Acha, Omar - La trama profunda. Historia y vida en José Luis Romero

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"José Luis Romero intervino en el panorama historiográfico argentino de la década de 1930 como un recién llegado y un conquistador, pues intuyó muy pronto que el suyo era un mundo en transformación. Su etapa formativa fue la de entreguerras. En este volumen se estudian los temas básicos de su concepción de la historia: la morfología, el socialismo, la historia de la cultura, la experiencia urbana, la problemática del ensayo, el romanticismo ilustrado."

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LA TRAMA PROFUNDAHISTORIA Y VIDA EN JOS LUIS ROMERO

Omar Acha Buenos Aires, 2005

[DEDICATORIA] A Marcelina

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PRLOGO

La construccin de la historiografa latinoamericana asumi peculiaridades nacionales. El saber histrico fue un rizo clave en la provisin estatal de narraciones y prcticas culturales que constituyeran a los pases en tanto naciones, pues la salida del orden colonial en el siglo XIX leg a las nuevas formaciones jurdicas el problema de la legitimidad. Las circunstancias particulares de esas naciones nuevas, carentes de slidas bases institucionales, exigieron esfuerzos por configurar una disciplina productora de conocimientos y relatos histricos. En las frgiles realidades del orden americano, los proyectos individuales supieron destacarse en esas condiciones crticas. Por eso los historiadores ms avezados en su tarea se quisieron fundadores, creadores de una ciencia pero tambin de una poltica del saber. Este ensayo propone recorrer los temas principales de una vocacin modelada por esas demandas en Jos Luis Romero, uno de los historiadores ms originales del continente. En la Argentina, la construccin de un campo historiogrfico exigi ms tiempo que el previsible en los primeros tiempos de la Nueva Escuela Histrica, cuando en el meridiano de la dcada de 1910 Juan Agustn Garca advirti la consolidacin en la universidad de una nueva generacin de profesionales de la historia. Hasta ese momento la historiografa era un privilegio de escritores acomodados que no obtenan su bread and butter de las fatigas historiadoras. Sin que dicho proceso se materializara por largos aos en una slida institucionalizacin, sin que configurara realmente un campo segn el sentido tallado por Pierre Bourdieu, su operacin primordial, la creacin de la Academia Nacional de la Historia, aconteci en un momento la dcada de 1930 en que la poltica mediaba la profesionalidad historiogrfica con los avatares estratgicos. La actividad desplegada en el mbito universitario no poda evitar una colisin con lo poltico. Con el control ejercido sobre el ncleo narrativo provisto por las obras decimonnicas de Vicente Fidel Lpez y Bartolom Mitre, la Nueva Escuela Histrica matriz una interpretacin de la historia que se consolid con la edicin de la Historia de la Nacin Argentina en una fecha tan tarda como fue la de 1936. A pesar de los intentos de sustituir los relatos de los padres fundadores, la Nueva Escuela fue la extensin de la historiografa decimonnica hasta el medioda del siglo XX. Tan vigorosa fue esa continuidad que la disponibilidad de un protorevisionismo en las entraas de la Nueva Escuela se anonad. La problemtica del caudillismo y la circunspeccin ante el dominio porteo sobre el interior del pas se fosiliz como tema de investigacin. Se detuvo en los umbrales de la honestidad archivstica, que no se podra desestimar pero que no alumbr sola al combate de las ideas. Sencillamente, la Nueva Escuela careca de un otro tico-polticamente deleznable en la propia estructura de la nacin argentina y en su exterior (no distingui una oligarqua ni un imperialismo). Apresada en el mundo imaginado y construido por la Generacin del 80, como burocracia especializada ella misma heterognea estuvo condenada a consolidar la hegemona de una era en el tiempo de su agona. Ello es particularmente sorprendente porque sus miembros ms connotados, Ricardo Levene y Emilio Ravignani, estaban poltica o culturalmente comprometidos con su poca. El brete esencial residi en la incapacidad de traducir esas preocupaciones inmediatas en matrices historiogrficas que conservara a la vez una voluntad de conocimiento. El modo en que efectivamente lo hacan, en su contribucin a la historia patritica, estaba moldeada en un nacionalismo que no asuma la complejidad real de una Argentina inmigratoria y en crisis. En 3

rigor, la disciplina historiadora castraba a las obras de Ravignani y Levene de toda articulacin sustantiva con la realidad viva. Jos Luis Romero intervino en este panorama como un recin llegado y un conquistador, pues intuy muy pronto que el suyo era un mundo en transformacin. Su etapa formativa fue la de entreguerras. Esto significa que la realidad en la cual la Nueva Escuela Histrica hallaba su cimiento haba delatado una grieta, como sntoma de una crisis de la filosofa del progreso donde ese mundo se hincaba para sostener sus promesas. No podra exagerarse cunto de semejante crisis impact a la generacin de un Romero que, en una modulacin singular, iba a lidiar toda su vida con el problema de la sociedad burguesa cuyos logros culturales y aun econmicos estaban lejos de ser irreprochables. Testigo de un trnsito, su actitud fluctu entre la admiracin por los adelantos culturales y materiales del orden burgus, y la aoranza de un tiempo ido probablemente mtico donde los valores humanos fueron la medida de todas las cosas. Romero fue un historiador porque en el pasado crea reconocer algo que mereca ser explicado activamente. Esa historia que lo interpelaba no poda, por fuerza, ser ni aquella de la Nueva Escuela, ni la revisionista que naci en los aos 1930 para insuflar energa al nacionalismo. Visto desde hoy, podemos decir que Romero contorne un enigma poltico-cultural durante medio siglo con un instrumental historiogrfico: la divisin de la sociedad de cuya profundidad la crisis era una revelacin. Esa sospecha fue la clave del significado de Romero en la historia de la historiografa argentina, a saber, la de consumar el fin de la Nueva Escuela Histrica y proponer una renovacin cultural que deseaba ser ms que acadmica. Sin embargo Romero permanecera una rara avis entre la historiografa que contribuy, como nadie, a fundar. La clave de mi interpretacin de dicha rareza consiste en proponer un exceso del usual encuadre historiogrfico en el que ha sido aprisionado. Ms que un historiador delimitado a sus quehaceres de oficio, fue un intelectual. Los temas de sus preocupaciones no estaban formateados por una agenda acadmica, sino que brotaban de una muy precisa manera de entender los antagonismos sociales. Quizs una comprensin ms adecuada provenga de una inteligencia iluminada por el psicoanlisis. Aqu esa va casi virgen de la historia intelectual no provee sus mtodos ni sus conceptos. Slo estiliza la cuestin: ms que la potencia constante de una identidad, podramos observar la permanencia de una falta, de un enigma, como puntal motriz de una trayectoria extensa e intrincada. Antes que una conviccin terica, la biografa intelectual de Romero hall su coherencia en un interrogante. Veremos que su periplo coagul en operaciones slo en parte comprensibles por la preeminencia del empirismo historiogrfico. La lectura que propongo se rinde desde su inicio al vano afn de hundir la cuchilla interpretativa en la documentacin y de extraer bien pronto, de la hechura maciza de los discursos, su ncleo de sentido. Prefiere detenerse en la operacin ms diligente y reverberante del desanudar lo que se presenta tejido, texto, en los escritos que de Romero hemos heredado. Un recorrido, pues, que va hostigando un prisma cuyos aspectos se comunican pero tambin se repelen. Con maneras diversas de decir lo mismo y con gestos similares para destacar diferencias. Porque si, en efecto, de lo que se trata es de reconstruir la eficacia de la persecucin de un enigma, este no se caracterizar por su presencia, sino por su inevitable deriva. Y es que siempre un enigma es el resultado de las operaciones fracasadas de instaurar un objeto. Cuando presente, ya avanzada la discusin, la tesis del intento de retomar la osada fiereza de D. F. Sarmiento en el Facundo, se cernir quizs el momento en que se funda lo recortado a travs de la insuficiencia de la palabra.

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El primer captulo propone una discusin de la concepcin historiogrfica de Romero. All se explican sus conceptos fundamentales y su temprana evaluacin crtica del oficio historiador. El captulo dos introduce la trayectoria de Romero en el socialismo argentino, mostrando cmo esa identificacin condicion su obra historiadora mayor, precisamente en cuanto la atencin al antagonismo social y cultural fue un nervio de comprensin histrica. El tercer captulo analiza el proyecto de intervencin poltico-cultural que fue la revista Imago Mundi. All se observar la modulacin y estallido de una perspectiva cultural. La seccin siguiente explora las peculiaridades del concepto de mentalidad, que contrasta con el empleado en otras historiografas contemporneas, y que habilita la cuestin de la poltica como expresin cultural de la conflictividad social. El captulo cinco ilumina otro aspecto: la plusvala del ensayo. Sostiene que las interlocuciones ms eminentes de Romero provenan del ensayismo latinoamericano y argentino antes que de la historiografa acadmica. El captulo sexto y final examina la cuestin urbana en Romero desde el ngulo de su imaginacin histrica y de su propia experiencia de la modernidad occidental. Propongo all que dicha experiencia estaba cargada de un romanticismo perceptible desde las tempranas expresiones tericas enunciadas en el captulo primero hasta los viajes realizados en la dcada de 1970. Finalmente, en el eplogo arriesgo los contornos de una posible activacin contempornea del afn intelectual de Jos Luis Romero, en una poca que no es la suya.

La Matanza, otoo de 2005

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RECONOCIMIENTOS

La escritura de este libro me ha acompaado durante largos aos. Slo recientemente me decid a abandonarlo (pues un texto nunca se termina). Las deudas son numerosas, y aqu no podra evitar mencionarlas sino parcialmente. Luis Alberto Romero me facilit libros y materiales del archivo de su padre (sobre todo dos estupendos cursos inditos referidos en el captulo 6). Carlos Astarita dirigi un tramo inicial de mi investigacin en la Facultad de Filosofa y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Quiero distinguir muy especialmente la inusual gentileza de Juan Andrs Bresciano, quien sin conocerme y sin promesas de reciprocidad me envi una copia de los artculos de Marcha sobre la polmica en torno a lo que sera la Introduccin al mundo actual y de las Actas de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educacin que concernan a la actuacin de Romero en el Uruguay. Reyna Pastor y Tulio Halperin Donghi respondieron por e-mail mis preguntas sobre sus vnculos con Romero. Sergio Bag lo hizo por correo postal. Charlas en cafs suburbanos con Gerardo Oviedo sesgaron mi atencin en Sal Taborda. Para el captulo sobre la actuacin socialista de Romero fue esencial la consulta del Centro de Documentacin e Investigacin sobre la Cultura de Izquierdas en la Argentina (CeDInCI). La biblioteca del Seminario Rabnico Latinoamericano fue mi ltimo recurso para acceder a Hebraica. Jorge Myers me obsequi una copia del artculo de Captulo sobre Brujas. Marcelina Jarma, Gastn Buruca, Fernando Devoto y Adrin Gorelik me plantearon en diversas ocasiones objeciones de importancia. Los responsables de El Cielo por Asalto aceptaron cobijar el presente volumen en esta destacada coleccin. Va de suyo que en ningn caso la responsabilidad de mis pareceres podra ser vinculada con las personas nombradas.

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CAPTULO 1 LA PASIN DE LA HISTORIA

Romanticismo, antipositivismo y crisis La historia de las ideas en Amrica Latina, como en otras latitudes, se constituy a travs de debates, transacciones e hibridaciones. La trayectoria intelectual de Jos Luis Romero (19091977) delata esa misma condicin compuesta que se halla, con sus diferencias, en Gilberto Freyre, Jorge Basadre o Leopoldo Zea. El romanticismo fue una nervadura bsica, la primera, del pensamiento histrico de Jos Luis Romero. Al trmino de nuestro periplo veremos que esa traza romntica tamizada por otras inclinaciones constitua tambin una estructura de sentimiento. Veamos por el momento sus efectos en la nocin de conocimiento histrico. Slo por un esquematismo empirista demasiado rancio se acepta que la historiografa se ataree exclusivamente con el pasado, cuando sus asuntos son el tiempo y la transformacin. En cualquier caso, desde su juventud Romero saba bien que la prospeccin estaba dada tambin para el pensamiento riguroso (lo sabremos mejor cuando hurguemos en la cuestin del ensayismo). Pero no cabe duda de que su inters de historiador se inclinaba hacia el pasado pues en su imaginacin politizada, la comprensin del pasado era maestra de la vida. Las preocupaciones tericas de Romero intentaron justificar una concepcin pasional y prctica del conocimiento como manera de ser en el mundo. En ella propuso una vinculacin entre historiografa y situacin existencial que lo condujo a defender la tesis de que la historiografa develaba la trama profunda de la vida histrica, con la esperanza de que captara el nervio ms ntimo de la experiencia social. La vida histrica enhebraba la existencia temporal de las sociedad humanas. La concepcin historiogrfica de Romero tuvo una escansin propia, irreductible al devenir de la disciplina histrica en la Argentina de entreguerras. Fue el suyo, ms precisamente, el clima ideolgico de una nueva generacin que advena al ejercicio intelectual en una era de incertidumbres. La exigencia romntica de vincular vida, historia y conocimiento surgi como contestacin a una crisis ideolgica de envergadura. Fue la reaccin ante un mundo que haba perdido inteligibilidad. La realidad haba extraviado su aplomo y era imprescindible reorganizarla desde parmetros diferentes a los que provea, hasta entonces, una cultura burguesa gobernada por el cientificismo y el positivismo. Desde el nacimiento de su vocacin intelectual, la pasin constituy en Romero un rasgo central en la imagen de la produccin de conocimiento histrico. Este apasionamiento, este compromiso existencial del cual la obra historiadora manifestara ms que una preferencia individual, expresaba una cualidad o potencialidad de la historiografa como actividad humana incomprensible desde la razn positivista. La hermenutica histrica pertenecera a la vida misma. La pretensin de cientificidad de la historiografa no afectaba la actualidad de la escritura de la historia para el devenir de la experiencia individual y social. La ciencia histrica detentaba una forma de militancia muy 7

propia, intransferible a otro tipo de saberes. Romero la sostena contra lo que vea en el Nietzsche de las Intempestivas como una devaluacin de su importancia para la vida. Defenda que incluso cuando persevera en su voluntad cognitiva dirigida al pasado, esa militancia le otorgaba a la historiografa su calidad ms profunda y noble.1 Esta concepcin de la historia obedeca a dos motivos fundamentales. En primer lugar era una reaccin a la prctica erudita que como ideal metodolgico preponderaba en la historiografa argentina. En segundo lugar, como respuesta a la percepcin de una situacin crtica de la cultura occidental y de la coyuntura poltica argentina, contexto en el cual la historia poda funcionar como gua preferencial de ilustracin hacia tiempos mejores. Romero denostaba la historia fctica, desinteresada de su entorno y literariamente reseca, incapaz de insertarse activamente en la vida y de autorizarse a intervenciones pblicas. Ciertamente, los historiadores de la Nueva Escuela Histrica fueron tan poco apolticos como otros cualesquiera, pero la evidente parcialidad de sus actividades no estaba articulada formalmente con su prctica especfica como historiadores. Por el contrario, la objetividad apareca como la garanta del rigor cientfico.2 En verdad lo que Romero pretenda no era slo develar la inevitable perspectiva de todo saber. Aspiraba a formalizar esa condicin ambigua como su espina ms excelente. El primer empeo intelectual de Romero, la revista cultural Clave de Sol (1930-1931), evidenciaba una fragilidad escrituraria en la plataforma de sus ideas. Sin embargo, su mdula ms delicada calara profundo en su pensamiento. Clave de Sol participaba en una atmsfera profundamente hostil a lo que se entenda como el modelo norteamericano de sociedad, eptome de una modernidad inhumana. Los Estados Unidos condensaban, en el primer artculo de Romero publicado en sus pginas, las calamidades burguesas, sin estilo ni densidad. Los caracterizara una existencia acompasada por un chirrido insolente, tendida a la vida exterior, con un ritmo peligroso y atrabiliario. El texto de un Romero de veintin aos debata las diferencias entre la biografa y la historiografa. La atraccin concitada por la primera se deba a que completaba imaginariamente la insignificancia del hombre moderno: Un seor perdido entre legajos burocrticos y aturdido por timbres y telfonos, peda a gritos la vida de uno de los superhombres del mundo para llorar su prdida y consolar su propio vaco ().3 Para saturar su carencia de atributos, los bigrafos representaban los superhombres en los que los modernos hallaran una compensacin especular. Ante esa escapatoria indolente, Romero reivindicaba la angustia del ser mortal. Poco ms tarde, la historiografa aceptara la faena que la biografa era incapaz de realizar en su resarcir al sujeto de la vida moderna. La actitud frente a la crisis epocal conciliaba el romanticismo de la implicacin subjetiva en la produccin de conocimiento con la defensa del liberalismo en un tiempo que para Romero era de avasallamiento de las libertades individuales. Pero no se vea una contradiccin, sino ms bien una contrariedad, en esta argamasa de romanticismo y liberalismo: Romero defenda algunos aos despus lo que permita la polaridad: el liberalismo habra retomado los postulados delJ. L. Romero, La historia y la vida, en La historia y la vida, Yerba Buena, 1945 (en adelante, salvo mencin adversa, la ciudad de edicin de la bibliografa ser siempre Buenos Aires). Texto recogido en La vida histrica, Sudamericana, 1988. La cita proviene de La vida histrica, ob. cit., p. 28. 2 Romero no haca total justicia a la Nueva Escuela Histrica, pues si es cierto que las alternativas historiogrficas en las que se enfrasc rozaban apenas la tangente de los asuntos nacionales, era suficientemente diestra para producir una obra como las Investigaciones acerca de la historia econmica del Virreinato de Ricardo Levene. 3 J. L. Romero, Biografas de ayer, vidas de hoy, en Clave de Sol, primera parte, hacia la primera mitad de septiembre, 1930.1

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romanticismo.4 Pero esa conclusin que subordinaba la mediacin romntica en una visin liberal del mundo fue el fruto de la tramitacin del ascendiente de una atmsfera cultural donde Sal Taborda (1895-1944) jug un rol significativo. La relevancia de este autor se inscribe en el humor intelectual fraguado en la Universidad de La Plata, donde la crtica del positivismo encontr uno de sus baluartes.5 En ese mundillo intelectual transitaron entre otros Alejandro Korn, Pedro Henrquez Urea, Alfredo Palacios, Carlos Snchez Viamonte, Ezequiel Martnez Estrada. En 1930 el gobierno constitucional de Hiplito Yrigoyen fue derrocado por un golpe militar. Aunque es cierto que los sectores golpistas aducan que el radicalismo expulsado del poder haba mancillado a la Constitucin y ellos venan a restaurarla, esas declaraciones no ocultaban el antiliberalismo autoritario que los mova. Si no era precisamente se el tipo de descreimiento del liberalismo como ideologa poltica el que primaba en los sectores expectantes ante la debacle yrigoyenista, el denuesto del parlamentarismo estaba extensamente difundido, incluso en el espectro poltico del progresismo. El desmoronamiento poltico entroncaba con fallas quiz ms graves en la formacin econmico-social argentina en construccin. Al evidente derrumbe de la economa mundial se una una sensibilidad que bajo el ropaje de una reaccin antipositivista cuestionaba las certezas culturales de las lites argentinas. El nimo de revisin radical de la realidad recorra a la juventud intelectual por lo menos desde el ao 1918, cuando el movimiento de la Reforma Universitaria, primero argentino y luego continental, declar su extraeza ante las autoridades del saber acadmico y reclam nuevos maestros. Ms all del jaleo ideacional que habitaba a los reformistas, haba una creencia compartida: la nueva generacin estudiosa deseaba participar en la construccin de otra realidad. La recuperacin de pensadores como Jos Ingenieros o Alejandro Korn, de amplia notoriedad entre la juventud intelectual, no logr articular con profundidad adhesiones que fundaran un original movimiento de ideas. Sal Taborda ejerci, en este ambiente de requiebres culturales, una influencia perdurable en el pensamiento de J. L. Romero, porque fue el primero en proponer a sus ojos una comprensin global de la situacin contempornea, anudando el presente con las huellas del pasado.6 Aqul haba participado activamente del clima de la Reforma Universitaria, calando aos ms tarde la fibra de su intervencin en un historicismo romntico con deudas germanas. En esa fuente alimentaba su escepticismo ante las formalidades jurdicas e institucionales. Taborda entroncaba una censura al mundo capitalista a favor de una vida premodernista, no daada, con la crtica de las ideas autoritarias que proliferaban en Europa y amenazaban con imponerse tambin en el continente americano.J. L. Romero, La Revolucin Francesa y el pensamiento historiogrfico, en Cursos y Conferencias, n 2-3, 1940, p. 1364. 5 Ver Hugo Biagini, El movimiento estudiantil reformista y sus mentores, en H. Biagini, comp., La Universidad de La Plata y el movimiento estudiantil desde sus orgenes hasta 1930, Universidad Nacional de La Plata. 2001. 6 Ms tarde recordara y homenajeara a Taborda en su libro El desarrollo de las ideas en la sociedad argentina del siglo XX, de 1965. A principios de la dcada de 1970, Romero reconoca as la relevancia intelectual de Taborda, al reflexionar sobre las torsiones ideolgicas de los aos 1920-1930. Entonces lo calificaba como la figura ms brillante y ms interesante que ha tenido el pensamiento argentino de esa poca (...), que desgraciadamente ha dejado poco escrito, pero a quien yo he conocido mucho, le he odo mucho, y le puedo decir que cotejndolo con otra gente que ha escrito mucho y que ha actuado mucho, me ha dejado la impresin de que era una de las cabezas ms estupendas que ha habido en la Argentina de esa poca. Entrevista en el Proyecto de Historia Oral / Instituto Torcuato Di Tella, realizada por Leandro Gutirrez el 12 de julio de 1971, pp. 27-28.4

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El formalismo institucional era para Taborda la concepcin de lo poltico en el burgus sin herosmo. De all tambin sus desapegos a la adoracin de la mquina y el dinero.7 En lo profundo, los dilemas de la hora residan en una generalizada indigencia espiritual, de la que participaban incluso los sectores que se queran progresistamente revolucionarios.8 Su error consista en mantener la voluntad de revolucin en un grado de abstraccin incomunicable con la circunstancia local. La complejidad de los problemas de nuestro tiempo proclamaba en 1932 obliga a encarar el planteo y la solucin de los mismos en su aspecto universal, aunque atendiendo a las caractersticas de la realidad americana y a las circunstancias nacionales.9 La concrecin en Taborda de esta posicin fue la edicin en Crdoba de la revista Facundo, en 1935.10 El ttulo de la publicacin haca explcita la identificacin con Facundo Quiroga, el caudillo riojano del siglo XIX que haba sido adoptado por Domingo F. Sarmiento como el compendio de la barbarie. Taborda propona recuperar un espritu nacional, autntico, que fortaleciera lo vernculo sin las tonsuras del capitalismo. El proyecto fue atacado, en una Argentina donde la escisin fascismo-democracia comenzaba a organizar las disputas intelectuales, como una tendencia totalitaria.11 El reproche era parcial puesto que Taborda gozaba de credenciales antifascistas indiscutibles. Ms all de su apuesta por un nacionalismo sustantivo, las perspectivas intelectuales ms generales no eran hostiles al socialismo revolucionario. En un reparo dirigido a Carl Schmitt, por caso, se apoyaba en Hermann Heller,12 donde se lee una huella que sera la continuada por su discpulo Jos Luis Romero. Romero se distanci de Taborda por dos sendas: la primera fue la imposibilidad de seguirlo en su esencialismo nacionalista, pues Romero observaba el porvenir de un pas nuevo, y no la mera recuperacin de un pasado inmaculado.13 La segunda diferencia, en verdad una consecuencia de la disidencia anterior, consista en que el peligro del estatismo que preocupaba a Romero no poda ser conjurado por la comunidad facndica, precapitalista, aorada por Taborda. Precisamente all estaba el claro imposible de cubrir por laEl texto fundamental es S. Taborda, La crisis espiritual y el ideario argentino, Santa Fe, Instituto Social de la Universidad Nacional del Litoral, 1933. 8 En 1932, J. L. Romero firm junto a otros intelectuales que integraban el Frente de Afirmacin del Nuevo Orden Espiritual, FANOE, un manifiesto por la reconstruccin espiritual de la sociedad orientado por Taborda donde se censuraba el conservatismo cultural de la izquierda. Cf. Horacio Sanguinetti, La democracia ficta, La Bastilla, 1988, p. 125; cf. el manifiesto en Alberto Ciria y H. Sanguinetti, La reforma universitaria, II, Centro Editor de Amrica Latina, 1983, pp. 319-321. Entre los firmantes del manifiesto se hallaban su hermano Francisco, Jos Babini, Luis Aznar, Carlos Astrada, Juan Mantovani, Alberto Baldrich y Jordn Bruno Genta 9 FANOE, manifiesto citado, en A. Ciria y H. Sanguinetti, ob. cit., p. 230. 10 Cf. la recopilacin: S. Taborda, Facundo. Crtica y polmica, Perrot, 1959. 11 Jos Barreiro, ligado al socialismo moderado, public en el diario Crtica un artculo titulado Facundo, prcer de la historia argentina (Crtica, 2 de mayo de 1935, reproducido en J. Barreiro, El espritu de Mayo y el revisionismo histrico, Zamora, 1951), donde atribua la inminente aparicin de la revista cordobesa a una prestigiosa figura intelectual que piensa iniciar con la publicacin que se anuncia su evolucin o su saludo mortal hacia las regiones del corporativismo y de la poltica de fuerza. 12 Cf. Jorge Dotti, Carl Schmitt en Argentina, Rosario, HomoSapiens, 2000, p. 47. 13 Romero no haba sido inmune al fragor nacional de Taborda. En un texto de 1932 apareca un motivo de romanticismo nostlgico. Por entonces el joven Romero se identificaba con el arielismo latinoamericano. Desde una crtica de las historiografas nacionales artificiales, deploraba que la historia nacional obliga[ra] a suponer a la tcnica maquinista como condicin justificadora del mundo. Frente a esa afirmacin acrtica de la realidad tal como exista, opona un ideal revelador: Pero de las pocas ms armoniosas de la humanidad, de las que lograron su armona sin el maquinismo, nada sabr el muchacho americano. J. L. Romero, Inquisiciones sobre el continente. El nacionalismo americano y la historia, en AA. VV., Homenaje a Enrique Jos Varona en el cincuentenario de su primer curso de filosofa (1880-1930), La Habana, Direccin de Cultura, 1935, p. 151.7

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argumentacin tabordiana: para Romero slo unas lites del saber podran guiar una accin emancipada tanto de las miserias del capitalismo como de la amenaza de la servidumbre estatal. La admiracin por Taborda fue una inspiracin profunda, pronto sublimada en un liberalismo socialista moderado, de la que Romero retuvo una reserva ante la aceptacin acrtica del capitalismo y la inquietud por la densidad de la historia. La recuperacin de una comunidad indivisa era para Romero un proyecto imposible. A la tentacin comunitarista federal se antepona la sensibilidad socialista que crispa las diferencias, que hace crujir las totalidades, que cuartea las armonas. Pero el desacuerdo no derivaba en un refugio cientificista ante la demanda del ultrasmo ideolgico de Taborda, pues para actuar era indispensable comprender que la historia argentina haba sido una travesa labrada por violentas escisiones. El diagnstico histrico iluminaba la radicalidad de las fisuras producidas por el derrumbe de la Argentina de la agroexportacin, de la inmigracin, y de la democracia de masas. En esa sociedad anidaban diferendos coyunturales, pero haba otros que atravesaban el campo constitutivo de lo social. El ideal tabordiano apareca, en semejante contexto, como desfasado e irreal. La cuestin inmigratoria y el tema nacional conformaron el plexo cultural de las jvenes generaciones que en esos aos difciles oscilaban entre la poltica y la historia. Aparecan del mismo modo, por ejemplo, en un contemporneo de Romero, argentino nuevo como l, hijo de catalanes: Rodolfo Puiggrs (1906-1980). Tambin Puiggrs escriba precozmente, interesado en cmo resolver las aporas de la situacin argentina. Tambin l haba sentido la insuficiencia de los saberes instituidos, haba auscultado con veneracin y enseguida con distancia a los visitantes extranjeros como Keyserling y Ortega que desembarcaban prontos a interpretar las esencias argentinas. Mientras Puiggrs decidi integrarse al comunismo, Romero prefiri mantenerse en la izquierda reformista.14

El conflicto de la vida histrica A las escuchas de las interpelaciones polticas nacionales y latinoamericanas, se anud en la formacin de Romero un denso entramado de lecturas alemanas ampliamente difundido por las traducciones espaolas, y luego mexicanas, del universo neokantiano que sigui a la disputa metodolgica (Methodenstreit) de fines del siglo XIX. Los filsofos e historiadores que desplegaron los motivos de una nueva crtica del saber, desde W. Dilthey hasta E. Cassirer, nutrieron las preocupaciones tericas de la entreguerra.15 Slo despus de 1955 las ciencias sociales tomaran el relevo en la problemtica intelectual de Romero. Pero incluso en esa nueva poca de modernizacin compulsiva, las nociones de vida histrica, pasin y conflicto formacreacin, lubricaran la introduccin de otras retricas. Como se indicar en el captulo dedicado a Imago Mundi, Romero conserv despus de 1955 las convicciones tericas bsicas queRomero era hijo de inmigrantes valencianos, mientras que el padre de Puiggrs era cataln y su madre argentina era descendiente tambin de catalanes. Reconstruir el periplo de Puiggrs quien hacia el final de su vida deseaba escribir una historia de la Argentina bajo el ttulo de El hijo del inmigrante en un volumen de prxima publicacin. 15 En el programa de Filosofa de la Historia dictado durante 1949 por Romero en la Universidad de la Repblica (Uruguay), inclua a H. Rickert, W. Dilthey, B. Croce, O. Spengler y A. Toynbee como representantes del pensamiento contemporneo. Cf. Carlos Zubillaga, Historia e historiadores en el Uruguay en el siglo XX, Montevideo, Librera de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educacin, 2002.14

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configur en los aos treinta. Su concepcin historiogrfica fue relativamente inmune a las tendencias intelectuales de corto plazo. De all que su mdula desplegara en diversas manifestaciones aparecidas a lo largo de cuatro dcadas la curvatura de creencias profundas antes que la revisin de intuiciones tempranas. Toda la comprensin de lo histrico propuesta por Romero reposaba en una conviccin esencial: la transformacin de las formaciones socioculturales configura un sentido en la historia, constituyndola en un proceso articulador del pasado, el presente y el futuro. El conocimiento historiogrfico la reconstruye en el crculo hermenutico de la intuicin y el trabajo documental. Dentro de ese eje temporal, presente en la argumentacin de Dilthey sobre las ciencias del espritu (Geisteswissenschaften), en la formulacin de Romero se vislumbraban tres elementos constituyentes: el sujeto histrico, la estructura histrica (o creacin creada) y el proceso histrico. La actuacin de los sujetos humanos dentro de la estructura histrica que ellos mismos modifican y cuyas coerciones sufren como rgimen de posibilidades de accin, conforma un proceso histrico que no puede ser captado slo por el entendimiento sino que exige un proceso de sntesis caracteriza a la tarea interpretativa. El objeto de la indagacin historiadora era concebido como una configuracin cultural que una el plano fctico de los hechos consumados y el plano potencial de lo posible, de lo que pujaba ms all de lo empricamente instituido. La interrelacin conflictiva entre esos planos no se agotaba en una determinacin de continuidades cronolgicas entre pocas sino que formalizaba una diversidad de estructuras temporales: una temporalidad experiencial del devenir biolgico del individuo, del devenir social de los grupos y del devenir de la creacin cultural.16 Definicin general que, sin embargo, no obstaba para que Romero nombrara claramente el peligro que entraaba la desaprensin por lo original de los procesos histricos: Se ha tendido excesivamente a buscar en lo histrico las grandes lneas fundamentales. Pero si la sntesis no se da ya hecha, la bsqueda de esas grandes ideas ha de resultar falsa absolutamente si no recordamos esta categora histrica: la complejidad.17 La complejidad se funda sobre la contingencia del hecho, del acontecimiento en el cartabn de procesos que lo exceden. El hecho arga es la anttesis de los procesos de larga duracin y lento ritmo de cambio. Es, por el contrario, un acto instantneo.18 Como en Max Weber, los hechos carecen de sentido propio. El quid de la cuestin descansa entonces que cmo es posible una ciencia histrica que conciba hechos y estructuras en una matriz coherente. Romero propona desentraar el sentido del proceso histrico en la mediacin activa de los individuos inscriptos en grupos, clases, o multitudes. La historia de la cultura resultante slo era pensable empricamente a travs de la historia de un individuo representativo o de un colectivo humano. En la consumacin de este proyecto, la historia de la cultura occidental fue la historia de constitucin de la burguesa. A partir de aquellas premisas Romero propuso un cierto esquematismo que otorgara a la historiografa la capacidad de narrar las estructuras donde los hechos particulares podan ser comprendidos. La labor historiadora no deba detenerse en la compilacin de informaciones16

J. L. Romero, El concepto de vida histrica, en AA. VV., Historia, problema y promesa. Homenaje a Jorge Basadre, edicin a cargo de Francisco Mir Quesada, Franklin Pease y David Sobrevilla, Lima, Pontificia Universidad Catlica del Per, v. 1, 1978. Incluido en La vida histrica, ob. cit., p.17. 17 J. L. Romero, La formacin histrica, Santa Fe, Universidad Nacional del Litoral, 1936, incluido en La vida histrica, ob. cit., p. 53. 18 J. L. Romero, Historia y ciencias del hombre: la peculiaridad del objeto, publicado originalmente en International Social Science Journal, vol. XVI, n 4, 1964, en La vida histrica, ob. cit., p. 200.

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dispersas, pues la multiplicidad fctica era ininteligible sin el empleo de tipos historiogrficos que conciliaran la explicacin de fenmenos macrosociales y la comprensin de la peculiar dialctica de los acontecimientos singulares. Ello exiga construir modelos de interpretacin provisionales que mediaran entre los conceptos ms generales y los sucesos discretos. Estos esquemas abstractos que son los tipos historiogrficos eran solamente artificios auxiliares en la comprensin de la realidad. No eran una realidad en s. Esta imagen no reduccionista del tipo historiogrfico supona un esquema que se realiza regularmente y dentro de cuyas lneas directoras se estructuran, reiteradamente, las realidades diversas que se someten a examen.19 El esquematismo expresaba la eficacia del pensamiento morfolgico del que Romero alimentaba su imaginacin social e histrica.20 La morfologa malograra su capacidad de producir conocimiento si no propusiera alguna hiptesis de cmo se estructur un proceso a travs de una forma especfica. Esto lo haba comprendido y teorizado Wilhelm von Humboldt al articular la propuesta terica de Goethe con la doctrina de las ideas de Kant.21 Los tipos historiogrficos o los esquemas propuestos por Romero eran formaciones abstractas, pero referan a modos de configuracin de lo real histrico en su estrato ms profundo. De otro modo, sin ese suplemento terico, la diversidad de los eventos extraviara su sentido y el conocimiento cientfico sera imposible.22 Se comprende por qu el empirismo no podra ser la epistemologa espontnea del historiador Romero: la realidad no era perceptible ante la simple observacin desprovista de teora y con fichas en la mano de la historiografa; por el contrario, exiga la interpretacin de la multiplicidad aparentemente informe. El otro aspecto de la teora de la historia en Romero supona que la realidad histrica no era plenamente azarosa. Esa conviccin no es incompatible con la morfologa, aunque es cierto que tensionaba el trabajo creador de las organischen Krfte de Herder. Es innegable escriba en 1940 que la diversidad de lo histrico no es infinita, sino que se encierra dentro de los lmites de la constante humana; en otros trminos: el hombre, protagonista de la historia, no acta como un complejo unitario y permanentemente igual a as mismo; como ser histrico, acta segn ciertas notas predominantes del ser individual o de la comunidad en que se estructura; estas notas no son infinitas, sino que constituyen un repertorio ms o menos reducido de direcciones en las cuales el hombre cree poder realizar su destino, tanto

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J. L. Romero, Los tipos historiogrficos, 1943, en La vida histrica, ob. cit., p. 101. La tradicin morfolgica tiene su primera articulacin terica en la Pflanzenmorphologie de J. W. Goethe, se contina en la teora histrica de Herder, en W. v. Humboldt, y se multiplica en diversas perspectivas (en Dilthey, Simmel, Warburg, Spengler, Benjamin). La idea fundamental de la morfologa es que la fuerza creativa de la vida cuestiona constantemente las formas prevalecientes, estableciendo una aleatoriedad histrica que debe ser investigada en la multiplicacin de sus formas antes que en la constancia de sus estructuras. Sin embargo, veremos por qu Romero no se puede inscribir en esta tradicin sin ulteriores explicaciones, a riesgo de extraviar lo esencial. 21 W. v. Humboldt, ber die Aufgabe des Geschichtschreibers, 1821, en Werke in fnf Bnden, I, Schriften zur Anthropologie und Geschichte, Darmstadt, Wissenschaftliche Buchgesellschaft, 1969. 22 Quien toma la pluma y se resuelve a que alguien comparta cierto secreto de su intimidad, escriba Romero, cree a ciencia cierta haber descubierto una faceta de la realidad que hasta entonces se ha mantenido oculta. Pero de qu realidad? La realidad en una nube multiforme y proteica que aguarda pasivamente el tajo del espritu para mostrar su esencia y fuera ingenuo creer que no es sino como cree verla la evidencia inmediata. Slo el espritu descubre sus secretos, atrapa su cambiante fisonoma, rasga su velo de apariencia y corta su perfil para fijar una imagen adecuada a su propia complejidad. J. L. Romero, Soliloquio sobre la militancia del espritu, en Correo Literario, n 3, 15 de diciembre 1943.

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individual como social.23 Aunque las elecciones humanas crearan situaciones vividas como novedosas, para la mirada informada de la historiografa esa presuncin inmediata sera relativizada, porque hay en la historia mucho vino viejo en odres nuevos.24 De all la insistencia en que la historia ensea. Y sin embargo esa universalidad de la historia castrara su filo si lo inaudito desapareciera de su panorama. La doble eficacia del historicismo alemn y de la morfologa de raz goethiana enhebr una concepcin historiogrfica donde el cambio y la continuidad se determinaban en la tensin irresoluble entre lo establecido, lo formal, y lo pujante, lo creador. Las referencias de la historia cultural alemana constituyeron el universo bibliogrfico fundamental de la publicacin Imago Mundi que Romero impuls entre 1953 y 1956. Justamente entonces, en el momento del derrocamiento del gobierno de Juan D. Pern, la transformacin abrupta de la situacin poltica argentina promovi una renovacin ideolgica que clausur el mundo de las inspiraciones culturalistas para privilegiar el cientismo social. El conjunto abigarrado de encuadres tericos mencionados inspir una teora de la historia que Romero nunca logr convertir en libro. Cuando lo sorprendi la muerte, ese era uno de sus proyectos ms aorados. En cualquier caso, los desarrollos parciales le ofrecieron un atalaya desde el cul desmembrar la historia de la historiografa, separando articulaciones, descoyuntando carnes y nervios, para rearmar con un engrudo propio una mquina de narrar la vida histrica que respondiera adecuadamente eso deseaba a las exigencias de la poca.

Hacia una crtica de la historiografa El resguardo minimalista que la historiografa erudita cultivaba como trinchera cientificista contra la seduccin literaria apareca a Romero como un ideal demasiado indigente para ser trocado a cambio de un estatuto epistemolgico siempre incierto. La historiografa debi pagar un precio muy elevado para ser admitida en el mbito de las ciencias, eliminando su cualidad activa en beneficio de un inventario, desligada de la vida histrica y por lo tanto estril para toda funcin prctica. La vida histrica fosilizada por el positivismo y la erudicin huera slo alcanzaban a recrear lo muerto, objetivo mximo de una miopa profesional y cierta indiferencia ambiente. Esta reduccin de la prctica historiadora al manipuleo archivstico, escriba Romero, fue un lastre para los historiadores que la propugnaron; era suya la responsabilidad de haber sustrado a la experiencia humana contempornea la singularidad del saber histrico transformando el conocimiento en un mero saber.25 La inclinacin de Romero propona en la escritura de la historia una actitud similar a la mstica, una experiencia histrica existencial,26 que alojaba la pulsin al conocimiento histrico en otras

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J. L. Romero, Francia y el problema tnico de Europa, en Argentina Libre, ao 1, n 28, 12 de setiembre de 1940. 24 dem. 25 J. L. Romero, Crisis y salvacin de la ciencia histrica, en De Mar a Mar, n 5, febrero de 1943, en La vida histrica, ob. cit., p. 35. Sobre esto Romero segua al pie de la letra al Paul Groussac de la introduccin a Mendoza y Garay (1916). 26 Vase J. L. Romero, Digresin sobre el historiador arquetpico, en Realidad, n 3, mayo-junio de 1947, p. 296; dem, De Herdoto a Polibio. El pensamiento historiogrfico de la cultura griega, Espasa-Calpe, 1952, p. 9: Como hay, por ejemplo, una actitud mstica, hay tambin frente a la vida una actitud histrica, y as como existe una experiencia mstica existe tambin una experiencia histrica.

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zonas ms profundas del espritu que no son las del intelecto puro.27 Esa valoracin de la interioridad espiritual y de la percepcin subjetiva, no obstante, no era entendida como simple misticismo relativista e individualista. Romero la postulaba como alternativa terico-poltica a un materialismo rampln incapaz de afrontar en el mbito singular del quehacer historiador la comprensin de los cambios sociales y culturales urgentes. El romanticismo que sostena el reclamo de compromiso subjetivo no implicaba el retorno a una poca premoderna, libre de los peligros del maquinismo, el dinero y la velocidad. Precisamente, lo que el romanticismo enseaba era la continuidad de la historia a pesar de los cambios de superficie. Cmo podra operar con rigor una ruptura con el automatismo moderno sin hacer su historia, sin elaborar su narracin? El mero saber era tambin la renuncia a explorar la utilidad prctica de la historia y he aqu el segundo motivo que fundamentaba su concepcin de la historiografa en momentos de crisis de la sociedad, de desencanto por los valores hasta entonces vigentes. La aparicin de las masas como agente social fue la expresin material de la crisis contempornea. En Clave de Sol se observan los trazos originarios de la cuestin de lo multitudinario. En el nmero aparecido transcurrido el golpe de Estado contra Yrigoyen, Romero abordaba la cuestin en explcita referencia a la situacin poltica. El juicio sobre el radicalismo yrigoyenista, como fenmeno expresivo de la democracia de masas, era ambiguo. Romero retomaba un discurso extensamente aceptado entre la intelectualidad de la poca al sealar que la masa en tanto que tal era empirista. La masa aceptaba las cosas como realidades esenciales, atemporales y perennes. Acataba un sentido conservador que equiparaba lo real con lo actual. Porque la masa no haca, segn el crtico, ms que multiplicar los valores mediocres o vulgares. La dificultad del momento era que se murmuraba de una revolucin acometida en setiembre de 1930, y suceda que toda revolucin moderna implicara un efecto masivo y renovador. Qu se entenda, pues, por el hecho revolucionario? Romero sostena que una revolucin se produce cuando la masa pierde esa condicin de simple reproduccin de lo mismo, para crear en la accin. Entonces la masa obra lricamente, sin atajos debidos a la razn o la utilidad. La revolucin deba definirse como esa transformacin de las conciencias, cuando lo natural y espontneo admita su contingencia. En otras palabras, cuando la masa adquira una conciencia histrica. Slo entonces la violacin de las normas adquira trascendencia. En la Argentina la inmensidad del aporte inmigratorio creaba una situacin de indeterminacin social y cultural, que slo haba coagulado en forma de masa con las elecciones de 1928 que dieron el triunfo al radicalismo. La masa era, a partir de entonces, una realidad imposible de desplazar sin sufrir sobresaltos y contratiempos. A quien de aqu en adelante se encarame a la florida rama del poder, escriba Romero, bueno ser gritarle un alerta antes innecesario y recordarle este suceso paradjico: ya existe pueblo.28 La transicin de masa a pueblo noJ. L. Romero, El despertar de la conciencia histrica, en Sobre la biografa y la historia, Sudamericana, 1945. Cf. La vida histrica, ob. cit., p. 64. 28 J. L. Romero, Variaciones sobre la accin y el peligro, en Clave de Sol, segunda parte, hacia fines de mayo, 1931. Este ensayo constituye el inicio de la escritura engage de Romero. En una revista donde escriban autores de una generacin mayor como su hermano Francisco, Alfonso Reyes y Samuel Glusberg, La Vida Literaria (ao 4, n 2, 1931), se anunciaba la aparicin de Clave de Sol con esta precisin: Aun cuando cierta preocupacin puramente terica coloca a estos jvenes a la zaga del Espectador [i.e., J. Ortega y Gasset], justo es reconocer, sin embargo, una inquietud revolucionaria muy americana en su inclinacin al dominio de la mquina. Por otra parte alguno de ellos no desdea el estudio de nuestra realidad y en tal sentido destcase en la segunda parte de Clave de Sol una nota de Jos Luis Romero titulada Variaciones sobre la accin y el27

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sobrevivira en la preocupacin de Romero, y all residi el tema de su imaginacin historiadora: cmo la multitud heterognea deviene pueblo, cmo se hace nacional. El hecho molar bordeaba en la ausencia de una coherencia social que la cada del radicalismo hizo evidente. En esas circunstancias la historiografa deba afrontar una doble tarea: conferir sentido a la historia para crear las condiciones espirituales mnimas para superar el desconcierto reinante al mostrar las continuidades culturales de Occidente, y elevar la conciencia de las masas surgidas en la sociedad moderna. Ambas operaciones deban ser vertidas en el molde local, por lo que no sorprende que los asuntos capitales de Romero posean un parecido de familia con los intereses genricos de las historiografas latinoamericanas.29 La conviccin de vivir en un momento crtico era tan indiscutible como lo era que la vida histrica se construa a travs de las acciones humanas. La virtud de una comprensin de la vida histrica consista en suponer que las enseanzas provistas por la historiografa eran aptas para arrojar luz sobre la angustiante condicin contempornea. El vnculo entre crisis e historiografa, claramente establecido a mediados de la dcada de 1930 perdurara durante largas dcadas, justificando la permanencia de los fueros reclamados por Romero para el saber histrico. En 1943, en tiempos de una guerra cuya definicin no estaba decidida, subrayaba vigorosamente que la crisis del presente instaba a una particular atencin hacia la historiografa: hay que saber cmo se es y slo el pasado constituye la realidad de cada uno. (...) ha surgido de la crisis conclua una densa preocupacin por el conocimiento de la colectividad por s misma, manifestada, como perfeccin de la autoconciencia, a cuyo interrogante slo el pasado puede responder.30 Cul era el interrogante que la historiografa poda elaborar? Era el de las masas y su correlato, el peligro del Estado total. La prevencin contra el Estado acompa a Romero durante toda su vida adulta. l slo abord, como historiador, el fenmeno de las multitudes. El asunto de las masas tena una doble vertiente, cultural y social, que perseguira en el margen que distingua a la historia inspirada en Dilthey y a la cribada en la vertiente social del pensamiento socialista. En otros captulos sealar por qu la inquietud por el porvenir de las lites devino en la preocupacin, en buena medida terica, por abordar el estudio de las masas.

El individuo y la conciencia histrica En el repertorio de los denuestos que se dirigieron a Romero se hallaba el de ser un filsofo de la historia. Esa calificacin estaba preada de un nimo polmico evidente: en el siglo XX la filosofa de la historia fue desacreditada como prctica historiogrfica. Los tres rasgos que de acuerdo a Maurice Mandelbaum caracterizan a la filosofa de la historia, a saber, su cobertura de todo el arco del devenir de las sociedades humanas, el descubrimiento de un mecanismo de cambio especfico y constante, y la definicin de un sentido global y unitario

peligro. 29 Cf. Jaime Jaramillo Uribe, Frecuencias temticas de la historiografa latinoamericana, en Leopoldo Zea, coord., Amrica Latina en sus ideas, Mxico, Siglo Veintiuno, 1986. 30 J. L. Romero, Crisis y salvacin de la ciencia histrica, art. cit., en La vida histrica, ob. cit., pp. 37-38; el subrayado es mo. Ver adems, El hombre y el pasado, en Clarn, 4 de diciembre de 1975, en La vida histrica, ob. cit., pp. 20-24.

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del acontecer, confluan en una frmula que la historiografa con pretensiones cientficas deslind de su campo como requisito para su legitimacin epistemolgica.31 Si las acusaciones eran reas de los intereses que los soportaban, se apoyaban en un sustrato de realidad: Romero hallaba en la reflexin terica del trabajo historiogrfico en la determinacin de los rasgos de la vida histrica sus apuestas fundamentales para, posteriormente, estructurar una narracin basada en el estudio de fuentes documentales. Otra vereda del momento reflexivo del diseo de su perfil historiador fue la evaluacin de las tradiciones historiogrficas. La historia de la historiografa siempre ha sido un modo en que esa aspirante a ciencia que es la disciplina histrica justific los derechos epistmicos sucesivamente conquistados. Ms all de destrezas ironistas desigualmente distribuidas, este tipo de historia suele subrayar qu progresos se verificaron en los esfuerzos desplegados en el curso de las dcadas de una tarea continuada.32 La manera en que Romero entenda la historia de la historiografa era, si se quiere, igualmente arbitraria. En todo caso, amparado en una inteligencia de vida histrica, del hacerse socialmente en una andadura temporal, la historiografa pareca retomar siempre preguntas similares y esbozar respuestas emparentadas. No se trataba de una distancia entre pocas sino del modo, de las estrategias, por las cuales las incgnitas apremiadas por la realidad hallaban respuesta. El relato del acontecer de la historiografa en Romero no era, pues, slo un expediente contingente para establecer las peculiaridades de sus ambiciones intelectuales respecto a una tradicin. Era ms que eso. Supona reconocerse como historiador en los diversos modos en que la vida histrica cuyos rasgos bsicos eran en lo profundo constantes haba sido comprendida. La historia de la historiografa no podra ser un repertorio malicioso de las dificultades para dar cuenta de la complejidad de lo real, de su carcter imposible, ni una sntesis del flemtico acumularse de los progresos investigativos. En Romero conformaba un recorte del s mismo a travs de un sistema de censuras y recuperaciones. En la historia de la historiografa se tramitaban en Romero juicios identificatorios, polos de consolidacin de elecciones tericas que provenan de fuentes mltiples, pero que en todo caso asilaban su lugar de argentino nuevo en una posicin historiadora que lo ubicaba en una senda mucho ms estable que la herencia familiar. Su identidad argentina no poda reposar en interioridad de la filiacin o en el solo reconocimiento estatal. l deba tramitar su pertenencia nacional, en un contexto familiar de extranjeros, entre quienes se encontraba su hermano mayor Francisco, de importancia capital en su desarrollo intelectual.33 As cernidos, sus trabajos dedicados a los historiadores que escribieron relatos histricos en el pasado fueron exmenes que bajo la pretensin de dar cuenta de la disciplina lubricaban procesos identificatorios a travs de los cuales Romero buscaba, secretamente, hallarse a s mismo, o lo31 32

M. Mandelbaum, The Anatomy of Historical Knowledge, Baltimore, John Hopkins University Press, 1977. La historia de la historiografa en la Argentina, a pesar de ser un ejercicio esencial para la autorreflexin de una disciplina particularmente habitada por presupuestos e implcitos, slo posee escasas obras que propongan una valoracin de conjunto: Rmulo Carbia, Historia crtica de la historiografa argentina, 3 ed., Coni, 1940; Tulio Halperin Donghi, Ensayos de historiografa, El Cielo por Asalto, 1995; Horacio Cuccorese, Historia crtica de la historiografa socioeconmica argentina del siglo XX, La Plata, Universidad Nacional de La Plata, 1975; Fernando J. Devoto, comp., La historiografa argentina en el siglo XX, Centro Editor de Amrica Latina, 2 vols., 1993-1994; Daniel Campione, Argentina: la escritura de su historia, Centro Cultural de la Cooperacin, 2001. 33 Jos Luis rememoraba Francisco de Ayala era el ms joven de la familia, luchando por afirmarse en su propio derecho frente al prestigio establecido y firme del primognito. F. de Ayala, Recuerdos y olvidos, 2. El exilio, Madrid, Alianza, 1985, p. 66.

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que es equivalente dado el carcter bsicamente ambiguo y excntrico de toda subjetividad, construirse a travs de la escritura. En los juicios historiogrficos las identificaciones se sostenan en un sistema de transferencia que exiga una poderosa implicacin personal.34 Es por esto poco sorprendente que en cada uno de los mbitos histricos donde Romero asom su inters, tradujera sus pulsiones historiadoras en una evaluacin de los haberes de quienes lo precedieron en el oficio. Ese ejercicio exceda el establecimiento de estados de la cuestin. Romero rastreaba las preguntas constituyentes de un campo de problemas. Se enfrentaba a los fundadores porque l mismo aspiraba instituirse como un creador de paradigmas histricos. Esa arrogancia fue, en parte, lo que posibilit plantear preguntas ambiciosas, filosficas. Lograda su madurez intelectual, Romero dej de leer los nuevos libros sobre los temas que investigaba, prescindi de estudiar las revistas especializadas para atisbar las recientes tendencias acadmicas. Se trataba de un gesto de autonoma en un campo donde se consideraba un maestro. Romero siempre confi en sus propias capacidades.35 Crea poder ofrecer interpretaciones novedosas de sus temas porque posea la conviccin de que las cuestiones bsicas de la experiencia de la vida histrica retornaban una y otra vez en distintos contextos. La bsqueda de una coherencia terica, metodolgica y tica de la labor historiadora, era tambin el modo en que Romero abordaba la historia de la historiografa. En ella no se trataba de derivar de un sustrato cultural la expresin individual de la conciencia histrica, sino por el contrario de describir a travs de una experiencia particular, personal, cmo una muy concreta configuracin de la imaginacin historiogrfica era parte de la pertenencia social de un sujeto. Los historiadores analizados surgan en sus investigaciones como creadores de un sistema propio y singular frente a la aparente heterogeneidad de la vida histrica. Convencido de que su comprensin terica del cambio poda dar cuenta del devenir complejo de la historia, Romero se aboc a evaluar las aventuras culturales que fueron siempre para l, como quera de s mismo segn su perspectiva militante, modelos de accin e intervencin en la realidad de cada poca. Consciente de que esa tarea evaluadora delataba una pretensin pedaggica, la opinin de s mismo que lo sostena en su relativa marginalidad inicial lo llev a esculpir en los perfiles de predecesores su propia fisonoma. Romero se identificaba con gestos y preferencias de autores como Bartolom Mitre, Herdoto de Halicarnaso o Nicols Maquiavelo, segn los rasgos que le parecan apropiados para la imagen de s que iba afirmando, y que estaba consolidada cuando arrib a la edad de 30 aos. Antes y despus de ese momento, el objeto individual para la reflexin sobre el pasado de la tarea historiogrfica era un expediente, a la vez, de una encuesta por su propia identidad historiadora y por las razones para sostener una concepcin historiogrfica.

Dominick LaCapra ha propuesto, con toda plausibilidad, que el concepto psicoanaltico de transferencia podra ser aplicado al proceso de eleccin de objetos historiogrficos. En la valoracin de las alternativas historiadoras, esa indicacin est mejor justificada que en otros aspectos de una prctica historiogrfica irreductible a la clnica, pues es improbable que esa faena sea cumplida sin determinar especularmente el punto de vista del sujeto narrador. Cf. D. LaCapra, History and Psychoanalysis, en Critical Inquiry, vol. 13, n 2, 1987. 35 La fortuna o la desgracia de Romero fue no haber enfrentado una instancia superyoica, personal o institucional, que lo sometiera a un conjunto mnimo de compulsiones exteriores. Sus venerados profesores en la faena erudita, Pascual Guaglianone o Clemente Ricci, no eran para l modelos de mmesis intelectual. El nico historiador importante que trat fue el medievalista espaol Claudio Snchez Albornoz, a quien propin una templada estima intelectual.

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La historiografa argentina A pesar de que sus primeros trabajos acadmicos estuvieron dedicados a la historia antigua, los dirigidos a disear una representacin de la historiografa fueron dedicados a la Argentina.36 No habra que exagerar la relevancia de la formacin clsica exigida por sus estudios sobre la Antigedad, pues si la concepcin del ser humano como una totalidad, la aspiracin a descubrir un sentido integral de las experiencias humanas, provenan en parte de sus estudios acadmicos, coagularon igualmente en un juicio de la historiografa argentina en sus tiempos fundacionales, en la segunda mitad del siglo XIX. Sus escritos sobre Paul Groussac (1848-1929), Bartolom Mitre (1821-1906) y Vicente Fidel Lpez (1815-1903), revelan lo capital del asunto. Lo que convoca de inmediato la atencin en el artculo que un Romero de veinte aos dedic al recin fallecido Groussac, es que en ese 1929 la validez de su herencia estaba ya desde hace largo tiempo cuestionada por la historiografa profesional. Se entiende por qu entonces el nmero dedicado a su memoria perteneca a la revista Nosotros, y no a una publicacin del Instituto de Investigaciones Histricas de la Universidad de Buenos Aires. Ricardo Levene y Diego Luis Molinari haban atacado al historiador de Mendoza y Garay, en ese movimiento tan propio de toda consagracin generacional como es el parricidio (es tambin cierto que Groussac los haba ninguneado primero al mofarse de las menudencias heursticas en las que los primeros aos de la Nueva Escuela justific su legitimidad).37 En cambio, el artculo de Romero presentaba a un Groussac visto no solamente como un autor que mereca ser evaluado o recordado, sino que permaneca vigente. Ms aun, era vindicado con la beligerancia de un joven crtico que se consideraba discpulo del extinto. En qu sentido lo recuperaba? En el desdn por el detallismo como nervio primordial de la labor historiadora. Romero empleaba a Groussac para denostar la reduccin de la historiografa a un ejercicio erudito y fctico. Por esa misma razn es que remozaba tambin la conviccin de que exista algo de lo humano que los documentos fracasaban en delatar. La virtud de la lectura y el esfuerzo de la recoleccin de materiales inditos, jams podran bastar para acceder a una experiencia que los procedimientos heursticos no agotaban.38 El anlisis, dira ms tarde, no obra sino como36

Los primeros estudios histricos de Romero estuvieron dedicados a la historia de la Antigedad clsica. Cf. J. L. Romero, El Estado y las facciones en la Antigedad, Colegio Libre de Estudios Superiores, 1938; dem, La crisis de la repblica romana, Losada, 1942. Ambos estudios fueron reproducidos en Estado y sociedad en el mundo antiguo, Editorial de Belgrano, 1980. Cf. tambin, J. L. Romero, La concepcin griega de la naturaleza humana, en Humanidades, La Plata, t. 18, 1940; dem, La Antigedad y la Edad Media en la historiografa del Iluminismo, en Labor de los Centros de Estudio de La Plata, t. 24, fasc. 2, 1942. 37 Cf. Nora Pagano y Martha Rodrguez, Las polmicas historiogrficas en el marco de la profesionalizacin y consolidacin de la disciplina histrica, en Estudios Sociales, Santa Fe, n 17, 1999. 38 Romero reiter un ao ms tarde esos conceptos a propsito de un libro metodolgico del cubano Jos Mara Chacn y Calvo. Nombraba entonces a la erudicin como un monstruo ensoberbecido, y se indignaba porque la historia era, sin duda, la vctima expiatoria de esa especie de furor erudito. Opona a la lectura empirista de los documentos que esa tarea imprescindible era el inicio y no el fin de la tarea interpretativa que exiga de una intuicin que auscultara sus contenidos tcitos. Ms exactamente, subrayaba que la verdadera fajina era leer en ellos el drama apasionante de lo vivido. Leer ese drama, esa es la gran cuestin. Romero vilipendiaba a la historiografa de su poca. Justamente, deca, la historia burocratizada de hoy se debe precisamente a eso: al documento en contacto con el espritu mediocre que confunde el fin de la historia con lo que es apenas su punto de partida. J. L. Romero, resea de El documento y la reconstruccin histrica, de J. M. Chacn y Calvo, en

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juego del intelecto y mientras percibe lo que es susceptible de ser aislado deja escapar por entre la retcula de sus mallas el tono singular de las estructuras.39 La determinacin de los hechos de la realidad era insuficiente porque detrs de la plyade de eventos se ocultaba una efectividad no visible. En lo humano irreducible se presentaba una cuestin que iba a ser visitada en numerosas ocasiones: la relacin entre el individuo y los grupos humanos. El tema iba de suyo en toda consideracin de la obra historiogrfica de Groussac, donde al menos desde los ttulos con excepcin de su memoria histrica de Tucumn eran los individuos los que emergan como agentes de la accin. Romero sealaba all una distancia respecto a lo que entenda como una limitacin para emprender una obra general sobre el Ro de la Plata: Groussac profesa sin quererlo el culto de los hombres, algo que podra ser una exageracin, una singularizacin del culto por lo humano.40 Cuando Romero reprochaba el culto de lo humano se refera a lo individual. La indicacin sera adoptaba con todo rigor por Romero, dado que instalaba en su pensamiento la reflexin por lo masivo, por lo grupal, por lo serial. La base romntica que desde tan temprano marcaba la comprensin de Romero concluy en que tan crucial cuestin fuera vista en Groussac con ambigedad. Sus hroes Liniers, Garay, Diego de Alcorta a pesar de todo se conducan por el impulso vacilante de potencias que iban ms all de lo que les fuera dado decidir. Convencido del lugar intransferible de cada experiencia individual, la justa comprensin de lo singular deba ser inscripto en situaciones sociales y culturales ms amplias. As pues, el aspecto liberal-ilustrado de Romero estaba as cruzado por una inestable reivindicacin de lo individual en su jaqueo por condicionamientos permanentes.41 En su segundo escrito sobre Groussac, de 1955, el elemento que lo guiaba en el anlisis ya estaba claramente tensado hacia una confrontacin entre lites y masas que no se hallaba en el texto de 1929. Haba transcurrido, no en vano, un cuarto de siglo. Entonces, tras la experiencia del populismo peronista, el reparo al individualismo metodolgico era ante todo un sntoma de las incgnitas que acuciaban al crtico que un tema de Groussac.42 Porque si es cierto que el director de la Biblioteca Nacional de la Argentina, como partcipe de la llamada Generacin del 80, mostr una sensibilidad por posicionar la cuestin de las masas en una

Nosotros, n 251, abril de 1930. 39 J. L. Romero, Amrica o la evidencia de un continente, en De Mar a Mar, n 7, junio de 1943, p. 19. 40 J. L. Romero, Los hombres y la historia en Groussac, 1929, en La experiencia argentina y otros ensayos, Fondo de Cultura Econmica, 1989, p. 284. 41 La inestable entente entre romanticismo e ilustracin fue matrizada en parte fuera de la problemtica propiamente historiadora, aunque tambin sta era comprendida como un saber formativo. Durante toda la dcada de 1930 Jos Luis Romero estuvo estrechamente ligado al mundo de la pedagoga. Fue durante largos aos maestro de escuela y profesor del nivel secundario. Adems particip en instituciones dedicadas a la investigacin sobre las cuestiones educativas. Cf., por ejemplo, sus escritos: Palabras a un escritor catlico, en La Vida Literaria, ao 5, n 5, noviembre de 1931 (tambin en Boletn de Educacin, Santa Fe, n 86, 1932); Ideas para una historia de la educacin, en Revista de Pediologa, n 1, agosto de 1937 (reproducido en La vida histrica, ob. cit.); Elogio de Juan de Mairena, en Revista de Pediologa, n 2-3, abril de 1938; resea de Historia de la pedagoga argentina, de Ismael Moya, en Revista de Pediologa, n 2-3, cit. 42 Lo informe y lo conformado constituyen dos trminos antitticos del devenir histrico. Conformar la realidad informe constituye la misin de las minoras creadoras. Groussac no era un espritu aristocratizante en cuanto esa actitud tiene de vano y estril; pero era un espritu antirromntico, al que no seducan la vaga hiptesis de la potencialidad creadora del Volkgeist (...) sino que crea tan slo en la capacidad de creacin de las minoras. J. L. Romero, Paul Groussac, 1955, en La experiencia argentina, ob. cit., p. 290.

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mirada no slo represiva, su probada sutileza pareca ms apta para proponer reformas al interior de las lites que en todos los plexos de la sociedad. Testigo del objeto extrao y no metabolizable que el peronismo haba demostrado ser para el pensamiento elitista, se entiende por qu un Romero, profundamente preocupado por el fracaso de los grupos liberales para neutralizar el ascenso del populismo, ya no se diriga tanto al gesto historiador de Groussac sino al que interesaba a la realidad poltica. En ambos casos, sin embargo, lo comn era el deslizamiento de sus opciones y distancias a travs de una prosa que slo en apariencia era siempre aprobatoria. Romero haba dado por concluidos sus estudios de base sobre la antigedad cuando escribi un ensayo sobre la obra histrica de Bartolom Mitre. Redactado en 1943, el horizonte poltico de la poca que atravesaba al texto evocaba nuevas exigencias, irreducibles a las acadmicas. La implicacin subjetiva era manifiestamente ms profunda que la legible en el ejercicio juvenil sobre Groussac. Si ello era, puede decirse, una necesidad tratndose de un B. Mitre unnimemente reconocido como fundador de la historiografa argentina, Romero elega de todos modos subrayar este aspecto, que era uno de los cuales obtena esos beneficios identificatorios como caractersticos de su historia de la historiografa. No solamente por la circunstancia crucial de la guerra mundial que apremiaba a una toma concreta de partido, sino tambin porque La Nacin (la editora del folleto de Romero) estaba inscripta en el arco liberal-democrtico del cual el autor, como socialista, se reconoca integrante. En el acometer de una evaluacin identificante, Mitre apareca concentrado en un ntido nudo de pensamiento y accin. Su pensamiento conducir su accin aseguraba Romero, y, como en su hroe predilecto, una sola idea condensar su vida.43 Para salvar la divisin que siempre amenaza a todo sujeto, Romero buscaba construir esa idea como puente de comunicacin instituyente de sentido a la historiografa y a la poltica. En su lenguaje que haca de la conciencia histrica el suelo del pensamiento poltico, sostena sobre Mitre que la historia se hizo en l conciencia histrica, firme y segura. El ttulo de la monografa delataba su movimiento argumentativo: Mitre era un historiador frente al destino nacional, y no tanto respecto al pasado. Entre historiografa y poltica se estableca un crculo de enriquecimiento, una distincin funcional pero tambin una reciprocidad entre creacin historiogrfica y proyeccin poltica, que forzosamente deba sustituir la preeminencia de uno de los componentes por una dialctica totalizante donde la diferencia radical amenazaba su productividad y virtud. Romero atisb cunta perplejidad poda generar esta dialctica entre historiografa y poltica, y busc suturar la brecha mediante la postulacin de una tendencia espontnea a la correlacin entre crisis y movilizacin de la conciencia histrica,44 antes que justificar ms pormenorizadamente la capacidad prctica de la historiografa para orientar los comportamientos. Mitre invocaba soluciones narrativas y polticas para un perodo crtico, inclinado a propalar en una narracin pedaggica a la vez que exacta aquello que los documentos podan brindar.43

J. L. Romero, Mitre: un historiador frente al destino nacional, 1943, en La experiencia argentina, ob. cit., p. 232. 44 [P]uesto que la vida social no tiene ms realidad que su pasado, se oculta la pauta que pueda servir para definir una posicin frente a una crisis (...) A esta tendencia espontnea de la naturaleza espiritual del hombre es a la que se debe la significativa correspondencia que puede observarse entre las grandes crisis y las grandes creaciones historiogrficas, cuyo planteo corresponde al mbito en el que la crisis se manifiesta o a aqul en el que la conciencia histrica lo percibe. dem, p. 234.

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Mitre posea, as, una filosofa de la historia como el continente de su erudicin. La legitimidad de una filosofa de la historia no eliminaba la reivindicacin a travs de Mitre del carcter bsicamente inductivo del saber histrico, el nico que pareca capacitado para comprender la irreducible complejidad de lo histrico y la interaccin de los elementos reales e ideales que subyacen en l. En una inequvoca identificacin con las posiciones a adoptar en la lucha antifascista, Romero recortaba en la obra de Mitre su inters por la eficacia de las ideas en la produccin de lo social. La posesin de ideales estructurados por las minoras progresivas acreditaba su capacidad directiva frente a las masas que aparecan como inorgnicamente democrticas. Esas ideas, para imponerse eficazmente, deban encastrar en el orden de la realidad. Romero sancionaba positivamente el modo en que el autor de la Historia de Belgrano conceba el surgimiento de las ideologas revolucionarias, como profundamente arraigadas en transformaciones sociales y econmicas.45 Tambin aprobaba el aprendizaje sarmientino de Mitre en su comprensin de la activacin del mundo rural luego de 1810. En cualquier caso, criticaba que no fuera ms consecuente en extraer las derivaciones que esa inteligencia supona para el porteismo que lo mova. La defensa que Mitre hizo del derecho y la necesidad de que Buenos Aires fuera el ncleo conductor de la nueva nacin lo cegaba segn Romero para observar cunta responsabilidad le caba a la faccin a que perteneca en la gestacin de un enfrentamiento indeseado con el resto de las provincias. El reparo de Romero era crucial para su propia concepcin de la vida social. Es que Mitre, de acuerdo al analista, aceptando las disposiciones democrticas de las masas rurales, pospone ese valor positivo a lo que significaba su actitud antiprogresista para la construccin del pas.46 Con ello se privaba de intervenir sobre los impulsos reaccionarios que esas masas podan consentir, bajo la hegemona caudillista, y as se condenaba a persistir Romero no lo deca en la clausura para la comprensin de la tercera entidad que refera Sarmiento en el Facundo, es decir, de esa fuerza nueva aparecida luego de 1810 que no era ni patriota ni realista. Antes que agotar su examen de Mitre en la pura identificacin o en el ejercicio hagiogrfico que poda esperarse de su publicacin por La Nacin, el examen de Romero construa su sentido capital al sealar que la ingente obra de la Generacin del 37, el de la segunda Argentina, qued inconcluso. En la tercera Argentina, la contempornea, se hizo evidente que solazarse en la autoridad de dicha Generacin acusaba una inconciencia histrica. Por eso, destacaba, la hora es ya llegada de que realicemos un nuevo ajuste entre el pasado y el futuro, como Mitre lo hizo, para descubrir cules son los deberes que nos impone la continuidad del destino comn.47 Porque esa Argentina ya no era la de Mitre, porque la tercera Argentina haba errado en su apaciguamiento confiado en las glorias pretritas, lo que persista del programa inconcluso de la Generacin del 37 era la operacin de interrogacin del pasado y no tanto la validez de sus posiciones concretas. Lo que la alusin a la incompletitud del programa dejaba abierto para predicar la vigencia de Mitre era conmovida por la persistencia del gesto historiador, con el cual tambin haba sealado sus disidencias. stas eran sin duda muy parciales en una prosa que, como en el caso de Groussac, manifestaba una admiracin indiscutible. Pero el45 46

Ver dem, especialmente, pp. 258, 261-263. dem, p. 266. 47 dem, p. 273.

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reparo era capital, si lo leemos en el contexto intelectual y poltico donde la rebelin de las masas contena la clave del presente y del futuro. Inspirador, incluso el Mitre que vea a 1820 como una revolucin social no podra ser ejemplar.48 En definitiva, Romero se apartaba de Mitre por las mismas razones que lo distanciaron de la Nueva Escuela Histrica, del revisionismo nacionalista, y de Taborda: todos auscultaban la nacin en el pasado, cuando el desafo consista en transformar a la Argentina inmigratoria en una sociedad progresista. Contemporneamente al texto recin analizado, Romero public una introduccin a la reedicin del libro que Vicente Fidel Lpez escribi en su exilio chileno: Memoria sobre los resultados generales con que los pueblos han contribuido a la civilizacin de la humanidad (1843). Ms conciso y acotado que el dedicado a Mitre, este ensayo no es menos importante, pues el estudio de Lpez habilitaba pensar una historia universal en una historiografa marcadamente restringida al espacio rioplatense. Una indicacin destinada a rendir cuenta de las aspiraciones de Lpez es aqu clave: No ha habido entre nosotros, sealaba Romero, un foco o una etapa de rigurosa formacin clsica (...) que creara una slida tradicin sobre cuya base se asentaran los estudios de los problemas de la historia general.49 Sealaba un problema, porque esa fue una de las fuentes de las que se nutri la aspiracin romeriana a continuar, con otros supuestos, un programa de historia universal. En efecto, la formacin clsica sensibiliz sus intereses histricos para explicar el surgimiento y declive de las culturas, las modalidades de sus encuentros, conflictos e hibridaciones, cuestiones que no se manifestaban en primer plano en la historiografa argentina, pero que era fundamental en otras historiografas latinoamericanas. Sin embargo, Romero no simpatizaba con el modo en que Lpez articulaba su aspiracin histrico-filosfica. En la dialctica entre el libre albedro y el instinto de perfectibilidad de los seres humanos, Lpez construa el horizonte de su filosofa de la historia y tambin de all derivaba su frugal predisposicin a la tarea heurstica. Una eleccin que explicaba su distancia, pues Romero jams abandon la pretensin de conciliar la bsqueda de una clave de la vida histrica con la atencin a lo particular que exiga, en su mirada, la interpretacin honesta de los documentos. La aspiracin de Lpez fue traducida en la empresa de una historia de Occidente que superara las limitaciones de la restriccin a una historia nacional artificiosa que dominaba en la produccin historiadora en la Argentina.50 Pues la especificidad48

Vase una lectura diferente a la que propongo aqu en T. Halperin Donghi, Jos Luis Romero: de la historia de Europa a la historia de Amrica, en Anales del Instituto de Historia Antigua y Medieval, n 28, 1995, donde se plantea que en su ensayo, Romero no crea necesario establecer frente a ella [la obra histrica de Mitre] ni aun esa mnima distancia que se expresa en el asentimiento. Desde otra perspectiva, se sostiene el mitrismo de Romero en Norberto Galasso, La larga lucha de los argentinos. Y cmo la cuentan las diversas corrientes historiogrficas, Ediciones del Pensamiento Nacional, 1995, y en La historia social, Cuadernos para la Otra Historia, n 2, Centro Cultural Enrique Santos Discpolo, 1999. 49 J. L. Romero, Vicente Fidel Lpez y la idea de desarrollo universal de la historia (1943), en La experiencia argentina, ob. cit., p. 224. 50 Romero resumi estos temas en ocasin de una resea de la obra de C. Snchez Albornoz: A diferencia de lo que ha ocurrido en otros pases hispanoamericanos, la investigacin de los diversos campos de la historia general no ha merecido la preferencia de los historiadores en la Argentina. Ciertamente, no han faltado lectores apasionados de la literatura histrica, y hasta tenemos en nuestra produccin un ensayo de interpretacin de la Antigedad: la Memoria sobre los resultados generales con que los pueblos antiguos han contribuido a la civilizacin de la humanidad, que escribi Vicente Fidel Lpez. Pero ese inters se relacionaba ms bien con la filosofa de la historia que con la historia misma. El hecho es explicable. Los estudios histricos se desarrollaron en la Argentina a partir de la Organizacin Nacional (1853) y han conservado como imborrable signo de ese origen una casi excluyente preocupacin con los problemas de la nacionalidad. Pero no por explicable me parece

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de Romero en la historiografa argentina fue la de desplazar el marco nacional como objeto indiscutido de la investigacin, incluso si nunca perdi de vista los problemas nacionales. Estos fueron los textos preparados por Romero para dar cuenta de la historiografa en la Argentina. En verdad, Groussac, Lpez y Mitre no fueron solamente figuras a las que deba un relevamiento. Verdaderos artfices de la historiografa cientfica moderna en el borde sur de Amrica, los tres autores fueron el pasado contra el cual se deba recortar toda operacin de justificacin de una propuesta alternativa. Los aciertos de aquellos historiadores fueron precisamente los que sirvieron a Romero para delimitar su peculiaridad y diferencia respecto a una tendencia erudita en la historia profesional en la Argentina. Empleaba a Mitre, Lpez y Groussac para desautorizar a aquellos que a su vez haban lidiado con los tres para solventar sus posiciones. En efecto, al recuperar la vigencia de esos autores clsicos para pensar la operacin historiadora que exigan los tiempos contemporneos, Romero sugera que los historiadores posteriores poco o nada tenan que ofrecer en recambio de las grandes obras de la segunda mitad del siglo XIX y los inicios del siglo XX. Con ese slo expediente, reduca las estrategias institucionales, compiladoras y profesorales de la Nueva Escuela Histrica al mero saber. Era, finalmente, en el dilogo imaginario con Lpez, Groussac y Mitre donde buscaba instituirse como interlocutor. En una buena medida se presentaba como un continuador crtico de sus herencias, y al mismo tiempo como un superador que poda ir ms all de sus limitaciones tericas y conceptuales al inscribir la historia argentina en la universal.

La frustracin de Maquiavelo El reparo sealado a V. F. Lpez respecto al peligro de la supremaca inmoderada de los principios metafsicos sobre la atencin a la particularidad histrica coincida con el ambiguo resultado del estudio dedicado en esos mismos aos a Nicols Maquiavelo. Bajo el mismo gesto inicial, Romero describa a Maquiavelo como un escritor de historias en un contexto de cambio, en una era crtica. De esta experiencia de la crisis, Romero adoptaba una significacin para el autor de El prncipe que ha hecho poca en la historiografa de los siglos XIX y XX: su carcter representativo. En contraste con el medio virtuoso entre ideologa y pretensin de verdad que hallaba en Mitre, Maquiavelo era reo de la primaca de las exigencias de la prctica poltica sobre sus concepciones histricas.51

el hecho menos peligroso. Hay, aun en los procesos aparentemente ms circunscriptos, cierta raz de universalidad que no debe ser desatendida y a la que es difcil llegar si no se mantiene el nimo vigilante frente a la totalidad del proceso histrico. Y esta exigencia slo puede satisfacerse mediante una recta formacin del historiador, de lo que no est excluida el conocimiento de la Antigedad y de la Edad Media. J. L. Romero, La obra de Claudio Snchez Albornoz en la Argentina, en Cuadernos Americanos, Mxico, n 1, enero-febrero de 1947, p. 211. 51 Maquiavelo obtendr de su accin pblica un conocimiento directo de cules son las nuevas fuerzas que comienzan a aparecer en el escenario poltico internacional y aprender a juzgar el pasado desde el presente: muy pronto se lo ver intentar la prediccin del futuro segn el pasado y postular soluciones para llegar a tiempo en la agitada marcha que conduca hacia la cada poltica a Florencia y a Italia. J. L. Romero, Maquiavelo historiador, Siglo Veintiuno, 1986, p. 48 (1 ed., Nova, 1943).

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La matriz interpretativa activada por Romero se expresaba en el reclamo de coherencia, del encastre maquiaveliano entre historia, pensamiento poltico y literatura. Estudiaba a Maquiavelo segn los tres patrones que haba empleado en Groussac y que una dcada ms tarde aplicara a Herdoto: por su concepcin de la vida histrica y el patrn del cambio histrico, por su atencin a la particularidad y finalmente, por su entendimiento del trabajo heurstico. Reconstrua la antropologa maquiaveliana, que caracterizaba como terrenal, es decir, ya inscripta en el nuevo orden donde el mundo burgus avanzaba sobre el feudal. La inclinacin de Maquiavelo a enfatizar los aspectos egostas y de dominio apareca como el ncleo de su visin de la vida histrica, dado el papel asignado a los individuos. Cuando el anlisis enfocaba la inteligencia del cambio histrico que propona el escritor de las Historias florentinas, Romero entornaba un tema ms pertinente para destacar sus propias preferencias. En efecto, lo que sealaba all era la preeminencia de lo poltico para comprender primero las peripecias de la lucha de facciones urbanas, las disputas entre el Papado y el Imperio, y finalmente como clave de toda modificacin de la vida social. Para designar crticamente las inclinaciones de Maquiavelo, Romero evaluaba estas preferencias como sobreestimaciones, repitiendo el lenguaje empleado para sealar sus distancias con Mitre.52 Las concepciones que habran enturbiado la comprensin histrica de Maquiavelo apuntaban a un aspecto crucial en los intereses de Romero, en ese momento en que abandonaba su investigacin sobre las facciones y el Estado en la Antigedad, pues defina la relevancia que la formacin estatal poseer en sus narraciones histricas. Si en Maquiavelo la accin del Estado subordinaba cualquier eficacia de lo econmico, el rasgo poltico-institucionalista iba a ser de all en ms relegado en las investigaciones de Romero por lo menos hasta la revalorizacin que se encuentra en una obra tarda como la pstuma Crisis y orden el mundo feudoburgus.53 Pero no todo era lejana. Maquiavelo destacaba su sagacidad de historiador cuando reconoca en la pura voluntad de dominio un efecto nocivo, creador de crisis poltica y demagogia. Este reconocimiento se detena, con todo, muy pronto, cuando se revelaba que la solucin para rearticular lo social no provena sino de la capacidad de un hombre slo, que resultaba del desglose de las lites. El hroe maquiaveliano se vinculaba con las masas nicamente como el dominador en beneficio de la nacin italiana. Si el poder del individuo privilegiado por sus dones constitua el tejido del cambio histrico, de la preeminencia de lo poltico Romero extraa una nueva objecin para la historiografa, que en verdad no era nueva (ni siquiera era exclusiva de Maquiavelo, pues perteneca al sentido comn renacentista) y que vuelve a nombrarse con un significante conocido: Este intento llev, poco a poco y, a veces, ms implcita que explcitamente, a una sobreestimacin

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En la p. 64 de Maquiavelo historiador, ob. cit., escriba sobre La sobreestimacin de la voluntad de dominio como ideal de vida, y poco despus de la sobreestimacin del fenmeno poltico como forma suprema de la existencia histrica. 53 Esta devaluacin de lo poltico-institucional, que como se notar ms tarde fue parcialmente modificada en su obra posterior, debe ser matizada cuando se consideran los escritos de divulgacin preparados por Romero. Cf. J. L. Romero, Historia de Roma y la Edad Media, Estrada, 1944; Historia universal, Atlntida, 1944; Historia antigua y medieval, Estrada, 1945; Historia moderna y contempornea, Estrada, 1945; La Edad Media, Mxico, Fondo de Cultura Econmica, 1949; Historia Universal, en Enciclopedia Prctica Jackson, tomo 7, 1951.

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del papel del individuo.54 En esta objecin descansaba una diferencia con el antihistoricismo de Maquiavelo, que haba sido indicado por Max Horkheimer.55 La existencia de una vida histrica no justificaba una antropologa atemporal, pues las similitudes situacionales no autorizaban, para Romero, las constantes sobre las que descansaba la imaginacin histrica maquiaveliana. La eficacia de las convicciones polticas fundamentaba una nueva disidencia de Romero: el anacronismo ocasionado por preferencias estratgicas. Mientras la necesidad poltica maniatara al conocimiento histrico, la capacidad comprensiva de la historiografa no poda evitar sufrir un grave perjuicio. Evidenciaba que trasladar la toma de partido al pasado era un falso punto de partida.56 No se le escapaba al crtico que un reparo similar se le podra endosar tambin a l, pero se prevena de cometer un anacronismo equivalente al ubicar el enfoque maquiaveliano en su contexto, anterior a la conformacin cientfica de la historiografa: Pero no se vea en este destino que l [Maquiavelo] atribuye al saber histrico una subalternizacin de la ciencia histrica sino, por el contrario, su dignificacin suprema de saber por excelencia; si la vida histrica es para l, por sobre todo, vida poltica, su normativa poltica es un saber para la vida misma; la experiencia histrica no es, pues, una mera tcnica al servicio de una actividad entre otras posibles, sino que es experiencia vital, que encierra todas las dimensiones de la vida, cristalizadas en este plano superior y especficamente humano que es el plano poltico.57 Se entiende entonces que Maquiavelo fuera reivindicado como un poltico capaz y riguroso, pero por eso mismo destituido en su condicin de historiador, donde Romero lo calificaba de frustrado. En el examen de Maquiavelo como historiador vemos emerger los trazos de una predileccin conceptual que tendra amplia vigencia en la obra histrica de Romero. Del fracaso de aqul derivaba la importancia de emplear una perspectiva no monista de la historia medieval, donde lo poltico fuera parte de una estrategia pluralista de explicacin, donde la elusin de la preeminencia de un aspecto de la realidad constituyera el ncleo de una teora de la vida histrica con predileccin por la contingencia y la complejidad. Si el fracaso de Maquiavelo se fundamentaba en el desbalance entre sagacidad poltica e historiogrfica, se sobreentiende cul era la leccin que se aprenda en el tropiezo del florentino: que quien aspirara a una equilibrada concepcin historiogrfica deba poseer una adecuada inteligencia de la vida histrica. El conocimiento histrico, que sufra de su sujecin absoluta a las necesidades de la poltica inmediata, deba sin embargo alimentar la voluntad y la accin estratgicas para lograr una armona y una eficacia similar en ambos terrenos que parecan tan inseparables como conflictivamente vinculados. Los agregados al prlogo a la edicin de 1970 del pequeo volumen de 1943, muestran un cambio en el enfoque que Romero pretenda aplicar a la comprensin de Maquiavelo. Si es cierto que las transformaciones sociales, polticas y econmicas caracterizaban el mbito de la accin donde aquel hallaba su contexto, en el escrito original la representatividad de Maquiavelo respecto a su poca era un dato de partida.58 Un cuarto de siglo ms tarde,54 55

dem, p. 80. M. Horkheimer, Los comienzos de la filosofa burguesa de la historia (1930), en Historia, metafsica y escepticismo, Madrid, Alianza, 1982. 56 J. L. Romero, Maquiavelo historiador, ob. cit., pp. 90, 108. 57 dem, pp. 102-103. 58 Por esos mismos aos y con la misma vocacin, deca Romero sobre Fernn Prez: En la agitada crisis del

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avanzado en su desarrollo intelectual y fundamentalmente en otra situacin cultural, Romero prefera implicar sus peculiaridades en el devenir de la mentalidad burguesa que condicionaba su reflexin pues, aclaraba, cualquiera sea la originalidad del pensador florentino, el trasfondo de su pensamiento se ordena dentro del cuadro de esa forma de mentalidad que la burg