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Poema Pedagógico Antón S. Makárenko A Máximo Gorki Nuestro padrino, amigo y maestro. Con devoción y cariño

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1. Poema Pedaggico Antn S. Makrenko A Mximo Gorki Nuestro padrino, amigo y maestro. Con devocin y cario 2. ndice Primer Libro Acerca del autor 1. Conversacin con el delegado provincial de Instruccin Pblica 2. Principio sin gloria de la colonia Gorki 3. Caracterstica de las necesidades primordiales 4. Operaciones de carcter interno 5. Asuntos de importancia estatal 6. La conquista del tanque metlico 7. No hay pulga mala 8. Carcter y cultura 9. An quedan caballeros en Ucrania 10. Los ascetas de la educacin socialista 11. La sembradora triunfal 12. Brtchenko y el comisario regional de abastos 13. Osadchi 14. Buenos vecinos 15. El nuestro es el ms guapo 16. Habersup 17. Sharin en la picota 18. La fusin con el campesinado 19. Juego de prendas 20. Sobre lo vivo y lo muerto 21. Unos viejos dainos 22. Amputacin 23. Semillas de calidad 24. El calvario de Semin 25. Pedagoga de mandos 26. Los monstruos de la segunda colonia 27. La conquista del komsomol 28. Comienzo de la marcha al son de las fanfarrias Segundo Libro 1. La jarra de leche 2. Otchenash 3. Los dominantes 4. El teatro 5. Educacin de kulaks 6. Las flechas de Cupido 7. Refuerzos 8. Los destacamentos noveno y dcimo 9. El cuarto destacamento mixto 10. La boda 11. Lrica 12. Otoo 13. Muecas de amor y de poesa 14. No gemir! 15. Gente difcil 16. Zaporozhie 3. 17. Cmo hay que contar 18. Salida de reconocimiento Tercer Libro 1. Clavos 2. El destacamento mixto de vanguardia 3. La prosa de Kuriazh 4. Todo va bien 5. Idilio 6. Cinco das 7. El 373 bis 8. El hopak 9. Transfiguracin 10. Al pie del Olimpo 11. El primer haz 12. Y la vida sigui 13. Ayudad al nio! 14. Recompensas 15. Eplogo 4. Acerca del autor Ao 1920. Tercer ao de existencia de la joven Repblica de los Soviets. La guerra civil todava no ha terminado. La vida pacfica comienza a encauzarse. En este ao, el Departamento de Instruccin Pblica encarga al joven maestro A. Makrenko que organice en las cercanas de Poltava, ciudad del Sur de Rusia, una colonia para delincuentes menores de edad que, posteriormente, recibi el nombre de Colonia Mximo Gorki. Se reuni all a nios vagabundos cuyos padres haban perecido durante los aos de guerra civil, epidemias y hambre, a nios que el torbellino de la guerra haba arrastrado por todos los caminos de Rusia. Su trabajo entre los nios vagabundos pronto pas a ser el eje de la vida del joven maestro. Unos aos ms tarde, en 1927, Makrenko pas a dirigir tambin la Comuna Infantil Flix Dzerzhinski, fundada cerca de Jrkov. En treinta aos de actividad pedaggica -dijo de s mismo Makrenko- viv 200.000 horas de tensin laboral y por mis manos pasaron ms de 3000 nios. Yo, pedagogo, he invertido los ltimos quince aos en la aplicacin prctica y el perfeccionamiento de un sistema de educacin comunista. He creado para ello, con gran trabajo, una colectividad experta, que ha evidenciado la vitalidad de todas mis tesis. Makrenko forj en su colonia a magnficos jvenes, inteligentes, de alta moral y demandas y gusto estticos elevados. Entregado a esa obra, cre su sistema pedaggico innovador, que le pone a la altura de los mejores pedagogos del mundo. Su gran talento de escritor le permiti exponer en forma literaria su teora pedaggica, hacindola patrimonio de la opinin mundial. Makrenko escribi novelas, obras de teatro y guiones cinematogrficos, que componen hoy los siete tomos de sus obras completas. Son muy famosas sus novelas Poema Pedaggico, Banderas sobre las torres y Libro para los padres. Las obras literarias de Makrenko ofrecen al lector interesantes cuadros de la vida sovitica de los aos del 20 y del 30 y, al mismo tiempo, le ensean a pensar pedaggicamente y amplan sus horizontes y cultura pedaggicos. Makrenko invirti diez aos (1925-1935) en escribir el Poema Pedaggico. Es mi obra ms querida, deca de esta novela en una carta a Gorki. La suerte de este libro es maravillosa: la vida contina escribindolo. Los personajes del Poema Pedaggico siguen viviendo fuera de sus pginas y son pedagogos, mdicos, diseadores de aviones, ingenieros, pilotos... Los libros que se han publicado en la URSS acerca de la vida de los educandos de Makrenko podran llenar toda una estantera. A quienes lean el Poema Pedaggico les agradar seguramente saber que el incorregible Burn es hoy teniente coronel del Ejrcito Sovitico y que combati como un hroe contra los fascistas en la Guerra Patria; que el colono Zadrov es ingeniero hidrlogo; que Vrshnev es mdico e Ivn Tkachuk, actor. Semin Karabnov, uno de los personajes ms populares del Poema Pedaggico, sigui el camino de su maestro, se hizo pedagogo y dirige hoy una gran institucin infantil en las cercanas de Mosc. Estas vidas no son excepciones. Los educandos de Makrenko continan la obra de su maestro. La muerte se llev muy pronto a Makrenko. En 1939, dej de existir. Sus libros, y muy especialmente su Poema Pedaggico, pintan al lector la imagen de un luchador, de un hombre pblico y pensador a quien Gorki dijera en cierta ocasin: Es usted un maravilloso Hombre con mayscula, un hombre de esos que Rusia necesita. 5. Libro Primero Captulo 1 Conversacin con el delegado provincial de Instruccin Pblica En septiembre de 1920 me llam el delegado provincial de Instruccin Pblica. - Escchame, hermano -me dijo-, he odo que andas chillando por ah... porque han instalado tu escuela de trabajo... en el local del Consejo Provincial de Economa. - Cmo no voy a chillar? La cosa no es para chillar solamente: es para aullar. Qu escuela de trabajo es sa? Toda ahumada, sucia... Acaso se parece eso a una escuela? (1) - S... Para tu gusto, hara falta construir un edificio nuevo, colocar nuevos pupitres, y entonces t te dedicaras a la enseanza. El quid no est, hermano, en los edificios; lo importante es educar al hombre nuevo, pero vosotros, los pedagogos, no hacis ms que sabotearlo todo: el edificio no os gusta y las mesas no son como deben ser. Os falta eso... sabes qu?.. El fuego revolucionario. Necesitis la raya en los pantalones! - Yo no llevo raya en los pantalones! - Bueno, t no la llevas... Intelectuales asquerosos! No hago ms que buscar y rebuscar... La cosa tiene mucha importancia. Hay tantos ladronzuelos de sos, que es imposible ir por la calle! Adems, ya se meten en las casas. Me dicen que ste es un asunto nuestro, de Instruccin Pblica... Qu te parece? - Qu va a parecerme? - Pues eso, precisamente, que no quiere nadie: que todos se defienden con uas y dientes, que todos dicen: Nos degollarn. Naturalmente, os gustara tener un despachito, libros. . . T te has puesto hasta gafas!... Me ech a rer: - Vaya, tambin las gafas le molestan! - Es lo que yo digo: que slo queris leer. Pero, si se os da un ser vivo, entonces sals con sas: Me degollar. Intelectuales! El delegado provincial de Instruccin Pblica me acribillaba enojado con sus pequeos ojos negros, y, bajo los bigotes a lo Nietzsche, su boca expela insultos contra toda nuestra casta pedaggica. Pero este delegado provincial de Instruccin Pblica no tena razn... - Usted esccheme... 6. - Qu "esccheme" ni qu "esccheme"! Qu puedes decirme? Me dirs: si fuera esto como en Norteamrica! Hace poco le un librito acerca de eso... Alguien me lo dio intencionadamente. Reformadores... O, cmo es? Espera... Ah! Reformatorios. Pero eso no existe todava en nuestro pas. - No, usted esccheme. - Bien, le escucho. - Tambin antes de la Revolucin se haca entrar en vereda a esos vagabundos. Entonces haba colonias de delincuentes menores de edad... - Esto no es lo mismo, sabes?... Lo de antes no sirve. - Precisamente. Y esto quiere decir que el hombre nuevo debe ser forjado de un modo nuevo. - De un modo nuevo; en eso tienes razn. Pero nadie sabe cmo... Y t lo sabes? - Yo tampoco. - Pues yo tengo en la delegacin provincial de Instruccin Pblica gente que sabe... - Sin embargo, no quieren poner manos a la obra... - No quieren los infames; en eso tienes razn... - Y, si yo me pongo a ello, me harn imposible la vida. Haga lo que haga, dirn que no es as. - Ests en lo justo; lo dirn esos sinvergenzas. - Y usted les creer a ellos y no a m. - No les creer. Les dir: debais haberlo hecho vosotros mismos. - Bueno; y si, en realidad, me armo un lo? El delegado provincial de Instruccin Pblica dio un puetazo sobre la mesa. - Pero, por qu vas a armarte un lo?... Bien, pues te armas un lo. Qu es lo que quieres de m? Acaso yo no lo comprendo o qu? rmate todos los los que quieras, pero hay que obrar. Despus veremos. Lo ms importante es sabes?.. no una colonia de menores, sino una escuela de educacin social. Necesitamos, comprendes?, forjar un hombre nuestro! Y t eres quien debe hacerlo. De cualquier forma, todos tenemos que aprender. Y, por lo tanto, t tambin aprenders. Me gusta que me hayas dicho francamente: no s. Eso est bien. - Y sitio hay? Porque, a pesar de todo, hacen falta edificios. 7. - Hay sitio, hermano. Un sitio magnfico. Precisamente all haba antes una colonia de menores. No est lejos, a unas seis verstas. Se est bien all. Hay bosque, campo... Podrs criar vacas... - Y gente? - Gente?... En seguida la saco del bolsillo. Tal vez necesitas tambin un automvil? - Dinero?... - Dinero hay. Toma. De un cajn de la mesa sac un paquete. - Ciento cincuenta millones (2). Para toda clase de gastos de organizacin. Reparaciones, los muebles que precises... - Y para las vacas? - Para las vacas tendrs que esperar; all no hay cristales. Y luego haces el presupuesto para un ao. - No est bien as. Sera mejor ver antes el sitio. - Yo lo he visto ya. Es que t vas a ver mejor que yo? Ve. No hay ms que hablar. - Bien, de acuerdo, -asent aliviado, porque en aquel momento no haba nada ms terrible para m que las habitaciones del Consejo Provincial de Economa. - Eres un valiente! -resumi el delegado provincial de Instruccin Pblica-. Manos a la obra! La causa es sagrada! Notas (1).- Se alude a la escuela que Antn Makrenko diriga en Poltava. La escuela no tena local propio y las clases se daban en el edificio del Consejo Provincial de Economa. (2).- Moneda en curso en 1920. 8. Captulo 2 Principio sin gloria de la Colonia Gorki A seis kilmetros de Poltava, sobre unas colinas arenosas, extendase un bosque de pinos como de doscientas hectreas, y por el lindero del bosque corra la carretera de Jrkov, en la que brillaban, montonos y pulcros, los guijarros. En el bosque haba un prado de unas cuarenta hectreas. En uno de sus ngulos se alzaban cinco cajas geomtricas de ladrillos, que constituan todas juntas un cuadriltero perfecto. sta era la nueva colonia para menores. La plazoleta arenosa del patio descenda hacia el extenso claro del bosque, hacia los juncos de un pequeo lago, en cuya orilla opuesta se hallaban las cercas y las jatas (1) de un casero de kulaks. Ms all del casero se perfilaba en el cielo una hilera de viejos abedules y dos o tres tejados de blago. Eso era todo. Antes de la Revolucin, aqu haba una colonia de menores. En 1917 la colonia se disolvi, dejando en pos de s muy pocas huellas pedaggicas. A juzgar por estas huellas, conservadas en unos viejos y rotos cuadernos-diarios, los principales pedagogos eran celadores, probablemente suboficiales retirados, cuyas obligaciones consistan en vigilar cada paso de sus educandos, tanto durante el trabajo como durante el recreo, y en dormir por las noches junto a ellos en la habitacin contigua. De lo que contaban los campesinos de la vecindad deducase que la pedagoga de esos celadores no brillaba por ninguna complicacin especial. Exteriormente se expresaba por un instrumento tan simple como el palo. Los rastros materiales de la antigua colonia eran todava ms insignificantes. Los vecinos ms inmediatos de la colonia haban trasladado y llevado a sus depsitos propios todo lo traducible a unidades materiales: los talleres, los almacenes, los muebles. Entre otros bienes haba sido trasladado tambin hasta el huerto de rboles frutales. Sin embargo, nada de toda esta historia recordaba a los vndalos. El huerto no haba sido talado, sino excavado y replantado en algn otro lugar; tampoco los cristales de las casas haban sido rotos, sino sacados con precaucin; las puertas, no arrancadas por ningn hacha colrica, haban sido cuidadosamente desprendidas de sus goznes y los hornos desmontados ladrillo a ladrillo. Slo el aparador, en el antiguo domicilio del director, permaneca en su sitio. - Por qu sigue aqu el armario? -pregunt a un vecino, Luk Seminovich Verjola, que haba venido desde el casero para ver a los nuevos amos. - Pues porque, como usted ve, puede decirse que este armario no sirve para nuestra gente. Usted mismo juzgar que no vale la pena de desmontarlo. En las jatas no entrar, tanto por lo alto como por lo ancho... En los rincones de los cobertizos se amontonaba la chatarra, pero no haba cosas tiles. Siguiendo las huellas recientes, consegu recuperar algunos objetos de valor, sustrados en los ltimos das. Eran una vieja sembradora corriente, ocho bancos de carpintera, que apenas se tenan en pie, un caballo merino de treinta aos de edad, que en otros tiempos fuera kirgus, y una campana de cobre. 9. En la colonia encontr ya a Kalina Ivnovich, el administrador. Me acogi con esta pregunta: - Usted es el encargado de la parte pedaggica? Pronto repar en que Kalina Ivnovich hablaba con acento ucraniano, aunque no reconoca la lengua ucraniana como una cuestin de principio. En su lxico abundaban las palabras ucranianas, y siempre pronunciaba la letra "g" al modo meridional. Pero yo no s por qu en la palabra "pedaggica" acentuaba con tanta fuerza esa literaria "g" rusa, que en l resultaba hasta exagerada. - Usted es el encargado de la parte pedaggica? - Por qu? Yo soy el director de la colonia... - No -objet quitndose la pipa de la boca-. Usted ser el encargado de la parte pedaggica y yo el encargado de la administracin. Imaginaos el Pan (2) de Vrbel, ya completamente calvo, slo con un resto de pelo sobre las orejas. Afeitad a este Pan la barba y cortadle los bigotes como a un arcipreste. Ponedle una pipa entre los dientes. Y ya no ser Pan, sino Kalina Ivnovich Serdiuk. Era un hombre extraordinariamente complicado para un trabajo tan simple como la administracin de una colonia infantil. Tena a sus espaldas, por lo menos, cincuenta aos de diferente actividad. Pero nicamente dos pocas constituan su orgullo: en su juventud haba sido hsar del regimiento de Kexholm de guardias de corps de Su Majestad y en el ao 18, durante la ofensiva de los alemanes, haba dirigido la evacuacin de la ciudad de Mrgorod. Kalina Ivnovich fue el primer objeto de mi actividad pedaggica. Era una gran dificultad para m su abundancia en las convicciones ms diversas. Con el mismo placer denostaba contra los burgueses, los bolcheviques, los rusos, los hebreos, nuestro desalio y la meticulosidad alemana. Pero sus ojos azules brillaban con tanto amor a la vida, era tan sensible y dinmico, que no escatim para l una pequea cantidad de energa pedaggica. Y comenc a educarle desde el primer da, desde nuestra primera conversacin: - Cmo es posible, camarada Serdiuk, que la colonia no tenga director? Alguien debe responder de todo. Kalina Ivnovich se quit otra vez la pipa y se inclin cortsmente hacia mi rostro: - Entonces usted desea ser el director de la colonia? Y que yo sea, en cierto modo, su subordinado? - No, eso no es obligatorio. Si usted quiere, yo ser su subordinado. - Yo no he estudiado pedagoga y lo que no me incumbe, no me incumbe. Usted es joven an, y quiere que yo, un viejo, sea el chico de los recados. Esto tampoco est bien. Sin embargo, para ser el director de la colonia me falta cultura, y adems, qu necesidad tengo?... Kalina Ivnovich se apart con enojo de m. Se haba disgustado. Anduvo triste todo el da, y al anochecer se present en mi cuarto ya completamente abatido. 10. - Aqu le he puesto una camita y una mesilla. Lo que he podido encontrar... - Gracias. - No hago ms que pensar qu vamos a hacer con esta colonia. Y he decidido que, naturalmente, vale ms que sea usted el director de la colonia y yo una especie de subordinado suyo. - No regaaremos, Kalina Ivnovich. - Tambin yo lo creo as. La cosa no es tan difcil, y nosotros cumpliremos nuestro deber. Y usted, como hombre culto, ser una especie de director de la colonia. Nos pusimos a trabajar. Con ayuda de palos conseguimos levantar el viejo caballo de treinta aos. Kalina Ivnovich se encaram a algo semejante a una carreta, amablemente cedida por un vecino, y todo este sistema puso rumbo a la ciudad a una velocidad de dos kilmetros por hora. Comenzaba el perodo de organizacin. Para este perodo haba sido planteada una tarea muy en su punto: la concentracin de los valores materiales imprescindibles para la educacin del hombre nuevo. Por espacio de dos meses, Kalina Ivnovich y yo nos pasamos das enteros en la ciudad. Kalina Ivnovich iba en coche y yo a pie. El crea que ir a pie rebajaba su dignidad, y a m me era imposible resignarme con el ritmo que poda proporcionar el caballo ex kirgus. En el transcurso de dos meses logramos, con ayuda de los especialistas rurales, poner ms o menos en orden uno de los cuarteles de la antigua colonia: colocamos cristales, reparamos las estufas, pusimos puertas nuevas. En el dominio de la poltica exterior obtuvimos un solo xito, aunque, en cambio, verdaderamente notable: a fuerza de solicitudes logramos de la Comisin de Abastecimiento del Primer Ejrcito de Reserva ciento cincuenta puds de harina de centeno. Pero no tuvimos la suerte de poder concentrar otros valores materiales. Comparando todo eso con mis ideales en el terreno de la cultura material, vi que, aunque tuviera cien veces ms, me faltara tanto como ahora para llegar al ideal. A consecuencia de ello tuve que declarar terminado el perodo de organizacin. Kalina Ivnovich aprob mi punto de vista: - Y qu podemos reunir, si ellos, los parsitos, se dedican a hacer encendedores? Han arruinado al pueblo y ahora dicen: Organzate como puedas. Tendremos que hacer lo mismo que Ily Mromets (3)... - Lo mismo que Ily Mromets? - S. Hubo en otro tiempo un Ily Mromets, tal vez t lo sepas, y los parsitos sos han declarado que era un paladn. Pero yo considero que no era ms que un pobretn y un vago. En verano, comprendes?, viajaba en trineo... - Pues bien: seremos como Ily Mromets. Despus de todo, eso no es tan malo. Y dnde est el bandido Solovi (4)? - Bandidos, hermano, hay todos los que quieras... 11. Llegaron a la colonia dos educadoras: Ekaterina Grigrievna y Lidia Petrovna. En mis bsquedas de pedagogos, yo haba llegado casi a la desesperacin completa; nadie quera consagrarse a la educacin del hombre nuevo en nuestro bosque, porque todo el mundo tema a los golfos y nadie confiaba en el fausto final de nuestra empresa. Y slo en una conferencia de maestros rurales, en la que me vi obligado a hacer uso de la palabra, encontr a dos personas vivas. Me alegr que fueran mujeres. Yo crea que la ennoblecedora influencia femenina completara afortunadamente nuestro conjunto de fuerzas. Lidia Petrovna era todava muy joven, una chiquilla. Acababa de salir del liceo, y an no haba perdido la costumbre de los cuidados maternos. El delegado provincial de Instruccin Pblica me pregunt al firmar su nombramiento: - Para qu quieres a esa muchachita? Si no sabe nada... - As la he buscado precisamente. De vez en cuando se me ocurre que los conocimientos no tienen ahora tanta importancia. Esta Ldochka es un ser pursimo, y yo cuento con ella como con una especie de vacuna. - No te pasars de listo? En fin, de acuerdo... En cambio, Ekaterina Grigrievna era un experto lobo pedaggico. No haba nacido mucho antes que Ldochka, pero Ldochka se reclinaba en su hombro igual que una nia junto a su madre. En el rostro serio y hermoso de Ekaterina Grigrievna resaltaban unas cejas negras, casi varoniles. Saba llevar con aseo subrayado vestidos que conservaba por verdadero milagro y Kalina Ivnovich, al conocerla, se expres acertadamente: - Con una mujer as hay que tener mucho cuidado... En fin, todo estaba dispuesto. El 4 de diciembre llegaron a la colonia los primeros seis educandos y me hicieron entrega de un sobre fabuloso, sellado con cinco enormes lacres... Este sobre contena sus expedientes. Cuatro eran enviados a la colonia por asalto a mano armada de una casa y tenan dieciocho aos de edad; los otros dos, ms jvenes, eran acusados de robo. Nuestros educandos estaban esplndidamente vestidos: pantalones de montar, botas elegantes. Sus peinados eran de ltima moda. En ellos no haba absolutamente nada de nios abandonados. Los apellidos de estos primeros educandos eran Zadrov, Burn, Vlojov, Bendiuk, Gud y Taraniets. Los recibimos afablemente. Desde por la maana se estaba condimentando una comida especialmente sabrosa. La cocinera deslumbraba con su cofia de impoluto blancor. En el dormitorio, mesas engalanadas ocuparon el espacio libre entre las camas. No tenamos manteles, pero sbanas nuevas hicieron con buen xito sus veces. Aqu se congregaron todos los participantes de la colonia naciente. Tambin acudi Kalina Ivnovich, que, con motivo de la solemnidad, haba cambiado la sucia chaqueta gris que vesta a diario por una cazadora de terciopelo verde. Yo pronunci un discurso acerca de la nueva vida de trabajo, acerca de la necesidad de olvidar el pasado y marchar adelante y adelante. Los educandos oan mi discurso con poca atencin, susurraban algo entre s, mirando con sonrisas sarcsticas y despreciativas los catres plegables, recubiertos de edredones que no tenan nada de nuevos, y las ventanas y las puertas sin pintar. En pleno discurso, Zadrov dijo de pronto en voz alta a uno de sus camaradas: 12. - Por culpa tuya nos hemos metido en este lo! Dedicamos el resto del da a planear nuestra vida futura. Pero los educandos escuchaban con corts negligencia mis propuestas: slo queran librarse de m lo antes posible. Por la maana, Lidia Petrovna, toda agitada, vino a mi cuarto y me dijo: - No s cmo hablar con ellos... Les digo que hay que ir al lago por agua, y uno de ellos, con el pelo todo planchado, que estaba calzndose, me acerca de repente una bota a la cara y me dice: Mire usted qu botas tan estrechas me ha hecho el zapatero! Durante los primeros das ni siquiera nos ofendan: simplemente, no reparaban en nuestra presencia. Al anochecer, se iban tranquilamente de la colonia y volvan por la maana, escuchando con una discreta sonrisa mis reconvenciones, inflamadas por el espritu de la educacin socialista (5). Una semana ms tarde, Bendiuk fue detenido en la colonia por un agente de investigacin: se le acusaba de asesinato y robo nocturno. Ldochka, mortalmente asustada por este acontecimiento, lloraba en su habitacin y no sala ms que para preguntarnos a todos: - Pero, qu es eso? Cmo ha podido matar? Ekaterina Grigrievna, sonriendo seriamente, frunca el entrecejo: - No s, Antn Seminovich; de verdad que no lo s... Tal vez tengamos que marcharnos sin ms ni ms... No s qu tono hay que emplear aqu... El bosque desierto en torno a nuestra colonia, las cajas vacas de los edificios, los diez catres plegables en lugar de camas, el hacha y la pala como herramientas y la media docena de educandos que negaban categricamente no slo nuestra pedagoga, sino la cultura humana ntegra, todo eso, a decir verdad, no se ajustaba en absoluto a nuestra precedente experiencia escolar. En las largas veladas invernales, la colonia era angustiante. Dos quinqus la alumbraban, uno en el dormitorio y el otro en mi habitacin. Las educadoras y Kalina Ivnovich tenan velones, invencin de la poca de Kii, Schek y Joriv (6). El cristal de mi quinqu estaba roto por la parte superior, y el resto se hallaba todo ahumado, porque Kalina Ivnovich, al encender su pipa, recurra frecuentemente al fuego de mi lmpara, metiendo para ello medio peridico en el cristal. Aquel ao las nevascas comenzaron pronto, y todo el patio de la colonia se llen de montones de nieve. No tenamos a nadie para limpiar los senderos. Ped a los educandos que lo hicieran ellos, y Zadrov me contest: - Podemos limpiar los senderos, pero slo cuando pase el invierno: si no, los limpiaremos nosotros, y otra vez nevar. Comprende? Sonri amablemente y se dirigi hacia un camarada, olvidando mi existencia. Zadrov proceda de una familia de intelectuales: se notaba en el acto. Hablaba correctamente, su rostro se distingua por ese aspecto lustroso que no tienen ms que los nios bien alimentados. Vlojov era de otro gnero; boca ancha, nariz ancha, los ojos muy separados, todo ello acompaado de una particular movilidad 13. de facciones: el rostro de un bandido. Vlojov llevaba siempre las manos metidas en los bolsillos del pantaln de montar, y ahora se acerc a m en esa actitud: - Bueno, ya le hemos contestado... Sal del dormitorio, transformando mi clera en una especie de piedra pesada dentro del pecho. Pero era preciso limpiar los senderos, y la clera petrificada exiga accin. Fui en busca de Kalina Ivnovich: - Vamos a limpiar la nieve. - Qu dices? Es que yo he venido aqu de pen? Y los ruiseores-bandidos qu? -dijo, sealando los dormitorios. - No quieren. - Ah, parsitos! Bueno, vamos. Kalina Ivnovich y yo estbamos terminando de limpiar el primer sendero cuando en l aparecieron Vlojov y Taraniets, que iban, como siempre, a la ciudad. - Eso est bien! -exclam alegremente Taraniets. - Hace tiempo que deban haberlo hecho -le sostuvo Vlojov. Kalina Ivnovich les cerr el paso: - Qu es eso de que est bien? T, canalla, te has negado a trabajar, y piensas que voy a hacerlo yo por ti? Por aqu no pasas, parsito. Mtete en la nieve, que, si no, te dar con la pala... Kalina Ivnovich alz la pala, pero un segundo despus su pala volaba hasta un lejano montn de nieve, su pipa iba a parar a otro lado, y el estupefacto Kalina Ivnovich pudo solamente acompaar con la mirada a los jvenes y or cmo le gritaban, ya desde lejos: - Tendrs que ir t solito en busca de la pala!... Entre risas se marcharon a la ciudad. - Me ir al diablo! Yo aqu no trabajo! -exclam Kalina Ivnovich y se fue a su habitacin, dejando abandonada la pala en el montn de nieve. Nuestra vida se hizo siniestra y angustiosa. Cada noche se oan gritos en la carretera principal de Jrkov: - Socorro! Los aldeanos desvalijados acudan a nosotros y con voces trgicas imploraban nuestra ayuda. Consegu del delegado provincial un revlver para defenderme de los caballeros salteadores, pero le ocult la situacin en la colonia. An no haba perdido la esperanza de encontrar la manera de llegar a un acuerdo con los educandos. 14. Para m y para mis compaeros, los primeros meses de nuestra colonia no fueron slo meses de desesperacin y de tensin impotente: tambin fueron meses de busca de la verdad. En toda mi vida haba ledo yo tanta literatura pedaggica como en el invierno de 1920. Esto ocurra en la poca de Wrngel y de la guerra contra Polonia. Wrngel andaba por all cerca, alrededor de Novomrgorod; muy prximos a nosotros, en Cherkasy, combatan los polacos; toda Ucrania estaba plagada de batkos (7); mucha gente a nuestro alrededor se hallaba fascinada por las bandas de Petliura. Pero nosotros, en nuestro bosque, con la cabeza entre las manos, tratbamos de olvidar el fragor de los grandes acontecimientos y leamos libros de pedagoga. El fruto principal que yo obtena de mis lecturas era una firme y honda conviccin de que no posea ninguna ciencia ni ninguna teora, de que era preciso deducir la teora de todo el conjunto de fenmenos reales que transcurran ante mis ojos. Al principio, yo ni siquiera lo comprenda, pero vea, simplemente, que no necesitaba frmulas librescas, que, de todas suertes, no podra aplicar a mi trabajo, sino un anlisis inmediato y una accin tambin inmediata. Con todo mi ser senta que deba apresurarme, que era imposible esperar ni un solo da ms. La colonia estaba adquiriendo crecientemente el carcter de una cueva de bandidos. En la actitud de los educandos frente a los educadores se incrementaba ms y ms el tono permanente de burla y de granujera. Ya haban empezado a referir ancdotas escabrosas en presencia de las educadoras, exigan groseramente la comida, arrojaban los platos por el aire, jugaban de manera ostensible con sus navajas y, chancendose, inquiran los bienes que posea cada uno. - Siempre puede ser til... en un momento de apuro! Se negaban resueltamente a cortar lea para las estufas y un da destrozaron, en presencia de Kalina Ivnovich, el tejado de madera del cobertizo. Lo hicieron entre risas y bromas: - Para lo que vamos a vivir aqu nos basta! Kalina Ivnovich desprenda millones de chispas de su pipa y haca gestos de desesperacin: - Qu vas a decirles a esos parsitos? Gomosos indecentes! Y de dnde habrn sacado que se puede destrozar las dependencias? Por una cosa as habra que meter en la crcel a sus padres. Parsitos! Y sucedi que no pude mantenerme ms tiempo en la cuerda pedaggica. Una maana de invierno ped a Zadrov que cortase lea para la cocina. Y escuch la habitual contestacin descarada y alegre: - Ve a cortarla t mismo: sois muchos aqu! Era la primera vez que me tuteaban. Colrico y ofendido, llevado a la desesperacin y al frenes por todos los meses precedentes, me lanc sobre Zadrov y le abofete. Le abofete con tanta fuerza, 15. que vacil y fue a caer contra la estufa. Le golpe por segunda vez y, agarrndole por el cuello y levantndole, le pegu una vez ms. De pronto, vi que se haba asustado terriblemente. Plido, temblndole las manos, se puso precipitadamente la gorra, despus se la quit y luego volvi a ponrsela. Y probablemente yo hubiera seguido golpendole, pero el muchacho, gimiendo, balbuce: - Perdneme, Antn Seminovich. Mi ira era tan frentica y tan incontenible, que yo me daba cuenta de que, si alguien deca una sola palabra contra m, me arrojara sobre todos para matar, para exterminar a aquel tropel de bandidos. En mis manos apareci un atizador de hierro. Los cinco educandos permanecan inmviles junto a sus camas. Burn se arreglaba precipitadamente algo en el traje. Me volv a ellos y les conmin, golpeando con el atizador el respaldo de una cama: - O vais todos inmediatamente al bosque a trabajar o ahora mismo os marchis fuera de la colonia... con mil demonios. Y sal del dormitorio. En el cobertizo donde guardbamos las herramientas empu un hacha y contempl, ceudo, cmo los educandos se repartan las hachas y los serruchos. Por mi mente pas la idea de que era mejor no ir al bosque aquel da, no poner las hachas en manos de los educandos, pero ya era tarde: se haban repartido todas las herramientas. Daba igual. Yo me senta dispuesto a todo: haba resuelto no entregar gratuitamente mi vida. Adems, tena el revlver en el bolsillo. Nos fuimos al bosque. Kalina Ivnovich me dio alcance y, terriblemente agitado, susurr: - Qu pasa? Dime, por favor: cmo estn hoy tan amables? Yo contempl distrado los ojos azules del Pan y respond: - Mal van las cosas, hermano... Por primera vez en mi vida he pegado a un hombre. - Pero, qu has hecho? -se sorprendi Kalina Ivnovich-. Y si se quejan? - Eso es lo de menos... Para mi asombro, todo transcurri bien. Estuve trabajando con los muchachos hasta la hora de comer. Cortbamos pinos torcidos. En general, los muchachos permanecan sombros, pero el aire puro y helado, el hermoso bosque, que ornaban enormes caperuzas de nieve, la amistosa colaboracin del hacha y el serrucho hicieron su obra. En un alto, fumamos confusos de mi reserva de majorka (8), y Zadrov, echando el humo hacia las copas de los pinos, lanz de repente una carcajada: - Menudo! Ja, ja, ja, ja! 16. Era agradable ver su rostro sonrosado, que agitaba la risa, y yo no pude dejar de sonrer: - A qu te refieres? Al trabajo? - Tambin al trabajo, pero hay que ver cmo me ha zumbado usted! Era natural que Zadrov, un mocetn robusto y grandote, se riese. Yo mismo me sorprenda de haberme atrevido a tocar a tal gigante. Lanz otra carcajada, y, sin dejar de rerse, empu el hacha y se fue hacia un rbol. - Vaya una historia! Ja, ja, ja, ja! Almorzamos juntos con apetito, bromeando, pero no aludimos ms al suceso de la maana. Yo, sin embargo, me senta violento, aunque estaba dispuesto a no bajar el tono y segu dando rdenes con la misma firmeza despus de la comida. Vlojov sonrea, pero Zadrov se aproxim a m con una expresin de lo ms seria: - No somos tan malos, Antn Seminovich! Todo saldr bien. Nosotros comprendemos... Notas (1).- Casas campesinas en Ucrania. (2).- El autor se refiere a Pan, dios mitolgico de los rebaos y protector de la naturaleza, que inspir el conocido cuadro de M. Vrbel (1856-1910). (3).- Hroe de los poemas picos rusos. (4).- Fabuloso bandido al que venci lIy Mromets. (5).- Se alude a la seccin de Educacin Social del Ministerio de Instruccin Pblica. La seccin diriga las colonias infantiles. Makrenko se burlaba de los principios idlicos y poco viables de educacin que implantaba la seccin mencionada. (6).- Aqu: tiempos remotos. Kii, Schek y Joriv son los legendarios fundadores de la ciudad de Kev. (7).- Jefes guerrilleros en Ucrania. (8).- Tabaco ordinario. 17. Captulo 3 Caracterstica de las necesidades primordiales Al da siguiente dije a los educandos: - El dormitorio debe estar limpio! Es preciso designar responsables de dormitorio. A la ciudad se puede ir nicamente con mi autorizacin. El que se marche sin permiso, que no vuelva, porque no le admitir. - Oh, oh! -dijo Vlojov-. Puede que sea algo menos. - Elegid, muchachos, qu os conviene ms. Yo no puedo actuar de otra manera. En la colonia tiene que haber disciplina. Si no os gusta, marchaos cada uno a donde queris. Pero el que se quede aqu, observar la disciplina. Como gustis. Aqu no habr ninguna cueva de ladrones. Zadrov me tendi la mano: - Venga la mano! Tiene usted razn! T, Vlojov, cllate. Todava eres demasiado tonto para estos asuntos. Ms nos conviene estar aqu, que ir a la crcel. - Y es obligatorio asistir a la escuela? -pregunt Vlojov. - Obligatorio. - Y si yo no quiero estudiar?... Qu falta me hace?... - Es obligatorio asistir a las clases. Quieras o no quieras, ser igual. Ves? Zadrov acaba de llamarte tonto. Esto quiere decir que debes aprender a ser listo. Vlojov movi, burln, la cabeza, repitiendo unas palabras de no s qu ancdota ucraniana: - Eso s que es un salto! En el terreno de la disciplina, el incidente con Zadrov haba sealado un viraje. Y, en honor a la verdad, yo no me senta atormentado por ningn remordimiento de conciencia. S, haba abofeteado a un educando. Yo experimentaba toda la incongruencia pedaggica, toda la ilegalidad jurdica de aquel hecho, pero, al mismo tiempo, comprenda que la pureza de mis manos pedaggicas era un asunto secundario en comparacin con la tarea planteada ante m. Estaba resueltamente decidido a ser dictador, si no sala adelante con ningn otro sistema. Al cabo de cierto tiempo tuve un choque serio con Vlojov, que, estando de guardia, no haba arreglado el dormitorio y se neg a hacerlo despus de una observacin ma. Mirndole enfadado, le dije: - No me saques de quicio! Arregla el dormitorio! - Y si no lo arreglo? Me abofetear usted? No tiene derecho... 18. Le agarr por el cuello y, acercndole hacia m, barbot muy cerca de su rostro con absoluta sinceridad: - yeme! Te prevengo por ltima vez; no te abofetear, sino que te dejar baldado! Despus, si quieres, te quejas, y yo ir a la crcel. Eso a ti no te importa. Vlojov se desprendi de mis manos y me dijo con lgrimas en los ojos: - No vale la pena ir a la crcel por una tontera as. Arreglar la habitacin, y que el diablo se lo lleve a usted! Tron: - Qu manera de hablar es sa? - Cmo quiere que hable con usted?... Vyase al...! - Qu? Atrvete!... Vlojov rompi a rer e hizo un ademn evasivo. - Vaya un hombre, fjate!... Arreglar la habitacin, la arreglar, no chille usted! Sin embargo, es preciso sealar que yo no pensaba ni por un minuto haber hallado en la violencia un medio todopoderoso de pedagoga. El incidente con Zadrov me haba costado ms caro que al mismo Zadrov. Tena miedo a lanzarme por el camino de la menor resistencia. Lidia Petrovna fue quien me conden con ms franqueza y ms insistencia entre las educadoras. Al anochecer de aquel mismo da, con el rostro apoyado en los pequeos puos, me dijo machacona: - Entonces, ha encontrado usted ya el mtodo? Como en el seminario? - Djeme, Ldochka. - No, conteste: tenemos que andar a bofetadas? Y yo tambin puedo? O slo usted? - Ldochka, ya le contestar ms tarde. Por ahora ni yo mismo lo s. Espere un poco. - Bueno, esperar. Ekaterina Grigrievna anduvo varios das con el entrecejo fruncido y, al hablar conmigo, adoptaba un tono cortsmente oficial. Slo cinco das despus me pregunt con una sonrisa seria: - Bueno, cmo se encuentra? - Igual. Me encuentro muy bien. - Sabe usted qu es lo ms triste de toda esta historia? 19. - Lo ms triste? - S. Lo ms desagradable es que los muchachos refieren su hazaa con admiracin. Estn incluso dispuestos a enamorarse de usted, y Zadrov el primero de todos. Cmo explicarlo? No lo comprendo. La costumbre de la esclavitud? Despus de reflexionar un poco, contest a Ekaterina Grigrievna: - No, aqu no se trata de esclavitud. Aqu hay una cosa distinta. Analcelo usted bien: Zadrov, ms fuerte que yo, poda haberme mutilado de un golpe. Considere usted, adems, que no tiene miedo a nada, como tampoco tiene miedo a nada Burn y los dems. En toda esta historia, ellos no ven los golpes, sino la ira, el estallido humano. Comprenden muy bien que igualmente poda no haber pegado a Zadrov, que poda haberle devuelto como incorregible a la comisin (1), que poda ocasionarles muchos disgustos graves. Pero yo no hice eso y proced de una manera peligrosa para m, aunque humana y no formal. Y, por lo visto, la colonia, a pesar de todo, les hace falta. La cosa es bastante complicada. Adems, ellos ven que nosotros trabajamos mucho para su servicio. A pesar de todo, son personas. Y ste es un hecho de suma importancia. - Tal vez -me respondi, pensativa, Ekaterina Grigrievna. Sin embargo, no disponamos de mucho tiempo para meditar. Una semana ms tarde, en febrero de 1921, traje en un carromato a quince muchachos autnticamente abandonados y harapientos. Nos vimos obligados a trabajar mucho para lavarles, vestirles de algn modo, curarles la sarna. En marzo tenamos en la colonia a unos treinta chicos. En su mayora, estaban muy descuidados, en estado salvaje y absolutamente inadecuados para la realizacin del sueo de la educacin socialista. De momento no haba en ellos esa capacidad peculiar de creacin, que, segn se dice, asemeja el modo de razonar de los nios al de los sabios. En la colonia aument tambin el nmero de educadores. Para marzo contbamos ya con un verdadero consejo pedaggico. La pareja Natalia Mrkovna e Ivn Ivnovich Osipov trajo, en medio del asombro de toda la colonia, un ajuar bastante considerable: divanes, sillas, armarios, una gran cantidad de ropa y de vajilla. Nuestros colonos, carentes hasta de lo ms indispensable, contemplaban con extraordinario inters cmo era descargada de los carros toda esa riqueza a la puerta de la habitacin en que deban vivir los Osipov. El inters de los colonos por los bienes de los Osipov no era, ni mucho menos, un inters acadmico, y a m me asustaba mucho la idea de que todo ese magnfico transporte hiciera el viaje de vuelta hacia los mercados urbanos. Una semana ms tarde, cuando llego el ama de llaves, el inters especial por las riquezas de los Osipov se entibi un poco. El ama de llaves era una viejecita muy buena, parlanchina y tonta. Su ajuar, aunque ceda en mucho al de los Osipov, se compona de cosas muy apetitosas. Haba all mucha harina, tarros de mermelada y no s que ms, muchas bolsas cuidadosamente atadas y numerosos sacos de viaje, a travs de los cuales la mirada de los colonos discerna diversos objetos de valor. El ama de llaves arregl su habitacin con el gusto y el confort de una persona entrada en aos: dispuso sus cajas y los dems brtulos en despensas, rinconcitos y huecos, dispuestos para ello por la propia naturaleza, y entabl rpida amistad con dos o tres muchachos. Esta amistad descansaba sobre principios semejantes a los de un tratado: ellos le traeran lea y le encenderan el samovar y ella, como pago, les convidara a tomar t y a hablar acerca de la vida. En realidad, el ama de 20. llaves no tena nada que hacer en la colonia. A m me asombraba que nos la hubieran mandado. En la colonia no necesitbamos ningn ama de llaves. Nosotros ramos increblemente pobres. Aparte unas cuantas habitaciones destinadas al personal, de todos los locales de la colonia habamos conseguido reparar nicamente un vasto dormitorio con dos estufas. En esta habitacin haban sido colocados treinta catres plegables y tres grandes mesas, en las que coman y escriban los muchachos. Otro gran dormitorio, el comedor, dos aulas y la oficina esperaban el momento de la reparacin. Tenamos juego y medio de sbanas y nos faltaba en absoluto otra clase de ropa. Nuestra actitud ante el problema de la ropa se expresaba casi exclusivamente en las diversas demandas dirigidas a la delegacin de Instruccin Pblica y a otras instituciones. El delegado de Instruccin Pblica que haba inaugurado tan enrgicamente la colonia estaba ahora en otra parte. Su sucesor se interesaba poco por la colonia: tena asuntos ms importantes que nosotros. La atmsfera reinante en la delegacin de Instruccin Pblica no favoreca en absoluto nuestros afanes de riqueza. En aquel tiempo, la delegacin era un conglomerado de muchsimas habitaciones, grandes y pequeas, y de muchsima gente, pero los verdaderos exponentes de la obra pedaggica no eran aqu las habitaciones ni la gente, sino las mesitas. Vacilantes y deterioradas, bien de escritorio, bien de tocador o de juego, en otro tiempo negras o rojas, estas mesitas, rodeadas de sillas semejantes, simbolizaban las diversas secciones, de lo que daban fe los rtulos colgados en las paredes sobre cada mesita. Una gran mayora de las mesas estaba siempre vaca, porque la magnitud complementaria - el hombre- era esencialmente no tanto encargado de la seccin como contable del distribuidor provincial. Si de pronto alguna figura humana apareca detrs de cualquier mesita, los visitantes se precipitaban de todas partes y abalanzbanse sobre ella. En tal caso, el dilogo se reduca a poner en claro de qu seccin se trataba y de si era sa la seccin a que deba dirigirse el visitante, y, si era a otra, por qu y a cul precisamente; y, si, en efecto, era otra, por qu el camarada sentado el sbado ltimo ante aquella mesita dijo que era sta, precisamente, la seccin indicada? Despus de resolver todas estas cuestiones, el encargado de la seccin levaba anclas y desapareca con rapidez csmica. Nuestros pasos inexpertos alrededor de las mesitas no nos llevaron a ningn resultado positivo. Por ello, en el invierno del ao 21, la colonia se pareca muy poco a una institucin educativa. Las chaquetas destrozadas, a las que cuadraba mucho mejor el nombre de klift, segn el argot bandidesco, apenas cubran la piel humana; muy raramente aparecan bajo el klift los restos de alguna camisa, que se caa en jirones de puro rota. Nuestros primeros educandos, que haban llegado bien vestidos, se distinguieron poco tiempo de la masa general: la tala de lea, los trabajos en la cocina y en el lavadero hacan su obra, aunque pedaggica, fatal para la ropa. En marzo todos nuestros colonos estaban vestidos de tal modo, que hubiera podido envidiarles cualquier artista que interpretase el papel de molinero en la pera Rusalka (2). Muy pocos colonos tenan zapatos: la mayora usaban peales sujetos con cuerdas. Pero, incluso con esta clase de calzado, suframos continuas crisis. Nuestra comida se llamaba kondior, sopa aguada de mijo. La dems comida era puramente casual. En aquel tiempo exista gran cantidad de normas de 21. alimentacin: haba normas corrientes, normas superiores, normas para dbiles y para fuertes, normas para atrasados mentales, para sanatorios, para hospitales. Por medio de una activa diplomacia conseguamos, a veces, convencer, rogar, engaar, ganarnos la simpata con nuestro aspecto lamentable, intimidar agitando la amenaza de una rebelin de los colonos, y entonces se nos pasaba, por ejemplo, a la norma de sanatorio. En el racionamiento de sanatorio haba leche, grasas en abundancia y pan blanco. Esto, claro est, no lo recibamos, pero se nos daba en gran cantidad algunos elementos del kondior y pan de centeno. Al cabo de un mes o dos, experimentbamos una derrota diplomtica y de nuevo descendamos a la categora de simples mortales, y otra vez comenzbamos a poner en prctica la lnea cautelosa y oblicua de la diplomacia secreta y abierta. A veces, conseguamos ejercer una presin tan intensa que hasta logrbamos carne, embutidos y caramelos, pero nuestra existencia se haca an ms triste al demostrarse que a ese lujo no tenan ningn derecho los defectuosos morales, sino solamente los defectuosos intelectuales. De vez en cuando, conseguamos hacer incursiones desde la esfera de la pedagoga estricta hasta algunas esferas vecinas, como, por ejemplo, el Comit Provincial de Abastos o la Comisin especial de abastecimiento del Primer Ejrcito de Reserva. En la delegacin de Instruccin Pblica se nos prohiba rigurosamente tales actos de guerrillerismo, y por eso tenamos que efectuar estas incursiones en secreto. Para ello era imprescindible armarse de un papel, donde constaran estas simples y expresivas palabras: La colonia de delincuentes menores de edad le ruega ordenar la entrega de cien puds de harina para la alimentacin de los educandos. En la propia colonia no emplebamos trminos como se de delincuentes, y nuestra colonia nunca se llam as. En aquel tiempo se nos llamaba defectuosos morales. Sin embargo, para el mundo exterior ese nombre era poco adecuado, ya que ola excesivamente a negociado de educacin. Yo me colocaba con mi papelito en algn lugar del pasillo del negociado correspondiente, a la puerta del despacho. Por esta puerta pasaba muchsima gente. A veces, el despacho se abarrotaba de tal modo, que poda entrar todo el que quisiera. Entonces haba que abrirse paso hacia el jefe por entre los visitantes y deslizar en silencio el papel bajo su mano. Los jefes de los negociados en abastos se orientaban con mucha dificultad en las argucias de la clasificacin pedaggica y no siempre caan en la cuenta de que los delincuentes menores de edad tenan algo que ver con la instruccin. A su vez, el tinte emocional de ese mismo trmino delincuentes menores de edad era bastante expresivo. Por eso, raramente los jefes nos miraban con severidad y nos decan: - Para qu han venido ustedes aqu? Dirjanse a su delegacin de Instruccin Pblica. Lo ms frecuente era que el jefe dijera despus de reflexionar: - Quin les abastece a ustedes? El negociado de prisiones? - No, el negociado de prisiones no, porque, sabe usted? son nios... - Pues quin entonces? 22. - Por ahora no est decidido... - Cmo que no est decidido?... Es extrao... El jefe apuntaba algo en su block de notas y nos invitaba a volver dentro de una semana. - En tal caso, denos usted de momento aunque no sean ms que veinte puds. - Veinte puds no puedo darles; reciban por ahora cinco y, mientras tanto, ya pondr en claro este asunto. Cinco puds era poco y, adems, la conversacin entablada no corresponda a nuestros propsitos, en los que no entraba, claro est, ningn esclarecimiento. Lo nico aceptable para la colonia Gorki era que el jefe, sin preguntar nada, tomara en silencio nuestro papel y escribiera en un ngulo: E n t r g u e s e. En este caso, yo, a riesgo de romperme las narices, volaba a la colonia: - Kalina Ivnovich!... Tenemos una orden... Cien puds! Busca gente y ve corriendo, que, si no, pueden darse cuenta... Kalina Ivnovich examinaba radiante el papelito: - Cien puds? Vaya contigo! Y de dnde? - Acaso no lo ves?... Comit Provincial de Abastos de la seccin jurdica provincial... - Cualquiera lo entiende!... Pero, adems, nos es igual: aunque venga del diablo, con tal de que nos salga bien, je, je, je! La necesidad primordial del hombre es la comida. Por eso, la cuestin de la ropa no nos angustiaba tanto como la cuestin de los vveres. Nuestros educandos tenan siempre hambre, y esto complicaba sensiblemente su reeducacin moral. Con ayuda de medios privados conseguan calmar los colonos slo cierta parte, no grande, de su apetito. Uno de los aspectos fundamentales de la industria privada de la alimentacin era la pesca. Durante el invierno, la cosa era muy difcil. El mtodo ms sencillo consista en vaciar las redes en forma de pirmides tetradricas tendidas por los vecinos del casero en un riachuelo prximo y en nuestro lago. El sentido de autoconservacin y la sensatez econmica inherente al hombre hacan abstenerse a nuestros muchachos del robo de las redes, pero entre los colonos hubo uno que infringi esa regla de oro. Fue Taraniets. Tena diecisis aos, descenda de una vieja familia de ladrones y era esbelto, picado de viruelas, alegre, ingenioso, organizador magnfico y hombre emprendedor. Pero no saba respetar los intereses colectivos. Un da rob varias redes en la orilla del ro y se las trajo a la colonia. Tras l se presentaron tambin los dueos de las redes y el asunto concluy en un gran escndalo. Despus de este incidente, los vecinos del casero comenzaron a tener cuidado de sus redes, y nuestros cazadores raras veces lograban atrapar algo. Pero al cabo de cierto tiempo Taraniets y otros colonos se hicieron con sus propias redes, regaladas por un 23. conocido de la ciudad. Gracias a estas redes propias, la pesca empez a desarrollarse rpidamente. Al principio, el pescado era consumido en un pequeo crculo de personas, pero, a finales del invierno, Taraniets decidi, sin ninguna prudencia, incluirme a m tambin en el crculo. Un da trajo a mi habitacin un plato de pescado frito. - Este pescado es para usted. - No lo acepto. - Por qu? - Porque no est bien lo que hacis. Hay que dar el pescado a todos los colonos. - A santo de qu? -enrojeci de rabia Taraniets-. A santo de qu? Yo he conseguido las redes, yo soy quien pesca, quien se moja en el ro, y encima tengo que dar a todos? - Pues, entonces, llvate tu pescado: yo no he conseguido nada ni me he mojado. - Pero si es un regalo que le hacemos... - No, no estoy de acuerdo. A m esto no me gusta. Y, adems, no es justo. - En qu est aqu la injusticia? - Pues en que t no has comprado las redes. Te las han regalado, no es verdad? - S, me las han regalado. - A quin? A ti o a toda la colonia? - Por qu a toda la colonia? A m... - Sin embargo, yo pienso que tambin a m y a toda la colonia. Y las sartenes de quines son? Tuyas? No. Son de todos. Y el aceite que habis pedido a la cocinera, de quin es? De todos. Y la lea, y el horno, y los cubos? Qu puedes decir? Y si yo te quito las redes, se habr concluido todo. Pero lo ms importante es que eso que hacis no es de camaradas. No importa que las redes sean tuyas. T hazlo por los camaradas. Todos pueden pescar. - Est bien -accedi Taraniets-, que sea as. Pero, de todas maneras, tome usted el pescado. Tom el pescado. A partir de entonces, la pesca pas a ser un trabajo que se haca por turno, y el producto se entregaba a la cocina. El segundo mtodo de obtencin privada de vveres eran los viajes al mercado de la ciudad. Cada da, Kalina Ivnovich enganchaba al Malish, el caballo kirgus, y se iba a buscar los vveres o a recorrer las instituciones. Se le sumaban dos o tres colonos que tenan necesidad de ir a la ciudad para algn asunto: el hospital, los 24. interrogatorios en la comisin o, simplemente, para ayudar a Kalina Ivnovich a cuidar del Malish. Todos estos felices mortales solan regresar ahtos de la ciudad y siempre traan algo para los compaeros. No hubo un solo caso de alguien que fuera pescado en la plaza. Los resultados de estas campaas tenan una apariencia legal: Una conocida me lo ha dado... Me encontr a un amigo... Yo me esforzaba por no agraviar al colono con turbias sospechas y siempre daba crdito a sus explicaciones. Pero, adems, a dnde poda llevarme la desconfianza? Los colonos, sucios y hambrientos, correteando en busca de comida, me parecan un objetivo ingrato para la prdica de cualquier clase de moral con un motivo tan balad como el robo en el mercado de una rosquilla o de un par de suelas. Nuestra extraordinaria pobreza tena, sin embargo, un aspecto bueno, que despus ya no existi jams. Igual de pobres y de hambrientos ramos tambin nosotros, los educadores. Entonces casi no percibamos salario, nos contentbamos con el mismo kondior y andbamos casi tan andrajosos. Durante todo el invierno yo anduve sin suelas en las botas, siempre con algn trozo de peal fuera. Slo Ekaterina Grigrievna luca vestidos limpios y planchados. Notas (1).- Se refiere a la comisin que se encargaba de los delincuentes menores de edad. (2).- pera del compositor Dargomyzhski (1813-1869). El molinero loco - personaje de la pera- se viste de andrajos. 25. Captulo 4 Operaciones de carcter interno En febrero desapareci de mi cajn un fajo entero de billetes: aproximadamente mi salario de seis meses. Por aquel tiempo en mi habitacin estaban la oficina, la sala de los maestros, la contadura y la caja, porque yo compaginaba en mi persona todas esas obligaciones. El fajo de billetes nuevecitos haba desaparecido de mi cajn cerrado sin la menor huella de fractura. Por la noche habl de ello con los muchachos y les ped que me fuera reintegrado el dinero. Yo no estaba en condiciones de demostrar que haba sido robado, y podran acusarme libremente de malversacin. Los muchachos me oyeron sombros y se dispersaron. Despus de la reunin, dos de ellos -Taraniets y Gud- se me acercaron en el patio oscuro cuando me diriga a mi habitacin. Gud era un adolescente pequeo y gil. - Nosotros sabemos quin ha cogido el dinero -susurr Taraniets-, slo que no podemos decirlo delante de todos: no sabemos dnde lo ha escondido. Y si declaramos lo que sabemos, el ladrn alzar el vuelo, llevndose el dinero. - Quin ha cogido el dinero? - Uno de aqu. Gud miraba con el entrecejo fruncido a Taraniets. Por lo visto, no aprobaba plenamente su poltica. - Hay que zumbarle! -gru- A qu viene perder el tiempo hablando aqu? - Y quin va a zumbarle? -pregunt Taraniets, volvindose hacia l-. T? Te har picadillo. - Vosotros decidme quin ha cogido el dinero. Yo hablar con l -les propuse. - No, eso no podemos hacerlo. Taraniets insista en el secreto. Yo me encog de hombros: - Bueno, como queris. Me fui a dormir. Por la maana, Gud encontr el dinero en la cuadra. Alguien lo haba arrojado por el estrecho ventanuco de la caballeriza, y los billetes se haban esparcido por todo el local. Temblando de alegra, Gud vino corriendo a m. En las dos manos traa los billetes arrugados y en desorden. Gud bailaba de alegra por la colonia; todos los muchachos, resplandecientes, irrumpan en mi habitacin para verme. Slo Taraniets andaba presumiendo con la 26. cabeza erguida. Ni a l ni a Gud les interrogu acerca de su conducta despus de nuestro dilogo. Dos das despus alguien descerraj la puerta de la cueva y se llev unas cuantas libras de tocino, que constituan toda nuestra riqueza en grasas. Tambin desapareci el candado. Al da siguiente alguien rompi la ventana de la despensa, y desaparecieron los caramelos que guardbamos para las fiestas de la Revolucin de Febrero y varias latas de lubrificantes para ruedas, que eran como oro para nosotros. Kalina Ivnovich lleg a adelgazar aquellos das: aproximaba su rostro plido a cada colono y, echndole a los ojos el humo de la majorka, trataba de convencerle: - Pero pensadlo un poco! Todo es para vosotros, hijos de perra. Os robis a vosotros mismos, parsitos! Taraniets saba ms que nadie, pero observaba una actitud evasiva. Por lo visto, no entraba en sus clculos esclarecer este asunto. Los colonos hablaban mucho de los robos, aunque entre ellos prevaleca un inters puramente deportivo. No admitan en absoluto la idea de que los robados fueran, precisamente, ellos mismos. En el dormitorio yo gritaba, iracundo: - Pero qu sois? Sois personas o?... - Somos ladronzuelos -son una voz desde un catre lejano. - Ladronazos! - Qu vais a ser ladronazos! Sois rateros vulgares! Os robis a vosotros mismos! Ahora, por ejemplo, no tendris tocino, y que el diablo os lleve! Y pasaris las fiestas sin caramelos. Nadie nos dar ms. Fastidiaos! - Pero, qu podemos hacer, Antn Seminovich? Nosotros no sabemos quin los ha cogido. Ni usted lo sabe, ni tampoco nosotros. Yo, dicho sea de paso, haba comprendido desde el principio que mis palabras eran superfluas. Robaba alguien de los mayores temido por todos los dems. Al da siguiente fui en compaa de dos muchachos a gestionar una nueva racin de tocino. Tuvimos que ir varios das, pero logramos la nueva racin. Tambin nos dieron caramelos, aunque nos reprendieron mucho por no haber sabido conservarlos. Por las noches referamos prolijamente nuestras andanzas. Al fin, trajimos el tocino a la colonia y lo guardamos en la cueva. La primera noche fue tambin robado. A m incluso me alegr esta circunstancia. Esperaba que ahora hablara el inters colectivo, comn, y que l obligara a todos a tomar con ms afn la cuestin de los robos. Efectivamente, todos los muchachos se apenaron, pero no hubo entre ellos excitacin alguna, y, una vez disipada la primera impresin, el inters deportivo volvi a apoderarse de todos: quin podra obrar con tanta habilidad? 27. Unos das ms tarde desapareci de la cuadra la collera del caballo, lo que nos impeda incluso ir a la ciudad. Nos vimos obligados al principio a pedir prestada una collera en el casero. Los robos sucedanse ahora a diario. Cada maana se descubra que en uno o en otro lugar faltaba algo: un hacha, un serrucho, vajilla, sbanas, los arreos, las riendas, vveres. Prob a no dormir de noche y a vigilar, armado de mi revlver, en el patio, pero, naturalmente, no pude resistir ms de dos o tres noches. Ped a Osipov que montase l la guardia una noche; sin embargo, tuvo tanto miedo, que no volv a hablarle de ello. Yo sospechaba de bastantes muchachos, entre ellos tambin de Taraniets y de Gud. Pero no tena ninguna prueba y me vea obligado a guardar en secreto mis sospechas. Zadrov, rindose a carcajadas, bromeaba: - Y usted crea, Antn Seminovich, que, por tratarse de una colonia de trabajo, aqu no habra ms que trabajar y trabajar, sin ninguna diversin? Esprese, que an las ver ms gordas! Y qu har usted al que pesque? - Le meter en la crcel. - Eso no es nada. Yo pensaba que le pegara. Una noche sali vestido al patio. - Voy a acompaarle. - Ten cuidado, no sea que los ladrones se metan contigo. - No, ellos saben que hoy monta usted la guardia y no saldrn a robar. Adems qu hay de particular en esto? - Confiesa, Zadrov, que les tienes miedo. - A quines? A los ladrones? Claro que les tengo miedo, pero no se trata de eso: es que delatar no est bien. No cree usted lo mismo, Antn Seminovich? - Pero si estn robndoos! - A m qu van a robarme! Yo no tengo aqu nada mo. - Pero si todos vivs aqu. - Qu vida es sta, Antn Seminovich? Acaso puede llamarse vida a esto? No sacar usted nada en limpio de la colonia. Est esforzndose en vano. Ya ver cmo, despus de saquear la colonia, los ladrones se escaparn. Vale ms que contrate a dos buenos guardias y que les d fusiles. - No, no contratar a ningn guardia ni les dar fusiles. - Por qu? -se sorprendi Zadrov. 28. - A los guardias hay que pagarles, y nosotros ya somos bastante pobres, pero lo principal es que vosotros debis ser aqu los amos. La idea de que eran precisos guardias perteneca tambin a otros muchos colonos. En el dormitorio se haba entablado una verdadera discusin con tal motivo. Antn Brtchenko, el mejor representante de la segunda partida de colonos, demostraba: - Cuando haya un guardia, nadie saldr a robar. Y, si sale, se le puede meter, en salva sea la parte, una descarga de sal. Despus de andar un mes con sal, ya no tendr ganas de robar. Le refutaba Kostia Vetkovski, un apuesto muchacho, cuya especialidad en la libertad eran los registros con mandatos falsos. Durante estos registros ejecutaba papeles secundarios; los principales pertenecan a los mayores. El propio Kostia - este hecho figuraba en su expediente jams haba robado nada, atrado exclusivamente por el lado esttico de la operacin. Su actitud respecto a los ladrones haba sido siempre despectiva. Ya haca algn tiempo que yo haba advertido la naturaleza delicada y compleja de este muchacho. Lo que, sobre todo, me sorprenda en l era lo bien que se llevaba con los muchachos menos sociables y su autoridad, unnimemente reconocida, en las cuestiones polticas. - Antn Seminovich tiene razn! -deca Kostia-. Ni hablar de guardias! Por ahora no nos damos cuenta, pero, dentro de poco, todos comprenderemos que en la colonia no se debe robar. Incluso muchos lo comprenden ya ahora. Pronto vigilaremos nosotros mismos. Verdad, Burn? -pregunt, volvindose inesperadamente hacia Burn. - Y qu? Si hay que vigilar, vigilaremos -repuso Burn. En febrero nuestra ama de llaves dej de trabajar en la colonia; yo haba conseguido su traslado a un hospital. Un domingo el Malish se acerco al umbral de su casa, y todos los amigos y participantes de sus tes filosficos comenzaron a instalar cuidadosamente los mltiples sacos y maletines en el trineo. La buena viejecita, balancendose apaciblemente en lo alto de su tesoro, sali al encuentro de su nueva vida a la rapidez habitual de dos kilmetros por hora. El Malish regres tarde, pero con l volvi tambin la viejecita, que, entre gritos y sollozos, irrumpi en mi habitacin: haba sido desvalijada por completo. Sus amigos y ayudantes no haban colocado slo en el trineo todos sus sacos, maletines y brtulos, sino, adems, en otro sitio: el robo era insolente. Despert en el acto a Kalina Ivnovich, a Zadrov y a Taraniets y procedimos a un registro general en toda la colonia. Lo robado era tanto, que seguramente no habran tenido tiempo de ocultarlo bien. Entre los matorrales, en las buhardillas de los cobertizos, bajo las escaleras de la terracilla, simplemente debajo de las camas y detrs de los armarios dimos con todos los tesoros del ama de llaves. La viejecita era, efectivamente, muy rica: encontramos una docena aproximada de manteles nuevos, muchas sbanas y toallas, cucharas de plata, unos jarritos, un brazalete, pendientes y muchas menudencias. La viejecita lloraba en mi despacho. Mientras tanto, la habitacin se iba llenando de detenidos: sus antiguos amigos y simpatizantes. 29. Al principio, los muchachos negaban, pero yo les chill y se despej el horizonte. Los amigos de la viejecita no haban sido los principales desvalijadores. Ellos se haban limitado a llevarse algn recuerdo, como una servilleta o un azucarero. Se puso en claro que el protagonista de todo este suceso era Burn. El descubrimiento sorprendi a muchos y, en primer lugar, a m. Desde el primer da Burn me haba parecido el ms firme de todos los muchachos. Siempre serio y afable sin exceso, era quien estudiaba con ms aplicacin e inters en la escuela. El volumen y la envergadura de su actividad me dejaron estupefacto. Burn haba escondido fardos enteros de bienes de la viejecita. Estaba fuera de duda que los restantes robos producidos en la colonia eran tambin obra de sus manos. Por fin haba llegado hasta el verdadero mal! Somet a Burn al juicio de un tribunal popular, el primer juicio en la historia de nuestra colonia. En el dormitorio, sobre las camas y las mesas, se instalaron los jueces negros y harapientos. Un dbil quinqu alumbraba los rostros agitados de los colonos y la cara plida de Burn, pesadote y lento, con el cuello grueso, parecido a MacKinley, el presidente de los Estados Unidos. Con acentos vigorosos y colricos describ a los muchachos el delito: robar a una anciana, cuya nica felicidad resida en esos pobres trapos, robarla, aunque nadie en la colonia trataba con ms cario que ella a los muchachos, robarla cuando peda ayuda, significaba no tener realmente nada de humano, significaba no ser ni siquiera un reptil, sino un reptilillo. El ser humano deba respetarse, deba ser fuerte y altivo y no arrebatar a las viejecillas dbiles sus ltimos trapos. Bien porque mi discurso produjo gran impresin en los colonos, bien porque estaban ya rabiosos contra Burn sin necesidad de discursos, el caso es que todos cayeron unnime y apasionadamente sobre l. El pequeo y melenudo Brtchenko tendi los dos brazos hacia Burn. - Y qu? T qu dices a eso? Hay que meterte entre barrotes, encerrarte en la crcel. Por culpa tuya hemos pasado hambre y t eres quien rob el dinero de Antn Seminovich. Burn protest de repente. - El dinero de Antn Seminovich? A ver: demustralo! - Claro que lo demostrar! - Demustralo. - Lo niegas? Dices que no fuiste t? - Yo? - Claro que t. - Que fui yo quien cogi el dinero de Antn Seminovich? Quin puede demostrarlo? Reson atrs la voz de Taraniets: - Yo lo demostrar. 30. Burn qued atnito. Se volvi hacia Taraniets con intencin de decir algo, pero despus se encogi de hombros: - Bueno, aunque sea as. Es que no lo he devuelto? En respuesta los muchachos rompieron a rer inesperadamente. Les gustaba este atractivo dilogo. Taraniets tena un aire de hroe. Dio un paso adelante. - Pero no hay que expulsarle de aqu. A cualquiera puede sucederle. Lo que s hay que hacer es darle en los morros como es debido. Todos guardaban silencio. Burn pase lentamente su mirada por el rostro picado de viruelas de Taraniets. - No has crecido todava bastante para darme en los morros! Por qu te esfuerzas? De todas formas t no sers nunca el director de la colonia. Si es preciso, Antn me abofetear, pero t qu tienes que ver con eso? Vetkovski salt de su asiento: - Cmo? Muchachos tenemos que ver con eso nosotros o no? - Claro que s -gritaron los muchachos-. Nosotros te hincharemos los morros mejor que Antn. Alguno se haba lanzado ya contra l. Brtchenko vociferaba, agitando las manos junto al mismo rostro de Burn: - Azotarte, eso es lo que deberamos hacer: azotarte! Zadrov me susurr al odo: - Llveselo usted de aqu: si no, le pegarn. Apart a Brtchenko de Burn. Zadrov apart a dos o tres ms. Difcilmente sofocamos el escndalo. - Que hable Burn! Que hable! -grit Brtchenko. Burn baj la cabeza: - No tengo nada que decir. Todos tenis razn. Dejadme con Antn Seminovich; que l me castigue como sabe. Silencio. Fui hacia la puerta, temiendo verter el mar de ira feroz que me llenaba hasta los bordes. Los colonos se apartaron a un lado y a otro, dejndonos pasar a m y a Burn. Atravesamos en silencio el patio oscuro, entre los montones de nieve: yo delante, l detrs. Mi estado de nimo era psimo. Burn me pareca el ltimo detritus que poda producir el basurero humano. No saba qu hacer con l. Haba llegado a la colonia 31. por su participacin en una banda de ladrones, cuyos miembros mayores de edad haban sido fusilados casi todos. Tena diecisiete aos. Burn permaneca sin decir palabra junto a la puerta. Yo, sentado a la mesa, me contena a duras penas para no terminar la conversacin arrojando contra l algn objeto pesado. Por fin, Burn alz la cabeza, me mir con fijeza a los ojos y despacio, recalcando cada palabra, conteniendo difcilmente las lgrimas, habl: - Yo... jams... volver a robar. - Mientes! Eso se lo has prometido ya a la comisin! - Una cosa es la comisin y otra es usted! Castgueme como quiera, pero no me eche de la colonia! - Y qu es lo que te interesa en la colonia? - Aqu estoy a gusto. Aqu se estudia. Yo quiero estudiar. Y si he robado es porque siempre tengo hambre. - Bueno. Permanecers tres das bajo cerrojo, a pan y agua. Y ni tocar a Taraniets. - Est bien. Burn pas tres das en la pequea habitacin contigua al dormitorio, donde, en la antigua colonia, vivan los celadores. No le encerr porque me dio su palabra de que no saldra sin mi permiso. El primer da le envi, efectivamente, pan y agua. El segundo sent lstima y dispuse que le llevaran la comida. Burn quiso renunciar altivamente, pero yo le chill: - Es que encima vas a hacer parips? Sonriendo, se encogi de hombros y tom la cuchara. Burn cumpli su palabra: nunca volvi a robar nada, ni en la colonia ni en otro lugar. 32. Captulo 5 Asuntos de importancia estatal Mientras nuestros colonos adoptaban una actitud casi de indiferencia respecto a las propiedades de la colonia, haba fuerzas ajenas que les concedan profunda atencin. El ncleo ms importante de estas fuerzas se hallaba dislocado en la carretera principal de Jrkov. Apenas haba noche sin que alguien fuese desvalijado all. Convoyes ntegros de carros campesinos eran detenidos por el disparo de un retaco, y los atracadores, sin perder tiempo en palabras, hundan las manos libres del retaco en el corpio de las mujeres sentadas en los carros, mientras los maridos, llenos de confusin, golpeaban con sus ltigos las caas de las botas y se asombraban: - Quin poda pensarlo? Escondimos el dinero en el corpio de las mujeres porque creamos que era el sitio ms seguro, y los malditos han ido a buscarlo directamente all. Este tipo de asalto colectivo, por llamarlo as, casi nunca era sangriento. Los labriegos, ya recobrados del susto, acudan a la colonia despus de permanecer en el lugar del robo todo el tiempo sealado por los desvalijadores y nos describan expresivamente el suceso. Yo reuna a mi ejrcito, lo armaba de estacas, empuaba personalmente el revlver, nos dirigamos a todo correr a la carretera y husmebamos largo tiempo por el bosque. Pero slo una vez nuestras pesquisas se vieron coronadas por el xito: a media versta de la carretera descubrimos a un grupo de gente, agazapado tras un montn de nieve. Aunque respondieron con un disparo a los gritos de los muchachos y se dispersaron, conseguimos apresar a uno y traerlo a la colonia. No encontramos en su poder ni el retaco ni ningn objeto robado, y negaba todo lo divino y lo humano. Entregado por nosotros a los agentes de investigacin criminal, result, sin embargo, un bandido famoso, y tras l fue detenida la banda entera. El Comit Ejecutivo Provincial expres su gratitud a la colonia Gorki. Pero tampoco despus de eso disminuyeron los asaltos en la carretera. A finales del invierno los muchachos comenzaron a encontrar ya huellas de sangrientos sucesos nocturnos. Entre los pinos vean, de pronto, un brazo asomando en la nieve. Se escarbaba la nieve y apareca una mujer, muerta de un tiro en el rostro. En otro lugar, cerca del mismo camino, entre la maleza, un hombre vestido de cochero con el crneo hendido. Una buena maana, descubrimos al despertarnos que desde el lindero del bosque nos contemplaban dos ahorcados. Mientras lleg el juez, estuvieron colgados un par de das, mirando con sus ojos desorbitados la vida de la colonia. Los colonos no experimentaban ante estos sucesos ni pizca de temor, sino un sincero inters. En primavera, cuando se fundi la nieve, buscaban en el bosque crneos rodos por los zorros y, ensartndolos en un palo, los traan a la colonia nicamente para asustar a Lidia Petrovna. Los educadores no tenan necesidad de ello para vivir horrorizados, y por las noches temblaban en espera de que irrumpiese en la colonia una banda de saqueadores y diera comienzo la matanza. Los ms asustados de todos eran los Osipov, que, segn la opinin general, tenan qu perder. 33. A finales de febrero, nuestra carreta, que, arrastrndose a la velocidad habitual, vena de la ciudad con algunos bienes, fue detenida al anochecer cerca del mismo recodo antes de llegar a la colonia. En la carreta haba cebada y azcar en polvo, cosas que, por motivos ignotos, no sedujeron a los saqueadores. En poder de Kalina Ivnovich no encontraron ningn objeto de valor, a excepcin de la pipa. Esta circunstancia despert entre los asaltantes una justa ira: golpearon a Kalina Ivnovich en la cabeza, y el viejo cay en la nieve, donde permaneci mientras los salteadores se daban a la fuga. Gud, que era quien cuidaba siempre del Malish en la colonia, fue un simple testigo. Ya en la colonia, tanto Kalina Ivnovich como Gud, se desahogaron en largos relatos. Kalina Ivnovich describa el suceso con tintes dramticos; Gud, con tintes cmicos. Pero la decisin adoptada fue unnime: enviar siempre al encuentro de nuestra carreta a un destacamento de colonos. As procedimos durante dos aos. Estas campaas tenan en nuestro lxico un nombre militar: Ocupar el camino. Envibamos a unas diez personas. A veces, yo tambin formaba parte del destacamento, ya que tena un revlver. No poda confirselo a cualquier muchacho, y, sin revlver, nuestro destacamento pareca dbil. Tan slo Zadrov reciba a veces el revlver y se lo colgaba orgullosamente sobre sus guiapos. Montar la guardia en la carretera era una ocupacin muy interesante. Nos emplazbamos a lo largo de la carretera en una extensin de kilmetro y medio, desde el puente sobre el ro hasta el mismo recodo antes de llegar a la colonia. Los muchachos, transidos de fro, daban saltos en la nieve, llamndose para no perder el contacto entre s, y en la penumbra creciente eran como la amenaza de una muerte segura en la imaginacin del viajero rezagado. De vuelta de la ciudad, los campesinos apaleaban a sus caballos y en silencio se deslizaban veloces ante aquellas figuras, que se repetan rtmicamente con el aspecto ms criminal. Los dirigentes de los sovjoses y las autoridades volaban en trepidantes tachankas y exhiban ostensiblemente a los colonos sus escopetas de dos caones y sus retacos; los que iban a pie detenanse junto al puente en espera de otros peatones. Delante de m, los muchachos jams se conducan mal ni asustaban a los viajeros, pero, cuando yo no estaba, hacan travesuras, y muy pronto Zadrov incluso renunci al revlver y exigi obligatoriamente mi presencia. En lo sucesivo, yo sala cada vez que se formaba el destacamento, pero segu dando el revlver a Zadrov para no privarle de un placer merecido. Al aparecer nuestro Malish, le recibamos gritando: - Alto! Manos arriba! Pero Kalina Ivnovich se limitaba a sonrer y fumaba con particular energa su pipa. Nuestro destacamento torca gradualmente detrs del Malish y entraba como un alegre tropel en la colonia, interrogando a Kalina Ivnovich sobre las diversas novedades relacionadas con el captulo de abastos. Aquel mismo invierno emprendimos otras operaciones, no ya limitadas a la colonia, sino de importancia estatal. Un guardia forestal se present en la colonia y nos pidi que vigilramos el bosque: haba muchos infractores y el personal de que l dispona no era suficiente para poner coto a las talas furtivas. 34. La custodia de un bosque perteneciente al Estado, tarea que nos elev mucho ante nuestros propios ojos, deba proporcionarnos un trabajo extraordinariamente ameno y, adems, considerables ventajas. Es de noche. Pronto amanecer, pero la oscuridad es todava completa. Me despierta un golpe en la ventana. Miro: a travs del cristal advierto entre los dibujos del hielo una nariz aplastada y una cabeza de hspida cabellera. - Qu pasa? - Antn Seminovich, estn talando en el bosque! Enciendo el quinqu, me visto apresuradamente y salgo despus de coger el revlver y la escopeta. En la puerta me aguardan los mayores aficionados a las andanzas nocturnas: Burn y Shelaputin, un muchachito pequeo, difano, completamente puro. Burn toma la escopeta de mis manos y llegamos al bosque. - Dnde es? - Escuche. Hacemos alto. Al principio, no oigo nada; despus comienzo a distinguir los sordos golpes de un hacha, que se escuchan apenas entre los imperceptibles sonidos nocturnos y los latidos de nuestros corazones. Avanzamos inclinados; las ramas de los pinos jvenes araan nuestros rostros, me arrancan las gafas y nos salpican de nieve. A veces, cesan los golpes del hacha, y nosotros, sin orientacin, nos detenemos y aguardamos pacientes. Otra vez resuena el hacha, pero ahora ms fuerte y ms prxima. Hay que acercarse imperceptiblemente para no espantar al ladrn. Burn se balancea con la agilidad de un oso; tras l, avanza a saltitos el pequeo Shelaputin, arrebujndose en su klift, y yo cierro la procesin. Por fin, estamos frente al objetivo. Nos escondemos detrs del tronco de un pino. Un rbol alto y esbelto se estremece, y junto a l surge una silueta ceida por un cinto. La silueta golpea varias veces sin fuerza y sin decisin, hace un alto, se yergue, mira en torno suyo y vuelve a golpear con el hacha. Nosotros estamos a unos cinco pasos. Burn mantiene la escopeta hacia arriba y me observa sin respirar. Shelaputin, oculto detrs de m, musita colgado de mi hombro: - Se puede? Ya se puede? Afirmo con la cabeza. Shelaputin tira a Burn de la manga. Suena el disparo como una terrible explosin y se difunde largamente por los mbitos del bosque. El hombre del hacha se agacha instintivamente. Silencio. Nos acercamos a l. Shelaputin conoce sus obligaciones. El hacha est ya en sus manos. Burn saluda alegremente: - Ah, Musi Krpovich, buenos das! 35. Da unas palmaditas en la espalda a Musi Krpovich, pero Musi Krpovich no se halla ahora en condiciones de pronunciar una sola palabra de saludo. Le domina un pequeo temblor y se sacude mecnicamente la nieve de su manga izquierda. Yo le pregunto: - El caballo est lejos? Musi Krpovich sigue sin hablar y es Burn quien responde por l: - Pero si el caballo est aqu! Eh! Quin anda ah? Da la vuelta! Solamente ahora distingo entre los pinos los morros del caballo y el arco. Burn coge a Musi Krpovich por un brazo: - Haga el favor, Musi Krpovich, de tomar asiento en la ambulancia de urgencia. Musi Krpovich comienza a dar, por fin, seales de vida. Quitndose el gorro, se atusa el pelo y balbucea sin mirar a nadie: - Ah! Dios mo, Dios mo! Vamos hacia el trineo. El trineo arranca lentamente y avanzamos por unas huellas profundas y blandas. Un muchachuelo como de catorce aos, con un gorro enorme y botas altas, gua el caballo, moviendo tristemente las riendas. No hace ms que sorberse la nariz y, en general, se le nota disgustado. Nosotros guardamos silencio. Ya en el lindero del bosque, Burn toma las riendas en sus manos. - Eh! A dnde vas? Si tuvieras carga, iras hacia all, pero, para llevar al padre, hay que ir all... - A la colonia? -pregunta el muchacho, y Burn, sin devolverle ya las riendas, obliga a torcer al caballo hacia nuestro camino. Est empezando a amanecer. Musi Krpovich, por encima de la mano de Burn, hace parar sbitamente al caballo y con la otra mano se quita el gorro. - Antn Seminovich, sulteme usted! Es la primera vez!... No tengo lea... Djeme marchar! Burn, descontento, desprende de las riendas la mano de Musi Krpovich, pero no arrea al caballo, en espera de mi decisin. - No, eso no vale, Musi Krpovich -digo yo-. Hay que levantar un acta; usted mismo comprende que se trata de un asunto de Estado. - Y tampoco es verdad que sea la primera vez -dice Shelaputin, recibiendo con su timbre argentino de contralto el amanecer-. No es la primera vez, sino la tercera. Una vez sorprendimos a su Vasili y la otra... 36. Burn interrumpe la msica del contralto argentino con su voz ronca de bartono: - Qu hacemos aqu parados? T, Andri, vuela a casa, que tienes poco que pintar en este asunto. Dile a la madre que el padre ha dado un mal paso y que prepare algo de comer para envirselo. Andri, atemorizado, salta del trineo y vuela al casero. Nosotros seguimos adelante. A la entrada de la colonia nos recibe un grupo de muchachos. - Oh! Y nosotros pensbamos que os haban matado all y ya nos disponamos a ir a salvaros. Burn rompe a rer: - La operacin se ha efectuado con un xito vertiginoso. En mi habitacin se rene gran cantidad de gente. Musi Krpovich, abrumado, est en una silla frente a m; Burn, junto a la ventana, vigila con el revlver; Shelaputin musita a sus camaradas la historia espeluznante de la alarma nocturna. Dos muchachos han tomado asiento en mi cama y lo mismo que los restantes, sentados en los bancos, siguen con atencin el levantamiento del acta. El documento es redactado con desgarradores detalles. - Tiene usted doce desiatinas de tierra? Tres caballos? - Pero qu van a ser caballos! -gime Musi Krpovich-. Tengo una yegita que no pasa de dos aitos... - Tres, tres -insiste Burn, golpeando cariosamente a Musi Krpovich en un hombro. Yo sigo escribiendo: - ...el tajo del rbol mide 36 centmetros. Musi Krpovich alza los brazos: - Pero, qu dice usted? Por Dios, Antn Seminovich! Qu va a ser tanto! Ni siquiera veinticinco centmetros! Shelaputin interrumpe su relato, seala con las manos algo parecido a medio metro y, mirando fijamente a Musi Krpovich, dice con una risa descarada: - Era as? As? Verdad? Musi Krpovich hace un ademn como sacudindose de su risa y sigue dcilmente los movimientos de mi pluma. El acta est concluida. Musi Krpovich con un aire de persona agraviada me da la mano para despedirse y tiende igualmente la mano a Burn como al mayor de todos los chicos. 37. - En vano hacis esto, muchachos. Todos tenemos que vivir. Burn se inclina en una gentil reverencia: - Naturalmente, y nosotros estamos siempre dispuestos a ayudar! De improviso recuerda: - Ah, Antn Seminovich! Y qu hacemos con el rbol? Quedamos pensativos. El rbol, en efecto, est casi talado, y de seguro maana acabarn de talarlo y se lo llevarn. Burn no espera nuestra decisin y se dirige a la puerta. De paso lanza al apenado Musi Krpovich: - Le llevaremos el caballo; no se preocupe. Muchachos, quines vienen conmigo? Bueno, seis bastan. Tiene usted cuerda, Musi Krpovich? - Est en el trineo. Todos se dispersan. Una hora ms tarde los muchachos traen un alto pino. Es el premio a la colonia. Adems, el hacha, conforme a una vieja tradicin, pasa a ser propiedad nuestra. Mucha agua correr desde entonces, pero los colonos, al arreglar sus cuentas mutuas, todava hablarn as largo tiempo: - Haba tres hachas. Yo te he dado tres hachas y ahora no hay ms que dos. Dnde est la tercera? - Qu tercera? - Cmo qu tercera? La que quitamos entonces a Musi Krpovich. Ms que las convicciones morales y que la ira, fue esta lucha verdaderamente prctica e interesante lo que origin los primeros brotes de un buen ambiente colectivo. Al reunirnos por las tardes, discutamos, y reamos, y fantasebamos sobre nuestras peripecias, nos sentamos hermanados por la lucha, nos fundamos en un todo nico que se llamaba colonia Gorki. 38. Captulo 6 La conquista del tanque metlico Mientras tanto, nuestra colonia haba comenzado a desarrollar poco a poco su historia material. La pobreza elevada al ltimo extremo, los piojos y los pies helados no nos impedan soar con un futuro mejor. Aunque los treinta aos de nuestro Malish y nuestra vieja sembradora nos hacan confiar poco en el desarrollo de la agricultura, nuestros sueos se orientaron, precisamente, en esa direccin. Pero se trataba nicamente de sueos. El Malish era un motor tan poco adecuado para la agricultura, que slo mentalmente se poda uno representar al Malish tirando de un arado. Adems, en la colonia no slo pasaban hambre los colonos: tambin la pasaba el Malish. Con un gran trabajo conseguamos paja y, a veces, heno. Durante casi todo el invierno lo que hacamos con el Malish, ms que viajar, era sufrir, y a Kalina Ivnovich le dola siempre el brazo derecho de agitar continuamente el ltigo para amenazar al caballo, sin lo cual nuestro Malish se detena por las buenas. Y, por ltimo, tampoco el terreno en que estaba enclavada la colonia serva para la agricultura. Era un suelo arenoso, que formaba dunas al menor vientecillo. Todava hoy no comprendo plenamente cmo, en las condiciones descritas, emprendimos la evidente aventura, que, sin embargo, deba permitirnos levantar cabeza. La cosa comenz por una ancdota. Inesperadamente la suerte nos sonri: recibimos una autorizacin para recoger lea de roble. Era preciso traerla directamente del lugar de la tala. Este lugar se hallaba en los lmites de nuestro Soviet rural, pero nosotros, antes de ello, no habamos andado nunca por all. Nos pusimos de acuerdo con dos vecinos nuestros del casero y nos dirigimos en sus trineos a ese pas ignoto. Mientras los conductores de los trineos daban vueltas por el lugar de la tala, cargando gruesos troncos de roble y discutiendo si la carga se sostendra o no en los trineos durante el trayecto, Kalina Ivnovich y yo reparamos en una fila de lamos que se alzaban sobre los caaverales de un ro helado. Cruzamos por el hielo, subimos un sendero empinado y nos encontramos en el reino de la muerte. Hasta una decena de casas grandes y pequeas, cobertizos y jatas, corrales y otras dependencias se encontraban all en escombros. Todos estos edificios eran iguales en su destruccin: montones de arcilla y de ladrillos, cubiertos de nieve, en lugar de las estufas; los pavimentos, las puertas, las ventanas, las escaleras haban desaparecido. Muchos tabiques y techos estaban igualmente rotos; en bastantes sitios, haban sido ya desmontados los muros de ladrillo y los cimientos. De una enorme cuadra no quedaban ms que dos muros longitudinales de ladrillo, y sobre ellos, emerga, triste y estpido, un magnfico tanque metlico que pareca haber sido pintado recientemente. Este tanque era lo nico en toda la hacienda que daba la impresin de algo vivo: todo lo dems pareca ya cadver. 39. Pero el cadver era rico: a un lado se alzaba una casa de dos pisos, nueva, todava sin revocar, con ciertas pretensiones de estilo. En sus habitaciones, altas y espaciosas, se conservaban an las molduras de los techos y los alfizares de mrmol. En el otro extremo del patio, haba una cuadra nueva de hormign. Incluso los edificios derruidos, vistos ms de cerca asombraban por su construccin slida, por su recio armazn de roble, por la seguridad musculosa de sus ensambladuras, por la elegancia de sus soportes, por la precisin de sus lneas perpendiculares. El poderoso organismo no haba sucumbido de enfermedad o de senectud: se trataba de una muerte violenta, en pleno florecimiento de sus fuerzas y de su salud. Kalina Ivnovich no haca ms que carraspear, contemplando toda esta riqueza: - Fjate en lo que hay! Ah tienes el ro y el jardn, y mira qu prados!... El ro rodeaba la finca por tres lados, circundando una colina bastante alta, casual en nuestra llanura. El jardn descenda hacia el ro en tres terrazas: en la terraza superior haba guindos; en la segunda, manzanos y perales, y, en la tercera, plantaciones ntegras de casis. En el segundo patio funcionaba un gran molino de cinco pisos. Por los trabajadores del molino supimos que la finca haba pertenecido a los hermanos Trepke. Al marcharse con el ejrcito de Denikin, los Trepke dejaron sus casas llenas de objetos de valor. Todos estos bienes haban sido trasladados haca tiempo a la vecina aldea de Gonchrovka y a los caseros prximos. El mismo camino estaban siguiendo ahora las casas. Kalina Ivnovich estall en un verdadero discurso: - Salvajes! Comprendes? Son unos canallas, unos idiotas! Aqu tienen tantos bienes, casas amplias, caballerizas! Y, en vez de vivir aqu, cuidando de la hacienda y bebiendo tranquilamente caf, los muy miserables destrozan a hachazos un marco como ste, hijos de perra. Y por qu? Porque tienen que hacer la comida y no quieren molestarse en cortar lea!... As se os atragante la comida, memos, idiotas! Y lo mismo que nacieron, estirarn la pata: ninguna revolucin puede ayudarles... Ah! Miserables, malditos babiecas! Qu puedes decir a esto? -Kalina Ivnovich se dirigi a uno de los trabajadores del molino-: dgame, por favor, camarada: de quin depende obtener aquel tanque? El que est sobre la cuadra. De todas formas, aqu va a perderse sin ningn provecho. - Aquel tanque? El diablo lo sabe! Aqu manda el Soviet rural... - Ah! Eso est bien -termin Kalina Ivnovich y emprendimos el viaje de vuelta. De regreso, Kalina Ivnovich, que marchaba tras los trineos de nuestros vecinos por el camino apisonado en que ya se anunciaba la primavera, empez a soar: estara bien conseguir aquel tanque, trasladarlo a la colonia, instalarlo en la buhardilla del lavadero y convertir as el lavadero en bao. Por la maana, cuando nos disponamos a ir otra vez en busca de lea, Kalina Ivnovich me agarr de un botn: - Escrbeme, querido, un papelito para el Soviet rural. A ellos les hace tanta falta el tanque como un bolsillo lateral a un perro, y nosotros, en cambio, podemos tener bao... Para complacer a Kalina Ivnovich, escrib el papel. Al anochecer, volvi furioso. 40. - Vaya unos parsitos!... No consideran las cosas ms que de un modo terico, sin ponerse en lo prctico. Dicen, el diablo se los lleve, que el tanque es propiedad del Estado. Has visto idiotas semejantes? Escribe, que ir al Comit Ejecutivo del distrito. - Pero a dnde vas a ir? Si est a veinte verstas... Cmo piensas hacer el viaje? - Aqu hay uno que se dispone a ir; yo le acompaar. El proyecto de Kalina Ivnovich de construir un bao encant sobremanera a todos los colonos, pero nadie crea en la posibilidad de obtener el tanque. - Vamos a organizarlo sin el tanque se. Se puede colocar uno de madera. - Bah! No entiendes nada! La gente haca tanques de hierro y eso quiere decir que comprenda por qu. Pero lo que es el tanque se se lo arrancar a esos parsitos y, si es preciso, con su carne... - Y cmo va a traerlo usted? A lomos del Malish? - Ya lo trasladaremos! Si hay artesa, habr cerdos... Kalina Ivnovich regres todava ms rabioso del Comit Ejecutivo del distrito y se olvid de todas las palabras, a excepcin de las denigrantes. Durante toda la semana, bajo la risa de los colonos, estuvo corriendo tras de m: - Escrbeme un papel para el Comit Ejecutivo de la comarca -imploraba. - Djame, Kalina Ivnovich; hay asuntos ms importantes que tu tanque. - Escribe; a ti qu te cuesta? Es que te da lstima gastar papel? Escribe: ya vers cmo lo traigo. Y escrib el papel. Al guardrselo en el bolsillo, Kalina Ivnovich sonri, por fin. - No es posible que rija una ley tan estpida: se pierden cosas de valor, y nadie piensa en ello. No estamos en poca del zar! Kalina Ivnovich regres del Comit Ejecutivo de la comarca ya avanzada la noche y ni siquiera apareci por mi habitacin o por el dormitorio. Slo por la maana entr en mi cuarto. Fro y altivo, aristocrticamente rgido, miraba por la ventana hacia algn sitio lejano. - No se conseguir nada -dijo lacnico y me tendi el papel. Atravesando el texto detallado de nuestra solicitud, haba una palabra breve, enrgica y ofensivamente rotunda, escrita con tinta roja: D e n e g a r. 41. Kalina Ivnovich sufri larga y apasionadamente. Durante un par de semanas desapareci su alegre y senil vivacidad.