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ACOGER EL DON IMPULSAR LA MISION ACOGER EL DON IMPULSAR LA MISION Ignacio, Fabro, Javier Ignacio, Fabro, Javier COMPAÑÍA DE JESÚS

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Ignacio, Fabro, JavierIgnacio, Fabro, Javier

COMPAÑÍA DE JESÚS

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En los Centenarios de Ignacio, Fabro y Javier

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Edita: Provincia de España dela Compañía de JesúsAvda. de la Moncloa, 628003 [email protected]

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Queridos Hermanos:

Deseando corresponder a la invitación del P. General en sucarta del pasado 6 de enero “a examinar e intensificar nuestrafidelidad al llamamiento del Señor”, con motivo de los próximosaniversarios, pongo en vuestras manos este documento Ignacio,Fabro, Javier. Acoger el don, impulsar la misión, que un grupode jesuitas ha elaborado por encargo de los Provinciales.

Va dirigido a las comunidades y a cada uno en particularcon la ilusión de que, al traer a la memoria “adonde los prime-ros llegaron”, reavivemos el don que, como ellos y por sumedio, hemos recibido. Ignacio, Fabro y Javier son un “aconte-cimiento primero y original” de nuestra historia, a la vez quevivieron la llamada del Rey Eternal de tal modo que “continúadesafiándonos a nosotros sus compañeros del tercer milenio”.

Estas páginas nos invitan a que, con agradecimiento y humil-dad, peregrinemos a nuestras raíces, a las gracias que configu-ran los núcleos de nuestra identidad más profunda, para reani-marlas y continuar respondiendo, con esperanza, a las urgen-cias que encarna hoy la misión. Nos convocan a pronunciar congozo, en las circunstancias y en los contextos personales y apos-tólicos en que cada uno se encuentre, esas “palabras” que nosidentifican y nos configuran como cuerpo de compañeros deJesús.

Son palabras para rumiarlas en la intimidad de la oración ycompartirlas, con el corazón caldeado, con los compañeros decomunidad a modo de “conversación espiritual”; esa herra-

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mienta tan apreciada y utilizada por estos tres hermanos nues-tros como medio apostólico y como fuente de unión y amistad.También hoy este conversar espiritualmente unos con otrospuede convertirse en un modo muy apto para confortarnosmutuamente en la fe y superar la presión del individualismo.

La memoria de estos compañeros, en la celebración de susaniversarios, nos llama, en definitiva, a hacer fructificar lamisma gracia de la vocación que con ellos compartimos, parallegar hasta donde ellos llegaron “o más adelante en el Señornuestro”. Para ayudarnos a ello el documento nos hace algunaspropuestas inspiradas en las experiencias que los primeros com-pañeros realizaron, y que creyeron podrían aprovechar a quie-nes los siguieran en el camino del Señor, con el fin de que nosexperimentemos en ellas, según nos sintamos movidos por elEspíritu.

Encomendemos el fruto de esta iniciativa a la Señora, rogán-dole que nos ponga con su Hijo.

Fraternalmente,

Madrid, 31 de julio 2005,En la festividad de San Ignacio

Elías Royón, S.J.Provincial de España

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Ignacio, Fabro, Javier.Acoger el don, impulsar la misión

“Adonde los primeros llegaron, o más adelante en el Señor nuestro” (Const 81)

Se acercaba la cuaresma de 1539. Ignacio y los primeroscompañeros saben que al ponerse a disposición del Papa,cumpliendo así el voto de Montmartre, la previsible dis-

persión apostólica pondrá fin a “lo que Dios había hecho conellos”. ¿Qué había hecho con ellos Dios y por qué no quierenque se deshaga?

A la fundación de la Compañía le preceden dos experien-cias vivas que pasarán a formar parte del deseo más íntimo delos primeros compañeros, de su misión y de su modo de pro-ceder: la experiencia de ser “amigos en el Señor” y la de ayu-dar a los prójimos viviendo y predicando “a la apostólica”.

La primera expresión pertenece a San Ignacio: “De Paríshan llegado nueve amigos míos en el Señor”, le escribe a suamigo Juan de Verdolay desde Venecia en 1537. ¿A qué expe-riencia de amistad alude Ignacio? Se trata, sin duda, de unaamistad humana, hecha de cercanía y apoyo mutuos, de preo-cupación y cuidado de unos por otros, de profunda comunica-ción espiritual... Se trata también de una amistad que enraízatodo su potencial humano en el Señor como en su Fuente. EsÉl quien los ha llamado libre y personalmente. Él quien los hajuntado como grupo y quien desea enviarlos en misión. Laexperiencia de ser “amigos en el Señor” ha supuesto para ellosuna verdadera amistad humana que tiene en el Señor sus raí-ces sagradas, a pesar de la disparidad de caracteres y la pre-

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sencia de conflictos internos. Esa amistad es, en primer lugar,lo que no quieren que desaparezca, incluso si el Papa los dis-persara.

La segunda, a la apostólica, expresa el horizonte apostólicoy el modo de vida al que se sienten llamados como compañe-ros. No es difícil descubrir en ella el contenido de su deseo. Sucentro afectivo es Cristo: ellos son la Compañía de Jesús. Sumeta, la misma de Cristo: trabajar con Él en su viña. Su estilode vida y modo de proceder: el de Jesús y sus discípulos.

I. PerI. Peregrinaregrinar a los orígenes a los orígenes

11 .. Nosotros, la Compañía de Jesús actual, somos unacomunidad de memoria. Una comunidad de memoria no seinventa a sí misma, sino que se recibe de un acontecimientoprimero y original que ella quiere prolongar en el tiempo. Paralograrlo la comunidad de memoria narra su pasado y recuerdael ejemplo de aquellos hombres o mujeres que mejor encarna-ron el sentido y la finalidad de dicha comunidad. Así es como“las comunidades de memoria que nos vinculan con el pasado,nos dirigen asimismo hacia el futuro como comunidades deesperanza”.

Tal es la razón de ser de estos jubileos que nos preparamosa celebrar. Ignacio, Fabro y Javier pertenecen a nuestro pasa-do, pero necesitamos volver a ellos, “traer su historia”, paraorientar nuestra misión en el presente y de cara al futuro.Aquellos primeros compañeros, afirma el P. General, desarro-llaron una creatividad tal en su respuesta al don recibido quesigue siendo un reto para nosotros. De ellos podemos aprendera hacer moderna y actual la misión que nos trasmitieron.

Ahora bien, toda gracia requiere nuestra disposición para

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recibirla y espera una respuesta. Por ello, en esa fina y decisi-va conexión entre oferta divina y acogida humana hemos deplantearnos la pregunta: ¿cómo tendremos que ser, qué tendre-mos que hacer los jesuitas de hoy para que la Compañía deJesús, nacida de la libertad y el amor gratuitos de Dios, sigasiendo un don de Dios al mundo y a la Iglesia?

Para obtener luz sobre esa pregunta crucial necesitamosperegrinar al origen de la Compañía, beber más en nuestrasfuentes, ser configurados por ellas. ¿Qué encontramos en eseorigen?

Un grupo de hombres que, bajo la guía de Ignacio, han sidoalcanzados y alterados por el Señor; diez compañeros quedesde esa experiencia de Dios miran al mundo para verlo conlos ojos y el corazón de la Trinidad; unadecisión compartida de “reducirse a unsolo Cuerpo” para servir en la Iglesia asólo Dios y su Reino bajo la bandera dela Cruz y a disposición del romanoPontífice. ¿No estará ahí, en la re-crea-ción de ese triple momento fundacional,el secreto de la fidelidad creadora a laque somos constantemente llamados?

22 .. Los jesuitas podemos diferenciarnos en muchas cosas,pero en nuestro patrimonio espiritual existen ciertas “pala-bras” que nos identifican en lo más profundo, “teclas” que noshacen vibrar, “marcas de origen” que configuran los núcleosde nuestra identidad más querida y profunda. Podremos estarmuy lejos de la meta a la que tales palabras apuntan, sentir queno sabemos encarnarlas en nosotros mismos ni trasmitirlas aotros, y sufrir por ello… Su poder de conmovernos por dentroy de con-vocarnos en torno a ellas sigue siendo, no obstante,

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““

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Una invitación a re-avivar la graciaque Otro puso ennuestro corazón, no aproducirla

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real. Pronunciadas en contextosadecuados sentimos que activan ennosotros la gracia de nuestra voca-ción.

“Reaviva el don de Dios que hayen ti”, exhorta Pablo a su compañeroy discípulo Timoteo. Se trata de unainvitación a re-animar la gracia queOtro puso en nuestro corazón, no aproducirla. Una gracia que el paso

del tiempo, las dificultades de la vida y nuestra propia desidia ypecado podrían haber recubierto de cenizas hasta su debilita-miento o su práctica extinción.

“Llegar hasta donde los primeros llegaron o más adelanteen el Señor nuestro”, sólo lo lograremos así, soplando el donde Dios que hay en nosotros, no nuestras cenizas; acercandonuestras situaciones personales, comunitarias y apostólicas alcontacto con esas ascuas encendidas que nos fueron regaladasdesde el comienzo.

¿De qué ascuas se trata? ¿Y qué situaciones nuestras estánnecesitadas de su contagio y de su fuego?

II. Primo Deum II. Primo Deum

33 .. Un primer don del que procede la Compañía, y nosotrosen ella, es el de la fe en Dios de nuestros primeros compañe-ros. Un Dios al que se dirigen como “nuestro Creador ySeñor”: alguien real, presente, activo en el mundo; Dios quedesea comunicarse libremente con las criaturas e innovar elmundo a través de ellas; Creador y Señor también de laCompañía de Jesús.

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Se trata de una invocación que nos invita a colocar la reali-dad, toda ella, bajo la mirada y el hacer de Dios, y no bajonuestros propios y muchas veces recortados cálculos. Fue así,apoyados en esa fe llena de confianza,y en unas circunstancias tan complejaso más que las nuestras, como Ignacio,Javier y Fabro primero, y más tarde elresto de los compañeros, crearon el teji-do humano, religioso y apostólico de laCompañía de Jesús que a nosotros senos encarga encarnar y re-crear hoy.

Sólo una fe así nos libera de los mie-dos del presente y de la incertidumbreque genera en nosotros el futuro, miedos e incertidumbre quebloquean cualquier iniciativa de cambio. ¿No es cierto quecuando nos planteamos con cierta inquietud el futuro de laCompañía, pensamos más en nosotros que en Dios? Y sinembargo, el futuro de la Compañía, como el de la Iglesia y eldel mundo, no nos pertenece en absoluto, está en sus manos. Lonuestro es la confianza y la colaboración con Él, eso es todo.

La Compañía surgió de la nada y la gratuidad de ese origenhay que mantenerla. Todo es gracia. Ignacio sabe muy bien, conuna sabiduría que no es sólo conceptual sino también cordial,que él no es el verdadero fundador de la Compañía de Jesús, sinoque ésta surge de la libre voluntad y del amor de Dios al mundoy a la Iglesia. Por eso, desde el Proemio de las Constitucioneshasta su parte final, no cesará de repetirnos que el futuro de laCompañía depende de Dios al igual que dependió su nacimiento,y que, por tanto, “es preciso en él solo poner la esperanza”.

44 .. ¿A qué situaciones nuestras podríamos acercar este donprimero con el fin de que fueran alentadas por él?

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Colocar la realidadbajo la mirada y elhacer de Dios, nobajo nuestroscálculos

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– Para empezar, podríamos acercarlo al lugar que ocupaDios en nuestras vidas. Sorprende que tratándose de una ordenapostólica cuya finalidad es ayudar a los prójimos, asegure laFórmula de nuestro Instituto que la primera preocupación detodo jesuita ha de ser “tener siempre presente ante los ojos hastaque muera, a Dios”. ¿No deberían ocupar ese lugar primero losprójimos? Pues bien, San Ignacio no es partidario de ese atajo.Los prójimos son de Dios, no nuestros. Los pobres son “pobresde Cristo” antes que nuestros. Para que nuestro amor a ellos seapuro, trasformador y duradero, ha de insertarse en el amor queDios les tiene. La experiencia demuestra una y otra vez que esepretendido atajo no es a favor de un mayor amor, sino frecuente-mente menor y más ambiguo.

– Y para continuar, podríamos acercar la oración ignacianaa nuestro orar habitual. En muchos aspectos el carisma deIgnacio pertenece todavía al futuro, y éste de la experiencia deDios y de la oración ignaciana es uno de ellos. Todavía no hemoscomprendido a fondo su novedad. Asegurar, por ejemplo, quepara San Ignacio la oración no es importante, que lo verdadera-mente importante es la acción y el servicio, es una trivialidad.Justificarlo aludiendo al conocido pero inexacto lema de “con-templativos en la acción” constituye un reduccionismo de lo queen verdad pensaba y sentía Ignacio.

El problema para Ignacio no está, como ha señalado el P.General, ni en la oración ni en la acción, sino en el corazón delhombre que ha de encontrar a Dios en todas las cosas, cuando oray cuando trabaja, para en todas ellas unirse a su actividad salva-dora. Ignacio suponía al jesuita de su tiempo tan atraído y deseo-so de encontrar a Dios en la oración que se ve obligado a recor-darle continuamente la novedad de la espiritualidad y de la Ordenpor él inauguradas: a Dios hay que encontrarlo, no sólo en el tiem-po de oración, sino también en el servicio largo y, a veces, agota-

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dor de la ayuda a los prójimos. En todas las cosas, porque todasellas son texto de Dios, lugar donde él mora y donde nos espera.

III. CompañerIII. Compañeros os

55 .. La primera iniciativa de Dios con respecto a Ignacio,Javier y Fabro se manifestó haciendo confluir sus historias per-sonales, agrupándolos entre sí y con los que más tarde se les iríanjuntando. La respuesta de todos ellos a esta iniciativa de Dios fueuniforme: “Que no debíamos deshacer la unión y congregaciónque Dios había hecho, antes confirmarla y establecerla, redu-ciéndonos a un cuerpo, teniendo cuidado unos de otros y mante-niendo inteligencia para el mayor fruto de las almas”.

Lo que hace grandes a los primeros compañeros es el grupo:una mística de Cuerpo que es anterior a la constitución formal dela Compañía y pasa a formar parte esencial de la misma. Esaunión de corazones en torno a Cristo y a su misión, mediada porel amor y cuidado mutuos, por el discernimiento y el servicio dela autoridad, será para ellos referencia en la dispersión y fuente deenergía apostólica. Lo que hará posible el milagro de que siendotodos ellos de orígenes, culturas y temperamentos tan diversoslleguen a formar un Cuerpo para el Sueño de Dios en el mundo.

¿Cómo se forjó esta unión primera?, ¿qué la cimentó y cómose mantuvo en pie en circunstancias tan adversas?

Aquella mística grupal no surgió de la nada. Desde 1528,fecha en que Ignacio se encuentra por primera vez con Fabro yJavier en La Sorbona, hasta 1539-40 en que nace la Compañía,han pasado once años entretejidos de una intensa relación espiri-tual y humana entre los compañeros. Esos vínculos humanos,religiosos y apostólicos fraguaron en la experiencia común de los

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Ejercicios, pero también en el compañerismo, en la ayuda y elcuidado mutuos, en largas horas de conversación espiritual, en laalegría y el gozo de vivir juntos, en la práctica compartida de“ayudar a las ánimas”..., todo ello injertado en el Señor a quiensienten y confiesan como su verdadero Jefe y Cabeza, como suRey y Señor, un Dios a quien servir.

66 .. Somos llamados a re-avivar hoy ese don tan precioso delos orígenes, la gracia de ser compañeros llamados y convocadospor el Señor.

Es importante que respondamos decididamente a esa llamadaen un tiempo como el nuestro en el que la presión centrífuga delindividualismo amenaza la unión y la cohesión del Cuerpo de laCompañía. Sin esa unión y cohesión corremos el peligro de unafragmentación humanamente decepcionante y apostólicamenteinfecunda; de estilos de vida poco ab-negados.

Un yo entregado es un yo que se pospone a sí mismo. Un yovuelto hacia sí se llena de necesidades; experimenta la pobreza, lacastidad y la obediencia como una carga, no como un don recibidoy puesto al servicio del amor y la entrega a los demás; hace del pro-pio reconocimiento una cuestión primordial; y como consecuenciade todo ello termina en una insatisfacción total...

Los tres santos, cuyo jubileo nos pre-paramos a celebrar, nos dicen que esaunión y cohesión son posibles.Necesitamos por tanto –y ojalá lo desee-mos– convertirnos a esa gracia delCuerpo, vivida como fruto de la con-vocación de Dios y no de la casualidad ode nuestro propio deseo; cuidar y respon-sabilizarnos de ese Cuerpo en su triple einseparable dimensión humana, religiosa

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Habitar con Él loslugares de pregunta

donde lascomunidades se

hacen vivas o perecen

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y apostólica; discernir los impactosculturales y las pulsiones internasque tienden a la disgregación afecti-va, ideológica y práctica dentro de ély en su misión al mundo.

Ese don nos reta igualmente a queel centro de esa con-vocación loocupe el Señor de tal manera quepodamos habitar con Él los “lugaresde pregunta” donde el mundo seinterroga si será posible o no su salvación y donde las comuni-dades se hacen vivas o perecen; a crear entre nosotros una mayorsintonía y complicidad en la búsqueda de cómo y dónde puedeestar nuestro mayor servicio a Dios. ¿No crece acaso el conven-cimiento de que si algo puede debilitar hoy al Cuerpo apostólicode la Compañía es la fragilización de los ideales compartidos,por una lado, y el escaso interés en la trama interna de nuestrasrelaciones y necesidades espirituales y humanas, por otro?

No somos héroes, comentaba el P. General, sino pobreshombres necesitados del apoyo de nuestros compañeros. Yañadía: un jesuita que crea no necesitar de nadie para vivir noes ningún modelo de jesuita. ¿Por qué no devolver al Señor elpoder de convocarnos en torno a Él, atraídos por su persona ysu propuesta, como les sucedió a Ignacio, Francisco y Fabro?Dejemos que ese don de Dios a la Iglesia que es la Compañíade Jesús queme las cenizas de nuestro escepticismo y nuestradesesperanza, de esa “herejía emocional” que tan sutilmente estápenetrando en muchos corazones. Favorezcamos experienciashumanas y espirituales de compañerismo. Generemos vínculos eideales compartidos. Hagamos real la experiencia de que ayu-darnos mutuamente, para poder así ayudar mejor a otros, es fuen-te de consolación espiritual, de aliento y de alegría apostólica.

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IVIV. “Esta Compañía, fundada principalmente para...”. “Esta Compañía, fundada principalmente para...”

77 .. La Compañía de Jesús nace por una misión y para ella. Lamisión no está al final del proyecto grupal de los primeros com-pañeros, sino en su comienzo. Es su motor. Ella los reúne engrupo de “amigos en el Señor” y les mueve a “vivir y predicar ala apostólica”. La formulación más antigua de esa misión es la deayudar a las ánimas. “Ayudar, no imponer, a que Jesucristo y suevangelio sean recibidos como Buena Noticia por cada personay a que se dejen configurar por Él”.

Misión es para Ignacio, en primer lugar, envío. Tal es el sen-tido que privilegia nuestro fundador por encima de cualquier otrosignificado. Un envío que radicalmente es del Señor, aunque suconcreción histórica se realice a través del Papa y de los supe-riores de la Compañía. Un envío que no se realiza en solitario,sino como compañeros del Enviado. Él es el Dueño de la misión,no nosotros. En ella estamos, no como trabajadores autónomos,sino con Él y según su Espíritu. Nuestra máxima aspiración con-sistirá siempre en insertarnos en el trabajo de Dios como colabo-radores de la misión de Cristo.

¿Dónde aprender a vernos y a vivir así? ¿Qué palabras y quédones de nuestra herencia espiritual harían vibrar en nosotros eldeseo de ser y de actuar de esta manera?

88 .. Un largo informe sobre la vida religiosa actual vincula sufuturo a la capacidad que tengan las diversas Congregaciones de“dar respuesta a alguna de las necesidades humanas básicas,todavía no satisfechas” y a que esa respuesta se realice “desde unespíritu capaz de congregar a sus miembros en un Cuerpo”. Deesta segunda condición ya hemos hablado más arriba. Respectoa la primera, tendríamos que estar muy atentos al hecho de que

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esas necesidades humanas básicas y no satisfechas varían con elpaso del tiempo y el cambio de circunstancias. Ayer podían lla-marse educación, salud, miseria… Hoy sus nombres pueden ser:sociedad del riesgo, ecología, sexismo, mujer, globalización,pobreza, asfixia del espíritu…

Importa mucho tener en cuenta estas trasformaciones de lasnecesidades humanas, tanto para pensar nuevas formas de pre-sencia directa en ellas como para re-orientar las finalidades denuestras presencias antiguas. Importa mucho también mantenerla mente abierta al análisis de esos cambios porque en ellos nosllama Dios.

¿No eran aquellos primeros compañeros mucho más libres,imaginativos y decididos que nosotros para intuir el paso de Diosen las mutaciones históricas y ponerse animosamente a su servi-cio? ¿Por qué no abrirnos a la esperanza de que, si nos coloca-mos en su misma onda espiritual, descubriremos muchas rutasque no hemos transitado, muchas poten-cialidades carismáticas que aun nohemos activado?

¿Cuál fue, pues, “su secreto” para poderhacerlo nuestro, para poder heredarlo?

No nos equivoquemos. El secreto noradica ni en las dificultades exteriores desu misión por comparación con las nues-tras, ni en las internas del Cuerpo, ni enlas propias de cada uno de ellos. Estuvo,más bien en la pregunta continuamentedirigida a Dios tanto en la incertidumbre personal: “¿Dónde mequeréis, Señor, llevar?”; como en las encrucijadas misioneras ogrupales: “¿Reducirse a un solo Cuerpo?”; o en la decisión deentregarle al Señor la última palabra y la confianza total:“Siguiéndoos, mi Señor, yo no podré perderme”

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Descubrir rutas queno hemos andado,potencialidadescarismáticas que nohemos activado

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Porque Espíritu y Misión, Espíritu y Cuerpo apostólico,Espíritu y modo nuestro de proceder, son inseparables en nuestratradición espiritual. Para asegurarnos de que lo que hacemos esvoluntad de Dios y no meramente diseño nuestro hay que darlelugar y tiempo al Espíritu. Esa cesión y atenta escucha grupal fuelo que mantuvo a nuestros primeros compañeros alejados porigual de todo espiritualismo escapista y de todo análisis mera-mente secular. Ese espacio concedido al Espíritu fue igualmenteel secreto de que no se encerrara cada uno de ellos en esquemasfijos de pensamiento y de acción, lo que les habría impedido con-verger en un mismo sentir y misión: “Servir a Cristo, Señor ySalvador, continuando su obra en el mundo”

99 .. ¿Cómo nos encuentran a los jesuitas de hoy la imagina-ción y creatividad apostólicas de nuestros primeros compañeros?¿Qué situaciones nuestras nos convendría ex-poner a su mismoEspíritu?

Nuestro momento actual está atravesado de un cierto cansan-cio apostólico, la “fatiga de la compasión”; de un cierto desco-razonamiento y de un no saber bien qué hacer. Nos parecemos aaquellos discípulos de Jesús que, después de bregar toda lanoche, tienen que confesarle de mala gana que no han pescadonada. Tiempos de esperanzas bajas que hacen mella en nosotroshasta convertirse en una peligrosa tentación…

Nos encontramos también muchas veces como sin palabraante muchas situaciones nuevas, totalmente inéditas, para las queno disponemos de solución. Una impresión de desfase cultural yde inoperancia de la fe y de la Compañía puede hacer nido ennuestro corazón. Más grave aún. Anunciar a Jesucristo y susevangelio en esta cultura puede parecer tan “políticamente inco-rrecto” que de hecho renunciemos a hablar de él expresamente…

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Nada de lo que nos pasa, sinembargo, debería asustarnos; unexceso de dramatismo en este puntono ayuda en absoluto. El problemano está en lo que nos sucede sino enpreguntarnos ante el Señor y con Élqué hacer con lo que nos sucede; conlo que le sucede al mundo, con lo quele sucede a la Compañía, con lo quenos sucede a cada uno de nosotros.Tal es el secreto que hemos heredado de nuestros mayores

Porque Dios sigue presente en las fracturas de nuestro tiem-po, un Dios trabajador y a pie de obra tal como lo vio san Ignacioen la Contemplación para alcanzar amor. Un Dios Viviente quealienta muchos movimientos, visibles unos y subterráneos otros,en una historia que, gracias a su presencia, nunca está “ni caídani definitivamente vencida”.

¿No estaremos llamados, a la vista de ese hecho, a convergery “juntar espaldas” con todos aquellos que intentan la “mundia-lización de la solidaridad frente a la globalización de los intere-ses”? Del P. Arrupe y del espíritu de la CG 32 heredamos la defi-nición del jesuita como hombre-para-los-demás. Del P.Kolvenbach y el espíritu de la CG 34, el añadido de hombre-con-los demás. La colaboración con los laicos en la misión de Cristoes, sin duda, una de las realidades más prometedoras del momen-to presente. Deberíamos prepararnos para ella, aceptándola comoun nuevo don de Dios, más que verla con recelo, escepticismo oamenaza. Si la espiritualidad ignaciana ejerce actualmente unpoderoso atractivo sobre muchos creyentes, ¿por qué no ayudara que ese atractivo inicial se prolongue en un conocimiento yvivencia cada vez más profundos de esa espiritualidad y en for-mas diversas de mutua colaboración apostólica?

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La imaginación “política” de Ignacio de Loyola, la pasión yurgencia por anunciar a Cristo de Francisco Javier, y el arte delacompañamiento y la cercanía de Pedro Fabro constituyen tres“potenciales del Reino de Dios” no suficientemente exploradospor nosotros todavía.

VV. “Para que más le ame y le siga” . “Para que más le ame y le siga”

11 00 .. Ignacio nos ha dejado un legado que en muchas ocasio-nes suena a paradójico. Funda una orden apostólica y nos diceque la primera preocupación del jesuita ha de ser Dios.Reconoce la importancia de los medios humanos para ayudar alos prójimos, y asegura que los que unen al instrumento con

Dios son más importantes que aquellos.Confía en Dios como si todo dependie-ra de sí, y lo pone todo en juego como sitodo dependiera de Dios. Experimentaen todo tiempo la familiaridad con Diosy practica una atenta mirada a cadacosa… ¿Cómo vivir semejantes parado-jas hoy?

El secreto es Jesús: conocerlo inter-namente para más amarlo y seguirlo,para ser puestos con Él. La petición dela segunda Semana de Ejercicios nodebería caérsenos de los labios ni del

corazón. Tampoco la petición de Ignacio a la Virgen, “que loquisiese poner con su Hijo”. La experiencia de La Storta fuecentral en la vida de Ignacio y está llamada a serlo igualmen-te en nosotros. Más importante que decir la primera misa anteso después, una vez ordenado presbítero; más que si el futuro

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““

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La imaginaciónpolítica de Ignacio,

la urgencia deanunciar a Cristo de

Javier, el arte de lacercanía de Fabro…

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de aquella naciente Compañía será Jerusalén o Roma; másimportante y primordial que todo lo que pueda acontecer a laOrden es para Ignacio que el Padre le ponga con su Hijo. Ésees su deseo primordial, condición evangélica de todo lodemás. Después de La Storta puede pasar lo que sea: Ignaciolo vivirá ya todo desde su nueva condición de admitido en elámbito trinitario del amor y la misión de Jesucristo “que llevala Cruz”.

Porque el Cristo de Ignacio, y posteriormente el de Javier yFabro, no es un Cristo culturalmente dado, producto delambiente o de intereses previos. Es el Jesús de los Evangelios,pobre, humilde y humillado, en quien Ignacio reconoce a unode la Trinidad con nosotros para “hacer redención del génerohumano”. Es el Rey universal que nos llama a unirnos con ély conquistar el mundo para su Padre. Es el sumo y eternoCapitán que nos convoca contra las fuerzas del Maligno. Es elque padece la muerte en cruz por mí y una vez resucitado ejer-ce con todos nosotros el “oficio de consolar”… Ése es elCristo que fascina a Ignacio, Javier y Fabro. Al que aman y aquien se entregan con todo su corazón. Ante quien se pregun-tan, llevados de una admiración y agradecimiento sin límites:¿qué debo hacer por Cristo?, ¿qué quieres que yo haga?

1111 .. Para Ignacio es una convicción muy querida: antes dedecidirnos a hacer algo por Cristo, y en el interior de la propiaacción, hemos de preguntarnos quién es Él para nosotros. Sinuestra fe y nuestro amor se dirigen a Él y con Él se abren almundo, o si, por el contrario, terminan en otros objetos distin-tos. También aquí, ¡y hasta qué punto!, necesitamos soplar esedon: hacer nuestro el Cristo de los Ejercicios que, en nuestrocaso, se hace real y se concreta en las Constituciones.

Sin ese amor y pasión por el Cristo que nos abre al mundo,

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no hay jesuita posible. En Él comienza y termina nuestra voca-ción. No seguimos a una idea, un programa o una causa huma-nista sin más. Le seguimos a Él, que ciertamente tiene un pro-grama y está empeñado en una causa de salvación universal.Amarle a Él lleva consigo inseparablemente amar a aquellospor quienes Él dio su vida: a toda la humanidad, pero de unmodo preferencial a las víctimas del des-amor. Lleva consigo

también amar y cuidar de nuestroscompañeros, con-vocados por la mismallamada que nosotros.

De Jesús aprendemos a recibirnossólo de Dios y a entregarnos sólo a suReino. Él nos revela ese horizonte y lopropone a nuestra libertad, haciendoposible en nuestra vida aquella “fami-liaridad con Dios” en la que nuestropadre Ignacio fue creciendo toda suvida y que Nadal consideraba como unagracia ofrendada por el Señor a todaCompañía.

¿Por qué no atrevernos a aceptar aJesucristo como nuestro “maestro interior”; a darle la razón enlas grandes encrucijadas de nuestra vida; a transitar nuevas sen-das guiados por su Espíritu? ¿No estamos llamados acaso a ins-pirar nuestro modo de ser y de proceder en el suyo, tal como que-ría San Ignacio y pedía el P. Arrupe?

VI. SalirVI. Salir del prdel propio amoropio amor

1122.. La gracia de Dios es siempre gracia ofrecida, pero no siem-pre gracia aceptada por nosotros. Requiere, como decíamos, de la

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Sin ese amorpersonal por el Cristo de

Ignacio que nos abre al mundo, no hay jesuita

posible

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colaboración humana. San Ignacio era muy consciente de este dato,por eso insistió tanto en la necesidad de “disponerse” para recibirla.

¿Cómo? Lo sabemos. La clave ignaciana que hace posible laautocomunicación libre y gratuita de Dios a nosotros es ésta:salir del propio amor, querer e interés a través de la gratuidad, laabnegación, la humildad y la pobreza…

Salir del propio amor, querer e interés no es primariamente unprograma ascético. Es más bien la condición de una promesa:que Dios, el mundo y nuestro propio yo se nos vuelvan transpa-rentes. Sin salir no se ve bien, no se puede buscar ni encontrar,las cosas nos niegan su secreto ¿Cómopodrían manifestarnos que fluyen delamor de Dios y que existen en Él si norompemos ese circuito narcisista que nosmantiene vueltos hacia nosotros mis-mos? Con razón vio Ignacio en esa sali-da de sí el termómetro más auténtico detoda vida espiritual, la clave de toda exis-tencia que quiera trasparentar el ser yactuar de Dios en el mundo.

11 33 .. ¿Qué situaciones está llamada a alentar esta herenciaespiritual nuestra?, nos preguntamos nuevamente

Al “salir del propio amor, querer e interesse” de los Ejercicioslo llama Ignacio en las Constituciones abnegación y continuamortificación en todas cosas posibles. Este lenguaje suena duro,desfasado. Tal vez haya que sustituirlo por otro, pero aquello a loque apunta no puede ser sustituido. Se trata de que el centro dela escena, la interior y la externa, lo ocupe no el yo con sus vie-jas pulsiones de codicia, vano honor y soberbia, sino Dios. Setrata de que, desde ese lugar de adoración y de encuentro, nues-tro yo se abra a los intereses de Dios, el Reino. Se trata en defi-

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“Que Dios, el mundoy nuestro propio yose nos vuelvantransparentes”

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nitiva de que Dios y su Sueño sobre el mundo se conviertan enel nuevo objeto de nuestro deseo, en el “tesoro encontrado” porcuya posesión se vende alegremente todo lo demás.

Ignacio fue muy clarividente en este punto y así lo enseñó a losprimeros compañeros y nos lo dejó dicho en las Constituciones:Jesuitas no abnegados hacen difícil aquella unión sin la cual nohay Cuerpo, y si son “turba” la vuelven del todo imposible.

La pregunta dirigida a Dios en el discernimiento apostólico:“¿cómo estás, Señor en este problema concreto que nos reúney qué quieres de nosotros”?, sólo es posible entre jesuitas quese han despojado previamente de sus pre-juicios para poder oírlos gritos y susurros de Dios en la realidad; la amistad entrecompañeros supone situar al otro en el centro de nuestra aten-ción y amor, rebajando cuanto sea posible esa “hiperinversiónde preocupaciones en las cuestiones del yo” tan característicade nuestro momento actual.

Predicar en pobreza, humildad y gratuidad como queríannuestros primeros compañeros, se nos ha convertido en unaaspiración difícil de plasmar tanto individual como corporati-vamente. No siempre por falta de deseo, es cierto, pero tam-poco porque lo hayamos intentado a fondo y con todas las con-secuencias. Si es cierto que “aunque la obediencia nos envía,es la pobreza la que nos hace creíbles”, es ésta una herida quedeberíamos mantener siempre abierta sin tratar de cerrarla enfalso. Aun contando con su eterna complejidad, es mucho loque nos queda por avanzar en este terreno…

VII. En todas las cosas VII. En todas las cosas

11 44 .. Lo que hizo Dios con Ignacio en Manresa supuso un

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vuelco tal en su vida que le trasformó de eremita en apóstol.Aquellas cinco gracias de las que habla el Peregrino en laAutobiografía, especialmente la ilustración del Cardoner y elentendimiento de cómo Dios había creado el mundo, están enla base de ese cambio tan radical. Si el mundo fluye del amorde Dios y, por tanto, no es sólo cosa sino don, si Dios está enla realidad “dándola y dándose en ella, habitándola, trabaján-dola, descendiendo a ella”, entonces todo es sacramento deDios, lugar de adoración, encuentro y servicio, “medio divi-no”. Ya no será posible para Ignacio amar y servir a su Señorsin amar y servir a su mundo. Ésa será su gran pasión: buscary hallar a Dios en todas las cosas, articular su libertad en elproyecto de Dios, ser instrumento en sus manos.

He ahí otra de esas palabras fundantes en las que todos losjesuitas podemos encontrarnos, otra de las claves que puedencon-movernos y hacernos vibrar: “Es preciso buscar y hallara Dios en todas las cosas… a Él en todas amando y a todas enÉl conforme a su santísima y divinavoluntad”. Ser contemplativos en laacción y activos en la contemplación,de tal modo que cuando nos encontra-mos con las “cosas” descubramos aDios en ellas, y cuando nos encontra-mos con Dios las veamos y amemos atodas ellas en Él.

Y con todo… Es posible que porrazones comprensibles, aunque noevangélicas ni ignacianas, la evoluciónsocio-cultural de nuestra sociedad hayaimpregnado nuestra mirada de una sos-pecha sistemática sobre el mundo, de un cierto acorralamien-to y repliegue frente a él. Es posible que lo miremos como

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Todo es sacramentode Dios; lugar de encuentro,adoración y servicio; “medio divino”

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desde fuera, con una cierta desesperanza sobre su futuro… Esposible que esa misma evolución nos haya dejado des-adapta-dos y sin palabra ante las nuevas situaciones, en un ciertoparo interno que genera frecuentemente rechazos pulsionales,frustración y agresividad... Es posible que, sin ser del todoconscientes del daño que nos produce, estemos aumentando laconsiguiente desolación espiritual en vez de “mudarnos inten-samente contra ella”...

1155 .. ¿Qué sucedería, por el contrario, si acercáramos a talessituaciones ese don primigenio con el que el Señor quiso bende-cir a la Compañía: “Buscar y hallar a Dios en todas las cosas”?Tal vez cosas tan deseables y preciosas como éstas:

– Insertados en el hacer de Dios, recobraríamos la paz, laconfianza, el abandono cristiano. Sentiríamos internamente que,porque Dios tocó al mundo en la creación y sobre todo enJesucristo, ya nunca lo dejará de su mano, aunque muchas vecesno esté a nuestro alcance saber cómo; y nos alegraríamos porello. Nos volveríamos más asertivos y menos jueces del mundo;más profetas de la vida y menos de calamidades; más obedientes

a Dios y más gustosos también de hablarde Él y de su promesa a nuestros herma-nos y hermanas…

– Siguiendo los pasos de Jesús nosexpondríamos solidariamente al sufri-miento de la gente: “Dejar hablar al dolores la condición de toda verdad”.Estaríamos disponibles para todos, perocon la mirada puesta siempre en lospobres, exigencia de toda salvación quepretenda ser universal...

– En nuestra toma de decisiones, per-

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Porque Dios tocó al mundo en

la creación y se hizo mundo en

Jesucristo, nunca lo dejará ya

de su mano

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sonales o comunitarias, daríamos mucho más lugar a Dios a tra-vés del discernimiento espiritual, personal o en común, cons-cientes de la complejidad del mundo presente, por una parte, yde nuestra propensión a los auto-engaños, por otra…

– No nos dejaríamos deprimir fácilmente por los fenómenosde disminución a los que asistimos porque los viviríamos con Él,atentos siempre a su acción de timón de profundidad, podaderay savia con la que corrige nuestros rumbos equivocados…

– Alentados finalmente por el espíritu de los Ejercicios yde las Constituciones trataríamos de encontrar y de unirnosactivamente con Dios, no sólo donde es previsible que estésino también donde su presencia no es esperable o resultaincluso escandalosa: en la cruz que acompaña nuestras vidaso se cierne amenazante sobre la vida de los demás.Llegaríamos incluso a entender que para encontrar a Dios “entodas las cosas”, sin confundirlo con un ídolo de nuestrodeseo, es preciso encontrarlo también ahí, donde más difícilse nos hace aceptar que esté.

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VIII. La conversación espiritual VIII. La conversación espiritual

11 66 .. “Conversar” es una de las herramientas apostólicasmás utilizadas y más apreciadas por San Ignacio desde suconvalecencia en Loyola hasta su muerte: “El tiempo quecon los de casa conversaba todo lo gastaba en cosas de Dios,con lo cual hacía provecho a sus ánimas”. Cercano ya alfinal de su vida, Ignacio recordará cómo nació en él el gustopor la conversación espiritual al experimentar los frutos queproducía.

De Fabro sabemos, a través de su Memorial, que fue sualumno más aventajado en este arte de la conversación espiri-tual. Todos cuantos trataron con él le recordarán por este dony por los frutos que producía. En cuanto a Francisco Javier, suscartas –otro modo de intercambio espiritual- testimonian unapráctica y aprecio similares.

La conversación espiritual es un intercambio de espíritus.Es el acto de compartir lo que el Espíritu santo susurra ennosotros: los deseos que pone en nuestro corazón, el recuerdode Jesús y la imaginación apostólica que inspira en nosotros,las consolaciones que nos regala. La conversación espiritualcomparte también la debilidad que nos envuelve, la tentaciónque nos asalta… Una conversación así requiere un tipo decomunicación y de escucha peculiares al que no estamos muyacostumbrados y en cuya práctica necesitamos crecer. Sin esacomunicación y escucha, la conversación espiritual se haceinviable.

11 77 .. ¿Por qué sería importante alentar en nuestra vida dejesuitas la conversación espiritual?

La fe ha perdido los apoyos sociales de que gozaba en un

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pasado todavía no muy lejano. Nuestra identidad creyente, ymucho más la religiosa, se convierte por ello en una identidad“culturalmente frágil”. Su plausibilidad se apoya en la expe-riencia personal e interna y en el soporte de quienes piensan,sienten y oran de igual manera, cada vez menos en elementosexteriores. En tal circunstancia la afirmación de que “la fe demis hermanos confirma mi propia fe” es un hecho incontesta-ble; también, probablemente, una necesidad. Narrarnos unos aotros la fe en el sentido antes indicado, conversar espiritual-mente unos con otros, se convierte en condición de vitalidadinterna y de proyección apostólica; en terapia del Espíritu con-tra la sensación de soledad e in-significancia que puede inva-dirnos.

Vivimos, por otra parte, en un momento histórico en elque, incluso con el Evangelio en lamano y sobre todo en el corazón, noes nada fácil saber qué hacer y cómohacerlo. Por eso hoy más que nuncacomunidad para la misión equivale acomunidad para el discernimientoapostólico. Pues bien, lo que susten-ta ese discernimiento es justamentela conversación espiritual, junto aotros medios que le son también pro-pios como la oración, el análisis, laconsulta…

¿No tendríamos entonces que darmás espacio a este tipo de comunica-ción mutua? ¿No podríamos recuperar así la importancia quetuvo para Ignacio, Javier y Fabro en cuanto fuente de amis-tad y de unión, ámbito de significados compartidos y de bús-quedas apostólicas?

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Fuente de amistad y de unión, ámbito dondecompartirsignificados ybúsquedasapostólicas

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IX. PrIX. Propuestas opuestas

1188 .. La memoria de los primeros compañeros, a la cual repe-tidas veces nos invita Ignacio en la Fórmula del Instituto y en lasConstituciones, nos llama hoy día a hacer fructificar la mismagracia de la vocación que con ellos compartimos. Para respondera este ideal y llegar hasta donde ellos llegaron, “o más adelanteen el Señor nuestro”, aunque el don del Espíritu es lo que nosdebe guiar y mover, podemos también aprender en la escuela delos primeros compañeros los medios que ellos emplearon.¿Cómo fue, pues, el proceso seguido por aquellos compañerospara formar aquella original unión de “amigos en el Señor”?

Fijémonos en Ignacio. Primero pasó por una transformaciónpersonal mediante lecturas espirituales, oración y penitencia,pobreza y contacto con los pobres y enfermos, combate interiory discernimiento en medio de tentaciones y perplejidades.

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Sancian

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Finalmente, enseñado por el Señor, “de la misma manera quetrata un maestro de escuela a un niño”, recibió “una ilustracióntan grande, que le parecían todas las cosas nuevas” y no pensabaya más que en ayudar al prójimo. Aquí empezó su larga peregri-nación.

Fijémonos ahora en Fabro y Javier. En París se unieron aIgnacio, conquistados mediante los Ejercicios Espirituales prac-ticados con extrema fidelidad. Ellos y los demás que se fueronañadiendo al pequeño grupo progresaron en la vida de fe con laoración y la penitencia, con el apostolado y la entrega a los estu-dios, con un estilo de vida pobre y solidaria ayudándose en loespiritual y en lo material y con frecuentes encuentros de amis-tad, de oración y de discernimiento. Másadelante, en Italia, experimentaron jun-tos la pobreza extrema y la solidaridad,y se dedicaron al apostolado sobre todocon gente sencilla…

Así, desde la experiencia individualde Ignacio y luego la de los compañe-ros se fue gestando la vida de laCompañía naciente. Más aún: estamanera de proceder de Ignacio y losprimeros compañeros se convirtió enparte de la mistagogía de los EjerciciosEspirituales y del camino de formaciónde los jesuitas.

Porque los Ejercicios, mediante un conjunto variado y orde-nado de “espirituales operaciones”, ofrecen una mistagogía inte-gradora de lo interior y lo corporal, de la experiencia íntima y deldiálogo espiritual, de una atención a lo personal y a lo material,del combate espiritual y del abandono confiado en Dios. Y la for-mación propia de la Compañía, tal como puede verse en el

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¿Qué medios harán más eficaznuestro deseo deproseguir lo que elloscomenzaron?

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Examen y en las Constituciones, abarca oración, experienciahonda de Dios, sencillez de vida, pobreza, contacto con lospobres y enfermos, confianza y abandono en Dios, y práctica deapostolado con personas sencillas. Lo que los primeros compa-ñeros realizaron para avanzar en el camino del Señor y que cre-yeron que podría aprovechar a los seguidores de su camino, se haestructurado en nuestros documentos fundamentales.

11 99 .. Inspirándonos en ellos, nosotros podemos idear hoymedios que nos ayuden para hacer más eficaces nuestros dese-os de continuar lo que comenzaron. Indicamos a continuaciónalgunos de esos medios, con la intención de que sugieran otrosque se adapten lo mejor posible a las variadas circunstanciasen que se desenvuelve nuestra vida de jesuitas.

a) Insistamos en nuestra experiencia personal de Dios. Para ello,

– Hagamos reflexión y oración personal. Tomemos lasdistintas partes de este documento para la reflexión, oracióny revisión personal. Tratemos de situarlo en la circunstanciaconcreta de cada uno y de cada ministerio. Nos pueden ser-vir los guiones que se irán enviando a cada jesuita.

– Atendamos nuestros Ejercicios espirituales. Ignacioformó y unió como compañeros a Fabro y Javier mediantelos Ejercicios Espirituales. Programemos con tiempo demodo particular esta práctica anual. Quizá hacerlos conacompañamiento individualizado y según todo el método omistagogía ignaciana. Se podrían aprovechar las ofertas deacompañamiento que se hacen en varias de nuestras casas,mediante permanencias durante todo el año.

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– Acudamos a la lectura espiritual. Sería la ocasión deleer durante el año alguna vida o estudio sobre los santosdel Jubileo, al estilo como Íñigo en Loyola permitía que leinterpelara la lectura. Sugerencias: X. Léon-Dufour, SanFrancisco Javier. Itinerario místico del apóstol (Mensajero-Sal Terrae, Bilbao-Santander 1998); Antonio Alburquerque,En el corazón de la reforma. “Recuerdos espirituales” delBeato Pedro Fabro (Mensajero-Sal Terrae, Bilbao-Santander 2000); Id., Diego Laínez, primer biógrafo de SanIgnacio (Mensajero-Sal Terrae, Bilbao-Santander 2005); J.W. O’Malley, Los primeros jesuitas (Mensajero-Sal Terrae,Bilbao-Santander 1995); Javier Osuna, Amigos en el Señor:unidos para la dispersión (Mensajero-Sal Terrae, Bilbao-Santander 1998); Ignasi Salvat, Servir en misión universal(Mensajero-Sal Terrae, Bilbao-Santander 2002), etc.

b) Demos impulso a nuestra comunidad apostólica. Con ese objeto,

– Cuidemos nuestras reuniones comunitarias.Podríamos dedicar alguna reunión a compartir los distintos“impactos” que produce en cada uno este documento o laparte que se determine. Hablemos más desde el “sentir”personal y practiquemos la escucha, para llegar así más aldiálogo que al debate…

– Involucremos a los Sectores apostólicos y a laProvincia. Sería provechoso idear algún encuentro de retiro.O bien algún encuentro en el que se combinen acertadamentetiempos de oración, de compartir, de liturgia y de celebración,para que sea un “evento” y no sólo una práctica piadosa.

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c) Recuperemos la relación con los pobres y la exposi-ción a la pobreza. Volvamos a las “experiencias” igna-cianas. A partir de las prácticas que ayudaron a los prime-ros compañeros y que se proponen en las Constituciones,podríamos imaginar alguna que me ayude a transformarmis comportamientos y actitudes, y no sólo a alimentar lapura información o los conocimientos. Por ejemplo: en elcampo de la marginación, en ministerios con gente sencillao pobre, supliendo tal vez algún compañero en verano, enalguna enfermería de la Provincia propia o de otra, com-partiendo la vida de personas en ambiente de pobreza, etc.

* * *

2200 .. “Que Dios sea real y existencialmente el primero en serservido en todas nuestras formas de vivir nuestra vocación; quesiguiendo a su Señor, la Compañía siga consciente de la urgen-cia de su misión; y que, aferrados por el Espíritu, vivamos per-sonalmente el oficio de consolador que el Resucitado viene aejercer…”

Así resume el P. General los desafíos que nos llegan hoy deSan Ignacio, San Francisco Javier y el Beato Pedro Fabro. Anosotros nos toca acoger el don e intentar que fructifique.

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