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ANTE EL CONSEJO DE GUERRA ]\A"AS de cinco años han transcurrido ya 1·1 desde aquella mañana de otoño en que Mata Hari encaminóse, sonriente y des- deñosa, hacia el foso del castillo de Vincennes donde la esper.aba el pelotón que debía eje- cutarla ... Cinco años ... Y, sin embargo, lejos de confundirse con 'las ,innumerables sombras bú- que forman a.l cortejo de los que fue- ron ajus,ticiados como espías durante la gue- rra, su figura parece cobrar cada día un relieve más singular. Se publican novelas so- bre su v.ida. escriben dramas sobre su muerte. Se discuten .con ca10r las peripecias de su proceso. Se inventan leyendas para cOlnplicar s,u historia. ¿Es, como lo pretenden algunos, porque Se trata de una mujer bella y de una artista? .. Mujeres hermosas fueron también Tichelly, Otilia Moss; Margarita 97

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ANTE EL CONSEJO DE GUERRA

]\A"AS de cinco años han transcurrido ya 1·1 desde aquella mañana de otoño en

que Mata Hari encaminóse, sonriente y des­deñosa, hacia el foso del castillo de Vincennes donde la esper.aba el pelotón que debía eje­

cutarla ... Cinco años ... Y, sin embargo, lejos de confundirse con 'las ,innumerables sombras bú­

~rosas que forman a.l cortejo de los que fue­ron ajus,ticiados como espías durante la gue­

rra, su figura parece cobrar cada día un relieve más singular. Se publican novelas so­

bre su v.ida. ~ escriben dramas sobre su muerte. Se discuten .con ca10r las peripecias de su proceso. Se inventan leyendas para

cOlnplicar s,u historia. ¿Es, como lo pretenden

algunos, porque Se trata de una mujer bella y de una artista? .. Mujeres hermosas fueron también ~a Tichelly, Otilia Moss; Margarita

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·· Cchmidt y otras que la precedieron o la siguie­ron en el camino del patíbulo ... iEs por el he­roísmo sereno de sus postreros instantes? .. Tan heroica cual ella fué la Francillard ... ¿Es por 10 que hay de novelesco en sus amores y .

€n sus intrigas mundanas'? ". Más románticas que las. suyas, y también más patéticas, fueron las intrigas de su amiga Marussia Destrelles ... ~uién se acuerda emIPero de todas las Ín-

. felices protagonistas de la gran tragedia ju­dicÍal de la guerra! En cambio, Mata Hari

).n~resa: al mundo en¡tero; Mata Hari se con-o \rierte, poco a poco, en UD símbolo; Mata Hari ~jer.c su c1.1lto. ¿Por qué? Probab1emente, por

'el arcano que rodea su vida y su ll!uerte ... -De su culpabilidad, en tooo caso-dicen

loo que conocen los docume-M:os del proceoo-.

no puede caber duda: es una culpabilidad dé-o mostrada:

Demostmda, tal vez. Pero no explicada..

No Se ven, en efecto, los m,óviles de SU$ crí­menes; Todo es vago, mo es confuso, todo-

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ANTE EL dON8E J O ~R GUERRA

-es fantasmal en sus acci'Ones. Y no me refie·ro a Jo que de sus aventuras cuentan los nove­li~as o 'los drrumaturgos, sino a J'O que se

·desprende de} relato oficial de las audiencias .del Consejo de Guerra. Porque este relato existe y ha sido ¡publicado recientemente ~n un valumen por el comandante MassaTd, que, en 1917, ejercía las funciones de Jefe del

Cuartel General de la Forrtaleza de París. H~ .. aquí las palabras que encabezan este docu­

·mento: «Recibirla orden de hacer fusilar a un

-hombre o a una m,uj er causa siempre una im­

presión desagradable. La orden de fusilar a •

Mata HaTi no me emocionó mucho. Yo había

~iSltido a las audiencias secretas del Consejo .de Guerra, y sabía por qué y de qué 111a­

.ne~a la baiJarina había sido cohdenada. Aquel -Consejo de Guerra esta:ba presidi'do por el .-coronel Semprou, antiguo jefe de la Guardia

Republicana, y ·celebraba sus audiencias en la Sala de la Corte de J usticña, a puer;tas ce­

'Tracias. Nadie podía penetrar en l~ sala, J~

vo era el único oficia.]¡ -awtorizado a ' asistir ~ . . ' ,

.80 los debates. Los centinelas no dejaban aeer-

carse a menos de diez paso<¡ de las puert.Ds y .ningún ruido de fuera, ninguna influencia .

exterior podía turbar l.a majestuosa calma

de aquel tribunal tan terrible en aparienClÍa, y tan imparcial, tan frío en el fondo.» Luego

.agrega·: «Antes de comenzar nuestro relato debemos prevenir al i lector que si vamos a

ofrecerle 'los detalles más exactos del drama 'en que Mata Ha:ri representó el primer pa- , ¡)el,tendrerno,s que callar los nombres de al­

:gunos francese,s¡, y muy buenos franceses, que estuvieron mezclados en J.a vida de la danza-

: rina. La verdad, en todo caso, aparecerá des­

' nuda.» Mejor que desnuda, habría que decir dcs­

'carnada. Como buen soUdado, el comandimte Massard parece no darle , importancia sino a los hechos materiales" desdeñando, por de- , masiado fu&,aces y demasiado sutiles., los ma­tices psicológicos que para los moralis;tas tie­nen, cuando se trata de sondear almas trá­gicas, un interés infinito. Así la exis,tencia

artística de la acusada" sus aventuras amo.­l'OSaS, su origen, su tnentalidad, no son, para.

él, datos dignos de largo estudio. Los móviles- .

. 100

ANTE EL CONSEJO . DE GUERRA

'mismos que pueden haber determinado el

-crimen, apenas le preocupan. «Puesto que

esta mujer había recibido dinero de los ale­

manes-se dice a cada instante-, no hay que buscar en otero terreno los motivos de su

culpa.» Lo que se propone e~ mostrárnosla en

el banquillo, tal' cua.l la vió. Y la verdad es

-que, a pesar de su deseO' de no dejarse arras- '

trar por ninguna pasión, 'le resul¡ta imposible

ocultar su desprecio y su anti¡patía contra la

que, -para él, sólO' es una odiosa espía., incapa~

de! Ín.enor impulso nob1e. Y, sin embargo,

hasta en su relato hay pá¡günas que demues- .

tran que lasque atribuyen a la famosa baila­

dO'ra sentimien¡tos delicados y generosos" no

nos engañan. «Se habían encontrado en casa

de . Mata Hari-dice Massard-mnchas .cartas

de oficiales, de aviadores y de personas nota­

bles de París. Una de estas cartas estaba es­

.cita por un ministro de la Guerra y contenía

pasajes muy íntimcs. El presidente del Conse­

jo de Guerra creyó que debía leerla" para que

'lO's demás jueces se enteraran de sus tér­

mjinos. Apenas comenzó la lectura; Mata ir­

:guióse, Suplicándole que n~ ~guiera adelante . .

101 · ',.

E. ' G o M E Z ' C' A R l~ 1 ' L L O;

«Tengo. que leerla-co.ntestóle el co.ro.nel Sen1-' pmu.-Entonces le suplico. que, al menos, no.', diga el no.mbre--murmuró e11a--.. ¿Po.r qué? ­

-Po.rque el auto.r de esa carta tiene una eS- '

posa, una familia, y yo. no. quiero. ser la causa, de la desgracia de un ho.gar.» Mass.ard co.n­

fiesa que el <;o.ronel Semprou" emocio.nado, . tuvo. un m(!mento de duda, de vacilación, ante" aquella súplica sincera. El, en cambio, seo,

contenlta co.n So.nreir irónicamente, para Co.n­tinuar en seguida su relato..

Es de una frialdad terrible este relato.. -El día de la declaración de guerra--le '

dice a la .acusada el presidente--a:lmo.rzó ug- ,

t ed con el prefecto de Policía de Berlín, Y'

meg() lo. acompañó usted" en s~ , co.che, en me- , 'dio. de la mu1titud, que vociferaba.

-Es cierto--eo.ntesta Mata Hari-. Yo. ha--,

bía co.no.cido. al prefecto. en él ,music-hall en ' qu~ yo. bailaba. En Alemania la Policía tiene 'eíl', derecho. de censurar 'lo.s trajes de las ar-,

timas,. H~ían dicho., en los peI1iódico.s que yo .

ANTE EL CÓNSEJO DE GUERRA

aparecía demasiado desnuda. y el prefecto fué

a examinar mi toilette. Así entramos -en re­

laciones.

-Muy bien. En seguida el jefe del espio­

naje alemán 1e dió a usted una misión de

confianza y le entregó 30.000 marcos.

-Lo 1,olativo a la persona y a la suma es

exacto. Recibí 30.000 marcos de aquel alto f uncionario; ,pero no comp pago -de servicios

del: carácter que usted indica, sino en pago de

~-::is favores.. E'l jefe del espionaje a11.emán

era mi amante.

- Lo sabemos.' .. Sin embargo, esa suma re­

sulta, como sim'Ple regalo galante, algo e:XJh'a­

ordinaria .. :

-Para mí, nO':'.. Nunca nadie me dió me­

nos ... -Bueno. De Berlín vino usted, a París, -pa­

&".ndo pQr Bélgica, Holanda e Inglaterra. ¿Qué

venía usted a hacer? -Ante todo, quería mudarme de mi villa

de Neuilly. -En seguida, con el preteXjto de servir pu­

una ambulancia, perm,aneció usted siete me­

sel'¡ en el frente. '

;103 ,

iÉ. :(j.. o M E Z e A B B l ' L L ' o

.-En Vitel, donde 'yo no era enfermera,

quise consagrarme a cuidar a un pobre mi­litar ruso, el capitán Marow, que se había

quedado ciego, Mi deseo era redimir mi vida de'iPecados, a la cabecera de un infeliz a quien

yo amaba. M llegar a este punto ~e su relato, el mis­

mo comandante Massard tiene que -inclinarse

an,te la realidad, confesando que, según todos

. ~ informes de 1a Poocía, la bayadera per­

, ve~a, la co:r~na sin a!1ma, la mujer que '

hl;l.Sta entonces había confesado con orgullo ' que s,u amor era un objeto de lujo para millonarios enloquecidos, demostró una ter­nm'a, ejemplar en sus relaciones con el in­

feliz guerrero ~scovita, «Lo c~idaba tier­'nam.ente-dice-y 'le daba din~ro.» ¿Un ca­pricho pas.ajero? No. Después de permanecer

junto a él largo tiempo, np dejó de escri­

birle, ni en la cáTcel, ni al borde mis.mo de la tumba. Más adelante, en efecto, veremos

que antes de abandOil1ar su ca:labo<zo de San Lázaro, en los iIll'1tantes s'Uprem,os en que el

v -pelotóp. ~a espera.' en los fosos de Vincennes, '

10 úriico que solicita son unos pocos minutos

~NTE EL ' OONSEJO DE GUERRA

para dirigir un pos¡trer adiós al ser amado.

-¿ Tiene usted algún deseo que expresar . .antes de morir?

Sin ocultar su emoción, la infeliz contestó: --Lo único que llena md a!l:ma en estos m.o­

ment.os es la imagen del hombre a qUIen amo ... Por verle un segundo daría una- nueva vida.

-¿Dónde se encuentra?

-En Rusia ... Por eso no pido verle, sino . escribirle .. ,

y c,on 'm¡ano tranquila, ante los funcioh:l,­

ríos y los militar~ que la rodeaban, trazó los últimos signos de su pasión.

Un di;p'lomático ruso, muy conocido en Pa­

rís, el conde Ignatief, se propone, según pa­rece, publicar más ¡tarde las notas íntimas

, del capitán Marow, para demostrar que aquel

hombre, hoy refugiado en un hospita~ o en

un convento, no ha dejado nunCa de creer en la inocencia de la que, para él, fué un

"áng.el. Esto el comandante Massard no loig­'nora, puesto que en su libro habla dé Jos que,

. obcecados o engañados" continúan abrigando ,. dudas sobre 'la culpabilidad de :Mata Rari.

~Tales dudas-agrega-no tienen 'ningún

fundamento, como lo veremos más adelante.» ·

Una de las pruebas morales que los acusa­

dores de Mata Hari invocan contra ella es '·

el afán que siempre demostró de ' penetrar" en la intimidad de 10s militares. Ella misma. .

confiesa este afán. durante el proceso, al de- · cir al presidente del Consejo de guerra:

---,Los hombres que no pertenecen ~ Ejér."

cito no me han interesado nunca. Mi marido"

era capitán. El oficial es para mí un ser su­

perior, un hombre que vive en plena epo- ,

peya, siempre preparado para todas las aven­

turas, para ,todos loo peligros. Si he amado, .

ha . sido "siempre , a militares bravos y corle- ·

ses, y 'eso, sin preguntarles a qué país per- ·

tenecían, porque para m.í Jos guerreros for­

man tina raza especial, que está poi- encima

de los demás mortales. Al escuchar tales palabras, el presidente ,

del Consejo de guerra, que verdaderamente

aparece, a través de Jos debates, cual un buen ·,

ANTE ELPONSE10 DE GUERRA

soldado, sencillo, hidalgo, incapaz de odios.:

de prejuicios, de anti,patías, murmura:

-En efecto, desde que llegó usted a F ran­

cia, no se la v.ió sino en compañia de mili­

tares. Los aviadores, especialmente, parE.cen

haber inspirado a usted un afecto ex¡l;raordi­

nario. Ellos también la buscaban a usted, la

halagaban, la cortejaban. ¿CÓillD conseguía

sacarles 'los secretos de que eran depositarios,

sin que se dier.an cuenta de lo que hacían?

Ese es un mister.io de alcoba. Lo indiscutible

es que usted indicaba al enem:go los lugares

en los cuales nuestros ae:roplanos 'depositaban

a los ag(mtes encargados de vigilar las avan­

zadas del frente. Así hizo usted fusilar a mu­

chísimos de nuestros soldados.

-N o niego - corutesta ella - que desde la

ambu1ancia cOl1..)tinuab.a yo teniendo corres­

pondencia con el jefe del eS¡pionaje alemán,

que se encontraba en HoIlanda. Yo< no tengo

. la culpa de que é'l haya ejerc.ido aquel cargo.

. Yo no le hablaba de. la guerra ni le enviaba

datos de ninguna esp·2cie ...

107

.E. G Ó M JjJ Z e A R R 1 L L o

Mata Hari no se de~concierta nunca, a pe­sar de lo grave de algunas de las acusaciones

de que es objeto. Su serenidad asombra a los que la contemplan, No hay en su voz el más

ligero temblor ni en su rostro ]a niás leve :palidez. Muy erguida y hasta algo rígida, pa­l'ece, a veces, sentirse insultada ,por el tono de :las preguntas indiscretas que e1 fiscal le di­

rige. El escepticismo de sus jueces, cuando se ,trata de las .sumas que ella pretende reci­bir, no como salario de espía, sino como prc­

,cio de s,u favores, la irrita. Sus miradas son, ,en ciertos casos, duras, rencorosas, altaneras, Sus gest,os · tienen impertinencias teab·ales.

«Todo es,tudiado, calcu:1ado»-'murmuran algu­nos de·los que la ·ven en tan trágicos momen­

tos. Pero cuando se la examina más atenta­'mente" se nota que sus actitudes son natu­rales. Ella es así, . ¿ Tiene siquiera conciencia

·,de lo que le pasa, de lb que Va a sucederle del peligro en que se encueIl(tra? Al pninci­pío, por lo menos, dijérase que no. Esas sonrisas de desdén con que escucha · cier­tos ¡pasajes de la requi~toria, esa altivez con

, 108

ANTE EL OO~S~JO DE GUERR¿

que interrumpe al fiSC8!1" esa coquetería con. que arregla los pliegues de su falda al sen­

tarse en el banquillo, ese aparato, en . suma,. que irrita al comandante Massard y que tal vez indispone a lJoq miembros del Consejo de

.guerr.a, es, en ella, la manüestación espon- · tánea de una segunda naJturaleza creada al

calor de los ha:1agos socia.Jes. Lo que en fran~ cés se llama le pli professi~nel, llega a- to­mar proporciones enfermizas en los ' que se

creen, a fuerza de sentirse adular y de oirse. a¡plaudir, seres' superiores,.

En todo caso, el miSimP Massard conviene· en que la actitud de MaJta Ral1iante sus jue­

ces, no carece rü de eJ!egancia ni de belleza. «Muy alta-dice-, esbelta, el ros¡tro afilado,

tiene, a veces} un aire seco y desagradable, a pesar de sus bellos ojos y de sus finos ras­gos. Con su traj e azul descotado en punta,

con su tricornio gen¡tilmente militar, no carece de dJistinción; en cambio, carece de­

gracia:,.lo -que sorprende en una bailar·

l09,

"E .G· . o M Ji] Z e A ' R R ' 1 L L o

rina. Lo que más impresiona es su carácter

resue1to y 'la . fuerte inteligencia que demues­

tra a cada ,in9tante.»

Esta inteligencia, enérgica a la par que

sutil, se nota, en efecto, en todas sus respues­

tas. Cuando, en e~ curso de un interrogato­

rio, el coronel Semprou le dice: «Si no sabía­

mos 'lo que usted escribía, por lo menos ga­

bía:rnos a quién iban dirigidas s'us cartas»,

.ella comprende que es necesario confesa.r lo que es' evidentísimo ¡para' poder negar lo !Dás

. .grave. Entonces, haciendo alarde de cinismo,

se 'compara a Mesalina y proclama que sus 'amores, antes de conocer al capitán Marow, . ,han sido puros negocios de a1coba, someti-

. ·dos a · lUna tarifa muy elevada. Y si le ha­cen entonces observar que hay algo de ex­

traño, dados tales principIOS, en su . .deseo evi­

'dente de sed,ucir a los oficiales y a 100 hom-. bres políticos,' en vez de conquista:r banque­

ros y millonarios, asegura, sonriendo, que los

más generosos no son siempre 10s que más

1linero poseen. Luego agr~ga:

-En todo sen¡hldo, los . oficja:les están por

¡encima ·del resto de 1~ hombres ...

110.

ANTE EL CON$EJO DE GUERRA

Es ·su sempiterno est ribillo .. . ¿Simple deseo de explicar de una manera

galante su conducta en los diferentes países

. don de se la había visto en compañía de mili\­tares? ¿rntentos ingenuos de halagar a . los

miembros, del Consejo de guerra? Poco im­porta. Las simples sospechas fundadas en ese entus.iasmo ¡por el uniforme, no const1tuyen

una prueba de culp.abilidad. Es más: una mu" ,jer puede evidentemente tener amores con un crim,inai y ser inocente. Asi, el coronel

. Semprou no se mues,tra ni duro ni irónico

. al oir las explicaciones de la acusada,. Mas

.llega un momento en que ella grita: --Cortesana, sí, lo confieso; espía, eso ja­

.más ... Entonces,. muy tranquilo, sin levantar la

'voz, el pr~idente le dice: . -En 'París, en ciertas circunstancias, sin-

-tiéndase usted vigilar, sintiéndose perdida.,

-tuvo 'usted la idea de ir a ofrecer sus servil. cíos al jefe del Servicio del Espionaje fran­

.cés ...

El. G O · ],1 E Z . C A R R 1 L L I D'·

Pá1ida, al fin, 1a bailarina, calla. An;te ~ pretorio que la juzga, sin embargo, ese acto · no constituye un delito. Otra persona menoS

sutil habríase apresurado a asirse a esa ta­bla para tratar de salar a flote, dem()S¡trando

y hasta exagerando la importancia de 10s ser­

vicios pr~stados al país donde se encuenit·a. Ella, por el contrario, comprende que todo su

. siE¡tema de defensa moral depende de la res­puesta que tiene que · dar a tal pregunta.

¿Cóm,o explicar su arrogancia de artista

ofendida, s.i es limposible seguirse proc1aman­do incapaz de un oficio vil? Cierto que aún

habría, para una f!ances,a, el recurso de es­tablecer una diferencia entre el servicio; aunque indigno, prestado a la patria, y el

servicio doblemente infame prestad~ a1 ene­migo.Mas la acusada no es francesa: No es

ni siquaera una de esas extranjeras que, vi­viendo en París, amando en París, llegan a

afrancesarse hasta el punto de sentir, comp

muChas de las que sirvieron en las · ambulan­cias, que ;para eUa la verdadera ~atria, . o al menos 'la segunda pa!tria, es 'Fr.?ncia. No;

ANTE EL CONSEJO DE GUERRA

Mata Hari es la perfecta , cosmopolita, la que no tiene ni odios ni preferencias, la que lo mismo se halla en Madnid que en Berlín y

en Roma que en Londres. Ella lo ha procla­mado ya a1 hablar de su alma neutrafl. y de sI! entusiasmo por todos los unifOl~mes, mili­tares, sin diferencia de países. ~¿Es cierto lo que digo?-pregúntale por

segunda vez el presidente. Haciendo un esfuerzo, 'la acusada contesta: -Yo, en aquellos mom,entos, no tenía di­

nero, y por eso me ofrecí a ser útil a este país.

De :todas las pruebas que a MassÁrd le pa­recen irrefutables para hacer ver la eviden­c.ia de ,la culpabilidad de T.a bayadera, confieso que la única que me parece importante es ésta.; Para todas las demás interrogaciones graves; comprometedoras, hay en los labios de Mata Hari una explicación. ¿Sus relacio-

. , nes con el jefe del espionaje alemán? Amoro-sas y nada mM. ¿El dinero recibido de una

Embajada? Pago de sus favores ... Los, jueces , pueden encontrar esto absurdO!. No imiPorta. '

Mientras su.bsista una duda, debe ser el que se halla en e'l banquillo el que la aproveche. , Pero esta vez ya la duda es imposible: Mata

Hari confiesa que fu~ espía. ¿Que lo fué de Francia y nOl de Memanda? Moralmente, para una holandesa, lo mismo es una que otra

cosa. Desde este terrible minuto, pues, ya Massard nos parecerá menos cruel, menos par­,ciaL

Muy cortesmente, como excusándose de I

tener que hacer p,regun¡tas tan desagrada-

bles e indiscretas a una dama, el coronel Sem­p,rou interroga:

' --:-¿De qy.é manera , pensaba usted sér útil

,a Francia?

~--A'provechando mis relaciones - contesta­

Mata Hari-. M, desde el principio indiqué

al jefe del Se~n!1o Servicio, los lugares exac­tos de ]80 costa de Marruecos, en 'los cuales los '

submarinos ale~Iies desem:barcan armas, lo ,que me parece interesante.

~N~E Et CO~SEJO DE GUERRA

-Interesantísimo-murtnura con sorda ü'o­nía el ~al Mornay, que no siempre contiene su impaciencia y su mal humor.,

Luego, alzq.ndo el tono, exc'l&ma:

-Esos lugares que ~ indicaba, usted no ' podía conocerlos sino estando en relacio­

nes con los alemanes, ..

Desconcertada, la baiiarina trata. de ex<pli~ car ]0 . inexplicalYle, asegurando que lo que

sabe, ]0 sabe por haberlo oído decir en un

banquete de diplom,á.ticos, una noche de. gran

fiesta, no recuerda donde ... . -A1 fin y al cabo-agrega-, yo no soy

f rances,a, YO no tengo nilngÚn deber de ~on­

ciencia en este país... Mis servicios eran úti­

les ... Es todo 10 que me corresponde decir ..• Yo no soy más que una miUjer que se en­

cuentra, entre ·.oficiales poco· galántes, deseo­

sos ,de perderla, de hacerla confesar falt~ que no ha cometido... .

y con voz agria, con los iabios crispados, gdta ,señaqando al fiscal:

\

-¡Ese hombre es un malvado!. .. . ~álm,ese usted-le dice' el pTeSiden~, y

pel'mítame que conti,núe hablándole de lo que

,115

.E. . G o M "E Z e Á R R · 1 L L '0

pasó en aquellos momentos en que usted . se

puso espontáneam,ente al servicño dcl E;:Spio­

naje francés. Cuando el capitán Ledoux le pre-· . guntó a usted lo que podía hacer, usted se

ofreció, en su calidad de hc~andesa, ¡para ir a

' Bmgka a cOIll¡unicar ciertos datos a los agm-

tes que allá teníamos nosotros. El caipitán le

entregó a U$ed un papel dirigido a uno de

· esos agentes, y usted se embarcó con rumbo

.a Inglaterra. De allí debía usted pasar a Ho­

JJanda yen' seguida a Bélgica. No fué usted

· ni a Bélgica, ni a Holanda, sino a España, en

donde vamos a eTIlContrarla pronto. Pero ' el

.papel que se le había confiado no dejó usted

d.e aprovecharlo .. , ¿Recp.erda usted de qué

.manera? .

La acusada calla.. El preside~te ·:insiste;

-¿Recuerda usted?

-N~ice al fin ella con voo sorda.

··. -PueS, verá usted. Tres semanas deB\Pués' · de marcharse usted de París, el 3igente nues­

tro, cuyo nombre se hallaba en el papel que

te entregó a usteg, él capitán, fué fusilado en · ·Bruselas. pOr los .a.remanes ...

),)t'l'E ' EL CON.S Eio . D'!;Jl GU:E1l.RA

Al llegar a ~te punto del proceso, el co­mandante Mas~rd, argumen¡l;ando con lógica . inflexible, nos hace ver que nos encontramos ante una prueba material de l.a culpabilidad de la bayadera. Efectivamente, sus balbu­ceos, sus silencios, sus. sobresaltos, sus con­fesiones m;ismas, indican SU culpa.

Y, sin embargo, algo hay aquí mismo, que

nos deja siem¡pre en el m,isterio y en la duda. Ésta mujer, pensa~, no niega haber ofre­cido sus servicios al espionaje francés. Es más: rebajándose h~a 'la venalidad crimi­nal, sólo se excus~ invocando necesidades de dinero. Sin embarS"b, lo m,ás probable ~s que nQ s,ea por pobreza, ni por codicia, por l~ que acude al capitán Ledoux, sino por miedo. El mismo coronel SeJll¡prou asegura que la ba·ila­dora, s,intiéndose en ¡peligro por las sospechas que inspira a la .Poliicía parisiense, Se refugia en el Segundo Servicio como en el único asilo que puede sa'lvarla. Lo único que pide, una

vez ~nr.ol~e, es una m,isión que le PermiJta

B," Q o M E Z C.A R R ' l ' LL O··

salar de Francia. Y la ctmsigue. Y después de pasar algunos dias en Londres, la encontra­mos en Madrid. ¿Qué hace allí? El fiscal Mor, net contesta: «iEspionerf» Muy bien. Debe­mos aceptar la tesis de la acusación. Pero en tal caso, ¿cómo explicarnos que 1Ja incauta piense, al cabo de algunos días de vida ma­drileña, en regres,ar a París? Si se tratase de un ser inconsciente, incapaz de razonar, desproviS11;o de inte1:igencia, todavía pudiera creerse que, dejándose engañar por alguno d~ 'los agentes dé la Policía francesa ' y cre­yendo que le sería fácil explicar el fusila­m.Wnto del hombre cuyo nO¡J;nbre sólo ella co­nocía, se decidiese' a pasar J1a frontera. Mas, pien sabido es, 'por e contrario., que todo en ella dem,u~tra talento y cálculo, voluntad y juicio.

¿Me recordáis que existe fuera de Francia la leyenda de un paseo nocturno por los a1-rededores de San &bastián, en compañía . de

. un a.m&nte que, queriendo venderla, la llevQ

118

engañada hasta un lugar donde los gendar­

mes franceses la esperaban?.. Esto no puede

murmurarse sino en los paíseS remotos 1fle

carecen de informaciones extranjeras, ,pues todo el mundo que'lee peniódicos, sabe de qué

manera Mata Hari volvió a París, con su

pasa¡p0I?te muy en regla, y no a instancias de

amigos, sino a· pesar de las advertencias de

los que la conocían.

He aquí la carta que a este respecto me

acaba de dirigir el ,cónsul de Holanda en

Niza, M. de Wi;th, quien, durante los últimos

años de 'la guerra, tuvo a s,u cargo en la Le­

gación de su país en Madrid, un servicio im­

portante:

«Niza, 9 de mayo 1923,

Querido señor Gómez Carrillo. Mil gracffis

por sus recuerdos: Siento mucho no poderle

comunicar recuerdos sensacionales sobre Ma­

ta lIari. La: primera vez que la Vii fué

en Amsterdarn" donde yo estaba , movilizado

119

en 1915. Vivíamos en el m¡ism:o hotel (Hotel

Victoria), y yo la. veía a menudo allí, en co.m,­

¡pañía de a.lernanes. No fué. sino .a fines de 1916 o ptinclpios de 1917, al regres,a.r a

mi puesto de Madrid, cuando la conocí per­

sonaLmente. He aquí la hi~ria: ella m~ es­cribió diciéndome que deseaba pedirrn,e un

consejo, ,Yo mlsmo fuí .a verla al Hotel Bitz. Se trataba simplemente de hacer enviar a

Madrid el dinero qu~ ella pretendía poseer

eú un Banco de ParíS\. Le aconsejé que escri­

biera prlffiero al Banco, y que en caso de di-. ficultades" yo ¡pediría la intervención de mi . jefe el ministro de los Países Bajos. No me

vOlvió a hablar del asun¡tO, ni pidió la .inter­vención de la ,Legación, Cüll10 hacen a me-

, nudo las mlÚ~re~ cuando · tiene;;' que pedir

algún favor, me contó entonces toda la his"

toria de SU vida. Según 'rn,El' dijo, era de pura raza holandesa, híj,a d~ un alcalde de l' raneker

llainado Zelle; habíase casado' muy joven, a los ,diez y seis años, con Mr .. Mac Leod, de

origen esc~ oficial del ejército de las In­

dias, Neerlandesas; ¡!on . su 'm;l.rido fué a; Su-

,: matra, en donde llevó un vida muy desgra-

~,iada, pues su marido la.. m,altr.a¡taba, según

me dijo. En €JI curso de su viaje a; Europa,

abandon6 a su marido en París, y no te­niendo dinero quiso ganar su vida como mo­dejo de pintores. Como era m,uy nerviosa,

no podía estarse quieta" y un pintor le dijo que en vez de agrl¡tarse así en su silla, baila ...

ra. Había visto las danzas de 1as indígenas

de Sumatra, y Jas im.itó tan bien, que el pin­

tir Je aconsej6 ~ .tratara de ba,ilar en un

musio-hall. No tard6 en ganar pingiiel'\ suel­

dos en los grandes musio-hall parisienses. Es­

cogió el nO'lJ)pre de Mata Hari, porque estas

dos palabras en la India quieren decir Sol

de Aurora. En aquel mpmento ' era una be­

lleza .

»Una s,ola COSa puede interesarle a usted '

más ¡tal vez que todo lo que dejo dicho. Ella

había llegado a Madrid después de !pasar al­

gún tiem.po en BarcelOM. Un catalán me

dijo que en Barcelona la llamaban «e] hom­

bre de negocibs». ¿Por qué raz6n? No 10 sé.

Pero aquello me di.6 quél pensar, tanto más

que no tenía contralto en España comO artis­

ta. Com,9 ella ' debía v61ver a París, me pidi6

poco después, un laisser passer , o recomen- .

elación para las autoridades de la frontera francesa, manifestando una gran inquietud

ante ,la idea del paso ~r esa frontera. Yo le contesté que debía pedir aquella recomenda­ción a mi jefe, pues yo no podía hacerlo solo, y agregué que una persona que tiene la con­

ciencia limpia, no debe temer nada; que ade-­más podía ,siempre teilegrafiar a ~ Legación en caso de dificultades,; insistí en repetirle que ' una persona cuya conciencia no estuvie-

, r~ muy lLimpi:a, haría mejor en no arriesgarse a pasar la frontera, aun con recomendaciones. J¡Jlla se mostró indignada e irritada de' tal advertencia, lo que me inclinó más todavía a dudar de su inocencia. Se fué, s,in embargo,

a Francia. »Aigunos meses más tarde, no sentí la me­

nor' ~rpresa, a pesar de que ella. hablaba "siempre de los , sucios boches y de que ~ mostraba muy francófila (aunque SlÍn exage­

, . raciones sospechosas, al saber que, después . de haber s~o Vligilada muy de cerca, la ha­Ó:>ía 'dete¡nido iJa policía;, a ~ hora 'del 'te, en

';\l;PO de losgrarideS hotéles i>~risienses. _ El

ANTE EL OON~E70 .. DE GUERRA

. agregado nñli¡tar de Francia me dijo en San

Sebastián qUe Mata Hari habia costado más de una división al e¡jército fr8JIlcés.

»En la Legación de Holanda en París me han dicho que durante su proceso no había

pedido jamás protección a las autorJidades de su país.

»Soy de usted, ete.,

G. de With.»

Este documen\to, que a primera vista pa­rece aclarar elm,isrerio de la culpabÚidad de

la bayadera, en realidad lo único que consi­

gue es complicarlo. ¿Cómo aceptar, en efect?, que una ~j3r inteltigente, o una simple mu­

jer. que no esté loca, se precip\te así hacia el trágico garl~to, cuando todos, hasta los re­

[lIresentantes oficiales de su patria,.1e indican

las sospechas que pesan sopfe ella? Se dirá ,

tal vez que bien puede no haber dado á las palahrás del di¡p¡lomático holandés, sirio un

sentido abstpicrt;o de consejo general dirigido

por pJ,"udencia a todos los que iban a pedir­

le pasaportes. Muy bien. Pero es que ya an­tes, un ¡periodista madrileño, Ezequiel Endé-

$h ' G ::O ·MiIiJ . Z 'C Á R· 1l 1 ·L L 'O ' . I

'riz, había publicado en El Liberal una serie de artículos titulados La da¡ma de las pieles

blancas, en las cuales hablaba de las relacio­

nes que existían entre el jefe de los espías alemanes d~ Madrid y la bayadera del Ritz ... ¿Que también es posible que ella no leyera ta­les artículo~? .. Muy bien ... Pero ...

. Lo extraño, en todo caso, es que ni Mata Hari, ni su defensor. se sirvan del elemento de disculpa que el regreso a París constitu­ye. . Colocándome en el patético caso de M.' Clunat, creo que mi deber me obligaría ~ decir a 1~ miembros del Consejo de Gue­rra: «NQtad, señores, que cuando esta mu­.Jer vueLve a Francia, no ~nora las sospe­'chas qu~ pesan sü:bre ella: s;i esas sospechas ' no fueran vanas, SliJ ella no tuvriera la con­ciencia tranquila, ' si no creyera haber dado bastantes muestras de afecto a nuestro país, si no abrigase un interés profundo por nues­.tro triunfo que es. el triünfo . del ejército en "que ha,combatido el ~nico hombre a q~ien ha .r:" •

~NTE EL CO~SEJO DE GUER RA

amado, y por el cual se sacrifica, nada 'le habría sido tan fácil como escuchar los consejos de la prudencia. .. Recordad, señores, que Víctor

Rugo decía que sla;1gún juez le acusara de haberse robado ¡as ¡borres de la cate­

dra1, lejos de traJtar de sincerarse, 'se escon­

dería. Mata Rari, acusada también de un delito fan¡tástico, ha creído, por el c~trario,

que !]o mejor era correr hacia el 1ugar en

donde puede existir un peligro, demostrando

así su inocencia» .. : .. ;Pero el ilustre abogado ' ..

que tiene el terrible honor de defender a ]a

bayadera:, prefiere confiar en la im¡portancia

de los 1;e&ti:mOnlOS que deben sefi1e favorables. Un m~nistro y un em:bajador van a venir a

la barra. Además, y ~e, no es ' un secre~, ese gran jurisconsuJd;o, ese austero árbi;tro de

litigios entre naciones, eSe maestro del :i:oro, ;:le ha' dejado coger, como tantos otros, en

las redes extrañas de la Circe a~te cuyos '

encantos ningún mortal parece tener la vo­

luntad de Ulises. Es i'ncreíbJe, en efecto, el número de a,mantes ilustreS que ei capitán

MorDa'Y "le echa en cara a 181 baIladora¡. Y no

me refiero a los jóvenes ' e iincau.tos aviado-

'R. G O M ,R.z e ,.4 R ' R 1 L L 'O

res, y a lbS fogosos oficiales que, según pare­

ce" no son sino juguatesde una noche entre sus brazos insaciablés. «Antes de tener amo­res con un ministro de la Guerra francés ~dice Massard!--la espía habíalos tenido con

el Kronprinz a1emán, 9,ue la había llevarlo a las maniobras de Silesia; luego, con el du­que de Brunswick, que la cubría de 01'0; lue­go, con ' uno de los lll¡ás a~tos funcionariC\S del Ministerio de Negocios Extranjeros de 'París; luego, con el presidente de] Consejo ., 'de Ministros de HoÍanda, M. Van der Lin-den; luego ... >;¡ Discreto como Sch~raz.ada, el historiador, a1 llegar aquí, se calla, no que­riendo citar sino los nombres que figuran en

'el proceso y que-ya todos Jlos periódicos han

publicada. El de Clunet se encu~~ra entre ellos. Unos dicen:. «La ~bía adora~o, y aun­que al ser ella prendida ya no conservaba

\ . '

sino el recuerdo de sus encantos y de sus perfidias, quIso, por espíritu caballeresco, 'preStar'le el ~poyo de su prestigio y ,de 8'\.1

elocuericia.» Otros creen que en eJ momento ,-del ptoceso ' el defensor es aún uno de los ~r ,* \ •

'am:antes de la balladora. masta este amor,

A~TB EL . OONSEJODE GUERRA

vivo o muerto, .para explica.r su fe en la ino. cencia de Mata Ha.ri? Porque e1 mismo Mas,

sard se ve en la obligación de reconocer que el eximio jurista cuya conciencia es un eS-­pejo de virtudes cívicas, conserva siempre, hasta en el borde del patíbu10, su fe inque­brantable. Cierto que eil antiguo Jefe del Cua1)tel General de París, agrega: «La can­didez de este hombre es enternecedora y su devoción digna de mejor causa., .. »

Ai mí lo que me sorprende no es la can­dridez, sino la flaqueza del defensor, que pa­rece no querer intervenir más que para . 1·O~

gar a ]~ j;~ que excusen loo arrebatoo de la acusada y que, en los momentos grave~, cuando se trata de dar eJQPlIicaci~nes espino­sas, la deja enredarse y aturdirse repitiendo las eternas frases que no éxplican gran cosa.

-En Madrid, en el Hotel Ritz-le dice a la bailarina el presidente del Consejo de Gue- ·

rra-, usW vivía en una habitación con ti- . gu.a a la del jefe de1 espionaje alemán en

España.

127

lfJ. G O'M Jj] Z o A R R 1 L L O

-Cierto-contes,ta ella.

-Aquel agente de Berlín la visitaba a us-ted a menudo.

-Cierto ....

-¿Recibi6 usted algunas joyas de ese hombre?

. -,Sí... Era. mi ~ante .. .

-Muy bien: ese ama.nte telegrafió a su

coleg~ de AmSiterc1am, cuarido ya se hallaLa u,sted en París, diciéndole que le enviara aquí;

\ . . . por medio de una ¡Legación de un país neu-tráJ" lUna suma de 15.000 marcos oro.

-No .lb niego: e'l funoionario alemán de Madrid prefirió pagar mis favores con el di­

.. nefo de su Gobierno, y ¡por eso pidió al jefe

del espionaje alemán en Hdlanda que I11.e . enviara -Cierta, suma.

-¿No n~ chabía usted dicho que tanihién ~l jefe del espionaje en Holanda era amante

de usted? -Ta,mpién ... y así el dinero de un amigo

servía para ' pagar las . favores que el atro

ami¡go había obtenido ...

Que esta. última respueslta ¡pareZCa imltil­mente cínica a sus ' jueces, no debierasorpreil-.

~-:A 'NT E E LeON S JJJ 10 DE ~ GU ERRA

der a la acus.a.da. Sin ' emba.Tgo, a1 notar en

los labios del capitán Mornay una sonrisa de

desprecio, se irrita" y prote~a contra 10 que le parece una falta de galantería.

Sus cambios de actJitud duranoo el proceso

son bruscos. Después de erguirse,mirandocoll

aire de reto a . los jueces., Parece, sin causa

~ente, a punto de desma.yarse. Cuando su

defensor vue1ve haCia ella sus ojos de líe'l servidor iÍnpotente, como , rogándola que le

perdone su: faJta de infiuencia., contésJtale con'

muecas de desprecio. Para lbs gendarmes que

la custodian, en ca.tilbio" no tiene sino frases amables 'y guiños tentadoreS. «Tod~ ~n ' ella,

-dice el rela.tor del proceso--es un ' arcano.))'

Cierto, Hay algo de inoondlable, algo de in­explicahle en su carácter, en su vida!, en suS

rnóvil~,en sus ,gesros, en SUB afectos en suo ' p.a.1abraa. Sus ín¡timos aseguran que haNa ad­

mirAblemente cuatro o cinco lenguas. En ninl.:

gana de ellas, sin embargo, bg.ra nunCJl¡expre~: '. l ' ','

sal'S¡e de 'un modo &1'0. Comp sus dMzas, sus : , I

., . ]j] • G OM 1iÍ Z. 'O A R R 1 L L O

frBSe9 son tortuosas y s-e~entinas. El pintor

Frantz Namur, que la trató durante largos

añ~, pretendé que es la mujer más, triste que ha visto.. «Hice de ell.ar--€scribe-dos retratos:

unO en traje de, calle, que no sé donde se encuentra, y otro en 'el cual Bd)arece ador­

nada con una diadema india y un collar de

esmeraldas y topacios. Lo que :m,e sorprendía,

lo que me desconcertaba en esta mujer mi­

.mada, en esta. mujer a quien el destino ha­

bíale dado todos 'los dones¡ de talento, de gra­

oi~" de belleza, de celebridad, era su íntima

'y'·obscura tristeza.. !:Ioras enteras quedábase , '. I ' en una bu.taca, cal.lMa, soñando en cosas se.-cr~t,as. 'No puedo decir que 'la ví jamás spn­

reir. ' ~tá su¡pel'Sbiciosa cual mi.a. india. Un

día, , al desnudarse, ~ le cayó un braza.'lete

de jáde. · Poniéndose pálidá,gri!t6: -Esto me

anuncia una d~~aci~, una gran de~gracia,_ ya 10 verá usted .. : Guárdese usted esa ,argo-

, ,

na; 'yo no quiero 'volver'la la ver... y así , era'

en, todo.» Otros hay que conservan de Mata

; Hari un recuerdo menos ' sombrío y más muu­'dárib: Ob'os; qilé "no la vieron sino en las

,~~ nooturnás,- la ' pintlID corÍ colores , 'dé

'A ·N'l'.JfJ . , EL ' CON S FJ J O DliJ GU liJ RR.A

exáltado e:Qtusiasmo. En lo único en que to­dos están de acuerdo es en que su carácter estaba lleno de cambios y de sobresaltos.

¿ y 10\9 tesijgos7 Desde el principio de las

audiencias, el defensor anuncia los testimo­

nÍos de los personajes a quienes ha hecho citar, como capaces de aclarar todo e'l mis­terio del proceso. -Ella misma cuando s,e

anuncia que sus amigos van a comparecer ante la barra, muéstrase llena de satis¡facción. Co­

queta y felina, pAsase voluptuosamente por

los labios la caricia iluminadora de la barrita de carmíri. Una flor que le ha sido enviada

·por un adorador ·anónim,o, alegra la seyeri­dad de su traje azul. Lejos de rechazar, cual . otras¡ v~ los bombones que su abogado la

ofrece, saboréalos con [pueril glotonería. No ,sólo a los gendarmes les sonríe, sino también a los · jueces. QUé digo: al mismísimo Mornay, en .quien antes ha ·visto un inquisidor, ahora parece' descubrir un amigo. Es ind:udable que

, . .

unaeSperán~ la ~nima.

:'!1. G o M Ji] Z , (J A R R 1 L L O-

-Caboinage-murmura el historiador Mas­s,ard.

¿PQr qué?... ¿Por qué no ha de haber algo de sincero, algo de ingenu~ en esta mujer? Yo, por lo menos" en mi deseo de hallar siquiera un reflejo de luz redentora en e] alma de los culpables., me pregunto !Una vez más si no v&­mos a ver, al fin, rugo que nos hable de ino­cencia.

-H~ced ent~ar al primer testigo de la de-­.ÍensaL-ordena el coronel.

Un cabaHero de aspecto distinguido adelán­tase hacia el pretorio.

:-"":¿Para qué' ha hecho usted citar a <..'Ste señor? ----1P'regunta el fiscal.

Ella, muy ¡¡uave, muy risueña, muy tran- ' qu~l'.1, 'contesta:

-Esté caballero oCupa en el Gobierno fran': cés, como todoo 10 saben, una de las más al:'

'tas situaciones. Está al corriente de lo qué 'se dice en los consejos de mir;tistros y 'sabe'

lo que s~ prepara en el campo de qata~ . . Pues bien, sin buscarlo, ]¡o encOIlltré a nii , .

regreso . de. Madrid. Había sido mi prime~ 'amante desp~és de mi 'divorcio y erana.t~';

ANTB BL CONSBJO DB GUBRRA

ral que lo volviera. a ver con' g'US¡to. PaSamos 'tres. noches jun~ Preguntadle ~, en la inti­

midad rnés tnerna, en nuestras largas charla.s de a~coba, tuve j.amás una pregunta sobre la guerra ...

El testigo, que entonces es embajador de Francia cerca del rey de un país aliado" o que

lo ha sido poco, antes. contesta con voz velada por la emoci6n:

-Jarn,ás, jamás ...

-Es inverosímil-exclama el fiscal~que . "

hayan PQdido dos personas estar tres dlas . , juntos sin haQJla;r de lo que a todos nes ohse-

siona. -Será inverosímil~testa el testigo--, .

pero e¡:¡ ciert.<>. y como nadie puede dudar de su palabra,

agrega: . -Hablamos de arte, de arte oriental...

Una llama de .e¡;peranza brill;:t en las pu­

pilas de la a,cusada.

-iYa ~o véis!-exclama el defensor alz~m­do ¡¡lo~ primera vez tao voz y mostrándose en-

las

liJ. G o M lfJ Z C A R R 1 L L :)

tusiastar-; ¡,ya Jo véis, esta mujer que pasa tres días con uno de los oorectores de nues-­tra polítiCa y que no le habla de lo que más puede interes,ar a nuestros enemi¡gos, es mo­cente!

Impasible e implacable, el capiJtán Mornay contesta:

---La ,acusada es bastan¡te hábil para sa­ber que a un hom;bre acostumbrado a tratar con dipkmáticos, no se le sacan los secretos cual a los jóvenes oficiales ebrios de amor e incapaces de desconfiar de una artista ilus- ' treo Pero nO ,¡por eSP deja de servirse de la infiuen~a del personaje que la distingue con ' su afecto. Se ha dicho, y es muy -probable que sea cierto, que algunas de las notas enviada.s por Mata Hari a sus ámigos de Madrid y rle Alnsterdam y destinadas a ser leídas ,por los jefes del espi~naje alemán, están escritas en papel del Minis,terio de Negocios Extran­jeros. Eso es lo que a ella le in¡teresaba: que supieran los que la pagaban que sus relacio­nes oficialleS eran de tal naturaleza, que le resultaba fácil ¡penetrar, en aoo ,secretos de e&tado. Haciéndose ver por, otr~ ~ías ' e.p.

134

ANtE EL CONSBIO DE GUERRA

compañía del il'llStre embajador que ahor¡¡.

se halla ante lia barra, obtenía una aureola que le permitía mostrarse más exigente ...

Lívido, el testigo oye y callru. Las hipóte­

sis del fiscal le parecen, sin duda, plausibles. PerQ, obrando como caballero, cuando le pre.­guntan si tiene algo que agregar re¡píte:

-J a.rn,á,s nada me hizo dudar de la buena opini6n que tenía de esta dilma.

y saludando a la ba,iladora, se retira con

la misma gravedad con que entr6 algunos )11Í­

nutoo antes.

Otro de las testigQ3'" citadas ~ n·n exn\i~

nistro de la Guerra. Pero como se h9lJ.a en el

frente, no acude .al llamamien¡to de la que fué, según sus cartas, el más profundo amor

de su vida. El presiden¡l;e reconoce que aquel

magnate ha declarado también al juez ins­

tructor del proceso que nunca la acusada le h,ab[6 de la guerra ni le h.,i·zo preguntas que

pudieran parecerle sospechoSas.

---'EnWncea--le ¡pregunta ~ .fiscal . a la bai-

185

111. ~ O M J!J Z e Á R R 1 L L o

larina-¿quién fué e1 que la puso a usted al: corriente de los preparativos de la ofen­siva de 1916?

~Na.die.

-iCómo! ¿Niega usted haber conocido esos preparativos?

-Confieso que, estando en el frente, cuan­do cuidaba al capitán Morow., tuve noticias de que se preparaba una gran ofensiva. Lo supe ¡por ros amigps oficiales. Pero ~ us­ted que aunque hubiera querido comunicar tales notici~ a los alemanes, habdame sido pooib1e hacerlo.

-Sin embargo, está. demostrado que usted

~respondía siempre con A.rn,gterdam.. En una Legaoión neutral se recibían 1as cartas de usted y se transm~ttían , creyendo -que eran para ~ hija.

-Cierto que escribía. Sólo que no en~a.­ba d.a¡tos sobre la gueil'TaI.

-En todO caso, a quien usted escribía era al f.ampso jefe del espionaje a1emán en Ho­landa. Eso lo sabemos. Y sabemos también qUé , SUS cartas estaban 'firmarlas H. 21.

-No, no es cieI:1lG.

ANTB EL OONSEJO DE GUERRA

-Sí, ií es cierto La ¡prueba es qUe e~ te­

legrama del .agente d~ .Madrid a su coJlega de

Arnsterdam pidiendo 15'.000 lnarcos 01'0 para usted, decía que ellyiara dicha suma ··a la or-' den de H. 21...

Corno siempre que las inteTlXlg,Iciones la desconciertan, Mata Harj calla y se agita. ~u ·

buen humo'r del principio de esta última au-'

diencía, ~ desvanece. Los test~gos no h.an logrado suavizar al capitán 'Mornay ni . ~Qn~

vencer al .coronel Semprou. Para tramr d3'

salvarla, el defensor pide que ~ consIderen terminados lbs debates y que se 1e conce­da la ¡palabra. -Y durant,'e largas horas habla,

habla con fe, con caJ~or, con convicción. Su

palabra recobra la e;ocueno~.a que ID hizo cé­lebre veinte años ant€S. Su noble figura im­

presiona a los jueces millitares que lo escu­

chan en silencio, respetuosamente. El fiscal mismo no se atreve a sonreir de lo que Mas­

sard llama candideces de anciano enalYic,...

rado.

B. G o M JjJ Z e Á R R 1 L L o

¿Qué dice el ilustre jurisconsulto? Su in­

forme no ha sido publicado nunca. Pero, se­

gún parece, además de los argumentos su­ge,ridos por 'la misma baÍlIMora que se pro­

clama cortesana venal, pero que rechaza la

acusación de ~ionaie contra Francia, con­tiene un estudio psicológico muy agudo y

ID;uy .sutil sobre el alma comp~icada\ incons­

ciente y enigmática de aquella mujer. En el libro de Massard hay páginas que este hi&­

toriador a¡tribuye a un graf6~ogo y que me

pArece, no sé por qué, tal vez por el sitio

en que se hallan publicadas, que deben ser.

un eco de lo que C]unet dice para explicar

lo ineX¡plicable de la cc,nducta de· su prote­

gida. «Todas esas impulsinnes tumultuosas

dan a su vida interior a.lgo de caótico.. No es posible deposiltar una confianza absolut'l.

en una naturaleza t¡m versátil, tan trepi­

dante, tan agitada, siempre dispuesta a de­

terminaciones extremadas.· El freno de las

ideas nq basta a contener este temll·eramcn­to, que se desboca, que no · mide los obstáeu­

los, que se entrega ciega.m,enlte al caprIcho

del destino. NEl~R. .1A ir~nturba en ei curso de

138

ANTE EL OONSEJO DE GUERRA

sus pasiones. Y en medio de tamaño desva­

I'ío, parece siempre dueña de sí rruiSma. ~u inteligencia es indudable. No hay en ella nada de vUlgaT,. Sus' gustos s,on muy finos, muy armoniosos. Comprende y s.iente la be­lleza, el ante, 'las ideas. Y es seductora por instinto, por necesidad, por impulso. Es co~­pleja cual ninguna. Franca, se complace en decir mentiras a !'\US amigos. Su vigor e<l

asom;broso y la fuerza de sus vehemencias , tal, que ella misma se asUsta al notarla.» Con razones psicológicas de esta especie, el de­fensor desea seguramente hacer comprender

a :los sencillos miem,bro~ del Consejo de, gue­rra, que a mía mujer de tal índole no se la puede juzgar cual a un sOOdado. Lo que en un ser normal sería un indicio de culpa, en ella no e.s¡ más que el reflejo d¡e sus fanta­sías en qa atmósfera caldeada por la tor­menta.. Parece inverooírrri'l mucho de 10 que dice ella rrUsma de su vida, de sus ViCIOS,

de sus verralida&s, de sus intrigaS, de su poder magnético. Sin embargo, todo puede ser cierto y- exacto. Por vanidad enfermiza, por clÍTiosidad ma¡1sana¡, por misteriosas' ra-

lJ}. o o M E Z O A 1t R 1 L L O

zones sentimentales, ha hecho la conquista

de Jos jefes del e$ionaj;e rulemán. Luego, ha

seducido a los oficiales fraEceses que s~ han

acercado a ella. Ese juego de los odios Qtie

cruzan por su lecho y que se confunden en

sus labios, le causan un regocijo diabólico e

infanti~ ·a la vez ...

¿Es así con1¡a trata Clunet de dis~lllpal' a Mata Hari?

Lo cierto es que sus discursOs, a pesar de

todo lo. que en ellos hay de suti'leza y de

elocuencia, no convencen. a los jueces. La mis­

ma. acusada debe sentirlo. puesto que, Ulia

vez la defensa ,terminada, Se incorpora para

hacer una declaración suprema en la cual

una vez más proclama su inocencia.

-Nottad-4iice-que no soy francesa y que

tengo derechO a cultivar ,las relacio.nes que

se me antoja, en cuaJ!quier parte del mun­

do.. La guerra no es una .razón ¡para que yo

deje de sentirme cosmúpolita. Soy neutral y

mis ·simpatías van siempre hacia Francia. Si

esto no. basta, haced ~o que queráis.

140

ANTE EL OONSE10 DE GUERRA

La audiencia 00 s,uspende. El Consejo deli­bera. Diez m.inut.oB después la sentencia está dictada por unanimidad. No ha habido deba­te ni sobre el fonqo de~ asun.to, ni sobre los detalles, ni sobre La. aplicación de 16 ley. EÍ presidente ha preguJl\tado a cada uno de sus com¡pañeros de pretorio, comenz&ndo por el de grado menos allto:

-¿En vuestra alma y conciencia estáis convencido de que esa mujer es culpable de

haber com,unicado al enemigo datos y docu­mentos que causaron la muerte de muchos de nuestros guerreros,?

Sin vacilar, unQ tras otro, muy tranquilos, aquellos miIi<tares han respondido:

-si. DespUés de firmar la sentencia, uno de l~

jueces, un comandante, exclama: -jEs horrible condenar así a m.uerte, en

plena juventud, a una cri8jtura tan seduc­tora y de tan grande inteligenciaL. Pero sus intrigas han sido caUM de desastres tan enormes, que yo la' haría fusilar doce veces, si fuera posible.

El coronel Semprou, algo pálido, ordena al

141

B. G o M J!J Z C.A B B 1 L L o

rela.tor qoo comunique la sentencia a 'la a.cu­

s.ada. Y la escena p.a tética se desarrolla ante la guardia, que ¡p,resenta las armaS:

-En nombre del pueblo francés ... ¿Va a d.esrnayarse Mata Hari? .. ¿Va a pro­

testar? .. ¿Va a gritar de nuevo su inocen"

cia.?"" No. Por las mejillas lívidas de su de­fensor dos grandes lágrimas resbalan. Ella,

~n cambio, sonríe, sHenroosa, tranquila, sere­na, casi indiferente, cual. si se tratara de algo tan insignificante que pi s¡iquiera mereciese

qu,e se le consagrara una frase de comentario. En .la sombra, uno de los gendarmes mur­

mura: -<:EBt.a. sabrá morir ...