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El sueño de Miri es trabajar en la cantera del Monte Shekel, peronunca la han dejado porque es muy pequeña. Inesperadamentesu vida cambiará: los sacerdotes del rey han vaticinado que lafutura esposa del príncipe será de Monte Eskel. El príncipeviajará hasta ese pueblo para elegir a su esposa, pero primerotodas las muchachas deben asistir a una academia improvisadapara prepararse para la vida real. Miri sabía que los habitantes delas Tierras bajas nunca permitirían que se coronara a unamontañesa.

Pero, ¿y si la elegían a ella…?

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Shannon Hale

Academia de princesasAcademia de princesas - 1

ePub r1.0Titivillus 23.05.18

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Título original: Princess AcademyShannon Hale, 2005Traducción: Noemí Risco Mateo

Editor digital: TitivillusePub base r1.2

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Para los buenos amigos,y en especial para Rosi, una montañesa de verdad.

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Capítulo uno

Por el este amanece,lo que hace que bostece,la cama me atrapa y no me deja marchar.La canción del canterode invierno duraderome hace levantarme y ponerme a caminar.

Miri se despertó al oír el balido adormilado de una cabra.El mundo estaba tan oscuro como si tuviera los ojos cerrados, pero

quizá las cabras podían oler el amanecer que se filtraba a través de lasgrietas de las paredes de piedra de la casa. Aunque todavía estaba mediodormida, era consciente del frío de finales de otoño que rondaba sumanta y quiso acurrucarse un poco más e hibernar como un oso noche ydía.

Entonces se acordó de los comerciantes, retiró la manta y se sentó.Su padre creía que hoy sería el día en que subirían los carros por lasmontañas y entrarían en el pueblo con gran estruendo. En aquella épocadel año, entre todos los aldeanos había mucho movimiento debido a laúltima actividad comercial de la temporada; se apresuraban en cuadrarunos cuantos bloques y conseguir todo lo posible para comerciar, paracomer durante los meses en los que se quedaban atrapados por la nieve.Miri estaba deseando ayudar.

Cuando Miri se levantó, se estremeció al oír el crujido del colchón devainas de guisantes y pasó con cuidado por encima de su padre y de suhermana mayor, Marda, que estaban dormidos en sus camastros. Durante

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una semana había albergado la ansiosa esperanza de ir corriendo hoy a lacantera y estar ya trabajando cuando su padre llegara. Así tal vez no lediría que se fuera.

Se puso los leotardos de lana y una camisa encima del pijama, peroaún no se había atado la primera bota cuando un crujido de vainas deguisantes le dijo que alguien más se había despertado.

Su padre removió las brasas de la chimenea y añadió boñiga decabra. La luz anaranjada brilló y dibujó su enorme sombra en la pared.

—¿Ya es por la mañana? —Marda se apoyó en un brazo y miró a laluz de la lumbre con los ojos entrecerrados.

—Sólo para mí —contestó su padre.Miró hacia donde estaba Miri, inmóvil, con un pie en una bota y las

manos en los cordones.—No —fue todo lo que dijo.—Papá. —Miri se puso la otra bota y se dirigió hacia él arrastrando

los cordones por el suelo sucio. Mantuvo la voz tranquila, como si se leacabara de ocurrir aquella idea—. Pensaba que con los accidentes y elmal tiempo que ha habido últimamente podrías valerte de mi ayuda, sólohasta que los comerciantes lleguen.

Su padre no repitió que no, pero ella se dio cuenta, por la manera tanconcentrada que tenía de ponerse las botas, de que era lo que queríadecir. Afuera se oía una de las canciones que cantaban los trabajadorescuando iban a la cantera: La canción del cantero de invierno duradero.El sonido se acercó y con él una insistencia de que había llegado elmomento de unirse a la canción, deprisa, deprisa, antes de que lostrabajadores pasaran, antes de que la nieve recubriera la montaña dentrodel invierno. El sonido hizo que el corazón de Miri quedara apretadoentre dos piedras. Era una canción unificadora y no la invitaba aparticipar.

Avergonzada por haber mostrado sus ganas de ir, Miri se encogió dehombros y dijo:

—Vale.Cogió la última cebolla de un barril, cortó un trozo de queso de cabra

y le dio la comida a su padre mientras abría la puerta.—Gracias, mi flor. Si los comerciantes vienen hoy, haz que me sienta

orgulloso.

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La besó encima de la cabeza y empezó a cantar con los otros antes dealcanzarles.

La garganta le quemaba. Le haría sentirse orgulloso.Marda ayudó a Miri a hacer las tareas de la casa: deshollinaron la

chimenea y el carbón acumulado, pusieron a secar el estiércol fresco decabra y añadieron más agua al tocino en remojo que había para cenar.Mientras Marda cantaba, Miri parloteaba sobre nada en especial, sinmencionar el hecho de que su padre no la dejaba ir a trabajar. Pero latristeza colgaba de ella como ropa mojada y quería reírse para quitárselade encima.

—La semana pasada pasé por casa de Bena —dijo Miri— y elvejestorio de su abuelo estaba sentado fuera. Le estuve observandoasombrada porque parecía no molestarle una mosca que zumbaba por sucara, cuando, ¡plas!, se la espachurró contra la boca.

Marda sintió vergüenza ajena.—Pero Marda, se la dejó ahí —dijo Miri—. Aquella mosca muerta se

le quedó pegada justo debajo de la nariz. Y cuando me vio, dijo:«Buenas tardes, señorita», y la mosca… —El estómago de Miri seencogió al intentar seguir hablando mientras se reía—. La mosca temblócuando movió la boca… y… ¡y en ese momento su alita aplastada seenderezó como si también estuviera saludándome!

Marda siempre decía que no se podía resistir a la risa grave y roncade Miri, que desafiaba a la misma montaña a no retumbar. Pero a Miri legustaba más la risa de su hermana que una barriga llena de sopa, y encuanto la oyó, su corazón se sintió más ligero.

Salieron de la casa detrás de las cabras y las ordeñaron en el frescointenso de la mañana. El frío de la cima de su montaña anticipaba elinvierno, pero el aire no tenía tanta fuerza por la brisa que llegaba delvalle. El rosa del cielo se transformó en amarillo y después en azul alsalir el sol; sin embargo, la atención de Miri seguía centrada en el oeste yen el camino de las tierras bajas.

—He decidido volver a comerciar con Enrik —dijo Miri— y estoyempeñada en sacarle algo más. ¿No sería una proeza?

Marda sonrió mientras tarareaba. Miri reconoció la melodía; era unade las que cantaban los trabajadores de la cantera cuando sacabanarrastrando piedras del yacimiento. Las canciones les ayudaban a llevarun ritmo al tirar.

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—Quizás algo más de cebada o pescado salado —dijo Miri.—O miel —apuntó Marda.—Mucho mejor.La boca se le hacía agua al pensar en pasteles calientes, frutos secos

almibarados para las fiestas, y reservaría un poco para echar unas gotitassobre las galletas en algunas tardes del crudo invierno.

A petición de su padre, Miri se había encargado de comerciar durantelos últimos tres años. Este año estaba decidida a hacer que el tacañocomerciante de las tierras bajas le entregara más de lo que estabadispuesto a dar. Se imaginó la tranquila sonrisa que mostraría la cara desu padre cuando le dijera lo que había hecho.

—No puedo evitar preguntarme —dijo Marda, que agarraba lacabeza de una cabra especialmente malhumorada mientras Miri laordeñaba—, después de que te marcharas, cuánto tiempo se quedó lamosca.

A mediodía Marda se marchó para ayudar en la cantera. Miri nuncahablaba de aquel momento del día, cuando Marda se iba y Miri sequedaba. Nunca diría lo insignificante y fea que se sentía. «Que creanque no me importa —pensaba Miri—, porque no me importa, no».

Cuando Miri tenía ocho años todos los otros niños de su edad habíanempezado a trabajar en la cantera: llevaban agua, iban por herramientas ydesempeñaban otras tareas básicas. Cuando le preguntó a su padre porqué ella no podía, la cogió en brazos, la besó encima de la cabeza y lameció con tanto amor que ella supo que saltaría por las cimas de lasmontañas si él se lo pedía. Después, con aquella suave voz baja, le dijo:

—Nunca pondrás el pie en la cantera, mi flor.No le volvió a preguntar por qué. Miri, desde que nació, había sido

diminuta, y a los catorce años era más pequeña que las chicas másjóvenes que ella. Había un refrán en el pueblo que decía que cuando secreía que algo era inútil, era «más flaco que el brazo de un habitante delas tierras bajas». Cada vez que Miri lo oía quería cavar un hoyo en lasrocas y arrastrarse bien hondo hasta desaparecer de la vista.

—Inútil —dijo con una risa. Todavía le dolía, pero le gustaba fingir,incluso para ella misma, que no le importaba.

Miri hizo subir a las cabras por una cuesta que había detrás de sucasa hasta el único trozo de hierba que todavía era extenso. En inviernolas cabras del pueblo iban a pastar a las cimas de las montañas. En la

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misma aldea, no crecía nada verde. Los restos de roca se esparcían y seamontonaban en lugares mucho más profundos de lo que Miri podíacavar, y el pedregal se desparramaba por la ladera que tocaba lossenderos del pueblo. Era lo que tenía vivir al lado de una cantera. Mirioyó que los comerciantes de las tierras bajas se quejaban, pero ellaestaba acostumbrada a tener gravilla amontonada bajo los pies, polvilloblanco en el aire y mazos marcando el sonido del latido de la montaña.

El línder. Era lo único que se sacaba de la montaña, el único medioque tenía el pueblo de ganarse la vida. A lo largo de los siglos cuandouna cantera se quedaba sin línder, los habitantes de ese pueblo cavabanotra y trasladaban Monte Eskel a la antigua cantera. Cada una de lascanteras de la montaña había producido pequeñas variaciones sobre labrillante piedra blanca. Habían extraído línder marmolado con vetasrosas, azules, verdes y ahora plateadas.

Miri ató a las cabras a un árbol retorcido, se sentó sobre la hierbacortada y arrancó una de las florecillas rosas que creían entre las grietasde las rocas. Una flor miri.

El línder de la cantera actual se descubrió el día en que ella nació ysu padre quiso ponerle el nombre de la piedra.

—Esta capa de línder es la más bonita —le había dicho a su madre—, blanca pura con rayas de plata.

Pero en la historia que le había arrancado a su padre tantas veces, sumadre se había negado.

—No quiero una hija con el nombre de una piedra —había dicho, yen su lugar le puso el nombre de la flor que había vencido a la roca yhabía trepado para mirar el sol.

Su padre había dicho que a pesar del dolor y la debilidad que habíasentido después de dar a luz, su madre no soltó a su diminuto bebé. Unasemana después su madre había muerto. Aunque Miri no se acordaba denada salvo de lo que había creado su imaginación, pensó en la semana enque su madre la tuvo en brazos como si fuera la cosa más preciosa quetenía y se guardó aquel pensamiento bien apretado a su corazón.

Miri giró la flor entre sus dedos y los delgados pétalos se rompierony cayeron en la brisa. La sabiduría popular decía que podía pedir undeseo si se caían todos los pétalos a la vez.

¿Qué deseo iba a pedir?

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Miró hacia el este, donde las laderas amarillo verdosas y las llanurasdel monte Eskel subían hacia el pico gris azulado. Al norte, una cadenamontañosa limitaba con el infinito púrpura, azul y después gris.

No pudo ver el horizonte al sur, donde se extendía un océanomisterioso. Al oeste estaba el camino del comerciante que llevaba alpaso, y al final a las tierras bajas y al resto del reino. No se podíaimaginar la vida en las tierras bajas más de lo que podía visualizar unocéano.

Debajo de ella, la cantera era un sonido metálico de extrañas formasrectangulares, bloques medio expuestos, hombres y mujeres quetrabajaban con cuñas y mazos para soltar los trozos de la montaña, unaspalancas para levantarlos y cinceles para cortarlos cuadrados y bienrectos. Incluso desde la cima, Miri podía oír las canciones al son delmazo, el cincel y la palanca, cuyo sonido se solapaba y las vibracionessacudían el suelo sobre el que estaba sentada.

Le vino a la cabeza un hormigueo y la visión de Doter, una de lasmujeres de la cantera, al sentir la orden «Golpead más flojo». Era ellenguaje de la cantera. Miri se inclinó hacia delante porque quería oírmás.

Los trabajadores utilizaban esta forma de comunicarse sin hablar envoz alta para que se pudieran oír a pesar de los tapones de arcilla quellevaban en las orejas y los golpes ensordecedores de los mazos. La vozdel lenguaje de la cantera sólo funcionaba allí, pero Miri a veces podíapercibir los ecos cuando se sentaba cerca. No sabía cómo funcionabaexactamente, pero había oído decir a un trabajador que los martilleos ylos cantos iban acumulando ritmo en la montaña. Entonces, cuandonecesitaban hablar con una persona, la montaña usaba ese ritmo parallevarles el mensaje. Justo ahora Doter le debía de estar diciendo a otrocantero que golpeara más flojo sobre una cuña.

Qué maravilloso sería, pensó Miri, cantar al compás para, a través dellenguaje de la cantera, hablar con un amigo que está en otro saliente ycompartir el trabajo.

El tallo de la miri comenzaba a marchitársele entre los dedos. ¿Quédeseo iba a pedir? Ser más alta que un árbol, tener unos brazos como losde su padre, tener un oído que supiera cuándo es el momento de recogerel línder y tener la fuerza para sacarlo. Pero pedir cosas imposibles leparecía un insulto a la flor miri y un desprecio hacia el dios que la creó.

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Para entretenerse se llenó de deseos imposibles, tales como que su madrevolviera a vivir, unas botas que ningún fragmento de roca pudieraatravesar o miel en vez de nieve; para que de alguna manera fuera tanútil para el pueblo como para su padre.

Un quejido desesperado atrajo su atención hacia la base de la ladera.Un chico de quince años seguía a una cabra suelta por el arroyo donde elagua le llegaba por las rodillas. Era alto y delgado, tenía la cabeza llenade rizos leonados y las extremidades todavía morenas por el sol delverano. Era Peder. Normalmente le habría saludado, pero el año pasadohabía empezado a rondarle a Miri una extraña sensación y ahora era másprobable que se escondiera de él, que le sacudiera piedrecitas de laespalda.

Había empezado a notar cosas en él hacía poco, como el pelo claroen los brazos bronceados y la línea entre las cejas que se marcaba cuandose quedaba perplejo. Le gustaban aquellas cosas.

Hacía que Miri se preguntara si él la observaba a ella también.Apartó la mirada de la calva de la flor miri para depositarla sobre el

pelo rojizo de Peder y quiso algo que no se atrevió a pronunciar.—Deseo… —susurró. ¿Se atrevía?—Deseo que Peder y yo…El sonido de un cuerno retumbó tan de repente contra los acantilados

que a Miri se le cayó el tallo de la flor. La aldea no tenía un cuerno, asíque significaba que habían sido los habitantes de las tierras bajas. Odiabaresponder a aquella trompeta como un animal a un silbido, pero lacuriosidad superó su orgullo. Cogió las ataduras y tiró de las cabras parallevarlas ladera abajo.

—¡Miri! —Peder corrió para ponerse a su lado mientras hacía quesus cabras le siguieran. Ella esperó no tener la cara manchada.

—Hola, Peder. ¿Por qué no estás en la cantera?En la mayoría de las familias sólo los que eran demasiado jóvenes o

demasiado ancianos para trabajar en la cantera se encargaban de lascabras y los conejos.

—Mi hermana quería aprender a usar la cuña y a mi abuela le dolíanlos huesos, así que mi madre me pidió que diera una vuelta con lascabras. ¿Sabes por qué tocan la trompeta?

—Supongo que serán los comerciantes. ¿Pero por qué toda esafanfarria?

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—Ya conoces a los de las tierras bajas —dijo Peder—. Son muyimportantes.

—Quizás uno ha tenido un gas y lo ha pregonado a los cuatro vientospara que todo el mundo se entere de la noticia.

Sonrió a su manera, con la parte derecha de la boca más elevada quela izquierda. Las cabras se balaban unas a otras como si fueran niñospeleándose.

—¿Ah, sí, eso te ha dicho? —le preguntó Miri a la cabra que iba a lacabeza como si entendiera su idioma.

—¿Qué? —dijo Peder.—Tu cabra dice que el agua del arroyo estaba tan fría que del susto

se le ha subido la leche hasta las chuletas.Peder se rió, lo que despertó en ella la intención de decir algo más,

algo inteligente y maravilloso, pero aquel deseo ahuyentó todas susideas, así que cerró la boca antes de decir alguna estupidez.

Se pararon en casa de Miri para atar a las cabras. Peder intentóayudarla cogiendo todas las cuerdas, pero las cabras empezaron aembestir unas contra otras, las correas se enredaron y de repente lostobillos de Peder estaban atados.

—Esperad… parad —dijo y se cayó al suelo.Miri se acercó para ayudarle y enseguida se encontró despatarrada a

su lado riéndose.—Nos cocemos en un estofado de cabra. Ya no tenemos salvación.Cuando por fin se desenredaron y se pusieron de pie, Miri tuvo ganas

de inclinarse y darle un beso en la mejilla. Aquel impulso la impresionóy se quedó allí como una tonta avergonzada.

—Menudo lío —dijo Peder.—Sí. —Miri bajó la vista y se quitó la suciedad y la gravilla de la

ropa. Decidió que sería mejor tomarle el pelo, no fuera que le hubieraleído el pensamiento—. Si hay una cosa que se te da bien, PederDoterson, es meterte en líos.

—Eso es lo que dice mi madre y todo el mundo sabe que ella nuncase equivoca.

Miri se dio cuenta de que la cantera estaba en silencio y que el únicomartilleo que oía eran los latidos de su corazón en los oídos. Esperó quePeder no pudiera escucharlos. Otro toque de trompeta les alertó y semarcharon corriendo.

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Los carromatos de los comerciantes estaban alineados en el centrodel pueblo y esperaban a que empezara la venta, pero todos los ojosestaban puestos en un carruaje pintado de azul que avanzaba entre laniebla. Miri había oído hablar de los carruajes, pero nunca había vistouno. Alguien importante debía de haber venido con los comerciantes.

—Peder, vamos a mirar desde… —empezó a decir Miri, peroentonces Bena y Liana llamaron a Peder y le saludaron.

Bena era tan alta como Peder, con un pelo más oscuro que el de Mirique le llegaba hasta la cintura cuando lo llevaba suelto; y Liana, conaquellos ojos tan grandes, tenía la fama de ser la chica más hermosa delpueblo. Eran dos años mayores que Peder, pero últimamente él era elchico al que preferían dedicarle una sonrisa.

—Vamos a mirar con ellas —dijo Peder mientras las saludaba conuna sonrisa tímida de pronto.

Miri se encogió de hombros.—Ve.Ella se fue corriendo sin mirar atrás en dirección contraria

atravesando la multitud de canteros expectantes para encontrar a Marda.—¿Quién crees que puede ser? —preguntó Marda, que se puso a su

lado en cuanto Miri se aproximó. Incluso en un grupo grande, Mardaestaba inquieta si estaba sola.

—No sé —contestó Esa—, pero mi madre dice que una sorpresa delas tierras bajas es una serpiente en una caja.

Esa era delgada, pero no tan pequeña como Miri, y tenía el mismopelo rojizo que su hermano, Peder. Estaba mirando el carro y arrugaba lacara con desconfianza. Marda asintió. Doter, la madre de Esa y Peder,era famosa por sus sabios dichos.

—Una sorpresa —dijo Frid. Tenía el pelo negro por los hombros yuna expresión en la cara de un asombro casi constante. Aunque sólotenía dieciséis años sus hombros eran casi tan anchos y los brazos tangruesos como cualquiera de sus seis grandes hermanos—. ¿Quién podráser? ¿Un comerciante rico?

Uno de los comerciantes miró en su dirección con una sonrisacondescendiente.

—Sin duda es un mensajero del rey.—¿Del rey? —Miri se quedó boquiabierta como una basta

montañesa, pero no pudo evitarlo. En toda su vida nadie relacionado con

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el rey había estado en la montaña.—Lo más seguro es que estén aquí para declarar Monte Eskel la

nueva capital de Danland —comentó el comerciante.—El palacio real quedará muy bien en la cantera —dijo un segundo

comerciante.—¿De verdad? —preguntó Frid, y los dos comerciantes se rieron por

lo bajo.Miri se les quedó mirando, pero no dijo nada por miedo a parecer ella

misma una ignorante.Sonó otro toque de trompeta y un hombre muy bien vestido se

levantó del banco del conductor y gritó con una voz fuerte y forzada.—Les pido que escuchen al delegado principal de Danland.Un hombre delicado con una barba corta acabada en punta salió del

carruaje y entrecerró los ojos por la luz del sol que reflejaban las paredesde la antigua cantera. En cuanto se colocó a la vista de la multitud,cambió el gesto para fruncir el entrecejo de forma muy marcada.

—Damas y caballeros de… —Se detuvo y se rió por algún chiste quese había contado a sí mismo—. Pueblo de Monte Eskel, puesto quevuestro territorio no tiene delegado en la corte para informaros, SuMajestad el rey me ha enviado para daros esta noticia.

Una brisa le puso la larga pluma amarilla de su sombrero contra lafrente y la apartó. Algunos de los jóvenes del pueblo se rieron.

—El verano pasado los sacerdotes del dios creador se reunieron eldía del cumpleaños del príncipe. Leyeron los presagios y adivinaron elhogar de su futura esposa. Todas las señales indicaron a Monte Eskel.

El delegado principal hizo una pausa, al parecer esperando unarespuesta, aunque Miri no sabía de qué tipo. ¿Una aclamación? ¿Unabucheo? Suspiró y alzó la voz:

—¿Estáis tan lejos que no conocéis las costumbres de vuestra propiagente?

Miri deseó poder gritar la respuesta correcta, pero como sus vecinos,guardó silencio.

Unos cuantos comerciantes se rieron.—Ésta ha sido una costumbre de los habitantes de Danland desde

hace mucho tiempo —dijo el delegado principal mientras se apartaba dela cara la pluma que empujaba el viento—. Después de días de ayuno ysúplica, los sacerdotes llevan a cabo un rito para adivinar qué ciudad o

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pueblo es el hogar de la futura princesa. Luego el príncipe conoce a todaslas hijas de los nobles del lugar y elige a su mujer. Podéis estar segurosde que la declaración de Monte Eskel sorprendió a muchos habitantes deDanland, pero ¿quiénes somos nosotros para discutir con los sacerdotesdel dios creador?

Por la rigurosidad de su tono, Miri dedujo que en realidad sí habíaintentado discutir con los sacerdotes del dios creador, pero habíafracasado.

—Como dicta la tradición, el rey ordenó que se creara una academiacon el propósito de preparar a las jóvenes potenciales. Aunque la leyestablece que la academia se forme en la ciudad elegida, en vuestro casono será así —entrecerró los ojos y miró a su alrededor—, pues la verdades que vuestro pueblo no tiene ningún edificio con el tamaño apropiadopara este cometido. Dadas estas circunstancias, los sacerdotes acordaronque la academia se alojase en la vieja casa de piedra del ministro cercadel puerto de la montaña. Los sirvientes del rey la están preparandoahora para que la usen.

El viento le puso la pluma en la mejilla y le pegó un manotazo comosi fuera una abeja.

—Por la mañana, todas las muchachas del pueblo de doce a diecisieteaños irán a la academia, donde se prepararán para conocer al príncipe.Dentro de un año el príncipe ascenderá a la montaña y asistirá al baile dela academia. Él mismo elegirá a su esposa de entre las chicas de laacademia. Así que estad preparadas.

La corriente ascendente le empujó la pluma hacia el ojo. Él se laarrancó del sombrero y la tiró al suelo, pero el viento la levantó y se lallevó volando del pueblo, por encima del acantilado y más lejos. Eldelegado principal ya estaba de vuelta en su carruaje cuando la plumadesapareció de la vista.

—Una serpiente en una caja —dijo Miri.

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Capítulo dos

Con agua en la avenay más sal en las gachasno llenas la barrigani te das un atracón.

—Hagamos lo que hemos venido a hacer —gritó el comerciante.Su voz fue una invitación a romper el silencio. Incluso aquellas

extrañas noticias no podían retrasar la actividad comercial másimportante del año.

—¡Enrik!Miri corrió hasta el comerciante con el que había tratado en los

últimos dos años. Era larguirucho y pálido y del modo en que mirabahacia abajo con aquella fina nariz le recordaba a un pájaro que se habíamarchado demasiado lejos sin comida.

Enrik llevó su carro hasta el montón de piedras acabadas querepresentaba el trabajo que había realizado su familia en los últimos tresmeses. Miri señaló el gran tamaño poco habitual de uno de los bloques yla calidad de la veta plateada en otros, sin perder de vista el contenidodel carro mientras calculaba cuánta comida necesitaría su familia parapasar el invierno.

—Estás piedras bien merecen el trayecto que has recorrido —dijoMiri haciendo todo lo posible por imitar la calidez de Doter con un tonode voz sólido. Nadie discutía nunca con la madre de Esa y Peder—. Peropara que veas que soy buena persona, te cambiaré nuestras piedras portodo lo que llevas en tu carro excepto por un barril de trigo, una bolsa de

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lentejas y un cajón de pescado salado, siempre y cuando incluyas esebote de miel.

Enrik chasqueó la lengua.—Pequeña Miri, tu pueblo tiene suerte de que los comerciantes

suban hasta aquí sólo por unas piedras. Te doy la mitad de lo que haspedido.

—¿La mitad? Estás de broma.—Mira a tu alrededor —dijo—. ¿No has notado que hay pocos carros

este año? El resto de comerciantes ha ido a llevar suministros a laacademia en vez de a tu pueblo. Además, tu padre no necesitará tanto sitú y tu hermana os vais.

Miri cruzó los brazos.—Este asunto de la academia es sólo un truco para estafarnos, ¿no?

Sabía que tenía que tratarse de algo turbio, porque nadie de las tierrasbajas iba a convertir a una chica de Monte Eskel en alguien de la realeza.

—Después de la noticia de la academia ninguna familia con hijas quereúnan los requisitos necesarios podrá optar a un trueque mejor, así quemás vale que aceptes mi oferta antes de que me vaya.

Los sonidos de conversaciones frustradas se oyeron por todo elcentro del pueblo. La madre de Peder tenía la cara colorada y estabagritando, y la de la Frid parecía que estaba a punto de pegar a alguien.

—Pero… quería… —Se había imaginado llegando a casa triunfantecon una carga suficiente para alimentar a dos familias.

—Pero quería… —La imitó Enrik con una voz de pito—. Y no hagaspucheros. Te daré la miel, sólo porque puede que algún día seas mi reina.

Eso le hizo reír. Mientras tuviera miel que llevar a casa, a Miri no leimportaba que se riera. Bueno, no mucho.

Enrik la acompañó hasta su casa y por lo menos la ayudó a descargar,lo que le dio a Miri la oportunidad de divertirse al ver cómo se tropezabapor aquel terrero pedregoso.

La casa de Miri estaba hecha de escombros de roca, de la roca grisnormal y corriente que los canteros sacaron de la tierra para descubrir ellínder. La parte trasera de la casa se apoyaba contra la pared escarpada deuna cantera muerta, la que existió durante la infancia de su padre y quedaba línder con rayas azules. El línder y los restos de piedra seamontonaban hasta los alféizares de las ventanas.

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Miri estuvo entretenida en casa toda la tarde clasificando yalmacenando las provisiones y temió que no hubiera suficiente para quelos tres pasaran el invierno. Se podrían comer muchos de los conejos y alo mejor matar una cabra, pero aquella pérdida haría las cosas muchomás duras el siguiente invierno y el siguiente. «Estúpidos estafadores delas tierras bajas».

Cuando la luz de sol que se filtraba por las contraventanas se hizonaranja y neblinosa, los golpes empezaron a entrecortarse. Cuando supadre y Marda abrieron la puerta ya era de noche. Miri tenía preparado elguiso de cerdo, avena y cebolla acompañado de repollo fresco paracelebrar un día de intercambio.

—Buenas noches, Miri —la saludó su padre y la besó en la cabeza.—Enrik nos dio un bote de miel —dijo Miri.Marda y su padre asintieron ante aquel pequeño triunfo, pero tenían

en mente lo poco que habían conseguido y las extrañas noticias de laacademia, por lo que ninguno era capaz de aparentar alegría, ni siquierapor un bote de miel.

—Yo no voy a ir —dijo Miri mientras agitaba el cocido frío—. ¿Y tú,Marda?

Marda se encogió de hombros.—¿Creen que el pueblo se las podrá arreglar con la mitad de la

chicas? —preguntó Miri—. ¿Quién te ayudará en la cantera cuandoMarda se haya marchado? Y sin mí, ¿quién hará todas las tareas de lacasa y se ocupará de los conejos y de las cabras y de todas las cosas quehago? —Se mordió el labio y miró hacia el fuego—. ¿Qué piensas, papá?

Su padre frotó un dedo calloso por las vetas ásperas de la mesa. Miriestaba quieta como un conejo escuchando.

—Echaré de menos a mis chicas —afirmó.Miri respiró. Estaba de su lado y no dejaría de ninguna manera que

los de las tierras bajas se la llevaran lejos de casa. Incluso así, le fuedifícil acabar de cenar. Tarareó para sí misma una canción sobre elfuturo.

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Capítulo tres

El futuro es un rubor rojo en el cielo occidental,el futuro es un silencio negro en la noche sepulcral,el futuro jura la verdad del presente, del ahoraen el tembloroso y triste grito de la luz de la mañana.

Antes del amanecer Miri se despertó a toque de trompeta.El mismo sonido que en su día había sido curioso e incluso cómico,

ahora era perturbador. No le había dado tiempo a levantarse, cuando supadre ya estaba en la puerta y lo que veía le hizo fruncir el entrecejo.

Miri en lo primero que pensó fue en bandidos, pero ¿por qué iban aatacar Monte Eskel? Todos conocían la historia del último ataque debandidos, antes de que ella hubiera nacido, cuando los exhaustosforajidos por fin llegaron al pueblo en la cima de la montaña y seencontraron con poca cosa que valiera la pena robar y una horda dehombres y mujeres que se habían hecho fuertes después de tantos añostrabajando en la cantera. Los bandidos salieron corriendo con las manosvacías y unos cuantos morados, y nunca más regresaron.

—¿Qué pasa, papá? —preguntó Miri.—Los soldados.Miri se quedó de pie detrás de él y miró detenidamente por debajo

del brazo que su padre tenía levantado. Vio por todo el pueblo soldadosen pareja que portaban antorchas. Dos de ellos se acercaron a su puerta,las caras eran visibles a la luz del fuego; uno era mayor que su padre,alto, con un rostro duro, y el otro no era sino un muchacho disfrazado.

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—Hemos venido a recoger a tus hijas —dijo el soldado mayor.Repasó una tabla fina de madera quemada con marcas que Miri no podíaentender—. Marda y Miri.

Marda estaba al otro lado de su padre y él las rodeó a ambas por loshombros.

El soldado miró a Miri entrecerrando los ojos.—¿Cuántos años tienes, niña?—Catorce —contestó mientras le fulminaba con la mirada.—¿Estás segura? Pareces…—Tengo catorce.El soldado joven sonrió con complicidad a su compañero.—Debe de ser el aire escaso de la montaña.—¿Y tú? —El soldado mayor miró a Marda dudoso.—Cumpliré los dieciocho en el tercer mes.Apretó los labios.—Entonces nada. El príncipe hará los dieciocho en el quinto mes de

este año y no se permiten chicas más mayores que el príncipe. Sólo nosllevaremos a Miri.

Los soldados movieron los pies sobre los restos de roca y Miri alzó lavista hacia su padre.

—No —se negó al fin.El soldado más joven resopló y miró a su compañero.—Pensaba que estabas de broma cuando dijiste que se resistirían.

Dice que no como si tuviera opción.Se inclinó hacia delante y se rió.Miri se rió más fuerte en la cara del soldado joven, lo que hizo que el

chico se callara lleno de sorpresa. No podía soportar que alguien de lastierras bajas se burlara de su padre.

—¡Qué chiste más bueno, un chico que pretende ser un soldado! —dijo Miri—. ¿No has dejado muy pronto a tu mamá?

Le lanzó una mirada de odio.—Tengo diecisiete años y…—¿De verdad? Ese bochornoso aire de las tierras bajas atrofia a

cualquiera, ¿no?El joven soldado se echó hacia delante como si fuera pegar a Miri,

pero su padre se colocó delante de ella y el soldado mayor hizoretroceder a su compañero y le susurró enfadado al oído. Miri había

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disfrutado devolviéndole el insulto, pero ahora tenía frío y estabacansada. Se apoyó en su padre y esperó no ponerse a llorar.

—Señor —dijo el soldado mayor con cortesía—, estamos aquí paraescoltar a las chicas hasta la academia. Éstas son las órdenes del rey. Nopretendemos hacerles ningún daño, pero tengo instrucciones de llevar ala capital a cualquiera que se resista.

Miri se le quedó mirando fijamente mientras deseaba que el soldadose retractara.

—Papá, no quiero que te arresten —susurró.—¡Laren! —llamó a su padre Os, uno de los hombres del pueblo—.

Ven, hay una reunión.Los soldados les siguieron hasta el centro del pueblo. Mientras los

adultos y los soldados conversaban, Miri y Marda estaban con un grupode chicos y chicas que observaban y esperaban una decisión. Los adultosdiscutían con los soldados, que a su vez intentaban calmar a todos y lesaseguraban que sus hijas estarían a salvo y se cuidaría bien de ellasdurante aquel trayecto de unas tres horas a pie.

—¿Pero cómo lo vamos a hacer sin que nuestras hijas nos ayuden enla cantera? —preguntó la madre de Frid.

Por supuesto nadie preguntó cómo se las arreglarían sin Miri. Cruzóaquellos brazos flacuchos y apartó la mirada.

Discutieron sobre cuánto necesitaban a las muchachas, las pocasprovisiones que tenían para pasar el invierno, la amenaza de arresto y delfuturo incierto con el que se encontrarían las niñas en la academia. Lossoldados continuaron respondiendo a las preguntas y afirmaron que elhecho de acudir a la academia era un honor, no un castigo. Miri vio queOs le hacía a su padre una pregunta y después de una pausameditabunda, su padre asintió. Miri sintió escalofríos.

—¡Chicas, venid aquí! —gritó Os.Las muchachas se alejaron de los chicos y caminaron hacia los

adultos que estaban reunidos. Miri se dio cuenta de que Marda se quedóatrás.

—Chicas —Os las examinó y se restregó la barba con el dorso de lamano. Aunque era grande y era conocido por su genio, había ciertadulzura en sus ojos—, hemos decidido entre todos que lo mejor paravosotras es acudir a la academia de los de las tierras bajas. —Unoscuantos suspiros y quejidos recorrieron aquella multitud—. Pero no es

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preocupéis, creo en la palabra de estos soldados de que todo os irá bien.Queremos que estudiéis mucho, que deis lo mejor de vosotras mismas yque seáis respetuosas cuando debáis. Id a recoger vuestras cosas y noarrastréis los pies. Enseñad a los de las tierras bajas la fuerza que tieneMonte Eskel.

De repente Peder estaba al lado de ella.—¿Vas a ir? —preguntó.—Sí, supongo. No sé. —Sacudió la cabeza intentando aclarar sus

ideas—. ¿Y tú? Bueno, claro que no, eres un chico. Me refería a que si tegustaría que no fuera. No importa.

La boca se le transformó en una sonrisa pícara.—Quieres que diga que te echaré de menos.—Te echaré de menos. ¿Quién más puede hacer de todo un lío?Mientras se alejaba, Miri quiso deshacer sus palabras y decir algo

agradable en su lugar, algo sincero. Se dio la vuelta para dar marchaatrás, pero vio que él estaba hablando con Bena y Liana.

Marda volvió de casa con un fardo de ropa y una bolsa de comidapara Miri, y su padre las estrechó a ambas entre sus brazos. Miri sehundió en su pecho mientras el cuerpo de su padre bloqueaba la luz delas antorchas y el sonido de las despedidas. Desde luego aquel abrazosignificaba que la quería, aunque no se lo dijo. Sin duda la echaría demenos. Pero Miri no pudo evitar preguntarse cómo hubiera reaccionadosi Marda, la hija que trabajaba a su lado, se fuera a la academia.¿Hubiera protestado más? ¿Se hubiera negado entonces?

«Di que me echarás mucho de menos —pensó—. Haz que mequede».

Sólo la abrazó con fuerza.Miri sintió que se rompía en dos, como una camisa vieja que se hace

trapos. ¿Cómo iba a soportar dejar a su familia y marcharse a un lugardesconocido de las tierras bajas? ¿Y cómo iba a soportar admitir que a supadre no le importaba que se quedara o no?

Los brazos de su padre se relajaron y ella se apartó. El ruido de lagravilla debajo de los pies era señal de que la mayoría de las chicas yaestaban en el camino.

—Supongo que debo seguir adelante —dijo.Marda le dio el último abrazo y su padre sólo asintió. Miri se tomó su

tiempo para alejarse por si acaso la llamaba para que regresara.

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Justo antes de dejar el pueblo, Miri echó la vista atrás. Unacincuentena de casas se apoyaba contra las paredes decapadas de lacantera muerta. En los límites del pueblo se encontraba la capilla depiedra con su puerta antigua de madera, donde estaba tallada la historiaen la que por primera vez el dios creador habló a las personas. El cieloestaba de color rojizo y amarillo por el este e iluminaba la aldea como sifuera la luz de la lumbre.

Vio la cima donde pasaba las tardes con las cabras y se sorprendió así misma al sentirse, por un fugaz momento, aliviada por no estar allísentada hoy mirando cómo trabajaban abajo, en la cantera. El crujido dela marcha de las muchachas prometía algo diferente: un sitio donde ir,una oportunidad para avanzar.

—Deprisa —ordenó un soldado a las últimas y Miri obedeció.Las jóvenes se movían en pequeños grupos mientras caminaban y

Miri no estaba segura de a cuál unirse. Durante los últimos años, todoslos amigos de su infancia habían empezado a trabajar en la cantera yMiri había crecido acostumbrada a la soledad de su casa y a la de la cimade la montaña con las cabras; y cuando otros la rodeaban, Mardanormalmente estaba a su lado.

Delante iban Esa y Frid, y Miri corrió un poco para alcanzarlas.Aunque Esa no podía usar el brazo izquierdo desde un accidente quetuvo cuando era pequeña, todavía trabajaba en la cantera cuando leshacía falta, y Frid hasta desempeñaba las tareas más difíciles. Miri creíaque eran maravillosas. Si pensaban que Miri era una carga para el restodel pueblo, como a menudo temía, entonces nunca les mostraría que leimportaba.

A pesar de su incertidumbre, Miri le dio la mano a Esa. Lasmuchachas del pueblo siempre se daban la mano cuando caminaban.Doter, la madre de Esa, una vez le había dicho que era una antiguacostumbre para evitar caerse por los acantilados, aunque Miri se habíasentido más segura que una cabra correteando sola por el monte Eskeldesde que tenía cinco años.

—¿Tenéis idea de qué va en realidad todo esto? —preguntó Miri.Esa y Frid negaron con la cabeza. Las observó mientras intentaba ver

en sus caras si querían que se marchara.—Apostaría a que esa tontería de la princesa es un truco que se han

inventado los comerciantes —afirmó Miri.

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—Mi madre no me hubiera dejado ir si pensara que me van a hacerdaño —dijo Esa—, pero tampoco sabía qué hacer.

Frid miraba al frente como si estuviera viendo a la muerte enpersona.

—De todos modos, ¿cómo decide un príncipe con quién se va acasar? ¿Habrá un concurso de princesas como el que hacemos envacaciones de levantar, llevar o tirar piedras a distancia?

Miri se rió y se dio cuenta más tarde por la expresión seria de Fridque no pretendía hacer un chiste. Miri se aclaró la garganta.

—No sé, pero me cuesta creer que los habitantes de las tierras bajasse casen por amor.

—¿Es que aman algo? —preguntó Frid.—Me imagino que sus olores —contestó Miri.—Al menos habrá un estómago menos que alimentar en mi casa —

dijo Esa y echó la vista atrás como si pensara en su hogar—. Mira, ahíestá Britta. No puedo creer que ella también vaya —dijo en voz baja.

—Es de las tierras bajas —dijo Frid.—Pero ha estado en la montaña todo el verano, así que supongo que

quiere quedarse —sugirió Esa.Miri miró por encima del hombro a Britta, que caminaba sola entre

dos grupos. La muchacha de las tierras bajas tenía quince años y eradelicada, como si nunca hubiera arreado a una cabra o nunca hubieramachacado un queso. Tenía las mejillas rubicundas como la partesoleada de una manzana, y aquel rasgo le concedía un aspecto alegre ybonito cada vez que mostraba una sonrisa singular.

—Nunca he hablado con ella —dijo Miri.—No habla con mucha gente —dijo Esa—. ¿No ignora a todos los

que hablan con ella?—Lo hacía en la cantera —afirmó Frid—. Este verano llevaba agua,

pero cuando los trabajadores le pedían, se hacía la sorda. Después de unpar de semanas, Os dijo que para qué servía y la envió a casa.

Se había corrido la voz de que cuando sus padres de las tierras bajasmurieron en un accidente, sus únicos parientes vivos resultaron ser unosprimos lejanos de Monte Eskel. Así que una mañana de primavera Brittallegó en la carreta de un comerciante con una bolsa de ropa y comida quehabía conseguido de la venta de las posesiones que le quedaban a sus

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padres. Al menos ahora llevaba una camisa y unas mallas como el resto,en vez de vestidos cortados de tela teñida.

—No puedo creer que Peder crea que es guapa —dijo Esa.Miri tosió.—¿Lo cree? Pues yo no. Me refiero a que actúa como si fuera

demasiado buena para hablar a cualquiera.—Todos los habitantes de las tierras bajas se creen que están por

encima de nosotros —declaró Frid.—Somos los de la montaña —dijo Miri—, así que, ¿no somos

nosotros los que estamos encima de ellos?Esa le dedicó una sonrisita a uno de los soldados y Frid apretó los

puños. Miri sonrió porque le reconfortaba que compartieran sussentimientos.

Durante tres horas saltaron los charcos, los agujeros y las rocas de lascanteras que hacía tiempo habían sido abandonadas, hasta que al finalvieron el tejado de la academia. Miri lo había visto hacía seis añoscuando el pueblo había pasado sus vacaciones de primavera dentro deaquellas paredes de piedra. Después consideraron que el camino era muylargo para recorrerlo otra vez.

Se llamaba la casa de piedra del ministro y suponían que el edificiouna vez había alojado a un ministro de la corte que supervisaba lacantera. Ahora no vivía en la montaña nadie así, pero la casa despertó enMiri el deseo de ver qué otras maravillas habría en el reino de las tierrasbajas, más allá de donde le alcanzaba la vista.

Incluso desde lejos, Miri pudo detectar un blanco reflejo. Loscimientos eran de línder pulido, el único línder acabado que jamás habíavisto; y aunque el resto de la casa estaba hecha de restos de roca gris, laspiedras eran cuadradas, lisas y encajaban perfectamente. Tres escalerasllevaban a la puerta principal, donde unas columnas sostenían un frontóngrabado. Unos trabajadores colgaban del techo para reparar los dañosocasionados por el tiempo y otros habitantes de las tierras bajascolocaban paneles de vidrio en las ventanas que no tenían, arrancaban lashierbas que habían crecido entre las piedras del suelo y los escalones, ybarrían la suciedad que se había acumulado con los años.

Las muchachas que acababan de llegar dieron una vuelta para echarun vistazo a los carros o se quedaban embobadas por el alboroto. Eran

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veinte, desde Gerti, que apenas tenía doce años, hasta Bena, que teníadiecisiete y medio.

Una mujer apareció en la entrada del edificio. Era alta y delgada,tenía las mejillas hundidas y el pelo plano al final como un cincel.Esperó y Miri se sintió avergonzada de las chicas de la montaña, todasallí de pie mirando, sin saber qué hacer.

—Acercaos —dijo la mujer.Miri intentó colocarse en fila con las otras, pero nadie más pensó

como ella y formaron un pequeño tropel en vez de una línea recta.—Veo que no he subestimado el grado de refinamiento que las

montañesas vais a necesitar. —La mujer apretó los labios en un tic—.Soy Olana Mansdaughter. Os dirigiréis a mí como profesora Olana. Heoído hablar de los territorios alejados de Danland sin ciudades, nimercados, ni familias nobles. Bien. Una vez hayáis traspasado esascolumnas y entrado en este edificio estaréis de acuerdo en obedecermeen todo. Debo mantener el orden absoluto en esta academia si es que voya convertir a unas muchachas incultas en unas damas. ¿Entendido?

Frid miró a Olana entrecerrando los ojos.—¿Nos estás diciendo que no tenemos que ir a la academia si no

queremos?Olana chasqueó la lengua.—Esto es incluso peor de lo que había esperado. Puede que tenga

que montar también la academia en un establo.Frid puso cara de preocupación y miró a su alrededor intentando

comprender en qué se había equivocado.—Por favor, disculpe nuestra mala educación, profesora Olana.Katar dio un paso adelante. Tenía el pelo rizado y rojizo como el

cauce de arcilla del riachuelo del pueblo. Era la chica más alta despuésde Bena y se consideraba más alta que cualquier hombre y el doble defuerte que ninguno.

—Debemos de parecerle muy rústicas —dijo Katar—; sin embargo,estamos preparadas para entrar en la academia, aprender las normas yhacerlo lo mejor posible.

A algunas de las chicas no se las veía muy entusiasmadas, mirabanhacia atrás y movían los pies, pero Os había sido muy claro. La mayoríaasintió y murmuró estar de acuerdo.

Olana pareció indecisa, pero dijo:

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—Entonces no digamos más tonterías y entremos.En cuanto Olana ya no las pudo oír, Katar se dio la vuelta para

fulminar con la mirada a las chicas.—Intentad no actuar como unas ignorantes —susurró.Miri bajó la vista al entrar al edificio mientras dejaba que la punta de

su bota se deslizara por la piedra del suelo, blanca como la leche, convetas del rosa más pálido. Parecía sorprendente que sin nadie que seocupara de aquel sitio, la piedra hubiera mantenido su lustre después detantas décadas. Los habitantes del pueblo tenían que limpiar y engrasarlas puertas de la capilla con regularidad para que no sufrierandesperfectos.

Olana condujo a las jóvenes por aquella casa grande y tenebrosa y lesadvirtió que permanecieran en silencio. El suelo y las paredes estaban aldescubierto, por lo que la voz de Olana y los tacones de sus botasresonaban en la cabeza de Miri y debajo de sus pies, lo que hacía que sesintiera rodeada.

—El edificio es demasiado grande para lo que necesitamos —comentó Olana mientras señalaba que la mayoría de las doce cámaras omás se cerrarían, pues no se utilizarían, y así no tendrían que calentarlasdurante el invierno. La academia se limitaría a las tres salas principales.

Siguieron a Olana hasta una habitación larga que les serviría comoalcoba, donde habían dispuesto varias filas de camastros en el suelo. Lapared del otro extremo tenía una chimenea para dar calor a la estancia yuna ventana que daba a su hogar. Miri pensó en que las chicas quedurmieran en los camastros más alejados del fuego tendrían un fríotremendo.

—Tengo una habitación en este mismo pasillo, así que si oigo ruidospor la noche, yo… —Olana se cayó y una expresión de repugnancia lerecorrió el rostro—. ¡Qué hedor! ¿Es que vivís con cabras?

Por supuesto que vivían con cabras. Nadie tenía tiempo paraconstruirles una casa aparte y el hecho de tenerlas dentro ayudaba tanto alas cabras como a la gente a mantenerse caliente durante el invierno. ¿Enserio apesto? Miri apartó la mirada y rezó para que nadie respondiera.

—Bueno, cuando llevéis unos días aquí puede que el aire se lleve elolor. La esperanza es lo último que se pierde.

Lo siguiente que visitaron fue una enorme cámara en el centro deledificio que serviría como comedor. Una gran chimenea con un cabezal

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de línder tallado era el único indicio de que aquella sala alguna vez habíasido espléndida. Ahora estaba vacía salvo por las sencillas mesas y losbancos de madera.

—Éste es Knut, el hombre para todo de la academia —dijo Olana.Un hombre salió por la puerta de la cocina adyacente y lanzó una

mirada arriba y abajo como si no estuviera seguro de si debía mirarlas alos ojos. Tenía el pelo gris por las sienes y la barba, y sujetaba unacuchara de madera con la mano derecha de un modo que a Miri lerecordó a su padre con el mazo.

—Estará muy ocupado —declaró Olana—, como todas vosotras, asíque no perdáis el tiempo dirigiéndoos a él.

La presentación a Miri le pareció brusca, así que sonrió a Knut almarcharse y él hizo un amago para devolvérsela.

Olana llevó a las muchachas de vuelta por el pasillo principal haciauna sala grande con tres ventanas de cristal y dos chimeneas. Los fuegosde leña eran un lujo en el pueblo y el humo era limpio y atrayente. Seisfilas de sillas con unas tablas de madera sujetas a los brazos ocupaban lamayor parte del espacio. En la cabecera de la sala una estantería conlibros encuadernados en cuero colgaba sobre una mesa y una silla.

Olana les mandó que se sentaran en orden de acuerdo con su edad.Miri tomó asiento en una fila con Esa y las otras dos niñas de catorceaños, se pusieron las manos en el regazo y trataron de parecer atentas.

—Empezaré con las normas —dijo Olana—. De ninguna manera sehablará sin permiso. Si tenéis alguna pregunta, os la guardaréis paravosotras mismas hasta que yo os lo diga. Cualquier tontería, travesura odesobediencia resultará en castigo.

»Este puesto de docente se supone que es un honor. Os hago saberque he dejado mi trabajo como tutora en el palacio real de las dosmismísimas primas del príncipe para subir hasta aquí y hacer de cangurode unas chicas polvorientas con olor a cabra, aunque supongo que nisiquiera sabéis qué es el palacio real.

Miri se sentó más recta. Sabía lo que era el palacio, una casa muygrande con un montón de habitaciones donde vivía el rey.

—Bien, os lo merezcáis o no, ahora sois parte de la historia. En losúltimos dos siglos la academia de princesas ha sido una mera formalidad,donde las muchachas nobles de la ciudad elegida se reunían durante unoscuantos días en sociedad antes del baile del príncipe.

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»Puesto que Monte Eskel es un simple territorio, y no una provincia,de Danland, y no cuenta con ninguna familia noble, el delegado principalcree que la academia tiene que tomarse muy en serio a esta generación.Nunca antes los sacerdotes habían nombrado a un territorio como laregión elegida. Debo deciros que el rey y sus ministros están bastantepreocupados por el hecho de casar al príncipe con una muchacha pocorefinada de un territorio alejado. Por consiguiente, el rey me haconcedido la solemne responsabilidad de confirmar que todas las jóvenesque se envíen al baile sean dignas de ser una princesa. Si alguna devosotras no aprende las lecciones básicas que os enseñaré este año, noasistirá al baile, no conocerá al príncipe y regresará a su pueblodeshonrada.

»Bueno, por lo que tengo entendido hay alguien entre nosotras querealmente procede de Danland, ¿es eso cierto? —Olana suspiró ante elsilencio que vino después—. Os estoy pidiendo una respuesta. Si algunade vosotras no ha nacido en esta montaña tiene mi permiso para hablarahora.

Muchas de las chicas se giraron para mirar a Britta, que estabasentada en la fila de las de quince años, antes de que ella levantara lamano.

—Nací en la ciudad de Lonway, profesora Olana.Olana sonrió.—Sí, se le ve algo de clase. ¿Cómo se llama?—Britta.—¿Y ya está? ¿Cómo se llama su padre? Esperaba que los

pueblerinos ignoraran una formalidad como ésta, pero no lo hubieracreído de alguien de Lonway.

Miri se acomodó en su asiento. Sí que lo sabían. Una chica tomaba elnombre de su padre y un chico el de la madre para que se les distinguierade cualquier otro que llevara su nombre de pila. Al parecer Monte Eskelcompartía algunas tradiciones de Danland.

—Me quedé huérfana este año, profesora Olana —dijo Britta.—Bueno —dijo Olana con la cara afligida con la que sabía que tenía

que responder—, son cosas que pasan. Espero que superes a la clase entus estudios, por supuesto.

Todas las miradas que se habían dirigido a Britta ahora seconvirtieron en odio.

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—Sí, profesora Olana.Britta mantuvo la vista en sus manos y Miri sospechó que se estaba

regodeando.Luego empezó la instrucción. Olana alzó una caja plana llena de

suave arcilla amarilla. Con un palo corto que llamaban estilo, marcó treslíneas en la arcilla.

—¿Alguna sabe qué es esto?Miri frunció el entrecejo. Sabía que era una letra, que tenía algo que

ver con la lectura, aunque no sabía qué significaba. Su vergüenza fuemitigada de alguna manera por el silencio general que hubo acontinuación.

—Britta —dijo Olana—, dile a la clase qué es esto.Miri esperó que soltara la respuesta brillante y les deleitara con sus

conocimientos, pero Britta dudó y después negó con la cabeza.—Seguro que lo sabes, Britta, así que dilo antes de que pierda la

paciencia.—Lo siento, profesora Olana, no lo sé.Olana puso mala cara.—Bien. Britta no será un ejemplo para la clase después de todo.

Siento curiosidad por saber quién dará el salto para ocupar su lugar.Katar se sentó más derecha.Mientras Olana explicaba lo básico de la lectura, los pensamientos de

Miri seguían centrándose en Britta. Un día de verano mientras vendían ycompraban, Miri oyó a Britta leer unas palabras que estaban escritas afuego en la tapa de un barril. ¿Estaba fingiendo ignorancia ahora parapoder impresionar a Olana más tarde al ver lo rápido que aprendía? «Losde las tierras bajas son tan listos como mezquinos», pensó Miri.

Dejó de prestarle atención a Britta cuando Gerti, la muchacha másjoven, alzó la mano e interrumpió la lectura de Olana.

—No lo entiendo.—¿Qué ha sido eso? —preguntó Olana.Gerti tragó saliva al darse cuenta de que había roto la norma de

hablar sin permiso. Miró alrededor de la sala en busca de ayuda.—¿Qué ha sido eso? —repitió Olana arrastrando las vocales.—Dije, yo sólo, lo siento… lo siento.—¿Cómo te llamas?—Gerti —musitó.

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—Levántate, Gerti.Gerti se apartó de su silla despacio como si estuviera deseando

regresar a su seguridad.—Esta niña me brinda la oportunidad de ilustrar las consecuencias de

la ruptura de las normas. Se castiga incluso a las primas del príncipecuando escogen portarse mal, aunque creo que emplearé unos métodosalgo diferentes con vosotras. Sígueme, Gerti.

La profesora sacó a Gerti de la habitación. Las demás se quedaronsentadas inmóviles hasta que Olana volvió con dos soldados.

—Gerti está en un armario reflexionando sobre hablar cuando no lecorresponde. Estos amables soldados se quedarán con nosotras esteinvierno. Si alguna de vosotras tiene la idea de cuestionar mi autoridad,ellos están aquí para aclararlo. Cada semana que demostréis una mejoranotable, se os permitirá volver a casa durante el día de descanso, así quecontinuemos con nuestros estudios sin más interrupciones.

Al atardecer, los hombres que trabajaban en el tejado pararon de darmartillazos y Miri por primera vez notó el ruido por su ausencia. Supadre y Marda ya estarían en casa con la ropa llena de polvo blanco.Marda estaría diciendo cuánto echaba de menos a Miri, quizá mientrastomaba una sopa de repollo. Pero ¿qué estaría diciendo su padre?

En el comedor las muchachas comieron arenques fritos rellenos degachas de cebada, cebolla y sabores desconocidos. Miri se imaginó queera una comida elaborada, cocinada para una ocasión especial, pero lasexóticas especias hacían que se sintiera extraña y desagradable, y lerecordaban que se las habían llevado lejos de casa.

Nadie hablaba, por lo que los sorbos y los mordiscos resonaban porlas paredes de piedra al descubierto. Olana cenó en su habitación, peronadie podía estar seguro de si estaba escuchando y si saldría al primerruido arrastrando hasta allí a los soldados tras despertarse.

Más tarde en la alcoba, había habido tanta tensión en el ambiente queestalló en un aluvión de susurros. Gerti les contó lo del armario y loschirridos que había oído en la oscuridad. Dos de las más jóveneslloriquearon pidiendo volver a casa.

—No creo que sea justo cómo nos trata Olana —susurró Miri a Esa yFrid.

—Mi madre le diría un par de cosas —dijo Esa.

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—Tal vez deberíamos marcharnos a casa —sugirió Miri—. Sinuestros padres lo supieran, cambiarían de opinión acerca de obligarnosa quedar aquí.

—Para de hablar así, Miri —dijo Katar—. Si Olana te oye, hará quelos soldados nos azoten a todas.

La conversación se fue calmando hasta que al final se acabó, peroMiri estaba demasiado cansada y ansiosa para dormir. Observó cómo lassombras de la noche cambiaban y se arrastraban por el techo, y se quedóescuchando la respiración baja y ronca de las otras chicas. Notaba elpulso en la mandíbula, se aferró a ese ruido e intentó consolarse con élcomo si la cantera y su hogar estuvieran tan cerca como el corazón.

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Capítulo cuatro

Dile a mi familia que coma y siga adelantepara llegar a casa debo ser buen caminante,pero la montaña ha colocado más piedras de las que habíay he tragado más polvo del que podía.

Al día siguiente los trabajadores acabaron las reparaciones y semarcharon de la academia, dejando a Olana, Knut, los dos soldados y unsilencio desconocido. Miri echaba de menos el martilleo, el chirrido y elgolpeteo que le recordaban que el trabajo en la cantera continuaba comosiempre y que nadie estaba herido. La tranquilidad le rondó toda lasemana.

Por la mañana antes de que empezaran las clases, las jóvenes pasabanuna hora realizando los quehaceres domésticos, haciendo la colada ybarriendo, yendo a buscar leña y agua, y ayudando a Knut en la cocina.Miri descubrió que las otras chicas charlaban durante algunos minutosjunto a la leña amontonada o detrás de la academia. A lo mejor nopretendía excluirla, pensó, a lo mejor es que estaban acostumbradas ahablar entre ellas porque trabajaban juntas en la cantera. Se encontródeseando desesperadamente tener a Marda a su lado, o a Peder, a alguienque continuara siendo su amigo, para siempre, a lo largo de los años.

Miró cómo Britta llevaba un balde de agua a la cocina y se preguntópor primera vez si habría algo más que orgullo en aquel silencio. Perobueno, era de las tierras bajas.

Hacia el final de la semana las chicas apenas podían seguir las clases,ante la gran expectativa de dormir junto a la lumbre de sus hogares y

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asistir a la capilla, de ver a sus familias y contarles todo lo que habíasufrido y aprendido.

—Podemos ir caminando a casa esta noche —susurró Esa a Fridcuando Olana dejó la sala un momento. Luego se volvió hacia Miri conla cara llena de alegría por algo que no había llegado—. ¡No me importalo tarde que sea, pues mañana tendremos todo el día!

Miri asintió, contenta de que la hubieran hecho partícipe.Cuando Olana continuó la instrucción de lectura, Miri se dio cuenta

de que Gerti se frotaba la frente como si le doliera pensar. Sin duda eltiempo que había pasado en el armario el primer día la dejó atrás.Necesitaría ayuda si las quería alcanzar.

Había un dicho del pueblo en el que Miri pensaba más que en ningúnotro: «Lo injusto pica como una ortiga». No era justo que Olana hubieradejado atrás a Gerti y no hiciera nada al respecto. El instinto de Miri laanimaba a hacer algo, así que fue hasta Gerti y se agachó al lado de supupitre mientras se aferraba a la absurda esperanza de que Olana viera lajusticia en su acción y la dejara en paz.

—Yo te ayudaré, Gerti —dijo Miri en voz baja. Dibujó el primercarácter en la tablilla de Gerti—. ¿Sabes qué es esto?

—¿Qué pasa? —preguntó Olana.—Gerti se perdió la primera lección —contestó Miri—. Necesita

ayuda.—Venid aquí las dos —les ordenó Olana.La boca de Gerti se abrió de par en par y se agarró a ambos lados de

su escritorio.—Gerti no ha hecho nada —dijo Miri mientras se levantaba.Quiso poder defenderse, pero Olana no les pidió una explicación y

cogió un palo tallado tan largo como su brazo.—Extiende la mano, Miri, con la palma hacia arriba.Miri sacó la mano y se llevó un gran disgusto al ver que estaba

temblando. Olana levantó el palo.—Espere —dijo Miri mientras retiraba la mano—. La estaba

ayudando. ¿Cómo puede pegarme por ayudar?—Estabas hablando sin permiso —replicó Olana—. Aunque

continúes haciéndolo, no te librarás.—No es justo —se quejó Miri.

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—El primer día de clase dejé claro que el incumplimiento de unaregla conllevaría un castigo. Si no cumplo mi palabra, eso sí que no seríajusto. Extienda la mano.

A Miri no se le ocurrió ninguna respuesta y abrió los dedos paradescubrir la palma. Olana le golpeó fuerte con el palo y se oyó unchasquido; el brazo de Miri se sacudió al esforzarse para no retirarlo. Ledio dos y tres veces. Ella miró al techo y trató de aparentar que no sentíanada.

—Y ahora, señorita, le toca a usted —se dirigió Olana a la niña.—Gerti no pidió ayuda. —Miri tragó saliva e intentó calmar su voz

temblorosa—. Fue culpa mía.—Así es, pero ahora todas sabéis que aquellas que hablan sin

permiso eligen que las castiguen a ellas y a cualquiera con la que hayanhablado.

—Por lo que si hablo con usted, profesora Olana, ¿también recibirálos azotes?

Miri esperaba provocar unas risas y calmar la tensión; sin embargo,las chicas se quedaron tan calladas como una presa acorralada. Loslabios de Olana se retorcieron por la ira.

—Se ha ganado tres azotes más en su mano izquierda.Gerti se llevó sus tres azotes y Miri los suyos de nuevo en la otra

mano. Al continuar la lección a Miri le resultó muy difícil agarrar elestilo. Mantuvo la cabeza agachada y se concentró en dibujar loscaracteres rectos sobre la arcilla. Le llegó alguna que otra vez el sonidode la respiración de Gerti que se le atascaba en la garganta.

—Olana. —Un soldado entró en la sala—. Ha venido alguien delpueblo.

Olana salió con él y Miri oyó como su voz retumbaba por el pasillo.—¿Qué quieres?—El pueblo me ha enviado para que pregunte cuándo vendrán las

chicas a casa —dijo la voz de un muchacho.La expectación recorrió el rostro de Esa, y Bena y Liana

cuchichearon y se rieron tontamente. Miri en su interior se sentíaoptimista y mareada al mismo tiempo. Peder estaba ahí fuera.

—Dile al pueblo que todo va bien. Sé que los soldados les explicarona sus padres que debía tener absoluta libertad para enseñarlas siqueríamos conseguir algo. Visitarán sus casas cuando se lo hayan

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ganado, pero el hecho de perturbar el desarrollo de la clase conpreguntas, no hará que puedan ir antes.

Olana regresó y reanudó la lectura. A través de la ventana Miri vio aPeder de pie enfrente de la academia, que trataba de ver por las ventanasuna vez se fuera el reflejo del sol. Dio una patada al suelo, cogió un trozode línder más grande que su puño y corrió de vuelta al pueblo.

A mediodía, cuando Olana las dejó salir para ir al comedor, laspalmas de Miri todavía estaban rojas. Sus pensamientos y emocionesjugaban a un tira y afloja en su interior porque la habían castigado porayudar a Gerti, por haber sido ignorada y humillada, porque Peder habíarecorrido todo aquel camino y le habían echado sin ni siquiera poderlesaludar antes; y a todo eso se le añadía la vergüenza siempre presente deser inútil.

—Esto es una estupidez —dijo Miri en cuanto salieron de la clase.Katar, que caminaba a su lado le dijo que se callara y miró hacia atrás

por si Olana la había oído.—Vámonos a casa —dijo Miri un poco más alto. Todavía tenía un

hueco en el estómago desde que había visto a Peder y el escozor de susmanos era mayor que su prudencia—. Nos podríamos marchar antes deque los soldados supieran que nos hemos ido, y si todas corremos a lavez no nos alcanzarán nunca.

—¡Alto! —Aquella voz autoritaria hizo que Miri se detuviera a mitaddel paso. Nadie se dio la vuelta. El taconeo de las botas de Olana seacercó—. ¿Era Miri la que hablaba?

Miri no respondió. Creyó que si hablaba, podía ponerse a llorar.Entonces Katar asintió.

—Bien —dijo Olana—, otra ofensa. Antes he dicho que cuando sehabla sin permiso se castiga no sólo a la responsable sino a las queescuchan, ¿no es cierto?

Algunas de las jóvenes asintieron. Katar lanzó una mirada desafiante.—Nadie volverá con sus familias mañana —sentenció Olana—.

Dedicaréis el día de descanso a estudiar.Miri se sintió como si le hubieran dado una bofetada. Se alzó un grito

de protesta.—¡Silencio! —Olana levantó su bastón—. No hay nada que discutir.

Ha llegado el momento de que os enteréis de que sois parte de un país

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con leyes y normas, y que hay consecuencias si se desobedecen. Ahoravolved a clase, hoy no habrá almuerzo.

Las chicas hicieron más ruido del habitual al sentarse como siexpresaran su enfado, arrastraron las patas de madera de la silla por elsuelo de piedra y golpearon las tablillas contra los escritorios. En elsilencio que hubo a continuación, Miri oyó que el estómago de Frid sequejaba de hambre. En otra ocasión, se hubiera reído. Apretó tan fuerteel estilo contra la arcilla que se partió en dos.

Aquella tarde Olana dejó salir a las muchachas para que hicieranejercicio. Se pusieron la capa y el sombrero, pero Miri se los quitó encuanto estuvo fuera. Aquel frío inmediato era refrescante y liberadordespués de pasar todo el día en la clase con el calor de la chimenea.Anhelaba correr como un conejo, tan ligera que no dejaría rastro queseguir.

Entonces se dio cuenta de que estaba sola y las demás estaban engrupo mirándola. Las chicas más mayores se pusieron enfrente de ellacon los brazos cruzados. Miri entendió cómo se debía de sentir una cabraperdida ante una manada de lobos.

—Yo no tengo la culpa —dijo Miri con miedo a que si admitía que losentía, aprobaría las medidas de Olana—. Sus normas son injustas.

Frid y Esa miraron hacia atrás por si Olana estaba cerca, pero se dabapor hecho que fuera podían hablar.

—No te disculpes tan rápido —dijo Katar mientras se sacaba loscabellos pelirrojos del cuello de la capa.

La barbilla de Miri empezó a temblar y se la tapó con la mano paraintentar parecer impasible. Si todos pensaban que eran demasiado débilpara trabajar en la cantera, al menos podía demostrarles que era lobastante fuerte como para no llorar.

—Intentaba defendernos a todas. Éste es otro caso en el que los delas tierras bajas tratan al pueblo montañés como un par de botas viejas.

Bena le lanzó una mirada de odio.—Ya te han avisado, Miri. ¿Por qué no te atienes a seguir las

normas?—Nadie debería seguir unas normas injustas. Nos podríamos

marchar a casa ahora mismo. No tenemos que quedarnos y soportararmarios, azotes en las manos e insultos. Nuestros padres deberían saberqué está pasando. —Miri deseó encontrar las palabras apropiadas para

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expresar el enfado, el miedo y la añoranza que sentía, pero su argumentole sonaba forzado.

—Ni te atrevas —soltó Katar con los brazos cruzados—. Si lo haces,puede que cierren la academia y que pidan a los sacerdotes que anuncienotro sitio como el hogar de la futura princesa y entonces todasperderemos nuestra oportunidad por ti, Miri.

Miri se quedó mirándola fijamente. Nadie se reía.—¿De verdad crees que van a permitir que alguna de nosotras se

convierta en una princesa? —preguntó con una voz seca y tranquila.—Desde luego de la manera en que se comporta Miri nunca será

elegida, pero no hay razón por la que no podamos intentarlo el resto. —La voz por lo general segura de Katar empezaba a sonar nasal y forzada,como si por algún motivo que Miri no se podía imaginar estuvieradesesperada por convencer a las demás—. Ser una princesa significa másque casarse con un príncipe. Veréis el resto del reino, viviréis en unpalacio, llenaréis vuestras barrigas cada día y tendréis un buen fuegodurante todo el invierno. Además, haréis cosas importantes, el tipo decosas que afectan a todo el reino.

Ser especial, importante, feliz y estar cómoda. Eso era lo que Katarofrecía al pedirle que se quedara. Algunas muchachas se acercaronarrastrando los pies y se inclinaron un poco hacia Katar como si sintieranla fuerza de su historia. Miri se avergonzó al notar que unos escalofríosrecorrían su propia piel. ¿Qué pensaría su padre si la eligieran princesaentre todas aquellas chicas?

Era una idea buenísima, una historia magnífica y por un momentodeseó creérsela, pero sabía que ningún habitante de las tierras bajasdejaría que una corona se posara en la cabeza de una montañesa.

—No ocurrirá… —suspiró Miri.—Ay, cállate —dijo Katar—. Has hecho que nos perdamos una

comida y la vuelta a casa. No nos estropees la oportunidad de poderconvertirnos en una princesa.

Olana las llamó y todas, incluso Gerti, le dieron la espalda a Miri yentraron. Miri se quedó mirando al suelo y esperó que nadie hubieravisto que tenía la cara colorada. Entró detrás de ellas al final de la fila.

Britta caminaba justo delante de ella por el pasillo. Antes de queentraran a la clase la chica de las tierras bajas se dio la vuelta y sonrió.Miri estuvo a punto de sonreírle también antes de darse cuenta de que

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Britta debía de estar disfrutando de su desgracia. Frunció el entrecejo yapartó la mirada.

El día siguiente fue insoportable. Aunque Olana insistía en quevolver al pueblo todos los días de descanso sería un privilegio aislado,también declaró que tenía que descansar de aquellas niñas si no queríavolverse loca. Así que las chicas pasaron el día solas en la clase. Miri sesentó sola, consciente de que a pesar de que el ruido de la frivolidadcrecía, no la habían invitado a tomar parte. Cuando la conversaciónderivó en el tema de Olana, Miri hizo lo que creía que era una imitaciónextraordinaria de los labios apretados de la profesora. Nadie se rió y Mirise resignó a practicar sus letras en silencio.

Pasó la semana siguiente contando las horas que quedaban para el díade descanso. Seguramente después de que todas durmieran delante delfuego de sus casas durante una noche, se aliviaría la tensión. A lo mejorcuando Miri le contara a su padre lo de las normas y los azotes en lasmanos, admitiría que había cometido un error y que la necesitaba en casatanto como necesitaba a Marda. Sólo faltaban tres días más para ser libre,luego dos y uno.

Aquella noche nevó.La escuela se despertó con unos montones blancos que competían

con los restos de roca esparcidos que había en el pueblo, ya que locubrían todo y amenazaban con seguir apilándose hasta los alféizares delas ventanas. Las chicas estaban calladas mientras miraban el exterior yse imaginaban la distancia que había para volver a la aldea, los huecosocultos y los pedruscos que no verían a causa de la nevada y comparabanel peligro con el deseo de ir a casa.

—A clase pues —decidió Olana mientras las apartaba de la ventanade la alcoba—. Nadie saldrá con este tiempo y si la historia que he oídosobre la montaña es cierta, nos quedaremos acurrucadas aquí dentrohasta el deshielo de primavera.

Olana se quedó de pie delante de la clase con las manos a su espalda.Miri se notó crecer en la silla bajo aquella mirada.

—Katar me ha informado de que algunas dudáis de la legitimidad deesta academia. No quiero arriesgarme a presentar ante Su Alteza a unasniñas bobas el próximo año, así que permitidme aseguraros que elpríncipe elegirá a una de vosotras para casarse y viviréis en el palacio, seos llamará «princesa» y llevaréis corona.

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Olana llamó a Knut, que entró en la clase con algo plateado en losbrazos. Olana lo cogió y lo sacudió. Era un vestido y tal vez lo másbonito que Miri había visto aparte del panorama que había desde sumontaña. La tela no se parecía a nada que ella conociera, era ligera ybrillante, y le recordaba al agua de un arroyo. Era gris por los pliegues yde un color plata brillante cuando la luz de la ventana lo rozaba. Unascintas rosa claro recogían el tejido en los hombros y la cintura, y unosdiminutos capullos de rosa estaban esparcidos por toda la falda larga.

—Este vestido —continuó Olana— es como los que lleva unaprincesa. Una costurera lo confeccionó para la muchacha que termineeste año a la cabeza de esta academia.

Las chicas entrecortaban la respiración, suspiraban y exclamabanembelesadas entre ellas, y por una vez Olana no les mandó callar.

—Veamos quién desea más este regalo. La ganadora será presentadaal príncipe como la princesa de la academia, llevará este vestido y bailaráel primer baile. Aún será él el que elija a su esposa, pero la princesa de laacademia seguro que le causa una impresión significativa.

Mientras Olana hablaba, parpadeó en dirección a Frid y Miri seimaginó que esperaba que aquella chica tan basta no fuera la vencedora,ya que era demasiado grande para aquel vestido. Pero la cara de Frid norevelaba ninguna preocupación por el tamaño de la prenda. Se comía conlos ojos aquella cosa plateada, incluso los abría más de lo habitual. Mirihizo todo lo posible por no parecer impresionada, pero no podía evitarpreguntarse: ¿Qué se sentiría al llevar un vestido como ése?

—Os advierto que no cumpliréis tan fácilmente mis expectativas —dijo Olana—. Tengo mis serias dudas de que una montañesa sea capaz deestar a la altura de otro habitante de Danland. He oído que vuestroscerebros son por naturaleza más pequeños, tal vez debido al aire escasode la montaña.

Miri la fulminó con la mirada. Incluso si las promesas de Olana eranciertas, Miri no se quería casar con alguien de las tierras bajas, con unapersona que despreciaba a ella y a su montaña. Fuera o no príncipe, seríaigual que Olana, como Enrik y los comerciantes, como el delegadoprincipal que ponía mala cara al ver el pueblo de la montaña y que estabatan ansioso por volver a su carruaje y marcharse.

Se restregó los ojos, la arcilla que tenía en los dedos se le metió porlos párpados e hizo que le escocieran. Estaba harta de que los de las

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tierras bajas la menospreciaran y estaba harta de preguntarse si teníanrazón. Iba a demostrarle a Olana que era tan inteligente como cualquierpersona de Danland. Iba a convertirse en la princesa de la academia.

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Capítulo cinco

Todo el mundo sabe que lo bueno viene al final,por eso mi madre dice que soy la última en todo,siempre llevo camisas viejas y botas desgastadas.Rasca el fondo de la olla y báñate río abajo.

Antes las palabras eran invisibles para Miri, tan desconocidas y con tanpoco interés como los movimientos de una araña en el interior de unapared de piedra; pero ahora estaban a su alrededor, levantadas,reclamando su atención, en los lomos de los libros de la clase, en losbarriles de comida de la cocina y la despensa, grabadas en la primerapiedra de línder: «En el décimo tercer año del reinado del rey Jorgan».

Un día Olana tiró un pergamino y Miri lo cogió del montón debasura, lo guardó debajo de su camastro y lo leyó a la luz de la lumbrerodeada de ronquidos. Era una lista de los nombres de las chicas de laacademia y sus edades. A Miri le dio un vuelco el corazón cuando leyósu propio nombre escrito en tinta. «Marda Larendaughter» tambiénestaba allí, aunque habían tachado el nombre. En la lista Britta no teníael nombre del padre.

El hecho de dedicarse por completo al estudio le ayudó a Miri ahacer caso omiso a la dolorosa sensación de soledad que la rodeaba. Alas dos, tres y cuatro semanas de invierno, Miri estaba totalmentebloqueada por el error garrafal que había cometido. Pensó en intentar denuevo reparar el daño, pero el silencio de las otras chicas significaba queno se habían olvidado de que Miri les había hecho perder la últimaposibilidad de visitar sus casas antes de que cayera la nieve. Incluso Esa

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no le reservaba a Miri un lugar en el comedor; incluso Frid no lededicaba ni una sonrisa fortuita. Miri no dejó que le afectara el dolor y sedijo a sí misma que nunca habían sido de verdad sus amigas.

Miri añoraba a Peder. Echaba de menos la facilidad de saber siemprecon exactitud lo que él quería decir, y echaba de menos la agitación quele provocaba su proximidad cuando sentía los dedos hinchados y torpes yla boca seca, cuando miraba cómo balanceaba el mazo o tiraba unapiedra, cuando escuchaba la agradable aspereza de su voz, el modo enque reía cada vez que oía su risa y la sensación de inclinarse hacia élcomo si quisiera calentarse cerca de un fuego.

Al otro lado de la ventana del aula, la nieve seguía cayendo. Miridejó la mirada perdida y centró la atención en el latido de su pecho. Sehabía encontrado a sí misma deseando que fuera primavera, la vuelta acasa, y la interrumpió la cruda realidad: echaba de menos a Marda, a supadre y a Peder, pero ¿la echaban ellos de menos a ella? Se concentró ensu tablilla y estudió con el doble de empeño.

Un día a última hora de la tarde Olana dejó que las muchachassalieran al exterior. Habían pasado todo el día en sus pupitres salvo pordos pausas y una de las comidas de Knut cada vez más tristes: pescadosalado hervido hasta quedar hecho papilla y patatas sin tan poca grasa osal como para alegrarlas. Frid había recibido unos azotes en la palma dela mano por quedarse dormida durante el estudio en silencio y Gerti sehabía pegado una hora en el armario por lloriquear al no poder escribir laúltima letra del alfabeto.

Miri vio cómo las chicas salían en fila y decidió unirse a ellas. Teníamuchas ganas de olvidarse de que les había hecho perder un viaje a casay salir sonriendo y riéndose, o bastaba incluso con correr por la nievesola y disfrutar del aire fresco que le cortaba las mejillas.

Sin embargo, si se quedaba dentro, tendría la clase para ella sola yllevaba esperando aquella oportunidad toda la semana.

Cuando oyó los últimos pasos que desaparecían por el pasillo, Mirise levantó y se estiró. Había trece libros en aquella alta estantería encimadel escritorio de Olana. Miri los había contado, había leído los lomos yhabía previsto lo que podría haber dentro. Se colocó de puntillas y sacóuno.

Las palabras Historia de Danland estaban escritas en blanco en ellomo de piel oscura. El libro olía a polvo y a viejo, pero también tenía un

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dulce olor penetrante, un rastro de algo atrayente. Lo abrió por la primerapágina y empezó a leer pronunciando las palabras con un susurroreverente.

No entendía nada.Leyó tres veces la primera frase y aunque podía decir las palabras de

manera individual, no podía comprender lo que significaban todas juntas.Cerró el libro y abrió otro, El comercio de Danland. Pero ¿qué era elcomercio? Lo apartó y abrió otro, y otro, y sintió el impulso de empezara tirarlos. Acababa de coger un libro más delgado cuyo título eraCuentos simplemente, cuando el ruido de unos tacones sobre lasbaldosas la sobresaltó. Miri no sabía si la castigarían por tomar prestadoun libro y era demasiado tarde para colocarlo en su sitio, así que se lometió debajo de la camisa.

—Miri —dijo Olana al entrar—, ¿ni siquiera sales a estirar hoy laspiernas? ¿Tanto te odian las otras chicas?

El comentario de Olana la hirió profundamente. Miri no sabía quefuera tan evidente el distanciamiento del resto. Apretó contra sí el libroque tenía escondido y salió de la clase caminando despacio.

Durante las dos semanas siguientes, cuando las demás salían fuera,Miri se acurrucaba en un rincón de la alcoba con el libro de cuentos ensu regazo. Al principio se tuvo que esforzar, pero pronto las palabrasempezaron a tener sentido en conjunto, después las frases que formabanuna página y luego las páginas creaban historias. Era maravilloso. Habíarelatos dentro de aquellas letras tediosas que habían estado aprendiendo;eran historias como las que había escuchado en la fiesta de primavera ocomo las que contaba el abuelo de Peder delante del fuego en una nochefría. Y ahora las podía leer ella sola.

Varios días más tarde, Olana cogió un libro de la estantería y se lodio a una de las muchachas más mayores. Aunque Katar leía mejor queel resto, todavía se atrancaba con las palabras desconocidas y le costabamucho pronunciarlas. Britta tampoco podía apenas terminar una frase ysus mejillas rubicundas se ponían incluso más rojas. Miri se dio cuentade que se había equivocado y Britta nunca había sabido leer.

—¡Qué vergüenza! —Olana le quitó el libro a Britta y se volvióhacia Miri—. Bueno, eres joven, pero pareces centrada últimamente.

El libro era Historia de Danland, el tomo marrón oscuro que Miri, apesar de sus intentos, no había conseguido leer antes. Olana lo abrió por

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la segunda página y señaló un párrafo. La lengua de Miri parecía estarhecha de arcilla. Se aclaró la garganta, agarró el libro y empezó:

—Nuestros antepasados vinieron del norte y cultivaron las fértilesllanuras centrales. También criaron ganado, caballos, cabras montañesas,ovejas y aves. En la costa, la pesca se convirtió en su industria másimportante, como lo sigue siendo hoy en día.

Las palabras se deslizaban por la lengua de Miri y cada una caía ensu sitio. Nunca había visto aquel pasaje, pero al estudiar el libro decuentos, ahora leer era lo más fácil del mundo. Balbuceó en un par depalabras, pero las pronunció correctamente.

—Bien, niñas —dijo Olana cuando Miri acabó—, si el príncipeviniera mañana, ya sabéis quién llevaría el vestido de plata.

Miri sintió cómo una sonrisa burlona recorría su cara y tuvo elincreíble impulso de darle un abrazo a Olana. Katar la fulminó con lamirada. Miri tragó saliva y trató de parecer modesta, pero ya era muytarde. Katar normalmente era la mejor de la clase y lo más seguro eraque hubiera interpretado la sonrisa de Miri como si ésta se estuvieraregodeando. Su victoria se agriaba como la leche.

Aquella tarde, cuando volvía del lavabo, Miri se detuvo al oír quealguien hablaba en voz baja delante de la academia. Retrocedió unospasos pasando las botas por la dura capa de nieve. Los murmullosequivalían a secretos y un escalofrío de curiosidad recorrió la piel deMiri. Se apoyó contra la pared y se esforzó por sacar alguna palabra deaquel zumbido silencioso. Al oír su nombre en uno de aquellos susurros,se inquietó.

—… no soporto a Miri… se cree que es muy lista… —La voz era deBena—… nunca me gustó la forma que tenía de colgarse de Peder… esinsoportable…

—… hoy sólo ha tenido suerte —dijo Liana—. Ella no…—Sólo tiene catorce años —comentó Katar, que hablaba más alto

que el resto—. ¿De qué te preocupas?Bena dijo algo más entre dientes y Katar se rió por lo bajo.—Eso es imposible. Ganará una de las mayores.—Katar, ya veo que piensas que deberías ser la princesa —dijo Bena

subiendo la voz—, pero mientras… —Se dio la vuelta para susurrar yMiri ya no pudo oír más.

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Miri se puso a caminar de nuevo y las chicas se callaron mientraspasaba. Liana sonrió incómoda, Bena miró al suelo, pero Katar se quedómirándola fijamente con la expresión impenitente. Miri le devolvióaquella mirada como si fuera un duelo. Acababa de alzar una ceja enseñal desafiante cuando tropezó con una de los escalones de la entrada yse cayó de espalda en la nieve. Se puso de pie y corrió hacia dentroacompañada de las risas de las mayores.

Aquella noche se tumbó en su camastro y aspiró la oscuridad. Sesentía cómoda estando despierta mientras las otras dormían, como sihubiera elegido estar sola, como si disfrutara de eso. El fuego de laalcoba no estaba lo bastante fuerte como para calentarla en aquelcamastro al otro lado de la habitación, por lo que temblaba y deseabaalgo por lo que tener esperanza. Cerró los ojos y vio los pliegues delvestido de plata que giraban y brillaban debajo de sus párpados. El sueñode convertirse en la princesa de la academia la envolvía y le aliviaba elfrío.

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Capítulo seis

Bigotes tensos, dientes fuera,ojos asustados, presa a la espera.

El invierno seguía cayendo del cielo, se acumulaba debajo de losalféizares de las ventanas y se arrastraba con la escarcha por los cristales.Cuando las nubes evitaban que el sol la derritiera, Miri veía el exteriorcomo si fuera una imagen borrosa y grisácea. Después de estar tantotiempo sin salir, tanto tiempo sin hablar con nadie, empezó a sentirsemuy mal. Le dolía el cuerpo y le picaba la piel como si estuviera bienenvuelta en lana y no se pudiera estirar.

La próxima vez que Olana dejó a las muchachas salir fuera, Esa sevolvió hacia Miri antes de abandonar la clase y le hizo una seña para quela que siguiera. Miri suspiró adelantándose a los hechos. Si Esa laperdonaba, tal vez las otras lo harían también. Su decisión de estar biensola se desvaneció bajo la brillante esperanza de hacerlo todo como eradebido.

Pero antes tenía una cosilla. Después de esperar a que todas laschicas salieran de la clase, Miri fue sigilosamente a la estantería paraaprovechar la oportunidad y devolver el volumen de cuentos. Estaba depuntillas, colocándolo despacio en su sitio, cuando un ruido en la puertala sobresaltó y se le cayó el libro.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Olana.—Perdón —contestó Miri mientras recogía el libro que se había

caído y le quitaba el polvo—. Sólo estaba…

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—¿Recogiendo mis libros del suelo? No estarías pensando robar uno,¿no? Por supuesto. Te hubiera dejado uno prestado, Miri, pero notoleraré el robo. Al armario contigo.

—¿Al armario? —repitió Miri—. Pero no estaba…—Ve —le ordenó Olana y arreó a Miri como a una cabra

enfurruñada.Miri sabía dónde estaba, aunque nunca había estado allí. Miró hacia

atrás antes de meterse dentro.—¿Durante cuánto tiempo?Olana le dio con la puerta en las narices y cerró con llave. Aquella

falta de luz repentina fue aterradora. Miri nunca había estado en un lugartan oscuro. En invierno, Marda, su padre y ella dormían junto al fuego dela cocina y en verano dormían bajo las estrellas. Se tumbó en el suelo yescudriñó por debajo de la puerta, por la delgada tira de luz gris. Todo loque pudo ver fue los bultos de las piedras del suelo. Le llegaron unosgritos de felicidad apenas perceptibles de las jóvenes que jugaban en lanieve. Esa iba a pensar que Miri había ignorado su invitación, que no leimportaba ser o no su amiga. Miri respiró hondo y después tosió por elpolvo.

Al oír un correteo se puso erguida. Lo oyó de nuevo, era como elruido de unas uñas al repiquetear encima de una superficie lisa. Miri seapoyó con fuerza contra la pared. Otra vez. Un animal pequeño debía deestar en la oscuridad con ella. Puede que fuera sólo un ratón, pero él nosaberlo hizo que todo fuera muy extraño y que se pusiera nerviosa. Tratóde ver entre las sombras. Se le adaptaron los ojos y pudo definir un pocolas formas más oscuras, pero no había luz suficiente.

Cuando cesó aquel ruido, Miri se quedó de pie hasta que le empezó adoler la espalda y notó pesadez en la cabeza. Estaba cansada de mirar enla oscuridad, imaginándose caras que la observaban o formas diminutasque salían disparadas de los rincones. El aburrimiento hizo que le entrarasueño. Al final se tumbó, apoyó la cabeza en los brazos y miró por larendija de la puerta por si veía alguna señal de Olana que venía aliberarla. El frío de las piedras le caló la camisa de lana y le salieron unosbultitos en la piel, lo que hizo que temblara y suspirara a la vez. Sequedó dormida sin descansar.

Miri se despertó con un tirón y una sensación horrible. ¿Alguienestaba en la habitación intentando despertarla? La luz que se filtraba por

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la puerta era incluso más tenue y el dolor punzante que sentía en elcuerpo le decía que habían transcurrido unas cuantas horas.

Volvió a notar otra vez el tirón en la cabellera. Algo se le habíaenganchado en la trenza. Quiso gritar, pero el miedo le cortó larespiración. Le dolía cada punto de su piel por el terror que sintió alpensar qué era lo que la estaba tocando. Era fuerte y demasiado grandepara ser un ratón.

La punta de la cola le rozó la mejilla. Era una rata.Miri sollozó de manera entrecortada al recordar el mordisco de rata

que había matado a un bebé en el pueblo hacía unos años. No se atrevía allamar a nadie por miedo a asustar a la bestia. El tirón paró y Miriesperó. «¿Se ha soltado? ¿Ya se ha ido?».

Entonces aquella cosa la sacudió más fuerte. Junto a la oreja Mirioyó un chirrido seco.

No se podía mover, no podía hablar. ¿Cuánto tiempo tendría quequedarse allí hasta que alguien fuera a buscarla? Sus pensamientosvagaban de un lado a otro, dando vueltas, buscando una vía de escape,algún consuelo.

—«La plomada se balancea, el halcón aletea y Eskel canturrea» —susurró tan bajito como la corriente lenta de un arroyo. Era una canciónde celebración, de primavera, y se usaba una cuerda pesada para cortaruna piedra mientras se miraba cómo planeaba un halcón y se tenía lasensación de que el trabajo era bueno y todo el mundo estaba bien.Mientras cantaba, daba unos golpecitos con las yemas de los dedos sobrelas baldosas de línder del suelo, como si estuviera trabajando en lacantera y usara el lenguaje de la cantera con un amigo que había al lado.

—Monte Eskel está cantando —susurró y empezó a cambiar la letra—, pero Miri está llorando. Con una rata está luchando.

Casi se hace reír a sí misma, pero el sonido de otro gruñido loarrancó de su garganta. Con temor a tan sólo susurrar, cantó para susadentros y siguió dando unos golpecitos con los dedos a la vez, y enaquella canción silenciosa pidió en la oscuridad que alguien se acordarade ella.

La puerta se abrió y la luz de una vela le atravesó los ojos.—¡Una rata! —Olana tenía el bastón en la mano y lo usó para darle a

Miri en el pelo.—Rápido, rápido —dijo Miri con los ojos cerrados.

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Oyó un chirrido, un correteó y se puso de pie de un salto para abrazara Olana. Temblaba tanto que era incapaz de mantenerse derecha por sísola.

—Sí, bien, es suficiente —dijo Olana mientras se sacaba de encimalos brazos de Miri.

El entumecimiento y el miedo hicieron que Miri pareciera mediomuerta. Se abrazó a sí misma para vencer el frío que amenazaba consacudirla como si fuera una vaina arrastrada por el viento.

—He estado encerrada durante horas —dijo con voz ronca—. Seolvidó de mí.

—Supongo que sí —contestó Olana sin disculparse, aunque por lasarrugas de la frente, se había quedado trastornada al ver la rata—. Menosmal que Gerti se ha acordado de ti, porque si no puede que no hubieravenido hasta por la mañana. Ahora vete a la cama.

Miri vio a Gerti, con los ojos tan abiertos como un visón, mientrasmiraba fijamente a la enorme oscuridad del armario. Olana se llevó lavela y las dejó en las sombras, así que Miri y Gerti volvieron deprisa a sualcoba.

—Eso era una rata —dijo Gerti, que parecía angustiada.—Sí. —Miri todavía temblaba como si estuviera helada—. Gracias

por acordarte de mí, Gerti. Se me habría parado el corazón si me hubieraquedado allí dentro un rato más.

—La verdad es que fue muy raro cómo me acordé de ti —comentóGerti—. Al regresar del recreo esta tarde, no estabas. Olana no dijo naday yo tenía miedo de preguntar. Entonces cuando nos preparábamos parairnos a dormir, me vino a la cabeza aquel recuerdo horrible de aquellavez que me encerraron y oí aquellos chirridos allí dentro, y estuve segurade que estabas en el armario encerrada y… no sé, pero sabía que habíauna rata. Fue como si… bueno, no importa.

—¿Cómo qué?—Estaba segura de que estabas en el armario porque, ¿dónde más

podrías estar? Y creí oír una rata cuando estuve allí también, en fin, fueasí como lo supe. Pero el modo en que mi visión temblaba cuando lopensé, la idea de ti y la rata era tan clara, que me recordó al lenguaje dela cantera.

Miri sintió unos escalofríos de otro tipo.—¿El lenguaje de la cantera? Pero…

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—Sé que es una tontería. No pudo ser el lenguaje de la canteraporque no estamos allí. Sólo me alegro de que no nos metiéramos enproblemas. Cuando fui a la alcoba de la profesora Olana supliqué quefuera a buscarte, me amenazó con todo tipo de castigos.

Miri no dijo nada más. Se dibujaban nuevas posibilidades ante ella enla oscuridad.

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Capítulo siete

Tengo una palanca para el bandidoy un cincel para la rata.Tengo un mazo para la lobay un martillo para la gata.

Una tarde de hace dos o tres años antes, Miri y Peder se sentaron en unacolina de pastoreo encima del pueblo. Eran tan jóvenes que Miri nisiquiera se había empezado a preocupar por que sus uñas estuvieransucias y rotas, o porque a Peder le aburrieran sus palabras. Por aquelentonces él trabajaba seis días a la semana en la cantera y Miri le insistíapara que le contara los detalles.

—No es como hacer un fuego o curtir la piel de una cabra, Miri, nose parece a ninguna tarea doméstica. Cuando estoy trabajando es como siescuchara a la piedra. No me pongas esa cara. No puedo explicártelomejor.

—Inténtalo.Peder miró con los ojos entrecerrados al fragmento de línder que

tenía entre los dedos. Usó un cuchillo pequeño para tallarlo en forma decabra.

—Cuando todo va bien es como en las canciones que cantamos envacaciones, los hombres hacen una parte y las mujeres, otra. ¿Sabescómo suena la armonía? Así es cómo se siente uno trabajando el línder.Puede parecer una tontería, pero me imagino que el línder está siemprecantando y cuando pongo mi cuña en la grieta apropiada y llevo mi mazotal que así, es como si le respondiera cantando. Las canciones de la

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cantera que los trabajadores cantan en voz alta son para llevar el ritmo.El canto real tiene lugar en el interior.

—¿Cómo en el interior? —le había preguntado Miri. Trenzaba tallosde miri para evitar parecer muy interesada—. ¿Cómo suena?

—La verdad es que no suena como nada. No oyes el lenguaje de lacantera con tus oídos. Cuando algo va mal, se nota, del mismo modo quesé que la persona que tengo al lado está haciendo tanta fuerza con lapalanca que podría agrietar la piedra. Cuando ocurre algo así y haydemasiado ruido para avisar que afloje esa palanca, lo digo con ellenguaje de la cantera. No sé por qué se llama «lenguaje de la cantera»,porque se canta más que se habla, sólo que cantas por dentro. Y suenamás fuerte, si es que se puede describir así, cuando alguien te habladirectamente, pero todos los que están cerca pueden oírlo.

—¿Entonces basta con que cantes y los demás lo oyen? —preguntósin acabar de comprenderlo.

Peder se encogió de hombros.—Le hablo a una persona; sin embargo, estoy cantando, pero no en

voz alta… No sé cómo describirlo, Miri. Es tan difícil como tratar deexplicar cómo correr o tragar. No me des más la lata o me iré a buscar aJans y Almond para jugar a cosas de chicos.

—Si lo haces, será a lo último que juegues.Peder no había entendido por qué era tan importante para Miri

comprender el trabajo de la cantera, así que ella no le volvió a insistir. Legustó que no se hubiera dado cuenta de su frustración y aislamiento, quehubiera asumido que era la misma muchacha despreocupada de siempre.

Miri dejó que el recuerdo de aquella conversación diera vueltas porsu cabeza y le añadió todo lo que creía que sabía sobre el lenguaje de lacantera. Siempre había sido parte de ella y, por lo tanto, algo que ella nopodía hacer. «¿Había Gerti oído el lenguaje de la cantera? —se preguntó—. ¿Es que funcionaba fuera de la cantera?». Aquella posibilidad era tantentadora como el olor a pasteles de miel que cocinaban en la puerta deal lado.

El día después de la rata, Miri estaba haciendo las tareas de lamañana, barriendo los pasillos de la academia. Esperó hasta que no hubonadie a su alrededor y se escondió en una habitación fría que nadie usabapara probar el lenguaje de la cantera. Golpeó la piedra con el mango deuna escoba, como si fuera una herramienta, y cantó en voz alta una

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canción de trabajo. Luego cambió la canción para que llevara el mensajeque quería comunicar.

—Tengo una palanca para el bandido y un cincel para la rata. La rataestá en el armario hasta que la profesora la mata.

De tanto observar la cantera, sabía que los trabajadores cantaban ydaban golpecitos cuando hablaban en aquel lenguaje, pero no bastabacon cambiar las palabras.

«El canto real tiene lugar en el interior», le había dicho Peder.—Tal vez del mismo modo que se diferencia el canto del habla —

susurró mientras intentaba entenderlo—, el lenguaje de la cantera esdiferente a pensar.

Con una canción, las palabras fluyen de forma distinta a unaconversación normal. Hay cierto ritmo y el sonido de las palabrasencajan como si estuvieran hechas para que las cantaran las unas al ladode las otras. «¿Cómo puedo hacer lo mismo con mis pensamientos?», sepreguntó.

Miri pasó el resto de la hora en la que realizaba las tareas domésticasprobando. Se inventó canciones como hacía a menudo; no sólo las cantóen voz alta, sino que se concentró en los sonidos de la canción mientrastrataba de hacer resonar y fluir sus pensamientos de una forma diferente;también se concentró en los pequeños temblores que sus nudillosenviaban a través de la piedra línder. ¿El lenguaje se transmitía a travésdel suelo? Cerró los ojos e imaginó que estaba cantando suspensamientos hacia la piedra, que cantaba sobre la rata y la grandesesperación que sintió aquella noche en el armario, mientras empujabasu canción interna con un deseo tembloroso de que alguien la escuchara.

Durante un brevísimo instante notó un cambio. Parecía que el mundose zarandeaba y que sus ideas se aclaraban. Jadeó, pero aquella sensaciónse fue tan rápido como había venido.

Olana golpeó con el bastón en el pasillo para anunciar el fin de lastareas domésticas y Miri recogió el montón de suciedad y salió corriendohacia el aula. Miró cómo Gerti tomaba asiento e intentó detectarcualquier señal de que la joven la había oído. Miri se arriesgó a hacerleuna preguntita antes de que Olana entrara:

—¿Cómo te sientes, Gerti?—Muy bien. —Gerti se sentó, se rascó el cuello y después de mirar

hacia la puerta para asegurarse de que la profesora no estaba cerca,

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susurró—: Supongo que no me puedo quitar esa rata de la cabeza. Meestaba acordando otra vez de cuando estaba en el armario…

Olana entró y Gerti se retiró hacia atrás enseguida. Miri se frotó losbrazos para quitarse los escalofríos de encima. Creía que habíafuncionado, pero tenía muchas preguntas que todavía le mantenían elentrecejo fruncido. De entre todas las chicas, ¿por qué Gerti oyó aquellanoche su lenguaje de la cantera? ¿Y por qué ella otra vez ahora?

Cuando las muchachas abandonaron la clase en el siguiente recreo,Katar fue a buscar un libro de la estantería y se sentó en una sillaacompañada de un fuerte ruido sordo.

—No te sorprendas tanto, Miri —dijo Katar sin levantar los ojos dellibro—. No eres la única que puede estudiar durante el recreo. Supongoque crees que el título de princesa de la academia es tuyo, que no tienescompetencia.

—No —contestó Miri, quien esperaba que le viniera a la cabeza unabuena respuesta mordaz, aunque todo en lo que pudo pensar fue—. Perotal vez tú sí.

Katar sonrió, pues por lo visto creyó que aquella réplica erademasiado floja para merecer una respuesta. Miri asintió en silencio. Sepodía obligar a permanecer en el aula un par de minutos antes deescabullirse.

Durante varios días, la presencia de Katar en la clase, en los recreos,hacía que Miri corriera en busca de otros sitios para probar el lenguaje dela cantera: en un rincón de la alcoba, detrás del retrete y una vez en elarmario, aunque nada más poner un pie dentro hacía que le picara la pielcomo si la tuviera cubierta de arañas. Cada vez con más frecuencia,cuando golpeaba el suelo y cantaba una canción de la cantera, acontinuación notaba una curiosa sensación. Todo lo que tenía ante síparecía vibrar como la rama de un árbol, y una sensación fuerte y cálidale estallaba detrás de los ojos. La idea de la rata y el armario erantotalmente reales, como si viviera de nuevo aquella situación. Sintió quesu canción vibraba con fuerza en su interior y se imaginó que bajabahacia la piedra, hacia la montaña, bajaba y luego volvía a subir otra vezpara encontrar a alguien que la pudiera oír.

Pero casi nunca ocurría nada en absoluto y no se podía imaginar porqué.

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«El lenguaje de la cantera se supone que es para hablar con otraspersonas —pensó—. A lo mejor tengo que intentarlo con alguien».

Miri no se atrevía a acercarse a ninguna de las chicas que trabajabanen la cantera. ¿Pensarían que estaba loca por probarlo? ¿Se reirían? Unamañana mientras Britta leía en voz alta en clase, Miri la observó, y pensóque no sabía tantas cosas de la cantera como para reírse de ella nitampoco iría a chivarse a las otras. Miri era reacia a probarlo con alguiende las tierras bajas, pero la ilusión que tenía por descubrirlo laimpacientaba.

En el recreo de la tarde siguiente Miri salió con las demás. El brillodel sol sobre la nieve hizo que le lloraran los ojos, pero al parecer era eldía más bonito que Miri podía recordar. El cielo era de un azul hiriente.La nieve que crujía bajo sus botas se esparcía por la piedra y la lomacomo leche derramada. El frío hacía que el mundo se sintiera limpio ynuevo, era un día para volver a empezar.

Miri pasó por delante del grupo de las mayores y saludó a Britta.—Hola.Britta estaba sola y se sorprendió al ver que se dirigía a ella.—¿Quieres dar un paseo? —preguntó Miri, que esperaba que sólo la

acompañara Britta.—Vale.Mientras se marchaban, Miri le dio la mano y Britta se estremeció

como si le sorprendiera que la hubiera tocado.—Es normal darse la mano mientras se pasea, ¿sabes? —dijo Miri,

que supuso por la reacción de ésta que el hábito de darse la mano era unacostumbre de la montaña.

—Perdona —se disculpó Britta—. ¿Así que todo el mundo se da lamano? ¿Los chicos y las chicas y todos?

Miri se rió.—Los chicos y las chicas se dan la mano de pequeños. —No se

acordaba de la última vez que Peder y ella se dieron la mano. Cuandocrecieron se acabó el contacto ocasional al luchar y jugar—. Si un chicoy una chica se dan la mano cuando son mayores, significa algo más.

—Entiendo. —Britta le dio la mano a Miri.Caminaron con dificultad por la nieve intacta alrededor del edificio y

Miri se volvió hacia atrás para ver si había alguien cerca. Se alejaron unpoco más.

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—Quería decirte que lamenté que Olana te encerrara en el armario —dijo Britta.

Miri asintió con los ojos muy abiertos.—Sí, yo también. Había una rata allí dentro y no me refiero a Olana.

Una rata de verdad trató de anidar en mi pelo. —Se estremeció—. Meencontré con un bigote en la trenza a la mañana siguiente y creo quechillé muy fuerte.

Britta sonrió.—Lo hiciste.—Bueno, me alegro de que mi horror entretuviera a alguien —dijo

Miri mientras se aseguraba de añadir una sonrisa afable para que Brittasupiera que estaba bromeando.

—Olana no debería meternos en armarios ni pegarnos —opinó Brittamientras sorteaba los huecos en la nieve—. Creo que castiga demasiadorápido.

Miri apretó los labios y frunció el entrecejo sorprendida. Si Britta nolo aprobaba, tal vez la actitud de Olana no era típica de las tierras bajas.O tal vez Britta no era un habitante típico de las tierras bajas.

—No pensaba que llegaría a ser tan mezquina —dijo Britta—, ya queuna de nosotras se convertirá en princesa.

—¿Crees que una de nosotras lo será de verdad?—No creo que mientan. —Britta soltó un resoplido claro—. Aunque

últimamente me siento tan tonta como un tocón, así que no me atrevo acreer mis propios pensamientos.

Se sentaron en los escalones de línder que subían hasta la entradatrasera de la academia y Miri pensó que podría arriesgarse ahora. Siguióel ritmo con unos golpecitos, pensó en una canción de la cantera eincluso la tarareó en voz alta. Estaba intentando transmitir por ellenguaje de la cantera el aviso de precaución que tantas veces había oídoretumbar en la cantera. Por un instante todo pareció temblar y sintióaquella resonancia, pero Britta ni se inmutó.

Miri por poco se quejó en voz alta. Estaba segura de que aquellassensaciones eran un signo del lenguaje de la cantera, pero si hubierafuncionado, Britta hubiera reaccionado de algún modo ante aquel aviso.

«A menos que… —Examinó a Britta—. A menos que los de lastierras bajas no lo oigan».

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Cuanto más permitía que esta idea calara, más probable le parecía. Ellenguaje de la cantera es sólo para los que trabajan en ella, sólo para lamontaña. Aquello hizo que Miri sonriera para sus adentros mientrascantaba. Era algo que podían hacer los de la montaña y no los habitantesde las tierras bajas. Era algo que hasta Miri podía hacer. Un talento. Unsecreto.

—¿Debería…? ¿Quieres que cante contigo? —le preguntó Britta.Miri paró.—Ah, no. Sólo estaba tarareando para pasar el rato, ya sabes.—No tienes por qué parar —dijo Britta—. Sonaba bien. No sabía lo

que esperabas porque por lo visto siempre me equivoco. Últimamente.Perdón por interrumpirte. Sigue.

—Deberíamos volver, de todos modos.Las chicas volvieron sobre sus pasos. Miri se tambaleó cuando tocó

con el pie un trozo de nieve y se soltó de la mano de Britta, pero ella laagarró por el brazo y le ayudó a recobrar el equilibrio.

—Gracias —dijo Miri.—Gracias a ti. Quiero decir… —Britta alzó la mirada tratando de

encontrar las palabras adecuadas—. Gracias por hablar conmigo. —Apretó los labios como si tuviera miedo de decir nada más.

—Faltaría más —dijo Miri con toda tranquilidad, aunque por dentrose había quedado impactada, pues la muchacha le había dado las graciassólo por hablar.

Mientras volvían hacia la entrada principal del edificio, Liana lesusurró algo a Bena, y Bena sonrió con suficiencia. Miri agarró el brazode Britta con más fuerza, decidida a no dejarse intimidar por sus miradas.

Cuando Olana las llamó para que volvieran a entrar, Knut estaba depie al fondo de la clase sosteniendo un paquete envuelto en una telagruesa de color marrón.

—Vuestro progreso ha sido muy lento últimamente —dijo Olana. Sealisó el pelo y se lo dejó liso como un cincel detrás del hombro—.Quizás es por el invierno y por la separación de vuestras familias o talvez sólo es que no os estáis esforzando en serio. He pensado que es horade recordaros por qué estáis aquí.

Olana retiró la tela y sostuvo en lo alto una pintura colorida conmuchos más detalles que las puertas talladas de la capilla. Ilustraba unacasa con una puerta de madera tallada, seis ventanas de cristal que daban

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a la parte delantera y un jardín de árboles altos y arbustos con flores rojasy amarillas.

—Esta casa está en Asland, la capital, no a mucha distancia encarruaje desde el palacio. —Olana se calló como si tuviera prevista unareacción dramática—. Se le dará a la familia de la muchacha que seaelegida como princesa.

Hubo varios gritos sofocados y Miri no estaba segura de si ella habíasoltado alguno. A lo mejor todo aquello era real después de todo. Habíauna prueba. Su padre y Marda podrían vivir en aquella bonita casa ynunca más volverían a llevar ropas tan raídas como para evitar que lestocara el sol, ni pasarían hambre durante el invierno. Estaba deseandodarles algo tan precioso y perfecto. ¿Qué pensaría entonces su padre deella?

Pero para conseguir esa casa para su familia, Miri tendría que ser laprincesa. Cerró los ojos. La idea de casarse con alguien de las tierrasbajas todavía la confundía y la asustaba. ¿Y qué había de Peder? No. Sedeshizo de aquel pensamiento, sin atreverse a esperar que él pudiera veralgo más en ella que la pequeña Miri, su amiga de la infancia.

Miró otra vez el cuadro. Antes de llegar a la academia, su únicodeseo había sido el de trabajar en la cantera al lado de su padre. Ahoraempezaban a aparecer nuevas posibilidades que la animaban.

¿Y los habitantes de las tierras bajas?¿Y lo de ser una princesa?Aquella noche, Miri llevaba horas despierta en la oscuridad, cuando

oyó el estrépito de un derrumbe en la lejanía. Los canteros decían que underrumbamiento era cuando la montaña se fortalecía contra los ataquesdel día anterior. Su padre decía que su madre se pensaba que era lamontaña saludando a medianoche.

Toda su vida Miri se había despertado por ruidos como aquél. Casisiempre sucedía de noche, como si la montaña supiera que la canteraestaba vacía y así las rocas no aplastarían a nadie cuando cayeran. A Mirile reconfortó oír aquel estrépito y el quejido, pues le recordaba quetodavía estaba en su montaña. No estaba preparada para abandonarla porcompleto, no estaba preparada para abandonar a su padre.

Al ver el cuadro, se había creído que podía dejar la montaña, queincluso hasta podía desearlo. La amenaza de salir de allí, le hizo sentir ungran cariño hacia su casa. Quería contestar a la montaña, enviarle un

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saludo con aquella esperanza infantil de que la oiría y la aceptaría comouna de los suyos.

Abrió la mano y empezó a llevar el ritmo golpeando el suelo depiedra con las yemas de los dedos. Deseó poder pegar un grito, deseóque la montaña de verdad pudiera entenderla.

—Es tan hermosa como una chica con flores en el pelo —cantó Mirisusurrando—. Es tan brillante como el sol que seca este velo.

Era una oda al monte Eskel que se cantaba durante la fiesta deprimavera. Al cantarla en aquel instante la envolvieron los recuerdos delos buenos momentos que había pasado en la montaña. Cantó para susadentros, se inventó su propia canción sobre la tierna calidez de la brisade primavera, las hogueras nocturnas, las cadenas de miri que lecolgaban del cuello, el rozar los dedos de Peder cuando giraba bailando yel calor de los fuegos que la hacían sentir como si estuviera acurrucadacontra el pecho de la montaña.

Las sombras grises y negras de la alcoba temblaron y tuvo lasensación de haber tarareado en lo más profundo de su garganta. Era ellenguaje de la cantera. Miri refunfuñó. «¿Por qué no funciona siempre?»,pensó. Otro derrumbamiento retumbó en la distancia y Miri se imaginóque la montaña se reía de ella. Sonrió y se acurrucó en su camastro.

—Lo descubriré —susurró—, ya lo verás.

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Capítulo ocho

Tengo los dedos más fríos que los pies,tengo los pies más fríos que las rodillas,tengo las rodillas más frías que las costillas,tengo las costillas más frías que los labios,y los labios los tengo azules y morados, azules y morados.

Miri se despertó temblando y dio unos cuantos saltos mientras hacía lastareas domésticas para calentarse los dedos de los pies. En el invierno dela montaña el frío a menudo se calma después de la nevada, pero durantela semana anterior el cielo había estado despejado y en cuanto echaronun vistazo por la ventana, las chicas pudieron ver que hoy no subirían lastemperaturas. Unas nubes densas llenas de nieve sin derramar caíansobre la montaña y lo cubrían todo con una niebla húmeda.

Todas refunfuñaban y se quejaban, y Miri sabía que debía lamentarlotambién, pero, en cambio, se sentía abrigada y oculta, como un gransecreto en el nido de una urraca. Se quedó mirando fijamente a la blancanada del exterior por la ventana del aula, se sentía a gusto al haberdescubierto el lenguaje de la cantera y estaba ansiosa por entenderlo más.Apartó sus pensamientos para oír que Olana anunciaba que sus estudiosestaban a punto de cambiar.

Durante casi tres meses se había centrado en la lectura, pero ahoraOlana les presentaba otras asignaturas: historia de Danland, comercio,geografía, y reyes y reinas, así como otros temas de formación de unaprincesa tales como diplomacia, conversación y, el que hizo poner losojos en blanco a Miri, elegancia. Bien, lo haría si con ello hacía que

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Olana parara de insultarlas y le demostraba que una montañesa teníatanto cerebro como alguien de las tierras bajas.

Parpadeó mientras miraba el cuadro y quedó sumida en sus deseos.Quería dar aquella casa a su familia, aunque no quería casarse conalguien de las tierras bajas. Tenía ganas de ver algo del mundo del queestaban aprendiendo y encontrar allí su propio sitio, aunque tenía miedode dejar su montaña. No se le ocurría ninguna solución que hiciera quetodo estuviera bien.

En las lecciones de elegancia, las muchachas se quitaron las botas ylas sostuvieron en equilibrio sobre la cabeza. Caminaron en círculos.Aprendieron a caminar rápido (de puntillas, los dedos de los pies sequedaban detrás del dobladillo de la falda, fluidos, con los brazosligeramente flexionados) y despacio (punta talón, punta talón y lasmanos descansando sobre la falda). Aprendieron a hacer una reverenciaal príncipe y mientras Miri flexionaba la pierna y agachaba la cabeza,por primera vez se creyó que de verdad iba a conocer al príncipe.También practicaron una reverencia superficial para sus iguales y sesobreentendía que no tendrían que hacer nunca reverencias a lossirvientes.

—Aunque la verdad —dijo Olana—, como no sois de ningunaprovincia del reino, se os considerará menos que un sirviente encualquier ciudad de Danland.

Para Miri estudiar conversación era tan ridículo como aprenderelegancia. Todas habían sido capaces de hablar desde que empezaron acaminar, ¿qué más había que aprender? Pero al menos cuándo estudiabanconversación se les permitía hablar entre ellas siguiendo los principioscorrectos, por supuesto.

Olana las colocó por parejas y designó su rango. Miri se alegró deque la pusieran con Britta, aunque Olana le diera menos grado.

—Debéis conocer vuestro rango y el de vuestro interlocutor —lesexplicó Olana. Miri frunció el entrecejo y miró a su alrededor. Nadie seatrevió a interrumpir y preguntar qué significaba «interlocutor»—. Lapersona de menor categoría siempre difiere de la otra. Esto es sólo parapracticar, desde luego, ya que hay pocos en el reino a los que se lesconsidere de un nivel tan bajo como el vuestro.

Los insultos de Olana eran como moscas que le picaban en la nariz yMiri se sintió preparada para matarla con un manotazo. Britta le dio un

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codazo y sonrió como si le hubiera adivinado el pensamiento.—Sin embargo, una de vosotras subirá de nivel el año que viene —

dijo Olana—, así que todas debéis practicar ya que cabe esa posibilidad.Las de menor categoría deberían estar seguras del nombre y el rango delas de un nivel superior. En las conversaciones correctas lo usaréis confrecuencia. Podéis empezar.

—Muy bien, lady Britta —comenzó Miri bajo el zumbido de lasconversaciones que llenaban la sala.

Britta frunció el entrecejo.—No tienes por qué llamarme así.—Eres de rango superior —dijo Miri—, así que convirtámoste en

una dama, mi lady Britta.—Muy bien, señorita Miri.—Ay, lady Britta —dijo Miri con el tono nasal que se imaginaba que

debía de usar la gente rica.—¿Sí, señorita Miri? —Britta imitó aquella voz.—Espero que todos sus señores y sus damas estén gordos y

contentos, lady Britta.—Están todos gordos, pero ninguno es feliz, señorita Miri.—¿De verdad, mi lady Britta? Qué estupendo debe de ser estar en un

palacio lleno de regordetes señores gritones y damas que ruedan por lospasillos.

—Es estupendo —dijo Britta y soltó una carcajada.—Se pone muy guapa cuando sonríe, lady Britta. Debería hacerlo

más.Britta esbozó una ligera sonrisa y agachó la cabeza.Olana interrumpió el ejercicio para continuar hablando sobre la

conversación, sobre la importancia de repetir el nombre y el título, dehacer preguntas y siempre centrar el diálogo en la otra persona.

—Nunca deis información sobre vosotras mismas —sugirió Olana—.No sólo por cortesía, sino también para proteger vuestros secretos, encaso de que tengáis alguno, que lo dudo mucho. Por ejemplo,supongamos que estáis en un baile y tenéis mucho calor. ¿Puede alguiendecirme cómo expresaríais esta observación al príncipe sin hablar devosotras?

Katar alzó la mano. Olana la llamó.—Parece que está muy cargado el ambiente. ¿Tiene calor, Su Alteza?

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—Muy bien hecho —dijo Olana.Miri hizo una mala cara a Katar y a su petulante sonrisita. Olana

preguntó qué se podía decir en el caso de que el príncipe te preguntaracómo estabas. Miri levantó la mano tan rápido como pudo.

—Mmm, estaba impaciente por conocerle, Su Alteza. ¿Cómo le haido el viaje?

Olana levantó una ceja.—Eso estaría bien sin el «mmm».Katar le dedicó una sonrisa de suficiencia a Miri.—Qué clase más tonta —le dijo Miri a Britta cuando volvieron a sus

conversaciones individuales—. Aprender a leer estuvo bien, pero esto esuna estupidez. Preferiría estar fregando ollas.

Britta se encogió de hombros.—Supongo que es importante, pero no me gusta hablar de todo eso

de los de mayor o menor rango. Se trata simplemente de buenosmodales. Me parece que si quieres causar buena impresión, entoncesdeberías tratar a las personas como si fueran todas de una categoríasuperior, aunque Olana crea que no lo son.

—No eres tan corta al fin y al cabo —apuntó Miri—. ¿Por qué fingesserlo?

Britta se quedó boquiabierta y parecía tanto ofendida comoavergonzada.

—No fingía nada y yo… bueno… yo sólo…—Sabías leerlo todo, ¿no? —susurró Miri.Britta pensó en negarlo y luego se encogió de hombros.—No quería ser la única que supiera leer y que Olana me pusiera

como ejemplo ante las demás. Ya lo había pasado bastante mal… con lagente de aquí arriba.

—Britta, lo siento, no lo sabía.Britta asintió.—Lo sé. He oído cómo hablan los comerciantes. He visto cómo te

trata Olana. No me extraña que pienses que todos los de las tierras bajassomos iguales. Pero Miri, yo no soy como ellos. No lo soy.

A la mañana siguiente Olana les dio una introducción a las normas denegociación diplomática; empezó con «Plantear el problema» y acabócon «Invitar a la aceptación mutua», luego repasó rápidamente la largalista de los principios generales de diplomacia.

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—Di la verdad tan clara como sea posible —leyó Olana de un libro.Su voz normalmente suelta estaba forzada, como si le diera vergüenzaenseñar unos principios que ella misma no seguía—. Escucha conatención a tus aliados y enemigos para conocer sus mentes. Las mejoressoluciones no vienen de la fuerza. Admite tus errores y manifiesta tuplan para corregirlos.

Miri hizo la mejor imitación de Olana cuando torcía los labios yBritta se rió detrás de su mano.

—Ahora echemos un breve vistazo al comercio —dijo Olana—, lojusto para que no os avergoncéis de forma horrible delante del príncipe.

Una vez empezó la lección, Miri tuvo que considerar si de verdad elpueblo montañés podía ser más lerdo que los habitantes de las tierrasbajas. Pensó que «comercio» era sólo una palabra extravagante paraexpresar lo que hacían cuando intercambiaban línder por otrasmercancías, pero Olana parloteó sobre la oferta y la demanda, losmercados, los comerciantes y los productos. Era como si hiciera que todofuera más complicado de lo que era sólo para que las muchachas sesintieran tontas. Al menos Miri pensó que ése era el caso.

En el siguiente recreo, Miri abrió el libro de comercio para ver silograba entender algo. Después de cinco minutos y de que le empezaraun dolor de cabeza debido a la frustración, cerró el libro de golpe. Talvez su mente había estado demasiado tiempo tratando de averiguar cómofuncionaba el lenguaje de la cantera o tal vez era que no era tan lista.

A través de la ventana vio a Frid tirando bolas de nieve y Esa se reíapor algo que había dicho Tonna, de dieciséis años. Hasta Katar estabahoy fuera, sentada en los escalones, mientras el sol le daba en la cara. Lanieve le llegaba a Miri por la cintura en los sitios donde estaba másamontonada. Era pleno invierno.

El pelaje de los conejos sería más grueso ahora y eso quería decir quehabía llegado la temporada de la matanza. Era una pequeña celebraciónpara tener carne fresca para el estofado y piel para un sombrero nuevo ounos mitones. Miri odiaba aquellas faenas, pero las hacía cada año paraahorrárselas a Marda, quien lloraba al ver morir a cualquier criatura. Mirise preguntó si Marda se armaría de valor aquel año para matarlos ella osi su padre se encargaría alguna tarde.

Los ojos de Miri se volvieron hacia el cuadro de la casa. El deseardejar la montaña era como si abandonara a su padre y no podía

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soportarlo. Pero con aquella casa, tendría cerca a su familia y todavíapodría viajar a sitios nuevos y ver cosas nuevas. Y si ganaba, Mardanunca más tendría que matar a un conejo, ni limpiar la sangre acumuladaen la nieve. Su padre nunca más tendría que añadir más agua a las gachaspara poder cenar a finales de invierno. Se podrían sentar a la sombra desu gran casa y beber algo dulce, aprender a tocar los instrumentos de lastierras bajas y quedarse mirando las flores.

Los árboles desperdigados y los pastos apagados de Monte Eskel nose podían comparar a los jardines de las tierras bajas. Miri se preguntabasi serían ciertos los rumores de que en las tierras bajas tenían un don parahacer crecer las cosas.

Knut entró en la clase y se detuvo cuando vio a Miri.—Creía que todas estabais fuera. Sólo venía a limpiar.—Hola, Knut —le saludó. Él no respondió, ni siquiera le hizo un

gesto con la cabeza, lo que provocó la risa de Miri—. ¿Te han prohibidohablar sin permiso como a nosotras?

Knut sonrió y resaltó más aquella barba corta.—Más o menos, pero no creo que me meta en el armario por saludar.—Prometo no decírselo. Knut, ¿has visto la casa del cuadro?—¿El qué, la casa de la princesa? No, creo que no, aunque hay

muchas parecidas en Asland y otras grandes ciudades. Ésta tiene unjardín muy bonito. Mi padre fue jardinero en un sitio parecido durantecasi toda su vida.

—¿Te refieres a que se pasaba todo el día trabajando en un jardín?—Sí. Por lo menos ésa era su profesión. También le gustaba tocar al

atardecer un instrumento aflautado que se llama yop y llevarnos a mí y ami hermana a pescar los días de descanso.

—Mmm. —Miri intentó imaginarse el tipo de vida donde pescar esun juego de vacaciones en vez de un modo de obtener comida—. Aquíno hay muchos jardines.

Knut se frotó las canas de la barba.—¿Que no hay muchos? Yo diría que no hay ni uno.Miri notó cómo se le calentó la cara y, al intentar pensar algo que

decir en defensa de su montaña, Knut sonrió mirando hacia la ventana ydijo:

—Aunque no los necesitáis en el paisaje con esas montañas quequitan la respiración.

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Enseguida Miri decidió que Knut era una persona de la mejor clase.Le preguntó sobre los jardines y las tierras bajas, ya que había oídohablar de granjas que eran tan extensas que tenías que montar un ponirápido para llegar de una punta a otra antes del mediodía, y los jardinesexuberantes de los ricos estaban llenos de plantas para contemplar en vezde para comer. Le enseñó los nombres de varias flores y algunos árbolesque aparecían en el cuadro.

—Me llamo Miri, como la flor rosa que crece alrededor del línder.¿Tenéis flores miri en las tierras bajas?

—No, creo que la miri debe de ser una flor de montaña.Se sobresaltó al oír un ruido que venía de fuera.—Debería irme. —Miró hacia la puerta y sus alrededores, como si

comprobara que Olana no estuviera cerca, después se inclinó hacia Miriy susurró—: No me gusta cómo te trata. Debería cambiar. —Hizo unaseñal hacia el libro que tenía en sus manos—. Sigue leyendo ése, Miri, yno te arrepentirás.

Así que Miri suspiró, se sentó y volvió a abrir Comercio de Danland.Incluso la confusa clase de Olana había sido más fácil de comprender.Olana había dicho que el comercio era el intercambio de una cosa devalor por otra de valor. La única cosa de valor en la montaña era ellínder, así que Miri hojeó el libro para ver si lo mencionaban. Encontróun pasaje en el capítulo titulado «Los productos de Danland».

De todas las piedras de construcción, el línder es el más selecto.Es lo bastante duro como para erigir grandes palacios y quenunca se agrieten, pero también lo suficientemente ligero paratransportarlo largas distancias. Se le da brillo sin problemas ydespués de mil años colocado sigue reluciendo como la plata.Las capillas deben hacerse de madera, pero un palacio tiene queser de línder. En Danland los únicos yacimientos de línder seencuentran en el monte Eskel.

Miri pasó las yemas de los dedos por aquel pasaje. No sabía que ellínder era tan raro.

—Eso hace que Monte Eskel sea importante, hasta para loshabitantes de las tierras bajas. —Siempre lo había deseado y ahora tenía

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una prueba.Olana había hablado de la oferta y la demanda. Si no se disponía de

mucha cantidad de un producto y la demanda era alta, entonces aquelproducto aumentaba de valor. Miri creyó que si el línder sólo seencontraba en el monte Eskel y era tan importante para construirpalacios, entonces tenía que tener un valor muy alto. Pero ¿cómo de alto?Hacia el final del libro encontró una lista.

Precios de mercado, fijados por el tesorero del rey:una fanega de trigo, una moneda de plata,un cerdo adulto, tres monedas de plata,un caballo de carruaje, cinco monedas de plata y una de oro.

La lista continuaba con el número de monedas de plata y oro quedaban a cambio de una vaca, un montón de madera, un caballo para elarado y un buen carro. El último artículo de la lista hizo que a Miri lediera un vuelco el corazón.

—Un bloque cuadriculado de línder —leyó—. Una moneda de oro.En ese momento las otras muchachas entraron en la sala.—Mirad a Miri, todavía está leyendo —dijo Katar.—¿Eh? Ah, sí —farfulló Miri.En las tierras bajas un bloque de línder valía cinco fanegas de trigo.

¡Cinco!—Aunque te leas cada libro diez veces no harás que el príncipe te

elija —dijo Katar.—Tal vez —contestó Miri y devolvió el libro a la estantería. Un

bloque de línder valía un buen caballo, mucho mejor que los que loscomerciantes enganchaban a sus carros.

—No hace falta que actúes como si ya hubieras ganado, Miri —dijoBena.

—Comportaos aquí dentro —dijo Olana al entrar—, o haréis turnosen el armario toda la noche.

Miri tomó asiento mareada por lo que había descubierto. Se quedómirando a los pies que descansaban con toda tranquilidad sobre unabaldosa de línder. Trató de calcular cuántos bloques de línder habíanutilizado para construir los cimientos de aquel edificio, cuántas fanegas

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de grano compraría, cuánta madera para levantar una capilla lo bastantegrande para que cupiera todo el pueblo, tendrían comida suficiente paraque no le doliera a nadie la barriga en una noche de invierno, unabiblioteca de libros, ropa de hilo como la que llevaban en las tierrasbajas, zapatos nuevos, instrumentos musicales, caramelos para los máspequeños, una silla cómoda para todos los abuelos y muchas más cosasnecesarias y lujosas. Si los comerciantes fueran justos, su pueblo podríabeneficiarse del montón de maravillas de las que disfrutaba el resto delreino.

No podía esperar a contárselo a su padre y a los otros aldeanos. Yafaltaba menos. La fiesta de primavera empezaría dentro de dos meses ypara entonces la nieve se desharía lo suficiente para poder llegar hasta elpueblo. Seguro que Olana les dejaba volver a casa para aquellacelebración.

—¡Miri!Miri saltó al oír su nombre y se dio cuenta demasiado tarde de que

Olana hacía rato que le estaba hablando.—¿Sí, profesora Olana? —respondió tratando de mostrarse dócil.—Por lo visto no has tenido tiempo de meditar sobre el valor de

prestar atención. Acabas de perder el privilegio de salir fuera durante elresto de la semana y como eso no parece ser castigo suficiente, tendrásprohibido tocar los libros durante ese periodo.

—Sí, profesora Olana.La verdad era que a Miri no le importaba. Entre el lenguaje de la

cantera y el comercio, tenía mucho en qué pensar.

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Capítulo nueve

Respira, zumba, insinúa, transforma,suspira, habla, di, informa.

Cada día, cada nevada, cada lección se hizo interminable hasta la fiestade primavera y Miri estaba enfadada e inquieta de tanto esperar. Por lanoche, tumbada en su camastro, se aferraba a la idea de que estaba unanoche más cerca de contarle a su padre y a los aldeanos lo del comercio.Era como si todo notara la presencia de la primavera antes de tiempo.Incluso Katar miraba por la ventana como si midiera la profundidad de lanieve con los ojos y contara los días que quedaban hasta que pudieranmarcharse a casa.

Cuando el castigo de Miri pasó, salió a pasear con Britta y seexplicaron lo que habían estado deseando.

—Comida —dijo—, de la mejor. Doter comparte sus frutos secosgarrapiñados y el padre de Frid hace un conejo salado tan fino que se tedeshace en la boca. Y el té caliente con miel, la última manzana salada yasada, pan pinchado en un palo hecho al fuego y condimentado con grasade conejo. Los juegos y los concursos, y cuando llega la noche hacemoshogueras con la madera que hemos recogido durante todo el año ycontamos historias a su alrededor a grito pelado.

—Suena estupendo. —Por aquella mirada perdida Britta se lo estabaimaginando.

—Y este año será mejor —dijo Miri—. Tengo unos secretos.Con el simple hecho de admitir que los tenía, los secretos

presionaron su interior, eran como una corriente de nieve derretida contra

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una rama, y el deseo de compartirlos con alguien se apoderó de ella.Vaciló. ¿La creería Britta? ¿O se reiría? Miri pensó en el dicho de Doter:«Nunca dudes si sabes que está bien». Después de ignorar a Brittadurante meses sólo por ser de las tierras bajas, al menos se merecía laconfianza de Miri.

Así que se la llevó a dar una vuelta alrededor de la academia y lecontó entre bocanadas de aire helado lo del comercio con las monedas deoro y lo del lenguaje de la cantera fuera de la cantera. Al contárselo aalguien se sintió mejor, como si bebiera leche caliente de cabra, y rápidole explicó cada detalle antes de que Olana las llamara para que volvieran.

—Es la historia más asombrosa que he oído jamás. —Britta sonrió ymiró donde el sol distingue estrellas sobre la capa glacial de la nieve—.Me parece muy mal lo que están haciendo los comerciantes. Tenemosque cambiarlo.

—Entonces, ¿nunca has oído a nadie usar el lenguaje de la cantera?¿Ni siquiera cuando estabas trabajando allí?

Britta negó con la cabeza.—Antes de subir a la montaña, nunca imaginé que estas cosas

pudieran existir. Para mí tiene sentido que tu pueblo tenga ese talento.Recuerdo que el sonido de la cantera era ensordecedor incluso con lostapones de arcilla en los oídos.

—Aquí arriba el lenguaje de la cantera es tan normal como laspicaduras de mosquito. Supongo que nadie piensa mucho en ello.

Britta se rascó la nariz.—Quizás es por lo que lo pasé mal al principio, porque todo el

mundo estaba cantando todo el tiempo. Nunca pude unirme a ellosporque no conocía la letra.

—No hace falta que la sepas, basta con que te inventes una.—Pero no conozco la melodía.—No hace falta que la conozcas, basta con que encuentres el ritmo y

la canción viene por sí sola.—No sé hacerlo. Nunca lo aprendí.Miri nunca se había dado cuenta de que cantar fuera algo que se tenía

que aprender.—¿Es verdad eso que dicen de los habitantes de las tierras bajas, que

tienen una forma de hacer crecer las cosas?

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—Nunca lo había oído, pero allí abajo está todo mucho más verde.—Britta miró hacia el oeste—. Hay menos nieve, más lluvia, verde portoda la costa y kilómetros de bosques y tierras de labranza. Todas lascasas tienen su propio jardín.

—Me gustaría verlo algún día. —Era incómodo para Miri admitirlo,pero tenía muchas ganas de ver las tierras bajas, los sitios que se habíaimaginado desde que era pequeña y las cosas sobre las que había leído enla academia. El océano, las ciudades, los palacios hechos de línder, losmúsicos y los artistas, la gente de los países al otro lado del océano, losbarcos de vela llenos de maravillas para vender e intercambiar, y un reyy una reina. Y un príncipe. A lo mejor no era tan horrible, a lo mejor eraalguien de las tierras bajas como Britta.

—Me gustaría verlo contigo —dijo Britta—. Algún día, cuando seasla princesa.

Miri se rió y le dio a Britta en el hombro.—Tal vez te elige a ti, lady Britta. Perdón, princesa Britta.—No, a mí no. En una sala llena de chicas como tú, Liana y todas las

demás, a mí ni siquiera me mirará.—Sí que…—Está bien, Miri —dijo Britta—, no me importa. Deberías ser tú o

cualquier otra que sea de verdad de Monte Eskel. Me alegro de habertenido que venir a la academia y haberte conocido. Eso es lo que tiene debueno. ¿A quién le importa un príncipe?

—Apostaría a que al príncipe le importa mucho —contestó Mirimientras volvía deprisa a la academia después de oír que Olana lasllamaba—. Y puede que tenga un cachorro, que también le tenga muchocariño.

—Lo único que deseo es que quienquiera que se convierta enprincesa sea feliz, que sea muy feliz de verdad. Aparte de eso, ¿quéimporta, no?

De vuelta en la clase, mientras Olana peroraba los principios deconversación que Miri ya había memorizado, dejó que su mentedivagara, se imaginó que se casaba con un príncipe que se parecía aPeder y que vivía en un palacio hecho de línder y se preguntaba si sería,como había dicho Britta, muy feliz de verdad. Miri sacudió la cabeza altener esa idea. Una cosa así era imposible, como los descabelladosdeseos que le pidió a la flor miri, como intentar visualizar el océano.

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Por otro lado, el título de princesa de la academia, con la promesacercana y el vestido de plata, eran reales, algo en lo que podía soñardespierta.

Para superar a Katar y ser la primera en la academia, Miri sabía quetendría que ser una experta en todo lo que Olana enseñara. La lección dediplomacia había sido vaga y rápida, así que al siguiente día de descanso,durante las horas de estudio, Miri leyó el capítulo sobre diplomacia enComercio de Danland para tratar de comprender las normas y ver cómoponerlas en práctica.

Esa se sentó delante de ella y se retorció un mechón de pelo delmismo tono que el de Peder. Miri se acordó del día en que Esa le hizouna seña para que saliera fuera con las demás. No le había explicado loque sucedió con Olana y el armario y por qué no había ido con ella.

—Esa, ¿qué crees que significa esto? —le susurró Miri y apuntó auna de las normas generales de diplomacia: «Crea un terreno común».

—No estoy segura. —Esa cogió el libro, lo leyó durante unosminutos y hojeó varias páginas—. Aquí hay un ejemplo. Habla decuando los habitantes de Danland comerciaron por primera vez con lastribus del este que no hablaban nuestra lengua. Antes de que pudieranempezar a comerciar, tuvieron que crear una relación de confianza, asíque buscaron cosas que los dos pueblos tuvieran en común. —Se detuvopara seguir leyendo—. Escucha esto, al parecer la amistad entre unhabitante de Danland y el jefe de una tribu empezó cuando descubrieronque a los dos les gustaba comer ojos de pez tostados. ¡Puaj! ¡Qué maneramás curiosa de empezar una amistad!

Miri sonrió.—¿No empezó la nuestra cuando teníamos dos años y nos comimos

la mitad del bote de mantequilla de tu madre debajo de la mesa?Esa se rió y Katar la chistó para que se callara. Miri la fulminó con la

mirada por haber estropeado aquel momento. Siempre había querido queEsa y ella fueran buenas amigas, pero a Peder no le gustaba que suhermana pequeña les siguiera a todas partes y después cuandocrecieron… Miri miró a las chicas de diecinueve años que había a sualrededor, concentradas en los libros y las tablillas, que movían los labiosmientras leían. Había sido difícil mantener a los amigos de la infanciacuando todos trabajaban en la cantera y ella estaba sola con las cabras.

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Pero ahora estaban todas juntas en la academia. Si quería, ésta era suoportunidad.

—Gracias, Esa —susurró Miri.«Crea un terrero común». La cuestión del lenguaje de la cantera

estaba constantemente murmurando detrás de su oreja y la verdad deaquella idea la mantenía y ahondaba en sus pensamientos. Aquellaspreguntas tenían que esperar hasta que pudiera relajarse en sus horas dereflexión, en la alcoba, después de que los murmullos y las risitas de lanoche fueran sustituidos por los ronquidos y se sintiera segura, despiertay sola.

«No hablaban la misma lengua —pensó mientras reflexionaba sobrela historia que Esa había leído—, así que encontraron otro modo decomunicarse en el que compartían lo que tenían en común».

Cuando Gerti había oído el lenguaje de la cantera de Miri, se habíaacordado de cuando a ella la había encerrado en el armario. Tenían algoen común, las dos habían estado en el armario y había oído el correteo dela rata.

Los pensamientos de Miri empezaron a moverse como una moscasobre la comida. El último día antes de irse a la academia, Miri habíaoído a Doter que le decía a otro trabajador de la cantera que golpearamás flojo. ¿Cómo había sabido lo que dijo Doter? Al recordar aquelinstante, se dio cuenta de que se había imaginado cuando Marda le habíaenseñado a machacar un queso redondo y cómo la había corregidocuando le daba demasiado fuerte. El lenguaje de la cantera habíaprovocado un recuerdo real en su mente y ella lo había convertido en loque podía significar en aquel momento «golpear más flojo».

El lenguaje de la cantera utilizaba los recuerdos para llevar mensajes.Peder y su padre hablaban del lenguaje de la cantera como si fuera

algo arraigado y Miri supuso que no se daban cuenta de cómofuncionaba, aunque tampoco les importaba. Pero a Miri sí. Lasactividades de la cantera siempre le habían parecido un secreto brillantey prohibido. Ahora era su secreto y, como lo tenía para ella sola, seconvertía en algo caliente y delicioso, como si se bebiera la última tazade té con miel. Quería mantener esa sensación.

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Capítulo diez

Ningún lobo vacila antes de mordery así ataca.Ningún halcón duda antes de descender,sólo ataca.

Hubo una nevada más y entonces las nubes se alzaron por encima decualquier montaña. El agarre del invierno se había soltado y el solparecía acercarse más al monte Eskel. Brillaba con mucha intensidad y elcielo estaba muy azul. La dura costra de nieve se ablandaba y aparecíantrozos de tierra que mostraban cosas verdes que salían del barro y seelevaban hacia las montañas. El olor del viento cambió, era más denso,más rico, como el aire de alrededor de una olla en la cocina. Laprimavera se extendía por la montaña.

Cada vez con más frecuencia, las chicas alzaban la vista de los librosy miraban el paisaje alentador de la cima del monte Eskel que cambiabade blanco a marrón y verde. Miri no podía pensar en volver a casa sinsentir una sensación vertiginosa en su barriga. Deseaba con tantasfuerzas poder compartir los secretos sobre el comercio y cambiar lasituación de su pueblo que casi estaba temblando. Pero el día antes deque planificaran la caminata para ir a la fiesta de primavera, Olanaanunció un examen.

—Sé que pensáis volver mañana —dijo Olana—. Vuestra fiesta deprimavera no es una tradición de Danland y esta academia no tieneninguna obligación de aceptarla. Dejemos que el examen determine si os

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habéis ganado el derecho de regresar a casa. Aquellas que no apruebense quedarán en la academia y se dedicarán a estudiar.

El examen empezó con una prueba de lectura en voz alta y Miri hizoun gesto de dolor cuando Frid leyó con dificultad las palabras largas yGerti no entendió el texto de la página. Olana hizo preguntas de historia,geografía y reyes y reinas, y las muchachas escribieron las respuestas ensus tablillas de arcilla. Caminaron por la sala para demostrar su eleganciay conversaron en pareja. Olana siguió la trayectoria del progreso de cadauna en un trozo de pergamino.

Con lo desagradable que fue el examen, por si fuera poco, Olana lesdijo que no tendrían los resultados hasta el día siguiente.

—Será bueno para vosotras que reflexionéis sobre el ejercicio hastamañana —dijo Olana.

En la alcoba Miri oyó un cuchicheo de miedo bien entrada la noche.—Tengo que ir a casa.—Yo también. No me importa lo que diga.—Sé que he suspendido, seguro. Todas las preguntas eran muy

difíciles.—Nos odia. Nos suspenderá a todas sólo porque es mala.—Calla o nos suspenderá por hablar.A la mañana siguiente las muchachas estaban sentadas tan rectas que

no tocaban con la espalda en las sillas. El peso del deseo de Miri devolver a casa le hacía sentirse torcida y mareada. «Si Olana no me deja ir—pensó—, puede que tenga que correr». Pero tampoco estaba preparadapara abandonar la academia, por todo lo que estaba aprendiendo, laesperanza de llegar a convertirse en la princesa de la academia y de seresa persona especial, incluso el anhelo duro y furtivo en el que no sepermitía pensar demasiado, dejar la montaña, darle a su padre la casa delcuadro y convertirse en princesa.

—Bien —dijo Olana de cara a la clase con las manos agarradasdetrás de la espalda—, ¿lo adivináis?

Nadie respondió.—No tenemos por qué alargarlo —dijo Olana y alguien resopló con

aquel comentario—. Todas habéis suspendido.Hubo un grito ahogado colectivo.—Excepto Miri y Katar.

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Miri intercambió miradas con Katar y vio que la otra chica estabacontenta.

—Ambas podéis marcharos. —Olana les dijo adiós con la mano.Katar caminó hacia la puerta y se volvió para esperarla, pero Miri no

se movió.—Profesora Olana. —Miri tragó saliva y habló un poco más alto—.

Profesora Olana, no me parece justo.—El hecho de haber aprobado el examen no te da derecho para

expresar tu opinión —dijo Olana—. Vete ahora mismo o pierde elderecho a irte. Bien, el resto estáis a miles de kilómetros de dondedeberíais estar y no me vais a avergonzar delante del delegado principaly del príncipe. Me iré a otro sitio de este edificio durante los próximosdías y preferiría no veros mucho, lo que significa que será mejor que noos oiga mucho.

Miri no había dejado su asiento. Si se marchaba con Katar, las otraschicas nunca se lo perdonarían; pero si se quedaba, no podría dar lanoticia antes de la primera actividad comercial de la temporada. Apretólas manos contra la silla, con la intención de marcharse, pero con miedo.Katar puso algunas muecas exageradas de impaciencia como abrir losojos y dar golpecitos con el pie en el suelo.

Antes de que Miri pudiera cambiar de opinión, Esa se levantó con lacara encendida y se apretó el brazo izquierdo con la mano derecha.

—No —dijo Esa.Olana dirigió su mirada glacial a Esa.—¿Qué ha sido eso?—He dicho… he dicho —tartamudeó Esa. Parpadeó muchas veces y

las lágrimas empezaron a brotar de los ojos—. He dicho que no. Me voya la fiesta de primavera y no me importa lo que pase.

Miri se quedó mirando a Esa y se quedó sin aliento como si sehubiera caído de espaldas. Esa era la única chica que nunca se habíaperdido una comida o recibido un azote en la mano, siempre se conteníay siempre era obediente.

Miri vio que en la cara de Esa no había esperanza. Parecía que seencogía esperando el castigo inevitable, pues sabía que nunca iban adejar que se fuera, pero era incapaz de detener su protesta.

«Nunca dudes si sabes que está bien». Miri iba a ir a la fiesta deprimavera y quería que todas la acompañaran. Ella creía que si corrían

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todas a la vez, Olana y los soldados no las podrían detener.—Unas cuantas horas en el armario puede que tranquilicen esa

imprudencia —dijo Olana.Miri sabía que tenía que actuar antes de que Olana llamara a los

soldados y encerrara a Esa. Después de meses de fría tensión, teníamiedo de no poder convencer a las chicas de salir corriendo hacia casa.Además, no tendría mucho tiempo para hablar antes de que Olana hicieraque lo soldados se la llevaran. No, su instinto le decía que el único modode pedirles que corrieran era utilizando el lenguaje de la cantera.

No sabía si era posible decir algo tan específico, nunca lo habíaintentado. Pero si el lenguaje de la cantera usaba los recuerdos, ¿podríaexpresar más que advertencias en el trabajo? ¿Podría decirles quecorrieran?

Miri pisó fuerte sobre las baldosas de línder y cantó en voz alta paraentretener a Olana y que no metiera a Esa en el armario. «Ningún lobovacila antes de morder. Y así ataca. Ningún halcón duda antes dedescender. Sólo ataca». Era una canción para el trabajo con la cuña,donde cada golpe es crítico. Si alguno de los canteros de la fila seretrasaba en dar el golpe, la grieta podría partirse por donde no era yestropear el bloque de línder. No podían vacilar.

Olana se quedó boquiabierta al ver a Miri pisoteando y cantando, loque provocó que Miri se riera.

—Ya basta —dijo Olana.—«Ningún sol se detiene ante la puesta. Y así se mueve» —siguió

cantando Miri, mientras sus pensamientos iban de un lado a otro tratandode encontrar un recuerdo en común que las animara a correr a la vez—.«Ninguna lluvia se retrasa ante la caída. Sólo se mueve». —Ya lo tenía,el conejo y el lobo, un juego que todos los del pueblo conocían. Losniños se sentaban en círculo y el que hacía de lobo perseguía al conejopor fuera del círculo e intentaba tocarle el pelo. Si el lobo tocaba alconejo en otro sitio, no valía y el conejo gritaba: «¡Conejos, corred!», ytodos los niños se levantaban y corrían.

Miri aprovechó aquel recuerdo y lo cantó con sus pensamientos haciael golpeteo de sus botas y hacia el línder.

La imagen de Olana temblando y el recuerdo del juego expandidopareció clara e inmediata. La mitad de las chicas se levantó y el resto se

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estremeció, se asustó o sacudió la cabeza como si intentaran sacarse aguade las orejas. Sólo Britta y Olana no reaccionaron.

—¿Qué pasa? —Olana miró a su alrededor. Estaba tan desconcertadapor aquel extraño comportamiento que no sabía qué hacer—. ¿Por qué oslevantáis?

Miri cantó otra vez aquel recuerdo con el lenguaje de la cantera y lasdemás muchachas se levantaron; hasta Bena y Katar esbozaban sonrisasde complicidad. Miri cogió a Britta por el brazo y le susurró:

—Nos vamos a casa.A pesar, de las lágrimas, Esa sonrió.—¡Conejos, corred!Algunas de las chicas chillaron de alegría y miedo mientras salían de

la clase y bajaban corriendo los escalones.Detrás de ellas Olana bramaba:—¡Si os marcháis ahora, ni se os ocurra volver! ¿Me oís?Se rieron mientras corrían. Todavía era por la mañana y el aire frío de

principios de primavera cortaba la piel de Miri al chocar contra ella.Llegaría a casa y tendría la oportunidad de contarle a su padre lo delcomercio. Quería abrazar a todo el mundo.

—¿No deberíamos darnos prisa? —preguntó Gerti y miró por encimadel hombro—. ¿Y si nos atrapan los soldados?

—Una de nosotras se convertirá en princesa algún día —afirmó Miri—. ¿Qué van a hacer, atravesarnos a todas con sus espadas?

Jetta de trece años pegó un grito y las otras se rieron por el susto quese había llevado. Los soldados no las seguían y las muchachas fueronaminorando la marcha hasta caminar, mientras hablaban de todo lo quese debían de haber perdido durante aquellos últimos meses y todo lo queharían en la fiesta de primavera. Miri cogió a Britta de la mano, y Esa yFrid caminaron junto a ellas.

—Supongo que hemos estado jugando al conejo y el lobo con Olanatodo el rato —dijo Miri—, pero cuando se metió con Esa fue unainjusticia. Me alegro de haber corrido.

—Y yo —dijo Esa—, seguro que ya estaría en el armario.—Ya es hora de que el reinado de terror de la rata termine. —Miri

miró de soslayo a Esa y luego volvió la vista hacia el camino—. Nuncallegué a disculparme por haberos metido a todas en problemas y después

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estaba demasiado avergonzada para hablar. Pensaba que no meperdonaríais, pero lo siento.

Los ojos de Frid se abrieron de par en par.—Ah, yo creía que estabas enfadadísima con nosotras.—¿De verdad?—Siempre te quedabas dentro leyendo y no nos hablabas. Supuse

que estabas enfadada porque no nos pusimos de tu lado delante de Katar.Miri se rió, contenta.—Y yo creía que vosotras no me hablabais porque estabais muy

enfadadas.—Miri, me muero por saber una cosa —dijo Esa—. Fuiste tú la que

usó el lenguaje de la cantera, ¿no? Me sentí como tú. ¿Pero cómo lohiciste? ¡Nunca había oído a nadie decir: «Conejos, corred» y menosfuera de la cantera!

Pasaron por una cantera abandonada hacía unos cien años con unostrozos de línder demasiado finos para que los pudieran haber extraído,por lo que todavía seguían brillando a través del lodo y los fragmentos deroca. Miri se puso en cuclillas al lado de un bloque, empezó a llevar unritmo mientras le daba golpecitos con el puño y eligió un recuerdo. A lostres años, Esa y ella se las habían ingeniado para que Doter no se dieracuenta y habían empezado a corretear peligrosamente cerca del borde deun acantilado.

—¡Cuidado! —había gritado Doter antes de ponerla a salvo.Cuidado, repetía ahora Miri en el lenguaje de la cantera.

Frid se quedó con la boca abierta y Esa asintió con la cabeza ysonrió.

—No creía que fuera posible fuera de nuestra cantera —dijo Frid.—¿Qué habéis visto? —preguntó Miri.—¿Visto? —preguntó Esa—. ¿A qué te refieres? He oído un aviso

sobre que tenía que tener cuidado y que debía alejarme de un borde.—Pero ¿no te ha ocurrido nada más? ¿No has recordado nada? —

Miri dio otra vez unos golpecitos, cantó en voz alta y cantó para susadentros.

—Supongo que recuerdo una vez que tú y yo casi nos caímos por unacantilado y mi madre nos llevó hacia atrás.

—¡Yo también! —exclamó Miri—. Pero ¿qué recuerdo te trae a ti,Frid?

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—Cuando Os estaba en un bloque alto de la cantera y vi que perdióel equilibrio y se cayó.

Miri aplaudió.—Tiene que ser cierto. He pensado que el lenguaje de la cantera

funciona a base de recuerdos. Si dos personas tienen el mismo recuerdo,como Esa y yo, entonces nos imaginamos la misma escena. Pero si no,entonces el lenguaje de la cantera va al recuerdo más cercano.

—Quizás ésa es la razón por la que los habitantes de las tierras bajasno pueden oírlo —sugirió Britta—. No tenemos suficientes recuerdos encomún.

—He estado tratando de comprender el lenguaje de la cantera durantemeses —declaró Miri—; sin embargo, todavía no sé por qué a vecesfunciona fuera de la cantera y otras veces no.

Esa se protegió los ojos para divisar al resto de chicas que ibancaminando más adelante.

—Ya pensaremos más tarde en eso. Me muero por unos frutos secosgarrapiñados.

Las cuatro fueron dando saltitos hasta alcanzar a las demás ycantaron a gritos canciones de primavera durante todo el camino a casa.

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Capítulo once

Alzaré hasta tus labios el cazo,me sentaré en tu regazoy me quedaré aunque mi alma tenga prisa.¿Me mirarás y dedicarás una sonrisa?

Aquella tarde el sonido de unas canciones les dio la bienvenida a lasafueras del pueblo. Un montón de voces transportaba la melodía y lostambores y las palmas llevaban el ritmo. Las muchachas reconocieron lamúsica del baile del barril vacío, el primer baile de la fiesta deprimavera.

—Rápido —dijo Esa—. Sin nosotras la mayoría de chicos estaránbailando solos.

Las chicas empezaron a correr y el sonido de sus botas sobre lacalzada sonó como un derrumbamiento nocturno.

—¡Estamos aquí, hemos vuelto! —gritaron algunas y en cuantoaparecieron en medio del pueblo, se alzó una ovación. Las palmadas quellevaban el ritmo del baile se convirtieron en aplausos cuando llegaron ylos padres y los hermanos gritaron y fueron a abrazarlas. Miri buscó aMarda y a su padre y cuando estaba al borde de la desesperación,aparecieron por detrás.

Su padre la levantó en el aire y le dio vueltas como si todavía fuerauna niña pequeña. Marda estaba también allí, la besaba en las mejillas yle calentaba las manos frías. Miri notó que tenía los ojos llorosos yhundió el rostro en el pecho de su padre.

—¿Estás bien? —preguntó Marda.

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Asintió con la cara todavía escondida.—Es sólo que os echaba de menos a todos. Supongo que os añoraba

mucho.Fue la mejor fiesta que Miri recordaba. Frid sonrió tan orgullosa

cuando obtuvo el primer premio en el concurso de lanzamiento depiedras, que pareció olvidarse de que lo ganaba cada año desde que teníadoce años. La comida era mejor de lo que Miri le podía haber descritojamás a Britta y las ovaciones nunca se acababan. Parecía que todo semerecía un aplauso.

El padre de Frid anunció el baile de cintas con un rasgueo delestridente, un instrumento de tres cuerdas, y Doter sacó las cintas rojashechas jirones que eran más viejas que cualquier abuelo. Jans, un chicopálido y serio, se arrastró hasta Britta como si fuera un cardo pegado alcordón de una bota. Le pidió que bailaran una y otra vez, así que estuvocompartiendo la cinta con Jans durante una hora, mientras daba saltos,giraba y sonreía como Miri antes nunca había visto.

La misma Miri bailó tanto que apenas podía respirar. Vio a Pederbailar con Bena y después con Liana y ya había desistido cuando empezóuna nueva canción y se lo encontró al otro lado de la cinta. Habríahablado con él, le habría tomado el pelo y se habría reído sino hubiesesido porque apareció tan de repente que la sobresaltó y ella no supo sipodría mantener aquella fachada despreocupada. Bajó la vista al suelo yel corazón le empezó a latir más rápido que los tambores.

Al cabo de un rato dejó de ver a Peder entre los que bailaban y seacurrucó al lado de su padre para ver cómo giraban y saltaban los máspequeños. Cuando cayó la noche empezaron las historias. Los abueloscontaron el lúgubre relato de cuando el dios creador habló por primeravez a las personas, después las madres recitaron aquella que empezaba:«Hace mucho tiempo los bandidos vinieron a Monte Eskel».

Después de la historia de los bandidos, Os dijo:—Oigamos una historia de las chicas que han vuelto a casa.Bena, como era la mayor, se levantó y escogió su relato: una historia

tonta y sin pretensiones que se inventó sobre la marcha.—La muchacha sin pelo dejó su casa para vagar por las montañas

donde no la conocían —gritó y luego señaló a Liana, que estaba sentadajunto a otra hoguera.

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—Un águila la confundió con un huevo que se le había caído y lallevó hasta su nido —gritó Liana y señaló a Frid.

—Un cantero la arrancó del nido del águila, pues creyó que era unabuena piedra que romper. —Frid señaló a Gerti.

La historia continuó y cada chica de la academia escogió a otra paraque siguiera el relato. Miri se levantó lentamente para sentarse sobre sustalones y esperó que la vieran. Nadie la miró. A Bena le tocó tres veces,incluso a Britta la eligieron una vez y se inventó un ingenioso fragmentosobre un oso que la había confundido con un sombrerete de unchampiñón. Y entonces Esa gritó:

—¡La última línea! —Y señaló a Miri.Miri se levantó sin poder evitar sonreír.—Con su cabeza calva que brillaba como una corona de oro, un

príncipe que por allí vagaba la confundió con una princesa de laacademia y se la llevó a su palacio.

Todos se pusieron a aplaudir y a reír.La fiesta se calmó y las familias se agruparon alrededor de las

hogueras para beber té, con miel si eran afortunados, y cantar cancionesque daban sueño. Miri se quedó observando las caras iluminadas por elfuego hasta que descubrió a Peder más allá del círculo de luz naranja.

Miri no había hablado con él desde que había vuelto y se acababa dedar cuenta de que tal vez se había mostrado antipática mientras bailaban.Debería haber corrido hasta él enseguida y haberle contando lasnovedades, pero, en cambio, se contuvo, avergonzada. Se levantó para ircon él, pero luego dudó.

«No dudes si sabes que está bien —se recordó Miri—. Sólomuévete».

Tenía las palmas de las manos calientes, apretó los puños y trató depensar en lo que le iba a decir. Angustiada, su mente se aferró a laslecciones de conversación. «Repite su nombre. Haz preguntas,observaciones, no juicios. Que la conversación se centre en él». Y algoque Britta había añadido: «Si quieres impresionar a alguien, actúa comosi fuera superior a ti».

—Hola, Peder —le saludó Miri y se acercó a donde él estaba sentadosolo—. ¿Cómo estás?

—Bien, gracias. —Tenía la voz cortante, como si no quisiera hablarcon ella y Miri estuvo a punto de salir corriendo. Cuando estaba cerca de

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él era como si tuviera enredaderas retorcidas por dentro, que crecían ychocaban a la vez, y en lo único que pensaba era que merecía la penahaber ido hasta allí sólo para ver su sonrisa.

—¿Me puedo sentar contigo?—Sí.Se sentó a su lado encima de un bloque de línder con cuidado de que

su pierna no tocara la de él.—Me gustaría que me contaras… cómo han ido las cosas…

últimamente.—Bastante bien. Un poco más tranquilas que siempre al no tener a

Esa en casa.Continuó planteando preguntas, usando su nombre, manteniendo el

contacto visual y asegurándose de que sus gestos demostraran que estabacompletamente centrada en él. Después de un rato, sus respuestas fueronmás largas y no tardó en tenerle hablando con toda libertad sobre cómoaquel invierno había sido el más crudo que había conocido.

—Nunca creí que echara de menos a mi hermana pequeña —confesóen broma—. A Esa… y a todas las chicas.

Miri se preguntó si estaría pensando en Bena y Liana.La miró y después bajó la vista a las manos.—Nunca creía que cada día de trabajo en la cantera fuera cada vez

peor.—¿A qué te refieres con peor? ¿No te gusta la montaña? ¿No

preferirás ser alguien de las tierras bajas?—No, por supuesto que no. —Cogió un trocito de línder que tenía al

lado de la bota—. La verdad es que no me importa trabajar en la cantera,pero a veces se me cansa la cabeza y quiero… Me gustaría hacer cosasaparte de cortar la piedra. Quiero trabajar en algo que realmente se me débien, algo con lo que me sienta bien.

A Miri le entusiasmó oírle hablar de una forma tan abierta y quepensara tan parecido a ella, pero en vez de gritar: «¡Yo también! ¡Mesiento igual!», recordó las normas de conversación y siguió centrándoseen él.

—Si pudieras hacer cualquier cosa en el mundo, ¿qué harías?Se lo pensó un momento, abrió la boca, se encogió de hombros y tiró

el trocito.—No importa, no es nada.

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—Peder Doterson, será mejor que me lo digas ahora mismo. Meaguantaré la respiración hasta que lo sepa.

Cogió otro trocito de línder y examinó su color. Miri esperó a quehablara.

—No es que importe mucho, pero siempre he… ¿Sabes el tallado delas puertas de la capilla? Me las he quedado mirando muchas veces comocuando tú miras el cielo. —Miró más allá de su cara como si estuvieraestudiando el tallado. Aquella mirada la tranquilizó—. Desde que tengouso de razón he querido hacer cosas como ésas, algo más que bloques depiedra. A veces… ¿Me prometes que no te reirás de mí?

Miri asintió de todo corazón.—Sabes que tallo pequeñas cosas del línder que ya no sirve, ¿no?—Sí —contestó—, una vez me hiciste una cabra. Todavía la tengo.Peder sonrió.—¿Ah, sí? Me acuerdo de aquella cabra, tenía una sonrisa torcida.—Era una sonrisa perfecta —dijo Miri. Siempre le recordaba a la de

Peder.—Seguramente es infantil, pero me gusta hacer cosas como ésa. El

línder se moldea muy bien, mejor que los restos de roca. Me gustaríaesculpir figuras en los bloques, cosas suntuosas que pudieran comprarlos habitantes de las tierras bajas para poner en la entrada o encima de lachimenea.

Aquella idea dejó a Miri sin aliento, era perfecta.—¿Y por qué no lo haces?—Si mi padre se entera de que hago dibujos en las piedras, me

pegará por malgastar el tiempo. Apenas cortamos línder suficiente al añopara intercambiarlo por comida y no parece muy probable que las cosascambien algún día.

—Puede que sí. —Pretendió que aquel comentario pasaradesapercibido, pero algo en su tono de voz intrigó a Peder.

—¿Cómo? —preguntó.Miri eludió la pregunta encogiéndose de hombros. Iba demasiado

bien como para abandonar ahora las normas de conversación. Él volvió ainsistir, pues quería saber qué habían estado haciendo en la academiatodo el invierno y de nuevo ella trató de seguir hablando de él.

Peder suspiró lleno de frustración.—¿Por qué contestas con evasivas? Dímelo, quiero saberlo.

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Miri vaciló, pero su atención era irresistible y tenía mil historiastemblándole en la lengua. Entonces Peder le dedicó una de sus sonrisas,con la parte derecha de la boca más levantada y ella le frotó aquellosrizos leonados como se lo hacía a su cabra preferida después deordeñarla.

—Puede que te arrepientas de haber preguntado —contestó, y lecontó lo que había sucedido en los últimos meses, desde los azotes querecibió en las palmas de las manos y la primera nevada hasta la huida dela escuela aquel día. Hablaba rápido y se notaba la lengua como el ala deun colibrí; tenía miedo de aburrirle si tardaba demasiado. Después ledescribió cómo había estado experimentando con el lenguaje de lacantera, cómo podía compartir un recuerdo, y no sólo cuando hacía unaadvertencia, y cómo a veces funcionaba fuera de la cantera.

—Aunque a veces no. —Levantó la mano para decir que no sabía porqué.

—Inténtalo ahora.Miri tragó saliva. Cuando había utilizado el lenguaje de la cantera

con Esa y Frid había sido como un juego, pero con Peder se convertía enalgo íntimo, como cogerle de la mano, como mirarle a los ojos inclusocuando no tenía nada que decir. Esperó no haberse ruborizado y golpeócon los nudillos el bloque de línder y cantó sobre una chica que llevabaagua para beber en la cantera. Dejó que la canción la guiara y empezó aunir sus pensamientos al ritmo, mientras buscaba un buen recuerdo,cuando Peder la detuvo con una sonrisa.

—¿Qué estás haciendo?Entonces sí que se puso colorada y se maldijo por haber elegido una

canción que hablaba de una muchacha enamorada.—Yo… Creí que habías dicho que intentara hablarte con el lenguaje

de la cantera.—Sí, pero sabes que no tienes que dar golpes y cantar, ¿no? —Peder

esperó que asintiera, pero Miri sólo se quedó mirándole—. Como yasabes, en la cantera da la casualidad que damos golpes y cantamosmientras trabajamos, pero podemos usar el lenguaje de la cantera sinhacer todo eso.

—Sí, claro —afirmó y sonrió—. Por supuesto que lo sabía. Sólo unidiota pensaría que hay que golpear la piedra para hablar con el lenguajede la cantera.

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—Sí, claro. —Se rió y ella también mientras chocaba el hombrocontra el suyo. A Peder siempre se le había dado bien quitarleimportancia a sus errores.

—Así que no tienes que dar golpes y sólo canta en tu interior.Miri apartó la mano de la piedra y sin cantar habló a Peder con el

lenguaje de la cantera. Fue como susurrarle algo directamente al corazón.Cuando dio una sacudida su visión, ella también tembló.

—Ha sido muy raro. —Peder la miró—. Cuando has dichorecuerdos, ¿te referías a eso? Se parecía al lenguaje de la cantera, pero yoestoy acostumbrado a oír las advertencias que usamos durante el trabajo.Esta vez sólo pensaba en aquella tarde cuando hice la cabra de línder. —Se le abrieron más los ojos conforme sus pensamientos avanzabandeprisa—. ¿Es porque hablas de un recuerdo? De uno que yo conozco,uno que yo he vivido y era tan claro para mí… Miri, esto es increíble.

—Me pregunto por qué habrá funcionado ahora… —Miri pasó lamano por la piedra. El línder era irregular, estaba descascarillado y teníamarcas de cincel; no era liso como las baldosas pulidas de la academia.Se llevó los dedos a la boca y los presionó contra una sonrisa que iba enaumento. Le empezó a rondar una nueva idea—. Peder, creo que loentiendo. Creo que es el línder.

—¿Qué es el línder? ¿A qué te refieres?Se levantó como si la idea fuera demasiado grande para estar

agachada dentro de ella y necesitara espacio para extenderse.—El suelo de la academia está hecho de línder, como esta piedra, y la

cantera entera… ¿te das cuenta? Las otras veces que no ha funcionadodebía de estar fuera o sobre restos de roca. A lo mejor es que el lenguajede la cantera funciona mejor si estás cerca del línder.

—Vuélvete a sentar y déjame que lo intente. —La tiró del brazo yella se sentó a su lado. Esta vez estaba un poco más cerca y con la piernarozando la suya.

Peder cerró los ojos y los músculos de la frente se tensaron. Miricontuvo la respiración. Durante un rato no sucedió nada y después suspensamientos se trasladaron rápidamente a aquella tarde en la colina depastoreo, donde Peder trabajaba con el cuchillo un fragmento de línder yella sostenía entre los dedos una cadena de miri trenzada. Era su propiorecuerdo, pero más fuerte, vivido, colocado delante de sus pensamientosy lleno de color. Entonces supo que era Peder quien le hablaba de aquel

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recuerdo del mismo modo que conocía el olor del pan recién salido delhorno, se notaba que era él.

—Al principio no podía explicármelo —dijo—. Estoy muyacostumbrado a repetir las advertencias de la cantera que siempreutilizamos.

—Una vez me dijiste que el lenguaje de la cantera era como cantarpara tus adentros y así fue cómo supe lo que hacer.

—¿Qué? —exclamó mientras sacudía la cabeza—. Han pasado unmontón de cosas mientras estabas fuera.

—Te contaría más si pudiera antes de que amaneciera.—Estoy seguro. Debe de haber sido muy difícil estar callada todas

estas semanas.Miri le dio en el hombro.—Te imagino en la ventana de la academia mirando hacia el pueblo

—dijo— y creyendo que podrías verlo si te fijabas bien. Siempre hassido un halcón que mira a las montañas como si pudiera ver un ratóncorriendo por una colina, o miras al cielo, como si pudieras contar lasplumas del ala de un gorrión.

Miri no respondió. Se sentía como si estuviera flotando debajo delagua, de lado y sumergida. ¿La miraba como lo miraba ella a él?

—No le había contado a nadie lo de tallar la piedra —confesó—. Nosé cómo me lo has sacado.

Miri se rió.—Porque soy más agresiva que un macho cabrío loco. No se lo diré a

nadie más.—Ya lo sé. Ya sabía que no lo harías. —Cogió el final de su trenza y

se lo pasó por la palma de la mano. Frunció el entrecejo como si se lehubiera ocurrido algo nuevo—. ¿Alguna vez llevas el pelo suelto?

—Sí. —Le chirriaba la voz, pero tenía la boca demasiado seca comopara tragar saliva—. Lo llevaba suelto el año pasado en la fiesta deotoño.

—Es verdad. —Tenía una expresión ausente, como si se estuvieraacordando—. Echo mucho de menos cuando éramos pequeños, ¿tú no?Estaría bien volver a explorar el pico, tal vez en los días de descanso.

—Sí. —Miri se quedó muy quieta. Tenía miedo de que si se movía,podía asustar a Peder y, como un lobo solitario, éste saldría corriendo derepente—. Cuando ya no esté en la academia.

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Peder le soltó la trenza, pero Miri seguía sin apenas poder recuperarel aliento. Giró las manos como si buscara algo perdido.

—La academia. Entonces, ¿puede que te cases con el príncipe?—No lo sé —contestó Miri y en ese momento se dio cuenta de que le

dolía todo por estar sentada durante tanto rato—. Intento dar lo mejor demí en clase y quizás se dé cuenta de que estoy allí. Bueno, tendría queelegirme de entre todas las otras chicas… y no es que no trate de ser laprincesa o algo así. Es sólo que… no me escogerá a mí.

—¿Por qué no? —dijo Peder—. Bueno, ¿por qué no iba a hacerlo?Eres la más inteligente de la clase.

—No pretendía que sonara así…—Da igual, me apuesto lo que sea a que lo eres —la interrumpió

Peder, que alzó la voz—. Y si es al menos la mitad de príncipe que diceser, se dará cuenta de ello y te querrá llevar a las tierras bajas paravestirte con trajes elegantes. Aunque no creo que te haga falta llevar esostrajes. Ya estás bien así. —Se incorporó—. No te preocupes. Deberíaregresar con mi familia.

Miri quiso decir algo de importancia antes de que se marchara.—No le diré a nadie que tallas la piedra —soltó—. Pero creo que es

algo maravilloso y creo que tú eres maravilloso.Se quedó allí de pie, dejando que el silencio se hiciera cada vez más

fino hasta que el corazón aterrado de Miri la dejó sin nada más que unasmejillas ruborizadas.

—Eres mi mejor amiga. Lo sabes, ¿verdad? —dijo.Miri asintió con la cabeza.—Ojalá tuviera algo para darte, algún regalo de bienvenida. —Se dio

unas palmaditas en el bolsillo de la camisa como si buscara algo.—Está bien, Peder, no tienes que…Rápidamente se agachó, la besó en la mejilla y desapareció.Miri no se movió durante tres versos de la siguiente canción

alrededor de la hoguera. Una sonrisa tiró de uno de los lados su bocacomo lo haría de un sedal una trucha del arroyo, pero estaba demasiadoestupefacta para que apareciera.

—Ha ido bien —se dijo para sus adentros y después sí que sonrió.—¿De qué te ríes? —Britta estaba sentada a su lado y reflejaba la

expresión de felicidad de Miri.

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—De nada —respondió Miri, pero no podía evitar mirar hacia dondese había ido Peder y Britta siguió su mirada.

—Ah. —Britta se rió—. De nada.Miri se rió también, notó cómo se ruborizaba de nuevo y pensó en

que después de que se le encendieran tanto las mejillas, ahora deberíande estar hechas cenizas. Cambió rápido de tema:

—¿Qué es lo que más te ha gustado hasta ahora? ¿La comida, lashistorias, bailar o cierto chico enamorado que se llama Jans?

Britta sacudió la cabeza y se negó a contestar la pregunta mordaz deMiri.

—Todo ha sido estupendo. Creo que ésta ha sido mejor que cualquierfiesta de las tierras bajas.

Miri le dio un codazo.—Mira cómo has dicho «tierras bajas», como si fueras una

montañesa.—Ya me gustaría serlo —dijo Britta.—Pues lo eres —afirmó Miri—. Es la única ceremonia que necesitas.Los tambores y las canciones cesaron y el padre de Gerti, Os,

congregó al consejo del pueblo. Los jóvenes se apartaron de las hogueraspara dejar aquel asunto a los mayores. Una agitación en el estómago deMiri le recordó que tenía algo decir.

—Ven, Britta, puede que necesite tu ayuda.Miri nunca había asistido a un consejo. Se sentó al lado de su padre

con la cabeza apoyada en el hombro y Britta a su lado. La conversaciónconcernía a la extracción reciente de unos bloques de línder, un daño enla piedra debido a la falta de atención, las partes más comprometedorasde la cantera que deberían trabajar a continuación y el uso de lasprovisiones durante el invierno.

—Pero no importa cuánto línder extraigamos, Os, no será suficiente—dijo el padre de Peder—. La ausencia de las muchachas conllevamenos manos para ayudar. Mi propio chico ahora tiene que encargarsemás de las cabras y de la casa y eso es una piedra menos para estatemporada. ¿No es cierto, Laren?

El padre de Miri asintió.—He pasado estrecheces este año.Miri se levantó.—Tengo algo que decir.

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Su padre alzó las cejas pero no dijo nada y Os le indicó quecontinuara. Miri se aclaró la garganta.

—En la academia encontré un libro que explica cómo venden ellínder en las tierras bajas. Al parecer, nuestra piedra es tan preciada queel mismo rey sólo utiliza el línder para sus palacios y el único lugar entodo Danland que produce línder es éste. Así que puesto que la demandade línder es alta y el suministro es limitado, tiene muchísimo valor.

Miró a su padre para ver si daba su aprobación. Estaba escuchando,pero la expresión de su cara no revelaba ninguna opinión. Miri se aclaróde nuevo la garganta.

—En el resto del reino comercian con monedas de oro o plata en vezde sólo con comida y provisiones. En la capital un bloque de línder valeuna moneda de oro y a cambio de una moneda de oro se pueden comprarcinco fanegas de trigo.

Se detuvo, esperando exclamaciones, pero nadie habló. Entonces supadre le tocó el brazo.

—Miri —dijo en voz baja.—Sé que os pido que creáis en un libro de las tierras bajas, pero yo

me lo creo, papá. ¿Por qué escribiría alguien de las tierras bajas algo deMonte Eskel si no fuera cierto?

Britta habló en voz alta:—Miri me enseñó el libro y también pienso que es verdad.Os negó con la cabeza.—Es fácil creer que los comerciantes nos estafan todo lo que pueden,

pero ¿qué podemos hacer al respecto?—Negarnos a comerciar por nada que no sea oro y plata y a precios

aceptables —sugirió Miri—. Entonces si no traen suficiente mercancíaque intercambiar por nuestro línder cortado, bajaremos por la montañacon su dinero para comprar más.

—Hay un gran mercado en una ciudad que está a tres días de aquí —dijo Britta—. Nos alojamos en un hostal durante el viaje que hice elverano pasado. El oro y la plata compran más cosas allí que todo lo quepueden subir los comerciantes.

Os se restregó la barba.—Entiendo el valor de comerciar en otro sitio, pero si los

comerciantes no nos cambian el línder por oro…

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—Si no lo hacen —dijo Doter con los ojos iluminados—, lesamenazaremos con bajar el línder de la montaña. Si comercializamos ellínder en el mercado nosotros mismos, ganaremos mucho más.

—No, no —dijo el padre de Katar—. No tenemos carros ni mulas yno tenemos ni idea de cómo funciona el mercado de la ciudad. ¿Y sillevamos hasta allí todos nuestros bloques y nadie los compra? ¿Y si enel proceso ofendemos a los comerciantes y no regresan nunca más?

El miedo que provocó aquel argumento acalló la conversación. Mirienroscó los dedos de los pies dentro de las botas y se obligó a hablar otravez en voz alta:

—No creo que los que son como Enrik vayan tan lejos. La verdad esque creo que los comerciantes se están forrando con nuestra piedra.Sabrán que podemos vender el línder por mucho más en las tierras bajasy que se quedarán sin sacar ningún beneficio. —Miri miró otra vez a supadre y trató de acabar con aquella esperanza temblorosa en su voz—.¿Qué opinas, papá?

Asintió despacio.—Creo que merece la pena arriesgarse.Un suspiro de alivio salió del pecho de Miri. Aquella idea

desencadenó una conversación que no acabó hasta que las llamas seredujeron hasta convertirse en brasas. Los adultos debatieron todos lospuntos de vista, cómo afrontarlos y a qué riesgos se enfrentarían.Consultaron a Britta para que les contara todo lo que sabía del comercio.Algunos estaban preocupados por si no podían diferenciar la plata y eloro de cualquier metal barato que los comerciantes intentaran darles.

—Mi padre era mercader. Os puedo asegurar que no os engañarán —dijo Britta—. ¿Pero qué ocurriría si el rey se impacientara porque notiene línder y enviara a sus hombres hasta aquí para extraer ellos lapiedra?

Muchos se rieron al oír aquella pregunta.—Si todos los habitantes de las tierras bajas tienen los brazos tan

flacuchos como los de los comerciantes —dijo el padre de Frid—,tendrán que descansar después de cada golpe de mazo.

Miri cruzó sus delgados brazos debajo de la capa.—Por eso no nos tenemos que preocupar, Britta —aseguró Doter—.

Que vengan, lo dejarán después de la primera grieta. Nosotros tenemoslínder en los huesos.

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La discusión continuó y Miri se apoyó contra su padre, somnolientaal mirar el fuego. Él le dio unas palmaditas en el pelo. «Nosotrostenemos línder en los huesos —había dicho Doter—. Nosotros». Miri seaferró a aquella palabra, quería ser parte de ella, pero no estaba segura desi lo era. Si su idea del comercio tenía éxito, tal vez entonces estaría mássegura.

Su mirada fue de las llamas doradas a la oscuridad que la luz delfuego no podía alcanzar. Peder quizás estaba allí, escuchando, con laesperanza de tener una oportunidad para tallar la piedra.

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Capítulo doce

Lodo en el ríoy tierra en el viento.Barro en mi oído ypiedra en mi aliento.

Todavía no había amanecido cuando Miri se despertó al oír el ronquidoreconfortante de su padre. Reconoció las formas familiares de lachimenea, la puerta y la mesa, y respiró el cálido olor de su hogar.

Cuando el alba empezó a dar color a la oscuridad de la casa, Miri seenvolvió en la manta y salió para desayunar. Muchos otros estaban en elcentro del pueblo para aprovechar los restos de las hogueras de la nocheanterior y usarlos para calentar la comida de la mañana. Miri puso agua ahervir encima del carbón y se dio cuenta de que allí había otras chicas dela academia. Tenían el semblante serio en aquella mañana gris.

—¿Vais a volver? —preguntó Miri.—Eso es lo que estaba pensando —contestó Esa.Britta estaba sentada al lado de Miri.—Aunque quisiéramos, ¿nos lo iba a permitir Olana?—Si lo hace —dijo Frid—, puede que tengamos que pasarnos el

verano haciendo turnos para entrar en el armario.—Olana dijo que podía ir a la fiesta de primavera, así que no me

castigará —afirmó Katar, que se unió a ellas—. Yo desde luego que voya volver.

Llegaron muchas otras muchachas de la academia, se sentaron sobrelas piedras formando un círculo irregular, observaron cómo las grasas

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silbaban y chisporroteaban contra el rocío, y hablaron de la vuelta.Algunas estaban impacientes por regresar y otras estaban tan contentas ala mañana siguiente de la fiesta de primavera que ni siquiera pensaban enmarcharse. Katar y Bena se mantenían inflexibles.

—No permitiré que ninguna de vosotras ponga en peligro laoportunidad de mi vida al dejar la academia —dijo Katar.

—El príncipe puede que elija a otra, Katar —dijo Bena—. No habíapensado mucho en él hasta ayer por la noche cuando me di cuenta de loaburridos que son los chicos del pueblo. Me apuesto cualquier cosa a queun príncipe es interesante.

Liana asintió, siempre repitiendo la opinión de Bena; y Miri sepreguntó qué habría hecho Peder la noche anterior para perder todo elinterés de forma tan contundente. Se imaginó un punto en su mejilla máscaliente que el resto.

—Miri se cree que será elegida —dijo Bena—. Por eso estudia tanto.Pero es demasiado orgullosa para admitirlo.

—¿Cómo puedes querer casarte con alguien que no conoces? —preguntó Miri.

—¿Y si le conoces y te gusta, Miri? —le preguntó Esa—. ¿Y si nosgusta a todas?

Frid frunció el entrecejo como si creyera que eso no era posible.Katar sonrió con satisfacción, Bena se quedó mirando a las estrellas de lamañana y tres de las más jóvenes cuchichearon entre ellas. Miri trató demantener una cara ilegible. Ya se había enamorado de la casa del cuadro,pero después de la noche anterior, la idea de Peder estaba demasiadocerca y tenía demasiada esperanza como para pensar en casarse con unpríncipe.

—Y a todo esto, ¿cómo se llama? —preguntó Gerti, que puso agua ahervir sobre las brasas.

—Steffan —contestó Britta.—¿Cómo lo sabías? —le preguntó Liana.Britta se encogió de hombros.—Todo el mundo allí abajo lo sabe.—Todo el mundo allí abajo lo sabe —repitió Katar en voz alta

burlándose.Britta se ruborizó.

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—Bien hecho —soltó Miri para salvar a su amiga—. Así que sellama Steffan. Mmm, a mí me suena flojo. Me juego lo que sea a que nopuede tirar una piedrecita a cinco pasos.

Frid dio un grito ahogado y soltó una carcajada tan fuerte que parecíaque nunca había oído nada tan gracioso como que alguien no fuera capazde tirar una piedrecita a cinco pasos. Miri por poco se ríe también, perose sintió incómoda al reírse de su propio chiste, sobre todo cuando nadiemás le encontraba la gracia.

—No importa si alguna de nosotras se enamora del príncipe —dijoKatar—. Deberíamos volver a la academia.

—No me di cuenta de la importancia que le dan los de las tierrasbajas a la academia hasta que estudiamos la estructura política deDanland —reconoció Esa—. Antes no sabía qué era un delegadoprincipal o por qué era tan significativo que él en persona viniera aMonte Eskel a dar la noticia.

—¿De qué estás hablando? —le preguntó Jetar, la amiga de Gerti.—Todas las provincias de Danland tienen un delegado —explicó

Katar y bostezó para dar a entender que la ignorancia de Jetar le parecíaaburrida—. Cada delegado les representa en la corte y el delegadoprincipal es el que manda sobre todos. El rey es el único que está porencima de él. Debió de molestarle mucho que no supiéramos loimportante que era.

Miri asintió con una seriedad fingida.—Ah, sí, recuerdo muy bien su magnífico sombrero emplumado.—No es de extrañar que los de las tierras bajas crean que no

pertenecemos a Danland —dijo Esa—, pues Monte Eskel es sólo unterritorio.

—Quizá no deberíamos habernos fugado —dijo Gerti—. Si laacademia es tan importante, si somos tan importantes…

—¿Y os acordáis de la lección de la Ley de Danland? —dijo Katar—. ¿Y de los castigos por desobedecer al rey?

Frid se cruzó de brazos.—Puede que intenten arrastrar a nuestros padres hasta Asland.—Podemos hacer que nuestros padres vayan a hablar con Olana y

que le expliquen… —sugirió Gerti.—Creo que Olana nos respetará más si hacemos las cosas por nuestra

cuenta —afirmó Esa y empezó a hablar más bajo—. Y me gustaría

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volver, aunque no me convierta en una princesa; pero quiero aprendermás.

Miri se puso de pie con una idea.—Si una de nosotras de verdad se va a convertir en princesa, ¿cómo

iba a Olana a mangonearnos? Puede que estuviera encerrando a su futurareina en el armario para que se acurrucara con una rata.

Katar arrugó los labios.—Eso es algo con lo que podemos negociar.—Volvamos y demostrémosle que somos más inteligentes de lo que

ella se piensa. —Miri se puso a caminar entusiasmada—. Olana no lededicó mucho tiempo a la diplomacia, pero aprendimos lo suficiente paraidear un buen plan.

Bena puso los ojos en blanco.—¿Es que acaso crees que con saltar en su regazo y soltar una serie

de reglas de diplomacia ya se arreglará todo?—Ojalá hubiera sabido las reglas de diplomacia el día que Olana me

azotó en las palmas de las manos —dijo Miri—. Creo que podría haberllegado a un acuerdo. Será divertido intentarlo.

—Sí y Miri será la que hable por nosotras —la animó Gerti con unaspalmaditas en el hombro.

Katar, Bena y Liana discutieron entre ellas, pues decían que una delas chicas mayores debía hacerlo, que el asunto era demasiado delicadopara dejarlo en manos de Miri.

—Ya nos ha metido antes en problemas —se quejó Bena.Esa se encogió de hombros.—Olana dijo que Miri sacó la mejor puntuación en el examen y

además lo de usar la diplomacia ha sido idea suya.Britta y otras tantas muchachas también expresaron su apoyo.—Fue idea de Miri —se limitó a decir Frid y se acabó la discusión.La familia grande y musculosa de Frid se podía comer las

provisiones de invierno de un pueblo entero y todavía tener hambre,aunque siempre donaban algún trozo de línder a las familias máspequeñas sin armar escándalo ni que les dieran las gracias. Ni siquieraBena discutiría con Frid.

Miri sólo asintió, pero tenía ganas de gritar. Confiaban en ella, lo quele dio esperanzas y pensó que en la academia, lejos de la cantera, tal veztuviera la oportunidad de ser tan útil como el resto.

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Cuando el amanecer puso una neblina anaranjada alrededor de lacima del monte Eskel, ya habían informado del plan a las otrasmuchachas de la academia y habían vuelto a casa para pasar el resto deldía con sus familias.

Después de su visita matutina a la capilla, la familia de Miri se quedóalrededor de la casa para disfrutar de unos momentos de ocio. Marda ysu padre querían saber todo lo que había aprendido y Miri no tuvo queesperar a que se lo preguntaran para contárselo.

El suelo de la casa estaba muy sucio, así que les llevó a dar un paseoal otro lado del pueblo. Se sentaron en un gran bloque de línder, queestaba estropeado por una grieta que tenía en el centro, y Miri les hablóen el lenguaje de la cantera; al principio sólo les dijo: «Cuidado», ydespués les transmitió el recuerdo de cuando los tres asaron manzanas enla chimenea mientras una tormenta de invierno tronaba en el exterior.

—El lenguaje de la cantera es sólo para la cantera —dijo su padre.—Creo que lo que hace que funcione es el línder y no la cantera —

apuntó Miri.Las mejillas de su padre se arrugaron al sonreír como si pensara que

estaba de broma.—¿Y para qué serviría en otro sitio?—Bueno, creo que puedes comunicar más cosas aparte de

advertencias en el trabajo. Supongo que puedes decir casi cualquier cosamientras que haya un recuerdo con el que se corresponda.

Su padre frunció el entrecejo sin entenderlo. A Miri se le cayó elalma a los pies. Había estado impaciente por llegar a casa y contarle a supadre lo del comercio y el lenguaje de la cantera, y ahora se preguntabaqué era lo que de verdad esperaba, ¿que la lanzara por los aires yafirmara que era más lista de lo que él pensaba y que se merecía trabajara su lado?

—Supongo que no es muy interesante para un cantero —dijo Miri—.Supongo que sólo me interesa a mí. No importa.

—¿Puede oírlo Britta? —preguntó Marda.—No —contestó Miri—, no creo que pueda oírlo nadie de las tierras

bajas.Marda se quedó con la mirada ausente hacia la cantera y empezó a

cantar una canción de trabajo con cincel: «Lodo en el río y tierra en elviento. Barro en mi oído y piedra en mi aliento. Arena en la lengua y

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polvo en la cara. Allí donde vayas, la montaña te acompaña». Papá,estaba pensando en que si los de las tierras bajas no pueden oír ellenguaje de la cantera y funciona con el línder…

Su padre asintió.—El línder es nuestra sangre y nuestros huesos.—¿Crees que sólo funciona con nosotros porque vivimos rodeados

de línder? —preguntó Miri.—Y lo bebemos y lo respiramos durante toda nuestra vida. —Marda

agachó la cabeza como si quisiera permanecer en silencio, pero estabaclaro que la idea le fascinaba y continuó—: Si funciona cuando estamoscerca del línder y los de la montaña lo tenemos dentro… tal vez el línderdé forma al lenguaje de la cantera del mismo modo que al ahuecar lasmanos alrededor de la boca hacemos que la voz suene más fuerte. O a lomejor el lenguaje de la cantera viaja a través del línder como el sonido através del aire y cuanto más línder haya, más fuerte se oirá. Nuestrosrecuerdos se mueven por el línder, ya sea en la montaña o en unapersona.

Miri se quedó mirando a Marda fijamente.—Eres lista —dijo.Marda negó con la cabeza y cerró la boca.Antes de ir a la academia, Miri nunca se había preguntado si una

persona era o no inteligente. Parecía que a todos se les daba bien algo:algunos eran los mejores en escoger la fisura adecuada para sacar unbloque de piedra y otros eran los mejores en hacer queso, curtir el cuero,tocar los tambores o lanzar piedras. Ahora, para Miri ser lista era eltalento de reflexionar sobre un problema y aprender cosas nuevas.

Y Marda era inteligente. Era una injusticia y muy mala suerte queMarda fuera tres meses demasiado mayor para asistir a la academia. Yno sólo Marda, ¿qué había de las niñas? ¿Y todos los chicos?

—Ojalá pudieras asistir a la academia —dijo Miri.Marda se encogió de hombros y la última esperanza en su expresión

insinuó que había soñado despierta sobre la academia durante muchasnoches de invierno.

Su padre notó aquella tristeza que acababa de aparecer, así que lasllevó de vuelta a casa para hacer galletas de avena con la última miel quequedaba para el invierno y dijo:

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—Un poco de miel puede sacar la melancolía de los huesos y laspiedras.

Mientras lo celebraban con galletas, Miri bromeó y se rió a pesar dela reacción decepcionante de su padre, pero volvió a pensar en Marda.Nunca se había imaginado que su hermana anhelara estar en la academia,quizá tanto como Miri deseaba ser bienvenida a la cantera. Miri le pasó aescondidas una porción extra de miel cuando volvió la espalda y deseóque se le ocurriera algo que lo arreglara todo.

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Capítulo trece

Aquí comemossobras, copos de avena y patatas fritas.Abajo tenemosrocas, fragmentos y piedrecitas.

A la mañana siguiente las muchachas regresaron a la academia. Esta vezno había soldados que les metieran prisa, pero Miri se imaginó que noera la única que estaba nerviosa. Hablaron sobre su estrategia dediplomacia y muchas aportaron ideas. Frid y otras chicas de dieciséisaños se hacían oír y daban todo su apoyo, pero Bena se negó a hablarotra vez después de declarar que Miri fracasaría, y Katar permaneció ensu sitio habitual, sola a la cabeza del grupo.

Cuando llegaron a la academia, se colocaron en una fila bien rectadelante de los escalones. Miri vio que Knut intentaba ver algo a través deuna ventana.

En el silencio de la espera, Miri se dio cuenta de las piedrasirregulares que asomaban por la suela de sus botas. Ya eran finas cuandohabían sido de Marda, pero ahora… Miri trató de pensar en una palabraque fuera más fina que «finas». Quería empezar a saltar o decir algogracioso para aliviar la tensión nerviosa, pero era la diplomática y pensóque sería mejor que pareciera respetable.

Al final Olana apareció con los brazos en jarras y los puños cerrados.Los dos soldados estaban detrás de ella.

Miri se acordó de la primera norma de las negociacionesdiplomáticas: «Plantear el problema».

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—Sabemos que no somos bienvenidas —dijo.Olana parpadeó, no era lo que esperaba oír.—Nos fuimos sin su permiso y violamos su autoridad —continuó

Miri. La segunda norma: «Admitir tu propio error»—. Eso estuvo mal.Frid arrastró los pies nerviosa. Miri sabía que las muchachas no

esperaban que reconociera su culpa, pero no estaba segura de si podríaser convincente sin la ayuda de las normas de diplomacia. Además,quería que Olana viera que habían escuchado y aprendido.

—Nos apartó de nuestras familias, nos castigó por razones injustas ynos trató como a delincuentes. Eso también estuvo mal. Ahora estamosaquí dispuestas a olvidar nuestras ofensas mutuas y empezar de nuevo.Éstas son nuestras condiciones.

Olana parpadeó con rapidez, una señal de que había perdido sucompostura. Miri se animó y repasó las otras normas: «Plantear el errorde la otra parte». Hecho. «Proponer compromisos precisos» y paraterminar «Invitar a la aprobación mutua». Esperó no olvidarse nada.

—Cada día de descanso se nos permitirá volver a casa para ver anuestras familias e ir a la capilla. Nos marcharemos a última hora de latarde y volveremos para pasar la noche aquí. Cuando vengan loscomerciantes, volveremos a casa y nos quedaremos una semana paraayudar a hacer los trueques, transportar las piedras y trabajar en nuestrascasas. Quien rompa las normas será castigada sin una comida, pero no sele pegará, ni se la encerrará en el armario, ni se le prohibirá volver acasa.

Olana chasqueó la lengua para demostrar que no estabaimpresionada.

—Es una tarea considerable convertir a veinte montañesas en damaspresentables. Estas medidas son el único modo de que os mantenga araya.

Miri asintió.—Tal vez lo fueran, pero ya no. Como parte de las nuevas

condiciones, prometeremos centrarnos en nuestros estudios, respetar suautoridad y obedecer todas las normas razonables. —Había una más:«Ilustrar las consecuencias negativas del rechazo y las positivas de laaprobación»—. Si no lo acepta, a quienquiera que elija el príncipeinformará de su mal comportamiento y le pedirá que la mande a trabajar

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para el resto de su vida a algún territorio alejado de Danland, incluso másdesagradable para usted que Monte Eskel.

—A una ciénaga —susurró Britta.Miri asintió, había leído sobre un territorio así, maloliente, lleno de

barro y más pobre que las montañas.—Algo así como a una ciénaga —dijo Miri.Olana se abochornó visiblemente.—Y si cumple estas condiciones y nos trata como trataría a las hijas

de los nobles, quienquiera que sea elegida como princesa elogiará sutrabajo como maestra y continuará enseñando cómodamente en Asland.

—También pedimos la retirada de los soldados. Al parecer su únicopropósito es intimidarnos, así que podrán marcharse a su casa en Aslandcuando vuelvan los comerciantes de aquí a pocas semanas.

Olana arqueó una ceja.—En esta misma clase hemos leído sobre bandidos que vagan por los

territorios aislados de Danland. ¿Qué haremos si deciden que les gusta elaspecto que presenta el Monte Eskel?

Frid se rió y las muchachas intercambiaron sonrisas. La historia delos bandidos derrotados fue el ingrediente básico de la fiesta deprimavera.

—Los bandidos atacaron el pueblo antes de que yo naciera —soltóKatar—. Puede que haya notado que no hay nada que robar excepto losbloques de línder que son demasiado pesados para que los bandidos lospuedan transportar con facilidad. Y en cuanto vieron que los hombres dela cantera les doblaban el tamaño y empuñaban mazos y picos, notardaron en salir corriendo y abandonaron la montaña. No volverán.

—Ya veo —dijo Olana.—Aceptamos estas condiciones y la invitamos a hacer lo mismo —

dijo Miri y esperó a que Olana respondiera. El silencio golpeó laconfianza de Miri, movió los pies en los restos de roca y trató de librarsedel peso de la duda de Olana—. Mmm, ¿y entonces?

—¿Si acepto estas condiciones? —Olana arrastró cada sonidovocálico, un efecto que siempre dejaba a Miri estupefacta sin saber quéharía después—. Lo reflexionaré y me aseguraré de hacértelo saber.

Olana se disponía a darse la vuelta cuando Katar habló:—Si nos obliga a esperar mucho, lo más probable es que volvamos al

pueblo y entonces tendrá que hacer un largo camino antes de

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comunicarnos su decisión, lo que resultará en tiempo perdido en nuestrosestudios y, si no estamos presentables cuando llegue el príncipe, sereflejará negativamente en la profesora.

Miri frunció el entrecejo. Se le había olvidado «Establecer una fechalímite para la aprobación».

Una lenta sonrisa se arrastró desde una comisura a otra de la boca deOlana. Algunas de las muchachas se miraban entre ellas, preocupadaspor lo que podría significar aquella reacción.

Entonces, de manera inesperada, Olana aplaudió.—Estoy impresionada —reconoció Olana—. No hubiera esperado

tanto de unas chicas de montaña.—Puede que seamos montañesas —dijo Britta—, pero también

somos de Danland.—Por supuesto —afirmó Olana—, ésta ha sido una buena

demostración de diplomacia. Volvamos a nuestros estudios y veamos sipodemos alcanzar el mismo nivel en las demás asignaturas. Aceptovuestras condiciones. —Entró en el edificio.

Varias muchachas exhalaron a la vez y aquel sonido las hizo reír.—Puede que Olana no sea tan mala después de todo —dijo Frid algo

sorprendida.—La hemos puesto contra las cuerdas —señaló Miri—, no le ha

quedado elección.Miri alcanzó a Katar en los escalones de la academia.—Me alegro de que hayas hablado, de lo contrario estaríamos aquí

todavía esperando.Katar la miró irritada.—Soy mejor diplomática que tú y todo el mundo lo sabe. Tendría

que haber sido yo la que hubiera hablado. Qué mala suerte para ti que laacademia de princesas no se base en quién es la preferida. —Pellizcó aMiri en el brazo y subió los peldaños pisando fuerte.

Entonces Miri se frotó el brazo y le puso los ojos en blanco a Britta.—Es una amargada —dijo Britta.Esa asintió con la cabeza.—No merece la pena. Katar es como un espino que protege una

liebre demasiado delgada para comérsela.A la mañana siguiente después de regresar a la academia, Miri se

levantó antes que las demás, se estiró y se apoyó contra la ventana para

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ver cómo salía el sol. La luz fue aumentando de forma tan gradual, queMiri se sorprendió al ver que ya podía distinguir las piedrasdesparramadas afuera en el suelo, desiguales por la escarcha matutina.Sólo después de que las otras chicas se movieran y ella estuviera a puntode seguirlas fue cuando bajó la mirada.

En la parte exterior del alféizar de la ventana había un pedazo delínder tan largo como su mano, que tenía vetas de color rosa pálido.Estaba tallado con forma de halcón, con la mirada seria, el pico curvadoy las alas extendidas. Miri advirtió unas huellas en el barro que habíaalrededor de la casa, que subían hasta la ventana y después volvían y sedirigían hacia el pueblo hasta que desaparecían en las rocas del camino.

Recordó cuando Peder la había llamado halcón, porque siempremiraba al cielo, a la vista de la montaña o por la ventana hacia el pueblo.Sonrió al darse cuenta de que él se había imaginado que estaría en laventana, de que sería la primera en verlo y sabría que era para ella.

—Soy su mejor amiga —cantó hacia la ventana, cantó hacia losdedos de sus pies y quizá para que la oyera todo el mundo. De momentono le importaba quién supiera el secreto que le apretaba el pecho y hacíaque su cabeza fuera tan ligera como las semillas en la brisa—. Soy sumejor amiga.

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Capítulo catorce

Es tan hermosa como una joven con flores en los cabellos.La montaña, mi damaes tan brillante como el sol de primavera y sus destellos.El monte Eskel, mi dama.

A la semana siguiente de la fiesta de primavera todos los resquicios delinvierno habían desaparecido de la montaña. Los últimos trozoscubiertos de nieve se derretían en el barro y luego el barro se endurecía yla hierba crecía. Las flores miri brotaban en las grietas de las rocas decara al sol y giraban en la brisa. En los recreos las muchachas les dabanvueltas a aquellas flores rosas y les pedían deseos.

Miri se encontraba de nuevo en una colina y miraba cómo se caía elúltimo pétalo de miri. Tocó el halcón de línder que llevaba escondido enel bolsillo y pensó en el deseo que iba a pedir. Luego se giró hacia eloeste, lejos del pueblo, hacia el paso y las tierras bajas, y pensó en undeseo diferente.

Dejó caer el tallo de la flor y se rió antes de que pudiera tomar formaaquella idea. Por supuesto que no quería ser la princesa. ¿Cómo iba adesear casarse con alguien que no conocía? Miri decidió que lo que habíadicho Katar de ser especial y hacer grandes cosas se le había quedadograbado en la cabeza y sólo tenía que quitarse esas tonterías de encima.

Pero volvió la vista hacia el oeste. ¿Qué maravillas le aguardaban enlas tierras bajas? Desde luego estaba aquella casa estupenda para supadre y Marda, pero cada vez que pensaba en darles aquel regalo, no se

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podía imaginar a sí misma casada con un príncipe. Por un momento sepermitió pensar en cómo la cambiaría un futuro como aquél.

—Princesa Miri —susurró y se sorprendió al sentir un escalofrío. Eltítulo le daba peso a su nombre, la hacía sentir más importante. Miri erauna chica escuálida de pueblo, sin esperanzas, ¿pero quién sería laprincesa Miri?

Otras muchachas en la colina miraban cómo el último pétalo de susflores miri se marchaba flotando. Miri se preguntó cuántas estaríandeseando llevar el vestido de plata y cuántas estarían deseando un títuloen su nombre.

—Antes pensaba que esto era todo el mundo —dijo Esa, que estabasentada al lado de Miri con Britta y Frid. Los ojos de Esa buscaron lasondulaciones y las pendientes de las montañas que iban del verde al grisen el horizonte del norte—. Ahora me siento muy pequeña aquí arriba ennuestra montaña solitaria.

Miri asintió. Aquella mañana la clase de Olana les bajó los ánimos.El línder representaba una diminuta fracción de la economía de Danland,menos que la venta de orejas de cerdo o las flores de tela para lossombreros de las damas; toda la población de Monte Eskel era máspequeña que el número de personas que trabajaban en los establos; laspuertas de madera de la capilla, tan queridas y apreciadas por losaldeanos, eran más pequeñas y menos elaboradas que las puertasprincipales de cualquier mercader de Asland.

—Las tierras bajas no son tan diferentes —dijo Britta—, sólo unpoco más grandes y…

—Mucho más grandes —opinó Frid.—Es difícil sentir que importas algo —dijo Esa.Katar pasó por su lado mientras giraba un tallo pelado de la flor miri.—Una princesa importa.Al ver que ninguna expresaba su punto de vista, Miri supo que no

había sido la única que había contemplado el horizonte del oeste cuandohabía pedido el deseo. El mundo nunca había sido tan ancho, era unaboca abierta que se las podía tragar a todas. Lo que hizo desear a Miripoder contenerse.

—No parece importar lo que pensamos —señaló Miri—. El príncipesubirá aquí y nos mirará como si fuéramos los barriles del carro de un

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comerciante; y si yo soy cerdo salado y resulta que a él no le gusta elcerdo salado, entonces no tendré nada que hacer.

Sus ojos encontraron a Katar colina abajo. «Pero puedo hacer algorespecto a la princesa de la academia», pensó.

Sería más difícil de lo que esperaba. Las mayores estaban asustadaspor el empate de Miri y Katar en el primer examen, y Bena, Katar yLiana pasaban todo el tiempo libre con los libros abiertos. Miri se quedómirando con nostalgia cómo la primavera estallaba al otro lado de laventana, pero se obligó a estudiar, al menos la mayoría del tiempo.Britta, Esa y Frid de vez en cuando la convencían para salir afuera ajugar al nostálgico lobo y conejo.

Al principio el nuevo acuerdo con Olana fue un poco mejor queantes. Estaba nerviosa y de mal genio, como si estuviera preocupada porla amenaza de enseñar a unos rufianes en una ciénaga, pero incapaz desuavizar su duro comportamiento. No obstante, Miri notó que poco apoco su temperamento se iba calmando. Las muchachas que al principiointentaron aprovecharse de esta nueva situación se dieron cuenta de quedespués de perderse una comida todavía debían oír a Olana.

Justo antes de la llegada de los comerciantes, que les concedería unasemana libre, Olana les puso otro examen y anunció las cinco mejores.Katar era la primera y Miri la segunda.

—Lo siento, Miri —dijo Katar—. De todas formas, ya sabes que eresmuy bajita para que te quede bien ese vestido.

—Tú eres demasiado alta para… —se atrancó Miri, incapaz depensar una buena respuesta. Se maldijo en silencio—. Da igual.

Esa se quedó sorprendida y se puso muy contenta al oír que era latercera, hasta que Bena y Liana la alcanzaran de camino a casa alsiguiente día de descanso.

—Creo que vosotras las de la fila de catorce años estáis haciendotrampas —dijo Bena.

—No he hecho trampas, Bena —contestó Esa—. He estadoestudiando.

—¿Ah, sí? Pues yo también y es imposible que tú y Miri podáisganarme. Os estaré observando.

—Yo también —dijo Liana.—Supongo que no les gusta nadie que represente una competencia

—comentó Miri cuando las mayores se alejaron.

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—Al menos soy una competencia —apuntó Esa con alegría.Las jóvenes estaban a pocos minutos del pueblo cuando oyeron el

grito de un burro que retumbaba en la ladera de la montaña. Unacaravana de carros de los comerciantes se acercaba por detrás con Enrika la cabeza.

—Britta, ya están aquí —susurró Miri y presionó una mano contra labarriga—. ¿Y si no funciona? ¿Y si se niegan a intercambiar por oro, sellevan las mercancías y no podemos bajar el línder al mercado y…?

—La academia os ha soltado para intercambiar, ¿no? —dijo Enrik,que miró a las chicas con los ojos entrecerrados al pasar por su lado—.Bueno, espero que vuestro pueblo haya trabajado mucho sin vosotras.Me enfadaría si resulta que he hecho todo el camino hasta aquí parallevarme sólo media carga de línder.

Miri y las chicas corrieron detrás de los carros y llegaron al pueblounos pocos minutos después que ellos. Los comerciantes se habíanparado delante de un grupo de aldeanos. Os estaba al frente.

—¡Esto es indignante! —estaba diciendo uno de los comerciantes—.No compraremos el línder a ese precio. ¿Y qué vais a hacer? Moriros dehambre, eso es lo que vais a hacer.

—Es el riesgo al que nos enfrentamos —contestó Os.Una breve mirada al padre de Miri fue la única señal de que podía no

estar seguro. Su padre cruzó los brazos, una postura que le hacía parecerel doble de ancho y tan sólido como la montaña.

—Si os negáis —continuó Os—, nos las arreglaremos para bajar ellínder de la montaña nosotros mismos, venderlo en la primera ciudad queencontremos por el triple que paguéis y hacer a los comerciantes de allíricos cuando revendan la piedra en la capital por el triple que hanpagado. Nosotros ganaremos, ellos ganarán y todos ganarán; exceptovosotros.

La pausa que hubo a continuación hizo que Miri quisiera saltar de unpie a otro. Si funcionaba, les cambiaría la vida. Si no, si la sugerencia deMiri lo arruinaba todo… Cerró los ojos por miedo a pensar en ello.

—¿Crees que accederán? —susurró Britta.—No lo sé —respondió Miri y apretó y estiró los dedos de los pies

dentro de sus botas—. Pero que se den prisa y se decidan, sea lo que sea.—Cuando regresemos a Asland y el rey se entere de esto —dijo un

comerciante con el pelo blanco y la cara tersa—, enviará a otros para que

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extraigan el línder. Me están entrando ganas de intentarlo yo mismo.—Pues adelante —le animó Os con el brazo extendido en dirección a

la cantera.El comerciante vaciló y muchos de las tierras bajas intercambiaron

miradas.—¿Tienes idea del tiempo que se tarda en encontrar una piedra

tranquila? —preguntó Doter con aquella voz fuerte y sonora—. Lapiedra tranquila es el línder que duerme, que es bueno y sólido, que tienefisuras justo en los sitios adecuados, pero no demasiadas. ¿Tienes el oídopara oír por dónde romperlo en la montaña, el ojo para saber por dóndemeter la cuña, cuántos toques darle con el mazo, no darle muchos perotampoco quedarte corto? Y después hay que cortarlo. Estáis locos, todosvosotros, si pensáis que no somos conscientes de que somos las únicaspersonas vivas que conocen esta montaña, conocen el línder y cómorecogerlo para los palacios y los reyes. Así que no tratéis deamenazarnos de nuevo.

Un chorro de calor entró en el pecho de Miri y se sintió muyorgullosa y feliz de ser parte de un pueblo que conocía un oficio quenadie más sabía. Quiso correr hacia la madre de Esa y abrazarla, y aqueldeseo abrió en su corazón la vieja heridita que le recordó que ella notenía madre. Se acercó sigilosamente a su padre.

Después de la charla de Doter, las dos partes permanecieron calladasy esperaron una decisión. Miri se preguntó si la preocupación podíamatar de verdad a una persona.

Enrik gimió y se pasó una mano por el pelo grasiento.—Os dije que sería peligroso que fueran a aprender a la academia,

pues podrían hacerse más listas y ahora hemos llegado a esto. —Sevolvió hacia Os—. Muy bien, pero el precio que pedís es demasiado altopara que cubramos nuestros gastos y saquemos algún beneficio. Os daréuna moneda de oro por cada tres bloques de línder.

Miri tuvo que sentarse, estaba muy mareada por el alivio.—¡Enrik! —gritó uno de los comerciantes.—No voy a volver con las manos vacías —dijo Enrik.No tardaron en estar de acuerdo los demás también, algunos menos

reacios que otros, y empezó el intercambio. Muchos aldeanos fueron aMiri para verificar unos precios justos. Miri les decía: «Sí, creo que sí» o

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«Le pediría un poco más». De momento, vestida de lana y con trenzas, sesentía tan importante como si llevara el vestido de plata y una corona.

Puesto que los comerciantes no habían traído suficiente mercancíapara intercambiar por el línder bajo aquel nuevo precio, compraron elexcedente con monedas de oro y plata. Os le pidió a Britta que leasegurara que eran auténticas. Britta las examinó una a una, las sopesóen la palma de su mano, las mordió y asintió con la cabeza para dar suaprobación.

La mitad del pueblo ayudó a cargar los bloques pulidos en los carros.Mientras los comerciantes y los aldeanos trabajaban juntos, Miri sesorprendió al oír que charlaban en tono agradable. Algunos inclusoaccedieron a quedarse por la tarde y comer con los del pueblo.

Miri se quedó al lado de su hermana y observó cómo un comerciantele daba unas palmaditas en la espalda a un cantero.

—Es extraño, creí que les gustaríamos mucho menos.—A lo mejor es difícil respetar a alguien a quien estás estafando —

dijo Marda.Cuando el trabajo fuera de la cantera fue disminuyendo, Miri cogió a

Britta de la mano y caminaron por el pueblo. Le contó quién se habíacasado con el hijo de quién, los últimos daños en la cantera, algunossecretos familiares y otros chismes del pueblo que se le ocurrieron paraque Britta se sintiera más en su casa.

Justo cuando Miri estaba representando con tanto entusiasmo elmomento en el que el hermano de Frid se había quedado atontadodespués de dar vueltas en el baile y cómo se cayó de bruces encima de laboñiga de una cabra, Peder pasó al lado de ellas. No se fijó demasiado enMiri, como si se tratara de una extraña, como si su conversación en lafiesta de primavera y el halcón de línder en el alféizar hubieran sidoproducto de su imaginación. Se le quedó mirando, atónita por la punzadaque sintió en el pecho. Odiaba aquella sensación y necesitaba reírse paraquitársela de encima.

—Britta, ¿te he contado alguna vez cuando Peder decidió bañarse eninvierno?

Peder se detuvo al oír su nombre y Miri continuó hablando sin miraren su dirección.

—Me había robado mi muñeca de paja y yo le perseguí hasta másallá de la capilla. El día anterior había hecho sol y la nieve derretida

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llenaba los viejos agujeros de la cantera, así que no se sabía muy biendónde estaba el suelo llano. Se dio la vuelta para burlarse de mí y, ¡zas!—Miri imitó a Peder cuando se cayó—. Desapareció completamente.Deberías de haber visto su cara de sorpresa cuando salió a flote, como sipensara que el mundo entero se hubiera desvanecido debajo de sus pies.Salió empapado, con el pelo recto pegado a la cara, y dijo con una vozentrecortada llena de indignación: «¿Qué has hecho?».

Britta se estaba riendo y ella soltó una risotada, se puso roja y riómás fuerte.

Peder sonrió.—Todavía creo que hiciste algo.—Sí, es verdad. Cavé un hoyo, lo llené con agua helada, hice que me

robaras la muñeca y te obligué a que corrieras directo hacia allí.—Ya me lo imaginaba —le dijo Peder a Britta.—La muñeca se estropeó, pero valió la pena ver aquella cara de

sorpresa congelada.—Te ríes ahora —dijo Peder—, pero será mejor que vigiles tu lengua

o puede que cuente cuando en una fiesta de primavera te quitaste toda laropa y saliste corriendo.

Miri le tapo a Peder la boca con la mano.—Tenía tres años —dijo entre risas—. Tres años, ¡tres!Peder abrió los ojos con picardía y se rió debajo de su mano. Pensó

en tirarle al suelo y luego se dio cuenta de que le estaba tocando y que élno hacía nada por quitársela de encima. Se apoderó de ella aquel antiguomiedo y le soltó.

—¡Peder! —le llamó su padre y él salió corriendo para ayudar en lacantera. Miri se metió la mano en el bolsillo y agarró el halcón de línder.

—Te gusta, ¿verdad? —le preguntó Britta cuando él ya estabademasiado lejos para oírlas.

Miri se encogió de hombros.—¿Y a ti?—No creo que ningún chico del pueblo sepa que estoy aquí.—¿Ah, sí? ¿Y qué hay de Jans?—¿Sabes que estás evitando hablar de Peder? —preguntó Britta.—O a lo mejor eres tú la que evita hablar de Jans.—Miri —dijo Britta con un toque de exasperación.Miri se dejó caer sobre un pedrusco.

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—¿Qué quieres que te diga? ¿Que me gusta tanto que me duele?—A lo mejor deberías decírselo.—¿Y si se lo digo y me mira como si fuera un pescado salado

podrido en un barril y ya nunca más puedo volver a ser su amiga?Miri esperó a que Britta le dijera algo tranquilizador, pero se limitó a

asentir con la cabeza.—Da igual, no me preocupa mucho —dijo Miri enseguida tratando

de fingir indiferencia—. Supongo que no deberías estar conmigo cuandoni siquiera has ido todavía a tu casa.

—Sinceramente —declaró Britta—, me siento más en casa en laacademia que en casa de mis primos segundos.

—¿Es que no son amables contigo?—No son desagradables —contestó Britta—. Cuando llegué, traje

comida y provisiones para no ser una carga, pero todavía me siento, nosé, como si no fuera bien recibida, como si no me quisieran.

—¿Echas de menos a tus padres?—No —respondió Britta—. ¿Me convierte eso en una mala persona?

Echo de menos a otras personas de las tierras bajas, a una mujer quesolía cuidarme y una familia que vivía al lado. Pero mi padre nuncaestaba y mi madre era… —Se encogió de hombros, incapaz de terminarla frase. Se quedó mirando al suelo con los ojos muy abiertos, como sitratara de secarlos.

Miri no quería que Britta llorara, así que cambió de tema:—¿Te gustaría pasar esta semana en nuestra casa? Podemos

compartir el camastro.Britta asintió.—Me gustaría.—Y a mí también, lady Britta.Al llegar a casa de Britta, ésta entró a saludar a sus parientes y Miri

continuó caminando hacia la cantera.Por el borde más cercano vio una corriente verde que bajaba por la

pendiente más empinada, rodeaba la cantera y se vaciaba por detrásblanca como la leche. El aire estaba lleno de polvo fino y blanco. Laslosas medio expuestas y los aldeanos que trabajaban daban energía allugar, una sensación de que aquí era donde se hacía todo el trabajo delmundo. Aquí todo era importante.

A veces sólo con mirarlo, Miri notaba su pecho hueco.

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Su padre estaba cargando un bloque en el carro de un comerciante.La vio, se limpió la mano y la rodeó con el brazo por encima delhombro. Miri pensó que aquel gesto significaba que estaba orgulloso decómo ella había ayudado en el intercambio o al menos eso esperaba. «Almenos tengo algo que ofrecer al pueblo», pensó. Se volvió hacia él ynotó el olor paternal de su camisa.

Su padre tensó el brazo y ella miró hacia donde él tenía clavada lavista.

Dos chicos estaban subiendo un bloque por la cuesta empinada de lacantera y Marda estaba detrás de ellos. Hacía de freno al insertar doscuñas de madera debajo de la piedra cada pocos pasos para impedir quecayera hacia atrás en caso de que la cuerda cediera. Miri era pequeña,pero para frenar la piedra no se requería mucha fuerza. Siempre habíapensado que podría haber sido la mejor de la cantera en frenar la piedrasi hubiera tenido la oportunidad.

Su padre no quitaba los ojos de Marda.—No me gusta —fue todo lo que dijo. Retiró el brazo del hombro de

Miri y empezó a caminar hacia la cantera.Miri oyó el estruendo silencioso de una advertencia común en el

lenguaje de la cantera. «Cuidado», dijo uno de los chicos que tiraban delbloque. El otro había dejado que la cuerda rozara la esquina de la piedra.Se estaba deshilachando.

—¡Marda! —Su padre se puso a correr. Marda no se apartó delcamino, estaba todavía tratando de colocar una cuña debajo de la piedra.Mientras los chicos se peleaban por la cuerda, se partió y Mardadesapareció de la vista.

Miri subió por el borde y el interior de la cantera por primera vez ensu vida. A mitad de camino de la pendiente, Marda estaba tirada en elsuelo de lado, con la cara pálida por el miedo y las mallas hechas jirones.Su padre le sostuvo la cabeza en el regazo.

—Marda, ¿estás bien? —Miri se arrodilló junto a ella sobre los restosde roca mientras otros trabajadores se acercaban corriendo—. ¿Quépuedo…?

—Vete —ordenó su padre.Tenía la cara roja, la ira se apoderó de su voz y le hizo subir el tono.

Nunca le había oído hablar más fuerte que un susurro.—Pero yo… yo…

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—¡Vete!Miri tropezó y empezó a correr hacia atrás antes de que ni siquiera le

diera tiempo a tragarse su impresión, darse la vuelta y huir. Se marchó dela cantera sin detenerse y pensó en seguir corriendo hasta que se cayera.Pero alguien la paró. Era Doter, la madre de Peder.

—Suéltame —dijo Miri mientras daba patadas y forcejeaba. Hastaque habló no se dio cuenta de que estaba sollozando.

—Ven aquí. Tranquila, vamos.Doter la cogió bien fuerte hasta que Miri dejó de luchar. Apoyó la

cabeza en el hombro de aquella gran mujer y empezó a llorar.—Ya está —la tranquilizó Doter—, deja que salga. La tristeza no

puede quedarse clavada en el alma de una persona cuando resbala con laslágrimas.

—Marda… ha tenido un… un accidente —dijo Miri entre sollozos.—Lo vi. Se ha hecho daño en una pierna, pero creo que se

recuperará. Tómate un tiempo y asegúrate de que tú también estás bien,florecita.

—¿Por qué me rechaza siempre? —A Miri le dolía la garganta detanto llorar. Se golpeó en la rodilla con el puño, enfadada y avergonzadapor estar llorando delante de alguien, pues odiaba sentirse como una niñaindefensa—. ¿Es que soy tan inútil, pequeña y tonta?

—¿Es que no lo sabes? —suspiró Doter y su pecho se movió debajode la cabeza de Miri—. Ay, mi flor Miri, ¿por qué crees que te mantienealejada de la cantera?

—Porque se avergüenza de mí —contestó Miri con años de amarguracorriendo por su sangre—. Porque soy demasiado canija para hacer nadabien.

—Laren, menudo tonto si no ha dicho nada —se dijo Doter para símisma—. Debería de habérmelo imaginado, debería haber sabido queera demasiado hombre para explicarlo. Todo el mundo lo sabe menos lachica, la única que debería saberlo. La culpa la tienes tú, Doter, por nohaber hablado hace años…

Las palabras de Doter tranquilizaron a Miri. Luchó contra lossollozos hasta que los contuvo y se convirtieron en sacudidas sosegadasy dolorosas en el pecho. Era inútil interrumpir a Doter cuando hablabaconsigo misma, aunque Miri estaba ansiosa por oír cualquier secreto quehubiera detrás.

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Por fin Doter suspiró.—Miri, ¿sabes cómo murió tu madre?—Se puso enferma después de tenerme.Miri notó cómo Doter asentía con la cabeza.—Eso es cierto, pero hay más. Era pleno verano y los comerciantes

subían cualquier día. Había habido un número costoso de accidentesaquel año y la cantera no tenía bastante piedra cortada para intercambiarpor provisiones para los meses siguientes. Tu madre, que era muytestaruda, a pesar de estar tan redonda como la luna llena contigo en labarriga, insistió en ayudar en la cantera. Supongo que te puedes imaginarlo que ocurrió entonces.

—Frenaba las piedras —dijo Miri en voz baja.—Uno de los chicos tropezó, la piedra resbaló y tu madre se cayó

rodando por la pendiente. Aquella noche naciste antes de tiempo.Aguantó una semana, pero había sangrado mucho y hay cosas a las queuna persona no puede sobrevivir.

—Durante esa semana no me soltó de sus brazos.—Por supuesto que no, ¿por qué iba a hacerlo? Eras diminuta,

escuálida y llena de pelusilla, y también el bebé más bonito que jamás hevisto aparte de los míos.

Miri quiso protestar, pero nunca podía discutir con Doter. Os siempredecía: «El que es sensato nunca duda de las palabras de Doter».

Doter agarró a Miri por los hombros y la sostuvo a la distancia de unbrazo. Miri dejó que el pelo le cayera hacia delante para ocultarcualquier señal de que había estado llorando, pero Doter tenía una cararedonda y contenta que con tan sólo mirarla la hacía sentirse máscalmada.

—A nadie le importa que no trabajes en la cantera —dijo Doter. Mirise atragantó al oír aquello e inmediatamente intentó soltarse, pero Doterle apretó bien fuerte los hombros para que la escuchara—. Te lo estoydiciendo, a nadie le importa. ¿Crees que alguien envidia a mi hija Esaporque se ocupa de la casa? Cuando Laren dice: «Miri no trabajará enesta cantera», todos asienten y nadie vuelve a hablar del tema. Me crees,¿no?

Miri se estremeció y dejó escapar un último sollozo.—Tu padre es una casa con las contraventanas cerradas —dijo Doter

—. Hay cosas que ocurren en su interior que nadie puede ver, pero tú

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sabes que tiene una herida que nunca se curará.Miri asintió.—Marda cuida a tu padre, pero tú, Miri, eres el vivo retrato de tu

madre. Mira esos ojos azules y ese pelo como las plumas de un halcón.No puede evitar mirarte y pensar en ella. Por poco mata a Laren queMarda fuera a trabajar a la cantera, pero no le quedaba otra opción al sersólo tres en casa. ¿Cómo iba a soportar que su niña pusiera un pie en elsitio que se llevó la vida de su madre?

Volvieron al pueblo y Miri caminó con los ojos clavados en el suelodetrás de ella. El mundo entero había cambiado y no estaba segura de sipodía mantenerse en pie.

Era el vivo retrato de su madre.Cuando Miri regresó, se encontró a Marda que iba de la cantera hacia

su casa. La madre de Frid había dicho que tenía la pierna rota, pero noera nada serio. Mientras la mujer le colocaba la pierna en su sitio, Miri lecogió a Marda la mano, la besó en la mejilla, le trenzó pelo y le dio todoel amor que sentía, tanto como imaginaba que le hubiera dado su madre.Aquella noche Miri le cedió a Britta su camastro y durmió acurrucada allado de su hermana para peinarla o acariciarle la cara cuando Marda nopudiera dormir por el dolor.

A la mañana siguiente a primera hora, Miri se despertó y vio a supadre sentado en una silla con la vista clavada en las manos. Se levantó yfue hasta él, descalza, sin hacer ruido. Extendió las manos sin alzar lamirada y la atrajo hacia su pecho.

—Lo siento, mi flor.La abrazó fuerte y cuando su respiración se convirtió en un sollozo,

Miri no necesitó oír más palabras. Él lo sentía. Ella era su flor. Todo iríabien.

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Capítulo quince

No mires más allá de tu mano.Elige y ve al grano.

En la montaña, en verano, el mundo saborea todos los días.Como amanece pronto, invita a despertarse despacio, estirarse y tener

ganas de cualquier cosa. Olana notó que la atención de la clase se alejabapor la ventana, así que cada vez daba más lecciones fuera. Lasmuchachas pasaron semanas aprendiendo los bailes para el gran día,giraban, saltaban y se deslizaban bajo el sol. El duro azul del cieloparecía arquearse sobre sus cabezas a tan sólo un brazo de distancia. Aveces Miri estiraba los brazos, saltaba y se imaginaba que casi podíarozar su armazón liso y curvo.

Miri nunca se había sentido así, tan ligera como para flotar en lasnubes. Incluso los golpes de Katar y el rechazo de Bena y Liana no ledolían tanto, porque la historia de Doter la cubría. Lo que ella habíacreído durante tanto tiempo no era verdad y ahora el mundo se abríatotalmente para que lo descubriera.

Una noche después de las tareas, Miri se sentó con Britta, Esa y Friden su camastro en el rincón de la alcoba y les confió la historia de sumadre.

—¿Y vosotras… pensáis que soy una carga para el pueblo? —dijoMiri lo bastante bajo para que no la oyera nadie más. No quería darle aKatar ninguna otra razón para que se burlara de ella—. ¿Que soydemasiado débil para trabajar en la cantera?

Frid frunció el entrecejo.

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—Nadie de Monte Eskel es demasiado débil para trabajar en lacantera. Una vez oí decir a mi madre que tu padre te hacía quedar en casapor razones personales. Supongo que nunca volví a pensar en ello.

Miri se frotó los brazos y se rió.—Es maravilloso, me cuesta tanto creerlo… Es como si toda mi vida

hubiera creído que el cielo era verde.Esa estaba tumbada sobre el estómago con un brazo apoyado contra

la barbilla.—Pues como actúas, siempre riéndote tan alto y diciendo lo que

piensas, nunca me hubiera imaginado que te importaba lo que pensaba lagente.

Britta tenía una sonrisa perspicaz.—Todavía me acuerdo de un cuento que me solía leer mi niñera

sobre un pájaro cuyas alas estaban clavadas al suelo. ¿Lo conocéis? Alfinal, cuando por fin se libera, vuela tan alto que se convierte en unaestrella. Mi niñera me dijo que la historia trata de que todos tenemos algoque nos mantiene abajo. Y yo me pregunto, si las alas de Miri se hanliberado, ¿qué hará ahora?

Esa sonrió.—¡Vuela, Miri, vuela!Miri agitó los brazos y graznó.—¿Qué estáis haciendo? —les preguntó Bena enfadada.Las chicas se rieron.«¿Adónde debería volar?», se preguntó Miri todo el verano mientras

viajaban de la academia a casa.A Olana no le gustaba, pero lo hacía por el acuerdo y les daba a las

muchachas una semana libre cada vez que los comerciantes visitabanMonte Eskel. Debió de llegar a los oídos de muchos que había un pueblocon monedas de oro para gastar, por lo que subieron a la montaña nuevoscomerciantes con artículos especializados como zapatos con buenassuelas, tela teñida, mecedoras, tazas de cerámica, cubos de metal, cintasde colores y agujas de acero. Se construyeron almacenes de comida paraque nadie tuviera que esperar con los barriles vacíos a la próxima visitade los comerciantes.

A mediados de verano, Marda y su padre le regalaron a Miri unnuevo par de botas por cumplir quince años. Se quedó maravillada al verque ya no notaba las piedras más afiladas.

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Marda estaba en reposo hasta que se le curara la pierna, así que todoslos días que estuvo allí, Miri ayudó a su hermana a ir hasta la sombra deun árbol perenne que había junto a su casa y con un trozo de rocaescribía letras en la vieja pared de la cantera. En sus últimas visitas llevóun libro que había afanado de la estantería de Olana y llegó un día en queMarda pudo leer una página ella sola. Inclinó la cabeza hacia atrás ysuspiró.

—¿Qué pasa? —preguntó Miri.—Nada. Es estupendo. —Miró hacia donde el sol rozaba las colinas

del oeste—. Sabes cómo han sido siempre los de las tierras bajas connosotros, cómo hablaban los comerciantes y todo eso. Me pregunto sitenían razón, si no somos listos, si nos pasa algo. Si me pasa algo.

—¡Marda! ¿Cómo puedes hacerles caso?—¿Y por qué no? Cuando empezaste a enseñarme estaba

aterrorizada. Lo hacías tan bien que estaba segura de que era demasiadotorpe para aprender. Todo el pueblo pensaría que Miri era la mejor de laacademia, pero que su hermana tenía los sesos de una cabra.

—Nadie podría pensar eso, sobre todo cuando eres la única fuera dela academia que sabe leer. Además, Katar es la primera de la clase.

Marda levantó las cejas.—Pero si tú lo quieres ser, no sé qué te lo impide.Miri casi le cuenta a Marda que se sentía la marginada de la cantera y

que siempre había albergado un poco de celos en su corazón duranteaños. Pero se estaba liberando de aquella sensación y ya no parecíaimportar tanto.

Antes de ir a la academia, se sentaba en la colina a vigilar las cabrasy sus ilusiones no iban más allá de poder trabajar en la cantera. Peroahora, era consciente del reino que había al otro lado de la montaña,cientos de años de historia y los miles de cosas que podría ser.

Ya no pondría a prueba el dolor de su padre ni le pediría otra veztrabajar en la cantera. Encontraría su propio lugar. Y allí sentada debajode un árbol con Marda mientras leía su primera página era el mejor sitiodel mundo. Miri se preguntó cómo podría hacer que aquella sensacióndurara.

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Capítulo dieciséis

Cuadraba por la noche y cortaba por el día.Pensaba que el poder de la montaña extraía.Luego vi mi trabajo a la luz del amanecer.La montaña en el mundo y no iba a perecer.

Un día bien temprano en la academia Miri salió afuera antes dedesayunar para estirarse y mirar las montañas. El viento del norte le pególa camisa a las caderas. Le vino un olor de muy lejos, no era familiar ycálido como el viento de verano, sino que olía a sitios vacíos, a árbolesque Miri no conocía y a nieve. Aquel aroma hizo que se le tensaran losmúsculos. Significaba que el verano había terminado, que el otoño seacercaba y que quedaban tan sólo unas semanas para el baile.

En la academia el ambiente cambió con el clima. Cada día quepasaba era un día menos que tenían para aprender cómo impresionar alpríncipe y no parecer unas completas idiotas. Practicaban los bailes conuna torpeza nerviosa y las reverencias con traspiés inquietos. Olana lesgritaba:

—¿Es que queréis parecer imbéciles? ¿De verdad queréis que losinvitados crean todas las cosas espantosas que han oído de los territoriosalejados? Poneos rectas y pronunciar las palabras. ¡Por el amor de Dios,parad de hacer como si quisierais humillarme!

Miri intentó recordar cuándo las reverencias habían empezado aconvertirse en algo más importante que el desayuno.

Durante parte del verano, Miri había pasado los recreos enseñando aBritta las canciones de la cantera y corriendo por las colinas. Ahora el

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cambio las rodeaba y se sentía obligada a hincar los codos y recitar listasde reyes y reinas. Las otras muchachas tampoco tardaron en pasar losrecreos y los días de descanso estudiando. Miri se dio cuenta de quemiraba con frecuencia a Katar y se preguntaba si aquella chica mayorhabría entendido más cosas que ella; otras veces se quedaba mirando alcuadro de la casa con una esperanza tan fuerte que parecía que fuera algoque pudiera alcanzar y agarrar. Cuando se encontraba así, trataba de nopensar en Peder. Tenía la mente y el corazón hechos un lío.

Entonces Olana anunció el examen final. Cada alumna leyó en vozalta el fragmento de un libro y se le evaluó la pronunciación y laclaridad. Knut se hizo pasar por el príncipe y las muchachas cruzaron lasala con tacones y le hicieron una reverencia. No soltó el cucharón enningún momento y las miró a los ojos como si le doliera muchísimo,pero se las arregló para medio sonreír a Miri.

Cuando le tocó a Miri bailar, Katar se fijó en ella y le guiñó un ojo.Miri se tambaleó en medio de un paso, apartó la mirada y trató deconcentrarse.

—No pasa nada, Miri —dijo Britta, que hacía de su pareja de baile—. Lo estás haciendo muy bien.

Miri oyó que Bena susurraba su nombre.Después de las pruebas individuales, las chicas siguieron a Olana

hasta el final de una pendiente donde el suelo estaba suavizado concésped. El viento del valle olía tan fresco como la ropa secada al viento yel sol calentaba la parte superior de la cabeza de Miri como si leestuviera dando una palmadita. Se echó hacia atrás sobre sus manos ysintió cómo se le relajaron los hombros por primera vez en una semana.Estaba segura de que aprobaría.

—Miradlo bien —dijo Olana, mientras señalaba el horizonte delnorte—. Es lo único que algunas veréis. Hasta ahora, varias no lo hanhecho suficiente bien para aprobar el examen y asistir al baile. Ahora esvuestra última oportunidad de reparar vuestros errores. Aquellas queestán cerca de un suspenso, deben responder correctamente a todas laspreguntas o de lo contrario permanecerán escondidas en la alcobamientras el resto baila y le hace ojitos al príncipe.

Olana sentó a las muchachas en círculo y empezó la prueba decisiva.Miri contó los primeros cinco reyes de Danland empezando por el rey

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Dan y Katar dijo los otros cinco. Frid se atrancó con su pregunta pero diouna respuesta correcta. Después Olana se volvió hacia Gerti:

—Menciona los años de la Guerra de Derechos.Gerti se quedó pálida. Miró al cielo con los ojos entrecerrados, como

si estuviera buscando, pero la desesperación le dibujó unas arrugas en lafrente. Miri vio cómo Gerti luchaba y se sorprendió a sí misma alsentirse aliviada. En una competición para llegar a ser la princesa de laacademia, todas eran rivales.

—Gerti, la respuesta —dijo Olana.—Yo…Miri pensó en el cuadro de la casa, en Marda diciendo que nada se

podía interponer en su camino, en el vestido de plata con diminutoscapullos de rosa y en la sensación que zumbaba en sus huesos cuandopensaba en la importancia que el título de princesa otorgaría a sunombre. En aquel momento, todo era menudo y debilucho encomparación con la necesidad urgente de Gerti.

«No es justo —pensó Miri—. Todas hemos estudiado mucho todo elaño. Al menos deberíamos tener la oportunidad de ir al baile».

Su decisión parecía obvia. Intentaría ayudarla.Su instinto la llevaba a utilizar el lenguaje de la cantera. «Pero ¿cómo

le voy a decir a Gerti el número de un año?». Había encontrado un modode decirles a las chicas que corrieran. Si encontraba el pensamientoapropiado, sería capaz de comunicar cualquier cosa, en especial cuandolas muchachas de la academia compartían tantos recuerdos. Podíafuncionar. Quizá funcionaba.

A sus pies, una flor miri se contoneaba en la brisa, lo que le dioesperanza. Aquellas flores rosas al parecer crecían con fuerza alrededordel línder. Toda aquella zona una vez había sido una cantera y sin dudaaún quedaban restos. No obstante, Miri había oído que sólo funcionabacon la piedra sólida como la de una cantera activa y el suelo de laacademia.

Olana suspiró.—Di que no lo sabes, Gerti, y así seguiremos adelante.A Gerti le tembló el labio. Miri hundió la mano en la hierba de otoño,

tenía que haber línder por allí. Apretó fuerte con la esperanza deencontrar algo.

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A pesar de lo que Peder había dicho, todavía le gustaba cantar en vozalta cuando usaba el lenguaje de la cantera; le ayudaba a centrarse en elcanto interior que llevaba el recuerdo hacia la piedra. Pero aquí no sepodía arriesgar. Presionó el suelo y pensó en su canción preferida paracuadrar los bloques: «La montaña era el mundo y no iba a perecer».Ordenó los pensamientos y los cantó en silencio siguiendo el ritmo deese cántico.

Miri recordó la lección de historia cuando Olana les habló porprimera vez de la Guerra de los Derechos. Había entrado una mosca en lahabitación y zumbaba como una loca mientras golpeaba la ventana. Mirise acordó de aquello porque se había preguntado cuántas veces aquellamosca loca podría rebotar contra el cristal antes de quedarse inconscientepor el golpe y había decidido que 212, el primer año de la guerra.

—De doscientos doce a doscientos setenta y seis —había dichoOlana—. Repetidlo, clase.

Golpazo, golpazo, seguía la mosca.—De doscientos doce a doscientos setenta y seis —habían repetido

todas.Golpazo, golpazo, golpazo, golpazo.Miri cantó aquel recuerdo hacia la tierra: la mosca golpeando en la

ventana, Olana diciendo los años y la clase repitiéndolos. A lo mejorGerti había advertido la mosca también. A lo mejor con un golpe suaveen el codo le vendría a la memoria y el sonido de aquellos años iríadirecto de la mente a su boca. La visión de Miri tembló, suspensamientos se aclararon y aquel momento se pintó en su cabeza a todocolor, pero la cara de Gerti no cambió. Miri lo intentó otra vez y ellenguaje de la cantera retumbó dentro de ella.

—Si todavía no lo has recordado, Gerti, no lo harás más tarde —dijoOlana—. Así que, Liana, por favor, nombra…

—De doscientos… —Gerti miró hacia arriba. Parecía estar probandoalgo extraño o identificando un olor lejano—. De doscientos doce adoscientos, mmm, setenta. Setenta y seis, quería decir, setenta y seis.

Katar le dio un codazo a Miri en las costillas, pues sin duda habíapercibido también que había usado el lenguaje de la cantera. Miri lecontestó con una sonrisa agradable.

—Um. Es correcto —dijo Olana.

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Gerti miró a Miri y le dedicó una sonrisa tan amplia como el cielo.Olana se volvió hacia Liana, que contestó correctamente, como tambiénlo hizo la siguiente. Entonces Tonna se equivocó con la primera normade conversación.

Miri no había pensado en continuar con sus pistas silenciosas, perocreía que Tonna tenía el mismo derecho a ir al baile que Gerti. El golpeque le dio Katar y la mirada de advertencia hicieron que se decidiera.Miri buscó el recuerdo perfecto y cantó hacia el línder oculto de lamontaña y a las mentes de cualquiera que la estuviera escuchando. Tonnasuspiró aliviada y respondió a la pregunta.

Miri sonrió. Estaba empezando a ser divertido.El examen continuó mientras el sol formaba un arco en el oeste y

arrastraba sus sombras más lejos. Cuando una chica titubeaba o mirabaen dirección a Miri, hacía todo lo que podía para transmitir un recuerdoútil. Le tranquilizó que Britta siempre supiera las respuestas.

Entonces Frid no pudo recordar la última norma de las negociacionesdiplomáticas. Miri le habló con el lenguaje de la cantera del día en queOlana les enseñó las normas de diplomacia, pero Frid se quedó mirandoal suelo con aquella expresión habitual con los ojos muy abiertos yparecía estar dispuesta a fracasar. Miri hundió los dedos en la tierra y sihubiera cantado en voz alta, el lenguaje de cantera habría sonado comoun grito; pero no se apreció nada en la cara de Frid, porque el recuerdono era claro o porque el lenguaje de la cantera era demasiado débil enaquella colina; la cuestión era que no funcionaba.

—Lo siento —susurró Miri.—Silencio —le advirtió Olana.Entonces escuchó otra voz débil y delicada que hablaba con el

lenguaje de la cantera. La sensación de que aquella voz era de Gerti nopodía ser más clara aunque hubiera hablado en voz alta. Miri cerró losojos para concentrarse y en su mente vio las negociaciones que hizo conOlana cuando se había olvidado de la última norma y Katar intervino.

Los ojos apagados de Frid brillaron.—Dar un plazo para que acepten las condiciones.—«Establecer una fecha límite para la aprobación» es la respuesta

correcta —dijo Olana—, pero eso servirá.Gerti sonrió abiertamente.

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Y de ahí en adelante, nadie dudó al responder sin recibir unaavalancha de pistas de un montón de chicas diferentes, algunas no tanútiles, otras exactas, pero la muchacha a la que le tocaba siempre se lasarreglaba para revisarlas y llegar a la respuesta correcta. Por fuera laschicas estaban tranquilas salvo por un par de sonrisas picaras, con lasmanos relajadas sobre el suelo como si estuvieran interesadas en lahierba. Pero por dentro, la sensación del lenguaje de la cantera era comosi cantaran diez canciones a la vez, todas con voces diferentes, llenas dejúbilo.

Las muchachas estaban tan ansiosas por ayudar que Miri no tuvo otraoportunidad para intervenir, excepto una vez.

—¿Me has oído, Katar? —preguntó Olana—. ¿Cuál es el nombreformal de la reverencia que se utiliza sólo delante del rey cuando estásentado en el trono?

—Yo, eh…Katar miró al cielo, al suelo, a sus uñas, a cualquier sitio menos a las

chicas, como si se negara a pedirles ayuda. Y nadie se la ofreció. Miripensó que cabía la posibilidad de que ninguna se acordara de larespuesta, pero muchas de ellas colocaron las manos en el regazo,dejando claro que se negaban a ayudarla. Incluso Bena y Liana mirabanpor encima del hombro y examinaban la vista de la lejana colina. Losojos de Katar se dirigieron por una fracción de segundo hacia Miri ydespués los apartó.

Según recordaba Miri, Olana había dicho el nombre de aquellareverencia sólo una vez, pero ella lo había leído hacía poco durante sushoras de estudio. Katar aprobaría el examen sin su ayuda, pero noobtendría tan buenos resultados como para convertirse en la princesa dela academia. Miri luchó contra sí misma. No quería regalarle nada aKatar, pero su sentido de la justicia no le permitiría ayudar a todas menosa una. Miri fulminó con la mirada a Katar, dio unos golpes sobre lahierba y cantó en silencio la lección introductoria de Olana sobreelegancia. Después de unos instantes, Katar asintió. Tenía la voz muytranquila.

—Ahora me acuerdo. —Se aclaró la garganta—. Se llama la ofrendade corazón.

Después de la última pregunta, Olana silbó una larga nota deaprobación.

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—Todas habéis conseguido el cien por cien en esta parte del examen.No me lo esperaba. Bien, vayamos a comer y calcularé el resultado final.Después de cenar, anunciaré quién ha aprobado y quién será la princesade la academia.

Se comió muy poco aquella noche. Miri observó cómo la grasa secuajaba en su plato de sopa de huevo y pan de trigo, y escuchó lasconversaciones en voz baja de sus compañeras. Knut pasó por detrás deella y le dijo entre dientes:

—Ésta es la última vez que me molesto en cocinar algo bueno paraun día de examen.

—¿Has cocinado algo bueno? —preguntó Miri—. ¿Dónde está?Knut le alborotó el pelo.Katar retiró su cuenco lleno hasta arriba y se quedó mirando por la

ventana. Miri se dio cuenta de que a las dos les temblaban las piernas ycon las rodillas golpeaban la mesa por debajo.

—Parece que Katar y yo estamos haciendo todo lo posible porrecoger y cuadrar esta mesa antes de que lleguen los comerciantes —dijoMiri y varias muchachas se rieron.

Miri había hecho un chiste para romper la tensión y ahora sepreparaba para la inevitable réplica, pero Katar sólo se levantó y semarchó. Miri apoyó la barbilla sobre las manos, contenta por habersacado al menos por una vez lo mejor de Katar.

—Es la hora —anunció Olana.Las sillas de la clase crujieron mientras las jóvenes se sentaban y se

acomodaban. Miri pensó en que no debía de ser la única que seaguantaba la respiración. Olana tenía un pergamino en la mano. Sus ojosdenotaban que estaba contenta, pero no había ni rastro de una sonrisa ensu boca.

—Debido a la actuación inesperada de la última prueba, todas estáisaprobadas —dijo.

Se alzó un grito de alegría. Olana leyó el pergamino con losresultados ordenados de menor a mayor. La mayoría de las muchachas alfinal de la lista no parecía importarles el lugar que ocupaban y estabancontentas de oír que irían al baile. Olana paró de leer antes de que Mirioyera su nombre.

—Las últimas cinco (Katar, Esa, Liana, Bena y Miri) están tan cercaunas de otras que no he podido determinar la vencedora. Así que os dejo

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que lo decidáis vosotras.Katar dejó caer los hombros. Miri notó que le temblaba otra vez la

pierna mientras sus compañeras le susurraban a Olana sus votos una auna. Cuando se sentó la última joven, Olana sonrió.

—Más de la mitad habéis votado a la misma chica, por lo que hayuna clara mayoría. Miri, ven aquí.

La cabeza de Miri estaba ligera y caminó hacia delante como siflotara, como si fuera una ráfaga del polen de los árboles que se hubieralevantado justo por encima del suelo. Clavó la vista en Britta, quesonreía llena de alegría.

Olana colocó la mano en el hombro de Miri.—La princesa de la academia.Y las muchachas la aclamaron llenas de entusiasmo.Después de que se retiraran a dormir, Miri salió un momento para ver

la puesta de sol, dorada y naranja, que acercaba el cielo a la tierra.Necesitaba descansar de la lagrimosa Liana que consolaba a una Benacon la cara colorada, y de las miradas al rojo vivo de algunas chicas dediecisiete y dieciocho años que estaban muy celosas. Estaba muy claroquién no había votado a Miri.

Desde un lugar al borde del acantilado, Miri podía ver las montañas ylas colinas que derivaban del monte Eskel como las ondas que provoca ellanzamiento de una piedra sobre el agua. Justo debajo de ella, en vez deun acantilado escarpado, había un saliente, así que si por casualidadresbalaba sobre los restos de roca, se quedaría allí en vez de caerprecipicio abajo. Se dio cuenta de que aquel sitio no era sólo su favorito;Katar estaba sentada en un afloramiento rocoso con las rodillas contra elpecho.

Miri bajó y trató de pensar en algo que decir que fuera muy bueno.Estaba a punto de abrir la boca cuando Katar hizo un sonido como unhipo forzado.

«No puede ser que esté llorando», pensó Miri. Nunca la había vistoasí. Pero cuando Katar se volvió hacia la luz, vio el brillo inconfundiblede las lágrimas.

—Adelante, regodéate —dijo Katar.Miri frunció el entrecejo. Pensó que Katar estaba actuando como un

bebé al llorar sólo porque no había ganado.

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—Venga —dijo Katar—, di que vas a llevar el vestido y a bailar laprimera, que serás la más bonita y que irás a Asland para ser la futurareina.

—Eso no es verdad, Katar. Sólo porque sea la princesa de laacademia no significa que me vaya a elegir a mí.

—Sí que lo hará.«¿Lo haría de verdad?».—Cabe la posibilidad, pero…—Era mi única oportunidad. A nadie le gusto de verdad, ¿así que por

qué tendría que gustarle a él?—¿Tanto deseas casarte con él? —le preguntó Miri.—No me importa el príncipe —contestó Katar con brusquedad—,

sólo buscaba un modo de dejar esto. Odio estar aquí. —Bajó la voz comosi las palabras casi fueran demasiado fuertes para pronunciarlas en vozalta.

Katar tiró una piedrecita y Miri oyó cómo le daba a la pendiente quehabía debajo y a otras piedras mientras rodaba. Esperó que Katarrectificara, pero no lo hizo.

Después de unos instantes, Miri dijo:—No odias esto de verdad.—Sí que lo odio. ¿Por qué no iba a hacerlo? —Katar arrojó otra

piedra por el precipicio. Cuando volvió a hablar, la voz le temblaba—.Sé que no gusto. No puedo evitar ser como soy, pero estoy harta de notener un sitio donde me sienta bien. Desde luego, no me siento en casa,no con mi madre muerta.

—Mi madre también murió —dijo Miri.—Pero tu padre te adora. He visto cómo os mira a ti y a Marda como

si fuerais la misma montaña, como si fuerais el mundo.«¿De verdad?», pensó Miri. Su corazón latió una vez mientras

pensaba, «de verdad».—Mi padre ni siquiera me mira —dijo Katar—. Tal vez me echa la

culpa porque mi madre murió cuando yo nací, o a lo mejor es quedeseaba que fuera un niño o una chica muy diferente. Todo aquí es frío,duro, malo y difícil y… y yo me quiero ir. Quiero ser otra persona y verotras cosas. Y ahora nunca lo podré hacer.

Miri sintió un escalofrío por una brisa que subía por el valle. Toda suvida se había visto como la única cosa triste y sola del mundo, pero

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ahora hasta Katar parecía una niña perdida en una colina lejana.Katar hundió la cara entre sus manos y sollozó; Miri le dio unas

palmaditas en el hombro sintiéndose algo incómoda.—Lo siento —se disculpó Miri.Katar se encogió de hombros y Miri supo que no podía decirle nada.

Una amiga de verdad habría sabido consolarla, pero Miri sentía queapenas conocía a la chica que tenía al lado.

Todo era extraño, maravilloso y malo a la vez. Las muchachas habíanescogido a Miri como princesa de la academia. El frío del otoño lerozaba la piel y cualquier día de aquéllos el príncipe llegaría y se llevaríaa una consigo. Katar sollozaba amargada junto a ella.

—Lo siento —repitió Miri, que odió cómo sonaron aquellas palabrasvacías.

Katar le había dado un pequeño regalo al abrirle su corazón ymostrarle el dolor que sentía. Miri se metió aquel momento en su propiocorazón y esperó corresponderla de algún modo algún día.

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Capítulo diecisiete

Aunque el río es lechese detiene en mi gargantacomo una piedra, piedra, piedra.

Después del examen, las muchachas eran libres de llevar sus propioshorarios. Muchas pasaban las horas del día practicando conversación oelegancia y ensayando los bailes, conscientes de que el examen deverdad, el baile, todavía no había llegado. Otras estaban aliviadas portener un descanso y andaban por ahí chismorreando de los vestidos quelos de las tierras bajas llevarían o vagaban por la montaña para reírse,inquietarse y hacerse preguntas.

Las chicas parecían evitar el tema espinoso del príncipe y la elecciónde su novia, pero en la academia persistía una agitación indefinida.Incluso Frid, que era tan práctica, era más propensa a quedarse mirandoal cielo con un atisbo de sonrisa avergonzada.

Miri deseaba que Peder fuera y le recordara que no quería que laeligieran, pero en cuanto pensaba en el príncipe, un cosquilleo le recorríael pecho. Había abandonado el sueño de trabajar en la cantera, pero en sucorazón todavía esperaba algo. Aunque ahora entendiera las razones porlas que la habían excluido de la cantera, cuando se imaginaba volviendoal pueblo sólo para atender a las cabras, sentía una especie de pánico.Seguro que había un lugar para ella, algo que pudiera hacer paracontinuar creciendo, para ser útil. Para que su padre se sintiera orgullosode ella. La idea de convertirse en una princesa prometía muchas cosas.

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Una mañana, Miri se encontró a Esa en los escalones de la academiade cara al paso de la montaña.

—Es como si fueran a llegar en cualquier momento —dijo Miri quese había sentado detrás de ella—. Cuando miro hacia allí y veo un pájaroo la sombra de una nube que pasa, creo que es el primer carro y elestómago casi se me sale del sitio.

Esa asintió y Miri se dio cuenta de que tenía los ojos tristes.—¿Qué te pasa?Esa sacudió la cabeza para que Miri no se preocupara.—El baile.—¿A qué te refieres? Hiciste muy bien la prueba de baile.Esa alzó la vista como si hubiera perdido la paciencia consigo

misma.—Me sigo imaginando el momento en que baile por primera vez con

el príncipe. Él sacará los brazos, yo pondré la mano derecha sobre lasuya y entonces mirará mi brazo izquierdo y se preguntará por qué no semueve; y entonces, cuando lo comprenda, me imagino cómo cambiará lacara…

Esa dejó escapar el aire lentamente. Aquel suspiro inquietó a Miri yquiso hacerla reír.

—A lo mejor el príncipe también tiene el brazo herido.Esa gruñó.—No creo. A lo mejor tiene un ojo vago que le da vueltas en la

cabeza y por eso no puede mirar a dos sitios a la vez. Puedes fingir serdos personas diferentes y dar saltos hacia atrás y adelante entre susmiradas y tener una charla contigo misma. Pero no te olvides de seguirlas normas de conversación y centrar el tema todo el rato en, eh, en ti.

El movimiento alrededor de Miri atrajo su atención. No era la sombrade ninguna nube. El polvo de roca se levantó alrededor del primer carrocomo si avanzara sobre una niebla sin rumbo fijo. Le seguía otro, y otro.El número total de carros era emocionante y aterrador. Algunasmuchachas empezaron a chillar y a corretear, mientras buscaban un sitiodesde el que vieran mejor la llegada o un sitio donde esconderse. Frid yBritta se pusieron detrás de Miri y Esa.

—Cuánta gente —dijo Frid.Al parecer Britta contenía la respiración y Miri pensó cómo, a pesar

de lo segura que estaba de que no la escogerían, Britta estaba tan ansiosa

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como cualquiera de las demás.Detrás de los primeros carromatos y los soldados montados había un

carruaje cerrado, con la cortina de la ventana corrida. Estaba hecho demadera clara, del color del pelo de Esa y tiraban de él cuatro caballos delmismo tono. Miri se quedó mirando a aquella ventana. ¿Podría verla elpríncipe? La cortina tembló como si una mano la hubiera tocado desde elotro lado. Segura de que estaba mirando detenidamente, Miri sonrió y lesaludó con descaro.

Esa soltó una risita y le dio a Miri en el costado con el dorso de lamano.

—¿Qué haces? Podría estar mirando.—Eso espero —contestó Miri, aunque no le saludó otra vez.Olana salió afuera corriendo y ordenó a las jóvenes que se apartaran

de su camino y que se fueran a la alcoba. A través de la ventanaobservaron cómo los invitados colocaban las tiendas, se ocupaban de loscaballos y descargaban los barriles y las cajas al otro lado del edificio.Cada vez que una de las jóvenes iba a usar el excusado, informaba delhumo que salía de las tres chimeneas de la cocina.

—¿Lo habéis visto? —preguntó Gerti que estaba de puntillas paraver mejor por la ventana.

—Creo que sí, durante un segundo —contestó Helta, una niña detrece años con nariz respingona y pecas—. Era alto y más joven de loque me había imaginado y tiene el pelo oscuro.

La cháchara en la habitación se desvaneció. El príncipe de repente sehabía convertido en una persona de verdad con una altura, una edad y uncolor de pelo. Algunas muchachas miraban a hurtadillas por la ventanacomo si esperaran alcanzar a ver al príncipe, pero la mayoría se quedósin moverse.

—Resulta incómodo hablar de ello —apuntó Miri para romper elsilencio—. No me gusta competir con nadie para que el príncipe Steffanme vea y le guste.

—Deberíamos hacer un pacto —sugirió Esa—. Nos alegraremos porquienquiera que sea la elegida, sin celos ni maldad.

Todas las chicas aceptaron, pero Britta parecía no haberlo oído yestaba con la mirada fija en la pared, de espaldas a Esa.

—¿Britta? —la llamó Miri.—¿Qué te pasa? —preguntó Frid.

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—No estará de acuerdo con nuestro trato —dijo Katar—, por lo vistoya está amargada.

Britta se frotó la sien con el dorso de la mano.—No es eso, es que no me encuentro muy bien.Miri le tocó la frente.—Estás algo caliente. Quizá deberías tumbarte.Aquella noche, cada vez que Miri se despertaba de sus sueños

inquietantes, oía a las chicas que se movían en los camastros, colocabanbien las almohadas y suspiraban. Vio dos veces a Britta con los ojostambién abiertos.

—¿Estás bien? —susurró.—Me siento rara —le contestó Britta en voz baja—. A lo mejor sólo

estoy nerviosa.Por la mañana Britta tenía las mejillas muy calientes cuando Miri se

las rozó. Estaban recluidas en su alcoba mientras el ruido de laspreparaciones seguía al otro lado de la puerta, pero Miri salió aescondidas para buscar a Knut.

Por todo el edificio hombres y mujeres vestidos de marrón y verdebarrían, sacaban el polvo, ponían alfombras y colgaban tapices, echabanleña en las chimeneas y hacían que el ambiente fuera más cálido yanimado de lo que jamás había visto Miri. Mantuvo la mirada baja, puescreía que si no había contacto visual nadie advertiría su presencia ni leordenarían que volviera a su cuarto.

De camino a la cocina, pasó por el comedor. Las mesas estabancubiertas con manteles y colocadas al otro extremo de la sala para dejarla mayoría del liso suelo de línder libre para bailar. Tres hombres alzabanuna araña llena de velas hacia el techo y había candelabros de pie, tanaltos como cualquier cantero, al lado de las paredes que aguardaban serencendidos.

La puerta que había al otro lado del comedor daba a una parte de laacademia que ahora servía como habitaciones del príncipe y otrosinvitados. Miri vio que allí había un grupo de pie y aminoró el paso paraespiarlos.

Varios hombres, algunos tan jóvenes como ella y otros con la barbablanca, conversaban. En el medio había un muchacho con el pelo oscuro,una nariz larga y la barbilla cuadrada. Estaba bien recto como si fueraconsciente de su importancia e incluso los ancianos le hacían gestos de

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forma respetuosa. Justo antes de que Miri pasara por su lado, él se dio lavuelta y sus ojos se encontraron. Le dio un vuelco el corazón y saliócorriendo.

Knut se estaba tirando de la barba y agarraba su cucharón de maderamientras una multitud se apoderaba de su cocina. Le cogió de la manga ylo sacó fuera para explicarle de camino lo que le pasaba a Britta.

—Vale, está enferma —dijo Knut cuando se arrodilló a su lado—. Levino rápido, ¿no? Los nervios hacen eso. No creo que sea nadapreocupante. Puede que mejore esta noche.

Les dijo a las muchachas que le pusieran un trapo frío y mojado en lacabeza, que se lo cambiaran con frecuencia y que fuera bebiendo aguafría. Así que las chicas se pasaron la mañana atendiendo a Britta,toqueteándose el cabello, limpiándose las uñas y turnándose para el aguadel baño. Cuando el amarillo resplandor de la tarde se filtró por lasventanas, dos costureras de la comitiva del príncipe entraron con losbrazos llenos de vestidos. Enseguida la habitación se quedó en silencio.

La costurera más mayor miró a su alrededor y aplastó sus rizosblancos dentro del puño.

—¡Cuántas hay! Bueno, veamos qué podemos hacer para queparezcáis unas princesas.

Miri trató de ayudar a Britta a incorporarse, pero en cuanto se sentó,Britta se inclinó y vomitó agua.

—Mejor déjala —dijo la costurera más joven—. No será capaz debailar ni un paso.

—Pero no se puede perder el baile —dijo Miri.La costurera se encogió de hombros.—Pero tampoco puede asistir de esa forma, ¿no? Aun así, dicen que

el príncipe se quedará unos días. Seguro que está mejor mañana y podrápretenderle como las demás.

Las costureras revisaron los vestidos y llamaron a algunasmuchachas para que se los probaran. El vestido más largo fue para Frid,pero aun así no era lo bastante grande para que le quedara bien dehombros, aunque Frid no pareció notarlo. Toqueteó los volantes de lasmangas y el corpiño, se sacudió la falda y abrió la boca de asombro.Cuando se miró en el espejo de la costurera, se le iluminó la cara.

—Nunca me había sentido guapa —dijo tan bajito que sólo lacosturera y Miri pudieron oírla.

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La costurera más joven le estaba probando a Esa un vestido de colorlila que hacía que sus ojos parecieran violetas y tan grandes como los deuna cierva.

—He dicho que levantes el brazo izquierdo —oyó Miri que le decíala costurera.

—No puedo —contestó Esa.—¿Por qué…? —La expresión de la cara de la costurera se ablandó

—. Ah, tienes un brazo mal, ¿no? Tengo un poco de seda que hará queeste vestido te quede como el sol sobre el agua.

Miri nunca había visto la seda, pero había leído que era el línder delas telas y cuando la costurera sacó un pañuelo de seda de la bolsa, Mirivio por qué. Estaba lleno de colores brillantes que se arremolinaban enun estampado de flores que brillaban a escondidas, como el agua bajo laluna creciente. La costurera pasó el pañuelo alrededor del torso de Esacon gracia para atar el brazo izquierdo al cuerpo y que ya no colgarafláccido.

La costurera más mayor sonrió.—Bueno, ¿no estás preciosa?La sonrisa de Esa era tan grande que parecía que se iba a romper.Todas las muchachas estaban vestidas, giraban las faldas, daban

vueltas y se reían, tan hermosas y llenas de color como el cuadro de lacasa, pero Miri todavía estaba sentada en el suelo con sus prendas delana gastadas. La señora mayor suspiró y se sentó como si los huesosfueran a salírsele del sitio si se movía demasiado rápido. La costurerajoven recogió unas zapatillas de sobra y unos hilos cortados. Al acabar,se dio la vuelta con las manos en las caderas en dirección a Miri.

—Ahora tú —dijo.Miri notó cómo una sonrisa tímida brotaba de sus labios.—Pensaba que se habían olvidado de mí.—¿Cómo nos íbamos a olvidar? Tú eres la especial.Miri sintió un hormigueo por todo el cuerpo.La costurera salió de la habitación y volvió con el vestido plateado.

En los pliegues era tan oscuro que las partes más claras parecían brillar.La costurera colocó una de las cintas rosas al lado de la cara de Miri ydijo:

—Este tono destaca bastante el rosa de tu piel. Si me hubieran pedidoque hiciera un vestido para ti, hubiera elegido justo este color.

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Se lo puso a Miri al revés, marcó las costuras y las cosió másestrechas. Miri notó que se puso colorada cuando la costurera tuvo quesubir el dobladillo dos palmos.

Deslizó la prenda acabada por encima de la cabeza de Miri y se locolocó bien por las caderas y los codos. La tela era como agua de bañosobre la piel. Quería arrullarse a sí misma del asombro y lo que estabadisfrutando, pues nunca se había imaginado lo diferente que se sentiría alllevar un vestido como aquél. El tejido era del color de la texturaplateada del línder nuevo y las cintas con capullos de rosa como lasflores miri; vestida con aquel traje se sentía la mejor de Monte Eskel.

La costurera estuvo más rato con Miri y le recogió el pelo castañocon horquillas de capullos de rosa por encima de las orejas y de la frente.Al final le puso delante un espejo, pero Miri mantuvo la mirada baja.Quería imaginarse que estaba tan guapa como se sentía.

La costurera se rió como si adivinara los pensamientos de Miri.—Estás preciosa, señorita. Todas lo sois. Si queréis mi consejo,

aunque a nadie nunca le interesa, olvidaos del príncipe y divertíos.Miri hizo todo lo que pudo por ignorar los ruidos nerviosos que

emitía su estómago y cómo tenía las manos frías como si temblaranaunque parecían estar quietas. Pero cuando la luz que entraba por laventana de la alcoba se intensificó, el cielo estaba tan brillante como elsuelo mojado y era más azul que los ojos de nadie; y cuando el momentopara el que se habían preparado todo el año por fin llegó, Miri se diocuenta de que no podía aparentar más que un pánico absoluto.

Olana entró con un vestido marrón oscuro de una tela muy fina y conuna falda tan larga que la arrastraba por el suelo. Parecía tan natural eincluso encantadora con sus mejores galas, que Miri se imaginó todo loque había tenido que dejar la profesora para ir a Monte Eskel.

—Es la hora, chicas —dijo Olana—. Haced una fila y Miri que vayala primera.

Katar se hizo sitio al principio, justo detrás de Miri. Ésta se sintió tana la vista como un ratón encima de una roca durante la hora de comer delos halcones y respiró unas cuantas veces mientras pensaba en su padre,en Marda y la casa del cuadro.

—¿Podrá ir a ver a Britta más tarde? —le preguntó Miri a Olana—.Ahora está dormida, pero puede que se encuentre mejor cuando sedespierte y podría venir…

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Se oyó una música que provenía del salón.—Sí, venga —dijo Olana y le dio a Miri un empujón.Miri se tambaleó hacia delante, por poco se pisa el vestido, se

enderezó y con el corazón latiéndole con fuerza, caminó por el pasillo,primero la punta después el talón, primero la punta después el talón.

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Capítulo dieciocho

El corazón lateal golpe del tambor.La montaña te llama,siente su clamor.

La primera cosa que Miri advirtió fue la música, un sonido tan deliciosoque sólo con oírlo le recordaba a comer fresas frescas. Enfrente de lachimenea cuatro mujeres tocaban instrumentos de cuerda y cantaban enun tono tan rotundo y alegre, que Miri apenas se pudo creer que estabanrelacionadas de algún modo con el estridente, el instrumento gangoso detres cuerdas del pueblo. Los sonidos que vibraban de los dedos de lasmúsicas se entrelazaban y creaban algo unificado y hermoso que llegóhasta Miri y la invitó a que se acercara. La música la envolvía.

Parpadeó y entró en una sala más brillante que la mañana. Cientos develas refulgían en la araña y en los candelabros, el fuego ardía en la granchimenea y la luz de todas partes hacía desaparecer cualquier sombra.Unos tapices de colores vivos cubrían las paredes y hacían que el salóntuviera un aspecto cálido y animado. Su vigor lo superaban los coloresde los trajes largos de las mujeres y las camisas, los pantalonesbombachos y los sombreros emplumados de los hombres. Pasó unacorriente de aire que llevaba diferentes olores: la comida que cocinabanen la cocina, el jabón perfumado y el delicioso aroma de las velas de cerade abeja. Al encontrarse con todo aquel color, aquella luz, aquellamúsica y fragancia, fue como si la abrazaran.

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Salvo porque todos en aquella sala la estaban mirando. Incluido elpríncipe. Miri tragó saliva.

El delegado principal estaba de pie en la puerta.—Les presento a Miri Larendaughter de Monte Eskel, la princesa de

la academia —dijo.El príncipe, que estaba al otro lado de la sala, contestó con una

reverencia después de que Miri le saludara con el mismo gesto. Se dio lavuelta hacia las muchachas que estaban detrás de ella y sonrió con unosojos muy abiertos, llenos de pánico, antes de colocarse en su sitio al otrolado del salón. En la entrada, Katar caminó hacia delante y sonrió conunos hoyuelos que Miri no había visto nunca.

—Les presento a Katar Jinsdaughter de Monte Eskel.Y así cada joven avanzaba, oía su nombre, hacía una reverencia y se

colocaba en su sitio pegada a la pared. El príncipe hizo la mismareverencia frívola todas las veces, con la cara estirada, incluso Miriadvirtió que hizo lo mismo cuando vio por primera vez a la hermosaLiana.

El delegado principal presentó a la última muchacha y la músicacambió a algo más ligero y rítmico. El príncipe vaciló mientrasexaminaba a las chicas, pero cruzó la habitación en dirección a Miri.

—¿Me permites este baile? —preguntó, hizo una reverencia y lacogió de la mano.

—No, gracias. —Miri sonrió.El príncipe frunció el entrecejo y se volvió para mirar al delegado

principal como si le pidiera ayuda.Miri se rió con timidez.—Yo, mmm, sólo estaba bromeando —dijo y se arrepintió de haber

hecho un chiste—. Por supuesto, estaré encantada de bailar, Su Alteza.Relajó la expresión de su cara y pareció casi sonreír. La tomó de la

mano y la acompañó hasta la pista de baile. Miri esperó no tener lasmanos muy sudorosas.

Los jóvenes de la comitiva del príncipe sacaron a bailar a la mitad delas chicas de la academia. La música volvió a ser tan alegre como alprincipio, el príncipe se inclinó, Miri le hizo una reverencia y empezarona llevar a cabo «La mariposa y gloria de la mañana», que había estadopracticando todo el verano con el canturreo rasposo de Olana.

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Miri estaba tan concentrada en hacer bien los pasos, que apenas sefijó en su pareja. Cuando la música aumentó, lo que indicaba el final dela primera parte, se dio cuenta de que la mitad del baile se había acabadoy no había hablado ni una sola palabra. Supuso que estaba en sus manos.

—La música es magnífica. ¿Le gusta bailar, Su Alteza?—Sí —contestó con un tono de voz amable, pero ligeramente

distraído—. ¿Hay muchos bailes en tu pueblo?Miri trató de no poner mala cara. Cuando practicaban conversación

era muy fastidioso intentar desviar las preguntas sobre sí misma. Sealegró cuando se le ocurrió una respuesta:

—Ninguno tan elegante como el de esta noche.El baile exigía que Miri soltara a su pareja y caminara detrás de una

fila de jóvenes. Intercambiaron miradas inquisitivas y se encogió debrazos como si dijera que no sabía qué le parecía.

—Ahí estáis —dijo cuando apareció—. ¡Qué viaje! Me perdí dandouna vuelta por la costa.

Él sonrió rápido, como el relámpago en un cielo nocturno que sólodeja una impresión.

—¿Qué tal viaje habéis tenido al subir la montaña, príncipe Steffan?La cogió de la mano izquierda y la hizo girar dos veces. La falda le

rozó las piernas. Se había imaginado bailando así con Peder, sin estarseparados por una cinta, con las manos tocándose.

—Fue largo, pero me encanta ver el país. ¿Cómo sobrevivís con unclima tan frío aquí arriba?

Le puso la mano izquierda sobre el pecho y él le colocó con la manoizquierda al final de la espalda.

—No hace tanto frío ahora como lo hará dentro de un mes. Nunca heestado en las tierras bajas. ¿Qué preferís, las montañas, el bosque o lacosta?

Le apretó la espalda y giró su cuerpo hacia fuera mientrascaminaban.

—La costa es muy bonita en verano. ¿Has estado alguna vez en elmar?

Cambiaron de pareja con los que bailaban a su izquierda, giraron yvolvieron a juntarse. El príncipe la sujetó de las dos manos.

—No, no he estado nunca.—No me lo creo.

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La música aumentó y se detuvo. Se había acabado, ella no habíadicho nada importante y no le había conocido mejor que antes.

Su desinterés aparente no había ayudado, pensó con amargura. Talvez había bailado cientos de veces «La mariposa y gloria de la mañana»y no había considerado que para ella fuera algo especial. Quiso decirle:«¡Debería darte vergüenza!», como Marda le había dicho al hermanopequeño de Bena después de haber matado a un bonito pajarito con unahonda. Pero no lo hizo. Al fin y al cabo, era un príncipe.

—Ha sido un placer —dijo haciéndole otra corta reverencia.—El placer ha sido mío, Su Alteza —contestó debidamente, aunque

era mentira.El príncipe dejó a Miri en medio de la pista de baile como si acabara

de bajar rodando por la ladera de una colina. A pesar de que habíanpracticado todo el verano, las muchachas nunca había preguntado quédebían hacer cuando acabaran de bailar. Miri reconoció la obertura de«Sombras de la tarde» y salió corriendo de en medio mientras el príncipeacompañaba a Katar al centro de la pista. Al menos parecía tan distantecon Katar como lo había sido con ella.

Miri pensó en ir a ver cómo estaba Britta, pero uno de los escoltasdel príncipe, un hombre con el pelo rojizo y la cara llena de pecas, lepidió si quería bailar. Después de aquello no paró.

Miri observó a Esa que daba vueltas con el príncipe y se estremecíade miedo, pero él fue cortés con el mismo estoicismo con Esa que conKatar y Miri. No miró en ningún momento el brazo lesionado de Esa, lacogió por el hombro en su lugar y la llevó con gracia durante todo elbaile. La sonrisa de Esa era auténtica y nada más por aquello Miri creyóque el príncipe Steffan era digno de admiración.

Las otras parejas de baile de Miri eran más atractivas que el príncipe.Muchos hablaban con toda libertad de las provincias de Danland, lacapital, y de su profesión como guardias personales, delegados ocortesanos. Hubo un par al que se le escaparon algunas palabrasdesdeñosas respecto a Monte Eskel, pero la mayoría parecíansobrecogidos por las vistas y tenían curiosidad por cómo vivían allí. Apesar de la decepción que se había llevado con el príncipe, Miri noestaba tristona.

Así que bailó y dio vueltas, desfiló e hizo reverencias, habló, sonrió yhasta se rió. Cada vez que giraba, el vestido hacía el más delicioso frufrú.

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Las velas estaban perfumadas con el aroma de alguna flor extranjera yaquel olor impregnaba todas las cosas. La música era tan hermosa queentraba en ella con fuerza, como si bebiera hielo derretido y le cayera enel estómago vacío.

Aunque estaba sentada junto al indiferente príncipe en el banquete,Miri no pudo relajar su sonrisa. Comieron asado con pudín de pan yvinagre, remolacha en escabeche, cabeza de cordero y cerdo, pescadofresco empanado con harina de trigo y frito con zumo de limón, y unmontón de pan blando y caliente. Mientras se daban tal festín, Miri pensóque quizá llegaba a ser bastante feliz casada con cualquier habitante delas tierras bajas del reino si podía disfrutar de cenas como aquélla.

Después de la comida, los criados sirvieron dulces en bandejas portoda la sala y parecía que había suficiente azúcar para llenar el mundo.Los músicos tocaban melodías que añoraban y suplicaban, y eran tandulces como los pegajosos pastelitos de miel, las natillas almibaradas ylas frutas espolvoreadas con una azúcar tan ligera que se deshacía en lalengua de Miri antes de que apenas pudiera saborearla. Alzó la miradacuando estaba mordiendo un higo frito y vio que un ministro le susurrabaal oído con urgencia algo al príncipe y hacía gestos hacia ella. Tragósaliva y se limpió las migas de la cara.

El príncipe se acercó, le hizo una pequeña reverencia y tragó saliva.Lo repitió. Miri se preguntó si estaba cansado de hacer tantas reverenciascon tanta frecuencia y exactamente del mismo modo.

—Señorita Miri, ¿le importaría dar una vuelta conmigo?Miri y Steffan dieron una vuelta por los silenciosos pasillos y

hablaron mucho más de lo que lo habían hecho mientras bailaban. Losprincipios de conversación no funcionaban tan bien con el príncipe comolo había hecho con Peder durante la fiesta de primavera. Él continuabapreguntándole sobre su pueblo y después de un rato paró de evitar laspreguntas.

Lo llevó hasta el fresco agradable de aquella noche de otoño paracaminar por los senderos de piedras que había alrededor del edificio. Unaniebla fina envolvía la academia, así que Miri le describió las vistas, puesla cordillera era tan familiar para ella que pensaba en aquellas montañascomo si fueran sus tías y sus tíos, extensiones de su propia familia. Lehabló sobre Marda y su padre, las personas a las que más cariño tenía, y

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sobre la cantera y la dura vida de la montaña, pero que ahora estabamejorando.

—Puede que en la próxima temporada ganemos más de lo que antesconseguíamos en tres. Nunca se nos había ocurrido que fuera posiblehasta que dio la casualidad que vi cierta información sobre el comercioen los libros de la academia. Ahora tenemos una oportunidad real demejorar y algunos de los aldeanos podrán trabajar en otras cosas ademásde en la cantera, como esculpir la piedra… o algo diferente.

—Eso suena muy bien —afirmó Steffan—. Tu pueblo debe de estarorgulloso de ti.

—Sí, supongo. Su Alteza. —Se le quedó mirando herida por laindiferencia de su tono de voz. Pero ¿por qué debería importarle? ComoOlana ya les había dicho, comparado con el resto del reino, Monte Eskelera como la picadura de un bicho en el tobillo del rey. Steffan no podíacalcular la diferencia que habría en la actividad comercial ni sabía cuántohabía significado para Miri ser parte de aquello.

No la conocía y ahora ella se había dado cuenta de que tampocoquería hacerlo.

Paró de caminar.—¿Por qué estás aquí?Steffan se colocó bien la chaqueta.—¿Por qué te diriges a mí así?—Porque quiero saber la respuesta. —Se puso las manos en las

caderas—. Dime la verdad, ¿por qué has venido?—No estoy acostumbrado a que me hablen en ese tono.—Bueno, pues ahora estáis en Monte Eskel, Su Alteza. Lo siento si

te ofendo, pero me he estado preparando para este día todo el año y creoque al menos me debes una explicación por tu comportamiento.

—Estoy aquí, como sabes, porque los sacerdotes declararon que estepueblo era el hogar de mi esposa…

—Sí, sí. ¿Pero de verdad quieres conocerla? Y en ese caso, ¿por quéno me miras a mí o a las demás y por qué no prestas atención?

Steffan frunció el entrecejo.—Te pido disculpas si no parezco interesado.—Bueno, sí. Pero no hace falta que te disculpes. —Miri se sentó en

los escalones de la academia—. En serio, me gustaría entender, si estásaquí para encontrar a tu esposa, por qué no parece que la busques.

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Steffan se encogió de hombros, luego suspiró y su duro porteprincipesco se desvaneció. Por primera vez, Miri vio a un muchacho dedieciocho años que estaba tan confuso como cualquier otra persona. Sesentó al lado de ella, se quedó mirando sus botas y quitó frotando unamarca que tenían en el cuero.

—Supongo que no es lo que me esperaba —dijo.—¿Y qué esperabas?—Algo más sencillo. —Había un rastro de gran inquietud en sus ojos

—. Hay muchas chicas. ¿Cómo se supone que os voy a conocer a todas?Esperaba que con sólo una ya estaría bien. No habría explicaciones niconversaciones violentas. Estaríamos sólo nosotros dos.

Miri parpadeó.—¿Es ésta una conversación violenta?Steffan esbozó una sonrisa.—No, está bien.—Está bien porque estás actuando como una persona en vez de como

una columna de piedra.—Tienes razón en regañarme, pero ésta es una situación muy

delicada.Miri tuvo ganas de poner los ojos en blanco, pero pensó en los

principios de conversación y trató de ver la situación desde su punto devista.

—Me imagino que puede ser abrumador. Tú sólo eres uno, perotienes que conocer a veinte de nosotras.

—¡Sí, exacto! —Steffan sonrió y ella pensó que aquel aspectoaburrido había mejorado mucho.

—La verdad es que cuando me imaginaba la situación al revés,temblaba; sólo yo y veinte príncipes Steffan… ¡agh!

Se quedó mirándola sin una pizca de humor en los ojos.—¡Te estoy haciendo una broma! —Le dio un golpecito con el codo

—. Intentaba hacerte sonreír otra vez, antes daba gusto verte.—Ah, creía que iba en serio —dijo—, porque ya sabes que somos

veinte hermanos y todos nos llamamos Steffan.Ahora le tocaba a Miri quedarse pasmada.La señaló y levantó las cejas.—¡Ajá! Ahora el depredador es la presa.

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—No me he creído que tuvieras diecinueve hermanos… Bueno, lo hepensado un instante.

Le dio otro codazo y él se lo devolvió, lo que la hizo reír y luego élse rió.

—¿Alguna vez te han dicho que tienes una risa que la contagias a losdemás?

—Doter, mi vecina, siempre dice: «La risa de Miri es como unacanción que te encanta silbar».

—Bien dicho. Pagaría una gran cantidad de oro por tener tu don dehacer reír a otras personas. —Su seguridad le añadía peso a todo lo quedecía. Miri tragó saliva. Un cumplido del príncipe era tan fuerte como lamontaña—. Bueno, no te hace falta ser la princesa de la academia paracausar impresión.

—Causo impresión porque soy muy bajita —dijo ocultado lo aduladaque se sentía.

—No, es porque pareces muy feliz y a gusto. Es fácil decir que me lohe pasado mejor bailando y hablando contigo esta noche que concualquier otra.

Abrió la boca para decir algo despreciativo sobre sí misma, pero elcorazón le latía con fuerza y tenía miedo de que le temblara la voz;entonces se acordó de una de las normas de conversación: «Ser cortés alos cumplidos».

—Gracias —contestó.—No, en serio —dijo él—. De verdad que me lo he pasado muy

bien.Se quedaron sentados en silencio y Miri tuvo tiempo de preguntarse

por qué su voz había sonado triste, casi arrepentido. Pero era una nochefría y oscura, y se estaba muy caliente sentada a su lado, así que dejó quelo que había dicho resonara una y otra vez en su cabeza. Era con la quemás se había divertido. Era la favorita. Y ella, Miri de Monte Eskel,estaba sentada junto al príncipe heredero de Danland con todatranquilidad. ¡Qué noche tan increíble!

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Capítulo diecinueve

Puso la cuña en mi corazóny con el mazo la golpeó.No trabajó con ninguna canción,perdí mi corazón y nada sonó.

A la mañana siguiente Miri apenas habló. Estaba sentada junto a laventana y escuchaba los cuchicheos y la oleada de conversaciones quellenaban la alcoba como el viento llenaba la chimenea. Había otraschicas que habían hablado en privado con el príncipe después de Miri yestaban intercambiando los detalles sobre lo educado y lo guapo que era.Otras se quejaban de lo distante y lo seco que había estado.

—Fue amable —dijo Esa—, pero todavía no sé si querría casarmecon él. Espero que tengamos más oportunidades de hablar en lospróximos días.

—A mí no me hace falta conocerle más —apuntó Bena y bostezó sinmolestarse en taparse la boca. Habían bailado juntos una vez y elpríncipe no había vuelto a hablar con ella—. Pensaba que los príncipeseran más interesantes que los otros chicos, pero fue tan aburrido comounas gachas aguadas.

—Yo creo que fue agradable —dijo Liana. Bena la fulminó con lamirada y Miri se preguntó si su amistad sobreviviría al primerdesacuerdo.

Knut les sirvió el desayuno en la alcoba. Britta se encontraba muchomejor y se incorporó para comer.

—Dime lo que piensas del príncipe —le dijo a Miri.

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—Es simpático —contestó Miri—. Al principio me tenía intimidada,luego pensé que era aburrido y un poco grosero; pero resultó que sóloestaba nervioso. Me gusta bastante.

Britta se inclinó hacia ella y le susurró para que las otras no pudieranoírla:

—¿Te preguntó…?Miri negó con la cabeza y le contestó en voz baja:—Pero me dijo que era la que más le había gustado de todas las

chicas con las que había bailado.Cerró los ojos bien fuerte para ocultar aquel pensamiento antes de

sonrojarse.—¡Pues claro que sí! —exclamó Britta.—Si yo soy la que más le gusto —susurró Miri—, ¿crees que eso

significa…?En aquel momento entró Olana, dio un portazo detrás de ella y Miri

se preguntó qué le habría disgustado ya aquella mañana.—El delegado principal se quiere dirigir a vosotras —dijo Olana—.

Presentaos correctamente y no os preocupéis por las camas. Si no habéisestirado las sábanas, ahora ya es muy tarde. Sube la cabeza, Gerti. No tanalto, Katar; pareces un soldado.

Abrió la puerta para que entrara el delegado principal. Dio un vistazoa la habitación sin parecer advertir las muchachas, aunque Miri pensóque había detenido su mirada durante un instante en ella. Encogió losdedos de los pies dentro de sus botas.

—El príncipe Steffan les da los buenos días y les transmite que fueun placer para él pasar la noche en su compañía. Ha elogiado mucho aesta academia y halagado el carácter de las jóvenes de Monte Eskel.

Algunas de las muchachas soltaron unas risitas. Miri se quedó heladaal oír lo que dijo a continuación.

—Sin embargo —dijo el delegado principal, y con aquella palabraMiri sintió que toda la seguridad en sí misma desaparecía como la fríasensación que a veces sentía cuando se levantaba demasiado rápido.

—Sin embargo, el príncipe lamenta tener que volver hoy a Asland.Las volverá a visitar para tomar una decisión.

En aquel silencio de indignación, Miri oyó un caballo que relinchabaa lo lejos.

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—Pero puede que nieve dentro de poco, quizá la semana que viene ola siguiente —dijo Katar con lo que se acercaba a un susurro— yentonces no podrán atravesar el paso hasta primavera.

—Entonces el príncipe volverá en primavera —afirmó el delegadoprincipal.

Se ajustó el cuello, que parecía estar pellizcándole la piel de maneramolesta, hizo una reverencia y se marchó. Sólo un puñado de muchachasrecobró la compostura y le contestaron con otra reverencia. Miri no fueuna de ellas.

En cuanto se cerró la puerta, se oyeron protestas por toda lahabitación. Aquel sonido le recordó a Miri a una de las canciones que losmúsicos habían tocado la noche anterior. Había sido una canción triste ylos instrumentos chirriaban y gemían desilusión.

—¿Estás bien? —preguntó Britta.Miri asintió, pero tenía la cabeza ligera y aturdida. Por un pequeño

instante había creído de verdad que iba a dejar la montaña, convertirse enalguien nuevo y ver y hacer grandes cosas. Ahora su sueño apenasrealizado de convertirse en una princesa se vaciaba como una jarra conagujeros y ella se sentía como si estuviera sentada en el charco.

—Creía que se iba a quedar más tiempo —apuntó Britta—. Estabasegura de que iba a hacer su elección antes de marcharse.

Miri asintió otra vez con la cabeza, demasiado humillada para hablaro incluso para mirar a Britta a los ojos. Se inclinó hacia la ventana de laalcoba y observó cómo los hombres y mujeres que habían acompañadoal príncipe desmontaban las tiendas, ensillaban y enjaezaban a loscaballos, empaquetaban sus pertenencias y empezaban a bajar por elcamino serpenteante de la academia.

El carruaje del príncipe estaba cerca de la parte de atrás con lascortinas corridas. Miri centró la mirada en una borla dorada que sebalanceaba y golpeaba la cortina. Esta vez no saludó con la mano.

Un grito de Olana sumió a la habitación en el silencio.—Por lo visto, no os perfeccionasteis lo suficiente el año pasado.—¿Ha dicho él eso? —preguntó Frid—. ¿Es la razón por la que se ha

ido a casa sin elegir?—¿Qué otra cosa podría ser? —preguntó Olana. Tenía la cara llena

de manchas rojas y Miri supuso que le daba mucha vergüenza que susestudiantes no hubieran estado a la altura de las circunstancias y estaba

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frustrada por no poder volver a casa—. El delegado principal ha dejadoprovisiones y combustible para el invierno y me ha ordenado que estaacademia continúe hasta que el príncipe regrese. Deberéis estudiarmucho y mejorar para la próxima primavera.

Se alzó un quejido colectivo. Miri se sintió tan mustia como unazanahoria en invierno sólo de pensar que estaría encerrada otra vez en laacademia durante los meses fríos. La noche anterior había sido muyamable. ¿Qué había cambiado?

Pensó en marcharse corriendo a casa o ir detrás del príncipe parapedirle una respuesta, pero se limitó a salir afuera sola.

Unos minutos más tarde, Miri estaba marcando unas letras en unapiedra cuando alguien se acercó corriendo desde la dirección de supueblo. Al acercarse, aminoró el paso, y Miri se quedó atónita porsegunda vez en aquel día al ver que era Peder. Estaba acostumbrada apensar en Peder constantemente, pero se había dado cuenta de que desdeque había hablado con Steffan todos los pensamientos en los queaparecía Peder había desaparecido.

Miró a su alrededor como si esperara ver más actividad.—Creía que el príncipe ya habría llegado.—Y llegó. —Miri lanzó un trozo de roca tan lejos como pudo. Le dio

a otra piedra y se rompió en más pedazos—. Vino y se marchó.—Ah. —Peder se miró los pies, luego miró a Miri y volvió a mirarse

los pies—. ¿Te ha elegido?—No ha elegido a nadie —contestó Miri con más dureza de la que

pretendía.—Parece que estás muy disgustada.—Bueno, no debería habernos hecho vivir en un edificio lleno de

corrientes de aire, en el que hemos practicado reverencias y unaelegancia estúpida, para hacernos creer que podríamos ser princesas, yluego venir y marcharse otra vez, como si no le mereciéramos. Como siestuviera decepcionado.

—¿Así que es eso? —dijo Peder subiendo el tono—. Querías que teeligiera a ti.

Miri fulminó a Peder con la mirada.—¿Por qué me estás gritando? Ahora tenemos que quedarnos aquí

otro invierno e intentar mejorar, pero fracasaré otra vez. No puedo

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trabajar en la cantera, no puedo ser una princesa, ¿qué se me da bien amí?

—Bien, si eso es lo que quieres, espero que lo consigas —dijo Peder—. Espero que vuelva, que se te lleve para ser una princesa y que temantenga lejos de Monte Eskel, tal como tú quieres.

Peder se dio la vuelta para regresar al pueblo, después de un par depasos empezó a caminar más rápido y luego corrió. Miri vio cómo semarchaba, al principio quiso gritarle algo desagradable a su espalda ydespués se le pasó el enfado tan rápido que se quedó helada por supérdida. ¿Por qué habría venido? «¿Para verme?», se preguntó Miri.

«Espera», quiso gritar, pero vaciló. La distancia borró cualquierrastro de él, ella se dio la vuelta y le dio una patada a una piedra tanfuerte que soltó un alarido por el dolor que se había hecho en el dedo delpie.

Como si respondiera a su propio grito, oyó que alguien gemía.Al principio pensó que Olana había roto el acuerdo y estaba

repartiendo azotes en las manos; pero no, el sonido era diferente. Habíasido extraño y triste, como si un animal se estuviera muriendo. Aunqueno tenía demasiadas ganas de unirse a la desdicha que se estaba cociendoen la academia, sentía curiosidad y se arrastró hasta la ventana de laalcoba.

Estaba a medio camino cuando se desató otro gemido y después paróal momento con un estrépito, como si alguien hubiera tirado un plato decerámica contra la pared. Se detuvo con un cosquilleo que le recorrió lapiel, aunque no se podía imaginar lo que tenía que temer.

Una sacudida de lenguaje de la cantera expulsó cualquier otropensamiento de su cabeza. Era el lenguaje de la cantera más fuerte quejamás había oído y llevaba consigo el sentimiento de Esa. El recuerdotrataba de cuando ella, Esa y otros niños jugaban a lobo y conejo en elcentro del pueblo. Miri era el conejo y corría tan rápido como podía porel círculo. No podía ver la cara del lobo.

Con un terror escalofriante, Miri creyó que lo había entendido. Esa leestaba diciendo que corriera.

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Capítulo veinte

Bien, le dijo el bandidoa su primer vendido.Sube y cuando llegues,mata a los montañesesy a ninguno con vida dejes.

Miri no esperó a saber más. Si Esa decía que tenía que correr, correría.Peder estaría sólo unos minutos más adelante y a lo mejor podíaalcanzarle. El camino rocoso por el que había caminado durante toda suvida de repente era tan peligroso como echarse una carrera por el barro ydeseó con todo su ser poder volar como un halcón, aunque no sabía dequé estaba huyendo.

Pasó por una curva del camino y esperó ver a Peder adelante, pero elsendero se estrechaba sin nadie a la vista. Después de dejarla, debió deseguir corriendo.

Entonces oyó a la persona que estaba detrás de ella. Al principiopensó que era su propio eco, pero no, el ritmo de las pisadas eradiferente, más rápido. Miró hacia atrás con detenimiento y vio a unhombre que no conocía. Se estaba acercando.

Hubiera llamado a Peder si hubiera podido, pero el miedo le estrechóla garganta y el esfuerzo que hizo para huir le agotó todo su aliento.Trató de concentrarse en hacer que sus pies saltaran por encima de lasrocas y las piernas se le movieron con fuerza hacia delante, aunque elmiedo empezó a roer su esperanza. Supo que la había atrapado antesincluso de que aquellas manos ásperas se extendieran para agarrarla.

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Pataleó, gritó y trató de clavarle los dientes en la mano, pero erademasiado pequeña y su agresor muy fuerte. La llevó de vuelta a laacademia debajo del brazo mientras Miri se retorcía y luego la tiró en elsuelo de la alcoba.

—He encontrado a ésta fuera —dijo el agresor, que respiraba condificultad—. Me ha hecho correr bastante, la ratoncilla.

Las muchachas estaban sentadas en el suelo. Knut estaba apoyadocontra la pared y se agarraba el brazo como si estuviera roto por lamuñeca. En la habitación había quince hombres vestidos con pieles decabras y ovejas, llevaban botas de cuero atadas con largos cordones porencima de los muslos y unos gorros forrados de piel. Algunos llevabanaros de oro en las orejas y otros sujetaban garrotes y palos de madera.Todos tenían barbas descuidadas y las caras más sucias que un suelo sinbarrer.

—Bandidos —dijo Miri en voz alta para creérselo. Después de tantosaños, los bandidos habían vuelto a Monte Eskel.

Olana estaba en cuclillas en un rincón y las manos se le agitaban porel cuello. Aquel detalle hizo que el corazón de Miri empezara a latircomo si se le hubiera soltado. Si Olana estaba asustada, entonces lasituación era muy mala.

El bandido que estaba más cerca de la profesora la cogió por lagarganta y la empujó contra la pared.

—Antes dijiste que estaban todas aquí. —Tenía la voz baja y áspera,como si hubiera estado luchando contra una tos durante meses—.Vuélvelas a contar, pero esta vez como si tu vida dependiera de ello,porque en realidad es así. ¿Falta alguna?

Olana recorrió la habitación con la vista y sus ojos apenasparpadearon. Negó con la cabeza y el hombre sonrió mostrando unosdientes sucios.

—Esta vez te creo —dijo—. Has tenido suerte.La soltó y se volvió hacia las chicas. Era más grande que el resto de

los bandidos, aunque Miri se dio cuenta de que ninguno era tan grandecomo su padre, como Os o la mayoría de hombres de Monte Eskel. Noera de extrañar que los bandidos evitaran atacar directamente el pueblo.

—Hola, niñas —dijo—. Si tenéis que dirigiros a mí, me podéisllamar Dan.

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—Su madre le llamó así por el primer rey —apuntó otro que teníauna cicatriz ancha e irregular desde un lado de la boca hasta la oreja—.Esperaba que se convirtiera en un caballero noble.

Se rieron unos cuantos.—Dan me queda bien —dijo amablemente—. Mejor que Caraperro.Los hombres se rieron más fuerte y el de la cicatriz que se llamaba

Caraperro escupió al suelo.—Parece que tenemos que hablar. —Dan se puso en cuclillas, apoyó

los antebrazos en los muslos y miró a las muchachas con una sonrisa quehizo que a Miri se le revolviera el estómago. Aquella voz áspera se pusocantarina, como si estuviera contando una historia para irse a dormir aunas niñas pequeñas.

—Asaltamos a un vendedor ambulante hace unas semanas y lepresionamos para que nos diera algo más valioso que su vida. Lainformación que tenía sobre la visita del príncipe a Monte Eskel casimerecía tanto la pena como para dejar que se marchara. —Dan sonrió aCaraperro y sacudió la cabeza como si compartieran algún chiste entreellos—. Hemos estado observando este edificio desde hace unos días,pero el príncipe tenía tantos soldados vigilando su preciado pellejo, queno tuvimos oportunidad de abalanzarnos sobre él. No importa. Cuandoninguna joven le acompañó a casa, le dije a mi lugarteniente: «¡Quésuerte hemos tenido! ¡Qué generoso es ese príncipe al dejarnos estasexquisiteces!». Y así llegamos al tema que tenemos entre manos.Decidme, ¿cuál de estos pajaritos es la futura esposa?

Arrastró la mirada por toda la habitación, lo que le recordó a Miricuando vio que un lobo observaba sus conejos.

—¡Hablad! —Se puso furioso, pero enseguida volvió a hacerse elsimpático—. Puede que parezcamos bruscos, pero no somos ignorantes.Sabemos que el príncipe estuvo aquí para elegir esposa y una vez laescoge y el compromiso está cerrado, no hay vuelta atrás. Darán un buenrescate por la futura princesa.

—El príncipe se marchó sin elegir a ninguna —dijo Katar, quien fuela primera en hablar—. Dijo que volvería.

Dan cruzó la habitación hasta Katar.—Es una historia muy buena. —Le agarró fuerte el pelo rizado y la

hizo levantarse—. Ahora dime quién es.

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—Ah, ah, no lo sé, bueno, no es nadie —contestó Katar y laslágrimas le brotaron de los ojos—. No escogió a ninguna.

Dan la dejó caer en el suelo. Se le ocurrió a Miri que eraresponsabilidad de los adultos asegurarse de que todas estuvieran bien,pero Olana estaba allí mirando al suelo, con los labios apretados por elmiedo, y Knut se inclinaba sobre el brazo con los ojos cerrados.

—No tiene sentido que protejáis a la princesa —dijo Dan—. Al finalos lo sacaré. —Puso la voz más dulce como si le hablara a un bebé—.Todo lo que quiero es una jovencita, el resto se puede marchar a casa consus familias. No es mucho pedir, ¿no?

Era inútil volver a afirmar que el príncipe no había elegido a nadie,así que no respondieron.

Sin avisar, Dan agarró a Gerti y la levantó. El que llamabanCaraperro le ató las muñecas con una cuerda, que tiró por encima de unaviga del techo y estiró para que Gerti quedara colgada por las manos.Ella gritó como el ruido que hace un cabritillo herido.

Miri se levantó.—¿Por qué le hacéis daño? No ha hecho nada.Miri no vio a Dan pegarla, simplemente notó que volaba. Cuando se

le estabilizó la vista, vio que estaba en el suelo con la cabeza contra lapared. El dolor le aporreaba a ambos lados. Era consciente de que Brittale cogía de la mano, pero aquello no le consolaba mucho. El dolor sehizo más intenso y quiso vomitar, pero se quedó sentada muy quieta,miró fijamente el suelo de línder y respiró.

—Esto no es ningún juego —estaba diciendo Dan— y ya veis que notengo paciencia. Quiero saber quién va a ser la princesa y lo quiero saberantes de que cuente hasta veinte o todas haréis turnos para sentir el dorsode mi mano.

Caraperro tiró otra vez de la cuerda y subió más a Gerti. Ellalloriqueó. Miri alzó la mirada para ver a Gerti pero enseguida bajó lavista de nuevo cuando Dan se volvió hacia ella. Quería terminar con todoaquello, pero la cabeza le estallaba y el dolor parecía irradiar de todoslados. Los dientes empezaron a castañearle y tenía las piernas flojas,como unos colchones medio vacíos de paja. Nunca había experimentadouna sensación como aquélla. Era miedo de verdad. Estaba indefensa bajoaquel peso.

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Miri apenas oía la voz de Dan mientras contaba, «doce, trece»; erauna voz dura y el sonido de aquellos números latía junto con su dolor decabeza. Sabía que algo malo pasaría cuando parara de contar, pero nocreía que pudiera hacer algo para impedirlo.

Entonces Frid se levantó despacio y se cruzó de brazos con los piesseparados como si desafiara a alguien a golpearla. Miri esperaba que Fridluchara con Dan o le amenazara, incluso que le insultara, pero, encambio, se quedó mirándole directamente a los ojos y dijo lo que Mirimenos se esperaba:

—Soy yo.Dan dejó de contar.—¿Te eligió a ti?Frid asintió.—Me llevó a un lado cuando paramos de bailar y me pidió que no se

lo contara a nadie, por eso no he hablado antes, pero es verdad. Voy a serla princesa.

El labio inferior de Frid tembló y la mirada era demasiado descarada.Miri supuso que ésta era la primera vez que Frid mentía.

—Bueno, no ha sido tan difícil. —Miró a Frid con los ojosentrecerrados y puso una cara como si chupara algo ácido—. Sobregustos no hay nada escrito, ¿no?

Algunos de los hombres se rieron. Frid parpadeó un poco más de lonormal y fue el único indicio para Miri de que aquel comentario le habíadolido.

Miri no supo lo que habría pasado si Frid no hubiera llegado ahablar; tal vez Dan les hubiera pegado a todas o tal vez hubiera matado aGerti como ejemplo. Él creía que el príncipe había elegido una esposa yno hubiera cesado su búsqueda hasta que la hubiera descubierto.

Evidentemente, Frid suponía que Dan se la llevaría y liberaría a lasdemás jóvenes, que era mejor sacrificarse ella que poner a todas enpeligro. Puede que fuera así, pero Miri se puso a recordar un relato quehabía leído en uno de los libros de Olana. Hacía décadas, los bandidosatacaron al séquito del rey en el bosque mientras viajaban. Secuestraronal rey y dejaron a sus hombres y a los caballos atados a los árboles.Antes de que les encontraran otros viajeros, la mitad del séquito murióde sed.

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Miri se preguntó si Dan realmente dejaría que las demás chicas semarcharan y si se arriesgaría a que sus familias les persiguieran, o si lasdejaría atadas en la academia hasta que murieran de frío o de sed, oincluso si él mismo haría el trabajo de la muerte.

Tal vez las liberaría, tal vez un pueblo que estaba a tres horas decamino no representaba ninguna amenaza. Aunque llegara a hacerlo,Miri temblaba al imaginarse qué tipo de cosas le pasarían a Frid si se lallevaban a ella sola. ¿Pero y si hicieran que Dan siguiera sin estar segurode quién era la princesa?

Miri mantuvo la vista clavada en Frid para armarse de valor y sepuso de pie. Se bamboleó por el dolor de cabeza y se apoyó en la paredpara sostenerse.

—Tiene que ser mentira —dijo Miri—. El príncipe me dijo en elbaile que se casaría conmigo. Me dijo que lo anunciaría en primavera.

Frid apretó la mandíbula.—No, me dijo que yo sería la princesa.Miri vio que Frid quería ser la mártir, pero no lo iba a permitir.—Es imposible porque a mí me dijo lo mismo.Dan gruñó.—Me estoy calentando y le voy a dar a la mentirosa, ¿quién de

vosotras lo es?Frid y Miri se señalaron mutuamente.—Ella —dijeron las dos a la vez.Miri intentó atraer la atención de las otras chicas y las animó a que

reaccionaran. Britta se quedó mirando a Miri con la boca algo abierta ycuando comprendió, le cambió la expresión de la cara. Se incorporó.

—Pues yo no os creo a ninguna de las dos —dijo con una vocecita—.Él me eligió a mí.

—¿Cómo te atreves? —exclamó Katar. Reprimió una sonrisa como sien realidad le divirtiera todo aquello—. No creo que un príncipe mienta,pues él me dijo que me había elegido a mí.

Aquello desató todas las voces de la academia, las jóvenes sepusieron de pie y empezaron a gritar todas que ellas eran las princesas.Algunas se empujaban unas a otras fingiendo estar enfadadas. InclusoGerti pataleaba y gritaba:

—¡Bajadme! ¡El príncipe se pondrá furioso si se entera cómo habéistratado a su futura esposa!

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Caraperro soltó la cuerda de Gerti y la niña cayó al suelo. Dan miró asu alrededor perplejo.

—¡Ya basta! —gritó.Las muchachas se callaron, salvo una con retraso:—¡A mí, a mí! —se oyó que decía Esa, quien se puso colorada.Dan se frotó la barba.—O están mintiendo o el príncipe se divirtió diciéndoles a todas las

chicas cosas bonitas para desilusionarlas más tarde. Excepto a una. ¿Perocuál? ¿Alguna sugerencia?

Sus hombres señalaron a algunas muchachas, pero eran conjeturaspoco entusiastas.

—Como no lo sabemos, tendremos que llevárnoslas a todas, ¿no?Pasaremos aquí la noche y saldremos por la mañana.

Dan se acurrucó en un rincón de la habitación y se puso a hablar consu lugarteniente, un hombre bajo y peludo llamado Onor. Miri no podíaoír las palabras, pero el sonido de su conversación la aterraba. Deseóencontrar un motivo para reírse.

—Los azotes en las palmas de las manos y el armario ya no parecentan malos —susurró.

Esa se rió sin alegría y un bandido les dijo que se callaran.En silencio, las jóvenes observaban cómo la tarde se desvanecía. La

chimenea desprendía un leve calor y su luz irregular llenaba lahabitación de sombras en movimiento. Britta tenía la cabeza apoyada enel regazo de Miri. Frid y Esa ataron el brazo roto de Knut fuerte alcuerpo para mantenerlo inmóvil. Él se quedó dormido, con la cara tensay arrugada, como si sólo pudiera dormir con gran esfuerzo por el dolorque sentía.

La cabeza de Miri no había dejado de latirle con fuerza y no creíaque pudiera descansar. Pero cuando se tumbó y cerró los ojos, se diocuenta de que no quería nada más que olvidarse de dónde estaba y sucuerpo la dejó.

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Capítulo veintiuno

Y la montaña se encogióy luego bostezó.Su voz era un silbido de vaporque se hundía con estuporen los sueños del invasor.

Aquella noche el invierno llegó temprano. La nevada ralentizó la llegadade la mañana y la luz gris amuermada al final se filtró entre la nocheunas horas después del amanecer. La vista que se podía observar desde laventana mostraba un mundo tras una tormenta de copos de nieve tangruesos como las cenizas de una hoguera. Fue suficiente para que Dancambiara de opinión: se quedarían en la academia hasta que la tormentacesara.

Los bandidos permitieron a las muchachas mantener el fuego de lachimenea encendido, pero el hielo se colaba por las piedras y las jóvenesse acurrucaron por el frío y el miedo en el centro de la alcoba. Dan habíaencerrado a Olana y a Knut en otra habitación para que «los mayores noincitaran a los pequeños». Cuando los bandidos dejaron de hacerles caso,las chicas se arriesgaron a hablar en voz baja.

—Ahora me arrepiento de echar a los soldados —dijo Esa.Frid inclinó la cabeza como si reflexionara.—No, dos soldados no hubieran detenido a todos éstos y creo que

hubieran muerto al intentar protegernos.—Esa, tu hermano estuvo aquí ayer. —Miri se quedó helada al oír un

ruido, pero sólo era el viento que silbaba y se metía por la chimenea.

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Continuó con la voz incluso más baja—: Le conté lo del príncipe y quenos quedaríamos en la academia hasta que regresara en primavera.

—Eso significa que no vendrá nadie del pueblo al menos ahora —susurró Britta.

—Mi padre vendrá —dijo Gerti—. No dejará que Olana me tengaotro invierno.

—No con esta nieve —señaló Katar.Esa asintió.—Tu padre no sabe que estamos en peligro, Gerti. Aunque tuviera

pensado venir y llevársete, esperaría a que parara de nevar. Todos loharían. Pero cuando lleguen a la academia, los bandidos ya nos tendrán amedio camino de…

Dan corrió entre los camastros y levantó a Esa del suelo con unamano por el cuello. Le habló tan cerca de la cara, que se estremeció de lababa que le salía de la boca.

—Como vuelvas a hablar, me aseguraré de dejarte muda parasiempre.

Luego esbozó aquella sonrisa enfermiza y fingida, y la colocó en elsuelo con tanta delicadeza como si fuera un recién nacido. Miri se sentósobre sus manos y se quedó mirando al suelo.

Después de otro día de nieve, los bandidos descubrieron elalmacenamiento de comida para el invierno de la academia. Cada vezhabía más que dejaban la alcoba para volver con platos llenos de comida:cerdo asado y embutidos de paté; ensaladas de nabos, patatas, zanahoriasy manzanas; y estofado con cebollas. El constante olor a comida asadaera terrible para el estómago de Miri, que no paraba de hacer ruidos. Losbandidos les dieron a las muchachas gachas aguadas.

Cada vez que los hombres miraban por la ventana y veían que lanieve no paraba de caer, Miri advirtió que las cejas se les tensaban, peropor otro lado parecían estar contentos de pasar el invierno comiendo todoel día y jugando con una cubeta y unas piedras. Hablaban en voz baja ymiraban a las muchachas.

Dos de los hombres cuchichearon con una voz demasiado baja paraque Miri pudiera oírles, pero por lo visto Dan sí que les escuchó.

—¡Hablad en voz alta! —gritó y empujó a uno de los bandidoscontra la pared—. Si os preocupa algo, decídmelo a la cara y nocuchicheéis como niños pequeños.

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El bandido bajó la cabeza con deferencia.—Tranquilo, Dan. Sólo me estaba preguntando qué hacemos aquí

metidos, como si estuviéramos esperando que sus padres vengan asalvarlas.

Dan se puso serio antes de hablar.—Nadie se va a poner a caminar kilómetros con esta nieve y yo

tampoco voy a salir. Nos quedaremos aquí hasta que mejore el tiempo ydespués las bajaremos a nuestro campamento principal.

—Tendremos a un montón de rehenes que alimentar —dijo elbandido.

—Pero merecerá la pena cuando el rey nos pague el rescate por laprometida de su hijo. Además, no nos las quedaremos mucho tiempo.

Dan se dio la vuelta y pilló a Miri mirándole. Ella se estremeció.—Luego dejaremos que la princesita se vaya a casa —dijo mientras

hacia un esfuerzo por que su voz áspera y grave sonara dulce.Miri intentó tragar saliva, pero tenía la boca demasiado seca.Sin que se notara, Miri no le quitó el ojo de encima a Dan. Se sentó

en el camastro más cerca de los bandidos y le observó con los ojosentrecerrados. De vez en cuando daba vueltas por la habitación y rugía asus hombres. Cuando estaba tranquilo se giraba hacia la ventana y la luzplateada de un día de nieve no alcanzaba las oscuras arrugas de lascicatrices de sus mejillas. Era como si intentara seguir con los ojos loscopos de nieve que caían. Aunque estaba sentado, tenía todo el cuerpoapretado, como si tuviera una cuerda que estirara de él tan tirante comoel acero. Miri notaba tenso su propio cuerpo con sólo mirarle, por miedoa lo que pudiera hacer cuando saltara.

Al anochecer del tercer día, Miri observó que Dan se rascaba la barbay se frotaba el cuello, se levantaba y se ponía a dar vueltas. Ella se pusohacia atrás en el camastro. Maldijo, le dio a una silla que estaba en mediode su camino y la lanzó contra la pared donde se rompió. Aquello nopareció aliviar bastante su inquietud, así que volvió a maldecir y estiró lamano para coger a la muchacha que tenía más cerca, la chica con el pelooscuro, Liana. Antes de agarrarla con las manos por el cuello, Onor seinterpuso entre ellos.

—Ahora no. —Onor hablaba con un tono de voz muy bajo que Mirino podía oír. Empujó a Dan en el pecho para intentar calmarlo—. Nomates todavía a ninguna. Ya habrá mucho tiempo más tarde.

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Dan escupió a un lado lleno de frustración. Fulminó con la mirada aLiana, que salió de en medio corriendo y se acurrucó contra la pared.

—Tengo que salir de esta habitación —le dijo a Onor, aunque todavíamiraba de forma hostil a Liana—. Vigílalas tú.

Dan cerró detrás de él la puerta de un portazo y Onor se puso en elrincón sin quitar los ojos de encima a las chicas. «Ya habrá muchotiempo más tarde». Miri completó la afirmación de Onor: «paramatarlas».

Doter a menudo decía: «La verdad surge cuando las tripas y la mentese ponen de acuerdo». Las tripas de Miri confirmaron lo que estabaempezando a creer: si los bandidos las llevaban montaña abajo, ningunavolvería. Tenían que correr y pronto.

Miri esperó a que fuera de noche y que sólo tres hombres estuvieranvigilando a las muchachas. Estaban jugando a algo tranquilo, tirabanpiedrecitas marcadas a la pared. Uno estaba agachado en el suelo, con losojos cubiertos por un gorro y respiraba como el chirriar de una puertaque se abre lentamente. No podía soportar la tensión ni un minuto más yno se atrevía a esperar a que Dan perdiera el control y matara a alguien.Tenían que arriesgarse.

Miri tatareo una canción de la cantera, tumbada de lado con la cabezaapoyada en la mano. La otra mano la colocó contra las piedras del suelo.Uno de los bandidos miró en su dirección y luego volvió a centrarse ensu juego.

Al bandido sólo le había parecido que canturreaba mientras estabaallí echada. Por dentro, Miri cantaba en el lenguaje de la cantera.«¡Conejos, corred!». El cuerpo se le puso en tensión y notó cómo se lehelaba la sangre. Esperó hasta que todas la miraron y parecieron estarpreparadas. Luego, cogió a Britta de la mano y la puso de pie. Cuandocruzaban la puerta, vio que sólo la mitad de las chicas la seguían por elpasillo. Era demasiado tarde para detenerse ahora. Miró hacia delante yse concentró en escapar.

Tenía la sensación de que las baldosas de línder eran resbaladizas enla oscuridad, como si estuviera patinando sobre hielo. Le faltaba el aire yse centró en seguir el jadeo neblinoso que soltaba ante ella cada vez queexhalaba. Oyó los gritos de terror de dos o tres chicas detrás de ellacomo si los bandidos las hubieran atrapado en la puerta.

—¡Se están escapando! —gritó uno.

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«Más rápido», quiso decir, pero estaba demasiado aterrorizada parahablar. Cruzó la puerta principal, bajó los escalones y de repente yaestaba fuera. El aire frío y ventoso le resultaba desconocido y el sueloirregular de fragmentos de rocas cubierto de nieve parecía peligroso,como caminar por encima de cuchillos.

Sólo se había alejado unos pasos del edificio cuando la cabeza lepegó una sacudida, el cuerpo se le tiró hacia delante y se cayó deespaldas en la nieve. Caraperro la había cogido de la trenza. Empezó aarrastrarla del pelo hacia el edificio y ella gateó y se tambaleó al lado deél. En la otra mano llevaba a Esa por el brazo tullido.

Cuando Caraperro tiró a Miri y a Esa al suelo, ella contó cuántas erancon una esperanza aterradora; había veinte. Ninguna de las muchachas sehabía escapado. Ojalá todas se hubieran puesto a correr a la vez.

Ahora estaban todos los bandidos en la alcoba, incluido Dan.—¿Quién es la pequeña líder? —preguntó con la voz más ronca de lo

normal—. Decídmelo rápido, ¿quién dio la orden de salir corriendo?—Ella. —Bena señaló a Miri—. Ella nos dijo que nos escapáramos,

pero algunas no le hicimos caso. No es nuestro líder.Las diez chicas que no habían corrido se colocaron juntas. Eran todas

las más mayores, excepto Katar, algunas chicas más jóvenes, quesiempre se sentían intimidadas por la ferocidad de Bena y la niña detrece años Helta, que estaba demasiado asustada como para moverse.Bena sonrió durante un momento; pero entonces Dan las miró y la fuerzade su atención fue suficiente para que se le pusieran los pelos de punta.Las chicas que estaban de pie se sentaron y Liana se escondió la cara enlas manos. Miri miró con odio. ¿Acaso creía Bena que al traicionarla,Dan le daría una palmadita en la espalda y la dejaría marcharse?

Uno de los bandidos que había estado jugando en el rincón habló:—Las hemos estado vigilando, Dan, y en ningún momento oímos a

nadie decir ni una palabra.—Por supuesto que no —replicó Dan con el ceño fruncido. El

bandido retrocedió—. Caraperro, Onor, venid aquí. Quiero un plan paramantener a estas niñas encerradas y fuera de mi vista hasta que latormenta de nieve pare.

Se amontonaron en la puerta y Dan les gruñó, les reprendió y lesexigió que las vigilaran mejor.

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—Ojalá hubiera huido a casa —susurró Helta y luego empezó allorar.

—Cállate —le gritó Dan.Miri apretó las manos y deseó ser tan fuerte como su padre para

poder golpearlo por matón. Sabía que pegarle sería inútil, pero ansiabapoder hacerlo de alguna forma, tener la oportunidad de verle sufrir.

Esperó a que parara de hablar con los bandidos y luego se dirigió aél:

—Perdone, Dan —dijo en tono sumiso, aunque notaba los latidos delcorazón en los oídos—. Señor, creo que debería saber algo.

Dan miró a Miri y ella intentó no ponerse nerviosa.—Hace muchísimos años los bandidos vinieron a Monte Eskel —

dijo.Al oír aquello, todas las chicas levantaron la vista. Era la primera

frase de la historia que se contaba en todas las fiestas de primavera.—¿Qué? —dijo Dan—. ¿De qué estás hablando?—Se pensaban que sería bastante fácil saquear un pueblo pequeño —

dijo más alto para calmar su voz temblorosa—. Creían que podría robar,quemar y marcharse antes de que el sol viera sus actos. Pero eranhombrecillos ignorantes y no conocían los secretos de Monte Eskel.

Dan le tapó la boca a Miri con la mano.—No te he preguntado y no me interesa…—La montaña reconoce las pisadas de un forastero y no soportará su

peso —continuó Esa, que avanzó rápidamente a la mitad de la historia.Todos los ojos se volvieron hacia ella y le tembló la mano derecha por laatención que le estaban prestando. A Miri le dolió el corazón de loorgullosa que se sentía.

—Caraperro —dijo Dan y señaló con la barbilla a Esa.Caraperro le cerró la boca a la muchacha, pero Frid se cruzó de

brazos y continuó la historia.—No soportará su peso —repitió Frid—. Los bandidos se acercaron

cada vez más y la montaña gruñó en la noche. —Dos bandidos laagarraron y ella forcejeó para seguir hablando—. Gruñó y los aldeanos laoyeron y se despertaron.

Un tercer bandido le metió su gorro en la boca para que se callara.Apretaba y aflojaba los puños como si hiciera un gran esfuerzo para nopegarle una paliza.

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—Estas niñas son asquerosas —soltó un bandido con una cicatriz quele atravesaba un ojo.

—Sólo están tratando de sacarnos de quicio —dijo Dan—. No…—Los aldeanos se despertaron —continuó Katar, con la barbilla en

alto y los ojos brillantes— y les esperaban. Les esperaban con mazos,cinceles y palancas. Aquella noche los canteros eran más altos que losárboles, más altos que las montañas y golpeaban como relámpagos.Cuando los primeros bandidos cayeron, el resto salió corriendo. Huyeroncomo liebres de un halcón.

—¡Cállate! —gritó Dan—. Os amordazaremos si es necesario.Katar empezó a relatar la última parte de la historia y las demás

muchachas que habían corrido con Miri se unieron a ella.—El monte Eskel nota las pisadas de los forasteros. —Se detuvieron

y entonces ni siquiera Bena se calló en la frase final—. El monte Eskelno soportará su peso.

Todos los hombres de la habitación se quedaron mirando fijamente alas jóvenes, la mitad boquiabiertos y todos los ojos tan abiertos que se lesarrugaba la frente. Uno de ellos se restregó el brazo como si intentaracalentarse. Britta miró a Miri y una sonrisa secreta tensó sus labios.

Entonces el sonido de los aplausos de Dan heló la habitación.—Una historia para irse a dormir buenísima y, como todos estos

cuentos, es tan real como que nieva en verano. Si me contáis otra, todasesperaréis atadas a que la tormenta cese. Creo que bastará por ahora conamordazar a la pequeña incitadora.

Miri notó cómo Dan le ponía un pañuelo encima de la boca y le atabalas manos a la espalda. Luego la agarró por las raíces del pelo y tiró de laoreja de Miri para acercársela a la boca.

—Conozco a las de tu clase. —Aquel susurro gutural le produjoescalofríos, como cuando las garras de la rata le corretearon por la piel—. Crees que eres una pequeña bandida, ¿eh? ¿Te crees que eresinteligente? No hay nada que se te pase por la cabeza que yo ya no sepa.Te voy a decir la única que cosa que tengo en mente: la próxima vez quehaya un problema, primero te rebanaré el pescuezo y luego haré laspreguntas. Nada va a impedir que me haga rico. Lo entiendes,¿princesita?

Miri no se movió, así que él le levantó la cabeza y luego se la agachópara obligarla a asentir. Ella intentó tragar saliva, pero le dolió al pensar

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en que le cortarían la garganta. Dan sonrió como si de verdad supiera loque estaba pensando.

«No lo sabes todo —pensó Miri furiosa, porque no podía expresarloen voz alta—. No soy una princesa. Soy una chica de Monte Eskel yconozco cosas que ni siquiera podrías imaginar». Era una defensa débil,pero sólo al pensarlo se sintió más fuerte.

Dan dejó a ocho bandidos en la alcoba para vigilar a las muchachas ya tres más justo al otro lado de la puerta. Miri estaba tumbada de lado,con las manos atadas a la espalda, y observaba cómo el fuego ardía bajo,con una luz más tenue que la de una luna creciente.

Los hombres estaban callados aquella noche y se preguntó si estaríanpensando en la historia. Había empezado a contarla para inquietarles y sihabía cobardía en sus corazones tal vez eso les haría salir huyendo. Peroahora aquella historia le había dado una idea mejor.

Le daba igual lo que Dan creyera, había algo de verdad en ella. Unavez los bandidos habían venido y los aldeanos les había dado bien fuerte.Suponía que el relato se había tomado algunas libertades, porque lamontaña no podía hablar con ellos en realidad; pero la idea en esenciaera cierta, pues el lenguaje de la cantera les permitió a los aldeanoshablarse a través de la montaña, enviar su canción al línder para que otropudiera oírla. Si Miri podía transmitir las respuestas de los exámenes enuna colina, ¿qué más era posible?

El desafío en silencio a Dan, la animó. Ella era una chica de MonteEskel. Tenía que haber algo que pudiera hacer.

Miri sacó la parte superior del cuerpo del camastro y apretó la mejillacontra una fría piedra del suelo. La montaña estaba llena de línder.Habría vetas, capas y cantidades de línder bajo tierra, en las partes másprofundas y también en las más superficiales, todo un rastro de línderdesde el suelo del edificio que había debajo de ella hasta el pueblo. Teníaque haberlo.

El aliento rebotó en la piedra y le calentó la cara. Lo escuchó, lecogió el ritmo y trató de pensar en una canción.

Había mucho camino hasta la aldea. Se imaginó el sendero, todas lascurvas, las canteras muertas hace décadas y los acantilados de kilómetrosde altura. Durante el examen en la colina todas habían estado juntas, auna distancia de dos brazos. La desesperanza de intentarlo la asustaba ycontuvo el aliento.

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Doter siempre decía: «El pensar que es imposible hace que lo sea».Tan sólo hacía un año, el hecho de usar el lenguaje de la cantera fuera dela cantera parecía imposible. Miri apartó las dudas de su cabeza.

Cantó sus pensamientos hacia el línder, cantó sobre su familia, consus camastros bien juntos en una noche de invierno a bajo cero. Esperóque su padre o Marda oyeran aquel recuerdo de casa y entendieran queMiri les necesitaba.

Miri probó con diferentes recuerdos hasta que sus pegajosospárpados le dijeron que ya era pasada la medianoche, cuando seguro quetodos en el pueblo estarían durmiendo. Las muchachas de la academiaque estaban desveladas la miraron desconcertadas, lo que era una señalde que el lenguaje de la cantera había llegado hasta ellas; aunque comono conocían el recuerdo en especial que ella había utilizado, seguramentepensaron en sus propios hogares. Pero Miri no percibía ningunarespuesta de lejos. Las manos atadas se le habían dormido, sentía undolor punzante en el cuello y los hombros de estar tumbada en el suelo, ytenía la cintura apretada por el hambre. Cuando la incomodidad pudo consu concentración, volvió al camastro y durmió sin acabar de descansar.

La luz lúgubre de otra mañana de nieve la despertó y reanudó sutrabajo. Durante todo el día hasta aquella noche lo intentó de todas lasformas que pudo imaginar. Transmitió recuerdos con el lenguaje de lacantera que sólo su padre conocía y de días que había pasado con Mardasola. Le respondió el silencio.

Britta estaba sentada al lado de Miri y le alisaba la frente al retirarlela mordaza para que bebiera unos sorbos de agua cuando ningún bandidomiraba. Miri no se podía relajar, los finos músculos de la frente estabanatados y tensos.

—¿Estás enferma? —susurró Britta.Miri negó con la cabeza, pero no pudo explicar nada más. Seguía

buscando con una mezcla de desesperación y esperanza.Cuando la luz de la tarde se filtró en la habitación, Miri casi estaba

trastornada por el esfuerzo y probó otra cosa. Le vino Peder a la cabeza ya pesar de su reciente riña, se tranquilizó al pensar en él. Cerró los ojos,soltó sus ideas y cantó al línder de la fiesta de primavera. Estabansentados sobre la misma piedra, con las piernas casi tocándose y lahoguera más cercana se reflejaba en el negro de sus ojos.

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Quizá después de una hora de intentarlo, perdió la concentración yempezó a recordar una tarde de verano de hacía unos años. Ella y Pederestaban sentados en la orilla del riachuelo y los pies se les estabanponiendo morados en el agua helada. A su alrededor, las cabras tirabande la hierba y balaban al sol. Una mariposilla con alas blancas pasórevoloteando por su nariz y se paró en ella como si pensara al principioque era una flor. Peder arrancó una hoja con forma de ala, se la pasó porlos labios y sopló. La hoja dio vueltas y voló, bajó y subió por la brisa yfue como si persiguiera a la mariposa hasta que tocó la superficie delagua, que la arrastró riachuelo abajo.

Aquel día no tuvo nada de especial. Era uno de tantos de su infancia,una de las miles de horas que había pasado junto a Peder. Pero al pensaren ello se sintió cómoda. El corazón le latía a través de las costillas y lerecordó, allí atrapada, asustada y con frío, lo que era sentirse feliz. Y laidea de Peder vino unida al recuerdo, como si pudiera percibir un ligeroaroma de él en su ropa.

Detrás de los ojos no había ninguna vibración, aquel recuerdo eraborroso y extraño. No era el tipo de lenguaje de la cantera con el que lehabía hablado en la fiesta de primavera, fuerte y estridente, con lasimágenes gritando detrás de los ojos. No obstante, le pareció que sumente no estaba divagando, sentía que era Peder.

Se salió completamente del camastro y apretó con fuerza todo elcuerpo contra el suelo, desesperada por seguir comunicándose. Laspiedras frías se le clavaban a través de la ropa, pero apretó los dientes ylo ignoró. Cerró los ojos y cantó el recuerdo de la fiesta de primaveradonde se contó la historia de los bandidos. Una y otra vez repitió lasimágenes de aquel acontecimiento, mientras formaba un ritmo con suspensamientos y los emparejaba como si rimara dos versos de unacanción, que cantaba en silencio a la piedra. «Bandidos, peligro». Rezópara que Peder lo entendiera. «Ahora, aquí en la academia. ¡Losbandidos, díselo a nuestros padres!».

Habló con el lenguaje de la cantera hasta que los pensamientos se ledesgastaron y se convirtieron en algo chirriante; tenía la mente tan roncacomo tendría la garganta después de haberse pasado horas chillando.Peder no volvió a contestarle.

Le siguieron horas de silencio. Le dolía el cuerpo por haber estadotumbada en el suelo, así que se sentó y estiró los brazos atados, y se dio

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cuenta de lo mucho que le dolía la cabeza. Afuera, la nieve seguíacayendo.

Esa y Frid la miraron de manera inquisitiva y Miri se encogió dehombros dada por vencida. Tenía las sienes como si unos cincelesquisieran cuadrarle el cráneo como un bloque de línder. Un bandido dejóque Britta le retirara la mordaza a Miri durante un rato y le diera decomer gachas; luego el abatimiento hizo que le entrara sueño, así que setumbó y soñó con subir por una pendiente que no tenía cima.

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Capítulo veintidós

Las huellas de aquellas botaseran agujeros en la pendiente.La montaña con piedras rotasrugía consecuentemente, lo que hizo quelos bandidos salieran corriendo aturdidos.

Miri se despertó con tal sacudida que se sentó derecha.¿La había llamado alguien? Oía tan fuerte su respiración que tenía

miedo de que algún bandido se hubiera acercado a investigar. Despacio,por el daño que le hacían los pliegues de su camastro, se tumbóbocabajo.

Nadie había hablado en voz alta, ahora estaba segura, pero todavíatenía la impresión de que su nombre le resonaba en la cabeza. Escuchó eldulce sonido del sueño, los ásperos gruñidos de los ronquidos, el crujidode los cuerpos inquietos sobre los camastros de paja, al rascarse y aldarse la vuelta, y los gemidos de un sueño agitado. No se oían voces. Uncosquilleo detrás de los ojos le hizo pensar que tal vez había sido ellenguaje de la cantera y se quedó despierta escuchando.

Su mente recogió el recuerdo de la última vez que había visto aPeder, justo después de que el príncipe se fuera. Habían estado cerca dela academia, antes de la primera curva del camino. En la oscuridad deaquella habitación fría, el recuerdo era tan vivido que le calentaba lasextremidades. Podía imaginarse cómo la luz del sol le daba a Peder enlos ojos y hacía que parecieran azules del todo sin nada de negro; apretólos puños a ambos lados del cuerpo.

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—Ah…No pudo evitar dejar escapar de los labios un ruidito de asombro.

Esta vez no cabía duda de que Peder la estaba llamando con el lenguajede la cantera. Tal vez antes la señal había sido débil porque estaba máslejos. Ahora era mucho más fuerte, mucho más clara. Estaba cerca,estaba segura. ¿Pero había venido solo?

Miri se bajó rodando del camastro para tocar el suelo de línder y lecontestó a través del lenguaje de la cantera utilizando su propio recuerdode la última despedida. Su respuesta fue inmediata: la caza del gatomontés. Miri tenía siete años, estaba de pie en la puerta de su casa ymiraba a unos treinta hombres y mujeres que salían para cazar a un gatomontés que acechaba a los conejos del pueblo. Llevaban palancas, picosy mazos, y tenían las caras adustas y decididas.

Peder había traído a los aldeanos y llevaban armas.Miri trató de buscar la forma de preguntar: «¿qué hago?». Pero ya

sabía la respuesta. Las muchachas tenían que salir del edificio. Si loconseguían, sabía que los del pueblo las estarían esperando afuera paraprotegerlas. Pero si sus familias tenían que irrumpir en el edificio,lucharían e incluso habría algún muerto. Los ocho bandidos que había enla alcoba dormían y tres de ellos bloqueaban con el cuerpo la únicapuerta de la habitación. Miri se tambaleó al ponerse de pie y fue depuntillas hasta la ventana. No se veía nada en aquella noche por lanevada, pero mientras miraba a través del torrente de copos de nieve, sealzó el viento durante un instante y la tormenta se abrió. Allí, justo antesde la curva del camino, vio una fila de formas oscuras. Para uno de losbandidos que vigilaban puede que tan sólo fueran unas rocas, pero Mirireconoció la forma de cada una de ellas alrededor de la academia. Losdel pueblo estaban allí, esperando.

Miri cerró los ojos y cantó un recuerdo en lenguaje de la cantera delhalcón de piedra que estaba sobre aquel alféizar en una mañana deprimavera. Esperaba que Peder lo entendiera y mirara por la ventana.

Notó cómo la sangre corría por sus venas y la advertía de que estabaa punto de hacer algo espeluznante. «Primero te rebanaré el pescuezo yluego haré las preguntas», había dicho Dan. Y Miri le creía. Ahoraestaba de nuevo a punto de dar otro paso para escapar y su amenaza eratan real e inmediata como el aire de sus pulmones.

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Miri empezó a temblar. Apoyó el hombro contra la pared y seencontró con que no podía moverse. Los del pueblo estaban muy lejos, alotro lado de la nevada, y Dan y su cuchillo estaban tan cerca como lahabitación de al lado. Cuando había empezado a llamarlos con ellenguaje de la cantera, no se había imaginado esta parte, la necesidad desacar a las chicas de la academia sin ayuda y el riesgo terrible de que lasatraparan de nuevo.

«No dudes —se recordó a sí misma—. Sólo ataca, Miri. Sólomuévete, montañesa». Cantó para sí para animar a sus extremidades ydarles motivos para moverse. Era la princesa de la academia. Era el vivoretrato de su madre. Peder la había oído llamarle y había venido denoche. Su padre estaría allí afuera y sus brazos eran fuertes para aplastara los bandidos como si fueran restos de roca. Olana y Knut estabanencerrados y no había nadie más.

La respiración hizo que el pecho se le sacudiera. Dio el primer paso.Miri se alejó con cuidado de la ventana, fue hacia el camastro de

Britta y se inclinó junto a ella para tocarla con una mano atada.Britta abrió los ojos y sin hacer ruido miró a Miri, miró a los

bandidos que estaban durmiendo y asintió para darle a entender que lohabía comprendido.

Desató las manos de Miri y le quitó la mordaza y luego las dosjóvenes gatearon por la habitación mientras se susurraban al oído y sehacían gestos de silencio. Algunas se despertaron asustadas y el crujir desus camastros hizo que a Miri le diera un vuelco el corazón. Echó unvistazo a los hombres que dormían, pero ninguno se había levantado.

El chisporroteo constante del fuego bajo tapaba algunos de los ruidosque las chicas hacían al sentarse, al atarse las botas o al cuchichearpreguntas ansiosas. Miri se agachó delante de la chimenea para que todaspudieran verle la cara. Tocó el suelo con las yemas de los dedos y lesrecordó con el lenguaje de la cantera que los del pueblo había luchadocontra el gato montés y esperó que todas se acordaran de lo sucedidoaquella noche de hacía años. Después, señaló hacia la ventana.

Vio cómo las caras se volvían hacia aquel punto de luz pálida yparpadearon llenas de temor y miedo. Miri no podía arriesgarse a queninguna se quedara atrás. Con las cejas levantadas como si planteara unapregunta, Miri apuntó a todas las muchachas y esperó a que asintieran.Para su alivio, incluso Bena no vaciló.

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Tan silenciosas como las alas de un búho, las muchachas fueron ahurtadillas hasta la ventana. Muy por encima de las nubes de nieve, laluna debía de ser llena y brillante. Su luz se esparcía por la tormenta,marcaba cada copo de nieve con un lustre plateado y desprendía unresplandor blanco y aterciopelado sobre la montaña. Miri creyó que supadre y los demás estaban preparados justo fuera del alcance de la vista.

Frid y ella examinaron el marco de madera de la ventana y buscaronun lugar por el que poder arrancarlo. Bena, que era más alta que Miri,avanzó para ayudar a Frid a romper la madera por la parte de arriba. Elcrujido sonó como un gemido desesperado y las chicas se quedaronheladas al mirar las caras de los hombres que dormían. El tuerto estaba aun par de pasos de distancia, pero no abrió el ojo bueno.

Frid y Bena quitaron el resto de la madera. Mucha estaba húmeda porel hielo que se filtraba y pudo salir sin demasiadas complicaciones,aunque Miri supuso que las chicas tendrían los dedos llenos de astillas.Las manos de Bena eran hábiles y silenciosas, y Miri acabó pensando deella que era una persona maravillosa.

Al sacar bastante marco, el cristal se pudo soltar con facilidad; luego,cinco muchachas lo sujetaron con cuidado y bajaron la ventana al suelo.Miri oyó una exhalación colectiva cuando lo apoyaron contra la pared,una reacción que en otras circunstancias la habría hecho reír. El silencioque había, en cambio, era desconcertante.

Entraba un aire frío por el hueco vacío y uno de los bandidos semovió. Miri agarró a Liana y con la ayuda de Frid y Bena la alzaron porel hueco de la ventana. Liana no había acabado de poner el pie fuera,cuando la fila de aldeanos caminó hacia delante. En cuanto los vio, Mirinotó que se le fortalecían las extremidades. Treinta o cuarenta marchabancon paso seguro hacia la academia y Liana salió corriendo para arrimarsey ponerse a salvo detrás de ellos. Otra chica iba detrás de ella, y luegootra. Ahora había cinco jóvenes fuera. Seis.

—¿Por qué hace tanto frío? —preguntó una voz dormida.El pánico hizo temblar las manos de Miri y casi se cae cuando estaba

empujando a Tonna. Ya habían pasado diez muchachas. Doce. Dieciséis.—¿Qué demonios…? —El bandido tuerto se levantó—. ¡Dan! ¡Se

están escapando!—No —musitó Miri.

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Frid tiró a otra chica por la ventana y después se dio la vuelta hacialos bandidos que se estaban despertando. Uno de ellos fue hacia Miri,pero Frid fue más rápida. Agarró un orinal y se lo rompió en la cabezacon un ruido y un olor que hizo que el resto se levantara. Bena saliótrepando por la ventana. Ahora todas las muchachas estaban fuera menosMiri y Frid.

—¡Deprisa! —dijo Miri mientras salía por sus propios medios.Cuando tocó el suelo del fondo, oyó a Frid detrás de ella y los gritos

de los bandidos que las seguían. Los bandidos estaban saliendo a tropelpor la puerta principal y las jóvenes lloraban al ser atrapadas antes dellegar hasta los del pueblo.

Miri corrió. Los aldeanos estaban tan cerca que creía que sería capazde saltar hasta ellos con tanta facilidad como lo haría por encima de unarroyo. La nieve le llegaba a las rodillas y su huida parecíaextremadamente lenta, como si estuviera enferma en un sitio muy lejos ysólo soñara con correr.

Los aldeanos empezaron a correr para tratar de llegar hasta lasmuchachas que estaban escapando antes de que lo hicieran los bandidos,pero Miri vio que tiraban hacia atrás de Britta y que otra chica gritaba asu derecha. Hubo un repiqueteo de madera y metal que significaba quealguien estaba luchando. Mantuvo la vista en los aldeanos, en su padrecorriendo hacia ella y se dio prisa.

Entonces una mano le tocó la espalda. Gritó mientras le impedíanluchar y se dio la vuelta. La cara de Dan llena de cicatrices la miró condesdén a unos centímetros de la suya.

—Tú eres la alborotadora —dijo y la boca le apestó a carne—. Temataré.

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Capítulo veintitrés

No bajes la mirada, no bajes la miradaen medio del aire te quedarás helada, helada.

—¡Miri! —Su padre saltó hacia delante.La furia le deformaba la cara y Miri tembló al verlo. Un bandido le

adelantó y el mazo de su padre se movió dos veces, una para tirarle alsuelo el garrote, y la otra para darle al bandido. Su padre le saltó porencima y corrió hacia Dan con el mazo alzado.

—¡La mataré! —le advirtió Dan, que forzaba aquella voz ronca paragritar. Tenía a Miri agarrada con las manos por el cuello—. La partiré endos, montañés.

Su padre se detuvo. Miri vio cómo agarraba con fuerza el mango delmazo, miró a Miri, miró a Dan, sin otra idea que la de golpear al bandidohasta que cayera sobre la nieve. Respiró con agitación y bajó despacio elmazo, como si al hacerlo le doliera tanto como cortarse su propia mano.Tenía la vista clavada en Miri y la expresión de su cara decía que se leestaba rompiendo el corazón por segunda vez.

A Miri le dolía su propio corazón como si se le hubiera quemado layema del dedo. Ahora se daba cuenta de que él haría todo lo que ellanecesitara, luchar hasta la muerte, bajar el mazo o hasta creer la extrañahistoria de Peder de que le había hablado con el lenguaje de la cantera akilómetros de distancia. Había atravesado corriendo una tormenta denieve en medio de la noche para salvar a su niña pequeña.

Le dio una patada a Dan y se retorció para soltarse. Era como pegar auna piedra. Pendió sin fuerzas de las manos del bandido y se quedó

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mirando a su padre.Todos estaban callados. La huida frenética y la breve lucha habían

parado tan rápido como había empezado. Miri y Dan estaban enfrente delos escalones de la academia. Aquellas manos calientes y ásperas lerodeaban el cuello y le retorcían la piel como si estuviera practicandoretorcerle el pescuezo. Ante ella había una barrera de aldeanos.

Le reconfortaba ver que muchas de las muchachas de la academiahabían conseguido colocarse detrás de ellos y se abrazaban unas a otras ylloraban. Los del pueblo habían arrollado a cuatro bandidos, tres estabantendidos sobre la nieve, con la bota de un cantero sobre sus espaldas, y elcuarto se retorcía mientras el hermano mayor de Frid le atravesaba elcuello con una palanca de hierro. Miri se preguntó si alguno de losbandidos estaba pensando en una montaña que podía avisar a su gente alsentir las pisadas de un forastero.

Pero los aldeanos tenían sólo a cuatro bandidos y los otros oncehabían atrapado a algunas de las chicas de la academia que intentabanescapar. Miri divisó a Esa, Gerti, Katar, Britta y Frid entre las cautivas.Se estremeció. Ahora ya no había ventanas por las que escabullirse.

El frío se le calaba en los huesos y el minuto de tensión silenciosapareció horas. Cuando Os habló, el sonido de su voz cerró el espacio ehizo que la noche exterior pareciera una habitación llena de gente.

—Tenemos a cuatro de vuestros hombres y vosotros a nueve denuestras hijas. Haremos un buen intercambio fácil: vosotros seguísvuestro camino y no se derrama la sangre de nadie sobre la nieve estanoche.

Dan se rió.—No es un trato muy justo, cantero. ¿Qué te parece esto? Os quedáis

con los cuatro hombres, nos dais a las otras niñas y las enviamos devuelta a casa sanas y salvas cuando el príncipe pague.

Se oyó un murmullo de enfado. Algunos de los del pueblo insultarona Dan y apretaron los mangos de sus armas. Os gruñó con una voz queparecía que la montaña retumbaba.

—Ninguna de nuestras hijas se apartará de nuestra vista y si algunasale herida, podéis estar seguros de que no dejaré que os marchéis conlos miembros pegados al cuerpo. —Los ojos de Os miraron a su hijaGerti que estaba en las garras del bandido tuerto. Cuando volvió la vistahacia Dan, la expresión de su cara reflejaba que disfrutaría arrancándole

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unas cuantas extremidades—. Dejadlas venir con nosotros ahora ysoltaremos a vuestros cuatro hombres y dejaremos que os vayáis vivitosy coleando. Es una buena oferta. No la descartéis por orgullo.

Dan escupió a la nieve.—Vine hasta aquí para pedir el rescate por un pellejo real y no me

voy a marchar sin…—Ya has oído nuestras condiciones —dijo Os—. ¿Por qué no le das

vueltas a lo que te he dicho antes de decidir morir esta noche?Dan no respondió enseguida y Miri se preguntó si Os hubiera tenido

más éxito si hubiera utilizado los principios de la diplomacia.La nieve seguía cayendo entre ellos, blanda y ligera, y los copos de

vez en cuando se levantaban y giraban por una ráfaga de viento. ParaMiri la nevada era extraña y delicada, pues todo lo demás aquella nocheera difícil y peligroso, como un desprendimiento de bloques de hielo oun vendaval que puede llegar a tirar a una persona por un precipicio. Eltiempo no reconocía que en cualquier momento Dan podía partirle elcuello como a un conejo engordado para el estofado. Los copos de nievecaían, despacio y con dulzura como pétalos en la brisa.

Dan volvió a escupir, lo que hizo un agujerito en la nieve. Aquellosignificaba que había tomado una decisión.

—Quiero sacar algo por los problemas que tenido o de lo contrarioesta niña será la primera en morir. No estoy bromeando.

Aquella áspera piel le arañó el cuello.—Ni nosotros tampoco —dijo el padre de Miri con la mirada clavada

en Dan, rígida como una piedra, como si le hubieran esculpido de lamisma montaña.

—Venga, Dan —dijo el bandido que sujetaba a Katar con una voz tanbaja que los aldeanos no pudieron oírle—. Hemos descansado y comidohasta saciarnos. Ya hemos tenido suficiente.

—¡Cállate, idiota! —exclamó Dan y Miri se quedó sin aire alapretarle el cuello con más fuerza—. Te dije que tenías que pensar encosas más importantes. No hemos conseguido lo que hemos venido abuscar y no nos marcharemos sin una princesa por la que pedir rescate.

—Yo sí —replicó el bandido que sujetaba a Gerti. La tiró al suelo yse echó hacia atrás mientras miraba con su único ojo como si tratara dever todo lo que pasaba a la vez—. Ocurre algo raro en esta montaña.Sabía que estábamos aquí, se lo dijo a los del pueblo, justo como nos

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contó la niña. Lo siguiente será que la montaña nos enterrará vivos ynadie llorará, o alguno de esos hombres me cortará los brazos. Ya perdíuna vez un ojo por ti, Dan, y no voy a perder los brazos también.

Gerti corrió hacia Os y le agarró la pierna. Miri vio cómo aquel granhombre se estremecía de alivio.

—Estás hablando como un tonto —dijo Dan. Le salía saliva de laboca mientras hablaba—. Te ordeno que te quedes.

El bandido tuerto se quedó mirando a los hombres y mujeres queagarraban palancas y mazos en ambas manos, alzó la vista hacia latormenta de nieve, se estremeció y se dio la vuelta para marcharse. Otrostantos soltaron a sus rehenes con un empujón y le siguieron.

—Es un lugar peligroso —murmuró uno.Frid se quitó de encima a los dos bandidos que la sujetaban. Parecían

dispuestos a luchar con ella, pero entonces alzó los puños y les lanzó unamirada de desafío. Se quitaron la nieve de las rodillas, alcanzaron a losotros desertores y miraron atrás mientras se iban como si el miedo a lamontaña les siguiera.

—¡Volved aquí! —gritó Dan—. Si os marcháis ahora, ya no seréisparte de esta banda.

La nieve se hacía más espesa y los bandidos que se marcharon notardaron en desaparecer detrás de una cortina blanca. Aquello parecióponer nervioso a otros, por lo que tres hombres más soltaron a susrehenes y corrieron. Sólo Onor y Caraperro estaban al lado de Dan.

—Ésta podría ser la princesa —dijo Onor mientras sacudía a Esa—.No voy a tirar a la nieve a una niña que vale cien caballos.

Caraperro sostuvo sin preocuparse su única arma, un puñal, contra elpecho de Britta y le pasó la punta por la camisa. Un trozo de tela serasgó. Miri forcejeó de nuevo y Dan la sujetó con más fuerza. Si hubieratenido un arma… Los copos de nieve se le pegaban a las pestañas y laslágrimas de frustración le empañaron la visión, por lo que no podíadistinguir la cara de su padre.

Miri sabía que Dan nunca la dejaría marchar y que le retorcería elcuello antes de que ningún mazo pudiera alcanzarle. Os estabanegociando otra vez, intentando que el resto de los bandidos vieran loinútil que era llevarse a tres niñas, pero Miri no notó vacilación en lasmanos de su captor.

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En algún lugar, por encima de la nevada, amaneció. El mundo poco apoco se fue iluminando y el cielo se tiñó de rosa y melocotón hastatransformarlo todo en un color plateado claro. Miri empezó a distinguirmejor a los aldeanos. La primera luz de la mañana destacaba las arrugasdebajo de los ojos y alrededor de las bocas, y notó que se le hinchabatanto el corazón que casi le dolía. Allí estaba Peder, con las manos rojaspor el frío; sin duda había salido demasiado rápido para encontrar losguantes. Allí estaba la cara redonda de Doter, la del padre de Miri tandura y cuadrada como un cimiento, los seis hermanos de Frid y sumadre, que era más grande que todos ellos. Su familia, sus compañerosde juegos, sus protectores, sus vecinos y amigos, todas aquellas personaseran su mundo.

Se dio cuenta con una claridad repentina que no quería vivir lejos desu pueblo, donde la sombra del monte Eskel caía como un brazoreconfortante. La montaña era su hogar: el polvo del línder, el ritmo de lacantera, la cadena montañosa y la gente que conocía tan bien como a supropia piel. Y ahora que los miraba quizá por última vez, pensó que losquería tanto que su corazón estallaría antes de que al bandido le dieratiempo a matarla.

Tenía que arriesgarse y pronto. Para darse valor, colocó la mano en elbolsillo de su falda y tocó el halcón de línder. Hasta aquel momento, sehabía olvidado de que estaba allí.

—No creo que podamos descansar ya tranquilos en esta casa —dijoDan—. Supongo que será mejor que cojamos nuestro botín y nosmarchemos. —Empezó a alejarse de los aldeanos hacia el camino quebajaba la montaña.

—¿Crees que dejaremos que os marchéis con esas muchachas? —dijo Os—. Sabemos que no tendrán muchas posibilidades de sobreviviren vuestras manos.

—Será un riesgo que deberéis correr —contestó Dan—, porque sinos atacáis, os garantizo que sus perspectivas de sobrevivir serán muchomucho peores.

Los aldeanos levantaron las armas y cambiaron de postura, peroninguno avanzó.

Dan siguió retrocediendo y Onor y Caraperro le siguieron. Parecíaestar tratando de encontrar el camino al tacto, pero había mucha nieve.

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Miri conocía la montaña. Incluso con aquella tormenta sabía que seestaba desviando demasiado hacia la izquierda. El borde del acantiladocada vez estaba más cerca. Si al menos pudiera darle un buen codazo…Tan silenciosa como una exhalación, cantó para sus adentros: «Ningúnlobo vacila antes de morder. Y así ataca. Ningún halcón duda antes dedescender. Sólo ataca».

—Todo el mundo quieto —dijo Dan—. Nos marcharemos pronto ydespués iréis a buscar a las niñas cuando llegue el deshielo. Eso estarábien.

Miri miró a la derecha y vio que el terror helaba las caras de Britta yEsa como el hielo en el cristal de la ventana. A su izquierda, la nieveocultaba el borde del acantilado. Necesitaba ayuda para llevarlo hastaallí.

Miri sabía que su padre la quería, ahora lo sabía con una paz como ladel atardecer más suave de un verano. Sabía que se tiraría por la montañapara salvarla. Pero como Doter decía, era una casa con lascontraventanas cerradas. No confiaba en que entendiera su petición através del lenguaje de la cantera.

Peder había oído que lo llamaba a kilómetros de distancia. Él laentendería.

Miri forcejeó de nuevo, pero esta vez sin esperar soltarse. Sólo queríacontactar con el suelo un instante, una oportunidad de hundir los pies enla nieve y sentir la piedra. Lo consiguió y agarró el halcón que tenía en elbolsillo, pues esperaba que aquel pedazo de línder ayudara también. Contoda su voluntad y tan silenciosa como los copos de nieve que caían,cantó en el lenguaje de la cantera.

El recuerdo que escogió fue cuando Peder se cayó en el agujero dehielo derretido que estaba oculto y desapareció de la vista. No tendríaque pensar en ello mucho rato si él lo entendía.

—No creas que no te seguiremos —dijo Peder. Los copos de nieve seposaban en abundancia sobre sus rizos leonados, por lo que la plataganaba al oro—. Iremos detrás de vosotros hasta el mar si hace falta.

Algunos de los adultos fruncieron el entrecejo ante aquel arrebato,pero Peder no apartó la vista de Miri y Dan. Peder les dio un codazo aJans y Almond, los hermanos mayores de Bena, y le siguieron desde lafila de los aldeanos hacia la izquierda de los bandidos. Miri notó que Danse movía.

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—No tan cerca, gatitos —les avisó Dan—. Soy un ladrón y unasesino, ¿os acordáis? No podéis fiaros de que no la mate por puramaldad.

Peder y los otros dos aminoraron la marcha, pero siguieronavanzando hacia la derecha de Dan para obligarle a cambiar latrayectoria un poco. Miri pensó que era suficiente. Se concentró enmantener el cuerpo relajado para no agarrotarlo antes de tiempo y nodarle a Dan ningún indicio de lo que estaba a punto de intentar.

«No dudes. Sólo muévete». Miri agarró el halcón de línder delbolsillo, lo sujetó como si fuera un puñal y se lo clavó a Dan en lamuñeca con la punta afilada de un ala extendida.

Dan gritó y la soltó. Miri cayó al suelo, se alejó de él rodando y searrastró por la nieve. La sacudida de dolor sólo duró un instante, y chillóy saltó detrás de ella.

Pero había un precipicio. Miri no tuvo tiempo de tener cuidado. Conla esperanza de que había calculado bien su posición, rodó por elacantilado y buscó el saliente rocoso donde ella y Katar habían habladoel día del examen.

Dio con los pies en el suelo, pero el alivio que le inundó el pecho sedetuvo al tener la horrible sensación de que se resbalaba. Buscó con lasmanos, desesperada, un sitio a donde agarrarse y encontró las raícescolgantes de un árbol del acantilado. Alzó la mirada y vio cómo Dansobrepasaba el borde con la cara llena de sorpresa al ver que no habíasuelo bajo sus pies. Se cayó.

El cuerpo de Miri se agitó por un tirón fuerte. Dan tenía una mano enel precipicio y la otra, en su tobillo.

La madera le crujió entre las manos. La raíz se deslizó del salientecomo una serpiente por el agua y luego se detuvo con una sacudida.Abajo, Dan le apretaba la pierna y más abajo la nieve seguía cayendo ycayendo, tan lejos que no podía ver que ningún copo se apoyara sobreninguna superficie. La nieve que caía hacía que el acantilado parecieraque no se acababa nunca, como un río que se extiende hasta el lejanomar.

Las manos le ardían y tenía la pierna entumecida. Intentó quitárselode encima, pero no podía mover su peso. Dan trató de trepar por elacantilado con una mano mientras usaba su pierna para impulsarse hacia

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arriba. Miri gritó por el dolor de seguir aguantando. Se le resbalaban lasmanos y se sentía casi caer como la nieve.

Entonces algo golpeó a Dan en la frente. Miró hacia arriba, peroparecía ciego, como si intentara seguir con la vista un copo de nieve. Sele resbaló la mano con la que se agarraba al acantilado, el pesodisminuyó y sin esperarlo, Miri vio que se hacía cada vez más pequeño.Los brazos y las piernas se le abrían como si estuviera haciendo un ángelde nieve en medio del aire. El viento hizo que la nieve cayera en círculosy espirales y se llevó todo lo que había debajo, por lo que Miri no viocuando tocó el suelo.

Alzó la mirada. Su padre estaba inclinado por el borde del precipicioy había soltado el mazo.

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Capítulo veinticuatro

¡Salid, salid! La noche llama.Vaciad la mente de cualquier drama.Quitaos los problemas que el día reclama.¡Olvidaos! La noche ordena.Daos prisa que el día no espera.

Miri fue la única que se percató vagamente de lo que ocurrió después deque Dan cayera. Consiguió seguir agarrada a la raíz hasta que alguienestiró de ella y la llevó hasta el suelo lleno de nieve. Por un momentopensó que Peder estaba cerca y olió la dulzura seca del jabón de la ropade Doter; luego, desapareció en el enorme y cálido abrazo de su padre.

No se despegó de él durante horas y en sus brazos observó cómoOnor y Caraperro soltaban a Britta y a Esa, y junto con los otros cuatrobandidos huían de la academia. Veinte canteros corpulentos les siguieronun poco para asegurarse de se marchaban de verdad. Esa estaba conPeder y sus padres, mientras la madre la atacaba con besos sin aliento.Los parientes de Britta le dieron unas palmaditas en la espalda. Liana seacercó a Miri y le susurró al oído:

—Debería haberte votado para princesa. —Cuando Bena llamó laatención de Miri, la chica mayor no miró.

Unos cuantos hombres montaban guardia alrededor de la academiapor si acaso los bandidos tenían la desfachatez de volver, y el resto serefugió de la nieve dentro.

Miri se acordó de Knut y Olana y les abrieron el armario dondeestaban encerrados, helados y desnutridos. La madre de Frid le curó el

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brazo roto a Knut, y Olana se quedó de pie como si estuviera ansiosa porayudar y no paraba de repetir: «Gracias, sí, gracias».

Estaban en plena mañana, pero habían estado despiertos toda lanoche, por lo que le echaron leña al hogar de la alcoba y se tumbaron adescansar hasta la tarde. Las familias se amontonaban juntas en loscamastros, los pechos y las piernas de unos y otros se convertían enalmohadas, y se abrazaron para calentarse y por la alegría de que todosestuvieran bien. Miri se acurrucó debajo del brazo de su padre y su calorse esparció por todo su cuerpo como si fuera la más gruesa de lasmantas. Se arrimó a Britta por el otro lado y durmieron con los brazosentrelazados.

Después de que todos se despertaran y notaran sus estómagosquejándose, unas cuantas mujeres hicieron un inventario de lasprovisiones y volvieron para informar que nadie viviría en la academiaaquel invierno. Los bandidos habían comido y habían dejado que sepudriera en tal sólo unos días carne suficiente para alimentar a un pueblodurante un año. Sólo quedaban alimentos suficientes para comer una vezpan soso y gachas con unas cuantas tiras de carne para freír.

Fue extraño salir de la academia aquella tarde con un sol abrasador.Había un montón de nieve a sus pies, allanada por la brisa y, bajo aquelsol, que era más brillante que el línder pulido. Miri colocó los brazosalrededor del pecho y observó cómo la nieve había estado cayendodurante días y después había parado en el momento justo. Cuando lopensó en frío, no se creyó que la montaña la oyera de verdad, pero sucorazón sí deseaba que fuera así. Por si acaso susurró «Gracias» y lelanzó un delicado beso a aquel pico blanco que destacaba en el cielo azuliluminado por el sol.

Aunque la caminata era precaria y atravesaban lentos la gruesa capade nieve, estaban tan contentos como en vacaciones. La primera vez queMiri se cayó en un hoyo y se hundió en la nieve hasta los codos, su padrese la subió a hombros. En aquel momento, decidió que no le importabaser tan pequeña. Miró hacia atrás y divisó la punta de una chimenea de laacademia antes de que desapareciera, y se preguntó cuándo volverían;aunque no le preocupaba mucho. Tenía la cabeza llena de la suntuosaesperanza de una cantera llena de nieve, lo que permitiría que todostuvieran unos días libres, podría dar lecciones de lectura a Marda y pasarel invierno en casa con un montón de combustible y comida.

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Más adelante oyó a Olana que hablaba con Doter.—¿Pero qué haré yo durante todas esas semanas? —preguntó Olana.—No se preocupe, querida —contestó Doter, que había oído los

informes de la profesora respecto a su hija—, la pondremos a trabajar.Olana se quedó con la familia de Esa aquel invierno, lo que hizo que

la chica se ganara muchos gestos de comprensión y unas cuantas sonrisasengreídas. Pero Olana no tardó mucho en demostrar que se le daba biendespellejar conejos y la enviaron a muchas casas para desempeñaraquella desagradable tarea. Knut se quedó con la familia de Gerti y se leoía todas las noches reírse mucho con Os, que consideró al hombre paratodo como un hermano perdido.

Miri insistió en que Britta se quedara con ella y entre las tresmuchachas las tareas domésticas estuvieron hechas antes del mediodía,lo que les dejó mucho tiempo para ayudar a Marda con sus estudios.Unas cuantas chicas mayores entraban en cuanto Miri se ponía aenseñarla, luego tres hermanos de Frid, a los que les seguía una de lashermanas pequeñas de Gerti, hasta que la casa de Miri estaba llena arebosar cada tarde. A veces Peder también iba. Había algo extraño entreellos, algo torcido, expectante. Ella esperó a que él hablara primero y nolo hizo.

La noche posterior a que la hermana de Gerti leyera su primerapágina, Miri le dijo a Marda:

—Esto es lo que quiero. He estado hecha un lío con todo eso de laprincesa, pero ahora lo sé. Nos hace falta un edificio más grande paraque podamos invitar a todos los chicos a que vengan a aprender a leer. Ynecesitamos libros de verdad y tablillas de arcilla como las de laacademia. Quizá podríamos vender el línder del suelo del edificio paraque todos los hombres y las mujeres que trabajan en la cantera tengan undía libre o dos a la semana y así el pueblo entero podrá aprender.

Marda sacudió la cabeza.—Le enseñarías las letras a las cabras si te lo permitieran.Una tarde mientras hervían la colada, Miri propuso a Britta, Esa y

Frid la idea de una academia para el pueblo.—Estoy harta de los libros, las letras y todo eso —dijo Frid—, pero

mis hermanos sienten curiosidad por aprender, al menos a leer, aunquedicen que no le ven mucho sentido a las otras asignaturas queestudiamos.

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—Tu hermano Lew me juró que se moría de ganas de estudiarelegancia —apuntó Miri mientras intentaba que no se le escapara la risa.

—Sí, hace unas reverencias muy buenas —contestó Frid con la caraigual de seria.

—Bueno, creo que podría estar aprendiendo toda la vida. —Esa sacóuna de las batas de su madre de la olla con un palo—. Me gustaría quemi madre también pudiera ir a la academia del pueblo. Antes pensabaque era la persona más inteligente del mundo y no me gusta saber másque ella, aunque sea de lo que hay más allá de Monte Eskel.

—Si vamos a ser profesoras, será mejor que aprendamos todo lo quepodamos —dijo Miri.

Olana estaba ansiosa por ahorrarse las tareas del pueblo y volver aenseñar, así que las chicas de la academia se pusieron de acuerdo parameterse en la pequeña capilla casi todas las tardes, contando con quepudieran llevar a Marda y a cualquier otra hermana que quisiera ir, asícomo escoger las asignaturas que se enseñarían. No habría más eleganciani conversación y a cambio, la inundarían a preguntas. Por lo visto Olanareconocía que la habían vencido.

Miri quería saber más de matemáticas para ayudar en la actividadcomercial, los intereses de Liana se inclinaban hacia el protocolo de lacorte y Esa tenía curiosidad por las clases sociales que existían fuera dela montaña.

Cuando Katar preguntó sobre las funciones diarias de una princesa,Olana les detalló las responsabilidades de la actual reina de Danland:supervisar la administración del palacio y de los sirvientes, visitar a losdelegados y a los cortesanos, planificar celebraciones y mantenerrelaciones amistosas con los mercaderes y los comerciantes de los reinosvecinos; en fin, un día tan largo como el de cualquier cantero.

Aquella tarde, cuando finalizó la clase, bastantes muchachas de laacademia original decidieron quedarse en la capilla. Al parecer todasestaban reflexionando sobre la misma pregunta.

—¿Quieres ser la princesa? —le preguntó Esa a Frid.—No, me gusta trabajar en la cantera.—A veces quiero —dijo Esa—. Antes lo quería más y el príncipe fue

bastante amable. Pero todo está mejorando por aquí y no quiero dejar ami familia o hacer que ellos dejen la montaña.

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Gerti estaba sentada en el suelo con los brazos alrededor de lasrodillas.

—¿Os acordáis del libro de cuentos de Olana? Pues tiene una historiade una chica que conoce a un príncipe y se enamora de él a primeravista; y todos sus sueños se hacen realidad cuando la sube a su caballo yse van cabalgando hacia el palacio. Creía que cuando le conociera, quizáfuera así. —Gerti se encogió de hombros—. Steffan fue muy amable,supongo, pero… —Se volvió a encoger de hombros.

—Quiero —dijo Liana—, quiero llevar vestidos de noche y vivir enun palacio.

Miri frunció el entrecejo. Liana era tan hermosa como ella se habíaimaginado que eran las princesas, pero creía que Steffan se merecía algomejor.

Varias de las otras muchachas admitieron orgullosas o tímidas queellas también tenían todavía la esperanza de convertirse en princesas.Tonna incluso había empezado a llevar el pelo recogido todo el tiempo.

—¿No habéis oído a Olana? —dijo Bena, que parecía enfadadaporque Liana otra vez no le daba la razón—. No será un gran baile. Seráun trabajo aburrido, largos días en los que se tendrá que hablar con genteque no os importa y os tendréis que casar con un chico soso con un títuloextravagante. No me puedo creer que después de todas las lecciones dehistoria y conociendo todos los asesinatos, conspiraciones políticas, lasguerras y las reinas estériles, que alguna de vosotras todavía quiera seruna princesa.

—Pues yo sí —replicó Liana—. Mi reinado será diferente. Serádivertido.

Katar miró a Miri durante un instante, pero no expresó su opinión.Miri sabía que a Katar no le importaba el trabajo o los vestidos, querer aSteffan o dejar su hogar. Ella simplemente quería que la eligieran y teneruna oportunidad de marcharse.

—¿Tú quieres serlo, Miri? —le preguntó Britta.Miri abrió la boca. No había ninguna chimenea en la capilla y vio

cómo su aliento se volvía blanco en el aire frío. Ella quería crear unaacademia para el pueblo y sentirse en casa en la montaña, quería estarcon su padre y Marda, y pensaba que quería estar con Peder. Si es queera eso lo que quería. Sabía que sí, pero no podía quitarse de la cabeza la

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idea de ser una princesa, no después de todo lo que esperaba y se habíaimaginado. Así que contestó:

—Se me hace raro todavía pensar en eso, después de lo que hapasado con los bandidos y todo lo demás. Es como si el mundo hubieracambiado y no debiéramos hablar de cosas como casarnos con unpríncipe.

—Queramos o no —dijo Esa—, si nos escoge, ¿seremos capaces derechazarle?

* * *

Después de meses de inclinarse ante sus deseos, Olana se puso firme einsistió en repasar algunas de las asignaturas con relación a una princesa.

—Mi intención es prepararos para la próxima visita del príncipe y almenos debemos practicar las reverencias y los bailes.

—Profesora Olana —dijo Miri—, no es muy eficaz que sigamosbailando solas. Algunos de los chicos del pueblo tal vez quieran aprenderlos bailes y practicar con nosotras.

Así que cuando la fiesta de primavera iluminó de nuevo la montañacon hogueras y música, el pueblo disfrutó su primer baile. Miri llevó lafalda que llevaba a la capilla y el pelo suelto, y sonrió a Peder cuando lostambores empezaron a sonar. Aquella noche no fue el chico distante einseguro que a veces pasaba por delante de ella sin dirigirle la palabra;aquella noche era Peder, su mejor amigo. La sacó a bailar el primer baile.

Los bailes de las tierras bajas no separaban a las parejas por una cintay Miri se encontró a sí misma sujetando la mano de Peder por primeravez desde que eran niños pequeños. Él apretó los dedos contra su espalday le dio una vuelta; hablaban con tanta facilidad que Miri se rió alacordarse del incómodo intercambio de palabras con Steffan.

La conversación fue más rápida cuando se movieron con las posturasde «La dama del agua», un baile corto en el que la pareja estaba cara acara, con las palmas juntas y tan sólo a un soplo de distancia. Peder tragósaliva, miró a sus pies y luego por encima de la cabeza de Miri. Pero amitad del baile, se relajó y la miró a los ojos.

El corazón de Miri palpitó con fuerza. Quiso decir algo que estuvierabien. El futuro se le echaba encima, se sintió como si el príncipeestuviera entre ellos dos y los separara un paso.

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—¿En qué estás pensando? —preguntó Peder.—Pensaba en el príncipe, en cuando vuelva… —dijo y deseó no

haberlo hecho.Peder ya no sonreía.—¿Estás enfadado? —le susurró Miri y él se encogió de hombros.Cuando los tambores y el estridente dejaron de tocar, Peder se

marchó.—Cree que te quieres casar con el príncipe —dijo Britta, que estaba

a su lado.—Lo sé —contestó Miri. Por instinto metió la mano en el bolsillo,

pero había perdido el halcón de línder en el acantilado.El asunto de la princesa todavía no lo tenía muy claro, como el cauce

cenagoso de un arroyo que se mueve bajo los pies. No entendía por quéSteffan se había ido, pero ella era la que más le había gustado. Se lohabía dicho. Si regresaba y le pedía que fuera con él a Asland para seruna princesa, para darle a su familia la casa del cuadro, ¿cómo podríadecirle que no? Steffan era agradable. Miri se imaginaba que llegarían ahacerse amigos, incluso muy amigos. Encontraría algún modo de hacerlereír y él le enseñaría todo de Danland; y tal vez sería feliz.

Pero cuanto más se acercaba su vuelta, Miri se sentía más apegada aMonte Eskel, como se había aferrado a aquella raíz del acantilado. Lamontaña era su hogar. Su padre era su hogar. Y Peder… Se permitió a símisma tener esperanzas con Peder. Sus deseos eran demasiado grandespara una ladera de flores miri.

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Capítulo veinticinco

La plomada se balancea,el halcón aletea,Eskel canturrea.

La primera mañana que amaneció sin escarcha, Miri y Britta se sentaronen una gran roca al lado de casa de Miri para mirar el camino del oeste.

—Estoy tan cansada de esperar y hacerme preguntas —dijo Miri—.Quiero hacer algo nuevo. Ojalá pudiera enseñarte a usar el lenguaje de lacantera.

—Últimamente tienes ganas de enseñarlo todo —dijo Britta—.Seguro que no llevo tanto tiempo aquí arriba como para que habermeempapado de línder, pero quizás haya algo que puedo ayudarte a hacer.Una vez dijiste que se supone que a los de las tierras bajas se nos danbien los jardines. —Las comisuras de los ojos se le arrugaron al sonreír.

Quitaron los restos de roca de un trozo de suelo hasta que las uñas seles rompieron y los dedos se les quedaron doloridos. Britta le enseñócómo aflorar el suelo y hacer surcos en la tierra para que pasara el agua.Metió el dedo y colocó una semilla.

—Esto serán guisantes, si es que crecen.Miri nunca había comido guisantes frescos y Britta le contó que

sabían como una mañana de primavera. Plantaron el resto de las semillasque Britta había traído de las tierras bajas y hablaron de las cosas frescasque se comerían en verano. Ninguna mencionó que el príncipe llegaríapronto y que alguna de ellas no estaría allí para comer calabacines ytomates cherry.

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Aquella tarde, los golpes en la cantera cesaron al sonido de lastrompetas.

—¡El príncipe Steffan de Danland volvió anoche a la academia de laprincesa! —gritó un mensajero desde un carromato—. Se pide a todas lasmuchachas de la academia que vayan hoy a verle.

Miri y Britta se prepararon y prestaron especial atención al lavarse lacara y peinarse el pelo.

—¿A quién crees que elegirá? —preguntó Miri.Britta se limitó a encogerse de hombros. Parecía demasiado nerviosa

para hablar.El padre de Miri las miraba en silencio y Marda no paraba de cepillar

la mesa una y otra vez. Miri sabía que no deseaban tener una casa en lastierras bajas con un bonito jardín ni vestirse con telas caras, ni tenertenedores de plata para comer. Lo único que querían era que Mirivolviera pronto a casa. Miri se detuvo a sentir lo bueno de aquelpensamiento: su padre la quería en casa. Ahora lo creía, lo que le hizosentir como si todavía llevara el vestido de plata.

Después del ataque de los bandidos, los padres no perderían de vistaa sus hijas, así que treinta trabajadores de la cantera acompañaron a laschicas de la academia. Las muchachas apenas hablaban y ninguna se rió,dio brincos o lanzó piedras por el borde del acantilado. Miri caminaba allado de Britta, Esa y Frid, y después de un rato Britta consiguió darle lamano a Katar también.

—Seguiremos siendo amigas —dijo Miri—, sin importar quién sea laprincesa.

Todas estuvieron de acuerdo. Britta sólo asintió con la cabeza y Mirise preguntó si volvía a estar enferma.

Lo de los bandidos debió de llegar hasta la capital porque laacademia estaba rodeada de soldados. Los canteros se unieron a ellos.

En el interior de la academia no había tapices ni lámparas de araña,tampoco armarios para los trajes. Una mujer vestida con un estupendovestido de color verde les dio la bienvenida en la puerta y las condujo alcomedor que prácticamente estaba vacío. Miri intentó alisar una arrugaque se le había hecho en su camisa de lana y se dio cuenta de que otraschicas se arreglaban la ropa o se alisaban el pelo suelto.

—El príncipe Steffan las atenderá en unos minutos —dijo la mujer—. Por favor, esperen aquí.

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—No lo entiendo —susurró Esa a las jóvenes que tenía cerca—. Sino vamos a bailar, a hacer reverencias ni a hablar otra vez, ¿por qué noescogió a nadie antes?

Frid se encogió de hombros.—A lo mejor tenía demasiado frío para poder pensar. Mi abuelo se

queda atontado en invierno.—O tal vez no deberías haber echado un pulso con él, Frid —le

contestó Miri en voz baja—. La primera norma de elegancia dice:«Nunca levantes a tu pareja de baile y lo arrastres por el suelo».

—Ay, no puedo —dijo Britta de repente y salió corriendo.Miri miró hacia la puerta por donde el príncipe entraría, pero no dudó

en seguir a Britta.Britta bajó deprisa los escalones de la academia y se dejó caer detrás

de una gran roca.—¿Qué te pasa? —Miri se sentó a su lado—. Parece que estás

enferma otra vez, Britta. ¿Quieres que vaya a buscar a Knut?Britta negó con la cabeza. Se mordió el labio inferior como si

quisiera reprimir el llanto.—¿Qué pasa? —preguntó Miri.Britta se tiró de la ropa, se restregó la frente, se tiró de la oreja, al

parecer abrumada por la agitación.—No puedo ver al príncipe. ¡No puedo dejar que me vea! Le

conozco.Miri parpadeó.—¿Conoces al príncipe?Britta asintió.—Mi padre no era un comerciante. Era… es… un noble. Y yo crecí

con Steffan, con el príncipe, al menos parte de cada año, porqueveraneaba en una finca cerca de mi casa, y como era aventurero yamable, y todos los otros chicos eran unos estirados, decía que le gustabaestar conmigo. Solíamos jugar a ese juego en el que éramos pobres quecomíamos sólo lo que encontrábamos por ahí y escarbábamos en losjardines buscando algo comestible, ya fueran tomates verdes, frutas delbosque o pensamientos. Arrancábamos zanahorias pequeñas y nos lascomíamos sin lavar como si nos muriéramos de hambre.

Britta se calló y miró a los ojos marrones de Miri con preocupación.

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—Me pregunto si te parece una grosería que Steffan y yo jugásemosa morirnos de hambre.

—No —contestó Miri—, supongo que tu vida era muy diferente.Britta asintió.—Era diferente, ni mejor ni peor que aquí. Aunque la verdad es que

no he echado nada de menos, salvo el no sentir tanto frío en invierno yno tener hambre. Tampoco he echado de menos mucho a nadie, exceptoa Steffan. —Suspiró y se tapó los ojos con las manos—. Mi padreesperaba que nos casáramos. Cada vez que mi padre hablaba de ello, sólome entraban ganas de acurrucarme y esconderme, pero sí que soñaba…Steffan nunca dijo nada y por supuesto yo nunca tuve una oportunidad enserio, porque los sacerdotes son los que eligen dónde se encontrará a laprincesa. Pero cuando fui lo suficientemente mayor para pensarlo,esperaba que él… esperaba que…

—Que te correspondiera.Britta alzó la mirada. Tenía los ojos vidriosos.—Si conocieras a mi padre, lo más probable es que temblaras al

imaginar su reacción cuando se enteró de que la adivinación de lossacerdotes apuntaba a un lugar donde no le pertenecía ninguna tierra yestaba lejos de cualquiera de sus amigos o contactos. Desde luego, meescondí de él una semana, durante la cual lo pasé bastante mal. —Brittase estremeció—. Pero no se dio por vencido. No sé cómo, descubrió elnombre de una familia de Monte Eskel y me mandó con ellos en un carrode comerciante con una orden en la que afirmaba que estaba muerto yque yo estaba emparentada con ellos. Así su hija sería una muchacha quevivía en Monte Eskel.

—Y lo eres —dijo Miri en voz baja.—Lo siento mucho, Miri. Debes de pensar que he sido una

mentirosa. Me daba mucha vergüenza que mi familia tuviera esa ridículaesperanza y pensaba que me odiarías por ser una rica de las tierras bajas,o tan sólo por ser una tonta. La verdad es que estaba un poco contenta desubir aquí. Durante mucho tiempo he pensado que mis padres sepreocupaban de mí sólo porque les podía vincular al trono.

—Entonces eres lady Britta de verdad.—¡Por favor, no me llames así!Miri frunció el entrecejo.—Pero si sabías que el príncipe te elegiría…

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—¡Pero no lo hará! —Britta se puso de pie de un brinco y caminóalrededor de las piedras—. He estado todo el año aterrorizada por el díaen el que Steffan llegara y me viera fingiendo ser una chica de MonteEskel; él diría: «¿Qué estás haciendo aquí?» y yo diría: «Vinepersiguiéndote porque me quiero casar contigo…». ¡Ah! ¿Te loimaginas, Miri? Entonces me detestaría o se reiría en mi cara, o fingiríaque no me conoce.

—Y si no te detesta, ni se ríe, ni…—No, no digas eso. Tengo que creer que eso no ocurrirá. Cada vez

que me hago ilusiones, me hace mucho daño. Durante meses parecíacomo si aquí a nadie le gustara ni una pizca y todo lo que podía esperarera hacerme la tonta delante del chico del que llevaba años enamorada. Yluego cuando conocí a todas las chicas de la academia, y me di cuenta deque erais mucho más inteligentes y guapas que yo, su elección mepareció obvia.

—Tú le conoces, ¿crees que me va a elegir a mí antes que a ti?Britta paró de caminar.—Por supuesto. Eres la persona más lista que he conocido y hace un

año ni siquiera sabías leer. Eres inteligente y divertida, ¿por qué no iba aquerer alguien casarse contigo? Quiero que sepas que me he estadopreparando todo el año para el momento en que no me elija. Me dolerá,un poco, pero me alegraré de que seas tú.

—Yo… —¿Sería cierto? Miri se quedó observando la cadenamontañosa, azul, morada y gris, y miró por encima del hombro a la puntadel camino que llevaba a casa. El sueño de la casa con jardín era comohumo de velas, cambiante, hermoso, pero casi se había desvanecido—.No quiero ser una princesa.

—Miri —dijo Britta, que sonaba exasperada.—No. De verdad que no. ¡Qué alivio saberlo ahora! No sería justo,

Britta. Como dijiste una vez la princesa debería ser alguien que fueramuy muy feliz. Alguien que amara a Steffan.

—¡Miri! ¡Britta! —las llamó Esa desde los escalones de la academia—. ¿Estáis ahí fuera? Olana me mandó a buscaros. El príncipe está apunto de venir a vernos.

Britta puso una mano en su estómago y se quejó:—No puedo hacerlo, Miri. Creo que puede que me muera de verdad.

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Miri se rió y reírse era precisamente lo mejor que podía hacer. Ayudóa Britta a levantarse y la abrazó bien fuerte.

—¿Qué te hace tanta gracia? —preguntó Britta, que empezaba asonreír sólo de oír la risa de Miri.

—Tú. Britta, has sobrevivido a Olana, a Katar, a dos inviernos en lamontaña y a una manada de lobos bandidos. Puede que vomites, pero note vas a morir ahora. Aunque si vas a vomitar, hazlo aquí. Será muchomás embarazoso en medio de una reverencia.

A Britta se le quedó la cara pálida.—¿Crees que puedo…?Miri se volvió a reír y la estiró de los brazos.—Venga, vamos a ver a tu príncipe.Entraron corriendo en el comedor justo cuando Steffan aparecía por

la otra puerta. Echó un vistazo a la sala expectante y cuando se detuvo enBritta, retrocedió medio paso. Sonrió, luego sonrió más y después lededicó una amplia sonrisa. Relajó los hombros y Miri casi esperó quehiciera algo vergonzoso, típico de un niño, como saltar de alegría o irtrotando hasta ella. Pero, en cambio, les hizo una reverencia magnífica.

Steffan apartó la mirada de Britta y dio una vuelta por la habitaciónpara saludar a todas las jóvenes. Cuando llegó a Britta, se paró. Mirinunca se lo hubiera creído, pero toda su cuidada elegancia desapareció.Empezó a pegar pequeños saltitos.

—Buenas tardes, señorita. Creo que no nos han presentado.—Me llamo Britta, Su Alteza —respondió con una reverencia

perfecta, aunque se le hizo un nudo en la garganta—. BrittaPaweldaughter.

—Es un placer conocerla, Britta Paweldaughter. —El príncipe le hizouna reverencia, le cogió la mano y se la besó. Con la boca sobre sumano, dijo en voz baja—: Soy Steffan.

—Un placer, señor Steffan. —Su cara no pudo con aquellasolemnidad. Sonrió con tal entusiasmo que el corazón de Miri le latiórápido sólo de verla.

Steffan continuó saludando al resto de muchachas y después habló envoz baja con la mujer del vestido verde. Ella asintió y un sacerdote entrópor el pasillo. Vestido con una camisa marrón oscuro y un gorro blanco,el sacerdote recordó a Miri la cima del monte Eskel a principios deprimavera.

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—El príncipe Steffan, heredero al trono de Danland, ha escogido a suprincesa —dijo la mujer—. Britta Paweldaughter, por favor, dé un pasohacia delante.

Britta empezó a temblar mucho más y sus mejillas rubicundas sequedaron sin color. Miri tenía miedo de que se cayera o se desmayara,así que la rodeó con el brazo y cruzó con ella la habitación. Steffan seapresuró para cogerla del otro brazo.

—¿Estás bien, Britta? —susurró—. ¿Necesitas sentarte?Britta negó con la cabeza. Miri esperó a un lado mientras Britta y

Steffan se quedaron de pie enfrente del sacerdote.—Elijo a Britta Paweldaughter como prometida al trono —dijo

Steffan.—¿Y ella acepta? —preguntó el sacerdote.—Acepto a Steffan Sabetson como mi prometido. —Britta respiró

hondo, como si hubiera estado aguantando la respiración durante muchorato.

El sacerdote dio un largo discurso para el ritual de compromisomatrimonial y nombró a todos los reyes y reinas desde el rey Dan hastael más reciente. Miri se dio cuenta de que se había dejado uno en medio,inclinó la cabeza y se volvió para mirar a las chicas. Por lo visto otrastambién se habían dado cuenta y soltaron algunas risitas. El sacerdote sedetuvo, se corrigió y continuó.

Olana, que observaba la escena desde el pasillo, sonrió orgullosa.Cuando la ceremonia finalizó, el sacerdote se dio la vuelta de cara a

las jóvenes.—El rey desea que les transmita su aprobación respecto a esta

academia y respecto a cada una de ustedes. En honor a la prometida desu hijo y a esta academia, el rey renueva su amor por Monte Eskel yeleva su estado de territorio a la decimosexta provincia de Danland. Quese acerquen las potenciales. —Nadie se movió, así que el sacerdote leshizo una señal a las chicas de la academia—. Ustedes son las potenciales.

Las jóvenes caminaron hacia delante y se pusieron en una fila regularbien hecha; Miri se unió a ellas.

—Las nombro graduadas de esta academia, ciudadanas de Danland ydamas de la princesa.

—¿Qué significa eso? —preguntó Frid, que miraba con los ojos muyabiertos al sacerdote.

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—Como mínimo —dijo Steffan— significa que todas estáis invitadasa Asland para asistir a nuestra boda que se celebrará el año que viene.

Las muchachas exclamaron y se miraron unas a otras mientrascharlaban de que verían las cosas que había estudiado, y de la comida ylos bailes.

—¡El océano! —dijo Esa—. Veremos el océano.Katar se quedó sola con una sonrisa cortés en la cara. Miri se

preguntó si en vez de pensar en ir a la capital, estaba pensando en quetendría que volver a casa.

La comitiva del príncipe preparó un almuerzo espléndido queconsistía en carne fría, quesos, fruta y pan; todos se sentaron en losbancos de la academia y planificaron el viaje a las tierras bajas. Miriobservó a Britta junto al chico que amaba. Le brillaban los ojos y teníauna amplia sonrisa sincera. Sus gestos perdieron aquella ansiedadnerviosa y se volvieron fluidos y seguros, pues se había quitado deencima el peso de su inseguridad.

Miri se sentía muy bien de corazón y sus labios insistían en expresaruna sonrisa, pero por alguna razón no podía comer con tantas ganascomo le gustaría. Se preguntó si estaría celosa porque no la habíanescogido a ella. No, aquello no era cierto. Observó a Britta y a Steffan,cómo se inclinaban el uno hacia el otro, de manera que nadie parecíaestar tan cerca.

El corazón de Miri le latía con fuerza. Debía de ser maravillososentirse tan segura, ser capaz de mirar a alguien a los ojos sin apartar lavista.

—No te vayas todavía a casa —le dijo Miri a Britta mientras elsacerdote les llamaba a ella y a Steffan para que salieran de la habitación.

Así que cuando Esa y la mayoría de las muchachas se marcharon alpueblo, Miri se quedó. Caminó por los pasillos de la academia mientrasmiraba las baldosas y calculaba qué partes serían las más fáciles de sacarpara vender sin que se dañara el edificio. Hasta le echó un vistazo alarmario, que ahora estaba vacío, y le dijo entre dientes a la oscuridad:«¡No te tengo miedo, diminuta rata! Soy una montañesa».

Quizás una hora más tarde, vio que Britta y Steffan caminaban juntosafuera. Steffan cogía a Britta por el brazo y hablaban en voz bajamientras acercaban las cabezas para oírse el uno al otro. Casi se tocabanpor la frente y sus cabellos se mezclaban. Un halcón pasó por encima de

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ellos y cuando Britta y Steffan alzaron la vista para ver cómo descendíaen espiral, Britta vio a Miri y le hizo una seña para que se acercara aellos.

—¡Ahí estás! —exclamó Britta—. Miri Larendaughter, te presento aSteffan.

—Ya nos conocimos —dijo Miri, haciendo una correcta reverencia—la noche que estabas enferma.

—Britta, ¿es por eso que no asististe al baile?Britta asintió.—Apenas estaba consciente. Creo que tenía miedo de que me

consideraras una tonta por estar aquí y que eligieras a otra en mi lugar.Steffan se rió y miró a Miri a los ojos para que también se riera.—Britta, ¡yo ya sabía que estabas aquí! Tu padre envió un mensaje y

yo me sentí tan aliviado, porque entonces tú y yo…Se calló y esta vez él y Britta se pusieron colorados, pues el asunto

de su matrimonio todavía les resultaba algo nuevo y embarazoso.—Así que —continuó Steffan con la cabeza gacha—, cuando pensé

que no estabas aquí después de todo, estaba tan desilusionado que no lopude ocultar. Intenté conocer a todas las chicas y elegir a una, pero metemo que no me esforcé mucho. —Observó a Miri.

—Dio la estupenda impresión de una columna de piedra —dijo Miri.—Steffan, no mostrarías tu lado estirado y formal, ¿no?—¡Estaba nervioso! No estabas aquí y no me había preparado para

conocer a nadie más.—Me hubiera reído si te hubiera visto —dijo Britta.—No te preocupes, ya lo hizo Miri por ti. Tenía que haberme

imaginado que entre todas las chicas ella sería tu amiga. Perdón por dejarla academia de forma tan repentina, pero no podía tomar una decisiónhasta saber qué le había pasado a Britta. Ya podéis imaginar mifrustración cuando volví a la capital y me enteré por uno de los sirvientesque había una chica de la academia que no había asistido al baile; yluego la nieve cerró el paso a la montaña y tuve que esperar todo estetiempo… Bueno, ha sido un invierno largo.

»Pasé más de lo que me habría gustado encerrado en una pequeñahabitación con el sacerdote superior repasando libros de derecho. Queríaasegurarme que no habría nada que obstaculizara nuestro compromiso,así que le hablé de ti, de que tus padres no eran de Monte Eskel y que

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todavía vivían. Nos llevó un par de meses, pero al final estuvo deacuerdo en que no había ninguna ley que lo impidiera. Aunque tengo laimpresión de que los sacerdotes puede que enmienden esa norma antesde que nuestro… antes de que el próximo príncipe heredero se case.

Steffan se resistía a apartarse de Britta, pero un ministro no tardó enhacer que se reuniera con Olana para hablar y firmar unos documentosoficiales.

—Vuelvo enseguida —dijo varias veces y se daba la vuelta mientrasse marchaba para saludar a Britta.

Britta le saludó también y se puso una mano en el pecho.—Es como si me fuera a estallar el corazón. ¿Cómo puede ser todo

tan maravilloso?—Te lo mereces —dijo Miri.—Estoy pensando en una cosa que lo haría mejor. —Britta sonrió

como si tuviera un secreto—. Te acuerdas de lo que aprendimos sobre ladiferencia entre un territorio y una provincia, ¿no?

—Ah —dijo Miri conmovida por la idea—, Monte Eskel necesitaráun delegado que nos represente en la corte.

—Al ser una graduada de la academia y dama de la princesa teconvierte en una candidata digna y sé que Steffan tendría muchas ganasde recomendarte al delegado principal. ¡Y entonces vivirías la mayoríadel año conmigo en Asland!

La oferta era generosa y tentadora, una respuesta a los deseos de lasflores miri, pero dudó sólo por un momento antes de decir:

—Llévate a Katar en vez de a mí.—¿A Katar? Pero ¿por qué…?—Es sólo tan horrible porque se siente una desgraciada. Será una

delegada excelente, de verdad creo que lo será. Y a mí me gustaría pasarun tiempo en casa.

—Vale, pero preferiría estar contigo. —Britta vio a Steffan al otrolado del camino, le saludó y suspiró—. Cuando vengas a la boda laprimavera que viene, tendrás la oportunidad de ver Asland y decidir siquieres quedarte. Podrías vivir en el palacio como dama de la princesa oasistir a la universidad y convertirte en profesora, o simplemente sentarteen la biblioteca y pasarte todo el año leyendo. Te advierto antes de quevengas que haré todo lo que pueda por retenerte allí.

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—Eso espero. Me gustaría ver más del mundo. —Miri reconoció elgorro blanco y la camisa marrón del sacerdote, que estaba cerca delborde del acantilado contemplando las vistas—. No puedo evitarhacerme preguntas sobre la elección de la princesa. Quiero decir, siestabas destinada a ser una princesa, ¿por qué los sacerdotes novaticinaron tu ciudad, Lonway, en vez de Monte Eskel?

Britta miró hacia el edificio.—Tal vez los sacerdotes sí sabían lo que estaban haciendo. Tal vez

Monte Eskel no necesitaba una princesa, sino sólo una academia.El resto de las jóvenes se dirigían de vuelta al pueblo, saludaron a

Britta mientras pasaban y le gritaron felicidades. Katar iba con ellas ymiraba al suelo mientras caminaba.

—¡Katar, espera! —dijo Britta y corrió tras de ella.Miri observó cómo Britta le ofrecía la invitación. La expresión de la

cara de Katar cambió tan rápido como una tormenta de finales de verano.Su tensión anterior se relajó, la barbilla le empezó a temblar y apartó lacara. Miri sabía que a Katar le debía de doler mostrar una emoción comoaquélla y esperó que Britta fingiera no notarlo o que la dejara sola. Pero,en cambio, la abrazó.

Miri asintió al estar segura de que no había nadie mejor en el mundopara ser la primera amiga de Katar.

La comitiva real estaba enganchando los caballos a los carruajes y alos carros, por lo que Miri volvió corriendo a la academia con laesperanza de un último negocio. Tenía una moneda de oro en el bolsillo,un regalo de su padre, y quería usarlo bien.

—Me gustaría quedarme con las tablillas de arcilla y algunos libros—dijo al entrar en la clase.

Olana estaba metiendo el último libro en una bolsa de piel.—Mantuve nuestro acuerdo. Britta me recomendará al príncipe para

un buen trabajo en la capital, así que no tienes con qué amenazarme.Puedes quedarte con las tablillas, pero estos libros son de mi colecciónpersonal y no tienes nada de valor que darme a cambio.

Miri tiró la gruesa moneda de oro de su padre encima de la mesa deOlana. Repicó y dio vueltas hasta que se paró.

Olana la sacó de la mesa y la hizo desaparecer en su bolsa.—Me he equivocado. Te puedes quedar con seis de estos libros.

Desde luego sobresales en comercio.

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Miri sospechó que Olana estaba siendo generosa, pero no discutió.Escogió seis libros y se los pegó al pecho. Parecían las cosas másvaliosas del mundo, mejores que una monedita de oro y mejores que uncarro lleno de línder. Leer aquellos libros le había cambiado y no podíaesperar a que todo el pueblo notara aquella diferencia.

Se preguntó si debería despedirse de Olana antes de marcharse, perole pareció violento, pues era algo que un amigo le diría a otro amigo. Asíque caminó hasta la puerta sin decir palabra.

—Un momento, Miri.Miri se paró. Olana sujetaba el cuadro de la casa.—Dile a las otras chicas que yo… Podrías explicarles la carga que

suponía para mí convertir a unas toscas muchachas de montaña en unasprincesas, yo sola… —Se le tensó la voz, pero si estaba a punto de llorar,sus ojos no lo mostraron. Sacudió la cabeza y aquella expresión adustahabitual se apoderó de sus facciones—. Tenía que provocaros, ¿sabes?Tenía que haceros enfadar para que quisierais estudiar más parafastidiarme. No me arrepiento de lo cruel que fui, pero sí de una mentiraque os conté. —Alzó con esfuerzo el cuadro—. Esta casa nunca haexistido. Traje esta pintura para incentivaros para ser aplicadas.

Miri creía que nada podía sorprenderla después de enterarse de laverdad sobre Britta, pero una vez más aquel día se tambaleó por laimpresión. Había pasado horas mirando fijamente aquel cuadro,imaginándose a su padre y a Marda paseando por el jardín, atravesandola puerta y holgazaneando en unas sillas cómodas junto a la chimenea.

—Pero ¿cómo te ibas a marchar con esa mentira y quedarte tanfresca?

—Ahora ya no importa, ¿no? Por lo visto la familia de Britta ya tieneuna finca mucho más grande que la casa del cuadro. Si el príncipehubiera escogido a una de vosotras, dudo que los ministros realestuvieran alguna intención de llevar a vuestras familias a la capital. Esinútil enfadarse por lo que hubiera podido pasar. —Olana colocó lapintura en una bolsa de tela y se la dio a Miri—. Ten. Tú eres la princesade la academia. Te has ganado el cuadro.

Miri metió con cuidado las tablillas y los libros en aquella bolsa. Unregalo siempre era algo agradable, pero si venía de Olana, era unmilagro. Y ahora tenía algo que darle a su familia. No era una casa deverdad y ya no estarían todo el día sentados viendo crecer las flores, pero

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su padre se hubiera aburrido y Marda hubiera echado de menos lamontaña. Miri aún podía darles algo bonito y no tendría que marcharsenunca de casa. Al fin y al cabo, el cuadro era el mejor regalo.

—Gracias —dijo Miri, que no sólo se las daba por la pintura. Semarchó sin decir nada más y pensó que de todos modos «Gracias» eramejor que «Adiós».

Después de despedirse por última vez de Knut, Britta y Steffan, Miriempezó a caminar hacia casa, con la preciada bolsa en los brazos. Ibamirando al suelo delante de ella para no tropezarse y no se dio cuenta deque alguien se le acercaba hasta que notó que le tiraban de la bolsa.

Miri se sobresaltó al pensar que eran bandidos, pero era Peder.—Hola —la saludó y le cogió el fardo.—Peder, por poco se me sale el corazón del sitio… —Apartó la

mirada, pues temía que mencionar su corazón a Peder fuera demasiadorevelador.

—Pensé en venir a buscarte. Esa regresó hace horas y me contó lo deBritta. Vine a decirte que me alegro de que no te eligieran.

—Sí, y yo también.Peder exhaló con fuerza.—Estaba preocupado. Parecía que estos últimos meses en los que

esperabas… ¿De verdad que estás bien?Miri sonrió.—Sí, estoy perfectamente.Peder sonrió con aquella sonrisa de pillo.—Eso es justo lo que estaba pensando.Caminaron en silencio durante un rato, sin ser capaces de decir nada

más después de aquello. Al final Peder volvió a hablar y le contó que supadre había accedido a que dedicara tiempo a tallar figuras en bloques delínder.

—Si los comerciantes están interesados —dijo Peder—, si pagan másque por un simple bloque de línder, dice que lo podré hace todo eltiempo. Creo que nunca me hubiera dado esta oportunidad si las cosas nofueran tan bien ahora. Gracias.

Miri tuvo el impulso de reírse o decir algo gracioso o burlón, pero encambio dijo:

—De nada, Peder.

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Luego sí que se rió sin ningún motivo, el corazón le latió fuerte y elestómago se le revolvió.

—¿Qué? —preguntó Peder—. ¿Qué te hace tanta gracia?—Nada. Sólo me siento bien, tan bien como para reírme. El año que

viene iré a la capital para la boda y tú también puedes ir. Puedes estudiarcon los artesanos de la piedra y yo leer los libros de la biblioteca depalacio.

—¿Y si hay cien? ¿O mil?Miri rehusó aquella idea.—No puede haber tantos en todo el mundo… —Trató de

imaginárselo. ¿Podría ser? ¿Cuánto tiempo tardaría en leerlos? ¿Y de quéhablarían?

—Si vas a leer cien libros, más vale que empieces pronto —dijoPeder.

—Quizá. Pero no he disfrutado de mi casa en mucho tiempo y ahoracreo que puedo, quiero intentarlo. Quiero hacerle el desayuno a mi padre,ocuparme del jardín de Britta y ahorrarle a Marda que tenga que matar alos conejos en invierno. Y quiero abrir una academia en el pueblo dondecualquiera pueda venir a aprender. Esa me va a ayudar.

—Creo que le gustará mucho —dijo Peder.—Lo he pensado y he decidido que tú también puedes ser un alumno

si se te da bien.—¿De verdad?—Sí, supongo que sí —dijo con un suspiro exagerado—, pero

tendrás que pagar algo, un halcón de línder.Peder asintió como si estuviera impresionado.—Una forma de pago interesante. ¿Por qué has pensado en eso?—Antes tenía uno y era lo más… Bueno, en realidad, la cosa más

valiosa que tuve fue la semana justo después de nacer, cuando mi madreme tuvo con ella y no me soltó para nada. Pero el halcón era la segundacosa más valiosa para mí. Siento haberla perdido y si me haces otro, teprometo que los bandidos no me volverán a atrapar ni tendré que usarlopara salvar mi vida.

En vez de reírse, Peder levantó con esfuerzo la bolsa y tragó saliva;parecía muy nervioso.

—Por supuesto que te lo haré, pero me estaba preguntando otra cosa,si nosotros, si tú…

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Peder sacudió la cabeza como si no quisiera perder el tiempo con laspalabras, extendió la mano y le agarró la suya. Miri se mordió el labiopara evitar apartarse. Estaba segura de que él notaba cómo latía sucorazón en los dedos y sabría que por dentro estaba temblando ysuspirando. Luego, después de unos instantes, dejó de preocuparse. Ellatambién notaba su corazón y le iba tan rápido como una liebre que huye.

Cuando entraron al pueblo, Peder seguía llevándola de la mano. Fridse les quedó mirando cuando pasaron, Esa se ruborizó, Gerti y sus treshermanas pequeñas soltaron unas risitas y les siguieron cantando sobreun beso por cada pétalo de miri. Miri relajó la mano dos veces por si élquería dejarla, pero se la apretó incluso más fuerte.

Sólo cuando llegaron a su casa se la soltó.—Podemos hablar más tarde o dar un paseo esta noche, si quieres.Marda y su padre volvieron pronto de la cantera y estaban sentados

sobre las grandes rocas que había al lado del jardín de Britta. Miri les dioel cuadro, apoyó la cabeza en el hombro de su padre y sonrió mientrasmurmuraban sobre la pintura.

Observaron cómo la luz cambiaba en el oeste mientras pintaba latarde de amarillos y naranjas, y cantaron una armonía de tres partes. Supadre cantaba bajo, Marda alto y Miri hacía la melodía. «La plomada sebalancea, el halcón aletea, Eskel canturrea».

A sus pies, las hojas enroscadas que salían en el jardín de Britta eranmás verdes que la hierba de la montaña, más verdes que las hojas de lospequeños árboles retorcidos, casi más verdes que el jardín del cuadro.Miri pensó que sí mantenía a las cabras alejadas de allí, el jardín deBritta crecería para ser la cosa más verde que jamás había visto.

Se inclinó sobre la pequeña valla de roca para recoger unas esquirlasde línder que se habían caído encima de las plantas y tirarlas por lapendiente de la ladera. Entre los trocitos grises de restos de roca, ellínder blanco y plateado brillaba como una joya. De entre las grietas delas rocas de alrededor, las miri ya estaban floreciendo.

Fin

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SHANNON HALE (Salt Lake City, Utah, EE. UU., 1974) empezó aescribir a los diez años y nunca ha dejado de hacerlo. Estudió lenguainglesa en la Universidad de Utah mientras trataba de hacerse un huecoen el mundo de la televisión y el teatro. Más adelante obtuvo un másteren escritura creativa en la Universidad de Montana.

En 2003, después de 19 años escribiendo y docenas de rechazos, publicóLa princesa que hablaba con el viento, el primer libro de la serieBaviera. Sus libros de fantasía infantil y juvenil han sido traducidos anumerosos idiomas y galardonados con múltiples premios. Entre ellosdestacan las series Baviera, Academia de princesas y la exitosa EverAfter High. En 2007 se internó en el mundo de la literatura para adultoscon la novela Austenland.

Actualmente vive cerca de Salt Lake City, Utah, con su marido y suscuatro hijos.

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Índice

Academia de princesas 2Capítulo uno 5Capítulo dos 16Capítulo tres 19Capítulo cuatro 33Capítulo cinco 42Capítulo seis 47Capítulo siete 52Capítulo ocho 61Capítulo nueve 70Capítulo diez 75Capítulo once 82Capítulo doce 95Capítulo trece 102Capítulo catorce 107Capítulo quince 119Capítulo dieciséis 122Capítulo diecisiete 132Capítulo dieciocho 140Capítulo diecinueve 148Capítulo veinte 153Capítulo veintiuno 160Capítulo veintidós 171Capítulo veintitrés 176Capítulo veinticuatro 184Capítulo veinticinco 191Autora 206

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