribe sobre la muerte y sobre lo real del goce, sobre el “sentido inaccesible… de la amplitud

sin límites”. Como cuando Duras escribe sobre la muerte de esa mosca de la cual “nadie dice nada,

nadie da constancia, nada… escribir del espanto de escribir… la muerte de esa mosca, su duración,

su lentitud, su miedo atroz, su verdad” (Duras, 2007, pág. 47).

***

El arrebato de Lol V Stein es la ruptura de ese enunciado que Duras apenas si teclea en la máquina

de escribir S1 – S2. Esa ruptura hace surgir su discordancia. También hace lugar al sujeto dividido

por esa verdad del goce, en ese objeto mirada, donde el lector es causado a su vez por quedar

incluido como el convidado que no fuera de piedra.

Dónde está la mirada, queda demostrado cuando Lol la hace surgir en estado de objeto puro, con

las palabras que hacen falta, para Jacques Hold, inocente todavía. ‘Desnuda, desnuda bajo sus

cabellos negros’, estas palabras en boca de Lol engendran el pasaje de la belleza de Tatiana a la

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función de mancha intolerable que pertenece a este objeto… Desde ese momento resulta legible

que, dedicados a realizar [Jacques Hold y Tatiana] el fantasma de Lol [hacerse ver desnuda

(desnudar)], serán cada vez menos el uno y el otro [y mientras tanto… leemos] (Lacan, Homenaje a

Marguerite Duras, 2001, pág. 213).

Esa verdad no puede ser más que una verdad reducida al objeto que da cuenta de su borde, aquí

la mirada. Una verdad que desencaja, des-orbita, que dice a un tiempo digo-la-verdad y miento.

Que hace que la conjunción de esa contradicción se sostenga, consista, y ex–sista. La misma

verdad que exige para su desciframiento detenerse en su carácter fundamental de equívoco que

conlleva a la vez la función de ocultar y la de descubrir; ese equívoco es en la escritura lo que se

puede leer, que es a la vez lo que ella dice y lo que ella no dice (Lacan, Discurso de Roma,, 2001,

pág. 154).

Una verdad que dice y no dice se hace insoportable… así como “una mujer que escribe: los

hombres no la soportan”. Una mujer, una verdad. Habitando en esa escritura de soledad, la

inmensidad de la vida entera, inexpugnable, inconquistable, de silencio insondable; o ¿una mujer,

una verdad, hecha así? Hecha en el decir, en el Acto de escribir, indescifrable: “…nunca descubriré

por qué se escribe ni cómo se escribe”, dice Duras. Pero, aun así, una escritura que sólo en sí

misma, en su Acto, alcanza un “…sentido para determinados caos personales [donde lo escrito

está] …tan lejos de cualquier habla como lo desconocido de un amor sin objeto” (Duras, 2007,

págs. 31, 32). Una mujer, una verdad, una escritura, un resto, que habla del goce, du jouisse, de

Joyce…

***

El bordeamiento que hace Joyce, canta-cuenta Lacan, es ese que hace aparecer allí la letra (letter)

en su dimensión de resto, puro desecho (litter), y con el cual escribe… Acto de escribir-se,

cumpliendo ese deber que enuncia atemporalmente Becket, es-criba; alcanzando y sosteniendo

una verdad ¿la de su división, sólo posible, sólo consistente y ex-sistente ahí?

Joyce, él, quería no tener nada, salvo lo escabello del decir magistral, y eso basta para que no sea

un santo hombre del todo simple, sino el síntoma ptipo (symptôme ptypé)” (Lacan, Joyce el

síntoma, 2001, pág. 593).

Para cumplir ese deber no tenía más que un cuerpo y lo entregó, ese más kueno. Por eso de

cuando en cuando se hacía mujer, se hacía verdad, pero en su escritura de la letra, del resto

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(litter). Casi escapaba, dice Lacan, al saltar el sentido sin dejarlo fuera de consistencia, por eso le

entregaba ese más keuno, el cuerpo, pues …hay que mantener que el hombre tiene un cuerpo, o

sea que habla con su cuerpo, dicho de otro modo, que parlêtre [hablaser] por naturaleza (Lacan,

Joyce el síntoma, 2001, págs. 592, 593).

Joyce, jouisse – goce, el síntoma de escribir-se, de hacerse ahí, pero luego de entregado,

artificiosamente, en torno a ese saber que no existe S(Ⱥ). Pero, “Joyce no es un santo. Joyza

demasiado del S.K. bello21 para eso, tiene de su arte artegullo [artificio] hasta la saciedad” (Lacan,

Joyce el síntoma, 2001, págs. 592, 593).

Incluso Duras tuvo que escribir sobre escribir, velar el artegullo, artificio, ante sus amantes pues,

no-toda en la es-criba, algo reservaba. Mientras que Joyce re-suelto pensaba cada aspecto de esa

reserva sin reserva más que el escabello, para hacerlo la fórmula general a la que Lacan llamó

Joyce el Síntoma. La reserva: “…como montones de cosas [Mes tempes si choses: mi templo de

cosas; Mes temp-si-choses: mi tiempo psicosis] en las que creemos sin adherir a ellas: los

escabellos de la reserva donde cada cual toma (Lacan, Joyce el síntoma, 2001, pág. 594).

Pues, esa fórmula [la del escabello], no la halló, por no tener de ella la más mínima idea. Corría sin

embargo ya por todas partes bajo la forma de ese ICS [inconsciente] al que califico como parlêtre.

Joyce [jouisse: goce], predestinado por su nombre, dejaba el lugar a Freud no menos consonante

[Freude: (traducción del alemán: “gozo”)] (Lacan, Joyce el síntoma, 2001, pág. 594).

Así es que Joyce -jouisse, goce- deja toda escritura ahí… en silencio… pasmada… en el borde, del

fin. En el borde del despertar de-prisa, porque es un tiempo en el que Joyce sólo se atiene a la

función de la prisa en lógica [1: instante de la mirada; 2: tiempo para comprender; 3: momento de

concluir].

Alcanza ahí Joyce esa punta ininteligible, ese escabello, sin tener idea que se trataba de eso a lo

que el psicoanálisis desde Freud daba otra instancia de la letra en el inconsciente. Escabello, goce

opaco, pasando excluido de sentido, (pas-sans) no-sin saber; goce (jouisse – Joyce) desvalorizado

“por el hecho de que el análisis, …no tenga ninguna otra posibilidad para lograrlo más que

haciéndose incauto… del padre como ya lo indiqué… Lo extraordinario es que Joyce lo consiguiera

21 Escabello: chamulla para atarearse con la esfera con la que hacerse un escabello, un objeto a] [S: Santo; K: kuerpo, no-tiene más keuno.

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no sin Freud …pero sin el recurso de la experiencia del análisis” …an-a-lisis: caída-de-un-a (Lacan,

Joyce el síntoma, 2001, págs. 596, 597).

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Tabla de gráficas

Gráfica 1: Grafo de la subjetivación (Lacan, Seminario 10. La Angustia 1962 - 1963, 2006, pág. 189). ........... 8

Gráfica 2: Corte en la esfera y producción de la Banda de Möbius (Lacan, Seminario 14. La lógica del

fantasma 1966 - 1967, pág. 164). ............................................................................................................... 10

Gráfica 3: Corte en la Banda de Möbius y producción del Toro (Lacan, Seminario 14. La lógica del fantasma

1966 - 1967, pág. 165). ............................................................................................................................... 10

Gráfica 4: Los dos tipos de agujeros en el Toro (Lacan, Seminario 10. La Angustia 1962 - 1963, 2006, pág.

147) ........................................................................................................................................................... 11

Gráfica 5: Tetraedro de Repetición / Sublimación / Paso al acto / Acting-out (Lacan, Seminario 14. La lógica

del fantasma 1966 - 1967, pág. 184) ........................................................................................................... 18

Gráfica 6: Matema 1 de la metáfora (Lacan, La metáfora del sujeto, 1966, pág. 868). ................................. 26

Gráfica 7: Matema 2 de la metáfora (Lacan, La instancia de la letra, 1966, pág. 495). ................................. 27

Gráfica 8: Matema de la metonimia (Lacan, La instancia de la letra, 1966, pág. 495). ................................. 29

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