ABELLÁN, José Luis

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V. La Escuela de Madrid: Profesores y proyección intelectual C omo ha sido puesto de manifiesto en el anterior capítulo, la Escuela de Madrid constituyó en sus años centrales un núcleo de enseñanza, a su vez coordinador de actividades diversas. En lo que se refiere al núcleo docente el eje, obviamente, correspondía a la enseñanza impartida por Ortega y Gasset, seguida inmediatamente por la que daban desde sus respectivas cátedras Manuel García Morente, Xavier Zubiri y José Gaos, todos ellos vinculados por lazos de amistad y jerarquizados por funciones docentes diferentes, así como por la que imponía la pertenencia a generaciones distintas: Morente, de 1886; Zubi- ri, de 1898; y Gaos, de 1900. En otro lugar hay que incluir a Julián Marías, que -por su fecha de nacimiento: 1914—pertenecía a una generación distinta y, dada su condición de alumno, en aquellos años centrales, no llegó a pertenecer en sentido estricto a la Escuela de Madrid, aunque sí a la Tradición orteguiana. En cualquier caso, todos ellos con la importancia suficiente para que se les conceda un capítulo independiente a cada uno. En lugar aparte y sin definir dejaremos a MARÍA ZAMBRANO [Vélez-Málaga (Málaga), 1907], a quien he visto citada en varias ocasiones como profesora au- xiliar de la Facultad en aquellos años. El que esto escribe tiene en su poder un "curriculum vitae" de la propia María Zambrano, donde puede leerse lo siguien- te: "Ayudante de la Facultad, asistente a los cursos de especialización, semina- rios, de Ortega y Gasset y Zubiri. Considerada como formando parte de la Escue- la de Ortega, de quien en efecto se dice discípula. La Razón vital de Ortega es su punto de partida; mas, tanto los temas como su pensamiento mismo, no siguen ese camino, como puede verse ya desde el ensayo Hacia un saber sobre el alma (1935)"(1). María Zambrano ha sido, ante todo y sobre todo, exiliada, y así se ha considerado ella, como deja muy claro en las siguientes palabras, que escribió el autor de estas líneas comentando su libro sobre los filósofos españoles exiliados: "El drama que fue, que es, para España y para nosotros el habernos tenido que realizar fuera me parece aún menor que el de esas generaciones que nos siguen y que usted ha hecho bien en recoger. Queda bien claro que hoy día, hace años, hay gentes de vocación filosófica en España que-va a... donde pueden para escri - bir y enseñar después en... donde pueden. Esos que nos siguen no han sido ya 47

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V. La Escuela de Madrid: Profesores y proyección intelectual

C omo ha sido puesto de manifiesto en el anterior capítulo, la Escuela de Madrid constituyó en sus años centrales un núcleo de enseñanza, a su vez coordinador de actividades diversas. En lo que se refiere al núcleo

docente el eje, obviamente, correspondía a la enseñanza impartida por Ortega y Gasset, seguida inmediatamente por la que daban desde sus respectivas cátedras Manuel García Morente, Xavier Zubiri y José Gaos, todos ellos vinculados por lazos de amistad y jerarquizados por funciones docentes diferentes, así como por la que imponía la pertenencia a generaciones distintas: Morente, de 1886; Zubi- ri, de 1898; y Gaos, de 1900. En otro lugar hay que incluir a Julián Marías, que -por su fecha de nacimiento: 1914— pertenecía a una generación distinta y, dada su condición de alumno, en aquellos años centrales, no llegó a pertenecer en sentido estricto a la Escuela de Madrid, aunque sí a la Tradición orteguiana. En cualquier caso, todos ellos con la importancia suficiente para que se les conceda un capítulo independiente a cada uno.

En lugar aparte y sin definir dejaremos a MARÍA ZAMBRANO [Vélez-Málaga (M álaga), 1907], a quien he visto citada en varias ocasiones como profesora au­xiliar de la Facultad en aquellos años. El que esto escribe tiene en su poder un "curriculum vitae" de la propia María Zambrano, donde puede leerse lo siguien­te: "Ayudante de la Facultad, asistente a los cursos de especialización, semina­rios, de Ortega y Gasset y Zubiri. Considerada como formando parte de la Escue­la de Ortega, de quien en efecto se dice discípula. La Razón vital de Ortega es su punto de partida; mas, tanto los temas como su pensamiento mismo, no siguen ese camino, como puede verse ya desde el ensayo Hacia un saber sobre el alma (1935)"(1). María Zambrano ha sido, ante todo y sobre todo, exiliada, y así se ha considerado ella, como deja muy claro en las siguientes palabras, que escribió el autor de estas líneas comentando su libro sobre los filósofos españoles exiliados: "El drama que fue, que es, para España y para nosotros el habernos tenido que realizar fuera me parece aún menor que el de esas generaciones que nos siguen y que usted ha hecho bien en recoger. Queda bien claro que hoy día, hace años, hay gentes de vocación filosófica en España que-va a... donde pueden para escri­bir y enseñar después en... donde pueden. Esos que nos siguen no han sido ya

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formados en España fundamentalmente por maestros españoles. Qué contraste, por ejemplo, entre Gaos y yo misma, los dos productos indígenas, por así decir, 'Made in Spain', lo que quiere decir que se podía estudiar filosofía entre noso­tros, que teníanos padres, hermanos. Es simplemente atroz que las nuevas gene­raciones tengan que emparentarse con Heidegger, Sartre, Jaspers..."(2).

1. LA PROYECCION ORTEGUIANA EN EL AMBITO DE LA PEDAGOGIA

El núcleo central a que nos hemos referido tenía su asiento en la Sección de Filosofía de la Facultad de Filosofía y Letras, pero -dentro del ámbito universita­rio— todavía existían otros profesores que, por sus lazos personales con el maes­tro, impartían la docencia con una orientación orteguiana tan definida que per­mite incluirlos dentro de las ramificaciones que la Escuela de Madrid tenía den­tro de la Universidad Central.

En primer lugar, en la propia Facultad de Filosofía y Letras, donde por De­creto de 27 de enero de 1932 se crea la Sección de Pedagogía, adscrita a la mis­ma; en ella se integró don Juan Zaragüeta como catedrático, que ya lo era desde 1930. Aunque, en ningún modo se le puede considerar orteguiano, la verdad es que su orientación básicamente escolástica estaba muy influida por los plantea­mientos vitalistas entonces vigentes; era frecuente que explicara cursos para es­tudiantes filósofos, como los que impartió sobre "Vitalismo y ontologismo en la Filosofía de Bergsón" y sobre "Introducción a una filosofía vitalista"(3). N o es, pues, un contrasentido completo que Zaragüeta se hiciese cargo de la cátedra de Metafísica después de la guerra civil, al producirse la ausencia de Ortega y Gas- set. En cualquier caso, sí puede considerarse plenamente orteguiano a LORENZO LUZURIAGA [Valdepeñas (Ciudad Real), 1889-Buenos Aires, 1959], que fue pro­fesor encargado del curso de Pedagogía en dicha Sección desde 1933. Formado en el ambiente de la Institución Libre de Enseñanza, que luego amplió mediante estudios en Alem ania -Universidades de Berlín y Jena-, realizará una actividad incansable en el desarrollo de la pedagogía como ciencia; en esta orientación tiene particular interés la fundación que hizo en 1922 de la Revista de Pedagogía, mediante la que intentó "reflejar el movimiento pedagógico contemporáneo y, en la medida de sus fuerzas, contribuir a su desarrollo". A tal fin editó como ane­xo a dicha revista unas Publicaciones de la Revista de Pedagogía, donde aparecie­ron textos importantes; esta tarea de publicaciones fue continuada posterior­mente durante su exilio bonaerense. La vinculación con Ortega y Gasset prove­nía desde 1908, en que éste ganara la cátedra de Filosofía en la Escuela Superior de Magisterio. "Desde entonces -d ice el propio Luzuriaga- he permanecido en relación intelectual y amistosa con él, hasta que el exilio nos separó en 1936, aunque pude volver a verle ocasionalmente más tarde. Pero su persona y sus ideas han estado siempre presentes en mí, como sin duda ha ocurrido a todos los que

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tuvimos el privilegio de conocerle y tratarle"; de aquí que no dude en calificarle como "mi maestro y amigo de toda la vida"<4). Es indudable, por los datos que po­seemos, que la Sección de Pedagogía, creada como ámbito de enseñanza adscrita a la Facultad de Filosofía y Letras, era una iniciativa de Ortega -interesadísimo desde muy joven por todo lo relacionado con lo pedagógico- que ejecutó García Morente al ser nombrado decano en 1932, y en esa iniciativa Luzuriaga había de constituir una pieza esencial, de no haber sido truncada su labor por la guerra civil,5).

En relación con los programas de reforma educativa orientados a desarrollar la pedagogía como disciplina científica hay que destacar la extraordinaria labor realizada por JOAQUÍN XlRAU [Figueras (Gerona), 1895-México, 1946] en C ata­luña. Tras licenciarse en Filosofía y Letras en Barcelona viaja a Madrid, donde obtendrá el doctorado en la misma Facultad (1922) y en la de Derecho (1923); durante esos años establece sólidos vínculos intelectuales con los hombres de la Institución Libre de Enseñanza -especialm ente Manuel B. C ossío- y los profeso­res de la futura Escuela de Madrid -O rtega, Morente, Zubiri, G aos-, cuyas orien­taciones filosóficas van a ser decisivas en su ulterior desarrollo intelectual; a ellos deberá su interés por la pedagogía y cuestiones afines, que le llevarán a fun­dar la Revista de Psicología y Psicotecnia, en 1933, junto con un Seminario de Peda- gogía; ambas actividades radicadas en el Instituto Psicotécnico de la Universidad de Barcelona.

En esa institución Xirau será pieza clave de la reforma universitaria, a partir del año 1933, en que se le nombra decano de la Facultad de Filosofía y Letras; alterna sus actividades en ella con las que ejerce desde la presidencia del Patro­nato Escolar de Barcelona, el Consejo de Segunda Enseñanza de Cataluña y el Consejo de Cultura de la Generalitat, donde era vocal. S in ser orteguiano en sentido estricto, puede considerársele como una pieza clave del programa de re­formas educativas que habían recibido su impulso inicial de institucionistas y or- teguianos; en este sentido, no puede considerársele un miembro de la Escuela de Madrid, pero sí conexión catalana fundamental para la misma.

2. LUIS RECASENS S1CHES: UN JURISTA EN LA ESCUELA DE MADRID

La asignatura de Filosofía del Derecho de la Facultad de Derecho figuraba entre las asignaturas del plan de estudios que los estudiantes de Filosofía y Letras podían elegir libremente para licenciarse en su Facultad dentro de la Sección de Filosofía. A esta circunstancia se unió el hecho de que desde 1933 la citada cáte­dra fue ocupada por un orteguiano ferviente, Luis RECASÉNS SlCHES (Guatem a­la, 1903-México, 1977), que había sido catedrático de dicha asignatura en San ­tiago de Com postela (1928), Salam anca (1930) y Valladolid (1932), accedió a la de Madrid en ese mismo año. Había sido uno de los estudiantes aventajados

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de Ortega en los años anteriores, convencido de la fecundidad de sus teorías filo­sóficas para nuevos planteamientos en el ámbito jurídico. Así, aunque ampliará estudios en Italia, con Del Vecchio, y en Alemania, con Stammler, nunca dejó de ser un orteguiano convencido; por ello, basándose en las orientaciones filosó­ficas de su maestro, desarrollará una amplia labor investigadora y de publicacio­nes, realizada en su mayor parte durante el exilio mexicano. A l salir de España en 1937 se instala en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional A utó­noma de M éxico, donde será catedrático hasta su jubilación; también se incor­pora desde el principio en dicha ciudad como investigador al Centro de Estudios Filosóficos. Entre las numerosas obras publicadas durante estos años destacan Vida humana, Sociedad y Derecho (M éxico, 1940; segunda edición aumentada, 1945) y Nueva filosofía de la interpretación del Derecho (México, 1956), donde ex­pone su propia orientación filosófica, de inequívoca orientación orteguiana.

El punto de partida es una fundamentación ontológica del fenómeno jurídi­co sobre lo que llama "vida humana" como realidad radical. A raíz de su análisis surge una teoría fundamental del Derecho, en primer lugar; una axiología jurídica, en segundo lugar; y una filosofía de la interpretación del Derecho, en tercer lugar.

"Por lo que se refiere a los temas de la teoría general o fundamental del D e­recho, se enfrenta primero con el problema de la definición del Derecho, cues­tión que comporta la de la esencia y localización del mismo dentro del universo. El Derecho, nos dice Recaséns, no pertenece a la naturaleza física, no se reduce a realidad psicológica, no puede considerarse tampoco pura idea o puro valor; por el contrario, lo jurídico hay que localizarlo dentro de la vida humana.

En este punto, Recaséns Siches incorpora a su pensamiento la filosofía de José Ortega y Gasset, la metafísica de la razón vital, dentro de la cual la vida es considerada biográficamente como la de cada uno, exclusivamente propia e indivi­dual. La vida como un drama entre el yo y el mundo, como quehacer libre del hombre, como organización del mundo en una perspectiva, como capacidad de decidir nuestro propio programa vital, como objeto de valoraciones y estimacio­nes ineludibles, son algunas de las características orteguianas de la vida, que R e­caséns hace suyas, integrándolas con pensamientos propios o con elaboraciones de otros autores en los que resulta muy difícil deslindar los campos. Por ejemplo, en lo referente a la doctrina del libre albedrío, según la cual éste no es una ener­gía, cosa o facultad que tengan los hombres, sino que es una condición que ex­presa la situación ontológica de la inserción líbre del hombre en su circunstan­cia. Esta inserción no consiste en estar encajado en la circunstancia de un modo fijo e inamovible, sino con una cierta holgura, con un margen de posibilidades entre las que el hombre puede elegir mediante una decisión personal y responsa­ble. Por hallarse en esta privilegiada situación óntica, decimos que el hombre es albedrío. Por supuesto, que el hombre no ejerce tal albedrío en gran parte de su vida, sometiendo su decisión a la de otros o acomodando su conducta a alguna otra ya prefigurada en el contorno social; sólo cuando el yo se decide como au­

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téntico señor sobre todos los estímulos, externos e internos, poniendo al servicio de su decisión todos los componentes de su contorno anímico, somático y social, podemos hablar de libertad positiva, de conquista real de la libertad. En esta visión de la libertad se mezclan, como podemos apreciar, elementos muy diversos, algu- nos pragm atistas de Jam es y Dewey, otros antropológicos de Ortega y Erich Fromm, siempre entremezclados en la elaboración muy personal del autor.

El resultado del punto de partida de una metafísica semejante es localizar el Derecho -leyes, reglamentos, códigos, e tc .- dentro de la cultura o vida hu- mana objetivada o como un re-vivir o re-actualizar dichas normas. Pues los he­chos de la cultura, en contra de lo que ocurre con los fenómenos de la naturale­za, tienen un sentido circunstancial nacido de y para satisfacer necesidades deter­minadas; por ello las normas jurídicas han de individualizarse y concretarse a cada caso, con lo que cambian al re-vivirse y re-actualizarse en nuevas situacio­nes. Ahora bien: dentro de la vida humana objetivada, esto es, dentro del mun­do de la cultura, el Derecho se caracteriza por las notas de lo normativo y de lo colectivo.

Recaséns Siches separa con claridad las proposiciones normativas de las enunciativas, sólo aquéllas expresan algo debido, un debe ser, que no siempre se cumple. Es del máximo interés la distinción que establece entre forma y conte­nido normativo; todas las proposiciones jurídicas son formalmente normativas, pero materialmente no siempre es así, pues puede ocurrir que no estén acordes con la justicia o los valores implicados por ella.

Por lo que respecta a lo colectivo, Recaséns Siches distingue tres tipos de vida humana:

a) La vida propiamente individual, en la que el sujeto no es sólo actor, sino en gran medida también autor de su propia vida.

b) La vida interindividual, por la que los sujetos, en tanto que individuos, se relacionan entre sí, como ocurre en la amistad, el amor, etc.

c) La vida colectiva, en la que el sujeto no vive como individuo, sino con arreglo a un patrón o modelo creado por la sociedad; son modos de vida comuna­les, tipificados, genéricos, anónimos.

Estos tres tipos de vida no se dan aislados, sino estrechamente entremezcla­dos en la vida diaria. A quí nos interesa, sobre todo, lo colectivo, en cuanto cons­tituye el reino propio del Derecho, sin dejar de tener en cuenta que lo colectivo constituye algo esencial a la vida humana.

Quizá la más importante de las interrelaciones entre lo individual y lo co­lectivo es la que constituye la historicidad. Por ser social, el hombre necesita apoyarse en la herencia cultural de sus antepasados, sin la cual no podría progre­sar ni avanzar en ningún aspecto; pero por ser individual, el hombre es capaz de rectificar e innovar el pasado recibido, contribuyendo a enriquecerlo, simplifi­carlo, perfeccionarlo o superarlo"<6).

Estos planteamientos le llevan a una serie de reflexiones en el campo de la

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estimativa jurídica, que abocan a una filosofía de la interpretación del Derecho, basada en lo que él llama logos de lo razonable.

"En su libro Nueva interpretación de la filosofía del Derecho, Recaséns trata de mostrar cuál es la esencia de la función del juzgador y cuál es, de acuerdo con esa esencia, el ámbito y la índole de sus facultades, para lo cual usa de tres perspecti­vas principales, a cuya luz examina dicho cometido:

1. Mediante la consideración de que la lógica material del derecho es dife­rente de la lógica tradicional, pues se manifiesta como lógica de lo razonable a diferencia de la de lo racional.

2. Mediante la comprensión de la índole de las normas jurídicas en cuanto a su contenido, que no está constituido por principios ideales con validez abs­tracta, sino por obras humanas que fueron suscitadas por determinadas motiva­ciones concretas, por necesidades sentidas en ciertas circunstancias y a cuya sa­tisfacción se encaminaron.

3. Mediante la correcta comprensión dentro del orden jurídico de las rela­ciones entre las normas generales (leyes, reglamentos, costumbres) y las normas individualizadas o de contenido singularmente concreto (fallos judiciales y reso­luciones administrativas).

En todo lo anterior está supuesto un rechazo de la lógica tradicional, pura o matemática, lógica de lo racional, así la llama él en distintas ocasiones, como apta para tratar con las normas del derecho positivo, y la contraposición de una lógica o logos de lo razonable, para cuya ejemplificación cita el famoso ejemplo de Rad- bruch:

En el andén de una estación ferroviaria de Polonia había un letrero que transcribía un artículo del reglamento de ferrocarriles que decía: 'Se prohíbe el paso al andén con perros'. Sucedió una vez que alguien iba a penetrar en el an­dén con un oso. El empleado que vigilaba la puerta le impidió el acceso. Protes­tó la persona que iba acompañado del oso, puesto que el artículo sólo prohibía la entrada de perros, pero no de otros animales. Y así se centró en torno a la inter­pretación de aquel artículo del reglamento una controversia jurídica.

Recaséns nos presenta este caso para hacem os ver a los absurdos que puede llevar una aplicación de la lógica tradicional del silogismo a circunstancias como la anterior. Ello nos conduce a la impresión de que la lógica tradicional es inade­cuada, al menos en parte, para iluminarnos en la interpretación de los conteni­dos de los preceptos jurídicos; más aún, dicha lógica nos conduce a veces a consecuencias disparatadas como la anterior. En consecuencia, se impone la ne­cesidad de acudir a otra lógica: la lógica de lo razonable de que nos habla nuestro autor. Es evidente que la lógica tradicional no agota el campo de la lógica; junto a ella existe una razón histórica (Dilthey), una razón vital (Ortega y Gasset), una lógica de la experiencia práctica (Dewey) y una lógica de lo humano (Recaséns Siches); todas ellas tienen por objeto una vertiente de lo humano, a diferencia de la lógica tradicional (o físico-matemática) apta sólo para tratar con ideas a priori,

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sean axiomas lógicos, principios matemáticos, leyes del silogismo, etc.El logos de lo humano, a cuya exploración se ha dedicado Recaséns, es una

razón impregnada de puntos de vista estimativos, criterios de valoración, pautas axiológicas y con una fundamental carga de experiencia; dentro de este logos de lo humano la lógica de lo razonable ocupa un sector importante, cuyo contenido está cargado a medias por la 'lógica de la razón vital e histórica' (Ortega) y por la 'lógica experimental' (Dewey). Esta es la lógica que debemos emplear en el tra­tamiento de las disposiciones jurídicas, aunque no en lo que toca a la lógica for­mal del Derecho o a la teoría general del Derecho, pues esta última se ocupa de esencias a priori que son necesarias y universales"™.

3. EL AMBITO EXTRA UNIVERSITARIO: RELACIONES CO N EL INSTITUCIONISM O

Es sabido que Ortega había estudiado con los jesuítas: primero, en el C ole­gio de Miraflores de El Palo (M álaga), durante sus estudios secundarios y después en la Universidad de Deusto, donde inició su carrera universitaria, aunque luego terminase ésta en la Universidad de Madrid, doctorándose con una tesis sobre Los terrores del año mil (crítica de una leyenda), en el año 1904- A partir de ese momento se inician sus contactos con los institucionistas, que serán cada vez más intensos, terminando en una auténtica colaboración, especialmente desde el momento en que se crea la Junta para Am pliación de Estudios en 1907.

La primera relación institucional es la que se deriva de su condición de be­cario de la Junta por pensión concedida mediante R.O. de 15 de diciembre de 1910, lo que le llevará a pasar todo el año 1911 en Marburgo, estudiando neo- kantismo con H. Cohén y P. Natorp; antes ya había estado, entre 1905 y 1907, alternando estudios en Berlín, Leipzig y Marburgo. En 1914 aparece su primer li­bro -Meditaciones del Quijote- entre las "Publicaciones de la Residencia de Estu­diantes", y a partir de entonces frecuentará aquella casa -de cuyo Patronato for­ma parte- en relaciones de amistad y muchas veces como conferenciante ilustre. La colaboración más estrecha con el institucionismo se establecerá, sin embargo, a través del Centro de Estudios Históricos, para el cual trabajó como vocal en el área de filosofía, seleccionando a los futuros pensionados.

Este tipo de conexiones digamos que entraba dentro de la consideración de buenas relaciones y en algún caso de amistosa colaboración, pero en ningún mo­do pueden considerarse extensión de la Escuela de Madrid, salvo en lo que se re­fiere a la Residencia de Señoritas, donde Ortega logra, en efecto, colocar un peón. Me refiero a MARÍA DE MAEZTU (Vitoria, 1882. Buenos Aires. 1947), que había sido alumna de Unamuno en Salam anca y de Ortega en Madrid. Por su­gestión de éste fue a Marburgo para estudiar con H. Cohén la filosofía neokan- tiana y especializarse en pedagogía social con P. Natorp. Viajó por toda Europa

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para conocer las escuelas nuevas, lo que luego le serviría para desarrollar en Es­paña un proyecto de reforma de los métodos de enseñanza, entre los que entra la creación de escuelas al aire libre, fundación de las primeras cantinas y colonias escolares. El desarrollo de esta labor fue muy favorecido por su puesto como di­rectora de la Residencia de Señoritas en Madrid, que fundó en 1915, desde don­de consiguió vincularse como vocal al Consejo Nacional de Cultura y a la C o ­misión de Reformas Escolares, de la que fue presidenta.

La importancia de la Residencia de Señoritas para la reforma de la mujer en España y su inserción en la sociedad ha sido ya señalada por nosotros®, por lo que no insistiremos sobre ello. Es necesario destacar, en todo caso, la importan­cia de María de Maeztu como impulsora de aquel proyecto, lo que aún no se ha hecho suficientemente por carecer de un estudio completo y detallado de la obra realizada por esta mujer extraordinaria*9’. Sus amigos y mentores de dieron pron­to cuenta de su gran facilidad de palabra y su capacidad como expositora de te­mas difíciles, lo que la convirtió en ilustre conferenciante, actuando como em­bajadora de la cultura española en numerosas instituciones nacionales y extran­jeras. En calidad de tal estuvo en Oxford, Londres -K ing's College-, París y Bru­selas; también dio conferencias en Universidades de Estados Unidos: Columbia, Wellesley, Bryn-Mawr y Sm ith College, donde fue nombrada doctora honoris causa.

Aunque no fue escritora prolífica, dejó dos obras interesantes, aparte nume­rosos ensayos y artículos. Esas obras son: Historia de la cultura europea (1941) y una Antología - siglo XX. Prosistas españoles (Buenos Aires, 1943), a la que acom­paña semblanzas y comentarios en una prosa cálida y viva que hace de los auto­res presentados retratos llenos de emoción.

La guerra civil produjo un impacto traumático sobre su vida y sus ideas, lo que la indujo a dar a éstas una orientación conservadora durante su estancia en Argentina después de la contienda. Sin duda, Victoria Ocampo, que era amiga suya de muchos años antes supo percibirlo bien, como lo testimonio Carmen de Zulueta en esta gráfica descripción con que terminamos este apartado:

"Victoria Ocampo ha calado en la personalidad de María. N o era ésta la fría intelectual que algunas personas sospechaban; al contrario, era una mujer apa­sionada, entusiasta, también irritable. Esta pasión, esta violencia que existía en el carácter de María de Maeztu fue probablemente la causa de la desilusión expe­rimentada por Victoria Ocampo con relación a la educadora española. La vio­lenta reacción de María al comenzar la guerra civil y perder ella lo que más que­ría -su Residencia y su hermano Ram iro- fue probablemente el motivo que in­dujo a Victoria Ocampo a escribir las líneas siguientes: 'La política, que jamás jugó el menor papel en mi existencia, está tan mezclada a la trama de nuestros días desde el advenimiento de las dictaduras, que ha causado cantidad de de­rrumbes en mi vida amistosa. María... fue uno de esos derrumbes'. En la página anterior del mismo libro explica Victoria lo que ella llama 'error de juicio'. 'Yo la

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admiraba mucho, pero durante los primeros años de nuestra relación no tenía una idea clara de su carácter, de sus cualidades reales y de sus defectos muy hu­manos. Este error de juicio me llevó, más tarde, a una reacción excesiva, de la que me arrepiento. Había hecho de ella una mujer heroica, mientras no era más que una mujer infatigable trabajadora, que todo lo sacrificaba por el fin que que­ría alcanzar.' Esta mujer apasionada, infatigable trabajadora, puso su pasión y su esfuerzo en su Residencia, la 'obra', como ella la llama, que está por encima de todo"(10).

4. EL AMBITO EXTRAUNIVERSITARIO: "REVISTA DE O CCID EN TE"

En lo que se refiere a la influencia de Ortega en ámbitos extrauniversitarios, el lugar privilegiado de la misma es la Revista de Occidente, fundada en julio de1923, fecha en que aparece el primer número, siendo el director el propio Orte­ga, y secretario de la misma, Femando Vela; el resto del equipo estaba compuesto por Manuel Ortega y Gasset, gerente; Dolores Castilla, Lolita, que es ya un mito en la historia de la Revista*111; Angel Pumarega, corrector; y Anacleto, botones.

La Revista de Occidente no es la única plataforma de la actuación extrauni- versitaria de Ortega; como antecedentes de la misma hay que considerar las que antes hemos llamado sus "fundaciones"(12). Estamos de acuerdo con Evelyne Ló­pez Cam pillo cuando dice: "La Revista de Occidente no debe considerarse como una creación ex nihilo de Ortega. Es el remate de un proceso durante el cual los ensayos, los fracasos (trial and error) muestran que la política cultural de Ortega es el producto de varios encuentros en las diferentes etapas de su vida. Lo que significa que Ortega no ha sacado de sus cogitaciones la idea de una revista cul­tural como la Revista de Occidente, sino que es la suma de una experiencia que integra, en cierto modo, la acción política, es la culminación de un vivir"(13).

A través de los "Propósitos" proclamados en el primer número parece claro que la Revista de Occidente está concebida como una plataforma de lanzamiento para la transformación cultural de España. El director de la publicación está con­vencido de que no ha llegado aún la hora grande de la política, y por eso —igual que hizo en El Espectador- se coloca "de espaldas a toda política, ya que la políti­ca no aspira nunca a entender las cosas". Por otro lado, está convencido también -y la Gran Guerra lo hizo evidente- que el mundo está en un proceso de profun­da transformación en las ideas y en las formas de vida; introducir éstas en Espa­ña, atendiendo a lo que se piensa y se siente en el mundo, es el objetivo priorita­rio de cualquiera que desee situarse "a la altura de las circunstancias"; el mismo título de la revista es indicativo de lo que ésta quería tener de mirada atenta y de antena sensible a todo lo que estaba ocurriendo en el horizonte del mundo occi­dental. De aquí su consciente alejamiento de la política y su atención preferente al orden de la cultura, más que de la filosofía en sentido estricto. El minucioso

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análisis de López Cam pillo así lo revela: la importancia cuantitativa de la sec­ción filosófica -d ice- "es relativamente mediana, mucho después de la creación y de la crítica literaria, por ejemplo". Es sintomático, por otro lado, que la preo­cupación filosófica "se refuerza a partir de los años 1929-30 hasta 1936, con la aparición de un nuevo grupo de colaboradores formados por jóvenes discípulos filosóficos de Ortega (citemos a Ramiro Ledesma Ramos, X. Zubiri, M. Zambra- no, J. Marías, J. G aos...). Estos jóvenes colaboradores vienen, no a sustituir, sino a reforzar y renovar el tándem Vela-García M orente"(14). A ningún observador atento puede escapársele el hecho de que esos años son precisamente los de la constitución formal de la Escuela de Madrid.

La pretensión de que la Revista de Occidente fuera ante todo plataforma cul­tural y, sólo en segundo término, palanca filosófica, queda muy clara, si tenemos en cuenta que su acción era reforzada por el mantenimiento simultáneo de la tertulia aneja a la misma y la fundación de una editorial que completase su labor. Por lo que se refiere a la tertulia, no debe minusvalorarse su importancia. Era el lugar idóneo para la expresión de la inteligencia y el ingenio de Ortega, que se manifestaba de las más diversas maneras y en muy variadas formas. He aquí una anécdota reveladora de lo que decimos, contada por José Gaos:

"U na noche, en la tertulia de la Revista de Occidente, no sé cómo, en el cur­so de una conversación, vine a mentar a mis hermanos. - ¡C ó m o!, saltó Ortega, ¿pero tiene usted hermanos? —Sí, don José... ¿no lo sabía? ¿No he tenido ocasión de decírselo nunca...? Soy el mayor de nueve hermanos -vivos, porque hemos si­do, o debido ser, hasta quince... -Pero si tiene usted psicología de hijo único -y me miraba con una mirada que calaba hasta el fondo, porque venía de profundi­dades. —Pues, don José, no deja usted de tener razón; tiene usted más que razón, pues, aunque soy el mayor de tantos hermanos, no me crié con ellos, ni con mis padres, sino solo, con mis abuelos maternos, de manera que bien puedo tener psicología, no ya de hijo único, sino de nieto único, que puede que sea más... Po­cas veces me impresionó más la sagacidad de Ortega, y otro tanto ha vuelto a impresionarme, cada vez que he recordado el caso"(15>.

Por la tertulia pasaron personajes de toda índole, muchos de ellos de la más alta talla intelectual, como Albert Einstein, Leo Frobenius y el conde de Keyser- ling. "El local donde se celebraba -n os dice G ao s- era un amplio y luminoso despacho de la Gran Vía madrileña, un piso encima de donde estaba situada la Editorial Espasa-Calpe"; allí tenía Ortega uno de los mejores momentos de su vi­da intelectual, según nos cuentan sus discípulos. He aquí lo que nos narra José Gaos, la persona entonces más próxima a él y a la Revista: "Ortega necesitaba vi­talmente de la tertulia...; qué cosas no le oímos en ella, que renovaban siempre la admiración, con admiración incluso por semejante renovación; para poner un solo ejemplo, traído por asociación de semejanza de tema con el ejemplo ante­rior, de la vocación periodística de Ortega, aquella estupefaciente disertación de una noche, improvisada sin duda, pero sobre el doble fondo profundo de una lar­

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ga y excepcionalmente competente afición a los toros y de su no menos extensa y excepcionalmente docta 'afición al saber' sobre la corrida de toros como la lu­cha entre un animal vertical y un animal horizontal. Por lo demás, y contra lo que pudiera presumirse, Ortega no era siempre el protagonista de su tertulia. Consentía hasta antagonistas, habituales, y sobre todo otros protagonistas, aun­que no cualesquiera, pues tenía sus favoritos y sus indeseables, mas a los primeros les consentía con tanto gusto llevar la voz cantante, como para que en efecto la llevasen habitualmente desde que aparecían en la tertulia, una noche tras otra; así, a Ram ón Gómez de la Serna, cuya grave voz un poco agria y cuyo tono un tanto castizo, madrileñamente desgarrado, decían cosas ciertamente sabrosas, en que se podía sorprender al árbol henchido, tirante de savia pujante, produciendo con su inagotable espontaneidad creadora sus frutos literarios. Es la vez en que son presentados, el más ilustre de los que serán contertulios habituales, el físico don Blas Cabrera y Ramón. 'Ah, ¿con que usted es el dueño del átomo?' -salta la fantasía del escritor- y continúa allí mismo brotando las 'gregerías' con que aca­bará por integrarse El dueño del átomo"116’.

En la tertulia no sólo se preparaban, desde luego, los números de la Revista, sino que probablemente se intercambiaban opiniones sobre las publicaciones de la Editorial. A sí interpretamos lo que dice E. López Cam pillo cuando afirma:

"La Revista da la sensación de ser la prolongación de un diálogo, de un inter­cambio, que se producían problamentente durante las reuniones de discusión pre­vias a la elaboración de los números. A partir de su contenido, no puede ponerse en evidencia una línea ideológica estrecha: no cabe duda de que siempre es posi­ble, dada la variedad de las posiciones expresadas, atribuirla una línea ideológica determinada (aristocrática, por no decir prefascista, como se afirma a veces), pero esto no puede hacerse más que mutilando todas las otras posibilidades presentes en la revista. De hecho, la revista era un lugar de encuentro para ciertas minorí­as que, a partir de 1931, tomaron posiciones políticas variadas: comunista, tradi- cionalista, falangista, etc. Es evidente, en efecto, que la Revista no fue la revista de Ortega, en un sentido estrecho: Ortega es el iniciador, el mecenas. N o es su ideológo, ni siquiera su mentor, y puede decirse, con Fernando Vela, que él cola­boró menos en la revista que otros muchos. Fundó esta revista para formar lecto­res que tuvieran su cultura, para crear una atmósfera cultural en la que él pudiera ser leído, discutido y apreciado por sus iguales. La Revista de Occidente se conci­bió como una invitación a la emulación"117’.

En los "Propósitos" del primer número de la Revista de Occidente se decía, entre otras cosas:

"En la sazón presente adquiere mayor urgencia este afán de conocer 'por dónde va el mundo', pues surgen donde quiera los síntomas de una profunda transformación en las ideas, en los sentimientos, en las maneras, en las institu­ciones. Muchas gentes comienzan a sentir la penosa impresión de ver su existen­cia invadida por el caos. Y, sin embargo, un poco de claridad, otro poco de orden

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y suficiente jerarquía en la información les revelaría pronto el plano de la nueva arquitectura en que la vida occidental se está reconstruyendo..."

A ese fin quiere coadyuvar la Editorial también; de ahí que sea tan intere­sante repasar la nómina de los autores que van a componer ese fondo editorial. Entre ellos los siguientes: Franz Brentano, Hans Driesch, A .S . Eddington, J.T. Fichte, G.W. Hegel, Heinz Heimsoeth, G . Hessen, E. Husserl, S. Kierkegaard, C .J. Jung, T. Litt, F. Müller, A . Pfánder, Bertrand Russell, M ax Scheler, G . Sim- mel y W emer Sombart. Por lo que se refiere a los autores españoles que aparecen con mayor frecuencia, es obligado citar a Rafael Alberti, Francisco Ayala, Va­lentín Andrés Alvarez, Federico García Lorca, Jorge Guillén, Victoria Ocampo, Gustavo Pittaluga, Pedro Salinas, Pío Baroja, Gerardo Diego, Rosa Chacel, A n ­tonio Espina, Benjamín Jam és, E. Giménez Caballero, Antonio Marichalar, José Moreno Villa, R. Pérez de Ayala, Guillermo de Torre...

En vinculación muy estrecha con la Revista aparecen los nombres de dos de los discípulos más importantes que Ortega tuvo en nuestro país. Me refiero a Fernando Vela y a Paulino Garagorri que, por pertenecer a generaciones distin­tas, ocupan muy distinto lugar en la cronología de la evolución intelectual orte- guiana y de su influencia. FERNANDO V e l a (Oviedo, 1888-Madrid, 1966) era só­lo seis años más joven que el maestro y su formación era, ante todo, de carácter periodístico. Fue director de El Sol y de Diario de Madrid, pero desde 1923, en que funda con Ortega la Revista de Occidente se convierte en fiel secretario de la nueva publicación y colaborador estrechísimo de Ortega. Era un hombre de sóli­da cultura filosófica y de gran ingenio y agudeza, que le hace tratar con acierto los más variados temas de la cultura, ya sean artísticos, literarios o de pensa­miento. Entre sus libros destacan: El arte al cubo (1925), El futuro imperfecto (1931), El grano de pimienta (1950), Circunstancias (1952) y Los Estados Unidos entran en la historia (1946). En relación con el penamiento orteguiano sólo pu­blicó un libro, Ortega y los existencialismos (1961), que revela una gran compren­sión y penetración en la filosofía del maestro.

S i Vela era ante todo compañero y amigo, PAULINO GARAGORRI (San S e ­bastián, 1916) es más que nada discípulo, entre otras cosas, porque durante los años de la República, en que hizo sus estudios, era alumno de la Facultad de Fi­losofía y Letras, aunque los avatares de la guerra no le permitieran acabar la ca­rrera hasta después de 1939. El hecho de que eligiera como tutor de sus estudios a José Gaos y que se dedicase después a profundizar en la filosofía orteguiana le convierte en uno de los más conspicuos intérpretes de dicha filosofía, quizá -y no creo exagerar- en el más fidedigno al verdadero espíritu de la filosofía que tu­vo en España después de la guerra. Sus libros así lo avalan: Ortega, una reforma de la filosofía (1968), La paradoja del filósofo (1959), Del pasado al porvenir (1965), Relaciones y disputaciones orteguianas (1966), Ejercicios intelectuales (1967), Intro­ducción a Ortega (1970) y La tentación política (1971). En 1985 ha editado una edición, renovada y ampliada de su libro Unamuno, Ortega, Zubiri en la filosofía

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española (1968), con el título de La filosofía española en el siglo XX, que introduce interesantes perspectivas sobre la misma, muy a tener en cuenta por todos a quienes el tema preocupe. Entre sus aportaciones a la historia intelectual espa- ñola debe tomarse en consideración su libro Españoles razonantes (1969), en el que aparecen agudos y novedosos estudios sobre Antonio López de Vega y Javier de Munibe.

De discípulo ilustre, Garagorri pasó a ser el editor de las obras postumas de Ortega y ordenador de la nueva edición de sus Obras Completas (1983), así como secretario de la Revista de Occidente (segunda época) en 1963. Por testimonio del propio Garagorri sabemos que realizó un papel de "oyente perfecto", tras la gue- rra civil, similar al que había realizado Gaos antes de ella; comentando precisa- mente uno de los párrafos de éste en sus Confesiones profesionales, dice Garagorri:

"Cuenta Gaos, cómo en los años treinta Ortega acostumbraba llevarle en su coche a primera hora de la tarde para salir al entorno de Madrid y pasear un rato al aire libre, hablando de lo visible e invisible del mundo; costumbre bien cono- cida para mí, porque, en sus estancias madrileñas en los años cincuenta, Ortega solía invitarme a recogerle yo con el mismo programa, y, alguna vez, por los mis- mos parajes -G alapagar— que Gaos precisa"<18).

5. LA PROYECCION AMERICANA DEL ORTECUISM O: ARGENTINA

La proyección del orteguismo en los países americanos de lengua española se ejerció principalmente a través de las ideas de Ortega difundidas por los segui- dores de sus doctrinas, que fueron lanzados al exilio por la guerra civil. Com o ya vimos, la Escuela de Madrid desaparece en 1936, produciendo los traumatismos ideológicos de que ya hicimos relación. S in embargo, un buen número de esos seguidores permaneció fiel a las doctrinas del maestro y las difundieron bajo di­ferentes perspectivas desde sus cátedras, revistas u otros órganos de actuación pública. S i no puede hablarse ya propiamente de Escuela de Madrid, sí cabe ha- cerlo de tradición orteguiana. A ella pertenecían, de algún modo, Manuel Gra- nell, María Zambrano, Francisco Ayala y Luis Recaséns Siches; en grado emi­nente, José Gaos, razón por la cual le dedicaremos un capítulo independiente. Del resto -salvo Recaséns, al que ya hemos dedicado atención- nos ocuparemos más adelante.

C on independencia de esta influencia filosófica directa, Ortega se proyectó también humana e institucionalmente a través de contactos con personas, cone­xiones intelectuales e influencias académicas. La primera de estas influencias tu­vo lugar en Argentina, a donde Ortega viajó por primera vez en 1916, invitado por la Institución Cultural Española, de Buenos Aires. A raíz de la estancia en aquel país, Ortega cobra conciencia de la dimensión americana de su obra, hasta entonces sólo entrevista. A l escribir las páginas iniciales del segundo tomo de El

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Espectador (1917), en el horizonte de la Segunda Guerra Mundial, dice: "Desde hace años sentía latir dentro de mí un afán hacia América, una como inquietud orientada, de índole pareja al nisus migratorio que empuja periódicamente las aves de Norte a Sur. La vida europea en los últimos tiempos -aun antes de la guerra— carecía de poder atractivo sobre temperamentos que, como el mío, exi- gen al contorno emociones nuevas de vida ascendente. Comenzaba todo en Eu­ropa a tomar una cansada actitud de pretérito, un color desteñido y palúdico. Donde quiera aparecían síntomas de vitalidad menguante"1191.

En el viaje a América, Ortega ve "la experiencia más aguda que puede ha­cer un español espiritual". En el nuevo continente se distingue finamente de va­lores, lo que es un acicate para el español que asiste impunemente en su país al 'aniquilamiento de los mejores'; hablando de este destino trágico dice: "La histo­ria nacional del tiempo que voy viviendo puede titularse con esas mismas pala­bras. Desde que tengo uso de razón asisto al indefectible fracaso de nuestros hombres mejores, rendidos por tener que 'emplear sus facultades arcangélicas contra boxeadores cotidianos'". Por eso propugna como antídoto la experiencia americana: "Los espíritus selectos que en la península se esfuerzan por aumentar la cultura española deberían hacer la travesía del A tlántico a fin de reconfortar­se. Estén seguros de que allende el mar no serán confundidos y cobrarán fe en el sentido de su esfuerzo. Más sobre esto recibirán con el vigor irremplazable, que posee lo intuitivo, la más importante experiencia. Para un escritor, para un poe­ta u hombre científico, las separaciones políticas de los Estados son inexistentes cuando bajo ellas fluye, quiérase o no, la identidad lingüística. El pico de la plu­ma o el aire trémulo que hace la voz conmoverán indistintamente los nervios de hombres que pertenecen a Estados muy diversos"m .

El tiempo vivido en los países del cono sur -visitó también en estancias bre­ves Uruguay y C h ile- despiertan en él el sentimiento de vivir en una comunidad de sentires y valores compartidos que levantan los anhelos de un mundo mejor, hasta alcanzar el nivel de lo utópico: "Allende la guerra -d ice- , envueltas en la rosada bruma matinal, se entrevén las costas de una edad nueva, que relegará a segundo plano todas las diferencias políticas, inclusive las que delimitan los Es­tados, y atenderá preferentemente a esa comunidad de modulaciones espirituales que llamamos la raza. Entonces veremos que en el último siglo, y gracias a la in­dependencia de los pueblos centro y sudamericanos, se ha preparado un nuevo ingrediente presto a actuar en la historia del planeta: la española, una España mayor, de quien es nuestra península sólo una provincia. Más para ello es preciso que los escritores españoles -y, por su parte, los am ericanos- se liberten del ges­to provinciano, aldeano, que quita toda elegancia a su obra, entumece sus ideas y trivializa su sensibilidad. El literato de Madrid debe corregir su provincianis­mo en Buenos Aires, y viceversa. El habla castellana ha adquirido un volumen mundial"*20.

A l socaire de la experiencia argentina, constatando una realidad que se re­

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petirá en los sucesivos viajes a aquel país -1928, 1939-, se reafirma en la convic- ción de una solidaridad lingüística intercontinental que no hará sino manifestar la profunda vocación americana de su pensamiento. Contrastemos esas palabras del primer viaje con estas otras del último: "Desde su secesión e independencia a comienzos del siglo pasado la Argentina hizo lo que han hecho siempre, con ejemplar uniformidad, todas las colonias que conquistaron su libertad: vivir aproximadamente durante cien años vueltas de espalda a la metrópoli, suspica­ces y hostiles hacia ella. La Argentina se apartó de España y especialmente de su cultura, y parejamente a lo que hizo Norteamérica, bien que en modo más extre­mado, buscó las disciplinas de la civilización francesa... Mas, entiéndase bien, ese apartamiento de España y de su cultura se produjo sólo en el estrato de la v i­da colectiva argentina que depende de la voluntad de los hombres. Pero en la persona, como en la nación, la voluntad opera sólo en la superficie: las zonas profundas del ser no le obedecen, sino que están sometidas a la inexorabilidad del destino... La España que la Argentina fue, perdura, pues, quiérase o no, en el fondo más soterraño de nuestro ser y sigue allí, tácita, operando sus secretas quí­micas; por eso durante la centuria que sigue a la independencia de este país, a pesar de la voluntad decidida y deliberada existente en amplios grupos de esta nación de hacerla hermética al influjo español, España, como no podía menos, sigue influyendo, bien que en forma menos visible, en forma como subrepticia, atmosférica o de difusa ósmosis"(22).

Este movimiento de alejamiento de España termina -igual que en México, y como de hecho ocurrió también en otros países hispanoam ericanos- a comien­zos del siglo XX. En Argentina el signo quizá más evidente de la nueva época es la fundación de la Institución Cultural Española, cuyos fines eran "atraer la atención de los grupos más cultivados de la Argentina sobre la producción cien­tífica y por recodos sobre la producción artística y literaria de España. La Institu­ción Cultural Española fríe una máquina creada con ese fin y no puede descono­cerse que su eficiencia fue fulminante"(23).

Estas palabras están escritas por Ortega en lo que quizá puede considerarse su testamento americano: un discurso dado en la misma Institución el 16 de no­viembre de 1939, al cumplirse los veinticinco años de su fundación, donde escri­be estas significativas palabras:

"A lo que voy es a decir que la forma de comunidad existente entre las na­ciones Centro y Sudamericanas y España es una realidad que subsiste más allá de toda voluntad o de todo capricho que quiera negarla o destruirla. Los sociólogos -que son gente, la verdad, de bastante escaso cacum en- no han logrado aún de­finirlos, ni siquiera nombrar adecuadamente ese género de sociedad, de comuni­dad, en que, para emplear las palabras de San Pablo, 'se mueven, viven y son' las naciones. Porque es sumamente insólito que la nación, que la sociedad nacional -aun siendo como es, la sociedad más intensa que existe- viva aislada y reclusa dentro de sí misma; lo normal es que la nación forme parte de otra sociedad más

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tenue pero más amplia y no menos real o efectiva. U n ejemplo de ello es la co­munidad europea o americana, en la cual un conjunto de pueblos convive ejer­citando ciertas formas de vida; y otro ejemplo es esta comunidad de hecho —no sólo de deseo ni vana propaganda- que constituye los pueblos de habla, sangre y pretérito españoles, y que consiste también en el ejercicio de otro determinado repertorio de formas de vida"l24).

Entre las experiencias positivas tenidas por Ortega en su primer viaje argen­tino está el conocimiento de un nuevo tipo de mujer entonces inédito en Espa­ña: femenino en la vida social, inquieto en lo intelectual, curioso ante la vida y la realidad múltiple. Sabem os de los nombres de algunas de aquellas mujeres -E len a Sansinena de Elizalde y Victoria Ocam po, con las que mantuvo una amistad perdurable-, pero él mismo nos dejó testimonio de otras muchas. En1924, hablando precisamente de Victoria Ocampo, hace la siguiente evocación: "Hace ocho años, señora, cuando iba a terminar mi permanencia en la Argenti­na, tuve el honor de conocer a sus amigas y a usted. N unca olvidaré la impresión que me produjo hallar aquel grupo de mujeres esenciales destacando sobre el fondo de una nación joven. Había en ustedes tal entusiasmo de perfección, un gusto tan certero y riguroso, tanto fervor hacia toda disciplina severa, que cada una de nuestras conversaciones circulares dejaba sobre mi espíritu, como un pe­so moral, el denso imperativo de 'mezura' y selección. Que en un pueblo de anti­gua y destilada cultura aparezcan formas de feminidad es comprensible, aunque no frecuente. Pero que en una raza nueva y aún en gestación broten súbitamente tales criaturas, encierra un secreto orgánico y da mucho que pensar. Evidente­mente, no se trata de un resultado del medio, como en las viejas civilizaciones. Todo lo contrario. La vitalidad ascendente de la nueva raza crea de su lujo inte­rior esas figuras egregias con una intención de ejemplaridad. Son modelos y pau­tas que inician un perfeccionamiento del medio. El hecho de que ustedes me apareciesen floreciendo en la hora germinal de una gran nación, me hizo conce­bir estos pensamientos sobre la influencia de la mujer en la historia"*251.

Estas palabras están extraídas del epílogo que Ortega escribió para el libro de la célebre escritora argentina, De Francesca a Beatrice, donde precisamente el filósofo madrileño hace uno de sus más finos estudios sobre la mujer y su inci­dencia en el destino histórico de los pueblos. Era, evidentemente, el descubri­miento de una figura de mujer nueva, que Ortega había echado en falta en su propio país. En 1904 había escrito lo siguiente: "Ayer, leyendo un nuevo libro francés, he pensado que en España no se podrá hacer vida noble e intensa mien­tras las mujeres españolas no tengan el valor de ir por todas partes con el rostro maravillado"m). En Argentina, descubrió, plasmado en la realidad, ese nuevo tipo de mujer, que se encam aba ejemplarmente en la persona de Victoria Ocampo.

Sobre todo esto tenemos un valiosísimo testimonio en lo dicho por la pro­pia hija del filósofo, que se expresa así en la biografía de su padre: "De esta estan­cia en tierras americanas quisiera solamente destacar, como rasgo y factor huma­

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no, el encuentro del pensador español con el grupo de mujeres refinadas y cultas que constituían entonces lo mejor de la sociedad argentina: Julia del Carril, Be­bé Sansinena, Victoria Ocampo... Siempre sintió mi padre la atracción y el en­tusiasmo por la mujer culta, la mujer refinada. La mujer es ante todo para él nor­ma, acicate del hombre, en cuanto que cumple una misión de selección con res­pecto al mundo masculino. Esta misión, excelsa sin duda, no dejaba de respon­der a un papel de la mujer concebido en función del hombre, contra la que arre­metía yo algunas veces, alcanzada ya la edad adulta. S in embargo, pocos hom ­bres ha habido en España que hayan animado más a las mujeres a cultivar su mente y su espíritu, a estudiar, a valerse por sí mismas. Y tengo que decir que go­zó enormemente de la amistad femenina, no exenta a veces, como es humano, de un componente de ilusión o atracción que entre sexos opuestos hace más fe­cunda esa amistad. Pero, aún cum grano salís, Ortega supo mantener con la mu­jer una relación amistosa, vivir esa amistad entre sexos contrarios que ha sido ya habitual en nuestra generación. M antuvo una continuada y profunda amistad desde la juventud con María de Maeztu; frecuentadísima era la aparición de M a­ría en nuestra casa a compartir la comida de la noche y prolongar la charla, con­secuente, hasta horas bien avanzadas. Am istad también con Virgilia González del Valle, inteligente y sensible dama asturiana, pasada por Cuba. En cuanto al grupo de mujeres argentinas, fue una larga y sincera amistad que duró hasta la muerte, la mantenida con Bebé Sansinena de Elizalde, la presidenta de A m igos del Arte', con la escritora argentina Victoria Ocampo -aunque solían tener más de una pelea, buen signo de amistad-. Lo cual no quiere decir -y ello confirma mi aserto- que por alguna otra representante del grupo lo que sintiera, como lo sintió, fuese una atracción de tipo amoroso"*271.

Es evidente que VICTORIA OCAMPO (Buenos Aires, 1891-Idem, 1979) y la revista Sur, dirigida por ella, sufrieron la influencia de Ortega, por lo que pueden considerarse como parte del entramado constituido por la proyección americana del orteguismoí27bis).

6. LA PROYECCION AMERICANA DEL ORTEGUISMO: PUERTO RICO

Aunque el pensamiento de Ortega influyó en toda América, es imposible dejar de señalar las especiales repercusiones que tuvo en Puerto Rico, una isla que nunca pisó, a pesar de que en varias ocasiones estuvo a punto de hacerlo. Es­ta influencia se plasmó en la Universidad de Puerto Rico, que llevó a la práctica algunos de los planetam ientos desarrollados por el pensador madrileño en su Misión de la Universidad. El que fue por muchos años rector de aquella institu­ción, doctor Jaime Benítez, recordaba al filósofo con ocasión de su muerte, con estas palabras: "Uno de los más grandes maestros y pensadores de la comunidad hispánica de la cual somos parte, quien ha sido a la vez uno de los grandes maes­

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tros de la Universidad de Puerto R ico"(28). De hecho, Benítez, aunque no había asistido a los cursos de Ortega, era uno de sus discípulos, y por eso al situarse al frente de la Institución de que fue alma durante muchos años, se inspiró en mu­chas de sus ideas y orientaciones: "Desde hace más de veinte años -escribió en 1956-, libros de don José Ortega y Gasset han sido textos obligados en cursos de Sociología y de Literatura, y sus criterios filosóficos, artísticos e históricos han brindado orientación y controversia al aula universitaria puertorriqueña"'291.

La influencia orteguiana tuvo varias manifestaciones, aparte de la ya señala­da: la utilización de sus obras como textos de estudio. Por un lado, sirvió de pau­ta para una estructura universitaria en la que se requería un saber universal y ge­neralizado a todos los estudiantes antes de pasar a las distintas especializaciones; de ello nos da cuenta uno de los profesores puertorriqueños que mejor conocían su obra: "En Puerto Rico somos, en modo especial, deudores de Ortega. Además de la influencia que ha ejercido en los intelectuales de la última promoción, su influencia se advierte en la reforma universitaria en Puerto Rico, sobre todo en la creación de la Facultad de Estudios Generales, cuyos principios y organiza­ción derivan en buena parte de los planteamientos de Ortega en Misión de la Universidad "(,0).

La estructura universitaria de la Facultad de Estudios Generales tenía como objetivo proporcionar a los estudiantes de todo el ámbito universitario que luego seguirían cursos de especialización en las distintas Facultades y Colegios de Estu­dios Superiores una doble capacitación: darles la información y conocimientos suficientes para ser hombres cultos de su época y facilitarles el instrumental crí­tico preciso para enfrentarse con los problemas que como ciudadanos y profesio­nales puedan presentárseles en la vida. Esto obligaba a que, entre los diversos Departamentos de la Facultad, ocupasen lugar privilegiado el Departamento de Humanidades y el Departamento de Ciencias Sociales. Precisamente para orga­nizar y consolidar éste fue llamado uno de los intelectuales españoles más próxi­mos a los planteamientos orteguianos. Me refiero a FRANCISCO A y a l a (G rana­da, 1906), que -aparte de conocido novelista y prestigioso crítico literario- era catedrático de Derecho Político, asiduo a la tertulia de la Revista de Occidente antes de la guerra civil y autor de un importante Tratado de Sociología (tres tomos, Buenos Aires, 1947). En 1949 Ayala se incorpora como profesor a la Universidad de Puerto Rico, donde impartirá un curso de Introducción a las Ciencias Sociales (Madrid, 1952), que servirá de texto básico en el citado Departamento de la Fa­cultad de Estudios Generales, aparte una extraordinaria labor de animación cul­tural de muy diversas repercusiones, sobre todo en el ámbito de las ediciones y publicaciones, entre las que destacan las de dirección de la revista La Torre.

Por otro lado, y como complemento de lo anterior, la editorial universitaria se embarcó en un vasto y ambicioso proyecto para dar a conocer a los estudian­tes los libros fundamentales de una cultura universal como base humanística. A sí surgió la "Biblioteca de Cultura Básica", donde se publicaron, en excelentes

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traducciones, libros de Homero, Dante, Goethe, Shakespeare, Hobbes..., aparte los clásicos españoles universalmente reconocidos.

Todo ello hizo de la Universidad de Puerto Rico un centro modélico de en­señanza, donde encontraron acogida intelectuales prestigiosos de todo el mundo. U na de las directrices de la política universitaria de Benítez a partir de 1939 fue incentivar la recepción de intelectuales españoles exiliados, a fin de que la tradi­ción hispánica de la isla no se perdiese dentro de un status político que les ligaba inexorablemente al mundo norteamericano. A sí pasaron por las aulas de aquella Universidad hombres como Jorge Guillén, Pedro Salinas, Américo Castro, Fran­cisco Ayala, José Ferrater Mora, José Gaos, Enrique Tierno Galván, y un sinnú­mero de hombres más, aparte los que encontraron residencia permanente, como el caso ejemplar de Juan Ramón Jiménez, a quien durante la estancia en la isla se le concedió el Premio Nobel de Literatura.

Por estar especialmente vinculados al ámbito de la filosofía orteguiana cree­mos que es oportuno citar aquí a Julián Marías, conferenciante asiduo de la U n i­versidad de Puerto Rico, y a ANTONIO RODRÍGUEZ HuÉSCAR [Fuenllana (Ciudad Real), 1912-Madrid, 1990], que no pudo, por razones políticas, incorporarse a la cátedra de Instituto Nacional de Bachillerato ganada en 1936, lo que le obligó a dedicarse a la enseñanza privada (Colegio Estudio, 1945-1955), incorporándose después como catedrático a la Universidad de Puerto Rico, donde realizó tam­bién tareas directivas en la Editorial Universitaria y en la revista La Torre. De su vinculación como alumno a la Escuela de Madrid nos habla claramente la dedi­catoria de su primer libro, que reza así:

"A mis maestros de filosofía: Julián Besteiro, Manuel García Morente y José Ortega y G asset (in memoriam); Juan Zaragüeta, Lucio G il Fagoaga, Xavier Zubi- ri y José Gaos."

El libro donde aparece se titula Con Ortega y otros escritos (1964); luego aparecieron otros: Perspectiva y Verdad. El problema de la verdad en Ortega (1966) y La innovación metafísica de Ortega (1982), donde la adhesión a la filosofía orte­guiana es patente desde la primera a la última línea. Rodríguez Huáscar formó parte de los que se llamaron "siete magníficos" y de su labor en pro de la filosofía orteguiana ha dejado huellas palpables en el campus de Río Piedras, a través de la docencia impartida en el Departamento de Filosofía de la Facultad de Huma­nidades, donde encontró reconocimiento y afecto ejemplares entre sus colegas y alumnos. Es evidente que con su enseñanza universitaria el pensamiento de Or­tega y Gasset encontró una presencia física en la Universidad de Puerto Rico.

En ese clima no es extraño que surgiera una de las mejores revistas del siglo XX en lengua española: La Torre, símbolo arquitectónico de la Universidad de Puerto Rico, como sabe todo el que ha visitado esa ilustre institución.

En la revista han publicado los mejores escritores y críticos literarios de nuestra época, habiendo dedicado números de homenaje que son modélicos en su género a Miguel de Unamuno, Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, Fe­

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derico de Onís, Ricardo Gullón...; el dedicado a José Ortega y Gasset (números 15-16; julio'diciembre 1956) es de consulta obligada para todo aquel a quien in­terese el tema que aquí estamos desarrollando. En este número de la revista hay testimonios, estudios y escritos de homenaje, pero también una serie de docu- mentos que acreditan la importante relación intelectual de Ortega con Puerto Rico, quien antes de morir tenía el proyecto de visitar la isla de forma inmediata.

U na evaluación de la importancia cultural de La Torre exige un análisis pormenorizado de los autores que han colaborado en ella, así como del conteni­do temático de los diversos números, análisis que fundamentaría, a nuestro ju i­cio, mucho de lo que hemos dicho aquí, aunque quizá algunas afirmaciones de­masiado tajantes fuesen convenientemente matizadas. Es tarea aún por hacer, pero de importancia suficiente como para justificar el esfuerzo.

A la altura de 1990 puede afirmarse, sin ningún género de duda, que la filo­sofía orteguiana y la de los discípulos exiliados que prolongaron su influencia ha sido un factor muy importante en el mantenimiento de una identidad cultural puertorriqueña que les mantiene vinculados a la comunidad hispanoamericana, sin que de momento se vean posibilidades de absorción por la cultura anglosajo­na. Son las razones profundas que explican el triunfo incontrovertible del orte- guismo en aquellos países, y cuyo fundamento filosófico más explícito va a lograr su plena inserción social con la llegada de los españoles exiliados por la guerra civil. Pero la concepción orteguiana que les sirve de base tendrá su expresión pública en uno de los escritos que Ortega redactó durante su última estancia en la Argentina, lo que haremos en el capítulo dedicado a José Gaos.

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NOTAS

(1) Carta escrita desde La Piece, 1 de marzo de 1965, en Crozetpar-Gex (Ain), a unos kilo- metros de Ginebra.

(2) Carta del 27 de febrero de 1967, a José Luis Abellán, comentando su libro Filosofía espa­ñola en América, 1936-1966, Madrid, 1967.

(3 ) MANUEL MlNDAN: "El último curso de Ortega en la Universidad de Madrid", en Revista de Filosofía, números 60-61, 1957, pág. 145. Sobre el lugar de Zaragüeta en el orteguis- mo, véase el capítulo XI.

(4) LORENZO L u z u r ia g A: "Las fundaciones de Ortega y Gasset", en Homenaje a Ortega y Gasset, Caracas, 1958, pág. 33.

(5) Sobre la importancia de la pedagogía en Ortega y su influencia en los planos de estudio de la Facultad de Filosofía y Letras véase: la ya citada Isabel Gutiérrez Zuloaga, "La peda­gogía universitaria según Ortega y Gasset", en Homenaje a José Ortega y Gasset (1883- 1983), Madrid, 1986.

(6) JOSE l u is ABELLAN: "Luis Recaséns Siches: Filosofía del Derecho", en Filosofía Española en América, 1936-1966, Madrid, 1967, págs. 124-126.

(7) Ibid., págs. 134-136.(8) Cf. José Luis Abellán: Historia crítica del pensamiento español, tomo V/I, págs. 192-194-(9) El acercamiento más serio realizado hasta ahora para una comprensión de María de

Maeztu es el que hace Carmen de Zulueta en Misioneras, feministas, educadoras. Histo­ria del Instituto Internacional, Madrid, 1984, págs. 201-213.

(10) Ibid., págs. 205-206.(11) "Fernando Vela en la Revista de Occidente" (nueva época), nos. 8-9, noviembre-diciem­

bre, 1963, pág. 140.(12) Véase el capítulo II.(13) E. L o PEZ C a m p il l o : La "Revista de Occidente" y la formación de minorías, Madrid, 1972,

pág. 55.(14) Ibid., pág. 83.(15) JOSÉ G a o s : Confesiones profesionales, México, 1958, pág. 139.(16) J o s é G a o s : Pensamiento de lengua española, México, 1943, págs. 295-296.(17) E. L Ó pez C a m p il l o , op. cit., págs. 250-251.(18) Pa u l in o G a r a g o r r i : La filosofía española en el siglo XX, Madrid, 1985, pág. 246.(1 9 ) J. O r t e g a y G a s s e t : Obras completas, Alianza Editorial, Madrid, 1983, tomo II, pág.

129.(20) Ibid., págl31.(21) lbidem.(22) Ibid., tomo VI, págs. 237-238.(23) lbidem.(24) Ibid., pág. 241.(25) Ibid., tomo II, págs. 333-334.

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(26) Ibid., tomo I, pág. 34-(27) ]osé Ortega y Gasset. Imágenes de una vida, 1883-1955. Precedido de un relato de Soledad

Ortega, Fundación Ortega y Gasset, Madrid, 1983, págs. 35-36.(27 bis) Era una mujer de formación cosmopolita que había estudiado en Francia y en Inglate­

rra. Entre sus libros merecen citarse: De Francesca a Beatrice (1924), Supremacía del alma y de la sangre (1925), Testimonio (1935), Domingos en Hyde Park (1936), Virginia Woolf, Orlando y Cía. (1938), Lawrence de Arabia y otros ensayos (1951).

(28) La Torre. Homenaje a José Ortega y Gasset, números 15-16, julio-diciembre 1956; pág. 11.(29) Ibidem.(3 0 ) DOMINGO M a r r e r O: "Crítica de la ciencia y conceptos de la filosofía en Ortega", loe.

cit., pág. 285.

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VI. El núcleo doctrinal y su legado histórico

U n tratamiento pormenorizado de lo que enuncia este apartado requeriría un estudio completo de la filosofía orteguiana y de su evolución, lo que exigiría una investigación complementaria a la presente, imposible por

su extensión de hacer aquí.Limitémonos, por lo tanto, al momento en que -según la tesis que hemos

m antenido- se consitituyó de modo formalmente preciso la Escuela de Madrid, es decir, los de la Segunda República. La decisión está justificada por todo lo dicho hasta ahora, y viene a corroborarla el testimonio de uno de los alumnos que componen la última promoción de universitarios formados por Ortega —aquella de los "siete magníficos" a que antes nos referimos-.. A ntonio Rodríguez Huás­car, a quien aludo, se expresa así: "Ninguna generación de discípulos de Ortega se ha compenetrado con el maestro en el grado que la nuestra, y ello no por mé­ritos especiales de esta generación, sino porque ninguna tuvo la suerte de vivir su magisterio en la sazón de madurez en que nosotros lo vivimos, a lo largo de aquellos años que fueron también -y no es casual la coincidencia- los más feli­ces y granados de la Facultad de Filosofía, aquellos en que por vez pirmera se en­sayaba en España un nuevo estilo de vida universitaria que colocaba de golpe a nuestra Facultad a la altura de los tiempos"11’.

El hecho se corrobora con toda clase de testimonios, y a los que ya hemos hecho explícitos en las anteriores páginas, se podrían añadir infinidad de ellos; en la práctica, todos y cada uno de los discípulos que pasaron por las aulas de Ortega en aquellos años han dejado alguna clase de testimonio®. La reiteración sería cansada y poco útil, por lo que nos limitaremos a exponer el núcleo doctri­nal que aglutinó a todos ellos, provocando una solidaridad que va más allá de las biografías personales. Ese núcleo doctrinal tuvo el carácter de una revelación fi­losófica, que iluminó las mentes y enardeció los ánimos. La revelación se presen­tó como un desvelamiento súbito de una revolución o reforma radical de la filo­sofía, cuyo eje básico puede enunciarse así: el descubrimiento de la vida como realidad metafísica. Esto tan obvio había pasado hasta ahora desapercibido y te­nía implicaciones filosóficas de una impresionante trascendencia.

El primero quizá en cobrar plena conciencia de lo que ese descubrimiento tenía de trascendente fue Manuel García Morente. Aunque ya éste había llama­do la atención en 1923 sobre la importancia de la filosofía de Ortega0’, es al es­

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cuchar su curso de 1929 cuando cobra plena conciencia de ello14’. "Esa córrela- cón real -d ice- del yo y del mundo, del pensamiento y el objeto, del amor y lo amado, es propiamente eso que llamamos vida. Vivir es sentir algo, querer algo, pensar algo; es coexistencia del yo y el mundo. La vida es el hecho primario, fundamental, de absoluta presencia y evidencia, sobre que ha de basarse toda la filosofía. La vida, en un plano todavía más profundo y central, es el 'cogito' de la nueva filosofía"<5). La referencia al cogito cartesiano es expresión de la equipara- ción que Morente establecía entre Ortega y Descartes; si éste era el iniciador de la revolución filosófica que había puesto en marcha todo el pensamiento de la Edad Moderna, aquél se constituía en el autor de otro giro revolucionario en la evolución de la filosofía, apertura a otra etapa de insospechada fecundidad.

A l reproducir estas afirmaciones no debemos olvidar que Morente era un ilustre catedrático casi de la misma edad de Ortega y que muy pronto sería el de­cano de la Facultad de Filosofía, lo que implicaba un indudable ascendiente so­bre los alumnos. N o es extraño, pues, que éstos se hicieran también portavoces de la revelación filosófica orteguiana, al alcanzar madurez unos años después. Ju ­lián Marías, por ejemplo, dice: "La palabra vida en Ortega, desde el principio, no significó lo biológico, sino estrictamente la vida individual humana"... "Ortega subraya con pleno rigor el carácter de la vida, como dinámico hacer con el mun­do; no se trata de una relación intelectual, una especie de dualidad sujeto-obje- to, sino de un trato vital"... "El hombre, definido por su vivir, consiste en hacerse en el mundo, en trato con él y le pertence esencialmente, como ingrediente de esa vida la comprensión de ella y del mundo en que se hace, el cual, a su vez, es primariamente mi circunstancia"{6). Paulino Garagorri, citando al mismo Ortega, dice y asiente: "Toda realidad que no sea la de mi vida es una realidad secunda­ria, virtual, interior a mi vida, y que en ésta tiene su raíz o su hontanar. La vida -e n el sentido, pues, de vida-humana y no de fenómeno biológico- es el hecho radical... Vivir es haber caído en un entorno inexorable. Se vive aquí y ahora... La vida es circunstancia. Cada cual existe náufrago en su circusntancia. En ella tiene, quiera o no, que bracear para sostenerse a flote"<7). A ntonio Rodríguez Huéscar lo expone de forma muy expresiva de la siguiente manera: "La vida as­ciende así en Ortega a lúcida expresión intelectual y adquiere en él por vez pri­mera plena conciencia de sí misma. La vida se hace en Ortega pensamiento de sí misma sin dejar de ser vida, antes bien por serlo en plenitud; o viceversa, el pen­samiento se esponja y empapa de vida hasta sus más recónditos entresijos -ag ili­zándose, ganando en inmediata veracidad cuanto pierde en abstracción y forma­lismo-, sin dejar de ser riguroso pensamiento, antes bien por virtud de ese mis­mo rigor". "Me limito a constatar un hecho. Y el hecho es que, por un concurso de circunstancias históricas y personales en el que no es ocasión de entrar, nun­ca, hasta Ortega ha existido un pensador en quien la compenetración entre ver­dad y vida haya sido, al mismo tiempo, realidad profunda y doctrina expresa y ri­gurosa"... "En Ortega -en su enseñanza- asistíamos, pues, a la razón viviente en

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marcha, personalizada, haciéndose; Ortega no tenía una filosofía, sino que laera"(8).

Manuel Granell, en su ensayo sobre la Escuela de Madrid extrae al final una serie de conclusiones que pueden considerarse -salvo en algún punto- conteni­do doctrinal nuclear de la nueva filosofía. He aquí el esquemático credo:

"a) Gozamos un raro privilegio: el de asistir a la iniciación de un giro radi­cal del filosofar.

b) Este giro -que se ha venido formando con amplitud creciente en los últi­mos treinta año-, se aprecia tanto en las ciencias como en la filosofía, e incluso desde las perspectivas más inesperadas.

c) La Escuela de Madrid -e s decir, la posición filosófica representada por Or­tega y G asset- tomó parte muy temprana e importante en dicho impulso revolu­cionario.

d) Caracterízase la nueva filosofía -e n su amplia generalidad- por la pérdida definitiva del supuesto del ser parmenídico -e l cual aún estaba latente en la mis­mísima reforma cartesiana de la razón- En consencuencia, hoy domina cada vez más el primado de la existencia, la categoría del estar.

e) La mayor sorpresa de la nueva situación procede de las lógicas novísimas.f) Sucesivamente, la ontología, la teología y la teoría del conocimiento han

ido perdiendo su carácter de ciencias filosóficas fundamentales. Hoy cabe anun­ciar un súbito enriqucimiento de la antropología filosófica, en cuanto considera como objeto de estudio el hombre concreto, el hombre situado en lugar y tiem­po, el hombre en convivencia con todos los demás. De otra manera: U n cogito que no es el de un simple yo, sino, de modo primario, el de un nosotros que se va haciendo en el tiempo"191.

A partir de la revolución filosófica que acabamos de testimoniar, se produ­jeron una serie de convicciones, compartidas, con mayor o menor rotundidad, por casi todos los integrantes de la Escuela, convicciones que pueden ser consi­deradas como legado histórico del orteguismo. La primera de ellas es que se tra­taba de "una filosofía escrita y sentida en castellano"*10’; de aquí que pueda acep­tarse la siguiente afirmación de Julián Marías: "La lengua española se convierte, con Ortega, por primera vez, en una lengua filosófica —los hispánicos habían he­cho poca filosofía, y sólo excepcionalmente creadora, y casi siempre en latín—. Y hay que decir que en una maravillosa lengua filosófica, tan apta para la filosofía como la que más"*111.

En realidad, son muchos los que vienen a coincidir con estas afirmaciones de Granell y de Marías. Paulino Garagorri dice taxativamente: "El legado inte­lectual de Ortega es la creación de una posibilidad nueva en nuestra lengua, y no es menos una enérgica invitación a ejercerla", conclusión de su convicción de que "el más importante valor que esta obra, la de Ortega, tiene para nosotros -para ustedes y para m í- en la realidad radical de nuestras vidas, es que haya si­do pensada y escrita en castellano por un contemporáneo nuestro" *121. Más inte­

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resante es el testimonio de un profesor argentino como Francisco Romero, quien al no ser un discípulo propiamente dicho de Ortega, puede hablar con mayor ob ' jetividad; para éste, sin embargo, tampoco hay ninguna duda: Ortega en España "no sólo asume la dirección del movimiento filosófico, sino que llena con su pa­labra y con su acción la escena entera. Es el protagonista, pero el protagonista de un drama que cuenta con un único personaje... N o era un profesor más, ni si­quiera un filófofo más, sino el agente operante y responsable de la conciencia fi­losófica en aquel sitio y en aquél momento". En este sentido , Ortega no es sólo el introductor de nuevos conocimientos y el maestro de un innovador método filosófico, sino el creador de "un lenguaje de extraordinaria flexibilidad y rique­za, ap rop iad o para las n u evas in flex io n es del p en sam ien to y aún de la emoción113'.

La segunda convicción se refiere al hecho de que, con el pensamiento de Ortega, España se incorpora a la historia universal de la filosofía. Quizá nadie como Morente ha expresado esa opinión. En 1936 escribía: "La obra de Ortega y Gasset significa nada menos que la incorporación del pensamiento español a la universalidad de la cultura. Esa incorporación no podía hacerse más que por me­dio de la filosofía... Ahora bien: esto es lo que don José ha hecho entre nosotros. Ha hecho filosofía, una filosofía auténtica. Y, por haberla hecho, ha incorporado el pensamiento español a la corriente del pensamiento universal"... Con Ortega se verifica un radical cambio de nivel; así lo dice Morente: "Por entonces, la fi­losofía en España no existía. Epígonos mediocres de la escolástica, residuos in­formes del positivismo, místicas nieblas del krausismo habían desviado el pensa­miento español de la trayectoria viva del pensamiento universal, recluyéndolo en rincones excéntricos, inactuales, extemporáneos. España permanecía, por de­cirlo así, al margen del movimiento filosófico. N i siquiera como simple especta­dora participaba en él. Desde el primer momento, Ortega y Gasset se propuso in­corporar el pensamiento español a la corriente viva de la filosofía europea."

Pero esa incorporación "no hubiera podido llevarse a cabo felizmente si la acción del promotor se hubiese limitado a la simple enseñanza y dilucidación de las doctrinas. S i don José Ortega se hubiese contentado con explicar filosofía a sus discípulos, es claro que su representación en el espíritu español no habría ex­cedido del plano puramente magistral. Habría sido un excelente profesor; nada más. Pero lo que llevó a don José Ortega y Gasset a la filosofía no fueron sólo consideraciones de orden general y abstracto. Fue principal y fundamentalmente una necesidad íntima, radical, de su persona; una necesidad vital de ponerse en claro los últimos problemas del ser y de la existencia; fue la incoercible urgencia que acucia al auténtico pensador, obligándole a descender en los problemas has­ta capas cada vez más profundas"<n).

Julián Marías asiente a todas estas afirmaciones con su adscripción plena -com o filósofo y como persona- a lo que en ellas va implícito, y así lo certifica con su testimonio escrito: "Si de algo tengo orgullo es de no haber dimitido de

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mi puesto -e l último, sin duda, pero no por eso menos efectivo- en esa escuela, cuando todo lo aconsejaba, y haberla firmado cuando parecía desvanecida sin remedio". "No he podido renunciar a mi inserción en esa escuela filosófica, por­que hubiera sido renunciar a mí mismo, en la medida en que mi vida y mi perso­na están definidas por la filosofía. Porque hoy por hoy —sería extraño que queda­sen dudas acerca de esto- sólo se puede hacer efectiva filosofía en España ha­ciendo la que hay que hacer, y que es la exigida por la situación íntegra de O cci­dente; y únicamente se puede entrar en esa filosofía penetrando primero en el ámbito circunstancial y concreto en que ha tenido existencia auténtica entre nosotros. Sólo así es posible algo que pueda llamarse, en un sentido aceptable, 'filosofía española actual1; en cualquier otro caso, hay que renunciar por lo me­nos a uno de los tres términos que intervienen en esa expresión"051.

La tercera convicción es que, con la obra de Ortega, nos encontramos ante la posibilidad de una nueva forma de historiar la filosofía. N o es, desde luego, una casualidad que la primera obra de Julián Marías sea precisamente una Histo- ria de la Filosofía (1941), dedicada a don Manuel García Morente -"que fue De­cano y alma de aquella Facultad de Filosofía y Letras, donde yo conocí la filo­sofía" , dice el texto- y en cuyo último capítulo se expone la orteguiana filosofía de la razón vital. Curiosa y sintomáticamente, el libro está prologado por Zubi­ri, de cuyos apuntes de clase -se rumoreaba por algunos de sus compañeros uni­versitarios de aquellos años— había tomado abundante material para la redac­ción final; así permite, en cierto modo, colegir la afirmación que hace Marías en el prólogo de su obra: "Sin Zubiri -m e importa dejarlo dicho taxativam ente- este libro, en tan temprana fecha, no hubiera sido posible"116’. N o es todo lo an­terior tan importante como el hecho de que esta Historia de la Filosofía puede ser considerada como producto intelectual emanado directamente de la Escuela de Madrid, y el de que la figura de Ortega ocupase entero el capítulo final de la misma; más que la filiación filosófica de Marías, ello prueba la particular fecun­didad de la filosofía orteguiana para un nuevo modo de historiar el pensamien­to occidental.

Esta tercera convicción, ampliamente compartida por sus discípulos, no ne­cesita ser demostrada con argumentos especialmente sofisticados, si caemos en la cuenta de que el propio Ortega se encargó de ello en su ensayo "Ideas para una Historia de la Filosofía"*17’, donde fundamenta esa necesidad de cambiar el modo de escribir la historia filosófica. Por lo demás, si de demostración práctica se tra­tara, las pruebas son tan claras y contundentes que bastaría con mostrar las reali­zaciones más granadas de algunos de sus discípulos: la nueva historia de la lógi­ca desde los presupuestos de la razón vital realizada por Manuel G ranell118’ y el estímulo a la historia de las ideas promovido por José G aos, son dos ejemplos de tal envergadura que basta su simple mostración para convencer al más rea­cio*19’.

La cuarta convicción es que la obra de Ortega constituye, no sólo la posibi­

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lidad abierta de hacer filosofía en español, sino que, de alguna manera, viene a ser una legitimación de la misma historia de la filosofía española. A l haber sido ésta una filosofía hecha desde la vida y para la vida -y con frecuencia bajo la for­ma de literatura-, encuentra en la razón vital su adecuada fundamentación filo­sófica. A sí supo verlo José Gaos, el discípulo que con mayor acierto y penetra­ción captó esta virtualidad de la filosofía orteguiana; para Gaos, el propio caso de Ortega -a l que algunos le negaban valor filosófico-, no es sino paradigma de la posibilidad misma de una filosofía hispánica -es decir, escrita en español-, se­gún los modos con que ésta se había desarrollado en el pasado y, en consecuen­cia, acorde con la idiosincrasia del pensamiento en lengua española.

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NOTAS

(1) A. R o d r íg u e z H u é s c a r : Con Ortega, y otros escritos, Madrid, 1964, pág. 28.(2) Manuel Granell ha descrito así la fascinación que le produjo el encuentro con el filóso­

fo: "La primera vez que escuché a Ortega ha debido de ser a comienzos de 1925, mien­tras preparaba en Madrid los dibujos para el ingreso en Arquitectura. Ante todo, tuve que descubrir lo que podríamos llamar su guarida, pues no daba sus clases de Metafísica en el edificio universitario, sino a varias cuadras de distancia, en el Museo Pedagógico, escondido en una revuelta de la calle Daoíz y Velarde. La hora misma no era la habitual; más o menos, obligaba nuestra presencia a las seis o siete de la noche. Creo recordar, además, que el aula estaba en una segunda planta, tras un largo pasillo. A llí le esperaban ya tres o cuatro estudiantes y una docena de personas maduras; al perecer, médicos, abo­gados, escritores... A l rato de esperar llegó Ortega -tranquilo paso, ancha sonrisa, alguna amable frase a los amigos-, acompañado por Femando Vela, secretario de la Revista de Occidente -delgado y cetrino, resoplando gravemente por la nariz-, Recaséns Siches, uno de los alumnos oficiales, más tarde filósofo del Derecho, comenzó a traducir el texto alemán de la Crítica de la Razón Pura. Ortega matizaba a veces ciertas palabras o giros. Luego, preguntó algo. Alguna respuesta motivó otras preguntas. Y, no sé cómo, comenzó un monólogo maravilloso. Yo veía recortarse, sobre un fondo de vivísima luz, una apre­tada sucesión de ideas. Nunca había sospechado que los conceptos tuvieran tanta carne. La expresión kantiana, seca y fría, iba cobrando vida, palpitaba. Y, de pronto, en la Crí­tica de la Razón Pura se descubrió una raicilla que conducía a la esencia del amor. La pa­labra de Ortega, rica en inflexiones, exacta y firme, se oía suasoria sobre un silencio im­presionante. Una muchacha comenzó a tomar notas a toda prisa. U n rumor de cuarti­llas, el rasguear de la pluma, sonaba como una nota falsa. Ortega interrumpió su monó­logo para decirla:- ¡N o tome eso! Era sólo un ejemplo.Y a continuación, suavizando el tono de voz, abriendo una amable sonrisa ante la cara asustada de la muchacha:-Yo debo intentar seducirles con medios líricos; pero ustedes no deben olvidar que sólo son eso: medios. Medios y no fines. Los filósofos no deben admitir otra seducción que las de las ideas metafísicas.Cuando terminó aquella lección primera yo estaba definitivamente perdido para la ar­quitectura y ganado por la filosofía. Ahora sí que veía mi vocación perfectamente clara; tan clara como las ideas nuevas que llenaban aquel fresco aire serrano que nos azotaba el rostro al llegar a la calle.Fue años más tarde cuando pensé: "No era fácil entrar a oírle; pero más difícil es la sali­da" (Ortega y su filosofía, op. cit., págs. 29-30).

(3) "El tema de nuestro tiempo (Filosofía de la perspectiva)'1 en Escritos desconocidos e inédi­tos, op. cit., págs. 40-50.

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(4) Es el curso que se editó postumamente con el título ¿Qué es filosofía?, Madrid, 1958. El testimonio de Morente aparece en su escrito: "El curso de Ortega y Gasset", en el libro citado en la nota anterior, págs. 50-73.

(5 )Ibid., pág. 67.(6) JULIÁN M a r ía s : La filosofía española actual, Buenos Aires, 1948; págs. 77 a 86.(7) Pa u l in o G a r a g o r r i : Ortega, una reforma de la filosofía, Madrid, 1958; págs. 66-61.(8) A . R o d r íg u e z H u é s c a r : Con Ortega..., op. cit., págs. 34 y 39.(9) M a n u e l G r a n e l l : Ortega y su filosofía, M adrid , 1960; págs. 93-94-

(10) Ib id ., pág. 16.(11) J u l iá n MARÍAS: "La imagen de Ortega al cabo de un cuarto de siglo", Obras Completas,

Madrid, 1982; vol. IX, pág. 653.(12) P. GARAGORRI: Ortega, unareformade la filosofía, Madrid, 1958; págs. 134-135.(13) F r a n c is c o R o m e r o : Ortega y Gasset y el problema de la jefatura espiritual, Buenos Aires,

1960; págs. 21 y 23.(14) M. G a r c ía M o r e n t e : op. cit., págs. 132-134.(15) La filosofía española actual, op. cit., págs. 17-18.(16) Historia de la Filosofía, Madrid, 1950; pág. XX.(17) El texto se publicó originariamente como Prólogo a la traducción española de la Historia

de la Filosofía, de Emile Brehier (Buenos Aires, 1942). Se puede consultar en las Obras Completas, de Ortega (tomo VI, págs. 377-418).

(18) M a n u e l G r a n e l l : Lógica, M adrid , 1949.(19) Cf. José Luis Abellán: "La contribución de José Gaos a la historia de las ideas en Hispa­

noamérica", Anuario Dianoia, México, 1970.

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