7.- Concilio Vaticano II

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GAUDIUM ET SPES EL CONCILIO VATICANO II El Concilio Vaticano II ha sido el acontecimiento más importante de la vida de la Iglesia en el pasado siglo y ha sido también el último gran Concilio de la Iglesia (1962- 1965). La influencia que este tuvo en el desarrollo posterior de la DSI fue muy grande, como trataremos de ver. Fue convocado por el Papa Juan XXIII y concluido por su sucesor, Pablo VI. Supuso para la Iglesia un cambio copernicano: de sentirse una Iglesia para sí, convertirse en una Iglesia para los demás. Además podemos considerarlo como la primera experiencia auténtica de catolicidad, al estar presentes obispos del Tercer Mundo por primera vez. Ha aparecido así el tema fundamental del Concilio: la eclesiología. El contexto previo al Concilio era de una Iglesia replegada sobre sí misma y enfrentada abiertamente con la modernidad. El proceso de secularización en todos los campos había descolocado la labor de la Iglesia en el mundo moderno. La convocatoria del Concilio se había hecho desde dos ideas que nos hacen entender muy bien cuál es la finalidad última: “aggionarmiento” y “abrir las ventanas”. Fundamentalmente se trata de reconciliarse con la modernidad y de entrar en diálogo con el mundo. No es el momento ahora de hacer una cronología histórica del Concilio pero sí de captar las ideas principales. En los comienzos se produce un momento de impass: ¿qué se pretende con el Concilio? Tras los vaivenes primeros, se logra poner un poco d luz con las famosas intervenciones de los cardenales Suenens y Montini. El primero logra centrar la finalidad del Concilio en la temática sobre la Iglesia desde dos ópticas: “ad intra” y “ad extra”. El segundo profundizará en la misma idea y dará la clave de lo que fueron los trabajos conciliares: reflexionar sobre lo que es la Iglesia y profundizar en lo que hace, o lo que es lo mismo, profundizar en el misterio de la Iglesia y en la misión de la misma. Surgen así los dos documentos más importantes: Lumen Gentium y Gaudium et Spes. Ambos van unidos. 1

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Tema 7 Moral social. Facultad teología Burgos

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GAUDIUM ET SPES

EL CONCILIO VATICANO II

El Concilio Vaticano II ha sido el acontecimiento más importante de la vida de la Iglesia en el pasado siglo y ha sido también el último gran Concilio de la Iglesia (1962-1965). La influencia que este tuvo en el desarrollo posterior de la DSI fue muy grande, como trataremos de ver. Fue convocado por el Papa Juan XXIII y concluido por su sucesor, Pablo VI. Supuso para la Iglesia un cambio copernicano: de sentirse una Iglesia para sí, convertirse en una Iglesia para los demás. Además podemos considerarlo como la primera experiencia auténtica de catolicidad, al estar presentes obispos del Tercer Mundo por primera vez.

Ha aparecido así el tema fundamental del Concilio: la eclesiología. El contexto previo al Concilio era de una Iglesia replegada sobre sí misma y enfrentada abiertamente con la modernidad. El proceso de secularización en todos los campos había descolocado la labor de la Iglesia en el mundo moderno. La convocatoria del Concilio se había hecho desde dos ideas que nos hacen entender muy bien cuál es la finalidad última: “aggionarmiento” y “abrir las ventanas”. Fundamentalmente se trata de reconciliarse con la modernidad y de entrar en diálogo con el mundo.

No es el momento ahora de hacer una cronología histórica del Concilio pero sí de captar las ideas principales. En los comienzos se produce un momento de impass: ¿qué se pretende con el Concilio? Tras los vaivenes primeros, se logra poner un poco d luz con las famosas intervenciones de los cardenales Suenens y Montini. El primero logra centrar la finalidad del Concilio en la temática sobre la Iglesia desde dos ópticas: “ad intra” y “ad extra”. El segundo profundizará en la misma idea y dará la clave de lo que fueron los trabajos conciliares: reflexionar sobre lo que es la Iglesia y profundizar en lo que hace, o lo que es lo mismo, profundizar en el misterio de la Iglesia y en la misión de la misma. Surgen así los dos documentos más importantes: Lumen Gentium y Gaudium et Spes. Ambos van unidos.

Ambos documentos forman una unidad y presentan una Iglesia muy diferente a la anterior al Concilio: se partía de una Iglesia que se definía a sí misma como societas perfectae, como cuerpo místico de Cristo, como jerárquicamente constituida… Del Concilio surge una Iglesia que se define a sí misma como Pueblo de Dios, como Misterio, como Sacramento de Salvación… Estas categorías profundizan en un estilo de Iglesia: lo fundamental es la pertenencia al Pueblo, no la diversidad de ministerios que en ella pueden existir; a pesar de las dificultades, la Iglesia ha sido convocada y mantenida por Dios; porque es sacramento tiene que visibilizar la salvación de Dios, siendo para el mundo. La misión de la Iglesia es construir el Reino, con el cual no se identifica sino que sirve; es una misión fundamentalmente de servicio que, aunque religiosa, no se limita a los actos espirituales sino que sirve al hombre integral; una misión en una sociedad autónoma, como las realidad terrenas tienen su autonomía y que no están bajo el paraguas eclesiástico; una misión en la que todos tienen su tarea, especialmente los laicos que tienen un papel fundamental como Iglesia que son… En definitiva, una Iglesia que se siente misionera, convocada a anunciar una Buena Noticia, un proyecto de Salvación y de sanación para la entera humanidad. A esta nueva percepción de sentirse Iglesia en el mundo contribuyeron también las intervenciones de Pablo VI en una serie de discursos a los Obispos y con su encíclica Ecclesiam Suam.

Benedicto XVI hace una interpretación interesante del Concilio. En palabras suyas, “el Concilio profundizó en lo que pertenece desde siempre a la verdad de la fe, es

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decir, que la Iglesia, estando al servicio de Dios, está al servicio del mundo en términos de amor y verdad” (CV 11), por lo que la acción evangelizadora contribuye de manera necesaria al desarrollo de los pueblos.

Esta autocomprensión de la Iglesia tiene sus repercusiones en la DSI. Fundamentalmente la cuestión se sitúa en la necesaria relación entre la Iglesia y el mundo. Con la modernidad estas relaciones entran en crisis y se produce un desencuentro: su mensaje sobre la sociedad no es aceptado pues se hacía desde un paradigma pasado donde lo religioso había sido un factor configurador de la sociedad y la Iglesia se había situado desde un lugar de autoridad, con un prestigio reconocido. En una nueva realidad de modernidad, que reivindica la libertad, se necesita hablar de otra forma: esto es lo que consigue el Concilio, propiciar la fuerza renovadora de la enseñanza social. Su discurso no se coloca ya en la autoridad, sino en el testimonio de vida y en el compromiso de transformación de la realidad. De esta manera, la enseñanza social se legitima más, pues se recoloca como instrumento de evangelización y de servicio, penetra en el corazón de la misión de la Iglesia… Pero fundamentalmente repercute en los siguientes aspectos:

-la propia concepción de la DSI: deja de llamarse doctrina para adoptar conceptos un poco más modestos

-las fuentes de inspiración: el lugar preferente es ahora la Revelación-el método: no se trata de deducir, sino de discernir-los destinatarios: no sólo es la comunidad cristiana, sino toda la humanidad-el sujeto: no es sólo el Magisterio pontificio, sino las Iglesias locales las que

tienen esa tarea de dar respuestas a las variadas situaciones.

En cuanto al procedimiento formal, el Concilio fue convocado en 1959, tuvo un periodo ante preparatorio (1959-1960), una fase preparatoria (1960-1962) y cuatro sesiones conciliares (11 octubre a 8 de diciembre de 1962; 29 de septiembre a 4 de diciembre de 1963; 14 de septiembre a 21 de noviembre de 1964; 14 de septiembre a 8 de diciembre de 1965). Respecto a los documentos emanados en el mismo, sabemos que en el Concilio se aprobaron cuatro grandes constituciones que recogen los temas centrales del mismo (Lumen Gentium, Gaudium et Spes, Sacrosanctum Concilium y Dei Verbum), nueve decretos sobre diferente temática (Christus Dominus, Prebiterorum Ordinis, Optatam totius, Perfectae caritatis, Apostolicam Actuositatem, Orientalium Ecclesiarum, Ad gentes, Unitatis redintegratio, Inter Mirifica) y tres declaraciones (Dignitatis humanae, Gravissimum educationis, Nostra aetate).

LA CONSTITUCIÓN PASTORAL GAUDIUM ET SPES

La Constitución Pastoral Gaudium et Spes puede ser considerada como el fruto granado del Concilio, pues es el último documento más extenso y que se aprueba prácticamente al finalizar (7-diciembre-1965). No estando previsto en los inicios, formulado y reformulado en numerosos esquemas, debatido y seguido por la opinión pública, recoge, por tanto, la reflexión de todo el Concilio, aunque también las contradicciones del mismo. Se sitúa en el núcleo central de los debates conciliares.

Nos encontramos con un documento novedoso, en primer lugar por el nombre, desconocido hasta el momento en la historia de la Iglesia: “constitución pastoral”. El término “constitución” destaca su importancia, al mismo nivel que la Lumen Gentium; el término “pastoral” significa que no trata de cuestiones doctrinales, sino más bien de aplicaciones a nuestro tiempo. Así se señala en la nota que aclara el concepto:

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“Se llama constitución pastoral porque, apoyada en principios doctrinales, quiere expresar la actitud de la Iglesia ante el mundo y el hombre contemporáneos. Por ello, ni en la primera parte falta intención pastoral, ni en la segunda intención doctrinal” (nota 1).

El término constitución nos indica su voluntad: expresa lo que la Iglesia quiere ser, la fidelidad de la propia Iglesia a su misión. Podríamos, por tanto, definir este documento como el conjunto de directrices de la Iglesia, elaboradas como fruto del análisis de la situación presente, con vistas a una decisión concreta.

Pero sobre todo es novedoso por el método que utiliza y que consagra el giro que ya se había iniciado: en vez de partir de principios abstractos y deducir desde ahí caminos de acción, se propone el camino inverso, es decir, se parte de la realidad para ver cómo se ajusta al plan de Dios. Es la metodología inductiva del discernimiento de los signos de los tiempos.

ESQUEMA DEL DOCUMENTOEl título del mismo señala, como siempre, una breve panorámica de lo que

dentro nos vamos a encontrar: “Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual”. Se divide, por tanto, en dos grandes apartados:

-Introducción (1-10): situación del hombre en el mundo de hoy. Se describe la situación de su tiempo, donde se subrayan los cambios profundos y el futuro ambiguo que se abre.

-Primera parte: La Iglesia y la vocación del hombre (11-45). Se subdivide en cuatro partes: en la primera trata de la dignidad de la persona humana (fundamento antropológico que tendrá una importancia posterior porque se sitúa en el centro); en la segunda analiza la comunidad humana en la que el hombre materializa su dimensión social natural; en la tercera analiza la actividad humana en el mundo donde se profundiza en la autonomía de las realidades temporales; en la última expone la misión de la Iglesia en el mundo que, siendo religiosa, no agota toda su actuación.

-Segunda parte: Algunos problemas más urgentes (46-90). Hace un análisis de algunas temáticas concretas: el matrimonio y la familia; la cultura (que nunca había sido tratado hasta ahora); la vida económica y social; la vida política; la paz y la comunidad internacional.

-Conclusión (91-93)Como se puede apreciar Gaudium et Spes puede ser considerado como una

síntesis hasta el momento de la enseñanza moral y de la DSI. En una primera parte se presentan los principios doctrinales fundamentales; en una segunda aparecen los temas más concretos y particulares. “En la primera parte la Iglesia expone su doctrina del hombre, del mundo y de su propia actitud ante ambos. En la segunda parte considera con mayor detenimiento diversos aspectos de la vida y de la sociedad actual, y particularmente ciertas cuestiones y problemas que hoy son más urgentes en esta materia. Ello hace que en esta última parte la materia, aunque sujeta a principios doctrinales, conste no sólo de elementos permanentes, sito también de algunos otros contingentes” (Nota 1).

DESARROLLO DE ALGUNOS TEMAS1.-La autonomía de las realidades temporalesGS consagra una de las grandes afirmaciones del Concilio: la autonomía de las

realidades temporales. Dicha autonomía puede ser entendida en una forma correcta o en otra desacertada, que coincidiría con una postura laicista:

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“Muchos de nuestros contemporáneos parecen temer que, por una excesivamente estrecha vinculación entre la actividad humana y la religión, sufra trabas la autonomía del hombre, de la sociedad o de la ciencia. Si por autonomía de la realidad se quiere decir que las cosas creadas y la sociedad misma gozan de propias leyes y valores, que el hombre ha de descubrir, emplear y ordenar poco a poco, es absolutamente legítima esta exigencia de autonomía. No es sólo que la reclamen imperiosamente los hombres de nuestro tiempo. Es que además responde a la voluntad del Creador. Pues, por la propia naturaleza de la creación, todas las cosas están dotadas de consistencia, verdad y bondad propias y de un propio orden regulado, que el hombre debe respetar con el reconocimiento de la metodología particular de cada ciencia o arte. Por ello, la investigación metódica en todos los campos del saber, si está realizada de una forma auténticamente científica y conforme a las normas morales, nunca será en realidad contraria a la fe, porque las realidades profanas y las de la fe tienen su origen en un mismo Dios. Más aún, quien con perseverancia y humildad se esfuerza por penetrar en los secretos de la realidad, está llevado, aun sin saberlo, como por la mano de Dios, quien, sosteniendo todas las cosas, da a todas ellas el ser. Son, a este respecto, de deplorar ciertas actitudes que, por no comprender bien el sentido de la legítima autonomía de la ciencia, se han dado algunas veces entre los propios cristianos; actitudes que, seguidas de agrias polémicas, indujeron a muchos a establecer una oposición entre la ciencia y la fe.

Pero si autonomía de lo temporal quiere decir que la realidad creada es independiente de Dios y que los hombres pueden usarla sin referencia al Creador, no hay creyente alguno a quien se le oculte la falsedad envuelta en tales palabras. La criatura sin el Creador desaparece. Por lo demás, cuantos creen en Dios, sea cual fuere su religión, escucharon siempre la manifestación de la voz de Dios en el lenguaje de la creación. Más aún, por el olvido de Dios la propia criatura queda oscurecida” (GS 36).

En último término, ¿de qué autonomía se está hablando? No de una autonomía respecto a Dios, sino respecto a la Iglesia. La Iglesia no se situaría en una actitud de dominio frente a las realidades temporales, de supervisora y custodia de una verdad frente a las ciencias y las instituciones, sino en una actitud de servicio a las mismas.

2.-Misión de la IglesiaLa Iglesia tiene una misión en el mundo. Y se trata de una misión

fundamentalmente religiosa, pero que no agota toda su tarea:“La misión propia que Cristo confió a su Iglesia no es de orden político,

económico o social. El fin que le asignó es de orden religioso. Pero precisamente de esta misma misión religiosa derivan funciones, luces y energías que pueden servir para establecer y consolidar la comunidad humana según la ley divina. Más aún, donde sea necesario, según las circunstancias de tiempo y de lugar, la misión de la Iglesia puede crear, mejor dicho, debe crear, obras al servicio de todos, particularmente de los necesitados, como son, por ejemplo, las obras de misericordia u otras semejantes” (GS 42).

En efecto, aunque la tarea de la Iglesia es religiosa no se debe confundir con que sea una misión fundamentalmente espiritual: entran también, de forma derivada, las consecuencias que el orden religioso impone en los diferentes ámbitos de la vida social. Por tanto, cuando la Iglesia habla y aborda diferentes temas políticos, económicos o sociales, no se aleja de su misión primigenia.

En cierta medida se está ya adelantando lo que más tarde se explicitará: la lucha por la justicia forma parte constitutiva de la tarea evangelizadora. Profundizar en esta misión especial de la Iglesia la vacuna de dos peligros: desentenderse por completo del mundo y caer en un espiritualismo desencarnado que la haga huir de la cruda realidad

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donde se encarna y/o pensar que sólo trabajando por la justicia se está ya construyendo el Reino de Dios. Es evidente que no se puede identificar progreso con Reino: pero sin identificarlos, también hay que afirmar que entre mundo y reino hay una continuidad y discontinuidad.

Nuestra misión, como dice GS, es preparar “el material del Reino de Dios” (GS 38). Por eso, hablar y comprometerse en los diferentes problemas políticos, económicos o sociales no es buscar un poder perdido, o reinstaurar viejos sistemas neoconfesionales, sino que es servir al hombre concreto e histórico que se encuentra condicionado por estructuras y realidades complejas que es preciso transformar.

Junto a este debate, la cuestión de la misión de la Iglesia presenta otro fundamentalmente antropológico. En el Concilio se percibe que la Iglesia tiene que estar al servicio del hombre: le mueve la ortopraxis, es decir, movilizar a la Iglesia en la acción al servicio del hombre. Pero inmediatamente surgen las dificultades sobre qué tipo de hombre queremos sacar adelante. Para el mejor servicio del hombre, lo que la Iglesia mejor puede aportar es una justa interpretación del hombre. ¿Qué imagen del hombre la Iglesia puede aportar? Profunda reflexión del hombre hecha en diálogo con los humanismos no creyentes. El Concilio trata de dialogar con diferentes humanismos del momento: el personalista o individualista (destaca la libertad, los derechos humanos, poner al hombre en el centro, celoso de sus logros); existencialistas (pregunta vitales: el destino, la verdad…); laico cerrado a la trascendencia (lo decisivo es lo social, la justicia social, lo comunitario) y el humanismo más moderno (el hombre es el centro y transformador de la historia).

En el documento se hacen visibles dos corrientes: la de Juan XXIII que fomenta el diálogo para la colaboración concreta de cara a solucionar los graves problemas. Y la de Pablo VI, que pretende un dialogo con la cultura para proponer una visión del hombre que sea aceptable. De aquí surgen dos tendencias: acción en la historia o doctrinal. Es el debate que ya Maritain sostuvo cuando se estaba fraguando la Declaración de los Derechos del hombre. El afirmaba: “el acuerdo sobre el problema puede hacerse espontáneamente, no a base de un pensamiento común especulativo, sino sobre un pensamiento común práctico; no sobre la afirmación de una idéntica concepción del mundo, del hombre y del conocimiento, sino sobre la afirmación de un mismo conjunto de convicciones que dirigen la acción. Sin duda que esto es poco; pero este es el último reducto de un acuerdo de los espíritus. Ya es bastante, sin embargo, para emprender una gran obra”.

3.-La vida económico-socialEl esquema de este capítulo produce una transformación de lo que hasta ahora

había sido el tratamiento de los temas económicos. El orden en el que estos son tratados, nos habla en cierta medida de la jerarquía y de la importancia que se da a los mismos: en primer lugar se habla de la persona, homo economicus, centro y preocupación. Después se habla del gran problema económico: el desarrollo. A continuación se aborda el tema del trabajo, clave de la cuestión social como se afirmará más tarde. Desde aquí se trata el tema de los bienes terrenos y de la propiedad. En el fondo, este tema queda relegado dándose más importancia a los anteriores.

El capítulo saca conclusiones de las afirmaciones vertidas en el primer apartado, y comienza presentando el principio fundamental que debe regir toda la vida económica: el hombre es el autor, el centro y el fin de toda la actividad económica. Hay una preocupación humanista:

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“También en la vida económico-social deben respetarse y promoverse la dignidad de la persona humana, su entera vocación y el bien de toda la sociedad. Porque el hombre es el autor, el centro y el fin de toda la vida económico-social” (GS 63).

Este principio tiene que iluminar la actual situación económica que viene definida por un contraste: el desarrollismo que lleva al lujo y el subdesarrollo que lleva a la pobreza. Por eso, para hablar de un auténtico desarrollo, éticamente aceptable, tiene que cumplir dos características que Populorum Progressio desarrollará posteriormente: ser integral (que atienda a todas las dimensiones de la persona y no sólo a la dimensión material) y solidario (que llegue a todos sin excepción).

A la hora de hablar del trabajo, lo presenta como elemento central de la vida económica, pues “los demás no tienen otro papel que el de instrumentos” (GS 67). El trabajo tiene siempre una dignidad, está por encima del capital, es un deber y un derecho, tiene que ser realizado en unas condiciones dignas y la persona que lo realiza es sujeto de derechos: salario, descanso, participación, asociación, huelga… Se trata de un derecho social, es decir, se obliga al Estado a garantizar este derecho que realiza a la persona.

Por último, trata del uso de los bienes terrenos, donde coloca la doctrina sobre la propiedad. El principio fundamental que se invoca, y desde el que ha de entenderse todo, es el destino universal de los bienes:

“Dios ha destinado la tierra y cuanto ella contiene para uso de todos los hombres y pueblos. En consecuencia, los bienes creados deben llegar a todos en forma equitativa bajo la égida de la justicia y con la compañía de la caridad. Sean las que sean las formas de la propiedad, adaptadas a las instituciones legítimas de los pueblos según las circunstancias diversas y variables, jamás debe perderse de vista este destino universal de los bienes. Por tanto, el hombre, al usarlos, no debe tener las cosas exteriores que legítimamente posee como exclusivamente suyas, sino también como comunes, en el sentido de que no le aprovechen a él solamente, sino también a los demás. Por lo demás, el derecho a poseer una parte de bienes suficiente para sí mismos y para sus familias es un derecho que a todos corresponde. Es éste el sentir de los Padres y de los doctores de la Iglesia, quienes enseñaron que los hombres están obligados a ayudar a los pobres, y por cierto no sólo con los bienes superfluos. Quien se halla en situación de necesidad extrema tiene derecho a tomar de la riqueza ajena lo necesario para sí. Habiendo como hay tantos oprimidos actualmente por el hambre en el mundo, el sacro Concilio urge a todos, particulares y autoridades, a que, acordándose de aquella frase de los Padres: Alimenta al que muere de hambre, porque, si no lo alimentas, lo matas, según las propias posibilidades, comuniquen y ofrezcan realmente sus bienes, ayudando en primer lugar a los pobres, tanto individuos como pueblos, a que puedan ayudarse y desarrollarse por sí mismos” (GS 69).

Este principio del destino universal de los bienes se da a través de instituciones de ayuda comunitaria, a través de organismos de previsión y seguridad social (GS 69) y a través de la atención a los necesitados (GS 69) o de inversión (la riqueza siempre está en función de los bienes sociales) (GS 70).

Desde este principio, se analiza el tema de la propiedad que, de esta forma, es resituado y que se abre a otras formas culturales de propiedad. De esta manera, el principio que se trata de transmitir es que las formas de propiedad (sean de la forma que sean) están subordinadas al destino universal de los bienes, es decir, son un medio para conseguir que el fin se realice plenamente:

“La propiedad, como las demás formas de dominio privado sobre los bienes exteriores, contribuye a la expresión de la persona y le ofrece ocasión de ejercer su función responsable en la sociedad y en la economía. Es por ello muy

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importante fomentar el acceso de todos, individuos y comunidades, a algún dominio sobre los bienes externos. La propiedad privada o un cierto dominio sobre los bienes externos aseguran a cada cual una zona absolutamente necesaria para la autonomía personal y familiar y deben ser considerados como ampliación de la libertad humana. Por último, al estimular el ejercicio de la tarea y de la responsabilidad, constituyen una de las condiciones de las libertades civiles. Las formas de este dominio o propiedad son hoy diversas y se diversifican cada día más. Todas ellas, sin embargo, continúan siendo elemento de seguridad no despreciable aun contando con los fondos sociales, derechos y servicios procurados por la sociedad. Esto debe afirmarse no sólo de las propiedades materiales, sino también de los bienes inmateriales, como es la capacidad profesional. El derecho de propiedad privada no es incompatible con las diversas formas de propiedad pública existentes. La afectación de bienes a la propiedad pública sólo puede ser hecha por la autoridad competente de acuerdo con las exigencias del bien común y dentro de los límites de este último, supuesta la compensación adecuada. A la autoridad pública toca, además, impedir que se abuse de la propiedad privada en contra del bien común. La misma propiedad privada tiene también, por su misma naturaleza, una índole social, cuyo fundamento reside en el destino común de los bienes. Cuando esta índole social es descuidada, la propiedad muchas veces se convierte en ocasión de ambiciones y graves desórdenes, hasta el punto de que se da pretexto a sus impugnadores para negar el derecho mismo” (GS 71).

Como se ve, el Concilio no entra en la discusión acerca de si el derecho de propiedad es un derecho natural o no: no le interesa. Lo fundamental es insistir en ese principio general que ha de cumplirse. Por eso, concluirá el número acentuando la función social que tiene toda propiedad y que deriva de aquel principio, y las consecuencias negativas en todo orden que conlleva el olvido de la misma.

4.-La vida políticaEl apartado en el que aborda las cuestiones políticas desarrolla sucesivamente el

tema la comunidad política, el del bien común y el de la autoridad política. Comienza haciendo una distinción que resulta novedosa: la comunidad política. Hasta ahora se hablaba de que la autoridad era una exigencia de la sociedad. En el Concilio se afirma que lo que es necesaria es la comunidad política, distinta de la comunidad civil. Esta está constituida por la compleja red de interrelaciones de individuos y grupos que buscan su pleno desarrollo. La comunidad política será el marco de convivencia, las reglas de juego que todos acogen y que permita un sano desarrollo. El objetivo de esa comunidad política, por tanto, es la búsqueda del bien común que es definido como “el conjunto de aquellas condiciones de vida social con las cuales los hombres, las familias y las asociaciones pueden lograr con mayor plenitud y facilidad su propia perfección” (GS 74).

La autoridad sería el instrumento que hace posible la consecución del bien común en una sociedad plural (GS 73). La autoridad siempre estaría al servicio de la comunidad política que responden al plan de Dios y a cuyo orden moral, por tanto, deben someterse.

El Concilio invita en este punto a participar activamente en la vida pública: es un derecho y un deber (GS 75). Esta participación ha de darse siempre con eficiencia y coherencia.

El apartado concluye describiendo cómo han de ser las relaciones entre la Iglesia y la comunidad política: el principio que debe de iluminarlas es el de la autonomía y sana colaboración, porque ambas instituciones sirven al mismo sujeto: la persona humana:

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“Es de suma importancia, sobre todo allí donde existe una sociedad pluralística, tener un recto concepto de las relaciones entre la comunidad política y la Iglesia y distinguir netamente entre la acción que los cristianos, aislada o asociadamente, llevan a cabo a título personal, como ciudadanos de acuerdo con su conciencia cristiana, y la acción que realizan, en nombre de la Iglesia, en comunión con sus pastores. La Iglesia, que por razón de su misión y de su competencia no se confunde en modo alguno con la comunidad política ni está ligada a sistema político alguno, es a la vez signo y salvaguardia del carácter trascendente de la persona humana. La comunidad política y la Iglesia son independientes y autónomas, cada una en su propio terreno. Ambas, sin embargo, aunque por diverso título, están al servicio de la vocación personal y social del hombre. Este servicio lo realizarán con tanta mayor eficacia, para bien de todos, cuanto más sana y mejor sea la cooperación entre ellas, habida cuenta de las circunstancias de lugar y tiempo. El hombre, en efecto, no se limita al solo horizonte temporal, sino que, sujeto de la historia humana, mantiene íntegramente su vocación eterna” (GS 79).

5.-La pazAnte el tema de la paz, el Concilio trata de situarse con una mentalidad

totalmente nueva (GS 80). Había que dejar de lado teoría de la guerra justa, de la guerra defensiva… y situarse con una mentalidad nueva: no fue fácil. Comienza haciéndose una afirmación de lo que supone la paz: la paz tiene una dimensión dinámica, pues se asienta sobre la justicia y sobre el amor que supone la transformación permanente de la realidad presente para alcanza la realización del orden primigenio querido por Dios (GS 78).

Sin embargo, esa paz soñada y buscada constantemente se ve amenazada por lo más contrario a ella: la guerra.

“Desde luego, la guerra no ha sido desarraigada de la humanidad. Mientras exista el riesgo de guerra y falte una autoridad internacional competente y provista de medios eficaces, una vez agotados todos los recursos pacíficos de la diplomacia, no se podrá negar el derecho de legítima defensa a los gobiernos. A los jefes de Estado y a cuantos participan en los cargos de gobierno les incumbe el deber de proteger la seguridad de los pueblos a ellos confiados, actuando con suma responsabilidad en asunto tan grave. Pero una cosa es utilizar la fuerza militar para defenderse con justicia y otra muy distinta querer someter a otras naciones. La potencia bélica no legitima cualquier uso militar o político de ella. Y una vez estallada lamentablemente la guerra, no por eso todo es lícito entre los beligerantes” (GS 79).

Como vemos, el Concilio no condena toda guerra (pesaba mucho la doctrina tradicional), pero sí pone límites y condena algunas: la guerra total y la destrucción indiscriminada de poblaciones enteras (GS 80). Trata, a continuación, de un tema de suma importancia en el momento: la carrera de armamentos. No se condena, sino que se describen los peligros que conlleva: la amenaza de la guerra y el perjuicio de los más pobres (GS 81).

Precisamente por todas estas amenazas, urge una acción decidida a favor de la paz que haga desaparecer las causas que la amenazan: por eso profundiza en una serie de medias de índole jurídico (GS 84), de desarrollo (GS 86) y de actividad de la propia Iglesia (GS 89).

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