Acercamiento a La Noción de Creencia en Jean
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ACERCAMIENTO A LAS NOCIONES DE CREENCIA Y SENTIDO EN JEAN-LUC NANCY Y SU CONTRAPARTE PASCALIANA
Si habremos de hacer caso a la noción que de fenomenología nos ofrece García-
Baró podremos entender las reticencias que tiene Jean-Luc Nancy respecto del
concepto de creencia en el orden de su Deconstrucción del cristianismo. Y es que
García-Baró nos explica que «lo filosófico en la fenomenología es precisamente el
esfuerzo de responsabilidad radical, de sinceridad radical, que lleva a dejar en
suspenso, a la hora de vivir lúcidamente la vida, las creencias y las ideas
preconcebidas, tradicionales.»1
Ya de antemano los trabajos emprendidos desde la fenomenología para hacer
una deconstrucción deben prescindir, al menos por fidelidad al método, de ese tipo
de ideas preconcebidas, tales como las creencias.
En un muy honesto esfuerzo por exponer la esencia del cristianismo, Nancy
nos presenta tanto la metodología como sus propias ideas para el análisis de tres
conceptos considerados por él fundamentales para entender la cuestión que nos
propone, a saber, la fe, el pecado y el Dios vivo. Para asentar su deconstrucción Jean-
Luc Nancy se pregunta hasta qué punto la civilización occidental pende aún del
cristianismo. Independientemente de que se sepa que nuestro origen está en la
cristiandad, no es lo mismo que preguntarse si se sigue sosteniendo la civilización
por la cristiandad.2
Y lanza la cuestión: «¿cómo, desde que existe el cristianismo, se encuentra
comprendida (nuestra civilización) y relanzada desde él?» Luego retoma una frase
de Luigi Pareysson, maestro de Umberto Eco, a su vez citada en el libro La era
postcristiana, de Émile Poulat, la cual dice que: «sólo puede ser actual un
cristianismo que contemple la posibilidad presente de su negación y después
plantea la idea correlativamente negativa: «sólo puede ser actual un ateísmo que
1 García-Baró, Miguel, De estética y mística, («Colección Hermeneia, número 78») Salamanca, Ediciones
Sígueme, 2007, p. 36. 2 Nancy, Jean-Luc, «La deconstrucción del cristianismo», Revista Anthropos. Huellas del conocimiento,
número 205, octubre-diciembre de 2004, pp. 49 – 62.
contemple la realidad de su proveniencia cristiana.» Y enseguida lanza una
importante pregunta: «¿qué es lo que hay entonces en el fondo de nuestra
tradición, en el fondo de nosotros?» Dicho de otra manera: «¿qué es aquello que
nos ha sido transmitido a través de nuestra propia tradición desde el fondo de ese
fondo de evidencias cristianas que es tan evidente que, justamente, no podemos
mirar más de cerca?»
Hay un proceso de descristianización del Occidente y sin embargo lo que
hace al Occidente mantenerse como tal es el propio cristianismo. Se ha dejado de
ser piadoso, pero se sigue siendo cristiano. Luego se pregunta Nancy cuál es la
esencia del cristianismo como apertura de sí frente al retroceso de los horizontes.
No hay ya horizontes, nos dice. Se reclaman en el mundo moderno, pero nos
encontramos en una especie de fondo de horizonte y sin apertura indefinida.
Al principio se desarrolló el cristianismo como una más de las religiones, es
decir, comparte la estructura de otras religiones en su constitución; pero hay algo
que hace distinta a la cristiandad: «es el esquema de una ortodoxia que se concibe a
sí misma como el movimiento, virtualmente infinito, a través del cual una fe se
descubre a sí misma al relacionarse con lo que la precede, con lo que renueva y
esclarece. Esta fe no es lo que es sino al revelarse a sí misma progresivamente en
cuanto a integración de lo que la precede y que conduce más allá. Se trata de algo
único: la fe es ella misma experiencia de su historia, experiencia de un plan perseguido
por Dios para la ejecución de la salvación». También nos explica Nancy que esta
novedad se plasmó por vez primera en el Vaticano I, o mejor dicho, que es una
tesis de este concilio considerar que el plan de salvación es indisociable de la
historia humana. «Se sigue de esto—nos dice—que la dimensión histórica en
general, en tanto que dimensión occidental, es fundamentalmente cristiana y que la
vía y la vida de la revelación no son para el cristianismo solamente el modo
específico o el procedimiento de acceso al procedimiento a un misterio específico,
como en toda especie de iniciación o conversión, sino que son el camino mismo del
homo viator, del hombre que se encuentra en camino cuyo viaje no es solamente un
pasaje, sino que constituye en sí la marcha y el progreso de la revelación misma».3
Esta singularidad del cristianismo tiene que ver, entonces, con el enfoque de la
historia bajo el lente de la fe: «esta verdad matricial, esta historicidad esencial
postulada y “pensada” en la fe cristiana como tal, esta historicidad, de la fe es lo
que termina por distanciar rigurosa, implacablemente, al cristianismo mismo del
elemento de la religión en general, para constituir efectivamente “la religión de la
salida de la religión”.»4
Pero ¿cuál es el sentido que, según Nancy, se pierde en el cristianismo o que
el cristianismo pierde y por ello requiere la deconstrucción o el replanteamiento?
Dice Nancy, para empezar, que el cristianismo recrea su propia anterioridad y se
proyecta al mismo tiempo hacia el porvenir infinito. Son dos sentidos entonces:
uno que es el que justifica el paso de Dios al hombre, o más bien del paso de Dios al
hombre a la presencia-parusía de Dios al hombre. El sentido entonces está en este
paso del paso de Dios al hombre a la presencia-parusía de Dios al hombre. En este
“movimiento” del sentido hay un peligro: que el sentido se extinga cuando se
confunda lo absoluto de la parusía con la infinidad del paso. Ya no hay entonces
sentido. Esa es la llamada “muerte de Dios”. Y la fórmula no es de Nietzsche, sino
de Lutero, porque enuncia el destino mismo del cristianismo. El cristianismo se
cumple en el nihilismo entonces, nos dice Nancy, porque el nihilismo es la
incandescencia final del sentido. El cristianismo o la revelación cristiana «es el
sentido que no ordena y que no actúa ya para nada, o nada más que en sí mismo;
el sentido que vale absolutamente para sí, indefinidamente y definitivamente» (55)
Si el cristianismo es esencialmente evangelio y con ello esencialmente
anuncio y que se anuncia nada, nos dice Nancy, es preciso, entonces, para analizar
debidamente su esencia, examinar el kerigma en cuanto filosofema, es decir, entre
los filosofemas que constituyen esas “nervaduras” cuya constitución es a su vez el
sostén del pensamiento occidental.
3 Op. cit. p. 54.
4 Op. cit. p. 55.
El acto de fe es aquello que se anuncia y consiste en relacionarse con Dios o
en nombre de Dios. Y luego dice Nancy que Dios y su amor no están allí presentes
en ese acto de anuncio porque no se muestran. Y la distingue de la creencia
sugiriendo que la creencia es una adhesión sin pruebas: «si la fe cristiana es la
categoría de un acto de la intimidad que falta en sí misma, que escapa a sí misma,
entonces la fe cristiana se distingue precisa y absolutamente de la creencia. Ella es
una categoría sui generis que no es, como la creencia, una falta de…, un defecto
de…; que no es una espera de…, sino que es en ella misma fidelidad, confianza y
apertura de la posibilidad respecto a aquello de lo cual ella es confianza.» (59)
La fe, para Nancy, es idéntica a la fidelidad amorosa: precisa del
abandonarse a la palabra del otro. Desprende de todo esto dos posibilidades:
Que la fe sea siempre un acto íntimo y singular. En ese caso el sujeto de la fe
es el que remite enteramente su fe a la gracia de Dios.
Que la fe sea un acto comunitario. En ese caso toda división o disgregación
representa también una disolución de la cristiandad porque rompe la comunidad.
«La fe se reduce entonces siempre a la adhesión al infinito del sentido, ya
sea al infinito del sentido disuelto en la atestación sin atestación de la intimidad, o
ya sea al infinito de sentido que se distribuye fuera de toda comunidad discernible
y hasta los límites de la humanidad. Desde el punto de vista de la comunidad
cristiana, interpretar el acto de fe como una adhesión subjetiva y existencial, es en
consecuencia, equivocarse completamente». (60)
Si ya de por sí apostar por la de subjetiva es equivocarse, la creencia queda
relegada a una especie de sombra, de necesidad de asirse a algo, incluso un defecto
de algo porque se deposita la fiducia en algo ajeno, externo y sin sentido.
La fe pascaliana, por contraparte, y más explícitamente la creencia en Pascal
tiene que ver con la idea de la miseria del hombre, porque reconociendo la propia
miseria se observa y se siente y se acepta la necesidad de apelar a algo que nos
sobrepasa en esa miseria. Una verdad captada por el corazón del hombre, más que
por la simple razón.
«Hay pocos cristianos verdaderos —nos dice Pascal—, lo digo incluso en
cuestión de fe. Los hay que creen, pero por superstición. Los hay que no creen,
pero por irreligiosidad: pocos hay entre estos dos extremos. No incluyo en esto a
aquellos que practican la verdadera piedad de las costumbres y a todos aquellos
que creen por un impulso del corazón.»5 De donde se sigue que ya en sus propios
tiempos había una cierta crisis porque no todo aquel que se nombraba cristiano
podía con sus actos encarnar su propia esencia cristiana.
Creer para Pascal no es, empero, un cheque en blanco ni una adhesión
subjetiva, ni la sombra de ésta, sino que precisa incluso en cierto sentido la prueba:
«Hay tres maneras de creer: la razón, la costumbre, la inspiración. La religión
cristiana sólo admite como verdaderos hijos a aquellos que creen sin la inspiración.
No es que excluya la razón y la costumbre, al contrario, pero hay que abrirse a las
pruebas, confirmarse por la costumbre, pero ofrecerse por las humillaciones a las
inspiraciones, que son las únicas que pueden hacer el verdadero y saludable
efecto.»6
La fe, para puntualizar, es concebida por Pascal como un regalo de Dios y
no tanto como una especie de facultad o factor de elegibilidad humana, lo cual
trastoca también en cierto sentido la noción de adhesión subjetiva propuesta por
Nancy: «La fe es diferente de la prueba. Esta es humana y aquélla es un don de
Dios. Esa es la fe que Dios mismo pone en el corazón, cuya prueba es a menudo el
instrumento, pero esa fe está en el corazón y no hace decir scio, sino Credo.»7
De este pensamiento podemos distinguir dos cosas: una es que al asentar la
idea de que la fe es un don de Dios, se está apegando a lo que la misma Iglesia
Católica manifiesta y cree. La fe, dentro de la Iglesia, es una virtud teologal, es
decir, una de las máximas virtudes dadas al hombre por Dios. El otro aspecto a
distinguir es el hecho de considerar que esta fe es depositada en el corazón del
hombre, es decir, en aquella parte de la persona que no es precisamente la
5 Pensamientos 179 – 256
6 Op. cit. 808 – 245.
7 Op. cit. 7 – 248.
racionalidad o la mente, sino el corazón o el sentimiento, por ello no requiere de la
prueba metafísica.
Hay experiencias fundamentales en la vida, como bien lo explica García-
Baró. Las hay que nos marcan, de las cuales podemos guardar recuerdo. Las hay
trascendentales para nuestra vida: algún triunfo, algún acontecimiento
significativo, algo que nos hace cambiar, convertirnos o transformarnos, quizá.
Hay otras ya de por sí distintas de las que se puede distinguir con el simple
recuerdo, las que destacan en el cúmulo de experiencias y recuerdos en la persona,
incluso que son vividas conscientemente por sólo algunas personas, es decir, no
todo el mundo puede presumir de haberlas tenido. Son experiencias cumbres,
como las llama García-Baró, son, pues, las experiencias del misterio, las que
padecen los místicos como Pascal, pues él tuvo al menos una de ellas, de la que nos
dejó constancia. Nos referimos a su ya célebre Memorial. Ahí encontramos entre
otras frases enigmáticas y profundas, la siguiente: «Dios de Abraham, Dios de
Isaac, Dios de Jacob, no de los filósofos y de los sabios.» Y sobre esta frase—capital,
diríamos aquí, para entender la postura de Nancy— abunda Ratzinger en un par
de ocasiones al menos Principalmente en la lección de inauguración de su cátedra
de teología en Bonn, en 1959.8 Allí reconoce que todo lo que ha dicho sobre la
integración de la fe y la razón proviene justamente sobre esta afirmación de Pascal.
Luego repite la dosis de referencia al mismo acontecimiento de la noche mística de
Pascal en su célebre discurso de Ratisbona el 12 de septiembre de 2006, discurso al
que, por cierto, se le dio más difusión mediática por sus alusiones al islam que por
su contribución a la necesidad de la integración de fe y razón. En aquella lección
dijo Ratzinger que «el matemático y filósofo Pascal había experimentado al Dios
vivo, al Dios de la fe, y en tal encuentro vivo con el tú de Dios, comprendió, con
asombro manifiestamente gozoso y sobresaltado, qué distinta es la irrupción de la
8 La edición de la que me sirvo para este trabajo la encontré en Internet sin mayores créditos bibliográficos.
Tan sólo una referencia de que se publicó en español dentro de un libro del mismo Ratzinger al que puso por
nombre La fraternidad de los cristianos. El enlace del texto fue consultado por un servidor el 11 de febrero
del presente, fecha coincidente con el anuncio de la renuncia de Ratzinger como Papa Benedicto XVI y está
aquí: http://feycultura.wordpress.com/ratzinger/
realidad de Dios en comparación con lo que la filosofía matemática de un
Descartes, por ejemplo, sabía decir sobre Dios.»9 La lucidez de Ratzinger nos hace
distinguir, entre otras cuestiones, el por qué a Pascal no se le hubo entendido a
cabalidad en su propio tiempo, pues la rigidez de los sistemas filosóficos de su
tiempo, así como la racionalidad exacerbada tenían el monopolio de las cuestiones
más intrincadas en el ámbito del pensamiento, así, aunque el cartesianismo había
echado a andar el proyecto de la Modernidad, no se había dado una clara
distinción de todo lo que la metafísica como teoreticismo en la filosofía marcaba el
paso. Hasta que Kant demolió la metafísica especulativa y se trasladó lo religioso
al espacio extrametafísico, fue que apareció otra vez Pascal con todo su
esplendoroso genio para hacernos distinguir la inaccesibilidad de la metafísica al
Dios vivo y la religión fue distinguida como irracionalizable, solamente entendida
desde la práctica y el testimonio; y el Dios de la religión es ese al que alude Pascal
en esta profunda y trascendental frase, en medio de su experiencia del misterio.
Jean-Luc Nancy y su postura de la deconstrucción del cristianismo, bien
pudiera caber en aquella afirmación pascaliana sobre la necesidad de la
demostración de Dios y sus posibles destinatarios: «Ojalá pluguiera a Dios que no
tuviésemos nunca por el contrario necesidad de ella (de la demostración racional),
y que conociésemos todas las cosas por instinto y por sentimiento. Pero la
naturaleza nos ha negado ese bien; solamente nos ha dado, al contrario, muy pocos
conocimientos de esta clase; todos los otros sólo pueden ser adquiridos por el
razonamiento.»10 De este modo entendemos que la búsqueda del horizonte que
Nancy encuentra abierto y la acusación de la pérdida del sentido del cristianismo,
hasta el punto de considerar subsiste esta religión como simple tradición y no por
la piadosidad ni por la práctica —pues ello es lo que ya no tiene sentido—, pudiese
ser una consecuencia de la falta de la experiencia del misterio que cierre o satisfaga
ese horizonte, pues al fin y al cabo podría estar padeciendo lo que Unamuno le
9 Idem.
10 Pensamientos, 110 – 282.
diagnosticó a Nietzsche: «¡Pobre Nietzsche! Su corazón pedía el todo eterno y su
cabeza le enseñaba la nada pasajera, y desesperado y loco, para defenderse de sí
mismo, maldijo de lo que más amaba. Al no poder ser Cristo, blasfemó de Cristo.
Henchido de sí mismo se quiso inacabable y soñó la vuelta eterna, mezquino
remedo de la inmortalidad y lleno de piedad de sí mismo abominó de la lástima.»11
Julián Hernández Castelano.
14 de febrero de 2013. Santa Ana Chiautempan, Tlax.
11
UNAMUNO, Miguel de, Mi confesión, edición y estudio de Alicia Villar, («Colección Hermeneia, número 91»), Ediciones Sígueme, Universidad Pontificia de Comillas, Salamanca-Madrid, 2011, p. 32.