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       Z   A   Z   P   I   K   A    G

       A   R   A   r   e   n    a

        l    d    i   z    k   a   r    i   a

       8   9   7   Z   K .

        2    0    1    6    k   o

       a   p    i   r    i    l   a

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    TIERRA Y PIE

    SOBRE LA MEM

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    EMOCIONESA PIE DE FOSALas fosas del franquismo noenterraron únicamente a muertos.

    Acumularon piedras y tierra sobreellos y los mutaron endesaparecidos, en existenciassuspendidas en un limbo extraño yfrío. Al abrirse un enterramiento nosolo se rescata a quien hapermanecido bajo paletadas depiedra y barro durante años; serecupera también la historia dedescendientes que puedenreconstruir el pasado familiar apartir de aquello que sucedió no sesabe dónde, no se sabe cómo. Es laevidencia lo que permite abrir uncaudal de emociones que se liberana pie de fosa. Hablamos con elantropólogo forense PacoEtxeberria del ambiente que se creacuando la memoria de la tierra se

    abre de par en par.Mertxe Aizpurua

    Conny BeyreutherFotografía:

    Texto:

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    Seguir los pasos de una exhumación en unafosa del franquismo es una experiencia in-tensa. Desde arriba, donde se colocan quienesvan a observarla, se obtiene una perspectiva

    especial. En la zona acotada manos expertas retiranla tierra. Lo hacen lentamente. La escena tiene un aire

    de intervención quirúrgica, aunque la atmósfera ca-rente de urgencia provoca la impresión de que eltiempo se ha detenido. Hasta que algo queda al des-cubierto. A ojos inexpertos, pudiera ser parte de unaraíz, quizá una piedra. El forense Paco Etxeberria, quedirige la exhumación, lo ha visto en menos de unadécima de segundo: «Es el coxis». Señala la direccióna la joven voluntaria de la Sociedad de Ciencias Aran-zadi: «Sigue por aquí. Aparecerán las dos piernas».Será el primer esqueleto rescatado en la fosa de Olabe,un lugar en el que presos huidos del Fuerte San Cris-tóbal (Iruñea) fueron apresados y muertos en 1938.Aparecerán más y, al día siguiente, serán un total decatorce. Los miembros de Aranzadi, armados de ins-trumental simple –pequeñas brochas, pinceles, hor-quillas y espátulas– remueven con suavidad la tierraen una actividad que requiere posturas físicas com-plicadas. Algunos llevan casi dos horas en la mismaposición, boca abajo o en cuclillas. La tierra se va reti-rando en cubos con cintas de colores diferentes. Lascintas identifican al voluntario que la ha retirado y,consiguientemente, al individuo al que corresponde.

    Todo lo que ocurre en torno a una fosa cobra aire

    de ceremonial. Con el mismo cuidado conamortaja a un muerto, allí, a pie de fosa, los de Aranzadi limpian con delicadeza extrema ctebra, cada fémur y cada cráneo horadado. Tanción que, terminadas las labores, los esqueletoa la superficie revestidos de apariencia hum

    gados a este punto, nadie que haya accedidopuede ver solo huesos en la fosa.

    Previamente, quienes se dedican a la paciende cribar la tierra en cedazos, clasifican en boqueñas partes óseas y algún objeto que va sala luz: botones, monedas y retazos de tela sonhabituales. Cada descubrimiento emociona. Ccosa que se encuentra, por nimia que sea, etante si nada es todo lo que había hasta que hencontrados.

    Paco Etxeberria ha vivido esta situación inde veces y, en muchas de ellas, con familiaresservan expectantes. Dice que las vivencias encenarios son infinitas. Destaca, no obstante, ucomún que acompaña a la general conmocmás fuerte que yo he oído decir a un familiarse enfrenta a la fosa es ¡qué injusticia!». Ni acira, ni insultos, ni palabras de venganza. «Lo qes, simplemente, qué injusticia. Y qué injustmarca Etxeberria– significa que su vida, la defamilia, la de la abuela que quedó viuda y tumendigar para sacar adelante a seis hijos, y auna vez terminada la guerra, le robaron la m

    En la página

    anterior, hebillas de

    cinturón halladas en

    el monte Urkulu de

    Larrabetzu, donde se

    estableció el frente

    nacionalista en laGuerra del 36.

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    huerta… toda esa vida, la vida de todos ellos, habría

    sido distinta». «Esta carga humana que se vive en las

    exhumaciones arrastra a otro estadio a todos los que

    hasta esos momentos miraban a la fosa. Esto es lo que

    en realidad impresiona de verdad –indica–. No es el

    cráneo que yo enseño, con su orificio de entrada, sino

    todo esto que ocurre alrededor y de lo que todavía nose ha escrito de manera suficiente».

    Recuerdos y oportunidades. Etxeberria está con-

    vencido de que todavía no se entiende bien de qué

    trata la memoria histórica, «excepto algunos, que sí

    lo entienden y por eso les preocupa tanto su reivindi-

    cación». «La memoria histórica no trata de hablar de

    la historia, sino del recuerdo, el sentimiento o la exi-

    gencia que tienes hoy. La memoria histórica alude a

    cosas del pasado, pero es una cuestión que reivindica

    cosas en el presente; y lo que reivindica es una injus-

    ticia desatendida intencionadamente durante tantos

    años». Tanto durante la dictadura franquista como

    después.

    El experto forense subraya las «oportunidades» que

    crea el momento de la exhumación, como el home-

    naje improvisado que se tributa una vez han salido

    ya los restos. A veces llegan personas cuya presencia

    no estaba prevista: «Algunas familias se sorprenden

    cuando ven gente que nunca hubieran creído ver allí,

    porque, como dicen, eran de los otros…». Se refiere

    también a otro efecto que, para Etxeberria, tiene im-

    portancia capital: «Cuando días después, alguien se

    acerca a esa mujer, a ese hijo y le dicen algo que nunca

    antes le habían dicho: ‘María, todos sabíamos en el

    pueblo lo que había pasado con tu padre; yo nunca te

    lo había dicho, pero creo que realmente fue muy in-

    justo’. Esto, para la familia, adquiere una importancia

    incluso superior al certificado o registro oficial quepuedan darte».

    Oportunidades propiciadas, como la de expresar

    públicamente lo que se ha mantenido en silencio du-

    rante años. «Recuerdo una exhumación que fue ab-

    solutamente impresionante. Estaba grabando una te-

    levisión austríaca, y en medio del silencio, llegó de

    pronto una señora muy anciana. Pasó despacio, ca-

    minando, apoyada en su bastón. Un vecino del pueblo

    la reconoció : ‘Doña María, diga usted lo que sabe. Dí-

    galo ahora’. Miró a unos y a otros, no conocía a muchos

    y, de golpe, se paró ante la fosa y lo soltó: ‘Fueron An-

    drés y el Rubio, ellos les cogieron y se los llevaron’. En

    setenta años no había tenido oportunidad de contarlo

    en público. Allí lo soltó todo. Para los familiares de

    los asesinados que estaban allí, que desconocían cómo

    había pasado, es importante saber la historia. Impor-

    tante y necesario».

    Por eso la labor que realizan ni empieza ni termina

    en la exhumación. El protocolo de Aranzadi contempla

    un apartado que, para Paco Etxeberria, tiene singular

    relevancia. Es la recogida de testimonios que acom-

    paña a cada informe. Han recogido más de quinientos,

    Sobre estas lí

    tenedor y cu

    localizados e

    Fuerte de San

    Cristóbal, he

    con el escudo

    de un gudarien la exhum

    Larrabetzu, u

    tintero resca

    Peña Lemoa

    lapicero enco

    en Elgeta.

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    Paco Etxeberria,

    arqueólogo forense y

    presidente de laSociedad de Ciencias

    Aranzadi, guarda

    una piedra de cada

    fosa que han abierto.

    La de la fotografía de

    nuestra portada es

    una de ellas.

    Etxeberria recibirá el

    premio Gernika por

    la Paz y la

    Reconciliación el 26

    de este mes.

    en un terreno en el que, en ocasiones, se hace difícil

    hablar. Para muchos es la primera vez y, cuando se ha

    callado tantos años, cuesta encontrar las palabras. «Esmás fácil preguntar a una persona ajena sobre estos

    hechos que a alguien de tu propia familia. Esa es la

    razón por la que cada uno de nosotros no hemos sa-

    bido preguntar suficientemente en la nuestra. Noso-

    tros entramos como personas ajenas y, además, como

    expertos o investigadores y eso facilita las cosas. Hay

    de todo, gente que no tiene mucho más que decir y

    gente que te lo dice todo».

    La penosa carga de años de presión brota a menudo

    en muchas exhumaciones. Se percibe más fuera de

    Euskal Herria. Etxeberria todavía se muestra impre-

    sionado al recordar la de Uclés, en Toledo. «Ante la

    fosa, la hija contó su relato. De niña pensaba que su

    padre era un asesino, un violador, un rojo, que si lohabían matado estaba justificado porque él era lo peor.

    De alguna forma le hicieron ver que lo mejor que le

    podía haber pasado era que lo mataran, pero con die-

    cisiete o dieciocho años se dio cuenta de que a su ma-

    dre, que era una buena persona y no hacía daño a na-

    die, la seguían insultando y haciendo sufrir cuando

    salía de casa. Cambiaba de acera si aparecían los fa-

    langistas del pueblo, que no perdían ocasión para pe-

    garle en la calle. A medida que se hizo mayor, adquirió

    conciencia de aquella gran injusticia. La forma en que

    lo explicaba era demoledora».

    Aprovecha el momento para poner el acento en las

    vivencias personales: «Hay historiadores que sostie-

    nen que de la Guerra Civil está todo dicho. Sí, quizáde las heroicidades de quienes ganaron la guerra y de

    las heroicidades de quienes la perdieron. Eso es lo que

    está dicho. Lo más fácil es investigar cuánto pesaban

    las bombas que echaron en Gernika. Ahora bien, quizá

    resulta que todavía no sabemos nada de los niños que

    quedaron mutilados por las bombas de Gernika, cómo

    vivieron ellos y sus familias sus vidas».

    Llorar de alegría. Hay emoción y llanto entre los fa-miliares cuando aparecen los restos óseos y también

    en otro momento clave, el de la entrega en cajas con

    su nombre. Es, sin embargo, un llanto de alegría. «Aun-

    que sea simplificarlo mucho –matiza–, en las fosas se

    produce algo que las mujeres que han sido madres

    pueden comprender perfectamente. Y es que cuando

    dan a luz un niño, lloran de alegría. Es algo tremenda-

    mente contradictorio, que sucede muchas veces ante

    la fosa. Ese contraste brutal que se produce cuando tú

    sabías que eso era así, que tu abuelo, tío o padre estaba

    allí, pero lo estás viendo ahora, y además, estás rode-

    ado de una serie de personas que te están compren-

    diendo. Es impresionante».

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    Objetos que hablan. Los huesos testimonian

    dido, pueden contar al forense la edad o las d

    sufridas, pero el rescate de objetos personales

    toda una impresión en los familiares. «Es b

    usual que queden botones de nácar o trozos

    pero cuando aparecen, por ejemplo, las tabas

    gar que llevaba en el bolsillo, la emoción es intible». Desde monedas que caminaron ocult

    suela de la alpargata, minúsculas llaves o un

    con cuchara y tenedor unidos, todos los objeto

    de la persona que los portaba y ayudan a reco

    aunque solo sea en un detalle mínimo, la vid

    guna vez vivieron. «Hay familias que no tien

    testamento o herencia de esto que una foto

    tras la exhumación –explica–. Por eso, los docu

    oficiales que hablan de esa persona adquiere

    mismos, un valor extraordinario, y que apare

    jetos tiene un valor inmenso».

    De entre los objetos, son los lápices los que p

    una impresión más profunda en Paco Etxeberr

    todo si pertenecían a alguien que estuvo enca

    En su despacho de la Sociedad de Ciencias, abr

    sus ficheros y extrae de él un lapicero. Observ

    sido afilado a navaja, y que perdura tal y com

    instantes antes de que mataran a su propietar

    es el lápiz con el que se escribe desde el frente

    la cárcel a la madre o a la novia» indica. Seguid

    tilla: «Porque las cartas que se escriben desde

    se dirigen casi siempre a mujeres; son las que

    Tras la recuperación de los restos, se realizan las

    pruebas de ADN para proceder a la identificación, pero

    el forense donostiarra es taxativo en este aspecto:

    «Viendo todo lo que sucede en torno a una fosa, lo del

    ADN es lo menor. Es todo lo demás lo que tiene im-

    portancia colectiva y, cuando digo todo lo demás, me

    refiero a que hay una gran injusticia que no se ha aten-dido».

    Con todo, el paso del tiempo y la accesibilidad a las

    pruebas de ADN ha hecho que las expectativas de los

    familiares se acrecienten. «Al principio, cuando em-

    pezamos con las exhumaciones en el 2000, el informe

    en el que constara el nombre y apellidos del padre era

    suficiente para satisfacer a las familias. Eso ya era mu-

    cho; sobre todo porque hay muchos casos en los que

    nunca antes su nombre había aparecido registrado en

    ningún papel, en ningún lugar. En la medida en que

    ha empezado a haber financiación, es lógico que quie-

    ran recoger los restos. Ha habido casos en los que los

    familiares, una vez abierta la fosa, decían que no les

    importaba quién de los diez que estaban allí era su pa-

    dre, que todos ellos eran su padre. Las pruebas de ADN

    no eran algo accesible entonces. Ahora sí importa;

    quieren saber quién es y desean una entrega indivi-

    dualizada de los restos. Aunque luego se vayan a ente-

    rrar todos juntos, como ocurrió en Urbasa, que fueron

    devueltos a la sima porque las familias consideraron

    que, si corrieron el mismo destino, lo mejor era que

    siguieran juntos».

    Botones como los de

    la imagen, hallados

    en Mendata, trozos

    de ropa o aparatos

    de ortodoncia son

    los elementos más

    habituales que seextraen en las

    exhumaciones.

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    Funda de bal

    monedas de

    pesetas acuñ

    por el Gobier

    Euzkadi. Form

    parte de la ú

    paga que recgudari en el

    de Larrabetz

    la familia y la identidad del grupo». Años después de

    encontrarlo, llevó ese lapicero al acto de inauguración

    de un curso académico en la UPV. «Acabé la conferencia

    poniéndolo en manos del rector, que quedó impactado.

    Le dije que instituciones como la Universidad también

    tenían la responsabilidad de atender este tipo de cosas».

    Muestra un tintero con tinta en su interior recupe-rado en Peña Lemoa, monedas de dos pesetas del Go-

    bierno de Euzkadi –parte de la paga recibida en el frente

    de Larrabetzu–, o la hebilla del cinturón de un gudari,

    con el escudo vasco, hallado en las primeras exhuma-

    ciones realizadas en Gipuzkoa. De este último se hicie-

    ron reproducciones para homenajear a los últimos gu-

    daris de la Guerra del 36.

    Pone de manifiesto que, de alguna forma, todo lo

    que se hace en torno a la fosa persigue conocer más a

    los vivos a través de los muertos. «Es lo que más fuerza

    tiene del trabajo que hacemos. Después, en el labora-

    torio hablamos de metacarpianos y metatarsianos, de

    ADN mitocondrial y todo eso… pero no, ahí no está la

    clave. La clave está en otro montón de cosas, que giran

    alrededor. La clave está en que un cantante de rock

    como El Drogas componga un disco sobre este parti-

    cular, en que se hayan escrito novelas, filmado docu-

    mentales, se organicen cursos de verano, se elaboren

    tesinas... Eso es lo que importa. El interés social».

    La cara amarga también existe. Se presenta con toda

    su acritud cuando una prospección no da los resulta-

    dos esperados y hay que abandonar la búsqueda. «Eso

    es terrible. Lo paso muy mal y, la verdad, a veces da

    miedo pensar que quizá estamos creando falsas ex-

    pectativas». Por eso insiste en que, por mucho es-

    fuerzo técnico y humano que se haga, «ni vamos a

    encontrar todas las fosas, ni vamos a poder identificar

    todos los restos». «Hay localizaciones en las que he-

    mos fracasado –explica–, no hemos encontrado la fosaque teóricamente estaba allí. Nunca han sido noticia.

    Los familiares lo llevan mal; reaccionan con un dis-

    gusto terrible y a nosotros nos queda siempre la duda

    de que quizá pueda haber otra opción. Ahora mismo

    nos está pasando en una prospección en Nafarroa. He-

    mos ido cinco veces; mañana vuelve a ir el equipo.

    Todos dicen que está ahí… Y no sale».

    De cada fosa abierta, Paco Etxeberria se lleva consigo

    una piedra; una piedra como la retratada en la portada

    de este mismo 7k. Un ritual que algunos familiares han

    emulado al observar al forense. «La piedra que me llevo

    es una de las miles que se utilizaron para ocultar el cri-

    men. Porque no solo los mataron; trataron de ocultarlos

    y, cuando lo hicieron, pensaron que jamás serían en-

    contrados. Los muertos no fueron entregados a las fa-

    milias como sucede en una guerra regular. Aquí se es-

    condieron los crímenes. Por eso me quedo con una

    piedra de cada sitio, porque es una satisfacción personal

    haberlos encontrado». Las conserva todas e, intencio-

    nadamente, no las identifica. Cada piedra representa

    una tumba, unos crímenes que se ocultaron y la deter-

    minación que consiguió sacarlos a la luz.