80 años: cumplir cumpliendo - Fondo de Cultura … · Historia de la literatura Griega, del...

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DEL FONDO DE CULTURA ECONÓMICASEPTIEMBRE DE 2014 525 80 años: cumplir cumpliendo Según Alfonso Reyes, la labor editorial de los primeros años del Fondo de Cultura Económica produjo, en términos platónicos, un auténtico "banquete" JAVIER GARCIADIEGO Además LIBROS QUE HACEN CRECER

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80 años:cumplir cumpliendo

Según Alfonso Reyes, la labor editorial de los primeros años del Fondo de Cultura Económica produjo, en términos platónicos, un auténtico "banquete"—JAV I E R G A R C I A D I E G O

Además LIBROS QUE HACENCRECER

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José Carreño Carlón

DI R EC TO R G EN ER AL D EL FCE

Tomás Granados Salinas

DI R EC TO R D E L A GACE TA

Javier Ledesma

J EFE D E R EDACCI Ó N

Ricardo Nudelman, Martha Cantú,

Adriana Konzevik, Susana López,

Alejandra Vázquez

CO N S E J O ED ITO RIAL

León Muñoz Santini

ARTE Y D IS EÑ O

Andrea García Flores

FO R MACI Ó N

Ernesto Ramírez Morales

VERS I Ó N PAR A I NTER N E T

Alma Meza

A SIS TENTE ED ITO RIAL

Impresora y Encuadernadora

Progreso, sa de cv

I M PR E S I Ó N

EDITORIAL

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La Gaceta del Fondo de Cultura Económica

es una publicación mensual editada por el Fondo de Cultura Económica, con domicilio en Carretera Picacho-Ajusco 227,

Bosques del Pedregal, 14738, Tlalpan, Distrito Federal, México. Editor responsable: Tomás Granados Salinas. Certifi cado

de licitud de título 8635 y de licitud de contenido 6080, expedidos por la Comisión Califi cadora de Publicaciones y Revistas

Ilustradas el 15 de julio de 1995. La Gaceta del Fondo de Cultura Económica es un nombre registrado en el Instituto Nacional

del Derecho de Autor, con el número 04-2001-112210102100, el 22 de noviembre de 2001. Registro Postal, Publicación

Periódica: pp09-0206. Distribuida por el propio Fondo de Cultura Económica. ISSN: 0185-3716

FOTOG R AFÍA D E P O RTADA : © LEÓ N M U Ñ OZ SANTI N I

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E l próximo 3 de septiembre habrán pasado ochenta años de que se fi rmó el documento por el cual, formalmente, el Fondo de Cultura Económica sería inventado. Como tantas efemérides, esa fecha es sólo un símbolo, pues, por un lado, los planes para poner delante de los estudiantes de economía textos que contribuyeran a su formación académica datan de tiempo atrás y, por otro, los primeros ejemplares en los que aparece el nombre del fce sólo se produjeron al año siguiente. Así, en sentido estricto,

aparte de poner un poco de tinta en unos papeles, nada ocurrió ese veraniego viernes de 1934. He ahí un inesperado ejemplo de eso que llamamos “efecto mariposa”: en el trivial acto en que se constituyó el mal denominado Fondo — recuérdese que Daniel Cosío Villegas tenía en mente algo que en inglés habría sido Trust Fund for Economic Learning y no el afortunado “disparate” con que vino a bautizarlo — se engendró una emocionante revolución intelectual.

Como dijo Emigdio Martínez Adame 45 años después, el nacimiento de la institución fue “algo que pedía la época”: tras la dolorosa crisis de 1929, con una confi anza plena en el poder de la economía para enfrentar los líos de un país ya pacifi cado pero aún pobrísimo, con la efervescencia de la reforma agraria — el ejido se entronizaría en los años treinta como factor de desarrollo rural —, estaban dadas las circunstancias para asumir un compromiso modesto que pronto se extendería hacia muchas otras disciplinas hasta lograr, en palabras del propio Cosío Villegas, “hacer del Fondo una editorial de enorme prestigio, que prestó un servicio señalado a la educación y la cultura de México y de todos los países de habla hispana”.

Este número de La Gaceta, revista que también en septiembre festeja su propio aniversario — Arnaldo Orfi la Reynal la fundó en 1954 —, muestra cómo el Fondo procura cumplir años cumpliendo los objetivos que lo hicieron nacer. En estas páginas se abordan diversos proyectos con los que estamos ratifi cando los deseos de quienes, con magros 22 mil pesos de aportación inicial, emprendieron una tarea visionaria. Por ejemplo, la intención de acercar el saber universal al público lego o los estudiantes que se inician en tal o cual disciplina se reafi rma con el relanzamiento de la colección Breviarios, comentada en estas páginas por quien encabezó la institución entre 2009 y 2013. Pase el lector a nuestra fi esta y diga si estamos cumpliendo.�W

80 años: cumplir cumpliendoMe llamo Hokusai

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Brevemente: los BreviariosJ O A Q U Í N D I E Z - C A N E D O

Archivo abiertoY A E L W E I S S

PHU, el americano hispánicoA D O L F O C A S T A Ñ Ó N

Marx, Weber y los exiliados españoles en el FondoJ A V I E R G A R C I A D I E G O

Sobre el papel N I C H O L A S A . B A S B A N E S

Reinventar la edición J E S Ú S R . A N A Y A R O S I Q U E

La poesía de Tomás SegoviaJ O S É M A R Í A E S P I N A S A

CAPITELNOVEDADES¡Juguemos juntos!J O Ë L L E T U R I N

Cómo los libros hacencrecer a los chicos y a los grandesS O C O R R O V E N E G A S

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POESÍA

Ganador del Premio de Poesía Aguascalientes de este año, Me llamo Hokusai es tan atípico como sustancioso: entre ensoñaciones fi losófi cas y una fragmentaria

profusión de imágenes y evocaciones orientales bien pueden irrumpir los más inopinados retazos de prosa —una historia clínica o una nota de la BBC—. El mundo entero

parece caber en este poemario. Sirva esta muestra mínima como obertura a nuestros festejos

Los ahogados son azules y bellos.

Sólo una vez mi padre dijo eso.

Mi padre me heredó este color de ojos: azul para mirar el mar de cerca, para

no temerle, para sobrevivir.

[…]

Escúchame, no vuelvo a repetírtelo: le temes a lo que no conoces.

Míralo bien. Si te da miedo, dibújalo. Pinta una ola tan grande como la que

temes.

Recuerda ese paisaje con el Monte Fuji al fondo, cerca de Kanagawa. Sólo

una vez haz visto esa imagen y no la olvidas. Pinta una embarcación o algo

que siga a flote a pesar de las olas. El Ukiyo-e son las pinturas del mundo

flotante. No hay casualidad en esto.

La lección de hoy: todos los ahogados deben flotar para llegar a ser bellos y

azules.

[…]

Aquí nadie sabe nada de nada. Sólo especulaciones.

Para empezar, un cuerpo no flota de inmediato tras su muerte. El punto es

desmentir a tu padre.

Un cuerpo sólo flota después de que se hunde y el agua ha colmado sus

pulmones. Entonces, sólo entonces, el cuerpo se descompone y produce

metanos y otros gases para salir a flote. Sin embargo, esto no dura: pues el

cuerpo nuevamente regresa al fondo del mar. Ése es su trabajo: el trabajo de

un muerto es hundirse, en la tierra o el agua o en el vientre de máquinas que

lo calcinen con su fuego.

Sólo después de gastar la última gota de su aire nace un muerto.

He aquí la lección de esta clase: todo muerto precisa de tiempo

y disciplina para serlo.�W

I. LA GRAN OLA DE KANAGAWA PUDO SER LA OLA QUE ARRASTRÓ EL CADÁVER DE UN MARINERO A LAS COSTAS DE HAWÁI EN 1982

O LA MISMA QUE SACUDIÓ UN BUQUE CARGUERO ZARPADO DE HONG KONG DEJANDO A LA DERIVA UN CONTENEDOR CON PATITOS

DE PLÁSTICO PARA JUGAR EN LA BAÑERA O LA MISMA QUE TEMÍA PUDIERA AHOGARME DURANTE

MIS CLASES DE NATACIÓN

(TRES FRAGMENTOS DE LA PRIMERA ESTANCIA)

C H R I S T I A N P E Ñ A

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DOSSIER

Con libros, unos nuevos y otros no tanto, queremos cumplir cumpliendo. 80 Breviarios vuelven

a la arena comercial, reaparecen unas lúcidas conferencias de Henríquez

Ureña, rastreamos la llegada a nuestro catálogo de Marx y Weber. Y también damos pasos hacia lo desconocido, con

una ventana informática al archivo histórico del Fondo y una propositiva

obra sobre la edición digital. Hay además un tratado personalísimo

sobre el soporte por excelencia para la escritura, la suma poética de uno

de los exiliados transterrados en México y un original estudio sobre los libros

que hacen crecer a los niños

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L a promesa contenida en la cuarta de forros de la colección Breviarios del Fondo de Cultura Económica, repeti-da durante muchos años en cada uno de los tomos, es redonda: tener los Breviarios es tener la universidad en casa:

El Fondo de Cultura Económica aspira a formar con

estos Breviarios la base de una biblioteca que lleve la

universidad al hogar, poniendo al alcance del hombre

o la mujer no especializados los grandes temas del co-

nocimiento moderno. Redactados por especialistas

de crédito universal, cada uno de estos Breviarios

constituirá un tratado sumario y completo sobre la

materia que anuncie su título; en su conjunto, cuida-

dosamente planeado, formarán esa biblioteca de con-

sulta y orientación que la cultura de nuestro tiempo

hace indispensable. Arte; ciencias sociales; ciencia y

técnica; literatura; religión y filosofía; historia.

Poco más dice la nota de El Noticiero Bibliográfi co — antecedente de esta Gaceta — de noviembre de 1948, que anuncia el plan editorial inmediato y la pu-blicación de los dos primeros títulos de la colección: Historia de la literatura Griega, del helenista oxonia-no Cecil Maurice Bowra, traducido personalmente

por Alfonso Reyes, y La inquisición española, del hoy olvidado Arthur Stanley Turberville, en traducción del jurista toledano Javier Malagón Barceló al ali-món con su mujer, Helena Pereña, ambos refugiados en México luego de ser echados de España apenas terminada la Guerra Civil. Al igual que estos dos ejemplos, detrás de cada Breviario hay una historia, pero apenas habrá espacio para ocuparse de la histo-ria colectiva.

No hace falta detenerse en la centralidad de la idea de un repertorio ordenado y sucinto del conoci-miento universal para la cultura occidental. Hasta el último cuarto del siglo pasado sólo podía tener cabi-da en los libros y encontró una de sus modalidades más poderosas en la Encyclopèdie y su numerosa des-cendencia. La otra modalidad han sido las coleccio-nes temáticas de divulgación del conocimiento, como los Breviarios. En su texto para el catálogo ge-neral publicado en ocasión del 20 aniversario del Fondo, aunque salió de la imprenta en junio de 1955, el fi lósofo argentino Francisco Romero les encuen-tra a los Breviarios algunos antecedentes: en Alema-nia, la serie Kultur der Gegenwart (Cultura contem-poránea) o Aus Natur und Geisteswelt (Del mundo natural y espiritual) editadas en Leipzig por la casa Teubner, o la Jedermanns Bücherei (Biblioteca para todos), de la muy antigua casa Hirt, de Breslau, todas

ellas desaparecidas en los años veinte del siglo pasa-do; en el campo francófono, la Collection Payot, de la que hoy se encuentran muy escasas referencias; en nuestra lengua, la Colección Labor (Biblioteca de Iniciación Cultural), de la editorial barcelonesa ho-mónima fundada en 1915. José Alvarado, en una nota para La Gaceta, de 1970, recuerda también la colec-ción de monografías de la Revista de Occidente, de Or-tega y Gasset: “Nuevos hechos, nuevas ideas”, de los años veinte. Cabría añadir a ellas la célebre Que sais-je? francesa, iniciada por Paul Angoulevent en París durante la ocupación nazi para convertirse en la co-lección emblemática de las Presses Universitaires de France (puf) hasta la fecha, y desde luego la colec-ción Austral, editada por Espasa Calpe Argentina, cuyos primeros títulos salieron de prensas en 1937, aunque en ésta el énfasis está puesto más en la nómi-na de autores que en el conjunto de temas.

La novedad de los Breviarios entonces no fue tan-to la originalidad de la idea, aunque el nombre no po-día ser más atinado; más bien fue la noticia de que el Fondo, una casa editorial mexicana, había alcanzado una madurez y una estabilidad económica que la animaron a plantearse un proyecto muy ambicioso. Fue una apuesta arriesgada, pues todas las caracte-rísticas editoriales — tamaño bolsillo, papel semibi-blia, encuadernado en tapa dura forrada en tela con

Brevemente: los Breviarios

J O A Q U Í N D Í E Z - C A N E D O

ARTÍCULO

Hay un nombre fi rmemente grabado en la memoria de muchos de nuestros lectores: el de la colección Breviarios,

ese generoso esfuerzo por poner al alcance de los no especialistas el saber universal. Al cumplir 80 años el Fondo relanzará otros tantos títulos de esta serie. Aquí, quien encabezó la institución

entre 2009 y 2013 hace un original, minucioso retrato de sus temas y sus traductores

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80 AÑOS: CUMPLIR CUMPLIENDO

BREVEMENTE: LOS BREVARIOS

lomo redondo, con estampados en la tapa y el lomo, camisa de papel impresa a dos tintas —; todas, salvo el tamaño, eran propias de una edición cara. Los pre-cios bajos tendrían que ser consecuencia de una cir-culación importante: los tirajes de los primeros Bre-viarios fueron de diez mil ejemplares. Se pensaba en el mercado sudamericano: el Fondo había estableci-do ya su primera cabeza de playa en América Latina, en Buenos Aires. El Fondo, queda claro, confi aba en sí mismo. Para los Breviarios se idearon más tarde modalidades especiales de comercialización: cuando se juntaron sufi cientes volúmenes publicados, se ofreció la colección completa de los primeros 200, junto con un pequeño librero, que podía ser liquida-da en abonos.

Se puede intentar atrapar la aportación y la diver-sidad de los Breviarios en muchas redes conceptua-les. José Alvarado, en la nota mencionada, propone la siguiente: “Los Breviarios reunidos constituyen la explicación del universo, del electrón a la galaxia, del núcleo de la célula a la estructura, las características y las fronteras de la sociedad. Y, al mismo tiempo, su historia, con el principio de sus antecedentes cósmi-cos y el horizonte de sus ensueños poéticos”.

Con los diez nuevos títulos que se anuncian, los Breviarios están a punto de sumar 600. ¿Qué aspec-to tiene este corpus editorial cuyo primer título se publicó hace 65 años? Los 587 libros publicados has-ta 2014 –siendo el último [al cierre de esta edición] La tragedia griega. Una introducción, de la profesora de letras clásicas Ruth Scodel, del departamento de Letras Clásicas de la Universidad de Michigan– fue-ron escritos por 514 autores; hay 463 que tienen un solo título y 125, dos o más. El que más títulos tiene es Gaston Bachelard, no el más fácil de los autores, con 9; casi todos sus libros sobre la poética y los sueños están recogidos en los Breviarios. Le sigue el histo-riador italiano Armando Saitta (1919-1991), de quien se tradujeron sus “guías críticas” a los periodos canó-nicos de la historia, con 5 títulos. Hay tres autores con cuatro títulos: el físico y astrónomo ruso George Gamow (1904-1968) con sus libros de divulgación de la física; el politólogo italiano Norberto Bobbio (1909-2004) con dos de sus obras fundamentales: Es-tado, gobierno y sociedad: Por una teoría general de la política y Liberalismo y democracia (los dos traduci-dos por José Fernández Santillán), además de El exis-tencialismo y Perfi l ideológico del siglo XX en Italia, y el fi lósofo mexicano Mauricio Beuchot, con sendos li-bros sobre semiótica y hermenéutica, y dos historias: de la fi losofía medieval y de la fi losofía del lenguaje.

De los 587 títulos publicados, solamente 75 fueron escritos originalmente en español: un 13 por ciento; en inglés, un 48 por ciento, casi la mitad; en francés, un 27, más de la cuarta parte; en alemán, un 8 y en italiano un 3; hay dos títulos que vienen del portu-gués, uno del holandés (Ararat, de Frank Wester-man) y uno del ruso (Los problemas de la poética de Dostoievski, del formalista ruso Mijaíl Bajtín). Sor-prende lo que parece falta de interés en el ámbito hispánico por escribir obras de divulgación del cono-cimiento especializado y todo indica que, al menos en México, seguirá siendo el caso pues los sistemas de estímulos a la productividad de los investigadores mexicanos desalientan esta valiosa aportación de los especialistas. La ingente tarea de traducción fue acometida por 255 traductores; 178 tradujeron un solo título, 65 entre dos y cinco títulos, y los restan-tes 12, más de cinco obras el que menos. Esta estadística es reveladora también de la condición del traductor en México: no hay quien pague su prestigio; eran y son todavía contados los que pueden dedicar-se profesionalmente a esta tarea, que pa-reciera tener el resignado motivo del puro gusto.

A la cabeza de los traductores de los Breviarios está Juan José Utrilla, quien luego se encargaría de la asignación de las traducciones a los colegas, ya como cola-borador del Fondo. Utrilla ha traducido 53 Breviarios, más del 10 por ciento; entre sus traducciones destaca Pensadores ru-sos, del intrincado sir Isaiah Berlin. Otros tres traductores reúnen más de diez obras: Francisco González Aramburo (17), que tradujo El pensamiento salvaje y El tote-mismo en la actualidad, de Claude Lévi-Strauss; Stella Mastrangello (15), que tra-dujo las historiografías de Saitta, y Juan Almela (13). Curiosamente, este último no

tradujo ningún libro del alemán, lo que habría cabi-do suponer luego de leer su encomio del famoso dic-cionario de Tolhausen; pero suya es la voz de Mr. Tompkins, el personaje de Gamow, y la del fi lólogo y crítico suizo Albert Béguin (1901-1957). Interesante resulta también saber que Bachelard tiene seis tra-ductores, entre ellos la poeta vasca Ernestina de Champourcín (1905-1999), esposa de Juan José Do-menchina, llegada junto con él a México en 1939 por invitación de Alfonso Reyes, y la escritora uruguaya Ida Vitale. Entre los traductores incidentales hay o hubo numerosos escritores e intelectuales: Alfonso Reyes tradujo dos libros además del de C. M. Bowra; Samuel Ramos, Arte y poesía, de Martin Heidegger, en 1958; Alejandro Rossi, la Historia de la astronomía de Giorgio Abetti, en 1956; Augusto Monterroso, Poesía de nuestro tiempo, del también traductor in-glés John Michael Cohen (1903-1989), en 1963; Jorge Aguilar Mora tradujo tres títulos, entre ellos el ar-duo Heidegger, de George Steiner; Juan José Arreola, El arte teatral, de Baty y Chavance, y El arte religioso del siglo XII al XVIII, de Emile Mâle, ambos del francés; Max Aub encontró para el libro de Maurice Halbwa-chs Analyse des mobiles dominantes qui orientent l´activité des individus dans la vie sociale el más eco-nómico título de Las clases sociales; Jorge Hernán-

dez Campos, que tradujo cuatro obras, vertió con au-toridad el título de una de ellas como Ricardo Wag-ner. No puede dejar de mencionarse a los traductores fundadores, muchos de ellos exiliados españoles: José Gaos, Eugenio Ímaz, Mariana Frenk, Aurelio Garzón del Camino, Eli de Gortari, Wenceslao Ro-ces. Si a los Breviarios se añaden las traducciones para otras colecciones del Fondo, se comprende por qué en el ámbito editorial hispanoparlante ha sido escuela y ejemplo de la traducción.

Por lo que toca al rango temático de los Brevia-rios, las seis áreas concebidas originalmente, cada cual distinguida por un color: arte (violeta); ciencias sociales (azul); ciencia y técnica (amarillo); litera-

tura (naranja); religión y fi losofía (rojo); historia (verde), crecieron a las 12 que ac-tualmente consigna el catálogo (a conti-nuación de las cuales se apunta entre pa-réntesis el número de títulos y su contri-bución porcentual): fi losofía (129/22%); historia (94/16%); literatura (92/16%); ciencia y tecnología (84/14%); arte (50/9%); sociología (41/7%); psiquiatría y psicolo-gía (31/5%); política (22/4%); economía (17/3%); antropología (16/3%); derecho (6/1%), y educación y pedagogía (5/1%). Hay 33 Historias de…, y 27 títulos más que contienen la palabra “historia”, entre ellas los dos volúmenes de la muy solicitada Historia de la locura en la época clásica, de Michel Foucault, traducida por Juan José Utrilla; hay historias previsibles, como la de los árabes, el océano Índico o la medi-cina, pero hay otras menos evidentes, como la de la percepción burguesa, del historiador marxista Donald M. Lowe, o Eva: la historia de una idea, de John A.

Phillips, por ejemplo. Hay 24 Introducciones a… y 12 títulos más que contienen la palabra “introducción”, entre ellos algunos de gran venta como la Introduc-ción a la historia, de Marc Bloch, traducido por Pablo González Casanova con el auxilio de Max Aub, la In-troducción a las doctrinas político-económicas, de Walter Montenegro, que básicamente debe el re-cuerdo de su paso por el mundo a este libro, o El len-guaje: introducción al estudio del habla, del lingüista Edward T. Sapir, traducido por el impecable binomio Margit Frenk/Antonio Alatorre; pero hay también alguna introducción más bien excéntrica, como la Introducción a la saudade, de Dalila Pereira da Costa y Pinharanda Gómez. Hay apenas siete ¿Qué es…, en-tre los que están ¿Qué son los valores?, del fi lósofo ar-gentino Risieri Frondizi; ¿Qué es el hombre? del fi ló-sofo vienés Martin Buber (1878-1965), y ¿Qué es una ley de la naturaleza?, del premio Nobel de física Erwin Schrödinger. Los dos primeros están entre los Breviarios más vendidos de todos los tiempos (aun-que hay que decir que son también de los primeros en su primer sentido). Parecería, por ello, recomen-dable buscar más historias, más introducciones y más obras tituladas “¿Qué es…”, ¿no?

Hay entre los Breviarios un número importante de biografías o acercamientos a la vida y la obra de gente célebre. En la serie de fi losofía: Schopenhauer, Nietszche (de Henri Lefevre), José Ortega y Gasset (de Alejandro Rossi, Fernando Salmerón, Luis Villo-ro y Ramón Xirau), Norberto Bobbio, Ramon Llull (de Joaquín Xirau), Heidegger ( de G. Steiner), Pascal (de A. Béguin), Montesquieu (de Jean Starobinski), Confucio, Husserl, Kant (de Ernst Cassirer); en his-toria: Tomás Moro, Luis II de Baviera, Carlomagno, Hernán Cortés (la versión abreviada de José Luis Martínez), Marco Polo, Erasmo y Lutero (de Lucien Fevre); en literatura hallamos a Eurípides, Lautréa-mont (de Bachelard), Joyce, Goethe (la Trayectoria de Goethe, de Reyes), el Balzac de Jaime Torres Bo-det, J. R. R. Tolkien, B. Traven, Sade, T. S. Eliot (de jo-ven), Michelet (de Roland Barthes), Proust, Bertolt Brecht, Gérard de Nerval, Beckett, George Bernard Shaw, Flaubert, Stendhal y el propio Barthes; en polí-tica, Maquiavelo; en psiquiatría y psicoanálisis, Jean Piaget; en sociología, Karl Manheim y Georg Simmel; en antropología, Claude Lévi-Strauss; en arte, Bach, Chopin (de Jesús Bal y Gay), el Orozco de Luis Cardo-za y Aragón, Chaplin, Verdi, Ricardo Wagner, Leo-nardo y Beethoven (de Max Steinitzer); en ciencia y tecnología, Lamarck y Newton. 51 personajes en to-tal; ninguna mujer (salvo Eva, como idea, como ya se apuntó).

Este muestreo de los Breviarios no puede pasar por alto a los más vendidos, aunque sean sólo los cin-co primeros: La estructura de las revoluciones cientí-fi cas (1ª edición, 1971), de Thomas S. Kuhn, La Edad Media (1949), del historiador argentino José Luis Romero, La poética del espacio (1965), de Bachelard, la Historia de la locura. . . de Foucault (1967), y Cómo escuchar la música, de Aaron Copland (1955).

Los Brevarios han tenido dos grandes épocas. La primera abarca los primeros 17 años de la colección. Se diría que fue la niña de los ojos de Arnaldo Orfi la, quien no se privó del gusto de traducir uno: Pensa-miento y religión en el México antiguo, de la arqueólo-ga Laurette Séjourné, quien fuera su pareja, escrito originalmente en inglés con el título Burning Water: Thought and Religion in Ancient Mexico. Hasta 1965, cuando Orfi la es echado del Fondo con el pretexto de la publicación de Los hijos de Sánchez, de Oscar Lewis, se habían publicado 190 Breviarios: más de diez cada año. La otra época es la década de los ochenta. Detrás de esta segunda ola de entusiasmo por los Breviarios está Jaime García Terrés, director del Fondo entre 1982 y 1988, hombre de intereses universales. En esos diez años se publicaron 212 Breviarios, más de 20 por año. Entre la Wikipedia y los manuales especializados, sigue habiendo necesi-dad de monografías de divulgación sobe los nuevos temas y los temas de siempre. Inmejorable manera de celebrar el 80 aniversario del Fondo el relanza-miento de los Breviarios que se ha anunciado, con 70 reediciones y 10 nuevos títulos.�W

Joaquín Díez-Canedo fl ores fue director generaldel Fondo de 2009 a 2013.

INTRODUCCIÓN A LA TRAGEDIA

GRIEGA

R U T H S C O D E L

brevia rios

Traducción de Emma

Julieta Barreiro

1ª ed., 2014; 332 pp.

978 607 16 2015 6

$140

“Los Breviarios reunidos constituyen la explicación del universo, del electrón a la galaxia, del núcleo de la célula a la estructura, las características y las fronteras de la sociedad. Y, al mismo tiempo, su historia, con el principio de sus antecedentes cósmicos y el horizonte de sus ensueños poéticos.”

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Archivo abierto: 80 años del FCE

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80 AÑOS: CUMPLIR CUMPLIENDO

B asta con seguir las instruccio-nes del agente de seguridad para llegar a una pequeña ofi -cina, un poco aislada del resto del edifi cio de la carretera Pi-cacho-Ajusco, donde Antonie-ta Rojas confi rma: “Sí, aquí es el archivo”. El archivo en sí, lo sabrás después, se acomoda en unos pequeños cuartos, como

celdas de una colmena, situados detrás de la ofi cina que Antonieta y su equipo comparten con los choferes del Fondo; algunos expedientes, los menos, se apilan en un almacén adjunto a la biblioteca donde pelean por el espacio con los productos de intendencia. Te irás compenetrando con el sistema geográfi co de este archivo, y un día sabrás que existen más archivos y más cajas, con manuscritos originales, en el almacén de San Lorenzo Tezonco, gigantesco bodegón indus-trial donde reposan también millones de libros.

Este archivo resguarda, además de los manuscritos originales, la correspondencia de la casa editora con sus autores y colaboradores a lo largo de ochenta años de trabajo. Para quienes las escribieron y recibieron, las misivas se circunscribían a la actualidad más in-mediata de la edición, impresión y circulación de los libros. En cambio, quien las relee hoy puede sonreír, como un dios todopoderoso que ve el futuro, ante la carta en la que Octavio Paz se compromete a pagar una parte de la impresión de Libertad bajo palabra, o cuando Joaquín Díez-Canedo, muy cortés, explica a Alejo Carpentier los obstáculos fi nancieros que impo-sibilitan la publicación de El reino de este mundo, no sólo en el Fondo sino en México entero. El lector ac-tual podrá sentir impotencia al descubrir la carta en que Arnaldo Orfi la asegura a Oscar Lewis que no ha-brá ningún problema con la publicación de Los hijos de Sánchez, en la ignorancia de que eso provocaría su destitución como director del Fondo. Podrá también advertir los años que han transcurrido desde el mo-mento en que Orfi la anuncia un récord de velocidad: ¡la imprenta entregó un libro en 17 días! O bien cuan-do hubieron de grabarse a mano los símbolos necesa-rios para imprimir Lógica matemática de José Ferra-ter Mora, e insertarlos uno por uno en las galeradas de metal. Le parecerá mentira que no podían enviarse los libros del Fondo a España sino a través de una complicada triangulación a través de Argentina, debi-do a problemas diplomáticos, y que se demoraban en el viaje unos seis meses, o que Juan Rulfo y Carlos Fuentes estuvieron censurados por la dictadura del general Franco. Como de otro mundo le resultarán los sufrimientos de la primera gerente del Fondo en Chi-le, María Elena Satostegui, en sus esfuerzos por ex-portar ácido bórico y salitre para compensar la im-portación de libros, en un sistema de sustituciones que aún existe, un poco distinto, en Argentina.

Archivo abierto es una suerte de quintaesencia del archivo del fce, un concentrado de las cartas más signifi cativas y de algunos documentos complemen-tarios que repasan la historia de la prestigiosa casa editorial mexicana y, por la misma ocasión, la del li-bro en Hispanoamérica: sus autores, su hechura, su camino hasta las manos del lector.

LOS PERSONAJES Y LA ACCIÓNEl primero que sale al encuentro de quien consulta Ar-chivo abierto, es Daniel Cosío Villegas, quien se afi rma como el personaje principal e iniciador de la corres-pondencia ofi cial del Fondo. De 1937 a 1940, se dedica a organizar las colecciones de la casa — Economía, So-ciología, Historia, Política y derecho— pero en 1941 emprende su gran saga americana con un viaje de tra-bajo por las principales capitales del continente. Su objetivo, aparte de reforzar la presencia internacional del Fondo en librerías, es iniciar una o varias coleccio-nes con la participación de los intelectuales de cada país latinoamericano. Ésa es la buena nueva que trae consigo durante su viaje y que va repartiendo por el continente. El contenido de estas colecciones no se en-

cuentra aún defi nido, tampoco su desarrollo, pero sí lo está su carácter colectivo y su llamado a la colabora-ción internacional. Cosío Villegas dialoga con Maria-no Picón-Salas y Arturo Uslar Pietri en Caracas, con Amanda Labarca en Santiago de Chile y con hasta cuarenta intelectuales reunidos en Buenos Aires para enterarse del plan: Jorge Luis Borges, María Rosa Oli-ver, Amado Alonso, José Luis Romero, Francisco Ro-mero, Ezequiel Martínez Estrada, Raimundo Lida y un gran cortejo de nombres más. Cuando el director del Fondo vuelve a México ya tiene nombre para la pri-mera colección americana, Tierra Firme, y lo esperan en su ofi cina las primeras cartas de los autores contac-tados. Cientos de misivas, quizá miles, irán y vendrán entre la sede del Fondo y los países de América, dibu-jando un gran mapa intelectual con los vínculos de la casa editora o, mejor dicho, entramándose así una pri-mera gran red continental de escritores.

Para Cosío Villegas, Tierra Firme no es un simple plan editorial diseñado para crear un mercado, es un

acto histórico, medular en la construcción de un pensamiento americano independiente y libre, con identidad propia. Todos los intelectuales del conti-nente tienen la obligación moral de unirse a este de-signio, y no hay pretexto que valga a sus ojos. Escribe a Amanda Labarca en 1941: “Mi punto de vista es que nadie puede negarse a cumplir el compromiso de de-cir en esta hora si somos capaces de pensar por nues-tra propia cuenta”. Ante las excusas de algunos cola-boradores rezagados, argumenta: “Por supuesto que todos estamos llenos de trabajo, de angustia, de pre-ocupaciones y ni siquiera sabemos lo que será de no-sotros mañana — ni del mundo tampoco —. Pero hay que aprender a ser héroe alguna vez”. Con Tierra Firme, y luego Biblioteca Americana — proyecto complementario que lanza un par de años más tar-de —, Cosío Villegas imprime al fce el sello latinoa-mericano que lo distingue hasta la fecha.

Si Cosío Villegas tiende los primeros lazos edito-riales en el continente americano, Arnaldo Orfi la, el segundo director del Fondo, los consolida. Más diplo-mático, menos vehemente, dicta sus cartas ofi ciales con una regularidad que transparenta una manera de ser editor. Para Orfi la, un centro productor de li-bros lo es también de relaciones y de acción social. Su correspondencia, además de los asuntos propios de la edición — manuscritos, traducciones, impresión, co-rrecciones, regalías, distribución —, aborda cuestio-nes extra muros, a veces sin vínculo directo con el Fondo, como la planeación de congresos internacio-nales, cursos universitarios, conferencias y encuen-tros. Más comprometido con la lucha política, escribe a Germán Arciniegas en abril de 1952: “Leí 6 o 7 capí-tulos [de Entre la libertad y el miedo] y me retiré a las 9 de la noche de la ofi cina con la convicción de que te-nía un deber moral de resolver de alguna manera la publicación de ese libro en español. Pensaba que sería una traición el ocultarlo o demorarlo, porque creo

que es un enjuiciamiento de la terrible y amarga his-toria contemporánea latinoamericana que hay que difundir cuanto más se pueda […] Seguramente habrá que disimular el pie editorial”. El libro aparecería editado por el Fondo, pero con el sello de Cuadernos Americanos, y sería prohibido en 10 países. Las colec-ciones predilectas de este activista social serían, na-turalmente, Breviarios — cuyo objetivo es llevar la universidad a los hogares de quienes no pueden asis-tir a las aulas — y la Colección Popular, creación suya.

Son muchos y más los corresponsales y los años: desde el Fondo escriben, por ejemplo, Joaquín Díez-Canedo, Alí Chumacero, Jaime García Terrés o Adol-fo Castañón; desde el mundo, que empieza en la Ciu-dad de México y termina en la embajada de Octavio Paz en India o en la de Rafael Bernal en Filipinas, lle-gan las misivas de innumerables autores, agentes, tra-ductores, amigos, hombres y mujeres que en algún momento mezclaron su vida y obra con el fce y cuyo testimonio emerge al remover los fajos de papel. Nom-bres conocidos como Alfonso Reyes, Alejo Carpentier, Pedro Henríquez Ureña, Luis Cardoza y Aragón, Juan Carlos Onetti, Jorge Luis Borges, Carlos Fuentes, Juan Rulfo, José Emilio Pacheco y Francisco del Paso conviven con los de otros menos conocidos como la agente literaria Carmen Balcells, o los gerentes Javier Pradera y Magda Portal, pero también con algunos colaboradores olvidados, pero esenciales, como Nor-berto Frontini o Delia Etchavarry. Entre todos, cuen-tan la historia, o las historias, del Fondo.

EL ARCHIVO EN HIPERTEXTOUna carta puede lanzar una investigación policiaca, empezar una novela, o bien dar la clave fi nal de una historia a la que faltaba una pieza. Es siempre el fragmento de algo más amplio que la incluye. Sola, aislada, sin contexto, como encontrada por azar, es un foco de preguntas al aire: ¿quiénes? ¿cómo? ¿por qué? ¿qué pasó antes y qué pasó después? Mejor que los cúmulos de notas al pie, habituales en las obras que recogen la correspondencia entre dos personas — además de una introducción que sitúa a los corres-ponsales y sus circunstancias —, el formato electró-nico procede por hipertexto: cada carta se vincula entonces con otras cartas, notas y documentos que la precisan, complementan e, incluso, continúan.

El término “hipertexto” apareció en los años se-senta, cuando Ted Nelson lo acuña y defi ne: “Con hi-pertexto me refi ero a una escritura no secuencial, a un texto que bifurca, que permite que el lector elija, y que se lee mejor en una pantalla interactiva. […] Se trata de una serie de bloques de texto conectados en-tre sí por nexos, que forman diferentes itinerarios para el usuario”. Un archivo de cartas es un universo de hipertexto en estado natural. El investigador, o el curioso, navega de carta en carta, y de expediente en expediente, conectando los fragmentos de informa-ción. Se abre un camino propio, personal, distinto a cualquier otro en cuanto al orden y número de archi-vos consultados, en cuanto a la información recabada. Esta manera de recorrer e hilar la información, fácil de reproducir en el medio electrónico, es la que propo-ne Archivo abierto. 1 A través de un determinado nú-mero de cartas, o documentos de “entrada”, como si se tratara de puertas, el usuario accede a la red de docu-mentos. Cada una de estas cartas es el inicio de nave-gación exploratoria, con diferentes itinerarios según los vínculos seleccionados.

C O N T I N Ú A E N L A P Á G I N A 1 9 �E

1 La arquitectura no lineal, donde los fragmentos de información se inter-

conectan por vínculos, se asemeja a la manera en que la mente procesa la

información, por asociaciones múltiples, y le es naturalmente compatible.

La literatura ha intentado reproducir en sus páginas, encuadernadas en

una secuencia única y foliadas (del 5 al 120 por ejemplo), este tipo de estruc-

tura no secuencial. Cortázar, por tomar un caso célebre, hizo algunos expe-

rimentos en este sentido con Rayuela y 62 modelo para armar. No obstante,

para retomar las palabras de Ted Nelson, “el hipertexto se lee mejor en una

pantalla interactiva”: las nuevas perspectivas textuales y literarias que se

abren con el desarrollo de las aplicaciones electrónicas son alentadoras.

El Fondo quiere abrir su archivo: en los miles de papeles, fotos y grabaciones que lo pueblan está la historia de esta casa hoy octogenaria. Creemos que, ya entrados en el siglo XXI, una app

es la vía adecuada para acercar a la gente interesada en el pasado y el presente de la institución a sus entrañas documentales. En estas páginas, quien tuvo a su cargo la pesquisa y la redacción

de los textos explicativos da cuenta de lo que uno hallará en Archivo abierto

“Por supuesto que todos estamos llenos de trabajo, de angustia, de preocupaciones y ni siquiera sabemos lo que será de nosotros mañana — ni del mundo tampoco —. Pero hay que aprender a ser héroe alguna vez.”

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80 AÑOS: CUMPLIR CUMPLIENDO

E n septiembre de 1940, Pedro Henríquez Ureña recibe de la Universidad de Harvard una invitación para ocupar la prestigiosa cátedra Charles Eliot Norton. Es el primer hispanoparlante convocado a ese eminente sitial: T. S. Eliot, C. M. Bowra, e Igor Stravins-ki habían sido algunos de los

titulares que lo precedieron en esa prestigiosa desig-nación junto con Albert Einstein y Gilbert Murray, entre otros. El tiempo disponible del dominicano para atender el prestigioso compromiso es limitado, pues tiene que regresar a Argentina a continuar sus compromisos, pero antes quiere pasar a La Habana para estar con su familia. La revista Sur, la Universi-dad Popular Alejandro Korn, la editorial Losada, el Instituto de Filología de la Universidad de Buenos Aires y El Colegio de La Plata le brindan banquetes y despiden al profesor al partir de Buenos Aires rum-bo a los Estados Unidos. En el banquete, su amigo Francisco Romero lo llama “buen americano”. Años más tarde Jorge Luis Borges, al prologar su Obra crí-tica, habla de Henríquez Ureña como un americano ejemplar y como de un maestro que enseña con el ejemplo. Bajo el emblema pabellón americano ca-bría situar a Reyes, que supo “pasar de un país a otro y estar íntegramente en cada uno” (J.L. Borges, “In Memoriam” en El Hacedor).

Esta vocación americana está relacionada en Henríquez Ureña con su conciencia de que — como le había dicho a Reyes en una carta —: “Yo no soy con-templativo; quizás no soy ni escritor en el sentido puro de la palabra; siento necesidad de que mi activi-dad infl uya sobre las gentes, aun en pequeña escala. Y en París yo podría hacer cosas mías, pero estaría lejos del campo de acción que me atrae, que es Amé-rica…”, por eso fundará en La Plata en 1929 la Asocia-ción de las Artes con Alejandro Korn, Sánchez Via-monte y otros; nunca dejará de participar en empre-sas colectivas que aspiraban a inventar o reinventar la sociedad, y la utopía se acompasa e incorpora como un calendario paralelo y una agenda hospitala-ria para recibir a los otros.

En la balanza de la Universidad de Harvard se mantiene el equilibrio, y si Pedro Henríquez Ureña fue distinguido en 1940 con la cátedra Charles Eliot Norton, que más tarde ocuparán Jorge Luis Borges y Octavio Paz, sabrá conceder a Alfonso Reyes poco después un doctorado honoris causa que va a recibir a la propia Universidad de Harvard durante el mis-mo rápido viaje que hace para recoger el que le otor-ga en Nueva Orleans la Universidad de Tulane. La es-tafeta y el relevo son evidentes: por donde pasa el uno, ha de seguir el otro. En Harvard, le dice Alfonso Reyes a su amigo: “Encontré por todas partes tu re-cuerdo y creo que me hospedé en tu mismo departa-mento en Dunster House”.

En Harvard, Pedro pronunciará una serie de con-ferencias en inglés, lengua en la que se desenvuelve y expresa con fl uidez, por escrito y de viva voz desde los quince años. Ahí dictará durante varias semanas los cursos que luego compondrán el libro Literary Currents in Hispanic America, que apareció en 1945, un año antes de su muerte. La cultura universitaria norteamericana reconoció a Pedro Henríquez Ureña como un hijo pródigo que volvía al hogar coronado por laureles. En Harvard amistó con José Rodríguez Feo, quien dejó un hermoso y admirado testimonio de esos días en que Pedro lo adoptó. Jorge Guillén, le escribe a Pedro Salinas recordando la conferencia que improvisó en inglés en el Wellesley College sobre Cervantes: “¿Mi impresión de Henríquez Ureña? Muy buena. Yo le he visto en diferentes ocasiones, y sin duda menos ‘importantes’ y ofi ciales que la comi-da en que tú hablaste. Algunas veces no habla — y en-tonces puede parecer ‘soso’—. Es que está esperando tranquilamente que le llegue el turno — para decir siempre algo interesante y fi no y divertido—. Es un hombre de cultura general, el mejor tipo del ‘hombre culto’ que me he encontrado por aquí; y por lo tanto, a ‘culto’ hay que añadir ‘delicioso’. Sus conferencias en Harvard son siempre síntesis muy amplias, ni pro-fundas ni originales; pero todo está situado y tratado con inteligencia y gusto. Además, muy español, como consecuencia de la solidez de cultura: es un hombre con raíces, y sus raíces tienen que ser españolas”.

Al término de su viaje a los Estados Unidos, Hen-ríquez Ureña se dirige hacia La Habana en el barco

de vapor “Santa Elena”, cuyo derrotero pasa por Cuba, Panamá, Lima y Valparaíso, desde donde to-maría el tren para Buenos Aires, pues ahí diversos e inaplazables deberes universitarios y editoriales lo estaban esperando. El paso por Cuba deparó a Pedro agradables encuentros con viejos amigos como Ma-riano Brull, José María Chacón y Calvo y Félix Liza-so, y sobre todo con la familia: Francisco y Camila, como le escribe a su amigo mexicano en la carta cita-da. Desde luego no dejó de trabajar y lo veremos dan-do conferencias, en parte basadas en la traducción al español de sus notas escritas para las lecciones pro-nunciadas en inglés. Aunque no se volverán a ver, los destinos de los amigos se vuelven a cruzar; Reyes iría a Berkeley en un maratónico viaje por tierra y en au-tomóvil registrado en Berkeleyana en la segunda quincena de mayo de 1941.

En febrero de 1939, Reyes acababa de regresar de la misión que el presidente Cárdenas le había encar-gado en Río de Janeiro, luego de la Expropiación Pe-trolera. Además de estar a punto de cumplir medio siglo de vida, regresaba a México casi como un des-conocido: con decenas de cuadernillos, folletos y se-paratas impresos y dispersos por el mundo, una le-yenda cosmopolita, literaria, mundana detrás de él y casi ningún libro disponible para el lector mexicano de entonces, cosa que no dejaba de preocuparlo. Pro-sigue los trabajos de construcción de su casa-biblio-teca que Enrique Díez-Canedo bautizaría como “Ca-pilla Alfonsina”, con el diseño del ingeniero Rous-seau. Esta construcción despertará en él la emoción de poder rencontrarse por fi n con sus montañas de manuscritos para poder, a partir de ellos, rehacer y reinventar su obra. En vano trató de compartir esta feliz experiencia con su amigo Pedro, quien no pare-ció sensible a la importancia que para Alfonso tenía este hecho. No sólo puso con grandes trabajos manos a la obra para instalar su casa-biblioteca en la calle Industria, sino que, además, se vio orillado a cons-truir otra casa grande para sus amigos y compañe-ros: La Casa de España en México — El Colegio de México — y, por si fuera poco ese atletismo, se entre-gó afanosamente a la preparación, edición y publica-ción de su propia imponente obra. Es como si Reyes estuviese edifi cando simultáneamente tres construc-

PHU, el americano hispánicoA D O L F O C A S T A Ñ Ó N

ADELANTO

En nuestra ya larga historia existen personajes que hicieron aportaciones medulares pero discretas para el desarrollo del Fondo. Como reconocimiento a Henríquez Ureña,

interlocutor de privilegio y orquestador de inteligencias, hemos reeditado las conferencias que dictó en Harvard a mediados del siglo pasado. Este texto, redactado por uno

de sus epígonos, proviene del texto introductorio al segundo volumen de su correspondencia con Reyes, actualmente en preparación

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S E P T I E M B R E D E 2 0 1 4 1 1

80 AÑOS: CUMPLIR CUMPLIENDO

PHU, EL AMERICANO HISPÁNICO

ciones en tres reinos: su obra, su casa-biblioteca par-ticular y la casa grande.

A principios de 1941 y en el invierno de 1942, Al-fonso Reyes impartirá dos cursos relacionados entre sí y que son estribaciones de sus estudios sobre teo-ría literaria: “La crítica en la edad ateniense” (7 de enero a 11 de febrero del 1941) y “La antigua retórica” (marzo de 1942), que luego darían los libros así titu-lados y sorprendentemente publicados el mismo año en que fueron dictados los cursos: el primero en oc-tubre de 1941 y el segundo en junio de 1942. De esta forma Alfonso Reyes daba muestras a su amigo de haber seguido sus consejos escritos a lo largo del tiempo y de las cartas.

La originalidad de Las corrientes literarias en la América Hispánica [hay nueva edición del fce; véase en esta Gaceta la p. 20], libro derivado de las lecciones que Pedro Henríquez Ureña dio en Harvard en 1940-1941, estriba en la novedad de una calendarización de la historia literaria americana: el estudio del ro-manticismo y del modernismo, en dos generaciones cada uno: el romanticismo que tuvo “como fondo po-lítico la anarquía, de 1830 a 1860” y la generación ro-mántica que escribió “durante la organización cons-titucional de 1860 a 1890”; al modernismo, Henrí-quez Ureña también lo divide “en una primera generación de 1882 a 1896, de Martí, Manuel Gutié-rrez Nájera, Silva y Darío”; en una segunda genera-ción, de 1896 a 1920; que es cuando surgen las ten-dencias de “vanguardia”.1

La idea de reformular el calendario literario de la América Hispana se dibuja como una idea fi ja e in-mutable a lo largo de esta correspondencia. Es una ley motriz e idea movilizadora que los une a ambos en torno a la forma de enunciar la historia desde América y desde los días que les tocó vivir; se tradu-ce concretamente en la preocupación reiterada de hacer una antología de poesía hispanoamericana con Alfonso Reyes y Enrique Díez-Canedo, desde 1915, y vuelve a manifestarse cuando Henríquez Ureña ventila con Reyes la lista que debe considerar para formar una biblioteca de clásicos hispanoame-ricanos, o bien, cuando se da la encomienda por el Fondo de Cultura Económica de formular una lista de obras que debería incluir la Biblioteca America-na, que fi nalmente se editará en su memoria. El 27 de marzo de 1943, le escribe “desde el tren” a su jo-ven discípulo Enrique Anderson Imbert una carta en la que contrasta y pondera con agudeza las co-rrientes y generaciones literarias de la América His-pana: su juicio no deja de ser polémico:

Acabo de descubrir que las dos mejores generaciones

en la literatura hispanoamericana son la segunda de

los románticos y la primera de los modernistas. Los

clasicistas del movimiento de la Independencia tie-

nen tres figuras importantes: Bello, Olmedo y Here-

dia, y otras interesantes, como Lizardi y Mier; la pri-

mera generación romántica cuenta con Sarmiento, y

después de él — o, mejor, junto a él — no hay nada real-

mente grande, aunque tengamos a la Avellaneda, ex-

celente técnico que no llegó a convertirse en gran poe-

ta, y a José Eusebio Caro, Julio Arboleda y Gregorio

Gutiérrez González, el poeta más original. Pero el se-

gundo grupo de románticos (nacidos entre 1832 y

1849) incluye a Montalvo, González Prada, Hostos,

Varona, Justo Sierra, en verdad grandes prosistas, Ri-

cardo Palma y Jorge Isaacs, excelentes en su campo

limitado, José Hernández y Estanislao del Campo, los

mejores gauchescos, Zorrilla de San Martín, el mejor

poeta “indianista”, y aun otros autores tan interesan-

tes como Mansilla. He sido injusto con este periodo

en mi ensayo “El descontento y la promesa” al decir

que después de cincuenta años (1832-1882) sólo que-

daban dos grandes árboles, el Facundo y el Martín Fie-

rro. Es verdad que gran parte de la mejor obra de

aquellos escritores de la segunda generación románti-

ca se escribió después de 1882. Evidentemente yo es-

taba pensando más bien en los poetas románticos

aunque mencioné Facundo. Hay otra generación, la

primera de los modernistas, nacidos entre 1853 y 1875

(Zorrilla de San Martín nació en 1847, pero su actitud

es la de los últimos románticos, si bien anunció el mo-

dernismo). Ahora predominan los poetas: Martí, Ca-

sal, Gutiérrez Nájera, Rodó, Othón, Díaz Mirón, Ner-

1 Enrique Anderson Imbert comenta: “Acaso por no considerarlos sufi -

cientemente objetivos no quiso incorporar estos juicios ni a Literary cu-

rrents ni a Historia de la cultura. Pero, según se ha visto, en la obra póstu-

ma declara la superioridad de la prosa de los románticos tardíos sobre la

de los modernistas”.

vo, Silva, Darío, Lugones, González Martínez, Valen-

cia. Pocos grandes prosistas: Martí, Gutiérrez Nájera,

Rodó, Sanín Cano. La segunda generación modernista

(Herrera y Reissig, Florencio Sánchez, Fernández

Moreno, Banchs, Alfonsina Storni, Gabriela Mistral,

Juana de Ibarbourou, Alfonso Reyes, los hermanos

García Calderón et al.), tanto como la de los vanguar-

distas (Güiraldes, Borges, Mallea, Neruda, Huidobro,

Pellicer, Torres Bodet, Gorostiza, etc.), me parecen

inferiores a aquellas dos.

Quien lea con atención las líneas anteriores se podrá explicar que al nombre de Pedro (así prefería que lo llamaran los amigos) se vinculase el nombre de América: ese conocimiento americano, al igual que el de Reyes no dista de ser abstracto: reconoce archi-vos y bibliotecas de Santo Domingo, La Habana, Mé-xico, Nueva York, Chicago, Minessota, Berkeley, Ma-drid, La Plata, Buenos Aires, del mismo modo que las “Notas sobre la inteligencia americana” de Alfonso Reyes están escritas en vistas del planisferio en que se inscriben México, París, Madrid, Buenos Aires, Río de Janeiro, Santiago de Chile, La Habana. El es-pejo de América en sus letras, artes y vida social se torna insondable desde el cruce de ambas inteligen-cias americanas que a su vez enlazan con otras en es-piral y hélice sucesiva.

El 11 de mayo de 1946, fallece Pedro Henríquez Ure-ña. El horizonte laboral en Argentina se había venido deteriorando en los últimos años, por la situación po-lítica y el advenimiento de Perón al poder. Sus ami-gos en el extranjero, como Alfonso Reyes y Daniel Cosío Villegas, habían visto que las perspectivas se cerraban en Argentina, donde se advertía un endure-cimiento progresivo de la situación. Probablemente él llegó a pensar en la posibilidad de dejar sus activi-dades académicas y editoriales en aquel país. Al es-cribir a su hermano mayor, Francisco Noel Henrí-quez Ureña, dos cartas de pésame por la muerte re-ciente de su cuñada María, dejaba traslucir “alguna preocupación por algún cambio que pueda tener su situación personal, pero abrigo la esperanza de que todo se solucionará de mejor modo para él”, según le escribiera Fran a Max, el 4 de mayo de 1946, una se-mana antes del fallecimiento de Pedro. A fi nes de 1945, Max Henríquez Ureña llega como embajador a Buenos Aires sin “sospechar que a la vuelta de unos cuantos meses habríamos de separarnos para siem-pre”, como escribiría después en Ginebra en 1950:

Pedro parecía lleno de salud y vigor. Era uno de los di-

rectores técnicos y accionista, además, de la Editorial

Losada, donde, aparte de otras actividades, tenía a su

cargo la útil y valiosa colección de Las Cien Obras

Maestras de la Literatura y del Pensamiento Univer-

sal cuidadosamente escogidas, anotadas y prologadas

por él. En esa colección habían aparecido ya alrededor

de cuarenta volúmenes. En sus cátedras en el institu-

to de filología rendía una labor intensa y fecunda, y

sus discípulos lo admiraban y lo querían; formaba

parte del jurado del “Club del mejor libro del mes”,

asistía a los salones literarios, y su casa era un centro

de animada vida intelectual. Estaba escribiendo una

nueva obra de Historia de la cultura en la América His-

pánica que terminó tres días antes de que lo sorpren-

diera la muerte.

Su último libro se publicaría póstuma-mente en 1947 en la colección Tierra Fir-me del Fondo de Cultura Económica en México, en una edición cuidada por su hija Natacha Henríquez, quien con su herma-na Sonia y su madre Isabel se trasladaron a México poco después de fallecer su pa-dre. La víspera de su muerte, el 10 de mayo de 1946, su amigo, el escritor Eze-quiel Martínez Estrada se reunió en la li-brería Viau en Buenos Aires con el jurado del premio “Libro del mes”: Borges, Bioy Casares, Baeza, Enrique Amorim y Pedro Henríquez Ureña, entre otros. Martínez Estrada dejó testimonio de su último diálogo: “Estuvo lacónico y denotaba la-situd. A nadie llamó la atención, y menos a mí, que acostumbraba verlo siempre fa-tigado, sobrefatigado, exhausto. Se sentó frente a una estantería, como si medi-tara. Nuestro último diálogo fue éste: —¿No se encuentra bien? — No — respon-dió —; no estoy bien, pero ha pasado. Voy

a hojear unos libros. —¿Lo acompaño a su casa? — No; ya repuesto”. Al día siguiente Pedro fue por la mañana a la editorial Losada. Ese día Gonzalo Losa-da ofreció un almuerzo a unos invitados importan-tes; el escritor español Francisco Ayala le insinuó que no viajara y que se quedara a compartir; sin em-bargo, Pedro decidió no faltar a su clase en La Plata porque ya lo había hecho el día anterior. Al llegar a la estación del tren, éste arrancaba, el dominicano co-rrió para alcanzarlo, al subir se encontró al profesor Augusto Cortina.

El profesor Augusto Cortina Aravena se encontró con él en el tren. Pedro se sentó junto a él y, poco des-pués, se desplomó sobre su hombro. Henríquez Ure-ña se extingue luego de haber hecho un gran esfuer-zo para alcanzar el tranvía hacia La Plata:

Empezó a roncar y de pronto creí que dormía. El pro-

lijo y sabio profesor acostumbrado a corregir deberes

durante el viaje. Al poco rato, vencido por la monoto-

nía de su trabajo, echaba un “sabroso sueño”, según

solía decirme. Pero ¿dormir tan pronto? Advertí en-

tonces que agonizaba. Mejor dicho: que estaba muer-

to. […] Don Pedro estaba muerto. Se detuvo el tren y

sacaron el cadáver por una de las ventanillas. Los dos

faltamos, pues, a las clases que debíamos explicar en

La Plata, donde se supo en el acto la causa de nuestras

ausencias [entre los alumnos que esperaron en vano

la lección de Pedro Henríquez Ureña se encontraba el

poeta y crítico Saúl Yurkievich]. Y nos llevaron al

Hospital Fiorito de Avellanada. ¿A dónde llamar? ¿A

su casa? ¡De ninguna manera! Hacía pocas noches que

mi mujer y yo habíamos comido donde los Henríquez

Ureña, con su encantadora y bella esposa y con Mar-

cos Victoria y su mujer. Quise evitar el golpe tremen-

do. Llamé entonces por teléfono a casa del embajador

Max Henríquez Ureña, hermano de don Pedro. Al-

morzaba con invitados. Insistí y me atendió.

— Le hablo — dije — por algo relacionado con su her-mano. (Ignoro lo que alcancé a balbucear, y él me abarajó de improviso):—¡Ha muerto! — exclamó.

“Poco después llegaron al hospital, él, la esposa de don Pedro, sus dos hijas y dos jovencitos que las acompañaban.” Además de hablar a Max, Cortina se comunicó con Gonzalo Losada: “tengo esta triste no-ticia que darles: nuestro querido amigo y compañero Pedro Henríquez Ureña ha fallecido”.

Jorge Luis Borges escribiría en memoria del ami-go perdido un texto en el cual característicamente se sitúa el episodio en el reino de los sueños:

El sueño que Pedro Henríquez Ureña tuvo en el alba

de uno de los días de 1946 curiosamente no constaba de

imágenes sino de pausadas palabras. La voz que las

decía no era la suya. El tono, pese a las posibilidades

patéticas que el tema permitía, era impersonal y co-

mún. Durante el sueño, que fue breve. Pedro sabía que

estaba durmiendo en su cuarto y que su mujer estaba

a su lado. En la oscuridad el sueño le dijo: “Hará unas

cuantas noches, en la oscuridad de la calle Córdoba,

discutiste con Borges la invocación del Anónimo Se-

villano Oh, muerte ven callada como sueles venir en la

saeta”. Sospecharon que era el eco deliberado de al-

gún texto latino, ya que esas traslaciones co-

rrespondían al hábito de una época, del todo

ajena a nuestro concepto de plagio, sin duda

menos literario que comercial. Lo que no sos-

pecharon, lo que no podían sospechar, es que

el diálogo era profético. Dentro de unas horas,

te apresurarás por el último andén de Consti-

tución, para dictar tu clase en la Universidad

de La Plata. Alcanzarás el tren, pondrás la car-

tera en la red y te acomodarás en tu asiento

junto a la ventanilla. Alguien, cuyo nombre no

sé pero cuya cara estoy viendo, te dirigirá unas

palabras. No le contestarás porque estarás

muerto. Ya te habrás despedido como siempre

de tu mujer y de tus hijas. No recordarás este

sueño porque tu olvido es necesario para que

se cumplan los hechos. (En El Hacedor.)�W

Adolfo Castañón, poeta, ensayista, editory crítico literario, trabajó por más de 30 años en el FCE; desde 2003 es miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.

DESDE WASHINGTON

P E D R O

H E N R Í Q U E Z

U R E Ñ A

biblioteca

americana

1ª ed., 2004, 216 pp.

968 16 7258 5

$120

Page 12: 80 años: cumplir cumpliendo - Fondo de Cultura … · Historia de la literatura Griega, del helenista oxonia-no Cecil Maurice Bowra, traducido personalmente por Alfonso Reyes, y

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80 AÑOS: CUMPLIR CUMPLIENDO

La infl uencia de los exiliados espa-ñoles en el desarrollo en México de la economía, la ciencia política, la historia, la sociología y la fi loso-fía fue invaluable. Ello se alcanzó a través de incontables traduccio-nes, realizadas casi siempre para mejorar sus ingresos, pero tam-bién con una gran capacidad aca-démica y con un indeclinable

“fervor intelectual”. Casi todos los exiliados intelec-tuales se convirtieron, al menos parcialmente, en “ga-leotes” de la traducción, y en algunos casos hasta las esposas de aquellos “obreros culturales” buscaron co-laborar con la causa intelectual y sanear así los ingre-sos familiares.1 Gracias a esta labor México pudo re-vertir el atraso académico que le había causado la Re-volución, con el desplazamiento de los intelectuales vinculados al régimen anterior, con el aislamiento que padeció el país a nivel internacional y con el desarrollo de posiciones nacionalistas radicales. Gracias a la obra de estos traductores, y a su labor como docentes, el na-cionalista México se hizo un país plenamente occiden-tal, con acceso desde a los primeros pensadores del mundo grecolatino hasta a los intelectuales más ac-tualizados de su tiempo. También se convirtió en un país “moderno”, pues como dice Walter Benjamin, las traducciones miden el ritmo de la modernidad.

Es preciso destacar cómo México entró en un fl ui-do contacto con dos de los pensadores que defi nirían el rumbo político e intelectual del siglo xx: Karl Marx y Max Weber. El caso de Marx puede parecer paradójico. Por un lado, apenas llegado José Gaos a México, una de sus primeras actividades docentes fue impartir un “seminario” semestral sobre Marx, pero éste resultó un fracaso total, al grado de no ha-ber llegado “a más de ocho sesiones”, con una asis-tencia de cuatro o cinco alumnos, o sea “la mitad de los admitidos”, los que no leyeron “lo que debían” y presentaron como trabajos unos simples “escriti-llos”. Como era su costumbre, Gaos paralelamente

1�La esposa de José Gaos, doña Ángela Hernández, fue responsable de la

traducción de un trabajo de Henri Lefebvre sobre Nietzsche. También

hizo traducciones la esposa de Medina Echavarría. Sin embargo, la más

prolífi ca de las traductoras —hizo más de treinta— fue la poetisa Ernesti-

na de Champourcin, esposa del también poeta Juan José Domenchina.

Entre los autores que tradujo pueden señalarse a Mircea Eliade, Gaston

Bachelard y Émile Durkheim.

preparó ciertos materiales para respaldar la docen-cia. Se trataba de unos textos de Marx traducidos por él mismo, que además entregaría para su publi-cación al Fondo de Cultura Económica; junto a di-chos textos Gaos tenía escritas, a fi nales de 1939, “una ochentena de páginas de introducción”. El libro en conjunto habría de intitularse Marx y Engels. Fi-losofía y economía; sin embargo, nunca lo vio publi-cado.2 El fracaso del proyecto de Gaos sobre Marx si-gue siendo un misterio: al margen de que segura-mente se desinteresó del tema por la mala reacción estudiantil,3 a los dos años se prometía aprovechar las vacaciones navideñas para acabar “la introduc-ción al Marx del Fondo”, y cinco años después repor-taba el trabajo como entregado pero no publicado.4

Acaso la solución del enigma dependa de decisiones estrictamente editoriales, pues el Fondo de Cultura Económica confi ó plenamente los escritos de Marx a otro exiliado, Wenceslao Roces. Es de suponerse que en el Fondo se sabía que el interés mayor de Gaos era la fenomenología, y que como hombre cercano a Orte-ga y a la Revista de Occidente no simpatizaba mayor-mente con el marxismo. En cambio, Roces era un re-conocido estudioso del tema. Aunque catedrático de derecho romano y con claras preferencias temáticas por la historia antigua, el asturiano Roces, estudiante de las universidades de Oviedo y Madrid y luego pen-sionado en Alemania por la Junta de Ampliación de Estudios,5 tuvo una clara militancia política desde que era un joven profesor en la Universidad de Sala-manca, donde defendió al rector Miguel de Unamuno cuando éste fue desplazado por la dictadura de Primo de Rivera. Roces también perdió su empleo, lo que lo radicalizó, por lo que se trasladó a Madrid, donde ha-cia 1930 colaboró en la editorial Cenit, en la que coor-

2�Los textos traducidos por Gaos eran una carta de Marx a su padre del

10 de noviembre de 1837, las tesis sobre Ludwig Feuerbach y el primer ca-

pítulo de La ideología alemana, así como unos Apuntes para una crítica de

la economía política, de Engels. Aparecieron años después, en 1997, en el

tomo iv de sus Obras completas; según Fernando Salmerón, coordinador

de la publicación de éstas, no se publicaron sus páginas sobre Marx por-

que el Fondo pretendió cambiarlas “en su forma y proporciones”.

3�Al principio Gaos estaba muy interesado en el tema. En una carta a Da-

niel Cosío Villegas le dijo: “la primera publicación con que me ocuparé

será el Marx”.

4� En una carta de Gaos a Cosío Villegas se precisa que los textos de

Marx y Engels alcanzarían 180 páginas, de las que enviaba “las 87 prime-

ras”, prometiendo que “las restantes seguirán mucho más aprisa que

éstas”.

5� Estudió en la Universidad de Berlín nada menos que con Rudolf

Stammler.

dinó una colección de temas marxistas. Poco después, en 1934, fue un notorio defensor del movimiento huel-guístico de los mineros asturianos. Luego de una es-tancia de un año en la Unión Soviética,6 colaboró con el gobierno republicano, llegando a ser subsecretario de Educación. Cumplía esta responsabilidad cuando lo entrevistó Cosío Villegas, buscando su autorización para que los intelectuales invitados por el gobierno de Cárdenas pudieran trasladarse a México. Resulta com-prensible que al llegar él como exiliado, un par de años después de aquel encuentro, se presentara ante Cosío Villegas y le solicitara empleo, ya fuera en La Casa de España o en el Fondo de Cultura Económica.

Al llegar a México Roces hacia 1942, luego de bre-ves pasos por Cuba y Chile, contaba ya con la traduc-ción del primer tomo de El capital, publicado en 1934 por Cenit,7 pero para la edición del Fondo, que apare-ció en 1947, revisó “cuidadosamente” aquel tomo y tradujo los dos restantes. Contra lo que pudiera pen-sarse, no se trataba de la primera edición completa en español de El capital, pues en 1931 había apareci-do una en España, traducida por el también exiliado en México Manuel Pedroso, la que por cierto había merecido la más contundente descalifi cación de Ro-ces, quien afi rmó que “en cada una de las 1600 pági-nas […] hay aberraciones de traducción […], desde el leve desliz hasta la franca monstruosidad”.

A diferencia de la triste experiencia de Gaos, el Marx de Roces no sólo fue un acontecimiento inte-lectual de primera magnitud sino un sonado éxito editorial. En efecto, al cumplirse el primer cincuen-tenario del Fondo, en 1984, El capital había sido re-impreso en 14 ocasiones y entre los libros de econo-mía ocupaba el segundo lugar en cuanto al mayor número de ejemplares impresos: 138 mil. La gran acogida que tuvo Marx en el Fondo se confi rma con varios indicadores: en 1944, y también traducida por Roces, se publicó la Historia crítica de la teoría de la plusvalía, “trabajo complementario de El capital”. El abultado número de ejemplares vendidos dependió de un cambio fundamental: hasta entonces Marx ha-bía sido leído por dirigentes sindicales y políticos ra-dicales; incluso Roces, militante del Partido Comu-

6� Precisamente por su experiencia en la editorial Cenit se le invitó a co-

laborar en las ediciones en español de Marx y Engels.

7 �Según testimonio del propio Roces, antes de la Guerra Civil la edito-

rial Cenit logró publicar tres títulos de Marx y Engels: El manifi esto comu-

nista, el Anti-Dühring y el primer tomo de El capital.

¿Cómo llegan los libros al catálogo de una editorial? No hay una respuesta única, pero en el caso del Fondo siempre ha sido un factor clave el papel de los asesores académicos

y los traductores. Hace falta un caldo de cultivo intelectual como el que se describe enseguida para que un libro se vuelva realidad, y además se requiere la pasión, la entrega de tal

o cual promotor para que el viaje conduzca a buen puerto

Marx, Weber y los exiliados españoles en el Fondo

J A V I E R G A R C I A D I E G O

ARTÍCULO

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80 AÑOS: CUMPLIR CUMPLIENDO

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MARX. WEBER Y LOS EXILIADOS ESPAÑOLES EN EL FONDO

nista Español, había iniciado sus labores de traduc-ción con objetivos políticos. Sin embargo, a partir de la crisis económica de 1929, Marx empezó a ser reva-lorado. Coincidente con esto, con la edición del Fon-do Marx fue leído por el creciente sector universita-rio, perteneciente a la clase media.

La asociación Marx-Roces-Fondo se prolongó por muchos años, hasta convertirse en una cabal identifi -cación, en una total simbiosis, al grado de que Roces fue conocido como “el traductor de Marx”, aunque en realidad tradujo a una treintena de autores, Hegel en-tre ellos, pero sobre todo historiadores del periodo antiguo.8 Además, debe consignarse que no sólo tra-ducía del alemán, sino de varios idiomas: francés, in-glés, italiano, ruso y latín. La asociación vitalicia de Roces con Marx dio lugar a que a fi nales del decenio de los cincuenta iniciara una nueva traducción de las dos obras ya publicadas, “teniendo a la vista para ello nuevos elementos y documentos y, sobre todo, la últi-ma edición alemana del El capital que acaba de apare-cer”. Más aún, diez años después Roces se comprome-tió a traducir una “selección de obras” de Marx y En-gels que podría alcanzar hasta diez volúmenes de entre 800 y 900 páginas cada uno, con su respectiva introducción y “notas explicativas”.9 En resumen, la publicación de Marx en español, labor identifi cada con Roces y el Fondo, fue una “invaluable” aporta-ción intelectual y política.10 El mundo hispanoameri-cano sería otro sin la crítica presencia de Marx.

Otra labor intelectual de dimensión mayúscula fue la publicación en 1944 de Economía y sociedad de Max Weber, luego de que dos años antes se publicara su Historia económica general, traducida por Manuel Sánchez Sarto. Sin embargo, la magnitud, originali-dad e infl uencia de ellas no es comparable. La apari-ción de Economía y sociedad,11 anterior a una edición inglesa que llevaba diez años en proceso, fue contun-dentemente saludada como “la contribución mayor de estos últimos años al estudio de las ciencias socia-les en los países de nuestra habla”. Sin embargo, su traducción debe haber sido inimaginablemente complicada, y se sabe que en 1941 ya estaba trabajan-do en ella. Para comenzar, y según refi ere uno de sus traductores,12 la decisión de traducirla fue “temeraria”, pues Ortega y Gasset había dicho que era una obra “de imposible traducción”, especialmente el

8 �De Hegel tradujo las Lecciones sobre la historia de la Filo-

sofía y la Fenomenología del espíritu. En realidad, sus labores

como traductor refl ejan su biografía. En el decenio de los años

veinte tradujo obras de derecho, tres de ellas de Stammler;

luego junto con el marxismo, tradujo varias obras de historia

antigua (Droysen, Friedlaender, Gregorovius, Mommsen,

Rohde) y al neokantiano Cassirer, entre muchos otros.

9 �Todo parece indicar que a principios de los años seten-

ta estaba otra vez corrigiendo y enriqueciendo sus traduc-

ciones de El capital y de Teorías de la plusvalía. Finalmente,

además de los tres tomos de El capital y de los tres de la His-

toria crítica de la teoría de la plusvalía, el Fondo publicó

otros diez, todos traducidos y anotados por Roces: Escritos

de juventud, Escritos económicos menores, Grundrisse (2 to-

mos), La Internacional, Las revoluciones de 1848, Los gran-

des fundamentos y Teorías sobre la plusvalía (3 tomos). En

2014 se publicó la “nueva” traducción de El capital, gracias

al empeño de uno de sus colaboradores: Ricardo Campa.

10 �Según el también exiliado y marxista Adolfo Sánchez

Vázquez, la labor de Roces fue “una contribución excep-

cional”.

11 � La infl uencia es más intelectual que comercial. Al

cumplirse el primer cincuentenario del Fondo esta obra no

aparecía entre las diez mejor vendidas de la colección

Sociología.

12� Si bien el responsable de la traducción en su conjunto

fue José Medina Echavarría, en ella colaboraron Juan

Roura Parella, Eduardo García Máynez, Eugenio Ímaz y

José Ferrater Mora.

primer volumen, de “seca abstracción […] y sin duda difícil”. Para colmo, si bien Medina Echavarría do-minaba el idioma alemán, pues había sido pensiona-do por la Junta de Ampliación de Estudios en Alema-nia y “lector” en la Universidad de Marburgo, lo cier-to es que su experiencia como traductor no se comparaba con la de Gaos o la de Roces. En cambio, al igual que éstos, combinó sus labores de traductor con sus responsabilidades docentes, pues durante esos años impartió en La Casa de España y El Cole-gio de México varios cursos sobre Weber.13 Las enor-mes difi cultades a vencer advertidas por Ortega y Gasset se justifi caban claramente, pues se trataba de una obra “monumental”, “titánica”, auténtica “haza-ña” de un “coloso”, plena de rigor científi co y de una erudición “más que asombrosa, infi nita”. El pronós-tico de su infl uencia no dejaba dudas: se trataba de “un clásico del que los estudios sociales […] se esta-rán nutriendo durante mucho tiempo” y que, a la vez, “si es bien aprovechado”, provocará “una buena sa-cudida ordenadora en el estudio […] de nuestros paí-ses”. En resumen, lo que Weber ofrecía era “un mé-todo sistemático” para la “comprensión efectiva, causal, de la realidad social, que arroja mucha luz so-bre el conocimiento del hombre”.

Diez años después el coordinador de la Sección de Obras de Sociología del Fondo, y él mismo traductor del muy complicado primer volumen de Weber, José Medina Echavarría, aseguraba que su edición de Eco-nomía y sociedad había sido “el mayor esfuerzo y la con-tribución más importante del Fondo al desarrollo del pensar sociológico entre nosotros”, en tanto que obra de “profundo signifi cado duradero”. Confi ado en que algún día se apreciaría “en su justo valor” el reto de traducirla, Medina Echavarría advertía sobre “la reno-vación del interés” por Max Weber y su infl ujo “sobre algunos círculos muy destacados de sociólogos”. En efecto, su segunda edición tardó veinte años en impri-mirse, apareciendo hasta 1964, pero a partir de enton-ces se reimprime casi cada tres años, además de hacer-se impresiones propias en España y Argentina. Tenía razón su primer reseñista: su infl uencia académica se

prolongaría “mucho tiempo”.14

Tratándose de un pensador de tal envergadura, y a pesar de que con el tiempo logró el reco-nocimiento universal, resulta sorprendente que el Fondo no publicara ninguna otra obra de Weber.15 Algún intento hubo, pero no pudo concretarse. Cier-tamente, a fi nales de 1953 el su-cesor de Cosío Villegas en la di-rección del Fondo, don Arnaldo Orfi la Reynal, preguntó a Me-dina Echavarría —quien por entonces radicaba en Chile y

13 �Antes del exilio sólo había traducido

dos libros: la Filosofía del derecho, de Gustav

Radbruch, y Las transformaciones de las ca-

pas sociales después de la guerra, de Robert

Michels.

14 �Al margen del reconocimiento reciente,

en términos de recepción fue más exitosa al

principio la Historia de la cultura de su her-

mano Alfred Weber, publicada en 1941 —tra-

ducida por el jurista Luis Recaséns Siches,

exiliado muy conocido— y con 12 reimpresio-

nes hasta 1993.

15 � Recuérdese que en 1942 el Fondo de

Cultura Económica había publicado su His-

toria económica general.

trabajaba para la Comisión Económica para América Latina y el Caribe— si sería conveniente publicar “una nueva obra” de Weber. Tres años después Orfi la volvió a preguntarle sobre otros libros de Weber, in-quiriéndole si alguno de ellos había sido considerado para publicarse “en las épocas en las que Ud. nos acompañaba con su colaboración”. En concreto, le pedía su opinión sobre La ética protestante y el espíri-tu del capitalismo, a lo que respondió Medina de ma-nera contundente, aunque planteando un reto edito-rial mayúsculo: su “noticia weberiana […] me parece excelente”, pero debería publicarse “la obra entera de sociología religiosa (China, India e Israel)”.16 El nombre de Max Weber no volvió a aparecer en la co-rrespondencia entre Medina Echavarría y el Fondo de Cultura Económica.

A pesar del alejamiento de Medina Echavarría, de la muerte de Ímaz en 1951 y del regreso de Roces a Es-paña, sus colaboraciones como traductores del Fondo y como coordinadores de colección es una de las ma-yores contribuciones que haya habido a las humani-dades y ciencias sociales en lengua española. Su im-pacto, obviamente, no se redujo a México. Recuérdese que el Fondo estableció una fi lial en Buenos Aires en 1945, desde donde se distribuían sus libros para el resto de los países sudamericanos;17 considérense ade-más los muchos testimonios de españoles que asegu-raban haberse formado durante el franquismo con li-bros del Fondo adquiridos en forma clandestina.18

Según Alfonso Reyes, la labor editorial de los pri-meros años del Fondo de Cultura Económica produjo, en términos platónicos, un auténtico “banquete”. A mí permítaseme concluir parafraseando a un Nobel. Gracias al Fondo de Cultura Económica y a la exte-nuante labor de los exiliados españoles dedicados a las humanidades y ciencias sociales, el México de los años cuarenta y cincuenta del siglo xx fue “una fi es-ta”. Más que eso, el proyecto orteguiano de europei-zación intelectual de España no sólo se realizó en Mé-xico, sino que se expandió a todo el mundo hispanoa-mericano. Por si esto fuera poco, la asociación del Fondo con La Casa de España y El Colegio de México,

así como con la unam, permite asegurar que gracias a esta conjunción de proyectos e instituciones pudieron profesionalizarse las ciencias sociales y las humanidades en el mundo hispanoamericano. El de por sí ambicioso proyecto original de Cosío Vi-llegas en 1934 palidece frente lo que el Fon-do de Cultura Económica hizo gracias a la llegada de los intelectuales españoles exi-liados y a que La Casa de España careciera de instalaciones propias y tuviera que pe-dir asilo al Fondo.�W

Javier Garciadiego es director de El Colegio de México.

16 �Medina conocía bien la sociología de la religión de We-

ber pues había ofrecido un curso sobre ese tema en El Cole-

gio de México.

17 � En 1954 se abriría una fi lial en Chile, en 1961 en Perú, e

incluso abrió una en España, en 1963, la que tuvo no pocos

problemas por la censura franquista.

18� El conocido Fernando Savater ha dicho que los exilia-

dos regresaron a España a través de sus libros y sus

traducciones.

ECONOMÍA Y SOCIEDAD

M A X W E B E R

sociología

Trad. de José

Medina Echavarría

et al.

Edición revisada

y anotada por

Francisco Gil

Villegas

3ª ed., 2014; 1425 pp.

978 968 16 0285 7

$650

EL CAPITAL: Crítica de la

economía política,

tomo I

K A R L M A R X

economía

Nueva versión

de Wenceslao Roces;

introd. de Ignacio

Perrotini ; prólogo

de Ricardo Campa

4ªed., 2014; 1016 pp.

978 968 16 5760 4

$450

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Sobre el papel (fragmentos)

N I C H O L A S A . B A S B A N E S

ADELANTO

Es altamente probable que esta frase, de ser leída, se presente ante usted impresa en papel. Ha comenzado a circular un sabrosísimo recorrido histórico

y geográfi co por la vida de este versátil material, obra del bibliófi lo Nicholas A. Basbanes, quien participará en los festejos por los 80 años del Fondo con una

conferencia sobre el papel como tecnología. En este adelanto se perciben con claridad la intención y las dotes narrativas del autor

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80 AÑOS: CUMPLIR CUMPLIENDO

SOBRE EL PAPEL (FRAGMENTOS)

LA HISTORIA DEL PAPELAntes de que comenzara a circunnavegar el globo te-rráqueo hace cerca de mil quinientos años, la técnica para hacer papel era un arte patentado protegido, y sus usos tan variados y tan prácticos que los chinos la consideran hoy uno de sus cuatro inventos más notables de la Antigüedad. En su Novum Organum, sir Francis Bacon afi rmó que los otros tres hitos tec-nológicos de ese grupo de élite — pólvora, impresión y brújula magnética — “cambiaron la faz del mundo y el estado de las cosas alrededor de él” en grado tal que “ningún imperio, ninguna secta, ninguna estre-lla parece haber ejercido en los asuntos humanos un poder ni una infl uencia mayores que estos descubri-mientos mecánicos”. Aunque sir Francis no incluyó el papel en esta breve lista de inventos que cambia-ron el mundo, sí lo consagró como una “peculiar ins-tancia del arte”, otra forma de decir, en esencia, que era único en su género.

Sin embargo, Bacon no tenía idea de cómo surgió el papel, dónde se originó o cómo viajó de un país a otro durante el milenio previo; “por mera casuali-dad” es la esmerada frase de Bacon para hablar de la génesis del “más noble de los descubrimientos”. Lo que Bacon tampoco mencionó — quizá porque era tan evidente en el siglo xvii como en la actualidad — es que sin papel no habría impresión, uno de los mu-chos casos donde los académicos reúnen a este par como avances técnicos aliados, reunión en la que el papel por lo general lleva la peor parte, en especial en términos de las repercusiones de ambos inventos en la difusión de la cultura.

La larga lista de superfi cies para la escritura a tra-vés de los siglos incluye piedras, pieles de animales curtidas, telas tejidas, hojas de metal aplanadas, cor-tezas de árbol, huesos secos de animales, conchas marinas y pedazos de cerámica. En algunas partes de la India y el sureste de Asia había bibliotecas ente-ras grabadas en hojas de palma y cáscaras de coco; en Perú, los incas llevaban la cuenta de sus sembra-díos y registraban sus misteriosos cálculos median-te intrincados nudos en delgados cordeles conocidos como khipu. En Egipto, los pergaminos hechos a par-tir de delgadas secciones de ciertos juncos de panta-no eran codiciados a lo largo del Mediterráneo por su ligereza y fl exibilidad: durante 4000 años esa plan-ta, el papiro, fue el estándar dorado de las superfi cies de escritura. Pero en términos de longevidad, el lu-gar de honor corresponde a la arcilla, que, junto con el agua, es el recurso natural más productivo del Me-dio Oriente, donde la escritura estaba bien estableci-da cerca del año 3000 a.C., y era útil en menesteres que trascendían el registro de información.

El más antiguo ensayo conocido que considera la tec-nología de la fabricación del papel se encuentra en Wen Fang Ssu Phu, comentario general sobre caligra-fía que recopiló en el siglo x Su I-Chien, académico de la primera dinastía Sung. Hoy conocido como Los cuatro tesoros del estudio — los cuatro tesoros son pin-cel, tinta, mortero de tinta y papel —, el tratado incluía una sección sobre el papel enriquecida con anécdotas y referencias literarias a periodos más tempranos. Su I-Chien hablaba de un ambicioso proyecto en el cual la bodega de un barco se convertía en un enorme reci-piente para fabricar hojas de la mejor calidad, con las cuales se elaborarían pinturas panorámicas, algunas de ellas de más de cuatro metros de largo. Con movimientos coordinados al ritmo de un cadencioso tambor, 50 obreros levanta-ban y agitaban al unísono aquel gigantesco molde. Para obtener una consistencia sua-ve, el equipo no pegó la esterilla de papel sobre la superfi cie de una pared caliente hasta secarla, como habría hecho normal-mente, sino que desplazó gentilmente la hoja recién formada sobre las brasas de una hoguera mientras seguía dentro del molde.

El bajo costo y la fl exibilidad del papel lo hizo ideal para fabricar abanicos, para-soles, linternas y cometas. Su utilidad en el cuidado de la higiene personal — el pa-pel higiénico desechable hecho con paja de baja calidad fue otra idea de los chi-nos — pronto le ganó popularidad. A partir del siglo ix, los guerreros en terreno mon-tañoso usaban una suerte de armadura hecha con capas de papel que tenía la ven-taja de ser ligera y antioxidable. El comer-ciante veneciano Marco Polo contó cómo

los chinos fabricaban “ligera ropa de verano” a partir de “material extraído de las cortezas de ciertos árbo-les”. También describió la quema de efi gies de papel en funerales e informó que los deudos “tomaban re-presentaciones de varias cosas recortadas de papel de algodón — imágenes de caballos, camellos, arma-duras, incluso dinero falso — y las lanzaban al fuego junto con el cadáver para que todo ardiera junto”.

MI PAPEL EN ESTA HISTORIAComo autor de obras de no fi cción, he dedicado bue-na parte de mi vida al estudio de los libros en todos los contextos imaginables, de modo que un texto acerca del propio material de transmisión de la es-critura no debe sorprender a nadie. Al fi nal, no obs-tante, estos venerables recipientes de sabiduría com-partida no fueron más que el punto de partida de lo que habría de convertirse en una más amplia y hon-da aventura de investigación, aventura en la que aún descubro historias e ideas que este mundo ilimitado exigiría que se incluyesen en estas páginas. Así de atractivo es este tema.

Más allá de la evidente utilidad del papel como su-perfi cie para la escritura, su invención en China du-rante los primeros años de la era moderna posibilitó el surgimiento de la impresión. Los primeros arte-factos para hacerlo fueron los sellos tallados en blo-ques de madera labrada, proceso hoy en día conocido como xilografía (que literalmente signifi ca escribir con madera). No mucho tiempo después de que el mundo árabe aprendiera de los chinos a hacer papel en el siglo viii, el Medio Oriente se convirtió en un centro de energía intelectual en el que el papel se eri-gió como el medio óptimo para registrar tanto las ideas como los cálculos de los académicos y matemá-ticos musulmanes. A fi nales del siglo xi, el primer punto de apoyo de este proceso en Europa fue Espa-ña, de donde migró a Italia en el siglo xiii, lugar que se convirtió, en esa misma época, en la cuna de lo que más tarde se conocería como el Renacimiento. Des-de Europa la impresión en papel se abrió paso a Amé-rica del Norte y al resto del mundo habitado.

Una buena cantidad de especialistas relata, por partes, la inexorable propagación de este versátil ma-terial; estas investigaciones se mencionan profusa-mente en mi bibliografía. Aunque sin duda estoy cons-ciente del desplazamiento cronológico de este ubicuo producto, lo que impulsa este libro no es una línea del tiempo tradicional acerca de su descubrimiento y su adopción, si bien un objetivo de la primera parte es ofrecer un resumen selectivo de su gloriosa historia.

El hilo conductor de este libro apunta más bien hacia la idea del papel, una idea que sin duda absorbe las visiones gemelas de medio y mensaje, pero que examina asimismo su calidad de herramienta indis-pensable de gran fl exibilidad y utilidad. Robert Lang, físico de láseres y maestro de origami, a quien cono-cerán en el capítulo xv, practica el credo de que “todo es posible en el origami”, lo cual bien puede afi rmar-se del papel. El papel es ligero, absorbente, fuerte, abundante y portátil; se puede doblar, enviar por co-rreo, cubrir con cera y hacerlo resistente al agua; en él es posible envolver pólvora o tabaco, o hervir té. Ha servido en abundancia para registrar nuestra historia, redactar leyes, cerrar negocios y mantener correspondencia con nuestros seres amados, deco-rar paredes y establecer nuestra identidad.

Si de pura utilidad se trata, las modernas prácticas de higiene serían inconcebibles sin el papel; cuando se usa como moneda, la gente moverá cielo, mar y tierra para po-seerlo. En el dominio del intelecto, toda for-ma de indagación científi ca comienza en la mente como una chispa no verbal, y con mucha frecuencia ese estallido de percep-ción se visualiza en plenitud sobre una hoja de papel; como instrumento del proceso creativo, los innovadores de cualquier fi lia-ción dibujan y juguetean a placer sobre pa-pel, diseñan en él edifi cios y máquinas, componen música y crean poesía en su su-perfi cie. Al tiempo que una “revolución de papel” recorría Europa en el siglo xviii, ar-quitectos y diseñadores transformaban las formas y los medios del paisaje vivo. En particular, es difícil imaginar la Revolución industrial sin los manuales claramente re-producidos con que se guiaba a los equipos de ensamblaje en sus diferentes labores.

En la era de la computación, el término “virtual” se convirtió en una herramienta

para describir la realidad simulada que existe muy al margen del mundo concreto, una existencia alterna-tiva que no es sólo una copia sino un sustituto de la cosa real. En el ámbito de la expresión de imágenes, no hay en absoluto nada nuevo en este concepto; du-rante milenios, las personas se han dedicado a crear retratos de sí mismas y de su entorno, y hay ejemplos patentes de ello en las pinturas rupestres de hace mi-les de años, en la última Era de Hielo, muchas impre-sionantes hasta el día de hoy por su arte y realiza-ción. Aunque en modo alguno es único en tal senti-do, el papel ha cumplido por siglos noblemente esa función.

No sólo estamos sumergidos en un mundo de papel; también lo estamos en un mundo de lugares comu-nes relacionados con él. George W. Bush venció a Al Gore en 2000 “por una brizna”; el engaño alrededor del fi asco de Enron se construyó sobre un “pañuelo de mentiras”, y la frágil estructura que en conse-cuencia se colapsó era una “castillo de naipes”. Gol-pear a alguien hasta dejarlo hecho “trizas” signifi ca infl igirle una tremenda tunda. “Trazar” un plan sig-nifi ca diseñar un curso de acción específi co. Día tras día nos enfrentamos al “papeleo”, corolario de ha-llarse “bajo una montaña de papeles”; un “tigre de papel” es un cobarde, debilucho o farsante, según se desee. Sin ningún reparo admitiré que yo mismo juego con estas frases a lo largo de este libro: algo que “no vale el papel en el que está impreso” me re-sultó irresistible, y dio lugar a la premisa del capítulo xi, que llamo “Valor nominal”.

Cuando terminaba el primer borrador de este ma-nuscrito, los Medias Rojas de Boston — equipo que sigo con obsesión desde que mi padre me llevó en 1953 por primera vez al Fenway Park — cerraron el campeonato con el fracaso más espectacular en la historia del beisbol de las Grandes Ligas: quedaron fuera de los playoff s desperdiciando lo que parecía una ventaja inalcanzable de nueve juegos cuando a la temporada 2011 le quedaba menos de un mes. Para duplicar el dolor del colapso, al principio de la tem-porada se predecía que, con su alineación de quince jugadores muy bien pagados y considerados All-Stars, Boston era por mucho el mejor equipo en salir al campo aquel año. La revista Sports Illustrated eli-gió a los Medias Rojas para ganar cien juegos y des-hacerse fácilmente de los Gigantes de San Francisco en la Serie Mundial; incluso los articulistas más ex-perimentados de Nueva York, hogar de sus archirri-vales, los Yanquis, se impresionaron con las posibili-dades de los Medias Rojas de ganar el campeonato.

J. D. Drew, uno de esos bien pagados jugadores de los Medias Rojas, comentó a Dan Shaughnessy, des-tacado columnista deportivo del periódico Boston Globe, cuando se acercaba el juego de apertura, en abril: “Entiendo por qué la gente dice que podemos llegar otra vez a la Serie Mundial. En el papel, tene-mos un muy buen equipo”. Fue ese despreocupado comentario de supuesta inevitabilidad — todo fun-cionaba perfectamente en abstracto sobre un cuader-no imaginario — lo que dio motivos a Shaughnessy para hacer una pausa y presagiar con sorprendente precisión: “Pero las cosas nunca ocurren como se planean en papel, ¿o sí?”

En un encuentro en Hanói en junio de 2012, el se-cretario de Defensa estadunidense, Leon Panetta, entregó al vietnamita ministro de Defensa Nacional, Phung Quang Thanh, un pequeño diario marrón que un infante de marina estadunidense obtuvo de un soldado norvietnamita caído en 1966. A cambio, Thanh le entregó a Panetta un aluvión de cartas per-sonales extraídas del cadáver de un sargento del ejército, Steve Flaherty, de la 101ª División de Fuer-zas Aerotransportadas, caído en batalla en 1969. El Washington Post resumió el intercambio de objetos con la observación de que ambas reliquias de un mo-mento histórico en que las dos naciones eran “ene-migos acérrimos” se convirtieron al instante en “símbolos de la cambiante relación entre los Estados Unidos y Vietnam”, y cada uno de ellos no era más que un registro en papel que, de no haber servido esa función, nada tendría de especial.�W

Nicholas Basbanes es autor del exitoso A Gentle Madness (1995), que fue fi nalista del National Book Critics Circle Award. De papel. En torno a sus dos mil años de historia — que aparece este mes — será su primera obra traducida al español.

DE PAPELEn torno a sus dos mil

años de historia

N I C H O L A S A .

B A S B A N E S

Historia

Traducción de

Ignacio Padilla

1ª ed. 2014; 404 pp.

978 607 16 2217 4

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80 AÑOS: CUMPLIR CUMPLIENDO

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[1] En este azaroso e imprevisible tránsito que viven en la actualidad soportes y maneras de

leer los libros, es innegable que el entorno digital es “la más grande transformación de la transmisión de la palabra escrita desde Gutenberg. El paradigma de la comunicación experimenta el mayor cambio his-tórico (y eso que aún estamos en la fase inicial de la tecnología digital). En este contexto, ¿qué es un libro y qué signifi ca publicar?”

Cuando Bhaskar pregunta lo anterior, se propo-ne construir una “teoría de la edición”, necesaria para entender el desafío digital (una innovación “disruptiva” que ha erosionado la cadena de valor y los desgastados modelos de negocios). En conse-cuencia, los editores “quedaron atrapados en una ca-rrera para no rezagarse y manejar el cambio”.

En 1980, el crítico literario John Sutherland de-fi nió nuestra comprensión de la edición como “un agujero en el centro de la sociología de la literatura”. Hoy, el estudio de los libros y de la edición se ha con-vertido en un campo del conocimiento aceptado en el paisaje académico.

El editor estadunidense Mike Shatzkin sostiene que “tratar de explicar la edición sigue siendo un

gran reto”. Este excepcional libro de Bhaskar es, sin duda, un estudio interdisciplinario y sinérgico. “Mi posición es la de un investigador y un practicante de la edición digital. El futuro de la edición es uno de los temas centrales.”

Bhaskar se ha sumergido en las investigaciones publicadas los últimos 50 años para construir una “teoría de la edición”, levantada sobre una impre-sionante base bibliohemerográfi ca: unos 225 libros y artículos más otros 110 textos consultados en inter-net. Ha revisado los títulos más signifi cativos acerca de la historia de la edición, los estudios teóricos so-bre este naciente campo del conocimiento (Publish-ing Studies) y otros textos clásicos sobre la comuni-cación: desde la invención de Gutenberg (con mira-das retrospectivas a la edición en China y Japón), siguiendo sus peripecias en los siglos sucesivos hasta los retos actuales de la edición digital.

[2] La edición es un arduo modo de producción. Tiene que ver con juicios, gustos y razones, y

emplea un considerable uso de recursos de distinta índole. El autor señala: “necesitamos ir más allá de lo anecdótico, de la propaganda industrial y de defi -

niciones artesanales para entender en verdad lo que signifi ca publicar y por qué era ya un problema antes de la tecnología digital”.

A través de la descripción del funcionamiento de una editorial tipo, Bhaskar reconstruye el itinerario que lleva al “manuscrito” de un autor hasta los ojos del público lector para fundamentar por qué es ne-cesaria una teoría de la edición. “Los editores no tienen dudas fi losófi cas, sencillamente hacen su tra-bajo […] pero la ausencia de definición los deja muy expuestos a los caprichos de la historia y la tecnología.”

[3] Bhaskar examina algunos conceptos que identifi ca como esenciales para su argumen-

tación: el problema de la edición (casos históricos; medios de edición); el desafío digital (origen de la edi-ción digital y cambios en el contenido; efectos de la red: centralización y fragmentación; desintermedia-ción; derechos de autor); cómo funciona el contenido (de contenedores a marcos y de motivaciones a mo-delos); el sistema editorial (teoría de la edición y cir-cuito de comunicación; fi ltrado y amplifi cación); mo-delos (¿con o sin fi nes de lucro?; cuatro enciclope-

Es fácil decir que la edición de libros está en crisis. Pero no lo es tanto

decir en qué consiste esa crisis. Un libro que comenzará a circular este mes, escrito por quien

impartirá el seminario “El libro electrónico y sus lectores” con una charla sobre qué hace

hoy un editor digital, plantea una valiosa, omnicomprensiva “teoría de la edición”, con la que se entienden mejor esa crisis

y sus posibles soluciones

Reinventar la edición J E S Ú S R . A N A Y A R O S I Q U E

ARTÍCULO

80 AÑOS: CUMPLIR CUMPLIENDO

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80 AÑOS: CUMPLIR CUMPLIENDO

REINVENTAR LA EDICIÓN

dias: sus modelos; riesgo, racionalidad, diversidad); abordar problemas, enfrentar desafíos (conformación de mercados; open access; el nuevo editor).

[4] El autor indica que antes que predomine lo digital necesitamos una gran “teoría del

campo unifi cado” de la edición (Bourdieu) y explora los diversos signifi cados que ha tenido la palabra “publicar” para concluir que su historia es la de un concepto “proteico”, que no responde algunas cues-tiones fundamentales.

Para desmontar los mitos acerca de la edición, Bhaskar establece un método que revela su “modula-ridad” y la identifi cación de los elementos claves e intercambiables de su cadena de valor. Si aceptamos esta tesis, esto es, que la edición ha sido históricamen-te “un surtido contingente de funciones entrelaza-das”, ¿podríamos concluir que es un ejercicio de ges-tión dependiente del contenido? “Los editores serían los supervisores de un proceso creador de productos culturales que entran al ámbito público; si rompemos el proceso tradicional del libro (de la fabricación del papel y la edición a su distribución), la edición es sim-plemente el origen o el control de la infl uencia: los edi-tores son gestores, coordinadores o catalizadores.”

¿Qué destaca en este análisis?: “el contenido, la construcción del mercado, el volver público algo y un elemento de riesgo, sobre todo fi nanciero. Cualquier teoría de la edición tiene que conectar estos puntos, todos los cuales abarcan su historia y sus diferentes formas, defi niciones y posibilidades”.

El centro de la argumentación de Bhaskar elabo-ra una teoría de la edición que descansa en cuatro conceptos clave: marcos (o estructuras) y modelos, fi ltrado y amplifi cación, que integran una verdadera “máquina de contenido”: la edición no puede divor-ciarse del contenido. La conclusión es que “una teo-ría de la edición surge de una teoría del contenido y ahí es donde aparecen las estructuras y los modelos. El contenido está estructurado — empaquetado para su distribución y presentado a un público — de acuer-do a un modelo. Pero el verdadero núcleo de la edi-ción descansa en el fi ltrado y la amplifi cación. Editar tiene que ver con seleccionar. El proceso completo de estructuración está diseñado realmente para am-plifi car los textos”.

El cambio en la construcción del mercado, la cre-ciente aparición de nuevos modelos de propiedad in-telectual, la idea de la curaduría y las estrategias de la web se exploran como “respuestas posibles al de-safío de las redes digitales”.

[5] Según Bhaskar, una teoría de la edición debe considerar lo siguiente: “el carácter público e

institucional de la edición, un acto de mediación; las perspectivas históricas divergentes; las formas di-vergentes de los medios de publicación; aspectos como el riesgo (fi nanciero), la relación con el conte-nido y la conformación del mercado; la historia de la edición y cómo infl uye hoy en su vinculación con el entorno digital”.

[6] Lo más visible de la revolución digital para los editores de libros ha sido la

aparición de los libros electrónicos. Como ha señalado Thompson, el ebook es sólo la culminación de los cambios en el medio editorial desde la década de 1980 y todavía es un eco de los estándares que prevale-cen en los libros impresos. “La única dife-rencia es su inmaterialidad.”

La entrada del dtp prueba que la “digi-talización” y la desmaterialización solas han sido incapaces de “transformar” la edición. Más bien lo que ha sido clave es el creci-miento de las redes digitales, que según describe Castells al estudiar el surgimien-to de la "sociedad en red”, originan nuevas formas culturales y alteran nuestras co-municaciones. Las redes tienen que ver con “conexiones, transferencia de datos, víncu-los, trayectorias y webs de contacto”. Un ebook sin redes, sin canales de distribu-ción, es escasamente más radical que un libro impreso. Un ebook en la web abierta tiene una capacidad casi infi nita de ser co-piado y compartido instantáneamente al-rededor del mundo. Castells sostiene que “las redes no sólo reorganizan la distribu-ción del contenido, sino también al propio contenido y a la vez a nosotros mismos”.

[7] Para entender el desafío digital es necesario descubrir los efectos de internet (“la red de

las redes”) y cómo ha modifi cado la edición. “Consi-deremos primero cómo está cambiando el conteni-do. En un mundo de nuevos medios convergentes, no tiene mucho sentido simplemente imprimir libros. El texto digital se comporta de otra manera. Los hi-pervínculos son un ejemplo (¿qué es internet sino un docuverso intervinculado y fragmentado en unida-des conocidas como sitios web?). Internet y los hi-pervínculos crean un océano interminable de conte-nido.” La perspectiva es la de “un acceso gratuito o de precios bajos, autoría en colaboración, prolifera-ción textual y conectividad total en relación con el docuverso. Quizá seamos testigos del principio del fi n de la ‘fi jación tipográfi ca’, base sobre la cual se cons-truyeron el conocimiento y las leyes modernas, y po-dría decirse que la civilización. Esto tiene sus des-ventajas. ¿Cómo pueden los editores trabajar con este gran nudo de contenido? ¿Cuál es hoy su fun-ción? Frente a un escenario así, no son los tradicio-nales proveedores de contenido los que prosperan, sino criaturas de la red, listas para trabajar con los fundamentos de los medios digitales”.

[8] Sin marcos ni modelos, “tenemos una expli-cación insufi ciente del contenido […] ambos

no sólo son útiles para entenderlo, son esenciales para entender la edición”.

A la larga, los cambios del contenido que analiza Bhaskar pueden ser los más profundos de todos. “Cambiar el contenido representa un desafío para los editores… El fi ltrado y la amplifi cación son dúcti-les a propósito […] A fi nales del siglo xx se suponía que la industria editorial cambiaba de una orienta-ción al producto a una orientación al mercado, de un ambiente de diferenciación de productos a uno de segmentación de mercados. En esencia, la edición se desplazó de impulsarse por la oferta a hacerlo por la demanda y alrededor de si históricamente ha sido una industria de productos o una de servicios”.

[9] La edición lucha con las redes digitales en varios frentes. “La estructura abierta y la

tendencia hacia la convergencia alteran el contenido y los marcos. A su vez, esto abre posibilidades para la desintermediación conforme los agentes (nuevos y antiguos) expulsan a los editores de la cadena de va-lor en la cual alguna vez fueron pieza central. Por úl-timo, la tecnología digital tiene implicaciones pro-blemáticas para el modelo de propiedad intelectual que respaldó a la edición durante 250 años. Una des-cripción profunda nos permite recalibrar este desa-fío. El lenguaje del contenido, marcos y modelos, fi l-trado y amplifi cación, tan sólo nos brindan una nue-va perspectiva.”

Uno de los problemas con el análisis de la edición digital “es su acotado horizonte temporal, estableci-do por presupuestos, programas editoriales, lanza-miento de iniciativas y de tecnología para el consu-mo. Dos, cinco o incluso diez años son muy pocos para pensar en las implicaciones reales de la edición digital, que, como cualquier otro medio nuevo, tar-

dará mucho tiempo en manifestarse en su totalidad, e incluso entonces no dejará de cambiar. Reconozco también que la res-puesta de la edición ha sido en general fi r-me. Los fl ujos de ingresos y los negocios no se han colapsado. Las editoriales no han esquivado las innovaciones, los pla-nes ni las cuestiones difíciles”.

Este análisis sugiere que, para lograr que los editores prosperen en el contexto digital, “necesitan encontrar modelos que funcionen y compitan con la nueva clase de enmarcado y amplifi cación”.

[10]  En el centro de la cuestión del Open Access hay una pregunta

sencilla: “¿lo gratuito es un modelo de ne-gocios viable? Para los editores académi-cos se ha convertido en un horizonte de supervivencia. Y el modelo se expande más allá de la academia y la tecnología”.

Tratar con la industria, “es una pérdida de tiempo cuando se dispone ya con facili-dad de todas las herramientas para llegar a los consumidores directamente. Si la conformación del mercado tiene que ver con un cambio en la amplifi cación, y el Open Access es un cambio de los modelos

propios de la edición, ¿qué pasa con el fi ltrado? In-ternet ha incrementado la necesidad de fi ltrar. El punto medio es la curaduría, el cuidado del conteni-do. El fi ltrado se desplaza poco a poco de un énfasis en la selección a uno en la curaduría. Grandes em-presas de tecnología asignan cada vez más recursos a resolver los problemas implicados. Más aún, las competencias de la curaduría son parte de las com-petencias editoriales […] Mi corazonada es que la cu-raduría será una de las grandes ideas del siglo xxi, para llegar y transformar amplias franjas de la eco-nomía, con la edición en primer plano”, afi rma Bhaskar.

[11] Sólo mediante la experimentación los edi-tores “alteran el conjunto de modelo, fi ltra-

do, marco y amplifi cación […] el desplazamiento al acceso y las preguntas sobre un modelo funcional entre medios distintos: cómo emplear el valor de la atención al igual que otros medios digitales, cómo desplazarse a los servicios en lugar de fabricar pro-ductos, cómo reinventar el proceso editorial en tor-no al lector. Sabemos que así están evolucionando las áreas básicas de la edición en un contexto digital. Sólo que ignoramos dónde acabará esto…”. Queda claro que “antes de resolver las apetecibles pregun-tas estratégicas y de negocios, los editores deben re-defi nir su misión, su papel y su identidad”. Bhaskar cita un estudio de Hachette que enfatiza en tres ras-gos: “los editores son cuidadores de contenido, capi-talistas de riesgo y especialistas en distribución”.

[12] Bhaskar reitera que “el desafío digital es real. Mi preocupación no son las activida-

des cotidianas de los editores, sino las amplias na-rrativas de la historia y la teoría de la edición. ¿Hay una realidad alterna para la edición digital? Ya men-cioné la naturaleza superpuesta de la desinterme-diación y que el libro impreso no va a desaparecer”.

[13] En el capítulo fi nal, el autor reitera: “por supuesto, la edición no es sólo un proble-

ma intelectual; es sobre todo uno práctico: cómo vender, producir, distribuir — enmarcar y amplifi -car — contenido de acuerdo con modelos selecciona-dos de antemano. No obstante, conforme se abren rutas digitales e internet se vuelve una plataforma editorial democrática, se fusionan los problemas prácticos e intelectuales. Para ser un editor digital exitoso es necesario entender primero sus implica-ciones”. Y subraya: “la edición sigue creando nuestra esfera pública, nuestros modos de discurso. Ha sido una función social esencial, una de las claves de la ci-vilización: ha apuntalado nuestra ciencia y cultura por siglos. Delimita el sistema intelectual de una so-ciedad, al abarcar sus librerías, universidades, bi-bliotecas, escuelas, periódicos, medios electrónicos, pasatiempos y negocios. Lo que suceda con la edición de verdad importa, pues en parte defi ne quiénes so-mos, lo que sabemos y podemos saber, lo que se pien-sa, se escribe, se lee y se hace… La edición es la má-quina de contenido en la medida en que unas cuan-tas operaciones sencillas bastan para constituir el acto de publicación. Es una máquina social”.

Y concluye: “eso es lo que debemos hacer: reinven-tar la edición, qué es, qué signifi ca, cómo funciona. La pregunta real es quién efectuará esta reinvención: ¿los editores mismos o las redes fuera de su control? El tiempo lo dirá”.�W

Los fragmentos citados proceden La máquina de contenido. Hacia una teoría de la edición desde la imprenta hasta la red digital, que se pone en circulación este mes.

Jesús R. Anaya Rosique es editor, traductor e investigador de la cultura del libro. Ha organizadoe impartido cursos para editores y libreros en México, Colombia, Chile y Guatemala. Desde 2009 es profesor en la Academia de Creación Literaria de la UACM.

LA MÁQUINA DE CONTENIDOHacia una teoría

de la edición desde

la imprenta hasta

la red digital

M I C H A E L

B H A S K A R

Libros

sobre Libros

Traducción de

Ricardo Rubio

1ª ed. 2014; 276 pp.

978 607 16 2215 0

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80 AÑOS: CUMPLIR CUMPLIENDO

T omás Segovia escribió poesía a lo largo de más de 70 años con una constancia realmen-te sorprendente. Fue ella la columna vertebral de su es-critura desde que a los 15 años, allá en la década de 1940, descubrió su camino de es-critor. Él lo contó en repeti-das ocasiones: fue en la es-

cuela — la Academia Hispano-Mexicana, creada por el exilio español en 1940— cuando el elogio de un profesor a las composiciones presentadas a un con-curso lo hizo entrar en esa vocación — nunca la llama-ría carrera —. La anécdota, poco o nada excepcional, encierra sin embargo uno de los rasgos importantes de Segovia: escribir es siempre escribir para el otro.

Tomás Segovia nació en 1927 en Valencia, España, un poco por casualidad, pues su familia vivía en Ma-drid, y pronto se vio enfrentado a los sinsabores de la vida. Huérfano, fue tomado como un hijo por su tío, el doctor Jacinto Segovia, con cuya familia (claramente la suya en el sentido profundo) vive la guerra, sale al exilio, primero a Francia y después a Marruecos, en donde embarcará rumbo a México. Llegar a un nuevo país a la edad de 13 o 14 años caracterizó la manera de vivir el exilio de su generación, la llamada "hispa-nomexicana" (ésa es la designación que la crítica usa para referirse al grupo formado por Manuel Durán, Ramón Xirau, Nuria Parés, Tomás Segovia, Jomí García Ascot, Luis Rius, Gerardo Deniz, César Rodrí-guez Chicharro, José Manuel Pascual Buxo, Francis-ca Perujo, Angelina Muñiz Huberman y Federico Pa-tán, todos ellos poetas, a los que habría que sumar al-gunos narradores — como Arturo Souto Alabarce y José de la Colina — y al crítico Blanco Aguinaga, en medio de la cual Segovia representa un caso aparte.

Si bien el escritor no hizo del exilio ni un tema ni una bandera, y más bien se empezó a ocupar del asunto con más constancia en las dos últimas déca-das de su vida, también es cierto que a fi nales de 1940 y 1950 vive ese exilio, se podría decir que de manera típica, junto al grupo: los mismos temas, las mismas preocupaciones, las mismas lecturas, incluso se diría que las mismas vivencias. Participa en las primeras revistas del grupo y frecuenta algunas de las fi guras tutelares del exilio en ese tiempo, en especial al pin-tor Ramón Gaya y al poeta Emilio Prados, a quien de-dica sus primeros poemas y quien deja una huella no-table en su sensibilidad y lo encamina a la lectura de un poeta central del siglo xx: Juan Ramón Jiménez.

Fue precisamente el autor de Espacio el que hizo que la poesía mexicana de entonces y la de los poetas españoles exiliados que llegaron ya formados, y so-bre todo los que se forman aquí y se vuelven escrito-res en estos parajes, dialogaran intensamente, diálo-go no exento, sin embargo, de confl ictos entre las dos tradiciones. Pero fue tal vez Tomás Segovia el que más rápidamente mostró en la práctica que no eran dos sino una, la misma, y que los poetas del 27 y los Contemporáneos, los vanguardistas chilenos o pe-ruanos, Borges o León de Greiff , formaban parte del mismo viaje. Y fue eso también lo que le permitió mirar a la literatura de otras lenguas: la francesa, la italiana, la inglesa.

Sabemos por varios de sus ensayos, y sobre todo por El tiempo en los brazos, su “cuaderno de trabajo”,

que todo ello lo llevó a una refl exión intensa y rigu-rosa sobre las fuentes de la modernidad, una moder-nidad — hay que decirlo — distinta de la que habían puesto de moda las vanguardias, en especial el su-rrealismo. Y ese sentido distinto lo encontró en la lectura del romanticismo. Segovia escribió en el pró-logo a las Cartas a Clementina de Gilberto Owen que el poeta sinaloense escribió todo lo que escribió, in-cluso sus cartas adolescentes, con la conciencia de ser poeta, y que esa conciencia había que pedírsela a todo escritor que aspirara a serlo. Sin duda él en ese texto también se describía a sí mismo y a su concien-cia de escritor. Uno de los detalles en que se mani-fi esta esto es su concepción del libro como conjunto y no como suma de poemas. Por eso es él mismo la principal guía para leerlo en el ordenamiento de su obra. En 1982 el Fondo de Cultura Económica publi-có el volumen Poesía (1943-1976), primera recopila-ción de su obra poética. En ella incluyó prácticamen-te todo lo que había publicado, más varios libros de sus inicios que se habían conservado inéditos.

La forma escueta de titular el volumen, Poesía, acompañado de los años que acotaban el lapso en que fue escrito es signifi cativa. No tanto que acepta-ra convencionalmente que la suma de cada libro se constituye en obra sólo gracias a la unidad que le dan el tiempo y el autor, sino que eso, el tiempo, era un elemento esencial de la literatura. En muchas oca-siones, aunque nunca escribió un ensayo sobre él, re-fl exionó sobre la obra de Marcel Proust y el ya men-cionado cuaderno de trabajo, del cual entonces ape-nas se conocían algunos fragmentos publicados en revistas, se llama justamente El tiempo en los brazos. La Poesía (1943-1997) publicada veinte años des-pués, también por el fce, y de la que se parte para esta edición, reitera ese sentido.

Si bien la idea y la vivencia del tiempo en la poesía de Segovia son particularmente densas y complejas, son sin embargo claramente cronológicas, lineales, no presentan complejidades estructurales ni saltos en su ordenamiento. De hecho el propio poeta, sin hacerlo evidente, marcó esa línea editorial, tanto en sus poesías reunidas (distinto es el caso de sus ensa-yos y narraciones) como en los libros sucesivos pos-teriores a ellas. De tal manera que el ordenamiento de sus poesías reunidas no presenta difi -cultad. Él hizo la organización del primer volumen mencionado, y del segundo, que amplía el rango cronológico hasta 1997. Mientras el primero fue editado por el fce México el segundo lo fue por el fce Espa-ña (aunque luego se reeditó en México). A ese volumen habría que sumar cronológi-camente los libros que fue publicando en las editoriales Pre-textos (en España) y Ediciones Sin Nombre (en México).

La primera elección de esta edición fue, en cierta manera, en contra de lo que Se-govia había hecho, dar un título a la edi-ción. Quien repase los títulos de sus libros, desde aquellos de fi nales de 1940 hasta el último, Rastreos y otros poemas, encon-trará en ellos a la vez un aire de familia y una voluntad de matiz, incluso algunos tí-tulos muy parecidos. Lo dilatado de su obra hace que en efecto exista cierta dife-rencia entre los títulos más intelectuales,

como Anagnórisis, Terceto, Cantata a solas o Parti-ción, muchos de ellos con connotaciones formales, y los más bien descriptivos de un paisaje o un estado de ánimo — Noticia natural, Otro invierno, Misma ju-ventud —, pero aun así conservan una clara unidad en su intención. El último de los títulos citados señala esa imposible condición que el poeta Segovia busca, pues no se escribe igual a los 20 años que a los 80, in-cluso si se escribe sobre lo mismo y se piensa de ma-nera bastante similar.

Si bien Segovia apuesta por esa condición cronoló-gica del tiempo, no la propone de manera causal: su linealidad está impregnada de azar, la línea recta, como en la geometría fractal, es todo menos recta. Así, al preparar esta edición de su poesía reunida, que no tiene ni un carácter fi lológico o crítico ni la seguridad de llamarse “completa”, me permití esco-ger para su conjunto el título de uno de los más bre-ves — si bien extraordinario — libros que publicó: Cuaderno del nómada. No es un capricho, el libro simboliza perfectamente la poética del autor y su edición — un hermoso libro artesanal debido a las prensas del Taller Martín Pescador y a la sabiduría tipográfi ca de Juan Pascoe — de la manera en que fue leído. Creo que muy pocas veces un libro con un tira-je casi mínimo — Martín Pescador hace ediciones de 100 o 150 ejemplares — tuvo tanta infl uencia y fue tan comentado.

Por otro lado, la idea de “cuaderno” fue muy impor-tante en su escritura, como lo muestra El tiempo en los brazos. La practicó cotidianamente en cafés y cuader-nos que ahora conforman su archivo depositado en El Colegio de México. Escribía a mano en cafés sobre cuadernos que elegía con cuidado y atención, y su ne-cesidad de escribir “en medio del bullicio del mundo” explica el porqué de esa vocación por el café. Una ter-cera y defi nitiva razón es que la fi gura del nómada, no el que no tiene patria sino el que la tiene donde monta sus tiendas, es sin duda central en su obra.

Tomás Segovia vivió en distintos países y ciuda-des del mundo, muchas veces por razones profesio-nales, otras por razones vitales — Montevideo, París, los Estados Unidos, Ría, Murcia, Culiacán — pero fueron la Ciudad de México y Madrid las que marca-ron los extremos de su péndulo. Y de alguna manera

la división en dos volúmenes está marca-da por ellas, el primero México, el segun-do España. Su vida en Madrid no repre-senta un regreso a España, pues nunca se fue de México (aquí siguió publicando, aquí vivían sus hijos y, además, fue esa “distancia física pero no emocional” la que hizo que escribiera con inteligencia y penetración sobre la realidad mexicana en su columna “Cartas cabales”, primero en La Jornada, después en algunos otros dia-rios y al fi nal en su blog).

No obstante, esa condición de nomadis-mo asumido marca dos épocas en su poe-sía. Creo que es muy importante el trán-sito de la condición del exiliado a la de nómada, porque la condición elegida — nó-mada — le otorga al poeta una tranquili-dad respecto a ese asunto y a esa vivencia. Me parece que es ilustrativo que ello le permitiera hablar sobre el exilio, asunto al que se resistió durante mucho tiempo, y

Tomás Segovia encarnó algunos de los mejores rasgos de las personas para las que —y gracias a las que— trabaja el Fondo: exiliado tras la Guerra Civil española, tradujo para nosotros a autores como Yates, Le Clézio, Febvre, Brading

y Jakobson, y con el sello del FCE aparecieron estudios críticos del calibre de Poética y profética; hoy publicamos su poesía reunida,

cuyo texto introductorio presentamos aquí

La poesía de Tomás SegoviaJ O S É M A R Í A E S P I N A S A

RESEÑA

LUZ DE AQUÍ (1952-1954)

T O M Á S

S E G O V I A

tezontle

1ª ed. facsimilar

2005 [1958]; 80 pp.

968 16 7887 7

$55

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80 AÑOS: CUMPLIR CUMPLIENDO

LA POESÍA DE TOMÁS SEGOVIA ARCHIVO ABIERTO: 80 AÑOS DEL FCE

que se le fuera volviendo algo más presente. Cuader-no del nómada extiende desde su primera edición en 1978, en una plaquette de menos de 60 páginas, su manto cobertor para volverse el título de la poesía reunida de más de 1500 páginas.

El primer tomo de la poesía reunida abarca desde sus primeros poemas hasta la publicación de Parti-ción — que reúne tres libros —, y el segundo desde la publicación de Noticia natural hasta la publicación de tres poemas en un folleto editado por el ya men-cionado Taller Martín Pescador, aparecido póstu-mamente unas semanas después de su muerte. El li-bro Rastreos y otros poemas, también aparecido de manera póstuma, fue entregado a Pre-Textos y Edi-ciones Sin Nombre antes de su fallecimiento.

La escritura de poemas fue para Segovia una constante en las dos últimas décadas de su vida. Sus libros ganaron en transparencia y dejaron atrás la elaboración arquitectónica de volúmenes como Anagnórisis o Cantata a solas (los dos libros corales de su bibliografía). La condición unitaria del libro, con un sentido propio y un signifi cado trabajado como tal — no una pura acumulación de poemas sino un organismo vivo — se mantuvo, pero ganó en so-briedad y sencillez, resultado también de que su dic-ción se volvió más transparente. El poema se volvió en cierta forma página de un diario. Las caminatas contemplativas, el acontecer cotidiano transforma-do en imagen del mundo, fue sustituyendo a las con-diciones míticas del poeta con mayúscula y adqui-riendo una mayor condición humana. Es evidente que en una obra tan dilatada el poeta pasa por distin-tas etapas, tonos, estilos. Y sin embargo, de los pri-meros poemas escritos en la década de 1940 hasta los fi nales de 2011 hay una coherencia asombrosa.

Esto explica que la ordenación y recopilación de su Poesía reunida no tenga gran difi cultad. La pará-bola que va de los primeros poemas que viven el pai-saje a Rastreos, su libro fi nal, pasando por Anagnóri-sis, considerado por la crítica si no su obra mayor, en todo caso sí la más ambiciosa formalmente, dibuja una elipse de una notable nitidez. Otro será el mo-mento de detallar los cambios de tono, las variacio-nes de ritmo y léxico, el uso de la metáfora y la con-cepción particular de cada libro. Sin embargo, vale la pena señalar que si bien el dictado romántico del li-bro como unidad es extensivo a la totalidad de la Obra, entendida ahora con mayúscula, la situación en este caso no es tan sencilla.

Hay escritores a los que la vida y el mundo edito-rial les han permitido mal que bien planear sus Obras. El caso más signifi cativo entre nosotros es el de Octavio Paz. En parte también el de Alfonso Re-yes, que más o menos diseñó la estructura a la que debería responder y contó con discípulos y estudio-sos notables que pudieron llevarla a cabo hasta el fi -nal, incluyendo los Diarios actualmente en proceso de edición. Hay otros escritores cuyas obras reuni-das son fruto del trabajo de comentaristas y editores con mayor o menor fortuna. En el caso de Segovia creo que esa idea totalizadora de la obra si bien esta-ba muy presente en cada una de sus páginas como preocupación vital, no lo estaba como hecho concre-to editorial. En sus Ensayos, reunidos en tres tomos en 1990, se limitó a publicar los dos primeros libros en el volumen inicial — Contracorrientes y Actitudes —, y a sumar en los dos siguientes los textos dispersos con una coherencia temática. Para las dos ediciones de su Poesía ordenó cronológicamente lo publicado, que res-ponde casi sin variantes a la cronología de la escritura. En esta ocasión, en la que se le agrega el califi cativo de reunida, se ha hecho lo mismo. El de completa nos parece aún prematuro, habrá que esperar a los trabajos que se realicen sobre su archivo, depositado en El Colegio de México, y a las investigaciones hemerográfi cas sobre poe-mas sueltos publicados en revistas y no re-copilados en libros.

Son necesarios, sin embargo, dos seña-lamientos. El primero tiene que ver con unas vertientes de su poesía a la que él lla-mó Bisutería, para sugerir su condición de joyas de abalorio, que pueden ser muy vis-tosas y llamativas, pero sin un valor real. Allí reunió recados en verso, pastiches, imitaciones, bromas literarias, acrósticos, abanicos, epigramas, bromas y todo tipo de poemas de circunstancia. Siempre tuvo reticencia de incluirlo en su Poesía (no lo

hizo en la primera recopilación y sí lo hizo en la se-gunda). El volumen que reúne esa Bisutería es de una extensión considerable. Cuando apareció la edición de 1998 los comentaristas señalaron que encontra-ban en esa bisutería algunos de los mejores poemas de Segovia y un tono que les atraía particularmente. Creo que tienen razón. Segovia se volvió, o lo fue des-de un principio, un consumado conocedor de la mé-trica castellana y algo conocía de la italiana, la fran-cesa e inglesa. Eso le permitía esos juegos formales realmente llamativos. Por ello se incluye al fi nal de este libro.

También merece una explicación una licencia tal vez menos justifi cada: la inclusión en su Poesía reuni-da de Zamora bajo los astros, obra de teatro en verso. No se trata de un texto prescindible. Para Segovia el teatro siempre fue un polo de atracción muy fuerte. Escribió sobre teatro, tradujo mucho para el escena-rio y al menos dos de sus libros — Anagnórisis y Can-tata a solas — son perfectamente representables, si no con personajes sí con voces. Zamora bajo los as-tros fue su única obra dramática, con la particulari-dad además de que está escrita en verso. En sus ensa-yos y en sus clases y seminarios refl exionó sobre la importancia que tiene para el español el verso de Calderón y de Lope de Vega. Para el poeta fue muy

importante ese libro, mismo que tuvo al fi nal de su vida una reedición y se representó en España. Pienso que lo fue sobre todo para su poesía y para la concep-ción que desarrolló del verso como recurso, y que su lugar pertenece a este volumen.

Tomás Segovia murió pocos días después de retor-nar a la Ciudad de México, después de un homenaje que había incluido lecturas en Monterrey, Morelia, Aguascalientes, San Luis Potosí y el D. F. Si hizo de la lucidez uno de sus puntos cardinales, ésta le corres-pondió hasta el último momento. En los homenajes se le veía, más allá de los achaques de la enfermedad, contento con su público y sus lectores, y parecía so-breponerse a las dolencias al decir sus poemas. Fue un ejemplo encarnado de la vitalidad de su poesía.

Después de su fallecimiento apareció Rastreos y otros poemas, el libro con el que concluía su obra. Cuando lo escribió tenía plena conciencia de que se-ría casi con entera seguridad su último libro. Pero su tono es absolutamente novedoso. Que un poeta se pueda reinventar en tono y atmósfera a los 84 años es asombroso. A la vez Rastreos es un libro fi nal, no

un testamento pero sí un testimonio. Fue también un resultado natural de una poe-sía cada vez más decantada y transparen-te. El poeta sigue el rastro de ese otro que fue y nunca dejó de ser él mismo. Y son a la vez todos sus lectores, sus lecturas, sus textos. El rastro (¿el rostro?) no tiene pa-sado ni futuro, adelante o atrás, es siem-pre un “por venir”.

Todavía alcanzó a empezar otro poe-mario del cual pasó en limpio tres poemas que se incluyen aquí como posdata de toda su poesía. Con ellos se cierra de manera particularmente luminosa este libro habi-tado por la luz.�W

José María Espinasa es ensayista, poeta y editor; tuvo a su cargo la edición de la poesía reunida de Tomás Segovia, de próxima aparición.

E� V I E N E D E L A P Á G I N A 9

El hipertexto es fi nito, pero la navegación tiende al infi nito. El archivo del Fondo, con sus decenas de miles de fojas, rebasa el tiempo de lectura del curio-so, pero es fi nito; la web, con sus billones de páginas, es fi nita; el mundo entero, con su cantidad de mate-ria, es fi nito. Pero tienden al infi nito las combinacio-nes posibles, la manera de recorrer el mundo, la web y el archivo del Fondo.

LOS PODERES DE LA APP: REALIDAD “REMEDADA”La tecnología de las tabletas digitales facilita el en-cuentro entre un archivo polvoso y una pantalla res-plandeciente, entre unos expedientes abultados y un dispositivo compacto. El aspecto material y el estado de conservación de los documentos son parte de la experiencia del tiempo histórico que la app intenta-reproducir. El encanto de la página que uno desdobla al abrir un sobre postal — con las líneas horizontales que la dividen en tres rectángulos iguales —, el cartón amarillo del telegrama, las hojas con su coqueto mem-brete particular, las copias al carbón o la tinta roja que se usó por emergencia en alguna máquina de escribir, la fi rma en cursiva al fi nal de la carta, todo ello se tras-fi ere, en lo posible, en la experiencia digital facsímil.

A lo largo de 80 años cambian los tipos de papel — más aún: se convierten en pantallas —, los usos y las fórmulas para comunicarse, —¿cuántas décadas se-paran a los “afectísimos servidores” de los “saludos cordiales”?—, cambian los medios mismos que trans-miten una misiva manuscrita, un impulso telegráfi co, un mail cifrado en código binario. Cuánto ha evolu-cionado el correo desde que Rómulo Gallegos escri-biera, tras recibir en octubre de 1959 una carta de Ar-naldo Orfi la: “Ayer llegó a mis manos, la muy grata suya del 6 de agosto próximo pasado. De prisa vuelan los aviones que por algo los hay de retropropulsión, que es casi decir de vuelo hacia atrás”. Acostumbrado como está el lector, todo lector, a leer obras de autores pasados, el contenido en palabras de un documento de hace sesenta años no resulta, fuera de ciertos deta-lles de época, demasiado ajeno. Se agudiza, sin em-bargo, la percepción del tiempo transcurrido, el abis-mo que por un segundo se abre, entre, digamos, 1941 y el día de hoy, cuando el papel amarillento y mancha-do, quebradizo, ha perdido algunos pedazos con el sentido de las palabras, de por sí mal transcritas por una mecanógrafa olvidada. Pero más aún se experi-menta el paso de los años al escuchar a los fundadores de la casa expresarse en voz alta, solemnes y pausa-dos, con sus ritmos y sus expresiones orales de otra época. Las transmisiones de “El mirador de Améri-ca”, el programa de radiodifusión del fce en 1949, son una potente descarga de pasado con las voces de Da-niel Cosío Villegas, Alfonso Reyes, Alfonso Caso y Ar-naldo Orfi la, entre otros invitados. Contrastan, a lo largo de la aplicación electrónica, con las más actua-les de los poetas de la colección Entre Voces, que el Fondo publica en cd desde los años noventa.

A la hora de la mudanza, aún lenta, morosa — qui-zá por siempre parcial —, del volumen impreso al li-bro electrónico, la reproducción en un soporte digi-tal, con todos sus detalles, de algunos documentos que datan de la imprenta con tipos móviles se quiere un indicador de continuidad. Algunas cosas cam-bian — los materiales, la tecnología —, otras perma-necen — las letras de molde, las palabras, el libro —. Tanto las cartas de los años treinta, como los emails más recientes incluidos en Archivo abierto, giran en torno a la escritura, la publicación y la lectura: la triada de acciones que acompañan indefectiblemen-te al libro. En los últimos ochenta años se ha pasado del linotipo al ePub y de los viajes de tres meses en barco que realizaban los libros para alcanzar un país extranjero a la tienda electrónica y la tableta. De es-tos cambios se da testimonio a través de los docu-mentos, las fotografías, los recortes de prensa, los manuscritos, las primeras ediciones y, sobre todo, las cartas que esbozan un panorama de la edición en México, de 1934 a nuestros días y retratan a la casa editorial más grande de América Latina.

Lectores del Fondo, amigos y curiosos, el archi-vo está abierto: soliciten su pase gratuito en la App Store. �W

Yael Weiss es la realizadora de Archivo abierto, la aplicación que aparece estos días como partede los festejos del 80 aniversario del Fondo.

La fi gura del nómada, no el que no tiene patria sino el que la tiene donde monta sus tiendas, es sin duda central en su obra.

CUADERNO DEL NÓMADA

T O M Á S

S E G O V I A

poesía

Prólogo y selección

de José María

Espinasa,

1ª ed,. 2014;

712 pp. + 832 pp.

(2 vols.)

978 607 16 2048 4

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de tan tremenda decisión; se pre-guntará quizá el lector — como lo hicieron algunos luego de la publi-cación inicial — qué tanto influyó tal circunstancia en la recepción que la obra a la postre ha tenido y, sin embargo, tan pronto ceda el lector ante la prosa refinada y en-volvente de García Bergua y se deje arrastrar hacia la trama, se dará cuenta de que es una obra que ha abierto su lugar en nuestras letras por mérito propio y por su valor intrínseco, con total independen-cia de las condiciones de su crea-ción y publicación. Descrita como una obra maestra del decadentis-mo literario mexicano, con atmós-feras a veces oscuras y temas que hacen guiños al gótico y a la litera-tura byroniana, es Karpus Minthej una novela que narra la apasionan-te historia del personaje que lleva ese nombre — un hombre persegui-do en Grecia por el ejército inglés — y que engarza a lo largo de sus pá-ginas reflexiones sobre la moral, el amor, la muerte, la estética. Esta nueva edición se encuentra prece-dida por un prólogo de Christo-pher Domínguez, quien la califica como “la única novela verdadera del modernismo mexicano apare-cida anacrónicamente un siglo después” y en el que el crítico arro-ja luz sobre las muchas peculiari-dades de esta obra; la edición se encuentra además complementada por poemas y escritos inéditos que han facilitado las hermanas del autor, Ana y Andrea, ambas reconocidas escritoras contemporáneas.

letr as mexica nas

Prólogo de Christopher Domínguez Michael

1ª ed., 2014; 248 pp.

9786071621016

$165

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obra vuelta un clásico y que contri-buyó decisivamente a asentar el canon de las letras hispanoame-ricanas; más allá de la materia de sus observaciones, en la mera con-cepción de estas conferencias que-da clara la consabida vocación de don Pedro — interlocutor y maes-tro de autores como Reyes, Borges o Vasconcelos — de reunir lo diver-gente y concentrar lo disperso, su adhesión tenaz a la concepción de la cultura como integradora de los pueblos.

biblioteca a merica na

Prólogo de Christopher Domínguez Michael;

traducción de Joaquín Díez-Canedo

4ª ed., 2014; 383 pp.

9681600665

$260

KARPUS MINTHEJ seguido de FORTUNA IMPERATRIX MUNDI

J O R D I G A R C Í A B E R G U A

Aparecida originalmente en 1981 — dos años después de su prematu-ra muerte — la novela de Jordi Gar-cía Bergua es un caso extraño, una auténtica rara avis entre las letras mexicanas del siglo pasado. Pero ello no sólo en razón del destino de su autor: es cierto que al tenerse entre las manos tal vez en princi-pio resultará difícil soslayar que se trata de una obra póstuma, escrita por uno que se quitó la vida a los 23 años; se buscarán acaso entre las líneas antecedentes o indicios

LAS CORRIENTES LITERARIAS EN LA AMÉRICA HISPÁNICA

P E D R O H E N R Í Q U E Z U R E Ñ A

“Me desconcierta que Henríquez Ureña sea dominicano — dice Christopher Domínguez en su prólogo a esta cuarta edición — pues los mexicanos lo damos por mexicano y los argentinos por ar-gentino, porque de extremo a ex-tremo del continente llevó su ma-gisterio este hombre...” En efecto, nacido en una isla en el corazón de la América Hispánica — como in-sistía en denominar a nuestro con-tinente lingüístico —, uno de los mayores humanistas en lengua española prodigó sus enseñanzas lo mismo en una modesta clase en una secundaria de La Plata, al fi-nal de su vida, que a lo largo de sus fructíferos años mexicanos o los que pasó en los distintas ciudades de los Estados Unidos. De su es-tancia en la Universidad de Har-vard proceden las conferencias que reunió en este volumen y que reelaboró en su forma escrita du-rante un par de años. Lo publicó en inglés, en 1945, y no llegó a volcar-lo al español él mismo, pues la muerte lo alcanzó entretanto. La edición se agotó con rapidez y en 1949 Joaquín Díez-Canedo la tra-dujo e integró su versión, de mane-ra obvia y natural, a la Biblioteca Americana: la colección del Fondo que Henríquez Ureña proyectó y que se publica hasta nuestros días en memoria suya. Presentamos pues una nueva edición de una

E scribió Oliver Sacks en 2013, poco an-tes de cumplir 80 años, algo que de al-gún modo se escucha en la ofi cinas del Fondo de Cultura Económica por

estos días: dijo el autor de El hombre que con-fundió a su mujer con un sombrero que al llegar a las ocho décadas “uno tiene una larga expe-riencia de la vida, y no sólo de la propia, sino también de la de los demás. Hemos visto triun-fos y tragedias, ascensos y declives, revolucio-nes y guerras, grandes logros y también pro-fundas ambigüedades. Hemos visto el surgi-miento de grandes teorías, para luego ver cómo los hechos obstinados las derribaban” (cito el texto aparecido en The New York Times en la versión de Eva Cruz, publicada por El País). De 1934 a la fecha, en efecto, esta editorial con-vertida también en cadena de librerías y en una institución cultural que lo mismo pro-mueve la cultura mexicana en el extranjero que fomenta la lectura entre los más jóvenes ha acumulado vivencias, ha atestiguado e in-cluso protagonizado batallas políticas e inte-lectuales, y ha presenciado el auge y la poste-rior decadencia de algunas corrientes acadé-micas y de ciertos autores.

P ara conmemorarse a sí mismo, el Fondo organizará una fi esta, del 3 al 7 de este mes, en la que habrá libros propios y ajenos — la Feria del Libro

Latinoamericano reunirá más de 4000 títu-los, de unos 2500 autores y cerca de 260 edito-riales, provenientes de 14 países —, mesas re-dondas, conferencias, conversaciones, un co-loquio en torno al originalísimo trabajo de Joëlle Turin — una investigadora francesa que busca identifi car no los “mejores” libros para niños ni los “más bonitos”, sino aquellos que por su tema, su trama, sus personajes o sus ilustraciones pueden causar mayor impacto en los pequeños lectores — y un seminario sobre libros electrónicos; el interesado puede ver los detalles en el sitio de internet del Fondo.

Y además, claro, publicará libros. El programa editorial conmemorativo, que arrancó el año pasado y se ex-tenderá hasta 2015, tiene tres ejes:

poner al día algunas de las obras que han defi -nido la identidad de la casa, lanzar títulos nue-vos que representen las muchas intenciones del Fondo y experimentar con algunos de los formatos editoriales de hoy para llegar a nue-vos lectores — o a los mismos pero de maneras distintas —. Este conjunto de acciones busca aprovechar la fabulosa inercia que se echó a andar hace 80 años, pero para avanzar en nue-vas direcciones sin tener que renunciar a su esencia: se trata de apoyarse en el pasado para enfrentar el porvenir.

V arios libros que han sido pilares del catálogo están siendo sometidos a severas intervenciones, con el obje-tivo de mejorar sus características y

de permitir que, como se ha dicho de los clási-cos, sigan diciendo hoy lo que tenían que decir ayer. Así, por ejemplo, Economía y sociedad de Max Weber, cuya primera edición en español data de 1944, fue revisado minuciosamente por Francisco Gil Villegas para adecuar la es-tructura a la versión primigenia de la obra; además mejoró la traducción, agregó cientos

Tres ejes

C A P I T E L

DE SEPTIEMBREDE 2014

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RESPUESTAS PROPIAS80 años de El Trimestre

G U S T A V O A . D E L Á N G E L

M O B A R A K Y G R A C I E L A

M Á R Q U E Z ( E D S . )

La publicación de esta antología sintetiza las principales etapas de los 80 años de historia ininterrum-pida de El Trimestre Económico. En los 10 artículos que la componen se encuentran las principales discu-siones, propuestas e innovaciones que han ubicado a este revista como una de las más importantes en el mundo de lengua española y que han garantizado su permanencia a lo largo de ocho décadas. Sus pági-nas albergan las discusiones que autores como Daniel Cosío Villegas, Raúl Prebisch y Fernando Rosen-zweig, entre muchos otros, llevaron al frente de una ciencia económica en construcción; discusiones que ponían especial atención a las polí-ticas de desarrollo y a los retos que México y América Latina han en-frentado desde su fundación. A través de la colección se ofrece una ventana al estudio de la cien-cia económica, su inserción en discusiones internacionales y a la profesionalización de esta discipli-na como ciencia social en México, todo ello a través de la revista que continúa articulando la crítica, el rigor y la difusión del conocimien-to en temas de vital importancia para la región — llena de emergen-cias, y desafíos — a la que dedica sus páginas.

lectur as de E L T R I M E ST R E E C ONÓM IC O

1ª ed., 2014; 449 pp.

9786071620378

MÁS ALLÁ DE LA ECONOMÍAAntología de ensayos

A L B E R T O . H I R S C H M A N

Un par de años después de la muerte del célebre economista Hirschman — una de las voces de mayor peso en el diálogo que se suscita entre los libros del Fondo —, José Woldenberg ha recogido en esta compilación algunos de los ensayos más representativos de la obra de éste, todos publicados anteriormente por el fce; se trata de textos que permiten rastrear su

contexto tecnológico actual. Por momentos técnico, pero siempre con la ambición de esclarecer lo complejo; se trata de una lectura apasionante tanto para entusias-tas de la nuevas tecnologías, pues permite analizar los principales cuestionamientos y retos a los que se enfrentan los distintos sectores la industria y, en esa medida, tra-tar de prever lo inminente. En un proceso tan dinámico y cambiante es no sólo saludable sino crucial hacer un alto en el camino para saber de dónde viene todo esto, cómo sucede, dónde estamos para-dos y a dónde podríamos llegar.

libros sobre libros

Traducción de Pablo Duarte

1ª ed., 2014; 360 pp.

9786071622297

LA VIDA SIN SANTI

A N D R E A M A T U R A N A

Lidiar con la ausencia de los seres queridos — sea ésta momentánea, temporal o permanente — es un arte que la vida nos exige aprender desde la más tierna infancia. Con un estilo que le permite abordar situaciones difíciles de manera sencilla y clara, Andrea Maturana, quien en 2007 recibió el Premio a las Mejores Obras Literarias de Chile, ofrece un acercamiento al tema de la separación y la lejanía de un amigo: “Un día el papá de Santi tiene que irse una larga temporada a estudiar muy lejos. Y eso no es fácil de aceptar. Antes de la partida, el tiempo parece correr demasiado rápido. Y de un minuto a otro la despedida llega. Pero lo peor es que, después de la partida de Santi, en la vida de Maia queda un gran espacio vacío”. Sin recurrir al dramatismo, la autora desarrolla las distintas etapas por las que Maia atraviesa en su soledad, que van de la tristeza y la depresión al descubrimiento de una nueva perspectiva en la que apa-rece la música, y en la que nuevos y luminosos personajes enriquece-rán su experiencia del mundo. Las ilustraciones del diseñador, ilustrador y pintor chileno Fran-cisco Javier Olea, revelan un ori-gen pictórico y forman un discurso propio que, a través de transparen-cias y representaciones simbólicas del vacío y del espacio, transmite los sentimientos de la protagonis-ta. Al ilustrar cómo el espacio que habitan las personas no sólo está allá afuera, sino que también tiene un sitio al interior de cada quien, este álbum inspira a los lectores a acomodar sus propios afectos.

los especia les de a l a orill a del viento

Ilustraciones de Francisco Javier Olea

1ª ed., 2014; 48 pp.

9786071619716

$105

dilatada trayectoria intelectual y apreciar su empleo de la economía como instrumento de precisión para observar el mundo, y a la vez como herramienta para transfor-marlo. Poco afecto a las teorizacio-nes abstractas, Hirschman fue antes bien un experto en trasponer las fronteras de su disciplina y ofre-cer explicaciones sobre fenómenos sociales y económicos complejos con herramientas conceptuales siempre simples y apoyadas en la evidencia empírica. En su selec-ción, Woldenberg busca ofrecer por lo menos una muestra que ilus-tre el amplísimo registro de obser-vaciones y temas de estudio que abordó el estadunidense — el desa-rrollo económico, el cambio social, la distribución de los recursos y el Estado de bienestar — y en esa me-dida conducir hacia los textos ori-ginales. Se trata, desde luego, de una de las publicaciones conme-morativas del ochenta aniversario de la casa y que asimismo refrenda su compromiso con la difusión del pensamiento económico.

colección popul a r

Traducción de Eduardo L. Suárez, Juan José

Utrilla, Francisco Minguella, Raúl Gutiérrez

y Tomás Segovia; selección de textos

e introducción de José Woldenberg

1ª ed., 2014; 519 pp.

9786071621290

EL NEGOCIO DE LA EDICIÓN DIGITALUna introducción al mundo de las publicaciones electrónicas

F R A N I A H A L L

Es una apreciación casi unánime que el surgimiento del entorno digital representa, para el mundo en general y para la edición en particular, la más importante re-volución tecnológica desde la in-vención de la imprenta. Describir los aspectos empresariales de esta vertiente de la industria de hacer libros es todavía un desafío enor-me; se trata de un momento en que los productos digitales proliferan y numerosos modelos de negocio aparecen cada día, sujetos a un proceso de prueba y error, y en el que, en consecuencia, los editores están obligados a redefinir su práctica constantemente: la edi-ción digital entraña posibilidades y riesgos que apenas se pueden vislumbrar. El texto de Frania Hall, consciente de que su materia, por más que lleve ya un par de dé-cadas gestándose, es todavía una suerte de caldo primigenio y de que sería por tanto absurdo tratar de asentar conclusiones definiti-vas, no se arredra ante tal dificul-tad y aspira en cambio a ofrecer por lo menos un punto de partida: un recuento de los puntos clave de esa evolución y una descripción del

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de notas al pie y redactó un útil y detallado estudio introductorio que bien podría haber-se publicado como libro independiente.

Algo semejante ocurrió ya con El capital de Marx y ocurrirá en 2015 con la Fenomenolo-gía del espíritu de Hegel y La democracia en América de Tocqueville: se mejoran las ver-siones en español a la luz de lo que actual-mente sabemos sobre esas obras y se pide a un académico contemporáneo que invite a los lectores de hoy a adentrarse en ellas: Ignacio Perrotini, Gustavo Leyva y Jesús Silva-Her-zog Márquez, respectivamente, lo han hecho con las tres mencionadas. Sin tanta interven-ción pero con el mismo espíritu de dar nueva vida a un texto que en su momento tuvo acep-tación y relevancia, hemos reeditado Las co-rrientes literarias en la América Hispánica de Pedro Henríquez Ureña, con una introduc-ción de Christopher Domínguez Michael, y El libro salvaje de Juan Villoro, con sugerentes ilustraciones de Gabriel Martínez Meave.

D e cuatro autores íntimamente aso-ciados a la casa publicaremos reu-niones de textos: José Woldenberg preparó y prologó Más allá de la

economía, una antología de ensayos y capítu-los de Albert O. Hirschman; Javier Garciadie-go hizo lo propio en Alfonso Reyes, “un hijo menor de la palabra”; Labor periodística, por su parte, reunirá los artículos que el principal fundador del Fondo, Daniel Cosío Villegas, publicó en los últimos años sesenta y prime-ros setenta del siglo pasado; cerraremos en 2015 con un volumen antológico de C. Wright Mills, el apasionado y apasionante sociólogo estadunidense.

N o hace falta detenerse aquí en algu-nas de las novedades de este pro-grama editorial, que incluyen El capital en el siglo XXI de Thomas

Piketty — vaya el lector interesado a nuestro número de julio, consagrado por completo a esa candente obra —, ni en la Poesía reunida de Tomás Segovia, ni en De papel de Nicholas A. Basbanes, ni en La máquina de contenido de Michael Bhaskar, pues de todos ellos se pue-den leer en esta misma entrega de La Gaceta fragmentos y reseñas. Pero sí es menester, aunque también al respecto haya un artículo en la revista, dedicar unas líneas al diverti-mento con que damos continuidad a Historia de la casa, el volumen en que Víctor Díaz Arci-niega recorre los primeros 60 años del Fondo; a Historia en cubierta, donde Marina Garone recurre al diseño de portadas para contar las andanzas de la editorial, y a la Iconografía que preparó Jaime Soler Frost.

A rchivo abierto: 80 años del FCE es una app que le permite al usuario inventarse una ruta de navegación por un puñado de valiosos docu-

mentos — cartas, fotos, pruebas de imprenta, portadas, grabaciones — que, sin un orden li-neal, presentan hitos, personajes, coleccio-nes, procesos clave en las nutridas ocho déca-das de existencia de esta institución. Se sabe que tras bambalinas a menudo ocurre un es-pectáculo tan atractivo como la obra de tea-tro; de manera semejante, detrás de muchos de los libros publicados por el Fondo hay intri-gas, ambiciones, obstáculos y frecuentes fi na-les felices — aunque no escasean los dramas —. Este Archivo abierto es un modo de frasear el pasado con un lenguaje contemporáneo.

En su texto de hace un año, Sacks estaba lejos de entregarse al lamento por los acha-ques, aunque reconocía que “a los 80 las mar-cas de la decadencia son más que aparentes”. Con un optimismo delicioso, concluía con una confesión: “Tengo ganas de tener 80 años”. También eso se siente en los pasillos, en el archivo, en la biblioteca, en las librerías del Fondo. Felicidades a todos los que lo han hecho posible.

T O M Á S G R A N A D O S S A L I N A S

NOVEDADES

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80 AÑOS: CUMPLIR CUMPLIENDO

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�E l juego es el trabajo del niño”, dice René Château. Esa actividad global, universal, espontánea y voluntaria es, como lo han mostrado los psicólogos, una escuela feliz de la personalidad, que se encarga del aprendizaje de la vida. Lejos de ser improductivo, el juego es construcción o reconstrucción del mundo, un lugar para la creativi-dad, un lugar que pone entre paréntesis las jóvenes sen-sibilidades para protegerlas. La lectura suscita conduc-tas de imitación, lleva de vuelta a la vida, a la acción, pro-longa mediante otro placer el juego concreto, consolida

por medio de la abstracción el aprendizaje de la cultura y la manipulación de los ju-guetes. Colocando el juego en el primer plano de sus temáticas, al representar los juegos de niños en sus libros, los artistas responden a las necesidades específi cas de los más pequeños y conjugan el principio del placer con la ensoñación, la fanta-sía y el conocimiento para fundar el crisol de la imaginación creadora.

PALABRAS Y MÚSICA La sociedad tradicional ha puesto al alcance de madres y nanas un re-pertorio de canciones infantiles, canciones de cuna, rimas y juegos verbales que les dan valor a la voz, la melodía, el ritmo, la entonación y las sonoridades, lo cual agudiza la percepción de los sonidos y la im-pregnación rítmica, y que a su vez ayuda también a construir las no-ciones de causalidad y de temporalidad. “Cuando hay un esfuerzo por decir bien y no sólo por decir, hay un esfuerzo literario”, decía Marcel Mauss en su curso de etnografía. “Decir bien”, eso es lo que hacen to-das las madres cuando utilizan esa literatura oral para vestir a su bebé de hermosura, arroparlo, con la idea de que, en medio de lo hermoso, él también se volverá hermoso, como cantan las madres del pueblo do-gón. Se utiliza, sin conocerlo, el proverbio dogón que reza: “al nacer el niño hay que rodearlo de hermosas palabras y hermosos adornos para hacer hermosa su vida futura”, concretando, sin saberlo, el vínculo es-tético que pone en relación palabra e infancia.

Esos pequeños poemas inasibles tienen el arte de hablar con ligere-za y simplicidad a los más pequeños para decirles cosas profundas e in-cluso solemnes en un tono cantante y danzante. Como en todas las canciones de cuna del mundo, el texto musical ofrece al niño que lo es-cucha la suavidad de ritmos regulares con una sintaxis sencilla y con-

tornos melodiosos. Está al servicio de la voz materna, esa voz que tranquiliza y alivia, esa voz melodiosa y cantarina que convoca el sueño e introduce al niño en el universo de la literatura.

Al identifi car las experiencias emocionales del niño, su madre o cuidador se hace cargo de sus experiencias terrorífi cas, las manipula y se las devuelve bajo una for-ma “desintoxicada”, es decir, en experiencias que resultan manejables para el niño: una forma, una imagen. Esta función rêverie (capacidad de ensueño de la madre), conceptualizada por el psicoanalista inglés Wilfred Bion, transforma el hambre en satisfacción, la soledad en compañía, el miedo de morir y la angustia en vitalidad y confi anza, la avidez y la maldad en sentimientos de amor y generosidad.

ME GUSTA, NO ME GUSTAEl gusto por las listas, el placer de enumerar y contar, cercanos a los primeros jue-gos de designación y de exploración por el lenguaje, se manifi estan temprana y du-

raderamente en el niño, y lo hacen en un procedimiento de investigación sistemática. Apilar cubos, contar las estrellas o los días de la semana, clasifi car las formas y los colores son actividades a las que los pequeños se entregan aplicadamente. En esos juegos no cabe la obligación, la lista sigue siendo una herramienta de conteo, sin convertirse nunca en la fi -nalidad, y manifi esta una manera de entender el mundo. ¡Nada más na-tural entonces que ofrecer a los jóvenes lectores, por medio de las pági-nas de los libros, otros terrenos de experiencias, esta vez imaginarias!

Esta dimensión de lo oculto es esencial para el niño pequeño a par-tir de 12 meses, cuando se interesa por los objetos fuera de su campo de visión pero no de su espíritu. Gracias al desarrollo de su memoria, puede acordarse y hacer surgir de su reserva de recuerdos, cercanos y alejados, los objetos que no están presentes; los puede imaginar y hacer vivir en su cabeza. Es también el momento en que se interesa por “los acontecimientos psíquicos ocultos”, es decir que poco a poco toma conciencia de las intenciones, sensaciones, motivaciones, sentimien-tos, deseos en que se basan las acciones humanas. Ésta “aparece con agudeza en el espíritu de un individuo pero es invisible al de otros”.

EL ARTE DEL SUSPENSOBajo apariencias de simple invitación a contar y enumerar, ciertos auto-res e ilustradores saben también cómo sensibilizar al niño sobre la cro-nología de los acontecimientos y hacerle sentir el vértigo del suspenso.

ADELANTO

¡JUGUEMOS JUNTOS!Foucault nos convenció de la validez de los criterios con que Borges clasifi có

el vasto reino de los libros. La taxonomía que desarrolla Joëlle Turin —protagonista de un coloquio con que festejamos nuestro cumpleaños— en Los grandes libros para

los más pequeños es reveladora, pues no aspira a seleccionar las mejores sino aquellas obras que más pueden transformar a los jóvenes lectores.

Estos pasajes proceden del primer capítulo

J O Ë L L E T U R I N

“ el trabajo del niño”, dice René Château. Esa tornos melodiosos. Está al servicio de la voz

J O Ë L L E T U R I N

LOS GRANDES LIBROS PARA LOS MÁS PEQUEÑOS

J O Ë L L E

T U R I N

espacios

pa r a la lectur a

Traducción

de Rafael Segovia

1ª ed., 2014

Page 23: 80 años: cumplir cumpliendo - Fondo de Cultura … · Historia de la literatura Griega, del helenista oxonia-no Cecil Maurice Bowra, traducido personalmente por Alfonso Reyes, y

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80 AÑOS: CUMPLIR CUMPLIENDO

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¡JUGUEMOS JUNTOS!

Cuando el relato invierte el orden de las cosas, subvierte las reglas de la vida coti-diana y crea lo inesperado, le otorga al lector la satisfacción de la sorpresa que pro-voca el movimiento, la agilidad intelectual y una especie de desconcierto.

EN EL CAMINOLas excursiones, y en particular las excursiones en círculo, siguen ofreciendo la ma-ravillosa sencillez de un relato que, al repetirse, estructura el tiempo de la narración. La historia se basa en el principio de la sucesión de los acontecimientos en forma de una lista y no de la simple acumulación de adivinanzas, y, sobre todo, presenta la cir-cularidad de un relato cuyo fi nal es una llamada al inicio. Si la palabra excursión evo-ca ya en sí misma un olor a viaje, hay álbumes ilustrados que acentúan su sentido y su encanto. Transforman entonces a los pequeños lectores en compañeros de cami-no que comparten con los personajes todos los placeres de la aventura.

El niño resiente entonces la alegría de penetrar en la sustancia de las cosas, de vencer a la tierra y de participar en la vida de la naturaleza. Un niño halla la fuer-za de criarse, de crecer, de alejarse, a partir de la seguridad afectiva, sobre la base de una sólida confi anza en sí mismo. Las historias que escenifi can esos procesos les ofrecen a los jóvenes lectores espacios de protección que hacen las veces de experiencias. Son también factor de sensaciones, una experiencia concreta que con frecuencia se manifi esta en una relajación del cuerpo y de los músculos, o, por el contrario, en agitación, en movimientos.

EL JUEGO DE LA VERDADHablar de un animal peligroso nombrándolo, pero planteándolo como ausente, es algo propio del cine, de la comedia, de los juegos de los que se sirve la psique humana para enfrentar cosas que no serían manejables de otra manera. Repre-sentarse mentalmente un objeto como ausente, y evocarlo, equivale a afi rmar su presencia, o al menos a no negarla. Poner en movimiento la presencia y la ausen-cia puede ser el objeto de libros animados que invitan al niño a manipular las pestañas, abrir los teatros, alzar los compartimentos para descubrir ahí los se-cretos de la vida y dejarse sorprender.

El álbum pone así en escena la primera característica del juego, la que defi ne su naturaleza ontológica, el “esto es de mentiras”, el segundo grado del que habla Jérôme Bruner, es decir, que para los niños el juego sirve como medio de explora-

ción y también de invención. Muy pronto, éste “se engancha en el juego” atraído por la imitación del mundo en movimiento que se le ofrece, fascinado por el titi-lar de los colores, la extrañeza de las estructuras y de la composición gráfi ca.

EN LA BOCA DEL LOBOEl deseo de compartir una experiencia constituye un aspecto esencial y natural de la primera infancia. La voz familiar, que sigue cautivando al niño, acompaña el cambio de postura (de “frente a frente” a “lado a lado”), y el lector grande y el pe-queño, juntos, dan libre curso a sus emociones: el miedo frente al rostro y al hoci-co del lobo, la sorpresa fi nal jubilosa en el momento del desenlace: lo que el lobo bien educado come, sentado con buenos modales a la mesa y con una servilleta alrededor del cuello, es una zanahoria.

En ese tránsito de la pasividad a la actividad, el niño juega con el dominio del alejamiento y del acercamiento, poniendo en juego con ello la función simbólica del juego, como el fort-da que describe Freud. Ese juego al que juega el nieto del psicoanalista, en el que un carrete se lanza — fort — y luego se recupera — da — gra-cias a un hilo al que se encuentra amarrado, permite una representación del obje-to en ausencia de éste, y el dominio lúdico del mismo.

TODO O NADAEl pensamiento infantil gusta de los extremos: quien no es “gentil” es malvado, se ama o se detesta, esto es bueno o malo. Ese pensamiento sistemático, prueba de una necesidad de seguridad y de certeza en lo relativo a los valores de este mundo, incita pues a darle al niño elementos para explorar la diversidad del universo, la variedad de las opiniones y de los comportamientos, a partir de una confrontación de puntos de vista opuestos. El juego, característica primera de la niñez, es la ma-nifestación visible y viva de la imaginación y del aprendizaje en acción. Es tam-bién, según Winnicott, un “área de compromiso” que permite mantener la reali-dad interior y la realidad exterior separadas una de la otra, y al mismo tiempo vin-culadas entre ellas, un espacio potencial en el que se despliega la creatividad. �W

Joëlle Turin es crítica literaria. Es autora de Ces livres qui font grandir les enfants, cuya adaptación al ámbito de la lengua española llevará por título Los grandes libros para los más pequeños.

Cómo los libros hacen crecer a los chicos y a los grandes

S O C O R R O V E N E G A S

A ntes de ser promotora de lectura, Beatriz Soto acudía periódicamente, junto con su bebé, a sesiones de lectura en la bebeteca de una bibliote-ca infantil de Querétaro. Compartía cantos y lecturas que, de tan bre-ves, en realidad no querían contar una historia; también conversaba

con otros papás y mamás sobre la experiencia de iniciar desde tan temprana edad la comunicación con los pequeños a través de los libros. Había, en esa atmósfera despreocupada, mucho de intuición, de acercamiento lúdico, de gestos y palabras cariñosas. Un día, padres y mediadores decidieron comentar con mayor formali-dad qué benefi cios encontraban en esos ejercicios. Muchos ponderaron la adqui-sición temprana del lenguaje, mayores habilidades psicomotoras, pero alguien también dijo: “desde que vengo aquí ya no le pego a mi hijo”.

La sorpresa fue grande. Ese espacio parecía exclusivamente destinado a sem-brar la semilla de futuros lectores, pero por lo visto ocurrían más cosas, diferen-tes de las que esperaban tanto usuarios como mediadores. ¿Qué ocurre entre li-bros, padres o cuidadores, mediadores, cuando se abren estos espacios?

Otra experiencia reciente nos muestra que los primeros libros compartidos en-tre padres y niños pequeños no sólo fortalecen sus vínculos afectivos, además pue-den ser parte de una transformación social. Hace unos meses el Fondo de Cultura Económica instaló una bebeteca en Apatzingán de la Constitución, Michoacán, una zona muy golpeada por la violencia. Siempre es un reto trabajar en comunida-des con escaso acceso a la cultura escrita y limitados servicios culturales; toma al-gún tiempo que la comunidad se acerque y, generalmente, son los niños los que ter-minan llevando a sus padres. En el caso de la bebeteca se convoca a los padres di-rectamente para que asistan con sus pequeños de 0 a 5 años. Al principio asistieron unas cuantas mamás que habían participado en una experiencia piloto, pero muy pronto se corrió la voz, las sesiones comenzaron a llenarse y de boca en boca siguió esparciéndose la novedad de este espacio. Algunas de esas mujeres dijeron que que-rían que sus hijos aprendieran a mantenerse lejos de la violencia desde ahora.

De Apatzingán daremos un salto hasta París, donde la especialista en literatura infantil Joëlle Turin escribió el libro Ces livres qui font grandir les enfants, en el que analiza la relación de los álbumes infantiles con las grandes preguntas de los ni-ños, sus miedos, sus formas de conocer a los otros, sus juegos. En la confección de esta obra, la escritora estudió principalmente títulos publicados en Europa. Su propuesta es sencilla: hay que saber que los libros ayudan a los más pequeños a comprender el mundo y también a comprenderse a sí mismos. No sólo se trata de leer el cuento feliz, dice la autora, pues los niños también se enfrentan a la muerte, sienten ansiedad, tienen dudas. No hay por qué evitar una lectura difícil siempre que el tema esté bien tratado. Los pequeños pueden aprender a dejar sus miedos en el papel, es decir, a cerrar las emociones que los avasallan cuando cierran el libro.

A decir de Turin, con un libro entre las manos, tarareando un arrullo, la madre (o el mediador que acompaña al pequeño) es capaz de transformar “el hambre en satisfacción, la soledad en compañía, el miedo de morir y la angustia en vitalidad y confi anza, la avidez y la maldad en sentimientos de amor y generosidad”. Esto es lo que descubrió aquella persona que, en la bebeteca de Querétaro, dejó de gol-pear a su hijo y es lo que anhelan las mujeres y toda la sociedad en Apatzingán.

El estudio pionero de Joëlle Turin al que me he referido iba a ser traducido por el fce y publicado en su colección Espacios para la Lectura. Sin embargo, tras re-considerar el proyecto, pensamos que sería mucho más interesante invitar a un grupo de especialistas de Iberoamérica para que eligieran precisamente qué li-bros, en sus respectivos países, responden las grandes preguntas e inquietudes de los más pequeños, refl ejan los miedos más profundos, y desafían, en fi n, la sensi-bilidad e inteligencia de los niños. Otra condición fue que escogieran, de prefe-rencia, libros en circulación.

Así, convocamos a ocho especialistas de Argentina, Brasil, Chile, Colombia, los Estados Unidos, España, México y Venezuela para que hicieran una selección de los mejores libros para los niños que empiezan a acercarse a la lectura. Dicha se-lección se envió a Joëlle Turin, quien escribió con estos materiales Los grandes libros para los más pequeños, que será publicado por el Fondo de Cultura Econó-mica en noviembre de este año. Otro fruto de este proyecto es el coloquio “Los li-bros que hacen crecer a los niños”, organizado por el fce en el marco de los feste-jos por su ochenta aniversario, donde se ha convocado a la autora del libro, al lin-güista Evelio Cabrejo, a los autores Paloma Valdivia y Manuel Monroy, y a los especialistas que participaron en el proyecto, entre otros expertos en literatura infantil y juvenil.

Lo novedoso de este libro es que tendremos un mapa amplio y razonado de los acervos con los que están creciendo los niños en el mundo hispanohablante; no sólo una lista de títulos recomendados, sino el análisis de por qué son importan-tes, qué temas podemos abarcar con cada título, qué leerle al pequeño que siente celos o al que teme a la oscuridad; todo esto orientará sin duda a padres de fami-lia, maestros, bibliotecarios, editores, libreros... Otra novedad es que el volumen incluye el análisis de los títulos que leen los pequeños de la comunidad chicana.

El fce comenzó a apostar por la literatura infantil y juvenil hace 25 años, cuando el mercado editorial no se dirigía a este público. Puede decirse que el Fon-do abrió la brecha para que hoy exista esta enorme riqueza en la oferta editorial para niños y jóvenes en Latinoamérica. A lo largo del tiempo, las colecciones de libros para niños y jóvenes del fce se han convertido en un patrimonio cultural de los lectores iberoamericanos: los autores más reconocidos y los mejores ilus-tradores del mundo han difundido sus obras gracias a este esfuerzo de la editorial del Estado mexicano.

Con este proyecto el fce reconoce y promueve el trabajo de otras editoriales latinoamericanas que han contribuido a enriquecer el universo de la literatura infantil y juvenil. En el proceso de crear este libro se tejió una red de colaboración que aprovechó las experiencias individuales de los expertos, pero también el le-gado de las instituciones para las que trabajan, como el Banco del Libro de Vene-zuela, la Universidad de Castilla-La Mancha en España, o Fundalectura de Co-lombia. Quiero terminar escribiendo aquí los nombres de los colaboradores de Los grandes libros para los más pequeños y agradeciendo a todos el gran cariño con que respondieron a la invitación del Fondo: Beatriz Medina, de Venezuela; Graciela Bialet, de Argentina; Claudia Rodríguez, de Colombia; Alba Nora Martí-nez, de los Estados Unidos; Dolores Prades, de Brasil; Sandra Sánchez, de España, y María José González, de Chile. Un agradecimiento muy especial a Rebeca Cer-da y a Marisol Ruiz Monter, quienes tuvieron a su cargo la coordinación editorial del proyecto.

Por razones de espacio, en este número de La Gaceta presentamos sólo una se-lección de fragmentos del primer capítulo; éste, sin embargo, puede leerse com-pleto en www.fondodeculturaeconomica.com�W

Socorro Venegas es subgerente del área de Obras para Niños y Jóvenes del FCE.

Page 24: 80 años: cumplir cumpliendo - Fondo de Cultura … · Historia de la literatura Griega, del helenista oxonia-no Cecil Maurice Bowra, traducido personalmente por Alfonso Reyes, y