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Dar a conocer a Jesucristo y hacerlo amarLa vida apostólica marista hoy

Hermano Seán D. Sammon, FMSSuperior General

Instituto de los Hermanos MaristasVolume XXXI, n.° 36 de junio de 2006

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Seán D. Sammon SGDar a conocer a Jesucristo y hacerlo amar:la vida apostólica marista hoyCirculares del Superior General de los Hermanos MaristasVolumen XXXI – nº 36 de junio de 2006

Título del original inglés:Making Jesus known and loved: Marist apostolic life today

Traducción:Hno. Carlos Martín Hinojar, FMS

Editor:Instituto de los Hermanos MaristasCasa GeneralRoma, ITALIA

Redacción y Administración:Hermanos MaristasPiazzale Marcellino Champagnat, 200144 Roma, ITALIATel. (39) 06 545171Fax. (39) 06 [email protected] www.champagnat.org

Maquetación y Fotolitos:TIPOCROM S.R.L.Via A. Meucci, 2800012 Guidonia (Roma), ITALIA.

Imprime:C.S.C. GRAFICA, S.R.L.Via A. Meucci, 2800012 Guidonia (Roma), ITALIA.

Fotografía:Archivio de la Casa general

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Deuteronomio 30 5

Introducción 7

1ª partePuntos fundamentales 23

2ª parteIdentidad y vida apostólica marista hoy 49

3ª parteMisión, apostolado y los pobres 63

4ª parteMisión ad gentes 93

Conclusión 111

Apéndice 115

Reconocimiento 125

Notas finales 125

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El Señor tu Dios circuncidará tu corazón y el corazón de tu descendencia, a fin de que ames al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma,para que vivas.

Porque estos mandamientos que yo te prescribo hoy no son superiores a tus fuerzas,ni están fuera de tu alcance.No están en el cielo, para que hayas de decir: “¿Quién subirá por nosotros al cielo a buscarlos para que los oigamos y los pongamos en práctica?”

Ni están al otro lado del mar, para que hayas de decir,“¿Quién irá por nosotros al otro lado del mara buscarlos para que los oigamosy los pongamos en práctica?”

Sino que la palabra está bien cerca de ti,está en tu boca y en tu corazónpara que la pongas en práctica.

Mira, yo pongo ante tivida y felicidad, muerte y desgracia.Escoge la vida, para que vivas, tú y tu descendencia.

Deuteronomio 30: 6. 11-15. 19

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INTRODUCCIÓN

6 de junio de 2006Fiesta de San Marcelino

Queridos hermanos:

Esta circular es la última de las tres que había pensa-do escribir sobre la identidad de los hermanos de Mar-celino y la de los maristas seglares hoy. En la primera,Una revolución del corazón, abordábamos este temadesde la perspectiva de la espiritualidad de nuestro fun-dador, mientras en la segunda, Compañeros maravillo-sos, lo contemplábamos a través del prisma de la vidacomunitaria. En esta tercera carta circular examinamosla identidad dentro del contexto de la misión de la Igle-sia y las tareas apostólicas de nuestro Instituto.

La verdad es que tenemos bien a la mano diversasfuentes maristas que tratan de lo que denominamosnuestro apostolado. En primer lugar las Constitucio-nes1, que además de incluir un capítulo dedicado espe-cíficamente a la vida apostólica traen numerosas refe-rencias complementarias sobre el particular a lo largode todo su contenido.

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También contamos con el documento Misión educa-tiva marista2, muy divulgado en nuestras obras educati-vas, que fue redactado después de un proceso de con-sulta con hermanos y seglares comprometidos con la la-bor del Instituto en el mundo entero. Así que cabríapreguntarse: ¿A qué viene ahora una circular sobre lamisión y las tareas apostólicas que de ella se derivan?

Hay tres razones.

La primera es que la misión pertenece al núcleo denuestra vida consagrada. Nuestra identidad como Insti-tuto está construida en torno a ella; la vida comunitariatoma forma a la luz de la misión. Es lógico, por tanto,que revisemos el significado de nuestro carisma y logre-mos un mayor consenso sobre el enfoque de nuestrastareas apostólicas si queremos forjarnos una identidadrenovada y comprometida como hermanos hoy y llegara comprender mejor el papel creciente e importante dellaicado marista y su propia identidad en la vida y lostrabajos de nuestro Instituto.

En segundo lugar; da la impresión de que el espíritude la misión ad gentes languideció a raíz del ConcilioVaticano II, tanto dentro de la Iglesia en general comoen nuestro Instituto en particular. Los documentos queemanaron de aquella histórica asamblea pusieron en te-la de juicio el principio de que fuera de la Iglesia cató-lica no había salvación, como hasta entonces se creía fir-memente. A consecuencia de las nuevas orientacionesmuchos empezaron a cuestionarse el significado y el ob-jeto de sus esfuerzos en la evangelización, entre ellos in-cluso algunos misioneros avezados.

También en nuestro Instituto se fueron notando conel tiempo los efectos de este cambio de perspectiva. Re-pasemos algunos datos: en 1989 teníamos 553 herma-nos dedicados a la misión ad gentes, con una media deedad de 51 años. En 2004 los hermanos entregados a Da

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esa tarea eran 596, con una media de 64 años. Es decir, a los cuatro años de haber empezado el nuevo siglo ha-bía 43 hermanos más trabajando en campos de misiónque 15 años antes, pero el promedio de edad había au-mentado considerablemente. De seguir así las cosas -y nohay ningún motivo para suponer que la tendencia vaya acambiar en un futuro próximo-, ¿cuál es el horizonte quese nos presenta por delante? Pues, que en los años veni-deros el número de misioneros activos procedentes deOccidente va a quedar reducido a la mínima expresión.

Hay quien dice que el actual debilitamiento de la mi-sión ad gentes se debe a una falta de celo. Pero el asun-to es bastante más complejo y difícil de explicar. De to-dos modos tenemos que abordarlo, por un doble moti-vo: para ayudarnos a comprender mejor lo que ha suce-dido en este terreno a lo largo de las cuatro últimas dé-cadas tanto en la Iglesia como en la congregación, y pa-ra decidir qué camino tomamos a partir de ahora.

En tercer lugar; Marcelino repetía una y otra vez alos hermanos: “Amar a Jesús y darlo a conocer y amar,ése es el fin de vuestra vocación”. Un mensaje insisten-te, muy oportuno entonces y muy oportuno ahora. Pe-ro ¿qué significan exactamente esas retadoras palabrasen estos tiempos en que nuestro Instituto es cada vezmás intercultural y se halla establecido en 76 países dis-tintos a través del mundo entero?

¿Y qué respuestas hemos de dar, a la luz de nuestrallamada a servir a los niños y jóvenes desatendidos, con-siderando la avanzada media de edad de los hermanosen varias unidades administrativas, la naturaleza cam-biante de las instituciones, las nuevas necesidades quehan surgido en las juventudes de algunas partes delmundo, y el movimiento del laicado marista cada vezmás floreciente en todo el Instituto? Éstos son algunosde los temas sobre los que vamos a reflexionar en las pá-ginas que siguen.

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Un ruego. A la vez que vais leyendo el texto, tened aMarcelino y a María en el pensamiento. ¿Por qué Mar-celino? Pues porque hoy, más que nunca, necesitamosde su visión y su espíritu de audacia. Cuando alguienuna vez le comentó que era un imprudente al meterseen tantas deudas con la construcción del Hermitage, élseñaló: “Siempre lo he hecho así. Si hubiese esperado atener dinero para empezar, todavía no habría colocadola primera piedra”.

Cuando se estaba levantando el edificio principal,un amigo que había ido a visitarle le preguntó de dón-de iba a sacar el dinero para pagar un proyecto tanambicioso. Marcelino le respondió confiado: “Lo sa-caré de donde siempre lo he sacado, del tesoro de laProvidencia”.3

También es importante que os acompañe el recuerdode María. En la Visitación, ella fue la portadora de Cris-to a Juan el Bautista, cuando acudió presurosa a ofrecersu servicio con sencillez, generosidad y caridad. Con elmismo espíritu se lo presentó a los pastores y a los ma-gos. María esperó hasta que los primeros signos de feempezaron a avivarse entre los apóstoles, y entoncesdiscretamente se puso a un lado para que la atención secentrara en Jesús.4 Haremos bien en seguir su ejemploe imitar su estilo.

ESTRUCTURA DE ESTA CIRCULAR

La presente circular consta de cuatro partes. En laprimera trataremos de acercarnos a los fundamentoshistóricos y teológicos de nuestra labor apostólica. Ana-lizaremos el significado del carisma y la relación quehay entre consagración y misión, y luego pasaremos aexaminar brevemente lo que Marcelino y las Constitu-ciones nos dicen sobre el enfoque de la misión y la na-turaleza de sus tareas.

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Sea cual sea el lugar dondelos hermanos

de mi Provinciao Distrito

quieren que yo sirva,

es preciso quelleve conmigo

un corazóninclinado hacia

los pobres.

En la segunda parte estudiaremos la cuestión de laidentidad y la vida apostólica marista en los momentosactuales. Los temas que entran en este apartado son nu-merosos, por ejemplo las semejanzas y diferencias queexisten entre la vocación de un hermano de Marcelinoy la de un marista seglar; el lugar privilegiado de la es-cuela católica y la necesidad de emprender nuevas ini-ciativas pastorales; el espacio de los esfuerzos apostóli-cos del Instituto dentro de los otros trabajos de la Igle-sia; y el papel de nuestras instituciones en la llamada ala extensión del evangelio.

La tercera parte está dedicada a reflexionar en tornoal deseo ardiente del fundador de dar a conocer a Jesu-cristo y hacerlo amar entre los niños y jóvenes pobres.¿Qué alcance tiene esa inspiración para nosotros hoy,estando como estamos en tantos países distintos, cadavez más inmersos en una diversidad de culturas? Y tam-bién, ¿qué escollos tenemos que sortear para poner lapreocupación por los pobres de Dios en el centro de to-das nuestras tareas?

Quizás lo más notable de esta parte de la circular seael uso insistente de la frase “los niños y jóvenes pobres”en lugar de la descripción más corriente de “los niños yjóvenes, en especial los más desatendidos”. He preferi-do la primera por varias razones. Para empezar, nuestrofundador en sus cartas aludía con frecuencia a los niñosy jóvenes pobres, textualmente, cuando se refería a losfines del Instituto.

Siempre que utilizamos expresiones como “los me-nos favorecidos” y “una preferencial, aunque no exclu-siva, opción por los pobres”, da la impresión de quequeremos suavizar un poco lo que ha sido una llamadainequívoca y rotunda por parte de la Iglesia y de nume-rosos Capítulos generales y provinciales desde el Con-cilio Vaticano II hasta ahora. Lo que realmente hace fal-ta, tanto desde la Administración general como en las

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distintas unidades administrativas, es que respondamosde la mejor manera posible a este desafío.

Aclarado este punto, también creo conveniente re-cordar que lo que se nos pide cuando nos llaman a ha-cernos presentes entre los marginados es fundamental-mente un cambio de corazón. Sea cual sea el lugar don-de los hermanos de mi Provincia o Distrito quieren queyo sirva, es preciso que lleve conmigo un corazón incli-nado hacia los pobres.

La circular termina con una reflexión sobre la misiónad gentes. Numerosos autores señalan que el período enel que se producían conversiones al cristianismo en ci-fras notables está llegando a su fin.5 De ser eso cierto,hoy más que nunca será necesario que tengamos unaidea clara de la naturaleza y los objetivos de nuestroInstituto en estos tiempos. De lo contrario nos veremosincapaces de tomar decisiones valientes sobre el apos-tolado y otros aspectos esenciales de nuestra vocación.

Para entender del todo el sentido y el lugar de la mi-sión ad gentes en la vida marista de hoy, debemos clari-ficar también el significado de Iglesia. A partir del Con-cilio, en muchas partes del mundo nos hemos ido des-plazando paulatinamente de un anterior modelo deIglesia triunfalista para vernos a nosotros mismos comocomunión, Pueblo de Dios, siervos proféticos.6 Y tam-bién hemos comprendido que, al referirnos a la misión,en lugar de usar expresiones como aquella de “mandara las misiones”7, podemos buscar imágenes que nos ha-blan de encuentro y solidaridad.

La idea de solidaridad nos ayuda a entender mejorque Dios envió a su Hijo a la tierra para estar entre nos-otros y así revelar el rostro divino, pero también paraencarnarse plenamente como ser humano. Jesús asumióla vida de la gente común y corriente que le rodeaba.Compartía sus luchas por la supervivencia, sus desilu- Da

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Si exceptuamosla cuestión

de la formacióninicial, desde

el Concilio hastael día de hoyningún tema

ha causado tanta discusión,y a veces fuerte

discrepancia, en las diversas

regiones del Institutocomo el que

se refiere al apostolado.

siones, sus celebraciones, su sentido de la historia y suexperiencia de pueblo amado y salvado por Dios.

La misión de Jesús, por tanto, no fue algo que él su-perpuso a su condición de hombre; su misión fue com-partir nuestra vida. Su camino estaba inspirado por lasolidaridad con las gentes sencillas de su tiempo.8

Si Jesús colocó en el centro de su misión la solidaridad,ésta debe ser también un elemento fundamental en la mi-sión de la Iglesia y en nuestro apostolado. Siguiendo elmodelo de Jesús, nosotros debemos acoger la condición ylas circunstancias de las personas a las que hemos sido lla-mados a servir, persuadidos de que compartir la vida deuna comunidad no es una cuestión preliminar a la misiónsino más bien inherente a ella.9 Es lógico que sea así, yaque la comunidad y el espíritu de servicio han de estar pre-sentes en todo proyecto que se defina como cristiano.

Haremos bien, entonces, en contemplar nuestras vi-das y trabajos con los ojos de aquel sencillo cura de al-dea y padre marista que fue nuestro fundador. Él dioexistencia a los Pequeños Hermanos de María en nom-bre de una misión. Y puso el apostolado en el núcleo denuestra identidad de hermanos.

Con esto no estoy diciendo que Marcelino nos vieracomo una fuerza de choque eclesiástica. No; simple-mente me refiero a que en la visión del fundador todoslos aspectos de nuestra vida – oración, comunidad, es-tructuras de gobierno y animación del Instituto, y tan-tos otros- se dan cita en el servicio a la misión.

EL 20º CAPÍTULO GENERAL

La llamada insistente del Deuteronomio, “vuélvete,arrepiéntete, vive”, sirvió de motivación a los miembrosdel 20º Capítulo General, ayudándoles a orientar y es-

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tructurar la asamblea y a enriquecer su resultado. Lafrase Optamos por la vida se convirtió en su lema inspi-rador, y así quedó reflejado en el Mensaje final.

Desde que terminó el Capítulo hasta ahora, nos he-mos ido dando cuenta, cada vez más, del precio quetendremos que pagar todos y cada uno de nosotros pa-ra hacer nuestra la profunda experiencia de conversiónque se ofreció a los israelitas: el coste es nada más y na-da menos que la circuncisión de nuestros corazones.

Este precio vendrá tasado en todas las áreas de nuestravida, incluyendo la labor apostólica. Esa labor tiene tantoque ver con la actitud del corazón como con cualquier ac-ción específica; no se puede reducir sólo a una serie de ta-reas, aunque se realicen en el nombre del Señor.

DEBATE PERMANENTE

Si exceptuamos la cuestión de la formación inicial,desde el Concilio hasta el día de hoy ningún tema hacausado tanta discusión, y a veces fuerte discrepancia,en las diversas regiones del Instituto como el que se re-fiere al apostolado. A quiénes hemos de atender, dóndetenemos que hacerlo, son asuntos con los que los her-manos siguen peleando en las Provincias y Distritos delos cinco continentes.

Dos son los retos que nos toca afrontar actualmen-te siempre que se suscita un debate sobre la misión yla actividad apostólica. El primero es evitar la frustra-ción personal. Cuando nos vemos en la tesitura de te-ner que tomar decisiones sobre nuestros compromi-sos apostólicos, debemos estar seguros, todos, de quebuscamos la obra de Dios, no la nuestra. En todo pro-ceso de discernimiento podemos experimentar nos-talgia, miedo, o preocupación de no ofender al otro.Es comprensible que estas cosas surjan sobre la mar-

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Actualmentehay en todo

el mundo cercade 200 millones

de niñosexcluidos

de la educaciónbásica

y más de 800 millones

de adultos que son

analfabetos.

cha, pero no hasta el punto de que se conviertan enlos criterios que determinen nuestra toma de decisio-nes sobre el apostolado.

Es bueno llegar a alcanzar un cierto estado de indi-ferencia espiritual en todo tipo de iniciativa que conlle-ve un ejercicio de discernimiento. Si queremos plante-arnos en profundidad la cuestión de la vida apostólicamarista hoy, haremos bien en pedir en la oración estagracia de la santa indiferencia.

El segundo reto que se nos presenta es el de la lectu-ra de los signos de los tiempos. Tenemos que ser audacespara llevar adelante esta tarea, y eso significa no sólo es-tudiar e interpretar esos signos sino también emprenderlas acciones que veamos necesarias a la luz de nuestroshallazgos.

Un ejemplo. Los delegados del 20º Capítulo Generalhicieron esta declaración: “... la educación es un ámbi-to privilegiado de evangelización y de promoción hu-mana”. Pero al mismo tiempo lanzaban este desafío:“Nos quema el deseo de que nuestras instituciones se-an más evangelizadoras y promotoras de la justicia. Im-pulsamos el derecho a una educación para todos yorientamos nuestra misión marista en esta dirección”.10

En su reflexión sobre las instituciones educativas loscapitulares no hablaron de programas adecuados, insta-laciones apropiadas, un curriculum adaptado a las ne-cesidades y aptitudes de los alumnos, o la excelenciaacadémica. Fueron mucho más lejos, como nuestro fun-dador. Se refirieron a las escuelas y otras obras maristascomo comunidades donde se enseña a los jóvenes a to-mar en serio el evangelio. Ese empeño por combinar lafe religiosa con el proyecto de educar y formar a las si-guientes generaciones debería hacerse manifiesto a to-dos los que vengan a visitarnos en cualquiera de nues-tros apostolados.

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Como hermanos de Marcelino y seglares maristas es-tamos llamados a dar a conocer a Jesucristo y hacerloamar entre los niños y jóvenes pobres. Teniendo ante síel cuadro que ofrecía Francia tras la Revolución de 1789,Marcelino cobró conciencia de que hacían falta otrasideas y conceptos distintos de apostolado. Él dio unarespuesta creativa, como habían hecho tantos fundado-res en tiempos anteriores, utilizando los medios que te-nía en su mano. La Iglesia en general ha aplicado confrecuencia la misma estrategia en su papel misionero.

Hoy vivimos en un mundo en el que la globalizaciónestá influenciando el contexto en el que actuamos, poreso sentimos la llamada a vivir nuestro apostolado deuna manera a la vez nueva y renovada. Los avances enla tecnología ofrecen oportunidades que eran inalcan-zables para la mayoría de la gente hace tan sólo unas dé-cadas. Pero hoy también, por diversas razones, estos be-neficios siguen estando fuera del alcance de millones depersonas que viven en condiciones impropias de su dig-nidad humana. Actualmente hay en todo el mundo cer-ca de 200 millones de niños excluidos de la educaciónbásica11 y más de 800 millones de adultos que son anal-fabetos.12

Esta situación fue analizada con más detalle por lasAcademias Pontificias de Ciencias y Ciencias Socialesen un encuentro sobre Globalización y Educación que secelebró en Roma en noviembre de 2005. En aquel forose llegó a la conclusión de que la educación presenta to-davía un extraordinario desequilibrio dentro de la po-blación mundial, con el “abismo de la calidad” agran-dándose entre las escuelas a las que asisten los pobres ylas que tienen alumnos más favorecidos. Más aún; seña-laron que sobre todo la educación primaria resulta dra-máticamente insuficiente en algunas partes del mundo,y que las clásicas destrezas básicas que se suelen ense-ñar en esa etapa –lectura, escritura y aritmética- se que-dan muy cortas ante un panorama globalizado.13 Da

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El Informe de las Naciones Unidas sobre la JuventudMundial 2005 también citaba la globalización entre lalista de las cinco áreas de atención prioritaria relativas alos niños y jóvenes del mundo. Las otras cuatro eran: lainfluencia de las tecnologías de la información y la co-municación, el sida, la activa implicación infantil sinprecedentes en los conflictos armados y las diferenciasintergeneracionales.14

Las dificultades que tenemos ante nosotros, por tan-to, están bien claras. Lo que ahora queda por resolveres la naturaleza de nuestra respuesta. ¿Los pasos quedemos para abordar los desafíos en la misión y vidaapostólica serán innovadores y prospectivos, inclusohasta el punto de que resulten inesperados o entrañenel riesgo de entrar en ambientes inexplorados?15 ¿Ocuando la historia juzgue nuestros planes los verá comopoco más que un intento de restaurar el pasado?

Con honradez, dejemos que resuenen dentro de nos-otros estas preguntas y otras parecidas:

• ¿Cuál es la finalidad y el lugar de la escuela católicahoy en muchos países y culturas donde el Institutoestá presente? ¿Cómo podemos renovar y transfor-mar esa institución de manera que responda del me-jor modo posible a las necesidades de los niños y jó-venes pobres?

• ¿Qué acciones hemos de emprender en nombre dela justicia con la generación que ahora está sur-giendo?

• ¿Qué respuesta podemos dar a las nuevas circuns-tancias que acompañan a los niños y jóvenes nece-sitados, los sin techo, los que no tienen familia, losexcluidos de las sociedades, los que viven esclavi-zados, explotados, sin esperanza?

La educaciónpresenta todavía

un extraordinariodesequilibrio

dentro de la población

mundial, con el “abismo de

la calidad”agrandándose

entre las escuelas

a las que asistenlos pobres y

las que tienenalumnos

más favorecidos.

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• ¿Cuál es nuestro papel dentro de los planes educati-vos cuyo objetivo es promover una mayor compren-sión, reconciliación y sanación entre los jóvenes ca-tólicos y sus coetáneos de otros credos, al igual queentre las comunidades y naciones a las que pertene-cen?

• Por último, ¿qué significan los cambios que tienenlugar en nuestro mundo para la misión que ha sidoencomendada a nuestro Instituto?

A la vez que evitamos caer en la trampa del pasado,tenemos que encarar el reto de trabajar junto con otrospara crear una nueva visión moral, adaptada a un mun-do multicultural, en el que el factor de la internaciona-lidad en lugar de la excepción sea la regla.

En 1903 nuestros hermanos de Francia afrontaronsu propia crisis de innovación. A consecuencia de loque comúnmente se conoce como las leyes de la secula-rización, sólo en aquel año más de 900 hermanos aban-donaron el país. Un número similar se quedó atrás. Du-rante los años que siguieron, aquellos hombres, en am-bos grupos, pasaron por momentos de duda y prueba,pero todos hicieron una enorme aportación a la historiadel Instituto, la Iglesia y la sociedad en general.

De manera particular y decisiva, los que salieron deFrancia ayudaron a reconducir las energías del Institu-to desde Europa hacia un espacio más universal. ¿Cuálfue el resultado final? A la vista están todos esos com-plejos cuerpos multiculturales de alumnos, hermanos yseglares maristas que tenemos hoy por todo el mundo.

Los que partieron hacia aquella peculiar misión adgentes hace más de un siglo tenían muy poca prepara-ción formal para lo que se iban a encontrar delante. Sinembargo llevaban consigo una profunda fe, una granconfianza en la protección de María, la virtud de la sen- Da

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cillez y mucho celo y audacia. Dicho en pocas pala-bras: tenían el sueño de Marcelino y su generoso cora-zón. Y, no menos importante, supieron responder a lossignos de su tiempo con creatividad y apuntando ha-cia el futuro.

Tan duros como debieron ser los acontecimientos deaquellos días, mirando ahora hacia atrás nos damoscuenta de las bendiciones que trajeron para nuestroInstituto y su misión. Hoy también necesitamos comogrupo hacer nuestro aquel espíritu de 1903. Si lo con-seguimos, no sólo se reavivará nuestra pasión por la mi-sión ad gentes, sino que ensancharemos nuestros hori-zontes, y nos haremos más capaces de responder a lasnecesidades de la Iglesia en las situaciones marginalesde nuestro tiempo y hora.

RETOS CONCRETOS

Varios son los retos que se nos plantean hoy en elcampo de nuestra vida apostólica. En más de una Pro-vincia, por ejemplo, los hermanos siguen divididos entorno al enfoque que debemos dar a nuestras obras.Algunos creen que donde mejor podemos gastar nues-tras fuerzas es trabajando en las escuelas y otras insti-tuciones que durante años han ofrecido un serviciodistinguido a la Iglesia y a los jóvenes, y conservan elpotencial para continuar haciéndolo así en este nuevosiglo. Otros están no menos convencidos de que lasnecesidades nuevas y urgentes que surgen entre los jó-venes de hoy son claros “signos de los tiempos” quenos llaman a otros lugares en este momento concretode nuestra historia.

Hay unidades administrativas en las que bastanteshermanos parecen haberse extraviado en el camino delapostolado. A falta de un plan provincial que los orien-te en este terreno, su trabajo a menudo carece de norte

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y su contacto con los niños y jóvenes parece fruto delazar, en el mejor de los casos. A algunos les sucede quese han ido apartando del mundo de la juventud y temenque cualquier iniciativa que tomen para volver a entraren él sólo redundará en fracaso.

Finalmente, en algunos sitios quedan hermanos quehan perdido todo sentido de movilidad. Han pasado ca-si toda su vida realizando las mismas tareas en una de-terminada zona y ahora todo lo que suene a cambio lesasusta; ya no sienten el menor deseo de moverse ni si-quiera para dar respuesta a una clara necesidad en elentorno. Es triste decir esto, pero es posible que sigandedicados a un trabajo del Instituto sin estar llevandouna auténtica vida de misión.

Después de este preámbulo, vamos a empezar.

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PREGUNTAS PARA LA REFLEXIÓN

Por favor, resérvate un tiempo personal para contestar a las pre-guntas que siguen. Ese ejercicio te servirá de ayuda para profundi-zar en lo que has ido viendo en las páginas anteriores. Ten lápiz ypapel a mano por si en un momento dado quieres tomar alguna no-ta, o recoger una frase o un pensamiento que te gustaría recordar, oescribir unas líneas de reflexión. Conserva esos apuntes. Puedenserte útiles más tarde, ya sea para revisarlos o para una eventualpuesta en común de lo que has leído.

1.¿Qué significa la palabra misión para ti personalmente?¿Cómo se suele entender entre los hermanos de tu Provin-

cia o Distrito? Según esas apreciaciones, ¿qué trabajos apostóli-cos específicos de tu unidad administrativa crees que están rela-cionados con los fines de nuestra misión?

2.Describe las tensiones que se dan actualmente en torno a lamisión y la vida apostólica dentro de tu unidad administra-

tiva. A tu juicio, ¿cuál es la causa raíz del problema, y qué se pue-de hacer para abordarlo? Ahora, reflexiona durante unos mo-mentos sobre los aspectos referentes a la misión y apostolado enlos que hay común acuerdo dentro tu Provincia o Distrito en es-te momento de su historia. ¿Cómo se alcanzó el consenso en esascuestiones?

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1A PARTEPuntos fundamentales

H ace varios años conocí a un sacerdote duranteun cursillo que se desarrolló en Roma; era elrector de uno de los seminarios de lengua ingle-

sa que hay en la ciudad. Entablamos conversación y en-tonces me enteré de que también había sido alumno enun colegio nuestro de Gran Bretaña. Empezó a hablarmede la educación recibida en los maristas, y se le notabaverdaderamente entusiasmado y agradecido. Cuando eldiálogo se acercaba a su final, este sacerdote de medianaedad resumía su experiencia con estas palabras: “Yo eraun chico de clase obrera cuando conocí a los hermanospor primera vez. Ahora que pienso en aquella época demi vida, me doy cuenta de que aquellos hombres meofrecieron mucho más que una educación. Sí, hicieronmucho más que eso; tus hermanos me abrieron las ven-tanas al mundo, a mí y a muchos otros”.

¿No serían éstos los frutos que imaginaba el fundadorcuando escribía al Hermano Bartolomé en enero de1830 estas cálidas y alentadoras palabras sobre nuestralabor apostólica: “ Cuánto me gustaría tener la dicha deenseñar, de consagrar de una manera más directa misdesvelos a formar a estos tiernos niños“?16

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El mensaje de Marcelino a Bartolomé seguía de estamanera: “¡Qué importante es su trabajo y qué sublime!Están continuamente con aquéllos de los que Jesús hacíasus delicias, ya que prohibía expresamente a sus discípu-los que impidieran a los niños acercarse a él. Y ustedes,mi querido amigo, no solamente no quieren impedírselo,sino que hacen todo lo posible para llevarlos a él”.

“Digan a sus niños que Jesús y María los quieren mu-cho a todos; a los que son buenos porque se parecen aJesucristo, que es infinitamente bueno; a los que aún nolo son, porque llegarán a serlo. Que la Santísima Virgenlos ama también, porque es la madre de todos los niñosque están en nuestras escuelas. Díganles asimismo queyo los aprecio mucho, que nunca subo al altar sin pen-sar en ustedes y en sus queridos niños”.17

Pocos años más tarde, a finales de julio de 1833,Marcelino volvió a escribir sobre la labor de su Institu-to.18 Pero esta vez las líneas iban dirigidas a monseñorAlexandre Raymond Devie, obispo de Belley. El funda-dor pedía un aplazamiento de la fecha en que los her-manos iban a hacerse cargo de una escuela situada cer-ca de la localidad de Chaveyriat. La carta resulta parti-cularmente interesante por las observaciones que haceMarcelino sobre los fines de la congregación: “Estabuena obra me atrae cada vez más, ya que, bien mirado,no se aparta de nuestro objetivo, al dedicarse principal-mente a la educación de los pobres”.

Hay más cartas del fundador que hacen referenciadirecta al apostolado. Por ejemplo, las tres que mandóa los administradores de los Centros de Caridad deSaint-Etienne que le pedían hermanos para trabajar enuna institución de sordomudos de la ciudad.19 Marceli-no estaba dispuesto a aceptar este proyecto, pero antesquería tener bien preparados a sus jóvenes educadores.Impacientes por el retraso, aquellos señores acudieronfinalmente a los Hermanos de la Escuelas Cristianas. Da

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¿Por qué traemos a colación las cartas escritas alHermano Bartolomé, al obispo Devie y a los respon-sables del centro para discapacitados? Lo hacemos pa-ra escuchar de propia voz a Marcelino cuando se ha-bla sobre la finalidad de nuestro Instituto. Y tambiénpara poner de manifiesto que en el núcleo de nuestrocarisma marista subyacen estos tres elementos: prime-ro, la experiencia del amor que Jesús y María nos tie-nen a cada uno de nosotros; segundo, la apertura ysensibilidad a los signos de los tiempos; y tercero, unamor práctico a los niños y jóvenes, en especial los másdesatendidos.20

“NECESITAMOS HERMANOS…”

El fundador acariciaba la idea de establecer una co-munidad de hermanos de la enseñanza desde los días enque estaba en el seminario mayor. Una vez que se ubicóen su destino parroquial de La Valla, diversos factoresle movieron a poner en práctica ese plan.

Para empezar, él se sentía muy preocupado por la si-tuación en que se hallaba la educación en Francia enaquellos momentos. Y no le faltaban motivos. A conse-cuencia de la Revolución, el sistema escolar del país ha-bía entrado en crisis. Las escuelas primarias, que fun-cionaban casi en todos los lugares antes de 1789, habí-an desaparecido por completo,21 y según un historiadorde la época de Marcelino en aquel tiempo los maestros,en su gran parte, eran “irreligiosos, borrachos, inmora-les, la escoria de la raza humana”.22

La Valla tampoco se libró de las consecuencias de es-te panorama lamentable. Marcelino no tardó en llegar ala conclusión de que a pesar de las reformas educativasde Napoleón, la calidad de la instrucción en la escueladel pueblo no era la que debería ser. En este mismo or-den de cosas, un informe emitido sobre la región del

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Loire, a la que pertenece La Valla, pintaba este inquie-tante cuadro sobre el estado de la educación: “Los jó-venes viven en la más espantosa ignorancia, entregadosa un vagabundeo alarmante”.23

Estas circunstancias debieron pesar mucho en el co-razón de Marcelino aquella mañana en que le llamarona la cabecera de la cama del joven Jean Baptiste Mon-tagne, que se estaba muriendo. También le vendría a lamente el decreto que había firmado Luis XVIII en 1816estableciendo que cada parroquia facilitase la educa-ción primaria a todos los niños, incluidos los de familiasque no podían pagar.

De alguna manera, el encuentro con el muchachomoribundo ayudó a Marcelino a ver más claramentela misión que el Espíritu había dispuesto para él. Te-nía ante sus ojos una víctima de la exclusión. Su ne-cesidad de consuelo e instrucción en las verdades dela fe determinaron la respuesta del fundador hastaconsumir en ese empeño su vida.

Así como no cabe la menor duda de que al poneren pie nuestro Instituto el fundador trataba de solu-cionar la falta de una adecuada instrucción religiosaentre los niños y jóvenes pobres de la región, tam-bién hay razones para creer que su visión iba más le-jos. Para él la educación era algo más que un proce-so de transmisión de datos y conocimientos o inclu-so de elementos de nuestra fe. Él la entendía, sobretodo, como una herramienta poderosa para formar ytransformar las mentes y los corazones de los niñosy jóvenes.

En ese sentido escribió: “Si nos limitáramos a ense-ñar las ciencias profanas, no tendrían razón de ser losHermanos; eso ya lo hacen los maestros; si sólo nos pro-pusiéramos la instrucción religiosa, nos limitaríamos aser simples catequistas”. Da

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“Nuestro propósito es más ambicioso; aspiramos a in-culcar en los niños espíritu, sentimientos y costumbres reli-giosas, las virtudes del buen cristiano y del honrado ciuda-dano. Para conseguirlo, debemos ser auténticos educado-res, conviviendo con los niños el mayor tiempo posible”.24

El fundador quería que sus primeros hermanos se es-forzaran en dejar una profunda huella en la vida de losmuchachos encomendados a sus cuidados. Por eso lesanimaba a rezar por aquellos a quienes estaban llama-dos a servir; les exhortaba a amarlos, a ganarse su res-peto. Marcelino deseaba que sus discípulos y los quetrabajaban con ellos fueran verdaderos apóstoles parala juventud. Por lo mismo, el tiempo que sus hermanospasaran entre los niños y los jóvenes tenía que ser signi-ficativo, con una presencia marcada por el espíritu defraternidad por encima de cualquier otra cosa, y unadisposición a hablar del amor de Jesús y de María quese notara con claridad.

CARISMA

Más de una vez nos han dicho que el carisma fue pa-ra el fundador, juntamente con sus dones personales ylos acontecimientos de la historia, un factor que influyóen él poderosamente hasta modelarle y orientar su vida.Pero ¿qué quiere decir esa palabra exactamente? Nocreáis que es fácil contestar a esta pregunta.

En primer lugar, la noción de carisma ha tenido di-versas interpretaciones a lo largo de la historia. Algunoshan usado este término para describir un tipo particularde personalidad o para caracterizar determinados movi-mientos. Otros han recalcado que se refiere a tareas es-pecíficas que están relacionadas con una inspiraciónfundadora. Pero no hay ninguna definición que arrojemucha luz sobre el carácter de nuestro estilo de vida hoyo sobre el lugar que el carisma ocupa dentro de él.

El carisma fue para

el fundador,juntamente

con sus donespersonales

y losacontecimientos

de la historia, un factor que

influyó en él

poderosamentehasta modelarle

y orientar su vida.

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Es importante que demos una adecuada explicación delo que es el carisma, por una razón bien distinta. Sin caris-ma no podemos apreciar en profundidad ni la llamada deMarcelino en la vida, ni la nuestra. Dentro de lo que aquíestamos analizando, el carisma se entiende como un donque el Espíritu concede libremente para el bien de la Igle-sia y el uso de todos.25 No debemos confundirlo con la gra-cia. El carisma se nos da por el amor de Dios al mundo, lagracia por el amor gratuito de Dios a la persona.26

San Pablo escribió largamente sobre el tema de loscarismas. A él le intrigaba que estuvieran difundidosentre todos, siendo a la vez verdaderamente únicos. Ydecía que cada persona recibe un determinado carisma,otorgado para el bien común.27 Pablo también nos ayu-da a entender que el carisma, que forma parte de nues-tras vidas, es un elemento importante dentro del conti-nuo y necesario cambio de corazón que debe realizarseen nosotros. Para él la presencia del amor era la mejorseñal de que se había obrado una conversión, un amorque se hacía más visible en acciones que en palabras va-cías. Ése era el mensaje que repetía insistentemente alescribir a la comunidad cristiana de Corinto: el amor espaciente, es servicial, no se engríe.28

Pero si exceptuamos a San Pablo, el concepto de ca-risma aparece poco en el Nuevo Testamento. Por esonos cuesta tanto hacernos a la idea de que somos porta-dores de un regalo personal del Espíritu destinado alprovecho de todos. Para nosotros es un reto llegar a co-nocer y entender las diversas maneras en que Dios sehace presente en cada uno para el bien de los demás.

EL CARISMA DENTRO DE UN INSTITUTO RELIGIOSO

Cuando hablamos de carisma en referencia a unInstituto religioso la palabra tiene un alcance distin-to de cuando se aplica a los individuos. Hay dos ra- Da

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zones que explican esto: una es que el carisma de unInstituto ha resistido la prueba del tiempo; y la otra,que ha sido modelado por muchas personas diferen-tes. La presencia de estos dos elementos, permanen-cia a lo largo del tiempo y haber sido modelado pormuchas personas diferentes, es lo que hace extender-se un carisma desde el ámbito de lo personal al de laIglesia universal.

Durante los años que siguieron al Concilio Vatica-no II, el Papa Pablo VI contribuyó grandemente consu doctrina al conocimiento de los carismas y nos ayu-dó a clarificar lo que éstos significan hoy para nos-otros. “El carisma de la vida religiosa –escribió-, lejosde ser un impulso nacido ‘de la carne y de la sangre,’u originado por una mentalidad que se conforma almundo presente, es el fruto del Espíritu Santo, que ac-túa siempre en la Iglesia”.29 Y a continuación señalabadiversos aspectos que caracterizan la presencia de uncarisma: fidelidad al Señor, atención a los signos de lostiempos, iniciativa audaz, constancia en la donaciónde sí, humildad para soportar la adversidad, y buenadisposición para formar parte de la comunidad de cre-yentes.

Por consiguiente, el carisma que entró en la Iglesia yen el mundo a través de Marcelino Champagnat repre-senta mucho más que una asignación de tareas concre-tas que respondan a su sueño original; más que un par-ticular estilo de oración o una determinada espirituali-dad, por importante que todo ello pueda ser; y más queuna mezcla de las cualidades que marcaron la vida denuestro fundador.

El carisma de nuestro Instituto es nada menos que lapresencia viva del Espíritu Santo. Dejar que el Espírituactúe dentro de nosotros y por nuestro medio puededar lugar a resultados sorprendentes. El relato que si-gue tiene que ver con este punto.

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En 1686, después de más de 30 años de exilio en Bil-bao, ciudad del norte de España, dos mujeres irlande-sas, religiosas dominicas, partieron de nuevo hacia sutierra de origen. Lo hicieron así a instancias del Provin-cial de los frailes de Santo Domingo, que juzgó que ha-bía llegado la hora de volver a establecer un conventoen Galway, al oeste de Irlanda.

Haciendo frente a las circunstancias Mary Lynch yJuliana Nolan salieron rumbo a su país en barco, con laplena conciencia de que a su llegada a Irlanda se en-contrarían con muchas cosas desconocidas. Cuando seescriba la historia definitiva de la vida de los dominicosen la Iglesia, estas dos mujeres ocuparán un lugar des-tacado. Porque arrostraron el destierro, la guerra, lasrevueltas políticas, las aplastantes leyes anticatólicas,viajes azarosos e inseguridad económica a fin de reim-plantar el carisma de la orden en su tierra natal. Marytenía sesenta años al emprender esta tarea, y su compa-ñera Juliana setenta. 30

¿Quién sino el Espíritu Santo podría darnos a nosotrosel coraje para hacer lo que hicieron estas damas? La au-téntica renovación tiene un coste, y a veces el precio quetenemos que pagar es verdaderamente elevado. Si esta-mos seriamente interesados en la renovación de nuestroInstituto hoy, hemos de dejar a un lado excusas como laedad, el temperamento, temor al futuro, etcétera, y dedi-carnos con empeño a la tarea que tenemos entre manos.

Algunos de los mejores elementos de la vida religio-sa apostólica son el celo, el espíritu de fe, la paciencia,y la audacia para asumir un gran reto. Estas cualidadessin duda se hicieron manifiestas en la vida de Marceli-no Champagnat.

El fundador fue el primero en acoger y vivir el caris-ma marista, y lo hizo antes de que se institucionalizarapor medio de costumbres y normas. Ese mismo carisma Da

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continuó siendo visible en su vida durante los años quesiguieron a la regla que se escribió en 1837. El carismade nuestro Instituto ha tenido dos períodos de desarro-llo; uno, al compás de la experiencia de Marcelino conlos primeros hermanos; y el otro, a través de la tradiciónque fluye de esa experiencia.

Marcelino Champagnat vio todos los acontecimien-tos de la vida, tanto los de signo positivo como los designo negativo, con los ojos de la fe. Por eso fue capazde arriesgarse donde otros recomendaban prudencia,sabiendo muy bien establecer la diferencia entre correrriesgos y actuar de manera atolondrada.

La vida de nuestro fundador encierra muchos ejem-plos de la presencia del Espíritu Santo. Empezó reclu-tando aspirantes para sus Pequeños Hermanos de Ma-ría a los dos meses de llegar a La Valla. Poco más tardecompró la casa que conocemos como la cuna del Insti-tuto y formó una comunidad.

Después se lanzó a construir el Hermitage, a sólo sie-te años de la fundación y sin que hubieran pasado aúndos años de la primera crisis seria de vocaciones. Al le-vantar aquella edificación el fundador pensaba no sóloen los candidatos que tenía entonces sino en los muchosmás que esperaba que vinieran. Acariciaba grandes sue-ños y quería quemar su vida llevándolos a la realidad.

Su fe en la continua presencia de Dios le ayudó a sobre-llevar experiencias y acontecimientos que habrían hundidoa cualquier otro. También tuvo plena confianza en la inter-cesión de María, verdadera compañera de viaje y hermanaen la fe para él. Decía que cuando los que recurrían a Ellahabían hecho ya todo lo posible por su parte, Ella era la quetenía que dar solución a sus problemas.31

A nosotros nos toca ahora preguntarnos: ¿creemosde verdad que el Espíritu Santo que estuvo tan activo y

MarcelinoChampagnat vio todos los

acontecimientosde la vida,

tanto los de signo

positivo comolos de signo

negativo, con los ojos

de la fe.

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tan vivo en el fundador sigue obrando hoy de la mismaforma en nosotros?, ¿demostramos con nuestras actitu-des que lo creemos así? Por ejemplo, ¿imitamos a Mar-celino sacando inspiración y fuerzas de su carisma? ElHermano Francisco sí que lo hizo cuando pedía en laoración la gracia de llegar a ser un “retrato vivo del fun-dador”. Él rezaba para que Dios revelara en él y en sushermanos el mismo carisma del que estamos hablandoen estos momentos.

CARISMA Y ESTRUCTURAS

Con el transcurso del tiempo los carismas dan lugara las estructuras. Éstas se convierten en su rostro insti-tucional y garantizan la validez de su expresión. Nues-tra regla de 1837, conocida en su forma revisada actualcomo Constituciones y Estatutos, no es sino un ejemplode la manera de institucionalizar un carisma.

Así como los carismas generan estructuras, éstastambién pueden cambiar de cuando en cuando. Es loque ocurre cuando hay que dar respuesta a nuevas si-tuaciones o cuando las estructuras vigentes ya no reco-gen la experiencia del Instituto y sus miembros. A esteproceso lo llamamos renovación. A veces se producelentamente, con el paso de los días; en otros momentosson las circunstancias las que nos empujan.

La vida religiosa ha estado marcada por diversoscambios drásticos a lo largo de las cuatro últimas déca-das. No pocos observadores ven en la llamada del Con-cilio a adaptar y renovar la vida religiosa la fuente delvuelco que se produjo. Realmente ha sido tan fuerte elcambio que se ha efectuado en nuestro modo de vidaque bastantes comentaristas opinan que estamos su-friendo un relevo paradigmático en la vida religiosa.¿Qué significa esto exactamente, y qué supone paranuestro carisma? Da

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Los paradigmas son elaboraciones conceptuales quenos ayudan a dar un sentido a nuestra experiencia. Elteólogo Jon Sobrino los compara con los goznes de unapuerta. Los momentos de crisis y desquiciamiento so-brevienen cuando los viejos goznes gastados ya no pue-den soportar el peso de la puerta. Cuando se llega a esepunto es necesario poner otros goznes para que la puer-ta pueda girar de nuevo, y además con suavidad.32

Los paradigmas son útiles en la medida en que loque ayudan a explicar es más que lo que no explican.Cuando sucede lo contrario tiene lugar un relevo deparadigma, porque hace falta un modelo nuevo queaclare el cambio que se ha verificado. Por ejemplo,para la mayoría de los que pasamos de los cincuentala palabra familia significa casi siempre padre, madre,hijos. Cuando la “familia” en cuestión no se ajusta aese paradigma le vamos poniendo adjetivos, como“familia monoparental”, “familia de acogida”, “fami-lia extendida”, y así sucesivamente. Pero la realidades que hay numerosos países donde el paradigma de“familia nuclear” tuvo sentido mucho tiempo y ahorala gente está buscando otro modelo que ayude a en-tender y definir la naturaleza de la familia tal comoahora se presenta.

Todos tenemos algún conocimiento de los paradig-mas históricos de la vida religiosa, incluyendo los queexistieron durante la edad del monaquismo, la época delas órdenes mendicantes, y más recientemente la era delos Institutos religiosos apostólicos.

Si el paradigma o modelo que ayuda a explicar nues-tro estilo de vida está en fase de cambio hoy, no pode-mos evitar que la expresión de nuestro carisma se veaafectada. Cuando llegan tiempos de reforma para la vi-da religiosa, nos sentimos interpelados a emprender unproceso de discernimiento que nos conduzca al espíritudel carisma original.

A nosotros nostoca ahora

preguntarnos:¿creemos

de verdad que el Espíritu Santo

que estuvo tan activo

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sigue obrandohoy de la misma

forma en nosotros?,

¿demostramoscon nuestras

actitudes que lo creemos así?

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El reto que afrontamos en los momentos de renova-ción o de cambio paradigmático es distinto: se trata dereimaginar otra vez el carisma a la luz de los signos delos tiempos. Y ése es un asunto en el que está de pormedio el Espíritu Santo. No es tarea sencilla. Los dele-gados del 20º Capítulo General se referían a esto mismocuando señalaban que como Instituto aún tenemos quehacer un discernimiento evangélico que traiga la trans-formación a nuestras obras apostólicas.33

El Concilio Vaticano II nos enseñó que no se puedeponer límites al Espíritu Santo. A nosotros no sólo noscorresponde vivir y preservar nuestro carisma, sinotambién desarrollarlo y profundizarlo en unión con elPueblo de Dios, que se encuentra en estado de conti-nuo crecimiento.

El Concilio dijo, igualmente, que no hemos de ponerfreno a la generosidad de Dios. Antes del Vaticano II semanejaban otros criterios. La mayoría de la gente pen-saba que los carismas estaban restringidos a los Institu-tos religiosos y los miembros pertenecientes a ellos. Elcarisma de Ignacio parecía descansar en los jesuitas ex-clusivamente, el de Francisco sólo en los franciscanos,la inspiración de Domingo únicamente estaba disponi-ble para los frailes de la orden de predicadores. Hoy, sinembargo, nosotros nos damos cuenta de que el carismaque entró en nuestro mundo a través de MarcelinoChampagnat está cautivando los corazones e iluminan-do las mentes tanto de los hermanos como de los segla-res maristas.

Un último punto. No se puede reducir el carisma a laherencia que hemos recibido solamente; porque, por unaparte, nos circunscribe a lo que somos, pero por otra, nosreta a ir más allá de nosotros mismos. Tenemos que acer-tar a mantener un cuidadoso equilibrio entre ambas co-sas. Eso nos ayuda a entender la diferencia que existe en-tre la labor apostólica de una congregación y la de otra. Da

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El carisma de cualquier grupo, incluido el nuestro,es una herencia vibrante, portadora de vida y con capa-cidad de adaptarse, que se nutre de la interacción quehay entre la pasada tradición y la llamada del EspírituSanto a afrontar los retos de hoy y de mañana.

Nuestro Instituto vino a la existencia, en parte, pa-ra dar respuesta en el nombre de Jesús a una necesi-dad que era urgente y estaba desatendida. Nuestrocarisma marista era un ingrediente decisivo en la mez-cla que se precisaba en aquellos momentos. Y hoy tie-ne la misma importancia para definir nuestro aposto-lado como Instituto, a la luz de los signos de los tiem-pos y las exhortaciones de la Iglesia. Según vayamosleyendo cuidadosamente esas señales y escuchandoatentamente esas llamadas, nuestro carisma nos ayu-dará a contestar a este interrogante: ¿cuáles son las ta-reas que podemos considerar honestamente comonuestras?

Tal como veo yo las cosas, hay tres característicasfundamentales que definen nuestro apostolado.

Para empezar, nuestra misión es dar a conocer a Je-sucristo y hacerlo amar. Por consiguiente las institucio-nes educativas, por ejemplo las escuelas secundarias enlas que sirven muchos hermanos y seglares maristas,han de ser algo más que buenos centros académicos conexcelentes resultados en las pruebas de acceso a la uni-versidad. Deben ser también lugares donde se proclamael evangelio a los jóvenes de palabra y de obra.

Hay algunas partes del mundo donde las circuns-tancias pueden llevarnos a dar otro matiz a la labor dela evangelización. Los documentos del Concilio nosrecuerdan que Dios está también presente en confe-siones distintas a la nuestra, y que cada persona debetomar sus propias decisiones en materia de fe y cre-encias. Por eso, cuando estamos en situaciones de

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pluralidad religiosa, damos testimonio del Reino deDios viviendo nuestra peculiar tradición y nuestrocompromiso religioso, y animando a todos los que serelacionan con nosotros a practicar la fe de acuerdocon su credo.

En segundo lugar, nuestros esfuerzos apostólicos es-tán dirigidos a los niños y los jóvenes. Hay Institutosque han surgido para trabajar con otros grupos de gen-te necesitada; nuestra aspiración son los jóvenes.

La tercera característica es ésta: dentro de los jóve-nes estamos llamados a trabajar específicamente con lospobres y marginados. Si nosotros no les llevamos la Pa-labra de Dios a ellos, ¿quién lo hará?

¿Existe alguna excepción en este terreno de los quehan de ser atendidos por nosotros? Veamos. Si bien escierto que nuestro objetivo son los jóvenes, y de entreellos los desfavorecidos, no se excluye la posibilidadde que se realicen otras tareas en determinados casos.En una Provincia o Distrito se puede permitir a unhermano que asuma durante un tiempo un trabajo queno está en la línea de nuestro carisma fundacional pe-ro que responde a una urgente necesidad de la Iglesialocal. De todos modos, nuestro carisma nos ayuda aestar siempre bien centrados cuando se trata de unacolaboración que ofrecemos a la Iglesia.

Durante los primeros años de nuestra historia, loshermanos, e incluso el propio padre Champagnat, secomprometieron en campos pastorales que no se ajus-taban a nuestro fin general. La costumbre del funda-dor de atender en el Hermitage a un grupo de perso-nas mayores, a veces enfermos incurables, es una bue-na muestra de lo que digo.34 Había una bienhechorallamada Marie Fournas que hacía donaciones a Mar-celino para apoyar esa labor asistencial. Da

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En la primavera de 1833, el fundador comentaba porcarta a esta señora lo siguiente: “Nuestra comunidad escada vez más numerosa y para dar ese servicio necesita-mos un local independiente, lo que exige un gasto desiete u ocho mil francos; sin este local nos veríamosobligados a renunciar a esa obra en la que queremostrabajar, aunque sin perjudicar nuestro fin principal”.35

Para Marcelino la finalidad del Instituto estaba clara.Sí; dentro de lo posible estaba dispuesto a responder aotras necesidades apremiantes del momento. Pero lohacía sólo en la medida en que esos esfuerzos no distra-jeran de la intención original para la que había fundadosus Pequeños Hermanos de María.

Antes de seguir adelante quiero señalar que a veces,en el pasado, se definió nuestro apostolado de una ma-nera demasiado estrecha. En consecuencia, llegamos aser conocidos más por una determinada tarea, la ense-ñanza, que por lo que verdaderamente éramos, herma-nos que han de proclamar la Palabra de Dios a los ni-ños y jóvenes pobres.

Hubo gente entre nosotros que sufrió innecesaria-mente en aquellos años en que el trabajo de la clase eraprácticamente sinónimo de la identidad de los herma-nos de Marcelino. Los que no podían realizar esa labordebido a la edad, la salud, o al hecho de que sus habili-dades para con los jóvenes estaban en otro terreno, másde una vez tuvieron la sensación de que no eran plena-mente miembros del Instituto. No podemos rehacer elpasado, pero aún estamos a tiempo de aprovechar suslecciones.

Así como tenemos que redefinir con claridad nuestradedicación a los niños y jóvenes desatendidos, tambiéndebemos guardarnos de ser excesivamente restrictivos.Además es preciso recordar que nuestro apostolado seextiende más allá de las tareas concretas que desempe-ñamos. Pensemos en el papel que juega en todo esto la

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oración y la vida de comunidad. De poco me sirve estarhaciendo maravillas en la escuela o con los niños de lacalle, si al mismo tiempo ignoro a los hermanos con losque vivo y no tengo apasionadamente a Jesús en el cen-tro de mi corazón.

CONSAGRADOS PARA LA MISIÓN

Como religiosos apostólicos, estamos llamados auna vida de servicio. Son varias las imágenes que nosvienen a la mente cuando pensamos en lo que signifi-ca servicio: compartir nuestro tiempo, talentos y pre-paración con los demás; mostrar un espíritu de gene-rosidad; proporcionar cuidado a los niños, los ancia-nos, los enfermos u otros grupos necesitados. Todasestas cosas entran dentro de ese concepto.

Es fácil aceptar la realidad de que toda entrega per-sonal tiene su lado altruista. Pero no resulta tan fácilreconocer que alguien que presta un servicio puedeestar haciéndolo en interés propio. Por poner unejemplo, los políticos en general no se caracterizanprecisamente por servir a la sociedad de manera des-interesada. Como mínimo, casi todos ellos esperanque lo que hacen en favor de la ciudadanía redunde enun aumento de votos en las siguientes elecciones. Noshemos habituado ya a este tipo de comportamiento dela clase política y, ciertamente, esas ambiciones son le-gítimas dentro de ese mundo específico.36

Pero para nosotros, toda motivación debe ir unidaa Jesús y su mensaje, que inspiran nuestra generosi-dad, por encima de cualquier deseo de éxito. Adopta-mos una actitud de desprendimiento o desapego, y asíaseguramos que es el evangelio de Jesús y no la ambi-ción lo que nos mueve en nuestro apostolado. Ha-blando en términos de vida interior, los que tienen unespíritu de desinterés no están carentes de interés. Lo Da

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que sucede es que ellos ponen la meta en los demásmás que en sí mismos, y se hacen así disponibles paralo que el Señor pueda pedirles.

La fe nos alienta a adentrarnos en el misterio pas-cual y llevar la muerte y resurrección de Jesús a nues-tra experiencia cotidiana. Como en toda llamada alamor, al cristiano se le invita a abandonarse confiada-mente, a imitar a Cristo en su actitud de vaciarse de símismo a fin de quedar más plenamente transformadopor la vida divina.

Así como Pablo VI habló frecuentemente del caris-ma, Juan Pablo II prefirió utilizar el término de con-sagración cuando se refería a la misión. Lamentable-mente estas dos palabras –consagración y misión- a ve-ces se han yuxtapuesto, hasta el punto de que algunossostienen que la identidad de la vida religiosa descan-sa en la consagración, mientras otros insisten en quesu razón de ser hay que encontrarla en la misión.

Nuestro Instituto religioso vive en medio del Pue-blo de Dios con un compromiso por la misión evange-lizadora que nuestro fundador definió en el origen, ycuya práctica nos ha sido transmitida a través de nues-tra historia de familia. Estamos consagrados para lamisión; esa realidad es central para la relación dealianza que tenemos con Dios y con el prójimo. Y esaalianza, como todo compromiso de vida, debe ser que-rida, custodiada y desarrollada por los que han entra-do en ella.37

La vida consagrada es en sí misma una misión. Y sies misión, es lógico que sea visible. Nuestro amor aDios expresado a través de la vivencia radical de losconsejos evangélicos, de una preocupación apasionadapor los pobres y marginados, y un compromiso con lavida comunitaria, debe traducirse en conductas queotros puedan ver y entender. Esas conductas tienen un

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alto valor para los nuevos miembros, porque les orien-tan y les dan un sentido de pertenencia. Sin esas acti-tudes comunes, no hay visibilidad; sin visibilidad, nohay testimonio.38

También nosotros, como hermanos, afrontamosun reto en este campo hoy. A lo largo del proceso derenovación fuimos dejando a un lado un determina-do número de prácticas que durante muchos añoshabían ayudado a distinguir nuestro estilo de vidamarista del de las otras congregaciones. Nos vestía-mos de una manera característica y común, seguía-mos ciertas costumbres en todos los sitios, celebrá-bamos las mismas “cinco grandes fiestas marianas”.Con el paso del tiempo empezamos a pensar que mu-chos de estos viejos modos de ser y obrar habían ca-ducado. Y ahora nos damos cuenta de que, al des-prendernos de aquellos usos anteriores, aún no he-mos llegado a un consenso para adoptar nuevos esti-los que se ajusten a la realidad de hoy y las actualesnecesidades apostólicas.

Como dije en mi discurso de apertura de la Confe-rencia General de Sri Lanka, es posible que una de lasrazones de que no logremos alcanzar el acuerdo en es-ta cuestión sea nuestro respeto a la diversidad. Los pa-dres conciliares ya adelantaron que las diferencias en-tre institutos religiosos se harían más manifiestas se-gún avanzaba el proceso de renovación, y estimaronpositivo ese desarrollo. Era natural que a medida quelas congregaciones retornaban al carisma de sus fun-dadores y lo adaptaban a las necesidades de los tiem-pos, las diferencias entre ellas fueran más acusadas. Eldocumento Vita Consecrata, en épocas más recientes,abundaba en la misma idea.

Lo que el Concilio no anticipó del todo fue la grandiversidad que se iba a producir dentro de los Institu-tos mismos. En algunos grupos esas diferencias inter- Da

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nas son considerables. Si en años sucesivos continúadándose esa disparidad de criterios entre los miem-bros de nuestro Instituto, lo mismo que en cualquierotro, en cuestiones como los votos, el papel de la vidacomunitaria y la espiritualidad, entonces se volverámucho más difícil la tarea de modelar una identidadcomún y la posibilidad de ofrecer un testimonio cor-porativo.

Al mismo tiempo que progresamos en la formaciónde una identidad común y decidimos nuevos modosde expresar esa identidad colectivamente, entra den-tro de la lógica admitir que a la par que se acentúa ladiversidad entre nuestro Instituto y los otros, paralela-mente ha de darse menos diversidad dentro de nos-otros.

Hay otra razón que explica nuestra lentitud enadoptar nuevos estilos y comportamientos comunes, yes el temor a que eso pueda suponer un retorno al pa-sado, un intento de restaurar lo que pudo ser conve-niente hace cincuenta años o más. No tengáis miedo aque eso suceda. Las cosas del pasado fueron adecua-das para el pasado. Si en este momento queremos res-tablecer el valioso testimonio de la vida religiosa, ne-cesitaremos encontrar nuevos signos que nos ayuden arealizarlo, y esa tarea tendremos que efectuarla juntos.

No hemos acertado a identificar y evaluar todo loque hemos ido aprendiendo durante el proceso de re-novación, y ello ha traído sus consecuencias. Hemosevitado plantearnos preguntas como éstas: ¿Expresannuestras prácticas actuales el amor que sentimos porJesucristo y nuestro compromiso con la Iglesia de unamanera creíble? ¿En qué medida sostienen y ensan-chan nuestra misión? ¿Promueven una pasión másgrande por el evangelio y por el servicio a los po-bres?39

Soñar es una cosa;tener el celo

suficiente para dar vida a los sueños

es otra, bien distinta

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El Espíritu Santo tiene la responsabilidad última deque llevemos adelante la misión que compartimos.Nuestro Instituto, como todas las demás comunidadesreligiosas, es un efecto de la morada del Espíritu enmedio del Pueblo de Dios, un carisma que lo mani-fiesta. Los que somos sus miembros debemos dejarque ese mismo Espíritu actúe libremente dentro y através de nosotros.

En calidad de hermanos religiosos consagrados pa-ra la misión, estamos llamados a seguir el ejemplo deJesús. Él no se buscaba a sí mismo ni tenía ambicionespersonales cuando predicaba o hacía milagros y cura-ciones, o cuando discutía con los fariseos y saduceos.

Como hermanos también nos corresponde dar tes-timonio de la persona de Jesús con más plenitud yfuerza. Debemos permanecer a la vez en la Iglesia y enel mundo para ofrecer un servicio generoso en nombrede Cristo. Si no nos mantenemos fieles a nuestra op-ción de identificarnos radicalmente con Él, nos con-vertiremos sólo en un grupo más de activistas o mili-tantes políticos o sociales.

Hay un pasaje, atribuido a Charles Péguy, que ilus-tra lo que estoy diciendo. Habla de un hombre quemuere, y al presentarse en el cielo un ángel le interpe-la: “A ver, ¿dónde están tus heridas?”.

Incapaz de ocultar su perplejidad, el hombre con-testa: “¿Heridas? Yo no tengo heridas”. El ángel sus-pira cansadamente y vuelve a preguntar: “Vamos, ¿nohubo nada por lo que valiera la pena luchar a lo largode tus días? ¿Nada que mereciera el don de tu vida?”.Lo que sufrimos por los demás nos ayuda a definirnosy nos hace ser lo que somos.

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MARCELINO HOY

Si Marcelino Champagnat apareciera hoy, casi dossiglos después de nuestra fundación, en la puerta prin-cipal de la casa provincial o distrital de cualquiera denuestras unidades administrativas, y se diera una vuel-ta para observar los trabajos de sus hermanos y segla-res maristas, sin duda se quedaría impresionado y nosdaría las gracias por todo lo que hacemos en el nom-bre del evangelio.

Probablemente también estaría sorprendido ante laabundancia de recursos espirituales, humanos y eco-nómicos de que disponemos actualmente para conti-nuar la misión que él nos encomendó de ayudar a losniños y jóvenes pobres de las aldeas a convertirse enbuenos cristianos y buenos ciudadanos. Difícilmentepodría imaginar el fundador, cuando vivía, que Diosiba a otorgar tantas bendiciones a sus discípulos y susobras.

Pero estoy convencido de que, a la vez que obser-vaba las cosas y escuchaba los informes durante el re-corrido, Marcelino nos haría alguna que otra pregun-ta embarazosa. Preguntas sinceras pero incómodas, alestilo de éstas: ¿Hay suficientes pruebas para demos-trar que estamos llevando el evangelio de Jesús a losniños y jóvenes necesitados en los albores del nuevomilenio? Cuando los jóvenes cristianos que nos han sido confiados terminan su educación y se van denuestras instituciones, ¿han llegado de verdad a cono-cer y amar a Jesucristo?, ¿se manifiestan en sus vidaslas enseñanzas y valores de la Buena Noticia?

Y esos niños y jóvenes de otros credos que tenemosentre nosotros, cuando nos dejan ¿llevan consigo lacapacidad de dialogar, un espíritu de tolerancia y ma-yor estima de sus propias creencias?

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Hermanos, lo que hacemos, lo hacemos bien. Deesto no hay duda. Visitar cualquier obra marista hoynos da la oportunidad de encontrarnos con un grupode cohermanos y seglares maristas que muestran unagran dedicación, que trabajan con mucho fruto en unproyecto meritorio.

Pero también corremos el riesgo de convertirnos envíctimas de nuestro propio éxito. A lo mejor nos apli-camos a lo que estamos haciendo con tanto denuedoque luego no sacamos tiempo para evaluar nuestra la-bor, o para plantearnos si debemos o no realizar esastareas en primer lugar. Es esencial hacer una valora-ción de las cosas, sin perder nunca de vista que no va-mos en busca del logro, sino de la fidelidad. Las Cons-tituciones lo dicen de este modo:

Nuestro Instituto, don del Espíritu Santo a la Iglesia, es para el mundo una gracia siempre actual. Nuestras comunidades, sencillas y fraternales, constituyen una llamada a vivir según el espíritu de las bienaventuranzas.El testimonio de nuestras vidas entregadasy nuestro compromiso apostólico alientan a cuantos nos rodean, muy particularmente a los jóvenes, a construir una sociedad más justa,y revelan a todos el sentido de la existencia humana.40

MARCELINO Y LAS CUALIDADESDEL EDUCADOR MARISTA

Marcelino, con su personalidad carismática, ejercióuna honda influencia en nuestros primeros hermanos.Sabemos que ellos le querían como al hermano mayory padre que era. En él tenían a un mentor, en el másamplio sentido de la palabra. Da

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El fundador era también para ellos un modeloatractivo de vida apostólica. He aquí un hombre queamaba a Dios. Nutrido por la oración, su pasión porJesús y María se fue haciendo cada vez más profunda.Como apóstol, vivía su ideal tan intensamente que losdemás se sentían movidos a ser como él y vivir comoél. Marcelino Champagnat anhelaba proclamar la Bue-na Noticia con un corazón ardiente.41

Era un hombre que se atrevía a soñar. En medio delos retos que se le planteaban a la Iglesia y al estado enFrancia durante el período post-revolucionario, elfundador imaginaba posibilidades que iban más alláde donde alcanzaba la mirada de muchos de sus con-temporáneos.42

Soñar es una cosa; tener el celo suficiente para darvida a los sueños es otra, bien distinta por cierto. Eneste aspecto también estuvo bendecido nuestro padreMarcelino. Su decisión y arranque, que a menudo de-signamos como “amor al trabajo”, así como su creati-vidad y atrevimiento,43 le dieron el coraje necesariopara comprar la pequeña casa de La Valla, equiparla lomejor que pudo, buscar los primeros aspirantes y lle-var adelante la obra que el Señor había puesto en susmanos.

Su cristianismo era eminentemente práctico; teníala habilidad de encontrar las soluciones adecuadas pa-ra los problemas que se le venían encima y un olfatoespecial para salvar alguna parte positiva cuando ya nohabía remedio. Y en medio de las dudas y preocupa-ciones que deben haber sido su pan de cada día, se viosostenido por su sencillez, su confianza inextinguibleen la presencia de Dios y el abandono en la protecciónde María.

El Espíritu que se manifestó de manera tan activaen nuestro fundador suspira hoy por vivir y alentar

En medio de las dudas y

preocupacionesque deben haber

sido su pan de cada día,

se vio sostenidopor su sencillez,

su confianzainextinguible

en la presenciade Dios y

el abandono en la protección

de María.

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dentro de nosotros. El carisma que entró por primeravez en la Iglesia y en el mundo a través de MarcelinoChampagnat hace creíble nuestro empeño por mante-ner viva la tradición que él nos legó. Ya sea en el ám-bito escolar o en otros campos pastorales, ese carismase revela en los rasgos de nuestro peculiar estilo ma-rista: la presencia sencilla entre los jóvenes, una rela-ción sin pretensión ni doblez con ellos, el espíritu defamilia, el amor al trabajo. Y todo esto siguiendo elmodelo de María.44

Sin olvidarnos de las cosas que hemos ido reflexio-nando hasta ahora, a continuación vamos a exploraralgunos aspectos relacionados específicamente connuestra vida apostólica marista hoy.

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PREGUNTAS PARA LA REFLEXIÓN

Una vez más, resérvate un tiempo personal para contestar a laspreguntas que siguen. Al igual que la vez anterior, ese ejercicio teservirá de ayuda para profundizar en lo que has ido viendo en laspáginas precedentes. Ten lápiz y papel a mano por si en un mo-mento dado quieres tomar alguna nota, o recoger una frase o unpensamiento que te gustaría recordar, o escribir unas líneas de re-flexión. Conserva esos apuntes. Pueden serte útiles más tarde, yasea para revisarlos o para una eventual puesta en común de lo quehas leído.

1.Imagina que eres Marcelino y estás visitando una sección re-presentativa de las tareas apostólicas de tu Provincia o Dis-

trito. ¿Cuál es la primera impresión que te llevarías a partir de loque ves y te explican? Ahora date una vuelta, habla con los queestán dedicados a esas tareas y con los que son sus destinatarios.Al final del día, al hacer una revisión de lo que has ido cono-ciendo, y a la luz de la visión que ofrecen las Constituciones,¿qué es lo que te hace sentirte orgulloso de esos empeños apos-tólicos?, ¿qué es lo que te deja intranquilo?, ¿qué es lo que tegustaría ver más apoyado?, ¿qué echas en falta?

2.¿Qué es lo que te mueve a creer que el carisma que estabatan vivo y activo en nuestro fundador se mantiene hoy den-

tro de ti y dentro de los hermanos y seglares maristas de tu Pro-vincia o Distrito? ¿En qué se basa esa certeza?

3.Trata de repasar la historia de la presencia de este carismaen tu propia vida; anota algunos de los momentos en que la

presencia del carisma marista fue particularmente intensa en tuexperiencia personal.

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2A PARTEIdentidad y vida apostólica marista hoy

E l Concilio Vaticano II fue un acontecimiento de-cisivo para el laicado católico al igual que para lavida religiosa. La llamada a la santidad que reso-

nó en aquella asamblea tenía un carácter universal, es-taba dirigida a los fieles en su conjunto. Por fin habíauna declaración expresa de que todos los cristianos hansido bautizados para una misión, la de proclamar el Rei-no de Dios y su inminencia.

Antes del Concilio, a los miembros del laicado se lesveía casi exclusivamente como colaboradores de aque-llos a quienes se consideraba los verdaderos servidoresde la Iglesia, es decir los obispos, sacerdotes y religio-sos. Sustentados en la idea de que los seglares no tení-an una misión propia, se les permitía ayudar a los queaparentemente sí la tenían. Uno de los frutos del Con-cilio fue que los seglares se fueron moviendo desde laposición de auxiliares a la de miembros plenamenteasociados a la misión, y asumieron gradualmente lasfunciones que acompañan al sacramento del bautismo:sacerdotes, reyes y profetas.

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La profecía es un elemento inherente a la misión dela Iglesia. Dios suscita a los profetas y nos los envía paraque recordemos su intervención salvadora en el pasado,y de esa manera nos sintamos impulsados a la conver-sión en el presente y nos empeñemos en construir unanueva comunidad humana siguiendo el plan divino.45

Pero así como el Concilio clarificó la función, iden-tidad y misión de los católicos seglares, no podemos de-cir lo mismo de los que formamos parte de los institu-tos religiosos. En cierto modo nosotros salimos delConcilio con una sensación de confusión y pérdida.

Regresando algunas décadas atrás, la vida consagra-da de los tiempos preconciliares nos puede parecerahora bastante elitista, cuando se presentaba la perfec-ción individual como su raison d’être. Los que hicimosel noviciado antes de mediados los años 60 aprendía-mos que el fin del Instituto era la gloria de Dios y la san-tificación de sus miembros. Esta definición venía segui-da de una explicación de nuestras tareas, el apostoladoespecífico para el que habíamos sido fundados.

Antes del Concilio la vida religiosa era una sociedadcerrada, con normas y reglas precisas. Esto contribuyóa fomentar un fuerte sentido de identidad de grupo en-tre nosotros. A nadie debe extrañar, por tanto, que elpapel de los superiores en aquellos tiempos consistieseen asegurar que nos adheríamos a las normas y obser-vábamos las reglas.

En la Iglesia postconciliar, nuestro estilo de vida yano viene proclamado como un estado de perfección encuanto tal, sino más bien como un camino para que loscreyentes puedan crecer en el amor y la santidad. Y secomprende mejor que la norma última y la regla supre-ma de todas las comunidades religiosas es el seguimien-to de Cristo, en lugar del cumplimiento de una serie deregulaciones. Da

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EL LAICADO MARISTA

El finado Juan Pablo II tenía la convicción de que laIglesia de esta era acabaría siendo conocida como la Igle-sia del laicado. Suponiendo que estaba en lo cierto, hare-mos muy bien en cuestionarnos cómo podemos, en nues-tra condición de hermanos, ayudar a que se realice la mi-sión de los seglares en la Iglesia y el mundo de hoy.

El laicado marista no es sino una respuesta a esta pre-gunta. Su fundamento descansa en la misión común y enla llamada profética que todos compartimos por el sacra-mento del bautismo, tal como señaló el Concilio. Y su vin-culación va mucho más allá de la sola participación en lostrabajos institucionales; consiste en compartir la fe y unconjunto de valores comunes, centrados en el amor a Jesúsy unidos en la experiencia colectiva de tener a MarcelinoChampagnat que gana nuestros corazones y se adueña denuestra imaginación.

Más aún, la estrecha asociación con los que participande nuestra vida apostólica es una característica de la iden-tidad marista, y damos así testimonio de que nuestra Igle-sia puede tener una eclesiología de comunión. Ese testi-monio es hoy más importante que nunca.

Con harta frecuencia en el pasado, las acciones de la Igle-sia han puesto de manifiesto otra eclesiología basada en el po-der y la categoría, verdadera antítesis de los principios evan-gélicos46. Como hombres y mujeres que compartimos un ca-risma común, estamos llamados a atestiguar a través de nues-tras vidas que las cosas pueden y deben ser de otra manera.

A nadie tiene que sorprenderle esto. Como antes he di-cho, entre los muchos dones que nos vinieron de la manodel Concilio uno era la constatación de que el carisma delfundador pertenece a la Iglesia y no sólo a sus PequeñosHermanos. Por consiguiente, los seglares plantean hoy unreto a la visión limitada de que el carisma es un tesoro que

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pertenece sólo a los hermanos. Cada uno de los miem-bros del laicado marista tiene su historia personal quecontar, ha recorrido su propio itinerario de fe, y cuen-ta con una experiencia única del fundador y de su es-piritualidad.

Si queremos escuchar esas historias, conocer esoscaminos de fe, y llegar a apreciar con más plenitudlas muchas experiencias de Marcelino y su espiritua-lidad que se dan alrededor de nosotros, será buenoque compartamos lo que tenemos en común y respe-temos las diferencias47 que hay entre la identidad deun Pequeño Hermano de Marcelino y la de un ma-rista seglar.

DIFERENCIAS

Hay quien se siente incómodo cuando se habla de“diferencias”, temiendo que esa palabra pueda llegar asignificar más de lo que parece a primera vista y quenos lleve a establecer comparaciones.

Pero negarse a ver las diferencias donde realmenteexisten nos priva de la naturaleza única y complemen-taria de ambas vocaciones, la del hermano y la del se-glar marista, y mina nuestra capacidad de comprendercon claridad la identidad de cada uno.

Las diferencias se encuentran en la Iglesia en ge-neral. El Espíritu de Dios inspira una diversidad devocaciones, carismas y apostolados. La distinciónde funciones es propia del modelo orgánico de Igle-sia. San Pablo lo expresaba de esta manera: “Elcuerpo no se compone de un solo miembro, sino demuchos”.48

La diversidad también se da en la vida consagrada.Y sin embargo nadie sostiene que las antiguas órdenes Da

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religiosas sean mejores que las modernas, o que lascongregaciones monásticas sean de rango superior alas mendicantes o a los institutos de vida apostólica.

Al reflexionar sobre las semejanzas y diferenciasque hay entre los Hermanos de Marcelino y los segla-res maristas, es preciso que acojamos no sólo lo quenos une sino también lo que nos hace distintos.

CORRESPONSABILIDAD49

Para impulsar el laicado marista hoy tenemos queser hermanos entre nosotros y con los que participanen nuestra misión. Lo cual nos lleva a escucharnos yaprender los unos de los otros, compartir nuestra he-rencia espiritual y apostólica, y fomentar la actitud decooperación.

Por lo tanto, cuando hablamos de “nuestros” apos-tolados nos referimos a una estrecha vinculación entrelos hermanos de Marcelino y el laicado marista. Ya eshora de que demos un paso adelante, y en lugar de li-mitarnos a invitar a los seglares a que nos ayuden en latarea lleguemos por fin a considerarlos verdaderos co-rresponsables de ella.

No son pocas las Provincias en las que, en estos úl-timos años, los seglares de ambos sexos han asumidopuestos de liderazgo en las obras. Nosotros los herma-nos debemos darles nuestro apoyo ofreciéndoles unaformación marista, junto con el testimonio de nuestravida religiosa y el impulso de nuestros valores apostó-licos. Al acompañar a los laicos para que sigan másplenamente su llamada personal en la vida, seremosmás conscientes de la gracia de nuestra propia voca-ción de consagrados.

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NO TODOS SON ENTUSIASTAS

Hay entre los hermanos algunos que han aceptado elmovimiento del laicado marista con reticencias. Éstos loven como una señal más de disminución interna y sólolo estiman necesario debido a la reducción del númerode hermanos. Y son bastantes los seglares que se handado cuenta de esa ambivalencia. En un encuentro deeducadores maristas un profesor de un colegio decía alos presentes: “A veces tengo la impresión de que si us-tedes los hermanos tuvieran suficiente número en plan-tilla para llevar a cabo las cosas, a nosotros no nos harí-an ni caso”.

Pero la idea del laicado marista tiene poco que ver conla disminución. Se trata más bien de un fenómeno que seha ido desarrollando dentro de la evolución general denuestro modo de vida. Podemos incluso afirmar que estemovimiento no llegará a madurar sin la presencia y el em-peño activo tanto de los hermanos como de los seglares.Por lo tanto, los esfuerzos encaminados a la promociónvocacional y los que se invierten en fomentar el compro-miso laical deben ser complementarios entre sí.

Comprenderemos mejor las iniciativas que conducenhacia el laicado marista si las vemos como el reflejo de unanecesidad universal que surge en el complejo y turbulentomundo de hoy. Dar respuesta a esa necesidad es vital ennuestra misión de preparar a los niños y jóvenes pobrespara la llegada del Reino, una llegada que requerirá de unapluralidad de perspectivas y experiencias, en un espaciotranscultural e internacional.

NO TODOS SON SEGLARES MARISTAS

Es cierto que no todos los hombres y mujeres que to-man parte en nuestros apostolados son seglares maristas.Para algunos, su trabajo es sencillamente un empleo. Da

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Muestran buena disposición para desempeñar sus tareasdebidamente, pero no tienen interés, o tienen poco, en ha-cer suya la visión de Marcelino o su espiritualidad.

Podemos dividir a los que actúan dentro de la misiónmarista en dos grupos: unos, los que están verdaderamen-te concienciados y comprometidos en la labor que reali-zan; y otros, aquellos para quienes esa labor es solamenteun puesto de trabajo satisfactorio.

Dejar que esta situación se perpetúe no sería bueno.Todos y cada uno de nosotros tenemos la responsabilidadde promover el único cuerpo de valores que ha caracteri-zado siempre el apostolado marista y ha guiado nuestrotrabajo con los niños y jóvenes desfavorecidos.

El padre Champagnat quería que nos preocupásemospersonalmente por nuestros alumnos y nos ganáramos surespeto. Eso sólo lo lograremos si tenemos una relaciónsencilla y auténtica con cada uno de ellos, y hacemos todolo que esté en nuestra mano para ayudarlos a formarse unaconciencia moral bien equilibrada y adquirir una sólidabase de valores sobre la que puedan construir sus vidas.

Con el transcurso del tiempo nos vamos asemejando aun hermano o una hermana mayor y creamos en tornonuestro ese espíritu de familia en el que el fundador insis-tía: “Para educar a los niños hay que amarlos; y amarlos atodos por igual”.50

Estos valores han de manifestarse en las vidas de todoslo que abrazan el nombre de maristas. También deben es-tar presentes de manera inequívoca en toda instituciónque se precie de llevar a cabo un apostolado en la tradiciónde Marcelino Champagnat. Si la realidad no es ésa, hayque buscar una forma mejor de promoverlos.

María, que crió a Jesús de Nazaret, es nuestro mo-delo en esta tarea; Ella inspira nuestra fe y modela nues-

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tro estilo pedagógico. María era profeta y amiga deDios. Siguiendo su ejemplo, nosotros hacemos de la re-lación con Dios el fundamento sobre el que edificamosnuestra vida.

PLANIFICACIÓN FUTURA

Cada vez en mayor medida, nuestros compañeros,los exalumnos de las escuelas y de otros campos, losque fueron miembros comprometidos del Instituto du-rante un tiempo junto con sus familias, los hombres ymujeres que pertenecen al Movimiento Champagnatde la Familia Marista, los voluntarios seglares, nuestrosestudiantes y otras muchas personas, están redescu-briendo la espiritualidad de Marcelino. El hecho deque haya tantos que siguen encontrando en esa espiri-tualidad una fuente de inspiración, testifica su conti-nua vitalidad y la fuerza que se encierra en ella paraanimar nuestra misión.

Quizá ha llegado el momento de dar un paso másallá y tenemos que empezar a organizar redes de comu-nicación entre los que desempeñan un apostolado ma-rista. Ya enseñen en un centro educativo, o promuevanla alfabetización entre marginados, o trabajen con losniños de la calle, o lleven grupos de catecismo, o tomenparte en cualquiera de nuestras acciones pastorales, esared proporcionaría a todos los que sienten esa vincula-ción un gran apoyo personal y espiritual.

La forma de las redes maristas variará dependiendode los lugares. Para lograr el modelo más adecuado ha-brá que efectuar una amplia consulta, suscitar un deba-te sincero y tomar las decisiones con cuidado; pero es-toy convencido de que la existencia de ese modelo nosayudará a contribuir con una peculiar aportación ma-rista a la nueva evangelización de los jóvenes, tal comoahora se está desarrollando en la Iglesia. Da

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LA IDENTIDAD DE NUESTRO INSTITUTO

¿Qué podemos hacer para fortalecer la identidad de nues-tro Instituto? Decidir con claridad sobre el enfoque de su vi-da y misión.51 Esto no significa que todos deban comprome-terse en las mismas tareas o que tengan que vivir y trabajar enel mismo lugar o bajo las mismas condiciones. Apunta másbien a que cualquiera que eche una mirada sobre nosotrospueda dar una respuesta inmediata en cuanto le hagan estapregunta: “¿Este Instituto, en qué se distingue?”.

Porque la identidad de cualquier grupo se hace visi-ble cuando podemos especificar, primero, su carácter oesencia, el “material” de que está hecho; luego, los ras-gos que lo diferencian de otros grupos; y finalmente sugrado de mismidad o continuidad a lo largo del tiempo.A raíz del Concilio Vaticano II algunos de esos elemen-tos se debilitaron, lo que produjo cierta confusión sobrela identidad de la vida religiosa en general y también so-bre nuestra propia identidad como Instituto.

Durante los años que siguieron al Concilio hubo Pro-vincias y Distritos en que se permitió a sus miembros asu-mir tareas que, si bien entraban dentro de la definición delapostolado primero de la congregación, se apartaban no-tablemente de la tradición en que éste había cobrado for-ma históricamente. Además se dieron casos en que, por di-versos motivos, algunos hermanos fueron autorizados adedicarse a trabajos y funciones que nada tenían que vercon los fines para los que habíamos sido fundados.52

En consecuencia, hubo quienes perdieron la dimensiónde ser enviados por el Instituto. Los Provinciales y Supe-riores de Distrito se vieron también con menos capacidadpara comprometer a sus unidades administrativas en pro-yectos orientados a atender necesidades humanas urgentesy descuidadas, necesidades parecidas a las que golpearonel corazón del fundador y le movieron a entrar en acción.Sencillamente, ya no tenían gente disponible.

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Un escenario como el que acabo de describir, al finalacaba destruyendo cualquier congregación. ¿Por qué?Porque la vitalidad y viabilidad de un Instituto depende, almenos en parte, de su capacidad de dar buenas razones paraexistir y comprometerse en una misión corporativa creíble.53

De manera semejante a otras congregaciones apostólicas,nosotros surgimos en buena medida para atender una de-terminada necesidad. Desde el momento mismo de nues-tra fundación había un apostolado.

Por doloroso y retador que pueda resultarnos, tene-mos que recordar hoy que es el Instituto y nuestros her-manos los que nos envían a la misión y a desempeñar unatarea apostólica concreta. Nadie más. Si perdemos esteimportante elemento de nuestro modo de vida, cualquieriniciativa pastoral se convierte en poco más que un pues-to de trabajo, y reduce al Provincial con su consejo a unpapel que tiene más que ver con una agencia de empleoque con el liderazgo de una congregación religiosa de vi-da apostólica como la nuestra.

Al igual que los otros institutos religiosos, nosotrostambién somos un colectivo social.54 Por eso, tenemos másfuerza para llevar a cabo de manera efectiva nuestros res-pectivos quehaceres cuando trabajamos en unión con loshermanos. Casi siempre sucede que aquellos que se agru-pan en un esfuerzo común y se afanan codo a codo pro-ducen un efecto más convincente que los que sólo se em-peñan a título personal. Los compromisos corporativos,incluso aunque sean de corta duración, manifiestan laesencia de un grupo de un modo que no se puede conse-guir a través de los compromisos individuales.

Al mismo tiempo, el evangelio vivido con radicali-dad en un Instituto como el nuestro exige un precio.Puestos en lo ideal, al hacer una elección libre de aco-ger plenamente la Palabra de Dios nos implicamos se-riamente en la vida de nuestra familia religiosa y, a cam-bio, permitimos que los hermanos puedan pedirnos el Da

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don de nuestra persona, tiempo y talentos. Rechazamosla tentación de anteponer en nuestro estilo de vida elbienestar y desarrollo individual.

En estos últimos años se ha ido produciendo entre nos-otros un paulatino movimiento extensivo hacia posicionesdiocesanas y parroquiales. Esto ha tenido un impacto ne-gativo en la identidad de la vida religiosa apostólica. Por-que ésta surgió en la Iglesia para dar respuesta a una nece-sidad específica. Por lo mismo, nuestro Instituto y otros si-milares han sido históricamente independientes y a la vezcomplementarios de la estructura jerárquica eclesial.55

Sin embargo, la disminución del clero secular en algunospaíses hoy, cuando todavía la parroquia continúa siendo de-finida como el espacio primario de la comunidad cristiana,ha sido la causa de que algunos hermanos se hayan vistopresionados para ofrecer sus servicios en las iglesias locales,asumiendo roles que no han sido los nuestros tradicional-mente. Este tipo de situaciones, así como la reducción nu-mérica de las instituciones que hasta ahora veníamos diri-giendo, ha comprometido el papel profético que nosotroscomo hermanos desempeñamos en la Iglesia.56 Para perma-necer fieles a nuestro carisma y nuestros fines, tendremosque volver a examinar esos movimientos y verificar sus re-sultados al cabo de un tiempo, con objeto de reconducir losesfuerzos hacia donde veamos que es necesario.

Hay que reconocer, de todos modos, que algunos denuestros hermanos veteranos han aceptado trabajos en lafeligresía de su sector por razones prácticas. Forzados a ju-bilarse de la enseñanza, se dedican a colaborar en una pa-rroquia para mantenerse en actividad. Ese empeño les per-mite seguir aportando algo de ellos mismos a la Iglesia ensu conjunto, así como al Instituto y a los que se beneficiande sus servicios.

Es posible que surjan por el mundo nuevos modelos devida religiosa en los que haya otros elementos distintos a la

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misión colectiva, la vida comunitaria y la espiritualidad,que vinculen a sus miembros y los ayuden a dar sentido asu compromiso con el evangelio. Sin embargo nuestro Ins-tituto debe seguir dando la prioridad y apoyando, con lapalabra y los hechos, a los que se afanan juntos en un apos-tolado común y corporativo tratando de inspirar nueva vi-da dentro del espíritu fundacional de los orígenes.

EL LUGAR Y LA FINALIDAD DE LAS INSTITUCIONES

Por otra parte, en estos años recientes algunos de en-tre nosotros han contemplado nuestras obras con sos-pecha. A menudo con motivos suficientes. Para conser-var la vitalidad, las instituciones deben efectuar perió-dicamente un proceso de evaluación y, si las circunstan-cias así lo requieren, llevar a cabo la correspondientetransformación. También es preciso que recordemosuna y otra vez las razones por las que fueron fundadas.Lamentablemente no podemos garantizar que todasnuestras obras vayan a dotarse de estas herramientas decorrección necesarias.

Nuestras instituciones tienen el potencial de ser mediospoderosos de cambio social. También traen otros benefi-cios; por ejemplo, los que están insertos en ellas adquierenuna mayor visibilidad en la esfera de la comunidad local ygozan de un espacio desde el que pueden entrar en con-tacto con jóvenes que quizá un día lleguen a mostrar inte-rés en formar parte de nuestro Instituto.

Durante el proceso de renovación que se puso enmarcha a partir de las llamadas del Concilio, los supe-riores de algunas unidades administrativas decidieronque nuestros servicios en determinadas obras habíanllegado a su término. Y traspasaron a otras manos laresponsabilidad de estas fundaciones. Mirando haciaatrás ahora, a lo mejor hemos de reconocer que nos des-prendimos demasiado aprisa de alguno de aquellos Da

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compromisos educativos. Al marcharnos de allí, no sóloperdimos un área de comunicación con la juventud, si-no también la capacidad real de establecer la direcciónfutura de esos establecimientos a tono con el carisma denuestra congregación.

Antes de pasar a otro capítulo, quedémonos con estaidea en la mente: las instituciones que continúan siendofieles a su visión fundacional y las que pueden ser trans-formadas a fin de dar una mejor respuesta a los signosde los tiempos, son un recurso valioso para nosotros ynuestra misión. Muchas de esas obras maristas fueron le-vantadas en su día para educar a los niños y jóvenes po-bres. En este tema vamos a centrarnos seguidamente.

PREGUNTAS PARA LA REFLEXIÓN

Por favor, resérvate un tiempo personal para contestar a las pregun-tas que siguen. Al igual que las veces anteriores, ese ejercicio te ser-virá de ayuda para profundizar en lo que has ido viendo en las pági-nas precedentes. Ten lápiz y papel a mano por si en un momento da-do quieres tomar alguna nota, o recoger una frase o un pensamientoque te gustaría recordar, o escribir unas líneas de reflexión. Conser-va esos apuntes. Pueden serte útiles más tarde, ya sea para revisarloso para una eventual puesta en común de lo que has leído.

1.¿Qué experiencia tienes sobre el laicado marista? Señala tresaspectos beneficiosos de este movimiento para sus propios

miembros, para el Instituto, para la Iglesia. ¿Qué obstáculos que-dan por superar en ese terreno?

2.Vete repasando durante unos momentos las obras de tu Pro-vincia o Distrito. ¿Cómo son? ¿Qué labor se hace en ellas?

¿Qué señales te indican que una institución necesita reforma?

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3A PARTEMisión, vida apostólica y los pobres

D e unos años a esta parte se ha escrito y se ha ha-blado mucho y con vehemencia sobre las obrasde nuestro Instituto y los niños y jóvenes po-

bres que componen una buena parte de la actual po-blación mundial. ¿Qué relación existe entre ambas co-sas? O enfocando mejor la pregunta: a la luz de nuestrocarisma, del voto de pobreza y las llamadas de la Iglesiay los Capítulos generales y provinciales a servir a losmarginados de la sociedad, ¿dónde hemos de invertirnuestras energías apostólicas como grupo en estos mo-mentos y en el futuro?

Sin duda hay unidades administrativas en el Institutodonde los hermanos y seglares maristas han respondido a es-tos planteamientos a satisfacción. Una vez que lo han hecho,ahora pueden establecer el plan de acción consiguiente queles lleve a poner en práctica las decisiones que han tomado.

Pero la mayoría de los hermanos no ha llegado todavíaa dar las respuestas finales a esas mismas preguntas. Cadavez que lo han intentado han salido a la superficie profun-das diferencias de opinión. Hay Provincias y Distritos cu-yos miembros aún tienen que alcanzar un acuerdo sobre lo

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que significa la palabra “pobres”. En otros lugares, la solasugerencia de que hay que cambiar el destino de nuestrosrecursos para trabajar directamente con los niños y jóvenesque viven en los márgenes de la sociedad, ha sido interpre-tada por algunos como una muestra de desprecio hacia to-do lo que se ha venido haciendo hasta el presente. Ense-guida surge la interpelación: “¿Nos están diciendo que te-nemos que abandonar un sistema de escuelas que ha cos-tado muchos años organizar y que se ha mantenido con elsacrificio de tantos?”. Estas instituciones –señalan- hanconstituido un medio adecuado de evangelización y noshan permitido ofrecer un inestimable servicio a la Iglesia asícomo al tejido social de los países donde están establecidas.

Finalmente, tenemos algunas unidades administrativasdonde los hermanos parecen haberse eximido de una seriareflexión sobre su dedicación a los niños y jóvenes pobres.Lo que han hecho ha sido redefinir el término de pobres pa-ra acomodarlo a las circunstancias en las que se encuentrano han adoptado, más o menos ingeniosamente, ciertas ca-racterísticas de la cultura ambiental que realmente son an-titéticas con el espíritu del evangelio. Algunos no alcanzana ver la contradicción que surge cuando su nivel de vida oel de su comunidad está por encima del estándar de suscompañeros seglares.

Esta situación se vuelve más inquietante cuando los her-manos son ciudadanos de un país, o viven en una región, quees económicamente débil. Es posible que algunos, sabiendoque su zona está ya clasificada como desfavorecida a los ojosde la comunidad internacional, argumenten que determina-dos rasgos como la sencillez de vida exigida por nuestrasConstituciones se dan ya por supuestos dentro de las cir-cunstancias locales. Otros tratan de racionalizar su postura,convenciéndose a sí mismos de que allí hay que aplicar las re-glas de manera diferente. Y no faltan los que se basan en laspropias culturas tradicionales para insistir en que, a causa desu compromiso religioso, sus paisanos encuentran naturalque ellos vivan mejor que el tipo medio de habitante. Da

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Sea cual sea el lugar donde residimos o el grado de sa-lud o pobreza que se dé dentro de los pueblos a los queservimos, todos y cada uno de nosotros estamos llamadosa llevar un estilo de vida que venga marcado por la sen-cillez, por la disposición a arremangarnos y trabajar connuestras manos cuando haga falta, y por el respeto hacialos que desempeñan cualquier tipo de tarea en nuestrascasas y apostolados.

Por lo tanto, ninguno que se precie de ser un miem-bro del Instituto de Marcelino está excusado de plante-arse el desafío de nuestras obras en relación con la po-blación de los niños y jóvenes pobres de nuestro mundo.Y hay varias formas de empezar a hacerlo.

Una es fomentar el espíritu de celo y entrega personalen nuestra vida apostólica. Otra manera de ayudarnos aconocer mejor las realidades de los que nos rodean esabrazar en la mayor medida posible las condiciones devida de los más desfavorecidos entre aquellos que aten-demos. Vivir insertos entre los marginados de la sociedadtambién nos da más credibilidad como evangelizadores.

Ésa fue la experiencia de Gandhi cuando se fue aden-trando en su misión de resistencia por causa de la justicia.Aunque había hecho voto de castidad junto con su esposadespués de once años de matrimonio, sólo se convirtió enun testigo creíble cuando se vistió con un sencillo paño teji-do en casa y salió a la calle como uno de tantos pobres. En-tonces empezaron a seguirle las masas de India. Mientras semantuvo apartado de la situación de la mayoría de sus con-ciudadanos, atrajo pocos a su movimiento. Sin embargo,una vez que abrazó las circunstancias de sus vidas, fueronmuchos los que se pusieron en camino y se unieron a él.57

A menudo nos ocurre que cuando nos esforzamos porsimplificar nuestra vida, se intensifica dentro de nosotros elespíritu de celo. Los delegados del 20º Capítulo General sereafirmaron en la educación como campo privilegiado de

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evangelización y promoción humana, animándonos a serde verdad “fuego sobre la tierra”.58 También expresaronsu agradecimiento a todos los hermanos y seglares maris-tas que ejercen su labor en nuestras escuelas y en otros te-rrenos pastorales. Y nos instaron a garantizar que cadauna de las obras que llevamos entre manos sea conocidapor su promoción de los valores evangélicos y los princi-pios de la justicia social.

Continuando en esa misma línea, los capitulares nos re-cordaron que la experiencia de vivir plenamente nuestraopción preferencial por los pobres es una tarea inacabada.No podemos cerrar los ojos ante esa realidad. Pensemos,por ejemplo, que todavía está por llevarse a cabo en cadaProvincia y Distrito, y por parte de la Administración Ge-neral, un discernimiento evangélico que nos conduzca deverdad a la transformación de nuestras obras.

Tampoco tenemos que dejarnos llevar del desaliento,ya que no estamos solos a la hora de plantar cara a esos re-tos. Hace varios años los miembros de la Unión de Supe-riores Generales reflexionábamos de una forma parecidasobre el uso de los bienes materiales, y allí se señalaba quelos sueños de refundar los institutos respectivos quedarí-an sólo en eso, en sueños, si no acertábamos a poner so-bre la mesa del debate el modo como se adquieren losbienes, la gestión económica de los mismos, las cantida-des que se acumulan, el uso del patrimonio y el dinero, yla manera de compartir lo que se posee.

En páginas posteriores abordaremos varios puntosconcretos sobre nuestras obras, vistas desde la perspecti-va de los niños y jóvenes pobres que estamos llamados aservir. Pero antes intentaré clarificar qué entendemoscuando hablamos de “los pobres”. Me doy cuenta de quealgunos se llevarán las manos a la cabeza, desesperados,al leer estas líneas e insistirán en que ese asunto ya quedózanjado en el Instituto hace muchos años. Parece que nodel todo. Hasta que no se logre un acuerdo verdadero so- Da

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bre este tema en el plano fundamental del lenguaje, nohabrá una acción común entre nosotros. Seguiremos in-mersos en la confusión y el conflicto.

También necesitamos obtener un consenso sobre el sig-nificado de otra expresión familiar: la opción por los pobres.Esta noción tiene sus raíces en las Sagradas Escrituras y ladoctrina social de la Iglesia, y fue una fuente de inspiraciónpara varios artículos de nuestras Constituciones. Los prin-cipios sobre los cuales se basa la opción por los pobres ilu-minaron igualmente las líneas directrices de la renovaciónque se llevó a cabo en todo el Instituto a raíz del Concilio.

Nuestro análisis se verá facilitado si tratamos de com-prender por qué algunos intentos que se hicieron anterior-mente para llevar a la realidad la opción por los pobres tro-pezaron con la resistencia en diversas partes del mundomarista. Aparte de que ésta fuera una reacción que en ge-neral se produjo en toda la Iglesia, en lo que a nosotros ata-ñe ¿qué explicación le damos?

La verdad es que en las enseñanzas de los Papas, así co-mo en los documentos escritos y las decisiones tomadas enmuchas reniones nacionales e internacionales celebradas enel tiempo postconciliar, se ha destacado siempre la idea deque la opción por los pobres es un elemento central y esen-cial en todo proceso de renovación de la vida religiosa.

Terminaremos esta reflexión con algunas sugerenciassobre los pasos concretos que podemos dar personalmentey a nivel de unidades administrativas para acoger con másautenticidad el mandato evangélico -nuestra inspiraciónfundante-, y las recientes llamadas de la Iglesia en que senos exhorta a dedicar nuestras fuerzas al cuidado de los ni-ños y jóvenes necesitados.

Pero antes de avanzar por ese camino tengo que admi-tir que en estos años se han oído voces de hermanos quedecían que la llamada a los pobres apenas cobró relieve en

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sus años de formación. “¿Por qué ahora – preguntan -– seconvierte en un asunto de tanto interés?”.

Es una interpelación sincera que merece respuesta. Pa-ra empezar digamos que todo proceso de renovación ytransformación en el que se implica un grupo concreto ha-ce que la marcha habitual de las cosas se detenga. Tambiéndeja a unos cuantos sumidos en la preocupación, comoperdidos en la mar. Éstos comprenden que ya no puedenregresar al punto de partida, pero tampoco saben con cer-teza hacia dónde se dirigen.

Desde que terminó el Concilio hasta ahora, nos hemostomado en serio las recomendaciones de la Iglesia alentán-donos a estudiar nuestros orígenes y a estar atentos a lossignos de los tiempos. Se han ordenado sistemáticamentelas cartas del padre Champagnat, con una explicación cla-ra del contexto en que se escribió cada una. Se han hechonuevas traducciones de diversos documentos del Instituto,algunos de los cuales están a disposición en nuestras cuatrolenguas oficiales por primera vez. Con estos recursos en lamano hemos ido adquiriendo nociones sobre el fundadory su visión original que no estaban al alcance de todos entiempos anteriores.

Como venimos repitiendo una y otra vez, a lo largo detodos estos años la Iglesia ha invitado de modo especial alos religiosos a poner su atención en los pobres y necesita-dos. Han sido llamadas sonoras y apasionadas.

Así que en lugar de resistirnos a ellas, convendrá quelas escuchemos con el espíritu del fundador. Marcelinono fue un hombre temerario. Pero se mostró valiente, in-novador en su respuesta, y no tuvo miedo a actuar. Nues-tro fundador sorprendió a sus contemporáneos conti-nuamente. Bastará que recordemos que aunque estuvoendeudado toda su vida, cuando murió los hermanosdescubrieron que les había dejado relativamente libresde deudas. Con la excepción de un préstamo notable, Da

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que fue pronto liquidado por la generosidad de un bien-hechor, nuestros primeros hermanos no heredaron cuen-tas pendientes del padre Champagnat. Ojalá tuviéramoshoy el valor de vivir el cristianismo práctico de este hom-bre tan sencillo y santo.

QUIÉNES SON LOS POBRES

Sea cual sea el modo de describir la pobreza o el rostroque presenta en la situación que nos rodea, cuando el fun-dador habló de los pobres, él se refería claramente a los ni-ños y jóvenes que eran económicamente débiles. Es preci-so tener esto bien en cuenta, ya que en nuestro mundo hayunas cuantas formas de pobreza y al menos otras tantas de-finiciones. Pero como hermanos de Marcelino no estamosllamados a dar respuesta a cada una de ellas.

Algunos sociólogos emplean indicadores cuantitativospara determinar quién es pobre. A tal efecto se establecendiversos ítems, tales como los ingresos de una persona, po-sibilidades de acceso al agua potable, nutrición, viviendaadecuada, cuidado de la salud, oportunidades educativas,servicios sociales eficientes y limpios de corrupción, y otrosmuchos similares que sirven para determinar quiénes su-fren la marginación y quiénes no.

Otros subrayan factores cualitativos al medir la pobreza.Por ejemplo, la baja autoestima que tienen muchos desfa-vorecidos. Esta falta de confianza en uno mismo es a la vezun resultado de la pobreza y un elemento que contribuye aella. Cuando uno no siente respeto por sí mismo, no es ex-traño que los demás le miren por encima del hombro. Es-ta situación puede resultar particularmente dolorosa paralos niños y jóvenes más desatendidos.

Hay otro indicador que también aparece en el Informesobre la Juventud Mundial 2005 de las Naciones Unidas59;se trata de la incertidumbre, como condición determinante

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de los pobres y excluidos, especialmente cuando empiezana desenvolverse en la vida.

El H. Benito, en su circular A propósito de nuestros bien-es, precisamente señalaba cuánto pueden influir en nos-otros los entornos sociales en que nos encontramos a la ho-ra de comprender lo que significa la pobreza.60 En ese sen-tido, él nos invitaba a hacer una valoración de la necesidadreal de muchos de los gastos que efectuamos para mante-ner lo que llamaríamos una escuela marista de calidad.

Por eso mismo no hay que extrañarse, a veces, de quelos hermanos que viven y trabajan día a día en medio de losque carecen de bienes materiales, se hayan vuelto escépti-cos y consideren nuestro discurso sobre los pobres y sobreel voto de pobreza poco más que retórica hueca.61

En tiempo de Marcelino, en cambio, las penuriaseconómicas resultaban visibles en las vidas de los mu-chachos que él y los primeros hermanos atendían. Elfundador lo expresa con claridad en la carta, antes cita-da, que dirige en el mes de julio de 1833 a monseñor De-vie, obispo de Belley62, y vuelve a reiterarse en lo mismocuando escribe al alcalde de Charlieu en julio de 1839.Dice en uno de los párrafos: “Esperamos que el Señorbendiga finalmente los esfuerzos que usted hace paraproporcionar instrucción religiosa a los niños pobresque, sin su celo, se habrían visto privados de ella por laindiferencia de la mayor parte de los padres”.63

Esta preferencia de Marcelino por los niños necesita-dos se manifestaba no sólo en lo que escribía sino sobre to-do en el modo como vivían él y sus primeros discípulos.Tenemos constancia de que los hermanos asignados a laescuela de Charlieu tenían que desenvolverse en condicio-nes que estaban lejos de ser ideales. El Hermano Avit rela-ta que, durante varios años consecutivos, los tres hermanosque ejercían allí se vieron obligados periódicamente a mu-darse de las instalaciones en las que enseñaban. Da

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Parece que con el relevo del gobierno municipal senotó algún alivio. El nuevo alcalde, señor Guinault, hi-zo trasladar la cocina y las aulas a una estructura de unaplanta, aneja al centro de secundaria y les comentó susplanes para añadir una segunda planta al año siguiente,con el fin de proporcionarles residencia. Obviamentelos hermanos quedaron muy complacidos con la noticiaya que durante algún tiempo los tres habían tenido quedormir en el propio ayuntamiento, situado en el cora-zón de la ciudad.64 No cabe duda de que la sencillez devida de aquellos hombres era más que manifiesta paratodos; verdaderamente compartían la suerte de aquellosa los que se dedicaban.

RETO

La vida consagrada no vino a la existencia sólo paraerradicar la pobreza. Si ésa hubiese sido la razón, ya ha-bría pasado a la historia en muchos lugares según se ibaresolviendo la precariedad de la situación ambiental. Estáclaro que los institutos como el nuestro surgieron y conti-núan floreciendo por otros motivos además del servicioque sus miembros pueden ofrecer a los necesitados.

Aun así, en los tiempos actuales la Iglesia ha asumidoel empeño de animar a los religiosos a dirigir sus esfuer-zos principalmente hacia los que viven en condiciones depobreza. En el Sínodo de 1971 resonó con fuerza la lla-mada a la acción en favor de la justicia, como “una di-mensión constitutiva de la predicación del evangelio”.

El trabajo con los desfavorecidos forma parte del espíri-tu del carisma fundacional de nuestro Instituto, y numero-sos Capítulos generales y provinciales han tomado decisio-nes que nos conducirán más determinadamente hacia losniños y jóvenes en situaciones de marginación. Así que, porsi no fuese suficiente con la visión del fundador para con-vencernos de hacia dónde tenemos que encauzar nuestras

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la Iglesia ha asumido el empeño de animar

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hacia los que viven

en condicionesde pobreza.

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energías hoy, también contamos con la Iglesia y muchosotros factores que nos mueven en esa dirección.

Desde los comienzos del Instituto, estos tres aspec-tos de nuestra identidad como hermanos de Marcelinohan estado siempre claros: vivir y trabajar en medio delos jóvenes; evangelizar primariamente a través de laeducación y a veces por otros medios; y demostrar unapreocupación particular por los niños y jóvenes pobres,los que viven en las orillas de la sociedad. Vamos a ver-los uno por uno.

¿Qué ocurriría si de pronto tuviéramos que destinartodos nuestros recursos a obras y proyectos orientadosal cuidado de los ancianos en lugar de concentrarlos enlos jóvenes? Perderíamos un rasgo fundamental denuestra identidad, que nos ha distinguido de otros gru-pos por espacio de casi 200 años. Pocos sabrían ya quié-nes éramos.

De la misma manera, siempre hemos insistido en quelas escuelas y otras iniciativas que promovemos para lajuventud representan mucho más que una alternativa alo que el estado u otras entidades privadas puedan ofre-cer en cuestión de educación y atención a los mucha-chos. Si de repente tuviésemos que definir nuestroscentros como academias de iniciativa privada que se ca-racterizan por un alto porcentaje de admitidos en laspruebas de acceso a la universidad, perderíamos otroelemento esencial de nuestra identidad. Porque nues-tras escuelas per se no son lo importante. Lo importan-te es en qué medida esas instituciones son lugares don-de los jóvenes llegan a amar a Dios de todo corazón.

El mismo razonamiento puede aplicarse a nuestrallamada a trabajar con los más necesitados. Nuestro em-peño en responder con valentía a esa invitación debemanifestarse no sólo en los documentos, sino tambiénen todo lo que decimos y hacemos. Da

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LA OPCIÓN POR LOS POBRES

La idea de optar por los pobres encierra dentro de síla convicción bíblica de que los que viven en la margi-nación son los instrumentos privilegiados de la provi-dencia de Dios.65 Una y otra vez Dios ha escogido a losdébiles para sorprender a los fuertes, a los locos paraconfundir a los sabios.

Los dos Testamentos, el Antiguo y el Nuevo, contie-nen muchos ejemplos de personas sin relieve y excluidasque acaban jugando un papel vital en la salvación del gé-nero humano. Moisés, por ejemplo, argüía que era torpede lengua, tardo para hablar. A pesar de ello, fue elegidopara conducir el Pueblo de Dios. David, el hijo menor deJesé, que estaba en el campo cuidando ovejas en mediodel frío cuando vino Samuel en busca de un sucesor deSaúl, terminó siendo el rey más grande de Israel.

En el Nuevo Testamento, María, Ana, Simeón, Pe-dro, Santiago, Juan, y María de Magdala, fueron los quereconocieron al Mesías. Como miembros de los ana-wim, o pobres de Yahveh, ellos no se escandalizaron deque el salvador llegara con rostro de siervo doliente yno como rey conquistador.

Una auténtica opción por los pobres debe llevar tresdimensiones: solidaridad, análisis y acción.

SOLIDARIDAD

Dentro de lo que aquí estamos viendo y a la luz denuestro carisma, la palabra solidaridad quiere decir unaelección deliberada por nuestra parte para ir al mundode los niños y jóvenes que viven en la marginación social.De esa manera llegamos a compartir sus luchas y frustra-ciones, así como sus gozos y esperanzas. El artículo 34 denuestras Constituciones lo expresa con estas palabras:

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Guiados por la Iglesia y según nuestra vocación propia, nos hacemos solidarios de los pobres y de sus causas justas. Les damos preferencia allí donde nos encontremos, cualquiera que sea nuestro empleo. Apreciamos los lugares y casas que nos permiten compartir su condición y aprovechamos las ocasiones que nos ponen en contacto con la realidad de su vida cotidiana.

La solidaridad con los niños y jóvenes pobres puede lle-varnos a una transformación del corazón, moviéndonospor una parte a replantearnos los criterios que hemos asu-mido sobre el uso de los bienes materiales, cosa que va uni-da a la sencillez de vida, y por otra a recordar la obligaciónque tenemos de denunciar toda injusticia que veamos. Si-gue diciendo el artículo 34:

Por fidelidad a Cristo y al fundador, amamos a los pobres:son bendecidos del Señor, atraen sobre nosotros sus bondades y nos evangelizan.

Pero la solidaridad no es un derecho que podamosexigir o dar por garantizado. Es, más bien, un regaloque nos ofrecen los que sufren la pobreza, los que estánarrinconados por la sociedad en la que viven. Y lo dana su propio tiempo y manera, y sólo a los que vienen aellos despojados de actitudes de paternalismo y supe-rioridad. Si le tuviéramos que poner envoltorio de ob-sequio al regalo de la solidaridad, la tarjeta que lo acom-pañaría llevaría este mensaje: a pesar de las diferenciasde procedencia, color de la piel o lengua, vemos en ti a al-guien que está unido en espíritu y corazón a los que so-mos pobres. Da

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Yo tengo una experiencia personal en relación con es-to. Durante mi último año de escolasticado y en los pri-meros años de enseñanza, me comprometí como volun-tario a tiempo parcial para ayudar a readaptar dos edifi-cios de apartamentos en el barrio de East Harlem de laciudad de New York. Aquel distrito estaba entonces eco-nómicamente deprimido y muchas de sus construccionesse encontraban en el mayor abandono o en condicionesprecarias. Con deciros que el coste total de los dos blo-ques que estábamos reformando era solamente de 2000dólares os haréis idea de la penuria y demás problemasque acompañaban a los residentes de la zona.

Un sábado por la tarde, durante un rato de descan-so en medio de las labores, me puse a hablar con unajoven de la vecindad que se llamaba Gloria. En eltranscurso de la conversación ella me dijo: “Seán, nos-otros apreciamos mucho todo lo que los hermanos es-táis haciendo aquí; pero la verdad es que vosotros nun-ca seréis de los nuestros”. Sorprendido, le pregunté aqué se refería con aquello. Ella siguió hablando: “Vos-otros habéis recibido una educación, y por eso podéisiros de aquí esta noche. Yo no tengo nada en contra deque hayáis logrado una educación; habéis trabajadopara ello. Pero los que pertenecemos a este barrio notenemos la misma libertad que tenéis tú y los otros her-manos”. La solidaridad es un regalo; no hay que darlapor supuesta.

LOS ANAWIM DE LOS TIEMPOS MODERNOS

En la mentalidad de los escritores del Antiguo Testa-mento la palabra “pobres” no apuntaba en exclusiva alos que estaban desprovistos de bienes, o tenían pocosrecursos. Además de incluir a los desheredados de lafortuna se extendía también a los que carecían de statussocial o eran tratados injustamente por los gobernantesextranjeros o las autoridades de su propia tierra.

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Estas personas sufrían la opresión porque eran pobres yestaban a merced de gente sin escrúpulos. También eranpobres porque habían sufrido la rapiña y se habían vistoprivados de sus derechos. Más aún, su situación de viude-dad, orfandad, exilio, etcétera, les hacía aún más vulnera-bles a la explotación.

Éste era el grupo al que se refería el profeta Sofoníascuando recordaba a los israelitas que incluso en los peoresmomentos quedaría un resto fiel en medio del pueblo. Co-nocidos como los anawim, o pobres de Yahveh, esta comu-nidad de fe esperaba ardientemente la venida del Mesías.

Los hombres y mujeres que formaban parte de los ana-wim no buscaban su seguridad y posición en las trampasdel mundo material sino en Dios. Jesús alude a ellos en elsermón de la montaña: “Bienaventurados los pobres de es-píritu porque de ellos es el reino de los cielos; bienaventu-rados los mansos porque ellos heredarán la tierra”.66

También Jesús se vació de sí mismo y se hizo pobre, pa-ra que nosotros fuéramos ricos. Nunca tuvo necesidad dedemostrar que se solidarizaba con los marginados, porqueél mismo era uno de ellos. Él vivió en medio de los peca-dores, los enfermos, los excluidos de la sociedad.

Por eso nos reta a nosotros a luchar constantemente enlas circunstancias del día a día para reparar los agravios delos que sufren el abandono, la soledad, la alienación; paraproteger la dignidad de los desfavorecidos y hacer causacon los oprimidos que luchan por alcanzar su libertad.

Cuando abrazamos la opción por los pobres empeza-mos a asemejarnos a los que esperaban con ansia la llegadadel Señor. De esa manera ocupamos nuestro lugar entre losmodernos anawim, los fieles que proclaman el Reino deDios y su inminencia, y nos comprometemos a vivir la Bue-na Noticia con radicalidad. El reto que nos presenta hoy laIglesia y nos plantean los documentos de nuestro Instituto Da

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no es solamente una llamada a trabajar por los necesitados;es, sobre todo, una invitación a unirnos a sus filas con lasencillez de vida y el testimonio profético; o sea, en últimainstancia, por medio de una revolución del corazón.

ANÁLISIS

El espíritu de la segunda dimensión de la opción porlos pobres, la del análisis, está bien recogido también enel artículo 34:

La preocupación por los pobres nos impulsa a descubrir las causas de la miseria y a liberarnos de todo prejuicio o indiferencia respecto de ellos. Por lo mismo, nos sentimos más responsables de los bienes que están a nuestro uso y que debemos compartir con los más necesitados.

Evitamos ofenderlos con un nivel de vida más holgado de lo necesario.

El trabajo de análisis comienza con un proceso dediscernimiento y reflexión pesonal. En un momento da-do empezamos a preguntarnos: ¿por qué razón han si-do marginados estos niños y jóvenes?, ¿cuáles son lasconsecuencias que han sufrido? También intentamosver la parte que nos corresponde en esta situación de in-justicia: ¿qué estamos haciendo nosotros para que losque se ven confinados en los límites de la sociedad siganestando en ese lugar?

Luego viene la resolución del problema. Nos compro-metemos a trabajar junto con los que servimos para buscarsalidas a la presente situación. Después, unimos nuestrosesfuerzos a los suyos para que todos se convenzan de queestas soluciones son útiles y pueden ponerse en práctica.

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Estos dos pasos, encontrar los remedios y conseguir laayuda de los demás para aplicarlos, se recorren mejorcon aquellos cuyos derechos han sido pisoteados. Paraliberarse de sus sentimientos de desesperanza, los queviven en la penuria y la exclusión deben poder hablar yactuar en nombre de ellos mismos.

EL VOTO DE POBREZA

Es posible que alguno de nosotros dé por entendidoque la práctica del voto de pobreza nos asegura la com-prensión de las duras condiciones de los pobres y mar-ginados.67 No conviene tenerlo tan seguro. Nuestro vo-to nos desafía a vivir con sencillez y a trabajar por elbien común, eso está fuera de duda. Es lo que leemosen el artículo 32 de las Constituciones:

Vivimos concretamente la pobreza personal y comunitariallevando una vida laboriosa y sobriay evitando lo superfluo.

El voto nos enseña igualmente la importancia deabandonarnos en Dios 68. A lo largo de su vida el fun-dador no cesó nunca de inspirar esa idea en nuestrosprimeros hermanos. “Poned la confianza en Dios -lesaconsejaba-; estad seguros de que Él os bendecirácon su Providencia, os apoyará y velará por lo que oshaga falta”.

Marcelino, desde luego, se fiaba enteramente deDios. ¿Cómo, si no, podía mantenerse sereno en mediode las deudas y dificultades que le rodeaban? Antes he-mos hablado de esto. Como si el Señor le gratificara poresa confianza, cuando murió dejó a los primeros herma-nos más de 200.000 francos en bienes raíces, libres de in-tereses, con la excepción de una cantidad que aún se de-bía por una propiedad adquirida el año antes de la Da

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muerte. Aun así Dios quiso premiar a su siervo fiel has-ta lo último, a tal punto que una persona desinteresadacorrió con el pago de esa cantidad poco tiempo después.

La sencillez es otro elemento importante que se en-cuentra en el voto de pobreza. Y en esto también el fun-dador tiene mucho que decirnos. Él se contentó con lasuerte de los demás, no se daba aires de superioridad, yse sentía incómodo cuando le trataban de forma espe-cial. Su vida es un buen ejemplo para la nuestra. A esterespecto, las Constituciones nos indican lo siguiente:

Nuestra pobreza se manifiesta también en la sencillez,que ha de caracterizar nuestra manera de ser,nuestro estilo de vida y nuestra acción apostólica.La pobreza nos exige que hagamos fructificar los talentos,y compartamos lo que somos y tenemos, especialmente nuestro tiempo personal.69

El voto de pobreza nos mueve a contemplar el biencomún más que el individual. Nos recuerda que la únicaliquidez que tenemos en esta vida es la del tiempo, y nosreta a utilizarlo debidamente. ¿Cómo invertimos nuestrotiempo? ¿Sirviendo a los jóvenes o sirviéndonos a nos-otros mismos? Este voto, si lo vivimos bien, abre nues-tros corazones al regalo de la solidaridad.

El fundador ardía en amor compasivo por los que su-frían la necesidad. Por eso quería que nosotros les aten-diéramos a ellos antes que a nadie. Nuestros primeros her-manos llevaban una vida sencilla, a menudo verdadera-mente austera, que los mantenía cercanos a la realidad dela situación de sus alumnos y sus familias. Hoy, en cambio,las circunstancias en el Instituto son notablemente distin-tas. Debemos andar con cuidado y no dar por garantizadoque nuestro voto de pobreza nos ayuda a comprender yparticipar de la condición de aquellos que carecen debienes materiales y experimentan la marginación.

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Pongamos un ejemplo. Hay una enorme diferencia entreprivarse de comer, por el motivo que sea, y realmente no te-ner nada para comer. A la luz de nuestro voto de pobreza ycon el deseo de sentirnos más solidarios con los necesitados,podemos optar por tomar sólo una comida al día duranteun determinado periodo de tiempo. Y está muy bien que lohagamos, pero sin olvidar nunca esta realidad: mañana ha-brá una comida para nosotros, aunque sólo sea una. ¿Pue-de un pobre afirmar lo mismo con seguridad? Probable-mente no. A lo sumo dirá: “Ojalá hubiera podido comer al-go hoy, y sólo Dios sabe si tendré algo para comer mañana”.

Son dos situaciones radicalmente distintas. Pecaríamosde paternalismo con los pobres si pensamos que por el vo-to de pobreza compartimos su condición. La verdad es quedisponemos de una libertad que no tienen los hombres,mujeres y niños desfavorecidos. Por lo tanto, cuando reci-bimos de ellos el regalo de la solidaridad, en lugar de lle-narnos de orgullo debemos mostrarnos más humildes.

RESISTENCIA

Dentro de la Iglesia o del Instituto no todos estánplenamente convencidos de que la opción por los po-bres y todo lo que ella supone, sea un elemento tan ne-cesario en el proceso de renovación. ¿Qué explicaciónle podemos dar a esto? ¿Cómo podemos contribuir aque se entienda mejor el significado y el lugar que esaopción tiene en la vida de cada uno de nosotros, ennuestro Instituto, en la Iglesia?

De entrada, hemos de tener en cuenta que la llama-da a optar por los pobres ha constituido una parte esen-cial del movimiento general de renovación de la Iglesiaa lo largo de los últimos 30 años, por lo menos. Y así co-mo el papa Juan Pablo II a veces atenuó su uso del tér-mino, desde los años 80 hizo referencias expresas a laopción preferencial por los pobres en varios de sus dis- Da

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cursos de la visita a América Latina. También recogióeste aspecto en su encíclica Sollicitudo Rei Socialis,70 de1987 y nuevamente en 1994 en la carta apostólica Ter-tio Millennio Adveniente. 71

Los excluidos, los que aparentemente desentonan en lassociedades en que vivimos, realmente juegan un papel vitalen la historia de la salvación humana. Como antes hemosseñalado, el rasgo distintivo de la opción por los pobres talcomo aparece en la Biblia es creer que, a pesar de todas lasapariencias en contrario, los que están a la orilla del cami-no tienen un especial regalo que darnos a los demás. Porconsiguiente, debemos cambiar nuestros modos de ofrecertiempo y atención a los niños y jóvenes que no forman par-te de la corriente principal, para encontrar la manera de in-troducirlos en ella.

He aquí algunas preguntas que hemos de plantearnostodos los días: ¿Hay espacio dentro de nosotros para queresuenen las voces disonantes? ¿Hay espacio para aquellosa los que casi siempre se les mira como intocables en elmundo en general, en esta sociedad global en la que nos en-contramos cada vez más inmersos?

NO DAR POR SUPUESTO

¿Cuál es la razón de que numerosos hermanos y segla-res se muestren reacios a abrazar la opción por los pobres?Seguro que no es por mala voluntad. Más bien se debe aque unos cuantos tienen miedo al cambio radical que cre-en que se producirá en el Instituto y en la Iglesia si se tomauna iniciativa de esa índole. De ahí que traten de evitar oevadirse del asunto, ya sea restándole importancia o tergi-versando su significado.

Otros temen que esto nos traiga una pérdida de respe-tabilidad. En la Iglesia se han utilizado instituciones asocia-das con la educación, la atención a los enfermos y la comu-

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nicación a la hora de trabajar para extender los valorescristianos en los contextos en que vivimos. También nos-otros, los hermanos, nos hemos valido de nuestras es-cuelas y otras obras de las que somos responsables parainculcar los valores evangélicos y los principios de nues-tra fe a los alumnos confiados a nuestro cuidado.72

Pero como propietarios de estas entidades educativas,también nos hemos ido convirtiendo, país a país, en par-te integrante del orden establecido, ganándonos el respe-to en torno nuestro por la calidad de la enseñanza queofrecemos. Con el respeto viene el privilegio, y con el pa-so del tiempo a muchos les cuesta desprenderse de estoúltimo. En consecuencia, podemos sucumbir a la tenta-ción de preservar las estructuras principales de las socie-dades en las que estamos, incluso cuando el cambio seamás que necesario.

Fuera de los Institutos religiosos también se ha sentidola desazón ante estos retos. No han faltado en estos añospersonas de Iglesia que han reaccionado con incompren-sión y hasta con ira cuando algunas órdenes religiosas sehan desplazado de sus apostolados tradicionales, o han re-ducido sustancialmente sus compromisos en ellos, para en-derezar sus pasos hacia el servicio directo de los económi-camente desfavorecidos.73

ACCIÓN

Los miembros del 20º Capítulo General nos anima-ron a emprender nuevas acciones en las que se manifies-te nuestra opción preferencial por los pobres. Tambiénnos recordaron que en la formación inicial y permanen-te de los hermanos y seglares se debe prestar atenciónconstante al problema de la marginación.

Por lo tanto, si no nos hemos movido ya en ese sentido,tenemos que dejar a un lado la retórica con que a veces he- Da

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mos orquestado los debates sobre la dedicación a los nece-sitados, y empezar a imaginar qué respuesta creativa e ilu-sionada podemos dar a ese reto en las situaciones concre-tas que se presentan ante nosotros. Ha de ser una respues-ta audaz y a largo plazo como la que estamos recibiendoahora en el nuevo proyecto de misión ad gentes que ya estáen marcha dentro del Instituto.

Lo primero que nos hace falta es incorporar a nuestrasvidas la visión apostólica del fundador. Su meta, ya lo he-mos dicho, era evangelizar mediante la formación de bue-nos cristianos y buenos ciudadanos. La pregunta es cómodebemos llevar esto a cabo hoy, en los distintos entornos enque nos encontramos.

Segundo; es preciso reconocer la buena labor que se havenido realizando entre nosotros desde la fundación delInstituto hasta el momento presente, tanto en las formastradicionales de apostolado como en las nuevas. Y tenemosque dar gracias a Dios por todo lo que nos ha bendecidoen estos empeños. Sí; hemos trabajado mucho y bien, peroha sido la gracia de Dios la que lo ha hecho posible.

Tercero; es necesario que examinemos con atención losintentos sinceros que ha habido durante las cuatro o cincoúltimas décadas, dirigidos a ensanchar nuestros apostola-dos y atender cada vez con más entrega a los que están ex-cluidos de la sociedad en que nos toca vivir. Muchas de esasiniciativas pueden servir de modelo para posibles accionesen el futuro.

Cuarto; siempre que nos pongamos a hacer planes he-mos de admitir, desde el principio, que no existen solucio-nes ideales para los desafíos que surgen en el apostolado delos niños y jóvenes pobres. Más aún, tampoco las conclu-siones a las que lleguemos serán aplicables de la misma ma-nera en todas las partes del Instituto. Pero hay que recor-dar con insistencia que ninguno está exento del trabajo in-tenso que esto supone, los interrogantes que deben plante-

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arse honradamente y, a veces, la discusión acalorada que seoriginará cuando haya choque de opiniones, surjan los ma-lentendidos y las posturas se enconen.

No hay que temer ni evitar esas realidades. Forman par-te de la vida; entran dentro de un discernimiento efectua-do con seriedad. Pero cuando ya hayamos dicho todo loque hay que decir, tienen que quedar sobre la mesa algunaspropuestas creativas y realistas, aceptando el hecho de quevariarán de región a región y de unas unidades administra-tivas a otras.

El padre Champagnat fue un hombre práctico, perotambién honesto a carta cabal, dispuesto a correr riesgos,centrado enteramente en los fines para los que había fun-dado a sus hermanos.

Quinto; es indispensable que en cada Provincia y Distri-to se tracen unas líneas estratégicas de largo alcance para lamisión entre los niños y jóvenes necesitados, con la partici-pación de todos y cada uno de sus miembros. Otro tanto hade hacerse desde la Administración General. El Plan para eluso evangélico de los bienes, recientemente elaborado, esun medio importante de dar cumplimiento a este objetivo.

También hay que evitar los extremos al abordar la ta-rea que se nos presenta en el horizonte. Habrá quienesdigan: “Ahora tendremos que dejar lo que otros levan-taron a través de muchos años, olvidarnos del pasado,volver a empezar”.

Y no faltarán quienes argumenten que las realidades dela economía local y las finanzas de la respectiva Provincia oDistrito, o las especiales circunstancias que se dan dentrodel propio país, o incluso el miedo a herir algunas sensibi-lidades, aconsejan que procedamos a paso de caracol. Sea-mos sinceros. Llevamos ya casi medio siglo discutiendo es-tos temas dentro del Instituto. Si no lo hemos hecho aún,ya es hora de que nos pongamos de acuerdo en algún tipo Da

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de acción audaz, que mire hacia el futuro y que seamoscapaces de realizar. Ya pasó el tiempo en que podíamospermitirnos el lujo de diseñar planes al gusto de todos yque en realidad no satisfacían a ninguno, sobre todo alos que verdaderamente tenemos que atender.

Sexto; aun sabiendo de sobra que ésta es, en el mejor delos casos, una solución parcial, en todas las unidades admi-nistrativas se debe desarrollar un plan de conjunto para lamisión entre los niños y jóvenes, en el que se incluya a lospobres y marginados; un plan que integre a cada una de laspersonas, comunidades, apostolados e instituciones.

Digo plan de conjunto porque no pocas veces la ten-dencia en el pasado era reaccionar lanzando una o dosiniciativas cuando periódicamente se repetía en el Insti-tuto la llamada a servir a los más desatendidos. Esas so-luciones pueden ser efectivas para algunos, pero no lo-gran producir el cambio general de corazón exigido poruna vida auténticamente evangélica.

Nuestra respuesta hoy debe ser más radical y de am-plia base, y en ella han de implicarse todos los que perte-necen a la Provincia. Al mismo tiempo, si queremos quedé resultado, debe ser también una respuesta viable con-tando con los recursos humanos, materiales y espiritualesde que disponemos.

Para organizar y poner en práctica el plan hará falta pro-ceder a una consulta general, tratando de buscar el com-promiso de todos en lo que se refiere a su tiempo y energí-as personales. Habrá que estudiar concienzudamente ladoctrina social de la Iglesia y los documentos del Instituto,además de tener en cuenta los medios que se tienen. El pa-so final de ejecución del plan también hay que darlo concuidado, poniendo cada fila de ladrillos sobre la que ya seha colocado antes. El cambio nunca resulta fácil. Si nosprecipitamos, sólo construiremos resistencia; si vamos de-masiado lentos, el entusiasmo acabará desvaneciéndose.

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Tampoco conviene perder de vista que, si bien escierto que cada miembro de la Provincia o Distrito tie-ne que poner su parte en el esfuerzo general, no todoshan de desempeñar el mismo papel. Algunos, por sumanera de ser y las cualidades que les acompañan, es-tán bien dotados para trabajar en contacto con los ni-ños y jóvenes desfavorecidos.

Y hay otros que a causa de los mismos factores –ras-gos de personalidad o su propia constelación de habili-dades- están orientados en dirección distinta a la rela-ción cotidiana con las vidas de esos jóvenes. Todos losmiembros de la unidad administrativa deben asumir suresponsabilidad dentro del plan de conjunto, pero notodos han de hacerlo de la misma manera.

Siempre que reflexionamos en torno a la cuestión deatender a los pobres, es necesario que examinemos ri-gurosamente los motivos que nos llevan a tomar deci-siones y emprender posteriores acciones. ¿Hemos opta-do con honradez para servir a los que menos tienen, olo hemos hecho para sentirnos orgullosos con nuestrapropia conciencia?

Los datos y las estadísticas no cambian los corazo-nes, la experiencia sí. Vivir y trabajar en medio de losniños y jóvenes que sufren la necesidad, o colaborar enlos esfuerzos que van hacia esa meta, puede llevarnos auna transformación que nos haga reconducir nuestrasenergías hacia un empeño en favor de la justicia. Ahí te-nemos el ejemplo del arzobispo Óscar Romero. Él yasabía cómo estaban las cosas antes de entrar en contac-to con la realidad de los pobres. Pero su corazón sóloempezó a cambiar cuando compartió de cerca las vidasde aquellos hombres, mujeres y niños cuya miseria yaera evidente, lo mismo que la causa que la producía.

Podemos soñar, por tanto, que una vez que se hayaobrado el cambio en nuestros corazones nos veremos Da

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movidos por una mayor compasión hacia aquellos conquienes nos relacionamos. Sin embargo, la decisión deir a trabajar entre los desfavorecidos es otra de las ex-periencias donde hay peligro de autoengaño. Si uncompromiso de ese tipo me lleva a sentirme satisfechode mi propia virtud y a creer que puedo marcar a los de-más el camino que hay que seguir, haría muy bien enanalizar las razones que me impulsan a hacer lo que es-toy haciendo. La presencia de Dios se manifiesta siem-pre en las personas cuyas vidas son una transparenciade las bienaventuranzas porque sus corazones han sidotransformados por aquellos a quienes han ido a servir.

OBSERVACIONES

Los que participaron en el 20º Capítulo General te-nían muy presente la misión y el apostolado cuando re-dactaron su Mensaje. En él se nos dice que toda autén-tica renovación de nuestras obras se fundamenta en lapasión por Jesús y su Buena Noticia.74

También reconocieron los capitulares que muchosde nosotros ya han tomado el camino que conduce a uncambio de corazón. Reiteraron que formamos comuni-dades para la misión, animándonos a dar pasos para re-novarlas de manera que se conviertan en lugares de per-dón y reconciliación75, escuelas de fe para nosotros ypara los jóvenes empobrecidos que estamos llamados aatender. Y nos retaron a abrir las comunidades al servi-cio del mundo; a hacer de ellas espacios de vida evan-gélica en apoyo de la misión y a dar un testimonio creí-ble mediante la sencillez de nuestro estilo de vida.

El Capítulo reafirmó la importancia de la educacióncomo ámbito privilegiado de evangelización y de pro-moción humana. Pero, como hemos comentado insis-tentemente, la asamblea recogió el deseo ardiente deque nuestras instituciones sean claros signos de valores

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evangélicos en cuyo entorno se promueve la justicia so-cial. Al proclamar el derecho de la educación para to-dos, nos desafiaron a encaminar nuestra misión maristaen esa dirección.76

Finalmente, los delegados se hicieron eco del gran es-fuerzo que se ha realizado hasta el día de hoy en diversoscampos. Los hermanos han simplificado sus vidas; algu-nas Provincias y Distritos han emprendido una seria eva-luación de sus recursos apostólicos con la mirada puestaen ir encarrilando los esfuerzos hacia los que sienten la ne-cesidad y la exclusión. Nadie podrá culparnos de no ha-berlo intentado, pero también hay que admitir que aúnnos queda mucho por hacer.

El punto de apoyo que hemos establecido reciente-mente en las oficinas generales de las Naciones Unidas enGinebra en cooperación con la Franciscans Internationales el ejemplo de una nueva iniciativa apostólica impulsa-da desde la Administración General. Con ello aspiramosa dotarnos de un foro en el que tengamos algo que decirdentro de las políticas que se dictan y de las determina-ciones que se toman a escala de comunidad mundial paraaliviar el sufrimiento y la miseria de los jóvenes.

A través de esta colaboración inicial con religiosos do-minicos y franciscanos, junto con un grupo de personasseglares, trataremos de que se escuche nuestra voz en lasdecisiones de las Naciones Unidas que afectan a las vidasde los niños y los jóvenes del mundo entero. Como Insti-tuto tenemos que actuar con eficacia en nombre de ellosen dos frentes interrelacionados: el servicio directo a losque padecen la marginación, y el empeño por erradicarlas causas que la provocan.

Si buscamos un lugar en el que gastar nuestras fuerzaspara continuar renovándonos en nuestra vida apostólica,no hay por qué mirar fuera de nosotros mismos. Me acuer-do muy bien de una vez que me pidieron, hace ya años, que Da

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limpiara la habitación de un hermano de edad mediana quehabía fallecido de repente. Era un hombre activo, entrega-do de lleno a su apostolado, creativo y persona de tratoagradable con sus numerosos amigos y compañeros.

Me quedé perplejo cuando vi el reducido ajuar que te-nía. Algo de ropa, unos pocos libros y efectos personales.En menos de una hora estaba todo empaquetado y etique-tado. Yo me preguntaba cuál sería la reacción de cualquierotro al que le hubieran pedido el mismo servicio si hubiesesido yo el que había muerto de manera inesperada. Seguroque tardaría bastante más de una hora en ordenar mis co-sas. En aquellos momentos me di cuenta de que aquel her-mano tenía lo que necesitaba para vivir y trabajar, mientrasque yo almacenaba mucho más de lo necesario.

Así que, una vez más, ahí van algunas preguntas. Laprimera, ¿qué debemos hacer para revitalizar la misión ylas obras del Instituto? Si la forma de llevar esto a cabo escentrar apasionadamente nuestras vidas en Jesús, ¿cómohacemos para asegurar que eso sea cierto? Sí, ya sabemosque es el Señor quien finalmente nos moverá a dar unarespuesta generosa a las urgentes necesidades humanasque tienen que ver con nuestro espíritu fundacional. Loque hace falta es que nosotros no le pongamos obstáculosen medio del camino.

Segundo; dada nuestra propia elección de ministerioscorporativos, modo de vida y testimonio público, es preci-so que nos enfrentemos a esos valores al uso en nuestrasculturas y en el mundo en general que minan nuestros es-fuerzos por llevar a cabo una radical conversión personal einstitucional. Entre esos seudovalores de hoy tenemos queseñalar el individualismo, el materialismo, el consumismo,la corrupción y la falta de respeto a la vida humana.

No nos confundamos en esto; la renovación auténticade la vida consagrada y de nuestras obras nos conducirá,con el tiempo, a los límites de la sociedad. No cabe duda

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de que la voluntad de Dios será la que determine el re-sultado de nuestros afanes por ese lado, pero también de-bemos empezar a invertir la tendencia que se da actual-mente en tantas partes del mundo y que nos lleva asimi-lar nuestro estilo de vida a la cultura reinante en los am-bientes en los que estamos inmersos. Hemos de lucharpara que se nos reconozca ante todo por el gozo espon-táneo de servir a Dios, la sencillez de vida y la presenciavisible en medio de los más abandonados. Sólo alcanza-remos este ideal evitando la traición a la vida consagrada,harto trágica y frecuente, que se produce cuando damosnuestro corazón con total generosidad en el momento dela primera profesión, y luego nos echamos atrás poco apoco, a medida que van pasando los años.

Esta tarea será un verdadero desafío. Nuestro com-promiso público de seguir los consejos evangélicos conradicalidad es ya un primer paso en ese camino. Al com-prometernos por voto a poner todos los bienes en común,a vivir nuestra sexualidad humana a través de la castidad,y a permitir que el Instituto y sus miembros reivindiquennuestro tiempo, talentos y energías, damos testimonio deunos valores que se apartan notablemente de los queabrazan muchos de nuestros contemporáneos.

También apostamos por valores contraculturalescuando procuramos que nuestras instituciones educati-vas sean espacios donde se aspira a formar profetas, adar el título a hombres y mujeres que han tomado en se-rio el evangelio, y a realizar nuestro apostolado con uncorazón generoso. ¡Ojalá nuestras obras fuesen conoci-das como lugares donde se acoge a cada uno de los ni-ños y jóvenes que llaman a la puerta!

El Mensaje del Capítulo General, al final de la sec-ción dedicada a la misión y solidaridad, nos recuerdaque tenemos que tomar parte, de manera continua, enlos esfuerzos misioneros de toda la Iglesia.77 Sobre estovamos a reflexionar en el apartado siguiente. Da

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PREGUNTAS PARA LA REFLEXIÓN

Como has hecho anteriormente, resérvate ahora un tiempo personalpara contestar a las preguntas que siguen. Ese ejercicio te servirá deayuda para profundizar en lo que has ido viendo en las páginas pre-cedentes. Ten lápiz y papel a mano por si en un momento dado quie-res tomar alguna nota, o recoger una frase o un pensamiento que tegustaría recordar, o escribir unas líneas de reflexión. Conserva esosapuntes. Pueden serte útiles más tarde, ya sea para revisarlos o parauna eventual puesta en común de lo que has leído.

1.¿Cuál ha sido tu experiencia personal en lo referente a trabajarcon los pobres? ¿Cuáles han sido los retos y los dones de esa

experiencia? ¿Qué respuesta das tú a las llamadas de la Iglesia y denuestros últimos Capítulos Generales que nos invitan a orientar elInstituto hacia los desfavorecidos?

2.Piensa unos momentos en la historia de tu Provincia o Distri-to en el campo del apostolado con los pobres. ¿Han sido bien

recibidas las iniciativas en ese terreno, o ha habido resistencias en-tre los hermanos? ¿Cuál es tu respuesta personal?

3.Intenta trazar las líneas de un plan provincial de pastoral quevaya enfocado a servir a los necesitados. ¿Qué pasos darías pa-

ra implicar a todos y cada uno de los hermanos de la unidad admi-nistrativa, así como a los seglares maristas?

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4A PARTEMisión ad gentes

¿P or qué terminamos esta circular con una refle-xión sobre la misión ad gentes? Pues porque esuno de los elementos que están en el corazón de

nuestra identidad como Pequeños Hermanos de Marceli-no. Las misiones de Oceanía fueron el primer regalo quedio la Iglesia en 1836 a la recién aprobada Sociedad de Ma-ría; el nombre de nuestro santo fundador encabezaba la lis-ta de los voluntarios dispuestos a partir hacia las islas delPacífico. Su celo por la misión ad gentes es parte de la he-rencia que él nos ha legado. “Todas las diócesis del mundoentran en nuestros planes”, decía una y otra vez. “La Igle-sia universal es el campo de nuestra Sociedad”.78

Pero cuando nos referimos a la misión ad gentes en es-tos tiempos, se nos presenta delante un conjunto de reali-dades distintas de las que tenían ante sí Marcelino y suscompañeros sacerdotes de la Sociedad de María. Por esonos hemos de plantear cuáles son los factores que han in-fluido en esta cuestión de entonces acá, y qué fuerzas nosmueven hoy en una nueva dirección.

Con el fin de centrarnos en el tema me vais a permitirque empiece definiendo el término de misión ad gentes.

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Antes del Concilio se usaba la palabra gentes para designara los que estaban fuera de la Iglesia. Dando por hecho quevivían en la increencia y el pecado, la sabiduría convencio-nal ya había decidido su futuro destinándolos a la conde-nación eterna. Actualmente, por fortuna, su situación hacambiado a mejor. Ahora somos más conscientes de que através de los tiempos la acción salvadora de Dios ha esta-do continuamente presente en las numerosas culturas queentretejen nuestro mundo y en la fe de todos los pueblos.79

Tampoco vendrá mal que repasemos, aunque sea so-meramente, la historia de la Iglesia por lo que se refiere ala misión ad gentes. En principio digamos que el trabajodesarrollado en este terreno no siempre se ha caracteriza-do por una actividad consistente. En realidad el estimu-lante pasaje de Mateo en el que Jesús envía a sus discípu-los a predicar a todas las naciones parece que sólo empe-zó a aplicarse a gran escala a partir del siglo XVII.80

En épocas pasadas, los que ejercieron el papel de mi-sioneros generalmente utilizaron las estructuras que yaexistían entonces para acometer su tarea. Nos consta queel apóstol Pablo siguió las rutas del comercio y las calza-das del Imperio Romano en sus trabajos de evangeliza-ción. De modo semejante, los esfuerzos misioneros en laúltima parte del siglo XV estuvieron relacionados con losplanes de expansión de las potencias europeas del mo-mento. Los viajes de los descubridores facilitaban a losmisioneros los medios de transporte, a la vez que les brin-daban protección y alguna ayuda económica.

No es extraño que las circunstancias ambientales deaquellos períodos influyeran también en el lenguaje aso-ciado con la misión ad gentes. Frases como “ganar almaspara Cristo” y “arrancar de las garras de Satanás a losque estaban a punto de perderse”, provienen de los dí-as de la colonización. Son palabras en las que se reflejael espíritu de una Iglesia militante y triunfalista en bus-ca de conversos, que era parte y pertenencia de la era de Da

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las exploraciones. Desde 1850 hasta los primeros años60 en el siglo XX, más o menos, los misioneros sacaronsu inspiración de este modelo de Iglesia. Su objetivo es-taba claro: había que plantar las semillas de la fe en tie-rras paganas y había que conquistar a los infieles paraCristo.81 Todos teníamos la imagen de los misioneros co-mo personas heroicas que habían abandonado su tierray su familia para irse a trabajar allende los mares. Prepa-rados para actuar con decisión e iniciativa y dispuestos aafrontar las adversidades, a menudo eran seres indepen-dientes que se enorgullecían de su dureza y audacia.

El proceso de colonización dejó su impronta en los mé-todos que se usaban para evangelizar. Muchos misionerossacerdotes, religiosas y hermanos, persuadidos de queellos también estaban de alguna manera sacando de la bar-barie a los pobladores de la región a la que habían llegado,se aprestaron a imponer su propia civilización, su estilo deeducación, sus costumbres y tradiciones por encima de lasculturas locales de las gentes que catequizaban.

Pero nos equivocaríamos si con esto llegamos a laconclusión de que la misión ad gentes era poco más queun subproducto de aquella epopeya de construcción deimperios que se dio en siglos pasados. Con frecuencia,los propios misioneros tuvieron que ponerse de partede los nativos contra sus colonizadores y se convirtieronen los críticos más implacables de las empresas impe-rialistas que se llevaron a cabo durante ese período. Nopocos de ellos trabajaron con ahínco para preservar lasculturas autóctonas fijando por escrito las lenguas ora-les indígenas incluso cuando los conquistadores trata-ban de borrarlas del mapa.

Actualmente nuestra idea de la misión ad gentes hamadurado y está más matizada que en tiempos anterio-res. Por ejemplo, aunque reconocemos que nosotroscomo cristianos seguimos dando testimonio del reinode Dios, también aceptamos el hecho de que los que no

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practican nuestra fe pueden ser testigos de la acción sal-vadora de Dios en su medio. Hindúes, budistas, musul-manes, confucionistas, taoístas, los seguidores de reli-giones cósmicas, los humanistas y otros, comparten connosotros su experiencia de fe en Dios y los valores fun-damentales de sus vidas.

HOY Y EN LOS TIEMPOS VENIDEROS

Así como el Concilio marcó un punto de inflexión enla interpretación teológica de la naturaleza y los fines dela misión, también nuestro análisis del mundo en los co-mienzos del siglo XXI nos ha hecho más conscientes deque la acción misionera en el futuro exigirá, como requi-sitos previos, una disposición a escuchar a los otros y unaapertura para compartir nuestra fe con ellos. Sin embar-go, no fue sólo la labor del Concilio la que contribuyó adarnos la visión presente. El proceso de descolonizaciónque se fue desencadenando hacia la mitad del siglo XX,junto con el nacimiento de numerosos estados, jugó tam-bién su papel, especialmente en el continente africano.

A raíz del Concilio se produjeron algunas turbulen-cias en la Iglesia. Los cambios que venían relacionadoscon la misión ad gentes causaron perplejidad, y la formacomo se estaban aplicando provocaba inestabilidad. Selevantaron voces entre los fieles, incluidos los misione-ros, que pedían una moratoria sobre la misión tal comose la estaba entendiendo en aquellos momentos.

En 1981 se celebró un simposio organizado por ungrupo conocido como SEDOS82 en el que se dio un gi-ro significativo al problema de la visión postconciliar dela misión ad gentes. Hubo un cambio de perspectiva.En lugar de cuestionar de raíz los fines de la misión, losesfuerzos tenían que centrarse en cómo había que lle-varla a cabo. Éste fue un importante hallazgo cuya in-fluencia se dejaría sentir en los años posteriores. Da

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A pesar de este paso certero hacia adelante, aún si-guieron planteándose dudas e interrogantes sobre lamisión ad gentes. Tratando de aportar más claridad a lasituación, Juan Pablo II pidió que se recobrara el viejofervor en este aspecto esencial de la vida de la Iglesia.En su encíclica Redemptoris Missio, el Papa asentó losfundamentos teológicos de la misión con la esperanzade ayudar a toda la Iglesia a profundizar en lo que lospadres conciliares tenían en la mente cuando trataronsobre estos temas. Luego exponía cuáles eran los hori-zontes de la misión en estos tiempos, así como los me-dios de llegar a ellos. Y concluía con una reflexión so-bre la espiritualidad misionera.

CAMBIOS EN NUESTRO MUNDO

Hemos visto antes que la misión ad gentes se ha vi-vido en distintos contextos históricos. El de hoy no esuna excepción. Durante la celebración del Concilio ylos años que le siguieron surgieron nuevos acercamien-tos y conceptos en este campo, pero los cambios pro-ducidos en el mundo en el que se desenvuelve la mi-sión también han afectado a nuestra manera de pensarsobre el particular.

Dos de esos desarrollos cobran particular relieve en elanálisis que nos ocupa. El primero es el advenimiento dela globalización. Y el segundo, la constatación de que elfenómeno de las conversiones al cristianismo en un volu-men apreciable parece que se acerca a su fin.83

La idea de la globalización no tiene fácil definición.Muchos de sus críticos la describen como una fuerza des-tructiva que hace caso omiso de la cultura, empobrece ala gente, socava la democracia, impone la americaniza-ción, explota el entorno y entroniza la codicia. Otros, des-de posiciones distintas, ven la globalización de una mane-ra más positiva. Juzgan que es un proceso evolutivo que

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rompe las fronteras, elimina los gobiernos opresores, li-bera a las personas y mejora económicamente las vidas delos que toca.84

Como noción general, no obstante, el término de glo-balización alude directamente al mundo que surge con elfinal de la Guerra Fría, en 1980. Los avances extraordi-narios en las tecnologías de la comunicación, el comienzode un nuevo alineamiento de los estados, y varios otros fe-nómenos, parecen llevarnos a un mundo futuro más inte-rrelacionado e interdependiente.85

Pero es lamentable que la mayoría de la población delplaneta hoy se vea excluida de ese nuevo orden mundial.Como Iglesia y como miembros de una congregación re-ligiosa dentro de ella tendremos que hacer frente a esadesigualdad en los años venideros. Sin embargo, tanto sicantamos las alabanzas de la globalización como si con-denamos las maldades que observamos en ella, lo que es-tá claro es que ése va a ser el marco universal dentro delcual nos tocará luchar en el día de mañana.

Otro cambio significativo de nuestro mundo de hoy eslo que algunos denominan el “establecimiento de la geo-grafía religiosa”, factor que influye en la identidad y misiónde la vida consagrada. Según los que mantienen esta pos-tura, aquellos tiempos en que la gente se convertía a la cris-tiandad en números considerables ya no van a volver.86

Para empezar; las personas que adoptan credos comoel cristianismo y el islamismo provienen sobre todo de tra-diciones locales, orales, a veces conocidas como religionesindígenas. La historia da a entender que se han desplaza-do fácilmente de la fe de sus padres a religiones más gran-des y extendidas. Pero una vez que han hecho ese movi-miento, ya no van a cambiar de afiliación otra vez.

Hay dos excepciones a esta regla. Los que aún no sehan integrado plenamente a su nueva fe o los que, por un Da

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motivo u otro, han estado alejados de ella. Éstos puedenvincularse a otra Iglesia. Hay un dato que parece avalar lateoría de una geografía de religiones asentadas y es éste: apesar de los intensos esfuerzos de evangelización que sehan llevado a cabo durante los últimos 100 años, el por-centaje de la población mundial cristiana es más o menosel mismo que hace un siglo.87

Fue en medio de estas contingencias que rodean a lamisión cuando Juan Pablo II escribió la RedemptorisMissio, como decíamos. En esta encíclica, que está fe-chada el 7 de diciembre de 1990, el Papa se proponía res-taurar la moral de los misioneros, a la vez que hacía unaclara distinción entre la misión ad gentes y otros tipos deacción misionera.

La misión se realiza en tres situaciones diversas, segúnla encíclica. La primera es la de los grupos que no cono-cen a Jesucristo ni el evangelio, o bien viven en comuni-dades cristianas no suficientemente maduras como paraestablecer con solidez la fe localmente y proclamarla a losdemás. Cambiando de panorama respecto a la anterior, lasegunda se refiere al cuidado pastoral de las comunidadescristianas con estructuras eclesiales consolidadas. En latercera entran las comunidades donde los grupos de bau-tizados sencillamente han perdido la fe. El Papa habla deéstos últimos como necesitados de “nueva evangeliza-ción” o “reevangelización”.

Para Juan Pablo II el significado real de la misión adgentes es obvio; se trata de trabajar en las fronteras. Y él in-sistía en que ya no podemos seguir aludiendo a esas fron-teras en términos estrictamente geográficos. Al contrario,hay numerosos mundos diferentes que juntos forman “lasotras naciones”. Entre ellas cita el Papa el universo de losjóvenes, las mujeres y los niños; el de los pobres; las mega-ciudades; los modernos medios de comunicación; las agru-paciones basadas en la etnicidad y la cultura; los colectivosque tienen como objetivo la justicia, la paz y la ecología; el

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mundo de las artes, la cultura y las ciencias; y el de losque buscan un sentido más hondo en la vida.

En determinados momentos, al escribir esta letaníade definiciones de la palabra gentes, Juan Pablo II poneun énfasis particular en la cultura como una característi-ca relevante de la misión. Pero no dice que sea la únicabase para determinar nuestra tarea. Según él la expre-sión misión ad gentes significa trabajar en los límites dela Iglesia, dentro de una serie de situaciones de frontera,todas ellas posibles.88

Sin embargo no todos estuvieron de acuerdo con elpunto de vista expresado por el Papa en la RedemptorisMissio. Había cierto miedo de que hubiera ido muy lejosen su descripción.89 Pero posiblemente lo que Juan Pablopretendía, al menos en parte, era que nos desplazáramosdesde una visión misionera circunscrita a un concepto te-rritorial hacia una comprensión más global.

Es el mismo reto que se nos presenta hoy a nosotros co-mo Instituto. El fundador tenía razón cuando decía que “laIglesia universal es el campo de nuestra Sociedad”. No obs-tante, alguien que nos observara desde fuera quizá se pre-guntaría si lo que hoy contempla se corresponde con aquelideal. Somos un Instituto internacional que con frecuenciano acierta a funcionar como tal. Como les pasa a los ciuda-danos de nuestros respectivos países, a nosotros tambiénnos cuesta a veces salir del estrecho marco de la geografíalocal para abrazar una perspectiva internacional y transcul-tural. No obstante, ése es el mundo que se abre ante nos-otros ahora; ése es el mundo en el que los niños y jóvenesque atendemos tendrán que encontrar su sitio. Es precisoque nos pongamos a la cabecera de estos movimientos, conliderazgo, en lugar de viajar en el furgón de cola.

Hacer la transición de los viejas maneras de pensar alas nuevas en cuestión de misión de Iglesia y apostoladono va a ser cosa fácil, porque ese paso nos exigirá no sólo Da

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que cambiemos de criterio en esos aspectos importantesde nuestras vidas sino también que vayamos adaptandonuestras estructuras paralelamente. Dicho con sencillez,debemos caminar hacia un cambio en la entera mentali-dad corporativa. Por último, es necesario que demos unarespuesta transparente a estas cuestiones: ¿qué significahoy formar buenos cristianos y buenos ciudadanos en me-dio de los niños y jóvenes pobres del mundo?, ¿cuál es elmejor modo de hacerlo?

En todo este proceso de reflexión y análisis debemosser muy respetuosos los unos con los otros y mantener unaactitud de escucha ante los diferentes puntos de vista. Sinolvidarnos de que, al final, hay que pasar a la acción. Loscambios no vienen repentinamente, pero las iniciativas au-daces también deben fomar parte de este cuadro general.De no ser así, correríamos el riesgo de caer en la compla-cencia de vivir a cuenta de los logros del pasado.

Como Instituto en general y en cada una de las unida-des administrativas que lo componen, hemos de evitar latendencia a replegarnos en nosotros mismos. Porque lapérdida del espíritu misionero es una de las primeras se-ñales de que un grupo ha empezado un lento proceso demuerte. Por el contrario, los hermanos de cualquier Pro-vincia y los seglares asociados a ella se sienten vigorizadosante la valentía de sus compañeros que se van a las misio-nes, y están orgullosos de su generosidad.

Nadie, en ninguna parte del Instituto, puede andarcon excusas en esta cuestión de la misión ad gentes. Tam-poco podemos retener el compromiso en este terrenohasta que los asuntos de casa estén completamente en or-den. Ser cristiano auténtico, Iglesia auténtica y auténticoshermanos de Marcelino exige que vivamos intensamenteesa universalidad eclesial.

La historia nos demuestra que sólo podemos mantenerla vitalidad si estamos abiertos al cambio y a veces inclu-

Hacer la transición de los viejas

maneras de pensar

a las nuevas en cuestión

de misión de Iglesia

y apostolado no va a ser cosa fácil.

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so a la transformación radical. Aferrarse al pasado es per-der gradualmente el contacto con el Espíritu que condu-ce a la Iglesia hacia el futuro. Eso sería hoy una verdade-ra tragedia para nosotros, pero más aún para los jóvenesque han sido confiados a nuestros cuidados.

UN PROYECTO PARA NUESTRO INSTITUTO

En las páginas que siguen recojo, de forma adaptada,algunos trozos de la carta de invitación al proyecto de mi-sión ad gentes que envié personalizadamente a los her-manos a principios de este año. Lo hago con intención devolver a destacar algunos de los puntos en que insistía enaquella comunicación. El texto completo y seguido vieneal final de la circular, en el Apéndice.

En el transcurso de la 7ª Conferencia General expu-simos las líneas principales del nuevo proyecto de mi-sión ad gentes. Dimos una visión general de la idea yañadimos algunos detalles sobre el origen, estructura yagenda de aplicación de dicha iniciativa. En reflexionesque fuimos teniendo allí mismo, se recogieron unascuantas sugerencias valiosas que nos ayudaron a reo-rientar y mejorar la propuesta.

A lo largo de los meses siguientes hubo otras infor-maciones sobre este particular, y justamente antes de laNavidad de 2005 escribí una carta dirigida a cada her-mano, invitándole a plantearse qué significaba este pro-yecto para él en su vida a la luz de las llamadas de laIglesia, las necesidades de nuestro Instituto y de los ni-ños y jóvenes necesitados que nos corresponde atender.

En aquella carta señalaba que el proyecto de misiónad gentes que se presentó en la Conferencia responde auna larga trayectoria del Instituto en este empeño. Parajustificarlo sólo tenemos que acudir al artículo 90 de lasConstituciones. En él se nos recuerda que, Da

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como la Iglesia, nuestro Instituto es misionero. Hemos de tener alma misionera, a ejemplo del Padre Champagnat, que afirmaba:“Todas las diócesis del mundo entran en nuestros planes”.

Desde los tiempos del fundador hasta ahora ha exis-tido entre nosotros una práctica constante de enviarhermanos a las misiones. Volvamos de nuevo al año1903, cuando 900 hermanos se vieron obligados a salirde Francia a causa de las leyes de secularización queentraron en vigor en el país. Aquellos hombres mar-charon de su tierra con mucha fe y valentía, sin parar-se a preguntar si estaban o no preparados para hacerfrente a los nuevos desafíos. Si el Instituto puede hoyalardear de su presencia evangelizadora en 76 países,eso es debido a la audacia que ellos demostraron en-tonces y a la respuesta innovadora que supieron dar enun tiempo de crisis.

Por espacio de muchos años la Administración Ge-neral ha trabajado activamente en la promoción de lasmisiones. Pensad en los centros internacionales de for-mación de Grugliasco y Bairo, en Italia, que desde el finde la Segunda Guerra Mundial hasta mediada la déca-da de los 60 asumieron la tarea de preparar hermanospara la misión ad gentes. El juniorado de San FranciscoJavier de Grugliasco fue el primero que cerró sus puer-tas, cuando el Consejo General decidió vender la casaen mayo de 1960. En Bairo se siguió haciendo el postu-lantado y noviciado durante algunos años más.90

Continuando en esa línea, hace ya más de 20 añosque los hermanos que han sentido un impulso misione-ro al escuchar las llamadas del Instituto han sido invita-dos a ponerse en contacto con el Hermano SuperiorGeneral para comunicarle su deseo de acudir donde hi-ciera falta. En cada convocatoria se confeccionó una lis-ta de voluntarios, y se les fue llamando para ir a la mi-

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sión, la gran parte de las veces en momentos azarosos,como sucedió tras el genocidio de Ruanda en los pri-meros años 90.

En el número 46 del mensaje Optamos por la vida el20º Capítulo General nos dice que ha llegado la hora deescribir una nueva página en nuestra historia misionera.Creemos que el proyecto de misión ad gentes que he-mos lanzado da una respuesta a ese reto y constituye unintento serio de ayudar a construir el futuro de la vida yla misión marista en el siglo presente.

Aún así puede que surjan interrogantes sobre el ori-gen concreto de nuestra propuesta y de qué manera en-caja ésta en lo que nos pide la Iglesia hoy, en la atencióna los signos de los tiempos, en respuesta a las directri-ces de nuestras Constituciones y las llamadas de los úl-timos Capítulos Generales. Incluso puede que algunosse pregunten también por el efecto que todo esto pue-de tener dentro de las Provincias y Distritos de dondehan de salir los nuevos misioneros: ¿cuántos estamosbuscando?, ¿en qué plazo los queremos?, ¿cómo se vana preparar para estas nuevas empresas?

ORIGEN DEL PROYECTO

En lo más hondo del nuevo proyecto de misión adgentes hay un sueño: enviar 150 hermanos – tal vez más,a lo largo de los próximos cuatro años, a nuevos cam-pos pastorales en países de Asia y también en Provin-cias que aunque se han reestructurado, aún no han al-canzado los niveles de vitalidad y viabilidad requeridospara asegurar su futuro.

Esta propuesta está en sintonía con las demandas ac-tuales de la Iglesia y con los signos de nuestro tiempo.El anterior Papa, Juan Pablo II, se mostraba optimistasobre la vida religiosa y su futuro cuando escribió la ex- Da

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hortación apostólica Vita Consecrata. En ella manifesta-ba esta intuición: “No sólo tenéis una historia gloriosaque recordar y contar, sino una gran historia que cons-truir. Mirad hacia el futuro...” Es precisamente lo queestamos haciendo al emprender este proyecto.

El Consejo General cree que nuestro estilo de vidatiene un lugar importante, esencial, dentro de la Iglesia.En eso coinciden la gran parte de los hermanos y segla-res maristas. Lo que se ha vivido en estos últimos cua-renta años nos ha servido para observar el pasado, al-macenar para el presente, y finalmente movernos en di-rección hacia el porvenir. Ahora ha llegado el momentode crear la vida y la misión marista que soñamos para elfuturo.

¿POR QUÉ ASIA?

Varias razones nos llevan a proponer Asia como ob-jetivo de esta iniciativa misionera. La primera de todasnos viene de las Constituciones, que nos dicen lo si-guiente: Los países no evangelizados y las Iglesias jóve-nes, gozan de la preferencia del Instituto (C. 90). En se-gundo lugar, el 20º Capítulo General, tal como leemosen el artículo 46 de Optamos por la vida, nos anima acultivar un espíritu de misión ad gentes. Más aún, invi-ta a las Provincias a trabajar agrupadamente para im-pulsar esos ideales misioneros, y pide que se facilite lamovilidad de los hermanos de una unidad administrati-va a otra para favorecer proyectos de solidaridad, evan-gelización y educación.

En tercer lugar, tenemos la llamada de Juan Pablo IIque lanzó también este reto en los años anteriores a sumuerte: “Así como en el primer milenio la Cruz fueplantada en el suelo de Europa, y en el segundo fue enAmérica y en África, recemos para que en el tercer mi-lenio haya una gran cosecha de fe en el vasto y vitalista

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continente de Asia”.91 Estas palabras sonaban familia-res, porque ya algún tiempo antes había escrito lo si-guiente en el artículo 37 de su encíclica RedemptorisMissio: “Hay países, áreas geográficas y culturales enque faltan comunidades cristianas autóctonas; en otroslugares éstas son tan pequeñas, que no son un signo cla-ro de la presencia cristiana; o bien estas comunidadescarecen de dinamismo para evangelizar su sociedad opertenecen a poblaciones minoritarias, no insertadas enla cultura nacional dominante. En el Continente asiáti-co, en particular, hacia el que debería orientarse princi-palmente la misión ad gentes, los cristianos son una pe-queña minoría, por más que a veces se den movimientossignificativos de conversión y modos ejemplares de pre-sencia cristiana”.92

Cuarto; Asia es la casa de los dos tercios de la pobla-ción mundial aproximadamente, y nosotros en cambiotenemos menos de 200 hermanos en ese continente, delos 4.200 que somos. La ONU también identifica a Asiacomo la región más pobre del mundo en los segmentosde juventud. Allí hay muchos jóvenes; casi el 50% de lapoblación de Asia del Sur está por debajo de los 24años. De ellos, la mitad sobreviven con menos de dosdólares al día.

Finalmente, la Asia marista se encuentra en procesode reestructuración y los hermanos están reflexionandoen torno a dos modelos de reorganización que les lleva-rán a una mayor viabilidad y vitalidad. Si bien es ciertoque el objetivo de esta propuesta va más lejos del aquíy ahora de la vida marista en el continente asiático, tam-bién queremos trabajar en cooperación con las unida-des administrativas de la región a la hora de planificar yponer en marcha el programa. Varios hermanos de esazona han hecho aportes valiosos a este respecto.

Yo estoy plenamente convencido de que esta llama-da a una nueva misión ad gentes en Asia viene del Espí- Da

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ritu. Pido al Señor que cuando se escriba la historia deeste período del Instituto dentro de un siglo, puedandecir de nosotros que supimos responder a este desafíocon valentía, audacia y esperanza, y que la Asia de esemomento sea el mejor testimonio de nuestra presenciay nuestro empeño.

UNA NUEVA IDEA DE MISIÓN AD GENTES

Sin ánimo de criticar anteriores visiones de la mi-sión ad gentes, creo que en estos momentos es preci-so empezar de nuevo en algunos aspectos. El merohecho de que estemos viviendo y sirviendo a la Igle-sia en otro país y en una cultura distinta no indica ne-cesariamente que nos hayamos comprometido en unproyecto misionero. Hoy se nos pide también que ha-gamos un serio esfuerzo por encarnar nuestra fe en lacultura local y nos impliquemos en un diálogo since-ro con los que no comparten nuestro credo. Así co-mo en tiempos pasados las fronteras geográficasconstituían un criterio decisivo para definir la misiónad gentes, en el futuro tendremos que hablar igual-mente de la capacidad de diálogo con una cultura di-ferente a la nuestra, el respeto mutuo, y el impulso dela reconciliación.

Con estos nuevos aportes a la idea de misión nopretendo dejar a un lado la geografía como elementoa tener en cuenta al definir la misión ad gentes. Lo quequiero decir es que cuando nos referimos a esta cues-tión no sólo hay que contemplar el factor de las mi-siones extranjeras sino también la misión en sentidototal. Dicho con otras palabras, nosotros asumimos laresponsabilidad de ir a otras tierras a evangelizar a lasgentes y junto con ello emprendemos una misión deíndole global, empeñándonos con ciertos valores queson esenciales para el bien de la sociedad y de la na-turaleza en su conjunto. En nuestro mundo de hoy

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eso se traduce por compromiso con los derechos hu-manos a escala planetaria, disposición a trabajar conlos demás en favor de un orden mundial equitativo enlo político y lo económico, y velar por la integridad dela creación.

Actualmente, con el avance de los medios de comu-nicación y la rapidez de los transportes, podemos pen-sar también en diversos modelos de misión ad gentes enel Instituto. Siempre habrá entre nosotros almas gene-rosas que dejen su país natal de por vida para procla-mar la Buena Noticia en lugares en que aún no ha sidoescuchada o donde la Iglesia no es suficientementefuerte para sostenerse a sí misma. Estos misionerosplantan su tienda en medio de las gentes a las que van.Es una visión clásica de las misiones, que sigue inspi-rando hoy a muchos corazones. Cuando estos apósto-les sienten la llamada evangelizadora y se marchan a vi-vir a otros territorios, su donación total es un granejemplo para todos nosotros.

Dentro del Instituto, sin embargo, están surgiendootros dos modelos de misioneros. El primero lo com-ponen los hermanos y seglares maristas que pasan cier-to tiempo sirviendo en una misión extranjera, y luegoretornan a casa trayéndose con ellos el ideal que los haanimado.

El segundo grupo lo forman aquellos que nuncasaldrán de su país. Las fronteras que ellos cruzan noson geográficas sino sociales y culturales. Estos her-manos y seglares asumen una tarea del Instituto enmedio de los niños y jóvenes que se ven excluidos dela sociedad a la que pertenecen. Su casa está en mediode los más abandonados, aquellos que no tienen a na-die que los atienda.

Una vez dicho eso, yo creo que deberíamos pensár-noslo bien a la hora de renunciar a cualquier compro- M

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miso que nos lleve a trabajar en otros puntos del orbe.No olvidemos, en primer lugar, que la gran parte de loshermanos del Instituto pertenece a Occidente, en tantoque la vasta mayoría de la población mundial se en-cuentra en otras latitudes. Segundo; vivir en una de lasdiferentes culturas del Sur y del Este durante un perío-do sustancial de tiempo nos brinda la ocasión de plan-tar cara a los valores y conceptos occidentales que tan-to dominan entre nosotros.

Para adoptar un nuevo modelo de misión es preci-so que se lleve a cabo entre nosotros una profundatransformación. El proceso de reestructuración nos haconducido hacia una mayor internacionalidad y trans-culturalidad, y el presente proyecto de nueva misiónad gentes camina en la misma dirección. Ambas inicia-tivas no sólo encierran dentro el potencial de introdu-cirnos en este nuevo siglo y prepararnos para lo que hade venir, sino que también nos proporcionan los me-dios para que se obre en nosotros el verdadero cambiode corazón por el que tanto suspiramos.

Éste no es un período fácil de nuestra historia, nipara el Instituto en general ni para muchos de susmiembros personalmente. Algunas de las acciones quese han emprendido a lo largo de estos últimos añoshan sembrado intranquilidad y nos han llevado a pre-guntarnos más de una vez cuándo se estabilizarán alfin las cosas.

A pesar de que haya podido producirse cierta con-fusión, hemos de admitir que los pasos que se han da-do para reestructurar nuestro Instituto y las nuevasllamadas misioneras nos han sacado del sopor y noshan movido a plantearnos serios interrogantes sobrenuestro estilo de vida y cómo queremos expresarlo enla primera parte del siglo XXI. El desafío que tenemosahora delante es: ¿qué respuesta vamos a dar?

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¿Será como la del joven rico del evangelio que en-contraba excesivo el precio de la plenitud de vida, en-tendida al modo de Dios, no al suyo? ¿O será la de Ma-ría, madre de Jesús, nuestra Buena Madre y hermana enla fe? Después de preguntar al ángel cómo serían las co-sas, ella acogió el anuncio divino con total disponibili-dad: “Hágase en mí según tu palabra”. Pidamos al Se-ñor la gracia de elegir con sabiduría.

PREGUNTAS PARA LA REFLEXIÓN

Te ruego que reserves un tiempo personal para contestar a las pre-guntas que siguen. Al igual que las veces anteriores, ese ejercicio teservirá de ayuda para profundizar en lo que has ido viendo en las pá-ginas precedentes. Ten lápiz y papel a mano por si en un momentodado quieres tomar alguna nota, o recoger una frase o un pensa-miento que te gustaría recordar, o escribir unas líneas de reflexión.Conserva esos apuntes. Pueden serte útiles más tarde, ya sea para re-visarlos o para una eventual puesta en común de lo que has leído.

1.Parece que en los últimos años ha ido disminuyendo el espí-ritu de misión ad gentes dentro del Instituto. Si bien es cier-

to que el número de hermanos en misiones extranjeras es más al-to que hace 15 años, la media de edad ha subido notablemente.¿Qué factores crees que contribuyen a desalentar a los hermanosde tu Provincia o Distrito a la hora de asumir el reto de la misiónad gentes? ¿Qué se puede hacer para contrarrestar la influenciade esos factores?

2.El nuevo proyecto de misión ad gentes orientado hacia Asiaha llenado de entusiasmo a muchos, dentro y fuera del Ins-

tituto. ¿A qué crees que se debe esa reacción? ¿Cuál es tu visiónpersonal sobre el proyecto de Asia? ¿Cómo crees que influirá enel futuro del Instituto y en su misión?

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CONCLUSIÓN

Hemos llegado, pues, al término de estas reflexionessobre la misión de la Iglesia y nuestras tareas apostólicascomo Pequeños Hermanos de María y seglares maristas.Los temas que hemos analizado, aunque fuera brevemen-te, han sido variados, pero todos tenían su importancia ala hora de acercarnos al asunto que estábamos tratando.

Cuando hablamos de la misión de la Iglesia y nuestralabor apostólica como Instituto, sabemos bien con cuán-ta frecuencia nos quedamos cortos respecto del idealque nos hemos propuesto. En esos momentos puedeservirnos de consuelo recordar que Jesús confió su mi-sión evangelizadora a personas muy humanas. Basta conque repasemos la historia de la negación de Pedro, el es-cepticismo de Tomás y el miedo de los apóstoles agru-pados en la habitación de arriba, para darnos cuenta deque ellos también sufrían por la incertidumbre, se sentí-an confusos, experimentaban la duda; y eso que teníanla posibilidad de ver y oír al Señor directamente.

El Espíritu Santo ha sido siempre y continuará sien-do el agente principal que nos mueve a realizar la tarea

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que se nos ha encomendado. Ese Espíritu, presente entodos los que escuchan y proclaman la Palabra de Dios,actúa en nosotros y a través de nosotros para ayudarnosa hacer maravillas.

La palabra evangelizar significa literalmente llevar laBuena Noticia.93 San Lucas resume el contenido de estaexpresión cuando presenta a Jesús citando al profetaIsaías: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque meha ungido para anunciar a los pobres la Buena Noticia,me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos yla vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidosy proclamar un año de gracia del Señor”.94

El fundador era un ejemplo vivo de celo evangélico.Su pasión nacía de una íntima convicción del amor queJesús y María tenían para con él y todos nosotros. Unay otra vez, repetía a los hermanos: “Siempre que veo alos jóvenes me vienen ganas de catequizarles, de hacerque se den cuenta de lo mucho que los ama Jesucristo”.

Al igual que él, nosotros también creemos en la pre-sencia continua de Dios. Confiamos en María, segurosde su protección, y tratamos de imitarla en sus actitudesde humildad, sencillez y entrega. De esta manera nos ha-cemos más capaces de ir al encuentro de los jóvenes allídonde están, especialmente aquellos cuya necesidad deJesús se manifiesta en su pobreza material y espiritual. 95

Fieles a una tradición que nos viene de Marcelino,ofrecemos a los que nos han sido confiados una educa-ción integral, que aspira a la formación de la mente, delcuerpo y del corazón. Al presentar la Buena Noticia y loque ésta significa para cada uno personalmente y parala comunidad humana tal como la quería Jesús, somosportadores de vida para nuestros alumnos y los ayuda-mos a analizar con espíritu crítico los valores que sub-yacen en sus comportamientos para que sepan estable-cer prioridades. Da

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Cuando educamos a una nueva generación de jóve-nes en la solidaridad, nuestro deseo es que se convier-tan en agentes de cambio social, por eso les animamosa asumir sus responsabilidades en el futuro de la hu-manidad. Les invitamos a empeñarse en favor de lajusticia dentro de sus propias circunstancias y socie-dades, y a ser más conscientes de la interdependenciade los países.

Si andamos en busca de mayor claridad en torno a laidentidad de nuestro Instituto hoy, bastará con que re-pasemos atentamente nuestras Constituciones.

En ellas se nos dice, en primer lugar, que cualquieraque sea nuestra labor apostólica, nosotros evangeliza-mos como personas y como comunidades.96 Lo hace-mos mediante el testimonio de nuestras vidas y a travésde relaciones caracterizadas por la capacidad de escu-cha y el intercambio de ideas. De manera semejantenuestras comunidades, cuando son ejemplos vivos deamor fraterno y consagración, constituyen una presen-cia evangelizadora dentro de la iglesia local.

En segundo lugar, las Constituciones nos recuerdanque en todo lo que tenga que ver con la tarea apostóli-ca a la que el Señor nos ha llamado, la oración debe serla fuente de nuestra inspiración y de nuestra fuerza. Yen un movimiento continuo, el trabajo apostólico reali-zado y las personas y preocupaciones que lo acompa-ñan nos devuelven de nuevo a la oración.

Las Constituciones nos retan a dar preferencia a lospobres, a vivir con sencillez, a buscar las raíces de la po-breza y a desprendernos de todo prejuicio e indiferen-cia hacia los menos favorecidos. Teniendo en cuenta laestrecha vinculación que hay entre evangelización ypromoción humana, hemos de ayudar a quienes pade-cen la necesidad, a la vez que cooperamos con los quese afanan por la justicia y la paz en el mundo.97

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Por último, las Constituciones nos indican tambiénque nuestro Instituto, abierto a todo apostolado que seaacorde con el carisma fundacional, hace del anuncio di-recto de la Palabra un elemento esencial de su misión.98

Siendo respetuosos con la conciencia y los talentos delos niños y jóvenes que educamos, los comprometemosa un diálogo sobre la vida, y los ponemos en contactocon la Palabra de Dios y el Espíritu que actúa en sus co-razones.

Sí; siempre que miremos dentro de nosotros mismoscon los ojos de Marcelino y leamos los documentos denuestro Instituto, nos daremos cuenta de que las res-puestas a nuestros interrogantes sobre la misión y la vi-da apostólica no están fuera de nuestro alcance sino a laaltura de la mano. En realidad las tenemos ya en la bo-ca y en el corazón. Sólo nos hace falta reclamarlas, ha-cerlas nuestras, y llevarlas a la práctica.

Con afecto,

H. Seán D. Sammon, FMSSuperior General

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APÉNDICECarta de invitación a la misión ad gentes dirigida por el H. Seán Sammon a cada unode los Hermanos del Instituto

2 de enero de 2006Fiesta de la Fundación del Instituto

Querido hermano:

El tiempo de Navidad iniciado en 2005 está llegando asu fin, y ya hemos entrado en el Nuevo Año 2006. Han pa-sado los días de San Esteban, los Santos Inocentes y SanJuan Evangelista. Hoy hace 189 años que Marcelino fundóel Instituto. Y enseguida se nos viene encima la celebraciónde Epifanía. Estas conmemoraciones anuales nos recuer-dan que nos movemos en ese cruce de caminos donde con-fluyen el año que termina y el año que le sigue. El año quedesaparece se va a ocupar su lugar en la historia y pasa eltestigo al año que nos llega. ¡Cuántas esperanzas nacen jun-to al año que comienza!

Hoy os escribo para daros noticias sobre algo nuevo queva a empezar, pero esta vez dentro de nosotros, en el Insti-tuto. Y escribo con la intención de haceros una invitación

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personal. Por favor, leed esta carta atentamente mientras varesonando en vuestro interior esta pregunta que os planteoa cada uno de vosotros: ¿Sientes la llamada del Señor paraaceptar la invitación que va en estas líneas, esto es, a que destu nombre para este nuevo proyecto de misión ad gentes?

Durante la reciente Conferencia General, Luis Sobradoy yo expusimos las ideas centrales de este proyecto. Dimosa los allí presentes una visión general de lo que se pretendey añadimos algunos detalles sobre el origen, estructura yagenda de aplicación de dicha iniciativa. En posteriores re-flexiones que tuvimos allí mismo, se recogieron unas cuan-tas sugerencias valiosas para orientar y mejorar la propues-ta. Fueron numerosos los miembros de la Conferencia quenos manifestaron todo su apoyo para este proyecto quepresentamos.

En las semanas siguientes a aquella exposición fueronapareciendo algunas informaciones en torno a ello en Últi-mas Noticias y en el Boletín, al igual que en la página web denuestro Instituto www.champagnat.org. Lamentablemente,la limitación de espacio y la propia naturaleza de esos me-dios sólo nos permitían destacar algunos puntos clave de lacuestión. Por eso escribo esta carta, dirigida personalmentea cada uno de los Hermanos, añadiendo más detalles y pi-diéndoos encarecidamente que penséis en serio y en climade oración si os sentís llamados a secundar este proyecto.

Empezaré comentándoos los planes encaminados aconstruir el futuro de la vida y la misión marista en todo elmundo tal como se explicaron en la Conferencia. He demencionar la intención que tenemos de renovar y equiparadecuadamente el Hermitage con vistas a convertirlo en uncentro universal de espiritualidad, herencia y misión maris-ta. También se reflexionó en torno al seguimiento del añovocacional y los preparativos de la Asamblea de la MisiónMarista que se celebrará en 2007, e hicimos una llamada alas Provincias y Distritos que aún no han entrado en el pro-ceso de reestructuración para que se animen a hacerlo ya. Da

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En segundo lugar, el proyecto de misión ad gentes queexpusimos está vinculado a una larga historia del Institutoen este campo. Al igual que en el pasado, hemos de recu-rrir a las Constituciones para entender el origen de esta re-ciente propuesta nuestra. El artículo 90 nos recuerda quecomo la Iglesia, nuestro Instituto es misionero. Hemos detener alma misionera, a ejemplo del Padre Champagnat,que afirmaba: ‘Todas las diócesis del mundo entran ennuestros planes’.

Como Instituto, somos misioneros por naturaleza. Re-cordad cómo el propio Marcelino suspiraba por ir a Ocea-nía, cosa que hubiera hecho finalmente si las indicacionesdel padre Colin y la salud precaria no le hubiesen obligadoa quedarse en Francia en lugar de embarcarse rumbo al Pa-cífico para misionar en aquellas tierras. Desde los tiemposdel fundador hasta ahora se ha seguido con esa práctica deenviar hermanos a las misiones.

De la misma manera, en 1903, unos 900 hermanos sa-lieron de Francia a consecuencia de las leyes de seculariza-ción que entraron en vigor en el país. Aquellos hermanosmarcharon de su tierra con mucha fe y valentía, sin parar-se a preguntar si estaban o no preparados para afrontaraquellos nuevos desafíos. Si el Instituto puede hoy alardearde su presencia evangelizadora en 76 países, ello es debidoa la audacia demostrada por aquellos hombres que dieronuna respuesta innovadora a un tiempo de crisis.

Finalmente, a lo largo de muchos años la Administra-ción General se ha empeñado activamente en la promociónde las misiones. Pensad en las casas internacionales de for-mación de San Francisco Javier y de Bairo, que durantemucho tiempo llevaron la tarea de preparar hermanos pa-ra la misión ad gentes.

De igual modo, hace ya más de 20 años que los her-manos que han sentido el impulso misionero en respuestaa las llamadas del Instituto han sido invitados a ponerse

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en contacto con el Hermano Superior General a fin decomunicarle su deseo y disponibilidad para acudir allí.Se confeccionó una lista de voluntarios, y se les fue lla-mando para ir a la misión, la gran parte de las veces enmomentos tormentosos, como sucedió tras el genocidiode Ruanda en los primeros años 90.

En tiempos más recientes, el 20º Capítulo General nosdejó esta exhortación que encontramos en Optamos porla vida: ha llegado la hora de escribir una nueva páginaen nuestra historia misionera. Creemos que el proyectoque proponemos da una respuesta a ese reto y constitu-ye un intento serio de ayudar a construir el futuro de lavida y la misión marista en el siglo presente.

Por tanto, nuestro Instituto tiene una larga historiade iniciativas emprendidas en nombre de la misión adgentes. Quizá lo que a vosotros os interesa sea el origenconcreto de nuestra propuesta, y de qué manera encajaésta en lo que nos pide la Iglesia hoy, en la atención a lossignos de los tiempos, en respuesta a las directrices denuestras Constituciones y las llamadas de los últimos Ca-pítulos Generales. Incluso puede que os preguntéis tam-bién por el impacto que supondrá para las Provincias yDistritos de donde han de salir estos nuevos misioneros:¿cuántos estamos buscando?, ¿en qué plazo los quere-mos?, ¿cómo se van a preparar para estas nuevas tareas?Trataré de responder a estas cuestiones, aunque sea bre-vemente, en esta carta.

ORIGEN DEL PROYECTO

En lo más hondo del nuevo proyecto de misión ad gen-tes está este sueño: enviar 150 hermanos –quizá más-, a lolargo de los próximos cuatro años, a nuevos campos pas-torales en países de Asia y en Provincias que aunque sehan reestructurado aún no han alcanzado los niveles devitalidad y viabilidad requeridos para asegurar su futuro. Da

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Esta propuesta está en sintonía con las llamadas actua-les de la Iglesia y con los signos de nuestro tiempo. Porejemplo, el anterior Papa, Juan Pablo II, se mostraba op-timista sobre la vida religiosa y su futuro cuando escribióel documento Vita Consecrata, después del Sínodo. En élmanifestaba está intuición: “No sólo tenéis una historiagloriosa que recordar y contar, sino una gran historia queconstruir. Mirad hacia el futuro...” Es precisamente loque estamos haciendo al emprender este proyecto.

CONFUSIÓN EN TORNO A LA MISIÓN

Durante los años que siguieron al Concilio VaticanoII hubo mucha confusión sobre la naturaleza de lo quehasta entonces se llamaba “misiones extranjeras”. Conanterioridad al Concilio existía un modelo de iglesiaque podríamos calificar de militante y triunfalista. A loscatólicos se nos enseñaba que fuera de la Iglesia no haysalvación; la labor del misionero estaba clara: evangeli-zar y convertir.

El Concilio asumió una visión más amplia hacia losque tienen otras creencias. La Iglesia, denominada aho-ra Pueblo de Dios, se desplazó de aquel principio deque “fuera de la Iglesia no hay salvación”. Esta nuevavisión sobre la naturaleza de la Iglesia desembocaría enplanteamientos igualmente nuevos sobre los fines de lamisión, incluso entre los propios misioneros.

Pero la crisis no se limitó al campo de la teología.Los procesos de descolonización y el nacimiento denuevas naciones en los territorios de misión condujerona llamadas de moratoria sobre la cuestión de la misión.Sin embargo, en 1981, durante el encuentro de SEDOSse produjo un cambio de enfoque: se pasó de cuestio-nar completamente los fines de la misión a plantear elreto de cómo había de desempeñarse esa misión en laIglesia y el mundo de hoy.

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Lamentablemente, esta línea no acertó a clarificar laconfusión reinante. El hecho de que Juan Pablo II se sin-tiera impulsado a escribir la encíclica Redemptoris Missiodiez años después de aquella trascendental reunión deSEDOS indica que las inquietudes sobre la misión se-guían latentes bajo la superficie de muchas reflexiones ydebates.

La carta del Papa, primera encíclica sobre la misióndesde la clausura del Vaticano II, es una exposición elo-cuente de los fundamentos teológicos de la cuestión, asícomo una llamada a renovar el fervor misionero dentrode la Iglesia. Juan Pablo II expone los fines de la misión yhabla de los medios para llevarlos a cumplimiento. La en-cíclica, que termina con una reflexión sobre la espirituali-dad misionera, encierra un tono de urgencia de cara a re-orientar los esfuerzos de la Iglesia en este campo. Dentrodel texto se advierte la preocupación del Papa: a la vezque la motivación misionera ha venido siendo objeto dedebate, la actividad misionera ha ido disminuyendo.

Esto último es lo que pasó también en nuestro Institu-to durante los años que siguieron al Concilio. La estadís-tica que tenéis a continuación pone de manifiesto que asícomo el número de hermanos asignados oficialmente amisiones extranjeras ha crecido en los últimos 15 años, suedad media también ha ido aumentando, con una tasa entorno a los 12 años.

Número de hermanos asignados a misiones extranjeras(1989-2004):

Fecha Número Edad1989 553 51’371994 571 55’341999 576 60’042004 596 63’76 Dar a

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NUESTRA PROPUESTA

El Consejo General cree que nuestro estilo de vidatiene un lugar importante, esencial, en la Iglesia de hoy.En eso coinciden la gran parte de los hermanos y segla-res maristas. En años anteriores hemos sufrido pérdidasen algunas partes del Instituto: pérdida de buenos her-manos, pérdida de identidad y objetivos, y, en algunascircunstancias, pérdida también de prestigio y reputa-ción. Digamos que hemos atravesado por un período detransición y purificación. Lo que se ha vivido en estosúltimos cuarenta años nos ha servido para mirar el pa-sado, almacenar para el presente, y finalmente mover-nos en dirección al futuro. Ahora ha llegado el momen-to de hacer justamente eso: crear el futuro de la vida yla misión marista, y hacerlo para hoy y para mañana.

Varias razones nos llevan a proponer Asia como ob-jetivo de esta iniciativa misionera. La primera de todasnos viene de las Constituciones, que nos dicen que lospaíses no evangelizados y las Iglesias jóvenes gozan dela preferencia del Instituto (C.90). Después, el PapaJuan Pablo II lanzó también este reto en los años ante-riores a su muerte: “Así como en el primer milenio laCruz fue plantada en el suelo de Europa, y en el segun-do fue en América y en África, recemos para que en eltercer milenio haya una gran cosecha de fe en el vasto yvitalista continente de Asia” (Ecclesia in Asia, nº 1)

En tercer lugar, Asia es la casa de los dos tercios dela población mundial aproximadamente, y nosotros encambio tenemos en ese continente menos de 200 her-manos, de los 4.200 que somos. La ONU también iden-tifica a Asia como la región más pobre del mundo en lossegmentos de juventud. Hay muchos jóvenes allí; casi el50% de la población de Asia del Sur está por debajo delos 24 años. De ellos, la mitad sobreviven con menos dedos dólares USA al día.

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Finalmente, la Asia marista se encuentra en un pro-ceso de reestructuración y los hermanos están reflexio-nando en torno a dos modelos de reorganización que lesllevarán a una mayor viabilidad y vitalidad. Si bien escierto que el objetivo de esta propuesta se extiende máslejos del aquí y ahora de la vida marista en Asia, tambiénqueremos trabajar en cooperación con las unidades ad-ministrativas de la región a la hora de planificar y poneren marcha este programa. Varios hermanos de allí hanhecho aportes valiosos a este respecto.

En tal sentido, pretendemos llevar adelante en el año2006 un plan de discernimiento y preparación, de 6 me-ses de duración, para el primer grupo de unos 30 herma-nos que van a ir a Asia. Ese curso se ubicará en Davao, Fi-lipinas, con un equipo de animación de tres hermanos. Yhabrá dos tandas cada año.

En estos últimos años hemos venido recibiendo so-licitudes de obispos de Asia que nos piden hermanospara diversos trabajos. Con el fin de facilitar una rela-ción fluida con la jerarquía eclesiástica de la región hepedido al H. Michael Flanigan y al H. Rene Reyes quesirvan como delegados del Superior General en estediálogo con las Iglesias locales para asegurar campospastorales que tengan que ver con nuestro carisma fun-dacional y respondan a los signos de los tiempos. Tam-bién he pedido al H. Luis G. Sobrado, Vicario Gene-ral, que asuma la responsabilidad de coordinar y poneren marcha esta nueva iniciativa de misión ad gentes. Atodos ellos les doy las gracias por su generosa disponi-bilidad.

¿QUÉ PIDO DE VOSOTROS?

Al emprender este proyecto todos somos conscientesde que la naturaleza de la misión ad gentes ha cambiadoen estos años recientes. Ha habido un relevo: hemos pa- Da

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sado de la sola proclamación de la Palabra de Dios a unespíritu de diálogo y proclamación. A la luz de esto, ospodéis preguntar qué es lo que yo pido de vosotros.

Lo primero, vuestra oración en favor de este proyectoy de los que se van a comprometer en él. Pedid las bendi-ciones de Dios, os lo ruego. Si no arde la pasión por Jesúsy su Buena Noticia en medio de esto que emprendemos,poco haremos por la extensión del Reino de Dios.

Lo segundo que os pido es que reflexionéis en clima deoración sobre lo que Dios quiere de vosotros en este mo-mento de vuestra vida. ¿Sientes que Dios te llama paraque des entre seis a nueve años en entrega a la misión enAsia? Este período de servicio vendría aparte de los seismeses de discernimiento del curso de Filipinas o del tiem-po requerido para el aprendizaje de la lengua, si es nece-sario, o cualquier otra preparación anterior al comienzode la labor misionera. Se abre ante nosotros un gran inte-rrogante: ¿Somos capaces de lanzar nuestro propio 1903con resultados que sean tan sorprendentes dentro de unsiglo como lo fueron cuando aquellos hermanos se espar-cieron por el mundo hace cien años?

Sí; la marcha de algunos hermanos de su Provincia deorigen por ese espacio de seis a nueve años va a ser un sa-crificio para todos, pero será también una gran bendición.Cuando vuelvan, estos misioneros traerán consigo otraexperiencia de la vida y la misión marista. Las comunida-des y las obras pastorales donde sean destinados se enri-quecerán con ellos, y ellos se enriquecerán con los quehan trabajado en casa durante su ausencia.

Por lo que se refiere a la lengua, es bueno que todosse comprometan a aprender el inglés y la lengua propiadel país al que van a ser asignados. El inglés es el medioque utiliza la gran mayoría de los Hermanos en Asia pa-ra comunicarse con el Instituto y entre las unidades ad-ministrativas. Proporcionaremos el tiempo necesario

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para que todos puedan aprender bien los idiomas quedeben dominar.

Tengo que decir una palabra de consuelo para los quepiensan que las lenguas asiáticas son una pesadilla. Variosde los Hermanos que trabajan allí me han afirmado quealgunas de ellas, como las que se hablan en Borneo o Ma-lasia, se pueden aprender bastante bien para una sencillacomunicación ordinaria en un período de unos seis me-ses, a través de un programa de inmersión total. Es com-prensible que habrá que añadir un período adicional pa-ra llegar a perfeccionarlo.

Si te sientes llamado a tomar parte en este proyecto,por favor, ponte en contacto con el H. Luis G. Sobradodirectamente por carta, o fax: [código internacional] 1425 952-1382, o correo electrónico ([email protected]).

Para terminar, permitidme que os diga que yo estoyconvencido de que esta llamada a una nueva misión adgentes en Asia viene del Espíritu. Pido al Señor que cuan-do se escriba la historia de este período del Instituto den-tro de un siglo, puedan decir de nosotros que supimosemprender este reto con valentía, con audacia y esperan-za, y que la Asia de ese momento sea el mejor testimoniode nuestra presencia y nuestros esfuerzos.

Que Dios os bendiga y os guarde, y que María y Mar-celino sean vuestros constantes compañeros hoy y en losaños futuros.

Con afecto,

H. Seán D. Sammon, FMSSuperior General

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NOTAS FINALES

1 Constituciones y Estatutos, cap. 5 (Edición castellana, Zaragoza, Editorial Luis Vives, 1987)págs. 65-76.

2 En castellano, francés, y portugués este documento lleva el nombre de Misión EducativaMarista.Un proyecto para hoy. En inglés se titula Tras las huellas de Marcelino. Visión de laeducación marista hoy.

3 Jean Baptiste Furet, FMS, Vida de José Benito Marcelino Champagnat (Roma, Casa Gene-ralicia, Edición del Bicentenario en castellano, 1989) p. 307.

4 Const. 84.5 Robert Schreiter, C.PP.S., Preaching the gospel in the 21st century (Predicar el evangelio en

el siglo XXI), http://www.dominicains.ca/providence/english/documents/schreiter.htm.6 Donal Dorr, Mission in Today’s World (La misión en el mundo de hoy) (Maryknoll, NY:

Orbis books, 2000) págs. 188-190.

RECONOCIMIENTO

Debo una palabra de gratitud a varios hermanos del Instituto y a al-gunos amigos y colegas que leyeron los primeros borradores de estacircular y me hicieron valiosas sugerencias. Les doy mis sinceras gra-cias. Gracias también al Hermano Donnell Neary, FMS, por su ayudapermanente a lo largo del proyecto; a la Hermana Marie Kraus, SNDde Namur, y el Hermano Gerard Brereton, FMS, que revisaron el ori-ginal en inglés; y a los que lo tradujeron a francés, Hermano JoannèsFontanay, FMS; portugués, D. Ricardo Tescarolo; y castellano, Her-mano Carlos Martín Hinojar, FMS.

Mi agradecimiento a todos y cada uno de ellos.

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7 Ibid., p. 190.8 Ibid., págs. 190-192. 9 Ibid., p. 192. 10 Actas del 20º Capítulo General (Roma, Instituto de los Hermanos Maristas, 2002), 33. 11 Globalización y educación, Academias Pontificias de Ciencias y Ciencias Sociales, 30 de

marzo de 2006, Vol. 35, nº 41 Orígenes, servicio de documentación CNS 674-676 (en len-gua inglesa).

12 Actas del 20º Capítulo General, 7.13 Globalización y educación, Academias Pontificias de Ciencias y Ciencias Sociales.14 Informe de las Naciones Unidas sobre la Juventud Mundial 2005, http://www.un.org/esa/socdev/

unyin/wyr05.htm15 Const. 83.16 Cartas de Marcelino José Benito Champagnat (Roma, Casa Generalicia, 1991), 14.17 Cartas, 14.18 Cartas, 28.19 Stephen Farrell, FMS, Achievement from the Depths (Logro desde las profundidades)

(Drummoyne: Marist Brothers, 1984) p. 230.20 Misión Educativa Marista: un proyecto para hoy (Instituto de los Hermanos Maristas de las

Escuelas, 1998), págs. 37-38; Const. 2.21 Informe presentado por Chaptal, Ministro del Interior, al Consejo de Estado, 18 bruma-

rio año IX. Cf. Dictionnaire Buisson Pédagogique, vol. 5, “Consultat,” págs. 514-515.22 Grégoire, “Annales de la Religion” t.II, p. 210.23 Achievement from the Depths (Logro desde las profundidades), p. 63.24 Vida, págs. 547-548.25 P. Octavio Balderas, “The Challenges of a New Expression of the Charism and Spirituality

of Religious” (Los retos de una nueva expresión del carisma y la espiritualidad de los reli-giosos) en Charism and Spirituality (Roma, Editora “Il Calamo” s.n.c., 1999) págs. 75-83.

26 John C. Haughey, SJ, “The three conversions embedded in personal calling” (Las tres con-versiones hincadas en la llamada personal) John C. Haughey, SJ (ed.), Revisiting the Ideaof Vocation: Theological Explorations (Visitar de nuevo la idea de vocación: exploracionesteológicas) (Washington, DC: Catholic University Press, 2004) p. 11.

27 1 Cor 12, 7.28 1 Cor 13, 4ss.29 Exhortación Apostólica de Su Santidad Pablo VI, Evangelica Testificatio: sobre la renova-

ción de la vida religiosa según las enseñanzas del Concilio Vaticano II (11);www.vatican.va/holy_father/paul_vi/apost_exhortations/index_sp.htm - 15k -

30 Helen Mary Harmey, OP, “Emerging from our struggle?” (¿Resurgir tras la lucha?), Reli-gious life Review, (45) 238, mayo/junio 2006, págs. 181-186.

31 Cartas, 20. 32 Jon Sobrino, Spirituality of Liberation: Toward Political Holiness (Espiritualidad de la li-

beración: hacia la santidad política) (Maryknoll, NY: Orbis Press, 1990). 33 Actas del 20º Capítulo General, 11. 34 Cartas, 27.35 Ibid., nota, p. 700.36 Seán Sammon, FMS, Religious Life in America (La vida religiosa en América) (Staten Is-

land, NY: Alba House, 2002).

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37 Const. 11 38 Doris Gottemoeller, “Religious Life: Where Does It Fit?” (La vida religiosa: ¿dónde enca-

ja?), Review for Religious, (52) 2, marzo/abril 1998, págs. 157-159. 39 Seán Sammon, FMS, Un tiempo para tomar decisiones (Discurso de apertura, 7ª Conferen-

cia General, Negombo, Sri Lanka, 7 de septiembre, 2005).40 Const. 164. 41 Actas del 20º Capítulo General, 15. 42 Misión Educativa Marista, págs. 29-30.43 Actas del 20º Capítulo General, 15.44 Misión Educativa Marista, págs. 61-68.45 Michael Maladoss, SJ, “Religious in the Evangelizing Mission of the Church” (Los religio-

sos en la misión evangelizadora de la Iglesia), en Unión de Superiores Generales, ed., Con-secrated Life Today: Charisms in the Church for the World (La vida consagrada hoy: los ca-rismas en la Iglesia para el mundo) (Middlegree, Slough: St. Paul’s, 1994) p. 131.

46 Religious Life in America (La vida religiosa en América).47 Actas del 20º Capítulo General, 29. 48 1 Cor 12, 6-11.49 Peter-Hans Kolvenbach, SJ, “Cooperating with Each Other in Mission,” (Cooperación re-

cíproca en la misión), 7 de octubre de 2004, Creighton University; http://www.creigh-ton.edu/CollaborativeMinistry/Kolvenbach/Cooperating.html

50 Vida, p. 550.51 Miriam Ukeritis, “Religious Life’s Ongoing Renewal: Will Good Intentions Suffice?” (Re-

novación permanente de la vida religiosa: ¿bastará con las buenas intenciones?), Reviewfor Religious (55) 2, marzo/abril 1996, págs. 118-132.

52 Ibid., págs. 127-128.53 David Nygren y Miriam Ukeritis, The Future of Religious Orders in the United States (El

futuro de las órdenes religiosas en América) (Westport, CT: Praeger, 1993) págs. 238-239.54 Patricia Wittberg, Creating a Future for Religious Life (Crear un futuro para la vida reli-

giosa) (Mahwah, NJ: Paulist Press, 1991).55 Nygren y Ukeritis, The Future of Religious Orders in the United States (El futuro de las ór-

denes religiosas en los Estados Unidos) (Westport, CT: Praeger, 1993), págs. 250-251.56 Ibid.57 Dr. Vianney, Fernando, Presidente de la Conferencia Episcopal de Sri Lanka. Homilía, 20

de septiembre de 2006, Negombo, Sri Lanka.58 Lc 12, 49.59 Informe de las Naciones Unidas sobre la Juventud Mundial 2005.60 Benito Arbués, FMS, A propósito de nuestros bienes (Roma, Casa Generalicia, 31 de octu-

bre de 2000), vol.XXX, IV. 61 Ibid. 62 Cartas, 28.63 Cartas, 262.64 Ibid., Nota.65 Mission in Today’s World (La misión en el mundo de hoy), págs. 151-152. 66 Mt 5, 3; 5, 5.67 Michael Himes, “Returning to our Ancestral Lands” (Volver a nuestras tierras ancestrales)

Review for Religious (59) 1, enero/febrero de 2000, págs. 20-24.

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68 Const. 31. 69 Const. 32.70 http://www.vatican.va/edocs/ESL0042/_INDEX.HTM 71 http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/apost_letters/documents/hf_jp-ii_apl_10111994_

tertio-millennio-adveniente_sp.html.72 Mission in Today’s World (La misión en el mundo de hoy), págs. 224-225.73 Ibid. 74 Actas del 20º Capítulo General, 23. 75 Ibid., 24. 76 Ibid., 33. 77 Ibid., 36.78 Frederick McMahon, Strong Mind, Gentle Heart (Cabeza fuerte, corazón suave) (Drum-

moyne, NSW: Marist Brothers, 1988) p. 115.79 Preaching the gospel in the 21st century (Predicar el evangelio en el siglo XXI).80 Mission in Today’s World (La misión en el mundo de hoy), págs. 204-205.81 Ibid., págs. 186-189.82 SEDOS o Servicio de Documentación y Estudio, para los que no conocen la organización, es

un foro abierto a los Institutos de Vida Consagrada que se comprometen a reflexionar en tor-no a la misión universal. Nuestro Instituto ha sido miembro del mismo durante varios años.

83 Preaching the gospel in the 21st century (Predicar el evangelio en el siglo XXI). 84 Ibid.85 Ibid.86 Robert Schreiter, C.PP.S., Challenges today to mission ad gentes (Retos en la misión ad gen-

tes hoy), http://www.sedos.org/english/schreiter_1.htm.87 Ibid. 88 Mission in Today’s World (La misión en el mundo de hoy), págs. 206-207.89 Aylward, citado en Dorr, Missión in Today’s World (La misión en el mundo de hoy), págs. 215-217.90 H. Luis Di Giusto, Historia del Instituto de los Hermanos Maristas (Rosario: Imprimió Tec-

nigráfica, 2004).91 Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Post-Sinodal, Ecclesia in Asia; http://www.vatican.va/holy_

father/john_paul_ii/apost_exhortations/documents/hf_jp-ii_exh_06111999_ecclesia-in-asia_sp.html. 92 Juan Pablo II, Encíclica Redemptoris Missio, 1990, 37; http://www.vatican.va/edocs/ESL0040/

_INDEX.HTM. 93 Mission in Today’s World (La misión en el mundo de hoy), p. 11.94 Lc 4, 18.95 Const. 83.96 Const. 82. 97 Const. 86. 98 Const. 85.

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