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Política de desarrollo Antonio García Lizana Rodrigo Mogrovejo 123 6. ENFOQUES TEÓRICOS DE LA POLÍTICA DE DESARROLLO: PRINCIPALES TEORÍAS 1 . “VER Es doloroso ver abandonados tantos campos de cultivo. Hace años, cientos de hectáreas de bosques fueron taladas, para sembrar maíz y frijol, y para programas ganaderos. Hoy están abandonadas o erosionadas. Los campesinos nos dicen que no les es costeable producir lo que siempre habían sembrado, ni engordar ganado, pues les sale muy caro. Es más barato comprar alimentos en el extranjero, aunque sean transgénicos, que producirlos aquí. Algunos siguen trabajando sus tierras sólo para subsistir, para asegurar la comida, y por la fuerza de la tradición, que los hace apegados a la tierra, a la que consideran una madre que les da vida, de parte de Dios. Es poco lo que les queda para comercializar y la mayoría carece de recursos tecnológicos. No son flojos, aunque algunos dejan de trabajar por la dependencia que generan ciertos programas de gobierno, y por el alcoholismo que les engaña con un consuelo pasajero. Es innegable que los gobiernos han hecho esfuerzos por salvar al campo; han generado programas y apoyado iniciativas; han estimulado productos alternos; sin embargo, ante los enormes subsidios que otros países dan a sus agricultores, es imposible competir, y casi subsistir. Por ello, la migración no se detiene y algunos llegan al suicidio, al no poder cubrir sus necesidades básicas, ni pagar sus deudas.” (Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de Las Casas (Chiapas, México): "El campo en agonía". Reproducido en htpp://www.zenit.org, 7-11-2009) 1. Aportar otros casos similares conocidos personalmente, y aplicar algunos enfoques teóricos diferentes para interpretarlos. Repetir el ejercicio con la realidad geográfica elegida para el trabajo cuatrimestral. JUZGAR 2. Comparar los resultados obtenidos a partir de cada enfoque, valorando la idoneidad y capacidad explicativa de los mismos. 3. Comparar los resultados obtenidos a partir de cada enfoque, valorándolos en términos axiológicos, mediante la aplicación de uno de los métodos para el tratamiento del conocimiento normativo elegido libremente por el Equipo. ACTUAR 4. De acuerdo con el juicio anterior, diseñar los elementos básicos para una propuesta de desarrollo a aplicar con el propósito de modificar las situaciones que han sido seleccionadas y analizadas a partir del punto 1. Introducción. El presente tema analiza los principales enfoques teóricos del desarrollo, con el propósito de establecer un marco conceptual general del mismo, así como de estudiar su evolución. Así, se dedica el apartado 6.1 al análisis de las teorías del crecimiento económico a partir del siglo XVIII, las cuales pueden considerarse antecedentes de la Economía del Desarrollo propiamente dicha; el epígrafe 6.2 se ocupa de lo que podemos considerar teorías convencionales del desarrollo, en función de su aceptación y difusión entre los investigadores y agencias especializadas, aun cuando de manera matizada, hasta el punto de haber sido clasificadas en teorías ortodoxas y heterodoxas, según su conexión con las corrientes predominantes de la Ciencia Económica en el mundo occidental; y el 6.3 recoge los nuevos planteamientos, estudiando una visión más actual de los enfoques teóricos del desarrollo, incluyendo dos dimensiones específicas, como son las relativas a la relación entre el género y el desarrollo, y la etnicidad y el desarrollo. La primera, por la importancia en el discurso actual sobre el desarrollo; y la segunda, por la relevancia de la población y los planteamientos indígenas en países de América Latina (aun 1 En García Lizana, Antonio (2010): Política de desarrollo, Comentarios y notas, Máster oficial en cooperación internacional y políticas de desarrollo, Curso 2010-2011, Universidad de Málaga, texto completo en: http://mop.cv.uma.es/course/view.php?id=835

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6. ENFOQUES TEÓRICOS DE LA POLÍTICA DE DESARROLLO:

PRINCIPALES TEORÍAS1.

“VER

Es doloroso ver abandonados tantos campos de cultivo. Hace años, cientos de hectáreas de bosques

fueron taladas, para sembrar maíz y frijol, y para programas ganaderos. Hoy están abandonadas o

erosionadas. Los campesinos nos dicen que no les es costeable producir lo que siempre habían

sembrado, ni engordar ganado, pues les sale muy caro. Es más barato comprar alimentos en el

extranjero, aunque sean transgénicos, que producirlos aquí. Algunos siguen trabajando sus tierras

sólo para subsistir, para asegurar la comida, y por la fuerza de la tradición, que los hace apegados a

la tierra, a la que consideran una madre que les da vida, de parte de Dios. Es poco lo que les queda

para comercializar y la mayoría carece de recursos tecnológicos. No son flojos, aunque algunos dejan

de trabajar por la dependencia que generan ciertos programas de gobierno, y por el alcoholismo que

les engaña con un consuelo pasajero.

Es innegable que los gobiernos han hecho esfuerzos por salvar al campo; han generado programas y

apoyado iniciativas; han estimulado productos alternos; sin embargo, ante los enormes subsidios que

otros países dan a sus agricultores, es imposible competir, y casi subsistir. Por ello, la migración no se

detiene y algunos llegan al suicidio, al no poder cubrir sus necesidades básicas, ni pagar sus deudas.”

(Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de Las Casas (Chiapas, México): "El campo en

agonía". Reproducido en htpp://www.zenit.org, 7-11-2009)

1. Aportar otros casos similares conocidos personalmente, y aplicar algunos enfoques teóricos

diferentes para interpretarlos. Repetir el ejercicio con la realidad geográfica elegida para el trabajo cuatrimestral.

JUZGAR

2. Comparar los resultados obtenidos a partir de cada enfoque, valorando la idoneidad y

capacidad explicativa de los mismos.

3. Comparar los resultados obtenidos a partir de cada enfoque, valorándolos en términos

axiológicos, mediante la aplicación de uno de los métodos para el tratamiento del conocimiento normativo elegido libremente por el Equipo.

ACTUAR

4. De acuerdo con el juicio anterior, diseñar los elementos básicos para una propuesta de

desarrollo a aplicar con el propósito de modificar las situaciones que han sido seleccionadas y analizadas a partir del punto 1.

Introducción.

El presente tema analiza los principales enfoques teóricos del desarrollo, con

el propósito de establecer un marco conceptual general del mismo, así como de

estudiar su evolución. Así, se dedica el apartado 6.1 al análisis de las teorías del

crecimiento económico a partir del siglo XVIII, las cuales pueden considerarse

antecedentes de la Economía del Desarrollo propiamente dicha; el epígrafe 6.2 se

ocupa de lo que podemos considerar teorías convencionales del desarrollo, en función

de su aceptación y difusión entre los investigadores y agencias especializadas, aun

cuando de manera matizada, hasta el punto de haber sido clasificadas en teorías

ortodoxas y heterodoxas, según su conexión con las corrientes predominantes de la

Ciencia Económica en el mundo occidental; y el 6.3 recoge los nuevos

planteamientos, estudiando una visión más actual de los enfoques teóricos del

desarrollo, incluyendo dos dimensiones específicas, como son las relativas a la

relación entre el género y el desarrollo, y la etnicidad y el desarrollo. La primera, por

la importancia en el discurso actual sobre el desarrollo; y la segunda, por la relevancia

de la población y los planteamientos indígenas en países de América Latina (aun

1 En García Lizana, Antonio (2010): Política de desarrollo, Comentarios y notas, Máster oficial en cooperación internacional y políticas de desarrollo, Curso 2010-2011, Universidad de Málaga, texto completo en: http://mop.cv.uma.es/course/view.php?id=835

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cuando cuenta antecedentes en los países africanos durante los años sesenta y primeros setenta del siglo XX, con figuras como Nyerere, Kaunda y Senghor).

Aclarada esta breve introducción, podemos señalar que el pensamiento sobre

el desarrollo ha tenido una evolución amplia desde la antigüedad, aun cuando

iniciemos nuestro recorrido con la denominada Escuela Clásica (siglo XVIII y XIX)

de la Ciencia Económica, llegando hasta la actualidad, recogiendo diferentes enfoques

teóricos particulares (que pueden ser clasificados de acuerdo con los enfoques básicos

estudiados en el tema anterior), en los que se han introducido, de forma no muy clara

a veces, elementos de carácter axiológico que dificultan la comprensión positiva del

problema, a menos que se deslinden de manera adecuada ambos tipos de

conocimiento, cosa que, lamentablemente, los autores de cada escuela no siempre hacen.

Inicialmente se defendió una visión del desarrollo como crecimiento

económico; lo que podríamos representar de forma expresiva mediante la expresión

Desarrollo = Crecimiento

Con posterioridad, se incorporan otros enfoques que introducen dimensiones

no meramente cuantitativas, de modo que la idea de desarrollo puede reflejarse mediante el binomio

Desarrollo = Crecimiento + Cambio

Por último, llega a desplazarse la propia idea de crecimiento, considerándose

sólo la existencia de cambios. Es decir,

Desarrollo = Cambio

Si bien, no se excluye la posibilidad de que esos cambios puedan ser, según los casos, tanto cualitativos como cuantitativos.

Más aún. Dichos cambios no tienen que ser necesariamente favorables: son los

que son, tal como se producen en la realidad, utilizándose expresiones como ―mal

desarrollo‖ o ―desarrollo del subdesarrollo). De ahí que comience a adjetivarse el

desarrollo para especificar el tipo de desarrollo que se desea alcanzar,

superponiéndose de este modo los aspectos teóricos de carácter ontológico

(vinculados con la idea de desarrollo, como transformación) con los axiológicos

(representados habitualmente por el adjetivo que acompañe, en cada caso, al sustantivo ―desarrollo‖, como, p. ej., ―humano‖: ―desarrollo humano‖).

Desde los años cuarenta del pasado siglo (cuando puede decirse que os

estudios sobre el desarrollo de las sociedades comienzan a tomar cuerpo, en cuanto

tales), dos grandes categorías del pensamiento sobre desarrollo se han establecido, la

calificada de ortodoxa, que forman parte de la corriente principal (mainstream) o

predominante de la Economía, y la heterodoxa o radical, que se caracteriza por sus

críticas a la primera y por situarse resueltamente fuera de su ámbito. Para la primera,

el subdesarrollo es simplemente una cuestión de ―atraso‖ cronológico de países menos

avanzados; en otras palabras, un atraso en la ―modernización‖ o crecimiento de sus

estructuras y de sus economías. Frente a ello, la heterodoxa niega que el problema sea

de atraso, sino de una ubicación desventajosa de los países pobres, o periféricos, en la

estructura del sistema capitalista mundial (Bustelo, 1999).

Paralelamente a la evolución de las teorías ortodoxas del desarrollo, bajo el

rótulo de teorías del crecimiento —tradición económica nacida a finales de la década

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de los cuarenta— se han desarrollado modelos formalizados para explicar

específicamente la evolución de las capacidades productivas de un país, vinculadas a

los conceptos de PIB agregado, PIB potencial, etc., como expresión sintética del

proceso de crecimiento económico. Su visión es, por tanto, mucho más cuantitativa y

economicista; al tiempo que trata de aportar una mayor fundamentación lógica a las

relaciones supuestas entre las variables económicas, recurriendo a la aplicación del lenguaje matemático (Alonso, 2000).

Sin embargo, como venimos indicando, apelar al término de desarrollo supone

hoy aludir a un proceso más amplio que el mero crecimiento económico, en el que se

integran, además de los fenómenos cuantitativos, otros de tipo cualitativo,

relacionados con los procesos de cambio estructural, de expansión de capacidades y

libertades, de progreso social, de modernización institucional y de equilibrio

medioambiental de los países. Adicionalmente, para algunos autores y organismos, el

término desarrollo incorpora un proceso de crecimiento económico que resulta

socialmente equilibrado, promoviendo una mejora en las condiciones no sólo

económicas, sino de vida del conjunto de la población y no sólo de unos pocos

(Alonso, 2000; PNUD, 1998). Todo ello cuando no se excluye la propia idea de

crecimiento, apelando a la opción crecimiento cero (a partir de los denominados

Informes al Club de Roma, en el cambio entre las décadas de los sesenta y setenta) o a

las teorías del decrecimiento económico de autores como Latouche (2008), entre

otros, que vienen a decir que el crecimiento de la actividad económica es

incompatible con la generación de bienestar social y con la defensa del medio

ambiente, pues nos encontramos en la actualidad en una situación muy por encima de la capacidad de regeneración natural del planeta.

En este sentido, es imposible dar cuenta de todas las aportaciones del conjunto

de autores que, desde finales del siglo XVIII y hasta los principios del nuevo milenio,

conforman el pensamiento básico sobre el desarrollo. No obstante, en los apartados

que siguen (6.1 a 6.3) se intenta presentar un marco conceptual comprensivo (o al

menos representativo) del conjunto y una evolución del mismo, marcando la diversidad de opciones y los elementos diferenciales.

Finalmente, en el apartado 6.4, se aborda la posibilidad de un planteamiento

integral que permita considerar de manera completa los diferentes elementos,

económicos y no económicos, de oferta y demanda, positivos y normativos, presentes

en la dinámica del desarrollo, capturados parcialmente por los diferentes tes enfoques

teóricos que están siendo considerados, recurriendo (paradójicamente, si se quiere,

por lo que supone de vuelta al pasado para construir el futuro) a un autor nacido en

Túnez en el siglo XIV, pero considerado como un antecesor de diferentes disciplinas

sociales actuales, como Filosofía de la Historia, Economía, Sociología y Ciencia

Política, entre otras.

Nota: Los puntos 61, 6.2 y 6.3 han sido preparados por RODRIGO JULIAN

MOGROVEJO MONASTERIOS2, a quien se agradece su extraordinaria

colaboración. El punto 6.4 sigue de cerca García Lizana (2006).

2 Doctor en estudios sobre el Desarrollo, HEGOA, Universidad del País Vasco ([email protected]).

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6.1. Los antecedentes.

Los economistas del siglo XVIII y principios del siglo XIX (Adam Smith,

Thomas Robert Malthus, Karl Marx o David Ricardo) se preocuparon por las causas,

consecuencias y perspectivas del análisis del crecimiento económico a largo plazo,

centrando la atención en la aplicación de los factores productivos y en el modo en que

se utilizan para promover la riqueza de las naciones. Además, aunque de manera

tangencial, estos economistas en su afán por estudiar el fenómeno del crecimiento

económico abordaron las perspectivas de lo que entonces se denominaban las ―áreas

atrasadas‖ o lo que actualmente representan los países en vías de desarrollo. Esa

preocupación desaparecería en las corrientes económicas, inmediatamente posteriores.

Por lo tanto, el denominado ―paréntesis neoclásico‖, con gran influencia ente los años

de 1870 y 1936, desplazó el interés económico hacia cuestiones generalmente de

equilibrio a corto plazo de las economías ya desarrolladas (Bustelo, 1991; Meier, 1987).

Por tanto, las raíces de la teoría moderna del crecimiento económico,

paradójicamente, se encuentran en la tradición de la economía clásica de los siglos

XVIII y XIX (Lewis, 1988). Por otro lado, la ortodoxia económica neoclásica de

finales del siglo XIX y principios del siglo XX sustituyó la teoría clásica del ―valor-

trabajo‖ por una nueva aproximación subjetiva al valor basado en la ―utilidad-

escasez‖. Nació, en consecuencia, la Economía matemática, ya que los análisis

marginalistas o neoclásicos eran susceptibles de ser formalizados en ecuaciones y modelos de gran elegancia.

Pues bien, en el denominado paréntesis neoclásico se desarrollaron tres

escuelas: la Escuela de Lausana con exponentes como Léon Walras (1834-1910) y

Vilfredo Pareto (1848-1923), la Esuela Inglesa con pensadores como Stanley Jevons

(1835-1882) y Alfred Marshall (1842-1924), y la Escuela Austriaca con exponentes

de la talla de Carl Menger (1840-1921), Friedrich von Wieser (1851-1926) y Friedrich

von Hayek (1899-1922). Los cuatro puntos en común de tales escuelas fueron: (1) la

defensa del comportamiento racional del consumidor y demás sujetos que intervienen

en la vida económica (―homo economicus” 3); (2) el incremento de la demanda del

consumidor hasta la anulación de la utilidad marginal; (3) la igualdad entre el salario

y la productividad marginal del trabajo, y (4) la lógica perfecta del mercado (Meier y

Baldwin, 1957; Marshall, 1947). Al mismo tiempo, mantenían la atención prestada

por los clásicos a la aplicación de los factores productivos para impulsar el

crecimiento de la economía, entendiendo que los ajustes automáticos del mercado sin

interferencias externas, dada la naturaleza del ―homo economicus”, garantizaban el

mejor funcionamiento económico, impulsando los avances gracias a las innovaciones tecnológicas, aparición de economías de escala, etc.

Sin embargo, después de la Segunda Guerra Mundial, la hegemonía de la

escuela neoclásica terminó mediante el pensamiento teórico de John Maynard

Keynes, que tuvo gran influencia a partir de 1936, ante el fracaso de la escuela

neoclásica para resolver los problemas generados por la Gran Depresión. Keynes

introdujo una perspectiva dinámica al estudio económico, aunque sólo fuese para

3 La expresión homo economicus denota una forma de ver el comportamiento del ser humano, entendido como una persona racional, capaz de decidir y actuar, con conocimiento y que persigue lograr beneficios personales siguiendo principios de menor esfuerzo y mayor logro.

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tratar la inestabilidad cíclica a corto plazo de las economías desarrolladas. Por tanto,

el pensamiento económico de Keynes terminó con la idea de que una economía de

mercado conduce automáticamente al pleno empleo. De esta manera, esa pérdida de

fe en los automatismos reguladores de la economía abrió la puerta a la necesidad de la

intervención del Estado para alcanzar una situación de pleno empleo (Thirlwall,

1987), centrando la atención en el papel que juegan el consumo, la inversión, las exportaciones y el gasto público.

La escuela formada en un primer momento a partir del pensamiento de Keynes

(denominada keynesiana), sentó, además, las bases de lo que luego serían las teorías

modernas del crecimiento, impulsadas por sus discípulos: Roy Harrod, Evsey Domar

y Nicholas Kaldor. Así pues, nada más comenzar la segunda mitad del siglo XX, dos

economistas y discípulos de Keynes, el británico Harrod y el norteamericano Domar,

plantearon por separado un modelo similar, el cual contiene una versión simplificada y sintética de las relaciones dinámicas básicas de la economía (Thirlwall, 1987).

El modelo Harrod-Domar, por tanto, señala que el crecimiento económico

depende de tres factores: (1) la tasa de ahorro: condicionada por los hábitos de gasto

de los hogares; (2) la relación capital-producto: modo en que las empresas determinan

el capital que requieren para un volumen de producto deseado, y que se considera

dado a corto plazo; y (3) la tasa de depreciación. El modelo señala también que un

incremento en la propensión al ahorro incrementa la tasa de crecimiento; y a la

inversa, concluye que un incremento en la relación capital-producto reduce dicha tasa (Gylfason, 1999).

No obstante, el modelo Harrod-Domar recibió grandes críticas por el enfoque

―síntesis neoclásica-keynesiana‖, desarrollado especialmente entre los años de 1948 y

1957, con autores como Paul Samuelson, Robert Solow y Trevor Swan4 (Hahn y

Matthews, 1970). Más en concreto, el modelo Harrod-Domar tuvo una contraofensiva

teórica a través del modelo de Solow. Este modelo abandonó el supuesto que sostenía

que la relación capital-producto es constante, situación que, a su vez, permitió romper

el argumento del modelo Harrod-Domar que asumía que el crecimiento es inestable y

que resulta, prácticamente, imposible alcanzar una situación de pleno empleo (Jones, 1974; Gylfason, 1999).

Por lo tanto, el modelo de Robert Solow (1956) establece que a largo plazo el

crecimiento es estable con una tasa de expansión de pleno empleo. Así pues, aun

cuando Harrod abrió el campo de la teoría del crecimiento, el modelo más influyente

en el pensamiento económico fue el modelo de Solow. En realidad, este modelo

supone una recuperación del pensamiento neoclásico, en la medida en que centra su

atención en la función de producción. Así, sostiene que en una función de producción

agregada el output (o producto) obtenido es el resultado de la aplicación de unos

determinados input (o factores productivos: capital y trabajo). Además, estos input se

combinan de acuerdo con las tecnologías disponibles y conforme a los precios que

rigen el mercado de factores. El modelo de Solow, también, supone que existen

rendimientos de escala constantes y rendimientos marginales decrecientes para cada

factor5 (Hahn y Matthews, 1970).

4 La escuela denominada síntesis neoclásica-keynesiana compatibilizó la economía convencional neoclásica con el pensamiento de Keynes, es decir, reconcilió la tradición microeconómica neoclásica con el análisis macroeconómico keynesiano. 5 Los rendimientos de escala constantes se refieren a que si todo lo demás se mantiene igual, si se aplica el doble de input a la producción, se obtiene el doble del output. Y, los rendimientos marginales decrecientes

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Por último, el modelo de Solow señala que las mejoras en productividad se

deben a procesos innovadores, al mismo tiempo que la renta per cápita depende de la

relación capital-trabajo y del ritmo del progreso técnico. Es decir, cuanto mayor sea la

tasa de progreso técnico y más elevado sea el nivel de capitalización, mayor será la

renta per cápita de la economía. Sin embargo, el modelo también sostiene que a

medida que se incremente el stock de capital por trabajador, el producto per cápita aumenta cada vez a tasas menores.

Asimismo, el modelo de Solow aportó una ventaja práctica al estudio de la

economía, pues a partir de su formulación fue posible derivar una contabilidad del

crecimiento económico a través de: las horas trabajadas, el incremento del stock de capital productivo y la tasa de progreso técnico (Hahn y Matthews, 1970).

Por lo tanto, a finales de los años cincuenta y durante la década de los sesenta,

el ―pensamiento neoclásico‖ —respaldado con modelos de crecimiento como los de

Solow, y bajo autores como Peter Thomas Bauer, Harry Johnson, Hla Myint y Jacob

Viner— se convirtió en la ortodoxia del estudio del desarrollo económico. Aun

cuando sin desplazar del todo la pervivencia de los planteamientos keynesianos que

centraban en el comportamiento de la demanda y en los estímulos del sector público

la capacidad de crecimiento económico; al menos, en la práctica de las economías de los países occidentales.

6.2. Los modelos convencionales.

Los pioneros del desarrollo y la estrategia de las necesidades básicas.

Después de la Segunda Guerra Mundial, y paralelamente a la evolución de las

teorías anteriores, emergieron determinadas corrientes de pensamiento que rechazaron

la idea de que hubiera una única teoría económica válida para el análisis de cualquier

tipo de situación real. El rechazo a esta forma de entender los procesos de expansión

económica fue el que distinguió a los primeros especialistas o pioneros del desarrollo

(Harvey Leibenstein, Gunnar Myrdal, Albert Hirschman, Arthur Lewis, Ragnar

Nurkse, Raúl Prebisch, Paul Rosenstein-Rodan, Hans Singer, Jan Tinbergen, Walt

Whitman Rostow, entre los más destacados). Por lo tanto, la incapacidad analítica de

la teoría económica convencional (keynesiana y neoclásica) para enfrentarse a los

problemas de los países que empezaron a llamarse subdesarrollados —a raíz de un

informe de las Naciones Unidas de 1951, titulado Measures for the economic

development of under-developed countries— desembocó en la creación de enfoques novedosos (Bustelo, 1991).

Así pues, el estudio de las economías subdesarrolladas exigía, en opinión de

los pioneros del desarrollo, un instrumental distinto del creado por y para el análisis

de las economías desarrolladas. Por ejemplo, Paul Rosenstein-Rodan (1943) sostuvo

la existencia de una ―trampa del subdesarrollo‖. Más en concreto, este autor sostiene

que la insuficiente demanda de las economías en proceso de desarrollo provoca que la

inversión en el sector moderno brille por su ausencia, lo que ocasiona que los sectores

de un factor de producción se refieren a que a medida que aumenta la cantidad de un factor sin alterar el otro, aumenta el producto obtenido, pero en cantidades cada vez menores.

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modernos no crezcan lo necesario, reproduciendo circularmente la insuficiencia de la demanda.

Otros autores, como Ragnar Nurkse (1952), introdujeron el concepto de

―pobreza‖ en los procesos del desarrollo, con el denominado ―círculo vicioso de la

pobreza‖ que, en otras palabras, es la representación del encadenamiento de varios

fenómenos de oferta y de demanda6. Para romper este círculo, Rosenstein-Rodan y

Nurkse plantearon las siguientes soluciones: (1) aumentar el tamaño del mercado con

el objeto de incrementar la rentabilidad esperada, la inversión y el aprovechamiento

de las economías de escala; y (2) movilizar los recursos existentes para canalizarlos

hacia el sector moderno y/o generar más incentivos al ahorro (Meier, 1987).

Durante esta primera fase pionera del desarrollo, que tuvo como período de

mayor influencia los años comprendidos entre 1945 y 1957, los términos ―desarrollo‖

y ―crecimiento económico‖ se manejaban indistintamente. En general, se prestaba

poca atención a los efectos distributivos y sociales del crecimiento económico. Así

pues, el objetivo del desarrollo no era más que el aumento sostenido de la renta o PIB

per cápita, mientras que los medios contemplados para alcanzar tal fin eran: el

fomento de la acumulación de capital (la industrialización), la protección del mercado

interior y la intervención del Estado. En este sentido, los planteamientos de Nurkse y

de Rosenstein-Rodan, así como la teoría de las etapas de Walt Whitman Rostow7,

sostienen que el desarrollo de las naciones se puede alcanzar por la reproducción

paulatina de las experiencias de los países desarrollados, esto es, mediante la réplica

de sus procesos de industrialización (Meier, 1987). Por consiguiente, los primeros

autores del desarrollo eran partidarios de lo que se conoció después con el nombre de

―teoría de la modernización‖, implementado fundamentalmente entre los años de

1957 y 1969, enfoque que presta un énfasis desmesurado a la acumulación de capital

físico, frente al capital humano.

A finales de los años cincuenta y durante los años sesenta se registró una

recuperación del pensamiento neoclásico, el cual, bajo el mando ideológico de Peter

Thomas Bauer, criticó la propuesta de industrialización que los pioneros del

desarrollo habían formulado para los países del Tercer Mundo. Según el pensamiento

neoclásico, promover un sector industrial en regiones subdesarrolladas suponía

desatender la agricultura. En suma, los economistas neoclásicos, como señala Irene

Gendzier (1985), se mostraron abiertamente contrarios a los tres medios principales

que se habían propuesto durante la fase inicial del desarrollo: intervención del Estado, protección del mercado interior e industrialización

8.

Las críticas neoclásicas a la industrialización del Tercer Mundo, no obstante,

se envolvieron en lo que pretendía ser una ampliación del concepto de desarrollo, al

postular el ―desarrollo agrícola‖. Por ejemplo, Jacob Viner (1953) en su estudio

6 Los fenómenos de oferta a los que hizo referencia Nurkse se refieren a la escasez de capital y la baja productividad, que condiciona la reducida producción final, lo que impide aumentar la dotación de bines de capital; y los fenómenos de demanda, al bajo poder adquisitivo, lo que desanima la actividad de las empresas, y, por tanto, la generación de renta suficiente, manteniendo baja la capacidad de compra. 7 Fruto de las investigaciones de Rostow, este autor en 1960 sugirió la existencia de cinco grandes etapas en la evolución de los países: la sociedad tradicional, la situación previa al despegue, el despegue, el camino hacia la madurez; y la sociedad de consumo de masas. El tránsito entre una y otra etapa viene marcado por un cambio en la base económica, en el marco institucional y en el sistema de valores de las sociedades (Alonso, 2000). 8 Bauer, asimismo, criticó la ayuda extranjera porque consideraba que ésta era innecesaria para el progreso de los países pobres y, a menudo, servía para consolidar y prolongar políticas sumamente dañinas que, por lo común, se llevaban adelante y en nombre de la planificación integral.

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International trade and economic development, insistió en el progreso agrícola como

condición previa para el desarrollo. Ahora bien, la posición neoclásica de este autor

sólo fue una voz temprana y solitaria, al subrayar la importancia de la economía en la

reducción de la pobreza y la provisión de servicios básicos (como la educación, la

salud y la alimentación) como pruebas del desarrollo. Este autor, además, representó

ser un pionero del ―enfoque de las necesidades básicas‖, corriente de pensamiento que

consolidó las teorías ortodoxas del desarrollo, fundamentalmente entre los años de 1969 y 1978 (Meier y Seers, 1984).

Posteriormente, a finales de los años sesenta, se inició una nueva fase de la

historia del pensamiento económico. La preocupación por los objetivos más propios

del desarrollo —mejorar la calidad de vida de la población en vez de centrar la

atención exclusivamente en la expansión de la renta per cápita— se fue imponiendo

en la nueva escuela ortodoxa del desarrollo. Tal cambio implicó una distinta

percepción de la naturaleza del proceso del desarrollo. Más en concreto, esta nueva

etapa se inició en el año 1969, con motivo de la Undécima Conferencia Mundial de la

Sociedad Internacional para el Desarrollo (SID) que se celebró en Nueva Delhi. En

aquel encuentro se presentaron las líneas de un enfoque con alto contenido social

(centradas en el empleo, la distribución y la pobreza), que luego darían lugar a la

estrategia de las necesidades básicas (Streeten, 1977; Bustelo, 1999).

Inmediatamente después, la Organización Internacional del Trabajo (OIT)

organizó tres misiones sobre el empleo en países de distintas regiones del planeta:

Colombia en 1970, Ceilán (actual Sri Lanka) en 1971 y Kenya en 1972. Las misiones

identificaron, sobre todo la de Kenya, que el problema del empleo mundial se

originaba por las largas horas trabajadas con una muy baja retribución, especialmente,

entre las poblaciones más vulnerables (OIT, 1972). De este modo, un problema que el

enfoque de las necesidades básicas identificó en sus inicios fue la ausencia de puestos

de trabajos productivos y bien remunerados, y la presencia de un desempleo experimentado por personas sin formación adecuada.

Además, lo importante para este nuevo enfoque no era sencillamente crear

empleos, sino generar oportunidades de empleo productivo para reducir la incidencia

de la pobreza. Así pues, de la preocupación por el desempleo y el subempleo se pasó

al análisis de los medios para mejorar la suerte de los trabajadores, especialmente en

el sector informal y entre las mujeres, áreas de estudio que recibieron, por primera vez, una atención destacada.

Diferentes autores destacaron en este naciente pensamiento de las necesidades

básicas. Irma Adelman (1961), por ejemplo, planteó una estrategia de lucha contra la

pobreza en tres etapas: redistribución radical de activos (assets), acumulación masiva

del capital humano y crecimiento intensivo en factor trabajo. Sin embargo, como

señala Paul Streeten (1979), la preocupación por el empleo y la distribución sucedió al

énfasis sobre la pobreza9. Con el paso del tiempo, la combinación de lucha contra el

desempleo, la mejora de la distribución del ingreso y la erradicación de la pobreza,

dieron lugar a un enfoque integrado, denominado propiamente como de las

―necesidades básicas‖ o esenciales.

9 Posteriormente, en 1974 el Banco Mundial (1974) lanzó a nivel mundial determinados programas de lucha contra la pobreza con los objetivos de incrementar el ingreso medio de la población a través de: el suministro de servicios básicos, como la educación, la promoción de la construcción de viviendas y el aumento de puestos de trabajo en sectores modernos.

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Años después, en 1975, en la Conferencia Mundial Sobre Empleo de la OIT,

se definieron formalmente las necesidades básicas que toda sociedad debía ver

satisfechas para guardar unos niveles de vida mínimos. Las necesidades se dividieron

en cuatro categorías: (1) el consumo alimentario, la vivienda y el vestido; (2) el

acceso a servicios públicos (educación, sanidad, transporte, agua potable y

alcantarillado); (3) la posibilidad de tener un empleo adecuadamente remunerado; y

(4) el derecho a participar en decisiones que afecten a la forma de vida de la gente y a vivir en un ambiente sano, humano y satisfactorio (Streeten, 1979; OIT, 1976).

De esta manera, el enfoque de las necesidades básicas —liderado por sus

autores más destacados, como Paul Streeten, Amartya Sen, Hans Singer, Richard

Jolly, quienes luego formarían el núcleo intelectual de los Informes sobre el

Desarrollo Humano del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo,

PNUD— representó un progreso intelectual respecto a las aportaciones de los

pioneros del desarrollo. Un paso importante en esta línea fue la publicación por el

Banco Mundial en 1981 de Lo primero es lo primero: satisfacer las necesidades

humanas básicas de los países en desarrollo, un estudio que resume el enfoque de las

necesidades básicas y la experiencia del Banco en esta área (Griffin, 2001; Streeten, 1986).

Por lo tanto, como sostuvo Mahbub ul Haq (1976), uno de los colaboradores

de Streeten, la única forma de eliminar la pobreza absoluta, de una forma permanente

y sostenible, es aumentando la productividad de los pobres. Sin embargo, para ello es

necesario que los pobres tengan unas necesidades básicas satisfechas. Así pues, el

enfoque de las necesidades básicas no es sólo un intento per se de distribuir los

ingresos y dar bienestar social a los pobres, ni representa un intento para denegar la

industrialización y la modernización a los países pobres. Por el contrario, se trata de

una reacción pragmática al urgente problema de la pobreza mundial, entendiendo su reducción como un objetivo fundamental del desarrollo económico (Hidalgo, 1998).

El enfoque de las necesidades básicas, por otro lado, para autores como

Streeten (1986) postula que los seres humanos adquieran oportunidades para alcanzar

un pleno desarrollo físico, mental y social, como también los medios necesarios para

alcanzar esas oportunidades. Este enfoque, por consiguiente, trata de atender a grupos

con carencias concretas, que ven insatisfechas sus necesidades básicas materiales y no

materiales10

. Sin embargo, la satisfacción simultánea de estas necesidades genera un

conflicto a la hora de intervenir sobre ellas, por lo que la jerarquización de éstas es necesaria, tal y como se hizo en la Conferencia de la OIT de 1975.

Por consiguiente, el enfoque de la satisfacción de las necesidades básicas se

convirtió en los años setenta en el centro de las teorías ortodoxas del desarrollo y el

punto de referencia de una distinta concepción del desarrollo, el desarrollo que

promovía la lucha contra la pobreza, frente a las anteriores teorías pioneras del

desarrollo y a las posteriores formulaciones neoliberales. Sin embargo, según Hidalgo

(1998:237), ―[…] este enfoque adolece de un desarrollo analítico profundo que vaya

más allá de las declaraciones políticas y los programas de ayuda internacional; como

10 Las necesidades básicas materiales se pueden clasificar como: nutrición, salud, alojamiento, agua, saneamiento y educación; y las nos materiales como: autodeterminación, confianza en sí mismo, seguridad, participación ciudadana, participación de los trabajadores en las decisiones públicas y laborales, e identidad nacional y cultural.

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132

también carece de un sustrato teórico importante en que basar todas las políticas de satisfacción de las necesidades básicas […]‖

11.

A fin de cuentas, el enfoque de las necesidades básicas fue excesivamente

pragmático, lo cual dificultó su propio desarrollo intelectual; el propio Streeten (1984)

publicó un artículo en el cual identificó ―las preguntas sin contestar del enfoque‖, que

serían las siguientes: (1) quién define las necesidades; (2) si la meta es ―el

florecimiento humano‖ o ―la satisfacción de las necesidades básicas‖; (3) cuál es el

papel de la participación; (4) cuáles son las necesidades que las instituciones pueden

legítimamente planear satisfacer; y (5) cómo coordinar los recursos internacionales

para satisfacer las necesidades básicas.

Sin embargo, antes de que tales preguntas fueran adecuadamente atendidas,

mientras la investigación y discusión se desarrollaban, diferentes programas

operativos del Banco Mundial y de la OIT, instrumentaban ―respuestas‖

apresuradamente. Dichas instancias se concentraron en los insumos a la salud, la

educación, el vestido, la vivienda y la higiene, dado que resultaban relativamente más

baratos y fáciles de medir. El problema radicó en que el énfasis puesto únicamente en

tales insumos constituyó una mala interpretación del acercamiento de las necesidades

básicas, que en principio abarcaba un estudio más amplio de las necesidades humanas, y por ende, acabó por redefinirlo y subvertirlo (Streeten, 1984).

El enfoque estructuralista y la teoría de la dependencia.

A partir de finales de los años cuarenta, comenzaron a conformarse otro tipo

de teorías del desarrollo, denominadas como ―heterodoxas‖, alternativas y críticas a la

corriente ortodoxa del desarrollo o parte de la corriente principal (mainstream) de la

Economía. Así pues, estas corrientes heterodoxas han sido denominadas, en términos

generales, como "estructuralistas", por cuanto el eje determinante de su análisis sobre

el desarrollo y el subdesarrollo se centra en la estructura de la economía mundial, que

ha conformado a lo largo de la historia. En tal estructura existe un centro (países

desarrollados) que controlan y se benefician del sistema; y una "periferia" (países

pobres) que sufren dependencia y explotación por parte del centro, lo cual les

mantiene sumidos en el subdesarrollo. De este modo, el subdesarrollo seria fruto no

de un atraso cronológico o de un estadio "menos avanzado" en la senda hacia la

modernización y el desarrollo, sino fruto de una ubicación desventajosa en la estructura del sistema capitalista mundial (Prebisch, 1949).

Así pues, la teoría heterodoxa del desarrollo surgió, en gran parte, por la

desigualdad de los términos de intercambio (el valor comparado de los productos

exportados e importados), e incluso el deterioro de tales términos, de los países de la

periferia respecto a los del centro. El resultado era una transferencia neta de riqueza

del centro a la periferia, que contribuía al desarrollo de aquel y al subdesarrollo de ésta.

11 Además, el enfoque de las necesidades básicas sufrió una aplastante derrota frente a la contrarrevolución neoclásica de los años ochenta. Las causas de tal derrota fueron: (1) el marcado pero inacabado carácter keynesiano de las necesidades básicas, opuesto al neoliberalismo triunfante; (2) el freno a los modelos de desarrollo que se orientaban a la industrialización y a la exportación; y (3) la necesidad de un importante volumen de ayuda internacional cuyo uso eficiente era bastante cuestionado (Hidalgo, 1998).

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133

En este sentido, las teorías heterodoxas del desarrollo tuvieron una notable

influencia del pensamiento económico del propio mundo en vías de desarrollo. Así

pues, como corrobora Gabriel Guzmán (1976), el ―pensamiento estructuralista

latinoamericano‖ —gestado en el seno de la Comisión Económica de las Naciones

Unidas para América Latina (CEPAL), entre los años de 1949 y 1957— tuvo un

protagonismo notable en la visión económica de un mundo conformado por dos bloques diferenciados con relaciones asimétricas entre ellos..

Esta conformación dual y diferenciada de la estructura de la economía

mundial, según el economista argentino Raúl Prebisch (1949) a quién se le debe esta

visión económica, es el resultado de un único proceso histórico de consolidación del

sistema de mercado en el plano internacional. Asimismo, como se señaló párrafos más

arriba, el pensamiento estructuralista no concibió el subdesarrollo como una especie

de rezago histórico en esa senda única de transformaciones sucesivas, tal como lo definió Rostow.

El enfoque de la CEPAL, por otra parte, descansa en tres ideas centrales: (1)

las estructuras productivas de los países centrales y de las economías de la periferia

son fundamentalmente distintas, los primeros se caracterizan por la homogeneidad

interna (en términos de tecnología, productividad…) y la diversificación productiva; y

los segundos por la heterogeneidad entre los diferentes segmentos de la economía y

especialización productiva y exportadora en productos del sector primario; (2) tales

estructuras están relacionadas entre sí a través de la división internacional del trabajo,

que tiende a asignar funciones productivas distintas a unos países y otros, atendiendo

a las características de sus estructuras; y (3) esas relaciones entre centro y periferia

son asimétricas, en perjuicio de los países de la periferia, condicionando el mantenimiento de las desigualdades (Bustelo, 1999).

Del mismo modo, como señala Bustelo (1999), los planteamientos cepalinos

tienen raíces en el pensamiento económico clásico y en el marxismo, y están

empapados de un lenguaje keynesiano. Esta ambigüedad hace difícil determinar el

cuadro teórico en que se mueve tal análisis. Con todo, el pensamiento de la CEPAL

sirvió de base para la creación de uno de los enfoques más importantes en la línea

heterodoxa, como fue el ―enfoque de la dependencia‖, implementado con mayor grado de influencia entre los años de 1957 y 1969.

Sin embargo, antes de adentrarnos en el estudio del enfoque de la dependencia

conviene presentar la teoría del desarrollo marxista, porque esta escuela de

pensamiento influyó de forma decisiva en el enfoque de la dependencia,

fundamentalmente por su influencia en el estudio del materialismo histórico y la

conflictividad, así como en el análisis del desequilibrio y la injusticia del sistema

capitalista (Yotopoulus y Nugent, 1981). En efecto, la teoría del desarrollo de Marx se

basa en una teoría de etapas, propia del materialismo histórico, en la que el motor del

cambio es la lucha de clases12

.

El análisis de la ―teoría del desarrollo‖ en el marxismo arranca de las teorías

del valor y de la plusvalía. En este sentido, el valor de cada bien, con independencia

del precio en el mercado, depende de la cantidad de trabajo que lleve incorporado. Por

12 El pensamiento marxista tiene su origen en 1867 en la obra de Karl Marx (1973) “El Capital”. La base filosófica de esta obra se encuentra en el modo de producción correspondiente a un cierto grado de desarrollo de las fuerzas productivas, lo que a su vez determina las relaciones sociales de producción, las mismas que además definen la estructura clasista de una sociedad. Asimismo, este modo y relaciones de producción originan una superestructura de ideas e instituciones.

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134

lo tanto, según esta escuela el trabajo es el único factor capaz de generar valor y,

como el precio del trabajo es el salario, el valor de los bienes producidos

corresponderá a su coste en salarios13

. La clase capitalista, además, se apropia, en

forma de beneficios netos, intereses y renta de la tierra, de la plusvalía generada en el

proceso de producción, mientras que la clase trabajadora sólo se queda con la masa

salarial (el salario corresponde al precio del mercado del trabajo). Sin embargo,

debido a la existencia de un excedente de mano de obra (el ejército de la reserva),

dicha masa salarial se ve reducida a un nivel de subsistencia (Hidalgo, 1998; Furtado,

1972).

Prosiguiendo con este pensamiento, el incremento de la plusvalía es una de las

preocupaciones constantes de la clase capitalista14

. Igualmente, esta línea teórica

sostiene que las innovaciones técnicas traen consigo un aumento en la cantidad del

equipo capital necesario para generar procesos de acumulación. Al mismo tiempo, este proceso sólo es posible de conseguir ahorrando parte de la plusvalía

15.

Así pues, la acumulación de capital altera la composición orgánica de éste,

aumentándola vía inversión, pues el capital constante crece más rápidamente que el

variable. Al mismo tiempo, la introducción de innovaciones tecnológicas por parte de

los capitalistas incrementa la productividad y disminuye el precio de los productos, y

ello trae consigo una plusvalía superior. De este modo, la plusvalía se distribuye de

manera desigual entre los capitalistas, lo que conduce a la eliminación de los más

débiles del mercado y genera una tendencia a la concentración del capital en manos de unos pocos (Hidalgo, 1998).

Después de haber descrito brevemente el pensamiento marxista sobre el

desarrollo, pasamos a continuación a analizar el enfoque de la dependencia. Uno de

los autores más representativos de esta escuela fue Paul Baran (1957) quién propuso

un cambio de paradigma en los estudios sobre el desarrollo. Las aportaciones de

Baran pueden resumirse en dos grandes planteamientos: en primer lugar Baran

concibe el subdesarrollo no como un retraso en el desarrollo, ni como una etapa

previa al desarrollo, sino como el producto histórico del desarrollo de los países

avanzados. Es decir, adopta una visión del desarrollo y del subdesarrollo como dos manifestaciones de un mismo proceso.

En segundo lugar, Baran señala que el supuesto carácter progresista del

capitalismo en el Tercer Mundo debe ser reconsiderado. La escuela de la dependencia,

por tanto, sostiene que el desarrollo en el Tercer Mundo, bajo un sistema capitalista,

es imposible, porque el crecimiento industrial está fuertemente obstaculizado por el

imperialismo de países occidentales. Por lo tanto, la única solución según esta escuela

es la revolución socialista y, en una posición más extrema, la ruptura con el mercado mundial (Baran, 1957).

13 La escuela marxista sostiene también que el producto social, es decir, la producción valorada a precios de mercado, estará compuesto por la parte correspondiente al coste del capital constante (depreciación de los equipos y materias primas), la parte del capital variable (salarios), y un excedente que Marx denomina plusvalía (diferencia entre el producto social y el gasto en capital constante y variable). 14 El incremento de la plusvalía se alcanza, según el pensamiento marxista, por medio de: la ampliación de los horarios de trabajo, la reducción de los salarios por debajo del nivel de subsistencia y la introducción de innovaciones técnicas que mejoren la productividad. 15 Marx distingue entre reproducción simple de capital —plusvalía consumida por los capitalistas, excluyendo la posibilidad de que exista acumulación— y reproducción ampliada del capital, plusvalía que se divide en tres partes: para el consumo de los capitales, para el aumento del capital constante y para incrementar el fondo salario.

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135

Posteriormente, y a partir de Baran, se desarrollaron tres corrientes dentro del

enfoque de la dependencia: el planteamiento del ―desarrollo del subdesarrollo‖, según

la cual sólo podría perpetuarse el subdesarrollo en la periferia capitalista; ―la

reformulación dependentista‖ de los análisis de la CEPAL para ilustrar los obstáculos

internos y externos que impiden el desarrollo nacional; y ―la tesis del desarrollo

dependiente‖, según la cual el desarrollo de la periferia es posible; pero está

condicionado por la dependencia, generando contradicciones y desigualdades

específicas. Los principales exponentes de estas corrientes fueron Samir Amin,

Theontonio Dos Santos, Celso Furtado, Osvaldo Sunkel, Fernando Cardoso y Enzo Faletto, entre muchos otros (Bustelo, 1999).

Hay que destacar que la teoría de la dependencia contribuyó al nacimiento de

otras vertientes de pensamiento sobre el desarrollo, por ejemplo, el denominado

―enfoque del desarrollo autónomo‖, una visión que surgió en el seno de los encuentros

de las Naciones Unidas en Cocoyoc, México, de 197416

. En dichos encuentros, la

participación de teóricos del desarrollo como Samir Amin e Ignacy Sachs destacó la

importancia de las estructuras sociales y económicas para fomentar procesos

ambientales y de desarrollo. En este sentido, se proclamó que resulta necesario un

desarrollo centrado en la armonía de los seres humanos con el medioambiente para

alcanzar una mayor autonomía de los países pobres sobre los países más desarrollados

(UNEP/UNCTAD, 1974). Además, el desarrollo autónomo, como señala la

Fundación Dag Hammarskjöld (1975), se centra en cuatro dimensiones: primero, ser

endógeno (es decir, basarse en los valores, culturas y circunstancias de cada

sociedad); segundo, ser autónomo y autosuficiente (lo que significa que debe

sostenerse en los recursos humanos, naturales, físicos y culturales de cada sociedad y

que, a su vez, debe orientarse hacia las necesidades materiales e inmateriales); tercero,

ser ambientalmente adecuado; y cuarto, ser estructuralista (lo que significa conducir a una transformación estructural).

Asimismo, inspirados por el enfoque de la dependencia, algunos de los autores

del desarrollo autónomo reafirmaron que no es posible alcanzar una autonomía

nacional en un sistema de dependencia económica y por tanto es necesaria la

desconexión del sistema internacional. Por ejemplo, la teoría de la desconexión de

Amin (1990) —desarrollada en su libro la desconexión, hacia un sistema mundial poli céntrico— constituye un ejemplo de tal aseveración.

La nueva recuperación del pensamiento neoclásico.

En los años ochenta, en un contexto no sólo de frustraciones en el ámbito de

las políticas de desarrollo aplicadas en los países del Sur, sino, igualmente, de

deterioro económico generalizado y persistente que desafiaba a la Ciencia Económica,

en el que la incapacidad de aportar respuestas sólidas había contribuido al descrédito

del análisis keynesiano, al mismo tiempo que el pensamiento estructuralista se

encontraba en crisis y la Economía radical del desarrollo en decadencia, tras el auge

en los años setenta del enfoque de las necesidades básicas (contestado por otra parte

por algunos dirigentes del Sur), resurgió nuevamente el pensamiento neoclásico. Esta

16 La Cumbre de Cocoyoc, denominada Patrones de uso de los recursos y estrategias ambientales y de desarrollo, fue organizada por el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) y por la Conferencia de Comercio y Desarrollo, también de Naciones Unidas.

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136

―contrarrevolución neoclásica‖ (1980-1990) fue encabezada por autores como Belá

Balassa, Anne Krueger o Ian Malcolm David Little, quienes criticaron con virulencia

la intervención gubernamental y las estrategias de industrialización por sustitución de

importaciones promovidas por las teorías heterodoxas del desarrollo. Asimismo, estos

autores defendieron apasionadamente la liberalización interna (reducción del peso del

Estado) y la liberalización externa (apertura comercial y financiera) de los países del Tercer Mundo (Bustelo, 1999).

Hay que subrayar que este enfoque influyó en las ideas y los programas de los

principales organismos internacionales, mediante el llamado Consenso de

Washington17

. Tal Consenso, puede encontrarse en diversos informes anuales del

Banco Mundial en los años ochenta (1981, 1987), al tiempo que su incidencia se refleja enseguida en los programas de ajuste estructural que esa institución promovió.

Asimismo, sobre la base de los estudios realizados en los sesenta por Theodore

Schultz, en los que trataba de demostrar el comportamiento racional de los agentes

económicos de los países del Sur como ocurre en los países ricos, revitalizaron la

―monoeconomía‖, esto es, la existencia de una única teoría económica válida para el

análisis de cualquier tipo de situación real. La teoría neoclásica puede y debe, por

tanto, aplicarse al análisis de las políticas de desarrollo. De forma coherente con todo

ello, se repuso al crecimiento económico y a las políticas de ajuste en el pedestal del

que habían sido depuestas por el enfoque de las necesidades básicas, más interesado en cuestiones sociales y de distribución de la renta.

Precisamente, a lo largo de la década de los ochenta, las teorías del

crecimiento corrigieron algunas de las deficiencias que se identificaron en el modelo

de Solow. Por ejemplo, este modelo, pese a sus ventajas, conduce a un resultado

paradójico: como se ha comentado párrafos más arriba, en el modelo de Solow la

producción depende de la relación capital-trabajo y del ritmo del progreso técnico, es

decir, cuanto mayor sea la tasa de progreso técnico y más elevado sea su nivel de

capitalización, mayor será la renta per cápita de la economía. No obstante, el modelo

establece la variable de progreso técnico como variable exógena; y el efecto que sobre

el crecimiento puede tener la relación capital-trabajo está sometido a rendimientos

decrecientes (a medida que se incrementa el capital, sin alterar el trabajo disponible, se incrementa el producto, pero en tasas cada vez menores).

Dicho de otro modo, dado que el modelo hace descansar el crecimiento

únicamente sobre la expansión del stock del capital, la economía se encaminaría hacia

un estadio de estancamiento (un hecho que no parece observarse en la realidad). Por

lo tanto, los dos únicos factores que pueden evitar ese resultado son el progreso

técnico o bien el incremento de la población, pero ambas variables son consideradas

exógenas. Cabría decir, de este modo, que el modelo de Solow elude explicar aquellas

variables que se revelan como cruciales para justificar el crecimiento (Gylfason,

1999).

17 El Consenso de Washington fue una concepción común en las instituciones financieras internacionales localizadas en Washington (Banco Mundial y Fondo Monetario Internacional) que fue formulada por John Williamson (1990) a principios de los años noventa. Tal Consenso recoge una síntesis del pensamiento político neoliberal, ligado a los postulados neoclásicos. Tres son sus elementos centrales: el diagnóstico de la crisis de los países latinoamericanos, que habían aplicado las políticas de industrialización por sustitución de importaciones, las recomendaciones de políticas económicas a aplicar a corto plazo, y las recomendaciones de políticas de reforma estructural.

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137

Pues bien, los nuevos modelos de crecimiento endógeno18

, propuestos en los

años ochenta por autores como Paul Romer, Robert Lucas o Gene Grossman,

proponen una modelización para que la dinámica económica descanse sobre factores

endógenos (esto es, generados en el propio proceso del crecimiento), y para encontrar

un factor de tales características que sea capaz de impulsar la dinámica económica sin

encontrarse sometido a rendimientos marginales decrecientes. Uno de estos modelos,

dirigidos por Grossman, partió de una propuesta muy cercana a la de Solow. Primero,

se acepta como supuesto que sólo el uso del capital permite a los trabajadores

incrementar sus niveles de formación (ese proceso es conocido por su expresión en

inglés ―learning by doing‖). Es decir, el output (producto) en este modelo depende del

stock de capital y de la eficiencia con el que éste es usado en la producción. Dicho de

otro modo, el output depende de la cantidad y de la calidad del capital disponible19

(Lucas, 1988).

Por otra parte, como sostiene Thorvaldur Gylfason (1999), es conveniente

destacar que buena parte de los modelos de crecimiento endógeno descansan sobre el

papel protagónico que tiene el conocimiento, bien sea asociado a la tecnología o al

capital humano, en la promoción de la dinámica económica. Por ejemplo, Lucas

(1988) presenta una variante al modelo de Solow, señalando que el aumento de la

productividad se produce como consecuencia del stock de capital humano.

Así pues, el crecimiento económico, según los modelos de crecimiento

endógeno, puede mantenerse a lo largo del tiempo siempre que las inversiones en

bienes de equipo, en capital humano y en investigación y desarrollo generen

rendimientos crecientes a través de la difusión de las innovaciones y del conocimiento

por todo el sistema productivo. En este sentido, la mejora de la calidad de los recursos

humanos —mediante la formación y la introducción de bienes de equipo que

incorporen nueva tecnología, y la acumulación de conocimientos procedente de las

inversiones en I + D— producen un efecto innovador que se propaga por todo el entorno, denominado en inglés ―spillover effect”

20 (Lucas, 1988).

Al mismo tiempo que, en opinión de Malinvaud, las teorías del crecimiento

endógeno predisponían a muchos investigadores a favor de la intervención del Estado,

en relación con los sistemas de enseñanza y formación y las actividades de I +D, se

estaba generando escepticismo por las bondades que no llegaban de las recetas

propugnadas por la ―contrarrevolución neoclásica‖. De este modo, un nuevo enfoque

denominado ―favorable al mercado‖ emergió a principios de la década de los noventa,

el cual se constituyó como el pensamiento de desarrollo dominante en la agenda

18 No confundir, a pesar de utilizarse el mismo adjetivo, con el carácter endógeno del desarrollo autónomo aludido en el apartado anterior. . 19 En este modelo se puede mencionar que no existen rendimientos decrecientes al aumentarse el capital, con lo que es posible que se produzca un proceso continuado de crecimiento de la renta per cápita. Es decir, este modelo es capaz de justificar tasas de crecimiento económico positivas a largo plazo sin la necesidad de acudir al incremento exógeno de alguna de las variables implicadas. 20 En definitiva, según las nuevas teorías del crecimiento, el conocimiento se transfiere de unas empresas a otras a través de la red de relaciones formales e informales que existen entre ellas, de la interacción con los clientes y los proveedores, y a través del mercado de trabajo. Todas las empresas, incluso las que compiten con las empresas innovadoras se benefician de este fenómeno de difusión del conocimiento, sin que ello afecte a sus costes de producción. Así pues, el conjunto de la economía se beneficia de los rendimientos crecientes que se generan de las decisiones individuales de inversión en conocimiento de las empresas (Lucas, 1988)

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138

económica internacional. Organismos internacionales como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional (FMI) se adscribieron al mismo.

Dos causas de esa reevaluación crítica de la ortodoxia de la economía merecen

ser destacadas. En primer lugar, las políticas de inspiración neoclásica aplicadas en

muchos países del Tercer Mundo en los años ochenta arrojaron resultados mediocres,

cuando no claramente negativos. El crecimiento de la renta per cápita real no sólo se

redujo en el período de 1980 a 1990 respecto al período de 1970 a 1980, sino que

incluso cambió de signo haciéndose negativo21

. Por el contrario, en regiones como

Asia oriental y Asia meridional, que recurrieron mucho menos a este tipo de medidas,

los ingresos por habitante se incrementaron. En segundo término, cabe mencionar el

reconocimiento del Banco Mundial respecto a la intervención del Estado como un

factor de desarrollo y como una de las razones del éxito de los dragones asiáticos en

los años ochenta (principalmente Corea del Sur y Taiwán) (Bustelo, 1999).

Así pues, la reevaluación de la actitud radicalmente liberal de mediados de los

años ochenta desembocó en la defensa de un enfoque favorable al mercado que

reconoce el papel del Estado, pero siempre que se encamine a sustentar o a apoyar, y

no a sustituir o suplantar, al mercado. Por tanto, se trata de una reinterpretación

cautelosa del papel del Estado, pero de reconsideración al fin y al cabo. Por ejemplo,

la contrarrevolución neoclásica de los años ochenta sólo aceptaba una intervención

del Estado para crear un marco macroeconómico estable y un sistema legal moderno,

así como para eliminar las distorsiones en el sistema de precios. No obstante, el nuevo

enfoque admite la necesidad de políticas deliberadas para: (1) mantener la estabilidad

macroeconómica; (2) crear un entorno competitivo para las empresas; (3) efectuar

inversiones en capital físico (infraestructuras) y capital humano (educación y sanidad); y (4) potenciar el desarrollo institucional (Banco Mundial, 1991).

Así, el Banco Mundial (1991), en su Informe sobre el desarrollo mundial,

explica el enfoque favorable al mercado que los países asiáticos habrían seguido para

alcanzar tan buenos resultados en términos de crecimiento económico. Aquel informe,

además, hace un especial hincapié en la inversión estatal que se realizó en capital

humano como clave de tal éxito. La notable preferencia por la enseñanza primaria y

secundaria frente a la superior —y, dentro de la educación superior, el fomento de las

carreras universitarias técnicas— fue considerada como uno de los factores clave para

el impulso del crecimiento económico. Sin embargo, como señala Bustelo, el enfoque

favorable al mercado promocionado por el Banco Mundial no ha supuesto un cambio

de paradigma respecto a la ortodoxia neoclásica de los años ochenta y, por lo tanto,

este enfoque sería heredero directo de los planteamientos neoliberales del decenio anterior (Bustelo, 1999; Banco Mundial, 1993).

6.3. Nuevos planteamientos.

Desarrollo a escala humana y neo-estructuralismo.

21 En las regiones de Oriente Medio, Norte de África, África Subsahariana y América Latina la renta per cápita se redujo e incluso se convirtió en negativa. Estas regiones, además, fueron precisamente las que aplicaron más nítidamente las recetas ortodoxas de deflación y desregulación.

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139

Paralelamente al desarrollo de algunas de las teorías anteriores, a finales de los

años ochenta aparecieron también otros planteamientos inspirados por el enfoque de

la dependencia.

Quizá uno de los más importantes fue el liderado por el chileno Manfred Max-

Neef (1986), quien desde el Centro de Alternativas de Desarrollo de Chile (CEPAUR)

propuso un enfoque denominado ―desarrollo a escala humana‖. Éste se orienta en

gran medida hacia la satisfacción de las necesidades humanas, exigiendo un nuevo

modo de interpretar la realidad y proponiendo una manera distinta a la de la

económica convencional de evaluar el mundo, las personas y sus procesos. Por lo

tanto, el concepto de desarrollo a escala humana se sustenta en la satisfacción de

ciertas necesidades humanas fundamentales, como son la subsistencia, el

―entendimiento‖, la participación, la protección y el ocio. Asimismo, la educación

popular se entiende como un satisfactor esencial de la necesidad fundamental del

―entendimiento‖, necesidad cuya satisfacción estimula, a su vez, la satisfacción de

otras necesidades como son la protección, la participación, la creación, la identidad y

la libertad (Max-Neef et al., 1998).

Asimismo, cabe añadir que a finales de los años ochenta y principios de los

años noventa se produjo una revitalización del estructuralismo de la CEPAL,

movimiento dirigido por autores como Osvaldo Rosales, Osvaldo Sunkel y Gustavo

Zuleta. Este enfoque denominado como ―neoestructuralismo latinoamericano‖

formaliza matemáticamente las políticas de desarrollo y reconoce la diversidad dentro

del Tercer Mundo. Su origen se caracterizó por el rechazo a las políticas ortodoxas de

estabilización y de ajuste, aplicadas en los años ochenta, y a la necesidad de

recuperarse del ―decenio perdido‖ que para el desarrollo habían supuesto tales políticas promovidas por el Banco Mundial (Bustelo, 1999).

El enfoque del desarrollo humano.

A lo largo de las dos últimas décadas se ha producido un cambio notable en el

ámbito de la doctrina del desarrollo, como resultado de un acercamiento de las dos

esferas del desarrollo expuestas, esto es, las teorías ortodoxas y las teorías

heterodoxas. Tal cambio afecta al propio concepto del desarrollo, a la percepción

acerca de los actores que deben protagonizar su promoción, y a las políticas precisas

para alcanzarlo. Así pues, por lo que se refiere al concepto de desarrollo, cabría

explicar que en este periodo se ha tendido al abandono de una interpretación

estrechamente economicista, propia del pasado, para asumir una concepción más

compleja y multidimensional del desarrollo, en la que adquieren una mayor relevancia los aspectos sociales.

En este cambio de paradigma tuvo un protagonismo notable la formulación del

―enfoque del desarrollo humano‖, gestado en el seno del Programa de las Naciones

Unidas para el Desarrollo (PNUD). Este enfoque estuvo, a su vez, muy inspirado en el

―enfoque de capacidades‖ desarrollado años atrás por el economista indio Amartya

Sen (1985), como también se inspiró en los trabajos de uno de los precursores del

enfoque de las necesidades básicas, Mahbub Ul Haq. Asimismo, este enfoque

comportó un desplazamiento del concepto de desarrollo desde una visión

dominantemente material (el desarrollo como ampliación de las capacidades

productivas) a otra que sitúa al ser humano como protagonista y destinatario del

Política de desarrollo Antonio García Lizana

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140

proceso de cambio, entendiendo el desarrollo como una ampliación de las opciones de las personas (Sen, 1984; 1999; PNUD, 1990).

Según este enfoque, tales opciones pueden ser infinitas y cambiar a lo largo

del tiempo. Muchas veces, las personas, especialmente de países pobres y en algún

caso de países más desarrollados, valoran logros que rara vez se tienen en cuenta o al

menos no en forma inmediata, como por ejemplo: un mayor acceso al conocimiento,

una mejor nutrición y unos mejores servicios de salud, unas vidas más seguras, una

seguridad contra el crimen y la violencia física, unas horas de esparcimiento

satisfactorias, unas libertades políticas y culturales, y una participación en las

actividades comunitarias. El objetivo del desarrollo, por tanto, es crear un entorno que

permita que las personas disfruten de vidas largas, saludables y creativas (Anand y Sen, 2003).

Así pues, según este enfoque se puede hablar de desarrollo cuando las

personas son capaces de desplegar en mayor medida sus capacidades y ampliar el

escenario de sus posibles opciones futuras. El acceso a recursos económicos

necesarios para dar cobertura a las necesidades materiales (dimensión económica) se

considera como uno de los factores que determinan esas opciones. Pero, junto a los

recursos económicos, es necesario considerar también aquellos otros aspectos

(propios de la dimensión social) que condicionan las capacidades de las personas.

Tales aspectos sociales tienen que ver con la salud, la educación, el respeto a la

libertad y la dignidad creativa del ser humano; así como con el marco institucional de

ordenación social en el que las personas se integran. Esta múltiple dimensión del

desarrollo ha tratado de captarse, siquiera de forma aproximativa, a través del Índice de Desarrollo Humano (IDH) formulado por el PNUD (1990)

22.

Además de la dimensión social, el concepto de desarrollo ha incorporado en

los últimos años, con un protagonismo cada vez mayor, la dimensión referida al

medioambiente. Esta incorporación responde a la evidencia de que no puede haber un

desarrollo sostenible si no se busca un cierto equilibrio con el entorno natural en el

que la economía se inserta (Alonso, 2000). Los trabajos promovidos por las Naciones

Unidas (1987) a través de su informe Nuestro futuro común, y en especial por

Maurice Strong (1992), otorgaron a esta dimensión ambiental un papel crucial en el

diseño y concepción de los procesos de desarrollo, institucionalizando el concepto de

―desarrollo sostenible‖ en la red de Naciones Unidas. El PNUD, de esta manera,

combinó el paradigma de desarrollo sostenible con el de desarrollo humano, convirtiéndolo en el ―enfoque de desarrollo humano sostenible‖ (PNUD, 1998).

Además, el PNUD, a través de la publicación en 1988 de su documento

Integrando los Derechos Humanos al Desarrollo Humano Sostenible, propuso

estrategias centradas en la eliminación de la pobreza, la promoción de los derechos

humanos y el fomento del buen gobierno. Por lo tanto, el discurso del enfoque del

desarrollo humano sostenible, al que se ha sumado después el Banco Mundial,

introduce varias dimensiones sociales, económicas, ambientales y políticas para fomentar la igualdad de las oportunidades (Banco Mundial, 2001).

Finalmente, el hecho de incluir una dimensión política en la conceptualización

de desarrollo humano, permite en la actualidad establecer una definición compartida

22 Este índice integra tres variables básicas de este cuadro de opciones: poder disfrutar de una vida larga y saludable, poder adquirir conocimientos a través del sistema educativo y poder tener acceso a los recursos necesarios para alcanzar un nivel de vida decoroso.

Política de desarrollo Antonio García Lizana

Rodrigo Mogrovejo

141

entre teóricos del desarrollo y activistas de los derechos humanos, consistente en una

―nueva visión del desarrollo‖ que se basa fundamentalmente en los derechos humanos

universales y en el concepto del ―derecho al desarrollo‖ (OHCHR, 2000). No

obstante, a partir de la propuesta de Sen (1999) en su obra Desarrollo y libertad, el

enfoque de capacidades humanas entiende que el enfoque del desarrollo humano es

sólo un punto de partida para su extensión y ampliación (Sen, 2000).

En conclusión, cabe señalar que la perspectiva del desarrollo humano ha

ganado un amplio reconocimiento y valoración en los espacios académicos,

económicos, sociales y políticos. Sin embargo, aún quedan muchos conceptos por

analizar, filosofías que revisar y aplicaciones por realizar para comprender las libertades humanas en su dimensión cabal (Nebel y Flores Crespo, 2008).

El enfoque de género en el desarrollo.

Como base teórica adicional, a partir del presente apartado se analiza dos

dimensiones sobre el desarrollo, el género y la etnicidad, el primero por constituir en

la actualidad una parte ineludible en el pensamiento sobre el desarrollo y el segundo

por su importancia en países caracterizados por una importante población indígena, como por los planteamientos indigenistas de sus gobiernos.

En los más de cincuenta años que han pasado desde la segunda guerra

mundial, como se ha expuesto en los anteriores puntos, se han formulado diferentes

formas de entender el desarrollo. Si bien tales diferentes enfoques han presentado

importantes diferencias en cuanto a la atención prestada a los problemas de las

mujeres, cabe señalar que en el marco de dicha evolución conceptual se ha ido

consolidando una perspectiva de género en el análisis del desarrollo, la cual se pretende estudiar en este subapartado.

La perspectiva de género no surgió de forma espontánea en las escuelas de

desarrollo, sino que fue fruto del trabajo de los movimientos de mujeres tanto en los

países del Norte como en los países del Sur. Asimismo, la incorporación de la

perspectiva de género al desarrollo está ligada al avance de los derechos de las

mujeres en el ámbito internacional, a través de las diversas Conferencias

Internacionales de las Naciones Unidas, como por ejemplo la Primera Conferencia

Internacional de la Mujer, celebrada en México en 1975 (Sánchez y Valle Rodríguez,

2007).

Como ya se ha dicho, hasta 1970, buena parte del pensamiento económico

partía de una concepción del desarrollo en términos fundamentalmente economicistas

(aumentar la productividad e incrementar los ingresos). Los programas de desarrollo

ignoraban a las mujeres y sus destinatarios eran exclusivamente los varones. Muchos

de estos programas se diseñaron desde el llamado enfoque del bienestar keynesiano,

partiendo del supuesto que una población abundante es sinónima de mano de obra.

Más adelante se consideró que, por el contrario, la causa de la pobreza eran las altas

tasas de natalidad y, por tanto, se pusieron en marcha políticas de control de la

natalidad, esterilizando a mujeres sin su conocimiento y culpabilizándolas de su

situación de pobreza. En todo caso, las políticas que se realizaron inicialmente bajo el

enfoque de bienestar keynesiano se limitaron a reforzar el papel reproductivo de las

mujeres. Su papel era el de meras intermediarias, receptoras pasivas de una ayuda de

carácter asistencial dirigida a garantizar la supervivencia de las familias (Boserup, 1993).

Política de desarrollo Antonio García Lizana

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142

No obstante, en la década de los setenta confluyeron dos elementos que

marcaron un hito en la introducción de la perspectiva de género en el desarrollo. Por

un lado, el ―enfoque de las necesidades básicas‖ y, por otro, el auge de los

movimientos feministas, los cuales influyeron en la labor de Naciones Unidas a favor

de las mujeres para ayudar a introducir la problemática de género en la agenda

política internacional (Conferencia Mundial de la Mujer 1985 y Década de la Mujer

1975-1985). Asimismo, durante los años setenta, a través de los encuentros

internacionales de Naciones Unidas se denunciaron los programas de desarrollo que

no sólo no favorecían la igualdad de género, sino que perpetuaban la discriminación

de las mujeres. Por lo tanto, si se agrupan las diferentes formas de entender el

desarrollo desde una perspectiva de género, a partir de los años setenta, y aunque

signifique simplificar bastante, se pueden diferenciar dos grandes enfoques,

denominados ―mujeres en el desarrollo‖ y ―género en el desarrollo‖ (Sánchez y Valle Rodríguez, 2007; Moser et al., 1999).

El enfoque de mujeres en el desarrollo, establecido a principios de los años

setenta en el marco de la Década de la Mujer de Naciones Unidas, tuvo como misión

ofrecer una alternativa a los enfoques de desarrollo ortodoxos con el fin de lograr

integrar a las mujeres en estos enfoques. Esta visión, promovida por autoras como

Ester Boserup, Kanter Rosabeth, Irene Tinker, Mayra Buvinic, Bina Agarwal, Carmen

Diana Deere y Roxanne Dixon, entre las más representativas, englobó tres

planteamientos teóricos: el enfoque de igualdad de oportunidades, el enfoque

antipobreza y el enfoque de eficiencia. Aunque los tres enfoques tienen ciertas

características comunes, el de igualdad de oportunidades o de equidad se diferenció

de los otros dos porque trató de corregir las desigualdades sociales entre hombres y

mujeres. Por el contrario, el enfoque antipobreza y el de eficiencia partieron del

supuesto de incorporación de las mujeres en el proceso de desarrollo, argumentando

que es necesaria esta incorporación porque la exclusión de las mujeres es ineficiente

para el sistema económico, ya que éstas son la mitad de los recursos humanos productivos, los cuales se encuentran mayoritariamente infrautilizados (Elson, 1995).

Así pues, las características que comparten las concepciones que integran el

enfoque mujeres en el desarrollo se centran en el papel productivo de las mujeres.

Desde esta perspectiva se entiende que las mujeres son sujetos activos, productivos y

merecedores de empleo e ingresos. Y se considera que, en buena medida, han estado

excluidas del desarrollo como consecuencia de la división sexual del trabajo, ya que

socialmente se les asigna el trabajo reproductivo no pagado y se les margina del

trabajo productivo y de las esferas públicas (Moser et al., 1999; Durán, 1986). Por

consiguiente, en este modelo se planteó la necesidad de incorporar a las mujeres al

mercado laboral para que tengan acceso a los beneficios del desarrollo.

El objetivo, por tanto, en este enfoque fue la integración de las mujeres en el

proceso de desarrollo existente sin cuestionar éste. De esta manera, los proyectos que

se ponían en marcha desde esta perspectiva dificultaban e incluso empeoraban la

situación de las mujeres. De hecho, muchos de los proyectos desarrollados en países

en vías de desarrollo desde este punto de vista implicaron un aumento de la carga de

trabajo para las mujeres, puesto que la población femenina no se liberaba de sus

responsabilidades reproductivas ni se replanteaba el papel de los hombres en estas

tareas. En consecuencia, este enfoque empezó a ser cuestionado en los años ochenta,

sobre todo por poner excesivo énfasis en el mercado y entender que la solución a los

problemas de las mujeres pasaba por su integración laboral; así como por no alterar

Política de desarrollo Antonio García Lizana

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143

los roles tradicionales de género en el hogar ni las relaciones sociales desiguales entre hombres y mujeres (Elson, 1995).

Así pues, como reacción a estos problemas que presentaba la concepción

mujeres en el desarrollo, a principios de los años noventa surgió el enfoque

denominado género en el desarrollo, con una fuerte influencia de autores como

Lourdes Benería, Ann Whitehead, Kate Young, Amartya Sen, Gita Sen, Adrienne

Germaine, Lincoln Chen y Caroline Moser. Este nuevo enfoque considera que el

principal obstáculo al desarrollo igualitario es el hecho de que las mujeres están

discriminadas socialmente. Por tanto, con un planteamiento mucho más ambicioso

que el del enfoque anterior, trató de que los proyectos y actuaciones de desarrollo

fuesen dirigidos a transformar las relaciones desiguales entre mujeres y hombres, y a construir relaciones de género igualitarias (De la Cruz, 1998; Murguialday, 2000).

Una de las estrategias más interesantes que propone el enfoque de género en el

desarrollo, para lograr transformar las relaciones desiguales entre hombres y mujeres,

es lo que se conoce como ―empoderamiento‖, traducción al castellano del término en

inglés empowerment. El empoderamiento es la herramienta utilizada también por

otros movimientos sociales, como el movimiento negro estadounidense, con la que se

busca la autoafirmación de sus integrantes a través de la asunción individual y

colectiva de capacidades y habilidades que les permitan superar la situación de

discriminación en la que se encuentran. El empoderamiento, trasladado al ámbito de

las relaciones de género, consiste en un proceso de fortalecimiento de la posición

social, económica y política de las mujeres con el fin de alterar sus relaciones de

poder. Supone, por tanto, el acceso de las mujeres al uso y al control de los recursos

materiales y simbólicos (dinero, trabajo, conocimiento y uso de la palabra) que les

permita ejercer un dominio sobre sus propias vidas (López, 2006; Lagarde, 1996;

Moser et al., 1999).

De este modo, las estrategias que propone el enfoque de género en el

desarrollo, cuyos orígenes provienen de la Cuarta Conferencia Mundial sobre la

Mujer realizada en Beijing en 1995, se orientan a promover la equidad entre hombres

y mujeres, fundamentalmente en el acceso y en el control de los recursos. Además,

este enfoque considera que la equidad de género representa un elemento indisociable del desarrollo humano sostenible (Murguialday, 2000; Moser et al., 1999).

De esta manera, el concepto de desarrollo humano ha sido ampliado para

abarcar procesos de equidad y de empoderamiento de las mujeres. Por ejemplo, como

señala el Informe sobre Desarrollo Humano de 1995 del PNUD, desde una

perspectiva de género, el concepto de desarrollo humano está formulado como un

marco de pensamiento que sustenta, a través de los derechos humanos, los principios de ampliación de las opciones y de la equidad de las personas (PNUD, 1995).

El enfoque de desarrollo con identidad.

Dadas las características sociales y culturales de países de América Latina, una

dimensión especialmente relevante tiene que ver con la perspectiva indígena. Así

pues, el enfoque de desarrollo con identidad, corriente de pensamiento que expone esta perspectiva, constituye el marco conceptual en el que se centra el presente punto.

Los orígenes de este enfoque se remontan a los años setenta, con el ―enfoque

del desarrollo autónomo‖, y, más específicamente, a los años ochenta con el

Política de desarrollo Antonio García Lizana

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144

nacimiento del ―etnodesarrollo‖. En efecto, los impulsores del etnodesarrollo, tales

como Rodolfo Stavenhagen y Gerad Clarke, sentaron las primeras bases del desarrollo

con identidad (Stavenhagen, 1986). Clarke definió al etnodesarrollo como el conjunto

de políticas de desarrollo que son sensibles a las necesidades de las minorías étnicas y de los pueblos indígenas

23 (Clarke, 2001).

Sin embargo, durante los últimos veinte años, los enfoques del desarrollo

autónomo y del etnodesarrollo no lograron que los pueblos indígenas, especialmente

en América Latina, alcanzaran el control de sus propios procesos de desarrollo, así

como una participación equitativa en los procesos que definieron el desarrollo de sus

países. Por lo tanto, a finales de la década de los noventa, algunas instituciones como

el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) se inclinaron por proponer un nuevo enfoque, denominado ―enfoque de desarrollo con identidad‖.

Esta línea de pensamiento se encuentra estrechamente vinculada a dos líneas

defensoras del desarrollo de los pueblos indígenas. La primera subraya el objetivo de

la participación equitativa de estos pueblos en el desarrollo nacional, tratándose de

una línea que recibe más apoyo político por parte de los gobiernos. La segunda

perspectiva, defendida por los propios indígenas, enfatiza los derechos específicos de

los indígenas y su autodeterminación, lo cual resulta una propuesta políticamente más

controvertida que la anterior. Ambas tendencias, no obstante, no son mutuamente

excluyentes, sino que como lo expresa Roger Plant (1999), uno de sus teóricos

impulsores dentro del BID, forman parte de una estrategia de empoderamiento (Iturralde y Krotz, 1996; OIT, 1989).

En este sentido, desde 1997 el BID ha empezado a elaborar una estrategia

sobre pueblos indígenas y reducción de la pobreza, especialmente, para fortalecer a

las organizaciones indígenas. Esta línea de pensamiento, además, ha puntualizado la

necesidad de considerar los aspectos socioculturales del desarrollo, de tal forma que

los pueblos indígenas puedan diseñar y ejecutar proyectos para su desarrollo

sostenible sin perder su identidad cultural. De esta manera, el Banco reconoce el papel

que los pueblos indígenas pueden ejercer en los proyectos de desarrollo y enfatiza el

objetivo de su incorporación efectiva en el desarrollo más integral de sus países, lo

que, a su vez, permitiría mejorar su acceso a los servicios sociales, los programas de

generación de ingresos, la educación bilingüe y los programas de reducción de la

pobreza (Plant, 1999; 1998).

Finalmente, cabe señalar que la participación de estos pueblos en el desarrollo

de sus países cuenta con el apoyo jurídico de la ―Declaración de los Derechos de los

Pueblos Indígenas de las Naciones Unidas‖, aprobada en septiembre de 2007. Este

instrumento representa una referencia clave para los derechos específicos de los

pueblos indígenas, tales como los referidos a su autodeterminación y a su status político, económico, social y cultural (Naciones Unidas, 2007).

23 Se entenderá por la expresión “pueblos indígenas” a los pueblos que descienden de poblaciones que experimentaron procesos de conquista o colonización y que se sitúan dentro de fronteras establecidas por actuales países. Esta concepción abarca también a los pueblos que conserven sus propias instituciones sociales, económicas, culturales y políticas, o parte de ellas; y que mantengan una conciencia de identidad indígena (Art.1.1 del Convenio Constitutivo del Fondo Indígena de Naciones Unidas). También, a tenor de lo anterior, se entenderá por pueblos indígenas a la población que se adscriba subjetivamente a un idioma, siendo el “idioma materno” un aspecto inherente que identifique este tipo de población (Molina y Albó, 2006).

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145

6.4. Hacia una visión integrada.

En el otoño de 1980, coincidiendo con las elecciones presidenciales de

EE.UU., tuve la oportunidad de ser testigo del debate en torno a las propuestas para

afrontar las dificultades económicas que se arrastraban desde la crisis del petróleo de

1973. En aquel debate, Ibn Jaldún era citado como referente de los nuevos planteamientos de la Ciencia Económica.

Los modelos económicos vigentes eran deudores, en especial, del trabajo de

Keynes, cincuenta años atrás, ante otra situación igualmente difícil, surgida de la

crisis de 1929. Ambos episodios (el de los treinta y el de los setenta), aunque

diferentes, compartían diversos rasgos, como haber sido precedidos por periodos de

prosperidad (los felices veinte y los prodigiosos sesenta) y mostrar un elevado deterioro económico, aumento de paro, etc.

Keynes se había propuesto descubrir, precisamente, las condiciones que

explican el empleo. Tras afirmar que su volumen está determinado por el punto de

intersección de las funciones de oferta agregada y demanda agregada, y dado que la

primera era suficientemente conocida por los economistas de su tiempo (Keynes

[1936] 1983, 89), decidió ocuparse de la segunda, asignándole un papel central. Aquí

se encuentra una de sus grandes innovaciones: el papel activo de la demanda,

provocando un giro copernicano con respecto a sus contemporáneos, para quienes la

clave estaba en la oferta. El éxito de Keynes fue tal que los economistas, convertidos

al nuevo paradigma, olvidaron la interpretación clásica, de tal modo que cuando

dominaban los problemas justo en el lado de la oferta, en los setenta, no podían

entender lo que pasaba. Exactamente lo mismo que en los treinta, concluyendo en

análogo desprestigio de la Ciencia Económica (v. Keynes [1936] 1983, xxi; Ball

1980, 56). Sólo cuando comenzó a comprenderse la situación sobrevenida, se

recuperó la visión de una oferta activa, originándose una nueva corriente,

denominada, precisamente, Economía del lado de la oferta. Parece como si los

economistas hubieran sido incapaces de percibir el problema económico de una

manera integral, quedándose anclados o en el lado de la demanda o en el lado de la

oferta.

La situación resulta particularmente grave en el momento actual (comienzos

de 2010), si tenemos en cuenta la acumulación de problemas tanto en el lado de la

oferta como en el de la demanda, lo que introduce una notable peculiaridad con

respecto a los dos graves episodios aludidos anteriormente. La importancia de poder

efectuar una lectura integrada parece evidente. Pero integrada no sólo en términos

económicos, sino, igualmente, económicos y sociales (en general): Recuérdese la

importancia dada a cuestiones como la corrupción y la codicia en la génesis de los

problemas que venimos arrastrando desde hace unos años. Pero tal planteamiento no suele ser muy común entre los economistas y otros investigadores sociales.

No fue, sin embargo, el caso de Ibn Jaldún, quien sí tuvo la habilidad de leer

simultáneamente en el lado de la oferta y en el de la demanda, observando como,

según las circunstancias, las oportunidades y dificultades estaban en uno u otro, o,

incluso, simultáneamente en los dos. Hasta tal punto es así que ha sido considerado

precursor tanto de Keynes como de los economistas del lado de la oferta. La

interacción de ambos lados se resuelve en alimentar unos determinados patrones

evolutivos de la sociedad, en los que juega lo económico un papel decisivo. Por esta

Política de desarrollo Antonio García Lizana

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146

razón, Ibn Jaldún ha sido considerado, igualmente, un adelantado en el estudio de los

ciclos económicos, el desarrollo e, incluso, el subdesarrollo. La incorporación de lo

económico en el marco general de la sociedad, tomando en cuenta, también, el papel

de la técnica, la educación, la religión o la ética, permite disponer de un marco interpretativo de la realidad mucho más amplio de lo habitual.

Sus enseñanzas pueden, por lo tanto, sernos de utilidad para afrontar los

problemas de hoy. Máxime si tenemos en cuenta la idea que mantuvo: conocidas las

leyes que rigen la sociedad, estaremos en condiciones de discernir la verdad de

nuestras investigaciones históricas; pero también de identificar los cursos previsibles

del devenir humano e influir sobre los mismos, como parte de la labor de gobierno

(ver, p. ej., Ibn Jaldún [1377] 1977, 100, 134). También en esto es un precursor de Keynes.

Adviértase el interés que de todo ello se desprende para impulsar, igualmente,

políticas de desarrollo de amplio espectro, que tengan en cuenta la complejidad de la

realidad humana y que centren su atención en la persona como referente de la acción

política. De ahí la oportunidad de tomar en consideración algunas de sus ideas dentro

de nuestro programa de trabajo.

El marco de referencia de su análisis económico

Antes de entrar en el detalle de su aportación económica, conviene advertir

que Ibn Jaldún adoptó una perspectiva más amplia que cualquier economista actual

convencional. A él no le preocupa el suceso económico en sí mismo. Le preocupa la

dinámica social. Qué es lo que hace que las sociedades cambien. Cuál es la razón por

la que los imperios surgen, se expanden y fenecen. A qué se debe que en momentos

de decadencia las artes mantengan un alto nivel... Y al profundizar en ello, descubre la

economía, interactuando con todo lo demás.

A Ibn Jaldún, como historiador, le preocupa la certeza del dato recogido. En su

afán por discernir la verdad del embuste (p. 142), plantea la importancia del método.

Como parte de éste, adoptando un enfoque racionalista, defiende que la validez del

dato debe ser establecida por su concordancia con la naturaleza de la sociedad

humana y las leyes que la explican24

. De ahí la necesidad de su estudio, proponiendo

una ciencia nueva, no abordada por nadie antes de él25

, que permita dar respuesta a

preguntas como las arriba planteadas. Por tal motivo, el primer libro de su Historia

Universal, y antes de ocuparse de ésta, lo dedica a la ciencia nueva, cuyo objeto es la sociedad, entre cuyas dimensiones está la economía

26.

24 Como el premio Nobel de Economía M. Friedman, seiscientos años después, Ibn Jaldún viene a decir que “si los hechos no se corresponden con la teoría, hay que desconfiar de los hechos”. Resulta curioso que autores como Boeke (1994,115) hayan interpretado una aproximación diferente, cuando él insiste en la importancia de las causas generales para entender los hechos particulares (v. pp. 97, 142, 145, etc.). 25 Resulta interesante comprobar que su estilo responde al de las revoluciones científicas, de Khun, resultando extremadamente curiosas, p. ej., las similitudes que se detectan entre el Prefacio del Ibn Jaldún a su Discurso de la Historia Universal y el de John M. Keynes a su Teoría General. Así, Jaldún señala que hubo de despertar a su intelecto de su somnolencia y pereza, y realizar un regateo consigo mismo para decidirse a escribir su obra; Keynes señala que la escritura de su obra fue una lucha de liberación de las ideas en las que se había formado (ver García Lizana y Chamizo 2002). 26 Conviene advertir que, posiblemente, la novedad de Ibn Jaldún sea la conciencia de estar produciendo tal ciencia de la sociedad, y abordar sistemáticamente su estudio. Pues también los escolásticos “intentaron crear una ciencia social con alcances muy amplios (una teoría global que interpretara los fenómenos sociales desde los diversos puntos de vista, incluyendo también su funcionamiento). Dentro de estas

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147

Rasgos fundamentales de su modelo evolutivo desde el punto de vista

económico

A lo largo del libro, al que citaremos en lo que sigue como ―La sociedad

humana‖27

, va deduciendo su modelo de desarrollo social, en cuyo origen puede

rastrearse la enseñanza de autores como Platón y Averroes (ver García Lizana 2000).

Ibn Jaldún no plantea un modelo mecanicista, sino un proceso al que tienden las

colectividades humanas, admitiendo caminos alternativos, variantes y excepciones, a

pesar de que a algunos autores, como Cruz Hernández o Grice-Hutchinson, haya podido dar una impresión diferente.

El punto de partida del modelo se encuentra en la aceptación de un principio

general: todas las cosas existen y actúan conforme a su naturaleza, según las leyes

divinas que rigen el Universo. De acuerdo con ello, explica el carácter social del

hombre a partir de su propia naturaleza. Siguiendo los patrones griegos, adaptados a

su entorno cultural, encuentra la clave en una circunstancia netamente económica, la

escasez: Dios crea a los seres humanos con múltiples necesidades y, al mismo tiempo,

con obvias limitaciones individuales para afrontarlas. Esto sólo puede compensarse

con la cooperación. De ahí la sociabilidad humana (―el hombre es un ser social‖), que

lleva a la ayuda mutua, el intercambio y la división de trabajo, facilitando la generación de recursos y la satisfacción de las necesidades.

Ahora bien, en la medida en que se cubre una necesidad, aparece otra más

refinada, lo que exige nuevos esfuerzos; pero también modificaciones en la manera de

procurar la subsistencia. Se avanza así desde la ganadería a la agricultura, la artesanía y el comercio; desde el nomadismo a la vida sedentaria; desde lo rural a o urbano...

Pero el ser humano presenta un carácter ambivalente: abierto al bien y al mal,

con inclinaciones inherentes a su condición animal (como la agresividad y las

pasiones), lo que genera una tensión permanente. La sociedad se ve amenazada, por

tanto. Internamente, por sus propios componentes; externamente, por otros grupos. De

ahí, la autoridad, para garantizar el orden interno y la defensa frente a terceros.

Tanto la cooperación como el ejercicio de la autoridad encuentran un apoyo

poderoso en los afectos generados por la vida en común, que favorecen la unión de

ánimos, la identificación grupal y la solidaridad, garantizando la cohesión y la ayuda

mutua. En estos vínculos solidarios de identificación social (asabiya) va a situar Ibn Jaldún una clave fundamental del progreso social y el comportamiento cíclico.

El camino de la prosperidad

Según Jaldún, los rasgos anteriores pueden verse matizados por diversas

circunstancias, como el lugar de residencia, forma de procurar el sustento, recursos

poseídos, hábitos... En función de la naturaleza de estas situaciones, va deduciendo de

condiciones no era la economía un aspecto al que dedicaran particular importancia ni una materia independiente de las demás” (Iizuka s/f, p. 45, citando a Schumpeter 1954, 118). 27 El título, en realidad, es más extenso, teniendo un carácter descriptivo: “De la sociedad humana y de los fenómenos que en ella se presentan, tales como la vida nómada, la vida sedentaria, la dominación, la adquisición, los medios de ganar la subsistencia, los oficios, las ciencias y las artes. Indicación de las causas que conducen a esos resultados”. Lamentablemente, se ha dado por ocultarlo tras la etiqueta “Introducción” o “Prolegómenos” a su Historia Universal, algo que, en puridad, sólo corresponde al texto que precede al propio libro, el cual es bastante más que una mera introducción histórica.

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148

forma razonada sus consecuencias para la vida social, en términos de organización,

tamaño de la población, iniciativa, etc. Así, la cooperación lleva a la convivencia, y

ésta a la asabiya, la cual refuerza la cooperación. La cooperación favorece el

intercambio y la división de trabajo, lo que permite mayores recursos para satisfacer

las necesidades. El éxito atrae nuevos miembros al colectivo: más brazos para

producir y más necesidades que atender, estimulándose el comercio y la circulación

de recursos. En definitiva, nuevas oportunidades, tanto por el lado de la oferta como

por el de la demanda. Más población requiere nuevas tierras; por consiguiente, un

incremento de factores productivos y nuevas demandas de inversión.

Por otra parte, la actividad reiterada genera hábitos que permiten mejorar la

calidad y el rendimiento del trabajo. De este modo, Ibn Jaldún introduce el concepto

de capital humano. Aunque también los hábitos pueden adquirirse en otros aspectos,

como la organización o la creatividad, cuestiones que hoy incluiríamos entre los activos intangibles, claves para explicar el progreso, desde el lado de la oferta.

La autoridad, por otra parte, juega un papel primordial, no sólo por garantizar

el orden interno y la defensa (como exigían los economistas del siglo XIX); sino,

igualmente, porque mediante el gasto público, dado su gran volumen (como apuntaba

Keynes), se convertirá en el principal motor de la economía, contribuyendo al

bienestar general y a la reducción de la pobreza. Las autoridades conseguirán, a

cambio, mayores recursos impositivos, sin necesidad de aumentar la presión fiscal.

Podría decirse, por tanto, que el proceso tiene un carácter acumulativo, que

permitirá perpetuar, de manera espontánea, el camino de la prosperidad. Sin embargo, no ocurre así, pues en la propia naturaleza humana se encuentra su antídoto.

La depresión

En efecto, la opulencia inclinará los ánimos de la población hacia el lujo, el

disfrute de placeres, la ostentación, etc., rehuyendo lo que signifique penalidad y

sacrificio, como el trabajo duro. Esto llevará a un crecimiento del gasto por encima de

las posibilidades; al mismo tiempo que propicia la laxitud moral y la pérdida de

valores religiosos (incómodos para los nuevos horizontes abiertos), la relajación de

costumbres (citando expresamente la pederastia), la caída de la natalidad (y con ello la

reducción de la población), etc. La necesidad de mayores gastos, en un contexto de

pérdida de valores, estimula la corrupción como modo de obtener recursos,

desanimando la producción y deteriorando la asabiya. En tales circunstancias, la población rehuye el ejercicio de las armas y encarga a mercenarios su defensa.

Los mayores gastos de la defensa y el hecho de que las autoridades responden

a los mismos valores que la población (lujo, ostentación, gastos improductivos, etc.),

lleva a aumentar los impuestos, confiscar propiedades y realizar desde el sector

público actividades productivas para obtener recursos, lo que desmotiva al sector

privado, afectando negativamente a la producción, a las rentas y, con ello, a la

recaudación fiscal; al tiempo que alimenta la subida de los precios, cayendo la

demanda. Se ofrecen, así, nuevos alicientes para la corrupción y se deteriora la

credibilidad y legitimidad de la autoridad. La tentación intervensionista resulta muy

fuerte, para afianzar el poder, encontrando una justificación en la relajación de

costumbres y en la fractura social. Pero ello no hará sino romper aún más la cohesión.

Tal combinación de circunstancias termina por hacer crecer el paro, estimular la emigración y aumentar la pobreza.

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149

Recuperación

Hablar de ciclos implica admitir que a la depresión sigue la recuperación, de

modo que se repita todo el proceso. Pero en ―La sociedad humana‖ da la impresión de

que ésta es difícil, y no se produce necesariamente. La salida menos traumática pasa

por la renovación de la clase dirigente, que devuelve la confianza, genera una nueva

asabiya y permite el rearme moral de la sociedad, reanudando así el camino de la

prosperidad. En otros casos, más graves, la asabiya general deteriorada es sustituida

por asabiyas parciales que llevan a la fragmentación del grupo; o se produce la

sustitución de los poderes locales por una fuerza exterior; o, incluso, se retrocede a

estadios evolutivos anteriores. También podría permanecerse un tiempo indefinido en

una situación inestable, mientras las circunstancias no estén maduras para algún

cambio como los indicados. De algún modo, es su diagnóstico sobre la Granada

nazarí.

Podría entenderse, asimismo, que se pueden superponer en el tiempo

diferentes ciclos, de duración dispar, como ha interpretado la Ciencia Económica

moderna. Un pueblo, a lo largo de su historia, experimenta uno o varios ciclos largos

que incluyen las fases indicadas; pero las diversas dinastías que se suceden al frente

del mismo, e incluso cada soberano, experimentan a su vez un proceso similar, que afecta, lógicamente, a la vida ciudadana.

De todos modos, resulta obvio, a tenor de las ideas manejadas por nuestro

autor, que los responsables del gobierno pueden tomar nota de la lección aprendida,

actuando adecuadamente en los diversos frentes apuntados, incluido el fiscal. Aunque

no parece tarea fácil, dadas las características de la naturaleza humana. Bajo tal

perspectiva, es la fe religiosa la mejor garantía de que el deterioro de la sociedad

pueda evitarse, en la medida en que predispone el ánimo para la solidaridad, la

honradez y el ejercicio de la justicia. Pero esto podría llevarnos a pensar que las

soluciones económicas están fuera de la propia Economía. ¿O más bien se trataría de

una Economía diferente? En realidad, tales ideas son manejadas de manera mucho

más explícita por al-Maqrizi (1364-1442), muhtasib de El Cairo, quien debió conocer

la obra de Ibn Jaldún, y, posiblemente, al propio autor, y escribió un Estudio del

Sistema Monetario. Para él, la crisis del sistema está directamente relacionada con la

corrupción de la administración pública, inhabilitada por ello para adoptar las

decisiones adecuadas en beneficio de toda la sociedad, trayendo la escasez y el

hambre. El sistema monetario sólo puede ser reorganizado si el conjunto del sistema

político y socioeconómico es puesto en orden, aplicando las leyes divinas. Lleno de

fervor religioso (ver Boeke 1994, 106), llega a escribir: ―Señor, inspira a nuestro

sultán para que se ocupe él mismo en el restablecimiento de nuestra umma, de manera

que el dirham vuelva a ser el patrón de valor para todas las otras monedas, del mismo

modo que Dios es el patrón absoluto de valor tanto para los gobernantes como para los gobernados‖.

Una reflexión final

Desde la perspectiva política del desarrollo conviene advertir,

fundamentalmente, cuatro cosas: a) Si no se plantea una acción política debidamente

controlada y fundamentada, el proceso de desarrollo no es unilineal, sino que está

sometido a fuertes oscilaciones; b) Dichas oscilaciones afectan también al

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comportamiento político, de ahí la referencia realizada a la necesidad de control y

fundamentación; c) No hay garantía, por tanto, de una recuperación necesaria para

que cualquier sociedad sometida a tales oscilaciones pueda superarlas, pudiendo

encontrarse varios resultados finales: una situación de descomposición y

estancamiento, el sometimiento a poderes externos, o la eventual recuperación si se

adoptan o se producen las condiciones idóneas; d) Ibn Jaldún ofrece elementos para

poder afrontar dicho control y fundamentación, otorgando un papel fundamental a los

componentes axiológicos, como factor decisivo en última instancia para garantizar la

cohesión social, la cooperación y la superación de los problemas; aunque no como factor único, a tenor de su análisis general.

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