567 - Los Niños Diabólicos

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Libro de bolsillo 567 de la colección Selección Terror.

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ULTIMAS OBRAS PUBLICADASEN ESTA COLECCIN562 La noche del cerebro, Curtis Garland. 563 El monasterio perdido, Ralph Barby.

564 El experimento del doctor Marlowe, Joseph Berna.

565 Me escap del infierno, Ada Coretti.

566 Rubes sangrientos, Clark Carrados.

CURTIS GARLANDLOS NIOS DIABLICOSColeccin SELECCIN TERROR n. 567Publicacin semanal

EDITORIAL BRUGUERA, S. A.BARCELONA BOGOT BUENOS AIRES CARACAS MXICOISBN 84-02-02506-4

Depsito legal: B. 22.520 - 1983

Impreso en Espaa - Printed in Spain.

1 edicin en Espaa: enero, 19841 edicin en Amrica: julio, 1984 Curtis Garland - 1984

texto

Garca - 1984

cubierta

Concedidos derechos exclusivos a favorde EDITORIAL BRUGUERA, S. A. Mora la Nueva, 2. Barcelona (Espaa)Todos los personajes y entidades privadas que aparecen en esta novela, as como las situaciones de la misma, son fruto exclusivamente de la imaginacin del autor, por lo que cualquier semejanza con personajes, entidades o hechos pasados o actuales, ser simple coincidencia.Impreso en los Talleres Grficos de Editorial Bruguera, S. A.Parets del Valls (N-152, Km 21,650) Barcelona 1984CAPTULO PRIMERO

Ya estaba llegando.

El viejo automvil trepidaba cuesta arriba, remontando dificultosamente la rampa que ascenda a la colina pelada y triste, erguida en medio del yermo. Alrededor, algunos rboles desnudos, de ramas retorcidas, parecan como espectros rgidos, elevando al cielo unos brazos descarnados y trmulos en demanda de algn imposible.

En la distancia, tos nubarrones se apelotonaban densamente, amenazando con nuevas precipitaciones de agua o de nieve a toda la regin. All arriba, en la colina, en el brumoso y triste atardecer, brillaban algunas luces dispersas, como nico indicio de su inmediata meta.

Parece un sitio muy desolado coment ella, algo desmoralizada.

Lo es, seorita rio el chfer sin volverse, pugnando por mantener el ascenso ladera arriba sin ms problemas, pese a lo cascado de su vehculo y lo dificultoso del embarrado terreno. Rara vez vengo por aqu. La gente de esa casa nunca utiliza el taxi. Prefiere el viejo autocar semanal para desplazarse a la ciudad. Despus de todo, para lo que salen de ah...

Slo hay un autocar semanal?

Dos. Uno de ida y otro de vuelta. Siempre los sbados a medioda para ir. Y el domingo por la tarde para volver. Pero esa gente de all arriba tampoco va para pasar un divertido fin de semana. All nadie sabe divertirse. La compadezco, seorita, si tiene que convivir con ellos mucho tiempo.

Pues me temo no tener otro remedio sonri ella, dominando su aprensin. Es el primer empleo que consigo, despus de seis meses en paro. Ha sido como llovido del cielo, y no ser yo quien le ponga objeciones a mi trabajo, sea donde sea.

Llovido del cielo, dice? el taxista mene la cabeza, perplejo. Yo me guardara muy mucho de comparar eso con el cielo, seorita.

Y seal significativamente a la forma oscura, maciza, que empezaba a perfilarse en lo alto de la colina, recortada entre las brumas del atardecer invernal. Su joven viajera se estremeci, sin poderlo evitar.

Era una joven animosa y decidida, poco dada a sufrir depresiones, pero las palabras del taxista del lugar, el aspecto ttrico de la regin y la propia naturaleza de su futuro trabajo no formaban una combinacin demasiado proclive al optimismo, despus de todo.

Personalmente, no le gustaba tener que trabajar en un orfanato, pero qu cosa mejor, si acababa de recibir un cheque bancario por el importe de su primera mensualidad, junto con la aceptacin de su oferta para ocupar un puesto vacante de maestra en la llamada Residencia de Hurfanos de Loomish Hill? Despus de estar haciendo ahorros y escatimando gastos durante medio ao en paro, recibir la suma de cincuenta guineas de sueldo mensual previo era como ver llegar al propio Pap Noel con el mejor regalo navideo anticipado imaginable. Porque adems faltaban slo dos semanas para la Navidad, y sta se le haba presentado hasta entonces harto sombra de no mediar aquel nuevo trabajo, que le abra nuevamente las puertas de la esperanza y, por qu no decirlo?, tambin de su holgura econmica.

Ha trabajado usted antes en algn otro orfanato, seorita? indag el chfer, cuando ya la casona de la colina se alzaba imponente frente a ellos, al final del ltimo tramo de la ladera.

Pues..., no, nunca confes la joven maestra, ruborizndose levemente, como si hubiera sido sorprendida en una grave falta. Imagino, sin embargo, que ser como trabajar en cualquier escuela o centro docente. Despus de todo, slo se trata de dar lecciones a unos nios...

S, claro, a unos nios repiti el taxista, rascndose los cabellos y logrando, a costa de resoplidos y quejas del viejo motor, alcanzar por fin la cima de la colina. Pero es que esos nios...

Qu?

No, nada. Dejemos eso, seorita. Meti el freno paulatinamente a su viejo cacharro. Bien, estamos ya en su nueva casa. Que todo le vaya bien en lo sucesivo, seorita. Se lo deseo de veras. Pero si decidiese cambiar de idea y marcharse de aqu en cualquier momento, como alma que lleva el diablo, no dude en telefonearme y vendra a recogerla a cualquier hora del da o de la noche. Aqu tiene mi tarjeta, para lo que pueda necesitar.

Y se volvi, tendindole la cartulina donde apareca impreso su nombre, seas y telfono en la cercana ciudad. Sonriente, la joven la tom, agradecindolo con un movimiento de cabeza.

Gracias dijo. Es usted muy amable.

Le pag el importe del viaje, previamente establecido. Luego, el hombre baj sus dos maletas y se despidi de ella, arrancando con sorprendente prisa, mientras ella suba los escalones de acceso a la puerta del viejo edificio de aire Victoriano, protegida por una cornisa de vidrios polvorientos y hierros oxidados, pulsando luego un llamador que reson lgubremente en el interior de la casona.

Tardaron algn tiempo en acudir a abrir. Cuando lo hicieron, la joven se vio frente a un singular personaje erguido en el umbral, recortndose contra la luz tenue de una lmpara de cristal colgada demasiado alta del techo del vestbulo, y dotada solamente de un par de bombillas de escasos vatios. No pareca ser la generosidad ni el derroche, al menos en consumo elctrico, la norma en aquella casa.

Buenas noches salud quien abra la puerta, con voz rgida. Qu se le ofrece?

Era un individuo flaco, estirado, de facciones que daban la impresin de haber sido creadas a base de pegar tirones a una cara demasiado larga y apergaminada. Sin embargo, su pelo negro, peinado con raya en medio, y sus ojos vivaces y oscuros, no parecan corresponder a un hombre de la edad que aqul aparentaba. Vesta un traje rigurosamente negro, como el empleado de una funeraria. La gravedad de su rostro corra parejas con el resto de su persona.

Soy Vera Munro explic la joven, con decisin. La nueva maestra que contrat esta semana el seor Steele.

Oh, comprendo el hombre trag saliva. Su nuez tena algo de cmico al subir y bajar con cada palabra suya, pese a su aire fnebre. Pase, por favor. No llega muy oportunamente, sa es la verdad, pero debe ponerse a resguardo de la noche. Es bastante fra. Y lo ser ms an dentro de poco. Vamos a tener muy mal tiempo en lo sucesivo.

Cerr la puerta tras pasar la joven y ayudarla l a depositar las maletas en el vestbulo. Ella observ que el hombre de luto aseguraba la slida puerta con una cadena y un fuerte cerrojo. Se pregunt qu podran temer dentro de aquel recinto, destinado a alojar hurfanos. Tambin advirti que un grueso crucifijo adornaba la puerta por dentro, como si quisieran protegerse de los vampiros o cosa parecida. La idea le result tan ridcula que casi sinti ganas de rer. Pero el clima de la casa tena algo de opresivo que alej de su mente esa idea casi de inmediato.

Sgame, seorita Munro pidi el hombre siempre distante, severo, como un eficiente mayordomo de comedia britnica.

Y recogiendo ambas maletas se encamin a una escalera ascendente, situada al fondo, sobre una gran vidriera emplomada, de vivos colores, representando al Arcngel, flamgera espada en mano, sepultando a Satans en los infiernos, con su cohorte de pequeos demonios.

Catlicos se dijo entre dientes la joven, relacionando aquel vitral con la cruz de la puerta. No hay duda de la religin que se practica aqu...

Ella no se senta cohibida ni contrariada por eso, aunque no era catlica. Sus padres eran anglicanos, y ella lo haba sido de nia, porque estaba obligada a serlo. Cuando se hizo mayor de edad y se independiz la religin dej de ser para ella una norma o una obligacin, e incluso tuvo una crisis de fe en Dios cuando record tos horrores de la Gran Guerra, pocos aos antes, cuyas secuelas an pagaban los pases europeos hoy en da, en estos llamados felices veinte.

Ahora era ms bien una persona escptica, capaz de creer en muy pocas cosas, e incapaz de discutir de cultos religiosos con nadie. Si el seor Steele era catlico, le tena perfectamente sin cuidado, siempre y cuando no estuviera obligada a asistir a los cultos puntualmente. Y de eso su contrato no deca absolutamente nada.

El hombre la llev hasta una alcoba en la planta alta de la casa. Dej las maletas en el suelo y le mostr la pulcra habitacin y su vecino cuarto de aseo.

Es su alojamiento, seorita Munro explic. Espero se sienta bien aqu... a pesar de que mucho me temo que su estancia aqu no va a ser demasiado prolongada Vera le mir con sorpresa y cierto desagrado. Indag, algo brusca:

Qu quiere decir con eso?

Pronto lo sabr, seorita sonri dbilmente el criado. Ha cenado?

No, an no. Pero no tengo demasiado apetito. Slo cansancio.

Quiere que le suba algo de comer o prefiere usted bajar y que la seora Oates, la encargada del establecimiento, se ocupe de servirle algn refrigerio?

No tienen que molestarse por m suspir ella. Bajar de inmediato a tomar algo antes de acostarme, si es que esta noche no puedo ver al seor Steele para presentarme a l.

Temo que eso sea imposible, seorita respondi apacible el hombre negro. El seor Steele ha muerto.

Qu? balbuce ella asombrada, mirndole con incredulidad.

Y este orfanato va a cerrarse maana mismo, si el encargado del juzgado no decide otra cosa. El desahucio es ya cosa definitiva.

* * *La seora Oates result ser una bonachona mujer de edad madura, entrada en carnes, con el pelo canoso peinado con un grueso moo atrs.

Acomod de inmediato a la recin llegada en la cocina, al confortable calor de una chimenea encendida, y calent algo de comer en las llamas, puesto que la cocina de carbn vegetal estaba ya apagada.

S, mi querida seorita explic mientras calentaba algo de caldo y un asado de carne. El pobre seor Steele muri hoy mismo. Supongo que el corazn le fall al saber que no haba solucin para su querido establecimiento, y tena que ser desalojado ya inexcusablemente, por orden judicial.

Pero qu ha podido ocurrir? indag la muchacha con sus azules ojos muy abiertos. Yo fui contratada en Londres hace slo tres das, me pagaron una mensualidad adelantada para que me incorporase a este trabajo cuanto antes...

Hace tres das las cosas distaban mucho de estar tan mal resopl la mujer, sirviendo el caldo en un tazn. El seor Steele crea que poda obtener un aplazamiento al desahucio y mantener todava este orfanato en pie.

Tan mal estaban las cosas?

Psimas puso en sus manos el tazn, que despeda un grato aroma a hierbas y ave. El Gobierno siempre quiso este orfanato para s. Y el seor Steele se resista a ello. Saba que los establecimientos del Gobierno siguen siendo, con pocas diferencias, tan siniestros y negativos como en tiempos de Dickens. De all salen los nios delincuentes o amargados, igual que un David Copperfield o un Oliver Twist. Su concepto de la enseanza de los nios hurfanos, de su trato para con ellos, era muy distinto. Autoridad s, pero con dulzura, cario, comprensin y una infinita bondad. Darles alimentos, hogar, enseanza, enviarles a la vida luego siendo hombres ntegros, no basura social. Pero sus sueos eran demasiado buenos y su caudal demasiado escaso, especialmente despus de esa ruinosa guerra que tantos males nos trajo a todos. Las deudas fueron creciendo, los acreedores se impacientaron, acudieron al juzgado... y ah termin todo. Los pleitos los ha ido perdiendo uno a uno, hasta que hoy lleg aqu el seor Skeggs con ese papel...

El seor Skeggs? indag curiosa Vera, saboreando aquel sabroso caldo de ave que lograba reconfortar su aterido estmago.

S, el oficial del juzgado de Nottingham. Es un buen hombre, pero debe cumplir con su obligacin. Lleg aqu esta misma tarde con la orden judicial de embargo. Debemos abandonar esto en veinticuatro horas. Al seor Steele le afect mucho eso. Subi a su despacho, se encerr all, pensamos todos que a meditar y acabar aceptando la decisin inapelable del juez comarcal. Cuando vimos que tardaba, acudimos a ver si le ocurra algo. No respondi. Entonces, Eric... Eric es el criado que la atendi, nuestro mayordomo, jardinero y mozo de tareas diversas, todo en una pieza... Entonces, como le deca, Eric pens en salir a la fachada y caminar por la cornisa hasta la ventana del seor Steele, que estaba entreabierta. Le hall dentro, sentado a su mesa..., sin vida.

Suicidio?

No parece. No haba tabletas ni veneno alguno por all cerca. Tampoco huellas de violencia fsica. Simplemente, el corazn se le haba parado. Un colapso, supongo. Pobre seor Steele...

Dnde est ahora su... su cadver? pregunt aprensiva la joven, dejando la taza medio vaca sobre la mesa de rstica madera de la cocina.

En la capilla, claro. Con los nios.

Los nios?

S. Nuestros pupilos el rostro de la seora (Dates se dulcific. Pobrecillos... Estn muy afectados. Queran mucho al seor Steele...

Qu ser de ellos ahora?

Lo inevitable la mujer mene la cabeza, sirviendo una rodaja de carne asada con zanahorias, guisantes y patatas doradas, en un plato. Iba a servir otra, cuando la mano de Vera, rpida, la interrumpi, rechazando ms comida. Sern enviados a diversos centros oficiales del pas, donde el trato ser mucho ms duro y distante, donde ya no tendrn las atenciones y comodidades que disfrutaban aqu. Cosas de la vida, seorita Munro. No podemos hacer nada por evitarlo.

S, comprendo prob la carne y movi la cabeza. Excelente, seora Oates. Es usted una magnfica cocinera. Eso tambin va a echarlo de menos los nios, estoy segura.

Gracias. S, supongo que tiene razn. Les gustaban mis guisos, pobrecillos...

Y antes de venir yo, quin imparta las lecciones aqu? se interes Vera, entre bocado y bocado, regado con una taza de t caliente.

El propio seor Steele, ayudado por otra maestra, la seorita Swift.

Ya no est ella aqu?

No, ya no la seora Oates carraspe, removiendo un poco los leos del hogar, antes de aadir: Pobrecilla. La enterramos en Nottingham hace ya quince das. Por eso puso el seor Steele aquel anuncio en el Times.Vera sinti que perda de repente el poco apetito que tena. Apart el plato y fij sus azules pupilas en la seora Oates.

Aqu parece que se muere todo el mundo coment algo seca.

La seora Oates pareci repentinamente confusa, vuelta de espaldas a ella, como si los leos que ardan en la chimenea necesitaran de ms movimiento. Afirm con la cabeza, al incorporarse.

S, tenemos una mala poca ltimamente admiti. Tal vez los fros de este invierno... Aqu el clima es bastante crudo.

Vera no dijo nada. Apur el t, pensativa, sus celestes ojos fijos en las crepitantes llamas. De repente pregunt:

Puedo ir a la capilla a ver al seor Steele?

Estuvo segura de que la seora Oates pegaba un leve respingo y la miraba algo inquieta. Pudo ser una simple impresin suya, porque la mujer sonri de inmediato, afirmando con energa.

Claro, claro dijo. Dgale a Eric que la lleve. Tiene que salir de la casa e ir atrs, al cementerio.

El cementerio? repiti Vera, perpleja. Hay un cementerio aqu mismo?

Ms bien puede decirse que lo hubo en tiempos. Esta casa es muy vieja. En la poca victoriana vivi aqu una familia muy rica. Sus miembros y su servicio eran sepultados ah atrs. Ahora, slo quien as lo desea es enterrado en el viejo cementerio. El seor Steele, por ejemplo, ir a parar ah. Estaba escrito en su ltima voluntad, seorita Munro.

Entiendo sin saber la causa, la joven senta un cierto desasosiego. A su mente acudi el recuerdo de unas extraas palabras de su taxista, alusivas a la casona del orfanato: Yo me guardara muy mucho de comparar eso con el cielo.

Qu era entonces? El infierno? Acaso el vitral del vestbulo tena alguna alusin concreta al mundo que le rodeaba? Era una idea absurda, pens Vera, que como muchacha moderna, de cultura y buena educacin, estaba siempre inclinada a rechazar ideas supersticiosas. En 1925 ya no se poda pensar como en las postrimeras del siglo pasado, por poner un ejemplo.

Aun as, cuando se incorpor y fue en busca de Eric, el mayordomo de negras ropas, para ir a la capilla, senta dentro de s una rara aprensin, como la sensacin ntima de que algo en el lugar donde se hallaban distaba mucho de ser normal.

A la capilla? Eric la mir algo perplejo, al or sus deseos. Luego asinti: Claro, si es su gusto, seorita Munro...

S, Eric, lo es afirm ella rotunda.

La condujo hacia la parte posterior de la casa, donde se abra un corredor que iba a terminar ante una pesada puerta metlica, no muy grande, que l abri con llave, dando dos vueltas a la misma. Salieron al exterior, oscuro como boca de lobo. Se haba levantado un aire fro, seco y cortante; las nubes formaban un palio espeso encima del paraje, y el clima presagiaba la proximidad de la nieve. Contra aquel cierzo helado, caminaron entre abrojos y matorrales speros que rozaban sus piernas. Los ojos de Vera descubrieron ante ella una verja medio abatida, de herrumbrosos barrotes, y la tierra ondulada e irregular de un viejo cementerio medio abandonado, en el que an eran visibles lpidas y cruces, losas e inscripciones. Como fondo de tan lgubre panorama, una pequea edificacin de piedra, tal vez con cien aos o ms de antigedad, se ergua sobre una elevacin del terreno, rodeada por varios cipreses que el aire meca con chasquidos ttricos.

Es ah dijo Eric, cubierto con una bufanda de lana su estirado rostro. Si no le importa, prefiero no entrar. No me gustan esas cosas, seorita.

Comprendo. Entrar yo sola, no se preocupe. Para regresar, debo llamar en la puerta trasera?

S, por favor. Encontrar un timbre elctrico en el quicio. Plselo tres veces. Le abrir de inmediato. Esta noche no pienso acostarme siquiera.

Ella le dio las gracias y le vio alejarse hacia la casa, cruzando por entre las lpidas con indiferencia. Era como un espectro en la noche, tan largo y tan enlutado, pens Vera mientras caminaba el ltimo trecho cuidando de no pisar losa sepulcral alguna.

Lleg a la puerta ojival de la pequea capilla, ms bien semejante a una abada diminuta o a una pequea iglesia. Estaba slo entreabierta. Dentro no se oa nada. Empuj la puerta, que emiti un largo chirrido. Entr en el recinto.

Vio las luces de las velas, el tmulo funerario con un cuerpo humano rgido, tendido sobre los negros paos del mismo, ante el altar donde se vea la cruz de vieja madera carcomida.

Y vio a los nios.

Ellos tambin se volvieron a mirarla a ella.

CAPTULO II

Los nios.

Era la primera vez que los vea. Y estuvo segura de que nunca olvidara este momento.

Eran once. Rodeaban el tmulo en silencio, respetuosamente quietos, con sus manos cruzadas ante s, la cabeza inclinada. Haba tambin un hombre arrodillado en un banco, ante el altar, como rezando. Pero Vera no le prest demasiada atencin. Slo le interesaban los nios. Aquellos nios.

Les estudi uno por uno mientras caminaba por entre los bancos de madera de la capilla catlica, en direccin al tmulo. Nios y nias mezclados. El orfanato no haba duda de que era mixto. Le atrajeron especialmente la atencin tres de ellos.

Estaban situados a la cabeza del tmulo, junto al rostro del difunto. Dos eran intensamente rubios, un nio y una nia. Su cabello, a la luz de las velas que rodeaban el cadver, pareca oro puro, ms claro an en la nia, como un halo plateado. El tercero era muy moreno, de cabellos negrsimos, de tez oscura como un mestizo. No saba por qu, eran los tres que ms le intrigaron. Quiz porque el moreno pareca tan vulgar como poco corriente los otros dos.

Al or las pisadas de sus tacones en las losas de la capilla el hombre reclinado gir la cabeza y se incorpor. Camin hacia ella. Era un individuo grueso, de cabello ralo, rostro rubicundo y ropas holgadas y rugosas, nada elegantes. Resopl, detenindose ante ella:

Buenas noches, seorita. Supongo que es la nueva maestra que esperaban.

S, lo soy dijo ella, dirigindole una vaga mirada de indiferencia.

Yo soy Archibald Skeggs, secretario del juzgado de Nottingham explic con un resoplido ms, tendindole la mano. Lamento que llegue en tan mal momento.

Yo tambin, seor Skeggs sonri tristemente la joven, estrechando aquella mano fofa y sudorosa. Parece que su visita trajo problemas al orfanato...

Es incomprensible, crame. Yo no pretenda causar este caos. El seor Steele saba que la orden de embargo estaba al caer. No debi tomrselo tan a la tremenda. Estos chicos, por los que tanto se preocup en vida, seguirn teniendo un hogar, una educacin... El Gobierno se ocupar de ello, y su situacin ser mucho ms segura.

Pero quiz menos agradable coment ella framente. Ellos parecan estar a gusto aqu. Ahora ya no ser lo mismo.

Crame, yo no tengo culpa alguna Skeggs se enjug la transpiracin del rostro con un pauelo, aadiendo luego: El seor juez dispuso las diligencias. Los acreedores presionaban. No haba otra salida. El seor Steele nunca debi dilapidar su fortuna toda en este establecimiento. Fue una locura de la que ya le advertimos cuando an era tiempo. No nos hizo caso y prefiri seguir adelante hasta el final.

Vera no dijo nada. Dej all al funcionario judicial, que pareca sentirse tan culpable como si hubiera asesinado con su propia mano al difunto, y se aproxim al cadver hasta estar junto al tmulo. El hecho de que el cuerpo sobre los negros paos, con las manos cruzadas sobre el pecho, vestido con un traje negro impecable, un rosario entre los dedos, y el fretro alguno, daba un aire todava ms macabro a la escena. Los zapatos de charol brillaban absurdamente, con sus afiladas punteras sealando a la bveda de la capilla.

Se detuvo justamente al lado de los nios rubios. El moreno se apart, tmido, dejndole un hueco. Los nios la miraban fijamente. Todos ellos. Pero en especial el nio y la nia rubios. Los ojos de l eran de un verde turbio. Los de ella, muy azules.

Les sonri. Ellos no se inmutaron. Sus rostros angelicales eran fros e inmutables, como mscaras. Haba algo de estremecedor en su dolor mudo y rgido.

Lo siento, muchachos dijo ella. Soy Vera Munro, vuestra nueva maestra. Es decir, iba a serlo.

El nio rubio la miraba con una fijeza inquietante. No movi un msculo de su carita plida y suave. Pero respondi, tras un silencio:

No se preocupe. Lo ser.

Vera parpade, sin entender. La nia, en cambio, pronunci otras palabras, sin mover tampoco el rostro:

No me gusta, Norman. Ella no me gusta. No la quiero.

Calla cort el nio rubio. Ser nuestra maestra. A m s me gusta. Es todo.

Sigui un profundo silencio. Cortante, irreal. El aire ola a cera caliente, a muerte, a fro y a soledad. El nio moreno se peg a ella. Sonri, tirndole suavemente de su chaqueta. Vera le mir dulcemente.

A m tambin me gusta dijo con voz demasiado grave para un nio de su edad. La quiero como maestra.

Otro silencio. Vera no saba qu decir. Hizo un ademn hacia el difunto.

De veras me gustara habl. Pero muerto el seor Steele y embargado el orfanato, mucho me temo que eso no sea posible.

Los nios la miraban. Siempre estaban mirndola. Eran caritas inocentes, querubines angelicales, tras llamas amarillas de velones funerarios. Una extraa corte para un cadver sin fretro. Todo aquello pareca formar parte de un sueo, de un imposible.

S, nos gusta aadi otro. La seorita nos gusta, verdad?

Hubo diez asentimientos de cabeza. Vera se sinti casi emocionada. Pero la nia cort esa cordialidad con un cuchillo de hielo en su voz suave y aguda:

A m no me gusta. No la quiero.

Norman la mir con una frialdad desusada. Era como la mirada de alguien lleno de autoridad, severo y casi tirnico.

Hablas demasiado, Karin dijo. Los dems han decidido. Se queda. Ser nuestra maestra.

Era asombroso. Hablaban como si de ellos dependieran las cosas, como si el juez, la muerte del dueo del orfanato y todo lo dems no tuvieran importancia alguna. Casi estuvo tentada de pensar que la voluntad de aquellos nios poda hacerse realidad con slo desearlo ellos, lo cual era en resumidas cuentas un puro disparate.

Sois muy buenos chicos suspir, conmovida de veras. Dara algo porque vuestros deseos fuesen realidad, pero...

No quiso aadir ms. No vala la pena. Por qu amargarles ms, explicndoles que lo que los hombres deciden los nios jams pueden rectificarlo?

Ellos no lo entienden dijo Skeggs moviendo la cabeza. Para su mente, el desahucio es un juego de nios. Resultar difcil explicrselo...

El rubio Norman gir la cabeza hacia el que hablaba. Le mir con su rara, especial fijeza. Vera se dijo que sus ojos parecan fros trozos de hielo en ese momento.

Lo entendemos perfectamente, seor recit con su voz infantil, singularmente fra. No somos necios ni ciegos.

Bueno, parece que me equivoqu carraspe el oficial del juzgado, con aire confuso. Estos chicos s saben lo que pasa. Pero les cuesta aceptarlo como es.

Resulta natural. Deban sentirse muy bien aqu. Y queran al seor Steele contempl el rostro rasurado, sereno, del difunto; sus largas patillas bien recortadas, su frente amplia, bajo un pelo ondulado y canoso. Opin que en vida debi ser un caballero distinguido e incluso atractivo. Dgame, seor Skeggs, qu piensa hacer?

No me quedan muchas opciones. Tengo una orden del juez Sewell. Es un hombre muy severo. Debo hacer que se cumpla. Exige el cierre de este orfanato y el envo de los nios al Centro de Caridad Social de Leicester, que dirige el reverendo Hodges. Despus, tos acreedores se repartirn los bienes escasos que pueda haber dejado el seor Steele, aparte de la propiedad ya hipotecada de esta mansin.

Dios mo, tan mal estn las cosas?

Muy mal, seorita. Lo nico que puedo hacer, dadas las tristes circunstancias, es esperar a maana, hasta que el seor Steele sea inhumado. Luego dispondr el cierre del orfanato y el envo de los nios a Leicester. Tambin tengo que ocuparme de otro aspecto poco agradable del asunto: ya sabr, sir Clifford...

Sir Clifford? repiti Vera. Ni idea, seor Skeggs.

Oh, no se lo han contado? el funcionario judicial se frot el mentn, indeciso. Bueno, es un caso muy especial y difcil, la verdad. El viejo inquilino de Prowse Manor... Saba que Prowse Manor es precisamente esta propiedad?

No, no lo saba. Es un nombre muy de otra poca, del siglo pasado...

Victoriano por completo. Igual que sir Clifford, su antiguo dueo. Y que todos los Prowse, de los que l es el ltimo miembro vivo... si es que se le puede llamar vivo al estado en que ahora se encuentra ese desdichado.

Seor Skegg, le aseguro que no entiendo una sola palabra de todo eso confes con franqueza la joven maestra, mirando perpleja a su interlocutor.

Es fcil, seorita terci el nio Norman con su voz calmosa, singularmente madura para su edad. Sir Clifford Prowse vive arriba, en la buhardilla del orfanato. Nunca sale de all, salvo raras excepciones. Una mujer cuida de l. Tampoco mucho, salvo lo imprescindible. Cuando vendi su casa al seor Steele, hace de eso cuarenta aos., dispuso en su escritura que estaran obligados a permitir su residencia en esta casa en forma vitalicia.

As es, seorita corrobor Skeggs. Y lo peor es que sir Clifford est medio ciego y sordomudo.

Dios mo... Pobre hombre, qu va a ser de l ahora, cuando cierren la casa por orden judicial?

No es asunto mo. El juez Sewell no se ve obligado por esa escritura a nada, y lo ms probable es que sir Clifford tenga que buscarse otro alojamiento cuando le echemos de aqu, al cerrar el edificio y precintar sus puertas, como establece la ley.

Sir Clifford no puede salir de la casa. Nadie le echar nunca de ella.

Vera gir la cabeza, sorprendida. Era Norman otra vez quien se expresaba as, con su rara firmeza d adulto, tan en contraste con su angelical faz de nio rubio.

Skeggs volvi a carraspear, mene la cabeza y regres a su banco de la capilla para sentarse en l, murmurando mientras se encoga de hombros:

Nios... Quin les meter a ellos donde no les importa?

La joven maestra no dijo nada. Se limit a echar otra mirada al cadver, persignarse, y caminar luego hasta el pie del altar, donde or un momento ante el Cristo colgado del viejo muro de piedra desnuda. Luego se incorpor, preguntando dbilmente:

Ser maana el entierro?

S, seorita dijo Skeggs. A las doce del medioda, segn ha decidido la seora Oates. Despus volver a Nottingham para pedir instrucciones al juez. Esta noche me quedar aqu, por si acaso. El tiempo amenaza nieve, y aqu las nevadas suelen ser copiosas durante esta poca del ao. No quiero que me sorprenda por el camino. Slo he trado una bicicleta para cubrir la distancia, y el regreso me costara al menos tres o cuatro horas, en plena noche. Yo puedo dormir en cualquier sitio. Un sof de la casa ser suficiente para m.

Vera Munro asinti, dirigindose a la salida de la capilla. Antes se volvi hacia los once nios que formaban aquel silencioso e impresionante corro en torno al difunto, y pregunt:

Vais a quedaros aqu todava?

S, seorita respondi Norman. Ms tarde iremos a casa. La seora Oates nos autoriz a estar con el seor Steele el tiempo que quisiramos...

S, comprendo murmur ella, abandonando la vieja iglesia de piedra.

Y corri presurosa a travs de los montculos y los brezos, cruzando el cementerio en unos instantes, mientras gruesos copos blancos se desprendan lentamente del negro cielo. Haba empezado a nevar, como tema el secretario del juzgado.

Llam a la puerta metlica. Tras una breve espera, Eric la abri. Penetr tiritando en la casa, y el criado cerr de inmediato, contemplando los copos que haban cuajado fcilmente en los hombros y el cabello crdeno de la joven.

Ya tenemos la nieve aqu murmur. Mala cosa. Va a ser una nevada fuerte, estoy seguro. Ya vio a los nios?

S. Y al seor Skeggs. Esos chicos parecen muy afectados. Siempre son as?

As... cmo? se interes Eric, parndose y mirando fijamente a la joven.

Bueno, tan serios, tan adultos en su comportamiento... tan fros, dira yo.

Son nios muy bien educados. Eran las normas del seor Steele. S, parecen a veces autnticos adultos. Sobre todo Norman.

Norman... S, ese chico rubio. Me ha logrado impresionar.

Impresiona a todo el mundo rio Eric. Incluso a m, seorita Munro.

Tambin me hablaron de sir Clifford.

Eric se par de nuevo. Asinti, pensativo. Pareca no gustarle el tema

Oh, s, sir Clifford... mir significativamente hacia arriba, al techo artesonado. Siempre en su buhardilla, rodeado de sus libros misteriosos. Y con esa mujer tan singular que le cuida... A veces llega uno a olvidarlos, no piensa que existan, que vivan bajo este mismo techo.

Libros misteriosos ha dicho?

Yo as los califico. El seor Steele se rea de eso. Pero lo cierto es que sir Clifford siempre gust de los temas ocultos. Sus libros son de magia, brujera, satanismo y todas esas cosas. Claro que ahora apenas puede ni siquiera verlos. Est casi ciego. Su lazarillo, la seorita Beswick, cuida de l y le lea las obras, hasta que qued sordo.

Tambin me han dicho que no puede hablar...

Cierto. Eso fue lo primero en ocurrirle. Una vieja herida de bala en el cuello provoc al parecer una parlisis de sus cuerdas vocales. Sucedi cuando haca la guerra colonial, en tiempos de la reina Victoria. Luego esa parlisis se extendi tambin a sus odos, a causa de no s qu degeneracin neurovegetativa. Y as, ahora es como un mueble o poco menos. No habla, no oye y apenas ve. Pero sigue lleno de vida a sus ochenta aos cumplidos.

Y ella, esa mujer que cuida de sir Clifford? Cmo es? Hay que tener mucha capacidad de aguante, mucha tolerancia para una tarea as...

Esa mujer la tiene, se lo aseguro. Resulta extrao, siendo tan joven, tan bella y extica... pero posee una voluntad de hierro y una resignacin rayana en lo inhumano. Nunca la o quejarse, lamentarse de nada, censurar al viejo Prowse, decir que estaba harta o algo as. Es como si viviera fascinada, embrujada por ese anciano, y fuese feliz a su lado, sirvindole de criada, secretaria, lazarillo, todo en una pieza.

Con el embargo judicial, tendrn que abandonar la casa...

Por supuesto, ya han sido avisados previamente de ello. Sir Clifford no pudo decir nada, pero ella se entiende con l no s de qu maldito modo, y el viejo aristcrata escribi una nota breve al seor Steele cuando supo lo que se avecinaba. Sabe lo que deca esa misiva? Simplemente tena slo siete palabras: Nadie me mover de aqu hasta morir.

Un viejo obstinado rio Vera con irona. Cmo espera evitarlo?

No lo s. l nunca dice nada. Y Doris Beswick, su ayudante, tampoco.

Es curioso. Los nios parecen tan seguros de eso como el propio sir Clifford...

S, ya lo s. Dicen que todo seguir igual en Prowse Manor. Es absurdo, pero qu se les puede decir a unos cros?

No estoy tan segura de que, pese a su edad, sean tan cros coment Vera, pensativa. Norman es el mayor de todos ellos?

S. Slo tiene once aos. Marco, el chico moreno, tiene diez, lo mismo que Karin, la chica del pelo rubio claro. Los dems oscilan entre nueve y ocho aos...

Y Norman es el que manda en todos ellos, al parecer.

Lo not? Eric la mir, ceudo. Ese chico tiene autoridad, algo raro...

S, estamos de acuerdo. Tiene algo raro. Pero tambin todos los dems. Y me pregunto qu ser... Buenas noches, Eric. Voy a retirarme a descansar. Supongo que maana va a ser un da muy agitado en este orfanato...

Vera Munro no saba bien lo acertada que estaba al prever algo as.

CAPTULO III

El primer suceso trgico y desconcertante de aquella pesadilla recin iniciada tuvo lugar esa misma madrugada, bastante antes de que la luz del da asomara por el horizonte, para alumbrar una campia totalmente cubierta por una espesa nevada cada abrumadoramente durante horas enteras.

Vera Munro despert al or el grito y el estrpito de vidrios. Estaba profundamente dormida, a causa de su cansancio. Pero aun as, apenas sali de su sueo, supo de modo instintivo que algo malo ocurra en Prowse Manor, la vieja casona victoriana de Nottingham, convertida en este siglo en un orfanato privado, obra de un desinteresado benefactor de nios sin padres.

Salt del lecho, sintiendo palpitar con fuerza su corazn. El fro matinal casi hel su piel y cal hasta sus huesos, antes de ponerse precipitadamente su bata de lana y correr a la puerta para averiguar la causa de aquel alarido y de aquel estruendo de vidrios rotos que la haba arrancado de su sopor. Mir su reloj, un bonito aunque poco costoso colgante para su pecho, comprobando que eran ya las cinco y veinte minutos de la maana.

No poda saber lo que estaba sucediendo en la casa, pero el grito, evidentemente, haba sido agudo y prolongado, con una nota desgarradora que presagiaba algo malo, algo siniestro. Luego, el ruido de rotura de cristales no haba sido sino un elemento ms para sentirse con una preocupacin que rayaba con el miedo.

Abri decididamente la puerta de su habitacin, asomando al corredor, alumbrado dbilmente por una pequea lmpara elctrica situada al fondo del mismo, y protegida con una pantalla de seda rosa, con flecos. En alguna parte del edificio, sonaron pasos precipitados y puertas que se abran. Brill la luz en el vestbulo y se decidi a avanzar hasta el hueco de la escalera, asomando al mismo.

Descubri a Eric y a la seora Oates, inclinados sobre algo que yaca al pie mismo de la escalera. Una gran lmpara de pie de bronce, con pantalla de vidrio rojo, estaba volcada en el suelo, junto a la alfombra, no lejos de donde yaca aquel bulto oscuro. Los vidrios de la lmpara yacan hechos aicos, lo mismo que la propia bombilla.

Pero eso no era importante ahora. Vera se fij en el cuerpo inmvil, boca abajo sobre la alfombra, justamente cado en el ltimo peldao de la gran escalera.

Dios mo, qu sucede? pregunt la joven en voz alta, realmente asustada.

El mayordomo y el ama de llaves alzaron sus cabezas. Estaban muy plidos, sobrecogidos. Fue ella quien atin antes a hablar, con voz quebrada, que reson huecamente en el amplio vestbulo:

Ha sido horrible, seorita Munro. Se trata del seor Skeggs... Est... est muerto...Con un escalofro, Vera se encogi dentro de su amplia bata, y comenz a bajar los escalones. Se detuvo junto a los sirvientes de la casa, tratando de ver lo sucedido. Se inclin sobre el cado. El rollizo funcionario judicial yaca, ciertamente, en postura nada alentadora. Tena la cabeza torcida a un lado, como si se hubiera roto el cuello. Un breve examen la hizo comprender, aun sin ser experta en medicina, que era cadver. Tena una fractura cervical que le ladeaba la cabeza, un hilo de sangre corra por la comisura de su boca crispada, los ojos estaban abiertos y vidriosos, con una expresin de horror, y ni el pulso ni los latidos del corazn aparecan por parte alguna.

Cmo pudo ocurrir? susurr la joven.

No s Eric se encogi de hombros, aturdido. Debi caer por la escalera. Parece lo ms lgico. Entonces tal vez lanz ese grito...

Fue un grito atroz coment la seora Oates. Jams not tanto terror en nadie.

Tiene razn afirm Vera, sombra. Fue como si supiera, al caer, que aquello terminaba con su vida.

Y ahora qu vamos a hacer? gimi Eric. Era el encargado de las diligencias judiciales...

Supongo que no hay otra cosa que hacer que llamar a Nottingham y notificar lo ocurrido seal Vera. Enviarn una ambulancia, un mdico, tal vez a algn polica, y el juez se har cargo de este asunto...

Eso no va a ser sencillo, seorita Munro seal la seora Oates gravemente.

No? Por qu? se interes Vera, sorprendida.

Mira afuera, por favor. Yo acababa de hacerlo cuando son el grito.

Sin entender bien, la joven fue hasta uno de los ventanales del vestbulo. Alz el pesado cortinaje que lo cubra, y mir a travs de la vidriera, protegida del exterior por un enrejado.

Se qued asombrada. La nieve cubra hasta media altura de la puerta en aquel punto. Todo cuanto rodeaba la casa era un blanco manto, alto y espeso. No se vean sendero ni arbustos. Y la nieve caa insistente, densa, continua.

Estamos aislados? pregunt en un hilo de voz.

As es afirm Eric. Ocurre muchas veces cuando caen nevadas as. Ya me lo tem anoche, al comenzar a nevar. El nico camino desde aqu a Nottingham se hace impracticable por completo, se pierde bajo la nieve, a causa de su bajo nivel respecto a esta colina. Las cunetas son verdaderos barrancos donde es fcil precipitarse para no salir nunca. Tal vez cesa de nevar cuando sea de da y puedan venir a hacerse cargo de todo. Por ahora eso es imposible, dado el estado del terreno.

Pues estamos arreglados musit la joven, contrariada. No me gusta permanecer aqu encerrada con un cadver.

Dos, seorita rectific suavemente la seora Oates. Tampoco podremos sepultar al seor Steele. El cementerio est en la hondonada, usted lo ha visto. Ser imposible abrir una fosa si sigue nevando as.

Vera se estremeci. Empezaba a sentirse incmoda en aquel lugar y con aquel cerco blanco en el exterior. Tuvo una idea para aliviar aquella angustia claustrofbica que empezaba a dominarla.

El telfono dijo. Podramos llamar para informar de todo esto, cuando menos.

Eso asinti Eric prestamente. Venga conmigo, seorita. Si quiere usted hablar con el contable Barnes...

Ser lo mejor. Tal vez puedan llegar hasta aqu, despus de todo.

Eric la condujo a la salita destinada a lectura, con sus muros repletos de estanteras con libros. Un telfono apareca adosado al muro, no lejos de una cabeza de tigre de Bengala y una panoplia con un par de sables curvos cruzados.

El seor Steele no gustaba de la caza explic Eric. Es un trofeo de sir Clifford. De sus tiempos de militar en la India. Los sables son de los cipayos rebeldes. Recuerdos de la guerra colonial.

Entiendo ella descolg el telfono, comenzando a girar la manivela de comunicacin con la centralita local. Arrug levemente el ceo y repiti dos veces ms la operacin. Luego tendi el aparato a Eric.

Vea esto dijo. No logro establecer comunicacin.

Slo nos faltaba esto suspir el criado. Tal vez el temporal de nieve averi la lnea...

Hizo la prueba tres o cuatro veces. Exasperado, colg, encogindose de hombros.

Es intil, seorita dijo desolado. No hay lnea.

Cree que ha sido el temporal?

Qu otra cosa puede ser, si no? Siempre ha funcionado bien ese telfono...

Podra haberlo cortado alguien.

Eric la mir, estupefacto. Pareca no comprender el sentido de la sugerencia de la maestra. Tras una indecisin, logr articular unas palabras:

Por qu dice eso, seorita? Quin iba a hacer tal cosa?

No s ella movi su pelirroja cabeza suavemente. Quiz la misma persona que pudo empujar a Skeggs escaleras abajo, matndole.

A espaldas de ellos, una fra, helada voz de mujer de rara entonacin son en esos momentos:

Es posible que esta joven tenga razn, Eric. Toda la razn...

* * *Al volverse, Vera Munro descubri a una enigmtica e inquietante mujer, erguida ante ellos.

Era bastante alta, esbelta y de tez oscura, broncnea casi. Grandes y rasgados ojos negros, pelo largo, sedoso, tambin negro, que colgaba en cascada lisa hasta la mitad de sus espaldas. Labios carnosos, nariz levemente roma, gesto entre fro e indmito. Su cuerpo apareca cubierto por un largusimo deshabill blanco, en fuerte contraste con el color de su tez, que remarcaba la firmeza de un busto pequeo y duro, y la suavidad de unas caderas que sin duda eran redondeadas y mrbidas.

Aquella mujer, pens Vera, tena mezcla de razas en su sangre. Quiz mestiza, procedente de alguna colonia britnica. Una combinacin de sensualidad y de hermetismo pareca emanar de su alta figura rgida, erguida ante ellos como un espectro, bello pero inquietante.

Seorita Beswick... susurr Eric, confuso. Usted aqu?

No pude evitar or ese alarido. Y les o hablar cuando asom a la puerta de la planta alta. De modo que el funcionario judicial est muerto?

As es. Y el telfono no funciona. La nieve nos tiene cercados.

Ya me he enterado de todo eso dijo la dama de piel morena con altivez. Clav sus oscuras, profundas pupilas en Vera y sus carnosos labios dibujaron una especie de sonrisa. Es usted nueva aqu?

S, llegu hoy. Me emplearon hace unos das. Soy Vera Munro, la nueva maestra. Aunque supongo que ya no tendr que dar clases a nadie.

No ha llegado muy oportunamente, la verdad. Soy Doris Beswick, la mujer que cuida de sir Clifford all arriba mir a lo alto y tendi su mano a Vera. Era una mano de dedos largos, delgados, algo huesudos. En uno de ellos brillaba un extrao anillo con una piedra opalescente que brillaba en la penumbra de la biblioteca con tonos irisados. Me alegra ver por aqu a otra mujer que no sea la seora Oates, pero lamento las circunstancias en que nos conocemos, Vera.

Igual digo, Doris sigui ella la familiaridad, estrechando aquella mano, que le result fra y suave al tacto. Por qu dijiste que poda tener razn?

Es una sospecha, querida. Est muriendo demasiada gente en esta casa en los ltimos das su sonrisa se hizo ahora sardnica. Primero la seorita Swift, luego el seor Steele... y ahora ese empleado judicial. Demasiadas muertes para ser todo natural, no le parece?

Es lo que yo sugera. El telfono est cortado. Puede ser la nieve. O puede que no.

Estamos de acuerdo. De quin sospechas? la mir fijamente. De... los nios?Vera domin un escalofro. Los nios. Lo haba dicho de un modo peculiar, acentuando sutilmente la palabra. Se pregunt por qu. Pero se dijo tambin que ya haba pensado ella misma en eso. Los nios... Pero cmo, por qu?

Dnde estn ahora? quiso saber Vera, mirando a Eric, sin responder directamente a Doris Beswick.

Los nios? el mayordomo se encogi de hombros. En sus alojamientos, supongo. No he visto a ninguno de ellos.

Es raro. Los cierran por dentro acaso?

No, no. Son libres de andar por la casa. Incluso en plena noche. El seor Steele nunca les encerr en sus dormitorios, como hacen en todos los orfanatos. Deca que esto era un hogar para todos ellos, no una crcel.

Han tenido que or el grito y los vidrios rotos. El nio es curioso por naturaleza. Es extrao que no hayan acudido an.

Tal vez saben ya lo que pas insinu Doris Beswick framente.

S, tal vez Vera mir a la bella y extica mujer con curiosidad. En fin, me temo que podremos hacer pocas cosas en esta situacin, Doris.

Muy pocas. Yo habitualmente no me meto en los asuntos de esta casa. Forma parte del convenio con sir Clifford y con el difunto seor Steele. Formamos un mundo aparte all arriba.

Lo soportas bien? dud Vera.

Lo soporto rio Doris, encogindose de hombros. Sir Clifford paga bien. Y no va a durar ya mucho. Ha rebasado ya los ochenta aos y se apaga por momentos. Eso es lo que cuenta, querida. Dentro de poco tiempo ser libre y habr ahorrado una pequea fortuna. Sir Clifford recompensa bien mis servicios, no podra ser de otro modo.

Ocurra lo que ocurra aqu, todava soy la nueva maestra y mi misin consiste en ocuparme de mis alumnos dijo bruscamente Vera. Creo que subir a verles. Eric, dgame dnde estn sus alojamientos.

S, seorita Munro. Es en su mismo pasillo, pero al lado opuesto de la escalera. Ocupan habitaciones dobles, excepto la nia mayor, Karin, que duerme sola. Ver usted seis puertas, tres a cada lado. Son sas. En la ltima de la derecha duerme Karin.

Y Norman? pregunt Vera, observando con el rabillo del ojo que al prenunciar el nombre del nio rubio Doris enarcaba sus finas cejas negras.

En la puerta de enfrente, a la izquierda. Duerme con el muchacho moreno, Marco.

Ya. Marco es extranjero?

Su madre era italiana, creo. Le abandon para huir con un marinero. As son casi todos los casos de esos muchachos. Realmente patticos.

S, me doy cuenta. Es mala cosa ser hurfano, pero es peor por abandono suspir Vera, entristecida. Voy a verles.

Te acompao apunt Doris. Yo regreso con sir Clifford. Me pidi que le informase de lo que suceda.

Las dos mujeres se alejaron, mientras Eric, en vano, intentaba nuevamente establecer contacto telefnico con la centralita local.

Cmo te comunicas con un hombre ciego y sordomudo? se interes Vera, camino ya de la planta alta..

Sir Clifford no es totalmente ciego, aunque apenas si ve algo. Tampoco es del todo sordo, pero s totalmente mudo a causa de la lesin en sus cuerdas vocales. An puede ver mis labios y leer en ellos, sobre todo si hay luz abundante. Tambin nos comunicamos mediante escritos o por simples presiones de los dedos en la mano del otro, siguiendo el cdigo Morse. Hay que ingenirselas por todos los medios.

Debe resultar muy duro, por bien que pague.

Lo es. Pero yo soy dura tambin rio con cierta aspereza Doris Beswick. No me amilano por nada, no me dejo desmoralizar. He nacido para luchar. Y para vencer, Vera. T, no?

No lo s. Supongo que todos nacemos para intentarlo, al menos. Sobre todo las mujeres. Hasta hoy da, nuestra lucha fue todava ms dura. Pero estamos en el siglo XX y las cosas han cambiado algo, aunque no lo suficiente.

Creo que tambin eres una mujer animosa, capaz de todo. Acabas de ver morir a un hombre, has llegado aqu con otro de cuerpo presente, ests aislada en esta horrible casa, y sospechas que puede existir una mano oculta capaz de asesinar y de cortar el telfono. Sin embargo, te noto llena de energa y de vitalidad.

Creo que hago de tripas corazn, Doris sonri Vera lastimosamente.

Eso es lo que hago yo, querida se detuvieron en la planta alta. Doris mir intensa, fijamente, a su nueva compaera. Tal vez maana nos echen a todos de aqu, pese al contrato de sir Clifford con el difunto seor Steele. Si no nos vemos ms, te deseo feliz futuro.

Y yo a ti. Pero mucho me temo que tendremos que seguir vindonos, queramos o no.

S admiti Doris, tranquila, con un destello enigmtico en el fondo de sus pupilas. Yo tambin lo creo. Buenas noches, Vera.

Sigui subiendo por la amplia escalera, hacia la planta ms alta del edificio, donde se hallaba la buhardilla habilitada para el ocupante vitalicio de Prowse Manor, sir Clifford. Vera sigui su larga figura envuelta en la blanca tela flotante con una mezcla de curiosidad y desconcierto.

Es una mujer hermosa, atractiva, incluso dulce y afectuosa susurr. Pero aun as tiene algo que me inquieta... casi me asusta.Mene la cabeza, perpleja, y ech una ojeada a las seis puertas cerradas, a su derecha. Ech a andar decidida hacia ellas. No se detuvo ante ninguna de las cuatro primeras. Luego vacil ante las otras dos, las ltimas. Opt por la de su derecha. Llam suavemente con los nudillos. No respondi nadie. Volvi a llamar con ms fuerza. Igual resultado.

Impaciente, golpe una tercera vez y aadi:

Abre, Karin. S que ests despierta. Soy yo, la seorita Munro.

Un silencio. Cuando crea que tambin eso fallara, son un pestillo. La puerta se abri. La rubia, desconcertante criatura llamada Karin, apareci en el resquicio de la entrada. Sus lmpidos ojos claros le miraron fijamente. El rostro angelical no mostraba turbacin alguna. En realidad, no mostraba nada. Era como una bonita mscara de porcelana.

Djame entrar dijo con firmeza Vera.

Karin se hizo a un lado. Su cuerpecillo estaba cubierto con un cerrado camisn azul plido. El pelo, de un dorado casi blanco, flotaba suave, sedoso, al moverse por el dormitorio. Pareca un ngel ms que nunca. Pero Vera no se fiaba.

Dormas? pregunt.

No neg la nia, sentndose en la cama y contemplndola con incmoda fijeza.

Oste el grito, entonces.

S.

Y los vidrios rotos.

S.

Pero no has salido a averiguar lo que suceda.

No.

Por qu?

No me interesaba. Son cosas de los mayores. Los mayores no me interesan.

Y los dems? Por qu no han salido tampoco?

No lo s. Pregnteselo a ellos.

Todos os quedasteis en vuestras habitaciones. Sabais acaso lo que suceda?

Yo, s.

De veras? la joven enarc las cejas, dominando un estremecimiento. Qu pas?

Ha muerto un hombre.

Y eso no te preocupa?

No. Era una persona mayor. No me preocupa. Ninguna me preocupa.

Tampoco yo?

Tampoco.

Soy tu maestra.

Ya lo s. Pero no me preocupa como persona mayor.

Cmo sabes que muri un hombre? No saliste a verlo. Quin te lo dijo?

Nadie.

Si nadie te lo dijo, cmo lo sabes?

Lo s, seorita. Eso es todo.

Tambin lo saben los dems?

Supongo que s.

Cmo lo podis saber? se exasper Vera. Lo hicisteis vosotros acaso?

Hacer... qu? pregunt con dulce ingenuidad la nia, sin dejar de mirarla.

Oh, djalo se pas una mano por el cabello, dominando su irritacin e impaciencia. Record que su misin era tratar y comprender a los nios. Lo intent, al menos, mostrndose suave nuevamente. Puso una mano en las rodillas de la chiquilla y le pregunt: Dime, Karin, sabes quin se mat esta noche?

S. El seor Skeggs, ese del juzgado.

Y t qu opinas de eso?

Nada.

No te da pena que muera alguien?

No.

Nunca lloras por nada o por nadie?

No, nunca.

Karin, crees que eso est bien?

No lo s.

Hay que tener sentimientos. Un nio debe sentir lo malo que le ocurre a otra persona. Es de humanos sufrir, Karin.

Los mayores nunca lloran. Ni cuando hacen dao a los nios.

Vera respir hondo. Karin era una nia difcil, muy difcil. Pero sus respuestas posean una fra lgica infantil que causaba casi escalofros.

Es posible que tengas razn, Karin. Los mayores no somos buenos. Cuando dejamos de ser nios, dejamos de ser inocentes y nobles. Pero t an eres nia. Debes ser diferente.

Por qu? Los hombres y las mujeres se aman, son felices. Si tienen un hijo, lo tiran al arroyo. Y siguen siendo felices. Pero y el hijo, seorita Munro?

Era escalofriante, pens Vera. Haba rencor en aquellas frases. Mucho rencor. Record que hablaba con una hurfana, abandonada quiz por sus padres. Trat de ahondar en ese punto.

Viven tus padres?

No lo s. Nunca lo supe. Me abandonaron. Hay nios que tienen padres. Yo, no. No s lo que es eso. Ninguno de nosotros lo sabe.

El seor Steele fue un padre para vosotros.

El seor Steele est muerto. Pero no era mi padre.Karin, odias a tus padres?

S. Mucho. Deseara verlos muertos. Deseara matarlos yo misma.

Lo dijo heladamente. Con una luz fra en sus bonitas pupilas infantiles. Con una voz atiplada y suave a la vez, con aquella carita ingenua, dulce, aureolada por la melena casi platinada. Vera sinti que se le erizaban los cabellos.

Karin, eso no se dice nunca. Nunca. Ni se debe sentir odio as. Los nios no pueden odiar. Ni desear la muerte de nadie.

Y los mayores s?

Tampoco. Nadie debe desear que muera un semejante. Y menos an matarle l.

Por qu me dice todo eso?

Porque debes saberlo, Karin. No me gusta que una nia tan adorable como t albergue sentimientos tan terribles en su corazn.

No soy yo sola. Todos pensamos igual.

Todos?S. Los mayores nos hicieron desgraciados. Ellos tienen la culpa.

Es posible, Karin. Pero el seor Skeggs, por ejemplo, qu mal os hizo?

Era una persona mayor. Y adems, iba a echarnos de aqu.

Vera tena miedo de hacer cierta pregunta. Por eso sigui otro camino.

Yo tambin soy mayor, Karin. Me odias?

La nia titube, mirndola con aquella rara fijeza suya. Luego neg despacio.

No. No la odio dijo.

Al principio, en la capilla, me pareci que s me mirabas con poco afecto.

Tal vez la odiara entonces, no s. Ahora no.

Te soy simptica, acaso?

Es posible. Es usted bonita y dulce. No es como la horrible seorita Swift.

Otra vez aquel temor oculto, profundo, que ella no quera sentir. Tom fuerzas para seguir aquel dilogo tenso, extrao, casi alucinante.

Odiabas tambin a la seorita Swift?

Mucho, s.

Por qu?

Era antiptica. Cruel. Nos castigaba por hacer mal los deberes. O por distraernos en la clase. El seor Steele iba a echarla de aqu.

Pero no la ech. Se muri.

S. Se muri.

Supongo..., supongo que su muerte te alegr.

S. Nos alegr mucho a todos.

Vera suspir. Pisaba terreno resbaladizo, pantanoso. Y lo saba.

Cmo muri la seorita Swift, Karin? quiso saber.

Pero en el fondo, ella no quera saber, tena miedo a la respuesta.

Muri... de un accidente.

Qu clase de accidente?

Se cay por la ventana de su habitacin. Se mat al pie de la fachada, sobre las losas de la entrada. Dicen que tena muy mal aspecto. Yo no la vi.

Nunca ves a los que mueren as?

No, nunca.

Pero s fuiste a ver al seor Steele.

Era diferente. Adems, Norman nos dijo que furamos todos.

Norman... Es l quien da las rdenes?

S.

l os orden que no bajarais esta noche a ver al seor Skeggs muerto?

S.

Y que no vierais muerta a la seorita Swift?

S.

Cmo te lo orden esta noche? Ha venido aqu, a tu cuarto?

No. No hace falta. l lo dice. Y nosotros lo sabemos.

Lo dice... cmo? insisti Vera, alucinada.

Eso no le importa, seorita Munro. Nos lo dice, eso basta. Nosotros lo sabemos. Es todo.

Pero, Karin, escucha. Tiene que haber un medio por el que Norman os diga que...

Seorita Munro, qu quiere saber de m? Por qu no me lo pregunta, en vez de hacerlo a Karin?

Vera se volvi, dominando un grito de sobresalto. Se qued mirando a Norman, erguido en la puerta de la habitacin, que haba abierto tan silenciosamente que ni siquiera lleg a darse cuenta de ello.

El rubio nio sonrea apacible, casi carioso, sin pestaear, sus azules ojos fijos en la joven maestra, igual que un dulce querubn.

Pero Vera supo que haba algo maligno en l. No saba el qu. Y eso es lo que ms le aterraba en este momento.

CAPTULO IV

Esos nios me asustan. Me asustan mucho, la verdad.

La seora Oates no dijo nada de momento. Retir el pote de agua hirviendo del fuego y prepar el t. All afuera, tras la vidriera de la puerta de la cocina, se vea un leve resplandor azul en la distancia. Era el amanecer. La nieve continuaba cayendo copiosamente, como un vel blanco y ominoso, que haca crecer y crecer el nivel de la blanca alfombra exterior.

Son encantadores suspir la mujer que actuaba como ama de llaves, cocinera y un sinfn de labores domsticas ms. Pero estoy de acuerdo con usted. A veces me digo que son demasiado listos, demasiado observadores. Y muy callados. No parecen nios normales. Apenas juegan. Apenas corren y escandalizan. Eso no es normal, pero no creo que tenga que sentir miedo de ellos, seorita Munro.

Qu deca de sus hbitos el seor Steele? No les ense a actuar y jugar como nios? A veces parecen demasiado adultos para su edad. Y odian a los verdaderos adultos de un modo visceral, inquietante.

El seor Steele estaba orgulloso de ellos. Deca que eran tristes porque la vida les haba golpeado duro. Todos ellos son hurfanos, pero no porque sus padres murieran, sino porque les abandonaron al nacer o con pocos aos.

S, eso lo entiendo bien. Pero hay algo raro en ellos. Se comunican entre s sin hablar, como si fuese telepticamente. Todos piensan igual, son como partes de una misma cosa, piezas de un todo homogneo. Norman les dirige al parecer. Y lo que l decide todos lo siguen, aunque ni siquiera lo diga en voz alta. Sabe lo que me cont el propio Norman antes, cuando le pregunt cmo se comunicaba con sus camaradas sin entrevistarse ni hablar con ellos?

No me lo imagino, la verdad la mir la seora Oates, mientras colaba el t.

Dijo que se conocan demasiado bien todos ellos. Que eran como hermanos gemelos. Como siameses, incluso. Lo que uno pensaba lo saban los dems. Y que eso les haca sentirse muy unidos.

La verdad, puede que sea as. Yo no le buscara ninguna explicacin anormal a su actitud, seorita Munro. Los nios siempre resultan sorprendentes.

S, y stos mucho ms an suspir Vera, abatida.

Sernese, tome un t y vaya a descansar un poco, si puede rog sonriendo la seora Oates, poniendo ante ella una taza. Yo subir a servir otro t a los nios. No creo que nadie duerma ya en esta casa en la maana de hoy...

Ciertamente, yo no. No me sera posible, se lo confieso. Dio vueltas al t, tras ponerle un terrn de azcar. Vaya, vaya. Me quedar aqu, ante la lumbre. Y veremos, cuando aclare ms, si es posible salir de aqu de alguna forma para avisar a las autoridades de lo sucedido.

S, querida, qudese tranquila dijo la mujer, saliendo con una bandeja repleta de servicios de t. Yo vuelvo en seguida.

Vera se qued sola. Apur su t con rapidez. El calor de la infusin le dio algn alivio a su aterido cuerpo. No era fro lo que senta ahora. No el fro que produca el clima, cuando menos. Se incorpor, frotndose los brazos y hombros paseando por la cocina. Lleg hasta la despensa, mir a su interior, repleto de embutidos, carne, latas y toda clase de provisiones. Se dijo que si duraba el aislamiento, no haba problemas respecto a la alimentacin.

Tuvo un leve estremecimiento al recordar su charla con Karin y con Norman. Haba algo en todo aquello que no le gustaba. Algo que no entenda, que escapaba a su percepcin. Algo demasiado sutil, tal vez intangible. Quiz algo que ni siquiera era de este mundo, pens con una sensacin de angustia profunda.

De repente, la mano helada se pos en su nuca, en sus cabellos. Algo glido gote por su nuca, erizndole la roja melena.

Vera lanz un largo, espeluznante grito de terror.

* * *No se asuste, por favor, seorita. No pretend atemorizarla, lo siento...

Vera Munro contempl con estupor al hombre que se ergua ante ella, con los cabellos, las ropas y las cejas totalmente cubiertos de nieve. Sus manos mojadas goteaban nieve derretida, de ah el helado contacto.

Quin es usted? demand ella, todava sobresaltada. Qu hace aqu?

Me perd en la nieve explic l roncamente. Vi este edificio y trat de abrirme paso hasta l. Fue muy difcil, la verdad. Me hunda en esa maldita nieve hasta el cuello. Es como caminar sobre un millar de trampas. En cualquier momento puede hallar uno una zanja profunda y sepultarse para no salir ms. Y la nieve sigue cayendo. Vengo exhausto, lo siento...

Y se desplom pesadamente en una silla de la cocina, que cruji bajo el peso de su atltica figura. Pareca realmente extenuado, empapado hasta los huesos, agotadas sus energas. Vera le estudi ms calmada.

Era un hombre joven. Joven y guapo, pens con un criterio muy femenino. Alto, de buen porte, cabello castao, fino bigote a la moda, cabello peinado con raya a un lado y removido por haberse deteriorado la capa de fijador. Luca un impermeable largo, color gris, y debajo se vea una chaqueta marrn, suter de cuello en V, bordado con dibujos azules sobre fondo gris de lazo granate. Un joven elegante, sin duda. Tal vez de la buena sociedad. Tena el calzado lastimosamente mojado y deformado.

Lo siento musit ella. Logr usted asustarme cuando me toc.

No quise hacerlo, pero me caa y me aferr a usted. Creo que estoy peor de lo que imagin. Llevo desde la madrugada buscando un sitio donde refugiarme. Mi Daimler est virtualmente sepultado en la nieve.

Su... qu? Lleva usted un Daimler?

S. Flamante, y de color blanco. Casi no se ve, metido en la nieve. Acabo de estrenarlo. No he tenido demasiada suerte.

Debe ser muy rico para tener un Daimler dijo Vera desdeosa.

No lo crea rio el joven, recuperndose lentamente y asomando algo de color a sus ateridas mejillas, gracias al fuego de la chimenea. Slo soy un escritor de cierto xito ltimamente. Compr ese coche con mis derechos de autor por el ltimo libro editado.

De todos modos, rico o pobre, est necesitando algo caliente. Y ropa seca dijo ella, decidida. Le servir un t. Qutese esas prendas, pronto. Sobre todo el calzado y los calcetines.

Pero no pensar que voy a desnudarme delante de usted, seorita.

Le aseguro que no pienso mirarle. Ni tampoco escandalizarme rio ella. He visto en esa despensa toallas y sbanas limpias. Se podr envolver con una mientras vuelve la seora Oates.

La seora de esta casa?

No, no. Slo el ama de llaves y cocinera. Esta casa slo tiene un dueo de momento: el juez y los acreedores. Llega usted en un psimo momento, pero supongo que no lo eligi a propsito. Vamos, a qu espera? Desvstase ya.

Como quiera balbuce el joven, mientras ella iba a buscar ropa seca a la despensa, en uno de cuyos lados guardaba la cuidadosa seora Oates las mudas limpias para cambiar camas y cuartos de aseo. Viene de muy lejos?

De Londres. Iba a Sheffield. Normalmente tomo la ruta de Derby, pero esta vez era imposible. Est ya bloqueada desde hace dos das por la nieve. Eleg sta, comenz a nevar... y aqu estoy carraspe mientras se desvesta. Mi nombre es Kenneth Wilcox. Pero me gusta que mis amigos me llamen Ken. Slo Ken.

Bien, seor Wilcox..., digo Ken, yo soy Vera Munro, maestra de profesin. Y ste era hasta ayer un orfanato privado. Ahora nadie sabe lo que era. Ha sido embargado, su director ha muerto de repente, y el oficial del juzgado que practica el desahucio tambin falleci en un accidente esta misma madrugada.

Vaya, ustedes s que se divierten aqu coment con sorna el viajero.

Lo peor es que adems de estar bloqueados por la nieve, como usted muy bien sabe, el telfono est averiado y no podemos comunicar con ningn sitio.

Pues est todo de maravilla rio Ken Wilcox. No les ocurre nada ms?

Ahora le tenemos a usted. Es la ltima novedad. Un escritor entre nosotros. Cul es su especialidad literaria, Ken?

La aventura, seorita Munro.

A m tambin me gusta que me llamen Vera, simplemente ella sonri irnica. De modo que la aventura, eh? Pues posiblemente tenga ocasin ahora de escribir sobre una completamente indita.

Se volvi, tirndole una toalla de bao y una sbana. El joven estaba solamente en calzn. Vera no pudo por menos de admirar sus msculos, su figura enjuta, pero atltica, de hombre que practica deporte habitualmente. El no pareci cohibirse ante la mirada femenina. Sin embargo, eligi cuidadosamente la toalla, la despleg y se enrosc en ella, sin despojarse del calzn. Descalzo, se sent de nuevo.

Me siento como un patricio romano brome, tomando un trago de t con evidente alivio. Es usted un ngel, Vera. En todos los sentidos. Nunca esper que la primera persona que encontrase despus de mi odisea fuese precisamente una mujer tan joven, tan atractiva y encantadora.

Le aseguro que los romanos nunca llegaron a impresionarme demasiado rio Vera de buen humor. Pierde el tiempo si quiere deslumbrarme con sus elogios.

Son sinceros, crame. Habitualmente, en estas viejas casonas victorianas que an quedan por el pas, habitan viejas familias de estirados miembros y rostro poco amistoso, con solteronas y viudas de nada grata apariencia.

Esta es una casa muy especial, se lo aseguro. Pero tambin existe el viejo ocupante Victoriano. Arriba hay un tal sir Clifford Prowse, ex militar colonial y propietario de esta finca. Hoy da es un anciano ciego, mudo y sordo, que agoniza lentamente acompaado de una persona que le cuida da y noche.

Extraos inquilinos los de esta mansin. Un viejo militar decrpito, un orfanato... Supongo que hay nios tambin.

Nios... Vera se angusti de pronto al recordar que s existan nios all. Claro, claro. Esa es otra, Ken. Le hablar de ello en otro momento. Creo que la seora Oates regresa ya...

As era. La buena mujer se qued de una pieza al ver a aquel caballero enfundado en una toalla de bao a guisa de tnica romana, con un montn de empapadas ropas sobre una silla. Vera explic la situacin e hizo las presentaciones.

No se preocupe, seor se apresur a hablar la cocinera y ama de llaves de Prowse Manor. Le bajar en seguida algunas ropas del seor Steele. Era ms o menos de su misma estatura. Creo que le sentarn bien un pantaln, una camisa y una chaqueta suya. Tambin le buscar calcetines y unas zapatillas. Mientras, siga calentndose al fuego. Su coche qued muy lejos de aqu?

En el camino de Bingham, a cosa de unas cuatro o cinco millas de aqu. Ha sido el peor recorrido que tuve que cubrir en toda mi vida, con la oscuridad de la noche y esa nevada encima. Y eso que he viajado y pas malos ratos en sitios como la selva malaya o los desiertos africanos...

La seora Oates sali para buscar ropa seca. Vera se sent junto a su nuevo amigo, mirndole curiosa. Observ que los ojos del joven eran grises e inquisitivos, y que tenan un brillo entre pcaro y astuto.

Y bien, qu tiene que contarme sobre los nios de este orfanato? se interes Ken Wilcox, buscando su mirada con inters.

Vera le cont en pocas palabras la situacin de la casa desde su llegada hasta ese preciso momento. El joven escritor la escuchaba atentamente, con gesto que pasaba con facilidad de la perplejidad al asombro y de ste al desconcierto. Por fin, al terminar ella su relato, l permaneci en silencio unos momentos.

Despus slo aventur un breve comentario, mientras se serva otra taza de t.

Es una historia que roza lo inverosmil. Usted parece tener miedo a esos nios.

Miedo? No s. Es posible que s. Cuando menos, me inquietan.

Pero si no salieron de sus habitaciones, cmo pudieron hacer dao al seor Skeggs?

No lo s. Es slo una aprensin personal, tal vez est dejndome llevar por mi imaginacin.

Y eso que no es escritor rio Ken. Ahora ser yo quien tendr que imaginar cosas. Espero que no se desorbiten mis pensamientos. Cree que han cortado la lnea telefnica aqu mismo, y no se trata de una avera exterior?

S, lo creo. Me resulta difcil aceptar ciertas casualidades, Ken.

A m tambin. En ese punto estamos de acuerdo. Usted tambin parece sospechar que las muertes de la seorita Swift, su antecesora, y la de Skeggs no fueron accidentales.

No estoy segura, la verdad.

Si no fue accidente, tuvo que ser... asesinato dijo mirndola fijamente.

S afirm Vera, con un hilo de voz.

Y la muerte del seor Steele?

Eso es diferente.

Por qu?

Lo encontraron muerto en su despacho, apaciblemente, tras recibir la noticia del embargo. Adems, a Steele le queran mucho sus discpulos y protegidos. Le deban todo lo que disfrutaban en este orfanato privado: enseanza, una vida libre, una disciplina menos frrea que en un centro oficial, un trato ms humano...

Sigue centrando sus sospechas en esos nios. Ardo en deseos de conocerlos. Sobre todo a Norman y a Karin.

Los conocer, no se preocupe. Esa nevada no lleva trazas de ceder dijo Vera, sealando hacia la puerta vidriera de la cocina, por donde entrara Ken Wilcox poco antes.

A travs de ella, poda verse caer la copiosa cortina blanca, de modo incesante, mientras creca y creca el nivel de la nieve en el exterior.

S, por todos los demonios mascull Ken, escudriando el amanecer, que cobraba ahora una tonalidad deslumbrante a causa del resplandor en la nieve. Mi coche debe de estar ya totalmente tapado. Deb adquirir mejor un submarino.

Sin duda rio Vera de buen humor. Casi le saldra ms barato que un Daimler. Quiere comer algo? Debe tener hambre tras su odisea all fuera.

Si eso no molesta a la gente de esta casa... me gustara sentir algo slido en mi estmago, que no fuese solamente t.

Yo se lo preparar mientras vuelve la seora Oates. Qued por ah algo de caldo y de asado. Le aseguro que le gustar dijo resueltamente Vera dirigindose a la cocina, ya encendida para las tareas de aquel da.

* * *Kan Wilcox contempl a Vera Munro, en pie al fondo de la sala destinada a clases. El aula apareca completa, con los once nios sentados ante sus pupitres. La luz del da, centuplicada en intensidad por la nieve, penetraba por los ventanales enrejados. Un reloj mural marcaba las diez en punto de la maana.

Fuera el fro era intenssimo y la nieve no cesaba de caer. El joven escritor hizo un gesto a Vera, tras dirigir una ojeada a las once cabecitas alineadas ante la maestra, que iniciaba as su primera y posiblemente ltima clase en el orfanato de Nottingham. Ella sonri, moviendo la cabeza. Rpidas se volvieron dos cabezas hacia l.

Dos cabecitas rubias. Dorada una, casi platinada la otra. Ken saba quines eran los dos curiosos, sentados en la primera fila de pupitres, junto al moreno y silencioso Marco: Norman y Karin. Observ sus miradas, azul una, verde la otra, fijas en l por un momento.

No le gustaron. Haba algo fro y deshumanizado en ellas, que contrastaba poderosamente con el angelical rostro de las criaturas. Se ausent sin esperar a ms y camin hacia la parte trasera de la casa, donde Eric se ocupaba de limpiar de nieve la puerta posterior, abierta ahora y mostrando una capa de nieve en el suelo de al menos dos pies largos de grosor.

Esto costar arreglarlo se quej el criado de mala gana. Cuando se hiele, ser como moverse sobre una pista de hielo. Lo lamento por su coche, seor.

Yo tambin. Pero empiezo a resignarme ya, amigo musit Ken.

Clav sus ojos en unas cruces y lpidas, all al fondo, tras los remaches de hierro oxidado de una vieja verja derruida. Como farolillo de aquel decorado real, la estructura en piedra de una pequea iglesia, la capilla de Prowse Manor, con sus tejadillos cubiertos de nieve y su derruido campanario festoneado de guirnaldas blancas.

Sigue all el cadver del seor Steele? pregunt curioso.

S, seor, qu remedio? Tena que ser enterrado en ese pequeo y olvidado cementerio dentro de dos horas. Me temo que ello nunca sea posible. Por fortuna, el intenso fro evitar la corrupcin del cuerpo... Bueno, eso espero.

Claro. No disponen de raquetas aqu para andar por la nieve?

No, seor. Y bien que lo lamento.

El seor Steele era aficionado a algn deporte, les haca practicar a los nios?

A l le gustaba el cricket. A los nios les haca jugar partidos de bdminton o de tenis, eso era todo.

Bravo! Es lo que quera. Eric, trigame dos raquetas de tenis o bdminton. Ser todo lo que necesito para andar por la nieve.

Vaya, es toda una idea, seor. S, se las traigo de inmediato asinti el criado perplejo. Es que piensa ir a rezar a la capilla?

S, algo as afirm Ken pensativo, sin desviar sus ojos astutos de la edificacin religiosa.

Eric se alej. Ken sigui all. Oa las voces de los nios dando clase. La nieve caa en gruesos copos constantes. Murmur para s:

Me gustar echar una ojeada al cuerpo del seor Steele. Tal vez en eso se equivoquen todos, y haya ms de dos asesinatos en esta casa...

CAPTULO V

Fue un trabajoso recorrido.

La nieve cubra totalmente el terreno alcanzando ms an del espesor que l calculara previamente. Sus piernas se hundan hasta el muslo e incluso hasta la cintura, a veces hallaba sepultado su cuerpo en el esponjoso elemento blanco, resultndole casi agotador avanzar una sola yarda de distancia.

Especialmente en el viejo cementerio en ruinas la cosa se hizo an ms difcil y peligrosa. Si alguna de aquellas antiguas lpidas cedan bajo el peso de la nieve, produciendo una fosa, estaba seguro de que ira a parar sin remedio al fondo mismo de tan fnebre y siniestra sima. Pero en ocasiones, el llevar las raquetas de bdminton sujetas a sus pies con correas le permita moverse sobre la superficie algo helada, sin profundizar demasiado en el grueso manto albo.

Por fin arrib ante la puerta de la pequea iglesia, capilla o lo que aquello hubiera podido ser a lo largo de los aos. A Ken le record las pequeas ermitas que haba encontrado en algunos de sus viajes por otros pases europeos de carcter latino.

Entr en el recinto sagrado, arrastrando consigo gruesas pellas de nieve que rodaron por las losas del interior, comenzando a derretirse en forma de agua y barro. Mir al altar, con su gran crucifijo central y la masa de piedra debajo. El silencio y la soledad del lugar, lgubremente oscuro ahora, le produjo cierta impresin. A travs de unas grietas en el techo abovedado, una penumbra griscea prestaba a la capilla un aire casi medieval, entre triste y sobrecogedor. Sin embargo, la presencia del crucifijo rompa ese aire ominoso y sombro. Ken Wilcox se persign brevemente ante l. No era catlico, ni siquiera religioso. Pero siempre haba sentido un profundo respeto ante la Cruz y su significado.

Luego camin por el corredor central, entre la doble hilera de filas de bancos de madera. Mir a un lado y a otro, tratando de habituar sus ojos a aquella penumbra, tras el cegador destello de la nieve en la glida maana exterior. Estaba buscando el tmulo funerario que le describiera la joven Munro poco antes.

Lo encontr al fin, a su izquierda, en una especie de recodo de la capilla, bajo una bveda oval. Se qued perplejo. La sangre casi se congel en sus venas, equiparndose a la nieve de la campia.

All no haba nada. All no haba nadie.Ni el menor rastro del cadver de Howard Steele, propietario del orfanato de Loomish Hill.

* * *Pero eso no es posible... No es posible, seor!tartaje Eric, demudado.

Vaya si lo es afirm calmoso Wilcox. All no hay nada de nada. Ni rastro de ese difunto, Eric. Pens que usted le habra trasladado sin decir nada a los dems.

Cielos, claro que no! protest el criado. Slo pensaba trasladarlo a su fosa en el cementerio. Y ahora, ni siquiera puedo hacer eso con semejante nevada encima, seor Wilcox... No puedo entender lo que ha sucedido.

Cree que han sido los nios quienes...?

Wilcox no termin su frase. Eric le mir con profundo horror y mene negativamente la cabeza. Su voz son insegura, crispada:

No, no lo creo. No puedo creerlo, seor, la verdad.

Yo, s terci framente Vera, que permaneca callada y ensombrecida durante la breve charla entre el forastero y el criado. Es ms, estoy segura de que eso es lo que ha ocurrido. Tendr que ver a esos nios y preguntrselo.

Si son como usted me ha dicho, no se lo dirn rechaz Ken. Saldrn con sus ambigedades de siempre, Vera. Por qu no intentamos hallar el cadver de Steele, donde lo hayan escondido ellos, y salimos de dudas? Este robo macabro resulta tan inslito como poco agradable.

Eric, usted es quien mejor conocer esta casa apunt Vera. Dnde cree que podra ocultarse un cuerpo, sin ser hallado fcilmente?

A mi juicio, slo hay dos sitios: el stano... y la buhardilla. Pero en sta se hallan residiendo sir Clifford y la seorita Beswick.

Por tanto, queda el stano. Vera tom una decisin. Vamos all, Eric. Hay luces abajo?

No, seorita. Traer unas linternas en todo caso dijo Eric, no muy seguro de que le entusiasmara la idea de bajar a buscar un cadver al stano.

Pero regres con tres lmparas elctricas. Y los tres iniciaron la bsqueda en el subsuelo de Prowse Manor. Era un gran stano repleto de objetos intiles, viejos muebles estropeados, ratas bulliciosas y profundas tinieblas. La humedad all resultaba insoportable.

Encontraron un viejo arcn funerario de origen extico, pero estaba vaco contra lo que pensaron inicialmente, y el cuerpo sin vida de Steele no apareci por parte alguna.

Creo que hemos terminado con esto resopl al fin Ken. El stano es un lugar abominable y siniestro, pero el cadver que buscamos no est aqu.

Entonces, volvamos sugiri Vera desilusiona da. Ya ha terminado la bsqueda.

No, no del todo rechaz el escritor. Eric habl de otro lugar.

La buhardilla? vacil el criado, contemplndole al resplandor fantasmal de la linterna. Pero est habitada. Quin iba a subir all un cadver, seor?

No lo s. Tal vez la seorita Beswick, si es que los nios no fueron los macabros ladrones sugiri ahora Wilcox, con acento irnico. Por qu no, Eric?

Eso suena a disparate objet Vera. Pero por qu no probar? Es grande la buhardilla, Eric?

Posee tres habitaciones y un aseo habilitado por sir Clifford para morar all con una cierta comodidad. Es bastante amplia, s.

Entonces, existe la posibilidad. Qu tal si visitamos a ese anciano caballero y a su hermosa seorita de compaa, Vera? insinu Ken, risueo.

Como quiera se encogi sta de hombros. Pero empiezo a pensar que lo que usted quiere es conocer personalmente a esa mujer.

Confieso que me seduce ms verme ante esa dama tan bella y extica que usted describi, que delante de un fro y rgido cadver, pero ambas cuestiones me interesan ahora por un igual, dadas las circunstancias.

El aventurero escritor busca el nuevo tema para otro libro, no? brome Vera.

Recuerde que mi Daimler est posiblemente arruinado en estos momentos se quej burlonamente Wilcox. Tendr que ir pensando en ganar dinero para adquirir otro coche. No piensa ayudarme?

Est bien, vamos arriba suspir la joven maestra. Veremos cmo nos recibe el viejo husped de esta casona...

* * *La recepcin no fue demasiado mala para lo que ella esperaba de tan solitario y extrao inquilino.

Primero, Doris Beswick sali a recibirles. Ahora, sin su deshabill de la noche anterior, estaba igualmente hermosa e inquietante, pens Vera, mirando de soslayo a su compaero, en cuyo rostro advirti un inters muy especial por el encanto fsico que emanaba aquella mujer tan saturada de sensualidad a flor de piel.

El cuerpo alto y esplndido de la hembra de piel broncnea apareca envuelto en un vestido muy a la moda, salpicado de perlas sobre el satn rosa plido, que haca juego con unas medias tambin rosadas y unos Zapatos de raso, puntiagudos y abotonados al tobillo, de color rosa fuerte. Luca en sus negrsimos cabellos una ancha cinta de seda a la moda, con cuentas de vidrio rosadas. Los senos desnudos marcaban su grueso pezn contra el tenue tejido. Las caderas y muslos se adheran al satn brillante, como si ste formase una segunda epidermis sobre ella. El resultado era altamente provocativo, pero no exagerado. Vera casi sinti envidia de aquella belleza inquietante, pese a reconocerse a s misma como una chica atractiva y con encantos fsicos suficientes.

De modo que un escritor se pierde en la nieve y va a caer en Prowse Manor coment Doris clavando en Wilcox sus penetrantes pupilas negras. Divertida aventura, no cree?

No demasiado suspir Ken. Un lugar donde hay dos cadveres no resulta demasiado acogedor. Y si uno de ellos ha desaparecido, menos an.

Desaparecido? ella enarc las cejas. A qu se refiere?

Vera se lo explic. Las pupilas de la Beswick brillaron enigmticas. Luego sus gruesos labios sensuales esbozaron una sonrisa.

Casi sera cmico, si no resultara tan macabro observ. Han subido a ver si lo tenemos escondido aqu?

No, seorita Beswick rechaz Ken, corts. Pero Eric nos dijo que esta zona alta de la casa es bastante amplia. Alguien pudo subirlo aqu, sin ustedes saberlo.

Resulta algo difcil. Habrn notado que cruje el escaln nmero cuatro de la escalera que conduce aqu. Si suben por ah con una carga tan pesada como debe resultar un cadver humano la madera crujira de modo muy fuerte y yo lo oira, aunque no el seor Prowse. Pero pasen, por favor. Sir Clifford no podr verles, apenas les oir y no le ser posible dirigirles la palabra, pero ya que estn aqu, creo que deben conocerle... Sganme, por favor.

La siguieron en silencio, desde la estancia donde ella les recibiera hasta la inmediata, mucho ms amplia y luminosa. Una ventana dejaba entrar el resplandor de la luz del nublado da, reflejada por la nieve que lo cubra todo. Tras la vidriera se vean flotar mansamente los gruesos copos.

Un hombre apareca sentado tras una pesada mesa repleta de libros. Estaba de espaldas a la ventana, encorvado sobre un volumen en el que apoyaba sus sarmentosas manos huesudas. Una blanca melena revuelta remataba su cabeza. Llevaba unas gruesas gafas de vidrios casi negros, con un puntito transparente en el centro, grandes patillas blancas y algodonosas sobre el rostro rugoso, apergaminado. Una fea cicatriz surcaba su cuello, desde la oreja hasta la nuez, recuerdo sin duda de aquel proyectil que le dej mudo en la guerra colonial. Se envolva en una gruesa bata de cuadros azules, y pareca tan ausente de ellos como si estuviera a mil millas de distancia.

Doris se acerc a l, seguida por los dos visitantes. Vera observ que el volumen que el anciano lea era un libro perforado por el sistema Braille, para ciegos. Sus dedos, giles y rpidos, recorran el grabado de cada pgina.

Sir Clifford dijo Doris, parndose a su lado y oprimiendo su hombro con los bronceados dedos, rpida y diestramente, en una repeticin Morse de sus palabras. Tiene visitas. La nueva maestra, la seorita Munro y un joven husped, un escritor, Kenneth Wilcox... Desean presentarle sus respetos.

Vera y Ken cambiaron una rpida mirada de desasosiego. El lugar ola a humedad y a fro. Arda un fuego en un hogar, pero el fro era de otra naturaleza. Aquel anciano pareca por s mismo un cadver viviente. Le temblaban las manos que alz en muda salutacin, al tiempo que un gorgoteo sordo era cuanto brotaba de sus labios descoloridos, pretendiendo acaso representar palabras. Vera not fijas en ella, a travs de aquellos negros lentes, unas pupilas que tal vez no vean bien, pero que llegaban a su persona como dos agujas heladas y profundas, desde una distancia que no pareca de este mundo.

Quiere decirles que celebra su visita y se la agradece sonri Doris. Sir Clifford no es demasiado amigo de convencionalismos sociales ya, dado su estado. Tampoco gusta de visitas. Pero a veces se siente solo y la presencia de alguien que no sea yo parece animarle un poco.

No recibe nunca otra visita? se interes Vera, estudiando al anciano sentado en aquel butacn.

Slo de tarde en tarde. Un par de veces ha estado aqu el seor Steele, otra la seora Oates, alguna vez los nios...

Les nios subieron aqu? se sorprendi Vera, sintiendo un leve estremecimiento.

S, pero muy de tarde en tarde, y creo que por insana curiosidad infantil ms que por otra cosa sonri Doris forzada. Ya sabes lo que pienso de ellos.

S, Doris, lo s afirm Vera. Tras una indecisin, seal a sir Clifford. Puede ornos, ver algo?

Ve sombras y poco ms. Pero la luz da en sus rostros ahora. Puede leer en sus labios. Ser mejor que no hable del cadver. Quiz no le gustase mucho a l. Como ve, es difcil que traigan aqu una carga semejante, querida.

S, empiezo a darme cuenta. Vera dej resbalar sus ojos distrados por los lomos de los libros alineados en las estanteras. Casi sinti pavor. Un oscuro y helado miedo a algo indefinible, malsano, que flotaba en aquel ambiente... o que as se lo pareca a ella.

Tal vez los viejos volmenes tenan la culpa. Los ttulos que, en caracteres rojos, dorados o casi borrados por el tiempo, vea all ante ella, no eran nada alentadores ni contribuan a disipar el clima y agobiante de aquella casa: Vampirismo, Historias de satanismo, Culto al Diablo, Licantropa, Poderes ocultos y nigromancia, El Tarot y sus enigmas, El Anticristo, Sadismo y perversin, Wurdalaks y Vrolaks, El Vampiro en Europa, Hombres Lobo y Mujeres Gato...Era una biblioteca espeluznante. Desvi la mirada al tener la sensacin incmoda de que las pupilas casi ciegas del anciano estaban fijas en ella y en la trayectoria de sus ojos.

Se ha arreglado ya al telfono? la voz de Doris pareca llegar de otro planeta, rompiendo las telaraas imaginarias y viscosas de las imaginaciones ttricas de Vera.

No, an no neg la joven maestra, saliendo de su abstraccin. Todo sigue igual abajo. Y el pobre seor Skeggs esperando a que puedan trasladarle a la Morgue local alguna vez...

Es una situacin muy desagradable admiti Doris gravemente. Espero que deje pronto de nevar y pueda resolverse todo. Con esa cantidad de nieve fuera no se puede dar un paso... Estamos condenados a permanecer aislados mientras dure.

Usted acaba de decir algo singular, seorita Beswick dijo Ken, de sbito, mirando a la hermosa y extica mujer.

S? las cejas de ella formaron dos arcos perfectos sobre las profundas pupilas oscuras como la noche. En qu sentido, seor Wilcox?

Eso que mencion... No se puede dar un paso. Es la verdad. Me pregunto cmo alguien pudo ir a la capilla y volver con su carga... sin dejar huella alguna en la nieve ni hundirse en ella con semejante peso.

Doris entendi. Cruz una mirada con Vera, que tena un estremecimiento sutil a flor de piel. El anciano pareca ajeno de nuevo a ellos, sumido en la lectura de su volumen a travs del tacto de sus sensibles dedos rugosos.

S, eso es cierto seal al exterior. Desde aqu se domina todo: cementerio, capilla... Y no he visto otra seal de pisadas que las dejadas por unas raquetas en la nieve...

Fui yo dijo Ken, tomando del brazo a Vera. Creo que no molestaremos ms. Nos vamos, seorita Beswick. Ha sido muy amable con nosotros. Mi saludo a sir Clifford. Debe divertirse mucho con esas lecturas. El Braille tambin es un libro de vampiros, demonios o licntropos?

Doris le mir algo sorprendida y, al parecer, desconfiada de repente. Se encogi de hombros y manifest con cierta frialdad:

No, seor Wilcox. Sir Clifford est leyendo la versin Braille de Fausto.Entiendo sonri Ken, saliendo ya con Vera. Muy adecuada lectura...

Abandonaron la buhardilla, tras agitarles su sarmentosa mano sir Clifford en muda despedida, acompaada por otro gorgoteo que tal vez quera ser amable pero que sonaba ominosamente. Bajaron las escaleras de madera empinadas que conducan a la segunda planta de la casa.

Cruji el peldao nmero cuatro, como dijera Doris Beswick, al pisarlo ellos. Ken contempl sus zapatos como si fuesen culpables de algo. Llegaron a la planta inferior en silencio. All, Ken murmur, pensativo:

Fausto... Qu espera ese anciano? Poder recuperar su juventud a cambio de vender su alma al diablo?

Es posible. Tambin se fij en los libros de las estanteras?

Cielos, claro que s. Es una biblioteca de escalofro. Ese lugar resulta muy extrao. Y ese anciano intil tambin. No me senta cmodo all.

Yo tampoco confes riendo Vera. Pero no parece que ellos tengan nada que ver con el cadver desaparecido, no cree?

A menos que est oculto tras los libros, no rio a su vez Ken de buen humor, encogindose de hombros. Vamos, creo que esa visita a las alturas me ha provocado la necesidad de tomar algo fuerte, brandy o whisky, pongamos por caso.

Estamos de acuerdo. Soy una mujer liberada, de modo que le acompaar suspir Vera decidida.

CAPTULO VI

El almuerzo fue silencioso y triste. El hecho de que continuaba nevando de modo tan exhaustivo como irritante, haciendo ms y ms difcil la situacin en la aislada casa de la colina, estaba logrando crispar los nervios de ambos jvenes, nicos comensales a la