ACOMPAÑAR LA TENTACIÓN - Cristianisme i Justicia · cida reflexión sobre las tentaciones de...

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ACOMPAÑAR LA TENTACIÓN Darío Mollà, sj. 1. ALGUNAS TENTACIONES EN EL PROCESO DE CRECIMIENTO ESPIRITUAL 1.1. La pérdida de Dios ............................................................................................ 1.2. La tentación oculta ............................................................................................ 1.3. «No soy como los demás» ................................................................................ 2. ACOMPAÑAR A QUIENES ESTÁN TENTADOS 2.1. La tarea ............................................................................................................... 2.2. Fortalecer al sujeto de discernimiento ............................................................. 3. LAS TENTACIONES DE QUIEN ACOMPAÑA ............................................................... NOTAS .................................................................................................................................. 24 8 21 14 13 6 5

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ACOMPAÑAR LA TENTACIÓNDarío Mollà, sj.

1. ALGUNAS TENTACIONES EN EL PROCESO DE CRECIMIENTO ESPIRITUAL

1.1. La pérdida de Dios ............................................................................................1.2. La tentación oculta ............................................................................................1.3. «No soy como los demás» ................................................................................

2. ACOMPAÑAR A QUIENES ESTÁN TENTADOS

2.1. La tarea ...............................................................................................................2.2. Fortalecer al sujeto de discernimiento .............................................................

3. LAS TENTACIONES DE QUIEN ACOMPAÑA ...............................................................

NOTAS .................................................................................................................................. 24

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Impreso en papel y cartulina ecológicos • Edita CRISTIANISME I JUSTÍCIA • R.de Llúria, 13 - 08010 Barcelona • tel: 93 317 23 38 • fax: 93 317 10 94 •[email protected] • Imprime: Edicions Rondas, S.L. • ISBN: 84-9730-178-1 •Depósito Legal: B-44.550-2007 • ISSN: en trámite • Depósito Legal: B-7493-07• Noviembre 2007La Fundación Lluís Espinal le comunica que sus datos proceden de nuestro archivo histórico perte-neciente a nuestro fichero de nombre BDGACIJ inscrito con el código 2061280639. Para ejercitar losderechos de acceso, rectificación, cancelación y oposición pueden dirigirse a la calle Roger deLlúria, 13 de Barcelona

El término tentación posee una granvariedad de significaciones en la litera-tura espiritual cristiana. Antiguo comolos más antiguos escritos canónicos,presente a lo largo de los siglos y abier-to siempre a múltiples sentidos. De to-dos sus significados, el más adecuadoetimológicamente es, con seguridad,aquel que se refiere a la tentación comoprueba. Sin embargo, el más habitual enel uso cotidiano es aquel que se refierea la tentación como incitación al mal, alpecado. Pero no son estos los dos úni-cos sentidos posibles de la palabra ten-tación: junto con ellos, encontramosuna pluralidad de significaciones: resis-tencia interior, engaños, seducciones,desolación... Por tanto, lo primero a ha-cer en esta reflexión es acotar y precisara cuál de esos posibles sentidos de ten-tación vamos a prestar atención. Lo ha-remos de inmediato, aunque antes hare-mos alguna reflexión sobre el hechomismo de las tentaciones.

«La vida no es más que una tenta-ción multiforme... La condición normal

del cristiano es ser tentado»: estas afir-maciones recogidas en una sencilla y lú-cida reflexión sobre las tentaciones deCristo en el desierto1, expresan con cla-ridad meridiana una convicción univer-sal de quienes han abordado el tema dela tentación desde la vertiente de la es-piritualidad. El ser humano es un sertentado y a esa vulnerabilidad de la con-dición humana no escapa, por supuesto,el cristiano en ninguna de las fases de suproceso espiritual.

Es más. Julián Marías resalta aque-llo que de positivo y humano, en el me-jor sentido de la palabra, tiene el hechode ser tentado: «La susceptibilidad a lastentaciones me parece un rasgo valiosode las personas: indica sensibilidad,atención a lo real, interés por ello, per-cepción de los valores, vitalidad inter-na. La ausencia de tentaciones revela se-quedad, pobreza, pusilanimidad, faltade generosidad, cobardía»2.

Si asumimos esta convicción uni-versal acerca de la tentación como algoinherente a la condición humana, no hay

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que asustarse porque suframos tentacio-nes. Más bien al contrario, hay que va-lorarlas positivamente como un ele-mento de crecimiento personal. SanIgnacio de Loyola advierte a quienacompaña Ejercicios Espirituales queno debe preocuparse porque el acompa-ñado esté tentado, sino que, al contrario,cuando debe preocuparse es cuando a lolargo del proceso de los mismos no exis-ten tentaciones3.

Los frutos de las tentaciones sonmúltiples cuando son bien elaboradaspor quien las sufre, y en ese «bien ela-borar» las tentaciones es importante elpapel del acompañante. Dionisio elCartujano en su De remedio tentationum(1455) se pregunta «¿por qué son útileslas tentaciones»? Y responde: «Nos lle-van a luchar, a purificarnos, a ser humil-des reconociendo que sólo la gracia deDios nos libra de modo duradero denuestra inclinación al mal; nos enseñana conocernos a nosotros mismos, prue-ban nuestra fidelidad y nuestra obedien-cia, permiten el progreso espiritual»4.Continuando, siglos después, esa líneade pensamiento François Roustang di-ce en su Iniciación a la vida espiritual:«La tentación no es simplemente conse-cuencia del pecado y medio de la salva-ción, no solamente es necesaria para ha-cernos libres y descubrir la gratuidaddivina, es mucho más: lugar privilegia-do de la unión con Dios»5.

La amplitud de significados del tér-mino tentación obliga, pues, como de-cíamos al comienzo, a acotar el terrenoen el que nos vamos a mover , a preci-sar de qué tentaciones vamos a hablar,

pues, obviamente es imposible, dentrode los límites de nuestro trabajo, pre-tender entrar en todos ellos. ¿Con quécriterio acotamos?, ¿por dónde corta-mos?. Lo vamos a hacer desde la pers-pectiva del itinerario o camino de la ex-periencia espiritual. Nos referiremos,pues, a tentaciones que sufre, de modoparticular, la persona que entra en unproceso espiritual de una cierta profun-didad y que tienen que ver directamen-te con dicho proceso. No entraremos,pues, en lo que podríamos llamar el te-rreno de las tentaciones morales.

Dicho esto, es necesario añadir aúnun segundo nivel de concreción. De to-das las tentaciones que acompañan a unproceso de crecimiento en la vida espi-ritual, seleccionamos tres: en primer lu-gar, la tentación del desánimo, del aban-dono; posteriormente, la tentaciónllamada bajo especie de bien, es decir latentación de sustituir el camino queDios nos marca por los atajos que en-gañosamente nos parecen mejores; fi-nalmente, la tentación de vivir la expe-riencia espiritual de tal modo que elsujeto se convierte en aquello que el len-guaje evangélico denomina fariseos.

Tras una primera parte del trabajocentrada en algunas de las tentaciones,fijaremos la atención, en una segundaparte, en la figura del acompañante: tan-to para sugerir algunas indicaciones quetienen que ver con el modo de abordarsu tarea, como para apuntar algunas delas tentaciones específicas o propias queél mismo puede padecer como talacompañante, en su labor de acompa-ñamiento.

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1.1. La pérdida de DiosLa tentación se manifiesta en una

sensación, más o menos prolongada enel tiempo, de ausencia de Dios. Muchasveces aparece tras un tiempo de entu-siasmo, de luz, de gozo interior, de asu-mir compromisos vitales de una ciertaenvergadura, de iniciar un camino espi-ritual. La tentación provoca que el en-tusiasmo se enfríe, el seguimiento se ha-ga monótono y pesado, la oración seviva como sequedad, los compromisosse vivan más como carga que como ex-presiones de una generosidad interior.

De nuevo se experimenta con fuerza ladebilidad interior, e incluso tentacionesmorales que se habían apaciguado re-brotan con nueva fuerza.

Esta es una tentación para siempre,que puede aparecer una y otra vez en elitinerario espiritual: incluso en momen-tos o personas muy avanzadas en él, queexperimentan profundos, largos y dolo-rosos silencios o noches espirituales.Pero es muy tentadora, tiene una espe-cial fuerza en momentos iniciales, pre-cisamente por la sorpresa y el descon-cierto que provoca en quien esperaba

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1. ALGUNAS TENTACIONES EN EL PROCESO DECRECIMIENTO ESPIRITUAL

La primera de las tentaciones que abordamos es una tentación que,aún presente en diversos momentos del itinerario espiritual de una per-sona, tiene especial fuerza tentadora, especial impacto, en los momen-tos iniciales del proceso de crecimiento espiritual. Y no porque sea másdura e intensa en si misma cuando se presenta en esos tiempos de ini-cio que cuando aparece en un itinerario espiritual más avanzado, sinoporque encuentra a la persona tentada menos prevenida y más débilfrente a ella. La he llamado tentación de la pérdida de Dios. En el len-guaje de los Ejercicios de San Ignacio de Loyola: la persona se siente«como separada de su Criador y Señor»6.

que su entrada en el proceso espiritualfuese una especie de seguro de bienes-tar espiritual.

Esta tentación, que tiene mucho delsentido primario de prueba, provocamalestar, desconcierto, angustia, dudassobre si efectivamente vale la pena se-guir por el camino empezado o si todoaquello no es más que una ilusión o unesfuerzo imposible para él. Tiende adesanimar, a paralizar y puede llegar in-cluso a provocar sentimientos de agre-sividad contra uno mismo, contra aque-llas personas o circunstancias que lemetieron en este lío o contra Dios mis-mo. Con el paso del tiempo y el progre-sar en la vida espiritual, los silencios sehacen quizá más espesos, las dudas máshondas y lacerantes, los desánimos másradicales; pero hay un mayor bagaje es-piritual con el que afrontar la situación,hay más reserva para afrontar la trave-sía de ese desierto.

Cuando una «prueba» es exterior,viene de fuera, de la vida, de otras per-sonas, incluso cuando es percibida co-mo prueba que envía un Dios al que sesiente cercano, cuesta más o menos ven-cerla, pero uno, luchando contra ella, sesiente héroe y esa especie de caballeroandante que todos llevamos dentro sesiente gratificado incluso cuando no sa-le indemne de la prueba: al fin y al ca-bo, las heridas que pueda sufrir son he-ridas de guerra, y las heridas de guerraobtienen reconocimiento y medallas.Pero cuando la prueba es tan interior co-mo la pérdida, la oscuridad y la ausen-cia del Dios que da sentido, del Dios porel que se ha apostado, la persona no sesiente héroe sino engañado, bobo, y anadie le gusta percibirse como tal.

Esta es, como todas, una tentacióndolorosa pero fecunda cuando se supe-ra. Y fecunda precisamente en el terre-no en el que se plantea: el de la propiaexperiencia de Dios: «seguramente seconoce mejor a Dios cuando parece quelo hemos perdido. La presencia es bue-na porque nutre y sosiega [...] pero co-rremos el riesgo de adormecernos;mientras que la ausencia, que hace su-frir, acentúa el hambre y la sed, e im-pulsa hacia delante sin cesar» 7. Estaspalabras traen a la mente la experienciaque hermosamente describe san Juan dela Cruz en su Poema de la fonte: «Aquíse está llamando a las criaturas, y de es-ta agua se hartan, aunque a oscuras por-que es de noche»8.

Es evidente que la tarea del acom-pañante en estas situaciones es, básica-mente, sostener. Sostener al acompaña-do en la prueba, una prueba que ha desuperar por sí mismo. Sostener no es pe-lear por él. Sostener es transmitirleaquella honda certeza que Ignacio ex-presa en los Ejercicios: que «el auxiliodivino [...] siempre le queda, aunqueclaramente no lo sienta»9.

1.2. La tentación oculta

«Andamos en la misma tentación yno la entendemos» confesaba Teresa deJesús en su Camino de Perfección10:«Hay caminos que parecen rectos, pero,al cabo, son caminos de muerte»(Proverbios 14, 12). No vamos a refe-rirnos ahora tanto a una tentación espe-cífica, cuanto a un conjunto y diversi-dad de situaciones en las que algo quees bueno en sí mismo es, sin embargo,tentación porque es causa de desorien-

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tación, desviación, pérdida de rumbo,de una persona en su camino de segui-miento de Jesús. Y quien sufre y cede aestas tentaciones no alcanza a ver suerror más que cuando ya ha producidosus efectos perversos.

La persona combatida por esta ten-tación decide desde su buena fe. Estáconvencida de hacer las cosas bien e in-cluso con generosidad y, sin embargo, ladecisión que toma le produce un dañoespiritual. ¿Qué ha sucedido?. Que hasido engañado. Ha sido introducido, sindarse cuenta, en dinámicas y en modosde hacer y de estar no evangélicos.Criterios no evangélicos, deseos no pu-rificados, protagonismos no evidentes,verdades a medias, mociones no discer-nidas han perturbado su visión y su de-cisión. Ha tomado un camino erróneo,cuando pensaba que lo que hacía era pa-ra mejorar, Esta tentación bajo especiede bien ha sido también abundante-mente tratada en la literatura espiritualcristiana desde muy antiguo.

Si la tentación primera que hemosabordado se situaba en el ámbito de laprueba, ésta se sitúa en el ámbito del en-gaño. Engaño, mentira, son términosque toda la tradición cristiana asocia ala tentación y al tentador, el padre de lamentira. Uno de los textos bíblicos dereferencia sobre la tentación, Génesis 3,está construido sobre una acumulaciónde mentiras, de modo particular en eldiálogo entre la mujer y la serpiente11.Obviamente el engaño es tanto más efi-caz cuanto mayor es la apariencia debondad de aquel o de aquello que pre-tende engañarnos. Las tentaciones deJesús que presentan los evangelios se si-túan en este ámbito de tentación: el ten-

tador no pretende con ellas que Jesúsdesista de su misión, sino una manerainadecuada de llevarla adelante.Aparentemente todo será así más eficaz,más fácil, más universal: pero realmen-te si Jesús hubiera cedido, su misión hu-biera quedado tocada de muerte.

Este tipo de tentación es muy peli-grosa precisamente por su carácter ocul-to: «Para significar la importancia de ladecisión a tomar y la gravedad del errora no cometer , la tradición evangélica noha tenido empacho en endurecer la ten-tación y mencionar detrás de esta ilusiónespiritual la presencia de Satanás»12. Esuna tentación particularmente peligrosapor su carácter pluriforme: cualquier re-alidad, incluso aquellas en principiomás santas, pueden ser utilizadas comoelemento de engaño y tentador: es co-nocido que Ignacio de Loyola experi-mentó la misma oración como elemen-to tentador en su tiempo de estudios.Nada es, de entrada, descartable comoengañoso, todo es necesitado de discer-nimiento.

Hay engaños más propios de deter-minadas situaciones (de edad, apostóli-cas, institucionales ...) y engaños másfrecuentes en otras; cada tiempo, cadaépoca histórica, tiene también sus pro-pios engaños. Y el ámbito de los enga-ños no es sólo en ámbito de los conoci-mientos, de lo teórico, sino también elde los sentimientos, el de los afectos, elde la propia experiencia espiritual: in-cluso la misma oración o las consola-ciones necesitan ser discernidas. Ysi ha-cemos caso a Ignacio de Loyola, cuandomayor y más cierta parece ser la conso-lación necesita más «ser mucho bienexaminada»13.

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¿No hay un punto de referencia ob-jetivo?, ¿hay algo que permita orientar-se adecuadamente en el camino de la vi-da espiritual?, ¿cómo se puede estarseguro, con la certeza y la seguridadsiempre limitada que cabe a la condi-ción humana, de seguir el camino deJesús (camino, verdad y vida)?, ¿cuál esel punto de referencia en el horizonte delseguimiento de Jesús de que se está biensituado, evangélicamente situado?Tiene que ver con la pobreza, la humil-dad, el salir de uno mismo, la cruz: Jesúspobre y humilde, Crucificado: éste es elcamino seguro, «como sea la vía que lle-va a los hombres a la vida»14.

El fruto, por hablar así, de afrontary superar este género de tentaciones tie-ne que ver básicamente con la madurezevangélica del seguimiento. Madurezen cuanto capacidad de vivir el segui-miento con criterio propio, que es lomismo que vivir el seguimiento de Jesúsy la experiencia espiritual como perso-nas maduras. Evangélica en cuanto pro-ximidad real de nuestro vivir al de Jesús.

Obviamente todo esto tiene su re-percusión, e importante, en el acompa-ñamiento y en el acompañante. Nos mo-vemos en un terreno que va a requerirmucha confianza por parte del acompa-ñado y mucha prudencia por parte delacompañante. Confianza del acompaña-do, entendida no sólo en el sentido dela transparencia, que es el nivel más bá-sico de la misma, sino en el sentido másprofundo de confiarse a él, y de con-fiarse cuando el acompañante está di-ciendo que aquello que el acompañadovive y experimenta como bueno no loes. Eso va a demandar del acompañadoque deponga su propio criterio y opi-

nión en favor de la del acompañante, locual evidentemente no es fácil de hacer.Ese ejercicio de confianza del acompa-ñado no será suicida para el acompaña-do si el acompañante es, a un tiempo, lú-cido y prudente. Lúcido, antes quenada,. consigo mismo y con sus propiastentaciones y engaños pasados y pre-sentes; prudente en escuchar sin juzgar;en valorar lo que escucha sin pretenderaplicar recetas preestablecidas, en sersuficientemente delicado al poner alacompañado ante los eventuales enga-ños que pueda sufrir, en darle los ins-trumentos adecuados en el momentoadecuado para que el acompañado hagasu discernimiento.

Del discernimiento diremos algomás en la segunda parte de esta refle-xión, pero ya podemos anticipar que esaes, en nuestra opinión, la tarea básica delacompañante a lo largo del proceso delacompañamiento: fortalecer al sujeto dediscernimiento.

1.3. «No soy como los demás»La frase pertenece al capítulo 18 de

evangelio de Lucas (Lc 18, 11). Jesús lapone en boca de un personaje al que lla-ma el fariseo. Al margen de considera-ciones históricas sobre la polémica cris-tiano-farisea en los primeros tiemposdel cristianismo, el fariseo que apareceen esta parábola (Lucas 18, 9-14) es,fundamentalmente, un personaje que segusta a sí mismo: tiene de sí una altavaloración y concepto moral, cumplecon exactitud y minuciosidad los man-damientos y las obligaciones legales desu religión, no encuentra pecado del queacusarse, no pide nada porque no tiene

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nada que pedir. Altivo ante Dios («depie»), mientras al publicano no se atre-ve a levantar, ya no su persona, sino susojos, su «te doy gracias», suena a vacíoy ficticio. Por encima de los demás engeneral («no soy como los demás»), delos que parece que nadie está a la altura(«ladrones, injustos, adúlteros»), perosuperior especial y concretamente deaquel que tiene a su lado («ni tampococomo este cobrador de impuestos»), pormás que le ve no en la mesa de los im-puestos, sino en el templo, no extorsio-nando al pueblo sino en oración y pi-diendo la misericordia de Dios. Jesúsdice que el publicano encontró la mise-ricordia de Dios que pedía («se fue per-donado»), pero ciertamente no la en-contró el fariseo....

No nos resulta desconocido el per-sonaje, no ya en el texto evangélico, si-no en la vida cotidiana. Lo encontramosmuchas veces en ámbitos religiosos.Con demasiada frecuencia. No es, enabsoluto, un personaje de ficción o delpasado. Cuando se le encuentra en elacompañamiento, normalmente se pasamal con él, es una de las situaciones másdifíciles de acompañar. En el fondo, ha-ce acompañamiento no por deseo o por-que sienta necesidad de hacerlo, sinoporque es una más de las cosas que elcódigo marca que hay que hacer. Nobusca orientación, cuestionamiento,guía: busca el aplauso y la admiracióndel acompañante; no parece necesitar loprimero y está ávido de lo segundo. Y,además, tampoco sus acompañantes es-tán a la altura, a su altura: se lo hace sa-ber y sentir a veces de formas muy su-tiles: él siempre está más allá.

Desde la constatación de la frecuen-cia del fenómeno del fariseísmo en losámbitos religiosos, es lógico preguntar-se ¿por qué sucede eso?, ¿por qué suce-de tantas veces?. ¿Qué dinámica provo-ca que la experiencia religiosa sepervierta, y con una cierta frecuencia,de modo tan brutal y en personas que sesupone especialmente avisadas de ello?.Nos ayudará una breve reflexión al res-pecto, tanto en cuanto simples creyen-tes como desde nuestro servicio deacompañantes. Aporto unos sencilloselementos del proceso.

Creo que, en estas situaciones, la ex-periencia espiritual se ha cosificado, seha hecho cosa más que relación. Laesencia de la experiencia espiritual cris-tiana es la relación con un Tú, que nosha encontrado, al que hemos descubier-to como fuente de vida, por el que nossentimos amados y con el que, a partirde todo esto, entramos en una relaciónpersonal. Experiencia hecha de gratitudy de entrega generosa, pero también depecado y misericordia; de plenitud y desombras, de presencias que nutren y deausencias que duelen. Pero lo que suce-de en estas situaciones farisaicas es quela dimensión relación se oscurece, se di-luye, mengua... y en su lugar se cosifi-can elementos nacidos muchos de ellosen esa relación, y la experiencia espiri-tual va centrándose en ellos. ¿Qué es loque se cosifica?: normas, prácticas (in-cluso las más piadosas), ideas, compro-misos... La vida espiritual ya no tienecomo centro la relación (con Otro y conotros), sino aquello que se ha cosifica-do. Es ya el punto de referencia, el ho-rizonte de fidelidad: ya no se es fiel tan-

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to a Dios, cuanto a las normas, las prác-ticas, las ideas, los compromisos.... Lamisma oración deja de ser espacio de re-lación y pasa a ser espacio de autocon-templación, de medida, de afirmaciónen nosotros mismos.... No le damos gra-cias a El por ser como es y por amarnos,ni por los otros que nos aman y a quie-nes debemos amar: le damos gracias pornosotros mismos, por ser como somos:te doy gracias por como soy.

El fariseo no encuentra pecado en simismo, porque, claro, cumple sus códi-gos (religiosos, sociales, ideológicos....)y cuando no, los adapta, interpreta o ma-tiza con cientos de excepciones y mati-ces que, obviamente, son válidos para élmismo, teniendo en cuenta las mil cir-cunstancias de la vida, pero no lo son pa-ra los demás. El pecado ya no es la quie-bra o el deterioro de una relación, sino lamancha en la propia imagen, en la apa-riencia exterior... El fariseo no necesitael perdón de nadie: se basta él para jus-tificarse a sí mismo o el esfuerzo de suvoluntad para que, de nuevo, la norma,la idea, la práctica le salve.

Lo que es cosa, se puede poseer.Los fariseos se convierten poco a pocode deudores (deudores al otro somos entoda relación) en propietarios. Pasanpaulatinamente de la vulnerabilidad(en toda relación somos vulnerables) ala seguridad, a sentirse seguros y ponersu seguridad en aquello que poseen ycontrolan. La experiencia espiritual vadejando de ser un don y va convirtién-dose en una riqueza. Si nuestra viven-cia básica es la de deudores o la de vul-nerables, nos sentimos cercanos a lamayoría de la comunidad humana; pe-ro si es la de propietarios ya no tanto:

es claro que unos tienen y otros no, yque la mayoría no tienen. Somos ya dela minoría privilegiada que tiene: esta-mos por encima de muchos en bienesespirituales. Nos apropiamos de la ex-periencia espiritual. Primero la cosifi-camos, y una vez cosificada la apre-hendemos, nos constituimos en suspropietarios.

Es obvio que ese apropiarse sitúa demanera distinta ante Dios y ante los de-más. Dios va siendo menos necesario(aunque su nombre o sus fórmulas no secaigan de los labios: es parte de las prác-ticas adquiridas); en la relación y en laoración se impone la fórmula al senti-miento, lo formal a lo verdadero. Se esmucho más rezador que orante. Los de-más van siendo también observadosdesde la óptica de la posesión: los quetienen y los que no tienen, los que tie-nen más que yo o los que tienen menosque yo, los que me pueden dar algo y losque no.

Si desaparece la relación de la expe-riencia espiritual, si desaparece el Tu ylos otros, el espacio vacío va siendoocupado de un modo constante e impla-cable por el yo, por el ego, por muy es-piritual que ese ego sea. Se cumple asíaquella antigua promesa contenida en laprimera y prototípica tentación: «La ser-piente le dijo... Seréis como dioses»(Génesis 3, 4). Tu ego será tu Dios.

Ante esta situación, ¿cómo acompa-ñar?, ¿qué se puede hacer? Pues, la ver-dad, es difícil actuar, porque el acom-pañante no encuentra demasiadosresquicios para intervenir. De entrada, vaa ser necesaria paciencia y humildad: pa-ciencia para esperar el momento o laocasión en que alguna circunstancia,

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más o menos imprevisible, ponga encuestión tanta seguridad; humildad parapermanecer sin ser escuchado, sin saberqué hacer, soportando exhibiciones delego. Ayudará una especial agudeza paraconfrontar a este acompañado con suscontradicciones, confrontación en la quemuchas veces no va a entrar. Toda suge-rencia de medios, situaciones, relaciones

que laminen ese yo ensoberbecido pue-de ser útil; actividades o propuestas sen-cillas que le saquen de sí mismo. Quizámás que actuar el acompañante directa-mente, se tratará de propiciar situacionesque le pongan en cuestión.... Y orar mu-cho para que Dios se haga presente consu infinita capacidad de confundir amo-rosamente a quienes no deja de amar.

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2.1. La tareaNo hará falta insistir a la altura que

estamos en esta reflexión, que en elacompañamiento de aquellos que sontentados por las tentaciones que hemosseñalado, y por cualquier otra en gene-ral, la tarea más importante del acom-pañante no es dar respuestas moralizan-tes que, quizá a corto plazo pueden sertranquilizadoras, pero que no resuelvencasi nada a largo plazo. Como ya he in-sinuado antes brevemente, la tarea bá-sica del acompañante es, a medio y lar-go plazo, ayudar a la formación de unsujeto cristiano maduro. Un sujeto cris-tiano maduro que, como tal y por ello,sea capaz de afrontar y elaborar positi-

vamente sus tentaciones. Ello no elimi-na la necesidad, como ya hemos visto,de apoyos y ayudas puntuales.

¿Y qué define la madurez del sujetocristiano?. En mi opinión, hay dos ele-mentos básicos que hacen maduro/a a uncristiano/a: por una parte, la integraciónde las diversas facetas de su vida y per-sona; en segundo lugar, la capacidad dediscernimiento. La integración de los di-versos niveles de la persona y de la vidahumana en una unidad de visión y de ac-ción y, además, la capacidad de discer-nir, o sea de situar su vida, y situarse a simismo, con criterio propio, en el pro-yecto de Dios para el mundo y en el mo-mento concreto en que vive. Obviamen-

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2. ACOMPAÑAR A QUIENES ESTÁN TENTADOS

Obviamente, una de las tareas básicas en el acompañamiento espi-ritual es acompañar las tentaciones y a las personas en situación detentación. Vamos a hacer algunas reflexiones sobre qué supone esteacompañamiento, dando por supuestos elementos básicos del acom-pañamiento espiritual, y centrándonos en cuestiones específicas quetienen que ver, básicamente, con las tentaciones que hemos detallado.

te, ambos elementos interactúan. Ayudara crecer al sujeto en madurez personal ycristiana es la tarea relevante que elacompañante puede y debe hacer paraque la persona acompañada sea lúcida yfuerte ante sus tentaciones.

Julián Marías, en el artículo men-cionado anteriormente, dice: «La exis-tencia de un terminus ad quem, de algoa lo que se aspira, hacia lo cual se tien-de, es el gran factor de unificación, elque mantiene, hasta el final, la coheren-cia de la vida»15. El acompañante debepropiciar que su acompañado trabajeaquellos elementos que ayudan a vivir lavida integradamente, y estimularle a ha-cer lecturas integradoras de la realidadmultiforme de su persona y su vida.Debe cuidar que sus vivencias espiritua-les no ignoren o funcionen de modo pa-ralelo a las cuestiones que su persona osu vida le plantean, y le debe estimulara emplear el tiempo y el esfuerzo nece-sario en integrar: debe hacer lo posiblepor impedir que el acompañado se esca-pe de la vida, o de sus problemas, porelevación o mistificación, y urgirle a quesu experiencia espiritual soporte las pre-guntas que sea necesario soportar. Y enel acompañamiento espiritual, y por es-piritual precisamente, debe hablar de lavida, y de lo cotidiano de la vida. Paraun acompañamiento integrador tan im-portante es conocer y valorar lo que elacompañado hace en su tiempo de des-canso u ocio, como en su tiempo de ora-ción; tan importante es escuchar sus opi-niones sobre aquellos con quienesconvive, como sus «descubrimientos»acerca de la experiencia espiritual; tanimportante es valorar los criterios queutiliza en su vida laboral o económica,

como los que aplica al uso de su sexua-lidad o a sus relaciones afectivas.

2.2. Fortalecer al sujeto dediscernimiento

Fortalecer, ayudar a crecer, el sujetode discernimiento es la segunda facetade la tarea que proponemos para elacompañante. Vamos a detenernos algomás en este aspecto. Y lo vamos a hacerdesde una perspectiva dinámica, y muycentrada en el acompañamiento y la ac-tividad del acompañante. No se va a tra-tar en las páginas siguientes de descri-bir las características básicas oesenciales de un sujeto de discerni-miento, sino de notar aspectos a cuidaren la vida y el crecimiento de la perso-na como sujeto de discernimiento, y desugerir pautas de acción para el acom-pañamiento de este proceso. De ellas,unas se referirán a la acción en la rela-ción misma acompañante-acompañado;otras a otros elementos de la vida delacompañado que condicionan, en posi-tivo o en negativo, su crecimiento comosujeto de discernimiento. El acompa-ñante no sólo ejerce su oficio cuando ha-bla con el acompañado, sino en las pro-puestas que le hace sobre su vida mismay en el seguimiento y evaluación del im-pacto espiritual que ellas provocan. Heaquí algunas de estas pautas para acom-pañar el crecimiento de un auténtico su-jeto de discernimiento.

2.2.1. Ayudar a mantener como“amorosa” la relación Dios-acompañado

¡Tantas cosas quiero expresar coneste enunciado!, ¡a tantas historias yexperiencias concretas me estoy refi-

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riendo! Enunciado que no debemos darnunca por obvio, por supuesto, de re-visión innecesaria; y menos aún cuan-do más tiempo se lleva en la vida cris-tiana. La relación con Dios, auténticacuando es relación de amor, con toda lafrescura, el entusiasmo, la hondura, laentrega que el amor auténtico supone,puede rutinizarse, cosificarse, enfriar-se, convertirse en pura palabra y pala-brería, incluso la palabrería del rezo ode la fórmula litúrgica, o la rutina delas buenas costumbres. Hay que cuidarel amor, más allá de las etapas, en ca-da etapa de la vida: porque, como enamor humano, en cada etapa se ama demodo distinto: pero se ha de amar. Noama igual el que comienza, el que estapasando la fase primera, llena de des-cubrimiento y de entusiasmo, quequien ha experimentado ya muchas ve-ces hasta qué punto nosotros somosmás infieles de lo que nunca pensamosy Dios más fiel de lo que nunca mere-cimos. El joven y el anciano aman dedistinto modo, pero ambos puedenamar y hacer del amor su motivaciónhonda y última en la vida. Y de eso setrata.

Es hablando de amor que tiene sen-tido hablar de discernimiento; fuera delamor, el supuesto discernimiento nosería más que un ejercicio artificioso,cabalístico, cargante y a la postre inútil,y me atrevo a decir que imposible ensu verdad. Porque el discernimiento, elverdadero, es un movimiento delamor: es el amor mismo que buscaamar más, amar mejor, amar hasta eldetalle, amar identificándose con aquela quien se ama. Por eso cuidar el amores cuidar el corazón del discernimien-

to; cuidar el que esté vivo, operante, escuidar el deseo del discernimiento. Sino se ama, ¿para qué discernir?...Discernir es mucho más que aplicar le-yes y fórmulas, es mucho más que ca-suística y cálculo: su finalidad no esacertar, sino más amar y servir; no setrata de llegar al punto exacto, sino de,en la medida de nuestros límites perotambién de la confianza en la graciaque nos es dada, desbordar, ir másallá...

A medida que avanzamos en la vi-da, ese mantener vivo el amor se jue-ga, en gran medida, en la experienciade la misericordia, en la capacidad deafrontar, cara a cara con JesúsCrucificado, el propio pecado. Porqueel amor de Dios en la historia del mun-do, y en nuestra propia historia, tieneel nombre de misericordia, ya que esamor a pecadores y no a ángeles o a se-res puros o perfectos. Afrontar nuestropecado cara a cara con Jesús no es, ob-viamente, ignorar, eludir, recubrirlocon cualquier manto (ideológico o psi-cológico); pero es también acercarnosa él no desde nosotros mismos o nues-tro juicio o sólo nuestra conciencia, si-no desde la mirada de Jesús sobre nues-tra realidad, sobre nuestras personas.Sin esta experiencia de la misericordia,en la relación entre Dios y el hombre,no es auténtica ni plena la experienciadel amor. Es ante Jesús Crucificado, enla mirada del pecador al Crucificado,donde San Ignacio plantea en susEjercicios el arranque del discerni-miento16.

Para ayudar al acompañado en esteobjetivo, el acompañante debe prestarespecial atención a la vida de oración

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de la persona a la que acompaña. La ta-rea va más allá de la verificación pun-tual que la persona ora y de la frecuen-cia con la que lo hace: se trata tambiénde ver la conexión honda que, en fon-do y en forma, hay entre la vida de lapersona y su oración. Importa verificarno sólo la cantidad de oración, sino lacalidad de la misma: cómo esa oraciónalimenta una relación auténticamentepersonal con Dios y sirve para mante-ner encendida la llama del amor. Elacompañante debe ayudar a una ora-ción afectiva, expresión auténtica dedeseos, temores, ilusiones, preocupa-ciones: una oración adecuada a la per-sona, y al momento que la persona vi-ve. La oración debe ir acompasada conel crecimiento de la persona y con lasdiversos avatares de dicho proceso, ysuele pasar que el acompañado o sedesconcierta por los cambios que la vi-da impone a la oración o se resiste aellos.

Junto con ello, acompañar significatambién ayudar a la persona a enfren-tar su propio pecado. Eso no se identi-fica con confesar sacramentalmente alacompañado, que será procedente o nosegún los casos, y que, en cualquier ca-so, no tiene por qué ir necesariamenteasociado al acompañamiento. Peroconviene no engañarse: no es fácil vi-vir evangélicamente la experiencia delmal en uno mismo, y menos aún si sequiere elaborar en solitario. No ayuda-rá a las personas un acompañamientoen el que esta cuestión se elude o se ob-via. Porque un amor que pasara por en-cima o ignorara la experiencia de pe-cado tendría mucho de virtual y unamor que no redimiera la experiencia

del propio pecado se acerca más alamor propio que al de Jesús.

2.2.2. Ayudar a trabajar la dimensión«cotidiana» del discernimiento

El fortalecimiento y crecimiento delsujeto de discernimiento tiene que ver,naturalmente, con el ejercicio cotidianodel mismo. Estamos hablando, en tér-minos ignacianos, de trabajar el exa-men, la dimensión examen en la vidainterior. Este ejercicio cotidiano del dis-cernimiento es el decisivo, el determi-nante, y la condición sine qua non paraque sea posible de verdad, cuando seanecesario, un discernimiento puntual,concreto, más solemne... Porque ¿cómova a ser posible que alguien que no ejer-cita el discernimiento en el día a día seacapaz de un discernimiento real y efec-tivo en cuestiones más delicadas y tras-cendentes y en condiciones temporalesmás difíciles o acotadas?. Sería comopedir a alguien que nunca hace ejerci-cio físico que, de repente, corra la ma-ratón...

El examen es, a un tiempo, una acti-tud y un ejercicio de atención: ir por lavida observando, fijándonos, atentos aldetalle... para captar la presencia deDios y nuestra respuesta a El. Sabiendocaptar aquello que sucede alrededornuestro y el sentido que tiene; y tambiénlas repercusiones internas de todo ello.Como en todo ejercicio, cuanto más loejercitamos, más calidad tiene nuestrapráctica: si no ejercitamos la atención,cada vez somos más dispersos o más su-perficiales en nuestras observaciones.Si no examinamos llegaremos a pensarque no sucede nada, cuando lo que pa-

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sa es que no nos enteramos de aquelloque sucede.

Este discernimiento cotidiano es in-dispensable ante los engaños y autoen-gaños tan frecuentes que sufrimos en lavida humana y cristiana. Engaños tantointelectuales como afectivos, que per-vierten nuestras decisiones y nuestrosmodos de estar en la vida, sin que mu-chas veces nos percatemos de ello, o nospercatemos a tiempo. El examen man-tiene viva la conciencia sobre la posibi-lidad de que esos engaños se produzcan,nos da un autoconocimiento creciente delas dinámicas personales con las que nosengañamos y nos hace estar abiertos a lainterpelación exterior que tantas veces esnecesaria para sacarnos de nuestras fal-sas percepciones y/o sueños...

Pienso que en este ámbito del dis-cernimiento cotidiano se sitúa una de lastareas básicas del acompañante espiri-tual, especialmente cuando ya va ha-biendo una cierta veteranía en el cami-no del seguimiento. El acompañantedebe constatar cómo se va haciendo elexamen y qué es lo que se va detectan-do en él, debe ayudar a formular y ex-presar todo el complejo mundo de la in-terioridad con veracidad y sin miedos,llamando a las cosas por su nombre,porque esa es la primera manera deafrontarlas17; y esa formulación no es fá-cil de hacer o precisar muchas veces pa-ra quien sufre las tentaciones o engaños.El acompañante debe también ayudar acontrastar las intenciones con las accio-nes y operaciones, por decirlo con len-guaje ignaciano...

Todo ello implica que el acompa-ñante debe utilizar como material parasu tarea no sólo aquellos datos que el

acompañado expresa y verbalmente lecomunique, sino también aquellos queél perciba en sus contactos personales oaquellos a los que tenga acceso desdeuna observación normal y atenta (ob-viamente, no se trata de convertirse endetective o investigador privado), o deinformaciones que le lleguen. Para elacompañamiento hablan tanto los datosinteriores como los exteriores, aquellosque tiene que ver con el modo de vivir,de relacionarse, de situarse del acompa-ñado18.

2.2.3. Ayudar a «objetivar» losprocesos personales de discernimiento

Los procesos de discernimiento per-sonales necesitan ser objetivados, estarhechos y ser situados en marcos objeti-vos, más allá de la propia subjetividad.La madurez del sujeto de discernimien-to tiene que ver también con la natura-lidad y el rigor con que la persona cap-ta y se sitúa ella misma y susdiscernimientos en esos ámbitos de ob-jetividad. Sólo el adolescente piensaque está sólo en el mundo, o el inmadu-ro que nada ni nadie condiciona su de-cisión, o el prepotente y/o engañado queel mundo comienza o acaba con él. Eldiscernimiento cristiano sólo será tal sise sitúa en un determinado ámbito, eldel seguimiento de Jesús, el del evan-gelio. ¿Cuáles son los límites, el marco,de un discernimiento auténticamentecristiano?

Me atrevo a proponer como ámbitoadecuado de un discernimiento evangé-lico el resultante de aplicar tres condi-ciones que San Ignacio de Loyola plan-tea en los Ejercicios Espirituales para sumodelo de discernimiento y que pode-

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mos sintetizar en tres frases de los mis-mos. La primera, en el nº 63, cuando noshace «pedir conocimiento del mundo»;la segunda, en el nº 135, cuando diceque comenzaremos a discernir «junta-mente contemplando su vida» (la deJesús); la tercera, en el nº 170, cuandoafirma que queremos hacer elección decosas «que militen dentro de la santamadre Iglesia».

El discernimiento cristiano suponeconocimiento del mundo. No se hace,pues, en el vacío, o en un mundo ficti-cio o real, o en el mundo que yo me hecreado, o en el que me gustaría que fue-ra, o en el mundo limitado de yo y misamigos, o desde el error de pensar quemi mundo es el mundo... Conocimientodel mundo, que es gracia a pedir... Y delmundo tal como se ve a los pies delCrucificado, coloquiando con elCrucificado, porque es en ese contextoen el que Ignacio incluye esa petición.Decíamos en páginas anteriores que enel diálogo de amistad con el Crucificadositúa Ignacio el arranque del discerni-miento cristiano: «lo que he hecho porCristo, lo que hago por Cristo, lo que de-bo hacer por Cristo»19; preguntas que sehacen, y se responden, mirando la ver-dad del mundo, pidiendo conocimientodel mundo, de su realidad, desde la óp-tica que nos da la vinculación afectiva yefectiva con el Crucificado y los cruci-ficados junto a El.

El discernimiento cristiano tiene co-mo otro elemento objetivador la con-templación de la persona de Jesús. El esla voluntad de Dios, el proyecto de Diospara el mundo en lo que hace y en el mo-do de hacerlo. Por eso Ignacio quiereque el discernimiento se haga «contem-

plando» a Jesús: y al Jesús histórico,concreto, que presentan los evangelios.Contemplar no es sólo mirar; es dejarsetocar, dejarse contagiar por Jesús, po-nerse tan cerca que nuestra sensibilidadquede afectada en el contacto con El, ydecidir entonces desde una sensibilidadafectada. Juntamente: discernir en cris-tiano no puede ser muy distinto ni estarmuy alejado del verle a El cerca, del de-jarse alcanzar por Jesús. El discernircristiano no es sólo reflexionar, pensar,sopesar razones, deliberar pros y con-tras....: es quizá algo de todo eso, perono llega a ser discernimiento si no se ha-ce juntamente contemplando.

Finalmente, hay otro elemento im-portante que, para San Ignacio, enmar-ca un discernimiento que quiera ser cris-tiano: la voluntad de comunión con laIglesia. Creo que esa es la preocupaciónmayor del autor de los Ejercicios cuan-do enfrenta a la persona con el tema dela Iglesia: que viva en comunión conella, en vinculación afectiva con ella20.Más que una preocupación estricta deortodoxia o de ajuste moral, que tam-bién. Se apunta pues, a decidir, en co-munión con la Iglesia y para hacer cre-cer la comunión de otros con la Iglesia:no puede faltar esa preocupación en undiscernimiento cristiano maduro, por-que si antes decíamos que no hay ma-durez en quien piensa que decide en so-litario o pensando sólo en si mismo,tampoco hay madurez cristiana o evan-gélica en quien pretenda organizar su vi-da de fe y de respuesta a la fe prescin-diendo de la comunión con la Iglesia.

Es misión del acompañante ayudara objetivar a la persona que discierne. Ycreo que después de lo dicho podemos

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situar esta misión objetivadora en suverdadera dimensión. En lo que no es, yen lo que sí que es, al menos en el con-texto del discernimiento cristiano. Elacompañante no es meramente un obje-tivador desde un punto de vista psico-lógico (o al menos no sola ni principal-mente eso). Creo que su tarea es muchomás ambiciosa, y la sintetizo en dos la-bores fundamentales:

a) La primera, ayudar a la presenciaefectiva y habitual de esos elementos ob-jetivadores en la vida cotidiana de la per-sona acompañada. Que estén presentesen la vida de la personas y en sus deci-siones, y que también lo estén en la in-tención última de quien va a discernir.Esto último tiene mucho que ver con lallamada pureza de intención: que el se-guimiento cercano de Jesús y el deseo decomunión eclesial sean los horizontesque marquen las búsquedas personales.

b) Ayudar concretamente a la perso-na acompañada a salir de su/s mundo/sal mundo real..., al mundo que se ve des-

de la Cruz; irle dando pautas de con-templación y elementos de ayuda paraque su oración y su vida sean cada vezmás contemplativas: potenciar en él lasdinámicas y los movimientos de comu-nión eclesial, especialmente cuando,por las circunstancias que sea, esta co-munión se haga más difícil...

Con todo lo que acabamos de ex-poner vamos contribuyendo a la ma-duración y el fortalecimiento del suje-to cristiano y, le vamos haciendo máscapaz de ir afrontando las diversas ten-taciones y dificultades que plantea lavida en el seguimiento del Señor. Estaactuación de fondo no evitará que enmomentos puntuales la persona nece-site, y el acompañante lr deba dar, apo-yos y ayudas concretas. Pero no perde-mos de vista lo que a la larga importa:contribuir al crecimiento de cristia-nos/as más maduros, más fuertes y me-nos dependientes... No menos amena-zados por la tentación, pero sí menosvulnerables ante ella...

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Nos sirve de punto de partida unareflexión que la madre María Skobtsovhace en su libro El sacramento del her-mano21. Hablando de ayudar al prójimoen el nivel espiritual, y precisamenterefiriéndose a la ayuda en la lucha in-terior que cada persona tiene queafrontar, dice lo siguiente: «Podrá con-vertirse en instrumento de Dios... perocon tres condiciones. Primera: que

ponga en Dios, y no es si mismo, todasu esperanza. Después, que se despojede todo deseo interesado. Por último,que a ejemplo de David, se quite su ar-madura y se lance al combate contraGoliat con el nombre del Señor comoúnica arma»22. Con estas palabrasapunta no a unas técnicas u otras, sinoa un modo de ser y estar, del que deri-van unas actitudes de fondo que hacen

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3. LAS “TENTACIONES” DE QUIEN ACOMPAÑA

Acabaremos esta reflexión con una sencilla y breve alusión a algu-nas de las tentaciones de quien acompaña. Hablaremos, obviamente,de tentaciones específicas del acompañamiento. El acompañantecomo cristiano ordinario está sometido a las mismas tentaciones quecualquier cristiano y, en concreto, a las que hemos expuesto anterior-mente; la reflexión sobre sus propias tentaciones y la experiencia sobrecómo las ha afrontado le pueden ser de enorme utilidad personal y enel ejercicio del acompañamiento, siempre y cuando entienda, con unexigible sentido común, que cada persona es cada persona y que nonecesariamente los remedios que le han ido bien a él les van a ser úti-les a los demás. Si embargo, ahora vamos a referirnos a tentacionesque amenazan al acompañante en el ejercicio mismo de su tarea deacompañamiento.

posible que su acción sea auténticaayuda.

3.1. Poner en Dios “toda” suesperanza

De verdad, toda; porque el terrenoen el que nos movemos es muy íntimoy muy radical. Este «poner en Dios to-da su esperanza» debe conducir, de he-cho, a eliminar ansiedades propias ytensión proyectada sobre el otro. Lavictoria del acompañado sobre la ten-tación no es la victoria del acompa-ñante, y, a la inversa, la derrota delacompañado no es la derrota del acom-pañante. La pericia o experiencia dequien acompaña no asegura el triunfo,ni el fracaso del acompañado es un jui-cio sobre la calidad del acompañantes.La cosa es mucho más compleja.Estamos en un espacio donde conflu-yen en interacción el Misterio de Diosy el misterio de cada persona. Nadaempieza ni nada acaba con la interven-ción de quien acompaña. Obviamenteéste ha de poner todo cuanto esté en sumano y saber para ayudar al otro a su-perar lo que entienda que es una tenta-ción y un peligro para su vida espiri-tual. Pero el destino de cada persona, yno sólo el destino, sino los tiempos delmismo, están en las manos de Dios...,de un Dios que le quiere infinitamentemás que el acompañante.

Es, pues, tentación del acompañantepensar que todo depende de él, vivir elproceso del acompañado como un juicioa su tarea, hacer de las victorias (siem-pre parciales, no lo olvidemos...) delacompañado su mérito o triunfo, y de lascaídas su descalificación o fracaso.

3.2. «Que se despoje de tododeseo interesado»

La tentación es, evidentemente, unmomento de vulnerabilidad y debilidadde la persona acompañada. Y esos mo-mentos son especialmente propiciospara generar o aumentar o profundizartodo tipo de dependencias y sumisio-nes, sea acentuando la conciencia dedebilidad, impotencia o indigencia delacompañado sea reforzando los ele-mentos de autoridad del acompañan-te. Es en estos momentos cuando másatento debe estar el acompañante a noconvertir el acompañamiento en nin-guna forma de dependencia.

La situación de tentación del acom-pañado es también ocasión de una ten-tación de desánimo para el acompa-ñante, sobre todo si la situación delacompañado persiste o se agrava, o side, algún modo, se palpa la inutilidad,por la razón que sea, de sus consejos ycon ella su impotencia. Es momentoentonces de actualizar y renovar la gra-tuidad y el desinterés de un servicioque no necesita del éxito para validar-se. Sucede algunas veces que cuando elacompañante tiene menos ganas deperder tiempo con el acompañado escuando éste más le necesita.

3.3. «Con el nombre del Señorcomo única arma»

Es decir, pelear sólo con las armasdel Señor. Que son la palabra de vida,que sin embargo puede ser desoída; elrespeto a la libertad que, por no im-puesta, puede ser rechazada; el servi-cio humilde susceptible de ser despre-

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ciado o el amor que puede ser incom-prendido.

Existe también la tentación de lacontundencia: de asegurar unos me-dios que, con carácter impositivo o co-activo, le saquen de la tentación o se laeviten. Se puede conseguir entoncesuna victoria bastante aparente o pírricaen términos de humanidad o madurez,que incluso puede dejar satisfechas aambas partes en un primer momento,pero que suele ser inestable, de corto

alcance o enormemente gravosa. Es,quizá, otro de los engaños bajo especiede bien... que evidencia, en el fondo,muy poca fe en Dios o en la persona ala que se acompaña.

Sólo se trata de ser instrumentos deun Dios que en su amor ha querido serdébil ante la libertad humana, y cuyopoder no es otro que el misterioso po-der de un amor tan vulnerable como unCrucificado y tan salvador como elResucitado.

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1. Laurent LEMOINE, o.p. «La tentación du Christau désert», La Vie spirituelle, 757 (marzo,2005), pág. 103-107.

2. Julián MARÍAS: «Las tentaciones y la vulnera-bilidad», Humanitas,19.

3. SAN IGNACIO DE LOYOLA, Ejercicios Espiri-tuales, n. 6.

4. «Tentation», Dictionnaire de Spiritualité, art.238.

5. François ROUSTANG: Une initiation à la viespirituelle, París, Desclée de Brouwer, col.Christus, 10, 1963, pág. 148.

6. SAN IGNACIO DE LOYOLA, Ejercicios..., n. 317.7. ROUSTANG, Une initiation..., pàg. 149.8. SAN JUAN DE LA CRUZ, Poema de la fonte.9. SAN IGNACIO DE LOYOLA, Ejercicios... n. 320.10. SANTA TERESA DE JESÚS, Camino de

Perfección, XXXVIII, 2.

11. Rafael de SIVATTE y Oriol TUÑÍ, Bíblia y ejer-cicios espirituales, Barcelona, Cristianisme iJustícia, EIDES, 39, 2004, pág. 11.

12. Dictionnaire..., art. cit. pág. 213.13. SAN IGNACIO DE LOYOLA, Ejercicios..., n. 336.14. SAN IGNACIO DE LOYOLA, Constituciones de

la Compañía de Jesús, n. 101.15. MARÍAS, «Las tentaciones...».16. SAN IGNACIO DE LOYOLA, Ejercicios..., n. 53.17. SAN IGNACIO DE LOYOLA, Ejercicios..., n. 326.18. SAN IGNACIO DE LOYOLA, Ejercicios..., n. 56.19. SAN IGNACIO DE LOYOLA, Ejercicios..., n. 53.20. Ver las “Reglas” ignacianas para sentir “en” la

Iglesia.21. Madre María SKOBTSOV, El Sacramento del

Hermano, Salamanca, Sígueme, col. Ichthys,26, 2004.

22. SKOBTSOV, El Sacramento..., pág. 79.

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NOTAS