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B E L L E Z A S A N D I N A S

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Señor EMILIO B. MORALES

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EMILIO B. MORALES

R 53695

BELLEZAS ANDINAS MONTES * LAGOS

CASCADAS Y NEVADOS

C O N N O V E N T A ILUSTRACIONES

B U E N O S AIRES

3 0 1 3 8 2 — I m p r e n t a Argentina " C a s a J a c o b o P e u s e r "

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PRIMERftS PfiLfiBRflS

Viajando por las regiones andinas me decía en cierta ocasión un conocido explorador extranjero: No me explico que poseyendo ustedes tan rico caudal de bellezas naturales, no haya surgido aún el autor capaz de realizar en páginas coloridas el poema estupendo de estas maravillas!

Mi acompañante tenía razón. La incuria criolla que todo lo observa con su clásica indiferencia, con­tamina también una actividad tan aprovechada y pro­ficua como el turismo. Magnificamos acaso sus bene­ficios cuando plenos dé emoción cruzamos los Alpes europeos; pero sin pensar que poseemos montañas más grandiosas que aquellas. Decididamente es cues­tión de temperamento. Y, confesemos—á fuer de sin­ceros y aunque violente la declaración—de que toda­vía no hemos conseguido asimilarnos ese espíritu curioso y observador de los americanos del norte, ingleses y franceses, que pacientemente recorren los continentes en busca de artísticos y emocionantes pa­noramas.

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Si los hombres de allende los mares tuvieran noti­cias concretas de las palpitaciones intensas que des­piertan las cumbres de los Andes, tengo la convic­ción de que abandonarían las exploraciones á tierras remotas para concentrar sus miras á los valles y encrucijadas del Aconcagua y Tupungato donde la naturaleza intensifica su obra con trazos majestuosos. El mismo Grindelwald— tan famoso por el clima é inmensas sábanas de blancura — relega sus bellezas á segundo término ante la corte soberana de los nevados argentinos y chilenos. Convencido como estoy de que, en días no lejanos, se encauzarán las orientaciones tu­ristas hacia las altas cimas de los Andes, me he pro­puesto difundir en ambos países, el rico colorido que conservo en la retina y el espíritu, como recuerdo im­borrable de mi paso por los ciclópeos pedestales de la volcánica región. Y si me he decidido á escribir este libro — que entrego á la benevolencia de mis lectores —no es por simple entretenimiento espiritual, sino con el deliberado propósito de aportar un estímulo á los em­brionarios turistas de América, porque entiendo que se debe avivar la curiosidad pública, infundiendo deseos de conocer gráficamente las blancas y piramidales cumbres andinas. No serán páginas literarias que su­gestionen el espíritu con relatos fantásticos, sino, pura y simplemente, descripciones bien intencionadas, copia fiel realizada sobre el terreno de todo aquello que el turista necesita conocer. Y, aparte del interés geográ­fico é histórico—interés que fluye lógicamente del ob­jetivo fundamental — tendrán también la coloración precisa de detalles que sólo se puede recoger y catalo­gar en la ruta sinuosa de un viaje paciente y meditado.

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Es necesario convenir que, una excursión completa á la Cordillera, donde las cúspides se pierden en la línea de lo infinito, escondiendo el secreto de mesetas, lagos y profundidades; donde los precipicios ignotos abren fauces enormes como imanes gigantescos de atracciones misteriosas, proporciona una serie de emociones que convierten en pálida y precaria la relación más elocuente. Aquellos que han ascendido las cumbres del Bernoise, podrán comparar y valo­rizar la gallardía de nuestros imponentes macizos el día que arriben á la línea del Pacífico donde se' abre la rampa ascendente de Puente del Inca á Las Cuevas. Desde allí, se dominan los picos superiores de 5 y 6.000 metros, orlados de eterna nieve. La majestuo­sidad de las moles se destaca con líneas oblicuas y grisáceas como bajo relieves esculpidos sobre el infi­nito azul del cielo é iluminados con una magnífica pin­celada de primavera... Parece que la voluble natu­raleza hubiera cristalizado sus mejores galas en la exuberante región que separa los dos países limítrofes.

No necesitamos, pues, recordar los fabulosos cam­pos nevados de Saint Moritz ó Davos, ni meditar sobre utópicos paisajes. Para admirar grandezas no es imperativo trasponer el Atlántico, ni encaminarse á regiones suizas donde neurasténicos y displicentes buscan parajes de amenas expansiones. Las altas cum­bres de nuestra Cordillera, disponen con exceso de tan interesantes atractivos. En el Inca—por ejem­plo — existen baños naturales, paisajes admirables, praderas floridas, montañas que semejan lirios fabu­losos y, lo que es más, un clima suave y saludable que no se encuentra en ninguna otra parte de la Amé-

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rica latina. Allí se confortan los pulmones con el puro oxígeno de las alturas, y los nervios ceden en sus arrebatos ante la beatitud del ambiente, pleno de belleza, de poesía y de calma.

Entrego, pues, á la sanción pública, esta sucesión de apuntes inspirados en el mejor propósito de refle­jar panoramas é impresiones, á fin de que los amantes del turismo juzguen si he estado ó no acertado al puntualizar estas observaciones.

E. B. M.

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EN MARCHA

Con las primeras horas de la mañana, el tren se ali­nea á lo largo de la amplia estación del Pacífico en medio del congestionado movimiento que produce la avalancha de pasajeros y la extravagante plétora de valijas, mantas y adminículos. La original ca­racterística de los que van á largas distancias, se identifica con la íntima satisfacción que se refleja en el semblante de cada viajero. Damas envueltas en lar­gos tules, imprimen alegre tonalidad en el ambiente del andén y las frases de despedida se cruzan con afectuosas demostraciones de felices augurios. La campana de partida anuncia el toque final y el convoy se pone en movimiento haciendo rechinar sus encade­nados músculos de acero. Los blancos pañuelos siguen agitándose á la distancia con imperceptibles señales, en tanto que la locomotora abre su marcha hacia los Andes en demanda de la región nevada, donde poetas y cantores han inspirado sus mejores estrofas á los cóndores y prometeos.

El convoy va perdiéndose entre las oleadas de humo que despide la máquina propulsora, enfilando por los pueblos del Oeste que resplandecen de lozanía. Se de­tiene en Mercedes, asiento principal del departamento

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M e n d o z a . — Cerro de la Gloria . M o n u m e n t o al Ejército d e l o s A n d e s

Escultura de J. M. Ferrari.

de las planicies cultivadas. A medida que se avanza por la ruta de Villa Mercedes, las estaciones se alejan entre sí debido á la aridez del terreno improductivo, cuyos arenales causan la desesperación de los pasaje-

del Centro; Chacabuco y Junín, pueblos de actividad comercial, agrícola y ganadera, internándose luego por los límites de Santa Fe, Córdoba y San Luis, cuyos circuitos se diseñan con las extensas líneas verdes

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ros. Es la zona más molesta de todo el trayecto. En cambio, á poco de trasponer el territorio puntano, los paisajes se suceden con una coloración encantadora. La vegetación surge por doquier con esa exuberancia y brillantez que tanto renombre diera á los prados de las regiones andinas. Dos horas antes de llegar á Men­doza y cuando se ha dejado tras sí la estación Barcala, empiezan á dibujarse, sobre la izquierda, las líneas tenues de los macizos de la Cordillera, cuyos picos blanquecinos se confunden, á lo lejos, con las nubes. La distancia que les separa es enorme: posiblemente 40 leguas. La visión se hace interesante. Sobre el fondo gris del horizonte se diseñan las ondulaciones de los montes con el tinte indeciso de sus profundas quebra­das. A la derecha el Aconcagua; un poco más atrás el Tolorsa, y en el fondo, hacia el final de la Cordillera, el imponente Tupungato y el Maipo. Aquel hermoso escenario déla naturaleza impresiona el espíritu y agita la imaginación. Momentos después se ha llegado á Mendoza, escoltado por floridos jardines y exuberan­tes viñedos, que flanquean artísticamente la ruta deli­neada por la experta mano de los cultivadores men-docinos.

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MENDOZA

La ciudad de Mendoza es, sin disputa, una de las más bellas y ricas de nuestro país. En vano los porte­ños, con un exclusivismo inexplicable, nos aferramos al enunciado de que: la República Argentina está cons­tituida por un cerebro monstruoso que rige la exis­tencia de un cuerpo raquítico y endeble. Nada más erróneo. Es preciso confesar, que, á la vista de la her­mosa urbe mendocina, el dicho pierde toda su fuerza de convicción y se convierte en una frase más, sin valía positiva, ni rasgos de veracidad. Hay allí ar­gumento para muchas y novedosas páginas descrip­tivas. El progreso construye y transforma con rapidez casi vertiginosa; y lo que hace aún pocos años se caracterizaba como un modesto caserío de aldea, es hoy un magnífico emporio de energía y de trabajo,

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M e n d o z a . — Bajo y alto rel ieve del M o n u m e n t o al Ejército d e l o s A n d e s

Escultura de Ferrari.

vista se dirija. Amplias arterias arboladas y pavi­mentadas de asfalto; suntuosos edificios de selectos cortes arquitectónicos; jardines de trazos intachables; fuentes y monumentos ubicados con maestría; vida, color, y el bullicio incesante de actividad laboriosa, pueblan el ambiente con notas de una elocuencia que conforta el espíritu y desvanece las preocupaciones

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de estética y de cultura, donde, abierto á todas las iniciativas nobles, está el crisol de la civilización que amalgama el músculo y el pensamiento en un magní­fico proceso de labor proficua y fecunda.

La metrópoli moderna, elegante y cómoda, pinto­resca y amena, aparece en cualquier punto donde la

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del porvenir. Mendoza es un jardín. Verdaderas joyas de arte son los canteros y parterres que ofrecen sus pa­seos, como el de la plaza San Martín—por ejemplo.' El Parque, paseo predilecto de la población, se equipara en contornos y belleza á nuestro aristocrático Palermo. Allí, la mano del hombre ha realizado prodigios de estética y de buen gusto. En el centro, una rotonda gigantesca permite la realización del corso vespertino, donde habitualmente concurre la «cremex Alrede­dor se dominan extensos jardines; lagos serenos como espejos monumentales, y amplios panoramas de flores multicolores que, en el claro obscuro del languidecer déla tarde, semejan astros exóticos de cielos fantásticos.

La acción municipal — acción benéfica y activa — se deja sentir en todos los puntos de la ciudad. Las calles son regadas varias veces al día y la salubridad, en general, es magnífica. Porque, conviene dejar cons­tancia, de que el régimen edilicio que rige á Mendoza está calcado sobre los modelos más progresistas y mo­dernos. Los hombres encargados de llevarlo á la prác­tica desempeñan su cometido con tesón y entusiasmo.

Su comercio, es primordialmente vinícola. Allí exis­ten bodegas montadas sin economía y con todos los adelantos modernos inherentes á su enorme produc­ción. Para comprobar la importancia del renglón industrial basta decir que Mendoza produce anual­mente, en diferentes clases y tipos de vinos, dos millones quinientas mil bordalesas. Entre las bodegas que descuellan por su importancia, figuran las de Luis Tirasso, Tomba, Benegas y muchas otras que forman el gran nervio comercial é industrial. La pri­mera, por ejemplo, que se empieza á destacar por

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la perfecta elaboración de sus vinos, cuenta con exten­sas zonas de viñedos en la misma fábrica y en San Rafael, donde converge una gran parte de sus opera-

M e n d o z a . — Ruinas del t e m p l o de S a n Ignacio

ciones. Las instalaciones constituyen la última palabra del adelanto, no solamente en la forma de preparar los vinos por medio de modernas maquinarias, sino tam­bién por la extraordinaria capacidad de sus toneles, muchos de los cuales llegan á 95.000 litros. El resto va

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en degradación de 60, 50, 30, 25 y 10.000 litros, de acuerdo con las operaciones y circunstancias. Cada bodega es un pueblo laborioso y característico depen­diente del comercio vinícola. Mucho se podría decir sobre el particular; pero la carencia de espacio en este libro, nos impide hacerlo como fuera nuestro buen deseo para demostrar el progreso de una corriente mer­cantil por la cual se encauzan las provincias más fér­tiles y laboriosas de la república.

Existen establecimientos de verdadera importancia como el Gran Hotel de Emilio Levy, la casa importa­dora de Francisco de P. Riba, única en artículos de turismo, habiendo instalado en el mismo un hospe­daje suntuoso y así sucesivamente muchos otros mon­tados con los mayores adelantos.

Después de su industria y comercio, de todos cono­cidos, porque los productos mendocinos gozan de justa fama en el país, es digno de mención el Cerro de la Gloria, monumental figura simbólica de la magna epopeya de San Martín y sus granaderos, que se le­vanta á una hora de automóvil de la ciudad. Está ubicado en dirección del N. O. al S. E. y sobre un cerro de 400 metros. El monumento tiene aproximadamente treinta y cinco metros de altura. En la parte superior se ven los soldados del tiempo heroico avanzando al bélico son de las trompetas. En alto, la imagen de la libertad, rompe las cadenas opresoras. Junto á ella, un cóndor gigante, con las alas abiertas y resuelta acti­tud, impulsa á los bravos por el camino del triunfo y de la gloria. Y abajo, distanciado del grupo principal — en pose Napoleónica — caballero en brioso corcel con las crines sueltas al viento, formidable el músculo y

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relinchando en dirección á las nevadas cumbres de la imponente Cordillera, — la figura «noble y viril del

M e n d o z a . — Una avenida de la Escuela de Agricultura

Aníbal americano: el General San Martín. El pedes­tal de esta magnífica obra escultórica y arquitectónica está esculpido con bajos y altos relieves. Allí, con riqueza asombrosa de detalles, se reproducen los pasa-

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jes más culminantes de la actuación del Gran Capitán y de la travesía*»de los Andes por las tropas argenti­nas. De un lado aparece el fraile Beltrán dirigiendo la construcción de cañones; por la parte posterior el me­morable acto de las damas mendocinas entregando sus alhajas para aumentar los fondos destinados á la heroica campaña, y, por la parte opuesta, el ejército en marcha por la Cordillera conduciendo cañones y materiales de guerra á lomo de muía y en carretas de bueyes. Al frente los granaderos á caballo en hermo­sos altos relieves de soldados valerosos que forman la guardia de honor al intrépido general San Martín.

Se trata de un monumento grandioso y digno, en verdad, de la brillante página histórica que simboliza. Fué concebido y ejecutado por el escultor uruguayo Juan M. Ferrari, quien ya se ha hecho conocer en algunas otras obras históricas de igual naturaleza, te­niendo como colaboradores al escultor oriental Oliva y argentinos Cerini, Calestri, Gadino y Guasüni.

Para llegar al Cerro de la Gloria con las facilidades de hoy, se ha invertido mucho dinero. El viaje resulta breve y espléndido. Se han construido caminos espe­ciales para automóviles — uno ascendente y otro des­cendente — como aquellas rutas admirables de los viejos castillos de Francia. Arriba existe una amplia meseta, de casi media manzana de extensión, toda pa­vimentada de mosaico y con artística baranda de ce­mento. Desde esa altura se domina el soberbio pano­rama de las montañas formando una ininterrumpida cadena de graníticas moles por el frente, y la ciu­dad de Mendoza, activa, bella y cuidada, por la parte posterior. Quizá en esa variante tan rápida como

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hermosa, resida el mejor monumento de todo el terri­torio de la República, desde que allí, elocuente y muda, intraducibie pero grande, la naturaleza agreste y ca­prichosa se coloca frente á frente del hombre que transforma y labora, en un magno torneo de estética y prepotencia. Y á decir verdad, el espíritu se recoge

Guaymal ién . — Parrales de T i r a s s o

indeciso, cohibido, como en éxtasis místico, sin atre­verse á elegir entre la obra del hombre y la obra de Dios.

Resultan también dignas de visitarse las ruinas de los viejos templos de San Ignacio y San Agustín que fueron derribados por los violentos terremotos que azotaron la región en aquel memorable año de 1861. Son escombros maltratados por las lluvias y la intom-

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perienpero que conservan, á través de la imaginación creadora, todo el simbolismo de una era legendaria, entre cuyas vicisitudes y zozobras se armó el pedestal de la nacionalidad con elementos imperecederos.

En fin, la ciudad de Mendoza es una joya de inesti­mable valor que, desgraciadamente, desconocen mu­chos argentinos. Allí, el progreso asimila con facilidad asombrosa. La naturaleza ha sido pródiga al obse­quiarle, con ciertos brochazos que pueden ser ostenta­dos como blasones de grandeza positiva. Y si á ello, se agrega la actividad productora que en su seno se desarrolla, la acción feliz de sus autoridades ediles, y el afán de mejoras que empeña á todas las clases so­ciales, es dable vislumbrar—para días no lejanos —la metrópoli asombrosa que ya se diseña nítida en el horizonte de su porvenir...

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DE MENDOZA A LAS CUEVAS

Una hora después que llega el tren internacional — 6 y 20 a. m. y 7 y 45 cuando sólo llega hasta Puente del Inca — el andén y galerías de la estación presentan original y extraordinario movimiento. Los pasajeros se empeñan en tomar los mejores asientos, sin advertir que para ello es necesario requerir primero el número que fija la boletería, evitándose, por este medio, las con­fusiones y tumultos naturales délas precipitaciones. Se ha implantado ese sistema á fin de dar cómoda ubica­ción y conocer el número de personas que ha de con­ducir el convoy, pues éste circula generalmente con pocos coches debido á las pendientes que necesaria­mente debe ascender durante la trayectoria. Para los que van directamente á Chile se destinan dos ó tres salones especiales, y otro, de igual categoría, para los que llegan solamente á las intermediarias de Cacheuta y Puente del Inca. Felizmente, entre la llegada del tren de Buenos Aires y el que sale para la Cordillera, existe tiempo suficiente para allanar las pequeñas con­trariedades, bien explicables por cierto, si se tiene en cuenta el deseo de la empresa de satisfacer las. exi­gencias de los pasajeros.

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El convoy pequeño y estrecho, en comparación con los de trocha ancha, espera listo para emprender la marcha, mientras la locomotora vibra con rumores pal­pitantes bajo la acción expansiva del vapor que escapa bramando por sus fauces.

El tren parte. Se compone casi siempre de la loco­motora, tres coches de primera clase y el salón restau­rant. El tren con el furgón de equipajes y coches de 2 a clase sale veinte minutos antes para alivianar la tracción de ascenso. Por breves momentos marcha por entre verdes é interminables viñedos que la vista no alcanza á dominar, mientras el sol claro de la ma­ñana los inunda con raudales de luz. El camino des­cribe gran círculo para alcanzar los cerros y embocar el río Mendoza, cuyo cauce costea por varios kilóme­tros. Después de la estación Blanco Encalada, desde donde se domina á las 7 a. m. toda la cadena del Aconcagua, Tupungato, Maipo y Juncal, la vía dobla resueltamente hacia el Oeste y corre en sentido para­lelo al río, cuyas aguas turbias y revueltas avanzan presurosas en dirección á la ciudad, para llevar el caudal de su riego. Se llega así á Cacheuta donde existe un hotel frecuentado por viajeros que van atraí­dos por el prestigio de las fuentes termales. Este pa­raje dista solamente 39 kilómetros de Mendoza y en la trayectoria se emplea 1 hora y 35 minutos.

La diferencia de nivel entre estos dos puntos es de 489 metros. Cacheuta se encuentra á 1245 metros sobre el nivel del mar. Bien se comprende que el que inte­rrumpe su viaje á esta altura del camino, lo hace antes de haber llegado á la región soberana de la Cordillera, sin haber podido contemplar los extensos panoramas

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que se van abriendo á medida que el tren se interna por el seno de las montañas. Puede decirse que de Cacheuta en adelante, recién empiezan á descubrírselas

Puente del Inca

cadenas de cerros, y los altos picos se suceden en pro­gresión ascendente. El valle se ensancha ó se estrecha flanqueado por sierras cuyas rocas de composición y aspecto diferentes, ofrecen variados colores. El río se desliza rápidamente en dirección opuesta á la que sigue el tren y el murmullo de las aguas rodando so-

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bre lechos de piedra llega sin cesar al oído de los pasajeros que se solazan en su contemplación. Pronto se llega al valle de Uspallata tan espléndido y ex­tenso, que, al decir de un autor, bien podría ser el asiento de populosa ciudad, y es en aquel punto donde converge el camino que siguiera desde Men­doza la división del ejército libertador confiado al ilustre coronel Las Heras, en la memorable campaña que, á través de los Andes, concibiera el genio del Ge­neral San Martín.

En este valle se encuentra ubicada la estancia de los señores Benito Villanueva, José Manuel Correas y Carrasco, chileno éste último. Él establecimiento ganadero comprende, según datos que nos han pro­porcionado, alrededor de doscientas leguas, de las cuales, 5000 hectáreas, entre el puesto San Alberto y la estancia principal, están alfalfadas.

Después de varias horas de viaje por entre eleva­das sierras tan cercanas al riel que bastaría sacar el brazo por la ventanilla para tocar la roca viva, la vista parece descansar al tenderse sin obstáculos so­bre la serena superficie del valle, en cuyo flanco iz­quierdo corre el río del mismo nombre que'_ lleva el tributo de sus aguas al río Mendoza, arteria principal de toda la región.

"Veinte kilómetros más adelante, á la altura del 110, el valle vuelve á estrecharse y el tren parece que corriera, por momentos, en un círculo sin salida. A veces se aproxima tanto á los cerros que apenas quedan separados por el cajón en cuyo fondo se pre­cipita el río con imponentes rumores. Para salvar los obstáculos, la vía ha tenido que perforar la montaña

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y abrirse paso á su través. Sigue costeando el ba­rranco á cuyos pies acompaña el torrente, tan cerca de sus bordes que los estribos de las plataformas se deslizan por encima del precipicio. Así se marcha por largos trayectos, y como es frecuente que en las curvas, siguiendo leyes físicas, los rieles no descansen sobre un mismo plano, el desnivel hace inclinar los coches en el sentido del cajón del río y entonces pa­rece que el menor accidente hará precipitar el con­voy en el abismo, cuyo fondo se ve á ochenta ó cien metros. El que no esté habituado á estas impresio­nes, se siente sobrecogido de inquietud y como bus­cando alivio á la tensión que le domina, aparta la vista del caos. Pero esta impresión dura poco, pues vuelto á estrechar el tren entre la montaña de un lado, y el cauce del río por otro, se reproduce la suce­sión de emociones. Puede decirse, en verdad, que al irse aproximando á la región en que la Cordillera despliega la majestad de su grandeza, el alma vibra estremecida por un sentimiento de admiración que hasta entonces había permanecido dormido en la caracterís­tica y apacible tranquilidad de los hijos de la llanura.

A poco andar se empieza á contemplar las nevadas cumbres que, alzándose hacia la bóveda del cielo, parecen hendiría con sus agudas flechas, envueltas en atmósferas diáfanas y luminosas. El tren pene­tra triunfalmente en la región central, dejando tras sí las cadenas de cerros que, degradando progresiva­mente hacia el oriente, van á confundirse con las lla­nuras infinitas de la pampa. El convoy llega á 2135 metros de altura sobre la estación Río Blanco. A la izquierda de la vía se abre un desfiladero por donde

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desciende el río del mismo nombre, de claras y espu­mosas aguas. Como todos sus similares van á des­aguar en el río Mendoza, constituyendo uno de los más interesantes espectáculos la conjunción con la arteria principal.

Antes de llegar á la estación Zanjón Amarillo, el valle vuelve á ensancharse y el río corre bifurcado por sobre ancho lecho de cantos rodados. Desde la barranca por donde se desliza el tren, pueden verse los vestigios ó ruinas de un gran caserío, formado por numerosas construcciones de piedra, muy amplias al­gunas, y pequeñas otras, que según los' viejos mora­dores del paraje, fueron levantadas por los soldados de Las Heras para descansar sus fatigas durante la gloriosa travesía de los Andes, cuando llevaban en la punta de las bayonetas y en el aliento de su fuerza la libertad definitiva del Continente Americano.

La estación Punta de Vacas, que ocupa los límites de la alta cordillera (2395 metros sobre el nivel del mar) es uno de los parajes más interesantes del ca­mino, pues en sus proximidades pueden admirarse paisajes de sin igual belleza. Es allí donde á poca distancia uno de otro, convergen de distintos r*umbos los ríos Tupungato y de las Vacas, para formar con el de Las Cuevas el torrentoso río Mendoza. La que­brada del Tupungato, á cuyo fondo se levanta la gigantesca mole del extinguido volcán, se abre á la izquierda, hacia el S. O., ofreciendo un aspecto in­hospitalario y sombrío. Parece que en épocas re­motas esa región hubiera sido teatro de convulsiones y cataclismos terribles. Los obscuros cerros, sacu­didos desde sus entrañas por conmociones horroro-

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sas, aún muestran los desgarramientos que dejaron las moles al desprenderse de las cúspides. Un aire de desolación salvaje se siente correr á lo largo de la quebrada, como si brotara de una región siniestra.

El Puente del Inca cubierto d e h ie los

Es imposible contemplar con sereno espíritu ese des­filadero que, aún bañado por la luz, parece envuelto por las sombras y en el que no se puede penetrar sin sentir un hálito misterioso que congela. La única nota serena que amengua el aspecto salvaje de ese

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profundo y agrietado seno, la da el río Tupungato que, serpenteando por entre rocas y descolgándose en cascadas sonoras, cae turbulento al valle, trayen­do al río de Las Cuevas las aguas desprendidas del coloso, que es una fuente inagotable. Al unirse los dos torrentes, puede observarse un fenómeno que atrae la atención del viajero, pues la plateada franja délas aguas del Tupungato corre sin confundirse en un largo trecho con las plomizas obscuras y revueltas del otro, como si una línea insalvable las separara haciendo destacar el contraste de sus colores. A poco de trasponer la bifurcación y sobre los montes de la izquierda, se advierten en alto grandes yacimientos de mármol verde.

Desde antes de llegar á Punta de Las Vacas, á la altura del kilómetro 135, la pendiente del valle es más violenta y el tren entra en cremallera para fa­cilitar su marcha hacia las cumbres.

Entre Las Vacas y Puente del Inca diez minu­tos antes.de llegar á este punto se puede admirar, hacia la izquierda y en dirección al Sur, la que­brada de los Penitentes, en una de cuyas escarpadas laderas se levanta el famoso cerro del mismo nombre. Está coronado por una meseta que adopta el aspecto de templa gótico, circundado por innumerables colum­nas terminadas en arcos ojivales, hacia el cual se en­caminan, avanzando por la inclinada pendiente, como en piadosa y eterna peregrinación, el grupo de los Penitentes, peñascos aislados, agrupados en columna, que en invierno se cubren de nieve como si los envol­viera con el blanco manto de los dominicos. Es este uno de los mayores atractivos de la comarca y cons-

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tituye, para los huéspedes de Puente de Inca, el pa­raje predilecto de excursiones, por lo que nos ocu­paremos detenidamente de él en otro lugar. Por la quebrada desciende impetuosamente el arroyo de los Penitentes, que no es otra cosa que una sucesión de cascadas espumosas, en cuyas aguas lá clara luz del sol se quiebra con tonalidades de vivos matices.

En adelante, el camino vuelve á ensancharse, y el tren entra en lo que puede llamarse el valle del Inca, al final del cual se encuentra el puente del mismo nombre, hermosa manifestación de la naturaleza, que se ha formado en el transcurso de los años, por sobre el río de las Cuevas.

A la 1 y V4 de la tarde, después de 7 horas de in­teresante marcha, la locomotora se detiene en la esta­ción Puente del Inca, término del viaje para los que no van á Chile.

Los que viajan en el tren internacional, pueden ad­mirar entre aquella estación y Las Cuevas la sección más amena del trayecto que media entre Mendoza y la real Cordillera. Entre aquellos dos puntos, es donde la naturaleza, descubriendo toda su grandeza, ha opuesto al hombre dificultades casi insuperables, antes de ser vencida por esa triple línea de acero que, ascen­diendo empinadas pendientes, ó deslizándose por rápi­dos declives, surcando ríos, salvando abismos, abriendo túneles y eternamente flanqueada por altos cerros, ha logrado penetrar hasta el oculto corazón de la montaña.

A pocos cientos de metros de la estación Puente del Inca, la vía cruza por un alto y elegante puente — sobre el río délos Horcones —y continúa abriéndose camino por entre una serie de pedregosas colinas de ochenta á

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cien metros de altura que ocupan la superficie del va­lle entre el cajón de las Cuevas, el de los Horcones, y las montañas que los circunscriben. La quebrada de este nombre se abre á la derecha de la vía y á su fondo puede contemplarse uno de esos panoramas que se graban en nuestros recuerdos con fuerza impe­recedera: es el majestuoso Aconcagua, el rey sobe­rano délas cumbres, el más alto centinela de la cadena gigantesca que, arrancando del itsmo de Panamá, reco­ce la América de Norte á Sur, hasta la tierra del Fuego.

El tren, ascendiendo lenta y trabajosamente, per­mite, en breves minutos, tender la vista por la que­brada y contemplar ávidamente la enorme silueta del coloso que se eleva como desafiando al cielo, cubierta de inmaculadas nieves. Puede admirarse, por abajo del cono de la cima, un ventisquero cortado vertical-mente, cuya masa de hielos no puede tener menos de 100 metros de espesor.

Transpuestas las colinas de que hemos hablado an­teriormente, el valle se estrecha tanto entre las altas montañas que le flanquean, que ya no se le puede de­nominar sino con la designación de Cajón de las Cuevas que le dan los pocos habitantes de la región.

El tren se oprime contra las rocas, á la derecha, mientras que, á la izquierda, se precipita el cauce del río, de cuyo lecho se levanta la montaña perpendicu-larmente.

Enormes piedras, desprendidas de la cima, en al­gunas de esas convulsiones ciclópeas que han agitado el seno de los cerros, ó en desgarramientos ocasiona­dos por los hielos, se han detenido por la ladera y amenazan precipitarse; mientras que otros, en gran

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cantidad, reposan sobre el lecho del río, interrumpien­do las corrientes.

La caída de esos peñascos, desde tan colosales altu­ras, es un espectáculo impresionante que no ocurre,

Puente del Inca. — Interior

felizmente, con frecuencia, según dicen los habituales viajeros de la región. Más frecuente es presenciar la caída de grandes blocks de hielo, que se descuel­gan desde cientos y miles de metros, rodando con furiosa rapidez hasta el fondo del río, y es tal su

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fuerza de impulsión, que rebotando en el pedregoso lecho ascienden los 50 á 80 metros de la barranca opuesta, para chocar con la muralla de otros cerros.

Esto no debe tomarse por una exageración del cro­nista, ni por un producto de su fantasía, pues hemos podido observar los efectos terribles de esos desgarra­mientos de los hielos en uno de los numerosos gal­pones que ha sido necesario construir antes de llegar á Las Cuevas, para proteger la vía de las tempes­tades de nieve que caen casi sin interrupción durante muchos meses del año.

El ingeniero Hughes, que la empresa ha destacado en la sección más abrupta de la Cordillera, nos enseñó los destrozos causados en el galpón número 4 por uno de esos blocks caídos durante el invierno de 1914. Ese galpón tiene una longitud de 1250 metros y su armazón está formado por parantes dé madera dura de 12 pulgadas de espesor, enclavados en la roca viva, á cuatro metros de distancia uno de otro. Las vigas y los travesanos son igualmente de madera dura del Chaco y de Santiago del Estero, y toda esa construcción, cubierta de chapas de hierro y hecha al parecer para resistir triunfante las más rudas inclemencias de aquella agreste naturaleza primitiva, no es sino una débil valla ante el empuje irresistible de las avalanchas desprendidas de las cumbres ó de sus flancos. El galpón número 4, decíamos, pre­senta aún los destrozos ocasionados por una de esas avalanchas. El block rodando vertiginosamente cayó al cajón del río con fuerza tal que, rebotando cual si fuera una pelota de goma, subió la barranca de ochenta metros de altura de la ribera opuesta y fué,

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á chocar violentamente con la pared del galpón que se levanta al borde mismo del barranco, para destro­zarle cual si hubiera sido de frágil vidrio, en una superficie de 60 metros cuadrados. Cuando nosotros realizábamos esta excursión, aún permanecía el bo­quete abierto, y las gruesas vigas habían sido rotas y astilladas como débiles tallos de caña.

Si tales efectos causa un block de hielo, puede cal­cularse los que hará uno de esos peñascos enormes que parecen próximos á rodar, pero que, felizmente, permanecen inmóviles en la cuesta, adheridos á ella por la fuerza poderosa de su propio peso.

La nieve que se acumula en esta región durante el invierno y los primeros meses de la primavera y del otoño, cubre con un espesor de muchos metros el desfiladero abierto entre los cerros, por donde corre la vía, y el cauce del río desaparece bajo aquel espeso manto, lo mismo que el riel y los galpones. Du­rante el último invierno, aquellos han soportado una presión de 4000 kilos por metro cuadrado. Excusado es decir que en estas condiciones, todo tráfico queda totalmente interrumpido, lo que ocurrió durante cinco meses consecutivos del año 1914, lográndose dejar ex­pedida la vía después de rudos y constantes trabajos dirigidos por los ingenieros de la línea.

A l a altura del kilómetro 170, paraje denominado Las Leñas, y á 300 metros de distancia de la vía hacia la derecha, se abre, al nivel del valle, la cuenca de un río subterráneo que brota de las entrañas de la sierra y que es originado por las infiltraciones internas en la época de los deshielos.

En el costado opuesto de la vía se ve una que-

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brada imponente, entre dos altos cerros de empina­dos flancos: es el boquete de Navarro, de aspecto tan abrupto y siniestro como el del Tupungato. En el fondo, se explota una mina de cobre y para llegar á ella se recorre una senda inverosímil, cuya línea se dibuja apenas perceptible en la escarpada ladera y á muchos cientos de metros de altura. Las muías, car­gadas de mineral, recorren esa vía estrecha y audaz, en la cual bastaría el más ligero desliz para desbarran­carse inevitablemente al profundo abismo.

Por fin se llega á Las Cuevas, última estación, como hemos dicho, del lado argentino, pues á dos kilómetros de ella se levanta ya la muralla de la ca­dena real, que podríamos llamar con propiedad el espinazo de la Cordillera. Como allí se hace el cam­bio de locomotora y el personal de la empresa chilena sustituye al de la argentina, el tren se detiene en aquel punto largo rato. Esta larga parada permite descender á los viajeros para observar mejor los detalles salientes del grandioso cuadro que ofrece la montaña de aquel lugar. Muchos bajan con sus máquinas fotográficas y toman interesantes vistas para recordar el paso por aquellas alturas. . El aire que allí se respira es seco y fuerte y un vien­to siempre fresco trae los efluvios de las nevadas cimas que rodean el paraje. Al frente, hacia la derecha, puede contemplarse la maciza cumbre del Tolorsa, con sus flancos y agujas eternamente cubiertos de hielo.

No menos imponente es el aspecto de los cerros.que levantan sus perfiles irregulares á la derecha de la vía, detrás de la estación, los que han sido agita­dos en épocas no lejanas por convulsiones y sacu-

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Hote l Puente del Inca

dimientos extraordinarios. La montaña, arrancada con estrépito de su eterno reposo, se desgarró violenta­mente, y enormes trozos desprendidos de la cima rodaron por sus faldas, y quedaron enormes blocks descansando sobre peligrosas pendientes.

Los habitantes del lugar refieren que, cuando el terrible terremoto de 1861, fué asolado un campa­mento que se había levantado próximo al sitio que hoy ocupa la estación, y hombres, mujeres y niños, al propio tiempo que animales y carros, fueron aplas­tados por la avalancha de rocas desplomadas de lo alto. Fué tan espantosa' aquella catástrofe que nadie pensó en que bajo aquel confuso hacinamiento de piedras hubiera podido quedar alma viva, y hoy to­davía puede contemplarse informe montón de aque-

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Has, que no fué posible remover para buscar las víc­timas.

El nombre de Valle de las Cuevas, como se le deno­minaba antiguamente, tuvo su origen en varias casas de piedra que existieron á principios del siglo XVIII, levantadas por los indios que capitaneaba el cacique Pehuenche Antipon, el cual tenía su sede en Valle Hermoso.

Estas construcciones aún se conservaban en pie cuando el explorador Dubois llegó hasta allí, en Ja primavera de 1803.

En Las Cuevas hay oficinas del Telégrafo y del Co­rreo Nacional, instaladas en sólidas construcciones de piedra; y un hotel con alojamiento que reúne pocas comodidades, pero donde se puede almorzar acepta­blemente. La proximidad de Puente del Inca, con hotel de primer orden, hace completamente innecesario-instalar en Las Cuevas otro en mejores condiciones.

Frente á Las Cuevas está el paso de la Cumbre, el camino legendario entre las pampas de Cuyo y del Plata, de un lado, y los valles chilenos del otro. El perfil de la cadena principal tiene allí una elevación de 3998 metros y en esa meseta se encuentra ubicada la estatua del Cristo Redentor que señala la línea divi­soria entre las dos repúblicas.

A dos kilómetros y medio de la estación Las Cuevas se abre la boca del gran túnel que perfora la cadena principal de la Cordillera y cuya longitud es de 3200 metros.

A la entrada del túnel está situada la Comisaría de policía de Las Cuevas, que ocupa un vasto edificio de madera, hierro y cemento, construido como para resis-

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tir las inclemencias de aquella naturaleza agreste y salvaje, no obstante lo cual, conserva aún los rastros indelebles de temporales pasados. Oficinas, familias, personal y animales de servicio, pueden alojarse y per­manecer allí á cubierto de la nieve que cae en abun­dancia y se deposita en espesas capas durante varios meses del año.

Llama la atención el personal de aquel intrépido destacamento. Puede decirse que son los cóndores de la policía mendocina, y en honor de la administración provincial, debe declararse que ha sabido elegir un conjunto de hombres que elevan el espíritu nacio­nal. Tipos varoniles y resueltos, habituados á desa­fiar las furias de los elementos, y á jugar la vida en todo instante, son hermosos ejemplares de la raza viril y sana que afronta los peligros y domina la adversidad.

Todo el personal de la Comisaría es argentino, for­mado por hijos de las provincias que comprendieron la vieja gobernación de Cuyo.

El Comisario, don Tomás Ugarte, de San Juan, es un hombre que goza de consideración en la extensa jurisdicción que le está señalada, desde el valle de Uspallata hasta la Cumbre. Tiene prestado 16 años de servicio á la policía mendocina, 9 en la Capital, y el resto en la región que acabamos de señalar.

Es edificante para el sentimiento nacional encontrar á esas alturas, y en tan apartadas regiones, un exponente homogéneo de la cultura alcanzada por nuestro país.

Terminaremos estas líneas con algunos datos esta­dísticos sobre esta atrevida línea férrea que, después de una larga expectativa, fué librada al servicio de transportes, éntrelas Repúblicas Argentina y de Chile.

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Tras de muchas vicisitudes á que no fueron aje­nos los prejuicios que de uno y otro lado de los Andes alimentaba una susceptibilidad nacional mal entendi­da, don Juan E. Clark logró firmar con los gobiernos argentino y chileno en 1872 y 74, respectivamente, los contratos para la construcción del Ferrocarril Trasandino por los valles de Uspallata y de Aconca­gua, que debía ligar por el riel las ciudades de Men­doza y Santa Rosa de los Andes.

La construcción principió de Mendoza á Uspallata el año 1889, siendo inaugurada la línea en 1891; de Uspallata á Río Blanco se inauguró en Mayo de 1892; la prolongación á Punta de Vacas en Mayo de 1902; de este punto á Las Cuevas en Marzo de 1903; la prolon­gación final á la cumbre, trasponiendo el túnel, en Marzo de 1910, siendo inaugurado en el mismo año.

La longitud total de la línea en territorio argentino es de 178 kilómetros 916 metros. El ascenso total es de 2433 mts. entre Mendoza (756 mts.) y el punto máximo de la línea 3189 mts.

Las alturas principales son: En Punta de Vacas 2395 mts. 38 cts.; en Puente del Inca, 2719 mts. 28 cts.; en Las Cuevas 3150 mts. 53 cts.

El largo total de la cremallera (sección argentina) es de 14.104 mts. ó sea 14 kilómetros 104 mts.

La rampa media en cremallera es de 50 metros por kilómetro; la rampa máxima en la misma distancia es de 61 metros.

El largo total de los galpones de defensa contra las nieves es de 2553 metros.

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PUENTE DEL INCA

El largo trayecto de 163 kilómetros comprendido entre Mendoza y Puente del Inca tiene atractivos y panoramas suficientemente grandiosos para impre­sionar vivamente el espíritu del viajero más indife­rente; pero es indudable que, desde el tren, no se pueden abarcar las infinitas bellezas de las montañas que desfilan en rápida sucesión, como una cinta ci­nematográfica selecta y primorosa.

Los cerros encierran aún muchos secretos que son, tal vez, fuentes de futuras industrias que llevarán vida y riqueza á aquellas apartadas lejanías.

Pero, apartándonos de ese género de consideracio­nes, ajenas, aunque no indiferentes, á los propósitos que nos animan, diremos que el turista no puede contentarse con pasar de largo mirando desde el tren que corre casi sin detenerse, aquella sucesión interminable de cuadros en que la naturaleza parece haber concentrado las manifestaciones de su gran­deza, su magnificencia y esplendor.

Es por eso que, la instalación de un lugar de estadía para los excursionistas en el seno de aquellas esplén­didas altiplanicies, dejábase sentir como una necesi-

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dad imperiosa. La naturaleza misma parecía indicar que un establecimiento de tal naturaleza debía le­vantarse en Puente del Inca.

Así se ha hecho con acierto indiscutible. El paraje no puede ser más encantador; y el que

ha llegado una vez, permaneciendo varios días, ten-

Valle del Inca

drá para siempre la obsesión irresistible de volver. Es un sitio escogido y ameno; un rincón paradisiaco en medio de las agrestes irrupciones de la montaña.

A 250 metros más ó menos de la estación y so­bre la ribera misma del correntoso río de las Cue­vas, se levantan las esbeltas construcciones del Ho­tel Puente del Inca, establecimiento modelo en su género, cuyas excepcionales condiciones son poco conocidas entre nosotros.

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No es solamente un sitio de recreo y placer, sino una estación termal importantísima, cuyas aguas, de prestigios indiscutibles desde tiempo inmemorial, poseen óptimas condiciones medicinales.

En las regiones de la alta y precordillera se nota con frecuencia la presencia de fuentes minerales que han sido sometidas á prolijas investigaciones. Los ensayos realizados han podido determinar el posible contenido, de materias radio-activas.

Las fuentes termales de Puente del Inca provie­nen de la formación de los conglomerados de edad neocomia (según Schiller). Las aguas son saladas; muy ricas en gases y la presencia de una irradia­ción radio-activa en ellas, ha sido constatada.

Según experiencias realizadas por el Dr. F. Rei-chert, parece que el único portador de la materia activa es el gas, y los efectos terapéuticos de los baños termales se deben al contenido de una exce­lente proporción de arsénico.

Atraídos por las condiciones saludables de esas fuentes que brotan á borbollones de la base del ce­rro, al borde mismo del río, y al pie del famoso puente que da nombre á la región, han acudido numerosas personas que después fueron grandes pro­pagandistas de las maravillosas virtudes de aquéllas. Así se fué cimentando la fama de esas termas, y durante muchos años los afectados de reumatismo que allí llegaban, al cabo de largos y penosos viajes, tenían que construirse por sí mismos sus viviendas con piedras cubiertas por las ramas de los arbustos que abundan en el valle, á falta de un establecimien­to adecuado, en aquellas épocas.

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El Hotel Puente del Inca vino pues, á satisfacer esa necesidad.

Para llegar á él desde la estación, se sigue en suave pendiente un camino bien cuidado y se pasa sobre el famoso puente que la naturaleza, en el co­rrer de los años, ha tendido entre ambas orillas del torrentoso río. Es él, uno de los principales atracti­vos de aquellos parajes. No es una roca granítica, como pudiera creerse por su aspecto y por su enor­me volumen, sino que, como hemos dicho, las aguas que en abundancia brotan perennemente de las ver­tientes que surgen entre las piedras, contienen sales que con el aire se congelan y que, petrificándose por la acción del tiempo, forman la materia sólida y compacta de la roca, de la que cuelgan estalacti­tas que ofrecen, con su caprichoso aspecto, la vista más pintoresca y encantadora.

En cuanto á su nombre lo debe, según la tradi­ción, á que por allí pasaban los indios que de á pie llevaban los tributos que los hijos del sol pagaban al Inca, que residía, como se sabe en la vieja ciu­dad de Cuzco, en el Perú. El antiguo camino exis­te todavía, y es el que á veces adoptan los collas de Bolivia que suelen verse en los pueblos y en los va­lles andinos vendiendo remedios vegetales y polvitos milagrosos.

Pasando el puente, que tendrá 50 metros de largo por 15 de ancho, 5 de espesor y 40 de alto, se llega al Hotel edificado sobre una plataforma que regula el desnivel de la pendiente, entre el cerro y el cajón del río. La construcción es toda de piedra, y las maci­zas y sólidas paredes, pueden resistir fácilmente las

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Puente del ferrocarril en el Valle I n c a ; el Cerro de la B ó v e d a al f o n d o

dores en que está situado; pero estando destinado este libro á ilustrar al viajero en todo aquello que puede contribuir á facilitarle un viaje á los parajes que se indican, nos parece que es de oportunidad agregar datos é informes sobre sus comodidades y ré­gimen interno.

Al frente de ésta avanza la amplia galería de in­vierno, espaciosa sala de 20 metros de largo por 5 de

espesas capas de nieve que se depositan en el in­vierno sobre los techos.

Las fotografías que acompañan esta descripción pueden dar una idea más ó menos exacta del as­pecto exterior del edificio, y de los hermosos alrede-

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ancho. Contiguo á ella el hermoso comedor, de co­rrecto estilo inglés, y en ambos extremos del salón otros dos, más pequeños, que son comedores para fa­milias. A la derecha de este cuerpo, y en un plano inferior, está el gran vestíbulo de entrada, los escri­torios, la caja, el consultorio médico y el hall que comunica con la galería subterránea que conduce á los baños.

Los departamentos para pasajeros están distribuidos á ambos lados de largas galerías y provistos de cuar­tos de baños para hombres y señoras. El mobiliario de estas habitaciones, sin ser lujoso, es elegante y moderno, reinando en todos los detalles la higiene más exigente.

Los departamentos de lujo para familias están al frente, en el piso alto. Cada uno de ellos posee de­partamento anexo para sirvientes.

En la planta baja, y sobre el ala izquierda del edifi­cio, está el salón de billares, una sala de señoras, el salón de fiestas, la peluquería y el bar.

Los departamentos están iluminados eléctricamen­te, para lo cual se ha instalado una usina á vapor que genera corriente para luz y fuerza.

El departamento de cocinas es amplio y cómodo; la higiene se advierte en todos los detalles. Las bo­degas y despensa están en excavaciones y abundan­temente surtidas de vinos, licores, conservas y comes­tibles de toda especie. Son verdaderos almacenes al por mayor, y se explica esa cantidad de provisiones para responder á los gustos más exigentes y á las circunstancias más imprevistas, por lo apartado que se encuentra de los centros de adquisición.

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La panadería es otra de las secciones interesantes del establecimiento. La fabricación se hace por pro­cedimientos mecánicos y en abundancia, pues no solo provee á las necesidades del hotel sino también de la región y al servicio de coches restaurants de la lí­nea del Trasandino. Lo propio se hace con la car­ne, cuya distribución está confiada á la adminis­tración del hotel. Las reses son proveídas por otra sección déla importante empresa, que bajo la deno­minación de « Compañía de Hoteles Sudamericanos » explota el establecimiento de que nos venimos ocu­pando, otro en Bahía Blanca, y el servicio de restau­rant en las líneas del F. C. al Pacífico y Trasandino.

El personal de servicio en el hotel Puente del Inca consta de 80 personas, comprendiendo empleados, ca­mareros, mozos de comedor, capataces, mecánicos, co­cineros, panaderos, electricistas, etc. Este numeroso personal ocupa un pabellón independiente del edifi­cio principal.

Una nota característica y simpática la constituye el ambiente de cordialidad que se establece entre los viajeros desde que llegan hasta que abandonan, no sin sentimiento, aquella casa que parece ser una pro­longación tibia y amable del hogar.

De ella se ha desterrado por completo la etiqueta y con frecuencia se organizan excursiones á las sierras. Participan de éstas numerosos huéspedes, contagiados de un entusiasmo que todos experimentan con frui­ción y que se infiltra como el aire vivificante y fuerte que se respira. Alegres grupos de señoras y niñas, ancianos y jóvenes, cabalgando en pacientes muías, salen en las primeras horas de la mañana,, bajo los

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auspicios serenos de un tibio sol, constituyendo ani­madas caravanas que con sus alegres rumores van á interrumpir la silenciosa quietud de los valles, y á confundir sus expansiones frescas y ruidosas con el eterno murmullo de las aguas que discurren sin ce­sar por tortuosos lecbos de piedra.

Las veladas se pasan agradablemente y en medio de la más franca cordialidad. Las familias se reúnen, generalmente, después de comer, en el elegante salón del ala derecha, donde se hace música, representacio­nes, conferencias, ó bien, se baila.

La propiedad de Puente delinca, deriva de la so­ciedad explotadora que se constituyó hace próxima­mente treinta años, con asiento en Valparaíso, siendo administrador don Carlos González de Mendoza. Años después, el señor Kuffre que había explorado una gran parte de la región, obtuvo la concesión del Go­bierno argentino para explotar libremente las zonas inmediatas, donde existían yacimientos de cobre, plata, y hasta oro; pero esto último en escasa proporción. La explotación duró algunos años sin mayores resultados, hasta que el ferrocarril al Pacífico adquirió los terre­nos limítrofes. Tiempo después, por intermedio de la Compañía Sudamericana que se constituyó más tarde, y á iniciativa déla misma empresa ferrocarrilera, se eri­gió el Hotel del Inca. Con el fin de encauzar el mo­vimiento comercial y turista hacia esas regiones, el Go­bierno Nacional acordó la suma de 15.000 $ m /n para la construcción de un camino carretero, y de ese traba­jo fué encargado el ingeniero B. Willis, quien lo llevó á buen término. Desgraciadamente, y aun á pesar de existir una partida en el presupuesto para gastos de

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reparaciones, estas no se llevan á cabo. Actualmen­te, el capital de la Compañía poseedora del Hotel Puente del Inca y sus dominios, es de 1.000.000 $ m /n.

Los campos, que pertenecieron al señor Thompson, fueron adquiridos hace cinco años por la empresa. Solamente en la construcción del túnel pasaje á los baños termales se emplearon 300.000 $ m/n.

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AGUAS TERMALES

La ciencia médica, ha encontrado los mejores com­ponentes en las fuentes naturales de la Cordillera, muy especialmente en lo que se refiere á las termas del Inca.

En estas aguas, según análisis practicado por el Dr. Ducloux, se encuentra litio; se pueden colocar entre las cloruradas sódicas y sulfatadas. El Dr. Arata las comparó á las de Kissinguen, en Baviera.

Su acción regeneradora sobre la sangre, debida al hierro que contienen y la acción del ácido carbónico, las hace utilizables en algunas enfermedades de la piel, reumatismo, afecciones óseas crónicas, gota, cálculos hepáticos, amenorrea, leucorrea, y en general, en todos los padecimientos propios á una diátesis artrítica ó herpética..

Pertenecen á las aguas clorosulfatadas. El Dr. Qui-roga constató la presencia de litis. Se las emplea en los reumáticos, etc.; son contraindicadas en los es­tados patológicos avanzados del sistema circulatorio.

Los resultados cuantitativos de la radioactividad de los gases y aguas termales del Puente del Inca, están contenidos en el siguiente cuadro (Tornow):

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GASES. — Baño Venus. — Voltios por hora y li­tro, 132,3;

Unidades Mache U. E. 103, 2,567. Baño Champagne. — Voltios por hora y li­

tro, 132,8; Unidades Mache U. E. 103, 2,576. Baño Minerva. — Voltios por hora y li­

tro, 222,0; Unidades Mache U. E. 103, 4,307.

AGUAS. — Baño Venus. — Voltios por hora y li­tro, 24,0;

Unidades Mache U. E. 103, 0,466; tempera­tura en grados centígrados, 35°4.

Baño Champagne. — Voltios por hora y li­tro, 23,5;

Unidades Mache U. E. 103, 0,456; tempera­tura en grados centígrados 35°4.

Baño Minerva. — Voltios por hora y li­tro, 35,0;

Unidades Mache U. E. 103, 0,678; tempera­tura en grados centígrados, 35°06.

La tarifa por cada baño es de un peso moneda nacional, pudiendo permanecer en la. pileta hasta me­dia hora. Por serie de 12 boletos se cobra 12 $ m / n .

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CAMINO DE LAS CUEVAS

Desde que se sale de Puente del Inca hasta que se llega á las Cuevas, acompaña á la vía férrea una línea semi-obscura que costea la falda de la montaña hacia la derecha, formando estrecho sendero: son los cables que corren por la zona trasandina entre Chile y Norte América.

Poco después del kilómetro 167, y á la derecha, se advierte sobre la baja pendiente una coloración roja y anaranjada que contrasta con la entonación grisácea del resto de la mole. Son vertientes naturales que se encuentran con frecuencia en los valles y ríos de la Cordillera. De la montaña surgen diversas co­rrientes de aguas, algunas de las cuales, como la que nos ocupa, tienen 36 y hasta 41 grados de tempera­tura. Estos manantiales de líquido caliente, reúnen las mismas condiciones terapéuticas que las del Puen­te del Inca, cuya descripción encontrará el lector en otro lugar. También tienen propiedades de petrifi­cación.

Tres kilómetros más adelante y frente á la estación Las Leñas, sobre el mismo lado, distante 300 metros, se puede visitar una verdadera maravilla subterránea.

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Río d e las Cuevas y vertientes f e r r u g i n o s a s

Se trata de un río, tal vez antidiluviano, á semejanza del Beatus que existe sobre la margen derecha del Lago de Thun, á corta distancia de Intelaken (Suiza). En la época de los deshielos, no es posible el acceso, debido á que las corrientes se precipitan en grandes masas por la abertura que apenas tiene dos metros de alto. En invierno disminuye la vertiente, facili­tando entonces la entrada hasta 50 metros de pro­fundidad. En su interior, se ven estalactitas y figuras extrañas producidas por la petrificación de las aguas, cuya temperatura varía según sea la época del año. Por la boca aparecen frecuentemente trozos pulidos de piedras y minerales entre las que se cuentan el alabastro, ágata, yeso y marmolina. Hasta ahora no se ha podido descubrir el origen de este río, cuyo

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cauce se pierde en el interior de una montaña de 2000 metros de alto. Es enteramente original en su estructura. Vale la pena visitarle. Desde Las Leñas se puede ir á pie hasta la boca. En esta región se en­cuentra también una planta sumamente rara. De hoja verde y ovalada, produce en su centro una conglome­ración de volutas color coral que le dan el aspecto de racimo artificial.

A la altura del kilómetro 170, á la derecha, y sobre la montaña Los Paramillos, cuya elevación es de 3600 metros, se encuentra un cráter cuadrado de cinco me­tros por cinco, estando interceptada su abertura por una enorme piedra desprendida de la cúspide. El pozo pertenece á un volcán apagado, conocido por la Vál­vula, cuya última erupción se dice haber ocurrido el año 1880. Muchos turistas y hombres de la región han

gratado de explorar el fondo sin conseguirlo. Por más que se arrojan piedras y cuerdas, no se ha podido pre­cisar la profundidad. De tiempo en tiempo se sienten palpitaciones y estruendos subterráneos, pero sin otras particularidades. No falta quienes opinen que, cual­quier día se produzcan corrientes de lava.

A esta altura, se encuentra el paso conocido por Los Contrabandistas, debido á que en épocas no lejanas aquellos conseguían burlar la vigilancia aduanera, haciendo la travesía por el valle de Calingasta para salir á la provincia de San Juan, donde comenciaban con artículos y productos chilenos.

A la izquierda del camino y antes de llegar á los grandes galpones de resguardo del ferrocarril, se des­taca el Cerro de Navarro con la imponente majestad de sus 4920 metros de altura. En él han ocurrido nu-

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merosas catástrofes á turistas, exploradores y arrieros. Entre ellos podemos citar el siguiente.

Hace pocos años, el Ministerio de Obras Públicas, comisionó á un ingeniero sueco para que trasladándo­se á dicho Cerro y otros similares, efectuara impor­tantes estudios topográficos. Dicho funcionario cumplió

Ferrocarril al Pacíf ico. — Puente s o b r e el Río H o r c o n e s

la orden emprendiendo la ascensión del Cerro, en cuya cumbre debía instalar "varias señales. La travesía se hizo con mal tiempo, siendo acompañado por tres peo­nes experimentados. Una tarde que habían llegado á la mitad del camino, dio orden de partir para alcanzar la cima, pero ante la amenaza de temporal que ya se dejaba sentir, los guías resistieron la intimación. H a ­ciendo caso omiso de ellos, el ingeniero acometió la

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empresa por su sola cuenta y llegó á la cumbre donde plantó la bandera de señal. Desgraciadamente regresó ya entrada la noche, circunstancia que dio motivo á un fatal accidente. Al cruzar por las profundidades, cayó en ellas, sin que fuera posible prestarle auxilios, ni mu­cho menos encontrar el cuerpo. Toda tentativa en ese sentido fué infructuosa. Aun apesar del ofrecimiento de 1000 $ que hiciera el ministerio, no fué posible satisfa­cer los buenos deseos.

EL Cerro de Navarro es uno de los más peligrosos para ascender. Posee la importante mina de cobre denominada San José, cuya explotación se continúa por la región argentina sobre el macizo principal. Al final de sus alturas y en la parte que cae á la región chilena, denominada Portezuelo de Navarro con 4150 metros de altura, están las minas de mármol, una de las más valiosas de la Cordillera, las cuales se encuen­tran en inactividad por haber fracasado en capital la compañía que tiene á su cargo la explotación. Estas minas, se comunican por medio de un ramal férreo al kilómetro 55 de la línea trasandina chilena, donde empalma para llegar al Juncal que está sobre el kiló­metro 50. De aquellas se han arrancado yacimientos de mármol que por su pureza casi se comparan con las de Carrara. Se espera que antes de poco la com­pañía inicie nuevamente sus operaciones. En cambio, la mina de cobre San José, continúa sus operaciones con óptimos resultados. El personal de ésta que llega á ochenta y tantas personas, se cambia mensualmente, debido á la enfermedad de la puna é hinchazón del cráneo que se les produce frecuentemente como conse­cuencia de la altura en que trabajan y los componen-

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Cajón de H o r c o n e s en invierno

tes de oxígenos y gases que se ven obligados á respirar durante las arduas tareas.

Al llegar al Cerro de Navarro, donde el río de las Cuevas corre impetuosamente impelido por la cascada que producen los hielos del mismo y del Cerro de las Leñas, se encuentran los primeros túneles de madera que el trasandino argentino ha hecho construir para defender la vía de las avalanchas de hielo y rodados. Un pequeño camino sobre la parte superior del galpón da paso á la muía, siguiéndose una ruta imponente, debido al precipicio por la izquierda, y á las grandes moles que se levantan por la derecha con la constante amenaza de aplastamiento. Los túneles ocupan un kilómetro de largo. Se sale luego al desplayado; se cruza un puente de madera sobre el río Cuevas y se le costea por la margen izquierda hasta llegar á un Cerro de piedras negras en que el camino serpentea para cruzar al lado de Las Cuevas. Cuando se ha llegado á

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la cima de los montículos, se admira, sobre la derecha, el colosal paisaje del Cerro de Tolorsa con sus 5370 metros de altura, cuyos dos picos en aguja dejan correr entre sí una sucesión de torrentes de hielo, con la coloración azulada de sus alternadas medias tintas. Sobre el primer pico delantero, una franja amarilla, que se calcula de ochenta metros de espesor, señala la particularidad de una hermosa veta de mármol ama­rillo, característica que, según parece, se encuentra en las crestas interiores del mismo monte. Por las rápidas pendientes, se pueden ver enormes 'blocks de negras piedras desprendidas de las cumbres, entre las cuales, se cuentan las que precipitó el terremoto de 1861, de cuyo suceso nos ocupamos en otro lugar al detallar la ruta de la vía ferrocarrilera. Desde este mismo paraje, se domina también claramente la estación Las Cuevas que ocupa el valle siguiente, una vez traspuesta la co­lina. Al fondo, se destaca el Paramillo de las Cuevas, la montaña por donde penetra el túnel que da acceso á Chile y el Cerro, divisorio de ambas Repúblicas, sellado con la presencia del Cristo Redentor. A lo lejos, continúa la sucesión de montes que casi todo el año se cubren de nieve. El frío se deja sentir con alguna intensidad, sobre todo en las horas de la ma­ñana y la tarde, para lo cual es necesario ir provisto de ropas gruesas. Después de medio día, la zona cor­dillerana que se encajona por el fondo, produce fuer­tes vientos, sobre todo, cuando el sol declina del me­ridiano. Lo mismo ocurre en la cumbre, debido á lo cual conviene hacer las excursiones en Jas primeras horas de la mañana.

En Las Cuevas existe un Hotel bastante discreto.

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HACIA LA C U M B R E

Las caravanas que llegan hasta Las Cuevas, deben descansar un momento en el Hotel para cumplir con las exigencias del desayuno y continuar lo más rápi­do posible hacia la Cumbre, aprovechando así las pri­meras horas que, son las más apacibles y agradables. Las Cuevas constituye la mitad del viaje, calculando tres leguas y nledia desde Puente del Inca, ó sean dos horas y cuarto de camino, á paso de muía. Desde allí hasta la Cumbre se emplean otras dos horas y cuarto, de manera que, para arribar á las 10 a. m. se debe sa­lir del Inca á las 5 a. m. Cuando se hace la travesía en caravanas donde van-señoras ó niñas, se acomete generalmente el viejo camino que en otros años hubo de ser carretero, pero que ahora está abandonado. La ruta empieza en zig-zag á poco de salir de Las Cue­vas, sobre los primeros Cerros que aparecen á la iz­quierda. A medida que se asciende, las emociones son mayores debido á la inclinación del camino y á las pendientes que se abren por ambos flancos. Los que no están acostumbrados á las alturas y á esta clase de espectáculos, pasan momentos de ansiedad, pero sin el menor peligro. Las muías son pacientes

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y baqueanas para llegar á cualquier parte. No fal­tan quienes llevan una provisión de cebollas para contrarrestar la puna, cosa innecesaria, puesto que todo es cuestión de temperamento y energía. Sola­mente los timoratos ó los que se marean con solo pensar en las alturas, pueden acudir á tan fútil

Refugio en Val le H o r c o n e s

recurso. He conocido una popular artista de teatro que llegó hasta la Cumbre con el propósito de im­presionar una cinta cinematográfica, que todo el tiempo del viaje llevó colgada una cebolla á la altu­ra de la nariz. No es este el único caso: muchos van hasta con una ristra de cebollas y ajos.

Trescientos metros antes de la Cumbre, la tra­vesía se hace doblemente emocionante y encanta-

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dora á la vez. Por todas partes emergen las gran­des montañas cubiertas de nieve. Arriba existe una casilla ó refugio, construida de cemento y piedra des­tinada á la preparación de comidas, si es que se ha tenido la precaución de llevar provisiones. El guía se encarga de custodiar las muías y mientras tanto los turistas pueden llegar hasta el Cristo que se en­cuentra á 50 metros de distancia. Desde la meseta divisoria, hacia la derecha, se admira la inmensa ca­dena de montes que encierra Caracoles, Portillo y la Laguna del Inca. Por ambos lados se extienden los picos nevados formando un gran óvalo que abarca el Inca, Las Cuevas y los puntos más elevados de la región. Los panoramas son hermosos. A 30 metros y sobre la parte N.E. aparece el camino conocido por la Quebrada del Diablo, debido á las encrucijadas é inclinaciones violentas que describe desde que se ini­cia en la base. Es el más fatigante de los que con­ducen á la Cumbre. Sólo le cruzan los hombres ave­zados de la región y los que atraviesan la Cordillera con cargueros, por ser el camino más corto.

Los turistas que llegan á esas alturas, deben pro­curar de tener el cuerpo en constante ejercicio para que los músculos conserven el calor natural y no decaigan por la congelación ó el entumecimiento. Por este medio, se evitará el mal de las alturas que pro­duce cansancio, náuseas y hasta congestión cerebral. La altura de este punto es de 3998 metros, de manera que es propicia la rarefacción del aire. Cualquier esfuerzo físico que se aparte de lo natural, produce inmediata sofocación. No se debe correr, ni empren­der marchas forzadas á largas distancias sin hacerlo

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pausadamente y con bastón de montaña. Convienen las flexiones de brazos ó de piernas. Si el turista se deja dominar por el frío de la montaña, y en lugar de caminar se entrega á la inacción, puede pasar por un mal momento. El descenso debe hacerse alas 11 a. m. ó antes, para llegar al Hotel de 12 y \ á 1 de la tarde

Lago de los H o r c o n e s

á fin de almorzar reposadamente. La bajada es más emocionante que la subida por la inclinación y arras­tre que forzosamente deben desplegar las cabalga­duras.

En las noches obscuras, se pueden observar fue­gos fatuos por la parte opuesta de la Cumbre que da á la región chilena. Los arrieros que pasan por

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esos parajes sostienen que son luces malas de las almas de las muchas personas que han sucumbido durante los temporales. Estas fosforescencias deri­van de los desagües del Lago del Inca, muchas de cuyas aguas termales y con fuertes corrientes de gas, brotan de las mismas montañas.

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LA LEYENDA DE LOS INCAS

En la cumbre de una montaña que se destaca ma­jestuosa al Norte del Pico de la Bandera, surge á la vista y, detiene la atención de los viajeros, una roca

^cortada casi á pique que, á manera de rústica obra escultórica, presenta claros y definidos rasgos fisonó-micos con el tipo de la raza Inca que pobló esas re­giones en épocas remotas. La nota es por demás cu­riosa y, los que por allí ascienden ó cruzan, conservan intacta la leyenda tradicional, tejida alrededor .de ese capricho de la naturaleza. Los que aisladamente ha­bitan por aquellas lejanías, evocan el fantástico relato en esas largas noches invernales, mientras reconfor­tan los miembros ateridos por el clima á la lumbre amorosa de los fogones campesinos. Gente sencilla y aclimatada á los rigores cordilleranos, escuchan con religioso silencio el interesante relato y, cuando la faz del milagro realizado per el Dios Inca, llega á su período álgido, un temor supersticioso les invade, al par que, una fe mística y profunda, vaga por las tor­vas y negras pupilas.

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Era una vez, el Inca Capac, joven y bizarro, va­liente y resuelto —dice el infaltable anciano narrador —que marchó á larga y penosa travesía en busca de

El D i o s In.

tierras propicias á sus ideas de dominio. La joven india Marú, su esposa, le vio partir con el alma he­cha girones, llorosa, y desesperado el gesto. Un pá-

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jaro nocturno, hendió los aires con estridentes chirri­dos, y la mujer —amargada por el funesto presagio del ave agorera — encerróse en su toldo á invocar el amparo de su Dios. Pasó el tiempo. Muchos cre­púsculos reemplazaron el fulgurar radioso del sol del día de la partida, y el Inca, alejado de su esposa, no regresaba. Otro indio de la comarca observaba con ale­gría salvaje esa tardanza. Un amor de fiera rugía sus arrebatos en el pecho indómito. En las noches de plata, su silueta cobriza se deslizaba frente al toldo de la infeliz india abandonada, y los picachos vecinos escucharon muchas veces los ecos de sus la­mentaciones de infierno, sus esperanzas de aborigen, sus fogosos ensueños pasionales, forjados frente á la frialdad de una puerta que no se abría. La murmura­ción de otras indias de la tribu, á manera de cizaña ve­nenosa, se encargó de rodear ese amor platónico con proyecciones de adulterio. La infame diatriba corría de boca en boca. Y fué así que, en un atardecer poé­tico y delicado, cuando el Inca Capac, joven y biza­rro, valiente y resuelto, regresó en busca de la esposa, satisfechos sus anhelos de imperio y riquezas, se en­teró de la horrible nueva. No pudo contener ímpe­tus de ocultos instintos; ciego, iracundo, vomitando insultos, tomó á su mujer por los cabellos y arras­trándole |hasta la? cumbre de la montaña, la sujetó con fuertes ligaduras dejándole de rodillas al borde del abismo. Luego comenzó á juntar trozos de roca para aplastar el cuerpo maldito de la infiel. La po­bre india—víctima inocente de la intriga — espantada, imploró nuevamente á su Dios, pidiéndole detuviera el brazo del criminal. Estremecióse entonces la mon-

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tafia; rodaron cuesta abajo los fragmentos de piedra, y el indio quedó inmóvil: estaba petrificado.

Así cuenta la leyenda, pueril en realidad; pero á poco que sobre ella se medite, se le encuentra cierta analogía con las creencias y leyendas que sustentaba la primitiva raza Egipcia.

Desde entonces, ha quedado grabada en la mente campesina de generaciones posteriores, que, el alma del Dios Inca, quedó indentificada en la Efigie de la montaña, de la misma manera que los Egipcios creían en el Dios Osiris identificado en el Buey Apis de la vieja* religión.

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HORCONES Y ACONCAGUA

Es una de las más interesantes excursiones, como también la más penosa por las horas que se emplean y lo accidentado del camino. El viaje al Aconca­gua, se puede dividir en tres etapas: la primera hasta el Lago de los Horcones, por donde necesaria­mente se debe pasar; la segunda hasta el pie de la alta montaña, y la tercera hasta el valle del Cuerno, desde donde se inicia la ruta que conduce á la pro­pia cima.

La hora de salida, — como la de todas las excursio­nes,—debe ser las 5 déla mañana, para aprovechar­la luz suave que se irradia sobre los montes y poder regresar á hora conveniente. El camino sale un poco más adelante de la estación del ferrocarril y al cos­tado de la vía. Se dirige al norte hasta ir á encon­trar el cajón del río Horcones, junto al hermoso puen­te de hierro que lo atraviesa. Baja hasta el lecho, cruza un pequeño puente de madera, asciende por la margen opuesta y se llega á un sendero pedregoso que señala las tres bifurcaciones: una que acorta el camino por la izquierda para ir á encontrar el que va á Las Cuevas; el del medio que cruza por entre nume-

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rosos cerros de pequeña altura; y el último, á la dere­cha, que costea el río Horcones por la parte superior, para llegar en corto tiempo hasta el lago del mismo nombre. Los amantes á las emociones, prefieren este último por los panoramas y precipicios que ofrecen los terrenos. El camino carretero, continúa más adelante

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Caravana de turistas en el Lago de los H o r c o n e s

del sendero pedegroso antes descripto; pasa por deba­jo del puente ferrocarrilero; costea la vía y sigue ser­penteando por espacio de tres kilómetros, hasta que enfrenta al Aconcagua, donde dobla rápidamente hacia el lago. La travesía es cómoda y encantadora, debido á que también costea el río encajonado y correntoso de las Cuevas. El trayecto se recorre en 55 minutos de ida .en muía y 45 de vuelta, á paso lento. Las carava-

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ñas lo hacen en muías ó en coche, deteniéndose, gene­ralmente, una hora en el refugio del lago: espléndida y elegante construcción de piedra. Desde allí se visita y admira el espejismo que ofrece el lago en sus aguas con las primeras horas de la mañana. La superficie, es de 400 metros de largo por 250 de ancho. La pro­fundidad se calcula en 80 metros. En él se ven cru­zar aves acuáticas con sus polluelos, á quienes dejan alimento los mismos turistas, pues el director del Hotel ha recomendado no hacerles blanco de las armas de fuego. Tiene el propósito de reproducir la raza, cuyos ejemplares iban desapareciendo por la persecución tenaz de los cazadores. También se ha prohibido la caza de palomas, gallinetas, etc., que existen por los alrededores. En cambio, se ha dado franquicia para las cacerías de zorros y otras ali­mañas.

Los turistas que van al Aconcagua—bien escasos por cierto, debido á la inactividad y displicencia crio­lla—siguen viaje por el centro del valle Horcones, escalando cerros y cruzando por frente á numerosas lagunas, cuyas aguas cristalinas reflejan con extra­ordinaria nitidez los blancos picos del Tolorsa ó Al ­macenes. Después de salvar algunos zanjones for­mados por las corrientes superiores, se llega á la ribera del río Horcones, para atravesar sus torrentes. En algunos puntos, se debe desmontar para evitar piedras y obstáculos peligrosos. Se costea el río por la margen opuesta, en medio de una sucesión de mo­nolitos rojos que al formar el contrafuerte del cerro de los Almacenes, ofrecen la característica de fuertes amurallados ó templos derruidos con figuras góticas

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ogivales. Una de ellas, simula el frontispicio de una iglesia con su adyacente capilla. En la sucesión de piedras superpuestas y colocadas al azar, como resul­tado de convulsiones volcánicas, aparecen algunas en­teramente raras, que se destacan sobre las demás con sus puntas hacia arriba cual si fueran enormes flechas

M o n o l i t o s del Cerro de los A lmacem

petrificadas. Entre aquel hacinamiento de rocas se ven trozos graníticos dibujando cabezas ó figuras humanas, una de las cuales reproducimos por espíritu de curio­sidad. Sobre la izquierda, está la Quebrada Blanca, donde se recogen piedras azules, blancas y rojas. Toda la cadena accidentada que sostiene el enorme block de los Almacenes, es en extremo interesante desde que arranca del valle de los Horcones y llega

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hasta el cerro del Tigre. Es una sucesión interminable de murallones derruidos, donde se adivinan templos, fortalezas, castillos y bastiones de la Edad Media. Pasando el paraje de las Capillas y frente á la Cié­naga Grande, se atraviesa nuevamente el río para trepar los últimos cerros que conducen al valle donde descansa la base del Aconcagua. Desdé este paraje, se admiran los majestuosos perfiles del Cerro del Cuerno y el Tigre con sus dos correntosos ríos; gla-ciers Gerald, La Catedral y Almacenes. Es una vista soberbia. Para llegar al Cerro del Cuerno, donde como se sabe empieza el camino de ascenso á la cima, se emplean ocho horas á partir del Puente del Inca. Otras tantas horas se necesitan para el regreso. El trayecto puede hacerse con una sola muía y el guía. De Puente del Inca, distan 25 kilómetros. La as­censión al monte Aconcagua, ha sido realizada por pocos alpinistas, y de ello nos ocuparemos en capí­tulo aparte. Se puede realizar en seis días, si se tiene la suerte de encontrar buen tiempo. Caso con­trario, se prolonga muchas veces por diez y quince días. La primera jornada se hace en muía y con cargue­ros de carpas y provisiones hasta el pie del Cerro del Cuerno, de donde regresan las cabalgaduras cuando no van un poco más arriba. Al día siguiente, se ini­cia la ascensión á pie con bastones hasta el primer alojamiento, es decir, al punto donde se arman las carpas para reposar_ y emprender pequeñas explora­ciones. Estas se organizan por l a mañana para re­gresar á la tarde. Al principio se pasan dos días en preliminares, observaciones y preparativos. Se levanta campamento al tercer día y se encamina hacia'

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el segundo alojamiento, donde se repiten las mismas operaciones. Luego, al tercer alojamiento, donde las exploraciones se hacen doblemente pesadas, no sólo por el enrarecimiento del aire, sino por las asperezas del camino. En ciertos momentos, apenas si se pue­den trasponer 100 metros por hora. La falta de aire puro impide avanzar, como atinadamente lo dice el doctor Reichert en sus memorias de excur­sión. Después del tercer alojamiento, que, general­mente, se emplaza arriba de los 6400 metros, las ten­tativas se hacen difíciles por el caudal de energía que es necesario desplegar. Llegan momentos en que, por más fuerte y sano que sea el turista, se siente agotado por el aniquilamiento de energía y carencia de oxígeno. Tal es lo que le ha ocurrido á la ma-

Lago del Espe jo

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yor parte de los exploradores llegados á esas alturas. De lo que allí se ve y de las peripecias pasadas, dejamos la palabra al célebre alpinista doctor Rei-chert, que detalla ampliamente su viaje á los 7130 metros del Aconcagua en el importante informe que se condensa en los siguientes términos:

ASCENSIÓN AL ACONCAGUA EN 1906

« 28 de Enero. — La expedición fué formada por tres personas. Además del doctor Heilbling, se agregó el doctor Stoefel, de Buenos Aires. A medio día mon­tamos sobre las muías y partimos en dirección al valle de los Horcones acompañados de un peón y con tres muías cargueras.

Abordamos la margen del río Horcones y cruza­mos por el mismo lugar del año anterior donde una avalancha de granito en forma de puente se ha so­lidificado. Pasamos á la margen izquierda y se­guimos hacia la meseta del glacier de los Hor­cones para entrar al tributario del río del mismo nombre que se extiende á cien metros bajo la boca del glacier (segundo cruce). Este cambio de ruta tiene la ventaja de dejar la ' corriente principal de los Horcones á la izquierda, la cual sube considera­blemente de cauce durante el día, debido al derra­mamiento de las nieves.

A las 4 de la tarde volvimos á cruzar el río y continuamos sin más contratiempos hacia el fondo de la parte posterior del valle indicado.

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Poco después de las 6 y, considerando que era ya tarde para llegar al campamento que pensábamos levantar sobre el glacier del mismo nombre, decidi­mos pasar la noche al amparo de una de las gran-

Valle de la Esf inge

des rocas, que, como he dicho en mi primer informe, forman la principal característica de este brazo del valle.

Mientras el peón se dirigía al oasis que corre al pie del Tolorsa, monte enteramente nevado, nosotros tra­tamos de formar camas con manojos de la raquítica «tola», que en este punto cierra el límite del cinturón del monte.

29 de Enero. — Gracias á la buena voluntad del encargado de las muías, no tuvimos que esperar mucho tiempo. A las 8 de la mañana todo estaba listo para la partida, é iniciábamos la segunda parte de nuestro viaje.

Entramos por el lado derecho del valle, muy cerca de los muros de la ladera oeste del Aconcagua. Segui-

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mos la misma ruta de la expedición británica, marcada por uña trocha ancha. Hacia medio día, el macizo del glacier lo tuvimos á la vista conjuntamente con el hermoso anillo de montañas coronadas de nieve, que circundan el valle.

De aquí en adelante, mi idea fué cruzar á través del glacier para llegar á la ladera de la primera cuenca.

Desistí de hacer campamento al pie del glacier, donde estuve el año anterior, y seguí adelante para no imitar tampoco á la expedición británica que acampó también en el mismo lugar. Gracias al co­nocimiento del peón, que había intervenido en la eje­cución de la trocha y de haber acompañado á la expe­dición británica, la ascensión no fué difícil. Las muías subieron el escarpado campo de nieve con toda facili­dad, mientras nosotros, menos prácticos en cabalgar, nos veíamos en apuros á cada rato para mantener el equilibrio.

Esta ascensión nos permitió llegar al punto que me había propuesto: la ladera del glacier posterior. No creía que á esta altura se lograra hacer trepar nuestra tropas de muías. Felizmente, las dificultades se ven­cieron debido á la buena dirección del peón con­ductor.

El trabajo de armar campamento fué tan rápido que esa misma noche quedó terminado y con tiempo suficiente para reponer las fuerzas, descansar y partir al dia siguiente.

30 de Enero. — Con el señor Helbling convinimos en efectuar la ascensión en una sola jornada, pues, nada conseguíamos con perder tiempo en el camino.

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Decidimos, por lo tanto, no armar la tienda, formando, en cambio, un ligero reparo para descansar. Con solo un traje de dormir como indumentaria y pocas pro­visiones, abandonamos el campamento á las 9 a. m. y comenzamos la ascensión de la pendiente.

Stoefel nos acompañaba. Al peón le mandamos de vuelta al oasis, con orden de no volver á ese mismo

Contrafuertes del Cerro da los A l m a c e n e s y el A c o n c a g u a

paraje hasta los cuatro días. En tres horas escasas conseguimos escalar la base del «pulpito», donde ya había estado anteriormente. En ese entonces calculé la altura del lugar en 5200 metros; pero rectificando ahora, debo declarar que ese cálculo era exagerado y que la verdadera altura es de 4900 metros.

Allí encontré señales de mi anterior visita; anillos de acero correspondientes á la instalación de carpas; cajas ¿erradas de langostas que no habíamos comido

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y muchos otros detalles. No perdimos mucho tiempo en este punto. Seguimos viaje y virando por el lado izquierdo del «pulpito», llegamos á una pequeña grieta de la roca qué se eleva hasta aquel. Era el mismo camino de 1905. El resto de la ruta, hasta las «rocas rojas», no presenta mayor interés. El camino es bastante escarpado. A las 4 de la tarde llegamos á las «rocas rojas». Allí encontramos un paraje conveniente de parada y nos acostamos en la parte plana de la meseta. Al día siguiente, Stoefel, excursionó desde la salida del sol, regresando por la noche.

Enero 31. — A pesar del intenso frío, pasamos una noche de reposo, durmiendo más tiempo del que nos habíamos propuesto. En vez de continuar nuestro viaje á media noche, salimos á las 3 a. m. iniciando la ascensión de la loma rocosa que conduce á la base del pico. Desde allí cruzamos la pendiente de la montaña, dirigiéndonos hacia un hueco situado en la cumbre noroeste, precisamente, en el mismo punto por donde pasé el año anterior.

Es el mejor camino á lo largo de la cresta que corre en dirección á la cumbre. Nada hay que merezca ser mencionado en el trayecto hasta el hueco. Quiero insistir, sin embargo, en que este es el mejor camino de la cumbre N. O., no debiendo uno dejarse tentar por la ascensión en línea recta de la agradable pendiente que arranca debajo de la cima. Todo habría marchado bien, á no haberme sentido indispuesto. Cuando cruzá­bamos un campo de nieve, me di cuenta que no podía ascender el pico ese día. Lo pasé muy mal. Quedé imposibilitado para continuar la marcha. Es lamenta-

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ble confesar el fracaso, pero debo ser sincero. Análoga circunstancia me arrebató el éxito la vez anterior. Me convencí, con el correspondientes desencanto que, toda tentativa de mi parte, para llegar al pico, sería com­pletamente inútil. El malestar me dominaba.

Val le del Cuerno y nacimiento del Río H o r c o n e s

Al través del campo de nieve, señalé el camino á Heilbling, diciéndole que siguiera solo, pues, no debía contar conmigo. Mientras tanto, en lugar de regresar juiciosamente al campamento, me esforcé por ascender el mismo día y trepé las pendientes, interceptadas de rocas. El trayecto lo conocía por haberlo recorrido dos veces el año anterior. Todo fué inútil. Tuve que ceder, después de cruzar la segunda grieta de la cresta. Ha­bía alcanzado una altura de 6300 metros. Heilbling

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se perdió de vista, efectuando la ascensión en un día de sol, sin viento.

Mi viaje fué por consiguiente poco agradable. Una pregunta venía por momento á mis labios. ¿Llegará Heilbling á la cima y volverá trayendo el piolet de­jado allí por Vines en nombre de la expedición Fitz Gerald?

Largas y mortales horas pasaron sin que me fuera dado tener una contestación. Calculé que Heilbling no podría volver antes de media noche y hasta enton­ces tenía que contentarme con la soledad. El sol se había puesto hacía mucho rato y esperó medio dor­mido, pareciéndome una eternidad aquellas horas.

Cada piedra que caía me figuraba los pasos y el re­greso del compañero. Por fin, á las 3 a. m. sentí un llamado: era Heilbling. «Trae Vd. el hacha de Vines?» — fué mi primera pregunta. — «Sí! me con­testó con una voz profunda, pero es vuestra» — agre­gó. — Por supuesto que no acepté, ni debía aceptarlo decorosamente. El hacha era suya y de ello me ale­graba. La expedición se había salvado. Esa noche no dormí de satisfacción. Pasamos largas horas de conversación. Después de encargar lo que se debía hacer, decidí volver á la mañana siguiente con Heil­bling á nuestro campamento para dar la noticia al compañero Stoefel é intentar nuevamente hacer solo la ascensión al Aconcagua.

Febrero 1. — Nos encontramos los tres compañeros en la tienda de nuestro campamento. Stoefel parte para el Hotel del Inca á enviar un cablegrama á Europa. Heilbling se ocupa diligentemente de .nuestro depósito de provisiones y estudia la topografía del terreno.

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Febrero 2. — A las 10 de la mañana inicié mi segun­da ascensión hacia el campamento superior, lleno de confianza en el éxito. Llegué á las 4 de la tarde, te­niendo tiempo suficiente para un buen descanso. Como deseaba tomarme el tiempo necesario, decidí partir de nuevo á media noche para poder llegar á la

Primer m a c i z o del A c o n c a g u a

cima al amanecer. Lo único que me causaba ansiedad, era el tiempo, pues el cielo se presentaba nublado.

Febrero 3.— Las ráfagas de viento durante la noche me impidieron dormir más de lo necesario. A media noche, cuando saqué la cabeza fuera del saco de dor­mir, una impenetrable neblina circundaba el campa­mento y el viento glacial barría la antiplanicie. Se-

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gún todas las apariencias, el día próximo aparecía con mal aspecto. Decidí esperar. A las 2 a. m. la neblina se desvaneció, iluminándose el camino hacia los pi­cos adyacentes. Solo el Aconcagua permanecía es­condido entre las nubes. Esto me demostró que so­bre la neblina, se encadenaban las nubes, lo cual, afectaba grandemente mis planes.

Apesar de todo cobré ánimos; me puse toda la ropa que podía disponer: tres camisas de lana; tres pares de medias; grueso pantalón, una chaqueta, dos capu­chones, un espeso foulard, y un par de guantes de lana. Tal fué mi equipo. Así preparado, inicié la jornada en medio de la glacial temperatura. Jamás en mi vida sentí tanto frío como esa noche en las pen­dientes del Aconcagua. La obscuridad era absoluta y la espesa niebla hacía imposible tomar orientación. Felizmente, no estaba en terreno desconocido, pues de lo contrario, me hubiera sido imposible proseguir. Al amanecer llegué al límite de las rocas que conducen á la cumbre. Para conseguirlo, me fué necesario seguir un camino de zig-zag. Si en ese momento hubiese te­nido la menor duda de mis fuerzas, habría vuelto so­bre mis pasos. El viento y la neblina eran tan des­concertantes que, muchas veces, me paré, teniendo necesidad de apoyarme sobre el pico alpens.

Ascendiendo la pendiente bordada de rocas, pronto dejé tras de mí la primera copa de la cresta de la cum­bre. Gradualmente, el velo de la niebla fué levan­tándose, en tanto que me acercaba al lugar desde don­de un año antes, me vi obligado á regresar. Aquí, por la primera vez (6700 metros) tuve clara orienta­ción de la ruta que perseguía.

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Cumbre del A c o n c a g u a vista del Cerro de los A l m a c e n e s

El viento y el frío hacían extremadamente dura mi tarea y, debo confesar que estuve varias veces á punto de ceder, volviendo sobre mis pasos. Apesar de todo, mi decisión y energía triunfaron. Habiendo llegado fe­lizmente á semejante altura, pisaba sobre terreno extra­ño y abrupto. Siendo esta una de las partes más im­portantes haré la descripción detallada del resto de la ascensión al pico principal. Creo que si una persona de robustez y con experiencia en ascensiones, como yo, llega á esa altura de 6500 metros sobre el Aconcagua, puede trasponer los últimos 500 metros, empleando la energía y fuerza excepcional de final empuje. La idea de no poder realizar este último tramo me desesperaba y sin querer divagaba.

Seguí la extensión de la cumbre hasta el lugar don-

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de un enorme bastión de roca adherido á la masa del Aconcagua se interpone sobre su flanco, cerrando aparentemente el camino. La distancia hasta ese punto parece insignificante, pero es todo lo contrario. Se debe tener en cuenta que, á esta altura, la rapidez de avance disminuye gradualmente, siendo necesario detenerse á cada momento para recuperar fuerzas. Me fueron necesarias por lo meaos dos horas para lle­gar al bastión. Allí encontré obstáculos que vencer. En ciertas partes, el camino se corta, levantándose re­pentinamente grandes moles de granito, y pirámides de hielo. Y, aunque no se considere esto como ver­daderas dificultades, se debe ir con precaución para no caer en los precipicios. Heilbling recuerda perfecta­mente esta parte del trayecto. Luego, el camino cam­bia, y la ascensión toma otra faz. Para salvar esta torre de rocas se debe doblar hacia la derecha, llegan­do así á la pendiente que forma la misma roca. Esta desviación por la izquierda, me ofreció una ventaja. Mientras que hasta entonces había estado expuesto á toda la violencia del viento, llegaba ahora á una posi­ción resguardada. Tuve tiempo de medir mentalmente la distancia que aun me quedaba por recorrer y darme cuenta de que, aun disponía de la suficiente energía y resistencia para llegar á la-base superior. Esta agra­dable perspectiva, confortó mi espíritu. Ahorrando cuidadosamente las fuerzas, trepé los bloques de pie­dra que forman la característica del lugar. Muy cerca de allí, á la izquierda, me encontré con los flancos del bastión Este camino es mucho más largo de lo que á primera vista parece. Pasé dos horas antes de llegar á la parte superior de la caída, donde el último pico del

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Aconcagua se eleva formando un muro de 100 metros. Desde allí, se observan ventanas originales como in­crustadas á las rocas. En este punto, la cabeza del Aconcagua se levanta pareja y sin asperezas. Su configuración comprende todo el macizo de la cima, conectándose con los picos Este y Oeste.

Siguiendo con la vista el muro, se llega á la cavi­dad ó caída que alcanza su altura máxima, finali­zando en estrecho ángulo. Es hacia ese punto que encaminé la marcha. Desde allí se extiende la loma de la cumbre que une los dos picos. Es muy impor­tante mencionar esta circunstancia, pues, para cual­quiera que trate de observar el muro de la loma, éste se presenta invisible, dado que se proyecta á lo largo del mismo. Investigué los alrededores; arriba,

L o s Penitentes

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abajo y á lo largo del muro, en busca de un lugar apropiado para puntualizar una fácil ascensión. En vez de elegir el sitio que acabo de mencionar, preferí la pendiente más cercana al pico Este ó principal, el cual sube perpendieularmente á la cima. Antes de entrar en mayores detalles, debo describir algunas de las dificultades que se me presentaron en la úl­tima parte de la ascensión. En cuanto abandoné el costado protector de la torre rocosa, me vi de nuevo expuesto á la violencia del viento, á tal extremo, que estuve imposibilitado de avanzar nuevamente. Sin embargo, en el momento que se pisa las rocas del pico se recupera energía y el paso se aligera, pues, la meta final ya está á la vista.

Había llegado entonces á media altura de este muro de 100 metros, y solo pocos minutos me sepa­raban de la cresta principal que une los dos picos alineados á ambos lados de la base del Aconcagua, y formando un gran arco. El final de esta ascen­sión está á la izquierda de la hendidura, cortada en la cima por los dos picos, y cerca del principal.

Allí recién se comienza á trepar. Había desa­fiado, el viento con todas mis fuerzas y las había empleado con exceso, de manera, que si hubiera llevado á cabo esta última parte de la ascensión, habría sido, seguramente, de fatales consecuencias. Mis manos estaban completamente entumecidas y el huracán amenazaba arrancarme á cada momento de las rocas. Esta—y debo insistir sobre el punto — fué la única razón que me impidió completar la ascen­sión hasta la cúspide que estaba á corta distancia. Voluntad y entereza no me faltaban; pero había

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positivo peligro por las borrascas de nieve y viento. Heilbling declara, que para alcanzar la cresta de esta loma, tuvo que hacer uso de pies y manos, y trepar dificultosamente más de 10 metros. Una vez que llegó á la cúspide, pudo ver claramente el hueco más pro­fundo que separa los picos. Cuando se aproxima á

Muralla principal de L o s Penitentes

la cumbre, la cresta se ensancha, ofreciendo el mejor camino de acceso al pico. Heilbling decidió, entre tanto, descender desde la loma al hueco que forma una especie de montura entre los dos picos, hacia el Oeste. Desde esta cavidad se admira, según Heilbling^ un grandioso paisaje: se domina el gigantesco pre­cipicio formado por el muro Sur del Aconcagua, el cual, desciende parejo desde la cumbre al valle.

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L o s Penitentes — Caravana en d e s c e n s o

Esta especie de montura del pico Oeste es la de mayor elevación. Tiene una forma más empinada que su vecino del Este. Además, está coronada por una pendiente de nieve helada, de aspecto hermosísimo.

Para escalarla hubiera sido necesario abrir camino entre la nieve con el pico de montaña, y como esto era algo difícil por la hora, dado que ya se ocultaba el sol, el doctor Heilbling resolvió recorrer el pico Este, para no volverse sin antes haber ascendido uno de los dos.

La jornada de ascensión á la cumbre, partiendo como lo hizo aquél desde la parte más profunda de la cavidad, es larga y laboriosa. Se puede calcular la lentitud del avance á esta altura, si se tiene en cuéntalas siguientes palabras de Heilbling: «Lo más que podía avanzar era 5 ó 10 pasos por vez,

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después de lo cual, tenía que detenerme para descan­sar. El sol se ocultaba cuando descubrí la meta que perseguía». Heilbling estaba casi decidido á abando­nar la partida, cuando repentinamente vio á su frente un pequeño hombre de piedra, del que pendía el mango de un hacha para hielo. Esta vista no dejó de produ­cirle cierta emoción. Después me contó el cúmulo de sentimientos que experimentó en el instante de apoderarse del hacha y al verse encaramado sobre la cima de la montaña más alta de América.

El mango del hacha estaba blanco de nieve, y el hierro, empañado de un color indefinido, aunque bien conservado. Solamente las puntas habían sido ful­minadas por un rayo. El mango también estaba ave­riado. Heilbling permaneció en la cima veinte minu-

L o s Penitentes . — Al b o r d e de un precipicio

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tos y escribió una carta á la luz del crepúsculo, de­jándola debajo del hombre de piedra. La expedición anterior había dejado también una botella de vino; cuya etiqueta forma parte ahora de la colección de curiosidades del intrépido expedicionario.

Debajo del hombre de piedra quedó un termóme­tro autoregistrador que Heilbling pasó por alto á cau-

Sal iendo del Hotel Inca. — Preparat ivos de una caravana

sa de que en ese entonces no conocíamos su existen­cia. Menciono esto, para que la primera persona que efectúe la ascensión en el futuro, pueda traerlo, ya que el hacha para hielo no está más allí.

Creo conveniente hacer aquí la descripción del equi­po de Heilbling. Su ropa consistía en tres camisas, dos chalecos, gruesa ropa interior, varios foulards, y calzado para nieve. Me refirió que á pesar de que el sol brillaba, sentía un frío glacial. Cada vez que paraba y descansaba, se helaba. Esto demuestra que

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es completamente imposible alcanzar la cima durante mal tiempo. Lo comprueba mi caso, cuando hice la tentativa con temporal.

A las cinco del mismo día estaba de vuelta en el campamento y tuve tiempo de continuar el descenso hasta nuestras últimas carpas, donde Heilbling me esperaba ansiosamente. Stoefel volvió la misma no­che al Inca, llevando la noticia de la ascensión.

Febrero 4.— A la madrugada levantamos campa­mento y á las ocho partimos para Puente del Inca, que estaba apenas á una jornada del sitio en que establecimos el punto de excursión.

Llegamos al Hotel la misma noche y fuimos rodea­dos inmediatamente por numerosos pasajeros, reci­biendo tambiénjas felicitaciones de los ingleses pro­pietarios del Hotel.

Febrero 5. — Después de arreglar nuestras cuentas, partimos alejándonos hacia la Pampa llevados por el Transandino.

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ASCENSIÓN S U N D T - B A C H E

Una de las últimas é interesantes ascensiones a l Aconcagua fué l a realiza­da á mediados del mes de Septiembre del año 1915 por los exploradores norue­gos Eilert Sundt, Thorleif Bache y Olaf L. Holm, acompañados del guía co­nocido por Tomás (a) el rengo chileno.

Las dificultades enormes que ofrece esta aventura, escapan á todo comentario. Temparaturas g lac ia les , vientos huracanados, hielos

Hacia ei A c o n c a g u a quebradizos, peñascos mo-El e x p l o r a d o r E. Sundt VÍbleS, atmósfera pOCO m8-

nos que irrespirable, y l a amenaza implacable de «la puna» ó enfermedad de las alturas, forman tan solo una serie de los inconve­nientes que deben de vencer los audaces excursionis-

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tas. Y sin embargo, el éxito más completo coronó el esfuerzo, y por la soberbia cúspide armiñada pasó un soplo de vida, viril y satisfecha, cuando el pie del hom­bre holló sus eternas nieves que, al identificarse con las nubes, semejan un astro maravilloso de fantásticas proyecciones.

La expedición abandonó el Puente del Inca el 18 de Septiembre por la noche, y después de una mar­cha relativamente fácil arribó al Valle de los Horco­nes, al amanecer del día 19. Realizaron una serie de reconocimientos mediante el uso de patines, y el día 20, después de depositar parte del equipaje en la casi­lla de madera y zinc que se encuentra á la entrada del Valle del Lago, siguieron viaje en dirección al Acon­cagua, llevando cada uno, al hombro, un fardo de car­pas y menesteres de 30 kilos de peso. Porque es de advertir, qife las muías cargadas sólo hicieron la tra­vesía del Inca á la casilla de los Horcones, de donde regresaron debido á lo resbaladizo del camino de hielo.

El día 22 armaron las carpas á las 4 y 30 p. m. después de haber recorrido una distancia de 20 kiló­metros. Emprendieron camino al amanecer del día 23, y en la noche soportaron una temperatura de 15° bajo cero.

El 24 dejaron parte de las carpas á la entrada de los Cerros del Cuerno y La Catedral, y al obscurecer, plantaron campamento á 4500 metros de altura. La marcha de esa jornada fué penosísima. Cargados con grandes bolsas, paso á paso, fueron escalando la em­pinada cuesta, mientras se extendía á su vista el pano­rama de los picos menores de la cordillera — desiguales

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A s c e n s i ó n al A c o n c a g u a . — E x p l o r a d o r e s Sundt , B a c h e y H o l m

é imponentes—como torreones caprichosos y fantásti­cos. La temperatura era allí de 10° bajo cero.

El día 25, y después de una hora de viaje, llegaron al pie del Aconcagua. Descansaron varias horas, y por la tarde, Sundt y Bache, realizaron un minucioso reconocimiento hasta que, entrada la noche, regresaron á las carpas. Mientras tanto el cénit se había cubierto de densos y parduzcos nubarrones que presagiaban la próxima tormenta. Un silencio de muerte se cernía en el ambiente. De cuando1 en cuando una ráfaga de viento rugía con estrépito, y su voz repercutía en los valles con modulaciones siniestras. De pronto, irre­sistible é impetuoso, el huracán comenzó á soplar con fuerzas casi inverosímiles. Caía la nieve sin interrup­ción. Y las enormes piedras que rebotaban por las faldas de las montañas, producían tumultos indescrip­tibles.

La borrasca arreciaba implacable. Algunos palos de las carpas se quebraban al impulso del ciclón. Y

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aquellos hombres solos, sin más ayuda que el contin­gente de su entereza, esforzados y viriles, afirmaban con fuerza las estacas, amarraban cuerdas, se multi­plicaban, en fin, y era cada uno un héroe en aquella lucha épica contra la siniestra tormenta de la montaña.

Amaneció el día 26 con una temperatura de 11° bajo cero. La borrasca, aunque menos intensa, continuó durante toda la mañana. Era materialmente imposi­ble aventurarse fuera de las carpas; y recién en la tar­de, cuando cesó el huracán, salieron de los abrigos para ejecutar un reconocimiento hasta 4800 metros de altura.

A las 10 a. m. del día 27/y con una temperatura de 15° bajo cero, continuaron su camino. El guía Tomás (a) el chileno, llevaba los víveres, y los tres exploradores cargaban bolsas de goma y arpillera, quillangos y otros objetos destinados á defenderse del frío. Cinco horas de viaje y alcanzaron los 6000

Val le d e la E s f i n g e

7

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metros, donde pernoctaron. Aquí, Holm, sintióse de pronto atacado por la puna.

El día 28 á las 2 a. m. el chileno emprendió via­je de regreso. Holm declaró que no podía conti­nuar. El terrible mal progresaba visiblemente; pero como la empresa no admitía ya dilaciones, Sundt y Bache prosiguieron la ascensión á las 5 a. m.

A los 6500 metros la presión atmosférica era te­rrible. Paitaba oxígeno en el aire y, por momentos, la respiración parecía detenerse. El solo hecho de sentarse y levantarse les producía mayor cansancio que una carrera veloz de 200 metros. La memoria, á su vez, flaqueaba; y para recordar algún detalle, era preciso anotarlo acto seguido de observado. Sin embargo, la magnificencia del panorama compensa­ba el esfuerzo puesto al servicio de la atrevida em­presa. Arriba, el cielo de un azul purísimo; abajo las cumbres nevadas semejando blancas constelacio­nes de un cielo extraño; hacia el Oriente los valles chilenos como cajones inmensos apoyados sobre un fondo de esmeralda; y al Este, amplia y grandiosa, la visión de las dilatadas pampas argentinas seme­jando un mar en reposo.

Esa noche fué memorable para los valientes ex­ploradores. Metidos en bolsas de goma impermea­bles y tapados con los quillangos, sobre un pavi­mento de rocas, soportaron una temperatura de 21° bajo cero. Por momentos creían morir. La nieve seguía cayendo en copos inmaculados y amenazaba sepultarlos. Pero al amanecer del siguiente día, les fué dado admirar el cuadro más maravilloso que pueda ofrecerse á los ojos humanos.

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Las primeras claridades de la aurora comenzaron á colorear las nieves de los montes con pinceladas caprichosas. Las cúspides blancas surgían de la sombra como lirios fabulosos destacándose sobre un fondo de crespón. La luz avanzaba tímida é incierta, y á medida que sus rayos se multiplicaban en las cumbres, las cambiantes luminosas operaban mara-

Entre l o s h i e l o s . — Refugio en los H o r c o n e s

villas. Chispazos multicolores se sucedían sin inte­rrupción. Y hubo un momento indescriptible en que cada pico helado semejaba un enorme conjunto de flores caprichosas, ó un enjambre de mariposas colo­readas jugueteando alegres alrededor de una nube de algodón y nácar.

Con el día la temperatura descendió á 12° bajo cero. Emprendieron de nuevo la marcha ascendente. El pavimento era quebradizo y veían desprenderse á su paso sucesivos trozos de piedra que iban á caer entre

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un fragor estrepitoso. El peligro inminente de una caída al abismo, el cansancio, la falta de oxígeno, todo se aunaba en contra de los bravos excursionistas; pero la voluntad del hombre triunfó y llegaron á la cumbre á las 11 a. m. Advirtiendo que para alcanzar el punto más alto — 7100 metros — les fué preciso reco­rrer una meseta distante cien metros de la ruta que venían siguiendo, y para realizar ese breve trayecto emplearon dos horas de camino, pues cada cinco mi­nutos debían detenerse para respirar.

La cumbre del Aconcagua tiene 100 metros de lon­gitud por 40 de ancho. La vida es allí poco menos que imposible; y los exploradores noruegos empren­dieron el regreso media hora después de haberla al­canzado.

Diremos, finalmente, que cuando estos excursionis­tas, ya de regreso, llegaron al pie del Aconcagua, encontráronse con otro explorador suizo llamado Alfredo Kolliker que también iniciaba la peligrosa y temeraria ascensión.

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PRIMERAS Y ÚLTIMAS ASCENSIONES

La primera tentativa para ascender el colosal monte de la Cordillera argentina, Aconcagua, se realizó con motivo de la llegada del profesor de la Universidad de Berlín doctor Paul Güessfeldt, quien tenía el propósito de llegar á la cumbre y estudiar sus composiciones geológicas. En la primavera del año 1883 se trasladó, con tal motivo, á Chile. De Valparaíso pasó á Valle Hermoso, donde se detuvo algún tiempo estudiando, haciendo excursiones é inspeccionando los lugares más interesantes. Luego, emprendió viaje al Aconcagua por el lado Norte, haciéndose acompañar por varios guías que aun no conocían la región. El doctor Güessfeldt luchó con toda clase de dificultades, entre ellas, la carencia de datos orientativos y la falta de provisiones para sostener su campamento.

A pesar de todo, emprendió la marcha ~con tiempo desfavorable; pero llegó solamente á 6500 metros de altura. Desde allí se v io obligado á regresar después de diez días de infructuosas tentativas. No le fué posi­ble llegar á la cumbre debido á los temporales que se desencadenaron. De regreso á Berlín escribió un

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interesante estudio que denominó «Literatura: Güess-feldt Reise in den Argentinischen Anden».

El año 1889 se organizó una segunda expedición con análogos propósitos que se denominó «Fitz-Gerald» — nombre del conocido exjdorador. Formaron parte de ella el conocido alpinista y hombre de ciencia señor Stuart Vines, quien contrató expresamente para la as­censión al guía suizo Mattias Zurbriggen. Esta ex­pedición, la más arriesgada que por ese entonces se pudo organizar, estuvo haciendo preparativos durante largo tiempo, hasta que por fin resolvieron acome­ter la empresa. Venciendo mil dificultades, pues fué necesario llevar tropas de muías y provisiones hasta los valles inmediatos al Aconcagua, se pusieron en marcha en los últimos días de diciembre de aquel año, acompañados de arrieros chilenos que jamás ha­bían pensado en semejante ascensión. La expedi­ción Fitz-Gerald pasó, por mil vicisitudes; pero el

En el Val le del Cuerno . — Un c a m p a m e n t o

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éxito fué seguro, consagrán­dose así la primera ascen­sión al monte más elevado de la América del Sur. Vines y el guía Zurbriggen llegaron á la propia cima, y en una de las columnas que se elevan sobre la me­seta final, dejaron bien ase­gurado y resguardado un piolet ó hacha de mano que había servido á "Vines para llegar hasta allí.

En esta expedición, Vi­nes, gastó la suma de 6000 libras esterlinas, que era el precio exigido por los que debían proveer y acom­pañar á la caravana ex­ploradora. Las tentativas, preparativos, reconocimien­tos, ascensión, etc., se prolongaron por espacio de seis meses.

Como resultado de esta primera expedición se le denominó desde entonces «Fitz-Gerald» á los ventis­queros que se precipitan por las pendientes- del Acon­cagua, algunos de los cuales tienen 150 á 200 metros de espesor.

Diez años después — en 1899 — llegó de Inglaterra Sir Martin Conway con el propósito de hacer la ascen­sión. Le acompañaban el guía italiano Lanti, uno de los más conocidos en la región del Monte Rosa y Zermatt. La tentativa se ejecutó en parte. Conway

En las alturas

U n a carpa d e Sundt y B a c h e

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llegó solamente á la cumbre del macizo sin poder se­guir hasta los picos finales debido á los vientos y temporales que se desencadenaron, obligándole á descender.

El año 1903, llegó de Europa la condesa rusa Moyendorf acompañada del guía suizo de San Nico-laus, N. Pollinger, con el fin de trasladarse hasta el Inca y ascender los.picos más elevados, entre ellos, el Aconcagua. La condesa no pudo cumplir sus deseos á causa de las intensas nieves de la región y la^carencia de elementos de transporte. Sólo consi­guió trasponer la cumbre del Tolorsa que, como se sabe, tiene 5370 metros de altura. En la travesía le acompañó el guía Pollinger, quien se vio obliga­do á efectuar previos y reiterados reconocimientos para afrontar la empresa. El camino lo encontraron por la parteTposterior del monte.

En Febrero de 1905, el doctor Federico. Reiehert, miembro de nuestra Facultad de Agronomía y Vete­rinaria, organizó una expedición de reconocimiento al Aconcagua acompañado de los doctores César Víale y Rodolfo Domínguez.

Como todas las demás expediciones, sufrieron mil vicisitudes para escalar el monte. Los doctores Rei­chert y Viale llegaron solamente á 6200 metros. No les fué posible seguir más adelante, debido á la ca­rencia de elementos para afrontar las contingencias de las alturas.

Al año siguiente — en Enero de 1906 — el mismo doctor ^Reichert, enco mbinación con el doctor Heil­bling, se propusieron hacer la segunda tentativa de ascensión. Esta vez prepararon la expedición en

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una forma práctica y eficaz á fin de que no fraca­saran los cálculos que ambos habían formulado. Del resultado informa el extenso relato del doctor Rei-chert que publicamos en capítulo aparte, declarando que sólo llegó á la cumbre del macizo, ó sea, á la cresta que une los dos puntos de combinación, pero

Las n e v a d a s del A c o n c a g u a

que el doctor Heilbling arribó á la propia cima, de donde extrajo el piolet ó hacha de montaña que dejó allí depositada el explorador Stuart Vines cuando realizó la primera ascensión. El piolet fué enviado de regalo al Museo alpino de Zurich, donde se en­cuentra.

El éxito de la exploración Heilbling-Reichert, se debe á la circunstancia de haber efectuado el año an-

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terior el viaje de reconocimiento, lo cual les sirvió para orientarse mejor en la segunda tentativa.

Por esa misma época, el sabio naturalista doctor Schiller, intentó una ascensión al Aconcagua, pero no la pudo realizar debido á la intensidad de los fríos que le ocasionaron la congelación y pérdida de uno de los pies, regresando en un estado lamen­table.

El mismo explorador Stuart Vines acompañado del guía Zurbriggen, después de triunfar ante la altura del Aconcagua llevó á cabo con igual éxito la ascensión del Tupungato que tiene 6718 metros y ofrece mayores inconvenientes y escabrosidades. La travesía les fué doblemente penosa.

En 1907, el doctor Reichert, trepó sobre la cumbre del cerro de Tolorsa, y, poco después, acompañado del doctor Bade, de La Plata, ascendió al cerro La Catedral de 4600 metros, Los Gemelos 3800 y Ne­vado del Plomo de 6000 metros.

En los primeros días del mes de Febrero de 1912, el doctor Reichert acompañado del doctor Heilbling realizaron una interesante excursión al Tupungato, obteniendo el mejor resultado á causa de que con an­terioridad habían efectuado cuatro tentativas de reco­nocimiento.

Algunos miembros de la Sociedad Alemana de Gimnasia de Santiago de Chile que intentaron la ascensión del Aconcagua, tuvieron que regresar del tercer alojamiento por haber sufrido los terribles efectos de la congelación en los pies, la cara y las manos. Algunos de ellos fueron conducidos imposi­bilitados á Chile.

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Durante los últimos ocho años, los doctores Rei-chert y Heilbling efectuaron interesantes exploracio­nes por la región más salvaje de los ventisqueros del Río Plomo que mide 20 kilómetros de largo. También exploraron y ascendieron, por primera vez, el Nevado del Juncal que tiene 6060 metros y Neva­do del Plomo 6000.

En las planicies de hie lo . — Patinando c o n sckis

En 1908, el doctor Reichert acompañado solamen­te de un guía, ascendió con feliz éxito el cerro de Las Polleras que mide 5960 metros. Es uno de los más hermosos de la cordillera, pero enteramente di­ficultoso de ascender por las escabrosidades y pen­dientes que se encuentran á cada momento en la larga y accidentada ruta.

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LOS QUE SUCUMBEN

En el valle que se extiende sobre la margen derecha del río las Cuevas, diez cuadras antes de llegar al Hotel Puente del Inca, se encuentran algunas cruces recordando las tumbas de personas fallecidas allí por accidente ú otras causas. Entre ellas figura la del in­geniero Porini, que sucumbió durante un invierno bas­tante crudo; la del doctor Cotton y sus tres hijos que fueron víctimas de una catástrofe. Sólo se salvó la esposa. Este suceso ocurrió en Mayo de 1909.

Uno de los diarios mendocinos del 30 de Diciembre de 1884, relatando los grandes temporales habidos, una semana antes en la Cordillera, decía: «El temporal sorprendió en uno de los difíciles pasos á varios con­ductores de ganado, que llevaban á Chile sus hacien­das. Entre aquel infierno de huracanes, lluvia y nieve, perecieron, después de luchar desesperadamente contra las iras espantosas de la naturaleza, los individuos Santos Muñoz, N. Espinosa, Sebastián Bravo, Tomás Guajardo, Nicolás Baigorria y Zenón Carabajal. El peón Venancio Delgado y varios otros se encuentran

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en grave estado, quemados por la nieve, entre la que han permanecido durante varias horas. Entre los montones de nieve que caía sin cesar en copos inmensos que arremolinaban las ráfagas violentas del huracán; en medio de un frío intensísimo que helaba los miembros y enloquecía á los hombres y las bestias; en aquellas espantosas soledades donde

N e v a d a s del Cerro el Cuerno

todo auxilio humano- era ineficaz é imposible; entre las sombras de la noche, han tenido lugar escenas de horror y desesperación entre aquellos desdichados que veían con espanto acercarse la más cruel y tre­menda de las agonías. Ocho personas perecieron, y sus cadáveres, quedaron sepultados bajo las inmensas capas de nieve. Los que han podido escapar con vida del terrible temporal y cuyo número llega á doce, han quedado con las carnes quemadas por la nieve, algunos en gravísimo estado. La mayor parte de los

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arreos de vacas y muías han perecido. Algunos de los dueños de los arreos mencionados han enviado peones á los lugares de la catástrofe para recoger las víctimas y el ganado que ha podido salvarse».

Los frecuentes sucesos ocurridos en la línea del Aconcagua, demuestran los inminentes peligros á que se ven expuestos los más valerosos y esforzados alpinistas. Han ocurrido caídas á mil y pico de me­tros, congelaciones, congestiones cerebrales, sofoca­ciones, desprendimientos por pendientes frágiles y aplastamientos por avalanchas de hielo. Entre esos accidentes, se recuerda la ascensión de un caballero inglés que llegó hace próximamente doce años con el decidido propósito de escalar la cumbre. Le acom­pañaban los guías Anacíeto Olavarría y Ramón Leiva, quienes llegaron hasta el segundo alojamiento en mo­mentos que las nevadas y los fríos duplicaban su intensidad. El empecinamiento del explorador para seguir viaje dio motivo á su propia congelación. Los guías se vieron obligados á usar de un cuero crudo para trasportarlo casi inerte á la planicie. Felizmente, llegaron en ayuda los compañeros de campamento José Carmen Muñoz, Manuel Gutiérrez y Salvador Vázquez, los cuales, con gran trabajo, le envolvieron y condujeron al Inca. El explorador perdió las dos manos, uno de los pies, la nariz y las orejas. En grave estado fué llevado á Valparaíso, donde per­maneció en asistencia por espacio de seis meses. Percances de esta índole han ocurrido muchos, á los que intentan desentrañar los misterios del espan­table monte.

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UNA TRAGEDIA DE ANTAÑO

Era allá por el año 1840. El general Gregorio Aráoz de Lamadrid, derrotado en encuentros sucesi­vos con las huestes del tirano Rosas, se dirigió á Men­doza con el propósito de reorganizar su ejército y salir luego en busca del general Pacheco que, comandando numerosa tropa federal, avanzaba por el Norte de la república cometiendo toda clase de atrocidades.

La empresa era audaz y temeraria. Tres mil hom­bres retirados del sitio de Montevideo—vencidos y exhaustos — representaban un peligro muy relativo para aquellas hordas sanguinarias, ensoberbecidas por sus triunfos recientes, bien equipadas y munidas de armamento que era la última palabra de la ciencia bélica del medio y de la época,- pero Lamadrid, arro­jado como siempre, y haciendo caso omiso de toda prevención que no encuadrara en el valor personal, tomó el camino de la Ciénaga que cruza por detrás del paraje denominado Rodeo del Medio, y arribó al desplayado de ese nombre el día 23 de Septiembre del mismo año.

Allí, separado tan solo por un canal que después fuera la acequia de Uachinigó, encontróse frente á

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frente con las fuerzas de Pacheco. El canal era ce­nagoso, impracticable; y tanto para el uno como para el otro, constituía un verdadero peligro. Un mal puente carcomido é inseguro se tendía de orilla á orilla como el único punto propicio para iniciar la ofensiva. Lamadrid, confiado siempre en la eficacia de los cuerpo á cuerpo, aguardó el ataque de Pacheco para pelearlo en campo abierto. Y ahí fué su error. El jefe federal disponía de un contingente de fuer­zas superior en número y en armas; é iniciado el com­bate el día 24, después de una horrorosa carnicería que se prolongó dos horas, la supremacía de Pacheco se impuso y Lamadrid vióse en la dolorosa necesidad de emprender precipitada fuga.

En el rápido y desordenado desbande, algunos sol­dados tomaron el camino de Mendoza, y Lamadrid, con 500 hombres, se retiró hacia la Cordillera que, en esa época, estaba cerrada por los hielos. Fué una marcha penosa y sufrida á través de las montañas y al borde de enormes precipicios; peleando y huyendo de las tropas vencedoras que los hostilizaban sin tre­gua; soportando hambres y fríos inverosímiles que hubieran amilanado el espíritu más fuerte y mejor templado. Sin embargo, consiguieron llegar hasta Uspallata. Aquí les esperaban varios emigrados ar­gentinos, llegados de Chile para plegarse al ejérc.to de Lamadrid. Pero ante la nueva del fracaso, regre­saron á Guardia Vieja en compañía de otros fugiti­vos y pidieron socorro para la tropa vencida.

En esta situación los soldados de Lamadrid pasaron Uspallata; pero como si la naturaleza se complo-tara contra ellos, les sorprendió un horrible temporal

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de nieve que duró 5 días consecutivos. Sin embargo, en Punta de Vacas, resolvieron seguir viaje dirección á Las Cuevas á fin de cruzar la Cordillera. El cielo estaba gris obscuro y rachas heladas venían del Aconcagua. Ni una casa, ni un techo, ni un abrigo vislumbraban. Negro el cénit, blancas las faldas de las montañas, como gigantescos y lívidos espectros, era el único espectáculo que tenían por delante. Los

Cumbre del A c o n c a g u a . — L o s tres p i c o s f inales

negros precipicios, dialogaban acentos roncos y furio­sos en el fondo de sus misteriosas entrañas. Y los 400 hombres á que había quedado reducido el grupo; tristes, humillados, hambrientos, cárdenas las carnes ateridas, anonadado el espíritu y trágico el fulgurar de las miradas, marchaban silenciosos, graves, aco­metiendo la titánica empresa de transitar al borde tortuoso de los abismos.

Enfilaban con sublime resignación y heroísmo cual fantásticos cruzados de eras medioevales. Avan-

s

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zaban paso á paso, rompiendo la nieve que se les anteponía como murallas invencibles. Se hallaban tan solo á media jornada de un refugio construido por quien sabe que mano misteriosa en medio de aque­llas soledades. El viento y la nieve caían crudamente. La noche llegó con su enorme crespón • de mallas espesas y en el fondo blanco de las faldas nevadr.s, ju­gueteaban las sombras cual diabólica corte de figuras fantasmagóricas. El corazón temblaba ante la majes­tuosidad casi ilógica del paisaje. Las muías retroce­dían despavoridas y aquellos hombres, caravana elocuente del dolor y la miseria, espoleaban sus cabal­gaduras, para avanzar, soñando quizá con las tibieces confortantes del techo que les esperaba.

Llegaron por fin frente á las cuatro paredes mus­gosas de la soñada habitación. Como por asalto se posesionaron de ella, y en pocos segundos, no que­daron veinte centímetros de espacio para refugiar otro hombre. Las lanzas y culatas de los fusiles se utilizaron para combustible. Una llamarada roja cal­deó pronto el ambiente y suave sonrisa de beati­tud satisfecha, reemplazó el gesto macabro de pocos minutos antes. Mientras tanto, del exterior, llegaban, gritos de losjretrasados que imploran, blasfeman y amenazan... Y en la imposibilidad de socorrerles, se ubica en la puerta un centinela con orden de matar sin compasión^á quien pretenda forzar el paso.

El grupo entonces se retira. De nuevo por faldas y quebradas emprenden la marcha al azar. Giran, buscan, escudriñan esperanzados en una ayuda de la providencia; pero, exhaustos al fin, al tercer día de vagancia estéril, regresan al refugio de sus compa-

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ñeros y piden como un favor que se les mate. . . El centinela no se atreve. Las mismas bestias, enfure­cidas de hambre, se rebelan y son muertas á balazos. Al cuarto día, los que aun están á la intemperie, cór-tanse á cuchilladas los miembros congelados que les causan dolores atroces. Y en la jornada siguiente, llegado el sufrimiento al paroxismo, sortéanse la vida con la condición expresa de que el perdedor servirá de alimento á sus compañeros. .. Mientras tanto, La­madrid, ha partido en dirección á la Cumbre.

Cesa al fin la tormenta y llega una comisión de so­corro trayendo pan y charque. El cuadro es sinies­tro. Los hombres que ya no pueden moverse, hacen muecas feroces y gruñen como perros. Los puños se crispan amenazantes. Los rostros famélicos se transfiguran entre horribles gestos de rabia. Y cuando ya satisfechos los estómagos, la comisión pretende lle­varles consigo, nadie quiere marchar y todos al uní-

Lo que se ve d e s d e la cumbre del A c o n c a g u a

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sonó piden que se les deje morir tranquilos... Y fuera, los mutilados, los que el día anterior se arran­caran piernas y brazos á golpes de hacha, desgárran-se sus terribles heridas amoratadas de frío, hieren con gritos de agonía los oídos de sus benefactores, que huyen horrorizados ante el horrendo espectáculo que contemplan sus ojos. .. Allí, sepultados entre los hielos, quedaron los muertos hasta el año 1879, sin que una cruz, ni una memoria por modesta que fuere, recuerde al curioso viajero el heroico y triste fin de los bravos que participaron de aquella escena trágica y espantosa. Hoy solo queda el block de piedra de la casucha, derruida por el tiempo y los temporales.

El general Lamadrid llegó á los Andes en estado deplorable. En pos de él venían cien oficiales y dos­cientos veinte hombres de tropa, escapados milagro­samente de la muerte que les acechara tan de cerca. Y es de advertir que, este revés se produjo á raíz de que Lamadrid dejó malograr el triunfo que obtuviera poco antes su teniente, el desventurado Acha, sobre las tropas federales que mandaban Aldao y Benavi­dez. Acha, como es sabido y notorio, fué sacrificado luego, exhibiéndose su cabeza clavada en un poste del Desaguadero.

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LOS PENITENTES

La travesía es deliciosa. Puede hacerse en cinco horas hasta la base. Con una hora más se llega á la cumbre, desde donde se admiran los nevados del Aconcagua, Tupungato y cadenas que les circundan. Con muías pedidas de antemano se sale del Hotel á las 6 a. m. en compañía de un guía encargado del manejo y cuidado de las cabalgaduras. Se costea la vía ferrocarrilera hacia Las Vacas, cruzando por esplendentes valles cubiertos de flores silvestres. Al cabo de una hora de marcha, el camino se desvía á la derecha por un lecho de pedregullo y se llega al río correntoso formado por una gran cascada. Se atraviesa el torrente al pie de la montaña y se aborda el estrecho sendero que en forma de zig-zag incli­nado conduce á las primeras rocas de 500 metros de altura. La marcha es lenta. A medida que se aleja de la planicie, empiezan á dominarse los panoramas de las lejanías con los montes silueteados de co­lores. Al cabo de 30 minutos se llega á otro torrente sobre la derecha, cuyas aguas, en vertiginosa carrera, desembocan en el de las Cuevas y Horcones. Se le sigue costeando bien al borde de precipicios, ó

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Cerro Navarro y cajón del Río las Cuevas

por el óvalo que describen las hondonadas llenas de vegetación. Poco después, se llega al final de la meseta que limita con los montes incrustados á la masa j>rincipal de Los Penitentes. Desde allí, la vista se hace interesante. El camino cae hasta el lecho del río que se ensancha por momentos para tomar luego la dirección de las altas quebradas. Brechas angostas, desviaciones extrañas, y por fin, un zanjón de 60 metros de profundidad, da salida al

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amplio valle poblado de flores andinas, en su mayor parte fresias de los Alpes, ó azules arvej illas de exu­berantes matas. Nuestro fotograbado representa este precioso valle en el paraje Piedra del Águila, donde se ve una caravana que desciende de la cima. A esta altura es fácil organizar cacerías de zorros — que los hay en abundancia — siempre que se haya tenido la buena idea de llevar la jauría de galgos con que cuenta la sección «Campo» de Puente delinca. Es un espectáculo sumamente interesante, sobre todo cuando la persecución se inicia por una pendiente inclinada en que el animal perseguido sube las cuestas ó se preci­pita por ellas en desenfrenada ca­rrera, l l evando tras de sí el enfu­recido ataque de los perros. Una vez que se lle­ga á la planicie, el río se pierde entre las mura­llas de los grandes montes, y el ca­mino dobla á la izquierda, para ir al encuentro de dos cerros enca­denados que con­ducen al Pico Blanco, frente al W$&£$i

bastión de L O S Cerro de T o l o r s a (5370 m e t r o s )

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- 120 -Penitentes. Desde esa altura, 3800 metros, se puede cruzar las hondonadas á pie y acercarse al cerro, para lo cual, se requiere mucha energía y buenos músculos. La suave pendiente que se extiende de la base superior hasta el plano inferior, es inte­resante. Por entre las alternadas asperezas que le cubren, se distinguen las notas obscuras de piedras en punta que, á lo lejos, semejan sujetos empeñados en escalar la altura. El efecto es doblemente original en las épocas de nieve, porque al cubrirse de blan­cura, deja en descubierto algunos puntos negros que simulan mantos de dominicos en beatífica procesión. Visto el cerro desde el valle, tiene el aspecto de un enorme templo de corte ojival, cuyos capiteles y co­lumnas parecen derruidas por la acción del tiempo. El espectáculo es distinto-á los que se puedan admirar en otras montañas. En hora y media de marcha y con paciente empeño, se puede llegar á la base superior. Desde lo alto de Los Penitentes, 3800 metros, se domina una pequeña parte del Tupungato y toda la cadena inmediata que, por el frente, se destaca majes­tuosamente sobre el Aconcagua, Cerro de los Alma­cenes, del Tigre y Santa María. La vista abarca un extenso radio con la visión de lo que en sí constituye la grandiosa Cordillera. Se ven, además, el Cerro de la Laguna Seca, Ventisqueros de Río Blanco y Paso Maldones. Después de tres cuartos de hora, se baja por cerros empinados que no ofrecen mayores peligros, debido á la composición, arcillosa y blanda del terreno. De regreso, las señoras y niñas que sufren de vértigos, pueden seguir á pie en ciertos parajes estrechos y molestos, con lo cual evitan el

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movimiento de las muías al arrastrarse sobre las patas traceras para no desbarrancar. A las 11 y V2 de I a

mañana se puede estar de regreso en el Hotel y al­morzar tranquilamente.

Para ir á la cumbre por otro camino, es necesario costear el río Penitentes y acometer los cerros ascen­dentes que se alzan al Este, por la parte posterior del monte.

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DEL INCA A L TUPUNGATO

Esta excursión queda reservada únicamente á los alpinistas decididos y vigorosos, amantes de las gran­des sensaciones. Para ir al Tupungato es necesario disponer, por lo menos, de una semana, á fin de ha­cer la travesía parcialmente y sin precipitaciones. También se puede realizar en menos tiempo utilizando caminos más cortos, pero difíciles, que cruzan por la cordillera á poco de salir del Inca. La mejor ruta es la que arranca de Punta de Vacas. Se pue­de ir hasta allí en ferrocarril y mandar adelante las muías y guía para que esperen. Se calcula en 45 kilómetros la distancia que media entre Pun­ta de Vacas y el Tupungato. Saliendo á las 5 de la mañana de dicha estación, se puede llegar á las 9 de la noche al pie del grandioso monte, haciendo una marcha casi forzada, pero sin salir del paso-Como los exploradores realizan estos viajes sin apre­suramiento y tomando horas de descanso, pueden per­noctar en el camino bajo carpas llevadas en cargue­ros y salir al día siguiente aprovechando la buena hora de la madrugada. En estas condiciones, recién al tercer día se puede intentar el ascenso, calculando que

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se ha tomado el tiempo indispensable de descanso, observación y preparación. Si se va á la cumbre, el tiempo de estadía cambia; pero si es cuestión de ir hasta los primeros macizos y volver, se puede hacer el viaje en 5 ó 6 días.

Estación Las L e ñ a s . — Río subterráneo

El Tupungato, cuya cima es de 6718 metros de altura, se encuentra en el centro de la cordillera, siendo un volcán apagado. En épocas lejanas ha te­nido fuertes sacudimientos y erupciones. Debido á ello ha interceptado muchos pasos, encontrándose solamente expeditos los que conducen á Punta de Vacas por el lado argentino, y por el río Maipo ha­cia la región chilena.

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A su alrededor, y en un espacio de 20 á 30 kilóme­tros, están convertidos los cerros y quebradas en ver­daderos caos de piedras y precipicios que imposibili­tan por completo el paso. La travesía de Punta de Vacas es la que ofrece mayores facilidades sin dejar de ser también escabrosa.

La cumbre blanca de este monte que, en su es­tructura, se asimila á las del Japón por su extraña característica de cono, se domina desde el paso del río Maipo, de la estación Punta de Vacas y desde la plaza de armas de Santiago por entremedio de los cerros Plomo y San Francisco.

Al pie del Tupungato corre el río Plomo que lue­go se desborda en distintas direcciones hasta lle­gar al mismo río Mendoza, donde desemboca con la extraña coloración de sus aguas á que hacemos re­ferencia en otro capítulo.

Según publicaciones hechas por el distinguido ex­plorador doctor Heilbling, que le ascendió en Febrero de 1912 conjuntamente con el doctor Reichert, exis­ten fuentes de aguas naturales en ciertas regiones del Tupungato que casi puede decirse superan á la « Apollinaris » de fama universal. De análisis realiza­dos se han podido comprobar relevantes propiedades minerales en sus aguas, propiedades de alta' impor­tancia digestiva y curativa. Sobre este particular, aun se están por determinar las cualidades de muchas fuentes que, por lo difícil de su ubicación, no pueden ser explotadas.

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CERROS INMEDIATOS A PUENTE DEL INCA

De Santa María.

Es una excursión sumamente interesante, pero molesta y fatigosa. Se aconseja únicamente para ca­balleros. A las señoras se les expondría á reitera­dos contratiempos al salvar algunos pasos difíciles. Saliendo de Puente del Inca, se puede ir al pico en dos horas y media, á paso de muía. El camino empieza en forma oblicua frente á la estación del Ferrocarril para volver en sentido contrario y atra­vesar Tos valles superiores. Una vez en la cima, se dominan las alturas nevadas del Aconcagua que, pue­de decirse, queda al frente; y en primer término, el Cerro de los Almacenes.

Sucesivamente, la cadena del Tigre; en las leja­nías los demás montes del Cuerno, Tolorsa, y Para-millos; y en sentido contrario, hacia el Este, Los Penitentes y el Tupungato. Saliendo á las 6 a. m. se puede estar de regreso á las 11 y y 2. En las colinas se encuentran hermosos campos de flores, pequeños riachos y cascadas, donde crecen vigorosamente los berros y heléchos. Muchas otras plantas alpinas

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• Estación Las Cuevas

y raras se pueden recoger entre las rocas húmedas de los torrentes. Como punto de observación y explo­ración, Santa María constituye una gratísima nota de belleza.

Los Puquios.

Al pie del Cerro Santa María, que da sobre el valle del Inca, con frente á la quebrada de Los Penitentes, existe un paraje denominado Los Puquios, donde las vertientes naturales producen agua enteramente cris­talina que causa la sorpresa de cuantos llegan á esa región. Con tal motivo, la dirección del hotel ha en­contrado el medio de construir allí enormes tanques y cañerías para llevar el caudal de esas aguas has-

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tas las habitaciones. Se ha establecido una especie de usina de aguas corrientes, con su correspondiente administración. La pureza y sabor de las aguas que­da fuera de toda discusión. La mayor parte de los pasajeros la prefieren á cualquier otra mineral, aun hasta la misma Villa Vicencio, que tanta aceptación tiene en la provincia. Frecuentemente se organizan excursiones hasta esos parajes, donde, aparte de su hermosa vegetación y panorama, se encuentran tam­bién ciertas extensiones de^berros mezclados con las corrientes de las fuentes naturales.

Panta. El camino arranca frente al hotel. De lo alto se

admiran los similares superiores de la cadena prin-

Refugio del t iempo *%te l o s e s p a ñ o l e s

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cipal y el valle de las Cuevas con una sucesión de tornasoladas alfombras. El pico Panta mide 1400 metros de altura. La travesía se hace en dos horas de ida y vuelta.

Las Cuevas. — Oficina nacional entre las nieves

Pico 11 de Febrero ó de La Bandera.

Se encuentra al pie del hotel, elevándose á 1200 metros. El camino arranea del mismo.patio; des­cribe líneas oblicuas y de zig-zag para abrirse paso

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por las escarpadas rocas y sus pendientes. Se recorre en hora y media de ida, ya sea en muía ó á pie. Des­de la cumbre, se perciben los cerros del Aconcagua, de Tolorsa, Almacenes y el cajón de Las Cuevas,

U n a caravana en la Cumbre

donde nace el río Mendoza que, en la región, se cono­ce con distintas denominaciones. Casi diariamente se organizan excursiones al pico de La Bandera, cuyo nombre se debe á la idea que tuvo un día el director del hotel, de colocar en la cumbre dos servilletas en

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D e Inca á Las Cuevas . — Entre los h i e l o s . C o n d u c t o r e s de p r o v i s i o n e s

forma de bandera, las cuales son sustituidas frecuente­mente por los distintos trofeos que llevan los turistas. Sin embargo, su nombre le ha quedado, lo mismo que el de 11 de Febrero, por ser la fecha de la primera ascensión que se llevó á cabo.

Los Gemelos.

En la ruta de Los Horcones y al doblar el camino hacia el Aconcagua, quedan á espalda los montes que forman la cadena y picos de Los Gemelos, cuya altu­ra es de 3800 metros. De Puente del Inca, arranca el camino de muía que conduce al mismo pie, en cuyo trayecto se emplean cuatro horas. Durante el viaje se pueden admirar numerosos panoramas con distin­tas coloraciones, pues, en esa zona, predominan las notas blancas, rojas y amarillentas de las vetas mi-

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neralógicas incrustadas en las rocas. De la cumbre, la vista alcanza á percibir la región chilena, los montes del Tolorsa, Cuevas y hasta la Quebrada Blanca.

De la Gloria.

Lleva el mismo nombre del que se encuentra en Mendoza, donde se ha levantado el artístico monu­mento al ejército délos Andes, pero con la diferen­cia de que este otro cerro se encuentra sobre la línea divisoria de Chile, á ocho leguas más afuera de Las Cuevas. Para llegar á él, se emplean doce horas en muía, transitando por un camino lleno de interesantes paisajes. La travesía es bastante penosa, pero bien compensada ante las perspectivas y encantos que se ofrecen á cada momento.

La familia del ingeniero Hughes, viajando en trineos

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Los Leones.

Tiene 5430 metros de altura y está á larga distan­cia del Inca, sobre la línea divisoria con Chile. Es un volcán que no preocupa mayormente á la región, por más que arroje lava de tiempo en tiempo.

Los Penitentes. '

Constituye también la cadena divisoria con Chile, tomando por base la línea de las altas cumbres que llega desde el Cristo Redentor.

Tolorsa.

Desde el Hotel Las Cuevas, se puede efectuar la ascensión á las primeras y segundas planicies del Ce­rro de Tolorsa, para admirar con natural sorpresa los enormes blocks de hielo que se derraman por entre los dos agudos picos del monte. La ruta se inicia con desviaciones por los primeros cerros hasta llegar á un valle que se liga con otra cadena superpuesta, la cual, flanquea el macizo principal. Se debe ascen­der por la parte norte, para llegar á la segunda pla­nicie,' desde donde se asiste únicamente á los glaciers y se dominan los accidentados contornos de las obscuras moles. Su estructura y colorido es comple­tamente distinto de los demás.

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NOTAS Y APUNTES

I

RIQUEZAS M I N E R A L Ó G I C A S

Llama con justicia la atención de los que viajan por las regiones andinas, el conocimiento de que existen allí grandes riquezas minerales cuya explota­ción racional, altamente beneficiosa para el erario

' público, aun no ha sido iniciada. Verdad que la falta de combustible barato fué siem­

pre una traba insalvable á toda iniciativa, y teniendo en cuenta que solamente el transporte de carbón hasta aquellos parajes cuesta más que importar, por ejemplo, el cemento desde Bélgica, se comprende la indiferen­cia gubernativa y mercantil hacia un negocio que solo ocasionaría gastos sin rendir el más mínimo beneficio á título de compensación.

Pero es el caso que en una propiedad del señor Rodríguez Brizuela, en Potrerillos, y otra sita atrás del Cerro de la Gloria, perteneciente al ministro Salas, se han encontrado minas de carbón de calidad inmejora­ble, y los trabajos de investigación que se ejecutan

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con toda actividad permiten esperar combustible que, comerciado á precios razonables, hará factible la explo­tación de minas de yeso, cemento, mármol verde y amarillo, hierro, cobre y cal que existen en gran can­tidad en la región de los Andes argentinos, y que divisa el turista apenas se encajona en la Cordillera.

Las minas de carbón que se encuentran á las puer­tas de la ciudad de Mendoza reservan á ésta un por­venir fabuloso.

II

D E M A R C A C I Ó N DE C A M I N O S , REFUGIOS Y GUÍAS

Poco tiempo después de fundado el Hotel Puente del Inca, surgió la idea — y en ese sentido el Dr. Rei-chert planeó atinado proyecto — de trazar un mapa de la región, abarcando del Aconcagua al Tupungato con el fin de orientar á los turistas y demarcar los ca­minos con toda precisión. El pensamiento hubo de lle­varse á cabo, como también, otras medidas prácticas y útiles para los amantes á excursiones, pero fracasaron las buenas tendencias debido á la carencia de viajeros por las altas montañas. Ahora, nuevamente, ha sur­gido la idea en vista del aumento de pasajeros, y no será difícil que, antes de poco, se realicen trabajos de positiva utilidad. Indiscutiblemente que la formación de un mapa es indispensable para orientar á los turis­tas; pero se necesita un plano fácilmente comprensi­ble que, consultado sobre el terreno, demarque exacta­mente el trazado de los caminos, los parajes y alturas de los distintos puntos que mayormente atraen la aten-

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ción del viajero. En todas las regiones de la Suiza, las empresas ferrocarrileras y los propietarios de hote­les se han preocupado especialmente de tales necesi­dades para atraer, no solamente á los viajeros, sino también para ilustrar sobre las bellezas de la región. A eso se debe que el turismo se desenvuelva con mayor entusiasmo y actividad.

El Rotator io del Ferrocarril al Pacífico

Los caminos que existen en estos momentos en la Cordillera son accesibles, aunque resultan estrechos, para las cabalgaduras. Muchos de ellos, apenas si tienen 20 centímetros de ancho, es decir, lo sufi-, cíente para que la muía pueda colocar el vaso. En las grandes alturas se encuentran parajes penosos é inatacables, pero esto se subsana muchas veces con la pericia de los conductores ó la intrepidez de los mismos turistas. Por eso, insistimos nuevamente en

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que el Ministro de Obras Públicas debe propender a l a conservación de los caminos, haciendo efectiva la en­trega de los 7.000 $ que fija el- presupuesto para ta­les fines. Será un estímulo para el turismo y para los que de años atrás cubren esas erogaciones con su pe­culio personal, como lo hace actualmente la dirección del Hotel en aquel punto.

Es indispensable también instalar refugios ú hospi­cios al pie de las montañas del Aconcagua, Tupungato, valles del Plomo y. Río Blanco, donde los exploradores puedan pasar la noche, preservándose de las incle­mencias del tiempo. Sabido es que, para llegar á esos parajes, se emplean muchas horas y días, de manera, que los excursionistas se ven obligados á pernoctar en aquellas regiones, exponiéndose á temporales y peli­gros. Pero si se establecieran refugios, tales como los que el Hotel Inca construyó en el Lago de los Horcones, las expediciones se organizarían con ma­yor frecuencia y las caravanas no se expondrían á tantos sinsabores. La obra no sería costosa desde el momento que á esas alturas se dispone de piedra sufi­ciente para dar solidez á la pequeña construcción. En la cumbre, al lado del Cristo Redentor, se ha levantado un refugio de esta índole que, por cierto, presta seña­lados servicios á los turistas y arrieros que pasan la línea divisoria por ese camino. Otro detalle importante y complementario, es el de los guías, cuya clasificación debe hacerse con equidad de criterio para saber quie­nes son los más expertos y conocedores de la región, como también los que deban ejercer la misión de peones conductores de muías y carga. Cada día aumenta la necesidad de someter los verdaderos guías

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á una especie de examen ante la misma dirección del Hotel, para que otorgue la debida credencial á quie­nes se destaquen en conocimientos sobre la topografía y denominaciones de las montañas que comprenden

El Rotatorio c o r t a n d o las m a s a s d e h i e l o s

la región. El guía debe poseer las mismas condicio­nes de corrección, conocimientos topográficos, camino, flora, etc., que los expertos guías de la Suiza. Su cons­titución física debe ser capaz de resistir las inclemen­cias del tiempo y la presión atmosférica de las alturas,

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para poder atender, rápida y eficazmente, á las per­sonas que conduzcan. Su entereza debe ser puesta á prueba.

Respondiendo á todas esas exigencias debe fijárseles, en compensación,una tarifa de honorarios que el mismo Hotel puede planear de acuerdo con las circunstancias y característica de las temporadas, ya sea de verano como de invierno.

1H

RESGUARDO DE A V A L A N C H A S

Es enorme la lucha que sostiene la empresa del fe­rrocarril al Pacífico para mantener expedita la vía en la época de los hielos. Los más duros trabajos se han originado durante el año 1914 en que fué necesa­rio recurrir á enormes desembolsos para contrarrestar el empuje délas avalanchas que amenazaban arrasar con una gran parte de la vía, desde el Inca hasta Las Cuevas. Fué necesario llevar un ejército de peones para abrir sendas por entre los grandes blocks de hielo. El gasto mensual era, por consiguiente, de 7.000 $, y se ha dado el caso de que, en un día, que­dara destruido todo lo que se había hecho en la semana. Los fuertes deprendimientos cubrían los caminos de moles blanquecinas á las 24 horas si­guientes de la operación.

Los dos mil metros de galpones que actualmente existen, sólidamente construidos, no alcanzan á pre­servar las avalanchas y peligros que durante el in­vierno se ofrecen. Con tal motivo, la empresa ha pla­neado un,nuevo proyecto que se encargará de llevar

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á cabo el ingeniero de la región. Mandará ejecutar 3.000 metros de galpones con un costo total de 70.000 libras esterlinas. Por medio de estas construcciones se espera proteger la vía y los trenes de las enormes caídas que se originan frecuentemente en los puntos donde los montes tienen 30 y 40 grados de inclina­ción. El poderoso motor que actualmente posee la empresa, destinado á romper las masas de hielo resulta casi insuficiente, no solo por el largo tra­yecto á recorrer, s ino también por el enorme espesor

El Rotatorio trabajando entre los hie los

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de las masas que debe triturar. Dicha máquina opera sobre los blocks, hasta ocho metros de altura, pero resulta que en muchos casos el espesor de los hielos llega á 10 y 12 metros. La mano obrera en estos casos, debe intervenir necesariamente en una forma rápida y eficaz, para evitar que la nieve cubra lo que la perforadora va horadando.

La máquina rompe-hielos tiene una misión impor­tante en los trabajos, puesto que la destrucción de los conglomerados ofrece grandes resistencias, motivo por el cual es necesario cambiar á cada rato las cuchi­llas cortadoras. El costo de la máquina es de pesos 100.000 m/n.

IV

C A M I N O S G E N E R A L E S »

A pesar de los esfuerzos que hace el gobierno de Mendoza para mantener en buen estado los caminos que conducen á los cerros, algunos reclaman mejoras que, por lo costosas, no puede realizarlas aquél. Por su parte, el gobierno nacional, tampoco hace entrega de la partida que el presupuesto señala á ese efecto. Y como la conservación de esas rutas es un problema importante para la región, creemos factible proveer los fondos necesarios al fin que nos ocupa, mediante una ínfima cuota diaria que se podría solicitar á cada via­jero.

Con la aplicación de ese procedimiento — sin repre­sentar una carga gravosa para nadie, desde que el aporte de unos centavos no molestaría á los turis-

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La c u m b r e divisoria del límite argentino chi leno junto al Cristo R e d e n t o r

tas — se conseguiría tener los caminos en orden, evi­tando lo que sucede hoy con la ruta al monumento del Cristo, por ejemplo, que se encuentra deteriorada en ciertos parajes.

V

PUENTE D E L INCA EN INVIERNO

Durante los' meses de invierno, cuando las nie­ves en el período álgido de su imperio le visten con soberbio chai de blancura, el Puente del Inca ofrece al viajero una visión tan maravillosa que, no sólo retribuye con creces las erogaciones y el tiempo

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puestos al servicio de la excursión, s ino que propor­ciona al espíritu selecto una racha de emotividad esté­tica tan honda y elocuente, que el alma se recoge mística ante la majestuosidad de la belleza elevada á sorprendentes gradaciones.

Imagínese el lector una enorme masa de hielo tor­nasolada de tantos colores como aurora de primavera. Estalactitas caprichosas de seis y ocho metros de altura cuelgan á manera de fantásticos cirios. En la boca del Este, trozos de nieve endurecida reflejan las variantes luminosas de una estrella. Y abajo, las vertientes petrificadas, muestran superficies tersas como exóticas sábanas de marfil.

Luego, las ventanas de los baños, bajo el puente, con cortinados espesos de hielo que parecen arabescos de algodón. A la derecha, visto de Este á Oeste, otras masas heladas de colores pálidos, celeste, rosa, crema y grisáceas; y en el centro, donde la piedra roja queda al descubierto, las algas de color verde obs­curo que por falta de sol va degradando en verde claro, verde amarillo, verde crema, siempre sobre el fondo rojo vivo del pedregullo del lecho.

Hacia la izquierda, la piedra cae casi á pique, y la cascada, convertida en extraños trozos de hielo col­gante, contrasta con el fondo obscuro del puente, don­de la nieve, por efecto de la media sombra, se tiñe de un tono gris lila de mágicas transparencias.

Sobre este conjunto, el agua de los gases se petrifica adquiriendo color anaranjado; y allí crece el musgo de tornasolados verdes para formar un maravilloso cuadro agreste de líneas intraducibies.

Debajo del puente, algunas composiciones minerales

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El Cristo R e d e n t o r con la cruz averiada p o r un temporal

el puente de oro, en su brillante conjunción con la nieve y la cascada forma un magnifico arco-iris que solo vive media hora.

La majestad de este espectáculo hace precaria toda relación. No hay frases que traduzcan la nota artística

se agrupan formando originales jarrones por donde se deslizan, suaves y blancas, las estalactitas.

Y cuando en las mañanas, de 9 á 10, el sol trans­pone el monte lanzando reflejos oblicuos que bañan

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que allí culmina, como culmina el sol de las doce en el cénit apacible de un día de verano. . Las artes todas rivalizan sobre el paraje en gigantesco torneo. La misma soledad del lugar, parece complotarse en la inevitable unción del alma del visitante.

Y el orgullo nativo, sobre todo, siente su más ínti­ma satisfacción al pensamiento de que es en nuestro suelo, sobre la tierra argentina, donde la madre natu­raleza ha levantado tan fantástico monumento.

VI

T E M P E R A T U R A

Con respecto á la temperatura de la región andina, la inventiva de algunos ha tejido una serie de historias inverosímiles. Verdad que en los días fríos de Junio y Julio, el termómetro marca por las noches 15° y 18° bajo cero, pero como se supone que el turista pernoc­tará en el hotel, encontrará allí un buen servicio de calefacción que contrarresta con eficacia los rigores del clima.

Durante el día, en pleno invierno, la temperatura de 5 o bajo cero es común antes de las 8 de la mañana; luego la columna mercurial asciende paulatinamente y, á veces, a l a s 12 del día, sube al grado.

El ambiente, por lo demás, es sano y fortificante. Y en el verano, la temperatura media, oscila de 16° á 20° sobre cero, lo que representa un clima ideal para la estación.

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Caravana r e g r e s a n d o del Cristo R e d e n t o r

VII L A G O DE L O S HORCONES

Es el paraje predilecto para las excursiones inver­nales. Estas se realizan á lomo de muía y siguiendo la ruta que cruza unos montículos que comienzan poco después del puente del ferrocarril y terminan entre las montañas de la Bóveda y el Panta, las cuales, forman el perímetro del Valle de los Horcones.

Desde allí, se prosigue sobre un sendero conocido donde la muía se entierra, a lo sumo, cincuenta centí­metros dentro de la nieve, sin peligro alguno para el jinete; y tras de un panorama hermosísimo que se extiende á la vista del excursionista todo el tiempo que dura el paseo, se arriba al Refugio de los Horcones, lugar apropiado para resguardarse de la glacial tem­peratura.

El lago de los Horcones ofrece un espectáculo inte­resante, con amplias planicies nevadas para patinar sin temor de tropiezos ú accidentes.

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VIII

T R Á N S I T O D E L PUENTE D E L INCA

Un elemental deber de precaución aconseja limitar el paso de ciertos vehículos por sobre el puente del Inca. Se trata de una maravilla genuinamente nues­tra que debemos conservar á toda costa para admi­ración de propios y extraños, y por lo mismo, conviene aplicar un criterio severo á su custodia.

La gerencia del hotel le hizo colocar fuertes barreras en su base para protegerlo de las correntadas; pero insistimos en que deben tomarse otras medidas radi­cales á fin de evitar una pérdida que, como la famosa piedra movediza del Tandil, afectara tan íntimamente á todos los argentinos.

IX

T A R E A S DE INVIERNO

La principal actividad de aquellos parajes en la época invernal, es la labor ímproba que desarrollan los peones del Trasandino para despejar el riel de la nieve que cae sin interrupción.

La gerencia del ferrocarril les proporciona ropa aparente, y á horas determinadas se les reparte bebi­das espirituosas para confortarlos. Estos modestos héroes del trabajo aportan una nota asaz curiosa en medio de aquellas soledades, sobre todo, cuando tra­bajan con el Rotatorio que rompe el hielo y tira los trozos á cincuenta metros de distancia,

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En otras ocasiones, limpian la vía por medio de palas, es decir, que en lugar de cavar tierra, ellos cavan nieve.

Para el reposo se han construido grandes galpones y se les proporciona leña, mantas, etc.

D í a s invernales . — El refugio cerca del Cristo R e d e n t o r

X

EL V IEJO C A M I N O A L CRISTO

El camino nacional á la cumbre que arranca á ocho cuadras de la estación Las Cuevas, se encuentra en deplorable estado, debido al abandono que de él han hecho las personas encargadas de repararlos. Estos excusan su actitud, ante el olvido del Ministro de Obras Públicas que no entrega partida alguna desde

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hace cinco años para ejecutar esa clase de trabajos, aun á pesar de los 7.000 $ que acuerda el presupuesto. Con tal motivo, la ruta se ha desviado, haciéndose fatigosa. Las caravanas se dirigen, generalmente, por una nueva vía que se ha formado sobre un plano es­trecho é inclinado.

XI

F L O R A DE L A S M O N T A Ñ A S

Los turistas que se aventuran á recorrer los valles y alturas inmediatas al Puente del Inca, encuentran secreto placer en admirar la hermosa flora que se desarrolla por la pintoresca región. No es posible describir la totalidad de ellas; por eso nos concretamos á mencionar las más bellas y originales: Corre y vuela, color blanca de forma campanilla; acerillo, flor amarilla de regulares pétalos en forma de margaritas; chuchucoma, blanca con figura de estrella; chiribo, azul fuerte; arvejilla azul, formando grandes raci­mos; capus, amarilla redonda; cizaña, blanca á ma­nera de jazmines que se extiende y reproduce en grandes extensiones; de los cerros, grande amarilla que se extiende en la misma proporción; argentina, tiene la particularidad de dar dos clases de flores, blancas y azules. Además se pueden encontrar las violetas, fresias y miosotis salvajes, que mucho se asi­milan á las verdaderas de nuestros jardines. Las mesas del Hotel y sus salones son adornados diaria­mente con preciosos bouquets de tan interesante flora.

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XII

H O R A S DE L A T A R D E

En las últimas horas de la tarde, cuando el sol tiende su postrer rayo de claridad, una sucesión de esplendentes panoramas embellecen las quebradas y laderas del anchuroso valle del Inca. Las crestas se engalanan con niveos doceles, y en las faldas, juegan caprichosamente las verdeantes entonaciones de las praderas, en medio del fantástico primor de rumorosas cascadas. Las cumbres fulminan enrojecidos chispa­zos que escapan por los marcos de esmeralda que cierran el florido circuito inmensamente rico y exube­rante. Los montes lejanos se esfuman con suaves pinceladas, y las primeras sombras que proyectan las graníticas murallas, se tienden á dormir sobre las planicies con indolente tinte de tristeza. A medida que los envolventes tules ocultan-las lejanías, una le­gión de figuras extrañas cruzan por el centro de los montes, cual espectros gigantescos de la solitaria no­che.

El hálito violento de las tempestades se oculta en los antros del Aconcagua, y el misterioso silencio de la virgen naturaleza, lleva al espíritu la sensación de mundos ignotos, donde la imaginación sueña con olímpicas visiones.

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XIII

V A L L E D E L RÍO B L A N C O

De los que circundan el Inca es el más accesible. El camino corre paralelo al cerro de los Penitentes, de donde se dobla á la derecha; se atraviesa el abra «Río Blanco» de 4100 metros de altura y se desciende al valle. A poco de internarse en dirección al cerro Twins Peaks, se admira una hermosa cascada que pro­ducen los ventisqueros del mismo monte. El valle de Río Blanco, es poco conocido, á causa de la des­viación de caminos que conducen á regiones inmedia­tas. Sin embargo, es el más hermoso, no solamente por su topografía accidentada, s ino también por su vegetación y campos de flores. Alrededor de este valle, por las grandes pendientes y cumbres del Twins, se pueden ver, además, seis corrientes de hielo que forman el enorme círculo de ventisqueros con que el mismo se caracteriza. El cerro más culminante de la zona es el de «Punta del río Blanco» que cuenta con 5200 metros de altura. La ascensión está re­servada únicamente á los alpinistas aguerridos y se emplean generalmente dos días en ida y vuelta. Desde este pico, se ha podido observar que, por el lado argentino existen ventisqueros que miden aproxi­madamente de 15 á 20 kilómetros de extensión, ali­mentados por los macizos y comentes del Río Blanco, Chorrillos y el Juncal. Toda esa región, casi inexplo­rada, encierra problemas interesantísimos de estudios glaciales para los que á ellos se dedican.

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XIV

N E V A D O S L A S P O L L E R A S

Saliendo de Punta de Vacas y continuando por las márgenes del río Tupungato se llega en un día al pie del imponente cerro de « Las Polleras », cuya altura es de 5960 metros. La extraña configuración de sus pieos y mesetas, llama la atención de cuantos á ellos se acercan. La travesía está compensada con las gratas emociones que se reciben. En sus alrededores exis­ten baños calientes que los exploradores aprovechan durante la estadía. Cuenta con fuentes de aguas mi­nerales que pueden competir con muchas que nos lle­gan de Europa precedidas de gran fama. La ascen­sión á «Las Polleras», fatigante y de largas horas, sólo se aconseja para los alpinistas de empuje. Las alternativas del camino, en la zona vegetativa, ofrece encantadores panoramas, encuadrados artísticamente por el exotismo de la región.

El autor del l ibro p o r la alta Cordillera

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X V

L O S CÓNDORES

La dinastía del símbolo tiende á desaparecer. Los mejores ejemplares sólo se ven de tiempo en tiempo por el Valle de Uspallata, quebradas del Tupungato, cerro de Las Polleras ó el Juncal. Los cazadores, que antes recorrían la cordillera en cuadrillas, han concluido con ellos. Por otra parte, los pobladores y criadores les han perseguido tenazmente á causa de los perjuicios que ocasionaban devorando anima­les recién nacidos.

El Rey de las alturas, á quien tantas odas le han cantado los poetas épicos, se aleja de los viejos domi­nios á medida que avanza el progreso con el estri­dente silbato de la mecánica y el vapor. Las frecuentes caravanas que cruzan por las altas cumbres, esgri­miendo armas de precisión, han desalojado la especie titánica que antes abatía sus alas sobre los-ejércitos libertadores. Ahora, buscan el obscuro refugio, pomo el Urutaú de la leyenda, para llorar la pérdid#de su imperio allá en las crestas tempestuosas de los Andes.

XVI

CERRO D E L J U N C A L

El grandioso cerro similar del de Los Leones, mide 6060 metros de altura y es casi inaccesible por las escabrosidades del camino y las pendientes que ofre-

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ce en toda, momento. Está cubierto de ventisqueros á poco de abandonar la zona agreste. Sólo pueden ascender los alpinistas acostumbrados á luchas con las alturas y accidentes del terreno. El Juncal ofrece inminentes peligros, asimilándose sus escabrosidades á las del Himalaya y Cáucaso. Una exploración á su cima no se puede realizar sino con toda clase de elementos y precauciones, empleando, por lo menos, dos semanas.

XVII , CACERÍAS DE G U A N A C O S

Los amantes á las cacerías, encuentran campo propicio para las excursiones cinegéticas en Las Co­rontas ó Zanjón Borrado, que se encuentra en uno de los valles del río de Las Vacas. En aquel punto, existen pequeños cerros, cubiertos de exuberante ve­getación, á donde llegan los guanacos salvajes de las sierras. La travesía se hace en dos ó tres días, con buenas muías y provisiones. Se debe armar carpa, dormir en el campo y esperar las horas de la ma­drugada para efectuar la cacería. El camino más corto y apropiado arranca de Potrerillos, existiendo otro desde Las Vacas, pero más largo y accidentado. De Puente del Inca se han organizado algunas cara­vanas de aficionados con espléndidos programas de turismo y vida de campo. Los resultados han sido siempre satisfactorios.

La sección « Campo > de Puente del Inca, provee de guías y elementos necesarios para realizar tales excur­siones.

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XVIII

M O N U M E N T O A L O S C A R T E R O S

A doscientos metros antes de llegar al Cristo Re­dentor y sobre la base principal de la cumbre, se encuentra un pequeño monumento, donde se ven al­gunas placas de bronce recordando los nombfes de varios empleados de correo que sucumbieron en ese lugar á raíz de un violento temporal de nieve, en cir­cunstancias que transportaban correspondencia para la Argentina. Este suceso se produjo el año 1908, resolviendo la Dirección de Correos levantarles ese re­cuerdo en el mismo sitio donde perecieron.

XIX

CACERÍA D E L Z O R R O

La cacería del zorro es un sport útil y agradable, particularmente, en invierno.

Cuando las nieves se intensifican en la montaña, los animales pueden ser atrapados, no solo sin es fuerzo, sino sin salir siquiera del hotel del Inca.

En efecto, cuando el frío aprieta, las jaurías zorru­nas bajan en tropel á los valles en busca de refugio y alimento, y en las noches, no es extraño oírles caminar sobre el techo de los departamentos del hotel. Entonces, cuando hay luna sobre todo, la tarea se reduce á entreabrir la ventana y disparar sobre ellos con una arma de fuego.

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Cerro del Tupungato ( 6 7 1 8 m e t r o s )

El director de la sección «Campo», señor Davies, hombre avezado al sport y al clima, suele abandonar el lecho á las 2 a. m. y con ayuda de perros adies­trados les da caza con facilidad, aunque el sistema es poco práctico porque los canes le destrozan la piel, muy valiosa, por ser zorros amarillos obscuros.

X X

SECCIÓN C A M P O

A cien metros de la estación Puente del Inca, se encuentra instalada la sección « Campo », anexa al es­tablecimiento Hotel y destinada á prestar servicios de excursiones á los puntos más pintorescos de los alre­dedores. Se encuentra á cargo del señor M. Reginal-do Davies, persona altamente culta y amable que, puede decirse, ha pasado su vida escalando casi todas las inaccesibles cúspides de la Cordillera. Tiene bajo sus inmediatas órdenes á Miguel Lucero, capataz;

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ocho guías experimentados; 30 muías mansas desti­nadas al servicio de pasajeros; 20 idem de carga; caballos, carruajes y carros de transporte. De este punto, parten las caravanas que diariamente se orga­nizan para escalar los Penitentes, Horcones, la Cum­bre y otros parajes del circuito.

Los turistas encuentran en el señor Davies un eficaz cicerone de la región y, en su personal, los mejores acompañantes á las zonas elevadas. Se puede con­fiar á la pericia de aquellos el éxito de las excur­siones.

XXI

MUJERES DE L A C O R D I L L E R A

Las que habitan en aquellos parajes de la Cordillera despiertan positiva admiración en el ánimo de los turistas. Cooperadoras de guardianes y peones del trasandino, se albergan en chozas de zinc que, bien observadas, resultan abrigos casi paradógicos contra la temperatura glacial del ambiente.

Al paso del tren, asoman satisfechas su semblante como si la nieve neutralizara sus efectos al contacto del robusto organismo.

A través de los vidrios que resguardan las ventani­llas, el viajero les mira con la consiguiente sorpresa, que se traduce en rara sensación de frío.

A pesar de la conmiseración con que se les observa, ellas están ahí, sonrientes, demostrando la valentía de su sexo y de la raza. Son, en verdad, mujeres admirables!

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XXII L O S QUE DESPRESTIGIAN

Existen personas que, por extraño afán de exhibi­cionismo, tienen la debilidad de tejer relatos ampulo­sos y falsos referentes á cualquier asunto en que.les toque intervenir.

En materia de viajes,—especialmente,—la inventiva de los aspavienteros adquiere proporciones insospe­chables; y no es raro el caso de turistas que dando crédito á torpes historietas realizan especiales prepa­rativos para concurrir á determinado paraje, más ó menos accidentado, convenciéndose después de la fal­sía de los datos adquiridos en el primer momento.

Con respecto al viaje á Punta delinca, no han fal­tado pasajeros que, de todo lo humano hacen un defec­to capital, que han puntualizado peligros y molestias simplemente imaginarias.

Así, por ejemplo, se ha dicho que al iniciarla ascen­sión hacia el hotel se sufren sofocaciones y que, por lo mismo, el viaje no es propicio á todos los tempera­mentos. Sin embargo, nada más inverosímil. Ver­dad es, que con el cambio brusco del ambiente del llano al ambiente de la montaña, el organismo no puede substraerse al efecto inmediato de la rápida transición; y así, al escalar el primer repecho que arranca del mismo puente se atraviesa por corta zona de gases carbónicos que debe transitarse á paso reposado para evitar un pequeño malestar. Igual­mente, después de los baños — baños fuertes por los cuerpos minerales disueltos en las aguas—es preciso

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descansar media hora como mínimum. En el mismo túnel, no es posible realizar una recorrida precipitada por las emanaciones mercuriales de las aguas cerca­nas. Pero todas las causales apuntadas, se reducen, pura y simplemente, á prescripciones higiénicas que conviene observar siempre, aun cuando las molestias desaparezcan á las 24 horas de estadía, y el cuerpo; por efecto de esas mismas molestias iniciales, adquie­ra mayor energía, resistencia y bienestar.

Los vértigos, vómitos, desfallecimientos, etc., solo están en la mente de los timoratos, y afirmamos una vez más, con la autoridad de nuestras minuciosas investigaciones, que Puente del Inca es un paraje propicio para organismos sanos y delicados.

XXIII

A N D A R I N E S

Entre los muchos cuentos ideados por los arrivistas á fin de expoliar al prójimo, el de los andarines se destaca con caracteres propios y originales. Se trata de individuos que, con el deliberado propósito de explotar el altruismo de las. personas caritativas, se simulan personajes exóticos que recorren el mundo á pie en busca de quien sabe que extrañas aventuras; y como su arte marcha de perfecto acuerdo con su cinismo, el negocio les resulta fácil y lucrativo, razón por la cual es conveniente prevenir á las personas crédulas para evitarles que sigan siendo víctimas de la maquiavélica habilidad delictuosa de esos extraños

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personajes que viven á costa de la conmiseración que despiertan.

Su modo de operar es'el siguiente: Abandonan la capital en coche de segunda clase, con rumbo á un punto distante cualquiera. Llegados allí, descienden con sigilo, ocultándose á la mirada curiosa de las gen­tes; y en la primera maleza ó zanjón que hallan al

Cerro de Las Polleras ( 6235 metros)

paso se cubren con ropas apropiadas, calzan un par de botas en estado deplorable y, con el lío que forman sus ropas y un grueso garrote preparado de antemano, se dirigen al hotel simulando una fatiga que están lejos de sentir.

Los huéspedes, condolidos por el aspecto del pobre Quijote, le interrogan; éste relata aventuras y camina­tas enormes, y aquéllos le proporcionan alimentos y luego certifican su paso por la población. Y así prosigue

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el hombre su paseo hasta obtener un buen número de sellos que comprueban con eficacia el recorrido de largas distancias.

Entonces, conmovidos por los sufrimientos del anda­rín, los viajeros se muestran más dadivosos. Y es corriente, ver un grupo de damas que, con semblante compungido, vacían sus portamonedas en las manos de "los bizarros caminantes que han llegado hasta allí cómodamente ubicados en el mismo tren donde ellas viajaban". ••

Convendría, pues, hacer caso omiso de esos seudo andarines y suprimirles el óbolo que con tanta gene­rosidad se les proporciona. Así, al menos, se propor­cionaría un buen contingente de brazos á nuestras co­sechas.

XXIV

REVISACIÓN DE E Q U I P A J E S

Una de las dificultades con que tropiezan los pasa-jeros, es la revisación de los grandes equipajes, que se efectúa, para los que van á Chile, en la estación Los Andes en lugar de Caracoles que tiene resguardo aduanero'y es la primera estación de arribo al terri­torio. Lo propio ocurre con los trenes que cruzan para la Argentina, que en lugar de efectuarse la re­visación en Las Cuevas, que tiene oficina aduanera, se lleva á cabo en Mendoza, aunque los pasajeros tengan que descender en Puente del Inca. De ma­nera que los turistas, cuyo itinerario interrumpen para visitar los parajes intermediarios más pintores-

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eos de la Cordillera, se ven obligados á encargar el despacho de sus equipajes en Mendoza, perdiendo la paciencia y el tiempo. En cambio, las valijas de mano, son revisadas en los mismo trenes por las auto­ridades argentinas y chilenas, sin causar mayores molestias.

Como tales cosas irrogan perjuicios á los pasajeros, se impone la necesidad de que intervengan las auto­ridades competentes á fin de evitar semejantes ano­malías.

X X V

EL I N S T I N T O DE L A S M U L A S

Cuando se emprenden excursiones á las alturas, los expedicionarios deben tener absoluta fe en la segu­ridad de las muías, pues, estas poseen un instinto de conservación invariable. En las llanuras podrán ser nerviosas y hasta espantadizas; pero en cuanto empie­zan las ascensiones, los animales cambian de táctica: son mesuradas y pacientes en la marcha. Mientras van por caminos estrechos, incultos y peligrosos, nadie les saca del paso natural, aunque se les quiera animar con el látigo ó la espuela. Tienen perfecta seguridad en el camino. No dan un paso sin guardar la estabilidad que se debe. En los ríos correntosos — por ejemplo — la muía mira primeramente el terreno. Si al través del líquido sé ven las piedras, pasa; pero si por el contrario, existen torrentes con aguas espumosas, se resiste á cruzar. Lo mismo ocurre en los terrenos pedregosos donde los rodados inte-

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La muía tiene instinto natural de tranquilidad para los malos pasos ó para enfilar los buenos caminos que ya conoce. Muchas veces se le ha visto insistir por un camino directo, en lugar de otro que, por error, se pretendía hacerle seguir.

XXVI

C A M P O S DE S P O R T S

Los sports encuentran amplio campo en la zona del Inca. La dirección del hotel ha instalado canchas de cricket, tiro al blanco y á la paloma, de bochas, pistas para carreras de muías, deporte sumamente interesante que se realiza cada 15 ó 20 días al costado de la vía del ferrocarril, en dirección á Punta de Vacas. •

En la estación propicia, las canchas se ven muy con­curridas, sobre todo, cuando se organizan interesantes torneos.

XXVII

" L I N G H E R A S "

Es una denominación «sui generis» pero general­mente aceptada, razón por la cual no titubeamos en emplearla. En nuestra campaña «el linghera» es un tipo común. Recorre los caminos mendigando y roba,

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Trasandino chileno — Estación Caracoles

si puede. Pero como la gente está prevenida, su vida se hace cada día más difícil.

En las cercanías del hotel del Inca suelen «-aparecer algunos ejemplares de esa familia que, como es natu­ral, causan las molestias consiguientes. Y aunque se les persigue con íenacidad, convendría intensificar la tarea á fin de extirparlos por completo.

XXVIII

SERVICIO P O L I C I A L EN EL H O T E L D E L INCA

De la comisaría de Las Cuevas se han destacado varios agentes destinados á prestar servicios de vigi­lancia en el hotel del Inca j sus alrededores. Trátase

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de una medida acertada desde que el movimiento de pasajeros va en aumento constante é impone la nece­sidad de ciertas providencias de orden, no por los pasajeros que se hospedan en el establecimiento, sino para evitar la presencia de determinados elementos que puedan ir á practicar sus malas artes.

X X I X

ECO DE L A M O N T A Ñ A ^

En las gargantas estrechas de las montañas se obser­va un fenómeno curioso que produce el eco de la voz humana al repercutir en la distancia. Consiste en la prolongación del sonido al ser lanzado en encajona­miento de quebradas ó circulares. Una exclamación cualquiera se va repitiendo, sucesivamente, en tonos cada vez más débiles, hasta perderse á lo lejos como un susurro ó un suspiro.

Este fenómeno se produce también en las montañas circulares y es digno de ser observado por las personas amantes de las notas originales.

X X X

ORIGEN D E L NOMBRE A C O N C A G U A

El nombre del coloso de ]a Cordillera, significa volcán extinguido. El vocablo proviene del quechua «Aconeahua» ó «Acón Cahuah», que quiere decir «el vigía ó centinela de piedras. Su nombre se re­monta, por consiguiente, á la época de los Incas.

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X X X I

CERROS DIV ISORIOS

Los cerros del Tupungato, Las Polleras, Nevado del Plomo y Nevado del Juncal, coinciden con la frontera, dado que la línea divisoria de la cumbre se estiende más al Oeste. De manera que, los ce­rros de Tolorsa, La Catedral y Aconcagua quedan en territorio argentino.

XXXII

PUENTE DE L O S G U A N A C O S

Así se le denomina á un puente que se forma con la aglomeración de los hielos sobre el río Horcones y en un paraje situado frente al cerro de los Almacenes. Su nombre proviene de que, grandes grupos de gua­nacos le aprovechaban como paso cuando las tempe­raturas glaciales reinaban en la Cordillera, obligándo­les á emigrar en busca de climas más propicios a su existencia.

Este puente, se forma en invierno por la conjunción de grandes masas de hielo sobre trozos de piedra que atraviesan el río en el sitio ya indicado.

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XXXIII

P A T I N E S Y TRINEOS

Aprovechando las superficies heladas, los deportes de patín y trineo realizan visibles progresos.

No es aventurado pronosticar que, dentro de poco tiempo, núcleos de aficionados abandonarán las salas reducidas y monótonas para buscar las emociones viriles del patinaje y los viajes en trineos por aque­llos parajes donde la naturaleza aporta los mejores elementos y, reserva paisajes admirables para deleite del músculo y del espíritu.

XXXIV

GABINETE F O T O G R Á F I C O

A fin de facilitar la tarea de los amantes del arte fotográfico — que forman legión entre los excursionis­tas á la cordillera—la dirección del Hotel del Inca ha instalado un gabinete provisto de lámparas eléctricas, vidrios rojos, piletas, cubetas, prensas, secadores, fras­cos para líquidos y todos los materiales indispensa­bles á las tareas fotográficas.

Es de advertir—para conocimiento de los turistas — que tanto los papeles, como reveladores y fijadores, deben de proporcionárselos cada excursionista, pues no hay existencia en el hotel.

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X X X V

L A G O S C H I L E N O S Y A R G E N T I N O S

No es difícil que BELLEZAS ANDINAS tenga su conti­nuación en un segundo tomo de la misma índole, para hacer conocer otras regiones pintorescas que, en estos momentos atrae la atención del turismo americano. Me refiero a los lagos chilenos Llanquihué, Esme­ralda, de Todos los Santos, sobre cuyas zonas se encuentran los volcanes Calbuco, Osorno, Puntiagudo y Tronador, como también los lagos argentinos que arrancan de Nahuel-Huápí y se extienden por las faldas de la Cordillera con una riqueza vegetativa que supera á toda pintura.

Fácil es comprender la importancia que tendrá para el turismo, una demostración gráfica descriptiva de aquellos parajes. Puede decirse que, es el viaje circu­lar más interesante é ideal de toda América. El re­corrido se puede iniciar por el Ferrocarril del Sud, saliendo de Constitución; atravesando el Neuquén y sus Lagos; permaneciendo en Chile y regresando lue­go por,1a Cordillera; todo lo cual se reduce á un viaje cómodo de treinta días.

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X X X V I

T A R J E T A S P O R T A L E S Y V I S T A S F O T O G R Á F I C A S

En los trenes de la línea del Ferrocarril al Pacífico, en el Hotel Puente del Inca y librerías de la línea, se ha puesto en circulación una artística colección de tarjetas postales y vistas fotográficas, obtenidas recien­temente de los parajes más abruptos y pintorescos de las altas regiones andinas, adonde solamente llegan exploradores y fuertes alpinistas. Los amantes á co­lecciones de esa índole,. tendrán por consiguiente oportunidad de enviar recuerdos gráficos á cualquier parte del mundo de las regiones más hermosas de nuestra gigantesca cadena de montañas.

Valle Calaveras en territorio chileno — Refugio d o n d e se guareció un día el General O ' H í g g i n s

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XXXVII

I N D U M E N T A R I A Y Ú T I L E S NECESARIOS PARA L A S EXCURSIONES Á L A C O R D I L L E R A

Traje de montaña. Sombrero inglés de corcho con forro verde, en ve­

rano. Gorro de lana para las regiones heladas. Polaina de cuero ó lana. Botines gruesos con clavos para escalar montañas

y cruzar hielos. Sobre botín impermeable. Bastón de montaña. Anteojos obscuros, tapados ambos lados, para evitar

el aire fuerte de las alturas. Glicerina para conjurar las escoriaciones de la piel

por efecto del aire. Guantes gruesos de lana. Ropa interior de lana (Sweater). Anteojo de larga vista. •Una máquina fotográfica.

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CRUZANDO EL T Ú N E L

El cruce de la región argentina á la chilena no ofrece mayores dificultades. Con un poco de carácter y decisión, se pueden trasponer los 3167 metros del túnel de la cumbre, en 50 minutos á pie. Con la coo­peración del Comisario de Las Cuevas, señor Ugarte, cuyas oficinas se encuentran á la entrada del boquete, se hace la travesía acompañado de un agente de se­guridad que se encarga de alumbrar el camino con un candil ó chinchón, denominación que se le da á ciertos aparatos especiales de hojalata que se adaptan á tales fines. La ruta está cubierta de pequeñas piedras y ca­naletas que es necesario salvar á cada momento con paciente precaución. En algunos puntos existen filtra­ciones y estancamientos de aguas, que caen de la misma montaña. A pesar de la altura donde se encuentra el túnel y de sus 32 cuadras de largo, no se siente mayor sofocación, debido á la corriente de aire que se opera de uno á otro extremo, en línea recta. A doscientos metros de la boca de Las Cuevas, ya se empieza a distinguir, como pequeño faro, la boca de salida á Ca­racoles. El cruce sólo se puede hacer a pie por estar prohibido el tránsito en muía.

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DE LAS CUEVAS Á VALPARAÍSO

- El Convoy penetra por la ovalada abertura del túnel, perdiéndose en la obscuridad del pasaje con el vibrante empuje de sus válvulas birvientes. Ante la fauce de aquel antro, abierto por la mecánica del hombre, se recuerda con singular persistencia la céle­bre frase del Dante: «Lasciate ogni speranza o voi che éntrate», cuando canta sus odas «El Infierno». Las tinieblas se intensifican á medida que avanza la loco­motora. La luz que producen los escasos dinamos, alumbra pálidamente el estrecho recinto, colocando un tinte, casi sombrío, si se quiere, sobre el semblante de los pasajeros. En cada uno de ellos se adivinan interrogantes de sorpresa. Al cabo de diez minutos la claridad avanza gradualmente, hasta que se tras­pone el límite de salida. El montañoso nevado surge por el amplio circuito con la intermitente coloración de quebradas y picachos. En la retina, juegan capricho­samente esas enormes pirámides de blancura que pa­recen titanes sentados sobre la falda amorosa de la tierra chilena. Picos inconmensurables, que al per­derse en el espacio reflejan el manto tricolor del na­cional emblema y donde irradia una estrella cuyos

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resplandores alumbran el vasto escenario de dos repú­blicas que se confunden en reciprocidad de afectos. Ante aquel prismático cuadro, se sienten palpitantes emociones y ecos placenteros de admiración! Las pa­siones se deponen y se quiebran los egoísmos, para rendir homenaje á la virgen naturaleza que les ha

Trasandino chileno — Valle Calaveras en Caracoles

unido con una nivea cinta de hermandad. Son pueblos que, bregando por el progreso y engrandecimiento del continente americano, proclaman la misma raza, la misma lengua y la misma tradición.

Traspuesto el túnel, la locomotora disminuye la presión y se detiene en Caracoles. El nombre le cuadra perfectamente, debido á las curvas y ¡Drecipi-cios con que se caracteriza el extenso radio donde se

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ha instalado la primera estación chilena, limítrofe de la argentina. La luminosa falda se abre como amplio y pintoresco campo, para ofrecer sus bellezas á los amantes del arte y de la fotografía. Algunos pasajeros descienden á contemplar la blanca cadena que les cir­cunda, mientras que otros aprovechan los treinta mi­nutos de parada para cruzar el puente de madera y llegar hasta el pequeño hotelito, propiedad del señor Oreste Virazzoli, donde se atiende discretamente con servicios de bar y restaurant. Las tarjetas de opción al almuerzo (5 $ chilenos) se expenden en los trenes, con horas de anticipación, á fin de que los pasajeros puedan encontrar listo el menú una vez que llegan á dicho punto. En el mismo edificio, se puede pernoc­tar y seguir al día siguiente con destino á Portillo, donde se encuentra la Laguna del Inca. La travesía, sumamente pintoresca y en descenso, se hace á pie y en una hora, cómodamente.

La pendiente férrea se inicia hacia Portillo, salvan­do elevaciones tortuosas. Desde que se abandona Cara­coles, la vía serpentea por la falda de la montaña, acompañándolas desviaciones de cristalinos arroyuelos. Dejando á la izquierda las rocas divisorias de 4455 y 4280 metros, surge por la extremidad opuesta, el extenso valle Calaveras, regado por elJuncalillo que emerge de los hielos superiores. Sobre el mismo ladoi y en los montículos del valle, distante cien metros antes de llegar al campamento de los camineros del ferrocarril, se encuentra una pequeña construcción de ladrillo, blanqueada y de forma casi oval que, aparte del uso á que está destinada, tiene á la vez una memoria histórica. A pesar de sus pequeñas dimensio-

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nes, sirvió de refugio al General O'Higgins, en aquellas épocas heroicas en que se luchaba por la Indepen­dencia. En ella pasó algunas horas el valeroso jefe chileno, soportando los terribles aluviones que le sor­

prendieron en la travesía. Actualmente sirve de re­fugio á los que, en invierno, se ven expuestos á las inclemencias del tiempo. La casita es de construcción enteramente sólida.

Dejando detrás los dos primeros túneles, se llega, por la izquierda, á una ensenada del paraje conocido por Los Tambillos, donde se han realizado importan-

Río j u n c a l i l l o y p e ñ ó n d e la P o s a d a

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tes excavaciones para facilitar las corrientes líquidas. En los cerros de la margen opuesta, se encuentran rastros de una antigua posición india que se remonta á casi doscientos años. Se les denominaba «Rucas Indianas». La historia dice que, fué el sitio preferido de los indios para pasar las épocas de verano, y que allí se trasladaban con tribus y campamentos. Cuando se dejaban sentir los días invernales, levantaban las carpas y regresaban á Valle Hermoso, donde tenían sus dominios. En el mismo lugar se encuentra una cruz, señalando el parajedondepereció, hace diez años, un cura misionero que se aventurara á cruzar la Cor­dillera cuando el invierno j a había cerrado.

Media hora después y entre la inmensidad de las moles que se abren al frente con líneas circulares, aparece, por la derecha, el ovalado cristal del Lago del Inca, cuyas azuladas aguas descansan sobre un lecho de 125 metros de profundidad. El paisaje es mara­villoso. Por todo el círculo que la vista abarca y en una extensión de 4 kilómetros de largo por 1 \ de ancho, se alzan las rocas con sus picos salpicados de blancura, cuyos perfiles se reflejan con sorpren­dente claridad sobre la límpida faz del lago. Las altas cumbres del Potrero Escondido con sus 4033 metros al norte; de la Parva con 4760 al frente, y el Ojos de Agua con 3950 al oeste, rodean el perímetro de las aguas, formando murallas inaccesibles y encajo­nando aquel líquido caudal que apenas ondea mecido por las leves brisas regionales. Las horas que allí se pasan, están compensadas con la impresión que se re­cibe alvisitar ese misterioso conjunto de la naturaleza, cuya ubicación topográfica se diseña á 2940 metros.

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Después de Portillo, el tren empieza á deslizarse suavemente por las pendientes, aprisionado por los gradientes de triple engranaje que aseguran la es­tabilidad del convoy, evitando así cualquier peligro en las alturas. Desde el kilómetro 70, donde está ubicada la estación Caracoles (3193 m.), el ferroca-carril va siempre en descenso hasta llegar á los An­des que solo tiene 834 metros de altura. La vía corre por planicies rocosas y cruza por elevados per­files, en cuyas profundidades, apenas se distinguen las corrientes de encadenados arroyuelos que brotan de las adyacencias de Portillo. Una sucesión de tú­neles, abiertos en la roca viva del monte Juncalillo y no Juncal — como generalmente se le denomina — da paso á la línea con una inclinación de 8 y 9 gra­dos, cuya ruta ha sido trazada y oradada, temeraria­mente, en todo el perímetro oblicuo. Llega hasta el lecho del río Juncal (kilómetro 55) donde cruza un puente metálico de 40 metros y vuelve paralelamente, costeando el cauce, y dirigiéndose á la estación del

Trasandino c h i l e n o — Río Juncalillo

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mismo nombre. Siempre en zig-zag, y entre los ki­lómetros 52 y 53, se ve, sobre la izquierda, la cas­cada del Orangután, que se precipita desde el monte Chorrillos. La denominación procede de la forma que tiene la piedra obscura del centro de la cas­cada por donde se deslizan las dos corrientes. Al desprenderse de la cima, cruza el espacio en más de 50 meteos, para formar varios saltos y replegarse so­bre base de granito, precipitándose luego hacia las co­rrientes del Juncal. Al ser azotadas las aguas por el viento, se condensan en pulverizaciones, doblemente interesantes, cuando el sol de medio día perfila los co­lores del Iris. Al frente, cerrando el cuadro, se desta­ca la corona nivea del «Ojos de Agua» con sus pen­dientes ásperas y enrojecidas. Diez minutos después, se llega á la estación del mismo nombre, donde el tren se detiene el tiempo necesario para que los pasajeros puedan admirar las bellezas colindantes; á la izquier­da, casi á pique, el Cerro de la Posada con 4280 me­tros de altura; al frente el Ojos de Agua con 3950; y á la derecha, el Juncalillo ó el Llorón, por donde cru­za la línea ferrocarrilera, con 4050 metros.

Sobre el andén, un buffet discretamente atendido, proporciona los elementos necesarios para el lunch. La estación Juncal se encuentra á 2250 metros.

Desde la meseta, por donde cruza la línea, se dis­tinguen, á la derecha, y á una profundidad de cien metros, los saltos y borbollones del Juncal al unirse con el Juncalillo, para formar un solo río de impetuosa corriente, que más adelante, frente al kilómetro 38, toma el nombre de Aconcagua.

A la altura de los kilómetros 44 y 46 se diseñan

12

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Trasandino chi leno — Estación Portil lo

los montes Peñoncito y Peñón, cuyas cumbres pro­ducen hermosas cascadas y arroyos en las planicies. Frente al kilómetro 43, se domina por la izquierda, una cascada que cae de la propia cima del monte, cuya altura no es menor de 1500 metros; y, 500 me­tros más adelante, otra de 1000 metros que se pre­cipita en distanciados zig-zag hasta llegar á la « Toma de agua» del ferrocarril. Más abajo, se pierde y confunde con el cauce del Juncal. En este mismo paraje, y sobre la parte opuesta de la quebrada, se ven algunas ruinas que atestiguan un suceso acaecido no ha muchos años, y cuyos detalles recuerdan y relatan los pobladores con abundancia de detalles. Dicen que, durante la época de invierno se despren­dió una avalancha de nieve tan enorme que, al rodar por la planicie produjo tal corriente de viento, que volaron los techos de una de las casas que se encon­traba á tres cuadras del paraje. Se calcula que la avalancha no tendría menos de 200 metros de largo, con un espesor de ochenta metros.

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Tres kilómetros más adelante, desaparece la aridez de las montañas, para que la vegetación tienda su alfombra primaveral. Por la pendiente, se escalo­nan los chagúales con sus magníficas flores blancas, moradas y amarillas, que contrastan brillantemente sobre el fondo gris de los montes que se alejan. El quillay, maiten y mitrum, tejen sus manojos de es­meralda encuadrando las rojas Sanguinarias que tapi­zan las laderas como alfombras de sangrientas colora­ciones. Durante el trayecto, surgen por las faldas los empingorotados y rojos penachos de las Quiscas ó Tunas de Castilla, cuyos troncos espinosos quie­bran la armonía del paisaje. Las trepadoras, corre y vuela con sus sedosas flores; el quilo, litre, laurel y, hasta el olivillo verde en forma dé retama, de­coran las extensas regiones, haciendo gala de pródiga exuberancia.

El tren desarrolla desde esos momentos marcada velocidad por entre jardines de flores silvestres y si­métricas praderas que, el agricultor chileno, cultiva con arte entre valles y laderas.

En Guardia Vieja, kilómetro 38, cruza un puente de 20 metros, dejando á la izquierda el Río Juncal. Le costea largo trecho, teniendo por ambos lados una sucesión de alegres panoramas, sobre todo en el punto Los Hornillos, donde la fruticultura exhibe sus racimos mejor sazonados. Antes» de llegar á Río Blanco, el convoy atraviesa por entre bosques de durazneros y perales, cuyos frutos quedan al alcance de las mis­mas ventanillas del tren. Los manzanos atestiguan su vigor, con el abigarramiento de frutas que inclinan las verdes varas de sus mástiles. Sobre el kilóme-

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tro 34 y el Río Blanco, se bifurca con el Aconcagua, cuyas fuertes masas desembocan definitivamente en el Concón. En el kilómetro 30 se encuentra la esta­ción Río Blanco, á la que da entrada un hermoso puente de hierro de 40 metros, tendido sobre el Acon­cagua, junto al cual hay otro de madera, en sentido oblicuo, destinado á carros y peatones.

Al salir de Río Blanco, los empleados de la aduana chilena, cumplen la tarea de revisar los equipajes de mano, con la discreción y cultura que caracteriza á los hombres de los pueblos que tienen conciencia del valor moral y material del turismo en sus más altas manifestaciones. Cuando se ha llegado á Los Andes, la misión oficial termina, sin que para ello se haya molestado á los viajeros.

«

T r a s a n d i n o chileno — Estac ión Porti l lo . Laguna del Inca

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A dos kilómetros de distancia, el cauce del Ríocillos, que corre por la izquierda, se incorpora al Aconcagua con transparentes claridades en sus corrientes. La línea férrea, que va perdiendo en descenso, puesto que se aproxima á parajes menos accidentados, salva nueva­mente el río Aconcagua por un puente de 40 metros y penetra al famoso paraje Salto del Soldado. Desde el puente, se ve, á la izquierda, el segundo puente de 15 metros, tendido entre dos bocas de túneles abiertos al borde da precipicios. El tren gira por una curva rápida y penetra á dos túneles sucesivos, de corta extensión. Desde la plataforma del coche se distinguen clara­mente los picos de la famosa montaña, los cuales, se estrechan en el espacio, formando abajo una abertura ojival con obscuras é imponentes cavernas. A una profundidad de 40 metros, cruzan las corrientes con murmullos y saltos ensordecedores. Tiene la misma configuración del célebre río Laar de Meiringen (Suiza) cerca de Interlaken, cuya entrada, casi subterránea, se le conoce por Cabeza de Elefante. La proximidad de los dos picos en la altura, ha dado motivo á una le­yenda que los pobladores de la región cuentan fre­cuentemente con novelescos detalles. Dicen que, ún soldado acometió el paso de los dos picos, sin medir la distancia, para acudir á un puesto de peligro. Visto de la base inferior parece que, efectivamente, fuera factible el cruce; pero una vez en la cumbre, se me­dita sobre el espacio que les separa y el precipicio que forman las paredes de las rocas. El convoy atraviesa por debajo y penetra rápidamente en el túnel siguiente, que tiene casi cien metros de largo. Aparte de esta curiosidad, se puede admirar también, por la izquier*-

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da, el río encajonado entre enormes paredes de gra­nito cortadas á pique. Es el mismo panorama dejado atrás, con la particularidad, de que éste, se abre en perfecto semicírculo. Es uno de los parajes más pinto­rescos y emocionantes de la travesía.

Habiéndose cruzado dos veces el río, éste vuelve á quedar sobre la derecha, y la vía continúa por la pendiente de la montaña á una altura media de

cien metros. En la extremidad opuesta del monte, y á cinco minutos de marcha, se pasa frente al pa­raje Los Azules, denominado así por la coloración de las faldas. Sobre la montaña se extiende un có­modo camino carretero.

A la altura del kilómetro 19, se precipita impe­tuosamente el Río Colorado para ensanchar el cauce del Aconcagua. Después de cruzar la Primera Que­brada en el kilómetro 15 y ¿, el convoy se detiene en la estación Vilvuya, punto sumamente intere-

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resante por los cuadriláteros de sembrados que em­bellecen la zona.

A la derecha de la estación, y al costado de la vía, se encuentra una cruz, que recuerda la muerte trágica de Samuel Rosa, acaecida el 12 de Julio de 1913. Tres kilómetros después, se entra al valle de la Calavera Negra, é inmediatamente, á la Vuelta del Cañón, donde cuenta la historia que quedó en­terrado un cañón que habían emplazado los españo­les para evitar sorpresas por ese paso. Es creencia, de que el cañón debe encontrarse todavía enterrado en el mismo sitio. Se han hecho muchas tentativas para encontrarle, pero con resulta­dos negativos.

La vía férrea entra por planicies ligeramente incli­nadas para llegar á Santa Rosa de los Andes á las 6 y 15 de la tarde, habiéndose hecho la travesía de 70 kilómetros, desde Caracoles, en cua­tro horas y media.

La estación del ferrocarril Tra­sandino Chileno está separada por 300. metrOS de la Trasandino chileno — Cascada del Orangután

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que salen los tre­nes para Santiago y Valparaíso. A fin de facilitar la comodidad de los • pasajeros, el con­voy del Trasan­dino penetra hasta el patio del Hotel Sud Americano, ubicado al costa­do de la segunda estación, para que los pasajeros pue­dan almorzar y continuar viaje , sin mayores tras­tornos, á las dos horas siguientes. Muchas personas pasan la noche en

el Sud Americano, que es un establecimiento bien or­ganizado y confortable, con amplias terrazas y her­mosos jardines. A la hora de costumbre sale el tren internacional de trocha ancha para Santiago y Valparaíso. Todos esos trenes combinan en la esta­ción Llai Llai, distante 49 kilómetros, donde los pa­sajeros deben cambiar de coche, según el destino que lleven. El recorrido hasta Llai Llai, es de 1 hora y 25 minutos.

De Llai Llai á Valparaíso, existen 94 kilómetros y se hace la travesía, por expreso, en dos horas.

Río Juncal y cerro O j o s de Agua

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A Santiago de Chile existen también 92 kilóme­tros desde Llai Llai, los cuales se trasponen en 1 hora y 45 minutos.

Los trenes del ferrocarril Trasandino de trocha angosta, salen del patio del mismo Hotel Sud Ame­ricano, en dirección al Juncal y Las Cuevas donde, como se sabe, empalman con el Trasandino Ar­gentino.

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T r a s a n d i n o chi leno — Estación Juncal

EL TRASANDINO C H I L E N O

Esta importante línea ferrocarrilera, arranca de Los Andes, traspone la alta cordillera, y llega has­ta Las Cuevas del lado argentino. Ocupa una ex­tensión de 70 kilómetros 550 y fué empezada el 5 de Abril de 1889 por los hermanos Juan y Mateo Clark. Los primeros trabajos de construcción sólo llegaron al kilómetro 27, donde se encuentra el Paso del Soldado, no pudiéndose continuar después por la carencia de fondos y porque varios componentes de la sociedad comercial no respondieron á los fines del importante proyecto.

Tres años más tarde, se constituyó la «Trasandino Construction Company» con capitales ingleses, la cual se hizo cargo de la concesión en 1904. Casi inme­diatamente reanudó los trabajos interrumpidos. Las delineaciones y cálculos sufrieron ciertas modificacio-

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nes en virtud de las prácticas modernas que acon­sejaba la ciencia mecánica. En Junio de 1906, la línea cruzaba el Juncal, siendo en este punto donde se tuvieron que vencer dificultades para escalar el Juncalillo, atravesando la falda con la inclinación de la línea á 8 grados. En Abril de 1908, se llega­ba hasta Portillo y en Abril de 1910 — es decir, dos años más tarde — se daba por concluida la cons­trucción y se abría el túnel de la cumbre. En esa misma fecba fué librada al servicio público toda la línea Internacional de Los Andes á Mendoza. Las ^ -¡ construcciones son entera­mente sólidas, con triple engranaje de cremallera que, asegura por completo la estabilidad de los co­ches. Las locomotoras, construidas expresamente para ascender alturas, son de las más modernas y potentes que han podido salir de los talleres in­gleses.

Entre el Juncal y Cara­coles—sección superior de la línea— existen 16 túne­les: tres de los cuales tie­nen 450 á 500 metros de largo. Además, el túnel de la cumbre, abarca sobre la zona chilena, 1385 me- Trasandino chi leno — El P e ñ ó n

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tros de largo y en la argentina 1782, lo que hace un total de 3167 metros. Las gradientes máximas, son: en adhesión 2 y \ por ciento y en cremallera, el 8 por ciento. La parte más alta del túnel en la cumbre está á 3205 metros.

Las estaciones principales de la línea ocupan las siguientes alturas: Los Andes 834 metros; Juncal 2250; Portillo 2885, y Caracoles 3193. El costo total de la línea fué de 650.000 libras esterlinas ó sean 7.450.000 pesos moneda nacional aproximadamente.

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SANTIAGO DE C H I L E

Santiago de Chile, capital de la República vecina, es una ciudad moderna, higiénica y confortable. Los adelantos de orden más diverso han sentado allí sus reales en forma definitiva, y la obra edilicia prospera hacia mayores perfecciones. Actividad, trabajo, socia­bilidad, orden, y en fin, todo ese cúmulo de causales propicias, que marchan con la época en la exteriori-zación del progreso y sus derivados, se aunan allí sin violencias, ni raros exotismos, para constituir un todo homogéneo y simpático que atrae al turista, no sólo por su aspecto general, sino también por las carac­terísticas peculiares que son patrimonio exclusivo de la hermosa urbe.

La ciudad, fué fundada por don Pedro de Valdivia en el año 1841. Está ubicada en un fértil valle que forman la Cordillera de la Costa y la Cordillera de los Andes, hasta cuyas montañas se extiende el ca­serío de los arrabales en un conjunto bellamente pintoresco. Durante el invierno, la nieve viste de armiño las empinadas faldas andinas y los habitantes de la ciudad gozan á su placer del soberbio espec­táculo. En las noches frías y obscuras, particularmente,

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el panorama resulta de gran efecto, pues las enormes moles, blancas é inmóviles, semejan, á la distancia, espectros gigantes de quien sabe que fantasmagóricas leyendas. Advirtiendo que, tal perspectiva no es pasajera, por cuanto esas inmaculadas novias fabu-

Una trilla de antaño en Chile

losas se exhiben en su extraña actitud durante las tres cuartas partes del año.

Por el centro mismo de Santiago, dividiéndola en mitades, corre el río Mapocho. La mitad norte, no ofrece relativamente mayor importancia; pero, en cambio, la parte sud, más poblada y comercial, tiene bellezas dignas de mención. Así, por ejemplo, la Ave­nida de las Delicias — que la cruza en una extensión no menor de 5 kilómetros — y que por sus arboledas,

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edificios, espaciosidad y vida, en una palabra, es la arteria más hermosa é importante de la ciudad. Esta Avenida y el río Mapocho forman una especie de ángulo cuyos brazos se abren en dirección al oeste, y el centro comercial, propiamente dicho, se radica allí, es decir, á un kilómetro de distancia de la plaza Italia, punto donde el ángulo realiza su conjunción.

El trazado urbano es simétrico y las calles am­plias. Los servicios de salubridad modernos y efi­caces. La vialidad obedece á reglamentaciones tan inteligentes como acertadas. Y es obvio decir que la locomoción ha progresado de acuerdo con los demás servicios: autos, tranvías eléctricos, carruajes, etc., recorren las calles principales en todas direcciones, satisfaciendo plenamente las necesidades de su pobla­ción. Además, telégrafos, teléfonos, alumbrado eléc-

Puentes s o b r e Río B l a n c o

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trico y á gas, todo se combina para acabar la ciudad bella y confortable al mismo tiempo.

Los hoteles — aunque no suntuosos debido proba­blemente á que el intercambio de pasajeros con los países limítrofes se encuentra estacionario — son hi­giénicos y cómodos. Entre ellos merecen citarse: Hotel Oddo, Grand Hotel, Hotel Royal, Hotel Espa­ñol, Hotel Milán, Hotel Brinck, y otros varios de me­nor importancia.

Las estaciones de ferrocarriles que ofrecen especial interés para el viajero y el turista, son: Estación Cen­tral ó Alameda. De este punto parten los trenes para el poniente, norte y sur del país y la combinación para la República Argentina. Es un edificio amplio y bien distribuido á sus fines y su carácter de primera es­tación ferroviaria de Chile. Las operaciones de cargas y descargas se ejecutan con regularidad, así como también la recepción y envío de encomiendas y pa­quetes postales. Le sigue luego en importancia la Es­tación Providencia de donde parten trenes del Ferro­carril particular de Pirque, las combinaciones para el Cajón del Río Maipo en la Cordillera y el Ferrocarril de Circunvalación del Estado. Hay en Santiago otras cuatro estaciones ferrocarrileras pero, destinadas á ra­males que no guardan atingencia alguna con la índole netamente turista de este libro, razón por lo cual no las citamos.

Entre los edificios públicos, el Palacio de la Mone­da, residencia Presidencial y de los Ministros de Re­laciones Exteriores,' Interior, Justicia é Instrucción Pública y Hacienda, se destaca entre todos. Este pa­lacio costó al erario público la suma de $ 4.500.000

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de 18d. y su construcción duró veinte años. Es, en verdad, una obra digna de su costo y, tanto el aspecto general como sus detalles arquitectónicos, son impe­cables. En su interior, hay regios salones y valiosísi­mos decorados, amén, de que en la sala de la presi­dencia se guardan, en vitrinas, innumerables objetos de gran valía histórica.

El Congreso Nacional, es un palacio moderno, de severo aspecto y bella fachada. Tiene á su entra­da un hermoso jardín que realza el macizo del edifi­cio, en cuyo interior, el lujo y el buen gusto rivalizan en dignificante torneo. Hay allí telas pictóricas de gran valor artístico. .

El Palacio de la Intendencia, sito en la Plaza de Armas, de estilo antiguo, pero hermoso. Inicióse su construcción en el año 1807, y aunque modernizado en

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Estación ferrocarrilera de Santiago de Chile

ciertos detalles y en diferentes épocas, no ha perdido la característica « sui-generis » al tiempo de su inicia­ción.

El Palacio de Bellas Artes es quizá el edificio pú­blico más moderno de Santiago. Del más puro estilo Luis X I V , se levanta en el Parque Forestal. Fué inaugurado en el año 1910 y demandó una erogación de $ 200.000. Allí están, además de la Escuela ele Bellas Artes, los museos de objetos históricos, pintura y es­cultura.

Luego y, más ó menos, dentro de la misma impor­tancia, podemos anotar el Palacio de los Tribunales, obra del arquitecto francés don Emilio Doyere; la E s ­cuela Militar y los Arsenales de Guerra; la Escuela de Medicina; el Teatro Municipal; el Observatorio A s -

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tronómico; el Hospital del Salvador; la Catedral; los templos de Santo Domingo, la Recoleta Dominica y San Francisco; los cementerios General y Católico; el Palacio de Cousiño; el palacio Urmeneta; el palacio Concha y Toro, y el palacio de la Legación Argentina, sito en la Avenida Vicuña Mackenna núm. 45.

Cerro de Santa Lucía

Como en toda urbe moderna y cuidadosa de su esté­tica, en Santiago abundan las plazas y los monumen­tos; la estatua del general San Martín, la del general O'Higgins, la del general José Miguel Carrera, la de los primeros historiadores chilenos, la del abate Moli­na, la del general don Ramón Freyre, la de José Miguel Infante, un león y un monumento que obsequia­ron á la ciudad en ocasión de su centenario las colecti-

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— 196 — viclad.es Suiza é Italiana, respectivamente, y la estatua alegórica á la ciudad de Buenos Aires. Advirtiendo que, casi todas estas obras están situadas en la Ala­meda de las Delicias, y como es de imaginarse, contri­buyen á realzar la belleza del paraje.

Palacio de Bel las Artes ( Santiago )

Diseminados luego en plazas y parques, recordamos los siguientes: la estatua de don Diego Portales, en la plazuela de la Moneda; la Fuente Alemana, obsequio de esta colonia; el presente de la colonia Francesa, y el Monumento á los Bomberos en el Parque Forestal; el monumento al poeta español Ercilla, obsequio de la colonia Bsfiañola, en el Parque Cousiño; la preciosa estatua al héroe araucano Caupolicán; el obsequio de la colonia Otomana, en el cerro de Santa Lucía; el

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monumento á Mont-Varas y el de don Andrés Bello, en el plazoleta del Congreso; la estatua de Vicuña Mackenna, en la plaza del mismo nombre; y la colosal estatua de la Virgen en el cerro de San Cristóbal. Está situada á 300 metros de altura y como en la no­che se ilumina, su aureola, ofrece un aspecto bellamente

Palacio del C o n g r e s o en Santiago

fantástico y resulta visible de todos los puntos de la metrópoli.

Hay, fuera de los citados, otros muchos de más ó menos valía artística y obras arquitectónicas dignas de ser admiradas; pero como nuestra finalidad pri­mordial es recorrerlo todo á vuelo de pájaro para informar al turista, dejando libre expansión á su emo­tividad frente al paisaje y las obras, prescindimos de detallarlas por separado.

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Los alrededores de Santiago llaman justamente la atención por su belleza. Abundan los paseos y los caseríos pintorescos, amenos y cuidados, en los cuales el pueblo descansa de sus fatigas, recrea la visual y oxigena los pulmones. Su distribución es metódica y pertinente á los fines para que fueron creados, es de­cir, centros de sana expansión para el cuerpo y el es­píritu. San Bernardo, situado á 15 kilómetros al sud de Santiago; baños de Apoquendo, á 10 kilómetros; Peñaflor, á 24 kilómetros; Cerro San Cristóbal, en cuya cumbre está la estatua de la Virgen que mencio­namos en otro lugar; el Volcán San José, el Meloco­tón y San Gabriel, el Cajón del Río Maipo y las Avenidas Los Guindos, Tobalada, Ñuñoa y Pedro Val­divia. Todos estos parajes merecen ser visitados de­tenidamente y el turista, podrá realizar una buena y provechosa serie de anotaciones.

Santiago de Chile tiene una población que oscila alrededor de 385.500 habitantes y una superficie ur­bana de 3.290 hectáreas. Diremos, para finalizar, que se trata de un magnífico emporio de vida, de energía y de belleza, digno en verdad de figurar junto á las ciudades de renombre mundial. Naturaleza pródiga en creaciones propias, aunándose al esfuerzo intelectivo y muscular del hombre, han realizado una obra per­fecta en muchos conceptos, y merecedora de substraer la atención de los turistas extranjeros, tan amantes de notas novedosas y sorpresas agradables al par que instructivas.

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VALPARAÍSO

^Formando digno «pendant» con Santiago de Chile, Valparaíso es una ciudad moderna, cuidada y her­mosa. Fundada por don Pedro de Valdivia en el año 1544, se extiende por las faldas de un cordón de cerros que gradualmente adquiere la configuración de herradura, motivo por el cual, las luces de la me­trópoli ofrecen por la noche un magnífico aspecto si se las observa desde el mar.

Valparaíso ha sido víctima de reiterados azotes desde la época de su fundación. Así, por ejemplo, fué sa-queda en diversas ocasiones, por bandas de piratas ingleses y holandeses; en 1730 y 1822, violentos te­rremotos casi la destruyeron; en 1858 un voraz in­cendio la redujo poco menos que á escombros; en 1866 sufrió un fuerte bombardeo de la escuadra española; en 1890 una revolución le ocasionó serios deterioros, y en 1906 otro terremoto, destruyó gran parte de la plan­ta urbana.

Esos factores, aparentemente adversos, permitieron que la urbe se rehiciera de acuerdo en un todo con los adelantos de la época; y por esa causa, si hemos de ubicarnos en el terreno del modernismo, es preciso

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confesar sinceramente que Valparaíso es la ciudad chilena que lleva la última palabra del progreso edilicio. Únase á ello la importancia de su puerto — el principal de la costa del Pacífico hasta San Fran­cisco de California — que, como es lógico, impone actividad extraordinaria á su comercio, y se compren-

Valparaísi

derá el lugar prominente que ocupa esta metrópoli entre las demás ciudades de Chile.

Calles amplias y asfaltadas, grandes jardines, pla­zas y parques, todo en perfecto orden y estado de conservación, unido al movimiento comercial, á la ac­tividad no interrumpida de labor fecunda, forman un conjunto digno de llamar la atención por los ras­gos generales de sus adelantos. Luego, esas earac-

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terísticas naturales que surgen á cada metro del terri­torio vecino, coadyuvan á impresionar favorablemente la retina y el espíritu. En Valparaíso, por ejemplo, durante el día, puede admirarse desde el puerto el le­jano pico argentino siempre vestido de nieve del Acon­cagua que, como es sabido y notorio, es el más alto de la Cordillera.

La Playa Ancha, el Parque Municipal, el Sea-side Park ó el Recreo, la Quinta Rofls, Montemar, Concón, Quilpuó, El Salto y Miramar, son también lugares pintorescos y curiosos, capaces de competir sin men­gua con algunos parajes europeos que, por obra y gracia del turismo, gozan hoy de fama mundial.

Las vías de comunicación, así como también los me­dios de transporte, están bien organizados y de acuer­do con las exigencias de la población. Automóviles,

"tranvías eléctricos, trenes urbanos y carruajes de

Estación Río B l a n c o ( C h i l e )

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arriendo, aunan sus servicios para la mejor comodi­dad de los pasajeros. Y si á esto se agrega que las tarifas son relativamente módicas, se comprenderá sin esfuerzo que, divulgado su conocimiento, será grande el número de turistas que resolverán alterar sus rutas habituales para arribar á esos parajes tan hermosos y fecundos en enseñanzas necesarias, á una completa cultura geográfica y estética.

Entre los monumentos que ornamentan avenidas y barrios, merecen citarse los siguientes: el erigido á Prat que se levanta frente al muelle de desembar­que; la estatua de Lord Tomás Cochrane y la de Cristóbal Colón; el monumento Británico y el de Wheelwrighty otros muchos que, aunque apreciablesj

no tienen la importancia arquitectónica é histórica de los ya mencionados.

Los hoteles—renglón primordial para el turista—* son confortables é higiénicos; pero como ya dijimos al ocuparnos de Santiago, deberán ampliar sus servicios á medida que el movimiento de pasajeros del exterior aumente; y ciertos detalles — de lujo, por ejemplo — será necesario cuidarlos con especialidad. El Royal Hotel, Hotel Colón, Grand Hotel y Palace Hotel se dis­tinguen entre sus similares porque, al par que módicas sus tarifas, las comodidades resultan mayores y los servicios marchan de perfecto acuerdo con éstos.

En materia de teatros que, incuestionablemente, evi­dencia el nivel cultural alcanzado. por una ciudad, Valparaíso ha progresado en gran escala, y así vemos que, con una población de 180.000 habitantes, poco más ó menos, existen los siguientes coliseos: Teatro Colón, Teatro Olimpo, Teatro Apolo, Teatro Nacional, Teatro

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Victoria, Teatro Valparaíso, Coliseo Popular, Salón Alemán y Conservatorio Sa,n Carlos. Además, un gran número de biógrafos que fuera largo enumerar por separado.

Los Bancos inician sus operaciones á las 10 a. m. y terminan á las 4 p. m. Están instalados en buenos locales y entre ellos se destacan: Banco de Chile; Angio Sud-Americano; Alemán Transatlántico; Hipo-

Puente del Trasandino chi leno s o b r e el Río A c o n c a g u a

tecario; Italiano; Londres y Río de la Plata; Mobilia­rio; de Crédito: Español de Chile; Chile y Alemania; Nacional; Económico de la América del Sud y la casa bancaria A. Edwards y Cía.

Nos abstenemos de citar otros detalles de progreso tales como: teléfonos; telégrafos; locomoción; vialidad; alumbrado, etc., etc., porque suponemos — á nuestro parecer con sobrado fundamento — que todos los lec­tores se imaginarán su importancia después de los da­tos que, con respecto á esta ciudad, dejamos apuntados.

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Para finalizar, diremos que el periodismo es muestra patética de la cultura general, habiendo órganos tan importantes como: El Mercurio, El Chileno, La Unión, El Heraldo, El Día, Deutsche Zeitung Fuer Chile, The Chillan Neivs, The South Pacific Mail, Chuy To-Day,' U Italia y varios periódicos comer­ciales, marítimos y revistas. Es, pues, Valparaíso una metrópoli rica, bella y comercial que mantiene altos los fueros civilizados de esta opulenta parte de América.

Salto del S o l d a d o — Encajonamiento del río

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VIÑA DEL MAR

Entre los balnearios famosos cuyos nombres han recorrido el mundo afianzando prestigios y despertan­do la curiosidad de viajeros y turistas, Viña del Mar es digno de ocupar, con sobrada justicia, un sitio de

Salto del S o l d a d o — El pico histórico

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primera línea. En la costa del Pacífico, desde el Sud á Norte América, no hay otro que le supere.

Su situación resulta bellamente pintoresca y ofrece al observador un golpe de vista tan ameno como ar­

tístico. Y en su presencia— lógica y fácilmente—asalta el recuerdo de los panora­mas magníficos de Suiza, Francia é Italia donde con­vergen hombres de todo el universo en busca de recreo y sanas expansiones mo­rales y materiales.

Reina allí una tempera­tura media de 16°; tempera­tura que puede adjetivarse de ideal si se tiene en cuenta que en Niza, por ejemplo, es de 15°; y su ubicación próxima á Santiago y Val­paraíso le convierten en el paraje predilecto de intere­santísimas excursiones. La edificación condice con el medio ambiente y las villas

Q u i s c a s Ó tunas de casti l la (Chile) alegres y suntuosas; los j ardines plácidos y amenos;

los parques umbríos y poéticos; las calles amplias y arboladas y las blancas playas arenosas, se suceden como una película selecta destinada á provocar du­raderas emociones.'

A manera de nuestro Mar del Plata, Viña del Mar,

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es, en la república vecina, el balneario aristócrata por excelencia. Allí acuden las mejores familias de la so­ciedad chilena, huyendo de la canícula asfixiante de las ciudades. En verano, el movimiento se intensi­fica y la culta sociabilidad aporta una nota tan delica­da como simpática y curiosa. Y es de hacer notar que, desde que en el año 1910 se inauguró el ferrocarril Transandino á Buenos Aires, el número de visi­tantes argentinos ha crecido en forma considerable, y es fácil predecir que, un día no distante, el intercam­bio social entre los dos países progresará' rápidamente para convertirse en un fuerte eslabón espiritual que acercará aún más la tradicional amistad de los dos pueblos.

Amén de los innumerables puntos de interés que pudieran anotarse en Viña del Mar — el Club Viña del

Viña del Mar

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Hote l S u d - A m e r i c a n o en L o s A n d e s ( Chile )

Mar, el Parque de las Salinas, el Hipódromo de Val­paraíso, Sportivo Club, el British Rene Gund and Re­vólver Club, las playas de Miramar y del Recreo, etc., etc. — encuentra el turista alojamiento cómodo y con­fortable. El Gran Hotel Viña del Mar, el Hotel France, la Pensión Hoffmann, la Pensión Inglesa y otras varias, están bien instaladas para satisfacer las exigencias de los pasajeros más exigentes. ^

Únase á ello los baños, lugares de excursiones como Quintero, Concón y otros, y muchas perspecti­vas que ya puntualizamos al describir Santiago y Valparaíso y que, dada su proximidad, son propias también de Viña del Mar, y se tendrá una noción casi exacta de esto hermoso paraje, digno de ser conocido por todos los turistas del mundo.

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DE BUENOS AIRES A C H I L E

HORARIOS Y T A R I F A S

F. O. B. A. P. Buenos Aires. . . sale 8.30 a. m. Domingo Junin » 1.37 p. m. » Rufino... . . » 3.43 » » J. Daract » 9.10 » » Mendoza.. -; llega 5.30 a. m. Lunes

F. C. T. A. Mendoza sale 6.20 a. m. Lunes Cacheuta » 8.00 » » Uspallata » 9.54 » » Puente del Inca. » 1.15 p. m. » Las Cuevas llega 2.30 » »

F. G. T. G. Las Cuevas sale 1.50 p. m. Lunes (Hora chilena) Caracoles » 2.12 » » » Río Blanco » 4.35 » » » Los Andes llega 6.20 » » »

F. C. E. de G. Los Andes sale 8.10 p. m. Lunes (Hora chilena) Santiago » 11.23 » » » Valparaíso » 11.25 » » »

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Aunque los pasajes pueden obtenerse en las estaciones indicadas y en la Oficina de Informes del F. C. B. A. P., Calle Florida 799, Buenos Aires, se recomienda á los pasa­jeros obtenerlos en el Expreso Villalonga, Balcarce 300, Buenos Aires, particularmente cuando se dirigen á Chile, pues dicho Expreso se hace cargo del equipaje y lo entrega á domicilio en Chile.

El tren internacional tiene coche comedor en toda la vía principal y también en el trayecto del Trasandino.

Los coches dormitorios que salen de Buenos Aires llegan hasta Mendoza y tiene buen personal que atiende al confort de los pasajeros.

En el Trasandino no hay dormitorio, pues el viaje por esa región se hace durante el día, á fin de que puedan verse los panoramas de la Cordillera. Cada pasajero tiene reser­vado un asiento y el viaje se hace con toda comodidad. Al sacar su boleto en Buenos Aires, por medio del Expreso ó del F. C. B. A. P., se reserva el asiento y se indica al dorso del boleto el número correspondiente.

Mendoza dista de Buenos Aires 1048 kilómetros y está situada á 756 metros sobre el nivel del mar. La línea del F. C. B. A. P., desde Buenos Aires hasta la frontera chilena, mide 1224 kilómetros.

Todos los días Jueves, en el verano, sale un tren local de pasajeros de Mendoza para Puente del Inca. Dicho tren corre en combinación con el tren que sale de Buenos Aires á las 3 p. m. los Martes. Parte de Mendoza á las 7.45 a. m., llegando á Cacheuta á las 9.40 a. m. y á las 3.30 p. m. á Puente del Inca.

Este tren regresa al día siguiente, Viernes, saliendo de Inca á las 6.15 a. m. y llegando á Mendoza á las 12.10 p. m. para combinar con el tren diario para Buenos Aires que sale á la 1 p. m. arribando á Buenos Aires el Sábado á las 2.20 p. m.

Las horas entre Las Cuevas y Los Andes, corresponden

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á la hora oficial de Chile la cual atrasa de 44 minutos so­bre la hora argentina, de manera que la llegada de Buenos Aires á Las Cuevas, según nuestro meridiano 2.30 p. m., es la 1.46 p. m. hora chilena.

Tarifa del Hotel Inca

Pensión por día desde $ 10 .— » » » para menores de 10 años » 7.— » » » para sirvientes » 6.—

Cada baño para cada l ¡ 2 hora ó fracción. » 1. — Alquiler de caballo ó muía por hora (con guía).. » 1.50 Excursiones tarifa convencional.

El Hotel Puente del Inca está ubicado en el corazón de la Cordillera á 2700 metros sobre el nivel del mar. Aten­dido por la Compañía de Hoteles Sud Americanos y dotado de todo el confort moderno. Se organizan excursiones para familias á los parajes pintorescos de sus alrededores. Bo­letos de combinación desde Buenos Aires por viaje de ida y vuelta con cama y cuatro días de estadía á $ 161.

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DE C H I L E A LA ARGENTINA

F. C. E. de C.

Santiago sale Valparaíso.

7.45 p. 7.30

Los Andes llega 11.—

m. Lunes

pernoctar en Hotel ñud-Amerícano Los Andes .

F. C. T.

Los Andes sale 6.55 Caracoles llega 11.34

» sale 12.04 Las Cuevas » 1.15 Puente del Inca. » 2.10 Uspallata » 4.49 Mendoza llega 7.45

a. m. Martes » »

p. m. » » » (Hora argentina) » »

» »

» »

F.CB. A.P.

Mendoza, sale J. Daract Laboulaye Rufino Junín Buenos A i r e s . . .

9.00 p. m. 5.55 a. m. 9.10 »

10.23. » 1.38 p. m. 7.00 »

Martes Miércoles

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Tarifas del Hotel Sud Americano Los Andes

Cama y desayuno : $ 13.— chilenos Cama, almuerzo ó comida y desayuno . . . » 16. — » Día completo » 18.— » Almuerzo solamente » 4. — »

El peso en moneda chilena vale 0.42 ctvos. m / n argentina. El peso m / n argentino vale $ 2.38 chilenos.

Representación diplomática

Legación Argentina en Santiago — Avenida Vicuña Ma-kenna N° 45.

Consulado Argentino en Santiago — Callé Freiré N° 601.

Los horarios de trenes y las tarifas son susceptibles de al­teraciones y se recomienda á los pasajeros de pasar vista por los horarios oficiales cuando proyecten un viaje. Estos ho- ' rarios se venden en todas las estaciones de tránsito de la lí­nea chilena.

El ' tren procedente de Chile se detiene media hora en Caracoles para que los pasajeros puedan almorzar.

Caracoles está ubicado á cien metros de la boca chilena del Túnel de la Cumbre.

El Hotel en Los Andes es moderno y posee todas las co­modidades necesarias.

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Tarifas de pasajes

1» Clase 2* Clase

De Retiro á Mendoza: Ida, pasajes enteros % 51.15 § 29.95 Ida, medio pasaje » 25.60 » 15.— Ida y vuelta, pasaje entero » 89.55 » 52.40 Ida y vuelta, medio pasaje » 44.80 » 26.20

De Retiro á Cacheuta: Ida, pasaje entero » 55.15 » 33.15 Ida, medio pasaje » 27.60 » 16.70 Ida y vuelta, pasaje entero » 95.05 » 56.40 Ida y vuelta, medio pasaje » 47.55 » 28.20

De Retiro á Potrerillos: Ida, pasaje entero » 56.15 » 33.95 Ida, medio pasaje » 28.10 » 17.—

De Retiro á Uspallata: Ida, pasaje entero » 73.65 » 43.60 Ida, medio pasaje - » 36.85 » 21.80

De Retiro á Punta de Vacas: Ida, pasaje entero » 86.10 » 51.10 Ida, medio pasaje » 43.05 » 25.55

De Retiro á Puente del Inca: Ida, pasaje entero » 89.90 » 53.45 Ida, medio pasaje » 44.95 » 26.75

De Retiro á las Cuevas: Ida. pasaje entero » 93.50 » 55.60 Ida, medio pasaje » 46.75 » 27.80

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Boletos especiales en combinación con el Hotel Puente del Inca de ida y vuelta con cama y pensión en el Hotel:

Desde Retiro y Palermo $ m A 161.00 » Mercedes » 153.00 » Chacabuco » 146.00 » Junín » 143.00 » Alberdi » 138.00 » Rufino » 132.00 » Laboulaye » 128.00 » Mackenna » 122.00 » Villa Mercedes » 121.00 » Bahía Blanca » 161.00

Incluyendo cuatro días de pensión en el Hotel.

Desde Mendoza $ mA 64.00 » Cachearla , » 53.00

Incluyendo dos días de pensión en el Hotel.

De Buenos Aires a Santiago o Valparaíso y viceversa

Ida, I a clase, con cama—pasaje entero . $ m A 156.40 » » » » — medio pasaje.. » 86.30

Ida, 2 a clase,' pasaje entero. » 94.20 » » » medio pasaje » 50.60

Cada pasajero tiene derecho á 50 kilos de equipaje libre de flete. Los excedentes se pagarán $ 2.33 m/n cada 5 kilos.

El boleto de cama entre Retiro y Mendoza, cuesta cada viaje y por persona $ 10.20.

Boleto especial en combinación con el Hotel Puente del Inca, ida y vuelta, con cama y cuatro días de pensión en el Hotel § 161.00

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Tarifa de Ferrocarriles Chilenos, Tren ómnibus

Clase 2" Clase 3» Clase

De Valparaíso á Santiago: Ida • $ 11.70 $ 7.80 $ 3.90 De Valparaíso á Llai Llai.. . » 6.20 » 4.20 » 2.10 De Valparaíso á Los Andes. » 9.20 » 6.20 » 3.10

De Valparaíso á Santiago. Tren expreso: 1 " Clase 2n Clase

Ida $ 16.40 $ 11.00 De Valparaíso á Llai Llai idem. » 8.70 » 5.80 De Valparaíso á Los Andes idem » 12.90 » 8.60

La tarifa de pasajes entre Los Andes, Santiago y Valpa­raíso, tiene escasa diferencia de centavos, pues entre estos dos últimos puntos, solo existen dos kilómetros de desviación en Llai Llai, que es la estación á donde convergen las dos líneas que van á Los Andes. .

De Los Andes salen diariamente dos trenes expresos para Santiago y Valparaíso, á las-8 y 10 a. m. y á las 8 y 10 de la noche con destino á Llai Llai, donde combinan para las estaciones indicadas. Hasta Llai Llai; solo existen 49 kilómetros que se trasponen en una hora y 10 minutos.

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Í N D I C E

P á g i n a s

Primeras palabras 9 En marcha 13 Mendoza 16 De Mendoza á Las Cuevas 25 Puente del Inca 43 Aguas termales 52 Camino de Las Cuevas 54 Hacia la Cumbre 61 La leyenda de los Incas 66 Horcones y Aconcagua 70 Ascensión Sundt-Bache 94 Primeras y últimas ascensiones • • 101 Los que sucumben. 108 Una tragedia de antaño 111 Los Penitentes 117 Del Inca al Tupungato 122 Cerros inmediatos á Puente del Inca 125 Notas y Apuntes I 133

Riquezas mineralógicas * 133 Demarcación de caminos, refugios y guias 134 Resguardos de avalanchas 138 Caminos generales 140 Puente del Inca en invierno 141

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P á g i n a s

Temperatura 144 Lago de los Horcones 145 Tránsito del Puente del Inea 146 Tareas de invierno 146 El viejo camino al Cristo • 147 Plora de las montañas 148 Horas de la tarde 149 Valle del Río Blanco 150 Nevados de Las Polleras 151 Los Cóndores 152 Cerro del Juncal 152 Cacerías de guanacos 153 Monumento á los carteros 154 Cacería del zorro 154 Sección Campo 155 Mujeres de la cordillera. 156 Los que desprestigian • 157 Andarines 158 Kevisaeión de equipajes 160 El instinto de las muías 161 Campos de Sports 162 «Lingheras » 162 Servicio policial en el Hotel Puente del Inca 163 Eco de la montaña 164 Origen del nombre Aconcagua 164 Cerros divisorios 165 Puente de los Guanacos 165 Patines y trineos 166 Gabinete fotográfico 166 Lagos chilenos y argentinos 167 Tarjetas postales y vistas fotográficas 168 Indumentaria y útiles necesarios para excursiones á

la cordillera 169

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P á g i n a s

Cruzando el túnel I 7 0

De las Cuevas á Valparaíso 171 El Trasandino Chileno 186 Santiago de Chile •• 189 Valparaíso 1 " Viña del Mar 205

Horarios y Tarifas —

De Buenos Aires á Chile 209 De Chile á la Argentina 212

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