Acércate a mí: Prólogo y Capítulo 1

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Prólogo

Daniel

—Acércate a mí —le susurro a al oído y, con mi mano que está posada en su cintura, la

acerco a mi cuerpo. Ahora estamos muy pegados. Puedo sentir su respiración en mi cuerpo. Puedo notar los rápidos latidos de su corazón, que parece que va a dar un salto y salir de su pecho.

Ella parece asombrada, incluso aterrada, pero yo quiero tenerla. Poder besarla. Amarla.

Acerco mi cara a la suya, buscando un beso, pero...

Amanda

En mi habitación, me peino y me doy los últimos retoques delante del espejo redondo que

hay junto a una de las dos ventanas. Mi pelo castaño claro y ondulado en las puntas, decorado por una margarita de plástico, me cae elegantemente sobre la espalda. Mis ojos parecen más grandes a causa de la raya que me he pintado en un tono azulado, del mismo color que mis ojos, y mis labios me dan un toque más sexy por el brillo del gloss. El vestido rojo de seda que llevo resalta mis caderas y mis pechos, y los zapatos de tacón enfatizan mis largas y delgadas piernas.

Salgo de mi habitación, no antes de colgarme el bolso del mismo color del vestido al hombro.

—Mamá, me voy —le grito a mi madre desde la entrada de la casa.

—Esta juventud... Mi hija saliendo de noche con tan solo dieciséis años.

—Mamá, ya tengo casi diecisiete —repongo.

—Bueno, bueno. No sé como no te quieres venir con tu padre y conmigo a la ópera. Empieza a las once —mira el reloj que hay colgado de la pared—. ¡Ya son las diez! —grita histérica—. ¡Cariño, nos vamos ya! —le grita a mi padre, que sale de su habitación poniéndose la corbata.

—Mamá, yo ya me voy —me acerco a ella y le doy un beso en la mejilla, y luego otro a mi padre—. Disfrutad de la ópera —digo antes de salir de casa.

Bajo las escaleras del porche de casa y cruzo el jardín delantero. Nada más dar unos pasos, a causa del extremo calor de este mes de agosto, empiezo a sudar. De mi bolso saco un pañuelo y me seco las gotas que brotan de mi frente.

En la acera de enfrente me espera una pequeña limusina. Me acerco y, cuando estoy a pocos metros de distancia, sale de la parte de atrás Cris, mi mejor amiga, que al igual que yo proviene de una familia adinerada.

—¡Hola, Amanda! —me saluda dándome dos besos, uno en cada mejilla.

—Hola. ¿Nos vamos ya? —pregunto señalando con un ligero movimiento de cabeza la limusina.

—Pues claro.

Del asiento del conductor sale el chófer, el cual nos abre la puerta y entramos.

—Gracias —le digo dedicándole una sonrisa de oreja a oreja.

Él asiente.

—¿Preparada para la gran noche? —me pregunta dándome un suave puñetazo en el hombro.

Las dos nos reímos.

—Por supuesto —sigo diciendo entre risas.

Y es que hoy era el gran día. Hoy es el día en el que me voy a declarar a Mario, el chico por el que llevo casi más de un año babeando. Es el chico perfecto...

***

La limusina se para de repente y el chófer nos abre la puerta lateral izquierda, por la que ambas salimos. Ahora estamos de pie con la boca abierta de par en par al ver la casa de Mario, quién da la fiesta. La casa es enorme. Desde fuera se ven dos plantas colocadas modernamente y con grandes ventanales.

Caminamos unos pasos y entramos en el jardín delantero. Ahí varios chicos bailan con la música a tope, bailan y, sobre todo, beben. La mayoría tienen vasos de plásticos en la mano, y no creo que sean zumos de naranja precisamente. Con la mirada busco a Mario, pero no lo encuentro. Entro acompañada por Cris a la casa y sigo buscando a mi futuro —o eso espero— novio, pero no lo veo por ninguna parte. Entramos en el salón. Es una gran estancia decorada con mucho gusto y muebles modernos y caros. Habrá por lo menos cien chicos y chicas bailando. Algunas chicas bailan moviendo las caderas exageradamente junto a algún chico. También veo a alguna que otra pareja besándose, algunos dándose unos simples piquitos y otros se besan apasionadamente. Sigo caminando y abriéndome paso. Al otro lado de la habitación, Mario está sentado solo en un sofá de cuero negro. Me siento junto a él, miro a mi alrededor y al no ver cerca a Cris, comienzo a hablar.

—Hola —saludo tímida y con la voz temblorosa.

—Hola —me saluda él también haciendo un leve movimiento con la mano.

Se crea un silencio un tanto incómodo y molesto a la vez. Mi respiración se vuelve más entrecortada por momentos. Cada vez se me hace más difícil respirar. Como esto siga así me parece que me voy a desmayar.

—Gran fiesta —señalando con mis manos la sala.

—Gracias —dice entusiasmado y orgulloso por su logro—. ¿Te apetece bailar? —dice mientras se levanta del sofá y me extiende la mano.

—Por supuesto —la cojo y me levanto. Mis piernas siguen temblorosa, y los tacones me están jugando una mala pasada, pero intento parecer lo más natural posible, camuflar mi nerviosismo y a la vez mi miedo, e intento disfrutar.

Empezamos a bailar, y a los pocos segundos me doy cuenta que él no sabe llevar el ritmo.

—Ahora vengo —me dice al oído en un tono bastante sensual, aunque se sigue notando su nerviosismo.

Asiento y sale de mi campo de vista. Mientras, sigo bailando sola. Algún que otro chico se acerca a mí en busca de algo más que un simple baile, pero yo rechazo a todos y cada uno de ellos. Para mí en este momento únicamente existe mi querido Mario.

—Toma —Mario aparece y me tiende un vaso de vodka.

—Gracias —lo acepto y le doy un sorbo.

Sigo sudando por el calor que desprende tanta gente junta en esa habitación. Noto que se me empieza a correr el maquillaje, sobre todo la raya de los ojos. Nerviosa por eso, y porque seguramente ahora pareceré casi un monstruo, le doy otro sorbo a mi bebida y le digo a Mario:

—Ahora vengo.

Salgo del salón y busco en la planta baja el cuarto de baño. Primero entro por una puerta entre abierta, pero descubro que es la cocina, donde hay varios chicos sentados a la mesa jugando a algún juego donde el alcohol es el protagonista. Salgo de esta y busco otra puerta que pueda abrir. Esto parece un juego de la busca del tesoro. Abro otra puerta cerca de la cocina, pero al instante descubro que es un pequeño almacén para la comida. Salgo y busco la siguiente puerta. Atravieso un largo y amplio pasillo con una única puerta al fondo. En esta hay un pequeño cartel de madera que reza la palabra “Baño”. Por fin lo he encontrado. Me acerco a ella y la abro rápidamente. Pero para mi sorpresa, a pesar que no tenía el pestillo echado, está ocupado. En su interior, una pareja disfruta de la pasión del amor. Abro los ojos como platos.

—Cierra la puerta, imbécil —me dice la chica cuando deja de besar al que supongo que es su novio.

Le hago caso y la cierro.

Suspiro mientras se me sonrojan las mejillas y sigo mi camino en busca del cuarto de baño. Subo a la planta de arriba y sigo buscando. Entro en un nuevo pasillo y en otra puerta leo otro cartel en el que está escrito con letras de colores “Mario”. Me pica la curiosidad. Giro el pomo de la puerta y, antes de abrirla, suspiro. Ahora sí, este es el momento. Empujo y entro a la habitación. Uau, es preciosa. Dirijo primero mi mirada a su escritorio de madera, el cual preside el dormitorio. Al otro lado hay una cama de matrimonio con dosel, decorada con ropa de cama roja y blanca, al igual que la pared. Por último el suelo de moqueta color crema da un toque confortable.

Me adentro más en la habitación y puedo ver que encima de una butaca blanca hay una camisa doblada. Supongo que será de Mario. Me acerco a ella y la cojo entre mis manos. La acaricio y la acerco a mi nariz e inspiro su olor. Sí, huele a él. Es un olor tan masculino. Me encanta. Podría estar oliendo esta camisa durante todo el día.

—¿Se puede saber qué haces? —me sobresalta una voz a mi espalda.

Me doy rápido la vuelta y dejo la camisa en la silla. Descubro que a la entrada de la habitación hay un chico que medirá un metro ochenta, con el cabello ligeramente largo y rubio. Sus ojos de color marrón claro deslumbran casi toda la estancia, y me quedo con la boca abierta al descubrir su cuerpo moreno y con los músculos muy definidos.

—Em... —me cuesta hablar.

—¿Sí? —pregunta haciéndose el interesado.

—Estaba buscando el baño. El de abajo está ocupado —digo tartamudeando.

—Pues me parece que esto precisamente no es un baño —me dice con una media sonrisa en la cara.

—¿Te estás riendo de mí? —pregunto haciéndome la ofendida—. Por cierto, ¿y tú quién eres?

Se acerca unos pasos. Mi corazón cada vez late más rápido y parece que se me va a salir del pecho dando un salto.

—Lo siento, no me he presentado. Soy Álex, el hermano mayor de Mario. Y ¿tú eres...?

—Amanda. Soy Amanda Martínez —le extiendo la mano, porque creo que es el saludo más

Esta vez sí que me parece que me voy a desmayar...

—Tengo que ir al baño —le digo y salgo rápidamente de la habitación de Mario, dejando allí a su hermano.

Ahora sí encuentro el cuarto de baño. Me encierro en él y me apoyo en la pared, tapándome la cara con ambas manos.

—Qué bueno está —susurro. Pero al momento me arrepiento por decir eso. Yo únicamente

quiero a Mario. Solamente a él. A nadie más.

—¡Nadie más! —grito.

Me destapo la cara y de mi bolso saco un pequeño estuche, del que saco todo el maquillaje necesario. Me vuelvo a maquillar por completo. Tras unos minutos de intensa reconstrucción, termino y salgo del baño. Pero para mi sorpresa Álex está delante de la puerta con los brazos cruzados, como si estuviese esperándome. O a lo mejor es que quiere entrar al baño.

—¿Estás bien? —me pregunta acercándose a mí con cara de preocupación.

—Sí, sí, perfectamente —respondo mientras camino de vuelta a la planta baja rápido y sin levantar la mirada del suelo.

Bajo las escaleras de madera blanca y vuelvo al salón. Desde la puerta dirijo la mirada hacia el sofá donde había dejado a Mario, pero no está. Me empiezo a poner nerviosa, aunque no sé por qué. Seguramente habrá ido al cuarto de baño, a por alguna bebida. O incluso a tomar el aire. Teniendo esta última opción como la más adecuada, salgo de la casa. Fuera hace un calor abrumador. Suspiro.

En el jardín delantero, donde me encuentro, hay varios chicos bebiendo y cantando en voz alta. Doy por sentado que están borrachos. Demasiado, diría yo. Sigo caminando por la parte delantera de la casa. No lo veo, por lo que vuelvo a la casa. Dirijo una nueva mirada al salón, pero sigo sin verlo. Hoy tendría que ser una noche estupenda, y no pasármela entera buscando a mi futuro novio, o por lo menos eso espero.

Entro en la cocina, que ahora está completamente vacía. Miro por la ventana de está, que da al jardín de atrás. Ahí hay una gran piscina, y alrededor de esta habrá una veintena de jóvenes, también bebiendo. Por la oscuridad de la noche y la poca visibilidad que hay, no puedo ver si entre ellos está Mario, así que por la puerta trasera que se encuentra también en la cocina, salgo al jardín de atrás. Se me hace difícil andar, pues camino por encima de la hierba con tacones. Me acerco a la piscina, donde están todos, y empiezo a buscar entre la gente.

—Fiesta en la piscina —oigo una voz algo familiar a mi espalda.

Segundos después me han empujado y me caigo al agua. Detrás de mí se tiran unas cuantas personas más, salpicando una gran cantidad de agua. Nadando me doy la vuelta, y me veo cara a cara con Álex.

—¿Qué haces aquí? —le pregunto casi gritando.

—Es mi casa. ¿No lo recuerdas?

Puede llegar a ser insoportable. Pero es más mono...

—¿Has visto a tu hermano? —pregunto mientras salgo de la piscina por unas pequeñas escaleras.

—No —contesta siguiéndome y acercándose en exceso a mí. Pero instintivamente doy un paso atrás.

—Me... Me tengo que ir —tartamudeo. Me doy media vuelta y, aún mojada, como no, camino hasta el jardín delantero, rodeando la casa por la parte exterior. Antes de entrar de nuevo a la casa para buscar a Mario y confesarle todo, absolutamente todo, me escurro el pelo como puedo. También intento secarme un poco la ropa, ayudado por el calor climático, pero no causa mucho efecto. No puedo esperar más, por lo que entro ya en la casa. Voy dejando un pequeño rastro de agua por donde voy pasando. La gente que se encuentra a mi alrededor me mira.

Entro al salón y miro de lado a lado, ya un tanto cansada, y allí, al fondo, sentado en el sofá, lo veo. Pero al enfocar un poco más la vista y ver lo que pasa con exactitud, me quedo con la boca abierta y las lágrimas empiezan a recorrer mis cálidas mejillas.

Continuará...