623 624 y 626 Apariciones a José de Arimatea, Nicodemo y Manahén; a los pastores; llegada de los...

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POEMA DEL HOMBRE DIOS Extractos María Valtorta Glorificación de Jesús y María. 623. Aparición a José de Arimatea, a Nicodemo y a Manahén. 4 de abril de 1945. 1 Manahén, junto con los pastores, camina a buen paso por las laderas que de Betania llevan a Jerusalén. Un bonito camino va directo hacia el Monte de los Olivos, y Manahén tuerce por él, tras haber dejado a los pastores, quienes quieren entrar en pequeños grupos en la ciudad para ir al Cenáculo. Poco antes –lo deduzco de lo que hablan– deben haber encontrado a Juan, que iba hacia Betania para llevar la noticia de la Resurrección y la orden de que estuvieran todos en Galilea al cabo de unos días. Se dejan precisamente porque los pastores quieren repetir personalmente a Pedro lo que le han dicho a Juan, es decir, que el Señor, en una aparición a Lázaro, ha dicho que se reúnan en el Cenáculo. Manahén sube por un camino secundario, hacia una casa que está en medio de un olivar: una bonita casa rodeada por una franja de cedros del Líbano que descuellan con sus imponentes moles en el conjunto de los numerosos olivos del monte. Entra con ademán seguro, y al criado que ha salido le dice: «¿Dónde está tu señor?». «Allí, con José. Hace un rato que ha venido». «Dile que estoy aquí». El criado se marcha, para regresar con Nicodemo y José. Las voces de los tres se entrelazan en un mismo grito: «¡Ha resucitado!». Se miran, asombrados de saberlo los tres. 2 Luego Nicodemo toma a su amigo y le lleva a una habitación interna de la casa. José los sigue. «¿Has tenido el coraje de volver?». «Sí. El lo ha dicho: "Al Cenáculo". Quiero verle, ciertamente, quiero verle ahora, glorioso, para quitarme el dolor del recuerdo de El atado y cubierto de inmundicias, como un delincuente a merced de la indignación de la gente». «¡Oh, también nosotros quisiéramos verle!... Y para que desapareciera de nosotros el horror del recuerdo de El torturado, de sus innumerables heridas... Pero El se ha mostrado sólo a las mujeres» 1

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Apariciones de Jesús Resucitado antes de la Ascensión

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POEMA DEL HOMBRE DIOSExtractos María Valtorta

Glorificación de Jesús y María.

623. Aparición a José de Arimatea, a Nicodemo y a Manahén.4 de abril de 1945. 1 Manahén, junto con los pastores, camina a buen paso por las laderas que de Betania llevan a Jerusalén. Un bonito camino va directo hacia el Monte de los Olivos, y Manahén tuerce por él, tras haber dejado a los pastores, quienes quieren entrar en pequeños grupos en la ciudad para ir al Cenáculo.

Poco antes –lo deduzco de lo que hablan– deben haber encontrado a Juan, que iba hacia Betania para llevar la noticia de la Resurrección y la orden de que estuvieran todos en Galilea al cabo de unos días. Se dejan precisamente porque los pastores quieren repetir personalmente a Pedro lo que le han dicho a Juan, es decir, que el Señor, en una aparición a Lázaro, ha dicho que se reúnan en el Cenáculo.

Manahén sube por un camino secundario, hacia una casa que está en medio de un olivar: una bonita casa rodeada por una franja de cedros del Líbano que descuellan con sus imponentes moles en el conjunto de los numerosos olivos del monte. Entra con ademán seguro, y al criado que ha salido le dice: «¿Dónde está tu señor?».«Allí, con José. Hace un rato que ha venido».«Dile que estoy aquí».

El criado se marcha, para regresar con Nicodemo y José. Las voces de los tres se entrelazan en un mismo grito: «¡Ha resucitado!».

Se miran, asombrados de saberlo los tres.2 Luego Nicodemo toma a su amigo y le lleva a una habitación interna de la casa. José los sigue.«¿Has tenido el coraje de volver?».«Sí. El lo ha dicho: "Al Cenáculo". Quiero verle, ciertamente, quiero verle ahora, glorioso, para quitarme el dolor del recuerdo de El atado y cubierto de inmundicias, como un delincuente a merced de la indignación de la gente».«¡Oh, también nosotros quisiéramos verle!... Y para que desapareciera de nosotros el horror del recuerdo de El torturado, de sus innumerables heridas... Pero El se ha mostrado sólo a las mujeres»

comenta José en tono bajo.«Es justo. Ellas le han sido fieles siempre en estos años. Nosotros teníamos miedo. Su Madre lo dijo: "¡Bien pobre amor el vuestro, si ha esperado a este momento para manifestarse!"»

objeta Nicodemo.«¡Pero, para desafiar a Israel –más opuesto a El que nunca–, tendríamos mucha necesidad de verle!... 3 ¡Si tú supieras! Los soldados han hablado... Ahora los Jefes del Sanedrín y los fariseos, a quienes ni tanta ira del Cielo ha convertido, van

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buscando a quienes pueden tener noticia de su Resurrección para encarcelarlos. Yo he mandado al pequeño Marcial –un niño pasa más y mejor desapercibido– a advertir a los de la casa de que estén sobreaviso. Del Tesoro del Templo han sacado dinero sagrado para pagar a los soldados, para que digan que los discípulos han robado su Cuerpo y que lo que han dicho de la Resurrección antes no era sino una mentira por miedo al castigo1225. La ciudad está en ebullición como un puchero. Y hay algunos, de entre los discípulos, que dejan la ciudad por miedo... Me refiero a los discípulos que no estaban en Betania...».«Sí, necesitamos su bendición para tener valor».«A Lázaro se le ha aparecido... Era casi la hora tercera. Lázaro se nos mostró transfigurado».«¡Oh, Lázaro lo merece! Nosotros...»

dice José.«Sí. Nosotros estamos ahora recubiertos de duda y pensamientos humanos como por costras de una lepra mal curada... Y sólo El puede decir: "¡Quiero que quedéis limpios!". ¿Ya no nos hablará, ahora que ha resucitado, a nosotros, que somos los menos perfectos?»

pregunta Nicodemo.«¿Y no hará ya milagros, por castigo al mundo, ahora que es el Resucitado de la muerte y de las miserias de la carne?»

pregunta José. Pero sus preguntas sólo pueden tener una respuesta: la suya; y la suya no viene. Los tres están abatidos, y abatidos permanecen.4 Luego Manahén dice: «Bueno, pues yo voy al Cenáculo. Si me matan, El absolverá mi alma y le veré en el Cielo; si no, le veré aquí en la Tierra. Manahén es una cosa tan inútil en el conjunto de sus seguidores, que, si cae, dejará el mismo vacío que deja una flor recogida en un prado cuajado de corolas: ni siquiera se verá...»,

y se alza para marcharse. Pero, mientras se está volviendo hacia la puerta, ésta se ilumina del divino Resucitado, el cual, abiertas las palmas en gesto de abrazo, le detiene diciendo:

«¡Paz a tí! ¡A vosotros, paz! Tú y Nicodemo quedaos donde estáis. José, si lo considera oportuno, puede marcharse. Aquí me tenéis, y digo la palabra solicitada: "Quiero que quedéis limpios de todo lo que hay de impuro todavía en vuestra fe". Mañana bajaréis a la ciudad. Iréis donde los hermanos. Esta noche he de hablar a los apóstoles, a ellos solos. Adiós. Y que Dios esté siempre con vosotros. Manahén, gracias. Tú has creído más que éstos. Gracias, por tanto, también a tu espíritu. A vosotros gracias por vuestra piedad. Haced que se transforme en una cosa más alta con una vida de intrépida fe».

Jesús desaparece tras una incandescencia deslumbradora. Los tres están llenos de dicha, y desconcertados.«¿Pero era El?» pregunta José.«¿Es que no has oído su voz?»

responde Nicodemo.

1 225 Cfr. Mt. 28, 12–15.

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«La voz... Puede tener voz también un espíritu... A tí, Manahén, que estabas tan cerca de El, ¿qué te ha parecido?».«Un verdadero cuerpo. Hermosísimo. Respiraba. Sentía su aliento. Y despedía calor.Y además... he visto las Llagas. Parecían acabadas de abrir. No manaban sangre, pero era carne viva. ¡Oh, dejad de dudar! No vaya a ser que os castigue. Hemos visto al Señor. Quiero decir, a Jesús, glorioso de nuevo, como requiere su Naturaleza. Y... nos sigue queriendo... En verdad, si ahora Herodes me ofreciera el reino, le diría: "Para mí es estiércol y polvo tu trono y tu corona. Lo que poseo no es superado por nada. Poseo el feliz conocimiento del Rostro de Dios"».

624. Aparición a los pastores.

4 de abril de 1945.1 También ellos van a buen paso bajo los olivos. Y están tan seguros de su Resurrección, que hablan con la alegría propia de los niños felices. Van directamente hacia la ciudad.«Le decimos a Pedro que le mire bien y que nos hable luego de la hermosura de su Rostro»

dice Elías.«Yo, por muy hermoso que esté ahora, no podré olvidar nunca su imagen de torturado»

susurra Isaac.«¿Y le tienes presente en tu mente cuando le han alzado en la Cruz?»

pregunta Leví.«¿Y vosotros?».«Yo perfectamente. Todavía había buena luz. Después, con mis envejecidos ojos, vi bien poco»

dice Daniel.«Yo, sin embargo, le vi hasta que murió. Pero hubiera querido ser ciego para no ver»

dice José.«¡Bueno, ahora ha resucitado! Esto nos debe hacer felices» le consuela Juan.«Y el pensamiento de que no le hemos dejado sino por cumplir un acto de caridad»

añade Jonatán.«Pero el corazón se ha quedado allí arriba. Para siempre» susurra Matías.«Para siempre. Sí. Tú, que le viste en el Sudario, dí: ¿cómo es? ¿Semejante?»

pregunta Benjamín.«Como si hablara»

responde Isaac.«¿Vamos a ver ese velo?»

preguntan muchos.«La Madre se lo muestra a todos. Claro que lo veréis. Pero es una triste visión. Mejor sería ver... 2 ¡Oh, Señor!».«Siervos fieles. Aquí me tenéis.

Seguid el camino. Os espero dentro de unos días en Galilea. Una vez más deseo deciros que os quiero. Jonás vive dichoso, con los otros, en el Cielo».«¡Señor! ¡Oh, Señor!».«Paz a vosotros, de buena voluntad».

El Resucitado se funde con el rayo del vivo sol de mediodía. Cuando alzan la cabeza, ya no está; pero tienen la alegría de haberle visto en su actual figura: glorioso.

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Se ponen en pie, transfigurados de alegría. En su humildad, no encuentran razón de haber merecido verle, y dicen: «¡A nosotros! ¡A nosotros! ¡Qué bueno es nuestro Señor!¡Desde el nacimiento hasta su triunfo, siempre ha sido humilde y bueno para con sus pobres siervos!».«¡Y qué hermoso estaba!».«¡Nunca ha estado tan hermoso! ¡Qué majestuosidad!».«¡Parece todavía más alto y más maduro en años!».«¡Es verdaderamente el Rey!».«Le llamaban Rey pacífico, pero también es el Rey tremendo para los que deben temer su juicio».«¿Has visto qué rayos emanaban de su Rostro?».«¡Y qué fulgores en sus miradas!».«No me atrevía a mirarle. Y hubiera querido hacerlo, porque quizás sólo en el Cielo me será concedido verle así. Y quiero conocerle para no tener miedo entonces».3 «No debemos tener miedo si permanecemos como ahora, como siervos fieles suyos. Ya le has oído: "Deseo deciros una vez más que os quiero. Paz a vosotros, de buena voluntad". ¡Oh, ni una palabra sobrante! Pero en ese poco está, entero, el consenso respecto a lo que hemos hecho hasta ahora y, entera, la más alta promesa para la vida futura. ¡Entonemos el canto de la alegría, de nuestra alegría!:"Gloria a Dios en lo alto del Cielo y paz en la Tierra a los hombres de buena voluntad. Verdaderamente el Señor ha resucitado, como había dicho por boca de los profetas y con su palabra sin defecto. Ha dejado con la Sangre todo aquello que, de corrupción, el beso de un hombre2

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había estampado en El; y, purificado ya el altar, su Cuerpo ha asumido la inefable belleza de Dios. Antes de subir al Cielo se ha mostrado a sus siervos, ¡Aleluya! ¡Vayamos cantando, aleluya! ¡La eterna juventud de Dios! ¡Vayamos anunciando a las gentes que ha resucitado. ¡Aleluya! El Justo, el Santo ha resucitado, ¡Aleluya, Aleluya!Del Sepulcro ha salido inmortal. Y el hombre justo con El ha resucitado. En el pecado, como en una gruta, encerrado estaba el corazón del hombre. El ha muerto para decir: '¡Alzaos!'. Y los que estaban dispersos se han alzado, ¡Aleluya! Abiertas las puertas de los Cielos a los elegidos, ha dicho: 'Venid'. Nos conceda, por su santa Sangre, a nosotros subir también. ¡Aleluya!"».

Matías, el anciano ex discípulo de Juan Bautista, va a la cabeza, cantando, como quizás en el pasado David cantaba a la cabeza de su pueblo por los caminos de Judea.

Los otros le siguen, haciendo coro a cada "Aleluya" con júbilo santo.4 Jonatán, que forma parte del grupo, dice, cuando ya Jerusalén aparece a los pies de ellos desde el pequeño collado que están bajando con paso veloz: «Por su nacimiento perdí patria y casa, y con su muerte he perdido la otra casa, en que durante treinta años había trabajado honradamente. Pero, aunque me hubieran quitado la vida por El, habría muerto jubiloso, pues por El la hubiera perdido. No le tengo rencor a quien conmigo se muestra injusto. Mi Señor me ha enseñado con su muerte la perfecta mansedumbre. Y no tengo preocupaciones por el mañana. Mi morada no está aquí. Está en el Cielo3227. Viviré en la pobreza, en esa pobreza que tanto place a El, y le serviré hasta la hora en que me llame... y... sí... le ofreceré también la renuncia... a mi ama... Esta es la espina más dura... Pero, ahora que he

2 226 Esto es: Judas el traidor.3 227 Cfr. Flp. 3, 17–20; Heb. 11, 13–16; 13, 14.

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visto el dolor de Cristo y su gloria, no debe dolerme mi dolor, sino que sólo debo esperar la celeste gloria. Vamos a decir a los apóstoles que Jonatán es el siervo de los siervos de Cristo».

626. Llegada de los paganos y alusiones a otras apariciones.5 de abril de 1945.1 La casa del Cenáculo está llena de gente. El vestíbulo, el patio, las habitaciones, menos el Cenáculo y la habitación donde está María Virgen, presentan ese aspecto festivo y agitado de un lugar donde muchos se vuelven a encontrar, después de un tiempo, para una fiesta. Están los apóstoles, menos Tomás; y también los pastores.

Están las fieles mujeres, y, junto con Juana, Nique, Elisa, Sara, Marcela y Ana. Hablan todos, en voz baja pero con visible y festiva agitación. Toda la casa está bien cerrada, como por miedo; pero el miedo a lo de fuera no lesiona la alegría del interior.

Marta va y viene junto con Marcela y Susana, preparando las cosas para la cena de los "siervos del Señor", como ella llama a los apóstoles. Las otras y los otros se hacen recíprocas preguntas, hacen partícipes unos a otros de sus impresiones, alegrías, miedos... cual niños que esperan algo que los emociona y que, también un poco, los asusta.

Los apóstoles quisieran dar impresión de mayor serenidad que los demás, pero son los primeros en turbarse si un ruido parece una llamada a la puerta de la calle o el abrirse de una ventana de par en par. El hecho incluso de que llegue Susana presurosa con dos lámparas de varias boquillas para ayudar a Marta, que busca mantelerías, hace que Mateo retroceda bruscamente y grite: «¡El Señor!». Y esto hace, a su vez, que Pedro –visiblemente más inquieto que los demás– caiga de rodillas.2 Una resuelta llamada a la puerta de la calle corta todas las palabras y pone en vilo los ánimos. Creo que todos los corazones laten a gran velocidad.

Miran por el ventanillo y abren con un «¡Oh!» de estupor al ver al grupo, inesperado, de las damas romanas escoltadas por Longino y por otro que, como Longino, viene vestido de obscuro. También todas las mujeres vienen arropadas en mantos obscuros que les cubren incluso la cabeza; y se han quitado todas las joyas para llamar menos la atención.«¿Podemos entrar un momento para manifestar nuestra alegría a la Madre del Salvador?»

dice la más reverenciada de todas, que es Plautina.«Pasad. Está allí».

Entran en grupo, junto con Juana y María de Magdala, quien –esa es mi impresión– las conoce muy bien.

Longino y el otro romano se quedan aislados –y es que los miran con un poco de recelo– en un ángulo del vestíbulo.

Las mujeres saludan con su: «¡Ave, Dómina!».

Luego se arrodillan y dicen: «Si antes admirábamos la Sabiduría, ahora queremos ser hijas del Cristo. Esto te lo decimos a tí. Sólo tú puedes vencer la desconfianza hebraica hacia nosotros. Vendremos a tí para ser instruídas mientras ellos (señalan a los apóstoles, que están parados, en grupo, en la puerta) nos permitan considerarnos de Jesús».

Es Plautina la que ha hablado por todas. María sonríe beatífica y dice: «Pido al Señor que purifique mis labios como al Profeta4

248 para poder dignamente hablar de mi Señor. ¡Benditas seáis, primicias de Roma!».

4 248 Cfr. Is. 6.

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3 «También Longino querría... y el astero, que sintió un fuego dentro de su corazón cuando... cuando se abrieron la tierra y el cielo al grito de Dios. Pero, si nosotras sabemos poco, ellos no saben nada, aparte de que... que era el Santo de Dios y que no quieren seguir estando en el Error».«Les dirás a ellos que vayan a los apóstoles».«Están allí. Pero los apóstoles los miran con recelo».

María se levanta y va hacia los soldados. Los apóstoles la ven ir hacia ellos y tratan de intuir su pensamiento.«¡Dios os conduzca a su Luz, hijos! ¡Venid! Para conocer a los siervos del Señor. Este es Juan, ya le conocéis. Y éste es Simón Pedro, el elegido por mi Hijo y Señor para ser cabeza de sus hermanos. Este es Santiago y éste Judas, primos del Señor. Este es Simón, y este Andrés, hermano de Pedro. Y este es Santiago, hermano de Juan. Y éstos son Felipe, Bartolomé y Mateo. Falta Tomás, todavía ausente; pero le nombro como si estuviera presente. Estos son los que han sido elegidos para una misión especial. Pero éstos, que están en la sombra con ademán humilde, son los primeros en el heroísmo del amor. Desde hace más de seis lustros predican a Cristo. Ni persecuciones contra ellos, ni la condena contra el Inocente, han mellado su fe. Pescadores y pastores. Vosotros, patricios. Pero, en el nombre de Jesús no hay ya distinciones. El amor en Cristo a todos iguala y hermana. Y mi amor os llama hijos también a vosotros, que sois de otra nación. Es más, digo que os encuentro de nuevo tras haberos perdido, porque en el momento del dolor estabais junto al Moribundo. Y no olvido tu piedad, Longino; ni tus palabras, soldado. Parecía que me hubieran quitado la vida. Pero lo veía todo. 4 No tengo con qué recompensaros. La verdad es que para las cosas santas no hay moneda, sino sólo amor y oración. Esta os daré, rogando a nuestro Señor Jesús que El os lo pague».«Ya hemos recibido la recompensa, Dómina. Por eso nos hemos atrevido a venir aquí todos juntos. Nos ha reunido un común impulso. Ya la fe ha tendido su vínculo entre los corazones»

dice Longino. Todos se acercan curiosos. Y hay quien, venciendo la reserva y quizás la repulsa del contacto pagano, dice: «¿Qué es lo que habéis recibido?».«Yo una voz, la suya. Decía: "Ven a mí"» dice Longino.«Y yo oí: "Si me crees santo, cree en mí"»

dice el otro soldado.«Y nosotras»

dice Plautina «mientras hablábamos de El esta mañana, vimos una luz, ¡una luz! Tomó forma de rostro. ¡Oh, di tú cómo resplandecía! Era su rostro. Y nos sonrió con tanta dulzura que ya no tuvimos sino un deseo, el de venir a deciros: "No nos rechacéis"».

Se producen susurros y comentarios. Todos hablan, repitiendo cómo le han visto.5 Los diez apóstoles guardan silencio, apesadumbrados. Buscando una compensación y no aparecer como los únicos que se hayan quedado sin su saludo, preguntan a las mujeres hebreas si no han recibido regalo pascual.

Elisa dice: «Me ha quitado la espada del dolor de mi hijo muerto».

Y Ana: «He oído su promesa sobre la eterna salvación de los míos».

Y Sara: «Yo una caricia» .

Y Marcela: «Yo un resplandor y su Voz que decía: "Persevera"».«¿Y tú, Nique?»

preguntan, porque guarda silencio.«Ya había recibido»

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responden otros.«No. He visto su Rostro, y me ha dicho: "Para que se imprima éste en tu corazón".¡Qué hermoso era!».

Marta va y viene, silenciosa y rápida, y calla.«¿Y tú, hermana? ¿Nada a tí? Callas y sonríes. Demasiado dulcemente sonríes como para no haber recibido tu gozo»

dice la Magdalena.«Es verdad. Tienes bajos los párpados, tu lengua está muda, pero brillan tanto tus ojos tras el velo de las pestañas, que es como si cantaras una canción de amor».«¡Habla! ¡Habla! Madre, ¿a tí te lo ha dicho?».

La Madre sonríe y calla.Marta, que está colocando la vajilla en la mesa, quiere mantener echado el

velo sobre su feliz secreto. Pero su hermana no le concede tregua. Entonces Marta, dichosa, dice ruborizándose: «Me ha citado para la hora de la muerte y del desposorio cumplido...»,

y se le enciende el rostro con una rojez más viva y una sonrisa de alma.

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