5.Saga de Los Groenlandeses

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Saga de los Groenlandeses (s. XII- s. XIII) [……] Desde allí salieron a alta mar. Empujados por el viento del noreste pasaron dos días antes de que avistaran tierra. Se acercaron a ella, alcanzando una isla situada al Norte, donde desembarcaron, y con buen tiempo, recorrieron los alrededores y descubrieron que había rocío en la hierba, tras lo cual tomaron el rocío con la mano, se lo llevaron a la boca y en la vida habían probado nada tan dulce. Después regresaron a la nave y navegaron por un profundo estrecho, que se extendía entre la isla y el cabo que se proyectaba hacia el Norte desde tierra firme. Progresaron hacia el Oeste doblando el cabo. Había allí grandes bajíos en aguas poco profundas; la nave embarrancó y se encontraron a considerable distancia mar adentro. Pero sentían tanta curiosidad por desembarcar que no pararon mientes en esperar a que la marea subiese bajo la nave, sino que saltaron a tierra de prisa en un lugar donde el rio fluía de un lago. Luego, tan pronto como la marea puso la nave otra vez a flote, tomaron el bote, remaron de vuelta a la nave y la condujeron rio arriba hasta el lago, donde echaron el ancla, descargaron sus sacos de piel para dormir y se construyeron unas cabañas. Más adelante decidieron pasar el invierno allí y construirse una casa grande. Ni en el río ni en el lago escaseaba el salmón del tamaño más grande que jamás habían visto. La naturaleza de la tierra era tan apropiada que les pareció que el ganado no necesitaría pienso para el invierno. No heló duramente el invierno y apenas se marchitó la hierba. El día y la noche tenían una extensión más próxima que en Groenlandia y en Islandia. En el día más corto del invierno el sol era visible lo mismo a mitad de la tarde que a la hora del desayuno. Sucedió que una noche no regresó uno de los hombres del grupo. Se trataba de Tykir el alemán. Esto afectó considerablemente a Leif, porque Tykir había vivido con su padre y él durante bastante tiempo y había mostrado gran cariño por Leif cuando era niño. Reprendió severamente a sus camaradas y acto seguido se fue en su busca llevándose a una docena de hombres. Pero no se habían alejado mucho de la casa cuando vieron que Tykir venía a su encuentro. Se le acogió con alegría; Leif se dio cuenta

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Groenlandeses

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Saga de los Groenlandeses (s. XII- s. XIII)

[……] Desde allí salieron a alta mar. Empujados por el viento del noreste pasaron dos días antes de que avistaran tierra. Se acercaron a ella, alcanzando una isla situada al Norte, donde desembarcaron, y con buen tiempo, recorrieron los alrededores y descubrieron que había rocío en la hierba, tras lo cual tomaron el rocío con la mano, se lo llevaron a la boca y en la vida habían probado nada tan dulce. Después regresaron a la nave y navegaron por un profundo estrecho, que se extendía entre la isla y el cabo que se proyectaba hacia el Norte desde tierra firme. Progresaron hacia el Oeste doblando el cabo. Había allí grandes bajíos en aguas poco profundas; la nave embarrancó y se encontraron a considerable distancia mar adentro. Pero sentían tanta curiosidad por desembarcar que no pararon mientes en esperar a que la marea subiese bajo la nave, sino que saltaron a tierra de prisa en un lugar donde el rio fluía de un lago. Luego, tan pronto como la marea puso la nave otra vez a flote, tomaron el bote, remaron de vuelta a la nave y la condujeron rio arriba hasta el lago, donde echaron el ancla, descargaron sus sacos de piel para dormir y se construyeron unas cabañas. Más adelante decidieron pasar el invierno allí y construirse una casa grande.

Ni en el río ni en el lago escaseaba el salmón del tamaño más grande que jamás habían visto. La naturaleza de la tierra era tan apropiada que les pareció que el ganado no necesitaría pienso para el invierno. No heló duramente el invierno y apenas se marchitó la hierba. El día y la noche tenían una extensión más próxima que en Groenlandia y en Islandia. En el día más corto del invierno el sol era visible lo mismo a mitad de la tarde que a la hora del desayuno.

Sucedió que una noche no regresó uno de los hombres del grupo. Se trataba de Tykir el alemán. Esto afectó considerablemente a Leif, porque Tykir había vivido con su padre y él durante bastante tiempo y había mostrado gran cariño por Leif cuando era niño. Reprendió severamente a sus camaradas y acto seguido se fue en su busca llevándose a una docena de hombres. Pero no se habían alejado mucho de la casa cuando vieron que Tykir venía a su encuentro. Se le acogió con alegría; Leif se dio cuenta enseguida de que su padre adoptivo estaba de buen humor. Era un hombre con una frente prominente, ojos inquietos y una carita insignificante, bajo y poco atractivo, pero era hábil en toda clase de oficios.

¿Por qué te has retrasado tanto padre adoptivo? Le preguntó Leif y ¿por qué te separaste de tus compañeros de tal modo?

Para empezar Tykir se expresó con elocuencia en alemán, girando sus ojos y haciendo gestos. No tenían idea de lo que decía. Luego, después de un rato, habló en noruego.

No fui mucho más allá que vosotros y sin embargo, os tengo que dar cuenta de una auténtica novedad. He encontrado viñas y uvas.

¿Es cierto eso padre adoptivo? Preguntó Leif.

¡Claro que es verdad! Contestó, nací donde el vino y las uvas no son una rareza.

Pernoctaron y luego por la mañana, Leif anunció a la tripulación: “Tenemos dos tareas que hacer ahora, y en días alternos tenemos que recoger uvas o cortar cepas y talar madera, para aprovisionar mi nave con tales cosas”. Actuaron según estas órdenes y se dice que llenaron de uvas el bote de remolque. Se consiguió un cargamento que llenaba la nave y a la primavera terminaron los preparativos y partieron. Leif dio al territorio un nombre de acuerdo con cuanto

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bueno había visto, llamándolo Vinland, Tierra del Vino; tras lo cual salieron a alta mar y navegaron con buen viento hasta avistar Groenlandia y las montañas bajo los glaciares.

Recogido en: Riu, Batlle, Cabestany, Claramunt, Salrach, Sánchez. Textos comentados de época medieval (siglos V al XII). Ed teide. Barcelona, 1982, pp. 436-440. Trad de J.A. Zabalbeascoa en G. Jones: El primer descubrimiento de América, p. 202 y 203.