7102359 Thomas Bernhard El Aliento 1978

download 7102359 Thomas Bernhard El Aliento 1978

of 52

Transcript of 7102359 Thomas Bernhard El Aliento 1978

  • 8/4/2019 7102359 Thomas Bernhard El Aliento 1978

    1/52

  • 8/4/2019 7102359 Thomas Bernhard El Aliento 1978

    2/52

    2

  • 8/4/2019 7102359 Thomas Bernhard El Aliento 1978

    3/52

    El aliento

    3

  • 8/4/2019 7102359 Thomas Bernhard El Aliento 1978

    4/52

    4

  • 8/4/2019 7102359 Thomas Bernhard El Aliento 1978

    5/52

    Thomas Bernhard

    El alientoUna decisin

    Traduccin de Miguel Senz

    EDITORIAL ANAGRAMA

    BARCELONA

    5

  • 8/4/2019 7102359 Thomas Bernhard El Aliento 1978

    6/52

    Ttulo de la edicin original:Der Atem (Eine Entscheidung) Residenz Verlag

    Salzburg, 1978

    Portada:Julio VivasIlustracin de ngel Jov

    Primera edicin: mayo 1985

    Segunda edicin: marzo 1986

    EDITORIAL ANAGRAMA S. A., 1985Calle de la Cruz, 4408034 Barcelona

    ISBN 84-339-3063-XDepsito legal: B. 8610 1986

    Printed in SpainDiagrfic S. A., Constituci, 19, 08014 Barcelona

    6

  • 8/4/2019 7102359 Thomas Bernhard El Aliento 1978

    7/52

    No habiendo podido los hombres

    remediar la muerte, la miseria y la ignorancia,han imaginado, para ser felices, no pensar enabsoluto en ellas.

    Pascal

    7

  • 8/4/2019 7102359 Thomas Bernhard El Aliento 1978

    8/52

    8

  • 8/4/2019 7102359 Thomas Bernhard El Aliento 1978

    9/52

    Era slo lgico, eso lo comprendi pronto el joven de dieciocho aos no cumplidos, despus delos acontecimientos y sucesos que ahora anoto con deseo de ser verdico y claro, que yo mismoenfermara, despus de enfermar sbitamente mi abuelo y haber tenido que ir al hospital, situado slo a

    unos cientos de pasos de nuestra casa, como recuerdo ahora y veo todava con claridad, con su abrigode invierno gris oscuro, que le haba regalado un oficial canadiense de las fuerzas de ocupacin, dandograndes zancadas con mucho espritu y marcando el movimiento del cuerpo con su bastn, como siquisiera dar un paseo tal como acostumbraba, pasando por delante de su ventana, detrs de la cual loobservaba yo, desde luego en un estado de nimo afectivo e intelectual triste y melanclico, despus dehaberme despedido, sin saber adnde lo llevaba ese paseo a l, la nica persona a la que realmentequera. No hay otra imagen comparable para m: aquel a quien haba citado en el hospital del Landunfamoso internista de Salzburgo, a causa de una singularidadno calificada con ms precisin, para unexamen clnico, y posiblemente para una pequea intervencin quirrgica, como se haba dichoexpresamente, desaparece un sbado por la tarde tras el muro de la huerta de nuestro vecino, el

    vendedor de legumbres. Debi de resultarme claro que, en aquel instante, se haba producido un girodecisivo en nuestra existencia. Mi propia enfermedad, no totalmente curada a causa de mi continuairritacin con los estados morbosos, se haba declarado de nuevo, y de hecho con violencia francamenteaterradora. Con fiebre y, al mismo tiempo, en un doloroso estado de ansiedad, ya al da siguiente dehaber ido mi abuelo al hospital fui incapaz de levantarme e ir al trabajo. Dejando el vestbulo, dondetena mi cama por falta de espacio y por razones familiares que no procede explicar aqu msdetalladamente y que tampoco me resultan totalmente claras, pude trasladarme, probablemente porqueslo la vista de mi estado haba hecho esa medida indispensable y, sencillamente, lgica, al llamadocuarto del abuelo. Ahora poda, tendido en la cama del abuelo, someter cada detalle del cuarto del

    abuelo a una contemplacin ms exacta, a un examen largo e ininterrumpido, incluso cada uno de losobjetos que a l le eran tan necesarios para la vida, y para m, de la forma ms til, tan familiares. Undolor mayor o un aumento de mi angustia me hacan llamar de cuando en cuando, alternativamente, ami madre o mi abuela, a las que oa trajinar en el pasillo, y es posible que finalmente les atacara losnervios a las dos, ocupadas en todas las faenas domsticas imaginables y sumidas ya en la incertidumbrey la angustia slo por el hecho de la hospitalizacin de mi abuelo, su marido y padre, el que las llamara ami lado, a la habitacin del abuelo y a mi cabecera, posiblemente con ms frecuencia de la realmentenecesaria, porque de pronto me haban dicho que dejara de dar gritos constantes de madre y abuela y,en su incertidumbre y angustia exacerbadas, me calificaron de simuladorque, segn ellas, las atormentaba

    de una forma totalmente deliberada y perversa, lo que a m, que en ocasiones anteriores, sin duda, leshaba dado motivo para que me calificaran as, en aquel estado realmente grave y, como pronto se vera,de peligro de muerte, no pudo menos de herirme en lo ms profundo y, por mucho que se lo rogu unay otra vez, llamando madre y abuela, no volvieron a aparecer en el cuarto del abuelo. Dos das despus,en el mismo hospital en el que mi abuelo llevaba ya varios das, me despert del desvanecimiento en queme haban encontrado mi madre y mi abuela en el cuarto del abuelo. El mdico llamado por lasasustadas mujeres me haba hecho trasladar al hospital hacia la una de la madrugada, como supedespus por mi madre, no sin hacerles reproches a mi madre y mi abuela. El enfriamiento que habaatrapado yo descargando varios quintales de patatas en medio de una tempestad de nieve, sobre el

    camin situado ante la tienda de comestibles de Podlaha, y del que, durante muchos meses, haba hechosimplemente caso omiso, no era ahora otra cosa que una grave y, as llamada, pleuresa hmeda, que apartir de entonces y durante muchas semanas me produjo una y otra vez, cada pocas horas, dos o tres

    9

  • 8/4/2019 7102359 Thomas Bernhard El Aliento 1978

    10/52

    litros de un lquido gris amarillento, con lo que, como es natural, mi corazn y mis pulmones resultaronafectados y, en el plazo ms breve, mi cuerpo entero se debilit de la forma ms peligrosa. Ya pocodespus de mi ingreso en el hospital me hicieron una puncin, y me sacaron de la caja torcica, pordecirlo as como primera medida para salvarme la vida, tres litros de ese lquido gris amarillento. Pero

    de esas punciones hablar ms adelante. Me despert y, por consiguiente, recobr el conocimiento, enuna de aquellas salas de hospital gigantescas, en parte abovedadas, en la que haba entre veinte y treintacamas, unas camas de hierro en otro tiempo pintadas de blanco pero desde haca tiempo totalmenteoxidadas y desconchadas en todos sus ngulos y aristas por el paso de los aos y los decenios, quehaban sido colocadas en la sala tan cerca unas de otras que slo utilizando la habilidad y la fuerza eraposible abrirse paso entre ellas. En la sala en que me despert haba veintisis camas, doce y doceestaban arrimadas de tal forma a las paredes opuestas, que entre ellas, en el pasillo as formado, quedabasitio para dos camas ms. Esas dos camas tenan barrotes hasta una altura de metro y medio. Despusde despertarme en la sala del hospital, sin embargo, slo haba podido darme cuenta de dos cosas:estaba en una cama situada junto a la ventana, y bajo una bveda encalada. En esa bveda, o por lomenos en la parte de la bveda que se encontraba sobre m, fij los ojos durante las primeras horas quesiguieron a mi desvanecimiento. Procedentes de toda la sala poda or voces de ancianos, a los que nopoda ver, porque estaba demasiado dbil para mover siquiera la cabeza. Cuando vinieron a buscarmepor primera vez para la puncin, no me di cuenta an, como es natural, de todo el tamao y toda lafealdad de aquella sala de hospital, y lo que haba percibido haban sido sombras de seres humanos yparedes, y de objetos situados en esos seres humanos y paredes, y los ruidos relacionados con esos sereshumanos y paredes y objetos, en fin de cuentas, en mi recorrido a travs de la sala de hospital, en el queme ayudaron muchas religiosas y muchos enfermeros vestidos de blanco como ellas, me habaencontrado en un estado de capacidad de percepcin alterada, reducida al mnimo por las muchas

    inyecciones de penicilina y de alcanfor, pero para m, realmente, en comparacin con mis dolores delprincipio, no slo soportable sino agradable incluso, por todas partes manos, me pareci que unsinnmero de manos, sin que pudiera ver esas manos ni tampoco a las personas que pertenecan a esasmanos, me haban sacado de la cama y levantado hasta una camilla y arrastrado y empujado y envueltoen gruesas mantas y, finalmente, todo me result confuso y de la mayor imprecisin, me sacaron alpasillo a travs de toda la sala, llena, segn me pareci, de cientos de ruidos de sufrimiento, y mellevaron por el largo pasillo, que me hizo perder por completo el equilibrio, con sus habitacionesinfinitamente numerosas, abiertas y cerradas, pobladas por cientos, si no miles de pacientes, hasta unambulatorio, segn me pareci, estrecho, gris y desnudo, en el que se afanaban muchos mdicos y

    hermanas, cuyas conversaciones o incluso palabras sueltas o incluso exclamaciones no podacomprender, pero que sin embargo hablaban entre s ininterrumpidamente y, una y otra vez, decanalgo; lo mismo que todava me acuerdo de que, de pronto, despus de haber dejado mi camilla, al ladomismo de la puerta y junto a otra camilla en la que estaba echado un anciano con la cabeza totalmente

    vendada, se cay mucho instrumental mdico al suelo, del horrible entrechocar de cubos de metal, yluego otra vez de risas, gritos, cerrar de puertas, y de cmo de pronto, detrs de m, dejaron caer el aguade un grifo en una palangana de esmalte y cerraron otra vez el grifo bruscamente; me pareci que,precisamente en ese instante, los mdicos haban pronunciado una serie de palabras en latn para mincomprensibles, algo mdico slo a ellos destinado, y luego pude or de nuevo rdenes, instrucciones,

    ruidos de vasos, tubos, tijeras, pasos. Por mi parte, durante ese tiempo haba alcanzado probablementeel lmite ms bajo de mi capacidad de percepcin y, en consecuencia, no tena ya ningn dolor. No mehaba resultado claro en qu parte del hospital me encontraba en ese momento, y tampoco tena

    10

  • 8/4/2019 7102359 Thomas Bernhard El Aliento 1978

    11/52

    ninguna idea de la situacin de mi sala, yo deba de estar cerca del suelo, porque oa y vea pasar muchaspiernas y, segn todas las apariencias, los mdicos y hermanas no slo se ocupaban de m sino demuchos otros pacientes, por mi parte, sin embargo, tuve durante muchsimo tiempo la impresin deque me haban dejado en el ambulatorio y luego olvidado en seguida, que nadie se ocupaba en absoluto

    de m, haba pensado, porque todo el mundo, en el ambulatorio, se limitaba a pasar por delante, por unaparte tena la sensacin de que pronto me aplastaran y tendra que asfixiarme, por otra mi estado eraligero, ingrvido. Todava no saba lo que significaba la puncin que me haban anunciado, porquecomo consecuencia de mi desvanecimiento no me haba dado cuenta de la primera que me hicieron,pero, me aguardase lo que me aguardase, me haba resignado a todo desde haca tiempo y hubieradejado que me hicieran cualquier cosa, como consecuencia de los medicamentos que me habanadministrado entretanto, no tena ya ninguna fuerza de voluntad, slo paciencia y tampoco ningunaclase de angustia, me pasase lo que me pasase, ni la menor angustia, a partir del instante en que, derepente, dej de tener dolores, no tuve ya ninguna angustia, todo lo que haba en m era tranquilidad eindiferencia. As, sin ninguna clase de resistencia, pudieron levantarme por fin de la camilla y tendermesobre una mesa cubierta por un lienzo blanco. Enfrente de m haba una ventana grande, sin brillo yopaca, y yo haba intentado mientras pude mirar por esa ventana. Quin me sostena, no lo s, pero sinese sostn me hubiera cado al instante hacia adelante, de cabeza. Senta muchas manos que mesujetaban y vea a mi lado un tarro de pepinillos de cinco litros. Lo que iba a venir ahora era necesario y,en unos minutos, habra terminado, o decir a mis espaldas al mdico que, entonces, comenz lapuncin. No puedo decir que la perforacin de la caja torcica fuera dolorosa, pero la vista del tarro depepinillos que tena al lado, en el que estaba metido el otro extremo del tubo de goma rojo unido a laaguja de la puncin que yo tena clavada en la caja torcica, exactamente el mismo tubo de goma queutilizbamos en la tienda para trasegar el vinagre y a travs del cual, poco a poco, y de hecho a

    sacudidas, con ruidos rtmicos de bombeo y aspiracin, pasaba aquel lquido gris amarillento, yamencionado, al tarro de pepinillos, y de hecho hasta que ese tarro de pepinillos que tena al lado estuvolleno hasta ms de la mitad, me haba producido unas sbitas ganas de vomitar e, inmediatamentedespus, un nuevo desvanecimiento. Hasta que estuve en la sala, en mi cama del rincn, no volv en m.No tena ningn sentido del tiempo, y cuando me despert por primera vez en la sala no saba cundohaba llegado al hospital, ni cmo, ni cunto tiempo haba estado sin conocimiento. Haba visto ante m,desde luego, sombras de seres humanos, pero no comprendido lo que hablaban, lo que me decan. Alprincipio, ni siquiera saba cul era la causa de mi estancia en el hospital. Senta, sin embargo, que setrataba de una enfermedad grave. Poco a poco me acord de la aparicin de mi enfermedad y de que

    haba estado en cama muchos das en el cuarto del abuelo. De pronto, mi contemplacin durante dasenteros del cuarto del abuelo haba sido interrumpida. Y luego nada ms, ni el menor, ni el ms mnimorecuerdo. Ahora, sin embargo, me resultaba evidente que mi enfriamiento, descuidado durante medioinvierno, me haba llevado al hospital. Yo haba seguido a mi abuelo al hospital. Intent reconstruir losacontecimientos y sucesos de los ltimos das y fracas. Todo pensamiento era pronto interrumpido,hecho imposible, por el agotamiento y la fatiga. No haba rostros que conociese, personas que meaclarasen nada. Con intervalos cada vez ms cortos me destapaban, me inyectaban medicamentos. Yointentaba orientarme por las sombras y los ruidos, pero todo segua estando confuso. A veces mepareca como si alguien me hubiese dicho algo, pero entonces era ya demasiado tarde, no lo haba

    entendido. Los objetos eran imprecisos y, finalmente, en absoluto reconocibles, las voces se habanalejado. Era de da, era de noche, siempre el mismo estado. El rostro de mi abuelo, quiz el de miabuela, el de mi madre. De vez en cuando me introducan alimento. Ni un solo movimiento ya, nada ya.

    11

  • 8/4/2019 7102359 Thomas Bernhard El Aliento 1978

    12/52

    Colocan mi cama sobre ruedas y la empujan a travs de la sala, fuera, al pasillo, a travs de una puerta,hasta que tropieza con otra. Estoy en el cuarto de bao. S lo que eso significa. Cada media hora entrauna hermana, y me levanta la mano y la deja caer otra vez, probablemente hace lo mismo con otramano en la cama que hay delante de mi cama, la cual lleva ya ms tiempo que la ma en el cuarto de

    bao. Los intervalos con que entra la hermana disminuyen. En algn momento entran unos hombresvestidos de gris con un atad hermticamente cerrado de chapa de cinc, lo destapan y meten dentro aun hombre desnudo. Me resulta evidente que a quien sacan por delante de m en el atad de chapa decinc, otra vez hermticamente cerrado, es al hombre de la cama situada delante de mi cama. Lahermana entra ahora nada ms que para levantarme la mano a m. Para saber si todava se me nota elpulso. De pronto, el trapo hmedo y pesado que estaba colgado todo el tiempo de una cuerda tendida atravs del cuarto de bao y precisamente encima de m se me cae encima. Diez centmetros y el trapome hubiera cado en la cara y yo me habra asfixiado. La hermana entra y coge el trapo y lo tira sobre unsilln, al lado de la baera. Luego me levanta la mano. Durante toda la noche recorre las habitaciones,levantando manos una y otra vez y tomando pulsos. Empieza a deshacer la cama en que acaba de morirun ser humano. A juzgar por su aliento, un hombre. Tira las sbanas al suelo y me levanta la mano,como si esperase ahora mi muerte. Luego se inclina, recoge las sbanas y sale del cuarto con lassbanas. Ahoraquiero vivir. Unas cuantas veces an entra la hermana y me levanta la mano. Luego,hacia el amanecer, vienen los enfermeros, colocan mi cama sobre unas ruedas de goma y la vuelven allevar a la sala. De pronto, pienso, el aliento del hombre que tena delante se detuvo. No quiero morir,pienso. Ahora no. Aquel hombre dej de respirar de pronto. Apenas haba dejado de respirar, loshombres vestidos de gris del servicio de diseccin haban entrado y lo haban metido en el atad dechapa de cinc. La hermana no vea el momento de que dejase de respirar, pens. Tambin yo hubierapodido dejar de respirar. Como s ahora, me llevaron otra vez a la sala hacia las cinco de la maana.

    Pero las hermanas, y posiblemente tampoco los mdicos, no estaban nada seguras, porque si no, lashermanas no me hubieran hecho administrar por el capelln del hospital, hacia las seis de la maana, lallamada extremauncin. Yo apenas me haba dado cuenta de la ceremonia. He podido observarla yestudiarla luego en muchos otros. Quera vivir, ytodo lo dems no significaba nada. Vivir y vivir mi vida,como quisiera y tanto tiempo como quisiera. No fue un juramento, era algo que se haba propuesto el que habasido ya desahuciado en el instante en que, ante l, el otro haba dejado de respirar. Entre dos caminosposibles, me haba decidido esa noche, en el instante decisivo, por el camino de la vida. Es absurdopensar si esa decisin fue errnea o acertada. El hecho de que el trapo pesado y hmedo no hubieracado sobre mi rostro y no me hubiera asfixiado fue la causa de que yo no quisiera dejar de respirar. No

    haba querido dejar de respirar como aquel otro que tena delante, haba querido seguir respirando yseguir viviendo. Tena que obligar a la hermana, que sin duda contaba con mi muerte, a que me sacarandel cuarto de bao y me volvieran a llevar a la sala y, por consiguiente, tena que seguir respirando. Sihubiera cedido un solo instante en esa voluntad ma, no hubiera vivido ni una hora. De m dependaseguir respirando o no. No entraron en el cuarto de bao para buscarme los portadores de cadveres,con sus batas de diseccin, sino los enfermeros de blanco, que me volvieron a llevar a la sala, como yoquera. Yo decid cul de los dos caminos posibles iba a recorrer. El camino de la muerte hubiera sidofcil. El camino de la vida tiene igualmente la ventaja de la libre determinacin. No lo perd todo, segutenindolo todo. En eso pienso cuando quiero seguir. Hacia la noche reconoc por primera vez a un ser

    humano, mi abuelo. Se haba sentado a mi lado en un silln y me haba cogido la mano. Ahora estabayo seguro. Ahora tendran que ir bien las cosas. Unas palabras por su parte, y me qued agotado.Tambin mi abuela y mi madre haban anunciado su visita. El, que estaba alojado slo a unos cientos de

    12

  • 8/4/2019 7102359 Thomas Bernhard El Aliento 1978

    13/52

    pasos, en otro grupo de edificios, en el llamado complejo quirrgico del mismo hospital, me visitaradesde ahora todos los das, eso dijo mi abuelo. Yo tena la suerte de saber que la persona para m msquerida estaba en mi proximidad ms prxima. Un montn de estimulantes cardacos, que me habanadministrado adems de penicilina y alcanfor, haban mejorado mi estado, por lo menos en lo que se

    refera a mi capacidad de percepcin, y lentamente las sombras de seres humanos y paredes y objetos seconvirtieron en seres humanos verdaderos y paredes verdaderas y objetos verdaderos, como si a lamaana siguiente todo se hubiera aclarado poco a poco. Las voces tenan ahora, de repente, la claridadnecesaria para ser odas y de pronto me haban resultado comprensibles. Las manos que me tocabaneran de repente las de las hermanas, que hasta ahora siempre haban aparecido a mis ojos, nicamente,como grandes manchas blancas, y haba visto muy claramente un rostro, otro rostro. Procedentes de lascamas de losotros pacientes, poda or no slo voces y ruidos imprecisos, sino, de repente, palabras realmentecomprensibles en su totalidad, incluso frases enteras, como si entre dos pacientes se hubiera producidouna conversacin sobre m, me pareci, poda percibir sin dificultad alusiones a mi cama ye mi persona.

    Ahora tena la impresin de que muchas hermanas y enfermeros y un mdico se ocupaban en la sala deun muerto, todo lo que oa indicaba que se hablaba de un muerto. Pero no haba podido ver nada delmuerto. Se mencion un nombre, y luego la conversacin entre las hermanas y los enfermeros, en laque, una y otra vez, participaba tambin el mdico, se hizo otra vez confusa, y finalmente no pude yaorla, hasta que, al cabo de algn tiempo, haba podido or y comprender de nuevo claramente palabrasy verificar su significado. Por lo visto, las hermanas y enfermeros y el mdico se haban apartado otra

    vez del muerto, y las hermanas haban comenzado a lavar a los pacientes. En el otro extremo de la saladeba de haber una conduccin de agua, posiblemente incluso un lavabo en la pared, al que lasenfermeras iban a buscar agua. En la sala slo haba una luz dbil, una sola lmpara de globo en el

    techo, que era realmente una bveda, tena que iluminar toda la sala de hospital. Las noches eran largas,y slo hacia las ocho de la maana poda esperarse luz de fuera. Ahora, sin embargo, eran slo las cincoy media o las seis, y desde haca horas haba ya agitacin en la sala y en el pasillo. Yo haba visto yamuchos muertos en mi vida, pero no, todava, morira nadie. Al hombre que, en el cuarto de bao, habadejado sbitamente de respirar delante de m lo haba odo morir, pero no visto morir. Y ahora, en la sala,otra vez haba muerto un ser humano, otra vez haba odo morir a alguien, no visto morir; todo lo deantes de que las hermanas y los enfermeros y el mdico se ocuparan del muerto, pensaba ahora echadoen la cama y todava totalmente incapaz de moverme, haba tenido que ver con el moribundo, todosaquellos ruidos extraos que, como ahora saba, acaban con un ser humano. Pero aquel ser humano

    haba terminado de una forma muy distinta. Mientras que el hombre del cuarto de bao, de repente, sinel menor aviso, haba dejado de respirar y se haba muerto, la muerte del que ahora yaca slo muerto enla sala, yo no haba podido ver dnde exactamente, pero sin embargo, por los ruidos a su alrededor, sdeterminar dnde aproximadamente, se haba producido de un modo totalmente distinto, aquelmoribundo, como yo haba odo claramente, se haba debatido en la cama varias veces con violencia ycomo si, una y otra vez y finalmente con el mayor esfuerzo fsico, quisiera defendersede la muerte. Alprincipio, yo no haba tenido conciencia de esos movimientos rebeldes y ruidosos como de losmovimientos rebeldes y ruidosos de un moribundo. El haba retorcido una vez ms el cuerpo y se habaquedado entonces muerto, a diferencia del hombre del cuarto de bao que, sencillamente, sin el menor

    aviso, haba dejado de respirar. Cada uno es distinto, cada uno vive de forma distinta, cada uno muere deforma distinta. Yo, si hubiera estado en condiciones de ello, si hubiera tenido fuerzas siquiera paralevantar la cabeza, hubiera visto lo mismo que luego he visto muy a menudo, un muerto en la sala, del

    13

  • 8/4/2019 7102359 Thomas Bernhard El Aliento 1978

    14/52

    que se sabe que, de acuerdo con el reglamento, tiene que permanecer en su cama tres horas ms, antesde ser trasladado. Sin que hasta ese momento lo hubiera podido ver por m mismo, me result claro sinembargo que a aquella sala slo llevaban a los pacientes de los que nicamente se esperaba la muerte.Son los menos los que entraron alguna vez en aquella habitacin y volvieron a salir con vida. Era, como

    supe ms tarde, la llamada habitacin de los viejos, a la que se llevaba a los ancianos para morir. La mayoraestaban slo horas o, todo lo ms, das en aquella habitacin de los viejos, que yo, para m, califiqu dehabitacin de morir. Slo cuando haba sitio en el cuarto de bao se sacaba de la habitacin de morir y sellevaba al pasillo y al cuarto de bao a aquellos cuya muerte, segn todas las previsiones, era inminente,pero rara vez haba sitio en el cuarto de bao, en el perodo comprendido entre las tres y las seis de lamaana moran la mayora, y hacia la una y las dos de la noche el cuarto de bao estaba ya ocupado, enl caban tres camas juntas. Dependa tambin del humor y de las ganas de trabajar de las hermanas, ytambin de si haba suficientes enfermeros disponibles, el que se llevara o no a tiempo a un moribundo,de la habitacin de morir al cuarto de bao, esa evacuacin, en cualquier caso siempre molesta, de unmoribundo, desde la que yo llamaba habitacin de morir, el colocar su cama sobre ruedas de goma, elsacar la cama de su sitio junto a la pared y empujarla por el pasillo, que era muy fatigoso, se omita sinembargo en la mayora de los casos. Las hermanas tenan un ojo entrenado para los candidatos a la muerte,

    vean ya, mucho tiempo antes de que el propio interesado lo notase, que ste o aqul acabaran en elplazo ms breve. Llevaban ya aos o incluso decenios trabajando all, donde haban terminado tantoscientos y miles de vidas humanas, y desempeaban su trabajo, como es natural, con la mayor habilidad yla mayor indiferencia. Yo haba ido a parar a la habitacin de morir no slo como consecuencia de estarcompletamente repleto el hospital, a una cama en la que, como luego supe, pocas horas antes habamuerto un hombre, fui instalado all tambin, sin duda, por orden del mdico del turno de noche que,probablemente, no me dio ya ninguna esperanza. Mi estado le debi de parecer ms preocupante que la

    brutalidad de hacerme llevar a m, un muchacho de dieciocho aos, a una habitacin de morir ocupadaslo por ancianos de setenta y ochenta aos. Mi endurecimiento, que haba practicado en m mismodesde la ms temprana infancia, y mi rechazo del dolor, tambin ejercitado siempre, se haban revelado,en lo que se refera a aquella recada en una enfermedad que amenazaba mi vida, no slo comoperjudiciales y, en el fondo, como realmente imprudentes y, en fin de cuentas, no slo peligrosos parami vida, sino como amenazadores para mi vida y, como puede decirse, por un pelo haban acabado casicon mi vida. Porque la realidad es que, durante todo el otoo y la mitad del invierno haba reprimido mienfermedad, probablemente una neumona leve, y en definitiva, para no ser considerado enfermo ytener que quedarme en casa, la haba descuidado, y que esa enfermedad por m reprimida y descuidada,

    como es natural, se haba declarado de nuevo, haba tenido que declararse, precisamente en el momentoque coincidi con la aparicin de la enfermedad de mi abuelo. Recuerdo que durante das, quiz durantesemanas, haba podido disimular ante los mos y ante Podlaha una fiebre bastante alta y, finalmente,incluso alta. No quera que nada me molestase en una vida que tan bien funcionaba. Haba encontradoun ritmo de existencia que bastaba para mis pretensiones y que realmente me iba bien. Me haba creadoun tringulo ideal, cuyos puntos de referencia, aprendizaje del comercio, estudios de msica, y abuelo yfamilia, eran tiles para mi desarrollo de la mejor forma posible. No poda permitirme ningn estorboni tampoco ninguna enfermedad. Sin embargo, no me haba salido bien el clculo y, en retrospectiva, esevidente que ese clculo no puede salir bien nunca. Apenas haba encontrado, despus de dejar el

    instituto y probar suerte en el comercio de Podlaha, una existencia que realmente me satisfaca y que,con audacia y valor a la vez, me haba permitido, contra todas las resistencias, tomar mi vida en mismanos (y, sobre todo, en mi cabeza tambin), me haba visto otra vez arrancado a ese ideal. Es muy

    14

  • 8/4/2019 7102359 Thomas Bernhard El Aliento 1978

    15/52

    posible, pienso, que no me hubiera puesto enfermo si mi abuelo no hubiera tenido que ir al hospital.Pero es una idea absurda, aunque tambin natural, justificada. Es evidente que tambin la poca del aohaba sido la causante, el comienzo del ao es la ms peligrosa de todas las pocas de ao, y la mayorade los seres humanos slo con la mayor dificultad pueden superar el mes de enero, las personas de

    edad, por no hablar de los ancianos, caen tronchadas por el comienzo del ao. Las enfermedades largotiempo contenidas se manifiestan al comienzo del ao, pero, con la mayor probabilidad, siempre haciamediados de enero. La constitucin fsica, que ha podido soportar la inmensa carga de una o de variasenfermedades durante todo el otoo y la mitad del invierno, se derrumba a mediados de enero. En esemomento, nunca ha sido de otra forma, los hospitales estn repletos y los mdicos sobrecargados detrabajo, y los negocios funerarios en su punto ms alto. Sencillamente, yo no haba podido soportar quemi abuelo tuviera que ir al hospital. Y si, durante tantos meses antes, haba hecho todo lo imaginablepara reprimir mi propia enfermedad, ahora, despus de haber ido mi abuelo al hospital, ese sistema derepresin de la enfermedad y de negacin de la enfermedad se haba derrumbado dentro de m. Esederrumbamiento slo haba requerido unas horas. A los mos, al principio, el hecho de que, a la maanasiguiente de haber ido mi abuelo al hospital, yo no pudiera ya levantarme, pudo parecerles un capricho,dirigido contra ellos, de un nieto querido por su abuelo, un capricho que no se poda consentir. El amordel nieto por su abuelo y a la inversa no deba ser tan grande que el nieto siguiera a su abuelo incluso alhospital. Sin embargo, mi verdadero estado los haba convencido pronto de la veracidad de mienfermedad. Pero, debieron de desconfiar luego de esa enfermedad ma, porque en su comportamientohacia m se vio claramente que, en su fuero ms interno, no slo no haban tomado en serio esaenfermedad ma, sino que no la haban aceptado en absoluto. Haban estado en contra de mi enfermedadporque haban estado en contra de mi amor por el abuelo. Para ellos, decididamente, esa enfermedadma que ahora, despus de ir al hospital mi abuelo, se haba manifestado de repente con tanta violencia

    era un triunfo jugado sin escrpulos por m contra ellos, un triunfo que ellos no rice reconocan. Sinembargo, sus pensamientos, y los sentimientos y acciones desarrollados a partir de esos pensamientossuyos a ese respecto quedaron superados muy pronto y, como creo, corregidos de forma decidida einstructiva por los acontecimientos y sucesos que entonces, sbitamente y con gran violencia, cayeronsobre todos nosotros. De forma totalmente natural, aquel nieto difcil, bajo la proteccin de su abuelo,se haba apartado ya muy pronto de ellos, moral e intelectualmente, y, como corresponda a su forma deser y, al fin y al cabo, a su edad, haba adoptado hacia ellos una actitud crtica, que ellos, a la larga, nopudieron soportar ni, en fin de cuentas, sufrir jams. No me haba educado con ellos sino con miabuelo, a l y no a ellos debo todo lo que, en definitiva, me ha hecho capaz de vivir y, en gran medida,

    feliz una y otra vez tambin. Eso no quiere decir que no sintiese ningn afecto hacia ellos, tambin aellos he estado unido, lgicamente, durante toda mi vida y de la forma ms natural, aunque mi afecto ymi amor hacia ellos jams hubieran podido alcanzar un grado tan alto como los que senta hacia miabuelo. El me haba aceptado cuando todos los dems no me haban aceptado, ni siquiera mi propiamadre, y los haba aventajado a todos, en casi todo, con su afecto y su amor. Durante mucho tiempo,una vida sin l haba sido para m inimaginable. La consecuencia lgica era seguirlo, incluso al hospital.En mi cama del rincn, de repente con plena conciencia de mi estado, tena que llegar naturalmente alpensamiento de que no haba tenido otra eleccin que ceder y renunciar en el instante en que mi abuelose fue al hospital y me abandon, as lo sent mientras, observndolo, estaba junto a su ventana. Sobre

    su enfermedad yo no saba nada, en su primera visita a mi cabecera no haba hablado de ella,probablemente l mismo no saba todava nada al respecto, seguramente no le haban hecho an losexmenes prescritos, y tampoco, sin duda, me hubiera hablado de ello en ese instante en que nos

    15

  • 8/4/2019 7102359 Thomas Bernhard El Aliento 1978

    16/52

    volvimos a ver, aunque slo fuera para no herirme, para no hacerme descender an ms en mi estadode evidente debilidad; la incertidumbre con respecto a su enfermedad, sin embargo, haba producidotambin su efecto en m, como es natural, y no me haba preocupado ahora mi propia enfermedad,despus de ser otra vez totalmente capaz, aunque por poco tiempo, de pensar de forma consecuente,

    sino la suya. El corto tiempo en que volv a ser capaz de pensar se concentr exclusivamente en laenfermedad de mi abuelo. Pero sobre esa enfermedad tampoco pude saber nada por mi abuela ni pormi madre. Posiblemente, as haba tenido que pensar, todos me ocultaban esa enfermedad, cuandopreguntaba por ella no me respondan y desviaban en seguida mi atencin. Pero no estaba privado de loms importante, a saber, que mi abuelo, como me haba prometido, acuda a verme y a sentarse a micabecera todas las tardes. Fue el primero que me previno de la peligrosidad de mi enfermedad y que mehizo un relato del tiempo en que haba estado inconsciente. Impidi, sin embargo, que los dos nosdebilitsemos hablando demasiado de enfermedades y desgracias. Durante sus visitas a mi cabecera yoslo senta la mayor felicidad al notar mi mano en la suya. El adolescente, el nieto de casi dieciochoaos ya, tena ahora una relacin mucho ms intensa con su abuelo, porque era una relacin intelectualsobre todo, que el muchacho que slo haba estado unido a l sentimentalmente. No tenamos queintercambiar muchas palabras para comprendernos y comprender todo lo dems. Habamos decididohacerlo todo para volver a salir del hospital. Debamos prepararnos para comenzar de nuevo, paracomenzar de nuevo la vida. Mi abuelo haba hablado de un futuro (para los dos) ms importante yhermoso que el pasado. Slo dependa de la voluntad, me haba dicho, y los dos tenamos la voluntaddeposeerese futuro, en el ms alto grado. El cuerpo, me haba dicho, obedeca al espritu, y no al revs.El transcurso de la jornada en la habitacin de morir era ya algo totalmente ensayado, hasta en sus msmnimos detalles, desde haca decenios, y hasta los acontecimientos y sucesos ms espantosos eran, paralos que se ocupaban de esa jornada, insignificantes y cotidianos. A quien, por primera vez, entraba en

    aquel mecanismo de enfermedad y de muerte, y era, por aadidura, joven, ese sbito y primerenfrentamiento con el fin de la vida tena que espantarle de la forma ms profunda. Hasta entoncesslo haba odo hablar del horror del fin de la vida, jams haba visto ese fin de la vida, ni mucho menoshaba visto de repente, en un paroxismo semejante de dolor y sufrimiento y en medio de ese paroxismo,a tantos seres humanos realmente llegados al fin de su vida. Lo que se mostraba aqu no era otra cosaque un centro de produccin de muerte que trabajaba sin pausa e intensa y brutalmente, y que de formaininterrumpida reciba y elaboraba ms materia prima. Poco a poco, no slo pude contemplar lo quepasaba en aquella habitacin de morir, que cada vez se aclaraba ms, con la indiferencia de un enfermototalmente absorto en su propio mal, sino registrarlo y verificarlo con una inteligencia de nuevo

    despierta. Poco a poco, desde que consegu por primera vez levantar la cabeza, me fui formando unaimagen de los seres con los que, desde haca ya das, comparta aquella sala calificada por m con razn,como haba comprendido muy pronto, de habitacin de morir. Realmente, en la habitacin de morir habatantos pacientes como camas. Ninguna cama permaneca sin paciente ms de unas horas. Los pacientesse renovaban, como haba podido comprobar ya muy pronto, no slo todos los das, sino todas lashoras, y sin que ese proceso fuera alarmante para el personal, porque en aquella poca del ao morancon intervalos cortos y cada vez ms cortos, pero no lo suficientemente aprisa, como pens, para dejarlibres sus camas para sus sucesores. Slo tres o cuatro horas despus de haber muerto alguien y habersido sacado de su cama y llevado al servicio de diseccin, su sucesor haba iniciado ya en esa cama su

    ltimo combate con la muerte. Yo no haba sabido antes que morir es, en fin de cuentas, algo tancotidiano. Una cosa tenan en comn, sin duda, todos los que entraban en aquella habitacin de morir:saban que no saldran ya vivosde aquella habitacin de morir. Mientras estuve en la habitacin de morir,

    16

  • 8/4/2019 7102359 Thomas Bernhard El Aliento 1978

    17/52

    nadie la dej con vida. Yo fui la excepcin. Y, como crea, tena derecho a ello, porque slo tenadieciocho aos y, por consiguiente, era todava joven y no un viejo. Poco a poco haba conseguido loque me propuse ya en el primer instante en que me despert en la habitacin de morir: mirar cada unade las caras de mis compaeros de sufrimiento, haba podido levantar un poco la cabeza y, por

    consiguiente, dirigir la mirada hacia lo que tena enfrente. Si hasta entonces no haba podidoinspeccionar ms que las tablillas negras atornilladas sobre las cabeceras de las camas, con el nombre yla edad de los pacientes, de repente pude echar una breve ojeada al rostro que haba en la cama debarrotes que tena delante: una cabeza calva y descarnada estaba unida por la abierta boca, con un tubode caucho, a un baln de oxgeno rojizo. Ahora lo entenda, la hermana que a cada instante se acercabaa la cama de barrotes lo haba hecho, una y otra vez, slo con objeto de meter otra vez en aquella bocay, por consiguiente, en aquella calva, el tubo, que el baln de oxgeno, al resbalar una y otra vez, sacabade la boca de aquella cabeza calva, y resultaba as totalmente sin sentido. El ruido de aspiracincontinuo, persistente da y noche, cada vez ms dbil pero sin embargo una y otra vez renovado, quesala de la cama de barrotes que tena delante, haba encontrado su explicacin. En las sienes de aquellacabeza calva, descarnadas como las mejillas, se agitaban unos pelitos blancos, en el aire rtmicamenteagitado por el baln de oxgeno. Como la cama de barrotes estaba colocada de lado con respecto a lama, no haba podido averiguar lo que deca en su tablilla de datos personales. No se poda determinarqu edad tena aquel hombre que aspiraba por el tubo de goma, haba traspasado haca tiempo el lmitepor debajo del cual puede deducirse todava la edad. Deba de ser la hora de visita de la tarde cuandomuri el hombre del baln de oxgeno. Me acuerdo muy bien: mi madre se acababa de sentar a mi ladoen el silln y me haba pelado y hecho gajos una naranja. Mientras pona cuidadosamente los gajossobre una servilleta, para que estuvieran fcilmente a su alcance y, por consiguiente, tambin al mo, yoni siquiera tena fuerzas para levantar la mano, y mi madre me meta en la boca uno tras otro los gajos

    de la naranja, el hombre de la cama de barrotes dej de pronto de aspirar su baln de oxgeno. Luegoexhal durante ms tiempo que el que yo haba odo nunca exhalar a nadie. Le ped a mi madre que nose volviera. Le haba querido evitar el espectculo del que en aquel instante se mora. Ella no habadejado de darme gajos. No se haba vuelto ni haba visto cmo la hermana tapaba al hombre. La formade tapar a los que moran era siempre as: la hermana, sencillamente, de pie a los pies de la cama, sacabala sbana de debajo del muerto y tapaba con ella al muerto. Se sacaba del bolsillo un manojo depequeas tarjetitas numeradas, con unos cordones cortos. Y ataba una de esas tarjetitas por el cordn aun dedo gordo del pie del muerto. Ahora haba visto yo por primera vez, en el ejemplo de aquelhombre de la cama de barrotes, aquel proceso por el que se tapaba de ese modo y se numeraba para el

    servicio de diseccin a los que acababan de morir. Se tapaba y numeraba de la misma forma a todos losque moran. El reglamento exiga que el fallecido permaneciera durante tres horas en su lecho demuerte, y slo entonces podan acudir a buscarlo los hombres del servicio de diseccin. En mi poca,sin embargo, como se necesitaban todas las camas, bastaban dos horas. Dos horas haba tenido quepermanecer el muerto en la sala, tapado con su sbana y numerado para el servicio de diseccin en unatarjetita colgada de su dedo gordo, cuando no haba muerto en el cuarto de bao porque se habapodido prever que morira en poco tiempo. Quien mora en la sala y, por consiguiente, en la habitacinde morir, slo produca agitacin durante unos minutos, no ms, en los testigos de su muerte. A vecesuna de esas muertes se produca entre nosotros totalmente inadvertida y sin que molestase a nadie para

    nada. Tambin los hombres de la diseccin que, con su atad de chapa de cinc, entraban pisando fuertea cada instante en la habitacin de morir, puedo decirlo francamente, hombres rudos y fuertes deveintitantos o treinta y tantos aos y que, en esas ocasiones, hacan mucho ruido ya en el pasillo y, ms

    17

  • 8/4/2019 7102359 Thomas Bernhard El Aliento 1978

    18/52

    an, en la habitacin de morir, se convirtieron pronto en costumbre para m. Cuando algn moribundose haba anticipado con su muerte a las hermanas, como el hombre de la cama de barrotes, a ellas lesresultaba totalmente lgico llamar poco despus al capelln del hospital, para que pudiera administrar laextremauncin, ya que no al que todava viva, al menos al que estaba ya muerto. Con ese fin, el

    sacerdote, convocado a la habitacin de morir en medio de las mayores dificultades respiratorias ehinchado de comer y beber demasiado, traa con l un maletn negro, con herrajes plateados, queinmediatamente, en cuanto llegaba, pona sobre la mesilla de noche del que acababa de morir, despejadapor las hermanas con increble celeridad. El sacerdote slo tena que apretar dos botones laterales delmaletn, y el maletn se abra, levantndose de golpe la tapa. Al levantarse la tapa, dos candeleros con

    velas y un crucifijo de plata quedaban en posicin vertical. Entonces las hermanas encendan las velas yel sacerdote poda comenzar su ceremonial. Ningn muerto deba dejar la habitacin de morir sinaquella asistencia espiritual, de eso cuidaban las hermanas, de la orden de San Vicente, ms que decualquier otra cosa. Pero esas extremaunciones fuera de programa en la habitacin de morir eran raras.Era propio de la jornada el que, hacia las cinco de la maana y hacia las ocho de la noche, el sacerdoteapareciera automticamente con su maletn de sacramentos, para informarse por las hermanas sobreaquellos a los que les haba llegado el momento de la extremauncin. Las hermanas sealaban entoncesa ste o aqul, y el sacerdote, como queda dicho, cumpla su oficio. Muchos das, hasta cuatro o cincocompaeros de habitacin reciban de esa forma la extremauncin. Todos ellos, no mucho tiempodespus, haban entregado su alma. Sin embargo, una y otra vez, las hermanas calculaban mal, y se lesmora alguien sin la extremauncin, lo que, sin embargo, se remediaba enseguida con el muerto en laprimera oportunidad, con el mayor celo. Realmente, las hermanas concedan a la extremauncin quehaba que administrar, siempre y en todas las circunstancias, mayor atencin que a cualquier otra cosa.Esto no lo digo en contra de su actuacin cotidiana, llevada a cabo ininterrumpidamente y casi siempre

    tambin hasta el lmite extremo de la abnegacin, sino porque es la verdad. La aparicin y, mucho msan, la actuacin real del capelln del hospital me haba repelido de tal manera desde el primer instanteque apenas poda soportar sus apariciones, que eran una perversa representacin teatral catlica. Perotambin esas apariciones se convirtieron pronto en una costumbre nada ms y, como todo lo demsrepulsivo y horrible que haba en aquella habitacin de morir, en una trivialidad que apenas me excitabaya y que, en efecto, ni siquiera me irritaba. El transcurso de la jornada en la habitacin mortuoria,contemplado desde mi lugar del rincn, estaba establecido as: hacia las tres y media de la maana, seencenda la luz, todava por la hermana de noche. A cada uno de los pacientes, estuviera consciente ono, la hermana de noche les pona entonces un termmetro, que sacaba de un tarro de conservas lleno

    de esos termmetros. Despus de recoger los termmetros, la hermana de noche terminaba su servicioy entraban las hermanas de da con jofainas y toallas. Uno tras otro, se lavaba a los pacientes, slo uno odos podan levantarse e ir al lavabo y lavarse por s mismos. A causa del gran fro de enero, la nica

    ventana de la habitacin de morir no se abra durante toda la noche ni, luego, hasta muy avanzada lamaana y slo poco antes de la visita mdica, de forma que, ya durante la noche, se haba consumidohaca tiempo el oxgeno, y el aire era maloliente y denso. La ventana estaba cubierta de un espeso vaho,y el olor de los muchos cuerpos y de las paredes y de los medicamentos haca que, de madrugada,inspirar y espirar fuera un tormento. Cada paciente tena su propio olor, y todos juntos producan unocompuesto de vaho de sudor y de medicamentos, que provocaba ataques de tos y de ahogo. As,

    cuando aparecan las hermanas de da, la habitacin de dormir no era, de repente, ms que un repulsivolugar lleno de hedor y dolor, en el que, de pronto, los sufrimientos ocultos y reprimidos durante lanoche se descubran de pronto y se exponan a la luz, con toda su espantosa y perversa fealdad y

    18

  • 8/4/2019 7102359 Thomas Bernhard El Aliento 1978

    19/52

    brutalidad. Ese solo hecho hubiera bastado para precipitarlo a uno otra vez, muy de madrugada ya, enla ms profunda desesperacin. Sin embargo, yo me haba propuesto soportar todo lo que haba enaquella habitacin de morir, es decir, todo lo que me esperaba, a fin de volver a salir de aquellahabitacin de morir, y as, con el tiempo, haba desarrollado sencillamente, a partir de cierto momento,

    un mecanismo de percepcin en la habitacin de morir que no me hera ya, sino que me enseaba. Nodeba dejar que los objetos de mis contemplaciones y observaciones me hiriesen. En miscontemplaciones y observaciones tena que partir de que tambin lo ms horrible y lo ms espantoso ylo ms repulsivo y lo ms feo era lgico, con lo que, en general, pude soportar aquella situacin. Lo quepoda ver aqu no era ms que un desarrollo totalmente natural, una situacin. Aquellosacontecimientos y sucesos, ms brutales y despiadados que cualquier otro de mi vida anterior, erantambin, como todo lo dems, la consecuencia lgica de una Naturaleza al fin y al cabo siemprenegligente e innoble e hipcritamente reprimida y, finalmente, totalmente suprimida por el esprituhumano. Aqu, en esta habitacin de morir, no deba desesperar, sencillamente, deba dejar que obraraen m la Naturaleza, que se mostraba aqu de forma totalmente brutal, posiblemente ms que en ningnotro lugar. Utilizando la razn, de lo que de pronto, al cabo de unos das, haba sido capaz otra vez,haba podido reducir al mnimo las lesiones que yo mismo me infliga con mis observaciones. Yo estabahabituado a convivir con seres humanos da y noche, porque haba estado en la escuela del internado dela Schrannengasse, en una de las escuelas humanas, como creo, ms duras, pero lo que tena que veraqu, en la habitacin de morir, tena que superar todo lo vivido anteriormente en ese aspecto. El jovende dieciocho aos que yo era entonces haba sido empujado directamente por las causas de suenfermedad, y luego por esa enfermedad misma, al escenario del horror. Su aventura haba fracasado,me haban arrojado al suelo, a mi cama del rincn de la habitacin de morir del hospital regional, conconciencia de haber sido precipitado a la profundidad ms profunda de la existencia humana, como

    consecuencia de mi propia sobreestimacin. Haba credo poder conseguir por la fuerza una existenciaque me satisficiera y luego, incluso, que me hiciera feliz. Ahora lo haba perdido todo otra vez. Perohaba superado ya el punto ms bajo, estaba otra vez fuera del cuarto de bao, haba dejado atrs laextremauncin, todo se inclinaba otra vez hacia el optimismo. Estaba otra vez en mi puesto deobservacin. Tena otra vez mis planes en la cabeza. Pensaba ya otra vez en la msica. Oa otra vezmsica en mi cama del rincn, Mozart, Schubert, tena otra vez la facultad de or la msica que sala dem, frases enteras. Poda convertir la msica que sala de m, escuchada en mi cama del rincn, en unmedio, si es que no en el medio ms importante de mi proceso de curacin. Casi todo se habaextinguido ya en m, ahora tena la felicidad de observar que no haba muerto, sino que era otra vez

    capaz de desarrollo. Slo haba tenido que recordarlo, para poner en marcha otra vez todo lo que casi sehaba extinguido. As, partiendo del hecho de que, por m mismo, haba podido desarrollar otra vez misposibilidades de vivir, or msica, recapitular poesas, interpretar frases de mi abuelo, me era posiblecontemplar y observar, sin ser herido, la habitacin de morir misma y lo que pasaba en esa habitacinde morir. Tambin la razn crticahaba empezado otra vez a trabajar en m, a restablecer el equilibrio delas relaciones, que yo haba perdido. As, de repente, poda observar otra vez el transcurso de la jornadaen la habitacin de morir con la calma necesaria y formular los pensamientos resultantes. Mi cuerpoestaba todava postrado por la enfermedad, mi estado de debilidad fsica todava inalterado, mi cuerpoera incapaz de hacer ningn movimiento, si prescindo de que, realmente, poda ya levantar y volver un

    poco la cabeza, lo que, al fin y al cabo, me permita ya percibir, al menos de forma aproximada, eltamao de la habitacin de morir, lo cual, cuando venan a buscarme para las punciones, no habaconseguido jams, porque con el esfuerzo y en el estado de agotamiento casi total en que me

    19

  • 8/4/2019 7102359 Thomas Bernhard El Aliento 1978

    20/52

    encontraba cada vez durante mi traslado de la habitacin de morir al ambulatorio, me haba sidoimposible ver absolutamente nada, la verdad es que en esas ocasiones, para no tener que ver nada, habacerrado siempre fuertemente los ojos. As pues, mi cuerpo estaba todava postrado por la enfermedad,pero mi inteligencia y, lo que quiz era todava ms importante, mi alma, no. Despus del lavado de los

    pacientes, que requera ms de dos horas, apareca en algn momento, entre cinco y seis, el sacerdotecon su maletn de sacramentos, para administrar la extremauncin. Acuda todos los das a la habitacinde morir, y no puedo recordar que ni una sola vez no administrara la extremauncin. Ni siquiera habanacabado de lavar a todos los pacientes y ya se haba puesto el sacerdote a rezar junto a una cama y habahecho la seal de la cruz y ungido al que estaba en la cama. Una de las hermanas lo ayudaba. Despusdel lavado se poda comprobar siempre cierta tranquilidad. El proceso del lavado haba dejado a todosbastante agotados, y all estaban ahora echados en sus camas, esperando el desayuno. Eran los menoslos que podan siquiera tomar el desayuno, y los otros dependan de la ayuda de las hermanas. No sedeba perder mucho tiempo cuando la hermana me administraba mi desayuno. Despus de haber sidoalimentado los primeros das, por decirlo as artificialmente, como la mayora de los otros y, segn ellenguaje mdico, haberme puesto un goteo de solucin de glucosa, podan administrarme eintroducirme ahora el desayuno normal de caf y panecillo. Todos los pacientes sin excepcin tenanpuestos goteos y, como desde lejos los tubos parecan hilos, siempre tena la impresin de que lospacientes echados en sus camas eran marionetas colgadas de hilos, abandonadas en aquellas camas, y alas que en su mayora nadie mova ya y, si las movan, era slo raras veces. Aquellos tubos, sin embargo,que a m me parecan siempre hilos de marionetas, eran la mayora de las veces, para quienes estabanconectados a esos hilos, es decir los tubos, lo nico que los una ya a la vida. Muy a menudo habapensado que si alguien llegase y cortara los hilos, es decir los tubos, quienes colgaban de ellos moriranal instante. Todo tena mucho ms que ver con el teatro que lo que yo estaba dispuesto a admitir, y era

    realmente teatro, aunque un teatro horrible y lastimoso. Un teatro de marionetas que, por una parte, eramovido por los mdicos y hermanas segn un sistema exactamente ideado y, por otra parte, una y otra

    vez, tambin totalmente arbitrario, segn me pareca. El teln de ese teatro, de ese teatro de marionetasdel otro lado del Mnchsberg, estaba, de todos modos, siempre levantado. Los que yo poda ver en lahabitacin de morir en ese teatro de marionetas eran, de todos modos, marionetas viejas, en gran parte

    viejsimas, pasadas de moda haca tiempo, sin valor, efectivamente marionetas totalmente usadas de unaforma desvergonzada, a las que en la habitacin de morir se segua moviendo slo de mala gana y que,despus de un corto plazo, eran tiradas a la basura y enterradas o quemadas. De forma totalmentenatural, yo haba tenido que tener aqu la impresin de que eran marionetas, no seres humanos, y pensar

    que todos los seres humanos, un da, tenan que convertirse en marionetas y ser tirados a la basura yenterrados o quemados, dondequiera y cuando quiera y por mucho tiempo que se hubiera desarrolladoantes su existencia en el teatro de marionetas que es el mundo. Aquellas figuras colgadas de sus tuboscomo de hilos no tenan ya nada que ver con seres humanos. Yacan all, tanto si las haban manipuladobien como mal en sus papeles, sin valor, ni siquiera utilizables ya como accesorios. Entre el desayuno yla hora de la visita yo tena la mayora de las veces tiempo para hacer mis observaciones sin sermolestado. Cuando venan los hombres del servicio de diseccin con su atad de chapa de cinc, habatenido que pensar siempre que ponan orden en el attrezzo. Realmente, la visita mdica se haba ocupadoslo de m, los otros no interesaban, en lo que se refera a los otros no haba ya discusiones, los

    mdicos, y detrs de ellos las hermanas, haban recorrido ya toda la sala del hospital, segn me pareca,con una falta de inters total, antes de detenerse finalmente ante mi cama y ante mi persona. Puede quelos irritara que yo, por la razn que fuera, estuviese en la habitacin de morir, pero no cambiaban esa

    20

  • 8/4/2019 7102359 Thomas Bernhard El Aliento 1978

    21/52

    situacin. Y por qu habran de hacerlo. Las circunstancias me haban llevado a aquella habitacin, aaquella sala, a la habitacin de morir, y no haba muerto, me haba salvado, y all estaba, yo, un casoespecial que tena que atraer su atencin. Sin embargo, tuve desde el principio la impresin de que aellos, sobre todo a los mdicos, les irritaba que yo, como hombre joven, estuviera sencillamente ms

    tiempo, mucho ms tiempo del acostumbrado, en aquella habitacin probablemente reservada desdesiempre a los viejos y no slo a los viejos y viejsimos sino a los moribundos. Si yo, lo que hubiera sidoprobable, hubiera muerto el primero o el segundo da, a nadie le hubiera sorprendido, hubiera estadomuy bien instalado donde debe estar instalado un moribundo, en la habitacin de morir, y hubiera dadototalmente igual que fuese joven o viejo, pero ahora, tambin para los mdicos, yo haba pasado lo peor,y aqu estaba, en la habitacin de morir, eso deba de haberles dado qu pensar. Sin embargo, no metrasladaban, me dejaban donde estaba. Slo haban intensificado sus esfuerzos por acelerar mi procesode curacin, y me ponan da y noche goteos, que ya no s qu finalidad tenan, y finalmente meadministraban una cantidad doble o triple de medicamentos, y me acribillaban poco a poco, con cientosde inyecciones, brazos y piernas, finalmente insensibles ya por completo. Por los mdicos no se podasaber prcticamente nada, y las hermanas eran de una discrecin insobornable. Hacia las diez venan abuscarme siempre para la puncin. Tambin el pasillo estaba, en toda su longitud, lleno de camas, unaepidemia de gripe que se haba declarado a principios de enero y haba alcanzado a mediados de enerosu punto ms alto haba obligado a la direccin del hospital a atiborrar aquel pasillo y, como habasabido por mi abuelo, tambin todos los dems pasillos, de camas y camillas, y realmente haba sido unasuerte que yo pudiera tener mi cama no en uno de esos pasillos, sino en una habitacin, y que tuvierasiquiera una cama. A muchos no los haban admitido en absoluto en aquel complejo de edificios, querealmente acoga a centenares, pero que, naturalmente, para la cifra de poblacin de la ciudad, duplicadacasi en los ltimos aos, resultaba haca tiempo demasiado pequeo. Finalmente, haban tenido que

    instalar incluso barracones para el servicio de ciruga y el de ginecologa. A uno de esos barracones,segn haba sabido por l, haban llevado a mi abuelo. El llevaba ya ms de una semana en el hospital, ylos exmenes que haba tenido que sufrir en ese tiempo no haban dado an ningn resultado.Posiblemente, segn l, todo era una falsa alarma y en plazo brevsimo podra volver a casa. No sesenta enfermo en absoluto, me haba dicho. Las sospechas del mdico resultaran probablemente sinfundamento. Contaba slo con unos cuantos das ms de estancia en el hospital. A l mismo se le habaocurrido la idea de si el hecho de haber venido l al hospital no habra significado la reaparicin de mienfermedad, segn l, haca tiempo olvidada, esa posibilidad, segn l, no poda excluirse, en cualquiercaso haba una relacin entre su enfermedad y la ma, y lo triste del asunto era slo que fuera yo, y no

    l, quien se haba precipitado de repente a una catstrofe por aquella desgraciada relacin entre las dosenfermedades. No haba habido seguridad, me confi en el momento en que supo que esa revelacinno podra perjudicarme ya, de si yo saldra de aqulla. Eso lo haba sabido, que las hermanas me habanllevado ya al cuarto de bao porque haban pensado que estaba en las ltimas. Pero no haba dudado niun instante, me haba dicho, de mi restablecimiento. El hecho de que el sacerdote, que desde el primerinstante, como a m, le haba sido antiptico, me hubiera administrado la extremauncin le habaresultado espantoso. Detestaba de la forma ms profunda a los sacerdotes del tipo de los capellanes dehospital, que no eran otra cosa que explotadores totalmente innobles de la Iglesia y de sus vctimas,

    viajantes de comercio del catolicismo, que a una edad avanzada se establecan y hacan sus negocios

    sobre todo en los grandes hospitales, porque les pareca una ocupacin ms variada y lucrativa que enotras partes. Para mi desarrollo ulterior y, sobre todo, mi formacin intelectual, me haba dicho, laestancia en la habitacin de morir, que era un hecho ya, tena un valor no alcanzable de otro modo. El

    21

  • 8/4/2019 7102359 Thomas Bernhard El Aliento 1978

    22/52

    nombre de habitacin de morir para la sala de hospital que, en su opinin, era arquitectnicamentearmnica y digna del, segn l, esplndido edificio de Fischer von Erlach, le gust. El me juzgaba bien,al no mentirme en nada durante sus visitas, no se permita conmigo la menor hipocresa por razones dehumanidad ni tampoco, en su arte para distraerme, traspasaba nunca los lmites de la mentira. El jefe

    del servicio, en opinin de mi abuelo un hombre extraordinario, inteligente y cultivado no slosuperficialmente, con el que haba podido conversar muy bien sobre m y sobre mi estado, crea que enpocas semanas, no haba dicho en dos o tres semanas, as pues, en pocas semanas, mi enfermedadremitira. Todava, despus de cada puncin que me hacan, se formaba otra vez en mi caja torcica, ytodava con una velocidad que era motivo de inquietud, el lquido gris amarillento, que durante algntiempo an tendran que sacarme todos los das, pero tambin ese proceso estaba remitiendo. Sinembargo, con independencia de mi impulso intelectual y moral, como lo llamaba mi abuelo, yo tenaque contar con una debilidad fsica considerablemente mayor an que ahora, desde el punto de vistafsico, las cosas iran peor durante algn tiempo. Por una parte, yo haba superado lo peor, lo que habaque atribuir en medida no pequea a mi actitud interior, vigorosa y positiva, hacia toda aquellacatstrofe ma, ocurrida ya sin remedio, y la verdad era que poda verse en m que las cosas iban mejor,por otra parte, mi debilidad fsica no haba llegado an a su punto ms bajo. Pero el alma y lainteligencia dominan el cuerpo, segn mi abuelo. El cuerpo ms debilitado puede ser salvado por unainteligencia fuerte o por un alma fuerte o por las dos juntas, segn l. Slo entonces haba confesado yola insensatez de haber hecho caso omiso de la enfermedad ya declarada en el otoo, contrariando suevolucin y contrariando su naturaleza. Pero hacer caso omiso de una enfermedad, no querer enterarsede ella, aunque reclame sus derechos, significa actuar en contra de la naturaleza, y tiene que fracasar. Yohaba dado a entender a mi abuelo lo que para m haba significado estar echado en su cuarto ycontemplar los objetos de su cuarto. Me llevara a casa, me haba dicho l, y me leera aquellos libros de

    su cuarto que a m me gustaban. As lo habamos convenido. Ira a pasear conmigo con ms frecuenciay ms intensidad que hasta entonces al Mnchsberg, al Kapuzinerberg, que a m me encantaba, hastaHellbrunn, a las orillas del Salzach. Estaba pensando en aumentar su contribucin a mis lecciones demsica con los Keldorfer. El mismo haba hablado de que la msica sera mi salvacin. Queracomprarme las partituras de algunas sinfonas de Schubert. Tambin una bonita edicin del HaragndeEichendorff, que yo deseaba. Pero antes que nada haba que salir de aquel infierno, me haba dicho l.

    Aquel entorno hunda en el horror a un hombre sano, por no hablar de uno enfermo. El comparta suhabitacin del barracn en el primer servicio de ciruga con un funcionario municipal, dos aos msjoven, que haba sufrido una operacin, con xito, segn crea, pero no calificada ms exactamente,

    funcionario que a l no lo molestaba en lo ms mnimo. Como era natural, la noticia de que tambin yoestaba ahora en el hospital lo haba asustado, y los primeros das, en que yo, segn su expresin, casihaba traspasado las fronteras de la vida, haban sido los peores de su vida, sin embargo, ya lo habadicho, ni por un instante haba pensado que yo morira. Desde el principio, l haba tenido laposibilidad, cuando quera, de levantarse de la cama y salir de su habitacin para tomar el aire. Poco apoco haba conocido todas las instalaciones del hospital, haba entrado sucesivamente en todos losservicios y haba visitado tambin la iglesia del hospital, por delante de la cual haba pasado tantas vecesen sus paseos en los ltimos aos. Cuando yo estuviera en condiciones, me enseara los cuadros deRottmayr que haba en la iglesia y que le haban impresionado. Una de las primeras tardes de su estancia

    en el hospital haba escuchado a un, como deca l, extraordinario organista, y mientras oa esa msicade rgano haba estado pensando en mi futuro. Aquella estancia en el hospital le haba parecidosbitamente una necesidad inevitable, de ningn modo en sentido mdico, sino en sentido existencial,

    22

  • 8/4/2019 7102359 Thomas Bernhard El Aliento 1978

    23/52

    aqu en el hospital, en aquel crculo de sufrimiento que, segn l, provocaba pensamientos importantespara la vida y decisivos para la existencia, haba llegado a una reflexin fundamental sobre su situacin ytambin sobre la ma. De cuando en cuando esas enfermedades, reales o no, segn su expresin, erannecesarias para poder tener las ideas que el ser humano, sin una de esas enfermedades temporales, no

    tena. Si de la forma ms natural y, por consiguiente, por naturaleza, no nos veamos obligadossencillamente a ir a esos crculos de pensamiento, como eran, sin duda alguna, esos hospitales y losestablecimientos mdicos en general, tenamos que visitar de forma artificial esos hospitales yestablecimientos mdicos, aunque tuviramos que encontrar primero en nosotros o inventar o provocarincluso artificialmente esas enfermedades que nos obligaran a ir a los hospitales y, en general, a losestablecimientos mdicos, segn l, porque de otro modo no estbamos en condiciones de llegar alpensamiento importante para la vida y decisivo para la existencia. No tenan que ser necesariamente loshospitales los que nos permitiesen ese pensamiento, podan ser tambin las crceles, me haba dicho,quiz tambin los monasterios. Pero las crceles y los monasterios, segn haba continuado, no eranotra cosa que hospitales y establecimientos mdicos.- Al estar l en el hospital, me haba dicho, estabasin duda alguna en un crculo de pensamiento que, de pronto, le haba parecido necesario para la vida.En ningn otro momento una estancia as haba sido para l de una eficacia semejante. Ahora, como yohaba pasado lo peor, tena tambin la posibilidad, me haba dicho, de considerar mi estancia en elhospital como estancia en un crculo de pensamiento y de aprovechar en consecuencia esa estancia.Pero no tena ninguna duda, me haba dicho, de que yo mismo haba tenido ese pensamiento hacatiempo y haba comenzado ya a aprovechar esa posibilidad. El enfermo es un clarividente, para nadie esms clara la imagen del mundo. Cuando l hubiera abandonado el infierno, as haba calificado a partir deentonces al hospital, las dificultades que en los ltimos tiempos le haban hecho imposible trabajar, mehaba dicho, quedaran eliminadas. El artista, especialmente el escritor, le haba odo decir, tena

    claramente obligacin de ir de cuando en cuando a un hospital, igual daba que ese hospital fueraefectivamente un hospital o una crcel o un monasterio. Era un requisito indispensable. El artista,especialmente el escritor, que no iba de cuando en cuando a un hospital, es decir, que no iba a uno deesos crculos decisivos para la vida y necesarios para la existencia, se perda con el tiempo en lainsignificancia, porque se extraviaba en la superficialidad. Aquel hospital, segn mi abuelo, poda ser unhospital creado artificialmente, y la enfermedad o las enfermedades que permitan esa estancia en elhospital podan ser muy bien enfermedades artificiales, pero tenan que existir o tenan que serprovocadas y tenan que ser siempre provocadas, a todo trance, con ciertos intervalos. El artista o elescritor que esquivaba esa realidad, por la razn que fuera, estaba condenado de antemano a la

    insignificancia absoluta. Cuando nos ponemos enfermos de manera natural y tenemos que ir a uno deesos hospitales, podemos decir que hemos tenido suerte, segn mi abuelo. Sin embargo, segua, nosabemos si hemos entrado realmente en el hospital de una manera natural o no. Puede ser que slocreamos haber entrado de manera natural, incluso de la ms natural, cuando, sin embargo, slo hemosentrado de manera artificial, posiblemente de la ms artificial. Pero eso es indiferente. En cualquier casotenemos entonces, as segua mi abuelo, un ttulo justificativo para el crculo de pensar. Y en ese crculode pensar nos es posible cobrar la conciencia que fuera de ese crculo de pensar nos resulta imposible.En ese crculo de pensar alcanzamos lo que fuera jams podramos alcanzar: la conciencia de nosotrosmismos y la conciencia de todo lo que existe. Poda ser, segn mi abuelo, que l hubiera inventado su

    enfermedad para entrar en el crculo de pensar de la conciencia, segn lo calificaba. Posiblemente yohaba inventado tambin mi enfermedad con ese mismo fin. Sin embargo, careca de importancia que setratase de una enfermedad inventada o de una real, si produca el mismo efecto. En definitiva, me haba

    23

  • 8/4/2019 7102359 Thomas Bernhard El Aliento 1978

    24/52

    dicho, toda enfermedad inventada era una enfermedad real. Nunca sabemos si tenemos unaenfermedad inventada o una real. Por todas las razones imaginables podemos tener una enfermedad oinventarla y tenerla luego tambin, porque siempre inventamos una enfermedad real, que tendremosrealmente. Era perfectamente posible que no hubiera ms que enfermedades inventadas, segn mi

    abuelo, que parecan enfermedades reales porque producan el efecto de enfermedades reales. Lacuestin era saber si haba siquiera enfermedades reales, si no eran enfermedades inventadas todas lasenfermedades, porque la enfermedad en s era una invencin. Podamos decir tambin sin temor quelos dos habamos inventado nuestras enfermedades para nuestros fines, que posible y probablementeperseguan el mismo fin. Y era indiferente, me haba dicho, si l haba inventado primero la suya y sloentonces yo la ma o a la inversa. Estbamos ahora, al estar en el hospital, no quiz sino con todaseguridad, en el crculo de pensamiento que nos salvara la vida a los dos, segn l. Era evidente que loque haba dicho ahora lo calificaba otra vez slo de especulacin. Yo haba podido seguir aquellaespeculacin sin dificultad. Mi proceso de curacin estaba avanzado. Ahora tena yo la prueba. La visitamdica me haba parecido siempre la representacin de una inspeccin de muertos. Se desarrollabatodos los das hacia las diez y media o las once, en mayor o menor silencio; los mdicos, como paraellos se trataba ya de muertos por delante de los cuales, evidentemente, podan pasar con indiferencia,no usaban ya en absoluto de su arte con aquellos pacientes; todo en aquellos mdicos no era aqu msque la pasividad acostumbrada y, en fin de cuentas, convertida ya en fra rutina dentro de unas batasabotonadas, ante la muerte que lo dominaba todo, y me haban dado la impresin de no tener ya nadaque ver con aquellos seres humanos perdidos en sus camas de hierro, que para los mdicos, desdeluego, estaban ya muertos, pero para m seguan existiendo y de la forma ms digna de compasin y enlas condiciones ms atroces y degradantes; en la llamada habitacin de morir los mdicos tenan quecumplir un trmite molesto. Aquellos ancianos de la habitacin de morir no deban, eso tena que

    pensar cuando observaba a los mdicos durante la visita, volver a la vida en ningn caso, haban sido yadados de baja y borrados de la sociedad humana y, como si los mdicos tuvieran la obligacin deevitarlo a toda costa, con cada uno de sus actos les quitaban la vida a aquellos seres lastimosos de lahabitacin de morir, a merced slo de ellos, los mdicos, con toda su inactividad y su frialdad afectiva eintelectual. Los medicamentos que, aqu, en la habitacin de morir, prescriban los mdicos no eranmedios de curacin, en el fondo nada ms que medios de defuncin, que aceleraban en todos los casosla muerte de aquellos pacientes, lo mismo que las botellas de goteo colocadas sobre las cabezas deaquellos pacientes no eran otra cosa que recipientes de cristal aceleradores de la muerte, quedocumentaban una voluntad de curacin y, como ya se ha dicho, deban representarla realmente de una

    forma teatral, pero que en verdad no era otra cosa que jalones de cristal de un prximo fin de la vida.Una solucin de circunstancias, justificada probablemente por el comportamiento de la sociedad, habasido siempre aquella visita mdica, que diariamente haba llevado a los mdicos, todos los viernes con eljefe del servicio tambin a la cabeza, a la habitacin de morir. Es posible que, en esas ocasiones, lashermanas no tuvieran otra cosa en la mente que el problema del sitio, y pareca como si esperasen sloa que las camas se vaciasen. Tenan los rostros tan endurecidos como las manos, y en ellos no podadescubrirse ya ningn sentimiento, ni el ms mnimo. Llevaban ya decenios haciendo su trabajo y noeran ms que mquinas de atender a los enfermos, de funcionamiento exacto, con hbitos de hermanade la caridad. Se poda ver en ellas que su situacin las haba amargado y hecho as ms inaccesibles an

    para lo que se llama el alma. No podan tener ya absolutamente ninguna relacin con las almas, porquelo que tenan que considerar ininterrumpidamente como su tarea ms importante, la salvacin de lasalmas, en colaboracin con la Iglesia, y aqu en el hospital en colaboracin con el capelln del hospital,

    24

  • 8/4/2019 7102359 Thomas Bernhard El Aliento 1978

    25/52

    lo realizaban realmente slo como una ocupacin aturdida. En aquellas hermanas todo era mecniconada ms, como trabaja una mquina que, en su actividad, tiene que atenerse al mecanismo que tieneincorporado y a nada ms. La visita mdica me haba mostrado cada vez la impotencia de aquellamedicina que se acercaba vestida de blanco. Su aparicin slo haba dejado siempre una frialdad de

    hielo y, con esa frialdad de hielo, la duda sobre su arte y su derecho. nica y exclusivamente ante micama se haban sentido desconcertados, porque una y otra vez, inesperada y sbitamente, tenan quevrselas aqu, en la habitacin de morir, con un vivo y no con un muerto. Aqu, aunque slo entre ellos,se mostraban locuaces y dispuestos a la discusin, aunque para m siguieran siendo siempreincomprensibles. Jams era posible establecer un contacto autntico con ellos. Todo intento en esesentido fue inmediatamente cortado por ellos, rechazando y poniendo groseramente en su lugar a mipersona. Segn pareca, no queran abrirse al mundo exterior, a ningn precio, ni siquiera al de unaconversacin muy simple, muy corta, al precio de una jovialidad siquiera insinuada. Siempre fueronnicamente el muro blanco que, de repente y con la misma brutalidad, se alzaba todos los das ante micama, y en el que no poda descubrirse ningn rasgo humano. A aquel adolescente los mdicos leparecan siempre embajadores del espanto, a los que sus enfermedades lo haban entregadodespiadadamente. Con los mdicos slo haba podido tener siempre una relacin de terror. Jams, enningn instante, haban despertado su confianza. Todos los seres que ha conocido y querido han sidosin remedio seres enfermos que, en un momento determinado, han sido dejados en la estacada por losmdicos en el momento decisivo de su enfermedad y, como ms tarde ha tenido que decirse, casisiempre por negligencia crasa e irresponsable. Una y otra vez se encontr con la falta de humanidad delos mdicos, y se sinti ofendido por su altanera exagerada y su necesidad de notoriedad, francamenteperversa. Tal vez, en su infancia y juventud, tropez slo con esos mdicos repulsivos y, en fin decuentas, mortalmente peligrosos, porque la realidad es que no todos los mdicos son repulsivos ni

    mortalmente peligrosos, como la experiencia ulterior le ha demostrado. El que, como siempre le haparecido, en contra de todos esos mdicos que practican con ligereza la medicina y, por consiguiente, sullamada sagrada profesin, hubiera sanado en definitiva una y otra vez, se lo deba, en fin de cuentas, a sunaturaleza, resistente en alto grado una y otra vez. Acaso fueron precisamente las muchas enfermedadesque en el curso de su infancia y juventud haba tenido las que parecan garantizarle, una y otra vez, lasupervivencia. En cualquier caso fue su propia fuerza de voluntad, en mucha mayor medida que el artede los mdicos, la que le hizo soportar esas enfermedades y salir de esas enfermedades, en fin decuentas bastante inclume. Entre cientos de los llamados mdicos, rara vez se encuentra un verdaderomdico; desde ese punto de vista, los enfermos son, en todo caso, una sociedad condenada siempre a la

    enfermedad permanente y a la muerte. Los mdicos son megalmanos o impotentes, y en todo casoperjudican a los enfermos si stos no toman por s mismos la iniciativa. Las excepciones confirman laregla. Era verdad que mi abuelo haba hablado con el jefe de mi servicio, y que haba podido incluso,como me haba dicho, tener con l una conversacin satisfactoria, pero conmigo el jefe del servicio nohaba podido hablar en absoluto, ni conversar conmigo siquiera una sola vez, aunque no haban faltadointentos por mi parte, desde el instante en que fui capaz de esa conversacin que deseaba. Haba tenidoininterrumpidamente deseos de hablar con mis mdicos, pero, sin excepcin, jams haban habladoconmigo, no haban mantenido conmigo la ms mnima conversacin. Mi naturaleza segua exigiendoexplicaciones, mejor an, aclaraciones y, sobre todo en lo que se refiere a mis mdicos, hubiera

    agradecido sus explicaciones y aclaraciones. Sin embargo, no se poda hablar con los mdicos. Ya deantemano, no se haban dejado arrastrar a la incomodidad de una conversacin conmigo. Siempre habatenido la sensacin de que tenan miedo de las explicaciones y aclaraciones. Y es efectivamente un

    25

  • 8/4/2019 7102359 Thomas Bernhard El Aliento 1978

    26/52

    hecho que los enfermos, que estn en los hospitales a merced de los mdicos, jams llegan a tenercontacto con los mdicos, por no hablar de explicaciones y aclaraciones. Los mdicos se parapetan,levantan la muralla, si no natural, s artificial de la incertidumbre entre los pacientes y ellos. Los mdicosestn ininterrumpidamente atrincherados detrs de esa incertidumbre que levantan como muralla.

    Incluso operan con incertidumbre. Probablemente tienen conciencia de su propia incapacidad y, porconsiguiente, impotencia, y saben que es el paciente quien tiene que tomar la iniciativa si quierecontener su estado morboso o volver a salir de su estado morboso. Son minora los mdicos quereconocen que no saben casi nada y que, igualmente, no pueden hacer casi nada. Los mdicos quepasaban visita aqu, en la habitacin de morir, jams haban aclarado nada a sus pacientes y habandejado a todos esos pacientes en la estacada. En sentido mdico y en sentido moral. Su medicina era,como es natural, impotente, su moral les hubiera supuesto una contribucin demasiado grande. Anotoaqu lo que pasaba por la cabeza del adolescente que yo era entonces, nada ms. Es posible que mstarde las cosas aparecieran bajo otro aspecto; entonces no. Entonces yo tena esos sentimientos, no losde hoy, entonces tena esos pensamientos, no los de hoy, entonces tena esa existencia, no la de hoy.Despus de la visita, un proceso que slo haba requerido unos minutos, los pacientes, que durante la

    visita haban hecho al menos el intento de incorporarse en la cama, lo que slo haban conseguido de laforma ms torpe, se haban hundido otra vez en sus camas, y yo tambin. Me preguntaba cada vez, quhe vuelto a vivir ahora, qu he vuelto a ver? Y la respuesta era siempre la misma: la torpeza y laestupidez de los mdicos, que tienen una concepcin de la medicina totalmente degradada, comonegocio, y que en ningn instante se avergenzan de ese hecho estremecedor. Al final de la visita,cuando haban llegado otra vez a la puerta, todos, tambin las hermanas, se volvan siempre una vezms y miraban a la cama que haba frente a la puerta. En aquella cama estaba un posadero deHofgastein, con todos los miembros, pero sobre todo las manos y los pies, deformados por un

    reumatismo crnico, que al parecer llevaba ya ms de un ao en aquella cama y cuya muerte se esperabade hora en hora desde haca un ao. Cada vez que el cuerpo mdico y las hermanas haban llegado a lapuerta al final de la visita, aquel posadero, muy incorporado en su cama sobre tres o cuatroalmohadones, se daba unos golpecitos en la frente con el dedo ndice de la mano derecha, con lo que elcuerpo mdico y las hermanas soltaban regularmente una gran carcajada, que durante muchos das meresult incomprensible, porque an no conoca la causa. Cada vez, al final de su visita, tenan que rer labroma cruel del posadero. Cuando haban acabado de lanzar su carcajada, la visita haba terminado. Elposadero de Hofgastein, un esqueleto totalmente descarnado y, por ello, estirado de una formagrotesca, al que la amarilla piel slo se adhera de forma insuficiente y, por ello, de forma otra vez

    grotesca, no estaba en el hospital por esa deformacin reumtica, sino por una nefritis crnica. Desdehaca ms de un ao haba sido preciso conectar al posadero, dos veces por semana, a lo que se llamaun rin artificial, siempre en los das en que me hacan la puncin. Tena, creo, un corazn tenaz, ymientras no se extingua su humor tampoco se extingua l, no se mora, probablemente llevaba

    viviendo ms tiempo del que les pareca bien a los mdicos y las hermanas. Si no podan librarse de l yde las molestias que les causaba a diario por medio de su muerte, tenan que divertirse al menos con subroma, siempre repetida, del ndice de la mano derecha, que ninguno de los das en que yo haba estadoen la habitacin de morir haba dejado de surtir su efecto. De ese posadero de Hofgastein se hablartodava ms adelante. La visita mdica, el punto culminante de cada da, era al mismo tiempo siempre la

    mayor decepcin. Poco despus llegaba el almuerzo. Las hermanas slo tenan que repartir tres o cuatroraciones, porque slo tres o cuatro pacientes estaban en condiciones de comerse el almuerzo, a losrestantes se los despachaba con t caliente o con zumo de frutas caliente. Un hombre, que en los

    26

  • 8/4/2019 7102359 Thomas Bernhard El Aliento 1978

    27/52

    primeros das despus de mi estado de inconsciencia me haba parecido gordo y pesado, a quien nohaba odo jams decir una palabra y que, entretanto, como todos los dems, se haba quedado en loshuesos, haba recibido siempre nicamente un gran cuenco lleno de manzanas para comer, y todavarecuerdo muy bien cmo aquel hombre, casi sin moverse, se coma cada vez poco a poco todas las

    manzanas del cuenco de fruta, para poder orinar. En su tablilla negra de datos personales haba podidoleer yo pronto, despus de recobrar el conocimiento, la palabra GENERAL, que estaba escrita bajo sunombre, como me acuerdo, hngaro, con maysculas. Durante mucho tiempo haba dirigido miatencin slo a esa palabra GENERAL, y me haba preguntado si lo que todo el tiempo haba ledodesde mi cama en la tablilla como GENERAL era realmente la palabra GENERAL. No me habaequivocado al leer; aquel hombre haba sido efectivamente un general hngaro, un refugiado comocientos de miles y millones, que al final de la guerra, venido quin sabe de dnde, haba ido a parar aSalzburgo. Haba sido inimaginable para m estar en la misma habitacin que un verdadero general que,contemplado ms de cerca, tena todava exactamente el aspecto de un general. El general no habarecibido visitas ni una sola vez, lo que haca suponer que no tena absolutamente a nadie. Una tarde enque una sbita nevisca oscureci casi por completo la habitacin de morir, muri de repente. Elcapelln del hospital le haba dado, ya muerto, la extremauncin. Los hombres del servicio de diseccinhaban levantado de la cama un cuerpo muy descarnado y lo haban colocado en el atad de cinc, no sinque sus huesos golpearan dentro tan fuertemente, que se despertaron incluso l05 pacientes que hastaentonces dorman. Apenas poda creerse que el muerto fuera el mismo hombre que slo dos o tressemanas antes haba estado tan gordo. Los hombres del servicio de diseccin actuaron con el cadverdel general exactamente lo mismo que con todos los dems, que haban sido obreros y campesinos,funcionarios y, como queda dicho, uno posadero, y que sin duda haban sido todos lo que se llamagentes sencillas. Sin duda deba de haber inducido a todos a la reflexin, en la medida en que se

    hubieran dado cuenta siquiera de su muerte, de qu forma, entre ellos, haba muerto un verdaderogeneral, lo mismo que ese hecho me haba inducido a reflexionar a m. Lo ms sorprendente en aquelhombre que, quin sabe en qu circunstancias, haba llegado a general, haba sido su silencio, no sumutismo, sino su absoluto silencio, nadie le haba odo jams decir nada, y tampoco le haba habladonunca nadie, y cuando las hermanas o los mdicos le haban dicho algo, no haba respondido.Posiblemente tampoco haba comprendido ya. Apenas hubo muerto y fue evacuado, borraron tambinla palabra GENERAL de la tablilla, y unas horas despus de haberse alejado del mundo en aquellacama que yo haba observado tan a menudo y tan intensamente, tena un sucesor. A la palabraGENERAL haba sucedido la palabra AGRICULTOR que, desde haca algn tiempo, sustitua en el

    uso lingstico de este pas a la palabra campesino. Junto a aquella cama haba estado echado una solanoche un, as llamado, feriante de Mattighofen. Aquel hombre, lo que en mi poca jams haba ocurridosalvo en aquel nico caso, haba entrado por su pie en la habitacin de morir, y la hermana de noche,que acababa de comenzar su servicio, le haba asignado la cama. El llevaba su hato de ropa bajo elbrazo y haba dado la impresin de cualquier cosa menos de enfermo. Por lo visto, acababa de pasarpor la llamada recepcin y haba pasado su primer reconocimiento en el hospital. El posadero deHofgastein, dos camas ms all, se haba interesado en seguida por l, y le haba dado a l, el novato,instrucciones sobre su comportamiento necesario y esperado aqu, y los dos se haban entendido enseguida, eran de la misma cuerda y hablaban de la misma manera. El feriante haba llegado tan tarde al

    hospital y a la habitacin de morir, que ni siquiera le dieron la cena, lo que le hubiera apetecido. Apenasestuvo en la cama, la enfermera de noche haba apagado la luz, y probablemente el recin llegado sehaba sentido tambin sbitamente agotado, porque a partir de ese momento no haba odo nada ms

    27

  • 8/4/2019 7102359 Thomas Bernhard El Aliento 1978

    28/52

    de l, cuando acababa de decir que no saba por qu estaba de repente ah. De madrugada, l no habapodido aguantar ms en la cama y, antes an de que se lo dijeran, se habalevantado y, segn me pareci, haba salido al pasillo sin motivo alguno. Aquellos instantes de ausenciadel feriante de Mattighofen los haba aprovechado el posadero de Hofgastein para informarse sobre la

    enfermedad del feriante. El posadero cogi el grfico de temperaturas que haba sobre la mesilla denoche, junto a su cama, e hizo como si lo estudiara. Con un profundo suspiro, en el que haba espantoy una infamia elevada al rango de alegra por el mal ajeno, el posadero volvi a dejar en la mesilla denoche el grfico de temperaturas, en el que estaba indicada la enfermedad del feriante en frmulasconvencionales. Cuando el feriante, probablemente por decisin de la hermana de da, que se habahecho ya cargo del servicio, volvi a entrar en la habitacin de morir, el posadero de Hofgastein, comosi ahora lo supiera todo sobre el feriante, lo haba recibido con un silencio a la vez malicioso y lleno dealegra por el mal ajeno y le haba preguntado luego, hipcritamente, si haba pasado buena noche. Enrealidad, precisamente aquella noche haba sido una de las pocas tranquilas, sin incidentes dignos demencin, y el feriante dijo que buena. Luego le cont al posadero un sueo que l, el feriante, habatenido por la noche y del que no entenda nada. Ahora se iba a lavar, dijo el feriante, despojndose delcamisn y dirigindose al lavabo. Durante algn tiempo observ la minuciosidad con que el feriante selavaba, y luego, por lo visto, el proceso no me interes ya, y dej de mirar. De pronto o un ruidoespantoso y al instante mir hacia el lavabo. El feriante se haba desplomado muerto sobre el lavabo,golpeando con la cabeza contra el borde. Como me haba vuelto al instante hacia el lavabo, pude vertodava lo siguiente-: el cuerpo del feriante arrastr a la cabeza del feriante fuera del lavabo, haciendoque golpeara fuertemente contra el suelo. El feriante, mientras se lavaba, haba sufrido un ataque. Elposadero tuvo entonces su triunfo. Cont que haba previsto ya la muerte del feriante, despus de haberechado una ojeada al grfico de temperaturas del feriante. El posadero de Hofgastein, con la cabeza

    muy levantada y con los brazos totalmente extendidos sobre su sbana y los dedos tan abiertos comopudo, observ el rescate y evacuacin del feriante de Mattighofen. A m me horroriz la escena y lasigo viendo todava. Era la primera vez que vea a una persona, que acababa de estar hablando y, poraadidura, de la forma ms despreocupada, de pronto muerta ante m. Fue el nico que conoc en lahabitacin de morir que no hubiera previsto en absoluto la muerte inminente que lo aguardaba. Elposadero de Hofgastein debi de envidiarle a l, el feriante de Mattighofen, aquella escena de muerterepresentada de forma tan expresiva y tan sbitamente brusca. Todo el que haba visto al feriante deMattighofen delante de nosotros, inmediatamente despus de su muerte, haba tenido que envidiarle esamuerte. Los despiertos haban envidiado sin duda al feriante su muerte, los otros no se haban dado

    cuenta de ella en absoluto. A las hermanas y los mdicos se les haba escapado el feriante, antes an depenetrar en su mquina de sufrimientos y tormentos. No haba valido la pena que le prepararan unacama y le hicieran un grfico de temperaturas, quiz pensaran las hermanas. Nada envidian ms los que

    van a morir con seguridad que una muerte sin morir tan afortunada. Era propio de la naturaleza delferiante de Mattighofen que hubiera muerto de aquella forma, haba pensado yo cuando vinieron abuscarlo. Aquel hombre no hubiera podido tener ninguna otra muerte. Yo mismo me haba descubiertoenvidindole su muerte al feriante, porque no poda estar seguro de escaparme un da al pasado, deacabar, en un instante, de aquella forma repentina y totalmente sin dolor. Al fin y al cabo, son losmenos a quienes se concede una muerte sin morir. Morimos a partir del instante en que nacemos, pero

    slo decimos que morimos cuando hemos llegado al final de ese proceso, y a veces ese final se prolongaan un tiempo horriblemente largo. Calificamos de morir la fase final del proceso de ir muriendodurante toda nuestra vida. Al fin y al cabo, nos negamos a saldar nuestra cuenta cuando queremos

    28

  • 8/4/2019 7102359 Thomas Bernhard El Aliento 1978

    29/52

    esquivar el morir. Cuando contemplamos la cuenta que un da nos presentan, pensamos en el suicidio yal mismo tiempo buscamos refugio en pensamientos totalmente innobles y bajos. Olvidamos que loque a nosotros se refiere es un juego de azar, y terminamos por ello amargados. Slo nos queda abiertaal final la falta de esperanza. El resultado es la habitacin de morir, en la que se muere, definitivamente.

    Todo ha sido slo un engao. Toda nuestra vida, si lo pensamos bien, no ha sido ms que un calendariode festejos usado y, finalmente, de hojas totalmente arrancadas. De eso, por supuesto, no saba nada elferiante de M