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    Lahuellade la dIctaduRa

    Zoraida Estaba Briceo

    RELATOS DE UNA INFANCIA

    EN TIEMPOS DE PREZ JIMNEZ

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    Prlogo

    En este libro cuento una parte de mi vida que nunca habacompartido. El recuerdo de una madrugada oscura en tiemposde la dictadura de Marcos Prez Jimnez me motiva a hacerlo.Mi casa fue el lugar escogido para ejecutar la emboscada contratreinta y dos hombres valientes, entre ellos mi padre. Esa nochedel 12 de octubre de 1951 yo tena tan solo cuatro aos y, sinembargo, quedaron grabadas en mi mente numerosas imgenesde traicin, dolor e impunidad.

    La quinta Las Rosas fue nuestra prisin por veinte das y elinicio de cinco aos de extraar a mi pap mientras mi infan-cia transcurra en medio de un rgimen dictatorial.

    Fueron aos difciles pero la vida permiti que mi familia yyo volviramos a reunirnos en el exilio, poca de la cual con-servo recuerdos inolvidables.

    Este es mi relato de resistencia, de esperanza y de libertad,mi versin de los hechos desde las experiencias que de nia vivy que definieron mucho de lo que soy. Es tambin la historiade ese amigo incondicional que fue mi padre, Luis Jos Estaba.

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    Mam se sorprendi al constatar la nitidez de mis recuer-dos de nuestra casa en la Urbanizacin La Rambla, en Caracas,

    donde viv junto a ella, mi pap y mis hermanas en mi tem-prana infancia. En mi memoria viva intacto ese hogar relucientecomo tacita de oro, pulido por las manos hacendosas de mi madre.

    Tom un papel y un lpiz y comenc a trazar el croquis demi casa para demostrarle a mi mam lo clara que permanecaesa imagen en mi mente tantos aos despus: dibuj el salnde entrada, el patio interno con plantas y, para asombro de mi

    madre, le describ exactamente mi habitacin. El rosa plidode los listones delgados de mi cuna, la textura suave del col-choncito donde dorma y las sabanitas de algodn que orinabaa diario hasta que mam llegaba a cambiarme. Tendra unosdos aos para entonces y an as conservo imgenes precisasde ese espacio y de esa poca.

    Recordando como estbamos me llev a mi madre a pasear

    mentalmente por el patio interno de la casa donde mi hermanaRosita, la mayor, pona unos cuadritos al filo de una ventanaque daba al comedor. Los utilizaba para pintar sobre ellos unosvidrios lisos y transparentes que sola rellenar y retocar conpinceles muy finos. A m me encantaba verla pintar ratoncitosde acuarela que luego dejaba secar inclinados debajo de la luzdel sol y revisaba cada tanto pasando por encima la yema desus dedos para saber si estaban listos.

    As nos fuimos paseando por otros recovecos de esos aos,como el colegio Ramn Pompilio Oropeza donde estudiabanmis hermanas. Recordamos una presentacin en la que parti-ciparon vestidas de mariposa: sus alas estaban hechas de papelcelofn azul claro que iba pegado a una estructura de alambremuy fino y delgado que le daba forma de aletas. Una liga en la

    Remembranza

    de La Rambla

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    cintura las una al cuerpo de mis hermanas y a travs de ellasse podan entrever sus espaldas flacuchas, casi esquelticas.Pareca una presentacin de los aos treinta. S que bailaroncon los pies descalzos siguiendo un ritmo silente. Yo estaba ex-tasiada con la mirada fija en sus movimientos lentos y desdemi mundo infantil sent que mis hermanas eran todas unasartistas.

    Despus de la presentacin pasamos a un patio amplio paracompartir una maravillosa verbena organizada por los repre-sentantes. Haba grandes mesones de madera rectangularescubiertos por manteles blancos, ocupados y bien servidos con

    bandejas circulares labradas a mano y repletas de dulces y pa-sapalos caseros: dulce de leche, de guayaba, manjarete espolvo-reado con canela, quesillos, torta de guanbana, de chocolatey de pan, dulce de arroz, natillas, pastelitos rellenos de queso,tortillas, ensalada de gallina, entre otras exquisiteces. No podafaltar la tisana hecha de cuadritos de frutas tropicales y jugo denaranja; la chicha espesita y el guarapo de papeln dulcito. Elaroma exquisito de los arroces sazonados con hierbas y espe-cias forneas evocaba olores de tierra europea. Todo hecho encasa, como era la costumbre de esos tiempos. En esas verbenasse daba un delicioso intercambio cultural, se fusionaba lo crio-

    llo con lo extranjero.

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    Seguimos caminando a travs de la memoria compartida yllegamos a la fbrica de mosaicos Iris que quedaba en Boleta

    y de la cual mi padre era dueo. El negocio inici con dos m-quinas para moler el granito y otra que le serva de molde paradarle forma al mosaico. Aunque pudiera parecer que la laborera sencilla, la verdad es que exiga de mucho esfuerzo y perse-verancia. El objetivo en esos primeros tiempos era aumentar laproduccin y lanzar los mosaicos al mercado para poder entraral campo de la construccin.

    Mi pap se form solo en este oficio. Con el apoyo de pocosobreros producan una buena cantidad de mosaicos de acuerdoa los pedidos que les hacan. A diario se esmeraban en el con-trol de calidad y prestaban atencin a cada mosaico para quequedara perfecto antes de hacer la entrega.

    Recuerdo que mantenan las mquinas en el espacio techa-do de un terreno y esa disposicin vari mientras fue evolucio-

    nando el negocio. Al principio hacan un solo tipo de mosaicoo utilizaban una sola mezcla de granito una y otra vez. Luegohacan pruebas y colocaban diferentes colores dentro de unmolde, los iban sellando a presin con una tapa de hierro pesa-da, esperaban unos segundos hasta que tomara el tamao y elespesor preciso del mosaico y lograban un nuevo color. As fue-ron logrando nuevos tonos, de grises plidos a fuertes. Fueronvarios intentos hasta que un da lograron hacer un mosaico de

    diferentes tonalidades. Una de las primeras innovaciones fueuno de color gris claro con chispitas blancas.

    Pap me llevaba a la fbrica y se nos iba la maana sin dar-nos cuenta, l trabajando y yo observando. Con el paso deltiempo comenzamos a contagiarnos de las costumbres de unayudante italiano muy joven que trabajaba en la fbrica. Se lla-maba Mayorino, quien para ese entonces deba tener unos 18

    LaFBRiCAde moSaiCo IRis

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    aos. Cada medioda, Mayorino se iba a la panadera y com-praba refrescos, pan campesino redondo y unas buenas tajadasde mortadela, que eran ms econmicas que el jamn, y quecompartamos entre todos bajo el sol de la hora de descanso.As solan hacerlo los inmigrantes italianos que por esos aosformaban su colonia en Caracas.

    Mayorino se enorgulleca al hablar de esos compatriotas que

    cada da se integraban a nuestras costumbres, se extendan fe-lizmente por todo el pas, trabajaban arduamente por su desa-rrollo, al tiempo que tambin contribuan con el de los venezo-

    lanos. Afortunadamente mi padre tuvo la sabidura de hacerlosparte de su crecimiento y constataba con su propia experiencia

    la afirmacin de Mayorino: los italianos eran muy trabajadoresy buena parte del xito que tuvieron en el mercado de la cons-truccin fue gracias al empeo que pusieron estos muchachos.

    Con el tiempo se convirtieron en verdaderos veteranos de laelaboracin de mosaicos, producan una buena cantidad y fue-ron ganando experiencia. Entre trabajar y compartir se convir-tieron en un grupo slido que permaneci unido por muchosaos.

    En la fbrica se respiraba un ambiente de camaradera.Cuando mis hermanas y yo la visitbamos percibamos un tra-to familiar que nos haca sentir como en casa. Se vea que a

    los italianos les gustaba trabajar con mi padre y ahora piensoque seguramente era muy importante para ellos poder contarcon este apoyo estando tan lejos de sus familias y siendo tan

    jvenes.

    Aos despus esos muchachos siguieron agradeciendo elapoyo de mi padre. Hoy pienso que esas pequeas acciones

    de bien -que a veces hacemos sin percatarnos- se conviertenluego en recompensas. De todos los trabajadores de la fbricarecuerdo con especial afecto a Mayorino y a Antonio. Pasaronmuchos aos manteniendo el negocio en pie y lo siguieron ha-ciendo incluso despus de la muerte de mi padre.

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    Antonio era el mayor de los empleados y destacaba entreellos por su gentileza, responsabilidad, constancia y buena edu-cacin. Era capaz de lograr todo lo que se propusiera. Era unejemplo para todo el equipo y supongo que por eso se llev tan

    bien con todos desde su llegada. Estas cualidades de Antonio lohicieron merecedor de la confianza de mi padre. Y ms all dela responsabilidad en la fbrica, Antonio se esforzaba por ser

    mejor cada da. Por eso, todas las tardes le dedicaba tiempo allogro de otras metas personales. Su optimismo era notable.

    Recuerdo que Antonio construy un rincn de trabajo en lafbrica. Quera un espacio que le permitiera elaborar una gomade pegar sin que nadie lo molestara o interrumpiera. Despussupimos que el propsito de Antonio era lanzar una pega almercado. Su visin era obtener una fuente de ingresos extrapara hacerse ms independiente en el futuro. Finalmente le pi-di a mi padre que le facilitara un cuartico ubicado al fondodel terreno de la fbrica y que se utilizaba como depsito. Leexplic que su deseo era perfeccionar su mezcla y mi pap se

    lo concedi.

    Antonio acomod el cuarto con ilusin, lo limpi y colocuna silla, una mesita medio destartalada y sobre ella coloc elpotecito de plstico y la esptula de madera con los cuales se

    dedic a trabajar minuciosamente en la solucin. Miraba cmola mezcla variaba conforme l la iba batiendo. Unas veces muylquida, otras muy espesa, hasta lograr la textura adecuada.Cuando lo visitaba, Antonio me dejaba verlo trabajar. Mientrasms veces lo vea probar, batir y volver a intentarlo, ms meadmiraba de su perseverancia. Su labor pareca interminable.Permaneca horas con la mirada fija en el potecito mientras ba-ta sin cesar. Y un da ese esfuerzo encontr su recompensa.

    Una vez que Antonio logr la mezcla exacta que haba esta-do buscando, lo comunic a mi padre y a los compaeros de lafbrica para luego bautizar el producto de su esfuerzo: la pegase llamara Hrcules. Con el tiempo, esa misma solucin quecre en un cuartico apartado en la fbrica de mosaicos Iris lo

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    hara millonario. Antonio aprovech la oportunidad de entraral mercado de la construccin con muy poca competencia y con

    la ventaja de que muchos compatriotas suyos trabajan en estaindustria.

    Con el apoyo de mi padre y valindose de sus valores, An-tonio fue vendiendo su producto. Primero logr posicionarloen Caracas y poco a poco fue conquistando el interior del pas.

    Tristemente, cuando Antonio conoci el xito total, mi pa-dre ya haba muerto sin poder compartir ese logro con su ami-go. No se hubiera imaginado este italiano que estando tan lejosde su tierra natal encontrara el triunfo personal y el respeto yaprecio de tanta gente.

    Por su parte, Mayorino siempre fue el amigo y compae-ro inseparable de la familia. Todos lo queramos por su hones-

    tidad, su carcter dcil, su amabilidad natural. Mayorino notena las aspiraciones de Antonio. Pareca ser feliz mientrasapoyaba a los dems. A mis hermanas y a m nos cuid hastaque estuvimos mayorcitas. Lo queramos como si fuera partede la familia.

    Cunto recuerdo la sonrisa de Mayorino cuando le peda-mos que nos comprara cigarrillos, un mercado pequeo de fru-

    tas o que pagara alguna factura. Cuando Mayorino se despedapara irse a descansar a una habitacin que mi pap le habaasignado en la fbrica, nosotros no lo dejbamos ir. Mayorino,no te vayas! Esprate un momentico!.

    Mayorino, sabes que en el colegio hay unas muchachas quese la dan de ricachonas. As que vamos a jugar a que t eres michofer y yo voy sentada en el asiento de atrs del Cadillac, lepropona yo mientras l se rea y ceda a mi propuesta.

    Nunca tendr palabras para agradecerle tanta bondad en susaos de servicio, todo el respeto que mantuvo hacia nosotras

    hasta el da que se march de Venezuela, rumbo a su tierranatal, tiempo despus de la muerte de mi padre. Luego de ladespedida no volvimos a saber de l. Siempre lo recordar comouna parte fundamental de nuestras vidas.

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    La casa de las risas, de las nias con alas de mariposa y deitalianos simpticos que nos honraban con sus favores se con-

    virti por veinte das en una crcel. La noche del 12 de octubredel ao 1951 nos cambi la vida. Para entonces mis hermanastenan 7, 9 y 10 aos. Yo tena 4. Esa noche fallaron todas lasestrategias para ahuyentar al enemigo. Mi padre, inevitable-mente, sera apresado por la Seguridad Nacional.

    Paralelo a su trabajo en la fbrica de mosaicos, mi padreasista a reuniones clandestinas que algunas veces tenan lugar

    en nuestra casa. El objetivo era coordinar un golpe de Estadocontra el rgimen dictatorial de Marcos Prez Jimnez.

    Era comn ver a mi padre dar instrucciones detalladas a mimadre de las medidas que deba tomar para evitar una embos-cada de la Seguridad Nacional. La estrategia de lo que debamos

    hacer en caso de un allanamiento estaba acordada y nosotrasdebamos permanecer serenas en caso de que esto ocurriera. Yo

    siempre prest atencin a esas indicaciones.La seal era sencilla y todas la conocamos: debamos estaratentas a su silbido y, si sentamos que estaba ocurriendo algoextrao o inusual, mi madre deba encender y apagar las lucesde manera intermitente.

    Yo era tan pequea que esa sea me pareca un juego de es-pas. Me pareca divertido estar atenta para cumplir al pie de la

    letra la instruccin de mi pap. No imaginaba cmo ese sencillohbito poda cambiar nuestras vidas.

    Esa noche sentimos el movimiento extrao. seguro lo de-nunciaron! repeta mi mam mientras presenta la cercanade la Seguridad Nacional. Parece que estn rodeando la casa,me susurraba con ojos desorbitados.

    DasdePrisinen Las Rosas

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    Desde temprano se senta un aire enrarecido en la casa. Elsilencio todo lo invada. No se escuchaba ni el aleteo de unamosca. Yo me haba despertado varias veces antes que mi ma-dre. Me senta asustada pero no lograba descifrar qu suceda.La tensa calma se convirti en verdadera angustia cuandoempec a escuchar ruidos extraos que no conoca. No pudedormir ms y distraje la mirada observando la habitacin que

    empezaba a aclararse tmidamente con los rayos de luz del ama-necer. Fue la primera vez que sent miedo. A lo desconocido. Alo que poda pasar.

    Cuando cruc la mirada con mi madre me di cuenta de queella estaba sintiendo lo mismo. Enseguida me estruj entre sus

    brazos y me puso la mano en la boca para pedirme que hicierasilencio. Recuerdo que observaba fijamente la ventana del cuar-to que daba al jardn de enfrente cuando sentimos que tocaban

    la puerta principal.

    Mi mam se levant, se visti rpidamente mientras susu-rraba frases ininteligibles, como tratando de controlarse a smisma. Recorrimos rpidamente el pasillo largo que daba haciael patio de fondo. Desde all observamos la terraza en gradascuyo ltimo escaln se comunicaba con una carretera angostaque conduca al Canal Cinco, el primer canal de televisin. Por

    all tena previsto estacionar mi pap en esa madrugada y desdeall se supona que l vera las luces, en caso de que algo raroestuviese ocurriendo.

    Mientras encendamos y apagbamos las luces la SeguridadNacional tumbaba la puerta a golpes. No veamos el carro. Mimam supona que mi padre no haba llegado an o lo habanapresado. Volvimos a la sala corriendo para constatar que la Se-

    guridad Nacional ya estaban prcticamente adentro. Creo queya en ese momento empezbamos a entender que no habanimportado las advertencias y las seas convenidas. Ya no nosfuncionaran. Los guardias de la Seguridad Nacional bordea-

    ban toda la casa para que no existiera escapatoria alguna.

    Mi madre iba de un lado a otro hablando sola cada vez msbajito. No se resignaba a abrir la puerta, se asomaba por la

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    ventana una y otra vez levantando sigilosamente una de laslminas de la persiana. Me tom de la mano y nos acercamosa la puerta principal de la casa. Su vidrio corrugado reflejaba

    la imagen de uno de ellos. Golpearon la madera del portn contanta fuerza que terminaron abrindola. Fueron pasando to-dos, armados hasta los dientes, intimidando con esa expresintan dura en el rostro que contrastaba tanto con la delicadeza de

    mi hogar. Supongo que en ese momento todas nos preguntba-mos dnde estara mi padre, si se habra entregado, si se habradado cuenta de lo que estaba pasando, si haba huido. No tena-mos la menor idea.

    Revent a llorar en silencio aferrada a la falda de mi mam,tratando de ocultarme detrs de ella, de que nadie notara queyo estaba all. Tena mucho miedo.

    Por la actitud de los guardias entendimos que no solo venana revisar la casa, sino que planeaban permanecer por un buenrato. Su objetivo era emboscar a los conspiradores y se dispu-sieron a esperarlos. Ese da habra reunin de los integrantesde la resistencia en mi casa. Seran en total unos 34 hombres,incluido mi padre, unidos por el propsito de derrocar a Prez

    Jimnez.

    Hagan silencio. Apaguen la luz. Eran las instrucciones querepetan los guardias una y otra vez. Yo solo pensaba en las

    luces. No podramos encenderlas ni apagarlas para avisarle apap que algo pasaba. No podramos seguir el plan. No podra-mos protegerlo. Poco a poco veamos cmo cada rincn de lacasa dejaba de pertenecernos.

    El autocontrol de mi madre era admirable. Estaba sola con-migo y mis hermanas en un casern lleno de guardias de la

    Seguridad Nacional y an as no mostraba sus temores. Ni si-quiera cuando empezaron a sonar portazos, gavetas que se es-trellaban contra el piso, cuando vimos la ropa tirada en las ca-mas, los colchones en el suelo, los guardias registrando papeles.

    Silencio que viene llegando!, orden uno de los guardias.Y enseguida sentimos los pasos de mi padre acercndose a la

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    puerta. Se aproximaba silbando confiado sin notar nada ex-trao, sin poder recibir ninguna seal, sin ninguna luz que leadvirtiera el peligro. Y nosotros a oscuras junto a los guardiasesperando a que abriera la puerta.

    En ese momento solo pude pensar que me separaran de l.Senta el abandono, tena la certeza de que lo apresaran al en-trar. Al verlo cruzar el marco de la puerta corr hacia l con

    todas mis fuerzas. Me abraz fuertemente mientras miraba eldesastre que era nuestra casa, a los guardias y las expresionesangustiadas de mi madre y mis hermanas. Me at a l comoqueriendo salvarlo, retenerlo a mi lado.

    Pap, la luz no nos sirvi de nada le susurr al odo.

    Uno de los guardias me separ de l y se lo llev a uno delos cuartos. Cerraron la puerta y continuaron exigiendo que

    hiciramos silencio. Todo se mantuvo apagado para continuarla emboscada y esperar al resto de los hombres.

    Por un momento me distraje mirando la biblioteca y lo re-cord sentado junto a ella como cada domingo despus de llegardel mercado. Escuchbamos msica y leamos. De un momentoa otro mi infancia y mi vida cambiaron para siempre. Esta ex-periencia me oblig a sacar fuerzas de donde no la tena, a resis-

    tir, a aceptar lo que nos pas, a seguir adelante sin mirar atrs.Un aprendizaje que me acompaara para el resto de mi vida.

    A las cinco de la maana comenzaban a rondar por la casalos vendedores ambulantes. Yo amaba el bullicio que hacanmientras se anunciaban.

    El botellero!

    Pregonaba el hombre de buena fe, con su paso lento y can-

    sado, cargando las botellas que recoga e iba amontonando ensu saco de fique.

    El amolador!

    Gritaba el hombre mientras conduca su bicicleta y anuncia-ba su llegada tocando su maravillosa sinfona. Salan las amas

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    de casa a afilar sus tijeras y cuchillos desgastados por el uso, aencontrarse con las vecinas y a compartir el chismorreo propiode la Caracas de entonces.

    Escobillones!

    Deca el vendedor recostado del muro acompaado por suscepillos.

    El panaderuuuuuuu!Se anunciaba mi favorito entre los vendedores que cada dapasaban por el vecindario. Quin iba a pensar que, despus demi padre, el panadero sera el primero en caer esa madrugada.

    Ese portugus era apreciado por todos por su jovialidad,puntualidad, capacidad de trabajo, honestidad y sencillez. Cadamaana nos traa sus panes suavecitos, bien amasaditos y ca-

    lientes, sazonados con hierbas que le daban un sabor nico ynos hacan reconocerlos como panes con sabor a Europa.

    Tambin traa los sabrosos panes dulces fresquecitos y pol-voreados con azcar blanca, pan francs de a locha y de conchadura, pan campesino, paqueticos de catalinas redondas (hechascon esa deliciosa mezcla de harina con papeln), seoritas o

    bastoncitos alargados, finos y tostados, envueltos en papel celo-fn para evitar que se partieran.

    El panaderuuuuuu!

    Cada maana lo reconoca a lo lejos por su voz inconfundible.

    Esa madrugada escuch su cantar y me le escap a la Se-guridad Nacional. Abr la puerta, apresur mis pasos, baj lasescaleras y corr hacia la calle de enfrente a encontrarme conmi panadero, como si fuera un da cualquiera, como si mi casa

    no hubiera estado llena de guardias. Me puse a conversar conl como lo hacamos siempre, cuando de pronto apareci uno delos guardias para arrestar tambin al portugus.

    Comenc a gritar, a tratar de evitar que lo arrestaran. No en-tenda por qu un hombre que solo estaba vendiendo pan debaser apresado. El guardia me vio con indiferencia y mientras se

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    lo llevaban solo pude volver a casa tratando de entender lo queestaba ocurriendo. En ese momento entend que todo el quepasara por la puerta de mi casa era considerado un sospechosoy poda caer preso.

    Cuando entr a la casa, los de la Seguridad Nacional desayu-naban cmodamente en la cocina. Se escuchaban sonidos queprovenan de las habitaciones, unos ms fuertes que otros. De

    pronto escuch gritar a mi hermana Elena. Segu el sonido desu voz y la encontr sentada sobre una caja donde mi pap su-puestamente guardaba unos uniformes blancos. Elena gritabacon los ojos desorbitados, se negaba a apartarse, trataba de re-sistir la presin del guardia.

    Levntate! Qu te levantes te dije!

    La apartaron de un empujn.

    Me fui corriendo al jardn y encontr a uno de la SeguridadNacional quien sorpresivamente me tom la mano. Me quedparalizada y sin chistar, tratando de entender lo que suceda. Elguardia me sent en sus piernas y enseguida sent las amena-zas ahora directamente sobre m. Dios mo, qu peor desgraciaque interrogarme a m!

    Buscaba que yo le dijera algunos nombres. Yo lo escuchaba

    nerviosa sin poder quitar la mirada del revlver que coloc so-bre mis piernas.

    Si no me cuentas lo que has visto en tu casa y cmo sellaman los seores que vienen aqu van a matar a tu pap, sa-bas?

    Me qued inmvil. No pronunci una sola palabra. Alc lavista y mi mirada se cruz con los ojos de mi mam quien me

    haca seales desde la ventana de la habitacin para que no di-jera nada. Sin entender muy bien porqu, entend que lo mejorpara todos era quedarme callada, no hablar, no acusar. Y as lo

    hice.

    En el momento de mi interrogatorio uno de los compaerosde la resistencia logr escapar. Escuchamos unas detonaciones

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    y solo alcanc a ver a un hombre que apareci y desapareci derepente frente a mis ojos. Aprovech la confusin para escaparyo tambin del interrogatorio del guardia. Aos despus supeque quien trat de huir en ese momento fue Saln Meza, unode los dirigentes ms importantes de la resistencia y a quin laSeguridad Nacional tortur vilmente.

    La neblina lo invada todo en la casa. El abuso de poder seinstal en nuestro hogar y el fro en lo ms profundo de nues-tros huesos. Era inminente la cercana de uno de los momentosms difciles de mi vida: la prdida de mi padre.

    Los guardias ya estaban decididos a llevrselo. Corr hacia ly saba que solo tendra esa oportunidad para expresarle todo

    lo que senta en un nico abrazo. Me desped sin saber cundo

    volveramos a vernos. Nadie lo saba.Mi padre se despidi de mi mam con un abrazo y le meti

    una hoja doblada en el seno que despus ella rompera en pe-dacitos escondida en el bao. Era una lista largusima de otroscompaeros de lucha que tambin eran perseguidos por el rgi-men. Mi pap no dejaba de arriesgarse.

    An conserv el valor para mirar cmo se alejaba. Me que-

    d al borde de una jardinera cercana a la puerta de la casa, enel mismo sitio donde mi padre haba sido capturado unos dasatrs. Lo recuerdo sereno. Hasta valiente. Hoy sigo admirando

    la entereza con la que pudo enfrentar la situacin. Recuerdoque entre tanto dolor, tambin pude sentir orgullo de que eseseor fuera mi pap.

    De ah en adelante nos tocara resistir solas.

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    Pasamos a ser prisioneras en nuestra propia casa mientraslos de la Seguridad Nacional vestidos de civil registraban cada

    minsculo rincn. Sentamos que iban a acabar con todo, em-pezando por la comida que das antes habamos trado del mer-cado. Qu haran despus de que no quedara nada ms paracomer?

    Dormamos todas juntas por turnos en una habitacin conla ilusin de cuidarnos las unas a las otras. Los guardias dor-man en la sala con las botas sobre las poltronas. Ellos tambin

    hacan sus guardias. As fueron las noches por veinte das.No sabamos qu pasara con nosotras. Me preocupaba la

    mirada de angustia de mi madre. Senta que ya no tena fuerzasni siquiera para hablar. Solo me repeta a cada rato que no meseparara de ella. Yo presenta que mi mam no saba qu hacer.En medio de la tragedia se daba cuenta de que estaba sola concuatro hijas. En ese momento era cuando ms necesitbamos

    la ayuda de alguien que nos tendiera la mano, pero el pnico seapoder tambin de nuestra cuadra.

    Un da los guardias nos mandaron a desalojar la casa.

    Es una orden de la Seguridad Nacional. La casa fue vendida.

    Eso fue lo que nos dijeron.

    Mi madre me tom de la mano sin emitir un solo sonidoy empezamos a recogerlo todo. Finalmente romp en llanto,

    despus de tantos das de encierro e incertidumbre. Era irre-mediable tanta prdida de un solo golpe. Todas llorbamos ensilencio, reprimiendo cualquier quejido que pudiera alterar a

    los guardias y provocar algn maltrato fsico. Entre tanta in-certidumbre tem perder tambin a mi mam. No saba si se-guiramos juntas. En voz baja le ped Mam, no me vayas adejar sola y me aferr fuertemente a sus piernas. Recuerdo

    veinteDasPresascon la Seguridad Nacional

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    con tanta nitidez ese instante que la imagen todava me provo-ca una fuerte presin en el pecho.

    Cada objeto que guardaba era un recuerdo de un hogar queno volvera a ser el mismo. Eso que no cupo en las maletas eratambin la renuncia a lo que mis padres haban construido contanto esmero y que ahora nos era arrebatado.

    Del armario de la habitacin principal mi mam sac trescajitas de plata muy lindas. El cuidado con el que las tomabaen sus manos y su llanto expresaban una profunda nostalgia.Haban sido elaboradas preciosamente, repujadas con diseosde la poca colonial. Yo an conservo una de ellas. Recuerdoque las otras dos las regal mi madre despus en uno de esosmomentos de desespero en los que perda el control por la situa-cin en la que vivamos. En esos ataques mi mam senta que

    deba deshacerse de todo lo que la vida le dio alguna vez. Qui-zs era una manera de olvidar ese pasado feliz que ya no podarevivir. La entrega de estos objetos fue para ella una forma dedesapego.

    De mi madre y de esta situacin aprend a vivir con opti-mismo sabiendo que todo es pasajero. Que siempre llegarancambios inesperados a los que tendra que adaptarme quisierao no. Entend que todo es circunstancial. Que la vida da y quede la misma forma quita.

    Cuando salimos, la casa estaba en total y profundo silencio.Recuerdo haber observado en detalle la vitrina del comedor.Observaba los delicados objetos que se dejaban ver a travs de

    las dos hojas de vidrio biselado. Adentro haba una vajilla pre-ciosa y otros objetos de valor inolvidables como bandejas, cu-

    biertos de plata y vasos muy finos. Y en esa contemplacin re-

    cord la primera comunin de mis tres hermanas y en lo muchoque me hubiera gustado que me hicieran una fiesta como esa.Pero ya era evidente que a partir de ese momento mi vida seraotra. El futuro me deparaba un largo exilio, sorpresas agrada-

    bles y otras prdidas importantes.

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    Mi madre era exquisita en la preparacin de esas celebra-ciones. Los trajes de mis hermanas las hacan lucir angelicales(aunque en el fondo no lo fueran tanto). Pero ese da actuaronacorde a las circunstancias. Lucan guantes blancos en blonda,sujetaban en sus manos velas largas labradas con hilos finos deoro, calzaban zapatos de charol blanco patente que hacan jue-go con sus medias tejidas a mano. Los vestidos eran blancos y

    pomposos, con un terminado de alta costura, cosidos en tela deorganza, dioln, cintas y blondas blancas. Mi madre mostrabacon orgullo su buen gusto y la formacin que haba recibido de

    las monjas salesianas. Sus manos delicadas y suaves daban fede su carcter dulce y elegante.

    Recuerdo a mi madre desde muy temprano ordenando losutensilios con Rosita, la seora que la apoyaba en la casa, paraque todo estuviera listo a la llegada de los invitados y antes deque nos furamos a la misa que se celebrara en el colegio Te-resiano. Prepar una de las mesas mejor servidas y ms com-pletas que haya podido ver en las casas que frecuentbamos enCaracas. Recuerdo el sonido de las copas de cristal, los cubier-tos de plata y las tazas de porcelana para el chocolate caliente.No olvido su platera reluciente sobre un mantel de hilo blancodiseado con punto de cruz.

    No podan faltar los lirios y las calas en un jarrn grande decristal. En los platos grandes sobresala un relieve alrededor envarios tonos de blanco que hacan juego perfectamente con losplatos del postre. No fallaba un solo detalle. Las tazas tenanuna crineja que sobresala del asa y haca juego con la vajilla.A m me parecan preciosos. Pensaba que tanta delicadeza solopoda ser escogida por una persona de gustos tan exquisitoscomo mi madre.

    Todos esos pensamientos pasaron por mi cabeza mientrasrecogamos lo que podamos hasta que mi madre me tom del

    brazo y me dijo Zoraida, nos vamos. En pocos minutos losguardias nos echaban de nuestra casa.

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    No sabamos a dnde bamos, ni qu era lo que nos espera-ba. Nos marchbamos con lo poco que habamos podido empa-car delante de la mirada de los esbirros y de los vecinos que seasomaban por sus ventanas, temerosos de ser apresados.

    Nunca ms volv a entrar a mi casa. No tuve el valor. Pormucho tiempo no me atrev a hurgar en los recuerdos de esosaos.

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    Entre tanta indiferencia y pnico, Misia Guillermina, nues-tra vecina ms cercana, nos abri las puertas de su casa cuan-

    do ms lo necesitbamos. De quien menos se esperan favores,llegan.

    Esta vecina tuvo la paciencia y la compasin de entendernosen este difcil momento, de permitir que mi madre entendiera

    lo que nos estaba pasando y de darnos un espacio en su casapara ubicarnos mientras resolvamos nuestra situacin.

    Recuerdo que nos ubicaron por unos das en el garaje junto

    con nuestras cosas. Era un espacio amplio donde entraba unacama, un escaparate y nuestra ropa del colegio. El lugar se con-virti en nuestro refugio.

    La incertidumbre no nos abandonaba. Senta temor de quenos quedramos all para siempre. Mi madre buscaba la mane-ra de conseguirnos un nuevo lugar para vivir y mientras tantonosotras hacamos un gran esfuerzo por adaptarnos. Por las

    noches hablbamos en voz bajita y mi madre pareca tener eldon de aliviar todo dolor. Me acurrucaba entre sus brazos y asme dorma.

    Despus de unas semanas de vivir en el garaje pudimos rer-nos por primera vez de lo inverosmil de nuestra situacin. Unarisa sanadora que nos relaj y nos ayud a continuar con mejoractitud nuestro trnsito a travs de las dificultades.

    En ese momento se empez a gestar una complicidad entrenosotras, una especie de clan de autodefensa para protegernosjuntas de las circunstancias externas. En ese momento decreta-mos que a ninguna le faltara nada, que siempre nos daramosapoyo incondicional y estaramos unidas. Ese escudo que for-mamos mis hermanas, mi mam y yo me ayudaba a sentirmems segura. Poco a poco regres mi espritu alegre y poda en-

    LaAYudaoPortuna

    de Misia Guillermina

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    frentar con mayor fortaleza los instantes de tristeza cuando medaba por extraar a mi pap y nuestra casa.

    Unos momentos eran ms difciles que otros. Me levantabadurmiendo en un garaje y despus de desayunar me asomabapor el jardn de Misia Guillermina desde donde poda divisarmi casa desolada, abandonada. Por momentos sent vergenzafrente a los dems. Cmo poda estar viviendo esa situacin

    despus de haber tenido todo cuanto deseaba?Mi madre sala todos los das a resolver problemas llevando

    en silencio su congoja. Iba y vena, un da tras otro, sin decirnada. No paraba de buscar la solucin a nuestro problema devivienda. Cada vez que se iba la esperaba con angustia, era elmiedo de perderla tambin, de no volver a verla. Cuando sentael sonido de la puerta de la calle corra a recibirla con alegra.

    Es ella, s lleg!.Cuando todos se iban yo me quedaba con Misia Guillermi-

    na quien me echaba cuentos infantiles, me invitaba a escucharradio historietas, aventuras y fbulas como las de To Tigre yTo Conejo. Yo me alegraba con solo escuchar el inicio de esas

    historias Buenos das, mis pitoquitos! o Habase una vez.Contaba Guillermina que los ojos me brillaban cuando empeza-

    ban a sonar las voces de los personajes a travs del radio hastael momento en que terminaban con un y vivieron felices parasiempre. Qu felicidad tan inmensa senta cuando escuchabaesa frase y la forma emotiva como la pronunciaban. Tanto queme lo crea y me emocionaba. La asociaba con mi vida.

    Cmo agradezco esos momentos junto al radio y la maneradivertida como Misia Guillermina imitaba con gestos cmicos

    la voz de los personajes. Ahora entiendo la importancia de esarelacin tan estrecha que tenemos con los abuelos y los viejitoscuando somos nios. Ellos reviven sus recuerdos de infancia ycomparten sus experiencias mientras los nios sacian su curio-sidad. Los nios y los ancianos comparten su sabidura y poreso se entienden tan bien entre s.

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    Todava vivamos en casa de Misia Guillermina el da queacompa a mi mam a averiguar sobre el paradero de mi pa-

    dre. La incertidumbre nos devoraba. Se deca que estaba reclui-do en la Seguridad Nacional y hasta all nos fuimos. Al llegarvimos otras personas que al igual que nosotras esperaban saberde sus familiares, quienes supuestamente estaban recluidos enaquella pocilga.

    Mi madre se apresur y logr entrar. Iba entusiasmada conla esperanza de que alguien nos atendiera. Le pregunt al guar-

    dia por el seor Pedro. Otro guardia que estaba de turno seacerc para preguntarle quin lo buscaba.

    Dgale, por favor, que lo busca la seora Estaba respon-di mi madre.

    El guardia sali para avisarnos que s nos recibiran y nosmand a pasar. Al fin conocera al tal Pedro que nombraba todoel mundo en Caracas.

    Nos mand a sentar y nosotras lo hicimos en silencio. Nosmir como si estuviera controlando el desprecio que senta ha-cia nosotras. Imagino que era la misma expresin con la cualreciba a todo el que no compartiera sus ideas. A pesar de suactitud altanera nosotras an esperbamos que pudiera darnosalguna buena noticia sobre mi padre.

    S a quin se refiere, pero no sabemos de l. No tengo nin-

    guna informacin por ahora. Ya les avisaremos cuando sepamosalgo. Y por favor disclpenme, pero tengo que retirarme nosdijo este seor Pedro sin perder la serenidad por un instante.

    Mi madre no se conform con su respuesta. Pensaba quele menta y que era una manera de llevarla al desespero total.Yo empec a llorar frente a su mirada indiferente. Nos retira-mos de su despacho sin pronunciar una palabra. No nos fuimos

    LAINCERTIDUMBRE

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    inmediatamente, esperamos un rato afuera, pero en ese tiempome di cuenta de que mi mam no saba qu hacer. No sabamossi irnos o esperar sentadas en unas incmodas sillas de hierroque estaban dispuestas a lo largo del pasillo. All seguimos elresto de la maana pero la espera fue en vano.

    Los guardias nos ignoraban y en el nterin mi mam se pre-guntaba si habran llevado a mi padre a otro lugar.

    En medio de su abatimiento mi madre decidi regresar.Hoy da pienso que estaba predestinada a vivir tiempos

    amargos. El libre albedro no existe para los nios y para eseentonces no tena ningn tipo de control ni comprensin algu-na sobre lo que ocurra en mi vida.

    Cuando llegamos, Misia Guillermina nos esperaba ilusiona-da, pero al ver la expresin de nuestros rostros eligi la discre-cin. No se habl ms del asunto, al menos al frente de m.

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    El da de San Juan, Misia Guillermina, que era tan creyen-te de nuestras costumbres, realiz uno de esos rituales que se

    hacan en Caracas por esa poca a propsito de esta ocasin.Yo disfrutaba mucho porque desde pequea me llam la aten-cin ese esoterismo que caracteriza a nuestros pueblos con suscuriosas tradiciones negras. Me gustaba el de las agujas que secolocan flotando en un platico de agua y si amanecan juntasnos respondan si el ser amado nos corresponda.

    Ese da de San Juan vi que Misia Guillermina practicaba un

    ritual diferente al de las vecinas: colocaba un vaso de cristallleno de agua y all verta delicadamente una clara de huevo.Me dio tanta curiosidad que le ped a esa viejita linda que meexplicara para qu lo haca.

    Maana vers que en cada vaso aparecer una imagenque augura algo que ha de ser para el presente o para el futuro.

    Me gener tanta expectativa lo que podra aparecer en mi

    vaso que le ped que me preparara uno a m. Al siguiente dame par tempranito y cuando fui a la cocina escuch gritar aMisia Guillermina con emocin Mira la imagen que sali enel vaso de Zoraida!.

    Puedo jurar que era un barco inmenso y precioso de for-ma alargada, sus mstiles parecan de cristal, como baados enchispitas brillantes, como si fueran luces. En medio de su emo-

    cin, recuerdo como le gritaba a mi madre Mira qu belleza,Maruja!.

    La imagen era casi perfecta.

    Todava me emociona ese recuerdo porque, transcurrido eltiempo, unos cuarenta aos despus, ese barco aparecera y

    LLeg el Dade San Juan

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    cambiara una parte de mi vida repentinamente. Todo lo habaanticipado esa imagen grabada en un vaso de cristal el da deSan Juan.

    As pasaba mis das con esa viejita tan querida, Misia Gui-llermina, de su casa al colegio y del colegio a la espera, de la

    espera a la curiosidad y de la curiosidad a la esperanza.

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    Pasado un tiempo comenc a organizar fiestas de teatro enlas cuales participaban mis hermanas y una negrita flaquita

    como pescuecito e pollo, quien trabajaba en la casa para unade las hijas mayores de Misia Guillermina. Pareca que en mo-mentos adversos la creatividad nos serva de va de escape.

    Recuerdo que comprbamos los materiales que requeramospara la elaboracin de los trajes en una quincalla cercana. Ele-gamos hojas de papel crep de colores muy vivos, papel celofnen diferentes tonos de verdes, amarillos chillones, rojos inten-

    sos y rosados. Lo mejor de todo era que nosotras mismas cor-tbamos y confeccionbamos el vestuario y luego lo ceamosdirectamente al cuerpo para hacerlo a la medida, como todasunas costureras.

    Nunca olvido a la negrita, quien no caba de la emocin por-que la invitamos a participar. Eligi un traje color verde pericoy se vea tan linda con ese vestido que haca contraste con su

    piel oscura.Mis hermanas se encargaban de organizar la obra y disearun programa apropiado para los amiguitos de la cuadra. Todopareca una pelcula de Saura, el cineasta espaol. En algunaspresentaciones cantbamos, en otras declambamos y en otrasactuaban mis hermanas mayores, Rosita y Malila.

    El escenario estaba hecho con unas sbanas que amarrba-

    mos a las cenefas del saln. Entre todas escogamos las cancio-nes. Recuerdo que una de ellas era representada por mis treshermanas (a m me metieron coleada). Cada una de nosotrasllevaba un sombrero grande y rosado en la cabeza, bordeadocon faralaos y con una cinta gruesa que nos ayudaba a sujetarloal cuello durante la funcin. Felices y coquetas aparecamos enel escenario y cantbamos:

    El teatroen casa de Guillermina

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    Somos tres muecas que venimos de Pars!

    Estamos muy contentas de haber venido aqu

    Yo me llamo Julieta

    Yo me llamo Fif

    Yo no tengo nombre por ser tan infeliz!

    Los nios aplaudan sonrientes sin cesar y gritaban que

    se repita!.El programa inclua un intermedio en el cual vendamos go-

    losinas o heladitos de leche en polvo que hacamos en cubetasde hielo. Todo era preparado con tiempo por Misia Guillermi-na, quien los guardaba cuidadosamente en la nevera, para lue-go colocar los helados en vasitos de cartn para la hora de lareparticin.

    Despus del receso mi hermana Rosita presentaba mi actua-cin del segundo acto:

    Ahora, seoras y seoritas, Zoraida interpretar un poe-ma del famoso poeta venezolano Andrs Eloy Blanco que se

    llama La renuncia!

    El poema era largo y yo estaba asustada. Pero una de mishermanas estaba preparada para soplarme. Pusieron una m-

    sica suave de fondo para acompaar mi declamacin. Me emo-cionaba ver aplaudir gustosamente a mis amiguitos frente alescenario.

    He renunciado a ti. No era posibleFueron vapores de la fantasa;son ficciones que a veces dan a lo inaccesibleuna proximidad de lejana.

    Yo me qued mirando cmo el ro se ibaponiendo encinta de la estrella...hund mis manos locas hacia ella

    y supe que la estrella estaba arriba...

    He renunciado a ti, serenamente,como renuncia a Dios el delincuente;

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    he renunciado a ti como el mendigoque no se deja ver del viejo amigo;

    Como el que ve partir grandes navoscomo rumbo hacia imposibles y ansiados continentes;como el perro que apaga sus amorosos brioscuando hay un perro grande que le ensea los dientes;

    Como el marino que renuncia al puertoy el buque errante que renuncia al faroy como el ciego junto al libro abiertoy el nio pobre ante el juguete caro.

    He renunciado a ti, como renuncia el loco a la palabraque su boca pronuncia;como esos granujillas otoales,con los ojos estticos y las manos vacas,

    que empaan su renuncia, soplando los cristalesen los escaparates de las confiteras...

    He renunciado a ti, y a cada instanterenunciamos un poco de lo que antes quisimos

    y al final, !cuantas veces el anhelo menguantepide un pedazo de lo que antes fuimos!

    Yo voy hacia mi propio nivel. Ya estoy tranquilo.

    Cuando renuncie a todo, ser mi propio dueo;desbaratando encajes regresar hasta el hilo.

    La renuncia es el viaje de regreso.

    Supongo que la expresin de tristeza en mis ojos era evidente,pues ya saba lo que se senta renunciar a algo. Lo viva a dia-rio. A veces olvidaba algunas estrofas, pero mi hermana meapuntaba la siguiente lnea agachadita detrs del teln.

    Declamaba tan bonito La Renuncia que an equivocn-dome los nios me aplaudan. Poco importaban los errores, loimportante era divertirnos. Tanto me aplaudieron que prosegucon otro poema que a m me encantaba: La Nia Negra. Hoyrecuerdo algunos de los versos que ms me gustaban:

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    Toda vestida de blancoAlmidonada y compuestaEstaba la nia negraUn erguido moo blanco decoraba su cabezaCollares de cuentas rojas al cuello le daban vueltaTodos los nios del barrio nunca jugaban con ella.

    Hasta ah llegaba con mucha seguridad. Y de pronto deca

    Ay, se me olvid!. Y soltbamos a rer.Tambin nos esmerbamos con el maquillaje: nos adorn-

    bamos el pelo con lazos enormes como de mueca, las boquitasbien delineadas en rojo y nuestras mejillas coloreadas con uncrculo en rosado que haca contraste con el colorido chilln delvestuario. El maquillaje que usbamos era natural y elaboradopor mi madre y las hijas de Misia Guillermina (era lo usual en

    esa poca).Cuando terminaba la funcin de teatro salamos en fila ha-

    cia la calle, una detrs de la otra y la negrita vestida de periqui-ta linda iba verdecita adelante con una caja de zapato que ser-va de alcanca sellada con una cinta plstica. All recogamos

    la colaboracin de los nios que haban presenciado nuestroespectculo.

    As pasbamos la tarde, sin darnos cuenta de que toda ladiversin la habamos aprendido con mi padre cuando nos reu-namos en la biblioteca de la casa los domingos.

    Cmo nos divertamos! Saltbamos y cantbamos por laurbanizacin, recorramos la cuadra para recoger el dinero delmontaje de cada semana. Pareca que estas actividades logra-

    ban calmar nuestra infancia, que por momentos pareca a laderiva. Sin darnos cuenta olvidbamos momentneamente laausencia de mi padre y nuestro hogar. As pasbamos las penassin darnos cuenta del tiempo.

    Lo mejor de todo fue que los nios se convirtieron en visi-tantes asiduos de nuestro teatro, aparecan cada fin de semanacon sus sillitas y hasta su pullita en la mano para colaborar alfinal del show.

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    Despus de cada fin de semana teatral amanecamos el lunessiguiendo las indicaciones de mi madre antes de irnos al cole-gio. A baarse! A cepillarse los dientes! Aprense que yaviene el transporte! Cmanse la avena que eso las alimenta!.Desde muy temprano se dedicaba a prepararnos para ir a laescuela. Salamos aseadas y peinadas, nos sentbamos en una

    jardinera larga que haba en casa de Misia Guillermina a espe-

    rar el transporte, con nuestros uniformes blancos e impecables,el encaje marrn que bordeaba el cuello y cinturones azules querodeaban nuestras diminutas cinturas, todas calzadas con me-dias blancas y zapatos negros. Esperbamos envueltas en unaneblina que nos limitaba la visin de nuestra casa que se encon-traba al otro lado de la acera.

    El transporte llegaba muy temprano y atravesbamos Cara-cas porque el colegio Teresiano se encontraba hacia el oeste de

    la ciudad que para entonces era la zona ms poblada. El estede Caracas era apenas una extensin de tierra en la cual sepodan ver pocas construcciones habitacionales. En el trayec-to me encantaba admirar el verdor intenso del cerro vila. Elcolegio estaba ubicado por El Paraso. Su diseo y arquitectu-ra era colonial y recuerdo claramente el clima fro y agradableque all se senta. Al entrar se divisaba una escalera amplia de

    mrmol que conduca a los pisos de bachillerato desde donde sepoda ver a un lado el patio del recreo y los salones amplios depreescolar.

    El primer da que fuimos al colegio despus de que la Seguri-dad Nacional nos desaloj de la casa sent vergenza de que al-guna de mis compaeras me preguntara algo sobre lo ocurrido.No saba qu podra contestar si se presentaba esa situacin.Mis hermanas se fueron a sus salones y yo segu hacia el pre-escolar. Por esas paradojas de la vida me toc sentarme junto a

    la hija menor del dictador Marcos Prez Jimnez que estudiabaconmigo. Una vez que comenzaron las actividades en el salnde clase, levant la mano y le ped a la monja que era mi maes-tra que me diera permiso para ir al bao. Por alguna razn la

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    madre no me lo concedi. Me sent ofendida, maltratada. Al versu indiferencia me deslic hacia el borde de la silla y me orinencima porque ya no aguantaba ms.

    La pena de ese momento despert en m mucha agresividad.Esper el timbre del recreo con el uniforme hmedo. Supongoque la indiferencia de la monja y el hecho de tener que sentar-me al lado de la hija del dictador me hicieron perder el control.

    Para ms colmo, las otras dos hijas de Prez Jimnez estudia-ban con mis hermanas Elena y Rosita.

    Cuando salimos al receso una de las compaeras del salnme insult en pleno patio. Su intencin era herirme y avergon-zarme delante del resto de las nias del saln. En un ataquede impulsividad la agarr con fuerza por el pelo y descarguen ella toda mi ira. A m no me digas as! Me respetas!. Y

    a pesar de mi agresin la nia segua repitiendo una y otra vezZoraida, tu pap est preso!. Mientras ms lo repeta msfuerte retumbaban esas palabras en mi cabeza. Empec a llorarde impotencia sin soltar a la nia. Supongo que aquel episodioalimentara el chismorreo del da.

    Las monjas no saban qu hacer conmigo. Saban que lania no tena razn y que no deban expulsarme. Sin embargo

    lo hicieron. No podan correr el riesgo de que les cerraran elcolegio o sufrieran amenazas como consecuencia del percanceque tuve con esta nia que, al parecer, era intocable.

    Citaron a mi mam y la madre superiora le inform que nopodan hacer nada. Le pidi que me retirara del colegio y leexplic que as ellas se evitaran problemas. En ese momentosent que nadie se daba cuenta de cmo me senta yo en ese mo-mento. Mi madre interpret la situacin como un disgusto ms

    que le daba la vida. A la pobre no le daba tiempo ni de saber, nide pensar, ni de preguntarme cmo me senta yo. As tom ladecisin de cambiarnos a Elena y a m a un instituto privadoque quedaba en Las Acacias, cerca de la casa de Misia Guiller-mina. Luego nos cambi a otro que quedaba en Santa Mnicay que era propiedad de un amigo de mi padre. As comenzaron

    los cambios de escuela, dbamos tumbos mientras nos estabili-

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    zbamos un poco aqu mientras otro tanto segua inestable. Nosaba cunto me duraran las cosas, ni cunto tiempo estara-mos en ese instituto. Nos tocaba aceptar la vida como viniera.

    Pasado el tiempo conseguimos una nueva casa. Mi madre,tan luchadora, siempre supo que nuestro sueo era recuperar

    lo que habamos perdido, pero tambin estaba consciente -y aslo transmiti- de que era intil quejarse o esperar algo diferente

    en esas circunstancias. Gracias a mi madre nunca nos falt niamor, ni pan, ni techo, ni vestimenta, ni educacin. Con toda lagenerosidad y fortaleza de su corazn mi mam siempre tratde compensar todas nuestras carencias afectivas.

    Recuerdo la alegra de mi mam cuando le traan dinero denuestra fbrica de mosaicos que en ese momento era adminis-trada por unos hermanos de mi padre. Esa plata era nuestro

    nico sustento, pero con el tiempo ese dinero se fue haciendocada vez ms insuficiente. Las difciles condiciones econmicasdel pas, ms la ausencia de mi padre en la direccin del negociocomprometan cada vez ms la entrada de recursos a mi hogar.La fbrica apenas produca lo necesario para pagarle al perso-nal y generar una pequea utilidad.

    Lo mejor de esa experiencia es que pudimos aprender a valer-nos por nosotras mismas, a no depender del sustento de mi padre.Las circunstancias nos hicieron menos apegadas a lo material,ms colaboradoras, construimos relaciones fuertes y sinceras quenos ayudaron a sobrellevar las dificultades y los cambios.

    Con el tiempo sentimos que era obligatorio demostrar condignidad que mis padres no haban fallado nunca y lo logramos.Yo por mi parte me hice menos exigente, aprend a resolverproblemas en casa cuando estaba sola y trataba, en lo posible,

    de no preocupar a nadie. Siento que haca ese esfuerzo soan-do con recibir la recompensa de volver a ver a mi padre y novolver a verlo sufrir. Eso era lo que pensaba en mis momentosde soledad.

    Unos meses despus mi mam consigui un empleo cercanoal apartamento en el que vivamos en Santa Mnica. El trabajo

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    era sencillo y el horario era flexible. Mi mam estaba capaci-tada para desempearse exitosamente en un cargo fijo comosecretaria, pero no dispona del tiempo necesario para retirar-se de la casa durante todo el da, por eso la contrataron comoayudante. Sin duda aquella oportunidad era una buena noticia,mucha faltan nos hacan esos churupitos para sostener nuestro

    hogar. Adems fue una oportunidad de que mi madre pudiera

    despejar la mente y olvidar por un rato la nostalgia y la preocu-pacin que le ocasionaba la ausencia de mi padre.

    Recuerdo que cuando mi mam comenz a trabajar yo ibatodos los das a buscarla cuando regresaba del colegio. Entra-

    ba sigilosamente, saludaba con voz bajita para no perturbar niinterrumpir a los dems empleados y me sentaba junto a ellaa esperar que terminara su labor. Para m era un orgullo verlaen ese rol. Admiraba su empuje y su capacidad de adaptacin,pues a pesar de haber estado acostumbrada a vivir con lujos,asuma con dignidad la responsabilidad de enfrentar esta nue-va realidad que le estaba tocando.

    Parece mentira, pero esa forma de vivir me ense a tratarde ser feliz con lo poco que tenamos. Frente a las adversidadesque vivamos yo trataba de sentirme lo mejor posible. Cada veznecesitbamos menos de los dems. Nos bamos acostumbran-

    do a cada nuevo lugar al que tenamos que adaptarnos porquefueron muchas las veces que tuvimos que mudarnos.

    La familia se convirti en un rompecabezas difcil de ar-mar. Poco nos veamos y lo cierto es que muchos pasaron porpenurias similares a la nuestra. La ausencia de esos afectos nosense a combatir muchos prejuicios. En el camino aparecie-ron buenos amigos, familiares lejanos, personas que no esper-

    bamos que pudieran acompaarnos en circunstancias difciles.Era lgico y as me lo explicaba mi madre, que muchos sin-tieran miedo y preferan mantener la distancia para no verseinvolucrados o afectados. Juntas hicimos un gran esfuerzo parano juzgar las reacciones de las personas en aquel momento. Enel fondo era poco lo que la gente poda hacer por nosotras entretanto misterio, restricciones y sufrimiento.

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    Mi ta Mireya era hermana de mi madre y fue un apoyoincondicional para nosotras en esa poca. Mi ta era una mujer

    muy dulce y laboriosa y una de las maneras que tena de con-sentirnos era a travs de la confeccin de nuestros disfracesde Carnaval. Esos trajes eran puro color y los usbamos en lascarrozas llenas de flores, bambalinas, serpentinas y caramelosque lanzbamos en las caravanas que se organizaban duranteeste asueto. Un festival de alegra que opacaba el lado oscurodel rgimen dictatorial instalado en el pas. El objetivo era pro-

    yectar una imagen de bienestar y abundancia.As transcurra nuestra vida: un contraste de color y sonri-sas contra el fondo oscuro de las ausencias y las interrogantes.

    Con mi ta, mi mam y otros primos salamos a pasear porCaracas. Para entonces la ciudad no era la prisa que es hoy.Caracas era lenta, silente. En las esquinas poda sorprenderteel enorme portn de una casa colonial, al mejor estilo de Sevi-

    lla. Desde afuera poda advertirse el verdor de su interior, susjardines repletos de materos donde se respiraba el aroma de lasflores. Me asomaba a travs de esas inmensas ventanas y desdeall poda ver un loro que se carcajeaba imitando a su amo; pe-queas jaulas que servan de hogar a varios canarios amarillosque alegraban el espacio con su canto.

    En uno de esos paseos vi un carrito que me llam la aten-cin: sobre las ruedas haba una caja de vidrio. De adentro le

    sala como un sonido de pequeas maraquitas. Dentro del cubohaba un cilindro de aluminio desde donde saltaba el maz do-rado que poco despus se convertira en un festival de palomi-tas blancas y saltarinas que explotaban alegremente dentro de

    la caja haciendo un ruido espectacular. Eran cotufas! Cuandolas prob estaban tostaditas y me supieron a gloria. Para los

    Los das festivos

    y domingos de mi CaRacas

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    amantes del dulce haba algodn de azcar, chupetas y bolitasde coco acarameladas. Cmo disfrutbamos esos paseos do-mingueros!

    Ese da bamos rocheleando todo el trayecto. Pasbamos porlas torres de El Silencio que para entonces eran las ms altasy modernas de toda Caracas. Recorramos las tiendas de telascon mi ta y ella elega entre tantas texturas y diseos, bellezas

    de algodn, lino, rayn. Escogimos varios cortes de piqut quele daran una cada rgida a los vestidos y nos hacan sentirms cmodas que cuando usbamos aquellos armadores tiesos.Luego, en la mercera cercana, buscbamos lindos botones e

    hilos que combinaban con la tela escogida por mi ta y cintasde seda o terciopelo para darle un toque de color muy femeninoa la cintura. Mi madre y mi ta cuidaban todos los detalles paravestirnos bien.

    En Calzados Pepito comprbamos los zapatos del colegio.Unos de patente negro para los das de gala y unos de charolpara el uniforme diario. Ambos modelos redondeados elegante-mente en la punta y con unos huequitos a los lados que forma-

    ban un trbol. Me encantaban esos zapatos! Me miraba y memiraba en el espejo de la zapatera mientras los dems niosesperaban su turno.

    Otros domingos bamos a una heladera famosa que quedabaen el centro de Caracas. Al entrar veamos pasar a los mesone-ros con sus bandejas y sobre ellas las copas pesadas con heladosmulticolores. Tambin se poda sentir el olor de las merenga-das de guanbana con canela, de jugo de naranja, tamarindoy papeln con limn. Mi helado favorito era el de mantecadoque vena cubierto con merengue bien batido y un jarabe rojo

    que saba a cereza. Nadie deca una palabra hasta devorar subendita copa popular.

    Una tarde salimos de la heladera para ir al cine. Lloviznabay nos fuimos en fila india por las aceras mojadas y debajo de lostoldos de colores que sobresalan de los almacenes. bamos concuidado, tratando de no resbalarnos, hasta llegar al cine donde

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    pasaban Tarzan, el hombre de la selva. Nos sentamos en lasbutacas suavecitas de gamuza, se apagaron las luces, se abri lacortina roja y pesada y comenzaban a aparecer las imgenes.Al final me par a aplaudir emocionada por el final: recuerdoque lo que ms me gust de la pelcula era que el bueno ganaba.

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    Pasaron un par de aos y mi pap segua en prisin. Mimam se vea cada da ms debilitada. Los problemas econmi-

    cos de la familia aumentaban. Cada vez se haca ms incierto elpanorama y las promesas de libertad ms dudosas. Para enton-ces ya yo tena seis aos. Todos los das me preguntaba cundovolvera a ver a mi padre.

    Cada tanto nos llegaban rumores. Unos comentaban que ha-ba muerto; otros, lo contrario. Y nosotras en el medio, en elhilo de la incertidumbre. Ya siendo adulta me record una vez

    mi hermana Elena que despus de uno de esos rumores llega-mos incluso a guardar luto. Por alguna razn mi memoria borrese recuerdo.

    Pocas veces mi pap nos mandaba mensajes o nos escriba.Hoy me cuestiono el objetivo de esa comunicacin. Esos men-sajes no nos permitan saber lo que padeca all adentro. Si re-ciba corriente, si lo acostaban por horas sobre una panela de

    hielo, si le sacaban las uas; se deca tambin que a algunos ledaban con un fuete hasta abrirle zanjas en la piel. No nos ibaa escribir para contarnos eso. Y nosotros al otro lado tratandode reconstruir alguna imagen de l en nuestra cabeza con losrumores que llegaban a nuestra casa. Est enfermo. Est mejo-rando. Est muerto. Sigue vivo. Conocamos las torturas perono sabamos cul de ellas le haba tocado a l. O le tocara.

    Tambin llegaban los rumores de conspiracin desde el mun-

    do militar. Mi mam nos peda que furamos pacientes. Cuan-do el ro suena, piedras trae, nos deca. Algo est cambiando,algo se est moviendo, algo va a pasar, hay que esperar.

    Aos despus supimos por compaeros de lucha de mi padreque siempre mostr mucha valenta frente a las torturas, fue

    leal a sus principios, se revelaba a pesar del maltrato, arriesga-

    Rumores

    de tortura

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    ba su vida, insultaba a sus torturadores y trataba de resistir elestado de inconsciencia que apareca despus de los golpes.

    Tantas personas pasaron por estas penurias, incluso muje-res. Muchos no pudieron resistir y murieron.

    Era insoportable escuchar las atrocidades que vivan, estara la expectativa en el sobresalto del da a da, vivir en la amar-gura del constante cuestionamiento: saldr?, lo exiliarn?,ser verdad lo que nos cuentan? Persecucin, tortura y sole-dad retumbaban en mi cabeza.

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    Todos esos comentarios comenzaron a debilitar la saludde mi madre. Dorma muchas horas cansada de imaginar lo

    que estara padeciendo mi padre en la crcel. Sin embargo eldescanso la devolva a la vigilia somnolienta, con sensacin depesadez, con desgano. Mis hermanas y yo bautizamos esos sn-tomas como el mal. No entendamos para entonces lo que era

    la depresin. Deca mi madre que al dormir senta pesados losprpados -era como si no tuviera nimos de volver a abrirlos-.Senta que mi mam guardaba un lamento tan grande en el

    alma, sus ojos eran un estuche cerrado que no me dejaba mirarsu tristeza acumulada durante tanto tiempo.

    Al llegar del colegio siempre pasaba a la habitacin de mimam para cambiarme de ropa y luego conversar con ella mien-tras almorzaba. Un da llegu y encontr a mi mam acostada,como muerta. Me acerqu, le habl. En ese momento se agol-paron en m todos los temores. Me vi hurfana, desamparada.Estaba sola con ella en la casa. No saba qu hacer.

    Cuando sent llegar a mis hermanas del colegio corr a lapuerta y le dije a Rosita, la mayor de mis hermanas: Mi mamest como muerta!. No podamos perderla tambin a ella, pen-saba.

    Lloraba desesperadamente, no me atreva a separarme de lacama ni un segundo. Comenzamos a moverla de un lado a otro,no sabamos qu hacer. La arropamos pensando que tena fro.

    Le pusimos una almohada ms cmoda. Esta vez el mal eramucho ms intenso. Un malestar de horas, un sueo largusi-mo, una forma de evasin de toda esa gran responsabilidad quetena tanto tiempo llevando sobre sus hombros. No llamamos aningn mdico, ni a los vecinos. Creo que nos daba pena y poreso optamos por esperar.

    El mal

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    Mi hermana mayor tena 12 aos en aquel entonces y conmucho esfuerzo trataba de encargarse de nosotras. Imagino quetambin deba sentirse muy asustada en esa situacin y anas trataba de no expresarlo. De momento acordamos hacer unsilencio sepulcral y dejar a mi madre tranquila hasta que al findespertara. Lo hicimos sin alterarnos y rogando a Dios que nose muriera. As vivamos. Esperando lo que tena que pasar que

    no sabamos qu era tratando de no atormentarnos.El tiempo pasaba lentamente y as sera cada vez que a mi

    madre le repitiera el mal. Horas de sueo profundo (o de pe-sadillas, no lo sabamos). No podamos acompaarla en ese le-targo que ella viva sola. Solo podamos esperarla a la orilla de

    la vigilia.

    Ya mi padre tena cuatro aos en prisin. Cuatro aos sin

    verlo. Imaginaba el deseo de mi mam de reencontrarse con l,de volver a disfrutar de una vida tranquila, todos juntos. Quvamos a hacer?, se cuestionaba en voz alta cuando estaba des-pierta. Dios proveer, se repeta como un mantra para calmarsu propia ansiedad. Mi mam deca que esperaba en paz. Yo enel fondo deseaba volver a conocer ese sentimiento.

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    Nuestra vida era muy acontecida pero nunca nos faltaronngeles que nos apoyaran en las adversidades. En una oportu-

    nidad una de mis hermanas se ofreci a cocinar el almuerzoporque mi mam se senta muy mal. Cuando iba a encender lacocina de Kerosene salt de pronto una llama que alcanz el te-cho. Gritamos, creamos que se iba a incendiar el apartamento.Empezamos a dar gritos de auxilio y Sagrario, la conserje deledificio, subi corriendo a ayudarnos. Inmediatamente reaccio-n y coloc una frazada sobre la llama y logr ahogar el fuego.

    Desde entonces aquella seora espaola -quien recientementehaba llegado a la conserjera del edificio- se convirti en unabuena amiga de nuestra familia. Al parecer esa urgencia de lacocina le hizo ver nuestras carencias.

    As vivamos cocinando como en campamento, con unavida provisional que poda cambiar de un minuto a otro, deuna casa a otra. No podamos planificar el futuro, Venezuelaera una zozobra y nuestra existencia giraba en torno a la espe-

    ranza de volver a ver a mi padre e irnos del pas.Un da Sagrario toc la puerta para invitarnos a un lugar

    muy lindo ubicado a las afueras de Caracas. Se llamaba El Jun-quito. Ms tarde descubrira que en ese lugar campestre abun-daba el verdor, el olor a flores, a hierba fresca que se extendaa lo largo del camino. All se reuna buena parte de la coloniaespaola, de la cual Sagrario formaba parte.

    Nos vestimos rpidamente para acompaarla a este encuen-tro tan especial con sus paisanos.

    En el camino yo iba con la carita asomada a la ventana comoqueriendo aprenderme el paisaje de memoria. An recuerdo elfro que acariciaba mis manos. Esa sensacin de libertad queme haca sentir la brisa fra que soplaba fuerte desde la carre-

    Sagrario

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    tera hasta el interior del auto. Llegamos tempranito y pudimospresenciar un amanecer encantador.

    Desde lejos se escuchaba la msica, la algaraba de quienesparecan saborear cada instante de la vida. Qu de tiempo queyo no comparta tanta felicidad! La alegra de esas personas eracontagiosa. Qu espritu de unin, de apoyarse, de compartir!

    De pronto comenzaron a acercarse varias de las personasque iban a participar en los bailes de Galicia que yo vera porprimera vez. Las mujeres llevaban blusas bordadas que com-

    binaban con sus faldas largas de color blanco y cintos rojos ynegros que entrelazados bordeaban sus cinturas. Los hombresiban de pantaln negro, chaleco entreabierto, camisa blancamanga larga. Algunos portaban instrumentos musicales. Fueentonces cuando escuch y vi por primera vez una gaita: un

    instrumento de viento que vena de Galicia y en un instantecolmaba todo de armona.

    Unos bailaban en crculos, otros se sentaban y cantaban engrupo. Todos compartan el jbilo.

    Sagrario me abraz. Sent que estaba feliz de que estuvira-mos juntas en ese momento. En aquel calor senta la nostalgiade esa tierra lejana y escuchaba atenta la letra de una cancin

    que deca:Doce cascabeles, lleva mi caballoPor la carretera lleva mi caballoY un par de claves al cuello prendido

    Lleva mi romeroLa carretera se va ocultandoAl paso lento de mi caballo

    Con esa misma algaraba y con la pulcritud con la cual por-taban sus hermosos trajes, tendan los manteles sobre la ver-de grama de El Junquito. Sobre ellos iban colocando el oloroso

    banquete, un sinfn de platillos hasta ese momento desconoci-dos para m: tortillas, empanadas gallegas, paellas, panes re-dondos y esponjosos preparados por ellos mismos. El alimento

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    se acompaaba con un vino econmico que mezclaban con ga-seosa o con agua para rendirlo.

    As lo haca Sagrario en su casa: haba tenido que renunciara ese exquisito sabor a uva de su tierra natal para adaptarse auna nueva vida en nuestro pas. Qu se hubiera imaginado en elpasado que a causa de una guerra llegara a un pas extrao, lejosde su familia y de todo lo que ella amaba para cuidar un edificio?

    El esposo de Sagrario trabajaba como camionero toda la no-che. Recuerdo verlo llegar temprano con su cara de cansancio.Dorma un par de horas, se levantaba a almorzar y luego serecostaba de nuevo para reponer energas y llegar a tiempo acumplir con un nuevo turno laboral. Siempre admir la ma-nera de ser de Sagrario y su esposo. Recuerdo escucharla can-tar mientras limpiaba las escaleras, los pasillos de cada piso o

    cuando haca los quehaceres del hogar mientras esperaba a sucompaero. Sagrario y su familia parecan sentirse felices conlo que hacan.

    Esos paseos a El Junquito y otros lugares de Caracas juntoa Sagrario y su familia eran un escape a las preocupaciones,nos ayudaban a entretenernos y a evadir por un rato nuestrosproblemas. Los gallegos fueron un ejemplo para m porque, aunestando lejos de sus familias por una circunstancia tan doloro-sa como puede serlo la guerra, se mantenan unidos como com-patriotas, eran optimistas y amorosos, a pesar de ignorar -aligual que nosotras- cuando volveran a ver a sus seres queridos.

    Siguiendo su ejemplo me constru un rincn de diversinen el apartamento con las muecas que haban sobrevivido atantas mudanzas. Eran recuerdos de la poca de bonanza demi familia y que permanecan intactos gracias al sumo cuidado

    con que los trataba. Ah poda pasar horas jugando concentra-da y en santa paz, a veces en la compaa de mi hermana Elena.

    Un da estaba jugando en ese rincn con una pequea coci-nita de juguete que inclua platicos y tazas de caf y sent la lle-gada de una seora a la casa. Escuch las voces en la sala peroprefer quedarme all para evitar escuchar las malas noticias o

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    rumores que pudiera traer a nuestro hogar. Hasta que o quetraa buenas noticias sobre mi padre. Me asom sigilosamente,evitando ser vista por mi madre y su amiga. Alcanc a escucharque mi pap estaba mejorando del tifus y que estaba estudian-do francs e ingls con otros prisioneros. Mientras la oa meimaginaba que mi pap, al igual que yo, estaba construyndoseun rinconcito para superar la rutina. La seora tambin cont

    que lo haban transferido a San Juan de los Morros y que pro-bablemente nos daran permiso para verlo. Me salt el corazn,pero rpidamente me control tratando de no hacerme ilusio-nes. An as segu jugando, ahora con una sonrisa ms grandedibujada en mi rostro, tratando de hablar en ingls a mis mu-ecas, imaginando que as practicaba mi padre con su profesor.

    La salud de mi madre mejor despus de la buena noticia.Ya hasta se animaba a piropearme cuando me pona mis sanda-

    lias y los lindos vestidos que me diseaba y cosa Sagrario. Yosala por la puerta como una artista y regresaba como obrera,sudada y con las manos llenas de tierra de tanto hacer arepitasde barro frente al abasto del portugus. Colocaba una tablita yme dedicaba a recoger arena del terreno que estaba al lado de laresidencia. El Porto, como yo le llamaba por cario, me llevaba

    botellas de refresco vacas que tena en sus gaveras para que

    yo pudiera llenarlas con agua para hacer la supuesta masa demis arepas. Yo adornaba las arepas hacindoles dibujos con losdedos. A veces tambin escriba en ellas el nombre de mi pap.La ordenaba en fila, una al lado de la otra, y algunos nios separaban a curiosear. Yo se las ofreca en venta o se las regalabay as encontraba nuevas maneras de aproximarme a los dems.

    Mi actitud frente a la tristeza era de rechazo. Todos los dashaca el esfuerzo de levantarme temprano, me aseaba, me ves-ta, me preparaba el desayuno y me iba al colegio. Muchas vecesme iba sola pues mi mam se iba antes al trabajo y me hacasentir bien el hecho de saber que ella confiaba en mi respon-sabilidad. Me senta libre para tomar mis propias decisionessabiendo que siempre podra contar con ella para lo que nece-sitara.

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    Esa voluntad de ser feliz trataba de contagiarla a otros. Mimadre se rea de mis ocurrencias y me llamaba Panderetaporque deca que yo era la alegra de la casa, un rol que para en-tonces era muy necesario en nuestro hogar. Mi madre y yo ra-mos especialmente cercanas, haba empata entre ambas, esonos permita compartir mucho, conversar con franqueza y vi-vir momentos de intensa felicidad. Nuestras pocas diferencias

    ocurran cuando mi mam se dejaba influenciar por prejuiciosajenos. Yo me encenda como fosforito, pues nunca viv del qudirn ni del chismorreo. Cuando otros lo hacan pensaba que

    las crticas no nos ayudaban en nada, todo lo contrario. Quesi mis hermanas tenan novio, que si iban a fiestas, que si nosvestamos de una manera o de otra, todos esos comentarios am me daban igual. Cuando mi mam se afectaba por ellos lepeda que no le diera tanta importancia, que lo nico que deba

    importarnos era que nosotras la tenamos a ella y ella a noso-tras, lo dems eran habladuras. Que cada quien se ocupara desu vida.

    A pesar de ser una mujer liberal a veces esa personalidad secontradeca con los valores que haba aprendido en su crianzay en su educacin con las monjas salesianas. Mi mam era unapersona amplia al igual que sus hermanas que eran distintas

    al resto. Estaban fuera de poca, con ellas se poda conversarampliamente del amor, de la atraccin, de los divorcios, todo lohablaban sin tapujos, claras como el agua, jams respondana los embustes que empleaban otras madres para relacionarsecon sus hijos.

    As las haba criado mi abuela, a quien llambamos MamGrande. Cuando la visitbamos me pasaba horas escuchando

    las historias de su vida. Era bella, distinguida, siempre estabade punta en blanco cuando bamos a verla. Un da conversandocon ella le pregunt por qu haba decidido irse de Tovar paravenirse a vivir a Caracas. Siempre tuve la curiosidad pues me

    haban contado que ellas vivan muy bien en el pueblo dondemi abuela haba nacido y pasado toda su vida. Me cont queen esa poca (ms o menos por los aos treinta) ella decidi

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    divorciarse y en el transcurso de ese proceso mi abuelo muri.Habiendo quedado viuda decidi marcharse de all, un lugartan cerrado donde la haban sealado por su decisin de sepa-rarse de mi abuelo, cuando lo habitual era aguantar a la pare-

    ja aunque no existiera ningn afecto que les uniera. Nada mesorprenda de lo que me contaba mi abuela. Me la imaginabaen ese pueblito lejano, rodeada de viejas santurronas de Tovar,

    aquel lugar tan antiguo y apartado en los Andes venezolanos.Mi abuela sigui contndome que luego volvi a casarse y

    enviud por segunda vez. Not en ella una actitud compungidaal decirlo y al instante salt a decirle: pero bueno, Mam Gran-de, mejor no te cases ms, pues los vas a matar a toditos! Tecasas y se mueren!. La abuela (que para entonces contaba con79 aos) y yo nos imaginbamos su tercer matrimonio a esasalturas de la vida y reamos a carcajadas.

    Los recuerdos de mi abuela fueron tambin experiencias queme ensearon a vivir. Siempre que conversbamos me recordaba

    la importancia de ser honesto con uno mismo y cultivar el amorpropio. He conocido muchas mujeres que se engaan a s mismas,viven con tanta ridiculez, tanta hipocresa! Por eso me fui de esepueblo, aseguraba la Mam Grande con vehemencia. Alguna vezme contaron que mi abuela tuvo un amante. Tal parece que con

    mi abuelo tuvo fortuna pero le falt el amor.A veces era ella la que nos visitaba a nosotras. Se sentaba

    con mi madre y sus hermanas en torno a una merienda sencillay les contaba ancdotas de cmo haba sido su vida junto a susmaridos.

    De las cosas que me gustaban ms de esas reuniones era elmomento de la lectura de barajas espaolas de mi mam. Me

    daba demasiada curiosidad! Mis tas confiaban en la intuicinde mi madre y as se pasaban un buen rato intentando adivi-narse el futuro. Esos encuentros eran como terapias de grupo.Con sus miradas alegres esperaban el veredicto de las cartas alser volteadas. Se divertan mucho en ese juego de imaginar eldestino y yo mucho ms las veces que me dejaban quedarmecurioseando.

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    La Procesin

    va por dentro

    En algn momento todo el arsenal de estrategias que me in-ventaba para evitar que nuestra situacin familiar me afectara

    fueron insuficientes. Comenc a sentir una gran desmotiva-cin, todo me daba igual, estaba distrada, no senta ningninters por las actividades del colegio. Le hice saber a mi mamque aunque escuchaba las clases no lograba asimilar nada, noaprenda. A veces me quedaba mirando al vaco, viendo pasaruna pelcula de recuerdos amargos que me impedan concen-trarme.

    Mi mam se apoy en la maestra Leticia, quien comenza venir en las tardes a mi casa con la intencin de apoyarme.Con paciencia, la maestra me fue ayudando poco a poco. Juntasfuimos combatiendo mi desidia, revisando las lecciones y cons-truyendo una relacin que luego me permiti abrirme con ellay contarle lo mucho que extraaba a mi pap.

    Leticia me entenda. Ella misma tena familiares presos que

    tambin haban sido perseguidos del rgimen. Esa separacinle produca una profunda nostalgia. Gracias a nuestra empatasenta que ella entenda mi dolor, le mostr la tristeza que solaesconder detrs de mi determinacin por ser feliz.

    La maestra observaba con atencin todos mis movimientos.Me pona a hacer ejercicios de repeticin a ver si yo responda.Fue un proceso de aprendizaje lento, pero Leticia tena fe enmi recuperacin. Ella saba que todo lo que me pasaba tena

    relacin con una carencia afectiva muy profunda y que el retoestaba en aprender a escapar del pensamiento recurrente queprovocaba en m tal tribulacin. Haba un espacio vaco en mque nadie poda llenar.

    Poco a poco fui mejorando y del mismo modo fueron regre-sando mis ganas de salir a jugar. Despus de hacer la tarea me

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    iba a jugar con mis vecinos y compaeros de escuela. Les grita-ba desde la acera, pona las manos en forma de arco alrededorde la boca para que mi voz se escuchara ms fuerte: nos va-mos pa la calle!. Empezaban a bajar desaforados, dando gritosde alegra. La niez puede ser felizmente escandalosa. Yo meanimaba a buscarlos uno por uno de puerta en puerta montadaen mi bicicleta. En esa zona tenamos espacio para correr duro,

    dursimo. A veces llevbamos en la mano unos papagayos decolores que hacamos nosotros mismos con papel celofn. Sevean tan lindos, volando livianos con el ritmo y la velocidaddel viento, rumbo al cielo junto con nuestras ilusiones.

    Senta que ramos libres, que la vida poda ser como agarrarel manubrio y que podamos girar para donde quisiramos oseguir recto hacia adelante en la direccin de nuestros sueos,tomando las riendas de nuestra vida. Estacionbamos las bi-cicletas y jugbamos a la pelota, a la ere y al escondite. Esteltimo nos encantaba: corramos a refugiarnos en los edificios,detrs de los carros mientras se haca el conteo. Luego tratba-mos de tomar desprevenido al nio al que le tocaba buscarnos,un, dos, tres por m!, gritbamos para recuperar el derechoa ser visibles.

    Cuando llegaba el atardecer regresbamos a casa, no sin an-

    tes haber acordado el juego del da siguiente. A veces llevba-mos nuestros lbumes de coleccin de barajitas de animales ypasbamos horas asomados sobre ellos, revisando lo que tena-mos y las que no, intercambiando las repetidas por las que nosfaltaban.

    Otros das los dedicbamos a leer suplementos de comiqui-tas como Pepita y Lorenzo y La pequea Lul. Nos reamos

    hasta el cansancio con esos chistes y despus de leerlos mil ve-ces los intercambibamos.

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    Despus de unos meses de calma, de mejora en mi nimo,mi madre tom la decisin de enviar a mis dos hermanas ma-

    yores, Malila y Rosita a vivir con dos de mis tos por un tiem-po. Cada da los problemas econmicos se acrecentaban y estopona en riesgo la estabilidad de nuestro hogar. Como dormacon mi madre la escuchaba llorar callada por las noches, ima-gino que era el nico momento de soledad que encontraba paradesahogar su tristeza.

    Todas sabamos lo importante que ramos para mi madre

    pero tambin entendamos todas las obligaciones que debaafrontar sola para poder mantenernos.

    Un da romp el silencio sepulcral de la casa. Por qu sefueron mis hermanas?, le pregunt a mi mam. Me explicque nos habamos tenido que separar, que no saba hasta cun-do estaramos as, que con sus malestares de salud y la situa-cin econmica la vida pareca hacerse insostenible. La plata

    alcanzaba para cubrir los gastos de nosotras las menores, Elenay yo. Por eso los hermanos de mi padre se ofrecieron a ayudar.Mi to Fernando se llev a Malila a vivir con l a Maracaibo.Rosita, la mayor de todas, se fue a la casa de mi ta Lola y luegodonde mi to Vctor. As vivamos siempre a la espera de volvera reunirnos.

    Yo no lograba entender porqu tenamos que separarnos.Porqu mis tos no nos daban la ayuda monetaria nicamente

    sin tener que llevarse a mis hermanas a vivir en sus casas. Locierto es que el deterioro de salud de mi madre y su cansanciotambin pesaba en la decisin. Despus de largo tiempo entien-do que era lo mejor que poda pasar en ese momento.

    La partida

    de Rosita y Malila

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    Un da lleg a la casa la noticia de que mi padre estaba peorde lo que imaginbamos. La combinacin de las torturas con el

    ambiente deplorable de la isla era infernal. Cuentan que Gua-sina estaba invadida por la plaga, tena un clima inclemente.Cada vez que bajaba el ro el lugar se converta en un pantano

    lleno de criaderos de larvas. Ese ambiente insalubre le producaa los presos toda clase de males como paludismo, disentera,mal de Chagas.

    Guasina fue una de las tantas crceles donde demcratas y

    comunistas fueron a parar despus del desmantelamiento desus partidos y la persecucin poltica. Se saba que la isla era unpantano donde llova todo el ao y se inundaba, una condicinideal para instalar nuevamente un campo de concentracin.Hasta que un da la naturaleza pudo ms: subi el Orinoco.El lugar fue anegndose de aguas turbulentas mezcladas conexcrementos. Los presos esperaban asustados a que bajara latormenta, los ojos llenos de lgrimas, la boca llena de gritos de

    auxilio. Para entonces la preocupacin del rgimen era ocultar-le a la opinin pblica lo que ocurra en Guasina. Esta tragediaaceler el traslado de algunos presos que enfermaron grave-mente y tuvieron que ser trasladados a otras crceles. Entreellos estaba mi padre. Luego la guardia no tuvo otro remedioque desalojar la isla.

    Cuentan que mi padre temblaba y soportaba una fiebre muy

    alta. Viajaban en unas lanchitas destartaladas que daban terroren medio de ese ro turbulento. Muchos quedaron enterradosen Guasina. Uno de los compaeros de mi padre muri junto al. Antes, le entreg unos trabajos pequeitos de madera talla-da que hacan para no morir de locura. Una de las figuras eraun zapatico esculpido con un listn que encontr ese presidia-rio. Era una figura desgastada, posiblemente una reproduccin

    De Guasina Pa'

    Ciudad BolvarDespus Quin sabe Pa' dnde

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    en miniatura del estado de sus propios pies en ese momento.Otro de los objetos que pude ver despus fue un valo talla-

    do por mi padre en el cual se lean perfectamente los nombresde mis hermanas, de mi madre y el mo. Tambin teji con pa-

    bilo una hamaquita de colores especialmente para m. Cuandola recib me sent como la misma nia de tres aos de quien mipap se haba despedido. As distraa la mente, esperando que

    la vida pasara y lo devolviera a nuestra orilla.

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    Cuando menos lo esperbamos nos concedieron el permi-so para ver a mi padre, quien despus de salir de Guasina fue

    trasladado a Ciudad Bolvar por haber presentado problemasde salud. Quin no se iba a enfermar en ese campo donde no

    haba clemencia con ninguno de los presidiarios?

    Llor de emocin al saber que era cierto, que lo veramos!

    Todava me conmueve recordar ese da. Para entonces sen-ta que haba pasado una eternidad desde la ltima vez que via mi pap. Cuatro aos despus del ltimo abrazo. De pronto

    toda la ansiedad que haba estado dormida, silente dentro dem, se hizo manifiesta.

    El da de la visita nos paramos tempranito y nos preparamospara tomar el carro que nos llevara hasta la crcel. Iba feliz,recostada del hombro de mi madre, ese apoyo que me habasostenido todo ese tiempo y que ahora encontraba en esta visitaun rayo de luz.

    Era imposible no dudar de lo que estaba ocurriendo des-pus de tantos infortunios, pero a cada metro que recorramosme convenca de que el encuentro se hara realidad en breve.Cuando llegamos a la prisin de Ciudad Bolvar nos recibi unguardia acompaado de dos policas vestidos de civil. Mi ni-mo se debata entre el temblor y la expectativa. Despreci unavez ms las grandes nfulas de los funcionarios, cmplices del

    gobierno dictatorial.Me reconocer? Lo reconocer?, me preguntaba.

    Nos mandaron a pasar a un patio amplio. Ya no saba si le-vantar la mirada o cerrar los ojos. Mi madre apretaba mi mano,senta su agitacin. All lo veo! Dios santo!, exclam mimadre. Al instante lo reconoc a lo lejos. Su cara de siempre se

    Ciudad Bolvar

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    ocultaba detrs de la barba y las ojeras. Mientras lo revisabanpara permitirle acercarse a nosotras escuch un barullo al fon-do del patio amplio: un buen nmero de prisioneros gritaban dealegra al presenciar lo que estaba ocurriendo.

    Luis Jos! Lleg Maruja con tus hijas!.

    En ese instante quise rescatarlos a todos. Yo los escuchabamientras se me desordenaba el alma viendo de lejos a mi padredespus de cuatro aos.

    Zoraida!, Zoraida!

    Otro hombre de barba larga se acercaba a m y me llamabacon afecto. Escrut aquel rostro familiar hasta que al fin me dicuenta de que era mi padrino quien me llamaba.

    Me zaf de un tirn de los brazos de mi mam, quien espe-

    raba con ansiedad a que mi padre terminara de salir. Me fuicorriendo con mis hermanas hasta una reja de hierro inmensaque nos separaba de los presos. La ltima vez que los vimoscompartan con mi padre en nuestra casa. Ahora trataban desacar sus brazos entre las rendijas para poder abrazarnos, paramirarnos de cerca con ojos de cansancio y nostalgia.

    De pronto volte y vi que por fin mi pap se acercaba con sueterna sonrisa iluminndolo todo. Vena con los brazos abier-tos hacia m. Es l!, le gritaba con emocin a mi madre.

    Segu llorando de alegra mientras mi padre me apretujabafuertemente con todas las fuerzas de su alma. An puedo re-cordar lo que sent cuando me encontr con sus ojos negros: alfondo se poda sentir la tristeza que haba padecido por tantosaos.

    Uno de los guardias nos orden pasar a un cuartucho quedaba grima por el deterioro y la inmundicia. Alguna vez habansido pintadas de color verde, ahora eran solo manchones, sucie-dad sobre grietas.

    Entramos. A pesar de lo deplorable del ambiente me sentalegre en las piernas de mi padre. Mientras conversaba, me mi-

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    raba los ojos. Seguramente haban demasiadas cosas por decir,sin embargo mi pap repar en un detalle sobre mi visin e

    hizo un parntesis para preguntarle a mi mam si me haba lle-vado al oculista. Para entonces yo padeca un estrabismo pro-nunciado. Mi madre contest que me haban sometido a variostratamientos pero que, hasta ahora, nada haba surtido efecto.Hoy en da pienso que esa dolencia quizs tena su origen en lo

    que yo senta desde que se llevaron preso a mi pap. Mientrasme abrazaba, le peda a mi mam que volviera a llevarme almdico. Ella comprendi que su preocupacin solo mostrabael ms genuino amor y la impotencia de no poder ayudar. Nose imaginaba que andbamos de nuestra cuenta, resolviendo lamayora de nuestros problemas con el apoyo algunos familiaresy pocas personas c