A 100 Años de La Gran Guerra

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A 100 AÑOS DE LA GRAN GUERRA: LAS RAZONES DETRÁS DE LA LOCURA Con un pueril pretexto comenzó una guerra mundial de 30 años de la que no hemos aprendido nada. Hace 100 años un serbio mató en Bosnia al archiduque de Austria... en consecuencia se declararon la guerra y se aniquilaron, entre sí, Inglaterra, Francia, Rusia, Alemania y el Imperio Turco. Las colonias de unos pasaron a poder de otros, los imperios del pasado cayeron y en su lugar surgieron docenas de países débiles e inestables; Inglaterra se apropió del Oriente Medio, el imperio ruso dejó de existir para dar lugar a la Unión Soviética, y un discurso de odio llamado nacionalismo comenzó a recorrer el planeta sembrando semillas de nuevas guerras. Todo por el asesinato de Franz Ferdinand, al parecer un hombre demasiado importante. A los historiadores, maestros, libros, autores, les encanta repetir aquello de que hay que estudiar el pasado para aprender de él y no repetirlo. Pero hace 100 años mataron en Sarajevo al heredero de Habsburgo; y con ese pueril pretexto comenzó una guerra mundial de 30 años de la que no hemos aprendido nada. Hoy padecemos los mismos odios, las mismas ambiciones, los mismos nacionalismos, la misma obsesión de dominio, mismas justificaciones y mismos pretextos. 100 años después la humanidad sigue enferma de la misma locura, y sigue encontrando razones para justificarla. La herencia de los vencedores El mundo de hoy es el mundo forjado por los ganadores de las guerras. Ellos son los que dirigen el mundo, vivimos con sus reglas y sus modelos, su libertad y su democracia, sus Naciones Unidas... y ellos tienen que decirnos que es el mejor de los mundos posibles. Es así como los buenos siempre ganan: los que ganan se convierten en buenos en su versión de la historia. La historia se usa como herramienta ideológica y con intereses políticos, como discurso para justificar y legitimar; por eso es imposible aprender algo de ese pasado. Todos lo aprendimos en la escuela: la Primera Guerra Mundial comenzó por el asesinato del archiduque austriaco. Un serbio mató en Bosnia al heredero de Austria, y eso desencadenó una guerra entre las potencias... es absurdo, y no obstante es verdad a fuerza de repetirlo. ¿Qué aprendizaje podría dejar eso? Así comenzó esa guerra mundial que la actual narrativa nos divide en dos, como si fueran distintas y pudieran explicarse con causas diferentes. La guerra de 1914 se interrumpe en 1918; aunque muchos conflictos siguen mientras otros nacen, el mundo colonial comienza a desmoronarse, los poderosos reparten el mapa y firman una paz injusta y terrible, una paz de odios y nacionalismos; una paz llena de revanchas que solo generó un

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Primera Guerra Mundial (ANALISIS)

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A 100 AÑOS DE LA GRAN GUERRA: LAS RAZONES DETRÁS DE LA LOCURA

Con un pueril pretexto comenzó una guerra mundial de 30 años de la que no hemos aprendido nada. Hace 100 años un serbio mató en Bosnia al archiduque de Austria... en consecuencia se declararon la guerra y se aniquilaron, entre sí, Inglaterra, Francia, Rusia, Alemania y el Imperio Turco. Las colonias de unos pasaron a poder de otros, los imperios del pasado cayeron y en su lugar surgieron docenas de países débiles e inestables; Inglaterra se apropió del Oriente Medio, el imperio ruso dejó de existir para dar lugar a la Unión Soviética, y un discurso de odio llamado nacionalismo comenzó a recorrer el planeta sembrando semillas de nuevas guerras. Todo por el asesinato de Franz Ferdinand, al parecer un hombre demasiado importante. A los historiadores, maestros, libros, autores, les encanta repetir aquello de que hay que estudiar el pasado para aprender de él y no repetirlo. Pero hace 100 años mataron en Sarajevo al heredero de Habsburgo; y con ese pueril pretexto comenzó una guerra mundial de 30 años de la que no hemos aprendido nada. Hoy padecemos los mismos odios, las mismas ambiciones, los mismos nacionalismos, la misma obsesión de dominio, mismas justificaciones y mismos pretextos. 100 años después la humanidad sigue enferma de la misma locura, y sigue encontrando razones para justificarla. La herencia de los vencedores El mundo de hoy es el mundo forjado por los ganadores de las guerras. Ellos son los que dirigen el mundo, vivimos con sus reglas y sus modelos, su libertad y su democracia, sus Naciones Unidas... y ellos tienen que decirnos que es el mejor de los mundos posibles. Es así como los buenos siempre ganan: los que ganan se convierten en buenos en su versión de la historia. La historia se usa como herramienta ideológica y con intereses políticos, como discurso para justificar y legitimar; por eso es imposible aprender algo de ese pasado. Todos lo aprendimos en la escuela: la Primera Guerra Mundial comenzó por el asesinato del archiduque austriaco. Un serbio mató en Bosnia al heredero de Austria, y eso desencadenó una guerra entre las potencias... es absurdo, y no obstante es verdad a fuerza de repetirlo. ¿Qué aprendizaje podría dejar eso? Así comenzó esa guerra mundial que la actual narrativa nos divide en dos, como si fueran distintas y pudieran explicarse con causas diferentes. La guerra de 1914 se interrumpe en 1918; aunque muchos conflictos siguen mientras otros nacen, el mundo colonial comienza a desmoronarse, los poderosos reparten el mapa y firman una paz injusta y terrible, una paz de odios y nacionalismos; una paz llena de revanchas que solo generó un rearme y un segundo encuentro cuyo inicio nos cuentan de manera más ridícula aún. Hitler invade Polonia. En consecuencia hay una guerra entre Inglaterra, Francia y Estados Unidos, contra Alemania, Italia y Japón, que nunca lucharon juntos, con una URSS que juega por su lado y se come media Europa y después medio mundo; la mitad que no fue devorada por Estados Unidos. Todo porque Hitler invadió Polonia. De pronto resulta que nos comenzó a importar Polonia, la justicia y la libertad de los pueblos. El discurso metafísico del bien contra el mal es perfecto para evadir la verdad: que la gran guerra es resultado del mundo generado por el proyecto burgués, de la ilustración, del capitalismo, de las ansias de dominio de los amos del mundo, de los intereses de los mercaderes de la muerte que fabrican y venden las armas, las ambiciones de los políticos y los consejos de los altos militares. El mundo de la superindustrialización para el enriquecimiento de unos cuantos, ese mundo en el que es necesario controlar energéticos, recursos y mercados; el mundo donde los que nada se hicieron y nada se deben, se matan entre sí por los intereses de unos cuantos, sometidos todos por discursos ideológicos. 

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Hubo una guerra por el dominio y reparto del mundo y sus recursos; una guerra mundial entre 1914 y 1945. La guerra de los imperios, la guerra de los capitalistas, la guerra del colonialismo, la guerra de los recursos, la guerra de las ideologías, la guerra que mostró el rostro más oscuro de la ambición humana. Una guerra en la que se mezcló el odio religioso con el racial y el de clase, una guerra en la que las masas luchaban contra la burguesía, cuando la burguesía no terminaba de luchar contra la aristocracia. Una guerra que, tras 30 años de conflicto violento, se extendió cinco décadas más como conflicto ideológico que dividió al mundo en dos mitades antagonistas con poder de destrucción mundial. El siglo XX fue la centuria de una constante guerra mundial que se extendió desde 1914 hasta 1991 con la caída soviética. El siglo con más de 150 millones de muertos a causa de guerras industriales, y donde el espectro de la aniquilación nuclear nos cobijó bajo su sombra. Una guerra cuyas verdaderas y profundas raíces, que se hunden al menos 200 años, son desconocidas por casi todos. Una guerra de la que no hemos aprendido. Las historias detrás de la historia Entre 1914 y 1945 marcharon por Europa 170 millones de soldados, un tercio de su población de entonces; uno de cada tres habitantes era un arma dispuesta a matar y a morir. Murieron 70 millones de seres humanos en ese mismo lapso. Todos creían tener la razón y estar en el bando de los buenos, todos creían las justificaciones de sus líderes, sus discursos, sus ideologías. Todos encontraron buenas razones para matar y dejarse matar... tendría que haber una buena razón para semejante locura. Si nos vamos un poco atrás del asesinato en Sarajevo podemos comenzar a ver un panorama más realista, y a distinguir todos los hilos que vienen tejiendo este conflicto desde años atrás, quizás décadas... en realidad, siglos. El 22 de julio de 1912, el primer lord del Almirantazgo Británico, Winston Churchill, solicitó que se duplicase el presupuesto de la Marina británica para hacer frente a lo que él llamaba “la amenaza del poderío alemán”. ¿De qué poderío alemán hablaba, y por qué considerarlo amenaza si nadie estaba en guerra? No hay que olvidar que Alemania no había existido como país unificado, y que, de hecho, en varios siglos, las potencias europeas se ocuparon de evitar la unidad de los alemanes en un solo estado, desde el siglo XVI al XIX, y era por una sola razón: miedo al poder de una Alemania unida. Alemania finalmente terminó de unificarse en 1871, cuando el canciller prusiano Bismarck terminó de anexar a los más de 30 Estados Alemanes, y derrotó a Napoleón III en la guerra Franco-Prusiana. El entonces rey de Prusia, Guillermo I, se convirtió en káiser (césar) o emperador Alemán. Para 1910, apenas 40 años después del nacimiento de Alemania, el país pasó de recién nacido a potencia europea: duplicó su población, quintuplicó su PIB, triplicó su producción de acero y carbón, desarrolló una flota que buscaba superar a la británica, construyó las mejores universidades y sus científicos descubrieron la física cuántica. La educación y la ciencia eran los intereses de aquella nación, no la guerra; pero también buscaba colonias y un lugar de primacía en el comercio y la economía mundial. Buscaba lo que hoy dicen que es un derecho inalienable de cada pueblo y país: su desarrollo; pero las ideas de la época dejaban claro que el desarrollo de unos se sustentaba en el atraso de otros. No había lugar para otro gigante. Los imperios decadentes de Europa, como el Austro-Húngaro, el Otomano o el Ruso, seguían disputando territorios dentro del continente y arrebatándose colonias. El encumbramiento de Alemania como potencia desplazó a las tres que tradicionalmente dominaban el tablero de ajedrez mundial: Inglaterra, Francia y Rusia... casualmente los tres países que atacaron a Alemania en la Primera Guerra Mundial, y en la segunda. En 1910 la supremacía alemana era un hecho, y para 1912, Churchill clamaba por destruirlos y tenía ya un plan para aniquilar todas sus comunicaciones submarinas. Por eso pidió más recursos para la Marina, porque desde entonces estaba preparando una guerra. Su miedo era el crecimiento de la

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flota del nuevo imperio, una Alemania que había adquirido algunas colonias en África y el Sudeste Asiático, pero que al estilo británico, necesitaba barcos para unir ese imperio. Los barcos alemanes tenían además una novedad que los hacía más veloces y poderosos: funcionaban con motores a base de petróleo. El dominio británico corría peligro.  El reparto del mundo   Hay cosas que no cambian con el tiempo; tenemos potencias dominantes y potencias emergentes, y luchan por la supremacía. Para finales del siglo XIX Inglaterra era la gran potencia, pero el naciente imperio alemán ya amenazaba ese predominio. Ya hay una razón de guerra, pero hay que ir más atrás en el tejido histórico para entender la multiplicidad de factores detrás de la guerra más terrible de la humanidad. El Congreso de Berlín de 1878 fue una asamblea diplomática de los representantes de varios estados europeos, con el propósito de reorganizar la región de los Balcanes y armonizar los intereses de Inglaterra, Rusia y Austria-Hungría en la zona. Fue organizada bajo la presidencia de Otto von Bismarck, canciller del recién nacido Imperio Alemán. Los Balcanes habían sido propiedad del Imperio Turco desde el siglo XVII, pero ese imperio estaba en decadencia para finales del XIX y otras potencias buscaban el momento de arrebatar esos territorios, y de hecho destrozar a todo el Imperio para dividirse sus despojos. La zona que iban perdiendo los turcos era ambicionada por Austria y su expansionismo, por Rusia y su eterna búsqueda de salidas al mar, y era la tierra donde pueblos como serbios, bosnios, búlgaros, rumanos y griegos luchaban, contra otros y entre sí, por su independencia y por un pedazo de territorio para ejercer su soberanía. Al Congreso de Berlín, además del anfitrión alemán, acudieron el Reino Unido, el Imperio Austriaco, Francia, Italia, el Imperio Ruso, el Imperio Turco, Grecia y representantes de los movimientos nacionalistas de las regiones de Rumania, Serbia y Montenegro. Se determinó que Armenia sería de los turcos y no de los rusos... lo que dejó una semilla de conflicto entre estos imperios, y el origen de un genocidio contra los armenios. Se estableció que Bosnia-Herzegovina sería soberanía austriaca, lo que generó conflictos nacionalistas entre la población eslava de la región y de la vecina Serbia. Montenegro, Grecia y Serbia crecieron territorialmente a costa del decadente Imperio Turco. Rumania obtuvo su independencia de los turcos y Bulgaria adquirió el estatus de principado autónomo dentro del Imperio Turco. Inglaterra se quedó con la Isla de Chipre, ante las quejas de turcos y griegos, y se estableció la posibilidad de que Francia o Italia pudiesen ocupar Libia, despojando nuevamente a los turcos. Hubo acuerdos; pero los Habsburgo del Imperio Austriaco aún querían crecer, Rusia aún buscaba llegar al mar, los turcos daban sus últimos zarpazos de fiera herida, e Inglaterra esperaba la oportunidad de quedarse con la zona de Mesopotamia en Oriente Medio, propiedad de los turcos, primera fuente petrolera del mundo, y lo más importante: de donde obtenía petróleo el imperio alemán. 

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 Nadie pensaba que pudiera haber guerra, pero todos la esperaban y necesitaban. En 1914, ahí en los Balcanes se prendió la mecha, la prendieron los nacionalistas serbios que asesinaron al archiduque austriaco, los austriacos en su obsesión de invadir Serbia, los rusos en su obsesión de aprovechar la situación para llegar al mar, los italianos en su ambición de ampliar su territorio, los franceses en su obsesión de tener Alsacia y Lorena, y los ingleses con la obcecación de dominar la zona petrolera del Imperio Turco. El reparto del mundo comenzó mucho tiempo atrás, al igual que las guerras entre los poderosos por dicho reparto. Desde el siglo XVI la necesidad de recursos llevó a los europeos a la exploración y lenta conquista del mundo. Para finales del siglo XIX el mundo ya no era suficiente; menos de 10 países lo poseían todo. Mientras hubo mundo y recursos para negociar, los políticos pudieron evitar las guerras. El último reparto civilizado fue en 1885, cuando en otro congreso en Berlín se dividió entre los europeos la totalidad del continente africano; el resto del mundo ya tenía dueño. Cuando el mundo estaba totalmente repartido y las ambiciones seguían creciendo, la guerra fue inminente.  El sistema de alianzas: el Monopoly El segundo Reich o imperio alemán nació en 1871 y no cumplió los 50 años. El primer Reich había durado un milenio, es conocido como Sacro Imperio Romano Germánico, comenzó con Carlomagno y desapareció en 1806 ante la invasión de Napoleón. Ese primer imperio era todo, menos un país unificado; un conglomerado de reinos, ducados, principados, marquesados, feudos y ciudades libres, un imperio que llegó a estar compuesto por más de 350 entidades muy independientes entre sí. Tras la aventura napoleónica y el reacomodo del mundo que se hizo en el Congreso de Viena de 1815, las voces alemanas que clamaban por la unificación de un solo estado fueron acalladas por los poderosos, y el pueblo alemán quedó dividido en unos 30 estados. Eso fue lo que unificó Otto von Bismarck en torno a Prusia, en 1871. Esa es la unificación alemana que desplazó a las potencias de aquel tiempo, el nuevo poder contra el que los poderosos de tiempo atrás decidieron enfrentarse, a grado tal que 1000 años de enemistad entre ingleses y franceses fueron olvidados. Inglaterra, Francia y Rusia eran, en ese orden, las potencias dominantes; las que veían amenazada su posición por el advenimiento de Alemania. A los 10 años de haber nacido, el Imperio Alemán consolidó un acuerdo multinacional conocido como la Triple Alianza: la unión militar, en caso de guerra, entre Alemania, Austria e Italia, a la que más adelante se sumó el Imperio Turco. Ante tal situación, las potencias mencionadas, Inglaterra, Francia y Rusia, fueron tejiendo una serie de acuerdos que para 1907 se conocían como la Triple Entente. Europa estaba dividida en dos bandos comprometidos con la guerra. 

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 Los acuerdos generales eran muy parecidos; en caso de que un miembro de la alianza se viera envuelto en una guerra, todos los integrantes del pacto lo apoyarían. Así pues, Inglaterra, Francia y Rusia se comprometen a emprender juntos cualquier aventura bélica, la cual tienen claro que sería contra Alemania, finalmente son los poderosos defendiendo su poder. Francia siente respaldo ante la amenaza alemana, y apoyo para recuperar la Alsacia y Lorena que perdiera en 1871, Rusia ve el apoyo inglés para obtener territorios turcos y accesos al mar, Inglaterra y Francia se apoyan para defender el continente africano que poseen en un 85 por ciento. Del otro lado, el compromiso lo tienen Alemania, Italia y Austria. Austria es un vetusto moribundo aferrado a sus glorias del pasado e Italia es un débil recién nacido que trata de aumentar sus fronteras y ganar alguna colonia. Alemania sabe que una guerra simultánea contra Francia y Rusia es una de sus amenazas, y la alianza, aunque sea con los débiles, es necesaria. Por su parte, Italia espera apoyo alemán para obtener colonias, mientras que Austria espera tener ese apoyo para adquirir el territorio turco, el mismo que ambiciona Rusia. El Imperio Turco es el gran socio de Alemania en aquel rincón del mundo, quien lo abastece de petróleo y quien le garantiza puertos hacia el océano Índico. La idea original de las alianzas, claro está, es evitar la guerra; que la amenaza triple enfríe los ánimos de los posibles beligerantes. Pero la contraparte está siempre presente: basta que uno se envuelva en el conflicto para que todos se arrastren a la guerra en un terrible efecto dominó. Era la más lejana de las posibilidades. Fue lo que ocurrió. La industria y los imperios La guerra mundial es un conflicto por el dominio del mundo, y aunque conquistar el mundo ha sido el delirio de grandeza de muchos, desde Alejandro (Magno) hasta Hitler, casi nunca fue una necesidad... pero comenzó a serlo para algunos desde finales del siglo XVIII, con el proceso histórico que modificó como ningún otro toda la historia de la humanidad: la Revolución Industrial. La Revolución Industrial es un proceso económico derivado de un proceso tecnológico y que generó una serie de procesos sociales. El origen tecnológico de todo esto fue la máquina de vapor, descubrir que la combinación de carbón, calor y agua puede mover motores y multiplicar la producción, y por lo tanto la riqueza. El petróleo y la electricidad se sumaron lentamente a esta revolución que significa el abandono del trabajo manual y la fuerza humana y animal por máquinas con motores. 

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El resultado económico fue muy simple: en el siglo XIX la humanidad generó más riqueza que en los últimos 10 000 años, por primera vez las multitudes pudieron percibir una mejoría en su calidad de vida, y a nivel demográfico comenzó otra revolución: la de las masas, la de la sobrepoblación que hará que la principal arma de la gran guerra mundial sean las personas. A grandes rasgos, la Revolución Industrial no es más que el aumento de las capacidades de producción, de transformar la naturaleza en bienes de consumo. Esa mayor capacidad de producción, sin embargo, no significa riqueza por sí sola. Para producir más es necesario tener más energéticos, y controlar las zonas del mundo con dichos recursos. Fácil cuando hablamos de carbón, difícil cuando el tema es el petróleo. Pero, además de los combustibles, para los cuales hay que dominar ciertas regiones del mundo, es necesario contar con los recursos que se van a transformar, y como Europa es pequeña y escasa en recursos, estos se obtienen de África, Asia Central, el Indostán y el Sudeste Asiático. La necesidad de dominio es amplia. Y claro, no basta con combustibles y recursos; la riqueza se obtiene con la venta de los productos; ahora hacen falta mercados. La solución a todo es el imperialismo: conquistar y dominar colonias por todo el planeta para que sirvan como fuente de combustibles y recursos, y además como mercados para los productos industriales. Todo país metido en la competencia industrial se enfrentará a las mismas necesidades, de ahí que desde 1823 James Monroe dejara claro eso de América para los americanos, y que desde la modernización de Japón en 1867, el imperio del sol naciente también comenzara su propia expansión imperial, que los llevará a chocar eventualmente con Estados Unidos. Pero no basta con tener mercados cautivos en las colonias. Ahora había que educar de manera totalmente diferente a los individuos; de entrada, someterlos masivamente al tiempo que se les convence de que son individuos; después, educarlos técnicamente para poder ser buenos engranes de la maquinaria industrial, y lo más importante de todo: educarlos para consumir. Infiltrar en la mente de la gente común el mecanismo del deseo, de la codicia, del siempre querer más, de la continua y permanente insatisfacción que se palia a medias con el consumo. Ese es el origen de nuestro mundo de ambición desmedida. En el siglo XVI había dos potencias, Portugal y España, que encabezaron la era de las exploraciones y, con ello, la era de los imperios. España se apropió de gran parte de América y las Islas Filipinas; Portugal otro pedazo de América, las costas de África y el Sudeste Asiático. Lentamente otros se fueron sumando a la conquista del mundo, por lo menos de sus costas y puertos comerciales. Inglaterra, Francia y Países Bajos entraron a la carrera. Para el siglo XVII la potencia emergente era Francia, y para el XVIII ya lo era Inglaterra. Conforme llegó y creció la industrialización, lo conquistado cada vez era más insuficiente, y del dominio de las costas se pasó al control de los territorios, sus recursos, sus personas. En 1900 el Imperio Británico abarcaba el 30 por ciento del planeta, dominios en todos los mares, y 350 millones de súbditos; detrás estaba un imperio francés, mientras que Holanda, España, Portugal, Italia y Bélgica poseían imperios menores. Antes de la industrialización no existía ni la capacidad bélica de dominar todo un continente, ni la necesidad económica de hacerlo. Tras la Revolución Industrial, acompañada del capitalismo liberal, la economía requería el control de todo, y la tecnología bélica ya permitía ejercer dicho dominio. La conquista y reparto del mundo comenzó en 1492, para 1914 todo estaba repartido, había nuevos países y nuevas potencias, había más y mejores combustibles, mayor capacidad de producción y control de recursos y mercados. Para 1914 todos querían más y ya no quedaba nada... entonces un serbio mató en Bosnia al archiduque de Austria, y la ambición brilló en los ojos de los poderosos. El 28 de junio de 1914 cayó muerto Franz Ferdinand von Habsburg-Lothringen; el imperio culpó a Serbia y vio la posibilidad de anexionar dicho territorio a su imperio. Los rusos, en la alianza contraria, no solo ambicionaban el mismo espacio, sino que tenían viejas disputas con los austriacos

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a causa del reparto de Polonia y Ucrania en el siglo XVIII. Así de fácil comienza una guerra, cuando dos quieren lo mismo y ninguno está dispuesto a ceder, en un mundo donde todos parten de la base de que el mundo no basta. Durante un mes las alianzas se movieron, los gobiernos y los reyes, ya de vacaciones, comenzaron a intercambiar mensajes y amenazas. La posibilidad de una guerra fue bien vista por todos, cada uno pensaba que la ganaría fácilmente en pocos meses y podría ampliar sus dominios. La realidad es que nadie en esa Europa buscó la paz. Austria amenazó a Serbia, en consecuencia Rusia amenazó a Austria, por lo que Alemania amenazó a Rusia, lo que motivó a Francia a amenazar a Alemania. Todos movieron tropas a las fronteras. El 28 de julio se acabaron las amenazas, la artillería de los Habsburgo comenzó a atacar Belgrado. Cayó la primera ficha del dominó, las amenazas se convirtieron en declaraciones de guerra y la humanidad se sumergió en la más terrible de sus locuras. Lo demás es una historia muy mal contada. A 100 años de la Gran Guerra 

La sombra de una guerra mundial ha estado presente durante 100 años, de una guerra que en vista del desarrollo de la tecnología bélica, sería devastadora, una guerra de aniquilación. Las causas de hoy son las mismas: el dominio del mundo, de sus recursos, de sus energéticos y de sus personas. Todo para el enriquecimiento de los amos del mundo, los herederos del proyecto burgués, los forjadores de los estados, los que hablan de paz mientras preparan la guerra, y de tolerancia mientras siembran la discordia. Unos cuantos se benefician con las guerras, otros tantos las pelean, y casi todos las padecen. Las masas son menos necesarias en el frente de batalla, hoy se oprimen botones; pero en esta sociedad del simulacro hace falta legitimar la violencia... y ahí están los conceptos más manoseados de la historia: dios, patria, religión, pueblo, democracia, libertad, lengua, raza y nacionalismo. Los poderosos siempre han forjado identidades, y los discursos de identidad siempre han sido aliciente para las guerras. La religión fue el pretexto de la nobleza para legitimar su poder, mover a las masas y hacer guerras según sus intereses. El nacionalismo, un discurso laico y antirreligioso, fue el pretexto de la burguesía para hacer exactamente lo mismo; el comunismo, discurso antirreligioso y antinacionalista, le funcionó para lo mismo a la élite que decía representar al proletariado. Pero siempre se genera identidad, separatismo, miedo y odio. Siempre hay otro al cual señalar como culpable, siempre hay razones válidas en ambos bandos, siempre hay un discurso de dominio, siempre hay una ideología sometedora. 

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Desde la Revolución Francesa, la historia de las guerras europeas es la historia del capitalismo, las guerras de la ilustración y la Revolución Industrial, las guerras del proyecto burgués. Todas las guerras son por el dominio, todas las guerras tienen una supuesta justificación, todas las guerras son por los intereses de una élite, todas las guerras son peleadas por masas amorfas. No existen las guerras justas: si no hemos aprendido eso, no hemos aprendido nada.   Juan Miguel Zunzunegui es licenciado en Comunicación y maestro en Humanidades por la Universidad Anáhuac, especialista en Filosofía por la Iberoamericana, master en Materialismo Histórico y Teoría Crítica por la Complutense de Madrid, especialista en Religiones por la Hebrea de Jerusalén y doctor en Humanidades por la Universidad Latinoamericana.

Ha publicado cuatro novelas y varios libros de historia; lo pueden seguir en  @JMZunzu y en su página, www.lacavernadezunzu.com