A 31 años del terremoto

8
Año 2016 Pág 1 Carlos Ortega Hurtado Coleccionista de noticias y caricaturas 25-OCT-1985 El intento para escribir esto lo tuve a los dos días del siniestro, sin embargo, el razonamiento para no hacerlo fue que tal vez eran demasiado vivos los recuerdos. A la semana sucedió lo mismo, a los quince días y al mes la situación era igual. Ahora a un mes y seis días que escribo, estoy convencido de que este hecho permanecerá vivo en mi memoria para siempre. El pánico que me sobrevino cuando empezó el terremoto aún ahora perdura, sin embargo, la apariencia en ese momento fue de entereza. Los hechos desconcertantes que sobrevinieron, el no ver o comprender la magnitud de lo que había sucedido, me hizo deambular, mirar y tratar de comprender. El desquiciamiento en el tráfico me impidió tomar algún transporte para llegar a mi trabajo, decidí entonces saber más de lo que había sucedido. Fui a casa de mis padres en donde el impacto del susto aún no había pasado y en un radio de batería escuchaban las alarmantes noticias e incrédulos todos comentábamos sobre lo terrible que había sido. Mi madre, trataba telefónicamente de saber de toda la familia, yo decidí ir por mis hijas a la escuela en prevención de cualquier eventualidad. Con ellas de la mano, caminamos en medio de un desquiciado tráfico y una multitud que caminaba tratando de llegar a alguna parte, y en medio de todo esto, sólo se escuchaban comentarios nefastos. Se cayó tal edificio. Hay muchos muertos en tal parte. Esperar por mi esposa fue lo siguiente. Llegó con una alarma notable. Decidimos regresar a casa ya que en la de los viejos el ambiente era pesado, no habían dejado de escuchar la radio la cual repetía una y otra vez las noticias, y estas, no se dejaban de comentarse una y otra vez. En el transcurso de la comida, ya en casa, llamó mi hermana por teléfono y me contó algo realmente trágico, los familiares de un buen amigo habían quedado atrapados en el multifamiliar Juárez, y me decía de su intención de ir ahí. Le pedí que no fuera argumentando que no había paso para los automóviles, y le propuse que yo iría en la bicicleta y le comentaría después por teléfono que había pasado. Al ir circulando por el cruce de las avenidas Insurgentes y Reforma empecé a ver el espectáculo más aterrador de mi vida, edificios a punto de caerse o ya caídos, gente deambulando con la mirada perdida, el ulular de las sirenas en todas partes, edificios de oficinas con los vidrios de sus ventanas rotos y las cortinas estaban al exterior, las cuales, más tarde y sin la acostumbrada luz nocturna de la ciudad, daban un espectáculo fantasmal a ritmo del viento.

Transcript of A 31 años del terremoto

Año 2016 Pág 1

Carlos Ortega Hurtado Coleccionista de noticias y caricaturas

25-OCT-1985 El intento para escribir esto lo tuve a los dos días del siniestro, sin embargo, el razonamiento para no hacerlo fue que tal vez eran demasiado vivos los recuerdos. A la semana sucedió lo mismo, a los quince días y al mes la situación era igual. Ahora a un mes y seis días que escribo, estoy convencido de que este hecho permanecerá vivo en mi memoria para siempre. El pánico que me sobrevino cuando empezó el terremoto aún ahora perdura, sin embargo, la apariencia en ese momento fue de entereza. Los hechos desconcertantes que sobrevinieron, el no ver o comprender la magnitud de lo que había sucedido, me hizo deambular, mirar y tratar de comprender. El desquiciamiento en el tráfico me impidió tomar algún transporte para llegar a mi trabajo, decidí entonces saber más de lo que había sucedido. Fui a casa de mis padres en donde el impacto del susto aún no había pasado y en un radio de batería escuchaban las alarmantes noticias e incrédulos todos comentábamos sobre lo terrible que había sido. Mi madre, trataba telefónicamente de saber de toda la familia, yo decidí ir por mis hijas a la escuela en prevención de cualquier eventualidad. Con ellas de la mano, caminamos en medio de un desquiciado tráfico y una multitud que caminaba tratando de llegar a alguna parte, y en medio de todo esto, sólo se escuchaban comentarios nefastos.

Se cayó tal edificio. Hay muchos muertos en tal parte.

Esperar por mi esposa fue lo siguiente. Llegó con una alarma notable. Decidimos regresar a casa ya que en la de los viejos el ambiente era pesado, no habían dejado de escuchar la radio la cual repetía una y otra vez las noticias, y estas, no se dejaban de comentarse una y otra vez. En el transcurso de la comida, ya en casa, llamó mi hermana por teléfono y me contó algo realmente trágico, los familiares de un buen amigo habían quedado atrapados en el multifamiliar Juárez, y me decía de su intención de ir ahí. Le pedí que no fuera argumentando que no había paso para los automóviles, y le propuse que yo iría en la bicicleta y le comentaría después por teléfono que había pasado. Al ir circulando por el cruce de las avenidas Insurgentes y Reforma empecé a ver el espectáculo más aterrador de mi vida, edificios a punto de caerse o ya caídos, gente deambulando con la mirada perdida, el ulular de las sirenas en todas partes, edificios de oficinas con los vidrios de sus ventanas rotos y las cortinas estaban al exterior, las cuales, más tarde y sin la acostumbrada luz nocturna de la ciudad, daban un espectáculo fantasmal a ritmo del viento.

Año 2016 Pág 2

Carlos Ortega Hurtado Coleccionista de noticias y caricaturas

Lo primero que hice fue visitar la casa de mis tíos, entre una veintena de edificios caídos o a punto de caer. Vi que estaban bien, pero muy afligidos porque muchos de los edificios a su alrededor estaban derrumbados o muy cuarteados, ellos también estaban en espera de la llegada de todos, esperé un rato oyendo nuevas historias trágicas y decidí continuar mi viaje. Yo iba a una calle en la colonia Roma, muy cercana a la calle de Colima que era donde trabajaba, pero al pasar por el rumbo no localizaba el edificio, y mi primera reacción es que había equivocado el rumbo. Pero no. El lugar era el correcto, pero el edificio era uno de los muchos que estaba totalmente derrumbado. No había forma de acercarse, ya que el lugar estaba acordonado por el ejército y no había gente conocida, por lo que continué mi camino. Al llegar a casa de mis amigos, quien me recibió fue Alma con sus grandes ojos inflamados de tanto llorar y diciéndome al tiempo que me abrazaba:

Fue horrible, todos están muertos ... pobre Jesús, todos sus hermanos. Entré con ella a la sala de la casa donde estaban reunidos los familiares en torno a la conversación de Jesús, quien entre llanto y una especie de temblor en las manos narraba como había jalado el cuerpo de su hermano de entre los escombros, en la creencia de que estaba vivo, y con mucha angustia manifestaba como se sentía al darse cuenta que la realidad era diferente. Maldecía al que le informó que todavía respiraba. Esta conversación fue terriblemente repetida tres veces en menos de cinco minutos. Pasado este tiempo decidió regresar al lugar en busca de su hermana "la perica", a quien tenía esperanzas de encontrar aún con vida. Salí detrás de Jesús con la certeza de que aún no se había percatado de mi presencia. Caminamos dos calles hasta una tienda donde me preguntó si traía dinero para comprar cigarros. Compramos y continuamos caminando hasta lo que fue uno de los edificios del multifamiliar Juárez. Gente, mucha gente, unos cargando sus pertenencias en carros, otros ayudando a mover todo lo imaginable, ambulancias, ventanas rotas, paredes abiertas. Atravesamos un cerco que había puesto el ejército y el lugar, estaba lleno de manos moviendo piedras, polvo, maderas y todo lo que era posible hacer un lado en busca de vida. Me quedé parado en medio de una cadena humana que pasaba cubetas llenas de escombros hacia un lado y cubetas vacías hacia el otro, cubetas semi desfundadas, cubetas sin agarradera, cubetas con la agarradera sólo sujeta en un extremo, cubetas nuevas, manos heridas, manos fuertes, manos grises, uñas rotas y semi esmaltadas. De pronto alguien gritó: ¡Silencio!

Año 2016 Pág 3

Carlos Ortega Hurtado Coleccionista de noticias y caricaturas

Y los cientos de manos que picaban piedra y movían escombros guardaron silencio, estatizaron su actividad, era como un movimiento en cámara lenta, donde el menor movimiento brusco pudiera derrumbar el mundo. ¡Traigan el oxígeno! Volvió a oírse otro grito, y dos gentes salieron corriendo de entre la multitud con un pequeño tanque y unas mangueras. A través de un pequeño hueco de lo que fue el departamento de los familiares de Jesús, se había escuchado un lamento. Todo el mundo estábamos expectantes. Se apuntalaron algunos escombros y alguien dijo: No la lastimes. Y alguien contestó: No te preocupes, ella ya está muerta, preocúpate por el que aún vive. Era tal el silencio, que, aunque esto fue conversado en voz baja, se oyó perfectamente. Yo detenía a Jesús que quería desesperadamente meterse al hueco abierto. El hermano de Alma, totalmente cubierto de tierra y con una pañoleta cubriéndole la nariz, era quien dirigía la operación, y de pronto gritó: ¡Una camilla! Y en medio del silencio corrieron dos socorristas. Sacó Jaime un pequeño cuerpo, tan blanco de su rostro como de sus vestimentas que contrastaban con algunas heridas visibles y lo depositó en la camilla, la camilla con el pequeño cuerpecito pasaba de unas manos a otras a una velocidad impresionante con Jesús abrazado a ella gritándole al niño: ¿Cómo estás pequeño? te vas a poner bien no te preocupes. Por primera vez volteo a verme y me dijo: Es el hijo de la Perica. La camilla llegó con el pequeño y con Jesús colgado de ella a la ambulancia. Nosotros dijimos que era su papá para que le permitieran subir con él. La labor continuó, se movieron más piedras, más maderas, más escombros y otro grito nuevamente: ¡Silencio!

Año 2016 Pág 4

Carlos Ortega Hurtado Coleccionista de noticias y caricaturas

Y éste se hizo, las escenas se repitieron, ahora el drama era de otra familia y después de otra. El movimiento de escombros continuó, casi habían pasado 12 horas de que estos edificios de habían caído y aún seguían rescatando gente, gente con vida, gente sin vida. Empezaron a entrar en escena enormes grúas para mover grandes escombros y paredes casi completas. Un soldado cargaba una descomunal ametralladora automática en un hombro mientras en el desocupado arrastraba una enorme viga para apuntalar, un niño movía enormes piedras con gran esfuerzo, las mujeres cargaban lo que se rescataba de entre los escombros y lo acumulaban. Se pidió una camilla nuevamente y esta vez, fue para trasladar el cuerpo sin vida de la Perica. Jaime le quitó el reloj de pulso al brazo que colgaba de la camilla, cariñosamente le subió su brazo y cubrió el rostro de la Perica. Era terrible la cantidad de escenas de dolor, de escenas de muerte, de escenas de solidaridad en medio de todo ese caos, ya no supe de Jaime, no me percaté a dónde fue, yo ya estaba en medio de otra cadena humana pasando escombros y tratando de encontrar a otro sobreviviente ante el llanto de familiares y amigos que aseguraban que podía estar ahí. Regresé a la casa donde estaba Alma para informarle de Jesús y lo que había pasado, también desde ahí le informé telefónicamente a mi hermana lo que había sucedido. Me despedí y emprendí el regreso a casa, pero grande fue mi sorpresa al darme cuenta de que a la llanta de mi bicicleta se le había incrustado un vidrio, así que el regreso lo tuve que hacer a píe. Las calles estaban totalmente oscuras, casi en ningún lugar había luz, la gente en los portones de sus casas en bancos o camas improvisadas se veían expectantes entre sí. Los carros pasaban con voces de alarma gritando: No fumen, hay fuga de gas en tal parte. Las ambulancias no dejaban de pasar con su ensordecedora sirena, algunos carros habían sido acondicionados para recolectar víveres, mantas y medicinas, los camiones de la ruta 100 transportaban grupos de gente de un lugar a otro con palas, picos, lámparas y lo que fuera, o mejor dicho, de un derrumbe a otro. La mayoría de las calles estaban acordonadas por la cantidad de vidrios y piedras en el piso lo que impedía su circulación. Este fue el espectáculo dominante desde la zona del multifamiliar Juárez, hasta el monumento a la Raza. Al llegar a mi casa, mi familia no estaba, al parecer los gritos de alarma por las fugas de gas se había generalizado, lo que provocó que se alarmaran y decidieran no estar solas y se fueron a la casa de mis papás, Así que emprendí la marcha nuevamente ahora a la casa de mis padres. Cuando llegué estaba toda la familia reunida, hermanos, primos, tíos, etc. comentando todos ellos acerca del terremoto. Le platiqué a mi

Año 2016 Pág 5

Carlos Ortega Hurtado Coleccionista de noticias y caricaturas

hermana lo que había sucedido con nuestros amigos, fue muy dolorosa y triste su reacción. Ella conocía perfectamente a toda la familia de Alma a Jesús. Muy entrada la noche de ese día, algún compañero de trabajo me informó acerca de la situación que existía en el edificio donde trabajábamos, 10 compañeros habían quedado atrapados en él y según parecía, alguno o algunos estaban vivos y esta comunicación se difundió a más compañeros tratando de ubicar a todos los amigos y conocidos. El resto de esa noche la pasé con mi esposa e hijas en la misma recámara, ocultando mi inseguridad en la seguridad que ellas sentían conmigo. Las noticias en la televisión trataban de no ser alarmantes, pero la realidad era otra. 20 de septiembre de 1985, cumpleaños de mi esposa. Muy temprano tomé una pequeña pala y me dirigí a lo que había sido mi lugar de trabajo. En los encabezados de los periódicos se leía: El Centro Médico. El hospital Juárez. El edificio Nuevo León. Un edificio del multifamiliar Juárez. Un edificio de telecomunicaciones. La escuela CONALEP. El Hotel Regis. La Secretaría de COMERCIO, de Marina y del TRABAJO. La torre del canal 2 de TELEVISA, entre otros muchos edificios se habían caído. Llegué en metro a la parada Niños Héroes, salí y caminé hacia la calle de Colima. Un edificio de estacionamiento, un condominio, dos edificios de la Secretaría de Comercio, los condominios del Sol y muchas viviendas de la zona estaban totalmente dañados. Las vías del tranvía que pasaba hace muchos años por la avenida Cuauhtémoc y que habían sido cubiertas por el asfalto desde hace también mucho tiempo, sobresalían en la superficie dobladas como barras de plastilina. Había tuberías rotas y gente con cubetas acarreando agua. Mi lugar de trabajo visto ahora con la luz de un nuevo día, daba terror, acordonado por el ejército, con una brigada de la Cruz Roja y algunos compañeros con caras de asombro. Muy pronto nos dimos a la tarea de mover piedras, escombros y lo que se pudiera. Trabajadores y brigada del ejército en una labor conjunta y sin distinción de rangos o jerarquías, todos con un sólo fin. Llegaron una enorme pala mecánica y una grúa, así como camiones de carga que rápidamente eran llenados de escombros, más tarde trajeron e instalaron un generador de corriente y lámparas. Alguien decía oír gritos, pero no se ubicaba el lugar bajo los escombros. El edificio había caído sobre la casa vecina y en ella habían quedado muertas una niña y su mamá. Más esfuerzos en la búsqueda, más movimientos de escombros, entre todo ese mundo de polvo y basura eran identificados objetos de uso en el trabajo, papeles con acuerdos de participación y muchas cosas más que sin ser propias identificaban pequeños tiempos de nuestras vidas.

Año 2016 Pág 6

Carlos Ortega Hurtado Coleccionista de noticias y caricaturas

Por fin, y ante la expectación de todos los que estábamos ahí reunidos alguien fue rescatado de entre los escombros, ante la emoción de verlo salir ileso y por su propio pie, todos aplaudimos y gritamos, algunos compañeros se acercaron a él sólo para tocarlo, todos le ofrecían algo, pan, agua, un suéter. Comenzó el rumor de que alguien más se escuchaba y nuestra tarea de mover escombros se aceleró, unos descansaban y otros entraban en función. A las seis de la tarde de ese día, se había logrado hacer un túnel, por el que más tarde se lograría rescatar a otro compañero. Conforme el día avanzaba, el cansancio nos iba venciendo uno a uno. El ejército había ya cambiado de guardia, y la nueva brigada infundió nuevos ánimos de trabajo. Llegaba comida casera, comida en bolsas, agua, refrescos, y todos apurábamos un poco de esta entre un descanso y otro. Como a las siete de la noche, ya muy cansado, decidí irme a casa, y estando en la parada del metro en espera de abordarlo, se inició otro terremoto, que si bien más ligero que el anterior, fue mucho más aterrador, todos nos replegamos a las paredes del andén, la gente se abrazaba, lloraba, palidecía y volteaba en una y otra dirección. Una mujer se desmayó y tuvo que ser llevada en camilla a la entrada de la estación, por el sonido local se pidió calma. La luz se interrumpió, por lo que tuvimos que salir del andén, por uno de los accesos no había paso, algunos escombros lo habían bloqueado, y por el otro brotaba un chorro de agua por la pared. Al salir a la calle, la oscuridad en el exterior era imponente, las luces de los carros que circulaban encandilaba, mucha gente caminaba por todas partes, había gritos de fugas de gas, el, ulular de las sirenas no paraba, y todo a mi alrededor era llanto y desesperación. Emprendí nuevamente el regreso a pie a mi casa, entre gente que lloraba, gente que permanecía estática sentada en las banquetas y camellones envuelta en mantas. Conforme avanzaba me iba integrando a una columna humana que caminaba hacia el norte de la ciudad, y crecía en cuanto al número de gente que se integraba a ella. Caminábamos por la avenida de los Insurgentes, mil, dos mil, mucha, mucha gente. De lo alto de la glorieta de Insurgentes no se veía donde iniciaba y donde terminaba ese enorme desfile de espectros. Gente caminando, gente llorando, algunos no sabían a donde iban. Caminando por el centro de la avenida debido al temor a los vidrios que aún caían, poca luz en el camino, la constante gritería de las fugas de gas, motociclistas de tránsito tratando de poner un orden entre los caminantes, el cual no era ni remotamente necesario, el perico que era transportado en su flamante jaula como una de las pocas pertenencias salvadas, todo, todo mezclado en ruidos, colores, formas, vida y muerte. Al fin llegué a casa, en medio de la reunión familiar nuevamente, donde cada cual, nuevamente, comentamos lo vivido. Llegó otro día, y la labor de rescate continuaba. Y otro más y no terminaba, se daban cifras inexactas de muertos en los periódicos y las noticias, muchos heridos,

Año 2016 Pág 7

Carlos Ortega Hurtado Coleccionista de noticias y caricaturas

muchas pérdidas, el gran apoyo internacional para la búsqueda y salvamento, los magníficos perros amaestrados en la localización de víctimas. Y empezó una nueva tragedia, se hablaba de un plan organizado por el ejército, se vacunó indiscriminadamente (quien sabe contra qué) a los que apoyábamos en la labor de mover escombros. El pueblo y el ejército, que desde un principio habían trabajado codo con codo, sin importar estado o jerarquía, ahora se veían recelosos en la lucha que hasta hace un día enfrentaban conjuntamente. Se iniciaron los pillajes, se hablaba de lo que costaba sacar un cadáver del parque del Seguro Social (convertido en gigantesco anfiteatro), de lo intransigente de las órdenes recibidas tanto por el ejército como por la policía, era más importante demostrar que tan eficientes resultaban las autoridades para construir un parque en el lote de un edificio derrumbado, que terminar de quitar los escombros, podían más las pugnas políticas de poder que terminar de rescatar cadáveres de edificios caídos. Los ataúdes de madera o comerciales se convirtieron en escenario urbano de aquellos lugares en donde no se removía aun la totalidad de los escombros. Empezó también la costumbre de notificar desgracias verbalmente:

¿Supiste de la niña que fue rescatada del interior de su carro? Pues fíjate que bajó con su papá al estacionamiento y él la dejo en el carro mientras subía a su departamento por algo que había olvidado. Pero nunca más bajó, parte del edificio había caído respetando solamente a la pequeña habitante de un carro. Estaban con su abuelita los dos cuando empezó el terremoto, corriendo se abrazaron a ella y cayó el edificio. Quedaron atrapados cerca de un muro. La abuela narraba que su nieta llorando le preguntó que pasaba. El nieto sólo le decía que tenía mucho sueño y se durmió. La abuela está ahora en el hospital con parte de su brazo deshecho, mismo con el que sostuvo el cuerpo de su nieto. Su nieta está sana y salva, el nieto jamás despertó. ¿Ya viste que han rescatado a otro recién nacido del Hospital Juárez? A cinco días, no sé sabe cómo ha podido sobrevivir. Dicen que estaba cubierto con los cabellos de su madre muerta. Que se escucha la voz de un niño que dice estar con su abuelo inconsciente. Pero ya son muchos días. Si, fíjate que yo vivo en unos edificios que están enfrente de lo que era el edificio Nuevo León, y cuando empezó el terremoto yo estaba desayunando y vi caer el edificio. De momento no supe que hacer, ni que pasaba. Quedé así, no sé cuánto tiempo hasta que sonó mi teléfono. Era un amigo que vivía en el edificio y me llamaba para que lo fuera a sacar.

Año 2016 Pág 8

Carlos Ortega Hurtado Coleccionista de noticias y caricaturas

Estuvimos en uno y otro lugar ayudando. Cuando me tocó ayudar a la muchacha que se le iban a amputar las piernas porque no podían moverse las vigas que la aprisionaban, hasta ese momento termino mi espíritu de ayuda, verla llorar así, me orillaron a no volver. Con cientos de historias similares, el tiempo fue pasando y quedó atrás está amarga historia para unos, increíble para otros, productiva para unos cuantos y desapercibida para los demás.