Aborígenes

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Aborígenes La historia cultural de los aborígenes que ocuparon el territorio venezolano durante la época prehispánica, está basada en la reconstrucción arqueológica. Hubo migraciones desde el continente asiático que penetraron en el Nuevo Mundo por el estrecho de Behring y llegaron hasta Alaska, dirigiéndose luego al E y al S, hacia las llanuras centrales de Norteamérica.

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Aborígenes

La historia cultural de los aborígenes que ocuparon el territorio venezolano durante la época prehispánica, está basada en la reconstrucción arqueológica. Hubo migraciones desde el continente asiático que penetraron en el Nuevo Mundo por el estrecho de Behring y llegaron hasta Alaska, dirigiéndose luego al E y al S, hacia las llanuras centrales de Norteamérica. De ahí se dispersaron a México, Centroamérica y Suramérica, y se ha podido establecer que las primeras poblaciones que ocuparon el territorio venezolano datan de la época paleoindia, 15.000 años a. C. En un clima frío y templado, los aborígenes paleoindios subsistieron de la cacería de enormes mamíferos y de la recolección de frutos

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silvestres. Los paleoindios habitaban en cuevas o en campamentos no permanentes y sus instrumentos eran de hueso y piedra. Puntas de proyectil lanceoladas, artefactos cortantes o lascas obtenidas al golpear trozos de cuarcita, raspadores, hojas bifaciales usadas como hachas y hojas con pedúnculo, han sido encontrados en los principales yacimientos de esa época: Muaco y Taima-Taima y El Jobo en el estado Falcón, Manzanillo en la península de la Guajira y Rancho Peludo en el río Guasare al NO de Maracaibo. En esos yacimientos el material arqueológico ha aparecido conjuntamente con los restos de osamentas de mastodontes y megaterios y la determinación de las fechas ha sido posible gracias al radiocarbono. La época paleoindia terminó cuando se modificaron las condiciones del clima alrededor de 5.000 años a. C. A partir de ese momento,

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la temperatura se volvió cálida, se fueron extinguiendo hasta desaparecer los enormes mamíferos que servían de fuente de alimentación a los paleoindios y tuvo su inicio la época mesoindia. La subsistencia de los mesoindios dependió entonces de la pesca y de la explotación de recursos del ecosistema del manglar. Restos de esta época son los concheros o depósitos de desperdicios de comida de los estados Falcón y Sucre. Conchas, restos de equinodermos y huesos de animales han sido encontrados en esos yacimientos, conjuntamente con puntas óseas que fueron utilizadas como anzuelos o flechas, y con puntas de proyectil, raspadores o gubias hechos con conchas. Los mesoindios eran expertos navegantes, construían embarcaciones con las que recorrían las costas y las islas vecinas. La recolección de plantas

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silvestres y la práctica de una agricultura incipiente complementaban la dieta de esa época. En el año 1000 a. C. el clima era similar al actual y los aborígenes comenzaron a practicar una agricultura intensiva y a fabricar cerámica iniciándose así la época neoindia. Ésta terminó alrededor de 1500 con la Conquista. Si bien para ese entonces persistían en el territorio núcleos de población paleoindia y mesoindia, la mayor parte de los aborígenes neoindios cultivaban especies comestibles. Los asentamientos humanos fueron más estables y además de la cerámica de uso práctico, fabricaron instrumentos líticos pulidos y objetos ceremoniales. Los neoindios dieron origen a una dicotomía cultural basada en el cultivo del maíz en occidente y de la yuca en oriente. La cerámica occidental estuvo caracterizada

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por vasijas multípodas y bases anulares altas, incisiones sin modelado y pintura negra sobre blanco. Los diseños fueron hechos con líneas gruesas. Metates y manos de moler para pilar el maíz, mintoyes y urnas acompañadas de objetos votivos y ceremoniales tales como figurinas de barro, incensarios y amuletos, sugieren un desarrollo cultural específico para el occidente. En contraste, en el oriente del país han sido encontrados budares para la preparación del casabe de yuca amarga, y una cerámica de bases anulares simples, boles abiertos, bordes de pestaña, asas acintadas e incisiones pintadas en blanco sobre rojo. Los hallazgos neoindios sugieren que el maíz y la yuca fueron fuentes básicas de alimentación en occidente y en oriente respectivamente, y que alrededor de ambos cultivos se formaron 2 centros

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extremos de desarrollo cultural, mientras que en el centro del país hubo una zona de transición en la que coincidieron rasgos occidentales y orientales. Con el contacto europeo a partir del 1500 se inició la época indohispana la cual aún perdura. Comenzó así el registro en crónicas y otras fuentes etnohistóricas de las poblaciones aborígenes que encontraban a su paso los colonizadores europeos y la consecuente identificación de los diferentes grupos indígenas. Durante la conquista, las poblaciones aborígenes que habitaban el territorio venezolano, pertenecían en su mayor parte a los grupos caribe y arawak. Los caribes estaban localizados en la costa, entre Paria y Borburata y en los alrededores del lago de Maracaibo; también ocuparon las islas vecinas al N de la isla de Trinidad y las márgenes del Orinoco y sus afluentes.

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Los caribes eran temidos por su destreza en la guerra, por la práctica del canibalismo y por el comercio de esclavos. Los arawak estaban localizados en el golfo de Paria y se concentraban desde el S del delta del Orinoco, hasta la desembocadura del Amazonas. Estos indígenas conocidos por su mansedumbre y docilidad con los conquistadores españoles, fueron aguerridos enemigos de los caribes: «…los aruacas [arawak] es gente muy amiga de los cristianos y de otros indios siempre que no coman carne humana, y son enemigos mortales de otros indios que se llaman caribes, y los odian…» Los arawak tenían sus asentamientos en las riberas de los ríos. «…Dicen que vinieron de donde sale el sol en unos navíos y costearon aquella costa, y porque hallaron aquellos ríos tan fértiles (...) se metieron en ellos e hicieron

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amistad con los caribes que los poseían. Que viendo las costumbres de los caribes que eran malos y comían a otros indios, se alzaron contra ellos y en grandes guerras los echaron de los dichos ríos, y se quedaron ellos como posesores y poblados en ellos», escribía Rodrigo de Navarrete en 1750. Otros grupos aborígenes que también ocupaban el territorio venezolano cuando se produjo la conquista fueron, entre otros, los sálivas, los maipures, los guamos, los otomacos, los guahíbos, los yaruros y los guaraúnos. Las lenguas de estas poblaciones, junto a las caribe y arawak, fueron identificadas por Felipe Salvador Gilij en 1780-1784, como matrices de la región orinoquense. José Gumilla en 1741 se refirió a estos indígenas destacando sus rasgos etnográficos. Así, los sálivas,

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localizados en el Orinoco medio entre los ríos Sinaruco y Guaviare, creían que eran hijos de la tierra y que un enviado del cielo venció y mató una serpiente horrible que devoraba seres humanos. Ellos contaban que de las entrañas corrompidas de este animal surgieron gusanos que se fueron convirtiendo en caribes «bravos, inhumanos y crueles». Fueron perseguidos y esclavizados por caribes y españoles hasta su extinción definitiva. Los maipures: localizados en los alrededores de Cabruta, se destacaban por «…la afabilidad y amorosidad con que tratan a los extranjeros. De aquí el amor que les tienen todos los europeos que los conocen». A comienzos del siglo XIX, los maipures eran entre los indígenas del Orinoco «…los más racionales (...) su color mixturado, morenos y blancos (...)

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el pelo ellos y ellas tejidos en clinejas, los hombres con calzón y camisa, y las mujeres fustán terciado, hablan unos y otros el castellano claro y ellas muy afectas a los españoles…» Los guamos: localizados también en los alrededores de Cabruta, son conocidos por las deformaciones corporales que se practicaban, por sus laboriosas artesanías de algodón y por fiestas que hacían de ellos «…juglares bailarines (...) desnudos de rubor y vergüenza de cuantos hemos visto desde las bocas del Orinoco hasta éstas de Apure». Los otomacos: eran vecinos de los guamos, se casaban con ellos y entre sus rasgos etnográficos destacaban el llanto ritual en honor a los difuntos y el juego de pelota. Los otomacos, «…quinta esencia de la misma barbaridad, barbarísimos entre todos los bárbaros de Orinoco (...) de un valor

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brutal y temerario: salían a pelear con los caribes a campaña rasa, y jamás volvieron pie atrás hasta que los aterraron las armas de fuego; antes de la batalla se excitaban y enfurecían cada uno contra sí mismo, hiriéndose con puntas de hueso el cuerpo», para luego decir: «cuenta que si no eres valiente, te han de comer los caribes». En Venezuela, los maipures, guamos y otomacos, al igual que los sálivas, se han extinguido. Los guahíbos, cuya lengua según Gilij era semejante a la de sus vecinos chiricoas, estaban localizados en los márgenes del Meta: «…bien musculados de talla abultada (...) el carácter de estos indígenas es guerrero y sanguinario (...) prefieren la vida errante (...) y no cultivan la tierra». Guahíbos y chiricoas eran grupos que practicaban el nomadismo y la recolección de alimentos. Los yaruros, localizados también en las

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márgenes del Meta, fueron conocidos como apáticos, sociables y hospitalarios, pero además «…esta nación (...) gusta de la vida sedentaria, y se aplica a las artes, su industria se halla ceñida a algunos tejidos de esteros y hamacas (...) fabrican flechas, y canjean estos artículos con las tribus inmediatas. Las personas adultas de ambos sexos usan del colorido, y se pintan de encarnado y negro (...) su talla es corpulenta y bien constitucionada (...) en suma estos indios son guerreros y valientes, sin ser sanguinarios…» Los guaraúnos: tenían viviendas palafíticas en los márgenes de los caños del delta del Orinoco y explotaban la palma del moriche (Mauritia flexuosa), que era fundamento de la subsistencia: «…todo su vivir, comer, vestir a su modo, pan, vianda, casas, aperos de ellas y todo los menesteres para sus piraguas y pesquerías

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(...) sale de las palmas que Dios les ha dado en aquellas islas, con una abundancia increíble de ellas; que llaman en su lengua murichi». Otros grupos aborígenes de la cuenca del Orinoco que igualmente Gumilla describe, fueron los achaguas, anabalis, atabacas, betoyes, guaybas, guayquiris, jiraras, mapoyes y tunebos. En lo que respecta a las poblaciones aborígenes del occidente de Venezuela los grupos más importantes fueron los motilones, los guajiros y los caquetíos. Los motilones, de los valles de Machiques, del río Catatumbo, y de la sierra de Perijá, realizaban continuas invasiones en los siglos XVII y XVIII a los asentamientos españoles de las costas del lago de Maracaibo y aterrorizaban a la población perturbando las labores agrícolas en las fértiles haciendas de

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cacao situadas en las riberas de los ríos. Sometidos a las misiones capuchinas en el siglo XVIII fueron descritos por fray Andrés de los Arcos como una «…nación fiera e implacable contra los españoles, que lo mismo es verles que disparar contra ellos una infinidad de flechas». Los guajiros: fueron descritos por fray Pedro Simón como «gente desnuda del todo, hasta las partes de la honestidad, que también traían descubiertas hombres y mujeres, salteadores, vagabundos (...) pues siempre andan a noche y mesón, estando 4 días debaxo de un árbol y 2 a la sombra de otro, y desta suerte pasan su vida, tan holgazanes que no cultivan tierras, ni les siembran cosa alguna, por bastarles para su sustento los frutos de los árboles (...) desde Bahía Honda y El Portete, hasta el Cabo de la Vela y de éste hasta el río de La Hacha, que son 12

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leguas, es toda tierra despoblada y sin agua; y algunos indios que en ella hay, que se llaman los goajiros, no tienen casas ni sitios ciertos ni labranzas, se sustentan de pesquerías y de la casa de venados y conejos». Entre los aborígenes que habitaban las riberas del lago de Maracaibo, los onotos fueron descritos por Juan Pérez de Tolosa como «señores de la laguna y pescan con redes y anzuelos mucho género de pescado (...) muy excelente, y lo venden en sus mercados a los indios bubures (...) a trueque de maíz, y otras cosas. Y de esta manera, los unos y los otros tienen pescado y maíz. Estos indios onotos tienen sus casas dentro de la misma laguna. Son hombres valientes, y pelean con arcos y flechas y macanas». Otras poblaciones vecinas de los onotos, según Juan Pacheco Maldonado fueron los

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zaparos, aliles, ambaes, toas y quiriquires, indios «alzados, que no se han podido reducir a servidumbre, ni a verdadera paz, a costa de muchas vidas de españoles que ha costado el dicho alzamiento, y [de] muchas haciendas que han consumido, robándolas en la barra de esta laguna, en la cual impedían que no (se pudiera entrar ni salir por ella) [sic]». Los caquetíos: estaban localizados en la costa entre Coro y el lago de Maracaibo: «Esta costa, a sotavento y barlovento, solía estar poblada de indios de nación caquetíos, y tenían pueblos medianos y mucha caza y pesca, y ropa de hamacas. Es gente muy pulida y limpia, y muy amiga de los españoles (...) sustentan a los españoles que residen en Coro, de caza y pesca, porque son indios muy domésticos», según el recuento de Juan Pérez de Tolosa. Por esa mansedumbre

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característica, la extinción de estos indígenas fue una de las más rápidas. En la cordillera andina había, para la época de la Conquista, 20 o más grupos independientes de toponimia Mucu y en el valle del río Chama estaban ubicados: los mucuchíes, mucurubaes, mucujunes, mucaquetaes, mucarias, mucusiríes, mucutucúas, mucumbaes, mucusquis, mucuunes, mucutíes, mucuñoques, mucubaches, mucurandaes, tabayes, tateyes, escaqueyes, chichuyes, guaques y jajíes. Chamas y giros con sus respectivos subgrupos, estuvieron localizados en Mérida mientras que en Trujillo predominaron los cuicas y los timotes. Los indígenas andinos eran agricultores sedentarios y fueron conocidos por la construcción de andenes, terrazas y sistemas de riego para prevenir la erosión en los campos de cultivo.

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Las evidencias etnohistóricas han demostrado que los aborígenes prehispánicos mantuvieron estrechas relaciones interétnicas gracias al comercio. Los llanos de Barinas, Portuguesa, Cojedes y Apure fueron una encrucijada estratégica entre la cordillera andina, la costa caribe y la cuenca del Orinoco. Allí se produjeron contactos culturales y comerciales en los que se utilizaba como medio de canje monedas de conchas de caracoles de agua dulce o quiripa. Estos intercambios tenían lugar a través del establecimiento de redes comerciales, como fue el caso de las playas de tortugas y el mercado de pescado del Orinoco medio, las playas de tortugas del río Guaviare y el mercado de curare del alto Orinoco. A partir de 1545, las poblaciones aborígenes fueron sometidas al régimen

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de encomiendas y los caribes en particular, fueron sujetos de cautiverio y esclavitud por real cédula de agosto de 1503. Durante el siglo XVIII era frecuente que los aborígenes huyeran de los conquistadores buscando la protección de la selva y que la población decreciera, entre otras causas, por las enfermedades, las guerras, los maltratos o los servicios personales prestados en las encomiendas. Durante la Independencia, la población aborigen que sobrevivió al mestizaje y a la destrucción cultural permaneció en su mayor parte en las regiones selváticas del país, al margen de los principales acontecimientos históricos que condujeron a la emancipación. En 1815, Simón Bolívar, al afirmar la nacionalidad y el destino de la patria, en la Carta de Jamaica, reconoció que para ese entonces la población venezolana ya no era ni

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indígena ni europea sino fundamentalmente americana: «…mas nosotros, que apenas conservamos vestigios de lo que en otro tiempo fue, y por otra parte no somos indios ni europeos, sino una especie media entre los legítimos propietarios del país y los usurpadores españoles». En una sociedad colonial en la que predominaba una élite criolla que tomaba en cuenta la «limpieza de sangre» y el color de la piel, los negros esclavos ocupaban la posición más baja en la jerarquía social y fueron ellos y no los indígenas quienes, llamados a combatir, dejaron el trabajo esclavo en las haciendas para formar filas en el ejército patriota. Durante el siglo XIX, las poblaciones aborígenes, aisladas del resto del país, fueron visitadas por viajeros naturalistas, tales como Humboldt, Michelena y Rojas,

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Codazzi o Schomburgk, entre otros, quienes dejaron registros en sus informes de las costumbres que encontraban a su paso. Desde el comienzo del siglo XX y hasta 1950, un grupo de precursores de los estudios antropológicos modernos se dedicó a revisar, compilar e interpretar, según las orientaciones evolucionistas y positivistas, el conocimiento que existía sobre las poblaciones aborígenes en crónicas y obras dispersas escritas hasta ese momento. Arístides Rojas se refirió a los caribes; Gaspar Marcano hizo una reconstrucción cultural de los indígenas de los valles de Aragua y Caracas, de los guahíbos, de los guajiros y de los timotes y cuicas; Lisandro Alvarado presentó una compilación para la mayor parte de los grupos indígenas, en cuanto a la cultura material, la organización social y política y los rituales religiosos; Julio César Salas

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y Tulio Febres Cordero describieron a los aborígenes andinos, Theodor Koch-Grünberg a los indígenas del Orinoco y Vicenzo Petrullo estudió exhaustivamente a los yaruros. Estos trabajos, junto a la obra de Alfredo Jahn, Tulio López Ramírez, Gilberto Antolínez y Walter Dupouy, sirvieron de antecedente a los estudios, que basados en trabajos de campo y en las orientaciones teóricas y metodológicas de la antropología moderna, fueron ejecutados a partir de 1950 por profesionales de esta disciplina. El censo indígena de 1992 estimó la población aborigen en 315.815 individuos (1,5% de la población total del país). En lo que se refiere a su distribución en el territorio, las mayores proporciones están localizadas en Zulia (63%), Amazonas (12%), Bolívar (11,2%) y Delta Amacuro (6,6%). De un total de 28 grupos

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indígenas ubicados en el territorio nacional, los mayores volúmenes de población corresponden a los wayuu (guajiros) 53,7%; waraos (guaraúnos) 7,6; pemones, 6; añús (paraujanos) 5,5; yanomamis, 4,7; guajibos, 3,6 y piaroas, 3,6%. Estas etnias agrupan el 84,4% del total de la población indígena del país y de ese total, un 48% está ubicado en áreas urbanas. Durante los últimos 30 años, a raíz de los profundos cambios económicos y sociales ocurridos en el país con la transformación económica y la consecuente expansión urbana provocada por las migraciones internas los procesos de aculturación han sido más intensos entre los indígenas. Asimismo, el mestizaje, cuyas raíces históricas se remontan a la conquista, ha contribuido a acelerar aún más en el presente la pérdida

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del modo de vida tradicional de los grupos todavía existentes. La población aborigen actual está distribuida en 4 familias lingüísticas: caribe: akawaio, mapoyo, yabarana, yekuana, eñepa (panare), pemón, kariña y yukpa; arawak: aruaco, wayuu (guajiro), añú (paraujano) y los arawak del río Negro (curripaco, guarekena, baré, piapoco y baniva). Independientes: guahíbo, warao (guaraúno), cuiva, yanomami, hoti y yaruro; y chibcha: barí.

Lengua caribe: Los akawaios: son apenas unos 800 individuos llegados a Venezuela del Esequibo, a raíz de la rebelión de Rupununi en 1969 y actualmente están ubicados en San Martín de Turumbán, frente a Anacoco y en caseríos dispersos a lo largo del eje carretero El Dorado-Santa Elena de Uairén. Sumamente aculturados,

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los akawaio han desarrollado cultivos comerciales con formas de organización introducidas por el Estado. Los mapoyos: son un grupo muy reducido y también muy aculturado, que no llega a 200 individuos. Localizados en las cercanías de los panares, en un caserío ubicado en las sabanas entre los ríos Caripo y Villacoa en el distrito Cedeño del estado Bolívar, estos indígenas han tenido en lo que va de siglo una brusca aculturación a raíz del establecimiento en la zona de empresas extractivas de sarrapia, balatá y chicle. Los mapoyos hablan castellano, y sus cosechas de arroz, maíz, yuca, caraota, ñame y batata son comerciales. Los yabaranas: localizados en las cercanías de San Juan de Manapiare en el estado Amazonas, conforman un grupo de unos 300 individuos en vías de extinción.

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Los yekuanas (maquiritares): localizados en las riberas de los ríos Caura y Paragua y sus afluentes, en el estado Bolívar, y en las márgenes del Ventuari, Cunucunuma, Padamo y Cuntinamo y sus afluentes, en el estado Amazonas, con un total de población que en 1974 no llegaba a los 4.500 individuos. Maquiritare es una designación de los misioneros, mientras que yekuana es una autodenominación que expresa un origen común; estos indígenas creen que sus antepasados provenían de un cerro de los alrededores que tenía ese mismo nombre. Los pueblos de las cabeceras de los ríos han estado más alejados del contacto con la población criolla que los pueblos ribereños. La economía combina la recolección de especies comestibles, la horticultura, la caza y la pesca siendo además artesanos de una cestería de gran

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valor estético. El pueblo es una unidad política que reúne unas 60 personas bajo el control de un jefe con un liderazgo que «…es legítimo pero carente de coerción». En otras palabras, el jefe no puede cumplir su voluntad si encuentra oposición entre los pobladores. Su sabiduría consiste en dar el ejemplo y persuadir a los demás para lograr decisiones equilibradas en beneficio del bien común y de la armonía. En la sociedad yekuana las divergencias y conflictos son superados mediante estrategias definidas, tales como poner a circular rumores o chismes; efectuar monólogos en los que el agraviado, de madrugada y cuando sus familiares permanecen en sus hamacas, expone en voz alta sus quejas para que todos le escuchen o, en casos extremos, recurrir al aislamiento temporal emprendiendo viajes

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imprevistos a buscar alimentos. En la actualidad y a raíz del contacto, han surgido entre estos indígenas grupos evangélicos y católicos. Los eñepas (panares): están localizados al S de Caicara del Orinoco en un área de 18.000 km2 entre los ríos Cuchivero y Suapure en el estado Bolívar; la población, dispersa entre los asentamientos criollos de la zona, alcanza unos 3.000 individuos. Estos indígenas son agricultores de tala y quema, pescan, cazan y recolectan frutos silvestres, y mantienen con los criollos desde comienzos de siglo relaciones comerciales muy estrechas. La fabricación de cestos, realizada por los hombres, es la actividad comercial por excelencia. Los ingresos que de ella derivan les ha permitido adquirir productos industriales, sin alterar sus formas de organización económica

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tradicional. Al incrementarse la demanda de esta artesanía las técnicas de elaboración se diversificaron y los motivos decorativos aumentaron su riqueza estilística. La cestería representa así, para estos indígenas, el principal vehículo para establecer sus relaciones sociales y comerciales con las poblaciones criollas de los alrededores. Los pemones: localizados en la región SE del estado Bolívar en la Gran Sabana, abarcan aproximadamente 20.000 individuos. Desde 1930 los capuchinos han adelantado entre ellos un programa misional muy intenso y han fundado 4 centros de importancia: Santa Elena (1931), Kavanayén (1942), Kamarata (1945) y Uonkén (1959). A la influencia del catolicismo se suma la influencia protestante en el S de su territorio, y con ella, la formación de comunidades pemón

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típicamente adventistas que difieren radicalmente del resto de la población. Entre los pemones han surgido movimientos religiosos tales como el Aleluya, el Chochimuh y el San Miguel, los cuales han dado origen a un sincretismo en el que se combinan elementos éticos, espirituales, cosmológicos y prácticas rituales de la cultura pemón y de las nuevas religiones. No obstante los cambios ocurridos a raíz de los programas misionales, el parentesco y las relaciones comerciales siguen siendo entre los pemones fuentes de integración social. Los kariñas: localizados en los llanos orientales en la zona central, tienen una población que alcanza los 11.000 individuos. A raíz de la explotación petrolera y la extracción del hierro, estos indígenas han sobrevivido a uno de los

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más drásticos procesos de cambio sociocultural, ocurridos entre las sociedades aborígenes venezolanas en lo que va de este siglo. Los yukpas: conocidos en la literatura como los «motilones mansos», abarcan unos 4.000 individuos y habitan en la sierra de Perijá, en el estado Zulia. Integrados por los subgrupos irapa, japreria, macoíta, parirí, shaporú, viaski, wasana y el pueblo de la misión del Tukuko, este es el grupo caribe localizado más al O del país, por lo que se supone que sus antepasados migraron desde el Amazonas al hábitat actual. Los subgrupos, integrados por familias extensas, forman unidades políticas independientes presididas por un jefe. Los hombres son excelentes artesanos de cestos y cerámicas y las mujeres hilan y tejen el algodón en telares verticales. La economía de los yukpas está basada en el

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«cultivo rotativo» según el cual, alternan períodos cortos de cultivo con largos períodos de descanso en los que la tierra permanece en barbecho. Los cultivos de cambur, yuca, maíz, ocumo, caraotas y legumbres son realizados de acuerdo con un ciclo que cubre las fases de selección del conuco, tala, quema, cosecha y terreno baldío. La agricultura, fundamento de la subsistencia, es practicada conjuntamente con la caza, la pesca y la recolección de plantas silvestres.

Lengua arawaka: En lo que se refiere a los grupos de lengua arawak, todavía sobrevive un pequeño grupo de aruacos, localizados en la frontera con Guyana conocidos como los jokonos en el Delta Amacuro; estos indígenas, cuyo número no llega al centenar de individuos, se encuentran sumamente aculturados.

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Además de hablar el castellano, conocen algún vocabulario de inglés y se han integrado lingüística y culturalmente a sus vecinos los waraos. Los wayuu (guajiros): localizados entre Paraguaipoa y Castilletes en la estrecha franja que corresponde a Venezuela en la península del mismo nombre, tienen una población cercana a los 170.000 individuos. Los guajiros se autodenominan wayuu y designan como kusina a otros grupos indígenas de los alrededores (motilón, yucpa) y usan el término alijuna para referirse a cualquier otra persona que no sea ni guajiro, ni indio. Wayuu quiere decir «persona» o «gente». Los guajiros están organizados socialmente en grupos exogámicos de descendencia matrilineal (linajes y clanes), llamados por la población criolla «castas». Existen en la actualidad 25

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clanes, cada uno de los cuales tiene un ancestro animal común. Estas unidades de parentesco no son iguales entre sí, puesto que unas tienen, como es el caso de los clanes del tigre o del perro, mayor preponderancia económica y social que las demás. Se pertenece a estas unidades de parentesco por nacimiento. El guajiro no ha escapado tampoco a la transformación urbana y la tradición cultural de aquellos que han estado expuestos a la influencia de las ciudades ha recibido profundos cambios que cada día les integran más y más a sus vecinos, los alijunas de Maracaibo. Las mujeres guajiras han tenido una posición preponderante en su contexto social, en razón del criterio de descendencia matrilineal que rige el parentesco, y de la norma de matrimonio matrilocal o uxorilocal, según la cual el esposo viene a

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residir en la casa de la esposa o en las cercanías de la suegra. Es necesario notar que los mitos y cuentos guajiros, de una gran riqueza, se refieren al camino que sigue a la muerte, evocan la sexualidad, la adolescencia y las frustraciones de una realidad social, en la que también existen fantasmas. Los añús (paraujanos): cercanos a los 17.000 individuos, habitan viviendas palafíticas en la laguna de Sinamaica, al NO de Maracaibo, en el estado Zulia; hablan el castellano, se han casado con los criollos y no se distinguen de las poblaciones vecinas. Los arawak: localizados en el estado Amazonas, están integrados por los kurripakos, ubicados en las riberas de los ríos Isana y Guainía y sus tributarios. Estos indígenas constituyen un subgrupo dialectal de los wakuénai. Sumamente

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apegados a sus ritos, poseen un sistema de expresión musical en el que los símbolos son códigos para interpretar la conducta social. La cosmología, las curaciones de enfermos, la conceptualización de lo crudo y lo cocido, el mundo espiritual, el intercambio ceremonial de comida entre grupos, persisten en el presente a pesar de la traducción al kurripako del Nuevo Testamento por los misioneros protestantes, y a pesar de todos los agentes de cambio sociocultural que existen en la zona. Los guarekenas, localizados en el Casiquiare en la población Guzmán Blanco, en el río Guainía, estado Amazonas, no pasan de 150 individuos. Anteriormente ocuparon asentamientos densamente poblados en el caño San Miguel o Itinivini, tributario del río Negro, pero de estos poblados hoy sólo quedan huellas y una abundante

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toponimia que en guarekena designa sitios, vueltas del río, lajas, flora y accidentes topográficos. Los guarekenas son plurilingües: hablan castellano, portugués y otras lenguas arawak de los grupos vecinos. Además, poseen un pensamiento mítico caracterizado por la presencia de un movimiento circular entre los puntos cardinales, el cual se pone de manifiesto en la práctica ritual. Los barés: sumamente aculturados, alcanzan un millar de individuos localizados en su mayor parte en Santa Rosa de Amanadona, un pequeño pueblo a orillas del río Negro, en el estado Amazonas. La lengua baré conocida todavía por un reducido grupo de indígenas, se encuentra en vías de extinción. Los piapocos, cercanos también al millar de individuos y en vías de desaparición, están a unos 30 km al S de Puerto Ayacucho; en territorio

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colombiano persisten todavía algunos núcleos de esta población. Los piapocos tienen conucos para la subsistencia, visten ropas adquiridas a los comerciantes criollos y hablan castellano. Forman familias extensas, practican la poligamia y la residencia postmatrimonial es patrilocal. Los banivas alcanzan igualmente el millar de individuos y, localizados en el pueblo de Maroa y en el alto Isana, se han integrado a la población criolla.

Independientes: En lo que se refiere a los grupos independientes, los guahíbos están repartidos entre los llanos de Apure, los llanos orientales de Colombia, el valle del Manapiare y las riberas del Orinoco entre Santa Rosa y la desembocadura del Meta. Los guahíbos tienen una población

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aproximada de 11.500 individuos, los cuales son sobrevivientes de poblaciones aborígenes que en los llanos mantenían importantes redes comerciales. Estos indígenas se han adaptado al hábitat llanero de acuerdo con 3 estrategias de subsistencia: la caza y la recolección en las zonas interfluviales, el cultivo estacional en los ríos tributarios y los cultivos cíclicos en las riberas de los ríos Meta y Orinoco. Organizados en bandas locales de cazadores y recolectores, estos grupos llegan a tener entre 20 y 50 individuos cuando son nómadas y seminómadas, y pueden pasar de 100 cuando son agricultores sedentarios. La banda local es un grupo basado en nexos de parentesco y en relaciones sociales informales y flexibles, presidido por un jefe que bien puede ser el más anciano o el más capaz del grupo. Las bandas

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locales se forman alrededor de un núcleo básico de parientes al cual se van agregando otras familias emparentadas por nexos consanguíneos o de matrimonio. La descendencia en estos grupos de parientes es bilateral puesto que se toma en cuenta tanto la línea materna como la paterna. Varias bandas locales integran bandas regionales las cuales, circunscritas en un territorio específico, aumentan el contexto de las relaciones sociales. Gracias a esta modalidad de organización social tan particular, pudieron sobrevivir hasta el presente. Los waraos (guaraúnos), cuya población ha sido estimada en 24.000 individuos, ocupan en el delta del Orinoco la zona intermedia de baja salinidad y la franja costera. Pescadores y recolectores, los waraos en la actualidad habitan todavía viviendas palafíticas en las márgenes de

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los ríos. La organización económica, basada tradicionalmente en la recolección de los productos del árbol del moriche, pudo adaptarse a los cultivos recientes de ocumo chino (Colocasia antiquorum) para la subsistencia y de arroz para la comercialización, pero no pudo soportar sin disgregarse la introducción del trabajo asalariado y de los créditos agrícolas. Ambos factores al individualizar el trabajo del warao, no sólo debilitaron los vínculos de solidaridad y ayuda mutua que basados en el parentesco, eran fundamento de la cohesión social y económica de la familia extensa, sino que afectaron también la jerarquía tradicional entre jefes y trabajadores, las creencias mágico-religiosas y la importancia social de los curanderos. Los yaruros, localizados en un número aproximado de 5.000 individuos en los llanos del Apure

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en las márgenes de los ríos Capanaparo y Sinaruco, se autodenominan pumé (seres humanos). Nómadas, cazadores, pescadores y recolectores, la rusticidad de los yaruros contrasta con la riqueza de sus recuentos míticos y con la profundidad religiosa de sus creencias cosmológicas. No obstante, los cantos ceremoniales han comenzado a extinguirse y con ellos el mundo de los chamanes mediante el cual habían podido hasta ahora enfrentarse a la muerte y a las enfermedades. Los hotis, cuya población no llega a los 700 individuos, están localizados en el río Kaima y en los caños Majagua e Iguana en la serranía de Maigualida en la zona limítrofe de los estados Bolívar y Amazonas. La subsistencia de estos indígenas está basada en el cultivo de conucos en los que siembran plátano y maíz, en la cacería de animales pequeños,

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y sobre todo, en la recolección de «miel, larvas, frutas de palma y cangrejos». Organizados en bandas locales, la familia nuclear es «la unidad económica básica». Las mayores presiones aculturativas que en el presente perciben los hotis, provienen de las misiones protestantes establecidas en la zona desde hace más de una década. Los yanomamis, cuya población ha sido estimada en unos 15.000 individuos, están localizados en los ríos Mavaca, Manaviche, Orinoco, Ocamo y en el alto Siapa y alto Matacuni en el estado Amazonas. Este es uno de los grupos aborígenes venezolanos que ha permanecido más aislado de las presiones aculturativas que ejerce la sociedad nacional. Hasta hace apenas unos 50 años, los yanomamis utilizaban hachas de piedra para desbrozar los conucos y sus cultivos de tala y quema tenían una

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importancia fundamental en la economía. Los nexos de parentesco aún tienen particular relevancia. Así, la comunidad de los parientes es indispensable para ellos, hablan continuamente de su familia, de lo que hacen o dejan de hacer, cada pariente resulta insustituible en este marco de relaciones. Los conflictos entre los grupos locales son violentos porque se producen entre parientes tan ligados entre sí, que no puede haber entre ellos sentimientos neutros: o son solidarios en la amistad o tienen conflictos matizados por el odio. Los yanomamis tienen además una sabiduría que se vuelca en los mitos. Los chamanes conocen largos repertorios míticos que relatan en forma dramática, bajo el efecto de alucinógenos y con la influencia que ejercen sobre ellos, los espíritus animales, vegetales o naturales llamados hekura. Los piaroas,

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localizados en el Orinoco medio y sus tributarios, también en el Sipapo y en los márgenes del Ventuari, tienen una población estimada en 11.500 individuos. Estos indígenas poseen entre 12 y 15 unidades políticas o territorios, cada uno de los cuales está integrado por unos 5 o 6 grupos locales separados por senderos en la selva que son recorridos por jornadas a pie que duran hasta medio día. El grupo local o unidad residencial, alcanza unos 50 individuos en una gran vivienda de forma cónica, conocida comúnmente como la «churuata». Este grupo local, integrado por familias emparentadas, desempeña en la sociedad piaroa, diversas funciones puesto que constituye no sólo una unidad de parentesco, sino también una unidad económica, política y ceremonial. Los conucos, distribuidos alrededor de la

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vivienda comunal y principal fuente de subsistencia son sujetos de derecho de propiedad individual. La caza, la pesca y la recolección de alimentos como un complemento, varían con las estaciones a lo largo del año. El intercambio matrimonial es la institución más importante en el logro de la cohesión social y la perpetuación del grupo.

Lengua chibcha: Los barís, localizados en la sierra de Perijá, en el estado Zulia en la frontera colombo-venezolana, son conocidos también como los motilones «bravos»; la designación de motilón aparece por primera vez en fuentes históricas del siglo XVIII y tiene por significado «cortarse el pelo» en clara alusión a la costumbre de estos indígenas de llevar el cabello muy corto. Los barís han sido objeto de un largo proceso de

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contacto y pacificación desde que la zona fue colonizada entre 1529 y 1622. Las primeras referencias a los motilones datan de esa época. La pacificación tuvo lugar entre 1772 y 1818 y, con la explotación petrolera, entre 1913 y 1960. En la actualidad, la población barí alcanza unos 1.500 individuos. La vivienda, centro de la vida social, es el resultado de una laboriosa construcción en la que se compromete el trabajo colectivo de los hombres. La disposición de las puertas de acceso y la distribución del espacio entre hamacas, los fogones y utensilios, reflejan los fundamentos de la organización social. El jefe de la vivienda barí ha sido el intermediario en las relaciones extraétnicas con misioneros y visitantes. Los conucos, en los que siembran yuca, cambures, papas, piñas, aguacates y caña de azúcar para la subsistencia, operan de

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acuerdo con ciclos de cultivo y están localizados alrededor de las viviendas colectivas. La cosmovisión de estos indígenas en la que destacan el origen del universo y de todo lo que los rodea, es expresada en sus recuentos míticos. El ritual, por su parte, tiene gran importancia en la vida social, puesto que la mayor parte de los acontecimientos diarios tales como matrimonios, el fin de la construcción de las viviendas, la pesca, la cacería, la fabricación de hamacas y guayucos, o la fabricación de flechas, son realizados efectuando cantos rituales para la ocasión. Además de los aborígenes descritos, existen 2 grupos de filiación lingüística desconocida en el alto Paragua del estado Bolívar: los arutanis y los sapés. Asimismo, todavía existen en la isla de Margarita, en los alrededores de Porlamar, vestigios étnicos de

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poblaciones guaiqueríes. Ahora bien, en lo que se refiere a las relaciones entre los indígenas y la sociedad venezolana, el artículo 77 de la Constitución señala que «…la ley establecerá el régimen de excepción que requiere la protección de las comunidades indígenas y su incorporación progresiva a la vida de la Nación…» Es por tanto, responsabilidad del Estado velar por la protección de las poblaciones aborígenes con miras a su integración. El proceso de aculturación ha transformado a las comunidades aborígenes en poblaciones rurales y urbanas, y los cambios socioculturales han sido de tal magnitud, que pareciera que la desaparición étnica y cultural es inevitable. Los aborígenes pertenecen a una historia que se remonta a 15.000 años a. C. y como están localizados en

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regiones fronterizas de gran valor estratégico en términos de seguridad y defensa, o en núcleos urbanos y rurales donde se encuentran en pleno proceso de «criollización», es indudable que, ahora más que nunca, la intervención del Estado, de acuerdo con el mandato constitucional que así lo establece, deberá abocarse en los próximos años a lograr una síntesis armoniosa y profundamente humana entre el deber de proteger y el deber de integrar. M.M.S.

Poblamiento

Prehispánico La utilización conjunta de las evidencias arqueológicas, lingüísticas y etnohistóricas para analizar las características del poblamiento

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prehispánico de Venezuela, muestra, en todos los casos, la presencia de influencias culturales de múltiple procedencia que se fusionaron dentro del actual territorio nacional. Los estudios realizados entre 1935 y 1944 por distintas misiones arqueológicas señalan, por una parte, la presencia de un eje occidental N-S, a través del cual habrían llegado influencias tanto de América Central como del O de Suramérica y por la otra, la existencia de un eje cultural N-S en el oriente de Venezuela que habría canalizado las influencias provenientes del E de Suramérica de paso hacia las Antillas, así como también las provenientes del NE de Suramérica que se habrían difundido hacia el SE del subcontinente. Tanto en el oriente como en el occidente de Venezuela, estos grandes ejes migratorios dieron origen a

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la penetración de patrones diversos, los cuales posteriormente entraron en contacto al producirse movimientos migratorios transversales E-O y viceversa. Se conformó así un patrón de rutas de poblamiento y dispersión cultural que se asemejaría a la forma de una «H». Sobre la base de esta teoría de las migraciones prehispánicas venezolanas, se han elaborado otros modelos complementarios, según los cuales la existencia de estas 2 grandes rutas migratorias N-S en el E y el O respectivamente, habrían dado origen a una dicotomía cultural: las poblaciones de occidente se habrían caracterizado por el cultivo del maíz y una alfarería decorada con motivos pintados policromados; en contraste, las poblaciones del oriente cultivaban la yuca y tenían una alfarería decorada con motivos y modelado

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incisos. La historia de las sociedades agricultoras precolombinas habría estado determinada en consecuencia por la interacción de influencias culturales que se cruzaron entre oriente y occidente. Otra hipótesis parecida en relación con el poblamiento de Venezuela, plantea que las oleadas migratorias formaron 2 troncos: uno occidental caracterizado principalmente por movimientos de grupos humanos e influencias culturales provenientes del O de Suramérica y América Central que habrían originado culturas como la timoto-cuica, la achagua; y otro oriental, cuyo origen estaría localizado en la cuenca amazónica. Las oleadas migratorias prehispánicas también han sido caracterizadas como pertenecientes a 2 grandes familias lingüísticas suramericanas: la arawak y la caribe, cuyos orígenes más remotos han

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sido ubicados en la región central de Suramérica. En general, se ha considerado que los grupos sedentarios más antiguos que se asentaron en el actual territorio venezolano eran de filiación lingüística arawak y a ellos se les atribuye la introducción y desarrollo de la agricultura. Estas poblaciones arawakas habrían constituido una especie de estrato étnico básico para Venezuela, que se habría roto o fragmentado con la irrupción posterior de una oleada migratoria oriental, que también se habría extendido hacia el occidente de Venezuela pasando por el territorio actual de Colombia, originando así una división cultural entre caribes orientales y caribes occidentales. Se supone que la presencia continua de toponímicos dispersos desde el Orinoco hasta la región central de Venezuela, podría inferir en ésta la presencia de

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enclaves de población de posible filiación caribe. Asimismo, se puede explicar la influencia caribe hacia el occidente, por la presencia de grupos indígenas de esa filiación en el lago de Maracaibo y la sierra de Perijá. Conjuntamente a estas grandes corrientes migratorias de arawakos y caribes pudo haber otras migraciones, quizás de menor intensidad, que también dejaron su huella. Es el caso de algunos rasgos mesoamericanos como el juego de pelota, autosacrificio de sangre o el uso de la barba que estuvieron presentes entre los guamos, otomacos y guamonteyes del Orinoco y el de los ritos de sacrificio y degollamiento de víctimas humanas, entre los caribes, muy similares al denominado tlacaxipeualiztli de los nahuas mexicanos.Tal como hemos visto, la etnología, relacionando datos lingüísticos,

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etnográficos y arqueológicos, ha podido determinar un modelo de migraciones prehispánicas en el que resaltan los movimientos efectuados a lo largo de 2 ejes N-S, ubicados al E y el O de Venezuela y una serie de líneas de flujo entre uno y otro, las cuales constituirían movimientos de población expansivos, cíclicos o esporádicos. Desde el punto de vista arqueológico esta teoría se enriquece al señalar, además de estas grandes líneas de flujo migratorio, puntos culturales nodales en el territorio. Con la evidencia arqueológica, Venezuela deja de ser una simple encrucijada o zona de paso de las oleadas migratorias, y se convierte en un centro de confluencia de un importante número de grupos humanos, los cuales, por los procesos de adaptación a los nuevos ambientes donde se asentaban, y el mestizaje de culturas, produjeron

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formas sociales nuevas que sirvieron de arquetipos a otras poblaciones de territorios vecinos. En tal sentido, podemos establecer 3 grandes períodos histórico-sociales para el análisis de las corrientes de población que contribuyeron a conformar la sociedad precolombina venezolana:a) Migraciones de cazadores: Las evidencias arqueológicas más antiguas nos indican que las primeras oleadas de población que penetraron el territorio venezolano por lo menos 15.000 años a. C., estuvieron constituidas por grupos humanos que derivaban su subsistencia de la caza de mamíferos y de la recolección de frutos y raíces silvestres. Al parecer, los antiguos cazadores convivieron al menos durante cierta época, con una megafauna caracterizada por mastodontes, caballos, megaterios y gliptodontes.

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Como consecuencia del fin de las glaciaciones alrededor de 12.000 años a. C., reinaban condiciones climáticas distintas a las actuales. Posiblemente hubo mayor humedad, y la flora más abundante permitía la sobrevivencia de los hervíboros de la megafauna. Los cazadores de esa época formaron parte de la oleada migratoria que vino de Norteamérica, adonde habían llegado desde Asia atravesando el estrecho de Behring en una fecha que podría estimarse entre 28.000 y 40.000 años a. C. Las puntas de proyectil que fabricaban estos cazadores eran confeccionadas con núcleos de piedra, y sus formas recuerdan los artefactos que fabricaban los grandes cazadores de la llamada «tradición plana», la cual está caracterizada por puntas para armas arrojadizas de forma oval, con lados paralelos y ambos extremos

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aguzados. La presencia de dichas puntas en el sur de Norteamérica, Mesoamérica y el litoral Pacífico de Suramérica, deja entrever la existencia de migración humana en dirección NS. Pero, ¿en qué momento y cómo se dispersa de ese grupo principal la rama que se desvía hacia el NE de Venezuela y cuyos principales exponentes los encontramos hasta el presente en sitios arqueológicos tempranos del estado Falcón? La ruta terrestre más obvia pasaría por Centroamérica, entraría al subcontinente por Colombia y de allí se dirigiría hacia el NE alcanzando a Venezuela. Pero las evidencias halladas hasta el presente en Colombia no comprueban que hubiese existido esa vía migratoria, ya que los hallazgos realizados hasta hoy por los arqueólogos colombianos sólo indican la presencia, desde 12.000 a 14.000 años a.

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C., de cazadores que poseían una industria lítica y ósea muy rudimentaria, totalmente distinta al instrumental especializado de los cazadores del NE de Venezuela.b) Migraciones de recolectores: El fin de la sociedad de cazadores, parece haber sido coetáneo con el clímax de los grandes cambios climáticos que marcaron el desarrollo del Cuaternario. Posiblemente ocurrieron extensas modificaciones del antiguo litoral venezolano como consecuencia del levantamiento general del nivel del mar, por lo cual muchas de las antiguas zonas costeras fueron sumergidas por las aguas, cambiándose quizás también las características de la fauna y la flora en dichas regiones. Estos cambios determinaron, por una parte, la desaparición de la megafauna que hasta entonces parece haber estado asociada

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con los cazadores y por la otra, que tuviera lugar una redistribución general de la fauna terrestre, la cual pudo haber influido para que aquellas poblaciones o parte de las mismas, buscaran su subsistencia en la fauna marina. La abundancia y relativa estabilidad de los recursos marinos le dieron tanto a los recolectores venezolanos como a los del resto del continente, la oportunidad de formar comunidades más sedentarias. Hasta el presente, las evidencias arqueológicas indican que el área de mayor concentración de estos grupos recolectores era en el N de Venezuela. Estuvieron presentes en la península de Paria, alrededor de los 4.000 a 5.000 años a. C., y se supone que tuvieron una industria rudimentaria de piedra tallada, posible supervivencia de técnicas utilizadas por los antiguos cazadores. Los

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sitios arqueológicos localizados en las costas de los estados Sucre y Anzoátegui y en la isla de Cubagua testimonian el desarrollo de una sociedad especializada en la explotación del ámbito marino, la cual abandonó la piedra como materia prima, para fabricar artefactos de conchas de caracol gigante (Strombus gigas) tales como escoplos, raspadores, puntas de proyectil, recipientes, etc. Esta capacidad adaptativa, que parece haber incluido también el arte de navegar, permitió la expansión de los recolectores marinos hacia las islas antillanas, muchas de las cuales se encontraban todavía deshabitadas, convirtiéndose por tanto en descubridores y primeros pobladores de las tierras insulares. Hubo grupos de recolectores que posiblemente migraron al S, siguiendo el litoral Atlántico del NE de Suramérica dando origen al desarrollo

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de nuevas comunidades que conservaron muchas de las características ancestrales tales como el uso de la piedra para fabricar artefactos de trabajo.c) Migraciones de agricultores: Los 2 últimos milenios antes del inicio de la era cristiana constituyeron para los indígenas suramericanos la fase final de la experimentación con el cultivo de plantas el cual fue fundamento del desarrollo ulterior de la agricultura. Este período fue también de reajuste y consolidación social para muchas etnias; el paso de una economía recolectora a una economía agrícola implicaba igualmente la búsqueda de nuevas tierras que permitiesen desplegar las tecnologías de una nueva forma de vida social. Fue posiblemente en este contexto cuando tuvieron lugar los movimientos migratorios en Suramérica que iban a

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determinar las características finales del poblamiento prehispánico venezolano.En el oriente de Venezuela, la cuenca del Orinoco constituyó uno de los polos de atracción para grupos humanos con una alfarería cuya caracterización permite establecer relaciones con otras culturas del O de Suramérica y de la cuenca amazónica. Estos grupos humanos trajeron consigo técnicas de cultivo y procesamiento de la yuca amarga (Manihot utilissima), ya conocida por grupos indígenas del NE de Suramérica. Sobre la base de la agricultura vegetativa, se formaron 2 importantes centros de población, cuya cultura había luego de irradiar hacia el oriente de Venezuela, merced a los desplazamientos humanos que ocurrieron en períodos posteriores. En el bajo Orinoco, el sitio ancestral de Barrancas, originó lo que conocemos

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como tradición Barrancas, alrededor de 1.000 a 600 años a. C., cuyos portadores se difundieron hacia la costa central de Venezuela formando o contribuyendo a formar nuevos asentamientos humanos en la región del lago de Valencia y en el litoral del actual estado Carabobo alrededor de 200 años a. C. Otros grupos barrancoides migraron hacia el NE de Suramérica invadiendo el N de la cuenca amazónica y la región oriental de Venezuela. En el Orinoco medio, para fecha similar, la región de Parmana al S del estado Guárico constituye el asiento de pequeñas aldeas tipificadas por los sitios de la gruta Ronquín, a partir de los cuales se desarrolló una nueva tradición cultural conocida como Saladero. Al igual que los barrancoides, estos individuos iniciarán hacia comienzos de la era cristiana, un movimiento migratorio hacia

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el NE de Venezuela, fusionándose con los grupos barrancoides que ya habían llegado también a dicha región y desplazando o absorbiendo a las viejas poblaciones recolectoras que aún para esa fecha ocupaban el litoral y las islas del oriente de Venezuela. De la confluencia de estas tradiciones, surgió una nueva tradición conocida como saladoide costero, cuyos portadores iniciaron un rápido movimiento migratorio a lo largo del arco insular antillano, desplazando y absorbiendo a su vez a los recolectores de dichas islas, y llegando a Puerto Rico alrededor de 200 años a. C. Estos emigrantes provenientes del territorio que luego sería Venezuela, llevaron a las Antillas el conocimiento de la alfarería, la agricultura y las pautas de vida sedentaria que luego serían fundamento de la vida

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social de las etnias precolombinas de dicha región.Durante los primeros siglos de la era cristiana, el Orinoco medio recibió una nueva oleada de población conocida como tradición Arauquín, cuyas características alfareras permiten señalar a la cuenca amazónica como el área posible de origen. Los recién llegados dieron muestra de poseer una cultura vigorosa y organizada, ya que introdujeron importantes cambios en el modo de vida de las poblaciones indígenas autóctonas. Partiendo del Orinoco medio, grupos pertenecientes a esta tradición emigraron hacia los valles de Aragua y la cuenca del lago de Valencia ocupando, para finales del período prehispánico, prácticamente todos los valles del litoral central incluyendo el valle de Caracas. Por otra parte, los arauquinoides comenzaron a

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desplazarse hacia el bajo Orinoco alrededor de 200 años d. C., buscando quizás asentarse en las riberas fértiles que bordeaban el río pero que estaban ocupadas por las etnias barrancoides. Este movimiento río abajo parece haber sido lento, pero culminó en el siglo XVI de nuestra era con el ejercicio del control total del hábitat orinoquense por parte de los arauquinoides. Aunque no podemos establecer un paralelo entre estas poblaciones y las etnias conocidas históricamente, si es posible decir que las aldeas tardías del Orinoco donde se ha encontrado alfarería arauquinoide fueron asiento de grupos humanos históricos de lengua caribe. Lo mismo podemos decir del lago de Valencia, los valles de Aragua y el valle de Caracas, hecho que puede darnos una base de análisis para comprender la importancia de esta onda

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migratoria orinoquense en el poblamiento prehispánico venezolano.Al SO de Venezuela, en los últimos siglos antes de Cristo, los llanos altos occidentales acogieron otra oleada migratoria conocida como complejo Caño del Oso y complejo La Betania, cuyo punto de partida puede ser ubicado al NE de Colombia o del Ecuador. Estos individuos lograron diseñar y ejecutar complejas obras de terracería que incluían montículos para viviendas, calzadas que servían como vías de comunicación y diques para el control de las inundaciones y campos de cultivo formados por largos camellones artificiales de tierra que servían para preservar las plantas del exceso de agua durante las crecidas de los ríos. Estos grupos humanos se extendieron sobre gran parte del territorio de los actuales estados Barinas, Apure y

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Portuguesa, correspondiendo en sentido general con el territorio ocupado históricamente por los grupos indígenas conocidos como achaguas y betoyes. En la región S del lago de Maracaibo, las evidencias arqueológicas señalan para 600 años a. C., la llegada de grupos de inmigrantes emparentados posiblemente con las etnias que habitaban el litoral Caribe colombiano desde el siglo XII. Al igual que los del Orinoco, cultivaban y consumían la yuca amarga y se asentaron a lo largo de los ríos que descienden de la vertiente occidental de la cordillera andina. Por otra parte, alrededor de 1.100 años a. C., otros grupos inmigrantes, conocidos como fases El Danto y El Guamo, afiliados también posiblemente a etnias que habitaban el N de la actual Colombia, se asentaron a lo largo de los ríos Escalante y Zulia, dando origen a

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grandes poblados donde se cultivaba no sólo la yuca, sino también el maíz. Es posible que las ondas migratorias ya señaladas, estén en el origen de las actuales poblaciones indígenas del occidente del lago, afiliados a la familia lingüística caribe y otros a la chibcha. El NE de Venezuela parece que fue puerta de entrada de una de las corrientes migratorias que tuvo mayor influencia en la conformación ulterior de la cultura aborigen de la región centro-occidental de Venezuela. Los grupos que llegaron con ella, procedían posiblemente del occidente de Suramérica e introdujeron prácticas agrarias con el cultivo del maíz. Sus antecesores más remotos, pueden ser ubicados en la fase Hokomo, en la Guajira venezolana, alrededor de 1.000 años a. C., y en la fase Lagunillas en la costa NE del lago de Maracaibo, alrededor de 400 años

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a. C.. Estos inmigrantes así como los grupos autóctonos a los que dieron origen se distribuyeron a lo largo de los valles bajos del NE de Venezuela, formando grandes aldeas agrícolas que tenían un marcado carácter ceremonial. Prueba de ello son los grandes cementerios o necrópolis encontrados en sus poblados, en los que se evidencia una importante producción artesanal, destinada particularmente a satisfacer las necesidades religiosas. Asimismo, convirtieron muchas grutas y pequeñas cuevas en adoratorios o cementerios, donde también se depositaba una gran riqueza de material votivo. El modo de vida de estos grupos humanos influyó grandemente en las comunidades que ocuparon el territorio de los actuales estados Lara, Falcón, Yaracuy y Trujillo, puesto que para el siglo XVI en esa zona

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existían aldeas densamente pobladas, caracterizadas por un extraordinario desarrollo artesanal y productivo, las cuales sirvieron de sostén a la colonización española. Alrededor del siglo IX o X d. C., se hicieron presentes en las regiones altas de los Andes venezolanos, grupos humanos conocidos como fases San Gerónimo, Mucuchíes y Miquimú. Éstos poseían técnicas agrícolas y cultivos especializados que les permitieron colonizar los valles altos y las tierras vecinas a los páramos. Construían pequeñas aldeas, cada vivienda poseía silos subterráneos para almacenar las cosechas, practicaban el cultivo en terrazas y el empleo de estanques y canales de regadío para irrigar las sementeras. Todos estos elementos relacionan dichos grupos con las sociedades andinas prehispánicas del NE

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de Suramérica cuyo modo de vida se expandió a lo largo de los ecosistemas montañosos del occidente de Suramérica. M.S.O./I.V.Siglos XVI-XXEl proceso poblador del territorio actual de Venezuela se inició desde los lejanos tiempos de la aparición del hombre en el NO del subcontinente suramericano. En ese largo proceso, que comenzó hace más de 12.000 años, se distingue claramente la etapa del predominio absoluto de los Aborígenes en la ocupación del espacio geográfico venezolano, de aquélla que inauguró la penetración de la población hispánica. Durante los milenios en que el poblamiento indígena fue el único que se extendió sobre la superficie del país, quedó establecido el patrón que hasta ahora ha regido la distribución espacial de los habitantes. La presencia aborigen

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antes de la llegada de los españoles se mostraba, en primer lugar, en el arco costero-montañoso que bordea de NE a NO la extensa cuenca orinoquense, en segundo lugar, en la amplia región de los Llanos y en tercer lugar, en las riberas de los principales ríos de la Guayana. En ninguna de esas zonas existió un poblamiento autóctono homogéneo, ya que en ellas, por el contrario, coexistieron formas de ocupación del territorio muy diversas, las cuales reflejaban la variedad de los modos de vida, la diferente evolución tecnoeconómica de las comunidades y las desiguales condiciones ambientales donde éstas actuaban.En la franja costero-montañosa se desparramaba en la época del contacto inicial con los europeos, la población aborigen con los tipos de hábitat más complejos, tanto por la intensidad de la

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presencia humana como por la estabilidad de las agrupaciones que la misma formaba. En tal franja, las manchas de poblamiento se ubicaban esencialmente en los Andes y el sistema coriano, y de manera secundaria, en las zonas centro-costera y costero-oriental y en la cuenca del lago de Maracaibo. El poblamiento indígena de los Andes y el sistema coriano constituyó la cobertura humana más importante de Venezuela antes de la incorporación de los españoles. Los conquistadores encontraron allí las comunidades más numerosas y los asentamientos más estables. En la región andina, según los datos aportados por los cronistas y la investigación arqueológica reciente, se desarrollaron aldeas más o menos permanentes, gracias al surgimiento de una tecnología agrícola de cierta eficiencia. La construcción de

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andenes o terrazas para cultivar las pendientes, el uso de silos subterráneos para reservar alimentos, el empleo de estanques o diques para almacenar el agua de los ríos, las quebradas o las lluvias utilizada en el riego de los cultivos, fueron elementos tecnoeconómicos que hicieron brotar una vida sedentaria en el seno de núcleos de proporciones modestas. Los timotes y los cuicas, que se extendían principalmente por el territorio que en forma aproximada corresponde hoy a los estados Mérida y Trujillo, dejaron constancia de su sedentariedad en la toponimia de numerosos sitios. Localidades actuales como Timotes, Jajó, Mucuchíes, Mucurubá, Mucutuy, Tabay, Chiguará, Acarigua, Torondoy, fueron aldeas de las indiadas de esas denominaciones. Muchos pueblos y ciudades andinos que hoy llevan nombres

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impuestos por los conquistadores, se fundaron en los caseríos precolombinos. La ciudad de Mérida se halla emplazada en la mesa donde los indios tatuyes tenían su vecindario llamado Tatuí; el actual pueblo de El Morro constituyó el asiento principal del grupo indígena mirripú; la pequeña ciudad de Lagunillas era simplemente la aldea que los naturales llamaban Zamu o Jamun o Xamue. En las tierras que ahora forman el estado Táchira, centros poblados como Queniquea, Capacho, Seboruco, Táriba, Lobatera, Borotá, recuerdan los núcleos de comunidades de extracción aruaca o caribe. La aparente profusión de las aldeas y comunidades precolombinas de los Andes no permite calificar su poblamiento de denso o muy denso, según el sentido que esos términos tienen en las sociedades modernas. Las características

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morfológicas del paisaje andino y la sencillez de los elementos técnicos de que disponían sus pobladores, sólo podían tolerar asentamientos humanos muy pequeños, cuya importancia se deriva, más que de sus magnitudes, de su carácter estable. En estrecha conexión con el poblamiento autóctono de los Andes se hallaban las comunidades ubicadas en el sistema coriano y sus espacios vecinos. En esta región, los europeos encontraron poblaciones indígenas casi tan importantes numéricamente como las de la zona andina. La presencia humana la impusieron allí los caquetíos y jiraharas, junto con los gayones, cuibas, coyones, achaguas, ayamanes y cuicas. Casi todas esas tribus, por depender a menudo de actividades sedentarias, tejieron con aldeas de relativa permanencia la red

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fundamental de su poblamiento. Tanto los conquistadores como los cronistas se mostraron impresionados por la frecuencia de los caseríos aborígenes en muchos lugares de esta comarca. Particularmente Nicolás de Federmann, quien entre 1530 y 1531 recorrió casi todo ese territorio, tuvo ocasión de comprobar en las tierras que hoy forman los estados Falcón, Lara y parte de Yaracuy, la existencia de diversos asentamientos de cierta estabilidad, y gran número de habitantes. Este tipo de hábitat, evidentemente, se estructuró porque algunos de estos grupos desarrollaron prácticas agrícolas basadas en la utilización de embalses o represas para regar con las aguas de ríos o quebradas los campos de cultivo. Por esos los caquetíos, a la llegada de los españoles, se agrupaban en aldeas, algunas de las cuales

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se transformaron en ciudades, villas o pueblos durante el período colonial. Centros actuales como Coro, Capatárida, Cumarebo, Zazárida, Cabure, Adícora, fueron núcleos que aquellos indígenas designaban con iguales o parecidos nombres. Muchos otros vecindarios desaparecieron con la Conquista, como Todariquiba, Jurejubero, Jurraque, Tomadoré, Carona, Carao. Formaron también los caquetíos núcleos en el valle del Turbio y las sabanas de Barquisimeto, los cuales, junto con los que tenían en la costa oriental del lago de Maracaibo y a lo largo del río Yaracuy, confirmaban la importancia de este poblamiento.El hábitat autóctono de las zonas centro-costera, costero-oriental y de la cuenca del lago de Maracaibo, en el momento del contacto inicial con los españoles, no mostraba mayor complejidad, ni por su

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vigor ni por la estabilidad de sus asentamientos. En general, las parcialidades indígenas de las 2 primeras zonas, como los caracas, tomuzas, chaymas, cumanagotos, píritus, y de la cuenca del lago de Maracaibo, como los onotos, bobures, quiriquires, pemenos, chinatos, obtuvieron sus subsistencias de actividades muy sencillas, tales como una agricultura errante, la explotación de recursos marinos, la caza y la recolección en los bosques, la pesca en ríos y lagunas. Estas condiciones tecnoeconómicas originaron un poblamiento semipermanente, integrado por caseríos muy pequeños que se desplazaban, dentro de ciertos límites territoriales, en función del traslado de los cultivos. Por tal razón, la ocupación del espacio en esas regiones era muy poco consistente. Ni siquiera en los sitios donde los conquistadores y

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cronistas señalan las comunidades más numerosas, como en los valles de Aragua y Caracas, la costa oriental, los alrededores del lago de Valencia y la orilla meridional y el N del lago de Maracaibo, existieron asentamientos estables. La cobertura humana estuvo aquí representada por una dispersión de aldeas minúsculas, formadas por 3 a 6 bohíos, con niveles muy bajos de permanencia. En la región de los llanos el hábitat precolombino se caracterizó por cierta diversidad, en virtud de los diferentes grados de eficiencia de las comunidades para obtener sus recursos. En los llanos bajos predominó el poblamiento disperso, integrado por bandas nómadas cuyas subsistencias provenían de actividades predatorias. En los llanos altos se localizaban, en cambio, parcialidades indígenas que por combinar la

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recolección, la caza y la pesca con actividades agrícolas, se mantenían estables durante casi todo el año. Formaban así estos aborígenes, sobre todo los que se ubicaban cerca del piedemonte de los Andes, vecindarios que en algunos casos adquirieron dimensiones de alguna importancia, como sucedió con Acarigua, pueblo que Federmann calificó de gran villa y donde convivían caquetíos y cuicas. Sin embargo, no prevaleció en estos llanos un hábitat agrupado, ya que los niveles tecnoeconómicos de sus pobladores no garantizaban una total sedentaridad. En las extensas tierras de la actual Guayana existió un poblamiento prehispánico muy inestable y de reducido volumen. En general, la margen derecha del Orinoco y las riberas de sus principales afluentes, eran los sitios preferidos por las bandas errantes que

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obtenían sus provisiones de formas diversas de recolección. Sus caseríos tenían, por consiguiente, el carácter transitorio que imponía una frágil adaptación al medio. El nomadismo predominante en esta región se tradujo en la dispersión inestable de sus pobladores autóctonos.La etapa iniciada por la incorporación del componente demográfico hispánico en el poblamiento de Venezuela estuvo fuertemente condicionada por el diseño geográfico que trazaron los pobladores precolombinos. No obstante, impusieron los europeos sobre ese diseño formas novedosas de ocupación del espacio, las cuales respondían al modo de vida que con ellos trajeron. Dos características fundamentales reflejó desde sus comienzos ese nuevo hábitat. En primer lugar, los conquistadores implantaron

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unidades de poblamiento que se constituyeron en centros de toda la vida social y por supuesto, en núcleos necesariamente estables. En segundo lugar, esas unidades sólo podían funcionar y desarrollarse en estrecha y continua conexión, lo cual inició la formación de una verdadera red de asentamientos humanos. Los primeros contactos hispánicos con el territorio que más tarde sería Venezuela, hicieron surgir pequeñas manchas de poblamiento europeo muy periféricas. Este periferismo respondió, por un lado, a la necesidad de fundar establecimientos de posición, es decir, que sirvieran de bases para explorar los espacios desconocidos del interior, y por otro, al carácter comercial y expoliador de las expediciones que realizaron, con la autorización de la Corona, empresas españolas particulares. Este último rasgo

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predominó en los móviles de la creación y en las características del funcionamiento de todos los núcleos que los conquistadores establecieron durante las 4 décadas iniciales del siglo XVI. El rescate con los indígenas, la rapiña de sus productos, el rapto y la compra de indios para esclavizarlos, la búsqueda de minerales y otras riquezas, dieron origen a pequeños caseríos de europeos costaneros muy poco estables. Nueva Cádiz, en Cubagua, que surgió hacia 1514 como una ranchería hispana de buscadores de perlas, se expandió en pocos años para desaparecer en 1544 con el agotamiento de los ostrales. Sirvió, sin embargo, la efímera Nueva Cádiz para impulsar el proceso poblador de la isla de Margarita, porque de ésta obtenían los neogaditanos diversas provisiones. Aparecieron así en el territorio margariteño los centros

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hispánicos permanentes más antiguos de Venezuela. En sus pequeños valles prosperaron los cultivos de plantas autóctonas y europeas, y la ganadería adquirió cierto desarrollo. El efecto de esta situación fue tal que en 1538 ya vivían en Margarita unos 400 vecinos o jefes de familia. El hábitat de esa isla sirvió, además, de base para explorar otras zonas, sobre todo la que sería después el oriente venezolano.En Tierra Firme, la ocupación del espacio geográfico por los españoles la inició Alonso de Ojeda con la fundación en 1502 del caserío de Santa Cruz. Este asentamiento, que se ha supuesto establecido junto a la laguna de Cosinetas, en la pequeña bahía de Los Castilletes, como base para «…desde allí ir a descubrir…», no tuvo influencia alguna en la formación del hábitat venezolano

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porque desapareció antes de cumplir 6 meses. Después de haber fracasado el intento poblador de Ojeda en 1502, transcurrieron más de 20 años sin que los europeos levantaran pueblos en las tierras no insulares de Venezuela. Los ensayos colonizadores de los misioneros dominicos y franciscanos en las costas de Cumaná antes de 1525, concluyeron sin dejar muestra de algún establecimiento permanente. Es sólo en 1527, con la fundación de Coro, cuando se implanta el núcleo que sirvió de base para impulsar el poblamiento del territorio continental venezolano. No constituyó Coro un asentamiento muy vigoroso, pues durante mucho tiempo funcionó como un centro para comprar o capturar esclavos y para rescatar con los indios oro y perlas por fruslerías de Castilla. El arrendamiento de la provincia de Venezuela a los Welser

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influyó mucho para que Coro no se hubiese convertido en un foco poblador de gran actividad. Los alemanes no ocultaron el afán mercantilista por el oro y la plata que prevaleció en diversos países europeos en los siglos XVI y XVII, haciendo de Coro, entre 1528 y 1548, el punto de partida de las operaciones que efectuaban para esclavizar aborígenes y recolectar minerales. Por eso cuando en 1549 llegó a esa ciudad el obispo Miguel Jerónimo Ballesteros, la encontró «…con 40 vecinos, más o menos, muy pobres y algunos enfermos…» Coro dejó salir con todo una fuerza demográfica inicial que, aunque muy débil, logró crear una base firme para la expansión del hábitat permanente del interior, con la fundación de El Tocuyo en 1545. El Tocuyo inauguró la fase de la estructuración definitiva de la red de asentamientos

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estables en Venezuela. Tal hecho resultó del aprecio que fue ganando el trabajo de la tierra entre los españoles ante el derrumbe de la ilusión minera. La búsqueda de la riqueza fácil no desapareció del todo en el siglo XVI, pero dejó de ser un obstáculo para que emergieran pueblos, villas y ciudades en la amplia geografía venezolana. Empezóse desde entonces a satisfacer la intención pobladora que siempre existió en los monarcas hispanos. La provincia de Caracas comenzó rápidamente a cubrirse de núcleos permanentes. De El Tocuyo salían vecinos a fundar pueblos en las comarcas cercanas y surgieron antes de 1555, Borburata (1549), Barquisimeto (1552) y Valencia (1553-1555). A medida que se aclimataban los cultivos exóticos y se perfeccionaban los autóctonos, se ensanchaba la energía pobladora hacia

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nuevas zonas. La cadena de establecimientos se extendió por todo el arco costero-montañoso, a la zaga, por lo general, de las aldeas agrícolas indígenas. No se buscaba ya la tierra para satisfacer codicias transitorias, sino para asegurar el sustento permanente. Los valles costaneros y las mesetas andinas sintieron el impulso de las fundaciones hispánicas. Por eso al finalizar el siglo XVI había surgido la mayoría de las ciudades que serían muy significativas en la vida económica y social de Venezuela. Además de Coro, El Tocuyo, Barquisimeto, San Felipe y Valencia, se levantaron Trujillo (1557), Mérida (1558), San Cristóbal (1561), Cumaná (1562), Caracas (1567), Carora (1569), Maracaibo (1569), La Grita (1576), Barinas (1577), San Sebastián de los Reyes (1585), Guanare (1591) y Boconó (1592). Todos

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esos núcleos y otros más de menor importancia, hallábanse situados en los lugares que siempre prefirieron los habitantes precolombinos. Fuera de la zona costero-montañosa no se detuvieron los conquistadores en aquella centuria para dejar asientos perdurables. Sólo Santo Tomé de Guayana (1595) constituyó una excepción importante.El poblamiento europeo del siglo XVI no tuvo mayor significación cuantitativa, ya que las ciudades eran simples caseríos con muy pocos españoles. Ninguno de esos asentamientos sobrepasó al final de esa centuria los 2.000 h. Las localidades más pobladas cuando ya se había iniciado el siglo XVII, contaban entre 60 y 150 vecinos o cabezas de familia, como Mérida (150 vecinos), Trujillo (más de 100), Caracas (100), Barquisimeto (60), Coro (60) y Maracaibo (60). Los indios

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encomendados, que generalmente se ubicaban bastante lejos de las ciudades, comunicaron mayor realce a las magnitudes de este hábitat. Comenzó a ser también notoria en este período la cobertura demográfica de indígenas y negros que, por no someterse al dominio de los blancos, formaron en las pendientes de las montañas y en los bosques caseríos dispersos clandestinos. Las fundaciones hispanas impusieron, no obstante, la necesidad de la agrupación estable. En esos centros poblados se resumió la vida legal, social, económica y cultural de los habitantes que estaban dentro y fuera de ellos. De casi todos los actos que afectaban a los individuos, desde el nacimiento hasta la muerte, quedaban en tales centros firmes testimonios. Los españoles introdujeron así en el siglo XVI el poblamiento con sentido histórico. La

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escasa capacidad para generar excedentes de las actividades agrícolas del siglo XVI, sólo amplió en forma limitada la presencia humana europea, puesto que era difícil impulsar a través del comercio, el funcionamiento hacia afuera de la economía que exigía la condición colonial. Esta situación adquirió en el siglo XVII nuevas perspectivas con el desarrollo de la ganadería y los cultivos de tabaco y cacao. Las exportaciones de los productos que provenían de esas labores, empezaron a constituir una base sólida para la acumulación de riquezas que estimuló la explotación de nuevas tierras e incitó el traslado de españoles a la poco atractiva colonia venezolana de esos tiempos. Se vieron también favorecidos estos 2 hechos por el fin, prácticamente desde 1600 en la mayor parte del territorio, de la cruenta guerra de

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conquista. Esta circunstancia fue decisiva para el despliegue de la acción pobladora de los misioneros, quienes en los años de paz se convirtieron en los más activos fundadores de pueblos y ciudades.En la primera mitad del siglo XVII el proceso poblador se concentró todavía, casi exclusivamente, en las áreas montañoso-costeras, donde la cría de ganado mayor y menor, los cultivos de tabaco, algodón y caña de azúcar estimularon las exportaciones de productos como cueros, tabaco, azúcar, lienzo de algodón, los cuales procedían, principalmente, de las zonas de la costa, los valles de Aragua, las feraces tierras regadas por los ríos Tocuyo, Turbio y Yaracuy, y los alrededores de Maracaibo. En los Andes, el cultivo del trigo jugó en ese lapso un gran papel en la expansión de su poblamiento y el del cacao inició

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modestamente en ese aspecto el efecto que habría de multiplicarse más tarde. Los asentamientos que ya existían recibieron el mayor aliento de aquellas actividades. Caracas tornóse capital de la gobernación y sede de la diócesis de Venezuela; Barquisimeto, El Tocuyo, Valencia, San Sebastián, Mérida, Trujillo, San Cristóbal y Maracaibo, se transformaron en pequeños centros artesanales y comerciales. Las fundaciones de nuevos núcleos antes de 1650 no fueron muy significativas, aunque superaron en número a las que se efectuaron en el siglo XVI. Unos 40 pueblos y villas, casi todos en el arco costero-montañoso, se edificaron de 1600 a 1650 entre los cuales sobresalen Turmero (1603), Timotes (1607) Sanare (1608), Barbacoas (1610), Quíbor (1620), Guacara (1624), Niquitao (1625), Nirgua

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(1628), Montalbán (1630), Cumanacoa (1637), Barcelona (1638) y Carúpano (1645). En la segunda mitad del siglo XVII se amplió el esfuerzo poblador de los españoles, particularmente a través de los misioneros franciscanos. Ese dinamismo fue el resultado del auge de las exportaciones de cueros, cacao y tabaco. El desarrollo de las faenas agropecuarias exigido por esas exportaciones impulsó necesariamente el poblamiento de las zonas más aptas para tales labores. Los llanos altos, sobre todo los occidentales y los centrales, vieron nacer numerosos pueblos donde con cierta frecuencia coincidían la cría de ganados y el cultivo del tabaco como fuentes económicas fundamentales. En las tierras de los actuales estados Barinas, Portuguesa, Cojedes y Guárico surgieron por el esfuerzo casi exclusivo de los

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misioneros, diversos asentamientos, entre los que resaltan Cabruta (1643), Acarigua (1653), Chaguaramas (1653), Tinaco (1658), San Juan de los Morros (1675), San Carlos (1677), Mijagual (1680), Ortiz (1687), Pedraza (1610), Araure (1659), El Pao (1691), El Baúl (1692), Altagracia de Orituco (1694), Barinitas (1628) y Tucupido (1699). El desarrollo de las haciendas de cacao y la presencia siempre del tabaco y la ganadería en zonas de la cordillera del N, estimularon la formación de centros poblados como Píritu (1650), Clarines (1667), El Pilar (1674), Pozuelos (1680), Charallave (1681), Cúa (1690), Ocumare del Tuy (1693), Marigüitar (1694) y Maracay (1697). A pesar de que en el siglo XVII se fundaron más de 120 pueblos y ciudades, la intensidad del poblamiento venezolano en esta centuria no revistió caracteres sorprendentes, lo

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cual se explica porque el crecimiento demográfico fue muy lento y la inmigración española se mantuvo en niveles muy moderados. Caracas en 1696, que tenía más de medio siglo como capital de la gobernación de su nombre, apenas presentaba unos 6.000 h. Ninguna de las demás ciudades alcanzaba esa cifra.En esos núcleos de escasas magnitudes brotó, no obstante, un nuevo impulso económico cuyo efecto poblador se haría sentir fundamentalmente entre 1700 y 1810. El incremento de la actividad comercial exportadora que el cultivo del cacao había venido estimulando, impuso en el siglo XVIII en Venezuela, formas de producción directamente ligadas con las operaciones económicas internacionales. En esta centuria, el valor retornado de las exportaciones de cacao a Nueva España

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bastaba para garantizar la formación de fortunas capaces de movilizar nuevas fuerzas productivas. En los centros poblados las transacciones comerciales se tornaron más complejas y variadas, gracias a la mayor capacidad de importación adquirida. La población creció en esos núcleos a un ritmo ligeramente más acelerado que los observados anteriormente, por la influencia de la dinámica demográfica interna y de la inmigración española y africana. Diversos asentamientos se desarrollaron hasta alcanzar, según los valores de la época, dimensiones y vida verdaderamente urbanas. En ciudades como Caracas, Maracaibo, Barquisimeto, Cumaná, Barcelona, Guanare, San Carlos, Barinas y San Sebastián de los Reyes, se congregaban hacendados y ganaderos prósperos, factores y

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cargadores que exportaban frutos coloniales (cacao, tabaco, cueros, añil) e importaban productos españoles y mexicanos (vino, aceite, ropas, frutas secas, licores, oro y plata amonedados, pólvora, harina, loza). El vigor adquirido por el quehacer económico de las ciudades del siglo XVIII, acrecentó sus funciones políticas, administrativas, culturales, religiosas y militares, hasta el punto que la mayoría de los núcleos urbanos se convirtieron en centros dominantes de las zonas vecinas. Aquel conjunto de circunstancias volcó nuevamente hacia la región montañoso-costera la energía pobladora, al propiciar el aumento del número de habitantes de casi todas sus ciudades y al hacer emerger numerosas localidades en las tierras cuyo aliento económico provenía directamente del cacao (costa de Caracas, valles del

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Tuy, entrada de los llanos), el algodón, el añil y el azúcar (valles de Aragua), el ganado y el contrabando (valles y serranías de Coro). Por ello en el período del predominio del cacao, sobre todo después de 1750, muchos núcleos urbanos de aquella zona sobrepasaron los 5.000 h y algunos llegaron por primera vez a tener más de 10.000, como puede verse en los siguientes datos:-------------------------------------------------------------------------------Ciudades Año Poblac. Año Poblac.-------------------------------------------------------------------------------Caracas 1772 18.669 1800 40.000Maracaibo 1775 10.312 1801 22.000

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Barquisimeto 1779 8.777 1804 11.300Cumaná 1792 10.740 1800 12.000Mérida 1780 7.000 1804 11.500El Tocuyo 1777 7.959 1804 10.200Barcelona 1773 3.762 1804 14.000Valencia 1782 7.237 1810 10.000Coro 1773 5.823 1804 10.000-------------------------------------------------------------------------------

Los pueblos costero-montañosos formados bajo la nueva dimensión agroexportadora venezolana se ubicaron fundamentalmente en las áreas que hoy

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corresponden al Distrito Federal y a los estados Miranda, Carabobo, Falcón, Trujillo, Lara y Zulia. El cultivo del cacao estimuló allí, directa o indirectamente, la formación entre 1700 y 1810, de asentamientos como Guatire (1701), Canoabo (1704), Naiguatá (1710), Santa Lucía (1710), Güigüe (1711), Villa de Cura (1717), Curiepe (1732), Caucagua (1732), Panaquire (1737), Macuto (1740), Urama (1723), Dabajuro (1775), Los Teques (1777), Higuerote (1790), Río Chico (1790) y Villa del Rosario (1800). En este período quedó definitivamente estructurado el poblamiento de la faja montañoso-costera. Desde entonces, serán los cambios en las magnitudes de las localidades ya existentes los que reflejarán los nuevos contextos socioeconómicos. Fuera de aquella zona, el enriquecimiento producido por las

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exportaciones de cacao incrementó entre 1700 y 1810 el poblamiento de los llanos y la Guayana, porque permitió a muchos hacendados centranos invertir en el establecimiento de hatos en las comarcas llaneras, y a las Arcas Reales, suministrar a los misioneros mayores recursos para sus diligencias pobladoras en la amplia cuenca del Orinoco. En las llanuras que actualmente corresponden a los estados Anzoátegui, Apure, Guárico, Barinas, Monagas, Cojedes y Portuguesa se fundaron núcleos que conservan una inconfundible vocación ganadera, como Maturín (1760), Nutrias (1711), Calabozo (1723), El Sombrero (1725), Pariaguán (1742), Zaraza (1740), Guasdualito (1750), Tinaquillo (1769), Achaguas (1774), Guanarito (1768), Valle de la Pascua (1772) y San Fernando de Apure (1789). Fue este período para la región de

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los llanos el de mayor aliento poblador, ya que durante el mismo surgieron allí unos 100 pueblos, los cuales comunicaron al hábitat llanero la estructura que aún mantiene. En la Guayana, donde casi no hubo durante los siglos XVI y XVII aporte poblador hispánico, sembraron los misioneros entre 1700 y 1810 unos 30 núcleos, muchos de los cuales, con el correr de los años, se transformaron en los componentes esenciales del escaso poblamiento guayanés. Fue entonces cuando se edificaron en la margen derecha del Orinoco y en las riberas de sus principales afluentes, Las Bonitas (1730), Maripa (1737), Upata (1739), La Urbana (1746), Guasipati (1757), San Fernando de Atabapo (1764), Caicara del Orinoco (1767), y Tumeremo (1788). En ese período, incluso, la vieja Santo Tomé de Guayana fue trasladada, con el nombre

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de Angostura (1764), al sitio que hoy ocupa como Ciudad Bolívar. Entre los rasgos esenciales del hábitat que impuso la economía exportadora venezolana basada en el cacao, se destaca la profundización de la desequilibrada distribución geográfica del poblamiento que venía desde los tiempos precolombinos. La franja montañoso-costera acaparó más del 55% de unos 280 núcleos que se fundaron entre 1700 y 1810, y se absorbió la mayor parte del incremento de la población producido por las nuevas condiciones. En ese lapso, además, la pequeña zona del centro-norte (Distrito Federal y estados Aragua, Miranda y Carabobo) empezó a constituirse, dentro de aquella franja, en un área con una intensa ocupación del espacio. La presencia allí de los principales cultivos de significación

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comercial y el acceso relativamente fácil a la vía marítima, dotaron a ese pequeño territorio de la carga de fuerzas productivas más densa de Venezuela. Caracas, que fue su foco mayor, comenzó también a despegarse de las demás ciudades venezolanas, para transformarse luego en el centro dominante del poblamiento de todas las regiones.

La prolongación de la economía agraria entre 1810 y 1925 mantuvo las características esenciales que la repartición de los asentamientos humanos exhibió en el siglo XVIII. La faja costero-montañosa siguió concentrando la mayor parte de los habitantes, puesto que la sustitución del cacao por el café como primer producto de exportación, no sacó de esa faja la carga fundamental de fuerzas productivas. Dentro de ella, sin

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embargo, la pequeña zona del centro-norte disminuyó su importancia demográfica, mientras que la región de los Andes la aumentó, como consecuencia de aquella sustitución. El centro-norte del país, que en 1847 alojaba en sus pueblos y ciudades el 37,8% de la población, redujo esa proporción a 22,2% en 1920, cuando comenzaba a opacarse la Venezuela agropecuaria. En los Andes esos valores variaron en los mismos años de 11,4 a 18,6%. Con todo, el centro-norte conservó, e incluso amplió particularmente a través de Caracas, su posición dominante. Ese breve espacio, de apenas 20.944 km2, profundizó en el transcurso del siglo XIX su función de centro primordial de contacto con el exterior, lo cual le concedió importantes ventajas. Los puertos de La Guaira y Puerto Cabello afirmaron su predominio

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en la actividad exportadora, y Caracas permaneció como el foco de un gran comercio que realizaba con toda Venezuela y con naciones extranjeras, tal como lo señaló Agustín Codazzi en 1841. Las áreas de más intenso poblamiento continuaron, por tanto, entre 1810 y 1925 en la faja costero-montañosa, puesto que allí estaban los espacios de mayor actividad económica y social. En aquella franja, como corolario de las actividades señaladas, se produjo la acción pobladora más importante del período citado, tanto por las nuevas localidades que surgieron, como por el desarrollo de las ya existentes. De unos 150 pueblos que se fundaron entre 1810 y 1925, se ubicaron en el arco montañoso-costero más de 75, de los cuales la mayor parte fue absorbida por la zona del centro-norte y la región de los Andes. No fueron los más de estos

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núcleos de gran significación económica o demográfica; algunos de ellos desaparecieron y muchos sobreviven como simples caseríos. Con las excepciones moderadas de Caracas y Maracaibo, el crecimiento de los centros poblados no fue más relevante que la creación de aquellos pueblos. Pocas localidades lograron, en realidad, dimensiones importantes. Sólo 10 ciudades costero-montañosas presentaban en 1926 más de 10.000 h, y de ellas las 4 siguientes fueron las únicas que alcanzaban más de 20.000:

-----------------------------------------------------------------Ciudades Población en 1926-----------------------------------------------------------------

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Caracas (área metropolitana) 167.941Maracaibo 74.767Valencia 36.804Barquisimeto 23.109------------------------------------------------------------------

En los llanos y la Guayana, el período dominado por la exportación del café no fue un gran poblador. En ambas regiones, los asentamientos que ya existían se estancaron y sólo en la primera de ellas tuvo cierta importancia la fundación de nuevos núcleos, ya que allí aparecieron entre 1810 y 1925 unos 60 pueblos. Pero éstos ejercieron poca influencia en el poblamiento llanero, salvo los caseríos de Palmarito (1842), El Amparo (1856),

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Elorza (1859) y Bruzual (1875) que se constituyeron en núcleos de alguna influencia en el escaso hábitat apureño. Ninguna de las ciudades llaneras pudo en la Venezuela del café, subir siquiera a 10.000 h. San Carlos, que fue la más importante, llegó apenas en 1926 a 6.789 almas. En la región de Guayana la actividad pobladora fue tan limitada entre 1810 y 1925 que sólo es digno de mencionarse en ese período la fundación de El Callao (1853) y el desarrollo demográfico de Ciudad Bolívar, la antigua Angostura, que de 6.600 h que tenía en 1800 pasó a 16.762 en 1926. El breve progreso del poblamiento entre aquellos años no correspondió al nivel de los recursos que generaron las nuevas exportaciones. La Guerra de Independencia alteró, indudablemente, en la primera mitad del siglo XIX las

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interacciones normales que se establecen entre los procesos productivos y los demográficos. Ese conflicto redujo la población aproximadamente en un 30% e impidió la formación de no pocos núcleos y la expansión de algunos asentamientos, sobre todo en los llanos, que fue una de las regiones más afectadas por aquella contienda. Agregóse a esa causa despobladora el terremoto de 1812 y los frecuentes brotes de paludismo, viruela y otras enfermedades que redujeron aún más las menguadas dimensiones de muchas localidades. La Guerra Federal, las epidemias desoladoras y los continuos enfrentamientos fratricidas empeoraron después de 1850 el cuadro anterior, por lo que resulta casi sorprendente que entre 1810 y 1926 Caracas y Maracaibo hubiesen obtenido las dimensiones citadas.

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Después de 1925, cuando el valor retornado de las exportaciones de petróleo sobrepasó el de las agropecuarias, se inicia en Venezuela un modelo de poblamiento opuesto en muchos sentidos a los que prevalecieron en las etapas precedentes. Ese modelo, por responder a condiciones de producción basadas en el trabajo no agrícola, reflejó fundamentalmente el ensanchamiento enorme de la vida urbana a través de la expansión rápida de un gran número de pueblos y ciudades. El mecanismo de ese proceso ha consistido en la orientación hacia los principales centros poblados de los recursos económicos y financieros que se derivan de la exportación petrolera. En esa evolución se distinguen 2 fases que se extienden antes y después de 1945. En los primeros 20 años de amplio dominio de la renta petrolera, el nuevo esquema de

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ocupación del espacio geográfico comenzó a operar tímidamente, pues seguían actuando diversos obstáculos de la Venezuela anterior. En general, el cuadro epidemiológico desfavorable persistía, al igual que la crónica ausencia de medidas concretas para atraer la inmigración extranjera, por lo que el incremento demográfico antes de 1945 se mantuvo en niveles modestos. Ese crecimiento fue, en gran parte, absorbido por las ciudades mayores que empezaban a concentrar los abundantes recursos provenientes del subsuelo y a atraer a los pobladores rurales de todas las regiones. Caracas descolló en este aspecto y por eso ya en 1941 ascendió a 354.138 h en los límites de su área metropolitana. Fue en este período cuando la combinación formada por el petróleo y el paludismo menguó muchos pueblos y pequeñas

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ciudades de los llanos, los valles de Aragua, los Andes y los valles del Tuy. En la fase posterior a 1945 se profundizó la formación de grandes ciudades, pero al mismo tiempo se multiplicaron las medianas y pequeñas, como consecuencia de la elevación del crecimiento demográfico que fue consecuencia de la desaparición del paludismo y otras endemias y epidemias, y de un aporte significativo de inmigración europea y latinoamericana. En 1971 había ya 100 ciudades con 10.000 y más habitantes, las cuales abarcaban el 65,2% de la población venezolana. De ellas, 10 eran centros con dimensiones superiores a 100.000 personas cada uno, entre los que resaltaba Caracas con más de 2.000.000. El constante aumento de los ingresos petroleros y la permanencia de altas tasas de aquel incremento, terminaron por

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formar en este período un poblamiento bastante denso en algunas áreas de la faja costero-montañosa, como la pequeña zona del centro-norte, la parte noroccidental y la costa oriental del lago de Maracaibo, los Andes, la zona costero-oriental y los valles de los ríos Tocuyo, Turbio y Yaracuy. En esas regiones, algunos viejos núcleos, casi todos fundados en el siglo XVI, alcanzaron en 1990 magnitudes demográficas que nunca imaginó la Venezuela agropecuaria, como se contempla en las ciudades que se mencionan a continuación:

---------------------------------------------------------------------------Ciudades Población en 1990---------------------------------------------------------------------------

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Caracas (área metropolitana) 3.433.000Maracaibo 1.249.670Valencia 903.621Barquisimeto 625.450Maracay 354.196Barcelona 221.792San Cristóbal 220.675Cumaná 212.432Mérida 170.902----------------------------------------------------------------------------

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En las demás zonas del país la población se ha inclinado también a concentrarse en grandes centros urbanos, sobre todo después de 1960. El surgimiento de estrategias de desarrollo impulsó después de ese año el mejoramiento económico y social de las diferentes regiones a través de programas concretos de inversión. En los llanos se ensancharon numerosas ciudades que no pasaban de dimensiones casi aldeanas, como Maturín, Barinas, Guanare, Acarigua, San Carlos, Calabozo, San Juan de los Morros, San Fernando de Apure. Las más de ellas superaron después de 1990 los 70.000 h, e incluso Maturín tiene ya más de 200.000. En la región de Guayana, las considerables inversiones realizadas en la explotación del hierro, la industria siderúrgica y el aprovechamiento hidroeléctrico del río

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Caroní, hicieron emerger el más importante poblamiento urbano que haya alcanzado nunca esa zona. Crecieron sus viejos centros poblados y brotaron algunos nuevos. Ciudad Bolívar, que en 1941 se había reducido a menos de 20.000 h, sobrepasó en 1990 las 225.000, y campos mineros formados después de 1950, como Puerto Ordaz y su barrio Castillito, Matanzas y Caruachi se ampliaron rápida y desordenadamente. Con esas comunidades y la localidad de San Félix se fundó en 1961 una ciudad con el histórico nombre de Santo Tomé de Guayana, cuya población en 1990 era superior a 450.000 h.La Venezuela del petróleo, al concentrar sus grandes recursos en las ciudades, inauguró y afianzó el predominio del hábitat urbano. Durante todas las etapas económicas anteriores, el poblamiento

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rural ejerció un dominio absoluto en todo el territorio, hasta el punto que todavía en 1926, cuando comenzó a preponderar el ingreso petrolero, los pobladores rurales representaban el 85% de la población total, según se observa en las proporciones de población rural y urbana de diferentes años:

----------------------------------------------------------Años Población rural Población urbana----------------------------------------------------------1926 85,0% 15,0%1936 71,1% 28,9%1950 52,1% 47,9%1961 37,5% 62,5%1971 26,9% 73,1%1990 15,9% 84,1%

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Aquellas nuevas situaciones no han logrado, sin embargo, introducir cambios notables en la distribución geográfica del poblamiento, ya que la tendencia secular de los habitantes a concentrarse en la franja costero-montañosa se ha profundizado, de acuerdo con esta repartición de la población en las 3 grandes zonas del país:

---------------------------------------------------------------------------------------------Zona 1873 1920 1936 1950 1971 1990---------------------------------------------------------------------------------------------Costa-montaña 65,6% 74,2% 76,8% 79,7% 80,1% 78,8%

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Llanos 31,2% 21,1% 19,1% 16,8% 16,1% 5,8%Guayana 3,2% 4,7% 4,1% 3,5% 3,8% 5,4%---------------------------------------------------------------------------------------------

La evolución más reciente observada en el tamaño de los centros urbanos de los llanos y la Guayana, parece indicar que aquella tendencia en la ubicación del poblamiento venezolano se modificará, si se intensifican las acciones económicas que están cambiando en esas regiones las dimensiones de las ciudades. J.E.L.

Casas, Bartolomé de las (De Las Casas, Bartolomé)

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Sevilla (España) 1474 _ Madrid, julio 1566Sacerdote dominico, teólogo, escritor, defensor de los indios y promotor de una segunda colonización en las costas de Cumaná (hoy estado Sucre). Su padre, Pedro de Las Casas, era mercader de linaje de conversos, y su madre, Isabel de Sosa, descendía de cristianos viejos. A los 11 años frecuentó una escuela de primeras letras dirigida por su tío paterno, el canónigo Luis de Peñalosa. Tenía 19 años cuando pudo contemplar, en 1493, el regreso de Cristóbal Colón que acababa de descubrir América; a los pocos meses, en julio y agosto, se hicieron los preparativos para el segundo viaje del Almirante y tanto su padre como otros 2 tíos, hermanos de éste, partieron en la segunda expedición. Entre tanto él frecuentaba la escuela de latinidad del

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célebre Antonio de Nebrija. Participó asimismo, hacia 1497, en las milicias de Granada. Su primera experiencia con los habitantes del Nuevo Mundo la tuvo a través de un taíno, indio antillano que le regaló su padre, recibido de Colón; el aborigen permaneció con su dueño hasta 1500, cuando tuvo que devolverlo por las órdenes impartidas por la Corona referentes a la libertad de los indios. Se embarcó hacia Santo Domingo en 1502 para desempeñar allí el oficio de doctrinero; para ello había recibido en Sevilla la clericatura. Encontró mucha convulsión en la isla por algunas insurrecciones de los indios; tomó parte como militar en tales circunstancias bajo el mando de Nicolás de Ovando. En 1506 regresa a Sevilla y sigue a Roma. Recibido el subdiaconado y diaconado, verosímilmente en la Ciudad Eterna,

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regresó a las Antillas en 1508. En La Española (hoy República Dominicana y Haití) recibió un repartimiento de indios, en La Concepción, que empezó a evangelizar como doctrinero hasta 1512. Por este tiempo debió de recibir el presbiterado y se suele afirmar que fue el primer sacerdote ordenado en el Nuevo Mundo. Tuvo ocasión de escuchar a fray Pedro de Córdoba y a los dominicos que estaban protestando valientemente por el maltrato infligido a los indios. En 1513 pasó a Cuba como capellán de la gente de Pánfilo de Narváez, pero se separó de éste después de la matanza de Caonao; en la isla obtuvo un nuevo repartimiento que progresó extraordinariamente, pero en 1514 la visita de 3 frailes dominicos venidos de La Española le suscitó dudas sobre la legitimidad del sistema de encomienda y renunció a cuanto había

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obtenido. En un sermón predicado el día de la Asunción de María, 15 de agosto de 1514, denunció la iniquidad de todos estos procedimientos. En 1515 regresó a La Española resuelto a retornar a España para exponer ante la Corte la situación de los indios; en Santo Domingo le alentará en sus propósitos fray Pedro de Córdoba. La tesis que defendería en la Península y la que siempre mantendría, era la de que España y las Indias conformaban una unidad indivisible y que el deber y razón de la colonización española en el Nuevo Mundo era la de llevar a éste la luz del Evangelio, ya que consideraba a España un instrumento de la Providencia para realizarlo. A fines de 1515 se entrevista, en Plasencia, con Fernando el Católico, quien lo remite a los encargados de asuntos indianos, Rodríguez de Fonseca y Lope Conchillos. A raíz de la muerte del

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Rey (1516) encuentra receptividad en los cardenales Francisco Jiménez de Cisneros y Adriano de Utrecht, este último futuro papa Adriano VI; presenta a éstos 2 memoriales de agravios y remedios (Memorial de catorce remedios, marzo y abril de 1516) y luego otro de denuncias examinados por una junta. El resto del año, protegido por el buen sentido de Cisneros, colabora en la nueva política que se quiere emplear en las tierras descubiertas y en septiembre es nombrado protector de los indios. Su partida a La Española fue estorbada por las intrigas de los partidarios de los encomenderos y sólo llegó a Santo Domingo en enero de 1517. Allí se vio bloqueado por las maniobras de sus adversarios y por la actitud de los frailes jerónimos que, enviados a poner remedio a las injusticias, no apoyaron sin embargo a Las Casas,

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que las combatía. Ante esta situación regresa el mismo año a España, pero no logra ser recibido por Cisneros, entonces muy enfermo y tal vez influido por los jerónimos. De julio a diciembre de 1517, los pasó en el colegio de los dominicos de Valladolid, estudiando problemas jurídicos relacionados con los indios. Con el ascenso al trono español de Carlos I de España y V de Alemania, entra en contacto con sus consejeros flamencos y logra el apoyo del canciller Sauvage. Sus puntos de vista fueron públicamente conocidos en la sesión real del 11 de diciembre de 1517. Permanece en España hasta 1520, tratando obstinadamente de reformar el sistema de encomiendas implantado en América. El 19 de mayo de 1520 firma en La Coruña una capitulación con Carlos I mediante la cual se comprometía a colonizar y evangelizar

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una faja de costa de 300 leguas desde Paria (Edo. Sucre) hasta Santa Marta (Colombia); a fundar 3 ciudades con privilegios para los colonos sin excluir el tráfico de otros españoles. En esa capitulación se declaró la libertad personal del indio y se decretó la creación del Consejo de Indias. Zarpa de Sevilla en diciembre de 1520, llega a Puerto Rico en enero de 1521 y luego pasa a Santo Domingo. Abriga la esperanza de que en las Misiones franciscanas y dominicas de Tierra Firme se pueda ensayar una colonización pacífica, suspendiendo las encomiendas, permitiendo la libertad de los indígenas y no utilizando para nada las armas. Allí se entera de los acontecimientos ocurridos en Cumaná donde los indios habían destruido las 2 misiones y habían dado muerte a religiosos y españoles en venganza de una

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expedición esclavista realizada en septiembre del año anterior. Dadas las circunstancias se ve obligado a asociarse con Diego Colón y los miembros de la Real Audiencia de Santo Domingo y debe permitir a éstos la esclavización de indios antropófagos y parte de los beneficios de la colonización; a cambio se le proporciona el mando de la expedición y el apoyo de la hueste de Gonzalo de Ocampo. Partió en julio de 1521 a Nueva Toledo (hoy Cumaná). Su intento de colonización pacífica fracasará, debido a la deserción de casi todos sus hombres, a la falta de receptividad de los indígenas y a las continuas rencillas con los vecinos de Cubagua. Todo esto hizo que regresara a Santo Domingo en diciembre de ese año después de permanecer en Cumaná unos 5 meses. Decidió entrar a la orden de Santo Domingo en enero de 1523.

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Permaneció en el silencio y la meditación hasta 1527, pues por sus recientes intervenciones contra lo que se cometía por parte de traficantes y captores de indios esclavos, había sido alejado de la vida pública. Retirado al norte de La Española en 1527, escribió su Historia de Indias que fue en 1552 dividida en General y Apologética o natural. El obispo de México, fray Juan de Zumárraga, y el de Tlaxcala, fray Julián Garcés, lo pidieron en 1529 como reformador de los dominicos de México. Mal recibido, tuvo que regresar a La Española. En 1534 partió al Perú; pero la nave fue arrojada a las costas de Nicaragua; desde allí dirigió cartas al Emperador para exponer la situación de Indias y para enjuiciar los títulos de dominio sobre el Nuevo Mundo. Sus protestas valientes y vehementes lograron

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que la Emperatriz difiriera por 2 años la expedición de Rodrigo de Contreras a Centroamérica. Entre tanto, colabora con el obispo de Tlaxcala en la redacción de la obra De unico vocationis modo, con la que se obtuvo la bula Sublimis Deus de Paulo III (2.6.1537), en la que el Papa, suponiendo obviamente la naturaleza humana de los indios, los declara totalmente aptos para la fe, pero ésta debía ser recibida en la total libertad. Hubo de enfrentar nuevas oposiciones, incluso de algunos de sus correligiosos. Su experimento de Tuzulutlán falló (1539) y en noviembre de 1539 partió para España a continuar la lucha. Gracias a su tesón se publicaron Las leyes nuevas en 1542 y se reorganizó el Consejo de Indias. Quedaban suprimidas las conquistas y las encomiendas. En 1543 fue presentado para el Obispado de

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Chiapas que aceptó, rechazando el de Cuzco, con la esperanza de renovar su experiencia de Tuzulutlán y, ordenado obispo en Sevilla, partió con más de 40 jóvenes dominicos; su llegada y permanencia estuvieron colmadas de sinsabores. En 1546 logró realizar una reunión de los obispos de Nueva España (hoy México) que se pronunciaron a favor de los indios; pero ante la oposición de muchas fuerzas conjuradas contra él, prefirió regresar a España en 1547. En 1550 y en 1551 se presentó a debatir con el aristotélico y cortesano Juan Ginés de Sepúlveda, que sostenía un régimen «con vara de hierro» para los indios. El Consejo de Indias acoge las ideas de Las Casas. Se esforzó en recomendar celosos obispos y en promover el envío de numerosos y fervientes misioneros; a partir de 1552 se entrega a la redacción e

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impresión de sus obras, teniendo a su disposición, además de su excelente memoria y su gran erudición, a veces desorbitada y farragosa, la biblioteca de Hernando Colón. Algunos escritos ya estaban esbozados o elaborados anteriormente. Residió sus últimos años en Sevilla, y después, en 1564, se estableció en Madrid, ciudad donde murió. E.C.

Rebelión de Andresote (Andresote) (López del Rosario, Andrés)

Movimiento armado que estalla en 1731 contra la Compañía Guipuzcoana, liderado por Andrés López del Rosario, conocido como el zambo Andresote. La rebelión tuvo por escenario la región del Yaracuy, especialmente la zona donde desemboca el río de ese nombre y las

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costas de Puerto Cabello y Tucacas. En 1728, se creó la compañía, la cual en cierto modo subrogó el monopolio comercial que era privativo de España, y el rígido control que estableció dio por resultado la reacción de los criollos quienes se veían privados de ciertos privilegios. Por otra parte, la compañía combatió severamente el contrabando que desde varias décadas atrás se llevaba a cabo con Curazao, intercambiando cacao y tabaco por productos manufacturados europeos. Andresote, en los valles del Yaracuy, era instrumento de los productores y cosecheros criollos para burlar la vigilancia de las autoridades y lograr la salida de los frutos al exterior. En septiembre de 1731, ya la gobernación de Venezuela estaba conmovida por la acción de Andresote, por lo que Pedro José de Olavarriaga, juez pesquisidor y

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director general de la compañía, inició averiguaciones y diligencias para capturarlo. El zambo se declaró en rebelión abierta contra las autoridades provinciales y contra la Compañía Guipuzcoana, a la cabeza de muchos indios, mestizos, mulatos y negros cimarrones, armados de picas y de flechería, así como armas de fuego y blancas. Comete graves insultos, robos y asesinatos, todo a fin de mantener el contrabando con los extranjeros, fundamentalmente los holandeses, en las costas. El gobernador y capitán general de la provincia de Venezuela Sebastián García de La Torre, desde Caracas, mueve la maquinaria guerrera y envía en primer lugar a Luis López de Altamirano a combatir a Andresote. Luego lo seguirán Luis Lovera, Juan Romualdo de Guevara y otros, sin lograr someterlo. Una

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expedición muy bien organizada, al mando de Juan Manzaneda, quien tenía como segundo a Juan Ángel de Larrea, persigue al zambo y sus hombres por las montañas de Guabinas, «...país lóbrego, y para nosotros melancólico, montuoso, pendiente, suelo de piedras que cortaban los pies...» Andresote los derrota y los obliga a retirarse. Ante ese hecho, el gobernador asume personalmente la dirección de las operaciones y se encamina hacia Yaracuy. El 11 de febrero de 1732 ya estaba en el lugar de los hechos. Andresote no le dio el frente, posiblemente por falta de elementos de guerra y por la superioridad ofensiva de su perseguidor. Este trató de localizar al zambo en diversos puntos, y supo que ante la presencia de la expedición había huido por el río Yaracuy y embarcado en el puerto de Chichiriviche en una nave

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holandesa, rumbo a Curazao, donde murió algún tiempo después. Una parte de sus seguidores le acompañaron en su huida, pero otros se escondieron en las montañas vecinas. Como todavía había gente armada, fue enviado en su persecución Juan Fuentes. Nuevas acciones guerreras se suceden, sin alcanzar la completa pacificación hasta que en agosto de 1732 el obispo de Caracas, José Félix Valverde, confió a los sacerdotes capuchinos Tomás de Pons y Salvador de Cádiz la misión de pacificar los ánimos. El gobernador García de la Torre ofreció un indulto a los rebeldes que entregasen sus armas al teniente de justicia de Nirgua y luego siguiesen a Caracas a los 2 capuchinos. La predicación tuvo éxito. Entre noviembre y diciembre de 1732, se entregaron más de 160 rebeldes, con bastantes mujeres y niños. Al llegar a Turmero circuló el

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rumor de que en Caracas no se les mantendría la promesa del indulto. Fray Tomás de Pons decidió marchar hacia el Orinoco, y la mayoría le acompañó hasta Parmana en febrero de 1733. Una vez allí, una parte de los rebeldes huyó; el resto, entre quienes había hombres libres y esclavos, se quedó con el padre Pons, quien en abril de ese mismo año se trasladó a Caracas para pedir a las autoridades que les dejasen tranquilos. Así se hizo. Este movimiento de Andresote no puede considerarse como de tipo independentista, pero sirvió, como otros tantos ocurridos en Venezuela, para establecer vínculos de solidaridad entre sus habitantes y demostrar que era posible enfrentarse a las autoridades enviadas de España. Andresote no tuvo ideales concretos. Fue un hombre rudo y combativo, dedicado al contrabando, pero

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el haber puesto en guerra una región venezolana le dio fama. C.F.C.